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Gatto, Ezequiel
Futuridades : ensayos sobre política posutópica / Ezequiel Gatto. - 1a ed. - Rosario :
Casagrande, 2018.
232 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-4978-00-4
©Ezequiel Gatto
ezequiel.gatto@gmail.com
©Casagrande, 2018
Pellegrini 957 (S2000BTJ) Rosario. Santa Fe. Argentina
Tel 0341. 4498437
casagrandeeditorial@gmail.com
Ezequiel Gatto
Índice
Prólogo 9
Agradecimientos 221
Bibliografía 223
Prólogo
Bruno tiene 17 años. Hace 12 que vive en San Pablo, Brasil, don-
de se mudó con su familia desde Natal. A los 13 vio la película
Transformers y empezó a pensar en lo fascinante que podía ser
crear robots con vida artificial. Ahora se pasa tres o cuatro horas
diarias en la red mirando videos de novedades tecnológicas. Hace
un tiempo descubrió los desarrollos recientes en robótica aplicada
al rescatismo de alta montaña. Ayer, Bruno le dijo a un amigo de
su hermano mayor que en diez años las máquinas que suban a
las cumbres y los recodos de las montañas no serán, como ahora,
perros, vehículos pequeños o drones guiados o acompañados por
humanos que buscan optimizar sus movimientos para acortar las
búsquedas y los rescates. Serán perros como los que se ven en
las experimentaciones de laboratorio: esqueletos caninomórficos,
cubiertos con un tejido orgánico-sintético compuesto de nano-
bots que semejará la piel de los perros. Serán entes mecánicos con
formas y movimientos perrunos, controlados por computadoras
y con una gran autonomía energética, capaces de enviar, recibir
y procesar información. Esos robots dispondrán de una enorme
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autonomía de movimiento y capacidad para decidir entre una
gama de opciones dependientes de una multiplicidad de varia-
bles (clima, altura del año, estado del suelo, género, edad y estado
de salud de la persona buscada, localización georreferenciada del
transporte para el salvataje, entre muchos otros). La idea de que
sólo un ser humano presente puede salvar a otro ser humano pre-
sente habrá quedado superada.
Mónica tiene 70 años. Se acaba de jubilar como docente.
Daba Historia Política Contemporánea en un terciario en Mé-
xico DF y Filosofía Política Clásica en la Universidad Autónoma
de Guadalajara. “Lo que más hice en mi vida, después de dormir,
fue leer a Kant”, le dijo riendo a un amigo hace poco, mientras
caminaban. El último domingo, a la noche, cuando la costumbre
le empezaba a indicar que era hora de armar la clase del día si-
guiente, un nuevo afecto llegó para desmentirle su orientación.
Fue entonces que sintió, como una ráfaga fría, mezcla de alegría
y sospecha, que se había jubilado. Treinta años de domingos con
final previsible se habían terminado. Se quedó sin imágenes. Por
un rato no supo qué hacer, no supo hacia dónde dirigir sus fuer-
zas. La invadió la curiosidad. “Y ahora, ¿qué?”, pensó.
Lucas tiene 10 años y vive en un asentamiento que se fue
instalando poco a poco sobre unas tierras tomadas en la periferia
norte de la ciudad de Rosario. Desde la puerta de su casa puede
ver el Bosque de los Constituyentes. Su madre hace sandwiches,
bizcochuelos, tortas asadas y fritas para vender a los camioneros
en la avenida Circunvalación. Su padre va de obra en construc-
ción en obra en construcción, trabajando como albañil. Forman
parte de una congregación evangelista que se fue armando entre
vecinos en torno a Julio Osorio, un pastor que se instaló en Rosa-
rio luego de un paso por José C. Paz, en el conurbano bonaerense.
En el comedor de la casa de Lucas hay un afiche enorme con un
Jesús de ojos claros; debajo de él los versículos de Mateo 7:7: “Pe-
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did, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”. Con
sus amigos inventó un juego: la redada policial y el allanamiento.
Algunos se amuchan en un rincón de un patio, como si estuvie-
ran haciendo algún maneje, y otros entran corriendo, a los gritos,
pateando cosas. A él le gusta hacer de pibe que la policía amenaza
con llevar preso. Se pone a gritar “¡Llamen a un abogado!” y trata
de escapar sin que lo noten.
Amalia, Brenda y Francisco son hermanos. Sus padres se sepa-
raron cuando eran chicos. Siempre vivieron con Lucía, la madre de
los tres, en Castelar, provincia de Buenos Aires. Federico, el padre,
abogado, murió hace unos años, a causa de un ACV. Un socio del
estudio le contó a Amalia que esa tarde lo había escuchado discutir
furiosamente con otro abogado en su oficina del microcentro de la
ciudad de Buenos Aires. Los hijos recibieron como herencia unos
campos en Pergamino y la pequeña estructura de una empresa
agrícola. En 2001 decidieron arrendarlos a una empresa más gran-
de que les ofrecía una parte de las ganancias a cambio de pasarse
a siembra directa de soja transgénica. “Los próximos años serán
escenario de un crecimiento exponencial gracias a la demanda
china de cereales y oleaginosas. Hay que aprovecharlo”, les dijo
el gerente de Agroplus cuando se entrevistaron. Les mostró esta-
dísticas, les compartió pronósticos productivos y de rentabilidad.
Aceptaron enseguida. En 2004 se dieron cuenta de que se habían
sentado sobre una montaña de dólares. Amalia cerró el estudio
jurídico, Brenda se anotó en una Tecnicatura en Agronegocios y
Comercio Exterior y Federico dejó de vivir del diseño gráfico
para convertirse en el gerente general de Brothers SRL. Hoy ma-
nejan una empresa de fideicomisos agrícolas y ganaderos que vin-
cula inversores argentinos y extranjeros en un juego con distintos
niveles de riesgo para las inversiones. Se pasan una buena cantidad
de horas diarias mirando pantallas y una buena cantidad de días al
año mirando entre maizales, olivares y feedlots porcinos.
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James está terminando de cenar en su departamento en Jer-
sey City. Estudia en Princeton. Hace días que convive con un
malestar que no puede describir. Una especie de mala noticia,
o mal agüero. Incómodo, como queriendo huir sin saber de
qué, de dónde ni hacia dónde, recurre a sus aliados naturales: los
libros. Escarba entre los que tiene en el escritorio. La mayoría
empezados. Se encuentra con La Humanidad aumentada, de Eric
Sadin. Lo abre al azar, página 116. Lee: “La inteligencia huma-
na está adosada a la curva natural de la vida de los individuos,
marcada por una fase de aprendizaje, luego por la edad de la
madurez y, generalmente, seguida por un período de declive.
La inteligencia robotizada no se inscribe en esta contextura de
tipo orgánico, sino que está determinada a crecer y enriquecerse
indefinidamente, según perspectivas a mediano plazo y largo
plazo que desafían cualquier proyección fiable”.
Ana y Esteban caminan por la calle de Montevideo. Están
yendo a un curso sobre diseño industrial. Anoche, Esteban vio
una película. “Es la historia de un abogado con la típica vida fa-
miliar burguesa. Bah, con la vida que el cine dice que los aboga-
dos burgueses tienen.Vive en un suburbio de París, está casado
con una mujer que también es abogada y tiene dos hijos. Hay
una escena en la que el abogado está tomando un café en un bar
de París, en silencio. Está buena, dura unos minutos la escena.
Puro silencio, lo ves al tipo con la mirada más allá de la ventana.
Pensando. Esa noche, mientras vuelve en tren a su casa, ve a una
mujer apoyada en una ventana de un edificio pegado a las vías.
Arriba de la ventana hay un cartel que dice ‘Estudio de danza’.
La busca la noche siguiente y la siguiente. Se queda mirándola,
embobado. Una de esas veces corre por el tren, para tratar de
verla un poco más. Hasta que una noche se baja del tren y se
anota en el Estudio. Sube las escaleras y ahí está ella. Se ponen
a hablar, al rato se da cuenta que no le parece muy interesante.
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Entonces se engancha con la clase de danza.Y le encanta. Tanto
que la peli da un giro y se focaliza en eso.Te terminás olvidando
que el tipo era abogado o que estaba pendiente de una desco-
nocida. Se vuelve la historia de un bailarín”.
Marina se acaba de quedar sin datos en el teléfono. Insulta
por lo bajo para que los ocasionales acompañantes en el tren no
la escuchen. Mientras insulta, una imagen se va formando en su
mente: es ella misma teniendo que esperar en la puerta de la casa
de la clienta a la que le está llevando unas milanesas de soja y
unas empanadas caseras que le encargó. Enseguida piensa en que
tiene que pagar un montón de cosas: al proveedor de harinas,
al pibe que trabaja con ella, el alquiler, cuatro o cinco meses de
monotributo atrasados, la deuda que tiene con su madre, la que
tiene con Andrea, su amiga… Todos los días, todo el tiempo,
hace cuentas y llega siempre al mismo resultado. No le alcanza.
El tren se detiene, Marina baja y busca la salida de la estación.
Empieza a pensar que no le va a quedar otra que ir a pedir el
crédito al Crediya que está a unas cuadras de su casa.
II
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lectivas, los enigmas, los desvíos: el futuro, el devenir y el por-
venir operan de modos diversos como protagonistas y vectores
de las grandes problemáticas culturales. Organizan imaginarios,
se inscriben en instituciones y decisiones de maneras dispares
y sorprendentes. Sea que se enuncie su ausencia, que se lo di-
buje nítidamente, que se lo bosqueje; sea que se contemple su
virtualidad, que se le imputen irrupciones o redundancias, el
futuro perfila una dimensión decisiva y ambigua de las potencias
humanas, los conflictos, las relaciones de poder.
Preguntar tiene una función estratégica: ¿cuáles son las ma-
neras contemporáneas de vinculación con la futuridad, en tan-
to virtualidad de acontecimientos? ¿En qué se diferencian de
formas anteriores? ¿Dónde rastrear y cartografiar esos cambios?
¿Cómo se puede pensar el futuro en condiciones de alta discon-
tinuidad y aceleración? ¿En qué medida y de qué manera nues-
tras condiciones se traducen en ideas, imágenes y estrategias de
relación con la futuridad? ¿Qué pasa con la noción de “futuro”
cuando ya no se lo puede imaginar como se lo hacía? ¿Cómo se
inscriben las diferentes hipótesis, gobiernos y aperturas del fu-
turo en la vida social? ¿Qué vínculos se establecen entre proyec-
tos y posibilidades? ¿Cómo podemos precipitar alguna potencia
a partir de los incontables elementos que en nuestro presente
existen como proyecciones, posibilidades y actualidades?
Este libro fue escrito con la intención de explorar esas pregun-
tas, que hacen a los modos en que existimos en condiciones de
contingencia, que diagnosticamos nuestra situación, que compren-
demos el poder orientador de las instituciones, que procesamos
las tensiones entre prescripciones y novedades. Es, en ese sentido,
un intento de aportar a una etnografía de lo contemporáneo, que
“siempre inicia su trabajo en el medio de la vida social, al interior
de asimetrías y constricciones de todo tipo, atravesada por una mi-
ríada de flujos cuyo origen y destino son indeterminados, ya sean
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vitales o letales” (Biehl 2017: 4). No tengo interés en donar una
imagen de futuro o un qué hacer, sino en presentar preguntas y
miradas, que apuntan a un cómo hacemos, que buscan aportar a pro-
cesos poscapitalistas prestando atención a su intensidad y expansión.
El pensamiento social tiene una inclinación a leer lo social en clave
de problemas, asimetrías, injusticias; a veces olvida que las tareas de
investigación y pensamiento brotan de un impulso a incrementar
nuestras posibilidades, nuestras potencias y condiciones para que la
vida pueda ser menos sufriente e injusta, más creativa y alegre.
Creo que nuestra vida social requiere interpretaciones oxige-
nantes de la “cuestión del futuro”, si pretendemos desmontar algu-
nas fuentes estructurales de malestar social e injusticias. Requiere
redefinir la noción de futuro (lo que intentaré hacer a través de la
noción de futuridad), producir nuevas gramáticas para la imagi-
nación (y no solamente nuevas imágenes), convertir los trayectos
en algo distinto a un instrumento para un fin, aportar a formas de
entender, propiciar y elaborar los cambios. Cómo y por qué cam-
bia lo que cambia son preguntas decisivas para el pensamiento y la
cultura, preguntas que van al núcleo de la condición humana. El
modo en que esas preguntas se elaboran, se responden, se inscriben,
vertebra en buena medida la existencia social. Somos seres marca-
dos por la futuridad, no sólo por nuestra condición mortal y finita,
como afirmó Heidegger (1924), sino, sobre todo, como escribió
Virno, por nuestra capacidad de tener facultades y potencia (desear,
hablar, producir) para hacer mundo y ser hechos y rehechos por él
(2003).Y así como esas facultades y los mundos de los que partici-
pan varían históricamente a la luz de transformaciones económicas,
tecnológicas, sociales y políticas, así también el futuro como proble-
ma cultural, referencia práctica e interrogación se va modificando.
15
III
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sin figuración: si estuviéramos hablando de pintura, se diría que el
capitalismo es un tipo social que ha superado el código figurativo
para entrar en un régimen donde las imágenes no son lo impor-
tante sino lo que las vuelve posible, lo que las sostiene, lo que las
acelera, lo que las aniquila. Lo que las cifra.
En ese régimen las tecnologías tienen un lugar esencial, que
me propuse analizar. Expondré en qué sentido creo que los usos
actuales de las tecnologías establecen un vínculo con el futuro ten-
diente a la minimización, reducción o inmediata apropiación de
la contingencia bajo un principio de racionalidad y un horizonte
de mercado. Ese lugar se construye, por un lado, en un proceso de
producción de información que busca, al mismo tiempo, la sin-
gularidad y el infinito, el control exhaustivo de las variables y las
posibles alteraciones (a partir de nuevos medios de producción: al-
goritmos, Big Data, IA, Blockchain)1; y, por otro, en un poder social
inmenso capaz de volver imposible y residual la vida de millones
de seres humanos. Las promesas de la inteligencia artificial encuen-
tran su contracara en un racismo biotecnológico. A veces el análisis
social de las tecnologías suele tomar tonos un tanto apocalípticos;
ese tramo del libro (que no es el único que habla de tecnologías)
no será la excepción, quizá sea el más apesadumbrado. No obstante,
la intención no es clausurar lo posible o dejar aquí toda esperanza;
más bien testear cómo ciertas operaciones tecnológicas procesan la
futuridad y qué hacer con ellas para que el entusiasmo sin ética y el
miedo sin conocimiento no ganen la partida.
A continuación, el texto interrogará los modos en que un
conjunto heterogéneo de experiencias políticas progresistas y re-
1 Ya en 2001, el colectivo Tiqqun advertía: “Un teléfono móvil se vuelve
un soplón, un medio de pago una declaración de tus hábitos alimenticios,
tus padres se transforman en delatores, una factura de teléfono se vuelve el
expediente de tus amistades: toda la sobreproducción de información inútil
de la que eres objeto se revela crucial por el simple hecho de ser en todo
momento utilizable”.
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volucionarias elaboró durante los siglos XIX, XX y XXI la cues-
tión del futuro, buscando en ellos características y limitaciones
(Los vínculos socialistas y possocialistas con las futuridades). Me deten-
dré en un modo de futurización específico, el que enlazó sujeto
social y expectativa política en una clave utópica de fin socialista
de la Historia. El crepúsculo de esas políticas socialistas (como
subconjunto de las políticas del sujeto de la historia) no me pa-
rece que, como suele decirse, haya eliminado radicalmente toda
proyección de futuro sino que redefinió sus condiciones. Bajo
esas condiciones han crecido las políticas de las víctimas, las políti-
cas de la denuncia y las utopías de la ética. Todas esas ellas conllevan
vínculos con la futuridad diversos, que el texto busca desentrañar.
La cuarta parte (La inventiva posutópica) es, en verdad, el nú-
cleo del libro. Las inquietudes que me impulsaron a escribirlo y
a desmenuzar polémicas y problemáticas se encuentran mayor-
mente allí, donde me propuse el diseño de una disposición ante
la futuridad. En esa parte presentaré una serie de zonas filosófi-
cas, culturales y sociales en las que identifico modos novedosos
de futurizar (es decir, proyectar figuras de futuro) así como de
habitar un vínculo con la futuridad que no hace de la persisten-
cia virtud, sino que se ejercita en percibir futurabilidades, que
detecta lo latente, que inventa en el descubrimiento. Que se pre-
gunta cómo volver a pensar el futuro en un horizonte cultural
de inmanencia, cómo revisitar los modos en que se relacionan
lo que proyectamos y lo que hacemos, cómo redefinir lo polí-
ticamente productivo. Esa redefinición es la de los vínculos con
la futuridad, la exigencia de volver a pensar los proyectos y los
trayectos capaces, en palabras de Raquel Gutiérrez Aguilar, “de
hacer traspasar al conjunto social el umbral de las transforma-
ciones posibles” (2007: 22). En esa inventiva posutópica laten
figuraciones dinámicas y casi una fe en las virtualidades múlti-
ples: bajos esas condiciones intenté pensar las improvisaciones, las
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probabilidades, las prácticas de diseño y la enemistad, definiendo
una suerte de axiomática abierta y equitativa capaz de marcar
los modos de construir, planear y transformar las ciudades y las
economías, las relaciones afectivas y sexuales, las gramáticas de la
imaginación, las estéticas, los cuerpos y las tecnologías.
La quinta, y última, parte (Esbozos para una etnografía de las
futurizaciones y las futurabilidades) es una breve recopilación de
artículos recientes en los que he explorado fenómenos más cer-
canos, como el cambio de gobierno y el modelo de agronego-
cios en Argentina, o bien registros de intervenciones en espa-
cios institucionales, políticos y activistas. A través ellos pretendo
ofrecer algunos elementos de lo que llamo “una etnografía de
las futurizaciones y futurabilidades”, nombre con el cual resumo
la intención, y el proyecto, de investigar los modos actuales de
articular proyectos y descubrimientos, anhelos y temores, sue-
ños y violencias. La etnografía, como modo de estar, investigar y
pensar el mundo, puede ser una vía para comprender las diversas
relaciones entre futurizaciones y futurabilidades y los vínculos
que dicha relaciones establecen, a su vez, con las futuridades.
Esbozos de esas etnografías posibles ya habrán sido presentados
en este libro, antes de este capítulo, pero esta última parte tiene
un carácter marcadamente monográfico.
En 1929, Karl Mannheim sostuvo que en su época había
una “mayor aproximación de la utopía a la vida real” (217), que
la consideración del proceso histórico y sus fuerzas conformaba
un saber donde las posibilidades de realización de ciertos fu-
turos se incrementaba. Hace pocos años, Marina Garcés daba
una imagen completamente diferente de nuestro tiempo: “Si
nos hemos quedado sin futuro es porque la relación con lo que
pueda suceder se ha desconectado completamente de lo que
podemos hacer”. En efecto, en la actualidad, una coyuntura sig-
nada por una aceleración que tiende (aunque no lo logre) a
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fagocitar cualquier imagen que aspire a permanecer, ninguna
imagen de futuro logra instalarse antes de ser presa de la desfi-
guración. Quizá ya nunca más una imagen logre esa estabilidad.
¿Quiere eso decir que no podemos crear un vínculo con la fu-
turidad que no se limite a la ganancia monetaria o la innovación
tecnológica per se? No parece. En el esfuerzo por saltar el cerco
de la utopía (cualquiera sea) y el apocalipsis, del Futuro total y el
futuro insoportable: en ese acto hay lugar para la inventiva po-
sutópica. En Unfinished, un libro de 2017, Adriana Petryna com-
parte una pregunta sencillamente compleja:“¿Qué hace falta para
abrir una conversación sobre el sentido, cuando miramos hacia el
futuro y afirmamos que no sabemos?” (Biehl 2017: 27). Este libro
pretende participar de esa conversación sobre el sentido –palabra
que condensa lo sensible, lo comprensible y la dirección– acer-
cándose de modo tal que no sólo nosotros tengamos futuro, sino
que la futuridad misma lo tenga.
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Capítulo 1
Futuridades, futurizaciones, futurabilidades:
una introducción
21
del libro. Para ello propondré una serie de nociones que bus-
can darle consistencia y movimiento.
El primer término será, efectivamente, el de futuridad.Vale aquí
seguir a Etienne Souriau, quien primeramente se deshace de un
cierto tipo de comprensión del futuro afirmando que “no es un
estatus particular de existencia vecino de lo posible, de lo eventual,
de lo en-potencia, y además de lo velado, de lo desconocido tras-
cendente”, buscando distanciar al futuro de una condición enig-
mática, potencial o trascendente pero también de su consideración
en términos de causa final. No se trata de algo que podrá ser (un
acto potencial) sino que es de un cierto modo. ¿De qué modo?
Souriau dice que la futuridad es “la posibilidad a punto de emer-
ger”, “la consumación en virtual que completa el movimiento de
este presente inclinado hacia el futuro, de ese futuro cayendo en el
presente”. La futuridad es potencia que nunca se realiza ni se agota
y que permite que los actos se realicen y se agoten.
Souriau diseña, así, una noción de futuridad compuesta de
fuerzas opuestas no contradictorias. Por un lado, el presente se
inclina (¿como un objeto? ¿una preferencia? ¿un plano? ¿una
determinación?) hacia el futuro; por otro, ese futuro cae sobre el
presente (¿como si el presente fuera un atractor gravitacional
capaz de torcer la luz?). La imagen tiene varias interpretacio-
nes: en primer lugar, si el presente se inclina, necesariamente
debe apoyarse en algún punto. El presente procede de un punto
de apoyo, pero no se agota allí, porque ese punto de apoyo es
también una inclinación, un tender. El presente es un punto de
apoyo que tiende, que propende (Jullien 1998). Por su parte, que
el futuro caiga sobre el presente puede implicar que pasará por
muchos puntos hasta encontrar fin (suponiendo que no es caída
libre). Entonces, el vínculo de futuridad puede pensarse como
el trayecto virtual que va de “un punto de apoyo tendente” ha-
cia una “precipitación” y que, llegado cierto punto, encuentra
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límite, se vuelve a convertir en un apoyo, es decir, en presente.
Insiste Souriau: la futuridad no es la actualidad de los pun-
tos de apoyo ni las precipitaciones o los aterrizajes. Es la posibi-
lidad justo antes de emerger, es la virtualidad de esa consuma-
ción. “El acontecimiento por venir es como llamado y captado,
luego soltado y remitido al pasado por esa forma constante, por
ese y después, por ese y entonces, cuya esencia es estar ubicado,
no en el instante, sino entre dos (piénsese en esta expresión: el
entrehecho, el intervalo, el interín), en el intermundo, entre el
instante que parte y el que viene” (180). La futuridad es ese
intervalo que nace del encuentro entre dos fuerzas, un modo
de nombrar el hecho de la posibilidad de que haya apoyos, pro-
pensiones, precipitaciones, aterrizajes. Es el modo en que con-
diciones, proyectos, posibilidades existen como una virtualidad
de acontecimientos. “El poder no es una forma, y la relación
de poder no es una relación entre formas”, dice Deleuze en sus
clases sobre Foucault (2015: 65). Parafraseándolo, podría decir-
se que la futuridad es una relación de fuerzas, que la futuridad
no es una forma sino el antes y después de la forma.
Esta idea de futuridad permite diferenciar lo que es presente
de lo que es real. Al respecto, vale citar extensamente a la socióloga
galesa Barbara Adam, ya que su noción de futuridad, ligada al de-
venir y la transformación, se acerca a lo que aquí trato de esbozar:
23
de recrearse y reorganizarse en direcciones imprevistas.
Esta virtualidad, esta potencialidad de los humanos de
entrar en nuevas relaciones con su entorno no es una
mera posibilidad. Es una capacidad real de un sistema
material, la cual entra en actividad en conjunción con las
virtualidades de otros sistemas.Toda materia, en la medi-
da en que está organizada, contiene en ella futuridad, el
poder de una transformación abierta (2009)2.
24
[profiero], entonces, un enunciado adecuado”. La futuridad no se-
ría el futuro –ni como algo actual pero más adelante en el tiempo,
ni como posibilidades– sino esa capacidad inagotable de producir
posibles, el entremedio frágil, la virtualidad de acontecimientos, la
posibilidad misma de que haya algo en lugar de nada.
El segundo concepto que quisiera introducir es el de futuriza-
ción, al que voy a entender como el acto de proyectar un futuro,
lo que Niklas Luhmann llamó presentes futuros. Esa proyección,
esa anticipación, puede involucrar cambios (una planificación, las
ensoñaciones diurnas que alteran lo dado, los programas políti-
cos que aspiran a transformaciones, el Apocalipsis) tanto como
repeticiones (el futuro como idéntico al presente o idéntico al
pasado, pero también el futuro escrito en la lengua del presente)4.
A propósito de la futurización como proyección o anticipación
de un aterrizaje, puede retomarse a Souriau cuando afirma que
“Un hombre puede postular, a través de la imaginación o de la
percepción, el decorado óntico de su vida. Puede sostener un
modo de realidad sobre el cual se apoyará, o se constituirá, y que
postulará un mundo de seres, uno de los cuales será él”. Esta de-
finición, aunque Souriau no se explaye al respecto, es válida para
colectivos humanos y no sólo para individuos. De esa manera, la
futurización, ligada fuertemente a lo imaginario, recorre el hilo
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de lo identitario, de una cierta permanencia. El mundo se com-
pone en anterioridad –anti– con capturas, aprehensiones, obten-
ciones y seducciones –capere–. Futurizar es priorizar un punto de
apoyo y un elemento de transformación, algo que sucede cuando
“una existencia compleja, complicada, imperfecta en un equívoco
espesor, busca, para realizarse en su valor más elevado, ponerse a
punto con precisión sobre un solo plano, en la especie de existencia
pura que le permitirá la mejor determinación de sí misma” (202)5.
Astrologías, adivinaciones, pronósticos –electorales, climáti-
cos–, figuraciones utópicas, ciencia ficción, fantasías individuales
son hipótesis proyectadas sobre el futuro.“Deseo de forma, como
persecución de una semejanza arquetípica, de una Idea de sí si-
tuada delante, ante sí”, afirma Tiqqun (2000). La futurización
consiste en un modo cultural cuyas características contribuyen a
la producción de lo social a partir de la producción de imágenes
de futuro que organizan las prácticas e instituciones sociales, que
Max Weber pensó como “rieles sobre los que la acción viene
impulsada por la dinámica de los intereses” (Weber, 1920). Es
una forma de la espera, o mejor dicho, formas esperadas. Porque
no hay una única manera de proyectar e inclinarse imaginaria-
mente hacia el futuro. En lugar de eso, existen diversos tipos
de futurizaciones, cada uno de los cuales implica elementos y
prácticas diferentes. Existen, por ejemplo, proyectos que se con-
sideran inevitables (como cierto tipo de advenimiento religioso
o de sociedad por venir), esperanzas signadas por la fragilidad de
lo deseado, posibilidades que despiertan temor y preocupaciones
o procesos que son vistos retrospectivamente, desde una consuma-
ción que se narra desde el punto de vista del futuro6.
5 “El tipo de imaginación más reciente podría ser la de crear mundos con
diferentes reglas”, escribió Diego Golombek, https://www.lanacion.com.
ar/2132704-la-imaginacion-al-cerebro-primera-parte. 13 de mayo de 2018.
6 Ese fue el punto de vista que eligió Martin Luther King la noche del 6
26
Vistas así, las futurizaciones son modos de vincularse con la
futuridad, la potencia virtual, que corresponden a lo que Mar-
garet Mead (1968) denominó cultura posfigurativa, es decir, la
cultura de sociedades que organizan sus expectativas, mandatos y
pronósticos en términos absolutamente regulados por imágenes
estáticas del futuro de las cuales las generaciones mayores apa-
recen como portadoras y transmisoras). Una cultura que parece
decirle a sus miembros: “Tu futuro es el pasado”. En Cultura y
compromiso, Mead consideró que esa lógica cultural había des-
aparecido con la desestructuración de las sociedades arcaicas y
premodernas. Sin embargo, puede afirmarse que, aunque pro-
fundamente resignificada, persiste en las futurizaciones que pro-
duce la vida social contemporánea (sean repeticiones del pasado
o novedades radicales). Existirían, eso sí, dos grandes diferencias
respecto a conjuntos sociales previos: 1. esas imágenes no ne-
cesariamente repiten el pasado; y 2. no necesariamente se asu-
men como destinos finales. Las utopías (sean éstas progresistas,
como Owen, o tradicionalistas, como Berger7), las distopías, las
retrotopías (Bauman 2017) y, más ampliamente, un cierto modo
de la planificación y anticipación de lo social podrían entender-
se como momentos posfigurativos de sociedades no organizadas
exclusiva ni primordialmente en términos posfigurativos. Serían,
dicho de otro modo, historias o memorias del futuro, “semiolo-
gías de la modelización icónica” (Guattari 1989: 63).
27
La tercera noción es la de futurabilidad, propuesta reciente-
mente por Franco Berardi (2017), quien la define como “una
capa de posibilidades que pueden o no ser actualizadas” (loc.
59). Es algo del presente que puede actualizarse o no, mientras
la futurización es asumir la actualización de un futuro en el fu-
turo. Si la futurización es un oriente, el privilegio del proyecto y
la imagen del mismo como realizado, la futurabilidad funciona
como una afección por los trayectos y sus contingencias. Mien-
tras la futurización es la producción de una imagen de futuro, la
futurabilidad es la producción de una imagen de presente como
tendencia de tránsito que altera el proyecto. Si futurizar altera el
tránsito8, futurabilizar altera el proyecto, convierte la forma en
fuerza, es una “semiótica del proceso” (Guattari 1989: 63).
La futurabilidad no se maneja bajo el principio futurizante
del itinerario; lo hace bajo un principio cartográfico diferente:
la detección, la distribución de posibilidades. Vectores, no figu-
ras. Por eso Berardi vincula la futurabilidad a la “falta de fe”, para
indicar que el desplome de un itinerario por la catástrofe de sus
imágenes no necesariamente resulta en inmovilidad, nihilismo,
indolencia sino que puede ser el modo de percibir potencias
ocultas para esa fe. De nuevo, contrastemos: si la futurización es
un punto de llegada, la futurabilización es un punto de partida.
Aquí, “la atención se dirige (...) al modo en que procede con la
máxima precisión, tanto en el estadio más insignificante como
en el más decisivo, la orientación venidera. Lo más lejos posible
28
de cualquier utopía, se trata, `sencillamente`, de hacer actuar en
su propio sentido, y por su cuenta, al efecto operante” (Jullien
1992: 15). Jullien nos pone frente a un desafío interesante: pen-
sar el vínculo de futuridad no desde el acto, ni a partir del acto,
sino en la transformación. Desde esa “perspectiva de una trans-
formación continua” y silenciosa hay que entender el acto de
calcular las futurabilidades de una situación. No se trata, enton-
ces, de quedarnos con el acto transformador (ese sería un gesto
técnico) sino de asumir que la transformación hace actuar, que
la propia acción está inmersa en una transformación9.
Como las manos de Escher que se dibujan a sí mismas, o
como dibujar sobre un caldo primigenio, dinámico, mutante, el
acto cartográfico y el territorio que mapea están en constante
producción. Es posible tomar una definición de Guattari para
las experiencias por venir, en las que “debería suceder como en
pintura o en literatura, dominios en cuyo seno cada performance
concreta tiene vocación de evolucionar, de innovar, de inaugurar
aperturas prospectivas, sin que sus autores puedan invocar funda-
mentos teóricos infalibles o la autoridad de un grupo, de una es-
cuela, de un conservatorio o de una academia... Work in progress!”
(1989: 29). Futurabilizar es destituir la primacía de la proyección y
los riesgos de empobrecimiento que impone cuando “suprime el
descubrimiento, la exploración, todo el aporte existencial que ad-
29
viene a lo largo del decurso historial (…) No puedo olvidar que
advienen, en el transcurso mismo del trayecto de consumación,
muchos actos absolutamente innovadores, muchas proposiciones
concretas improvisadas repentinamente en respuestas a la proble-
mática momentánea de cada etapa (...) Determinamos el ser por
venir explorando su camino” (Souriau 2017).
En ese sentido, la futurabilidad vendría a ser la posibilidad he-
cha emerger que redefine el mapa de lo posible, incluido en él lo
proyectado. La detección es una operación que parte, inevitable-
mente, de una cierta hipótesis de qué es lo potencial porque parte
de una cierta trascendencia (qué es lo deseable). La paradoja es
que sin proyecto (sin futurización) no hay inteligencia estratégica
en inmanencia (futurabilidad). Sin dotar al proyecto de poderes
demiúrgicos, es preciso reconocer que la detección participa de
la producción de la inmanencia. El potencial es siempre potencial
de algo. En ese sentido, el abandono de la futurización en bene-
ficio de la futurabilidad no equivale al abandono de una cierta
imagen de lo deseado sino de una determinada manera de vincu-
lar lo deseado con la situación dada, pasando del eje imagen-con-
creción al eje principio-consecuencia. No es del orden nítido del
objetivo sino del espacio inestable de lo que va resultando.
El “a punto” de la futuridad adquiere así una cierta actua-
lización, inevitablemente parcial, singular pero también “con-
temporánea de todos los estados de la transformación” (Jullien
1996: 127). Una suerte de existencia de futuro presente (Luhamnn
1976). De acuerdo a Souriau, la acción remite a la futurabilidad
porque optando por ella “el hombre se hundirá en un género
de realidad totalmente distinto al de la postulación imaginaria,
optará por una manera de ser totalmente distinta. Allí todo lo
verbal será vano, y todo lo estable de lo óntico será fantasmal”,
dando a entender que la acción es un fenómeno de realidad
moviente, radicalmente inestable. Souriau continua:
30
Para establecerse allí, para situarse en el sentido en el
que existe la acción, habrá que sacrificar toda esa óntica
sólida y estable de sí mismo (…) ¿Recompensa? Única-
mente ese hundimiento en un género de existencia que
ofrece por sí solo, no sin vértigo, la participación en lo
real a través de la operación misma de los hechos de la
acción (184).
31
a las que hemos apuntado como definitorias de la futurización.
Permite, de acuerdo a Cecilia Vallina, complejizar que
32
futurización que no se apoye en un posible o bosquejo, o en una
futurabilidad que no incube una resolución figurada, son lógicas
diferenciables. No son sólo dos formas de acción, son dos órdenes
diferentes: en el primero prevalece el aterrizaje, la solidez; en el
segundo, el apoyo como propensión hacia un movimiento abierto.
El primero está marcado por el anclaje, el segundo por el vértigo.
La futurización consiste en vincularse con la futuridad en tér-
minos de un posible figurado, concibiendo su “eficacia a partir de
la abstracción de formas ideales erigidas en modelos que se pro-
yectan al mundo y que la voluntad establece como objetivo por
realizar” (Jullien 1996: 11), mientras que la futurabilidad lo hace
desde un posible que desfigura y re-con-figura, “un dejar que
advenga el efecto: no aspirar a ello (directamente), sino a impli-
carlo como consecuencia, es decir no a buscarlo, sino a recogerlo,
a dejar que resulte” (Jullien 1996: 12). En circunstancias concretas,
navegando entre cosas y relaciones, dice Joao Biehl, “los sujetos
anticipan e inventan, y anticipan porque inventan” (2017: 42);
podría agregarse que, sin suponer causalidades simples, también
inventan porque anticipan.
A diferencia de Jullien, que sostiene que el legado griego de
formas ideales debe –y puede– ser abandonado, creo que se trata
de repensar el vínculo entre objetivos y descubrimientos, proyec-
tos e invenciones. Por eso es imposible jerarquizar los componen-
tes de futurizaciones y los vectores de futurabilidad, tanto como
prescindir de uno de ellos; asimismo, la primacía de uno u otro,
así como las especificidades históricas que los signan, alteran la
futuridad. Ésta no es una constante sino un devenir condiciona-
do por las maneras específicas e históricas en que se combinan
pasado, presente y futuro, por el modo en que se articulan heren-
cias, conocimientos, instituciones en términos de futurizaciones y
futurabilidades y que, de esa manera, se vuelven elementos en el
ensamblaje de lo social.Tal como Nietzsche y Foucault situaron al
33
Hombre como categoría histórica forjada en el espacio del huma-
nismo, así mismo podemos decir que el Futuro es una categoría
histórica constituida en el espacio europeo signado por la tem-
poralidad cristiana y ciertos fines modernos. Por eso, un desafío
filosófico, político y cultural es indagar en esos modos, asumir sus
existencias, comprender sus relaciones.Y trabajar en el sentido de
superarlo. La articulación conceptual integrada por la futuridad,
la futurización y la futurabilidad quiere aportar a esa superación.
La pregunta por el futuro sería, entonces, la interrogación
por el modo en que futurizaciones y futurabilidades entran en
relación con las futuridades: devenires, dialéctica de lo actual y
lo virtual, “lo real en transformación”, según Francois Jullien
(2010). Así formulada, esta interrogación permitiría no sólo
abordar objetos habitualmente expuestos al análisis del futu-
ro (utopías, imaginarios, intenciones concientes) sino también
indagar en formas organizativas y culturales, economías, cosas,
afectos. Todos ellos pueden inquirirse a la luz de sus vínculos
con la futuridad, en tanto elementos que funcionan como com-
ponentes de futurizaciones (por ejemplo: los urbanismos como
itinerarios que procuran gobernar lo posible en las ciudades,
o las expectativas que definen una dominación racializada) y
vectores de futurabilidades; en otras palabras, se busca propiciar
una etnografía de las futurizaciones y las futurabilidades que nos haga
reflexionar sobre los modos sociales de orientación y estrategias
o predisposiciones capaces de potenciar la exploración de lo
posible y de asumir los trayectos como ocasiones de descubri-
mientos e invenciones.
34
II
35
mentar nuestras posibilidades, nuestras potencias y las condiciones
para que la vida sea menos sufriente e injusta, más creativa y alegre.
Por eso, un pensamiento actual del futuro no puede limitarse
a la imaginación del porvenir ni a la caracterización de los medios
óptimos para lograrlo, como tampoco puede reducirse a la euforia
de la renovación tecnológica bajo el imperio férreo del tiempo de
las finanzas. Tiene que elaborar una interrogación, también, sobre
el presente en que algo es pensado y sobre los modos en que com-
prendemos las futuridades. ¿Por qué queremos lo que queremos?
¿Por qué imaginamos como imaginamos? ¿Bajo qué condiciones
establecemos relaciones con el porvenir? ¿Cuáles son los modos
específicos de vincularse, es decir, de articular y movilizar futuriza-
ciones y futurabilidades, con la futuridad en las sociedades contem-
poráneas? Estas preguntas, casi clínicas, involucran a las imágenes,
lo posible y lo imposible, lo actual y lo virtual, los procesos y las
visiones, las utopías y las posutopías, lo fijado y lo reconfigurable, lo
imprevisible. Están en el corazón de la posibilidad de abrir la no-
ción de futuro a la problemática de las futuridades, de reorganizar
los vínculos entre futurización y futurabilidad.
Comenzaré analizando ciertas dimensiones que entiendo no-
dales en el vínculo actual entre capitalismo financiero y coloni-
zación del tiempo, buscando indicar cómo el gobierno capitalista
del tiempo y las tecnologías imposibilita el pasaje a formas sociales
menos violenta e injustas a partir de una clausura operacional que
asume la forma de una futurización sin imagen.
36
Capítulo 2
El realismo capitalista y las futuridades
Flotando
navego en dirección
de aquella extraña figura de poder
Virus, Mirada speed, 1987
37
forjaron nuevas imágenes y maneras de concebir y tener en
cuenta el porvenir.
En Las pasiones y los intereses, Albert Hirschman amplió el
significado histórico y social del interés y el cálculo económico
al sostener que el interés económico, esa arma liberal, aportaba,
entre otras cosas, la impresión de “permitir predecir el mundo”
(1977: 49).Ya fuera aminorando la intensidad de otras pasiones,
menos calculadoras, ya fuera convirtiendo el impulso pasional
en impulso de enriquecimiento monetizado, el interés aparecía,
en tanto mecanismo objetivo de predictibilidad, como un modo
adecuado de reducir lo imprevisto. Los interesados de carne y
hueso podían darse las más diversas razones y motivos, pero los
economistas políticos y los políticos daban a esa figura del deseo
un papel civilizatorio y organizativo. Más que en el sentido de la
adoración, el sometimiento o la obediencia, la idea del Dios-di-
nero podría entenderse como un relevo, plagado de novedades,
del control religioso del futuro.
De acuerdo a Hirschamn, el supuesto antropológico de Adam
Smith era que los hombres estaban activados por el “deseo de me-
jorar su condición” y que el aumento de la fortuna material era
el medio por el cual la mayor parte de los hombres se proponía y
deseaba mejorar su condición (1977: 107). De esa manera, la idea
de Hobbes de que los hombres aspiran al poder y el reconoci-
miento era sustituida por la de que los hombres preferían la mejo-
ra económica por sobre cualquier otra cosa. De esa manera, en el
pensamiento económico liberal el incremento de la potencia que-
daba homologado a la disposición de riquezas materiales (entre las
cuales se cuentan las monetarias). De esa forma, Smith operó una
generalización muy amplia (“todos los hombres buscan mejorar
su condición”) por un lado y una puntualización de lo significati-
vo (las mejoras han de ser económicas) por otro1. El triunfo de la
38
economía de mercado propició la subordinación de la vida social
al hacer económico, y sus tiempos a los tiempos de éste.
Sin embargo, tal como afirma Rita Segato (2011), la idea
de que se acumula para enriquecerse es una tautología. La acu-
mulación y la propiedad, aún cuando se presenten como fines
en sí, son vehículos para otra cosa: el gobierno del tiempo
social y, muy especialmente, de los vínculos sociales con las
futuridades. En ese sentido, los programas y proyectos eco-
nómicos del capitalismo –desde Steuart a Friedman– serían
dispositivos estratégicos que no sólo apuntan a la producción,
acumulación y circulación de mercancías, y a la generación de
ganancias, sino a gobernar el futuro en términos de reducción
a expresiones monetizadas del azar de las relaciones de fuerza.
La economía capitalista, “el método para cambiar el corazón y
el alma” según Margaret Thatcher, tiene también un objetivo:
establecer un tipo estricto y muy particular de futurización.
Es en ese sentido que Karl Polanyi definió a la economía po-
lítica liberal como la “Utopía del mercado”, dando a entender
que su futurización es fundirse con la futuridad en términos
de producción de y para el mercado. Dicha utopía tiene la
forma de un sistema dinámico en el que cada molécula de lo
social, cada movimiento, cada gesto, cada poro, cada célula, es
decir, cada emisión de información se configura como valor
de cambio expresado en moneda. Esa generalización absoluta
del valor funciona como una “semiótica económica”, un con-
junto de “instrumentos monetarios, financieros, contables, de
decisión” (Guattari 1989: 42) que conforman una suerte de
programa –también en el sentido cibernético– neoliberal que
busca regular el devenir a partir de una serie de dispositivos
39
económicos, de prescripciones de valorización, cuyo desplie-
gue tiene por objeto directo a la futuridad2.
40
II
41
El dinero es tiempo
Con maquillaje y sin disfraz
aparecen los amigos de Dios
Charly García, Amigos de Dios, 2017
42
“hay dos modos –cognitivo y relacional– de interpretar
qué sucede con la moneda (…) Uno ve las variaciones
monetarias como distinciones mentales o mapas cog-
nitivos, el otro ve las diferencias monetarias como in-
dicando y emergiendo de relaciones sociales diversas y
sistemas de sentidos compartidos” (2000).
44
(Kumar 1998). Una moneda acalorada y capilar, cuya emergencia
coincide, por lo demás, con el declive de las figuraciones políti-
cas socialistas modernas (que veremos más adelante), instalando la
monetización e intensifcación de los deseos (inestables, móviles,
efímeros) como principio de gobierno de la situación social.
El personaje de Cosmópolis excede esa dimensión del cálculo
entre entradas y salidas, del dinero como bien atesorable, del dinero
como liberador de los deseos. “El tiempo no es dinero. El dinero
hace el tiempo”, afirma, y marca así un rasgo decisivo para pensar
el modo neoliberal de vinculación con las futuridades. El dinero
no es sólo un elemento que media entre dos cosas (M-D-M’), una
mercancía que busca reproducirse (D-M-D’) o un activo finan-
ciero desconectado de los procesos productivos (que podríamos
escribir D-D’-D’’). No se limita a liberar o capturar, también crea.
Es, por ello, un elemento fuertemente temporalizante. En nuestro
mundo el dinero resuena y vuelve audible, simboliza y construye
las expectativas y las proyecciones. Es un operador fundamental
de actualización de la virtualidad social y, por ello, un hacedor del
tiempo antes que un mero habitante4. El dinero se vincula con la
futuridad de modo tal que toda futurización –todo proyecto o
imagen de lo que vendrá– lo tiene presente y toda futurabilidad lo
implica. El vínculo con la futuridad que importa no es sólo el del
momento de realizacion de tal o cual intercambio específico (el
momento etnográfico) sino el que la existencia misma del dinero
constituye de por sí, su operacionalidad.
45
“La moneda ha pasado de ser signo referencial a forma estructu-
ral” afirmaba Baudrillard en 1980, en los albores del crecimien-
to exponencial y las variaciones cualitativas del capital financiero
que, desde entonces, se han intensificado y molecularizado hasta
convertir a la moneda en un fenómeno casi atmósférico, tenden-
cialmente omnipresente. En ese sentido, la ligazón entre dinero
y porvenir, el vínculo monetario con las futuridades, es una de
nuestras características sociales más profundas. Presente en las pla-
nificaciones bancarias, los programas de gobierno, las más sencillas
operaciones diarias, nuestros sueños y ensoñaciones, nuestros di-
seños, nuestros amores. Por su intensa y extensa existencia con-
temporánea, el dinero podría definirse como el modo capitalista
de procesar lo que emerge en términos de su propia futurización.
De convertirlo en una infraestructura de lo posible.
La apelación a lo infraestructura no es casual. Importa en lo
que tiene de fenómeno no siempre visible, de subestructura. Al
tiempo que la moneda deviene infraestructural en tanto la con-
fianza en ella es casi imposible de ser cuestionada o interpelada
porque “[su] naturaleza esencialmente fiduciaria (…) ha perma-
necido durante un largo tiempo enmascarada por las ilusiones
del fetichismo metálico” (Lordon 2015), lo es también en el
sentido en que funciona espacio de futurizaciones. Uno de los
rasgos de la potencia de la moneda es el de no proyectar figura
específica alguna; como el aleph borgiano, la moneda es capaz de
ser el infinito de las imágenes posibles sin limitarse a ser ninguna
en particular. Tal como afirma Tamara Stuby, “sin importar ha-
cia dónde se proyecten, nuestras fantasías diarias caen cada vez
más, a medio camino, en manos del dinero” (Borisonik 2017:
95). ¿Cuál es el modo específico en que el dinero capitalista,
esa máquina de hacer y atrapar deseos en el aire, se vincula a las
futuridades?
46
Hace poco más de una década, la corporación Mastercard
sintetizó la utopía del aleph monetizado prometiendo que po-
seer una tarjeta de crédito era tener “el mundo entero en las
propias manos”, operando una homologación entre crédito, di-
nero, mundo y posibilidades que constituye uno de los rasgos
principales de nuestra coyuntura histórica, de la articulación
neoliberal con la futuridad. Sin especificaciones ni inventario,
el dinero aparece como una promesa, un potencial, como la
no-cosa capaz de convertirse en cualquier cosa, incluso en más
de ella misma. Marx llamó a ese poder su potencia inversora, su
capacidad de invertir la ausencia en presencia (1844), mientras
que Deleuze lo ha pensado como la expresión de un sistema
contable que cuantifica las cualidades y hace, de la cantidad, una
cualidad (2005: 39). A mi entender, en esa no proyección de
figuras necesarias radica uno de sus máximos poderes de confi-
guración de lo social. Traducido a la lengua del filósofo Martín
Hopenhayn, “el dinero es deseo social indeterminado” (1988);
es un espacio de seducción, un magma de lava ardiente del cual
surgirán las piedras frías de lo realizado.
Esa indeterminación que es el dinero –lo que su existen-
cia dispone y predispone– encierra una trampa o un límite. El
gobierno de lo social a través de la moneda opera a partir de la
promesa de un conversor universal. Pero el Dios-dinero, como el
de Einstein, no juega a los dados: lo que aparece como potencia e
indefinición revela su cualidad constrictiva. Como un prestamis-
ta generoso, la moneda parece decir: “gracias a Mí podrás tener
lo que quieras… con la condición de que lo que quieras sólo lo
puedas tener a través mío”. La multiplicación de posibilidades
tiene su contracara en una determinación absoluta del acceso: el
dinero amplía (tendencialmente al infinito) lo existente a condi-
ción de reducir (tendencialmente a uno) el modo de acceso. En
otros términos, tener dinero permite hacer (y no tener impide)
47
bajo la premisa de que esa potencia, por grande que fuera, no
puede ser más que la potencia que permite el dinero. Amplía y
reduce las posibilidades de la vida traduciéndolas a sí mismo.
En función de esto puede decirse que el dinero actual pro-
duce un modo de futurización en el que las futurabilidades no
pueden otra cosa que subordinarse por la extraña razón de que
no hay proyecto que altera, no hay figura que reescribir. Es una
futurización totalitaria (por eso sostengo que el neoliberalismo
es totalitarismo de mercado5), pero no porque impida la emer-
gencia de novedades y apele al orden congelado, sino porque
dispone de un poder de gobierno de lo posible en términos de
bucle de retroalimentación, donde todo desvío funciona como
ocasión de ampliación de las condiciones para un equilibrio
posterior. Simultáneamente, las lógicas de mercantilización,
financiarización e innovación tecnológica procuran llevar el
mundo a un escenario donde cada segundo sea, a la vez, mo-
netizable y obsoleto (es decir, necesariamente cambiable). Ese
control monetizado es el tipo de vínculo con la futuridad que
la autonomización financiera no ha hecho más que reforzar.
Una lógica operacional opuesta a toda imagen fija, que propicia
la multiplicación y la devora. Como Cronos, Dios del tiempo,
a sus hijos, precisamente. En este sentido, es posible pensar a
la moneda capitalista como la forma social antifigurativa por
antonomasia y a su intensificación como la emergencia de una
futurización paradojal, una futurización sin figura. Los proble-
mas que propicia el dinero son más que asuntos técnicos o de
administración política, exceden la economía y la sociología
económica para entroncar con problemáticas antropológicas y
48
culturales profundas: las del deseo, las capacidades de crear, el
conocimiento, las proyecciones, los descubrimientos, las deci-
siones. Es el productor contemporáneo de una específica mo-
dalidad histórica de la subjetividad.
49
adelante avanzaremos sobre las potencias que yacen en nuestras
condiciones y que no van en el sentido del dinero8, pero ahora
es importante retener que esa “abstracción monetaria” es más
que nada: puede ser algo que, en su indeterminación, funcione
como una repetición insoportable y destructiva. La más material
de las espectralidades, la más espectral de las materialidades.
Eso no es nada, ni aniquilante. Eso, en cambio, se acerca más
a la caracterización que siglos atrás hizo Spinoza del dinero:
50
gen –¿la de la cifra númerica?– en sí misma y una imagen que
acompaña otras imágenes (las alegrías y las tristezas). En ese vín-
culo entre imagen, imaginación y dinero yace, a mi entender,
una clave de acceso a la especificidad de la futurización neolibe-
ral, la de una imagen abstracta que fagocita una y otra vez toda
figura hasta volverse ella misma una figuración. El dinero hace
un tiempo que es, cada vez más, el de su propia realización, más
allá de la particularidad de cualquier intercambio.
Esa abstracción se convierte, por lo demás, en violencia con-
creta, y cada vez más extendida e intensa, a partir de lo que Lor-
don llama “el shock accionario, es decir, la exigencia venida ‘de
arriba’ de extraer una rentabilidad de los capitales propios in-
comparable con las normas anteriores del capitalismo fordista”
(2015: 45). Junto a este shock accionario, una de las expresiones
paradigmáticas de la intensificación en curso de la cifra sobre la
figura como intento de gobierno de la futuridad a través de una
futurización, sea el crédito financiero. El próximo apartado está
dedicado a él.
51
La ingeniería temporal de las finanzas
52
El Eclesiastés decía que no había nada nuevo bajo el sol y
muchos tienden a pensar así, olvidando, por ejemplo, que las
estaciones modifican la temperatura solar: ni siquiera el sol bajo
el cual nada se modificaría es capaz de no modificarse. Desde
la crisis del 2008 vivimos una ofensiva del capitalismo finan-
ciero que supone, entre otras cosas, el desfonde de una manera
de concebir el tiempo social (Fumagalli et al. 2009; Marazzi
2013, Lazzarato 2013a 2013b). Aquel vínculo originario que
la economía había establecido con la futuridad está encontran-
do nuevas particularidades y una intensificación que, se nos
va haciendo evidente, modifica las condiciones sociales. Si el
dinero es deseo indeterminado, forma estructural y cifra que
viene a desfigurar toda imagen concreta, se diría, retomando la
obra reciente de Lazzarato, que el gobierno de las finanzas es la
operación específica de anticipación neoliberal, su apuesta por
procesar (debería decir: exorcisar) la futuridad en términos de
futurización capitalista. ¿Podría decirse que, como parte de la
lucha abierta a principios de los años setentas, el neoliberalismo
avanzó, a través de la moneda, más que con una imagen de futuro,
con una operación –el endeudamiento generalizado– mientras el
pensamiento “progresista” comenzaba a abandonar un registro
futurizante de su vínculo con la futuridad social?
“El crédito es un medio de privatización y la deuda un
medio de socialización”, sostienen Stephano Harney y Fred
Moten en Undercommons, un libro de 2013. En efecto, controlar
el crédito es, en la actualidad, un modo de diseminar un go-
bierno de lo social que exceda una noción restringida –espacial
y temporalmente– de economía. Es la forma en que el capital
financiero ensambla futurización y futurabilidad bajo el princi-
pio de la ganancia económica, es decir, sometiendo lo posible,
los trayectos y los proyectos sociales al valor monetario. Ten-
demos a captar rápidamente el sentido de la crítica al realismo
53
capitalista, según la cual “es más fácil imaginar el fin del mun-
do que el fin del capitalismo”, porque a lo que éste apunta es
a producir una homologación entre futuridad y futurización/
futurabilidad neoliberal.
La deuda es el momento de máxima dominación del dinero
capitalista sobre el futuro, en el sentido de una fuerza social a la
que deberemos someter nuestra existencia. Ese imperativo ha
encontrado en el gobierno neoliberal de las finanzas un modo
dislocado, eufórico e infinito, casi “una adicción final, óptima
y sólo posible gracias a un aparato ideológico y publicitario
que oculta cualquier imagen concreta que ayude a asumir sus
consecuencias” (Borisonik, 2017: 21). Desde esta perspectiva, el
imperativo de la máxima ganancia, que asume en las finanzas
una velocidad inédita, puede ser pensado como un corrimiento
sistemático de la línea de figuración. Si, por un lado, soldó la
potencia humana al dinero, prometiendo todo lo imaginable.
siempre que pasara por su cifra, hasta convertir a la propia cifra
en la potencia, por otro intensificó la potencia del dinero llevan-
do a nuevos límites su función de endeudamiento.
El tiempo se salió de sus goznes cuando el dinero se salió de
los suyos. En el capitalismo financiero, como nunca antes en la
historia, es imposible detectar una imagen de futuro, un proyecto
definitivo. Esa futurización sin figura concreta –salvo la del dine-
ro– es la que define el modo específico en que el dinero declina
el devenir en la actualidad. Si, por ejemplo, los totalitarismos esta-
tales del siglo XX funcionaron a partir de un control estricto de
la población sobre la base de postulados ideológicos, procedencias
sociales (de clase, raciales, etc.) y destinos nítidos; el actual totali-
tarismo de mercado, sin deshacerse de lógicas previas de control,
produce un escenario financiero absoluto, ilimitado en tiempo y
espacio, una de cuyas fisonomías principales (especialmente en
zonas periféricas del mundo) consiste en lo que Diego Hurtado
54
llamó “un entorno de inseguridad: inseguridad laboral, inseguri-
dad en la calle, inseguridad en la salud y la vivienda”9.
De ese modo, el gobierno financiero, propiciando y manipu-
lando esas materias primas de la incertidumbre social para bene-
ficio de su gerenciamiento capitalista, habría disuelto toda imagen
fija, cristalizando, en cambio, una operación. Tal es el parecer de
Berardi, para quien “la ética de las finanzas no es un tema legal,
una regla moral o una inyección política, sino que más bien está
inscripta en las reglas técnicas que deben ser necesariamente obe-
decidas para ganar acceso al sistema” (2017, 59%). Dicha ética es
una operación técnica cada vez menos evitable. Dicha operación
consiste en consolidar una lógica según la cual “la economía de la
deuda es una economía que requiere un sujeto capaz de respon-
der de sí mismo como futuro” (Lazzarato 2013). En otros térmi-
nos, requiere de un sujeto –individual o colectivo– compelido a
futurizarse, a proyectar su existencia, en términos de endeudado/
pagador. Es una operación proyectiva y no una mera visión, pues-
to que existe toda una infraestructura a partir de la cual dicha fu-
turización apuesta a embridar concretamente la existencia. Cuan-
do se habla de ingeniería financiera debería tenerse en cuenta esta
dimensión de su funcionamiento, su materialidad fina.
9 https://www.pagina12.com.ar/62131-el-gerenciamiento-de-la-incertidumbre
55
soporte de una molecularización de la valorización monetaria que
apuesta a la omnipresencia. Del mismo modo en que la insisten-
cia del marketing tiene como objetivo ir empujando al potencial
comprador o usuario a una situación en la que las opciones de
salida impliquen algún desembolso, la dinámica consolidada del
capital financiero procura producir un sujeto que podrá cambiar
sus estrategias de pago (es decir, podrá conseguir los recursos de
diversas maneras, incluida la de reendeudarse) pero no podrá esca-
par de ese futuro donde debe responder y de este presente donde
debe futurizarse bajo los términos del crédito financiero.
Si el gobierno del trabajo en tiempos industriales se orga-
nizaba bajo una orden que podría expresarse así: “hacé esa tarea
específica para producir esta cantidad de valor”, el gobierno de
las finanzas dice: “pagá. Como puedas”. De hecho, volviendo a
Weber y su Ética protestante, la deuda “divina”, impagable, infinita
es la otra cara de una moneda cuyo revés aloja la vocación, la
racionalización, la acumulación, el trabajo. Hay un objetivo, una
cifra, que no impone imágenes definidas sino que deja abierto
el espacio a condición de mantener bien aferrado sus límites. El
capitalismo financiero es perimetral y, a diferencia del industrial,
no asigna tareas (modo fordista de la certeza) sino que fuerza una
disponibilidad constante (modo posfordista de la incertidumbre).
Ese es el modo específico de vinculación con la futuridad del
capital financiero, que Deleuze definió como “una axiomática no
figurativa” (2005: 102). Una futurización sin imagen, una opera-
ción que es, simultáneamente, cambio y permanencia, diferencia
y repetición, aceleración y congelamiento, desvanecimiento de lo
sólido y previsibilidad total de la sorpresa por venir: ambivalencias
del capital que la lógica financiera neoliberal exacerba y proyecta
al infinito, infinitamente. “Hay que fabricar, para el deudor y el
acreedor una memoria tendida hacia el futuro; capaz de involu-
crarse en el futuro”, escribió Lazzarato para definir ese “estar allá
56
adelante” monetizado que parece ser la esencia del gobierno a
través de la deuda.
Esa memoria es posfigurativa y sin imagen, en simultáneo.
En ese sentido, si las sociedades de masas del siglo XX (es decir,
siguiendo a Buck-Morss, los socialismos y los estados de bienestar
americanos y europeos) proveyeron imágenes concretas, mi im-
presión es que el gobierno financiero actual funciona como un
poder de otro tipo sobre los deseos y sus imágenes. Si el dinero se
ofrece como imagen mínima (la cifra) que encierra o promete la
multiplicidad, la producción de endeudados apela a una suerte de
imagen negativa del dinero –un sentido del deber– que el futuro
deberá colmar pero que la lógica neoliberal, en la cual “el dinero,
antes que un indicador, es un factor de movilización” (Berardi,
2017: XX), requiere que nunca sea colmada. Es en ese sentido
que se convierte en una gramática, una infraestructura de la ima-
ginación y proyección social. Las finanzas buscan tanto colonizar
el futuro a través de la conquista de la imaginación y lo imagi-
nable como producir estructuras de anticipación que impongan
sus condiciones a la imaginación. La “axiomática del capital”, el
hecho de no estar atado a ningún territorio ni código específico
sino a un imperativo de valorización capaz de inscribirse en un
multiplicidad de flujos, puede entenderse a partir de esta especí-
fica relación que el capitalismo financiero establece con la imagi-
nación del futuro y, más ampliamente, con la futuridad.
Según Franz Hinkelammer,“el pensamiento neoliberal no ad-
mite ningún presente, sino que sacrifica cualquier presente por su
mañana respectivo. Las condiciones reales de la vida se pierden por
una quimera del futuro” (2004: 103). Sin embargo, quimeras del
futuro han habido muchas, ¿qué particularidad tiene la quimera
neoliberal? En esa lógica de la postergación o de un presente es-
pectralizado por un futuro que nunca llega lo que tiene lugar no
es el boceto de una Tierra prometida final sino la difuminación de
57
toda figura, la desfiguración.Vivimos, como nunca, en un mundo
gobernado por los mercados a futuro. Esa parece ser la especifici-
dad de la futurización financiera, un vínculo tenue con la figura-
ción, abstracto como una cifra, cuyo carácter flotante o atmosfé-
rico explica su efectividad. Además de un control de recursos, una
gramática y una rítmica del tiempo social.
El capital (no el capitalismo, que sería una figura de época, una
categoría que discutiré más adelante) es una fuerza capaz de pro-
cesar la potencia de lo social bajo sus propios términos, de someter
al tiempo. El capitalismo financiero, de un modo más meticuloso
y hasta sutil que la explotación directa, es un operador de futuriza-
ción y, quizá, el más afinado dispositivo de dominación capitalista.
Si, como decía Shakespeare,“el tiempo se ha salido de sus goznes”,
el capitalismo financiero, apuntando a la valorización monetaria
de cada partícula de temporalidad de lo social y el desprendimien-
to de la lógica del dinero de ciertos estabilizadores, es un operador
de enloquecimiento. En una dinámica cada vez más veloz que
impide cualquier figuración que aspire a durar, el neoliberalismo,
como sostuvieron Williams y Srnicek en el Manifiesto Aceleracionis-
ta (2013), hace“que nos estemos moviendo cada vez más rápida-
mente, pero es sólo dentro de una serie estrictamente definida de
parámetros capitalistas que, por su parte, no vacilan nunca”.
La tendencia del capital financiero es, como un cáncer, a
proliferar, a convertir todo momento en ocasión económica.
Solidario de esto, el capital tiene una operación. No es la com-
petencia perfecta, que bien podría haber sido la utopía liberal,
como los “mercados a futuro”. Dicha expresión sintetiza la for-
ma en que el capitalismo actual pretende colonizar el tiempo,
en una carrera de anticipaciones sin fin que procuran codificar
el futuro tal como el capitalismo es capaz de hacerlo: en clave
de un vínculo con él como vínculo económico. El tiempo está
configurado como una infinita aceleración de lo mismo: delira
58
dinero. Ése es el punto donde dinero, gobierno financiero y
futuridad se enlazan. El discurso del capitalismo no cesa de ce-
lebrar el hecho de tener una mirada a futuro, de encarnar y pro-
piciar el futuro; en verdad, como el dinero que produce y hace
circular, el precio de la infinidad e infinitud de negocios es una
estricta homogeneidad del futuro. Un parámetro inmodificable,
pero también un sueño sin contenido: el de la normalización
financiera. Porque “la norma no tiene memoria, se mantiene
en una relación muy estrecha con el presente, pretende abrazar
la inmanencia. Mientras que la Ley se da figura (…) la norma
es acéfala (…). No tiene hieros, lugar propio, pero actúa invisi-
blemente sobre la totalidad de un espacio cuadriculado y sin
bordes al que ella da distribución” (Tiqqun 2000). El sueño
financiero: crear un futuro basado en la predicción y reducción
de riesgos para las élites ricas (Bahng 2018).
Mientras procura borrar los pasados como memorias útiles,
el neoliberalismo despliega operaciones para dejarnos atrapa-
dos en su futuro. Su estrategia: “objetivar el futuro para poder
disponer de él de antemano” (Lazzarato 2013b). Ese futuro del
capitalismo no es otra cosa que el capitalismo en el futuro: el
infinito de los negocios futuros a condición de que impidamos
el infinito de cualquier otro vínculo con las futuridades. “El día
a día vive con el reloj, y esto quiere decir que el procurar vuelve
sin fin al ahora; dice: ahora, desde ahora hasta entonces, hasta el
siguiente ahora”, escribió Heidegger en El concepto de tiempo.
Este ahora, y el próximo, y el próximo, son estirados, alargados,
ensanchados por una operación de futurización que los con-
vierte en un infraestructura hecha de moneda.
59
Tecnologías
60
ción más racional, la tecnociencia, es igualmente la más
transgresora, el más desestabilizador de los referentes de
nuestro mundo (2008).
61
pecto prestar atención a las rondas de start ups que se convocan
frecuentemente por corporaciones como Google o Facebook, o
las dinámicas financieras que atraviesan Silicon Valley. Otro ejem-
plo es el de los cambios en los modos de organización del trabajo
en la NASA en las décadas recientes da cuenta de una nueva
articulación entre tecnologías y los modos de proyectar y valerse
de los descubrimientos y creaciones que surgen en los procesos.
En la agencia espacial estadounidense tuvo lugar un movimiento
que abandonó grandes planes piramidales y rígidos para pasar a
la incubación de proyectos cuyo principio de orientación es un
objetivo general pero apuntalado en lo que los ingenieros en
sistemas llaman “metodologías ágiles”, a través de las cuales los
propios objetivos se van modelando en el proceso de desarrollo
de los proyectos, en lugar de presuponérselos (Heracleous 2017).
Las futurabilidades adquieren un valor formativo mayor.
En las últimas décadas, esta acelerada invención tecnológica
con arreglo a dinero se ensambló con una estrategia de innova-
ción que antepone promesas de desarrollo a cuestiones de jus-
ticia y equidad, subraya su eficacia en la gestión singularizada y
compleja de lo social y celebra el facilitamiento de los negocios.
Para Land esta retroalimentación entre máquinas y capitalismo
no parece tener grieta a la vista:“las máquinas se han sofisticado a
sí mismas más allá de la posibilidad de uso socialista, encarnando
la mecánica del mercado al interior de sus intersticios nanoen-
samblados y evolucionando mediante algoritmos cuasidarwinia-
nos que crea hipercompetencia al interior de la infraestructura”
(2017: 67). La postulación de este final irreversible de la ambi-
güedad tecnológica suscita una sentencia claustrofóbica de Land,
a mi entender excesiva. Sin embargo, ayuda a dejar claro que la
moneda intensa es una tecnología de poder que invoca e incita
el desarrollo de tecnologías digitales capaces de una colonización
molecular en condiciones de una existencia social a gran veloci-
62
dad, que refuerza la noción de una futurización sin imagen, una
operación, que propuse en el apartado anterior. Ciertos usos de
la tecnología estarían en el corazón de dicha operación.
No obstante, aunque Land homologue absolutamente mer-
cado neoliberal y tecnologías, existe –o persiste– una aspiración
a la felicidad social de base técnica: los humanos liberados para
la creatividad, el ocio, los disfrutes gracias a la invención de má-
quinas que llevarían adelante la mayoría de los trabajos poco pla-
centeros, repetitivos, brutalizantes11. Esta imagen, frecuente en el
discurso político-técnico, apareció con las primeras utopías tec-
nológicas (que comenzaron con Nova Atlantis (1625), de Roger
Bacon)12, que suponían que la justicia y la felicidad social eran
asuntos a resolver por vías tecnológicas (Bloch 1957).
Desde finales del siglo XVIII los programas políticos se dota-
ron cada vez más de elementos e imágenes procedentes del dis-
curso científico. Al respecto, Baczko afirma que en dicho siglo el
discurso utópico dejó de ser monopolizado por el género litera-
rio y apareció, a la luz de las novedades sociales y técnicas de ese
período, en nuevas articulaciones entre ciencia y futurizaciones.
Fue entonces cuando emergió una fundamentación científica
de las visiones utópicas, con Fourier, Owen, Saint Simon. Pero el
11 Me detengo aquí en modos de vincularse con las tecnologías fuertemente
marcados por aspectos nocivos (capitalismo, securitismo). Más adelante, en
la tercera parte, procuraré avanzar sobre algunas imágenes de lo tecnológico
en curso como espacio fundamental en la producción de posibles sociales.
12 Este discurso se emparenta a su vez con el de los transgénicos y el fin
del hambre: cuando aparecieron los organismos genéticamente modificados
muchos empresarios, políticos y académicos hablaron de ellos como la promesa
más firme para acabar con el hambre. Lo que la justicia no había logrado, lo iba
a lograr la tecnología. El problema no había sido la redistribución asimétrica,
sino la escasez. Así, el asunto se desplazaba de la calidad humana a la cantidad
material. De los feedlots se dijeron cosas similares. Lo cierto es que no sólo el
fin del hambre no tuvo lugar sino que se dispararon enfermedades, varias de
ellas mortales, a causa de la mala alimentación.
63
tránsito fue de ida y vuelta: mientras las utopías y modelos idea-
les buscaban respuestas científico-técnicas a ciertos problemas
sociales, las proyecciones utópicas performaban las invenciones
científicas. De ese modo, visión utópica y visión científica se
condicionaban recíprocamente. Desde entonces, más allá, o den-
tro, o en contra, de la invención tecnológica como invención
de mercado, existe una zona de dicha invención que opera bajo
principios de mundos soñados más justos y equitativos.
A pesar de lo que afirme Nick Land, en los últimos años,
signados por una vida social cada vez más estructurada, mediada
y muchas veces comandada por máquinas, se intensificaron estos
sueños y sus contenidos manifiestos: aplicaciones, software libre,
biotecnologías para el cuidado ambiental, plataformas de uso co-
laborativo, “algoritmos para el bien”13 (Costa 2017)14. Existe todo
un campo de creación tecnológica (y de alerta sobre las mismas)
que no funciona bajo el principio de la monetización universal y
que, tal como afirma Tiziana Terranova, bien podría ser el germen
de una “lucha de protocolos” y de apropiación de esos medios de
producción de nuevo tipo (máquinas lingüísticas) en los que se
diriman tecnológicamente nociones de justicia y equidad (2009).
13 http://hackitectura.net/osfavelados/2016_17_proyectos_varios/2017_06_
ciudades_nietas_barna/20170602_presentation_bcn_futura_v3.pdf
14 http://www.revistaanfibia.com/entrenar-algoritmos-para-el-bien/
64
pliendo el sueño de un pensamiento incondicionado pero, a la
vez, absolutamente determinado. Aquí el programador es una
suerte de Amo en un mundo donde ya no hay más cuerpos
sufrientes y mentes constreñidas, donde los algoritmos han sido
creados para el bien común (donde el algoritmo mismo puede
considerare un bien). En el otro, la IA funciona como el pasaje a
lo poshumano. En éste los humanos aparecemos asumiendo con
humildad y resignación nuestra condición sustituible: la especie
que crea su propia superación. Aquí el programador es el Dios
que dispensa los destinos en un Juicio Final tecnológico, donde
ha triunfado una noción de pensamiento y conocimiento de
base fuertemente cibernética, en el que la incertidumbre episte-
mológica se confunde con la indeterminación ontológica para,
posteriormente, eliminar a la segunda a través de la eliminación
de la primera. Tal es, por ejemplo, el fundamento del desarrollo
actual de un arte de la guerra sin combate, dronizada, como la
que describe Gregoire Chamayou:
65
ética. Ese futuro de redención de la especie explica también
por qué estas corrientes antihumanas suelen estar cargadas de
religiosidad y visiones de mundos soñados en los que ya no hay
seres humanos sino máquinas humanizadas.
Amos o extinguidos, tal parece la bifurcación que dibujan las
actuales futurizaciones tecnológicas. Por la vía del gobierno mole-
cular y molar o la de la desaparición, lo contingente está en el cen-
tro del debate político, ético y epistemológico, porque lo que está
en juego es “una configuración que contribuye, insidiosamente, a
regular el campo social con vistas a converger en la construcción
de un entorno destinado a impedir en todo momento la mínima
fricción” (Sadin 2017: 138). Estamos inmersos en un mundo en el
que late un minucioso gobierno de la anticipación que, como tal,
procura producir y procesar información para la construcción de
una materialidad social acorde. Un conocimiento de la anticipa-
ción para una sociedad de trayectorias gobernables.
15 http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-39511606
16 Esta robotización de la vida cotidiana permite, de paso, señalar matices
decisivos para una etnografía de las futurizaciones y las futurabilidades que no
66
que hoy forma parte del corazón de la discusión sobre el futuro
del trabajo a escala mundial, se espera que las máquinas no sólo
reemplacen a los humanos en tareas específicas mayormente refe-
ridas a la fuerza física, el cuerpo y las repeticiones (como ha sido
la tendencia dominante desde el siglo XIX) sino que los susti-
tuyan en tanto seres pensantes, capaces de modificar y mejorar
en situaciones problemáticas, imprevistas, no lineales. Tal como
afirma Ivan Mave: “Diseñar máquinas inteligentes capaces, a su
vez, de diseñar máquinas más inteligentes que ellas” (AI: 2013).
En esa tierra prometida, el capital se habría desenganchado en
grado sumo del trabajo, asalariado o no, esa fuerza de la que de-
pende y a la que se opone. Pero el trabajo no desaparece en esta
configuración, sino que, además de colocarse en la cúspide del
cognitariado y en las bases de la logística, toma la forma de una
extracción que viene a componerse con el momento, temporal-
mente delimitado, de la explotación (Negri 2017).
Un buen ejemplo de esto es lo que sucedió con Captcha y
ReCaptcha. De acuerdo a Wikipedia:
67
diferenciar computadoras de humanos’). Este test es con-
trolado por una máquina en lugar de un humano, lo que
lo diferencia de la prueba original de Alan Turing. Se trata
de una prueba desafío-respuesta utilizada en computación
para determinar cuándo el usuario es o no humano.
17 http://www.eldiario.es/turing/entrevista–educacion_0_156434379.html
68
global, redunda en un inmenso salto digitalizador. Un trabajo tan
fragmentado que ni siquiera registramos como tal, en el cual el
sentido social del mismo y el sentido individual están completa-
mente escindidos. El proyecto Captcha revela cómo una “pequeña
estructura”, que gestiona algo tan fugaz como el ingreso de cinco
letras en un logueo, conectado a un uso masivo, puede convertir-
se en un beneficio general. Pero revela también cómo el control
propietario de los protocolos y programas redunda en beneficios
monetarios para un empresario que, como Von Ahn, emplea a
750 millones de personas sin distribuir ganancia alguna. Luis Von
Ahn convirtió ese trabajo no remunerado en una enorme riqueza
personal vendiendo su proyecto a Google para el Google Books
sin haber pagado jamás regalías a los millones de trabajadores que
aportamos tiempo –medible en segundos– a su proyecto.
La articulación entre estas nuevas tecnologías y la capaci-
dad humana de producir dan un paso posterior en la alienación
descripta hace ciento sesenta años por Marx: en ese entonces,
los obreros todavía podían ver qué era lo que no les pertenecía
y experimentar, a fin de mes o de semana, que el pago recibi-
do no coincidía con la riqueza generada. Esa era la vida explo-
tada. Ahora, esta fragmentación y maquinización masiva de lo
colaborativo configura una vida extraída que ya no permite tal
acción. Por eso, no hay vínculos deseables con las futuridades
sin la persistencia de la política en tanto discusión y conflicto,
pero también en tanto capacidad de figuraciones del disfrute
colectivo de estas obras, literalmente, sociales, cuya elaboración
es radicalmente novedosa18. Ni amos ni extinguidos ni extraídos.
La futurización capitalista dibuja un mundo sin roces, don-
de las órdenes sólo pueden ser obedecidas en términos de va-
18 Por eso es tan importante dar una discusión sobre el diseño y lo colaborativo
que incluya la remuneración social. Parte del último capítulo de este libro
estará dedicado a ello.
69
lorización (Captcha demuestra también esto: que loguearse es
producir valor sin pretenderlo, incluso sin saberlo19) y el flujo
informacional se traduce inmediatamente como valor, donde
“el hombre es algo que el capital debe superar: un problema,
un estorbo” (Land 2017: 53). Un mundo donde no exista in-
certidumbre o ruido que amenace la competencia: el mundo
del costo cero. Desde Von Hayek, ¿no es la identidad dinámica
entre información, velocidad y valorización capitalista la utopía
suprema del empresario neoliberal? Una figura fija del flujo.
Es en esa identidad, la de la competencia perfecta, en la que se
apuntala una figura de libertad hecha de contratos y propiedad
privada (Hinkelamert 2004). En sus textos de finales de los años
noventa, Paul Virilio decía que la velocidad de la luz era la velo-
cidad de liberación: pareciera que, para el proyecto capitalista, es
también la velocidad de valorización (1997).
Es de esperar que las subjetivaciones producidas en la lógica
de la fluidez empresarial (más allá de la relación de propiedad
concreta o del lugar que se ocupe en un esquema productivo)
no puedan parar: en términos de vínculos con la futuridad, el
discurso empresarial no concibe su detención.Tampoco concibe
la lentitud o la desaceleración. Su vínculo con la futuridad busca
propiciar una aceleración que transforme la vida al ritmo del
mercado. La aceleración bajo un mismo patrón. No hay derecho
a detenerse sino la obligación de seguir. Es entonces cuando “se
conciben ideas que abren posibilidades que mejor sería dejar sin
realizar” (Dunne 2013: 51). Las posibilidades, los peligros intuidos
y la herencia de peligros ya sufridos se amalgaman. Al día de hoy,
buena parte de la energía de la innovación científica se destina a
19 Al respecto Malaspina propone que “en vez de pugnar por la atomización de
la web en clave de libre competencia, quizá el campo popular debería luchar por
la democratización de los datos (en especial, el blanqueo del funcionamiento
de los algoritmos con que se los procesa) y por la remuneración del silencioso
trabajo digital de los prosumers.” Revista Crisis 32 (abril 2018).
70
resolver problemas que ella misma creó. De hecho, el olvido del
carácter problemático del desarrollo tecnológico muchas veces
se expresa en una natural disposición a ver la tecnología como
la superación de los problemas. Ejemplar es el caso de las inves-
tigaciones sobre “plantas resucitadoras” que se llevan adelante en
Sudáfrica (una de las nuevas presencias en el agromercado): esas
plantas tienen la increíble capacidad de reverdecer rápidamente
luego de larguísimos períodos de sequías. Pasan de la muerte a la
vida, por eso su nombre. Hoy se las investiga buscando detectar
el gen que les permite tal cambio para comenzar a implemen-
tarlo en cultivos industriales. Esos mismos cultivos industriales
que, muchas veces, aportan a los procesos de cambio climático y
ambiental que propician las sequías, en un juego de construcción
de inmunidad ante ciertas consecuencias de las propias acciones.
Jugando con algunos términos weberianos podríamos hablar de
una futuridad científica en la que ética de la posibilidad se des-
prende de la responsabilidad, y no asume el acompañamiento de
sus efectos y consecuencias.
Las corrientes poshumanistas más radicalmente antihumanas
se abrazan a este imperativo de la no detención y la aceleración.
Como aquellos personajes de Michel Houellebecq (2007) en
La posibilidad de una isla, que realizaban sin demasiada resistencia
la extinción de la especie humana, o los postulados ya mencio-
nados de Land (2009), no detenerse equivale a evolucionar y la
evolución equivale a la eliminación (voluntaria) de los Homo
Sapiens. Es el advenimiento de la Singularidad, ese punto en el
que seremos superados, y no se trata de profecías apocalípticas,
caóticas, destructivas, arrebatadas, sino de un adormecimiento
colectivo, el crepúsculo de los humanos. Para estas corrientes
el futuro es algo que pertenece a los posthumanos, algo que los
humanos preparamos para otras entidades biotecnológicas, que
ya están siendo fabricadas y que no sabemos de qué son capaces.
71
La Inteligencia Artificial es la búsqueda de efectuar el paso de
una racionalidad objetivada (en cualquier máquina) a una “ob-
jetividad racional abierta” (Kelemen 2013); el camino que aspira
a despojar de contigencia a la existencia humana es el mismo
que intenta dotar de contigencia a la vida de las máquinas. Es así
que en ciertos tramos del discurso científico, filosófico y eco-
nómico actual opera una futurización en la cual la futurabilidad
como capacidad de alteración, descubrimiento y prefiguración
se delega en organismos sintético-biológicos que ya no respon-
den a la categoría “humano”. Ese sería el núcleo del vínculo
poshumano con las futuridades.
Ese vínculo con las futuridades requiere una disputa política
y procedimental intensa. Esas “tareas de lo inhumano” que hoy
laten y se manifiestan en una infinidad de proyectos científicos
(desde la IA a las biotecnologías, pasando por los algoritmos
y las automatizaciones) son tan riesgosas y amenazantes como
posibilidades de configuraciones sociales más equitativas. Son,
por decirlo a la manera de Tiziana Terranova (2017) o el acele-
racionismo, medios de producción del siglo XXI que, como en
el XIX y XX las máquinas industriales, deben ser disputados y
apropiados para otros fines20.
20 http://iopscience.iop.org/article/10.1088/1741-2552/aaab6f/meta
(sobre lectura en tiempo real de pensamiento verbales)
72
lan, está siendo reemplazada por un contingente completa-
mente real, real que está permanentemente revolucionan-
do sus propias reglas, real, que resiste cualquier inclusión en
un Mundo totalizado (universo de significado)21.
21 https://www.pagina12.com.ar/63769-irma-o-el-fin-de-la-naturaleza
73
molecular llevando tendencialmente al infinito la posibilidad de
detectar complicaciones22. Estos descubrimientos podrían ser al-
tamente beneficiosos. Sin embargo, suele suceder lo contrario.
Enlazada a duras condiciones de acceso mercantil, a una coyun-
tura social signada por la incertidumbre, el temor y la ansiedad
(en nuestros términos: a futurizaciones que dibujan lo peor y
futurabilidades que sólo detectan empeoramientos) y a la inten-
sificación de un tipo de experiencia individual que propicia la
sensación de aislamiento respecto al entorno, la medicina pre-
ventiva y las biometrías resultan un dispositivo de futurización
decisivo en la vida contemporánea que abonan relaciones pá-
nicas con lo imprevisible. En palabras de Raquel Taranilla23, el
individuo se convierte en un mapa de riesgos. El riesgo de existir
(el riesgo vital) se traduce en un autopoliciamiento capaz de
alcanzar niveles exasperantes y traumáticos, provocando un su-
frimiento psíquico considerable. Hipocondrías agudas, el control
estricto de las calorías ingeridas, tours médicos, son síntomas de
este autopoliciamiento, de por sí un componente de los víncu-
los sociales con profundo impacto político. La vieja denuncia
contracultural que alertaba que “el policía está en tu cabeza” ad-
quiere aquí una nueva acepción: ya no se trataría de un elemento
moralista o superyoico represivo –que nos impediría ser quienes
“realmente” querríamos ser– sino de un agente de autocontrol
y evaluación –que nos indicaría qué hacer para seguir vivos lo
máximo posible y que, a la vez, es nuestro propio enemigo–. El
viejo policía era un obstáculo hacia nuestro proyecto; el actual es
un máquina constante de detecciones preocupantes.
22 La noción de precisión, como el adjetivo molecular, son cada vez más
utilizados para referirise a situaciones de aplicación tecnológica intensiva,
como las guerras dronizadas o la agricultura OGM.
23 El cuerpo y los peligros cotidianos: origen y consolidación del individuo
hipervigilante en el imaginario colectivo (Raquel Taranilla), vol. 2018/1
[papel 185] ISSN 1695-6494
74
La proyección compensatoria de este discurso es la de un
mundo donde el riesgo no cese jamás, pero siempre sea conju-
rado. Un mundo de alertas exitosas, de probabilidades nocivas
minimizadas. A esta futurización la podríamos denominar fantasía
de optimización. Si en los sesentas murió el humanismo24, el actual
devenir acelerado de las biotecnologías parece aspirar a desactivar
la humanización (más que la humanidad) como margen de sor-
presa biológica y social. En la fantasía de optimización y el temor
a los riesgos parece conjurarse la humanización contingente. Es
la contingencia, sus modos y qué hacer con ella, la que está en el
centro de la vinculación con la futuridad que despliega la futuri-
zación del biopoder, y que la medicina expresa nítidamente.
Todo esto expresa sus modos más preocupantes en lo que de-
nominaré, con intenciones provocadoras, el racismo biotecnológico25.
Actualmente, la medicina y las biotecnologías han hecho que el
discurso de la purificación de la raza deje paso a una preocupación
por la variación genética pero también por la optimización de las
posibilidades (Ariza 2012). No el bebé sino las condiciones mis-
mas de gestación y embrionarias en su nivel molecular y celular
son el territorio de dicha optimización. En este punto el racismo
ya no necesariamente piensa en términos de supremacía blan-
ca sino de red racializada exitosa. En tiempos de manipulación
y control genético, el racismo de la medicina ya no requiere la
piramidalidad que supo tener; ahora se organiza como gobierno
eficientista del individuo somático: un racismo biotecnológico.
Salvo excepciones anacrónicas, hoy la medicina no refuerza el dis-
curso racista (como lo hizo durante el siglo XIX y parte del XX)
sino que lo refuta. “Si se pregunta qué porcentaje de genes está
reflejado en la apariencia externa, sobre la que nos basamos para
75
establecer la raza, la respuesta es aproximadamente del 0,01%”,
dijo Harold P. Freeman, del Hospital General de Manhattan, que
ha estudiado la cuestión de la biología y la raza en una entrevista26.
Esa afirmación es casi universal. De allí, también, que el suprema-
cismo blanco actual, al modo de la Alt-Right estadounidense, no
apele a mucho más que el matonismo, las experiencia sociocultu-
rales diversas y una apología incondicional de la competencia de
mercado como lugar consumado del darwinismo social.Ya no se
trata de justificar sino de imponer, no se trata de que se reconozca
la supremacía sino que se la sufra sin más. Incluso produce otra
vuelta de tuerca: el que sufre es, ahora, el sujeto racial dominante.
De poderoso biológico a víctima sociocultural. Tal es así que en
los últimos años puede verse la emergencia de un blanco que se
presenta como estafado por la supuesta vagancia negra o aterrado
por las escenas de inseguridad. De allí que presente su dominio
como necesario para evacuar dichos efectos, y no como una causa
decisiva de los mismos.
26 https://elpais.com/diario/2000/09/13/futuro/968796001_850215.html
76
la y con un grado de precisión inaudito27. Es, en la mirada de
Sandro Mezzadra, una nueva fase –que va de la microfísica a
los grandes planos sociales, de los deseos individualizados a las
finanzas globales– de cercamientos, como aquellos que en el
siglo XVII dieron pie a la acumulación originaria (a la expro-
piación originaria) del capitalismo.Y no sólo se trata del control
de los flujos sino del acto, de ser necesario, de imposibilitarlos:
discutir el poder de imposibilitamiento tecnológico que incuba
una humanidad con contingencia reducida es fundamental para
un pensamiento político actual que quiera debatir otros vínculo
con las futuridades.
Mientras, por un lado, como han afirmado Paul Virilio,
Donna Haraway o Bruno Latour, la definición de cuerpo hu-
mano, humanidad, naturaleza y cultura cambian a medida que
el desarrollo tecnológico amplía, reformula o supera nuestras
capacidades y posibilidades (y los riesgos asociados a ellas), con
las segregaciones neoliberales, orquestadas en la fase de mayor
interconexión poblacional de la historia, el afuera tiene dos op-
ciones: no existe o es absoluto. La segregación (que desde una
perspectiva político-racial Malcolm X definió, en 1964, como
un “no estar ni dentro ni afuera”, una distancia que no permite
la autonomía ni la integración sino sólo un vínculo de domina-
ción) produce residuos. El neoliberalismo produce un discurso
–racial– en el que el otro no sólo es desagradable, peligroso, más
o menos estúpido, más o menos astuto y ventajero, más o menos
explotable, sino que roza la desubjetivación total: no sirve para
nada, está perdido, es irrecuperable. Una basura que ni siquiera
merece, como en los tiempos de la disciplina, el beneficio de la
normalización. Son los que cargan con “el estigma del descar-
te”, materia de una futurización racista en la que su lugar es no
valer nada, no tener otra posibilidad que la imposibilidad.
27 http://www.eldiario.es/turing/Big–data_0_161334397.html
77
Uno de los grandes logros del neoliberalismo moleculariza-
do es su eficacia en la disputa por la percepción social de la con-
dición de víctima. Para dicha percepción la víctima es víctima
no sólo porque se le supone una nula capacidad de decidir sino
porque se le comprende como una entidad viva a la que se la ha
arrebatado lo posible. Pero para sufrir ese arrebato de lo posible
debe presuponerse que lo poseía; es allí donde emerge una con-
sideración racista de la condición de víctima. Si el que muere
no era objeto de esas expectativas, es decir, si se lo suponía ya
sin posibilidades, entonces no es una víctima. Es el destino del
residuo. Es en ese punto, ese modo de pensar, donde se cruza el
racismo, la diferencia de clase (aunque no siempre se la requiere)
y la fantasía de exterminio: hay que eliminar ya lo que se afirma
que no tiene futuro. En efecto, el racismo contiene un compo-
nente de futurización decisivo para el mismo, en la medida en
que su argumento se apoya en algún tipo de proyección de lo
que un humano debe ser, puede ser y puede no ser. En ese sen-
tido, las racializaciones son un tipo específico de futurizaciones,
o en todo caso deben ser leídas también a la luz de éstas.
Esa lógica residual se ha visto funcionar muchas veces du-
rante el siglo XX; de hecho, fue parte de la primera muerte
del humanismo. Pero cuando se declaró esa muerte, que fue
también la muerte de un cierto vínculo con la futuridad, los
exterminios y genocidios (el nazismo, Vietnam, Indonesia, un
poco después Argentina) tenían un carácter limitado en el tiem-
po. El genocidio era un fenómeno extraordinario, que se pro-
ponía eliminar un supuesto factor de riesgo biológico, cultural,
político. Respondía a la metáfora de la medicina de órganos,
de la cirugía y la extirpación. Hoy, el pensamiento neoliberal
asume que esa residualización ya no es aguda sino crónica: basta
con escuchar sus pronósticos sobre el crecimiento poblacional
y sus proyectos científicos y tecnológicos para concluir que no
78
pocos planteos apelan solapadamente al “sobra gente y cada vez
sobrará más gente”. Un ejemplo reciente de ello fue la opinión
de Juan Carlos Parodi, un médico argentino que, en el contexto
de la discusión sobre la despenalización del aborto, sostuvo la
necesidad de legalizarlo no como un asunto de salud pública o
interés en la vida y los proyectos y posibilidades de las mujeres
sino como forma de reducir la población de pobres en benefi-
cio del control social y el valor económico. Su pronóstico fue
que “en tres generaciones, las familias pobres generan 80 nuevos
habitantes y las no-pobres sólo 16 (...) Nos estamos llenando de
habitantes con escasa capacidad mental, con pobre educación y
tendencia al delito” (Bercovich 2018)28. Así como la discusión
sobre el procesamiento de residuos no ha hecho sino incremen-
tarse en las últimas décadas, proposiciones como las de Parodi,
que troca un debate ético y de salud por uno de criminología,
control y beneficio económico, forman parte de una futuriza-
ción en clave de procesamiento de residuos humanos.
Esa residualización crónica, conjugada con las segregaciones
y las nuevas fronteras, adquiere un cariz delicado si se piensa
que no equivale a estar por fuera de los imperativos del valor.Ya
no se trata siquiera de la figura, muy propia de los años noven-
ta latinoamericanos, del excluido, cuya función, con la mejor de
las suertes, era proveer al famoso ejército industrial de reserva,
aunque lo cierto es que su lugar social era el de la expulsión total
(Lewkowicz 2002). El mundo de la fábrica social financiarizada,
del trabajo automatizado, donde la producción de valor no co-
noce límites, fronteras, ni tiempos, no pierde de vista, no olvida,
a esos expulsados. Un poco como en Soylent, la distopía cine-
matográfica de 1973, en la cual la explosión demográfica com-
binada con el recalentamiento global y los monocultivos acaba
28 http://mundoempresarial.com.ar/noticia/369/el-aborto-legal-atraviesa-
a-los-empresarios-y-la-interna-del-gobierno-con-el-pap
79
produciendo una industria alimenticia cuya materia prima son
humanos muertos, en nuestra actualidad los que sobran tampoco
estarán seguros en los territorios donde sobran. Ni en sus propios
cuerpos: desde las redes de trata hasta la venta de órganos en mer-
cados negros, pasando por los incipientes mercados de esclavos en
Siria, se está acelerando un proceso de valorización de lo consi-
derado residual. Mientras tanto, las biotecnologías, las necesidades
energéticas, las posibilidades casi infinitas de inventar ciudades de
la nada (como las ciudades fantasmas que han nacido al calor de
la especulación financiera en China) van encogiendo el mundo
humano para ampliar las superficies de negocios. Los que sobran
ya no pueden limitarse a sobrar: como en la novela de Houelle-
becq, o en las declaraciones de cirujanos lombrosianos, tendrían
que empezar a desaparecer; o, como en Soylent, volverse materia
prima (y ya no trabajo) de otras vidas humanas.
Este es el otro aspecto de la muerte del humanismo poshu-
manista en clave de capitalismo neoliberal: no es suficiente con la
indiferencia o el temor respecto al otro. Hay que decirlo abier-
tamente: la hipótesis de futuro del gobierno tecnológico-médi-
co-militar es la de una guerra constante, diseminada por todo el
planeta. Bajo esa imagen, es necesario un avance de la criminaliza-
ción de las relaciones sociales, la intensificación de las racializacio-
nes y la producción de nuevas segregaciones, en conexión con las
biotecnologías, las ciencias de la información, la robótica.
Quizá, retornando por otro camino al eje del gobierno de las
finanzas y la semántica de la moneda, se pueda proponer la hipó-
tesis de que esta problemática brota de los modelos de negocios y
las formas de financiamiento (bursátil e inversiones privadas) que
actualmente sustentan buena parte de la investigación tecnoló-
gica, anclada en emprendedorismos y start-ups29. Hasta no hace
80
mucho tiempo (digamos: los primeros dos mil y la euforia de una
internet democratizante) las utopías tecnológicas tenían una páti-
na humanista: su destino era mejorar lo social a través de la distri-
bución perfecta de riquezas, el ocio placentero, la productividad
eficiente, la comunicación transparente y pacificadora, etc. En el
último tiempo esa dimensión de la imaginación tecnológica ya
no está necesariamente presente, se ha desenganchado de la ima-
ginación política, aunque ésta, una y otra vez, busque los modos
de reconstruir ese vínculo (Sadin 2017). El resultado de todo esto
es el de una futurización tecnológica, y unos imaginarios tecno-
lógicos, quizá como nunca antes despegados de una idea de justi-
cia. Un modo ilustrativo de este temor respecto a una disyunción
entre la invención tecnológica y el problema de la justicia puede
verse en varios capítulos de la serie Black Mirror, donde, a mi en-
tender, se interroga las justicias y las venganzas a la luz de lo que
es posible y probable con las tecnologías disponibles actualmente
y en un porvenir cercano. Black Mirror muestra una preocupa-
ción: la tecnología se convierte en un mecanismo de distribución
de venganzas y ajusticiamientos en las que o bien el sujeto está
a merced de un soberano anónimo (la tecnología es totalitaria,
como en el capítulo de las abejas o en el del joven que es obligado
a una serie de hechos para purgar un acto), o bien es reducido a
una suerte de bucle de conciencia (como en el capítulo “Justice
Park”, de la primera temporada) que repite infinitamente una
situación de castigo (la tecnología y la farmacología garantizan
allí un presente eterno que, en definitva, es una futurización con-
gelada, imposibilitando cualquier otro vínculo con la futuridad).
En una y otra, la contingencia ha sido eliminada.
81
Aunque aparezca como una especie de cosmopolitismo kan-
tiano, la utopía de la comunicación planetaria (Mattelart 2002),
en su versión capitalista neoliberal, hecha de un uso fundamen-
talmente mercenario de la información recogida, no se vincula
al bienestar social sino, como afirma Fernando Carmone (2017,
Revista Crisis) “a captar lo posible en lo actual” para, desde allí,
enterrar a la contingencia bajo la producción y procesamiento
constante una masa infinita de información instantáneamente
valorizable.
82
Capítulo 3
Los vínculos con las futuridades en las políticas
socialistas y possocialistas
83
pía para diferenciar las utopías modernas de las figuraciones de
mundos ideales anteriores al siglo XVI, al menos en Europa. En
dicho libro, Mannheim definió que las primeras suponen una
“contraactividad” mundana que transforma la realidad existente
mientras que, en las segundas, esa actividad no sería necesaria
(aún sí podría tener lugar) porque la contradicción entre vida y
felicidad se resolverían en el plano celestial y no terrenal. Pero,
aunque lejos y escondida, Cockaigne era de este mundo, y a su
modo resolvía la contradicción en la tierra o, lo dicho, confun-
día cielo y tierra.Y mientras en Cockaigne se brindaba, comía y
bailaba, las herejías y los milenarismos europeos, muchos de los
cuales eran reajustes prácticos y doctrinarios del vínculo Cie-
lo-Tierra, tenían efectos directamente mundanos (como, por
ejemplo, los levantamientos en Alemania en el siglo XVI o los
dulcinos en Italia, algunos siglos antes) y desplegaban prácticas
que transformaban sus entornos. Eran contractividades.
En este sentido, si la acción no es exclusiva de las utopías
modernas, lo que diferenciaría a las utopías modernas de las uto-
pías medievales no parece ser la existencia o inexistencia de una
actividad transformadora, tampoco la colocación de su resolución
dentro o fuera de este mundo, sino las matrices que definen esas
utopías, mucho más platónicas por su preocupación por el orden
y la organización política que orientadas por los placeres de la
carne. Pero también la procedencia social de la imagen utópica
los diferencia. El cielo de los cristianos estaba profetizado: la figura
que enlazaba el futuro cristiano con la actualidad era el profeta, el
hereje o la voz autorizada de la Iglesia. Si bien se suele adjetivar
a los utopistas como profetas la caracterización es inexacta. A los
utopistas, desde Moro, la visión les pertenece enteramente, no son
los ojos de Dios, no están hablando a Dios ni están siendo habla-
dos por él. Hay allí una idea distinta del individuo, de lo que está
contando y viendo, de lo que puede crear. Es más un visionario
84
que un profeta; por eso su perfil lo asemeja al viajero y no al san-
to. El visionario secularizaba y territorializaba aquello que en la
profecía aparecía soportado en Dios.
El visionario tampoco es un adivino. Éste descubría lo que es-
taba dado, quitaba el velo para que adviniera lo que ya estaba en
proceso. El futuro estaba escrito y el adivino era el mensajero del
Destino. Mientras el adivino traduce lo ya escrito, el visionario es-
cribe el futuro. La diferencia es importante porque marca el lugar
del individuo (o el colectivo) en el vínculo con la futuridad: quién
está en condiciones de imaginar, cuáles son sus fuentes y sus legiti-
midades, de qué forma incide. Con las utopías ya no son los profetas
ni los adivinos ni los santos ni los que pueden incidir en el futuro.
La Utopía de Moro localizó una sociedad ideal en este mundo,
la mostró como inevitablemente inalcanzable, secularizó las pro-
yecciones de mundos ideales dotándolas de una conjunto de re-
glas y funcionamientos claramente definidos. Si “Cockaigne fue
presentada como una imagen lista para volver más soportables las
circunstancias miserables de la vida cotidiana” (Peijl 1997:18), Uto-
pía era la imagen del orden perfecto, de la regla de funcionamiento
eficaz, la conjura terrenal del dolor y el caos. Al respecto, en Los
imaginarios sociales (1988), Bronislaw Baczko remarcó un rasgo ca-
racterístico de las elaboraciones utópicas que expresa su modo de
conjurar el riesgo: la transparencia social. Una sociedad utópica es
transparente: no hay doble intención, no hay malentendido, no hay
mala fe.Tendencialmente, todo lo que sucede está expuesto. Es una
sociedad sin intimidad ni revés1. Esa idea de transparencia implica
también que toda imagen tiene un sentido fijo y unívoco: no hay
ambigüedad. Hay una relación entre la luz total y la ausencia de
1 Este aspecto, y su inversión, será uno de los tropos predilectos de las distopías
del siglo XX (Nosotros, de Eugeni Zamjatin; 1984 de Orwell, Un mundo feliz,
de Huxley) donde se ven aparecer la doble intención, la intimidad, el secreto,
el desvío como elementos que buscan ser imposibilitados o extirpados. Desde
este punto de vista, las distopías son un elogio de la opacidad.
85
movimiento, entre la univocidad y la estaticidad. Las invenciones
utópicas se apuntalarían en la idea de que la justicia tiene como
condición poder ver; que alguien, que una institución, que una
tecnología, pueda ver, por fin, todo. La transparencia de las rela-
ciones, de las ideas, de las intenciones, de los intercambios, de los
movimientos.Todos sabríamos qué queremos, qué se espera. En las
utopías, en su ilusión de transparencia, anida siempre el supuesto
de que el orden social justo es enteramente predecible. Quizá por
ese motivo, las utopías se parecen muchas veces a inventarios, có-
digos civiles, reglamentaciones; construyen un género signado por
la enumeración. Esa voluntad exhaustiva de definir todo y hacer
transparente cada acción, convierte a las utopías en un dispositivo
jurídico en el que el vínculo con la futuridad debe ser programable.
De esas maneras, la utopía fue productora de nuevas experiencias
del tiempo; arcilla de los vínculos modernos con las futuridades
(Mannheim 1929). Al definir y figurar una alteridad social en este
mundo, al suceder en el plano de la experiencia humana y no en la
dislocación entre lo celestial y lo terrenal, la utopía fue un primer
propiciamiento de un vínculo abierto con la futuridad. Sin em-
bargo, con su futurización tan rígida, con la fijeza de sus imágenes,
solía inhabilitar lo que había hecho emerger.
Durante los siglos XVIII y XIX, las elaboraciones del dis-
curso utópico fueron temporalizando las sociedades que presen-
taban. Éstas ya no se encontraban en lugares remotos, olvidados,
inaccesibles o nuevos para los europeos (como América) sino en
una posición futura en la línea cronológica. Esta estructura, que
vinculaba filosofías de la historia, leyes históricas y futurizacio-
nes (Lowith), vale para el progreso acumulativo de los Esbozos de
Condorcet como para el devenir para sí revolucionario de la clase
de los trabajadores en el Manifiesto comunista de Marx y Engels.
Y vale, muy especialmente, para las experiencias de movilización
política que, desde entonces, articularon diversamente imágenes
86
de futuro y modos de arribar a ella. Objetivos y programas, metas
y estrategias, fines y medios. Poco a poco la perspectiva política
fue consolidando lo social como su territorio, y un modo de
gobierno que ya no era el de la soberanía sino el gobierno de las
poblaciones, sus movimientos, sus acciones, sus expectativas (Cas-
tel 1995, Foucault 2009). Ese animal poliformo era bastante más
sorprendente y complejo que la vida de palacio, las sucesiones
monárquicas y las batallas campales. Sus movimientos inespera-
dos, sus irrupciones, sus estrategias condicionaron y produjeron
nuevos vínculos políticos con la futuridad. La utopía devino, o
derivó, en programa político.Y fue el programa, y sus futurizacio-
nes, el que impuso su forma y sus tiempos a las utopías durante
los siglos XIX y XX2.
Si la utopía era una imagen del futuro, el programa consistió
en la identificación e instrumentalización de cierto componente
utópico en el presente capaz de ser proyectado hacia el futuro. En
otros términos, el programa fue el nuevo modo de establecer un
vínculo futurizante con la futuridad. Este desplazamiento, o dina-
mización histórica de un proyecto de futuro, propició el pasaje de
una figura fija a un agente que soportaba el proceso de figuración
utópica. El pueblo, la clase, la Nación, convirtieron a la esperanza
utópica en expectativa política. Sobre uno de esos componentes
utópicos –el sujeto social– me gustaría detenerme para avanzar en
el análisis del modo en que se articularon futurizaciones y futura-
bilidades en la política emancipatoria moderna.
87
Los componentes utópicos del socialismo
Heaven, heaven is a place
a place where nothing
nothing ever happens
Talking Heads, Heaven, 1979
88
En la escritura militante del período no es sencillo encon-
trar visiones catastróficas del porvenir. Incluso las malas noticias
del presente (muertes, derrotas) se convertían en bondades a
largo plazo. Para un guerrillero argentino, por ejemplo, se asistía
a la culminación de un largo proceso:
89
terpretaciones, válidas, define su pertinencia por su especificación
nacional: no podría hablarse en los mismos términos de la Unión
Soviética, China, Cuba, Chile, las experiencias populares armadas
latinoamericanas o las socialdemocracias europeas.
Este proceso de derrota/desastre/catástrofe/agotamiento se
intensificó a comienzo de los años ochentas. Entonces, la crisis
de los mundos soñados de la justicia de los estados socialistas,
las experiencias revolucionarias latinoamericanas y africanas y las
transformaciones en la producción de subjetividad en los países
centrales del capitalismo (Guattari 1989), aceleró la desintegra-
ción de una determinada armazón económica, política y cultural.
Esa armazón estaba construida sobre un vínculo con la futuridad
en el que una determinada futurización de lo social codificaba el
registro de las futurabilidades y lo plegaba a su poder proyecti-
vo: la hipótesis (y la narrativa) de un sujeto político/personaje
temporalizado que debía atravesar una serie de situaciones que
realizaban parcialmente su verdad para, finalmente, acceder a la
verdad definitiva sobre sí mismo. Dicha verdad era, también, la
de un postulado político-antropológico que veía al ser humano
como preparado o destinado para un cierto proyecto histórico3.
De acuerdo a Gutiérrez Aguilar, “la pregunta central de la
práctica política emancipativa concreta –el primer orden– que
ocurre de manera caótica al interior de un conjunto de flujos en
marcha que constituyen una movilización o un levantamiento
es, sin duda alguna, ¿qué hacemos? ¿cómo avanzamos?” (2007:
18). A esa pregunta central, yo agregaría dos: quién avanza y ha-
cia dónde. El qué y el cómo establecen diversas relaciones con el
hacia dónde y el quién: de las relaciones posibles, llamaré política
del sujeto de la historia a la narrativa en la que el quién define una
expectativa que condiciona profundamente al qué y el cómo.
90
Si se admite que el relato y la estrategia política moderna
se construyó a partir de un personaje narrativo que soportaba
una imagen de futuro, el marxismo fue un discurso que, basan-
do sus predicciones políticas en el futuro del excedente eco-
nómico (Nicolaus 1971: xviii), instalaba al proletariado como
sujeto de la historia. Lo que nombraba (una condición social)
acarreaba un proyecto histórico (una resolución específica de
dicha situación): tal la “matriz del Hombre nuevo” (Lowith
2007, 54). Nombre, condición, destino: visto así, el proletariado
era una categoría narrativa y una figura sociotemporal a la que
se le suponía una tendencia histórico-política determinada (la
revolución socialista) una posibilidad efectuable pero también
una consecuencia necesaria. Sólo un factor externo (la falsa
conciencia, la traición, la violencia del adversario) podía inte-
rrumpir ese proceso. La revolución estaba como el roble en la
semilla del roble. De hecho, las metáforas de la política revolu-
cionaria moderna no sólo se ligaron al discurso de la violencia
(la “partera de la historia”), la guerra (detectable en categorías
como “táctica y estrategia”, “enfrentamiento”, “vanguardia”) y
la fábrica (“producción”, “planificación”, “proceso”, “coordina-
ción”) sino también a la botánica y la biología (vale aclarar, pre-
biotecnológicas). El germen de la revolución, el brote revolucio-
nario, el crecimiento del movimiento, los frutos de la organización
política, la maduración de las condiciones. En todas esa figuras
anida una forma de comprender la acción, la situación actual
y su vínculo con la futuridad. Con la derivación política de la
procedencia social la expectativa trocaba en deber ser histórico.
La futuridad se fundía en una futurización que convertía el pro-
yecto en destino.Y, allí, la apuesta perdía parte su sustancia, si es
que hay apuesta donde no hay certeza absoluta y donde, si algo
falla, no es mero accidente sino desvío inevitable. Quizá pueda
decirse que el límite de Marx fue no pensar la ambigüedad. En
91
cierto sentido el materialismo histórico es un modo de resolver
ambivalencias pero no de soportar las ambigüedades.
Bebiendo de este gesto futurizante (y utopizante) de Marx,
remontable a figuraciones bíblicas como el Pueblo elegido, o
históricas como el Tercer Estado de la Revolución francesa (que
según Saint Just “hizo emerger una novedosa idea de felicidad
en Europa” (Hirschman 1982: 2), muchas categorizaciones polí-
ticas forjaron un enlace sólido entre una condición social y una
expectativa política que desembocan en una determinada figu-
ra de porvenir. De acuerdo a Félix Guattari, “los antagonismos
de clase heredados del siglo XIX han contribuido inicialmen-
te a forjar campos homogéneos bipolarizados de subjetividad”
(1989:12). Esa figura bipolar, por su parte, requería pasar por la
práctica, tendiendo “a destruir, ya sea parcial o completamente,
el orden de cosas existentes en determinada época” (Mannheim
1941: 169), luego del cual uno de los polos resultaría vencedor.
A mi entender, esa actividad de pasaje define la práctica utó-
pica, su modalidad indica que la utopía no se opone al hacer
en general sino que participa en la composición de un hacer
determinado. La utopía es un modo de hacer signado por la
futurización que la impulsa.
En los sesentas y setentas, nuevamente, los nacionalismos re-
volucionarios o progresistas, vieron al Pueblo como un cúmu-
lo utópico. Vieron, por ejemplo, que allí estaba la víctima de las
condiciones sociales; vieron, también, que funcionaba como re-
servorio de saberes, sabidurías y dignidad. Sus sufrimientos ac-
tuales y pasados, su posición subordinada en la estructura social,
lo convertían en el lugar donde la Nación habría de amalgamar
sus mejores intenciones y proyectarlas como futuro mejor. En ese
sentido, el Pueblo (fueran hacheros de la cuña boscosa santafesi-
na, campesinos en la selva colombiana, zafreros cubanos, peque-
ños comerciantes de pueblos de provincias o, más modernizados,
92
obreros fabriles) fue un componente de futurización, al tiempo
que agente de traducción cuya frase final se pronunciaba en la
lengua del Estado. Metáfora geográfica de una visión del futuro
político, en Argentina por ejemplo, el interior resolvería sus con-
flictos, nuevamente, como en el siglo XIX, cuando hiciera base en
Buenos Aires. La toma del poder, la ocupación jubilosa del Estado
que, entonces, coincidiría para siempre con la Nación, era la tarea
de un colectivo al que se le suponía homogeneidad4.
Cuando las verticalidades del Estado-Nación moderno, los
partidos políticos y las teorías revolucionarias entraron en cri-
sis, las utopías soñadas desde lo alto fueron sustituidas por “un
millón de pequeñas utopías, a veces soñada por una única per-
sona” (Dunne and Rbay 2013). La derrota/desastre/catástrofe/
agotamiento de este vínculo socialista con la futuridad, tal como
se había forjado durante los siglos XIX y XX, coincidió con la
conformación de otras figuras de la política, otros protagonis-
mos sociales y políticos. Los pueblos originarios, las mujeres, las
disidencias sexuales, las vidas racializadas e inferiorizadas, en-
tre otros, con sus historias, sus vivencias, sus especificidades, sus
proyecciones, se convirtieron en reservorios de nuevos vínculos
con la futuridad. No siempre estas políticas lograron salirse de
la esperanza sociológica5, al contrario, la crisis de la centralidad
política del proletariado industrial que derivó en la búsqueda de
estos “nuevos sujetos” muchas veces conservó “la matriz con-
93
ceptual previa que ciñe la mirada en el ser por sobre el hacer”
(Gutiérrez Aguilar 2007: 28). Si bien se han configurado en la
afirmación de una cierta diferencia, construyendo posiciones de
sujetos que soportan una potencia política y dibujan una ima-
gen de futuro diverso a nuestra actualidad y su ordenamiento,
en ocasiones comparten la cualidad de vinculación férrea entre
una condición social que delimita una procedencia legítima y
una determinada futurización política.
94
En ese sentido, la utopía puede pensarse como la última gran
manera de una futurización política forjada en una gramática del
futuro perfecto, donde “el porvenir parece ya fluido y archivado
(...) “Habré sido feliz”, “habré tenido muchas ocasiones”, y así
sucesivamente: en todos estos casos dejamos atrás de nosotros lo
que aún no es, lo hacemos materia de recuerdo. El futuro perfecto
es una memoria del porvenir” (Virno 2003: 30). Se le da a un acto
futuro el peso de acabar con toda potencia futura. Incluso, ese
acto puede, paradójicamente, ya haber sucedido. Es el caso con los
procesos políticos (podría ser la revolución francesa, la revolución
rusa o el peronismo del 45) que más que taquigrafiar o sintetizar
un momento histórico operan como modelizaciones hacia ade-
lante, como recursos posfigurativos de lo que debe ser hecho. La
reciente victoria del macrismo en Argentina ha sido un ejemplo
de esto: más allá de la función deslegitimante o de denuncia que
pueda tener compararlo con el neoliberalismo menemista de los
años 90 y de apelar al helicóptero de De la Rúa como imagen
de un deseo sobre el destino huidizo de Macri, la estructura de
equivalencias que se genera aporta decisivamente a una modeli-
zación de lo porvenir y de lo deseable con gran significación7.
Esa especularidad con lo sucedido va construyendo un proceso
La competencia perfecta de Von Hayek es, sin dudas, una utopía tanto como
el falansterio de Owen o cualquier imaginación socialista. En este capítulo
he decidido focalizarme en las futurizaciones que a mi entender postulan una
régimen de justicia en el que la distribución de lo posible es más equitativa
y se expresa una deseo colectivo de expandir la capacidad de creación social
(sea colectiva como individual) cuidando siempre el carácter democrático
de dicho deseo.
7 En esta línea puede pensarse lo que, siguiendo a Virno, llamaría “liturgia”:
“el velamiento de la variedad de acciones contingentes que se suceden en
el tiempo, reconduciéndolas a ciertos arquetipos inmutables; precisamente
así permite multiplicar sin traumas el número de esas mismas acciones”.
La liturgia constituye “un modo de permitirse la historia a través de la
mediación de la deshistorización” (2003: 187).
95
de equivalencias históricas (“x proceso actual equivale a x pro-
ceso previo”) con enorme valor práctico, en la medida en que,
camuflados como pronósticos y predicciones, no cesan de ins-
cribirse en las materialidades del presente.
Por lo general, a la utopía se la impugna por ser ideal, pero
también se la podría cuestionar por la repetición y la negación
del cambio. No por la idealidad sino por la fijeza. La utopía es un
futuro sin futuro; un especie de futurización política que produce
una figuración estática de lo deseado. Una estrella polar, el Norte
de la brújula, el Oriente. En ese sentido, funcionaría en términos
posfigurativos. De lo dicho más arriba sobre las narrativas utópi-
cas y su declive puede deducirse que cierta “ingenuidad utópica”
–la que profetizaba una absoluta realización de lo ideado como
ideal– fue abandonada sin que ello desembocara en una supera-
ción de la estática utópica como tal. En muchos casos se aceptó la
distancia infranqueable entre deseo y realizabilidad y se la celebró
como el mecanismo básico de movilización del deseo. Célebre,
por lo bella e ilustrativa, es la definición de utopía de Fernando
Birri que Eduardo Galeano diseminó:
96
ración nítida, una futurización rígida, como el caminar infinita-
mente hacia el horizonte utópico.
Ese modo específico de pensar el futuro supone que existe
un determinado fin histórico de lo histórico8, una conclusión
de lo temporal, por lo general anclada a una moral o un pro-
cedimiento. La aspiración a una existencia en la que los males-
tares, los interrogantes y las opacidades hayan desaparecido o
sean inocuas. En ese sentido, en tanto futurización enlazada a
una imagen nítida, el pensamiento utópico es un ideal de trans-
parencia. ¿No fueron las utopías revolucionarias modos del fin
de la historia, formas de presentar un porvenir específico en el
que todo lo humano, todos los posibles humanos, estuvieran
incluidos y transparentizados? ¿No fueron modos de amoldar el
vínculo con la futuridad a una futurización estricta? Porque la
utopía no es sólo una figuración, sino un principio de acción:
ver lo bello y, luego, hacer lo que se ha visto.
En los noventa solía criticarse a Fukuyama porque se veían sus
tesis del “fin de la historia” como la condena a muerte del pro-
gresismo y la revolución o, más aún, como la constatación del fin
de la diferencia histórica porque “el fin ya habría sucedido, a es-
condidas: sin clamores y, sobre todo, sin Juicio” (Virno 2003: 190).
Un poco antes, en los años ochentas, Franz Hinkelammert había
ensayado una crítica radical de los teóricos del neoliberalismo (en
especial Von Hayek y Popper) como voceros de la antiutopía; de
acuerdo al pensador alemán, éstos escritores producían
97
los portadores de este extremismo utopista camuflado,
de la anti-utopía como utopía verdadera (1984: 102).
98
es un proceso de desaceleración de lo social. La utopía fija, o
tiende a fijar. Es una imagen estática, estabilizante. El tiempo es
histórico, el futuro está abierto pero a la vez tiende a una fija-
ción. De allí que Jameson defina a la utopía como un enclave,
algo posicionado en un entorno más general y con reglas pro-
pias, y proponga considerar en torno a qué esa utopía, ese en-
clave, ha aparecido. La utopía en sí misma es una ciudad aislada,
que tiene algo de repetición, de estática, y donde la justicia se
da bajo el modo de esa repetición. En la utopía, la justicia está
en la reproducción idéntica: la trama urbana, la producción, la
educación. En ese sentido, lo interesante e incómodo de la uto-
pía es que no hay una imagen detrás de la utopía. La utopía es la
imagen final. Esa idea del enclave permite pensar esa estaticidad
gracias a la cual la utopía vendría a ser una forma histórica de
supresión de lo histórico. Asume el tiempo pero se plantea el
desafío de aniquilarlo.
Esa organización del discurso y la inteligencia estratégica
correspondiente, cuyo conjunto podemos llamar políticas del su-
jeto de la historia como erradicador del malestar, no han desaparecido
pero sí han menguado su influencia y se han visto obligadas
a convivir con otras modalidades de articulación política con
la futuridad. Porque, a diferencia de lo que sostuvo la retóri-
ca capitalista, eufórica luego de la caída del muro de Berlín,
las corrientes críticas de los modos de vida capitalistas no se
extinguieron. El enunciado, ya canónico, de que el desplome
del mundo socialista fue la causa, o síntoma final, de un vacia-
miento absoluto del futuro no es históricamente acertado. No
es cierto lo que afirma Svetlana Boym, para quien: “El siglo XX
comenzó con una utopía futurista y concluyó sumido en la
nostalgia” (Bauman, 2017: 12). Eso fue lo que le sucedió a una
determinada cultura política, ¿utópica?, pero no a toda la cultura
política emancipatoria. Que las proyecciones hayan cambiado
99
radicalmente su morfología y su fisiología no quiere decir que
no haya proyección alguna.
La crisis/derrota/catástrofe/agotamiento del socialismo no
coincidió con el colapso de las futurizaciones y las futurabilida-
des políticas sino que dio paso a nuevas maneras de vincularse
con el porvenir, muchas de ellas en diálogo directo con las po-
siciones socialistas, que podríamos llamar “antiutópicas”, pero
esta vez no por antagonismo a la utopía sino como antípoda,
en el sentido en que un polo se opone a otro pero no es su an-
tagonista, y que fueron modelando nuevas posiciones respecto
al tópico del futuro. A continuación, destacaré ciertas aristas del
denuncismo, las políticas de la víctimas y la micropolítica.
100
Vínculos possocialistas con las futuridades
Que un sueño acabó, ya te dijeron,
pero no que todos los sueñitos, no
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Pura suerte, 1982
9 http://www.lanacion.com.ar/958487-democracia-si-politicos-no.
101
destinaciones opuestas), antidemocrática: movimientos securi-
tistas, apoyo a genocidas, lobbies empresarios, antiabortistas. Esa
“democracia de la desconfianza” puede trocarse en desconfian-
za de la democracia, con importantes consecuencias en relación
a cómo una sociedad articula sus vínculos con la futuridad10.
De acuerdo a Stephen Duncombe, en los últimos decenios
este rasgo denuncialista ha avanzado tanto y de tal modo sobre
la imaginación política progresista que muchas veces no deja
margen para otros discursos. “Los únicos sonidos que proceden
desde nuestra posición no son más que murmuraciones de un
discurso tímido y suspiros de indignación justificada” (2018: 32).
Corremos el riesgo, intensificado por cierto uso de las redes
sociales, de convertirnos en sujetos que ofrendan denuncias. In-
dicar los niveles de mal que produce una cierta práctica y su re-
sultado (la contaminación, el hambre, la corrupción, las guerras,
la energía nuclear, etc.), recordar una y otra vez su inviabilidad,
visibilizar una y otra vez las estructuras mafiosas de todo tipo
(bancos, élites, trata de personas, políticos) que empeoran las
vidas humanas constituyen acciones discursivas frecuentes: mu-
chas de éstas denuncias pueden ser muy útiles, pero también co-
rren el peligro de ser gramilla ligera para una política suturada a
un periodismo de titulares, apuestas ansiosas a que la saturación
del conocimiento de los desastres acabe en un cambio. En el fu-
turo de la denuncia anida el hartazgo como afecto movilizador.
Duncombe afirma que la queja y la indignación actual flo-
recieron en el contexto de una crisis, en las últimas décadas, en
la capacidad de proyección de mundos deseables y de la crítica
y destitución de los que habían sido potentes. La debacle de una
102
cierta futurización habría arrastrado consigo toda futurabilidad,
toda detección de líneas explorables. En ese proceso, la esperan-
za puesta en la racionalidad argumentativa como mecanismo de
elucidación política y el recurso a la denuncia (por corrupción,
violencia, etc.) y a las estadísticas suplantó, en el discurso polí-
tico progresista y revolucionario, a la elaboración de imágenes
de lo deseable en el porvenir. Fue así, afirma Duncombe, que
el progresismo se volvió reactivo, se puso a la defensiva espe-
rando tal vez que la acumulación cotidiana de conocimientos
de injusticias desembocara en movimientos sociales creativos.
Sin embargo, el componente creador casi no aparece en este
discurso: o bien se supone que ya sabemos qué hacer o bien que
no hace falta saberlo, que esas son tareas para el día después de
la rebelión de los hartos. El ejercicio sistemático de la denuncia
pareciera haber venido a sustituir al proletariado en su lugar
de componente decisivo en la futurización emancipatoria. El
sujeto es el mensaje, o el afecto.Y no hay rastros de afirmación
o positividad, sino una suerte de vulgarización de aquello que
Tiqqun ve anidando en la función crítica moderna, que será
103
derechos humanos, de las que en Argentina tenemos una ex-
periencia invalorable, que se remonta a las Madres de Plaza de
Mayo para llegar al pedido actual de justicia por los femicidios
o los activismos construidos en torno a los casos de violencia
urbana, policial e institucional (Di Filippo 2016). Las políticas
de la memoria han ido asumiendo como un lugar cada vez más
protagónico en las últimas tres décadas, ya sea en una clave po-
lítica que propone los ejercicios colectivos de memoria para un
futuro más justo como en una clave teórica que, recuperando
el pensamiento de autores “olvidados” durante décadas, como
Maurice Hawlbachs y Walter Benjamin, postula el estallido del
tiempo lineal y homogéneo de la Historia, que nos orientaba
hacia un futuro feliz y conllevaba el olvido –aún si dialéctico–
de las generaciones pasadas y las injusticias cometidas sobre ellas.
El estallido de dicho tiempo (llamémoslo el de una futurización
socialista en clave futurista) ha permitido un tratamiento muy
diferentes de los pasados traumáticos (Traverso 2012; Portelli
2004) con profundas consecuencias en las maneras en que los
discursos y las prácticas políticas ordenan sus prioridades, sus
nociones de justicia, su desconfianza ante unas imágenes de fu-
turo que no asumen las grietas, las heridas y las catástrofes pasa-
das y presentes sobre las cuales se constituyen.
Vistas desde una consideración lineal del tiempo, las políticas
de las víctimas se habrían dado en el polo opuesto a los relatos
fundados en las políticas del sujeto de la historia, que a pesar de
portar ese nombre estaban orientadas al futuro, constituyendo
una inversión de la mirada política, ahora vuelta hacia el pasado,
que expresa “una expansión planetaria de la sensibilidad por lo
vulnerable y lo humano descompuesto” (Gatti 2016: 2). Una
sensibilidad, vale decir, que en la actualidad funciona, aunque
sea parcialmente, “como vía de acceso a la condición de ciuda-
dano”, o al menos a lo que queda de ella, y que se ha activado en
104
simultáneo a la propagación del capitalismo mundial integrado
y sus lógicas de colonización exhaustiva de la vida, una de cuyas
consecuencias es la residualización crónica descripta en el apar-
tado sobre tecnologías.
A estas nuevas condiciones históricas y de temporalidad po-
lítica el historiador francés Francois Hartog (2007) las denominó
“presentismo”, dando a entender con ello un modo de organiza-
ción del tiempo histórico en el que el presente asume una rele-
vancia novedosa, una nueva tesitura, dejando de ser el momento
efímero de una viaje hacia la verdad para convertirse en instan-
te, o instancia, formativa. Reparatoria. Como planteando que la
apertura de un vínculo de futuridad no sólo no podía olvidar a
los muertos y las víctimas sino que la reparación y la memoria son
condiciones para aquél, el discurso político asumió un cariz que
evoca a Walter Benjamin que al día de hoy signa buena parte de
las políticas de izquierda y los movimientos de derechos humanos
a nivel mundial11. Más que en un determinado, o predetermina-
do, sector social, la política de la víctima se ha apoyado en quien
ha sido objeto de un daño caracterizable, mayormente, por un
uso desproporcionado de la fuerza (estatal, paraestatal, económica,
simbólica) cuya naturaleza permite entenderlo como una injus-
ticia y un dolor. Esta matriz sirvió durante mucho tiempo a la
delimitación de los traumas sociales operados, mayormente, desde
el Estado con fines genocidas o persecutorios; pero en las últimas
décadas fue objeto de una expansión inmensa que, progresiva-
mente, fue victimizando sectores y situaciones hasta entonces por
debajo de la línea de victimidad: los hay más cercanos a las consi-
deraciones originales de la política de víctima (violencia de géne-
ro, violencia institucional, inmigrantes, poblaciones hostigadas) y
los hay más alejados (accidentes de tránsito, robos, etc.).
105
¿Qué vínculo con la futuridad establece la víctima? A mi en-
tender, una relación de expectativas muy diversas a las que podía
establecer un sujeto definido como revolucionario o progresista.
Las expectativas de la víctima son reparatorias. Su vida pende en
gran parte de esa posibilidad y su efectuación; de hecho, muchas
veces pende exclusivamente de esa posibilidad, corriendo el ries-
go de anquilosarse como destino. Esta nueva zona de la política
progresista operó un giro hacia el pasado y una redención de las
víctimas que desplazó el sentido del futuro. Desplazó y resignificó,
pero no anuló: por eso resulta desacertada la afirmación de Bau-
man según la cual “en cuanto se la despoja del poder de dar forma
al futuro, la política tiende a transferirse al espacio de la memoria
colectiva” (2017: 64). El error del sociólogo polaco consiste, por
un lado, en desalojar a la política de las víctimas del registro actual
de la política; y, por otro, en suponer que la política de la memoria
(que, a mi entender, es un subconjunto de la política de las vícti-
mas) es una simple inversión hacia el pasado con consecuencias
sencillamente aniquilantes del vínculo con la futuridad. Al con-
trario, el auténtico desafío del pensamiento pasa por comprender
qué vínculo establece la víctima con el porvenir, en qué sentido
la política de la víctima reorganiza el vínculo con la futuridad.
Vienen al caso el ejemplo de las organizaciones y experien-
cias articuladas en torno a la violencia institucional, desde el
afroestadounidense #BlackLivesMatter a la argentina Multisecto-
rial contra la violencia institucional (de la ciudad de Rosario). Estos
espacios se constituyen alrededor de asesinatos a manos y armas
policiales de jóvenes socialmente estigmatizados y, la mayoría de
las veces, criminalizados. Los familiares y amigos de estos jóve-
nes se convierten en víctimas por transitividad, por sus ligazones
afectivas de diverso tipo con los jóvenes asesinados. En esa trama
de victimizados tiene lugar un inmenso y complejo trabajo de
elaboración colectiva que busca conjurar algo del dolor, lograr
106
conquistas judiciales y evitar la repetición de ese tipo de vio-
lencias. De hecho en los familiares de víctimas suele identificar-
se un pasaje de la “mera” víctima-familiar a la víctima-familiar
que politiza su dolor, una situación que puede prolongarse por
mucho tiempo y mantenerse activa a partir de una demanda de
justicia (la mayoría de las veces interpelando a las instituciones
estatales, especialmente el Poder Judicial). Al respecto, entiendo
que es un movimiento que podría parecer paradójico o contra-
dictorio: la reparación es el modo de futurización de la víctima
(es decir, su proyecto). Pero la misma es abierta, convoca a la
emergencia de futurabilidades. El trabajo de reclamo de la víc-
tima es el del derecho a tener posibilidades. En este sentido, la
condición de víctima puede definirse, en relación a la futuridad,
como aquella en que el futuro reenvía al pasado como sitio de
victimización mientras que aquél –el futuro– se presenta como
instancia de reparación. El presentismo del que habla Hartog
sería una torsión antifuturista del futuro hacia el pasado. Asu-
miendo un valor que cierto futurismo revolucionario le negaba,
el presentismo de la política de las víctimas opera una transfor-
mación profunda del estatuto político pasado y de su vínculo
con cualquier futuro posible.
El riesgo de esta configuración política, en términos de un
pensamiento de la futuridad, está en lo que Gabriel Gatti deno-
mina “la clave de re-”, es decir, que el horizonte de lo posible
se angoste hasta coincidir con el retorno de aquello que el daño
lesionó o destruyó. Re-parar, re-construir, re-visitar, re-conocer
impiden dibujar figuraciones menos previsibles, menos antici-
pables, menos futurizantes. Pero ese riesgo no es un destino, sino
una encrucijada política.
107
La crítica de las utopías como formas casi congeladas de lo so-
cial, como imágenes fijas y sueños sólidos hacia los cuales, en el
mejor de los casos, habría que caminar infinitamente, fue una
gran conquista de la elaboración política de las últimas décadas.
Desde diferentes matrices se fueron produciendo discursos po-
líticos en el que el objetivo a cualquier precio perdió potencia
de seducción y propició un giro hacia una pensamiento de los
medios como fines y del proceso como creación. En ese ca-
mino, emergió, desde los años noventas, un activismo mundial
que abandonó o cuestionó fuertemente la mirada técnica de la
política para acercarse a una prespectiva vitalista, sin ser por eso
pragmática. Hubo experiencias profundamente innovadoras: el
Movimento Sem Terra brasilero, los movimientos piqueteros
argentinos de principios de siglo XXI, los movimientos pro-
tagonistas de la Guerra del Agua en Bolivia, la territorialidad
zapatista en México (de la que hablaré más adelante) y, más
recientemente, algunas experiencias municipalistas en España
(especialmente la de Barcelona). Asimismo el movimiento de
software libre ha sido decisivo en la producción de un escenario
digital no monopolizado por las corporaciones capitalistas.
De diferentes maneras, a veces bastante inesperadas, mu-
cho tuvo que ver en estas experiencias la discusión que agitó
la corriente central de la filosofía francesa posterior a 1968
(Deleuze, Foucault, Guattari, Derrida, Rolnik, Lyotard, en-
tre otros), que desbordó ampliamente las fronteras europeas,
y que todavía mantiene cierto impulso a pesar de los mortales
riesgos escolásticos de la jerga y los movimientos en falso. El
cuestionamiento del sujeto de la conciencia y la fenomeno-
logía empalmó con una crítica amplia y de varios flancos a la
consistencia del significante, la univocidad de la representación
y cierta soberanía no declarada de lo imaginario (Callois 1989;
Backzo 2005). Asimismo, las figuras sólidas y proyectivas de la
108
política apuntalada en el marxismo recibieron estocadas deci-
sivamente poderosas12.
No entraré aquí en el detalle de esa historización, por lo de-
más fundamental para la producción política presente y futura.
En cambio, me interesa sopesar, esquemáticamente, la potencia
–e impotencia– de un conjunto de prácticas activistas que se
nutrieron de (mientras nutrían) los conceptos de esa compleja
epistemología deseante (Berardi 2007). Una enorme y hetero-
génea población que hizo presencia en Europa, América Latina,
Estados Unidos. Que se conformó en grupos, colectivos, es-
pacios, movimientos sociales, partidos, desplegados en acciones
económicas, político-estéticas, educativas.
Una de las modalidades de estas políticas de izquierda de
los últimos treinta años ha sido la de un autonomismo confi-
gurado como un activismo anclado en la confianza en el deve-
nir prefigurativo (diferente a la esperanza en un cierto futuro),
la política del encuentro y los sujetos sorpresivos, en la apuesta
a que en la exploración del deseo anida (o anidaba) la posibili-
dad de un deseo no capitalista. Allí, en un combate con lo peor
–lo stalinista– de las tradiciones comunistas, toda futurización
fue leída como un riesgo concreto de clausura y autoritarismo
y dejó su lugar al acontecimiento y la apertura, propiciando
una enorme cantidad de invenciones estéticas, grupales, cultu-
rales. En ese sentido, las derivas de estos movimientos han sido
fundamentales para una nueva consideración del vínculo entre
futuridad y futurabilidades; de ellos habrá que aprender para
relanzar muchos desafíos.
12 Algunas de ellas busqué indicar y retomar en mi crítica de los fundamentos
utópicos del socialismo, las políticas derivadas del sujeto de la historia y
el modo en que las expectativas circularon en esos cuerpos y esos corpus.
También está presente una mirada posestructuralista –que yo llamaría una
interpretación no económica de la economía– en las consideraciones sobre
el dinero y el crédito financiero neoliberal.
109
Esto último invita a una aclaración, puesto que la suposición
de una política sin futurizaciones no necesariamente se condi-
jo con los efectos de esa política. Es el propio Franco Berardi
quien, en su último libro, propone una crítica a las experiencias
autonomistas cuando cuestiona a Toni Negri por sostener una
inevitabilidad política: la de la multitud como sujeto posfordista
de la transformación. Berardi cuestiona el entusiasmo negrino:
“el mismo lleva a una fantástica obliteración de la realidad, y es-
pecíficamente abre paso a una fantástica obliteración de la vida
contemporánea de la subjetividad”. En otras palabras, la excesiva
expectativa sobre la multitud no habría tenido mucho que en-
vidiarle a la convicción marxista en la potencia ineludiblemente
revolucionaria del proletariado desde mediados del siglo XIX
hasta mediados del siglo siguiente. Esos “nuevos ángeles” multi-
tudinarios, como los ha llamado Katja Diefenbach13,
13 http://eipcp.net/transversal/0303/diefenbach/en/print
110
continuidad entre las teorías de izquierda tradicional y las nuevas
lecturas sobre movimientos sociales, en tanto ambas parten de
111
ble, derivado de la potencia zapatista pero mucho menos intere-
sado por los desafíos y posibilidades de la gestión territorializada,
se definió en buena medida como una aldea clandestina o paralela
a la gran urbe neoliberal. Algo de mundos paralelos, algo de sus-
tracción y la certeza de que las regulaciones y reglas son siempre
el enemigo. Una apelación a la producción de otros valores que
fue eficaz en el plano de las intensidades individuales pero que no
logró encontrar las maneras de definir un antagonismo efectivo
con la valorización capitalista.
Quizá sea hora de asumir frontalmente la provocación de Da-
mian White y “reconocer que los últimos veinte años de man-
tener la apertura no han funcionado muy bien”14; que no fue
posible un despliegue intenso de aquél deseo/planteo de Felix
Guattari que en 1989, en una coyuntura de cambios fundamen-
tales en la fisonomía de la vida contemporánea, apostaba a que
“en el contexto de los nuevos ‘elementos’ de la relación entre el
capital y la actividad humana, las tomas de conciencia ecológicas,
feministas, antirracistas, etcétera, logren alcanzar más rápidamente,
como objetivo principal, los modos de producción de la subjeti-
vidad, es decir, de conocimiento, de cultura, de sensibilidad y de
sociabilidad que dependen de sistemas de valor incorporal que
desde ahora se sitúan en la raíz de los nuevos agenciamientos
productivos” (1989: 45). Muchas veces, por desgracia, este desafío
político, estético y vital se convirtió en un ademán provocador,
incapaz de saltar el perímetro del denominado “sistema del arte”,
los estudios culturales, la crítica sociológica o el aislamiento.
En línea con esta crítica a los límites de una política del en-
cuentro se puede leer la siguiente afirmación de Franco Berardi en
After the future:“El movimiento global contra la globalización capi-
talista alcanzó una amplitud y una pregnancia impresionante, pero
14 http://www.cd-cf.org/articles/critical-design-and-the-critical-social-
sciences/
112
nunca fue capaz de cambiar la vida cotidiana de la sociedad. Perma-
neció un movimiento ético, no un transformador social” (2014)15.
Quizá el activismo se interesó durante mucho tiempo por el poder
de unos soviets a escala humana pero prestó poca atención política
a la electrificación del país; su capacidad de diseñar territorios no
fue proporcional a su creatividad conceptual. Su potencia estuvo en
la desterritorialización, la fuga, la deriva; su dificultad, en el desa-
rrollo de un trama consistente, capaz de alteraciones (y no sólo de
interrupciones) de la normalidad capitalista16.
Esa forma, muchas veces a contramano de sus propios dis-
cursos orientados a lo común, lo genérico, lo diseminable,
apostó sus fichas (a veces lamentando la estrechez del paño)
a las relaciones intragrupo, la dimensión vincular, afectiva. De
hecho, no es extraño que parte de estas experiencias hayan
derivado en prácticas comunitarias acotadas, en una celebra-
ción del vínculo inmediato, en derivas místicas y, a veces, en
una suerte de autoayuda colectiva e individual. No hay nada
reprobable en la construcción de espacios para estar, como dice
Tiqqun, “a gusto”; pero definitivamente la posibilidad de una
disputa real del avance de las tecnociencias y los securitismos
requiere también otras escalas, otras alianzas y exploraciones de
lo heterogéneo. Salvo excepciones, algunas ya mencionadas, las
tecnologías, el urbanismo, la salud, los alimentos, la producción
y distribución de riquezas, el ambiente, aunque problematiza-
dos teóricamente con gran lucidez, no han tenido centralidad
en los procesos prácticos de pensamiento y estrategia, que se
han enfocado fuertemente en movimientos acotados o de re-
15 No obstante, esta afirmación merece, nuevamente, una crítica “periférica”,
incluso decolonial. Si la noción de “movimiento global” de Berardi incluye
las experiencias latinoamericanas (Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia) es
imposible, independientemente de los debates que éstas susciten, sostener
que no cambiaron la vida cotidiana de la gente.
16 Ese fue el planteo de Hakim Bey en Temporary Autonomous Zone (1991).
113
sistencia que, al momento de tener que abordar la gestión, es
decir una especie de “capital acumulado” de creación, encuen-
tran escollos insalvables.
Antes que una falla o un déficit operativo, lo que se dis-
tingue en estas experiencias es un rechazo de la futurización
como proyecto e imagen y un abrazo intenso de la futurabi-
lidad como deriva y descubrimiento. Para evitar la indigerible
izquierda programática se cayó muchas veces en una izquierda
sin gestión, un conjunto de prácticas que encontró dificultades
en autodefinir un principio de orientación. La inmanencia se
convirtió, muchas veces, en inmediatez. Y ésta acabó siendo el
espacio de lo grupal, interpretado demasiado rápidamente como
sinónimo de colectivo.
Esa suerte de confianza en el presente vivo y el devenir pa-
rece haber sido un modo de eludir cuestiones de orden futuri-
zante, que continuaban siendo representadas bajo los términos
de la utopía y el socialismo planificador estatista, desterrando
preguntas y prácticas de poder instituyente significativo, no
sometido al un principio excepcional del acontecimiento. Si
los partidos y organizaciones revolucionarias modernas (fueran
marxistas, socialistas, anarquistas, nacionalistas) respondían a la
lógica posfigurativa del objetivo, los agrupamientos pospartida-
rios respondieron a la lógica de la deriva, el encuentro y la fu-
turabilidad, descartando casi todo vínculo con la futuridad que
implicase algún tipo de planificación. El éxodo nos17 depositó
en un territorio no siempre fértil. En la entrevista que le reali-
zamos el año pasado con el Grupo de Investigación en Futuridades,
Stephen Duncombe, problematiza, casi dramatiza, este límite de
ciertas experiencias autonomistas proponiendo, justamente, una
futurización que las interpele:
114
¿Qué haríamos si ganásemos? Es decir, en lugar de usar
la cultura como una herramienta de resistencia contra
el poder, ¿podríamos usarla como una herramienta para
crear y normalizar una nueva definición de poder? (…)
A fin de cuentas, no estoy en la lucha para ser rebelde,
estoy para lograr un mundo nuevo. Mi impaciencia con
el autonomismo surge de mi insatisfacción con la ‘resis-
tencia’ como estrategia, o más bien, con que olvidamos
con mucha frecuencia que la resistencia es sólo una es-
trategia y no la meta” (2018: 15).
115
Capítulo 4
La inventiva posutópica
117
Entiendo que lo que está en juego actualmente son las con-
diciones respecto a la capacidad de crear, de minimizar desigual-
dades y crueldades y de componer nuevos modos de institucio-
nalidad colectiva. De allí que retome la figura del “teórico de lo
posible” (Escobar: 2017), no en términos de un guardiacárcel del
tiempo, un apólogo del realismo capitalista o un gurú futurólogo
sino, como intentaré mostrar, como una atención a los modos
de estar en el mundo capaz de aportar a desactivar desigualda-
des y crueldades y potenciar capacidades. Para avanzar algunos
pasos en esas teorizaciones que buscan recombinar los vínculos
con la futuridad a partir de una redefinción de las relaciones en-
tre futurizaciones y futurabilidades, subrayaré, en primer lugar,
las consecuencias que tiene un desplazamiento en la percepción
del tiempo que nos lleve del Futuro (uno y con mayúscula) a
las futuridades (múltiples y diferentes). Sobre ese desplazamiento,
colocaré otro, de fuerte impacto sobre los modos de figuración y,
por ende, sobre los modos de hacer. Atrás queda el qué hacer como
pregunta fundamental; en su lugar, gana sitio el cómo hacer. La in-
quietud por los modos transforma la figuración estricta de la cosa
por hacer y la convierte en un problema por la modulación per-
manente (Deleuze 2016). La modulación no carece de figuración
pero sus características son otras. Con eso en mente, intentaré
desplegar cuatro aspectos que, en diálogo con la consideración
de la futuridad como múltiple, apuestan a habitar el mundo de
forma tal que prolifere la creación en situaciones compuestas por
la menor dominación posible: la relación entre posibilidad y pro-
babilidad, el arte de la enemistad, el poder del diseño colaborativo
y la estrategia de la improvisación.
118
De “El Futuro” a la multiplicidad de futuridades
119
su mejoramiento, su decadencia, provocando una sutura rele-
vante en la gramática específica de las futuridades. Pero pode-
mos afirmar, con el diseñador Otl Aicher, que “no hay ningún
espíritu de época que descubrir. La época no tiene espíritu. No
hay hilos con los que las figuras del tiempo, como en las mario-
netas, pueden ser movidas” (2001: 98). Podemos decir algo más:
que una época es pensable sólo a condición de imprimirle un
espíritu. En el momento en que, parafraseando a Nietzsche, el
espíritu deja paso a “una multitud de almas mortales”, se vuelve
necesario repensar las figuras del tiempo histórico, de la expe-
riencia humana y, con ellas, los modos en que definimos qué es
el futuro y cómo nos vinculamos con él.
La división social del trabajo se puede pensar también como
una distribución diferencial de los sentidos del tiempo (Han-
nerz 1992). La experiencia del tiempo de un feligrés evangelista
pentecostal difiere de la que pueda tener un biólogo molecular
o un jugador de fútbol profesional. Un corpus legal es una ma-
nera de escribir el porvenir diversa a los acuerdos que sostienen
a un colectivo político, un lazo amoroso, un equipo de inves-
tigación en teoría social. Todas ellas configuran diversos modos
de proyectar, de explorar las posibilidades, de vincularse con el
porvenir, y dificultan seriamente una imagen sintética del tiem-
po, un vínculo epocal con la futuridad. En esa ambigüedad de
los procesos y sus consecuencias políticas y epistemológicas pa-
rece haber pensado Albert Hirschman cuando indicó cuánto le
cuesta al pensamiento social, “a pesar de prestarle nuestro labios
a la dialéctica, reconocer que procesos contradictorios pueden
estar operando en la sociedad” (1982: 22). Y esto más allá de
la dialéctica como superación progresiva, es decir, como una
secuencia de contradicciones que van encontrando resolución.
Lo que parece insoportable es asumir la efectiva complejidad, la
coexistencia, incluso la bifurcación de consecuencias a partir de
120
un mismo fenómeno1. Tendencias que se expresan diversamen-
te, que fundan una simultaneidad de heterogeneidades antes que
una sincronización. De esa simultaneidad heterogénea y de sus
alianzas, creo, hay que partir.
Agotado el tiempo de las utopías de masas industriales que
marcaron el siglo XX (Buck-Morss 2000) es preciso deshacer-
se de una idea de historia unilineal, logocentrada, progresiva.
Esa historia, o mejor, esa interpretación de la historicidad, se
apuntalaba en una idea de lo social como totalidad o totalizable.
Agotada la opción totalizante, y con ella sus vínculos con la
futuridad, ¿cómo podemos hablar, pensar y reconfigurar nues-
121
tros vínculos con las futuridades? ¿Qué posibilidades de justicia
habitan nuestro tiempo? ¿Cómo intensificarlas? ¿Cómo des-
montar los peligros, la destrucción, el odio? ¿Cómo superar el
gobierno capitalista y económico de la contingencia humana?
¿Qué relación hay entre la creación y el porvenir? ¿Qué relacio-
nes hay entre el devenir y las regulaciones? ¿Entre las singulari-
dades y las generalidades? ¿Cómo articular novedad y estrategia?
Estas preguntas brotan del intento de pensar lo histórico como
un ensamblaje ambiguo, no epocal, no reducible a una única
variable. Un ensamblaje analizable como una multiplicidad pro-
ductiva. Como afirmó Deleuze “no hay ningún acontecimiento,
ningún fenómeno, palabra ni pensamiento cuyo sentido no sea
múltiple: algo es a veces esto, a veces aquello, a veces algo más
complicado, de acuerdo con las fuerzas que se apoderan de ello”
(2006: 11), es así que se puede comprender en qué sentido obra
la multiplicidad. Esta conclusión no debería llevarnos a la bana-
lización del sentido por exceso de relativismo sino a una carac-
terización más fina del juego entre consistencias y variaciones,
porque como dice el Colectivo Cactus “lo importante no es lo
múltiple sino qué se produce en lo múltiple” (2005: 4), no se
trata de aplastar a la verdad en el relativismo sino de entender las
verdades y la eficacia de la relaciones.
Estamos en el terreno de las ambigüedades y las polivalen-
cias, fruto de la multiplicidad. Ambas deben tener un lugar me-
todológico privilegiado. Un pensamiento de las futuridades, un
pensamiento que se recueste en la hipótesis de una virtualidad
de acontecimientos innumerables tiene que producir acerca-
mientos (teóricos, etnográficos, poéticos) que permitan pensar
y experimentar al mundo como procesos divergentes y conver-
gentes. Reconocer la existencia de una multiplicidad de futuri-
dades, futurabilidades y futurizaciones y asumir que dicha mul-
tiplicidad existe como una proliferación de efectos cuya irrever-
122
sibilidad y ambigüedad es constitutiva. Porque, como escribió
Heidegger en 1924, “no hay un tiempo absoluto, y tampoco
una simultaneidad absoluta”.
123
configurantes, entonces la atención a esos pasos es un modo
de conocimiento y creación. Es, también, una cuestión poética:
como afirmó el músico improvisador y experimentador Sun
Ra, “el lenguaje que cuenta una historia siempre está cambian-
do, no se puede contar la historia con un mismo lenguaje”. Algo
similar había afirmado el pensador taoísta Chuang Zi, casi dos
mil años antes, cuando se preguntaba cómo era posible hablar
del universo infinitamente cambiante. ¿Qué lenguajes pueden
entramarse ya no con el Futuro sino con las futuridades? ¿Qué
lazos con la figuración pueden establecer esas lenguas?
Nuestro vínculo con la futuridad ya no se daría principal-
mente como futurización en tanto que lugar o figura estática
sino como posición trabajada (trabajo de una posición; un po-
sicionamiento), es decir, en la posible afectación a partir de un
despliegue figuraciones dinámicas y exploraciones de lo posible.
Al respecto dice Bifo: “el futuro no emerge de la pura fantasía ni
de la voluntad política; está inscripto en el presente. No obstante,
no es inevitable, porque el presente existe en la oscilación entre
incontables bifurcaciones. La interpretación de las posibilidades
inscriptas es la tarea principal de la filosofía de nuestro tiempo”
(2017). La inscripción de múltiples posibilidades (la virtualidad de
acontecimientos), el carácter no cerrado de las futurizaciones, el
hecho de que interpretar incluya decisiones propicia un vínculo
abierto con la futuridad, no utópico pero tampoco reactivo a los
proyectos. La desutopización del vínculo no equivale al colapso
de cualquier posibilidad de articularlo a una imaginación y una
creación sino que exige un tipo de imaginación, por así decir,
cinética, o cinematográfica, desplegada en una pluralidad simul-
tánea, antes que fotográfica y secuencial, un diseño constante de
imágenes en construcción, como la improvisación. “A menudo
ninguna previsión: la obra terminal es siempre hasta cierto punto
una novedad, un descubrimiento, una sorpresa”, propone Etien-
124
ne Souriau (2017: 130) para pensar ese pasaje de la imaginación
utópica a la inventiva posutópica.
A la precariedad totalitaria, esa futurización sin imagen que
busqué caracterizar a través de la deuda, el dinero y las tecno-
logías para definir el modo en que el neoliberalismo impone
su temporalidad, habrá que responderle con la provisionalidad
de la invención. Tenemos que fabricar modos de estar y crear
en los que, como espera Arturo Escobar, “sean posibles formas
diferentes de pensar, ver y hacer: una era que permita la conser-
vación de los futuros” (2017: 215). Un tiempo que no clausure
el tiempo, permitir indagaciones más afines a la contingencia,
que no sean traducidas a la lengua –moderna– de la utopía pero
tampoco al idioma –posmoderno– de la dispersión. Si la utopía
era un advenimiento, nuestro vínculo con la futuridad se pre-
senta como un territorio que puede explorarse desde el presente
y que incursionarlo requiere llevar una buena cantidad de in-
certidumbre. Aquello que en otras épocas se desterraba como
vacilación o se configuraba como un molesto punto ciego en
una vida iluminada y de diseño acabado en todos sus rincones
es, hoy, lo que permite moverse.
Pensar en términos de multiplicidad de futuridades y modos
de vincularse con ella, abre la posibilidad de escribir “etnografías
de figuras multidimensionales” (Biehl 2017: 44), que no sólo aban-
donan las figuraciones rígidas (a las que llamaría “retratos”) sino
que pueden detectar potencias que, de otro modo, permanecen
latentes o invisibles. Una mirada y una estrategia que mantenga lo
múltiple puede producir y reconocer futurabilidades donde una
mirada estrictamente futurizante sólo alcanza a ver tierra infértil o
ruido sin destino. Se esboza un principio posutópico: que prolife-
re la creación en condiciones signadas por la menor dominación
posible, sin someter lo social a un principio homogéneo y encor-
setante ni a una imagen definitiva de su destino. Evitar la paranoia
125
del proyecto y la esquizofrenia del devenir. La modulación como
punto de enlace-transformativo de proyectos y haceres. Si la axio-
mática capitalista exorciza toda futurabilidad en una futurización
sin imagen (una operación), una axiomática poscapitalista debe
someter las futurizaciones a las futurabilidades. Figurar y refigurar
y desfigurar una y otra vez porque, en definitiva, no es una cierta
imagen de mundo lo que buscamos sino un principio de acción
en él que, no obstante, requiere de imágenes. Pero, ¿qué tipo de
imágenes? O lo que es lo mismo, ¿qué relaciones se establecen
entre los proyectos y los tránsitos, las figuraciones y las invencio-
nes, los planes y los descubrimientos?
Acotando la pregunta a la política, inserto aquí una coda za-
patista. A propósito del carácter prefigurativo y performativo del
caminar, creo que el zapatismo mexicano nos enseñó algo. Em-
pezando a finales de los ochentas y con 1994 como el año de
irrupción pública y visibilidad mundial, el neozapatismo tuvo una
enorme pregnancia global durante una década. Tomó distancia
de las lógicas guevaristas de un modo no reactivo y asumió una
posición con un fuerte énfasis indígena pero, sin embargo, nun-
ca meramente tradicionalista, victimista o apelando a una misión
histórica. Es una palabra política de construcción de futuros au-
tonomistas signada por una notable proliferación de historias, fi-
guras retóricas, personajes literarios más propios de la transmisión
oral que de la cultura literaria o el discurso político moderno.
Según la definición de Magalí Rabasssa (2018):
126
otra educación”, “los otros medios”, “la otra economía”,
“la otra geografía”, etc.– que, más que intentar definir
claramente el carácter o el objetivo, se limita a marcar
una posición no-institucional (autonomista), dejando
abiertas las posibilidades de lo que puede ser incluido
en cada término. La “otredad” utilizada para describir
la autonomía zapatista es efectiva en la manera en que,
simultáneamente, define y difumina; este movimiento
múltiple señala un quiebre respecto a algo, una ruptura
o huida cuyo fin es desconocido.
127
De esa manera, la conformación a partir del diálogo y la es-
tima de, en lugar de la obediencia o la sordera frente a, la palabra
del otro (que cierta política suele ver como debilidad u oportu-
nismo), reordenó la situación e hizo aparecer una potencialidad
política antes invisible. La escucha fue, y es, para el zapatismo,
una categoría fundamental para un nuevo tipo de vínculo con la
futuridad, en la medida en que hace de la espera un lugar activo
y creador, desviante. El panorama de lo que es potencialmente
un futuro posible se redefine a partir de este cambio. No se trata
de una imagen que deba ser transmitida (y que, como tal, supo-
ne una práctica de la educación y una pedagogía posfigurativa)
sino de una conversación que va inventando figuras que serán,
a su vez, materia de nuevas conversaciones, y nuevas figuras. La
noción de futurabilidad que supone un diálogo político es muy
diferente a la que supone un discurso político. El zapatismo fue
decisivo en esa diferenciación; y así nos dejó abierta la posibili-
dad de repensar el futuro2.
Modelos de convivencia, prácticas de cuidado, de relación
con la naturaleza, de gobierno, etc. Todo aquello que la retó-
rica totalizante de las utopías estatales desestimaba se convirtió
en el zapatismo en recurso para formas novedosas de proyec-
tar y hacer. En ese sentido, difícilmente pueda subestimarse el
2 Una formación de compromiso en esa discusión (muchas veces subrepticia)
sobre la futuridad, ha sido la idea de prefiguración. Hace años que se habla
de prefiguración en el sentido de poner en acto rasgos de la sociedad que
pretendemos a futuro. Sin embargo, me parece que esa figuración sigue
siendo, a su modo, utópica. Quizá no tiene la forma del esbozo total que
implicaba la utopía; es, más bien, una utopía fragmentada, insular. Paolo Virno
esbozo una crítica de los límites de la prefiguración en el mismo sentido en
1999: “Me está permitido prefigurar y esperar la realización hipotética de un
determinado evento, o sea el evento mismo en cuanto llegará a ser presente y
perceptible; pero no la potencia, refractaria a cualquier realización. La previsión
más exacta resultará incongruente frente a aquello que permanecerá latente e
imperceptible también en el futuro”.
128
papel fundador que en Latinoamérica tuvo la experiencia con
base en México que, aún saludando a Cuba y el Che como sus
referentes, claramente no los ponía como ideales. Tampoco se
trata de una inversión total, que lleva del futuro al pasado, es
decir, no se trata de un neoconservadurismo. Lo que tiene lugar
es una apuesta al encuentro de tiempos heterogéneos (Bhabha
1998; Chakrabartee 2008) gracias a la cual sea posible hallar una
verdad que no está ni en la imagen utópica del futuro ni en la
imagen idealizada de la tradición (esa utopía de la nostalgia).
Para ello, hace falta capacidad para disputar proyectos apelando
al desvío, la detección y la imaginación alternativa de futuros;
como cuando la comandanta Everilda habla de los territorios
chiapanecos y sus caminos, esos que “El mal gobierno hizo para
hacer pasar sus tanques para reprimirnos, y ahora nosotros po-
demos ir de un caracol al otro”3.
3 https://www.pagina12.com.ar/101573-todos-los-mundos
129
El sismo probable
Estoy sentado en un cráter desierto,
sigo aguardando el temblor,
en mi cuerpo
Nadie me vio partir, lo sé
Nadie me espera
Soda Stereo, Cuando pase el temblor, 1985
130
produce predicciones (y conclusiones) de lo inevitable a través
de la necesariedad de lo sucedido; y podría vincularse a ciertas
figuraciones utópicas analizadas en la segunda parte, así como al
profetismo, ya sea del pasado (religioso) como contemporáneo
(religioso, empresarial, futurológico).
De acuerdo a Gigerenzer (1989: 22), “los primeros pro-
babilistas, desde Blaise Pascal a Pierre–Simon Laplace estaban
estrictamente persuadidos por el determinismo”. Para ellos,
la probabilidad no se oponía al determinismo sino a la emer-
gencia de una novedad irreductible y el azar4. Las discusiones
matemáticas, filosóficas, biológicas y políticas de los siglos si-
guientes, con infinitos vaivenes, modificaron esa consideración
teórica de la probabilidad (Mlodinow 2008). No obstante, la
categoría de probabilidad sigue siendo objeto y motivo de
disputas en el pensamiento social. Disputas que aluden a la
discusión entre ciencia y sociedad, a cuestiones metodológicas
y epistemológicas. En la medida en que refiere a un modelo de
matematización de lo social sólo posible si el pasado conserva
alguna regularidad sobre la que pueda fundarse la predicción,
el pensamiento de lo probable sostiene un vínculo tenso con
miradas más interpretativas y etnográficas. Mientras que para
un pensamiento social moderno, la probabilidad fue muchas
veces un vertebrador existencial, para las corrientes de pen-
samiento de matriz posestructuralista la probabilidad ha sido,
en numerosas ocasiones, objeto de segregación, un antagonista
contra el que configurarse (Berardi 2017). Esa matematiza-
ción, que convertiría al futuro en una cifra, sería lo indeseable
por definición. Un modo de expresión de la ley contra el cual
había que batirse (Rose 1990).
131
Sin embargo, para un pensamiento de lo históricamente efecti-
vo un pensamiento de lo probable es necesario. ¿Por qué, entonces,
silenciarlo en el propio pensamiento o, peor aún, negarlo al tiempo
que se despliegan en su nombre proyectos peligrosos? Lo peor que
se puede hacer es elevar a principios epistemológicos las propias
consideraciones políticas y los deseos, convertir en ontología lo que
no deja de ser programático o estratégico. En todo caso, hay que
poner a jugar aquellas consideraciones bajo estas condiciones. Asu-
mir la probabilidad no es pactar con lo peor, es pugnar por darle
una escala, porque, como escribió Ignacio Lewkowicz, “para saber
cuánto puede algo, es preciso también conocer sus límites” (2002).
La cartografía social reciente es un gran ejemplo de ello: a través
de mapas temporales e infografías y estadísticas viene construyen-
do un discurso sobre la probabilidad de profundo sentido político.
Los trabajos de los argentinos de Iconoclasistas, del geógrafo Tim
Stallman en Estados Unidos o del alemán Simon Kuestenmacher,
por mencionar algunos, dan cuenta de ello. Lo mismo para una
nueva generación de economistas, sociólogos y demógrafos que
problematizan los vínculos entre producción de datos, visualización
y discurso público en términos de tendencias y probabilidades. Y
ni hablar de las discusiones, posibilidades y riesgos del Big Data y la
minería de datos como operaciones hipercomplejas de producción
de vida social a partir de la información dejada por los seres hu-
manos y las probabilidades que surgen de su interpretación. Si bien
actualmente los algoritmos operan como medios de producción
orientados a la creación de información valiosa en términos de
mercado y seguridad, no es imposible pensar en “algoritmos para
el bien”, un trabajo sobre las probabilidades que se oriente hacia la
modulación de situaciones en otros términos que los de la valori-
zación capitalista y securitista.
Teniendo en cuenta estas ideas en torno a lo probable, es
útil la reflexión de la socióloga galesa Barbara Adam, para quien
132
la cuestión del futuro puede pensarse bajo dos categorías: los
presentes futuros (lo que aquí he llamado futurizaciones: utopías,
proyectos, visualizaciones) y los futuros presentes (tendencias, pro-
cesos, fenómenos cuyas resoluciones resultan imposibles de an-
ticipar: los efectos genéticos de la alimentación a base de OGM,
los efectos neurológicos producidos por el uso de ciertas drogas
químicas –de invención reciente– durante varias décadas, etc).
Al menos en parte, una reflexión sobre los futuros presentes es
una reflexión sobre las probabilidades.
133
y al gráfico sísmico como un modo de figuración posutópica,
de buscar en aquello que hoy sucede pistas sobre lo que podría
suceder. Indicar probabilidades, diseñar no tanto una imagen
como las posibilidades de una imagen en constante diseño.
En esta línea, un aspecto de la investigación sismográfica
actual podría ser productivo e ilustrativo para un pensamiento
de la futuridad que reconozca que nuestras condiciones actuales
se organizan, al menos parcialmente, en términos de una proba-
bilística. La investigación sobre terremotos indica algo: no tanto
que en nuestro presente habitan futuros (ésa es la lógica de las
futurabilidades, y no de la probabilidad) sino que la futurización,
en tanto “presente futuro”, es decir, en tanto figuración presen-
te de lo que se supone habrá de suceder, es capaz de organizar
interpretaciones, proyecciones, instituciones y saberes. La lógica
de lo probable conlleva una cierta predisposición hacia el por-
venir; si, en principio, tal como afirma Kanamori (2000: 1), “el
terremoto es, simultáneamente, ruptura repentina y un largo y
complejo proceso de acumulación de tensión y de distensión”,
ese juego entre lo repentino y el largo plazo operado por des-
plazamientos contradictorios y divergentes puede ser ocasión
de aprendizajes en relación al modo en que la probabilidad nos
habla de un vínculo con la futuridad.
En primer término, dicho juego remite a condiciones tec-
nológicas. Se establece un lazo entre lo que podemos tecno-
lógicamente y lo perceptible (Fox Keller 1993; Virilio 1994).
La sismología y la predicción sísmica dependen de condicio-
nes tecnológicas, instrumentales y técnicas determinadas (sis-
mógrafos, acelerógrafos, lásers, sensores, cables y operaciones de
cálculo que miden movimientos, desplazamientos del terreno,
magnitudes de momento, brechas sísmicas, grados de deforma-
ción de la corteza terrestre, etc) que varían en función de otras
variaciones tecnológicas. La percepción del tiempo se estruc-
134
tura teniendo como elemento esas posibilidades tecnológicas;
y esas posibilidades, al modificar nuestra percepción, redefinen
lo que se entiende por probabilidad y terremoto. El sismógrafo
pretende ser, en el mejor de los casos, una máquina de anticipar.
Busca ensanchar el tiempo del fenómeno a sus manifestaciones
indiciales, iniciales y posteriores. Si antaño el terremoto era el
momento preciso en que las placas tectónicas se movían de una
forma y al punto tal que el homo sapiens estaba en condiciones
de sentir dicho movimiento y reconocerlo, sin poder predecirlo,
hoy el terremoto es un haz de fenómenos que no coinciden
con el momento acontecimental del sacudón terrestre percibi-
ble. Hay un trabajo continuo (la medición y el análisis) sobre lo
discontinuo (el movimiento significativo). El terremoto dejó de
ser un hecho para ser un proceso. Y sólo en ese sentido proce-
sual la noción de predicción puede tener algún sentido.
Retomando la dicotomía entre el profeta y el sismógrafo
de Ferrer, puede decirse que la predicción dejó de ser (o puede
dejar de ser) profética no porque haya dejado de dibujar fu-
turizaciones sino porque ha convertido esas futurizaciones en
probabilidades. El trabajo con la probabilidad, a diferencia del
enunciado profético, permite un despliegue de las temporalida-
des. Para mitigar efectivamente el impacto de futuros terremo-
tos, es decir, para modular los presentes futuros, los peligros sísmi-
cos suelen ser encarados simultáneamente en diferentes escalas
temporales, generando un abordaje múltiple de las tendencias.
De acuerdo a Kanamori (2001:7), existe, en primer lugar, un
procesamiento de la probabilidad que se mide en décadas: por
ejemplo, las regulaciones y códigos de edificación, que deberían
reducir las posibilidades de derrumbes. Luego viene una escala
de pocos años, que involucra la preparación personal y comu-
nitaria (asistencia médica, métodos de evacuación y salvataje,
prevenciones). En tercer lugar, están los plazos medios, como
135
la identificación de novedades geológicas y el desplazamiento
de suelos. Finalmente, el corto plazo, el más difícil, que apun-
ta a elaborar predicciones certeras de intensidad, localización
y momento. En ese sentido, el planeamiento se figura a partir
de lo probable: la probabilidad provee imágenes para el planea-
miento6.
6https://en.wikipedia.org/wiki/1975_Haicheng_earthquake#cite_ref–3
136
de Y produce novedades que alteran el esquema. Como en las
figuraciones posutópicas.
La sismología nos enseña que la ilusión de un momento
(¿podemos llamar a esa ilusión “una utopía del saber”?) en el
que poseeremos toda la información para predecir un fenóme-
no se desvanece cuando comprendemos que, por un lado, esa
acumulación no hace más que incorporar variables (ya sean más
extensas o más detalladas) que la complejizan y, por otro, que
las interacciones, incluyendo el acto de producir probabilidades,
provocan escenarios caóticos impredecibles. Si, como afirmó
Heidegger, “Cuando determino con el reloj la ocurrencia fu-
tura de un evento, no me refiero al futuro, sino que determino
el cuán largo de mi esperar ahora hasta el ahora mencionado”,
el sismo hace estallar los relojes para ofrecer otras figuras y ex-
periencias del tiempo. Son, los terremotos, fenómenos estocás-
ticos: tienen una distribución probable aleatoria que puede ser
analizada estadísticamente pero que no puede ser predicha con
precisión. Así, la complejidad y el caos son topes ontológicos a
la fantasía de la predicción certera, el reinado de la probabilidad
y la virilidad del planeamiento. Habrá asumir esa incertidumbre,
esa fragilidad.Viceversa, la incertidumbre debe ser un principio
de acción y no una excusa ideológica para la pereza o un fana-
tismo del advenimiento.
137
vínculo antagónico entre probabilidad y posibilidad, en la me-
dida en que la primera sería un modo de encorsetamiento de lo
posible (2017: XX). A mi entender, el antagonismo es sólo una
de las relaciones posibles entre ambos términos. Es, más precisa-
mente, la relación que sostuvieron en tanto personajes concep-
tuales del autonomismo en sus referencias al futuro: la probabi-
lidad habría quedado del lado de las futurizaciones mientras que
las posibilidades se habría colocado del lado de las futurabilida-
des. La probabilidad recortaría el futuro y, por así decir, excluiría
otras muchas, incluso el infinito, de las posibilidades.
Sin embargo, probabilidad y posibilidad pueden establecer
otro tipo de relaciones cuando se las piensa, ya no meramente en
relación a las futurizaciones sino al lugar que ocupa la posibilidad
en una relación de probabilidad. En otros términos, si se redefi-
ne el vínculo entre futurización y futurabilidad, entre proyecto y
trayecto. En las precisas palabras de Williams y Snircek: “Si bien
no podemos predecir el resultado exacto de nuestras acciones, sí
podemos determinar de forma probabilística rangos de resultados
posibles. Lo que debe asociarse a estos análisis de sistemas com-
plejos es una nueva forma de acción: una que improvise7 y sea
capaz de ejecutar un programa a través de una práctica que trabaje
con las contingencias que descubre mientras actúa, dentro de una
política de dominio geosocial y de astuta racionalidad” (2017: 46).
La diferencia, entonces, no estaría dada por la ausencia o presencia
de posibles sino por los modos en que aquellos existen. La proba-
bilidad es un modo de la futurización que modula, que acota, las
futurabilidades, pero lejos está de eliminarlas o no reconocerlas.
Existe aquí un campo de exploración de formas de relación con
la futuridad: la de producción estrategias y dispositivos a partir de
escenarios probables.
138
El diseño como inventiva posutópica8
139
vino queda en él; ser apilable y almacenable; no ocupar demasia-
do espacio en la mesa; mantener al vino protegido de la luz (…)
De pronto el objeto bello de forma deviene súbitamente una
intersección de funciones” (270). Así, si “los medios son fines
secundarios” (Durkheim, 1987), lo esperado de la herramienta
está en el núcleo de la producción de la herramienta. En este
sentido, producir requiere un pensamiento de los efectos (desea-
dos o posibles), un deseo de hacer hacer.
Ya antes de la paleoantropología y la antropología contem-
poráneas de las sociedades arcaicas, Marx tuvo en consideración
la importancia de la proyección, la imaginación, las futuriza-
ciones y las finalidades convergentes a la hora de producir algo
cuando afirmó que “lo que distingue al peor arquitecto de la
mejor de las abejas es que el arquitecto levanta su estructura en
su imaginación antes de construirla en la realidad”. Aunque ese
elogio de la capacidad proyectiva humana no parecía considerar
el valor decisivamente formativo de lo que sucede entre la ima-
ginación y la construcción (en definitiva, aquello que a lo largo
de este escrito he llamado futurabilidad), reconocía que toda
producción implica planificaciones y proyecciones y que todas
ellas se componen de elementos estéticos, nociones de belleza,
función, forma, destinaciones, materialidades, etc. En palabras,
más bellas, de Goethe, la herramienta expresa que “todo real
tiene un horizonte” (cfr. en Bloch, I, 167).
Incluso, si complejizamos la noción de espera más allá su
definición funcional para incorporar expectativas, proyectos,
afectos, quizá tenga muchos más de un horizonte. Para Franco
Berardi (2017), por ejemplo, dicha espera se ha distribuido en
funciones productivas socialmente asignadas y diferenciadas. En
su último libro, el filósofo italiano sostiene que una de las con-
diciones sociales y productivas que marca al capitalismo con-
temporáneo es la separación del ingeniero respecto del artista.
140
Es decir, una espera utilitaria y una espera indeterminada. Esa
separación, no obstante, no es absoluta: el mercado, que reduce
la contingencia, requiere de la permanente creación y produc-
ción de sensibilidades artísticas.
Sin embargo, Berardi encuentra en las especificidades actuales
de esa separación no sólo un dilema decisivo de nuestra coyun-
tura sino también un punto de potencia, un vector de futurabi-
lidad, que puede reabrir lo posible. Enfatizando el tipo de acto
productivo más que al sujeto que lo lleva adelante (el ingeniero/
el artista), Bifo entiende que es clave superar esa fragmentación
del trabajo cognitivo si queremos volver viable una apuesta por
una sociedad creadora sin explotación, extracción ni apropiación
privada de lo producido socialmente. En su planteo resuena una
crítica al economicismo de izquierda, para el que se trataba (y se
trata) de desplazar el mando capitalista sin necesariamente cues-
tionar la categoría de trabajo, la validez de lo industrial ni abrir un
debate social sobre la complejidad de las finalidades y las figuras
de la felicidad social. En definitiva, la crítica es al gesto de mante-
ner el debate en el plano del valor económico sin interrogar otros
valores ni la producción social de nuevas valorizaciones9. La críti-
ca incluye, además, otras posiciones: en particular al autonomismo
enamorado de la deriva y la fuga.
En esta crítica comunista de la separación contemporánea,
que puede ser remontada a los Manuscritos de 1844 de Marx10,
141
la inclusión del ingeniero es significativa. En efecto, vivimos en
un mundo condicionado profundamente por saberes ingenie-
ros. Sistemas de información y transporte, gobierno de flujos,
logística, agronomía y explotación rural, genética, finanzas, ur-
banismo, algoritmos son columnas vertebrales de una matriz
ingeniera que en el último medio siglo ha expandido su explo-
ración hacia procesos y sistemas de información, desde grandes
entidades hasta lo atómico y molecular. Ese conjunto de disci-
plinas decisivas para la producción social de la vida en condi-
ciones capitalistas ha multiplicado sus zonas de acción y produ-
cido/sometido lo social a cambios signados por su lógica. De
hecho, el riesgo de una reducción sensible de la contingencia
como elemento constitutivo de la humanidad, que he expuesto
en el apartado dedicado a las tecnologías y los vínculos capita-
listas con las futuridades, tiene bastante que ver con la ingenie-
ría como sueño del flujo gobernado forjado en imperativos de
valorización monetaria.
Pero en la práctica ingeniera puede haber otras cosas. Por
ejemplo, claves para una redefinición de nuestro vínculo con lo
posible, en la medida en que podemos dar paso a una noción
fuerte de inventiva. De acuerdo a Bruno Latour, “si uno considera
a los ingenieros (...) el vocabulario ‘fabricar’ desviará la atención
del fabricante a los materiales (...). Aprender cómo responder a
las cualidades o virtualidades inesperadas de los materiales es el
modo en que los ingenieros explican el encuentro de soluciones
prácticas (...)”. No podría decirse que esta sea una forma habi-
tual de la ingeniería de presentarse a sí misma pero sí que en esta
definición subyace una posibile torsión creativa, incluso artística,
de la misma.Vale, en este sentido, remarcar el uso de la expresión
“virtualidades” que hace Latour porque permite pensar que exis-
142
te una virtualidad en los materiales que participa y configura las
virtualidades ampliadas a las que he llamado futuridades. En ese
sentido, en los vínculos con ellas también participa la vida social
de las cosas (Appadurai 2016). Porque, como escribió Souriau, “si
esta mesa físicamente está hecha, por el carpintero, está todavía
por hacer en lo que concierne al filósofo o al artista”. Ellos des-
cubren lo que falta, en un proceso que reconoce hitos y aperturas.
Cuando Umberto Eco habló de objetos inmejorables (como la
cuchara o el libro) se refería exclusivamente a la funcionalidad
conciente de dichos objetos; cuando Otl Aicher habló de la di-
ficultad de los arquitectos para comprender que el concepto de
edificio debe incluir el uso y no sólo la construcción y termina-
ción se refería a la definición funcional de las cosas (2001: 269).
Casi suplementando estas aperturas, Souriau permite ampliar ese
panorama para incorporar usos heterodoxos, interpretaciones, re-
configuraciones en tanto posibilidad siempre ahí, siempre dispo-
nible. No se agotan porque pertenecen a dimensiones heterogé-
neas, a “otros modos de existencia” (2017).
Quizá este modo de acercarse al mundo y la invención sea
un camino potable para renovar nuestras ideas sobre las futuri-
zaciones, las futurabilidades y las virtualidades. En este camino
aparece, a mi entender, el diseño, “el punto de articulación en-
tre lo artístico y lo ingeniero” (Berardi 2017), emerge como
un campo de problematización y exploración de los vínculos
contemporáneos entre futuridades, proyectos y descubrimien-
tos. Los materiales y los saberes, las futurizaciones de las que
participan, las improvisaciones que propician devienen una
zona decisiva en la producción social de vínculos abiertos con
las futuridades. Un campo para explorar la inventiva. “En 1953,
pensamos con Crick que estábamos contribuyendo a una mejor
comprensión de la realidad. No sabíamos que estábamos con-
tribuyendo a su transformación”, escribió James Watson, uno
143
de los científicos que logró desentrañar la estructura en doble
hélice de la molécula del ácido desoxirribonucleico (ADN). En
ese encuentro entre descubrimiento e invención, estructuras y
transformaciones, entre el proyecto de comprender y el efecto
alterador, tiene lugar una alianza potente. Casi podría hablarse
de una estética de las futuridades.
144
ciones entre probabilidades y posibilidades, entre futurizaciones
y futurabilidades11. Reponiendo una forma de la especulación,
tal como afirman Dunne y Raby: “creemos que especulando
más, en todos los niveles de la sociedad, la realidad se volverá
más maleable y, a pesar de que el futuro es impredecible, pode-
mos ayudar a ubicar factores actuales que pueden incrementar la
probabilidad de futuros más deseables y, asimismo, factores que
pueden llevar a futuros indeseables pueden ser señalados tem-
pranamente y redirigidos o, al menos, limitados” (2013: 6). Tal
operación de detección, de futurabilización, es desplegable en
dos sentidos –propiciar/disuadir– y dos niveles –objetos/redes
de relaciones–. Culturas materiales, culturas políticas.
En el primer nivel tiene lugar lo que Ernst Bloch definió
como la “materia inconclusa en proceso”, donde se encuentran
los materiales (que son posibilidades y resistencias) y la poten-
cia de la imaginación. “Sin materia no es aprehensible ningún
suelo de la anticipación real, sin anticipación real no es apre-
hensible ningún horizonte de la materia” (Bloch, 1, 178)12. En
efecto, el diseño elabora una pregunta creadora sobre la mate-
ria, sus usos, sus derivas y, es importante marcarlo, sus riesgos y
sus límites. Tal como afirma Arjun Appadurai, “las cosas poseen
no sólo itinerarios sino también intencionalidades, proyectos y
motivos independientes de los seres humanos que las manejan”.
En otras palabras: las cosas ponen (o son) condiciones. Portan
una materialidad fina que es preciso analizar, y que los estudios
culturales y la investigación social no logran casi nunca hacer
11 Quizá hasta diseñar un espacio donde el diseño ya no opere, “un futuro
en el que el diseño no sólo involucre el hacer sino el no–hacer”, un
espacio abierto e indeterminado por decisión. Damian White lo denomina
“desdiseñar” (White).
12 En esta mención al suelo y el horizonte resuena la idea de la futuridad
como el entre que existe entre la inclinación y el aterrizaje, desarrollado en
la introducción conceptual.
145
porque, en sus perspectivas, las cosas son retiradas, convertidas
en símbolos interpretados. No llamo a un nuevo realismo que
separe sujetos de objetos sino a una investigación de la cultura
que no escape a la importancia de esas condiciones materiales
o, mejor dicho, materiales condicionantes, ni al reconocimiento
de que cada herramienta, tecnología o infraestructura instaura o
refuerza rituales, hábitos, formas de hacer y de ser que implican
futurizaciones, futurabilidades e inciden en las futuridades. El
diseño se vuelve un insumo metodológico. Como prólogo de
este libro esbocé algunas historias y situaciones a partir de las
cuales se disparaban trayectos, especulaciones y futurizaciones
diversas. Todas esas historias están, por así decir, centradas en el
humano. Pero bien podría ampliarse el dispositivo a los objetos.
Imagínese el impacto en las consideraciones sobre el futuro que
puede tener asumir como principio de invención la siguiente
afirmación de Bruno Latour (2005: 8): “No hay un fabrican-
te, ni dueño, ni creador del que pueda decirse que domina los
materiales; o, al menos, se introduce una nueva incertidumbre
respecto de qué es lo que se va a construir, como, asimismo,
quién es responsable por la emergencia de las virtualidades de
los materiales que se manejan”. El dominio (del que todavía se
nutre el discurso constructivista) cede; en su lugar, la invención
se convierte en una alianza de heterogeneidades. Un ejemplo, la
nafta. Un insumo decisivo para la historia moderna, que prime-
ramente fue consumido por lámparas de aceite diseñadas para
soportar a ese destilado del petróleo y, más tarde, alimentó los
motores de combustión. Desde el último cuarto del siglo XIX,
la nafta es un objeto fundamental para nuestra vida, un diseño
líquido que requiere de otros dispositivos para producir efectos
y sin el cual un inmenso campo de experiencias, imaginarios,
expectativas, accidentes y problemas, no habría jamás existido.
Es el protagonista de una fenomenología política del petróleo.
146
El gesto, el giro, exige cierta urgencia, visto que la ex-
ploración de materiales y elementos de todo tipo y función
(orgánicos, plásticos, textiles, sustancias, biocompatibles, etc)13
avanza rápidamente, las nanotecnologías inciden y participan
de la estructura molecular de los objetos y las tecnologías de
la información están convirtiendo a toda cosa en un emisor de
información capaz de conectarse autónomamente a otra cosa
que, al enviarse datos recíprocamente, modifican sus estados,
patrones o ritmos, y de ese modo, alteran los entornos en que
vivimos. Este juego tecnológicamente sofisticado entre nuevos
materiales, estructuras moleculares y conectividad nos vuelve
habitantes de un mundo en el que se está produciendo una
profunda transformación del estatuto de las cosas, objeto de
un pensamiento social y cultural, filosófico y antropológico en
formación que busca renovar nuestra mirada sobre ellas (Appa-
durai 2015, Latour 2005). Pensemos, por ejemplo, en el diseño
de una autopista, en el que confluyen cuestiones estrictamente
materiales (como el cemento, hierros, plásticos) con reglamen-
taciones, consideraciones ecológicas, de entorno, tasas de cir-
culación, rentabilidad capitalista, gobierno del trabajo, etc. La
resultante llamada autopista es un modo de ir de un punto a un
otro, una organización posible de lo factible, lo viable y lo espe-
rable en el que convergen líneas diseñadas heterogéneas. Algo
similar puede decirse de un ereader: sus posibilidades difieren
de las del libro en papel, al que el artista argentino Fabrizio
Caiazza definió como “una tecnología lenta”. Los modos de
lectura desplegables en ereaders, el almacenamiento masivo, las
bibliotecas disponibles globalmente, las posibilidades multipli-
13 El caso del grafeno, una sustancia casi “inapagable”, es paradigmático.
Compuesto por carbono puro, resistente y liviano, carece de resistividad
(lo cual hace que no pueda dejar de conducir electricidad) y parece estar
destinado a utilizaciones que lleven a niveles insospechados la circulación de
información, la capacidad de las baterías y pantallas táctiles flexibles.
147
cadas de autoedición abren posibilidades que el papel no tenía
(la localización inmediata de los textos referidos en un texto, los
hipervínculos, la práctica del social reading, entre otros) y, por
supuesto, cancelan o dificultan otras (Roncaglia 2010). Hubo
un tiempo de predicciones y pronósticos que se correspondían
con dos grandes “cosas”: la cultura del libro impreso y la tem-
poralidad ritmada por las máquinas de la industria mecánica;
fue el mundo de las utopías y los programas, la linealidad, la
discontinuidad, la disrupción, la teleología. ¿Qué vínculos con
la futuridad nos permiten unas tecnologías de aceleración en
las que, por ejemplo, el libro cambia su estatuto, al tiempo que
lo disponible para la leectura pasa de ser un bien escaso o finito
a un bien abundante y saturante? Sobre ese mundo, el dise-
ño tiene un peso preponderante y sus consecuencias no siem-
pre son consideradas proporcionalmente a su significación. Tal
como afirma Damian White, “las relaciones sociales, las formas
institucionales, las economías políticas, las infraestructuras y los
objetos de diseño están literalmente vaciando de futuridad al
planeta a través de sus impactos sociales y ecológicos incalcu-
lables (…) los diseñadores no han sido capaces de comprender
profundamente el desastre de la economía de hiperconsumo”.
Parte del riesgo apocalíptico que hoy sobrevuela el planeta,
parte de un vínculo con la futuridad capaz de volver imposible
a la propia futuridad, le corresponde al diseño.
Si, como afirma el filósofo colombiano Arturo Escobar, “el
diseño es ontológico porque cada objeto, herramienta, servicio
o, incluso, narrativa en los que está involucrado crea formas par-
ticulares de ser, saber y hacer” (2017: 47), el cambio en el estatu-
to de las cosas implica cambios en sus vínculos con las futurida-
des.Viceversa, la reconsideración de la cosa en relación a la vir-
tualidad de acontecimientos también incide decisivamente en
su redefinición. Es el ejemplo de la experiencia arquitectónica
148
y urbanística de Alejandro Aravena, titulada “Incremental Hou-
sing”. En ella, el arquitecto propuso la construcción de vivien-
das que, adrede, dejan la mitad de su espacio libre para que los
futuros residentes puedan completarla en función de sus nece-
sidades, gustos, intenciones.Viviendas que aplican principios del
diseño participativo y el diseño especulativo como operaciones
que, al tiempo que inscriben proyectos, requieren del encuentro
con otras futurizaciones y otros vectores de futurabilidades para
asumir plenamente su condición inventiva. “Tenemos que usar
las capacidades de la gente, sus ideas y recursos para proveer un
ambiente mejor. El recurso más escaso en las ciudades actuales
no es el dinero sino la coordinación. Por eso necesitamos crear
sistemas abiertos que puedan incluir las capacidades de las per-
sonas para agregar valor a sus condiciones de vida y oportuni-
dades” (Pinkus 2016). Quedaría por especificar qué se entiende
por valor, o como exceder la versión mercantil–inmobiliaria en
estos procesos, pero un esquema de diseño habitacional abierto
y colaborativo se enlaza directamente a un modo posutópico de
vincularnos al futuro.
Desenganchar el diseño de la lógica vertical del diseñador y
futurizante del valor de cambio vuelve más tangible que aquél
pueda ser un pensamiento “para dominar las disposiciones infi-
nitas a las que pueden llegar los objetos (...)” (Appadurai 2016:
348). El diseño es una manera de vincularse con la virtualidad
de acontecimientos que, al tiempo que los suscita, busca ex-
plorarlos e inscribirlos. ¿Podemos, como propone el pensador
español Amador Fernández Savater, “hackear” los códigos que
organizan hegemónicamente las cosas, sus usos, sus circulacio-
nes, sus modificaciones? (Savater 2016) ¿Qué tendencias encon-
traríamos allí donde laten las infraestructuras? ¿Qué sucedería si
seguimos el consejo de Dunne y Raby, para quienes el rol del
diseño puede ser “el de facilitar visiones y no tanto definirlas,
149
ser un catalizador antes que una fuente”? (2013: 9). Elaborar
preguntas que vinculen materialidades, fabricaciones, usos, éti-
cas, es discutir una política del diseño en tanto núcleo sensible de
nuestros vínculos con las futuridades.
150
2017: 203), el juego abierto de lo factible es una estrategia que
revela la decisión y su contingencia, asi como la multiplicidad
productiva del mundo. Es, a mi entender, un desplazamiento fu-
turabilizante. Si lo entendemos como un modo de articulación
de heterogeneidades (la matemática con los parques, la electri-
cidad con el humor, los videojuegos con la literatura, el río con
el cine), el diseño será el nombre para una modulación creati-
va de los vínculos entre objetos, relaciones, instituciones, fines,
en la que lo necesario no desaparece pero asume la diversidad
de posibilidades que lo afrontan y que, al afrontarlo, lo modifi-
can. Desde la estructura molecular de nuestros cuerpos hasta las
megaestructuras (autopistas, redes, ciudades) que condicionan
nuestra vida, pasando por los lenguajes de programación, la ro-
bótica, la genética, la informática, la arquitectura, la agricultura,
la ecología, los viajes, el diseño –el punto de encuentro entre
ingenierías y estéticas, entre objetos y contextuaciones– puede
funcionar como un modo lúdico de creación de mundos.
No obstante, hay otros caminos de creación, en los que la
función crítica y destructiva tiene un papel decisivo. El diseño
puede ser también un modo de reflexionar sobre las implican-
cias negativas, los peligros y riesgos que acarrea una determinada
entidad diseñada. Una alerta prospectiva. Tal fue lo que sucedió
durante un ejercicio que propuse en un taller sobre futuridades
que coordiné en 2017. El ejercicio se titula Diagnósticos densos y
consiste en elegir un objeto y establecer algunas probabilidades
en su devenir a partir de preguntas del tipo ¿Cómo puede cam-
biar sus funciones?, ¿Con qué otros objetos se conecta?, ¿Cómo
inciden sobre él?, ¿Cómo podría conectarse a otros objetos e in-
cidir sobre ellos?, ¿De qué modos se alteraría el mundo si el ob-
jeto no existiera? El objetivo de Diagnósticos densos es indagar los
modos en que el diseño articula futurizaciones y futurabilides,
definiendo así vínculos de futuridad. En el taller en cuestión,
151
uno de los grupos eligió especular en torno al dispositivo de
almacenamiento extraíble conocido como pen drive. Lo intere-
sante es que, en un primer desvío, no siguió las consignas al pie
de la letra sino que, en lugar de definir imágenes posibles a partir
de sus funciones, sus alianzas o su inexistencia, modificó la pro-
puesta para pensar cómo el objeto condicionaba otras imágenes
a partir de una lectura del mismo como objeto generizado en
términos masculinos. Fue así que concluyeron que el pen drive
oficiaba de penetrador en el vínculo con la computadora. Inclu-
so surgió la idea de renombrarlo “pene drive”. Del dispositivo
de almacenamiento al condensador de sentidos.
El gesto desviante del grupo resulta interesante porque podría
entenderse que ese rasgo identificado en el pen drive es inter-
pretable como un componente de futurizaciones que se activan,
conciente o inconcientemente, en el espacio de relaciones y ob-
jetos que hacen a los usos cotidianos de dispositvios tencologicos.
El objeto no sólo habla de él mismo en tal o cual tiempo por
venir sino que sus rasgos propician ciertos usos e imaginaciones
y dificultan o imposibilitan otros. Esto no niega la ambivalencia
constitutiva de los objetos sino que detecta (como se detecta un
gen que puede activarse o no) un componente de futurización
que hace, en el caso mencionado, del pen drive una figura patriar-
cal y, por transitiva, propone algunas lineas de discusión al interior
de la problemática de género y tecnologías. Al mismo tiempo,
la detección de ese componente que proyecta una determinada
característica sobre los futuros posibles es una operación de futu-
rabilidad. No tenemos imagen, aún, de un dispositivo de almace-
namiento capaz de asumir o considerar el problema señalado. De
hecho, el taller cerró con esa inquietud.
152
Así como la deuda financiera pretende colonizar nuestros vín-
culos con la futuridad a través de una futurización sin imagen
que se construye como anticipación capitalista, y las tecnologías
enlazadas a la valorización y el control tienden a la reducción de
la contingencia (o, al menos, de la contigencia sin feedback), tam-
bién el diseño, en sus modos dominantes, opera bajo imperativos
de valorización que, simultáneamente, intensifican su potencia
mientras la reducen al perímetro de la futurización monetaria. Es
discutible que las prácticas de diseño sean definibles sin más como
“la capacidad humana de dar forma y elaborar nuestro entorno
de maneras inéditas en la naturaleza, para satisfacer nuestras nece-
sidades y dar sentido a nuestras vidas” (Heskett 2002)..En cambio,
es preciso indicar bifurcaciones, como las que señala el colectivo
Critical Design/Critical Futures:
153
llevarlo hacia una experimentación creativa colectiva? ¿Qué futu-
rabilidades se abrirían? ¿Qué futurizaciones se propiciarían?
Ese proceso ya está en curso y se da bajo la forma de una
subordinación de la producción de objetos a la producción de lo
social.Tal como sostiene Escobar (2017: 120), en la última déca-
da “han surgido tendencias importantes en el mundo del diseño
que pretenden reorientar su práctica del significado tradicional
atado a la producción de objetos, el cambio tecnológico, el indi-
viduo y el mercado visto y liderado por profesionales a la altura
de su expertise, a una forma de ver el diseño como centrado
en el usuario, situado, interactivo, colaborativo, participativo y
enfocado en la experiencia y la producción misma de vida”.
Algo similar indican Dunne y Raby cuando se refieren al sur-
gimiento de un “diseño crítico” (2013: 34)14. Diversos grupos,
colectivos y organizaciones de todo tipo están orientadas hacia
las formas colaborativas de diseño y formas diseñadas de colabo-
ración, propiciando un panorama de rearticulación de creacio-
nes, saberes, imaginación y vida que no se somete al proyecto de
la valorización monetaria; incluso, más generalmente, que busca
no someterse a la futurización como proyecto a cumplir.
Laboratorios, cooperativas, movimientos sociales, ciertos par-
tidos políticos, a través de practicas que reorganizan las relacio-
nes entre economía, cultura y formas de vida, buscan propiciar
un principio en el que los proyectos funcionen en una dialéctica
abierta y creativa con las invenciones y los descubrimientos, es
decir, un principio de enriquecimiento mutuo de las futurizacio-
nes y las futurabilidades donde el intercambio se produzca entre
inconmensurables antes que entre valores de cambio. Abarcan ám-
bitos tan diversos como el urbanismo participativo, los alimen-
154
tos, las criptomonedas sociales, los repertorios de protesta social,
el software libre15. Al respecto, en nuestro país tenemos una gran
cantidad de experiencias que se han apropiado de herramientas de
diseño gráfico y visual en términos de activismo y militancias (Di
Filippo 2016). Menos visibles quizá, pero potentes, y a mi entender
estratégicas, son las prácticas de construcción de mundos alterna-
tivos a las lógicas del capital, en las que diversos modos del diseño
(arquitectónico, industrial, editorial, software, organizacional, mo-
netario) juegan un papel decisivo. Las experiencias agroecológicas,
las redes de comercio justo, la elaboración de espacios urbanos y
habitacionales a partir de la creación de sus propios usuarios, di-
versas experiencias de economía popular, ciertas prácticas sindica-
les, el activismo hacker, el software libre, ciertos episodios del arte
relacional, están entre esas formas de diseñar mundos alternativos.
Todas ellas buscan enfrentar el desafío de crear vínculos de justicia
posutópica con la futuridades a través de la “creación de dominios
sistemáticos en los que las definiciones y reglas puedan ser re/de-
finidas para hacer visibles las interdependencias y los compromisos
(o su ausencia)” (Escobar, 2017: 212). Todo esto, a mi entender,
testimonia el paso de un diseño centrado en la futurización a uno
centrado en la futurabilización, un desplazamiento que invita a
producir cambios sensibles respecto a figuras de la transformación
social y cultural (militante, estadista, científicx, artista, diseñador/x)
y a abrir las maneras en que esas prácticas creadoras se posicionan
respecto al devenir y construyen vínculos de futuridad.
Esta biopolítica del diseño implica el devenir para el diseño de
un campo de prácticas e intereses hasta ahora poco explorados por
aquél; ese devenir no necesariamente se resuelve en una predictibi-
15 Como parte de mi intención de avanzar en una etnografía de las
futurizaciones y las futurabilidades en un sentido poscapitalista, actualmente
me encuentro trabajando e investigando con (y partir de) un cúmulo de
experiencias que, de un modo u otro, participan del inventario propuesto.
Espero compartir pronto los resultados.
155
lidad estetizada de lo social. En cambio, diseñar puede ser intervenir
sobre circunstancias o situaciones de modo tal que la inteligencia
colectiva y la imaginación de una comunidad puedan emerger e
inscribirse, pero también re–iterarse. No sólo dotarnos de posibili-
dades sino sostener la apertura, la imprevisión como positividad. Si
queremos un mundo donde quepan muchos mundos, tendremos
que inventar mundos que no se cierren fatalmente sobre sí, mundos
incompletos, que encarnen la decisión de sostener lo no terminado,
lo interminable (Biehl 2017). Por ejemplo, en términos intergene-
racionales: cuando se habla de las generaciones futuras y lo que les
legamos suele hablarse de herencias y mandatos, definiendo el vín-
culo posfigurativamente, o de la imposibilidad absoluta, por nuestra
parte, de imaginar el mundo de esas generaciones. Oscilamos, así,
entre futurizaciones y su ausencia. En lugar de ello, una imprevi-
sibilidad diseñada podría acercarse a cierta conciencia ecológica,
para la cual lo importante es dejar un mundo habitable, un mundo
disponible, es decir, un mundo donde sean posibles experiencias
de lo posible. Un mundo con un vínculo con la futuridad que no
haga imposible el mundo. Esta imprevisibilidad e interminabilidad
no tiene nada que ver con la irresponsabilidad sino con un nuevo
modo de la responsabilidad.
Tal como ha sostenido Damian White, el diseño es, más que
una profesión, “una capacidad humana generalizable de actuar
en el mundo, de prefigurar y materializar, el alcance y el poten-
cial de las formas futuras de diseño social orientadas a materiales
políticos, y puede ser leído de una manera expansiva e intere-
sante”.Visto así, puede ser un modo de la inventiva posutópica,
un pensamiento procesual, siempre atento y en disponibilidad.
No hay diseño final, no hay figura última. En ese sentido, las
prácticas del diseño pueden asumir una lógica de cambio y de
atención a lo efectivo que las políticas utópicas no consideraban.
156
La estrategia de la improvisación
Como un tejido de sentidos, que avanza a ciegas,
sin camino.
Desde la incertidumbre a la sospecha
prendió la mecha.
Juani Favre, La trama fugaz, 2017
157
para buena parte de ese diseño pro–improvisación, el fin último
es el mercado o, más específicamente, las ventas. En ese sentido, la
improvisación funciona al nivel del medio pero lo gobierna una
figura férrea: improvisar para valorizar y monetizar. Se fomen-
ta la improvisación pero también se la convierte en una práctica
restringida. Más que propiciar el aprendizaje de la improvisación
se impone la enseñanza de la adaptación cambiante a un medio
fuertemente, cruelmente, competitivo. Retomando lo dicho en el
primer capítulo sobre el dinero, el crédito y su modo de futurizar
sin brindar imágenes estables o estáticas, puede pensarse ahora que
el diseño que hecha mano de la improvisación como medio es
parte fundamental de una lógica capitalista en la que la multipli-
cidad tiene lugar sí y sólo sí sucede al interior de un perímetro
estrictamente delimitado. Más aún, el diseño que hecha mano sólo
instrumental de la improvisación es una expresión particularmen-
te intensa de la lógica financiera de la futurización sin imagen.
Hay otros modos de concebir la improvisación. Reseñar las
discusiones que la tienen como tópico es imposible pero vale
marcar que se ha ido generando una zona de conversación cada
vez más poblada, que intuyo que seguirá creciendo porque la
pregunta por la improvisación excede lo artístico (y el diseño
stricto sensu) para avanzar sobre lo social en sentido amplio y
porque incluye, de forma singular, la preocupación por el por-
venir. La pregunta por la improvisación surge allí donde se com-
prueba que “las personas y los mundos que aquellas navegan, y
las miradas que articulan, están más imbricadas y son más múlti-
ples e incompletas de lo que los esquemas analíticos dominantes
tienden a sostener” (Biehl 2017: 28).
La improvisación es un modo de crear. De acuerdo a Cunha
(2002), puede ser definida como “una acción que se despliega,
echando mano de recursos materiales, sociales, afectivos y cogni-
tivos”, pero prefiero afirmar que más que desplegarse o desarro-
158
llarse (verbos que evocan una misma cosa expandiéndose como
tal: ya sea el crecimiento económico o una frazada) la improvi-
sación es una acción, o un proceso, cuyas variaciones impiden
prever su resolución. En efecto, improvisar viene del latín impro-
visus: la imposibilidad de ver de antemano, de anticipar o prepa-
rase para algo. Se entiende aquí la tensión que pueda mantener
con las futurizaciones. “No miren hacia adelante en busca de una
entidad acabada y completa”, recomendaba a quienes quisieran
improvisar el músico T. C. Whitmer en 1934 (Whitmer 1934: 8);
una manera de decir que el presente de la improvisación abre un
futuro implanificable, inacabado, y que el trabajo de mantener la
indeterminación es, precisamente, un trabajo.
En este sentido puede interpretarse la idea de Dereck Bailey
de que lo abstracto puede ser más fiel que la técnica a la hora de
improvisar. Es decir, un proceso creativo que hace de la figuración
posutópica su modo, de lo abstracto no un alejamiento de lo real
sino un principio de exploración de lo virtual. Si improvisar es no
poder prever, abstraer es un modo de trabajar con grandes rasgos
para que puedan emerger detalles. Improvisamos cuando decidi-
mos no saber a dónde vamos, e improvisamos para llegar a definir
planes, obras y direcciones. En la improvisación hay que no saber
qué hacer y saber qué no hacer.
159
anatomía humana, la arquitectura, las conductas, los recursos so-
noros, cantidades y cualidades, donde se apuntalase (como decía
Freud que el deseo se apuntalaba en el hambre) la potencia
creadora de la improvisación. No se trataba de “una composi-
ción instantánea”, sino que “la práctica y la preparación del im-
provisador buscan mantener[se] alejado de lo que ya conocen”
(Hamilton 2000, 181). Es decir, al menos en parte, improvisar
requiere diseñar la ocasión para lo que no puede ser planificado
tenga espacio para emerger y moverse.
Ese diseño previo, recuerda algunas ideas que Deleuze ex-
puso en Pintura. El concepto de diagrama, según las cuales lo pri-
mero en el acto creador no es la hoja en blanco, ante la cual nos
quedaríamos mudos y abismados en un vacío sin límites, sino
nuestras experiencias, nuestros lugares comunes, nuestras obvie-
dades (Deleuze 2008). Crear requiere, antes que ocupar, hacer
lugar, despejar, desocupar. La hoja no es un desierto; al contrario,
siempre está demasiado poblada para que el movimiento creati-
vo pueda tener sitio.
A mi entender, el trabajo de improvisación intensifica el de-
safío que pone la hoja llena. Casi revela sus más profundos ci-
mientos en el mismo momento en que se hace, como nunca,
superficie. La improvisación exige un tipo de elaboración que
la aleja de una supuesta espontaneidad o de una inmediatez que,
por ser tal, sería un gesto de autenticidad. En cambio, el ejercicio
de improvisar expone hasta qué punto la espontaneidad y la in-
mediatez suelen ser figuras absolutamente estereotipadas, como
las fotos sociales de las que habló Pierre Bourdieu, en las que
no veía casualidad y singularidad sino una estricta trama estéti-
co–social (encuadre, lugares, gestos, ordenamiento)16. Lo primero,
160
entonces, es la hoja llena, el gesto dado, una montaña de clichés,
imágenes estereotipadas y fijas que no dejan de ser un fenómeno
de futurización rígida, en el que el futuro aparece como pasado
(Wells 1902). Para evitar esa trampa posfigurativa, se trataría de
llevar adelante algo similar a la estrategia para agotar los clichés
que llevó a cabo el saxofonista Sam Rivers: “Escuché a todos los
que pude escuchar para asegurarme que no sueno como ellos.
No quise correr riesgos, quería estar seguro de no sonar como
nadie más”. Para correr el riesgo abismal de la improvisación, hay
que evitar el riesgo angosto del cliché, ese recurso cuya función
parece ser la de obturar la mirada del abismo.
En un registro audiovisual de sus lecciones sobre contact de
1972 (que se proyectó públicamente por primera vez en 1979),
Paxton estableció una diferencia en sus prácticas de danza que bien
podría convertirse en un principio de una inteligencia estratégica
más general. En el video, Chute, Paxton postula que el “estado”
del cuerpo en una situación de improvisación de contact debe
ser “relajado pero no flácido”. Esa distinción da a entender que la
relajación para la improvisación no vacía de fuerzas y atención al
cuerpo, no lo convierte en una cosa inane, sometida pasivamente
a lo que adviene, incapaz de iniciativa. En cambio, Paxton enseña
allí que relajación no es sinónimo de distensión, que estar rela-
jado es desplegar la tensividad de modo tal que esta sea capaz de
un gesto, una acción, profundamente compleja: ni adaptarse ni
imponer, sino moldear recíprocamente, trabajar la plasticidad para
que el encuentro improvisado pueda tener lugar. Ese modo de
estar invita a pensar que lo que lo sostiene en un tipo específico
de vinculación con la virtualidad de acontecimientos que llama-
161
mos futuridad, un tipo en el que las relaciones entre proyecto y
acción, entre imaginación y tránsito, asumen nuevos equilibrios,
nuevas proporciones y, por ende, nuevas variabilidades. En 1941,
escribió Karl Manheimm: “se ha vuelto sumamente discutible el
hecho de saber si, en el fluir de la vida, el problema que consiste
en buscar ideas quietas e inmutables o absolutas tiene algún valor
intrínseco” (77). A las consecuencias de ese descubrimiento, a su
asunción, podríamos entenderlas como la emergencia de un vín-
culo improvisante con la futuridad.
En cuanto a la relación prefigurativa que la improvisación
establece con el futuro, hay que considerar el sentido profundo
de lo que dice el músico Keith Jarrett cuando afirma que, en
la improvisación, “la música no viene de la música”17. Con esa
expresión Jarrett establece una relación entre lo disponible y lo
creable que suspende el poder organizador de una futurización
nítida a partir de la heterogeneidad de las procedencias. Los re-
cursos no se ordenan ni presentan como un inventario finito
(por ejemplo, una partitura o determinados instrumentos); esa
disponibilidad es parte decisiva de lo que aquí llamo futurabi-
lidad. En la improvisación la música resultante (en definitiva, lo
tocado y oído en una performance) es un proceso y el resultado
de un proceso cuyos componentes se multiplican y cuyo resul-
tado es una emergencia. Es una puesta a trabajar de elementos
heterogéneos, es la objetivación de diferencias, sensibilidades,
memorias, entornos, tecnologías, saberes: “una alianza de hete-
rogeneidades” (Latour 2005). Esa producción improvisada es-
tablece con sus posibilidades relaciones muy diferentes a otros
órdenes del hacer. Más aún, consiste en una redefinición de lo
que se entiende por posibilidades, donde el descubrimiento en
tanto vector de futurabilidades va reconfigurando una y otra vez
162
los proyectos. En la improvisación se encuentra una inspiración
muy potente para un modo de vincularse con la futuridad que
no se somete a una futurización rígida sin por ello renegar de
toda figuración. Una figuración que busca, en su trayecto, sacar
provecho de las novedades que se van presentando.
Mientras que en la interpretación/ejecución de una pieza
preexistente el música trata de “liberarse” del ruido (imágenes
mentales, distracciones, olvidos, asociaciones libres, torpezas, otros
sonidos), es decir, descarta lo que puede poner en riesgo la fi-
delidad a la estructura estricta de la pieza, en la improvisación
todo eso puede (como no) convertirse en material de trabajo.
La imagen fija y previa se disuelve en la interacción de múltiples
elementos. En ese sentido, la improvisación puede pensarse como
un vector de futurabilidad, al dotar de porvenir a elementos que,
a priori, no estaban allí para eso. La futurabilización no sólo es
una operación que abre el porvenir en tanto abre un imprevisto
(o un improvisto) sino que, simultáneamente, abre el pasado y
el presente a tendencias nuevas. “La posibilidad de acceso a la
historia se funda en la posibilidad de acuerdo a la cual un pre-
sente sabe siempre ser futuro”, escribió Heidegger (1924: 19). En
efecto, para la improvisación, también el presente y el pasado son
imprevisibles. Allí está la potencia del ana–cronismo, en tanto “no
es simplemente lo que pertenece al pasado y reaparece fuera de
contexto, descolocado, sino la problematización temporal que
impide la simplificación de la actualidad. Lo que emerge, casi
siempre de modo imprevisto, para hacer estallar la linealidad del
relato, la progresividad de los sucesos y la totalidad que busca
cerrarse sobre sí misma” (Gutiérrez Aguilar 2007: 8). Puede suce-
der, quizá sea lo deseable, quizá sea una linda manera de definir
comunismo, que el mejor modo de controlar el futuro sea no
controlarlo, dejarlo librado. Pero para ello es precisa la decisión
de dejarlo librado: por lo que la definición mínima de libertad
163
podría ser la de sostener en el presente el dejar libre la futuridad.
Es decir, el devenir, paradójicamente, requiere una garantía que,
funciona, a la vez, como condición para la multiplicidad.
En efecto, la improvisación plantea desafíos profundos a los
modos en que articulamos presente, pasado y futuro, así como
a nuestras consideraciones sobre la memoria, la posteridad, el
recuerdo de nuestro paso por este mundo y el miedo, ese po-
tente organizador de futurizaciones. Al respecto, volvamos por
un instante a la música18: hace unos años el compositor inglés
Thomas Ades rechazó la improvisación en su práctica de un
modo esclarecedor, afirmando que su temor es que “en setenta
u ochenta años se daría la extraña situación de tener unas parti-
turas con agujeros en el medio [se refiere a los pasajes improvi-
sados] y la gente no sabría cómo rellenarlos”. Es decir, indepen-
dientemente de que la gente los rellenaría de algún modo, para
Ades, la indeterminación o ilegibilidad que puede portar una
improvisación conlleva un riesgo de memoria, el riesgo, por así
decir, de “no pasar a la historia”. O no pasar “adecuadamente”.
El vínculo que Ades establece con la futuridad, a partir de una
clave de futurización, hace aparecer a aquella como fragilizada.
La claridad y nitidez actual serían una condición irrenunciable
para poder ser un presente futuro. No es menor, en este temor al
olvido, el desplazamiento de la improvisación por no registrable
164
y, por ello, intransmisible. Esa parece ser una preocupación de
Ades: que las generaciones futuras no lo entiendan, no lo valo-
ren, no puedan reproducir su música. El temor de Ades frente
a la improvisación permite reflexionar sobre los modos de ser
sujeto en el punto en que imaginamos nuestros legados, en el
punto en que proyectamos ciertos futuros y huimos de otros.
165
y la economía capitalista. En efecto, la experiencia del comercio,
el trabajo y la vida de los esclavizados en América forzó a mi-
llones de personas desarraigadas a inventar un mundo, o mejor
dicho muchos mundos. Atrás, aunque no en el olvido sino en la
reelaboración o en la constatación de su ineficacia o utilidad re-
lativa, quedaron la vida aldeana, las prácticas religiosas y rituales,
las configuraciones familiares, los horizontes de expectativas, los
temores, la familiaridad con la flora y la fauna. Todo un campo
de previsibilidades y de modos de lidiar con lo imprevisible,
un vínculo africano preesclavitud con la futuridad, se sumergió
en la catástrofe. Cuando estos seres humanos llegaron a tierras
americanas tuvieron que construirse puntos en común que les
permitieran vivir. Es esa gigantesca empresa de improvisación
social la que signa la denominada diáspora. Ese “no tener dón-
de volver” que bien puede ser una definición de la acción y el
proceso de improvisación. Tal como afirma Moten, los negros
y negras tuvieron que “crear a partir de un punto de salida del
que no era posible saber dónde conducía”. La vida radicalmente
prefigurada. Se podría decir de ellos que: “Han ganado en espe-
sor: su experiencia les ha alimentado. Y han ganado en soltura:
han sabido desprenderse de una figura de sí” (Tiqqun 2000). Un
desprendimiento nada feliz, violentamente impuesto, pero del
cual han sido capaces de derivar una inventiva posutópica.
Quizá de los procesos de racialización, fuerzas migratorias y
modos de vida que alteran y alternativizan los mundos instaura-
dos por el capitalismo, el patriarcado y la dominación racializada
haya que aprender a alimentar la capacidad de potenciar futura-
bilidades y futurizaciones sin rigidizarlas. Como el feminismo, al
que me referiré más adelante, o los huérfanos –los huachos– de
Santiago de Chile, que en un mundo sin madres ni padres fue-
ron “construyendo un afiebrado mundo propio (…) ofrecién-
donos sustitutos y sucedáneos para todo. Compañeros en vez de
166
hermanos. Socios en vez de padres.” (Gatti 2016: 8). Hacer, más
que de esos sustitutos y sucedáneos en sí de la búsqueda e inven-
ción de los mismos, operaciones de afirmación que conformen
mundanidades definidas por vínculos no tanto flexibles como
inventivos con la futuridad. Vínculos posutópicos. Allí parece
haber un desafío, en el reconocimiento de lo imprevisible pero
también en la decisión de procesarlo y no meramente de vivir
bajo el influjo de lo que Berger llamaba “la sorpresa del mo-
mento”. Entendida de esa manera, la inventiva posutópica pue-
de ser, retomando una idea de Martín Hopenhayn (1997), “una
fuerza plástica nacida del olvido postcrítico (es decir, no indife-
rente) de lo utópico”. Una forma de pasar del canónico ¿Qué
hacer? a la exploración del con qué y cómo hacer. En esa migración
no se pierde todo: en ambos casos, hay un objetivo. Pero en la
segunda modalidad ese objetivo no coincide con una imagen
precisa. Es un objetivo no figurativo, un objetivo prefigurativo,
que ha abandonado la relación medios–fines para configurarse
en el vínculo entre condiciones y consecuencias (Jullien 1996:
74). En ese sentido también es recuperable la idea de Hassan,
según la cual “temporalizar la política” supone comprenderla
como un proceso que incluye aspectos generados en el pasado y
en el presente no hacia un futuro claramente determinado sino
atento a las oportunidades y ordenada bajo la pregunta perma-
nente, nunca cerrada por los modos de vivir y estar juntos.
Esa orfandad (que Margaret Mead definía, en 1969, como el
devenir inmigrante de toda la humanidad) no es un arte del ol-
vido, ni un futurismo político con otro nombre. De nuevo, Fred
Moten plantea algo interesante, de tinte benjamiano, cuando
sostiene que el riesgo de un discurso exclusivamente focalizado
en un futuro que sólo supera al pasado pone en riesgo la nece-
saria constancia de la interrogación por la esclavitud. Ese legado
es algo que no se puede olvidar ni debe ser recordado siempre
167
de la misma manera, sino que entra en el juego de la novedad
histórica de formas diferentes. Ese legado, afirma Moten, tam-
bién puede contener “líneas de futuro”. La pregunta actual de
este filósofo afroamericano es si no es momento de volver a la
ausencia de hogar (es decir, al desarraigo), en el sentido de aban-
donar el lugar que los negros se han hecho, y se las ha dado, allí,
en las diásporas, particularmente la norteamericana. Ese nuevo
desarraigo (un desarraigo hecho sobre un arraigo de desarraiga-
dos) involucraría la improvisación19.
Frente al futurismo, un discurso que ha sido patrimonio de
diversas inclinaciones políticas y científicas y que establece un
vínculo con la futuridad según el cual el futuro es un tiempo en
el que todo lo que ha existido habrá sido superado, Moten invita
a elaborar preguntas que lo desmontan: ¿Qué hay de conservable
del pasado? ¿Qué hay que proteger? ¿Qué hay de repetible? A su
juicio, el vínculo con la futuridad, con la política y el pensamien-
to en general se juega en esa decisión de convertir un lastre en un
disponible. No es una política de la nostalgia, es una política de los
recursos (me gustaría agregar: para la improvisación). En ese mis-
mo sentido, se puede pensar la lógica del museo de Boris Groys
(2007), para quien esa institución no tiene que ver con el pasado
sino con el archivo, con la puesta de condiciones para redefinir
proyectos, tránsitos, creaciones, posibles. Por eso, desde una mirada
postfuturista archivar es redefinir el vínculo con la futuridad. Si
hay un gesto apropiable de la diáspora es, sin dudas, el de actuar
sabiendo que el futuro no es del futurismo sino del ir y venir, de
volver una y otra vez a ese archivo infinito para desviarlo, a veces
un poco, a veces notablemente, y relanzar las cosas.
168
La experiencia de esclavización es, por supuesto, una de las
experiencias más dolorosas y lamentables que puedan experi-
mentarse o conocerse. También en los términos que aquí in-
tento desplegar, porque la esclavitud es un modo de recortar y
gobernar lo posible hasta un punto extremo. No obstante, si es
capaz de arrojar estas enseñanzas, ¿qué somos capaces de impro-
visar en mejores condiciones, en condiciones de partida menos
despotenciadas que las que sufrieron millones de personas atra-
vesando el Atlántico o nacidas en cautiverio? En 1956, Etienne
Souriau afirmaba: “Hay todavía muchas experiencias no hechas,
existires no conquistados. Y por eso la existencia es, lo hemos
dicho, muy rica y muy pobre. Pobreza afortunada, puesto que
deja lugar a la invención, a la novedad de modos de existencia
no experimentados; que postulan así, por otra parte, nuevas po-
sibilidades. Tenemos poder sobre ella” (2017: 223).
¿Qué mundos podemos inventar?
169
El arte de la enemistad
They took and skinned my name
Try to raise the feeling
I saw right through, tried to love them
Blood Orange / Ashley Haze, By Ourselves, 2016
170
viejo tipo ha ido limando el poder conciliatorio de la disciplina
democrática, cuyos factores –poderes estatales representativos,
servicios de inteligencia y seguridad, instancias judiciales, me-
dios de comunicación– han cobrado una suerte de “autonomía
relativa” de múltiples y riesgosas consecuencias sociales y políti-
cas. La intensificación mercantil de los deseos (y no sólo del de
consumo) instala en el corazón de lo social una ansiedad gene-
ralizada y, muchas veces, un rencor profundo. Mientas tanto, una
suerte de anomia en tiempos de Internet busca, en un mundo
tecnologizado y de operaciones anónimas, cuerpos y nombres
bien concretos sobre los que descargar la furia.
Las formas de vida reguladas por lógicas de valorización –y
futurización– financiera y de reducción de la contingencia, que
caractericé en el primer capítulo, se combinan con morales de
matrices religiosas conservadoras o prácticas espiritualistas20,
propiciando un mundo de irritables (en el mejor de los casos,
autocontenidos), hipersusceptibles a la discordia. Ese mundo
combina diversamente dosis de crueldad a través de las cuales
se organiza y expresa una pedagogía del terror que imprime
sus modos, futurizaciones y destinos a una multiplicidad de re-
laciones sociales en nuestra coyuntura. Rita Segato no duda en
definir nuestro escenario como “la fase apocalíptica del capital”.
La fase donde la posibilidad misma de un vínculo de futuridad
comienza a perder terreno.
Esos modos actuales de producción de hostilidades y ene-
mistades, de dinámicas apocalípticas capaces de abolir el tiempo
20 “El incremento de la expansión de la razón algorítmica (…) avanza
paralelamente a la emergencia de nuevos modos de pensamiento mítico
religioso. El fundamentalismo, por ende, ya no se considera más antitético al
conocimiento racional”, postula Achille Mbeme en “Society of Enemity”.
Esos fundamentalismos refieren tanto a los islámicos como a las variaciones
filocuánticas de la divulgación astrofísica o las apelaciones a la información
celular y sus traducciones psicologicistas.
171
son, a su vez, nuestros enemigos. Uno de los imperativos más
urgentes en la reconsideración del vínculo de enemistad es el
abandono de una futurización letal y aniquilante por otras cuyas
promesas no acaben dirimiéndose en términos de sojuzgamien-
to. Si, siguiendo a Guattari, “en el futuro se tratará de cultivar el
dissensus y la producción singular de existencia” (1989: 46), no
parece posible ni deseable evitar la pregunta por la enemistad,
y ensamblarla a esta reflexión sobre el vínculo con las futuri-
dades. ¿Cómo enfrentarnos? ¿Cómo disputar con las grandes
estructuras, con el odio exterminador, con las diferencias tradu-
cidas como desigualdades? ¿Con las desigualdades confundidas
con diferencias? ¿Qué vínculos con las futuridades oponer a
los modos futurizantes que aspiran a trazar los perímetros de lo
posible? ¿Qué hace sobre nosotros la enemistad? ¿Cómo elabo-
rar esa relación sin apelar exclusivamente a futurizaciones, sino
considerando la capacidad del descubrimiento?
172
en torno al arte taoísta del antagonismo, vencer no es una imagen
definida, un proyecto aplicado exitosamente, un plan cuya im-
plementación ha de seguir una serie de pasos y tareas predeter-
minados.Vencer no es una futurización en clave posfigurativa; se
acerca más a la noción de futurización sin imagen, una suerte de
principio.Tener una imagen que pretenda conocer lo que vendrá
es desconocer que ese acercamiento está destinado a encontrarse
con “una muralla que es imposible derribar” (Mannheim 1929:
228). Pero la ceguera no tiene por qué convertirse en parálisis; se
trata de pasar a un modo prefigurativo de estrategización, a un
taoísmo de las prácticas, a una taoización de la victoria.
Para ello, lo primero no es dibujar una imagen del porvenir
sino desplegar un trabajo de detección de fuerzas, de futurabi-
lización. Casi una kinesiología. Seguir la vía del estratega chino,
que según Jullien,
173
tenemos una futurización sin imagen. Seguir las líneas de ten-
sión entre una imagen nítida de lo que quiere decir vencer y
un proceso, si se quiere, signado por la circunstancialidad de lo
posible y la necesaria reconfiguración de las propias figuras a las
condiciones, que muchas veces ofrecen oportunidades para las
que no estamos preparados debido a que seguimos una imagen
mucho más que un principio.
A modo de apertura del capítulo 1 de su Arte de la Guerra,
en el que procedió al análisis de las posibilidades propias y del
bando rival, Sun Zi incluyó la siguiente prescripción: “No será
ventajoso para el ejército actuar sin conocer la situación del
enemigo, y conocer la situación del enemigo no es posible sin
el espionaje” (Sun Zi 2006: 2). Casi una advertencia para decir
que no hay conocimiento eficaz en el arte de la enemistad si no
se acude a un determinado modo de recabar información que
permanece secreto y que evita proveer información a cambio21.
Ese espionaje consiste, en buena medida, en una etnografía del
enemigo que debe comprender, entre otras cosas, una caracte-
rización de sus modos de vincularse con las futuridades. Listar
sus futurizaciones y detectar cierto espacio de probabilidad para
sus acciones, estar atento al modo en que detecta y explorar
sus futurabilidades, es decisivo. Sus proyectos, sus tránsitos, su
capacidad para desviarse productivamente, el modo en que su
vínculo con la futuridad expresa y se expresa en sus formas de
organización, las lógicas de diseño que despliega, sus potencia-
les puntos de ruptura, etc. Fue ese modo el que, de acuerdo a
Alejandro Rabinovich, dio a las tropas virreinales peruanas una
ventaja decisiva sobre los ejércitos independentistas del Río de
la Plata en la batalla de Huaqui de 1811. Su general, José Ma-
nuel de Goyeneche, “venía recibiendo informes de todo cuanto
174
ocurría en las divisiones revolucionarias. Conocía su número,
composición y la dirección de sus marchas. ¿De qué manera?
Algunos de los indios de su fuerza, reclutados en la zona, se
quitaban el uniforme, se mezclaban con los naturales y entraban
en los campamentos patriotas (…) Luego volvían a su cuartel
general por los cerros sin que las guardias los detectarán (…)
Goyeneche contó siempre con una inteligencia muy superior
a la de sus adversarios (...)” (2017: 119). Inteligencia que los
revolucionarios rioplatenses no consideraron necesaria, ya que
descansaban en su número y poderío. A esa soberbia de la canti-
dad, Goyeneche le respondió con una investigación cualitativa, un
análisis de la situación de aquellas cantidades que hacían confiar
a su adversario.
La actitud de Goyeneche, replicada infinitas veces en la his-
toria, hace ver que si la victoria no tiene imagen es porque tam-
poco tiene localización exacta y delimitable. ¿Cuándo empezó
la victoria de Goyenenche? Es imposible decirlo. La victoria no
es un momento. Es un proceso –me animo a decir, constante–
que opera en diferentes capas. Esta perspectiva permite distin-
guir las limitaciones de las tesis batallistas o insurrecionalistas y sus
vínculos con la futuridad22. La impresión de que todo se juega o
jugará en una batalla decisiva o en una ráfaga de insurrección es
una de las maneras dominantes de pensar e imaginar la victoria.
Como si toda la energía acumulada fuera a jugarse en un ins-
tante, produciendo un destello que, una vez que fulguró, habrá
de impregnarlo todo en una eternidad autoconstituida. El cielo
22 En su libro Tratado del golpe de Estado (1928), Curzio Malaparte, el arquitecto
italiano, sostenía que la política se habría preocupado casi exclusivamente
por el momento político/insurreccional (modelado por las imágenes de La
Bastilla, que funcionaron como futurización para procesos posteriores, como
la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo) pero que habría que
preocuparse mucho más por los procesos, menos visibles y delimitables, del
gobierno técnico y de las infraestructuras de la vida social.
175
por asalto no tiene día después. La modificación de la noción
de victoria requiere una modificación de nuestro vínculo con
el adversario, y viceversa.
176
disciplinamiento atroz de lo posible. En efecto, ya sea el Estado,
los empresarios u otros agentes sociales organizan lo que les
llega como reclamo, cuestionamiento o superación en términos
de un interés fácilmente delimitable. “¿Qué quieren?” “¿Qué les
interesa?” “¿Quiénes son?” son preguntas que reenvían mutua-
mente una a otra23.
Esa reorganización constante de las relaciones entre futuri-
zaciones y futurabilidades reconfigura el vínculo antagonístico
con la futuridad. Se despeja, o minimiza, el esquema de la posfi-
guración y se abre la posibilidad de una atención mayor a la ac-
ción prefigurativa y sus consecuencias. Se llega a una afirmación
que aparenta debilidad pero produce fortaleza: que no tengamos
una imagen de lo que queremos no quiere decir que no sepa-
mos lo que queremos, puesto que lo que queremos es, también,
explorar y transformar lo que queremos. En esta definición casi
clínica de la relación de enemistad los vectores de futurabilidad
adquieren una importancia nueva, abren un camino para repen-
sar la confrontación y el conflicto, afectando a la nociones de
victoria, estrategia, amigo, enemigo y, por supuesto, el vínculo
con la futuridad.. La invención posutópica y la prefiguración
inciden sobre el significado de la victoria.
Si la victoria puede dejar de ser una imagen fija es, en parte,
porque en su concepto ingresa un elemento que fuerza su (des)
figuración y reconfiguración. Es un terreno donde abandonamos
las formas mastodónticas y las visiones en bloque para entrar en
una solución química (Berardi 2007). A partir de esta modali-
dad de la inteligencia estratégica el resultado –la victoria– ya no
coincide con una imagen ni tampoco con la eliminación simple
del bloque opuesto. Vale como ejemplo la larga y diversa lucha
del Movimiento de Derechos Humanos en Argentina, desde la
177
última dictadura cívico-militar. No sólo porque su búsqueda y
construcción de justicia no se tradujo en una retórica de la ven-
ganza (que, como tal, provee una imagen especular y decisiva
de resolución) sino que su definición de justicia se mantiene
lo suficientemente abierta e indefinida como para poder actuar
con eficacia en terrenos nuevos. De ese modo la justicia no es
sólo la justicia estatal (los escraches en los noventas, por ejemplo,
aspiraron a producir otras justicias (Situaciones 1999), ni siquie-
ra es la justicia para un tipo de víctima delimitado de una vez
y para siempre. Es un campo de movimientos, un dispositivo
de conexión, antes que un sujeto claramente situable y secto-
rializado. Su plasticidad, su capacidad de renovar sus proyectos,
su atención a las posibilidades, tensiones y tendencias de la co-
yuntura explican su profunda eficacia. En el Movimiento por
los Derechos Humanos es posible observar una dialéctica entre
proyecto y trayectos, futurizaciones y futurabilidades, altamente
significativa para una vínculo con la futuridad que sostenga un
principio de victoria antes que una imagen de ella.
Otro aspecto que colabora en esa victoria prefigurativa es el
tipo de futurización que se opera sobre el enemigo. ¿Qué hacer
con ellos? Para muchos teóricos y estrategias de la guerra, (entre
ellos, von Clausewitz, padre de la teoría moderna de la guerra24)
el único medio para vencer, y la imagen misma de la victoria,
era el aniquilamiento del enemigo. Aún si las imágenes de cadá-
veres amontonados ya no se utiliza como símbolo de victoria25,
la reducción a ruinas de los recursos del adversario es presentada
24 No era un planteo nuevo: las guerras antiguas bien podían terminar con
la reducción a ruinas de ciudades y poblados: tal el caso de Cartago, donde
murieron 150.000 habitantes en 149 a.C y la Conquista de América que,
desde el siglo XV, cobró millones de muertes.
25 En el caso de las performances del ISIS, la victoria aniquilante queda
presentada (y no sólo representada) en las ejecuciones públicas y las
degollaciones.
178
hasta el día de hoy, en las guerras dronizadas, como un ejemplo
de poderío y eficacia26. Las imágenes de los escenarios de bata-
llas colmados de escombros, hierros retorcidos y humaredas no
sólo forman parte del imaginario moderno de la guerra, sino
que son el modo mismo en que una guerra ha de expresarse
como verdad. En el Arte de la guerra, Sun Zi “recomendaba lo
contrario (...) `Manteniendo todo intacto es como se conquista
el mundo entero; de este modo, las armas no se mellan y el pro-
vecho es absoluto` (…) No hay ‘valor’ en matar; mejor que des-
truir las fuerzas del adversario, hay que hacerlas inclinarse hacia
uno mismo.” En esa interrogación sobre lo que hace valiosa una
victoria yace un punto de ingreso a una vínculo posutópico con
ella. Uno que va del aniquilamiento al aprovechamiento, porque
lo que importa es mi potencia, no el aniquilamiento per se. No
la demostración de poder sino la apropiación de posibilidades.
Ir del aniquilamiento a la desorganización del adversario,
puesto que lo que lo define como adversario es una determi-
nada composición de elementos. Si seguimos la afirmación fi-
lotaoísta de Tiqqun según la cual “el enemigo es, simétricamen-
te, aquel a quien me vincula una elección, un desacuerdo tal
que el incremento de mi potencia exige que lo enfrente, que
merme sus fuerzas”, entonces vencer no es destruir. Es, por un
lado, desorganizar/recombinar en función de incrementar mi
potencia, entendiendo a la recombinación como la forma en
que los vectores de futurabilidad inciden en la manera en que
179
nos figuramos la victoria. Pero vencer no es sólo desbaratar la
lógica del rival. Es también ser capaz de detectar e incorpo-
rar las posibilidades presentes en el propio enemigo. No bajo
el modo especular del doble o la imitación sino a la manera
del insumo alimenticio, incluso antropófago, que se disuelve en
nuestro cuerpo mientras nos dota de posibilidades. “Muerte y
vida de las hipótesis. De la ecuación yo parte del Cosmos al
axioma Cosmos parte del yo”, escribió Oswald de Andrade en
el Manifiesto Antropógafo de 1928. Y un poco más adelante:
“Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo
en tótem. La humana aventura. La terrenal finalidad”.
180
del propio pensamiento. Allí donde encontramos sus límites es
preciso volver a imaginar y actuar, en tanto ampliación, o redefi-
nición de los límites.
¿De qué modo las respuestas inciden y delatan los modos en
que nos vinculamos con la futuridad? Existe un eje que nos lleva
por el camino de la convicción firme, la imagen definida y los
saberes arraigados. Todo eso, que podríamos denominar “persis-
tencia”, se apoya en una ilusión de inmodificabilidad. Pero existe
otro eje, donde las futurizaciones y las futurabilidades entran en
una dinámica diversa. En este eje aparece un elemento diferente
a la solidez y rigidez perseverante, el de la recombinación en fun-
ción de las especificidades del ataque del adversario.
El ataque puede ser repelido por vías posfigurativas (es decir,
sin consideración, salvo reactiva, de lo que el enemigo genera)
o prefigurativas, que obliguen a reconfigurar ya no sólo nuestra
imagen de victoria, sino también la de ataques. Desde esta pers-
pectiva, cobra nueva luz la sentencia de Schopenhauer en Parerga
y Paralipómena, según la cual “los amigos se llaman sinceros: los
enemigos lo son. Por eso deberíamos usar su censura para el au-
toconocimiento, a modo de amarga medicina”. Esa sinceridad no
tiene por qué limitarse a las expresiones verbales (recriminaciones,
ofensas, acusaciones, puntos débiles, etc); de hecho, el enemigo
puede mentir sobre él, sobre nosotros o a nosotros. Esa sinceridad,
de la que habla Schopenhauer en términos de relaciones entre in-
dividuos, podría ampliarse al horizonte más general de las tramas
sociales y sus conflictos. Allí, las acciones y movimientos del ene-
migo pueden ser ocasión de autoconocimiento y, por ende, de re-
configuración de nuestros proyectos y sus posibilidades. Bastante
lejos de la Alemania romanticista, en nuestra actualidad de golpes
judiciales que deciden aspectos claves de la políticas latinomeri-
canas, el candidato a presidente de Brasil por el Movimiento de
los Trabajadores sin Techo, Guilherme Boulos, tuvo la lucidez de
181
establecer una estrategia en la que las especificidades de los ata-
ques del adversario neoliberal, en lugar de ser absorbidos en una
imagen fija y letal de nosotros, se convierten en insumos (estoy
tentado a decir: se insumizan) y en vectores de futurabilidad que
redefinen no sólo cierta imagen de lo deseable sino un principio
de orientación: cita. En ese sentido, hay operaciones realizadas por
el adversario que pueden ser insumos para un trabajo sobre sí, que
modifica la consideración de ambas figuras.
En Relating narratives (2000), Adriana Cavarero propuso un
dilema que atañe a las nominaciones y los pronombres políticos
en tanto vehículos de sentido: “Muchos movimientos revolu-
cionarios parecen compartir un curioso código lingüístico ba-
sado en la moralidad intrínseca de los pronombres. El nosotros
es siempre positivo, el vosotros constituye un posible aliado, el
ellos tiene que enfrentarse a un contrincante, el yo resulta inde-
coroso y el tú, superfluo”. En esta repartición de los nombres,
los sentidos atribuidos implican directamente a las expectativas
que laten en los antagonismos políticos. Del mismo modo en
que el sujeto narrado por el discurso utópico involucra una
cierta caracterización del tiempo y establece un vínculo con la
futuridad que le da cuerpo, puede decirse que los pronombres
también despliegan modos de vincularnos con la futuridad.
En la repartición política, estratégica y moral de Cavarero se
escucha resonar la célebre distinción amigo/enemigo de Carl
Schmitt, para quien en dicha diferencia yacía el fundamento
de la política (1928). En lugar de mantenerse en ese esquema
binario, la crítica de Cavarero incluye algunas figuras que no
modifican estructuralmente pero introducen algunos matices
significativos, como los aliados y los superfluos27. Pero lo más
182
importante está en algo que se deja entrever en el postulado:
revisar uno de los pronombres implicaría revisar el conjunto,
porque sus sentidos y significados están interrelacionados. Re-
pensar todo el arco pronominal lleva a nuevas valoraciones de
la idea de victoria, como también de adversario. El vínculo de
enemistad no se agota en el vínculo de enemistad, sino que esa
relación forma parte de una situación que la incluye y le da sen-
tido, recursos y horizontes. Aislar esa relación de otras relaciones
es un error, incluso, estratégico. Porque esa relación puede ser
alterada por factores externos, por la alteración de otros puntos
de la trama de la que forma parte. Binarizar el vínculo empo-
brece la percepción de otros elementos, vectores de futurabili-
dad que pueden transformar significativamente la relación con
el adversario. No pensar la enemistad como un espacio cerrado
sino que la propia relación es creativa respecto a sus espacios.
“Nos hacen falta algunas abstracciones suficientemente vacías,
suficientemente transparentes, como para impedirnos prejuzgar
nada, una física que reserve a cada ser y a cada situación su disposi-
ción al milagro”. Nietzsche habló de la necesidad de que los ami-
gos (nosotros y vosotros) se comportaran como enemigos (ellos),
como distantes, como prudentes, con el objetivo de fortalecernos
y mejorar nuestras posibilidades, justamente, de mejorar. El filóso-
fo alemán veía en los camaradas (nosotros) una amistad apegada,
mientras que la verdadera amistad, a su juicio, era una amistad
solitaria, una amistad de solitarios. Esa soledad (que no es aisla-
miento) se construía a partir de un vínculo en el que la enemistad
participaba activamente. Pero si todo esto valía para el amigo/
enemigo, menos clara queda la relación con el enemigo (ellos) en
sí. Que el enemigo nos transforma es indiscutible. Que es posible
aprovechar esa condición, es un desafío.Y que esa condición debe
modificarnos, es casi una provocación. Quizá podamos explorar
ese vínculo. Quizá podamos pensar en ese milagro.
183
Como sostuvo Castoriadis, la cuestión de la justicia implica un
cuestionamiento de la legalidad actual. Pero no alcanza con eso
porque, como afirmó Tiqqun, también estamos frente a un modo
donde las operaciones de normalización exceden largamente las
intervenciones legales. Lo normalizado y lo legal no coinciden;
de hecho, las lógicas financieras han sido importante en la am-
pliación de un mundo opaco y altamente significativo para la vida
cotidiana de millones de personas. Esa brecha entre la letra escrita
del Estado y el habla viva del capital fortaleció lo que Suely Rol-
nik denomina “el capitalismo rufían” (2007), donde conviven las
empresas encargadas del narcotráfico, los diversos contrabandos
y esclavizaciones, las cuevas especulativas, las zonas más oscuras
de las instuticiones represivas. La justicia, su búsqueda, es, enton-
ces, cuestionamiento de la ley en tanto gramática efectiva para el
ordenamiento de lo que existe, pero también debe cuestionar la
normalización neoliberal en tanto molecularización capitalista y
creación de formas y modos de vida que, a pesar de sustraerse al
orden estatal, no conllevan justicia alguna.
Vivimos en un mundo en el que los vínculos con las futuri-
dades, con la virtualidad de acontecimientos, con la contingencia,
están atrapados en una maraña de la que resalta el hilo totalitario
de la valorización mercantil, la administración digital del mundo
(Sadin 2017) y un pensamiento fijo o insoportable de lo posible.
La enemistad, nuestra enemistad, está organizada a partir de esos
problemas en las actuales condiciones y formas de vida y la ex-
ploración de vínculos que asuman lo múltiple, lo incesante de la
creación, como posibilidades de invención de justicia posutópica.
Este vínculo, en el que la potencia no queda subordinada
a las respuestas reactivas ni al aniquilamiento del enemigo sino
a la invención del nosotros, del enemigo y de la victoria en el
proceso mismo, requiere que, detrás, como parte pero también
184
como alteridad respecto al teatro de operaciones, se configure
algo que llamaremos, por no tener un nombre mejor, mundo.
Algunos le llaman común, otros comunidad, otros comunalidad,
otros máquina de guerra28. Los nombres apelan a expresar ese
punto de afirmación que no se reduce a una retaguardia. Es otro
tipo de “esfuerzo de guerra”, su utilidad no se limita a la provi-
sión de quienes están en las líneas de combate ni ha de agotarse
cuando la guerra termine (si alguna vez termina). En uno de sus
últimos libros, Guattari arriesgaba una futurización prefigurati-
va: “llegará un tiempo de lucha en el que todos y todas se verán
obligados a fijarse objetivos comunes y a comportarse ‘como
pequeños soldados’ quiero decir, como buenos militantes pero,
conjuntamente, llegará un tiempo de resingularización en el que
las subjetividades individuales y colectivas ‘plegarán velas’, y en
el que lo que primará será la expresión creadora como tal, sin
más preocupación respecto a finalidades colectivas” (Guattari
1989: 49). El frente se vuelve un momento del mundo, la “sol-
dadesca” se subordina a lo que ha de defender, la producción de
vida. Esta composición relocaliza la enemistad en un juego que
excede la binarización, al tiempo que abandona las futurizacio-
nes en las que la victoria coincide con la eliminación del adver-
sario. Abandonada esa coincidencia, sólo queda seguir a Casto-
riadis cuando dice que “si una nueva sociedad por nacer desa-
rrolla un nuevo sistema de significaciones imaginarias sociales
185
irreductibles al anterior, no podemos pensar, con el sistema de
pensamiento del que disponemos hoy, esta sociedad futura por
nacer” (2013, 100). A esa experiencia de lo incierto vinculada a
la justicia parece haberse referido Martin Luther King cuando,
en 1958, recordaba la noche de 1956 en que el boicot al trans-
porte público en Montgomery se dio por finalizado luego de
haber obtenido la sanción legal de su desegregación total: “El
público se puso de pie y festejó a viva voz. Este era el momento
por el cual se habían esforzado durante más de un año. Regre-
sar a los ómnibus, ahora integrados, era un nuevo comienzo”
(King 1958: 163). Esa futurización llamada “desegregación del
transporte” había suscitado la movilización de fuerzas y vectores
de futurabildad hasta entonces dormidos o imposibles. Sobre
ese umbral se diseminó una incertidumbre que no se ahogaba
en la angustia del no saber sino que se apuntalaba en la alegría
del acto de justicia para alimentar una curiosidad sobre lo que
vendría y lo que se podía hacer con ello. En efecto, King dife-
renciaba la victoria de la justicia, una distinción que modifica la
noción de victoria, poniéndonla en tensión con la producción
de justicia; que, en cierto sentido, no tiene fin, no tiene imagen
final. La victoria, en sus peores futurizaciones, puede apelar al
aniquilamiento, pero la justicia está impedida de un recurso tal.
Si creemos, como Castoriadis, que la justicia es un proceso
abierto, incesante, imposible de reducir a una imagen de futuro
coagulada, es posible acercarse a novedades sociales, tecnológicas,
organizacionales sin arrastrar la sospecha de su inutilidad, peligro-
sidad o irrelevancia. Habrá que aprender de movimientos como
el afroamericano, el zapatismo o el feminismo actual, para los cua-
les los vínculos entre futurizaciones y futurabilidad están en el
núcleo de sus invenciones políticas. Habrá que seguir el desafío
que Gutierrez Aguilar extrae de los movimientos bolivianos de
principios del siglo XXI: “profundizar el trastocamiento del or-
186
den social anterior en múltiples niveles, sin necesidad de reinstalar
ni en el orden práctico ni en el del pensamiento formas únicas,
universales y afirmativas de reconfiguración social, esto es, sin re-
caer en la tentación sintética y positiva” (2007: 20).
En cuanto al feminismo (me refiero al latinoamericano de los
últimos años), éste ha avanzado como pocas experiencias políti-
cas recientes en la exploración de la invención posutópica. Algo
admirable e imitable de ese heterogéneo movimiento, que no ca-
rece de diferencias internas y líneas de fuga intensas, es su sentido
fino para combinar la irrupción y la larga duración, para construir
procesos tectónicos y hacer arder las superficies, para hacer saber
que no hay punto de llegada y para marcar hitos cada vez más
impresionantes. Desde los modos de articulación con experien-
cias populares a la elaboración de hipótesis sobre el desarrollo
tecnológico en clave de género y posgénero, desde las críticas al
“patriarcado del salario” (Federici XXXX) a las disputas por los
sentidos y soberanías de los cuerpos, el feminismo ha producido
su propio arte de la guerra, elaborando nociones novedosas de
victoria y enemigo, así como un nuevo principio de mundos más
justos. Desde esta perspectiva, la “toma del poder”, además de las
muchas críticas estratégicas que recibió, merecería una más: la de
ser, con todas sus virilidades definitorias y sus impulsos instru-
mentalistas, en su sustrato, una futurización patriarcal.
Que “el futuro es feminista” parece decir que no sólo allá ade-
lante, en el porvenir, el futuro será feminista, alcanzará su adecua-
ción con la proyección de lo que, por lo demás, se define hoy como
feminismo. Si tomamos la consigna por su lado futurabilizante y
no como futurización, esa expresión nos está enseñando algo más
decisivo: que hay que pensar nuestros vínculos con las futuridades
como un devenir abierto a las asimetrías de poder; por ende, como
un trabajo de atención, transformación y reconfiguración de las
relaciones que no acabará jamás y que irá asumiendo figuración
187
diversas. Ami entender, no hay tal cosa como la utopía feminista
porque su potencia y seducción está en ser una posutopía.
Es una invitación a las fuerzas, no a las formas; a las potencias
y no a las identidades. Ni siquiera a las diferencias en tanto tales
sino a la producción entre diferencias que no dejan de producir,
a su vez, nuevas diferencias, superando o recombinando las pre-
vias.Vale, aquí, citar largamente a Eric Sadin: “El honor y la difi-
cultad del ejercicio de lo político consisten en tomar en cuenta
la multiplicidad constitutiva de su campo de acción, obligado,
en un marco democrático, a no dañar a nadie o a hacer justicia
para todos. La conciencia del encadenamiento ininterrumpido
de diferencias induce la más alta responsabilidad de la decisión
y del compromiso públicos, según una concepción que postula
el núcleo de la dignidad humana en la capacidad de orientar, a
través de la delegación y la deliberación democráticas, el curso
compartido y voluntario de las cosas” (2017: 134).
El nosotros es una fuerza, no un rostro ni un destino. El noso-
tros es más proyecto que condición y más descubrimiento que pro-
yecto. Retomando a Etienne Souriau, es una instauración (2017).
En esta modalidad el llamado político es genérico: todo aquél dis-
puesto a minimizar las asimetrías y la nulidad de la vida actual está
convocado. Hoy día, el enemigo “no se opone a nosotros como un
sujeto que nos haría frente, sino como un medio que nos es hostil”.
Tal vez Tiqqun, en su ímpetu crítico, minimizó las posibilidades
que todavía existen en ese entorno para producir sujetos antagó-
nicos, molaridades y no sólo vaporosidades hostiles, pero ello no
modifica la centralidad estratégica que adquiere la producción de
mundos, un momento de afirmación, de invención de un ambien-
te abierto que nos permita no sólo hacernos una imagen de justicia
sino constituirnos con un principio, capaz de encontrar vectores de
justicia donde, quizá, no la estemos buscando.
188
Capítulo 5
Esbozos para una etnografía de las
futurizaciones y las futurabilidades
Ecografía 3D de la pampa
un equipo
Marzo 2017. Son once, parados bajo el áspero sol del verano ni-
coleño. Alineados como una barrera –con gigantismo– ante un
tiro libre. En el centro, Mauricio Macri, micrófono en mano. A
su lado, el Momo Venegas. “Buenas tardes a todos. Algunos dirían
que nos tocó un día peronista...”, dice Macri, y Venegas, sonriente,
levanta el puño. “Yo diría que es un día de cambiemos”, remata
Mauricio y la sonrisa de Venegas ya no es tan amplia.
Así, con los tapones de punta, el presidente da inicio a su
discurso en ExpoAgro 2017. Luego repasa anécdotas y logros.
Dice que estuvo allí en 2015, prometiendo que la próxima co-
secha se haría con él como presidente, bendice al campo como
la madre de todos los desarrollos, critica a los que ponen pa-
los en la rueda y, hablando de ruedas, festeja la compra récord
de maquinaria agrícola durante el año 2016: 1800 millones de
dólares, con rubros –como sembradoras o pulverizadoras– que
vendieron entre un 60 y un 40% más que en 2015. Ese volumen
de operaciones tiene fundamentos fuertes en la baja/quita de
retenciones y en la devaluación (que permitió sembrar con un
dólar a 9 pesos y comercializar con uno a 16). Guiños de ojos de
189
un gobierno que juega muchas fichas de su apuesta productiva
al paño verde del casino rural.
En “Seguridad, territorio y población”, Foucault dice, de pa-
sada, que la fisiocracia del siglo XVIII reintrodujo el tema agrí-
cola, provocando que el esquema previo, íntregramente organi-
zado alrededor de la ciudad, se batiera en retirada. La agenda del
macrismo tiene algo de eso, un nuevo intento no sólo de utilizar
al campo (como hizo el kirchnerismo) sino de convertirlo en el
eje de un proyecto. Esto excede la noción de reprimarización
de la economía: el macrismo busca configurar una sociedad cu-
yas lógicas (de negocios, de explotación laboral, de gobierno del
conocimiento, de prospección e hipótesis de futuro) tengan “al
campo” como referente y columna vertebral. El supermercado
del mundo tiene que convertirse en el cerebro del país. El abrazo
de la robótica y la biotecnología debajo de un ombú.
de dónde venimos
190
empresas ligadas a la maquinaria agrícola en tiempos de siembra
directa, biotecnologías e informática. El boom de los commodities
fue una inyección de sangre fresca sobre esos territorios, que per-
mitió a las empresas plantearse la posibilidad de jugar las grandes
ligas del agro (nacional y mundial), ampliando negocios mientras
los ingresos y ganancias iban fortaleciendo una comunidad em-
presaria con amplio margen para inversiones diversificadas, gastos
en consumo y ahorros guardados dentro y fuera del país.
Sembradoras mecánicas y neumáticas, tractores articulados,
tolvas, monotolvas, tolvas autodescargables, fertilizadoras, pulve-
rizadores, pulverizadoras autopropulsadas, cabezales, cosechado-
ras axiales, forrajeras, acoplados, maquinarias para la explotación
ganadera... Uno tendería a pensar que las zonas rurales deberían
haberse llenado de bichos mecánicos pero no es tan así: según un
informe del Gobierno de la Provincia de Santa Fe, entre 2002
y 2008 la existencia de maquinaria agrícola en explotaciones
agropecuarias disminuyó (salvo las cosechadoras de granos). Los
motivos: mayor eficiencia en el uso y menor inmovilización de
maquinaria gracias al modelo de negocios por contrato. La terce-
rización y los arrendamientos, las mejoras técnicas y tecnológicas
produjeron un estado de movilización productiva permanente de
las máquinas. Pero, entonces, ¿por qué esos saltos cuantitativos en
los volúmenes de ventas? Porque las máquinas no lloran pero se
agotan. El modelo de negocios y explotación que rige la produc-
ción agrícola en Argentina las hace trabajar tanto que las rom-
pe pronto (y no habría que descartar a la bendita “obsolecencia
programada” haciendo adicionales en los campos), por lo que su
reemplazo es muy frecuente, un rasgo que coloca a Argentina en
el grupo de países que dispone de maquinaria con menor anti-
güedad en el mundo.
En ese mapa juegan actores económicos diversos, que com-
ponen un sector empresarial heterogéneo, hecho de tiburones y
191
mojarritas. En los rubros tractores y cosechadoras la mayoría de
las empresas son las grandes multinacionales: AGCO, John Deere
y Case New Holland controlan el 80% del mercado. El resto se
lo reparten empresas con sede acá: Pauny (Las Varillas, Córdo-
ba), Agrinar (Granadero Baigorria, Santa Fe), Abati (Pergamino,
Buenos Aires), T&M Grossi (Rafaela, Santa Fe), Vasalli (Firmat,
Santa Fe). En sembradoras y pulverizadoras el mercado está más
atomizado, con importante presencia nacional: Agrometal (Mon-
te Maíz, Córdoba), Crucianelli (Armstrong, Santa Fe), Gherardi
(Casilda, Santa Fe), Apache (Las Parejas, Santa Fe). El reempla-
zo de la labranza con arado por la siembra directa, que alcanza
al 80% de la superficie argentina sembrada, muy por encima de
la media mundial, ha demandado máquinas específicas. Ese es-
cenario dio oxígeno a la fabricación nacional, en una escala de
baja a moderada, que no puede evitar importar componentes e
insumos muy costosos (por ejemplo, los motores y los diversos
dispositivos electrónicos, digitales o no). De adentro hacia afuera,
el empuje es acotado: de acuerdo al informe elaborado en julio
2016 por el neonato Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas
sobre el sector, Argentina ocupa el puesto 47 del ránking mundial
de exportadores de maquinaria agrícola. Aunque el dato matiza
la épica agroindustrial (Polonia, por ejemplo, exporta 7 veces más
que Argentina) no es menos cierto que las exportaciones podrían
incrementarse en los próximos años.
Todo este conglomerado, de acuerdo al INTA, provoca que
la maquinaria agrícola emplee directamente a 30.000 perso-
nas (entre fabricantes y agropartistas) e indirectamente a 10.000
monotributistas, 5 mil indepedientes, diversos proveedores del
sector (vidrio, plástico, motores) y 20 mil personas en conce-
sionarias y repuestos. 80.000 personas que aportan el 1,1% del
valor agregado bruto industrial del país y de las cuales al menos
un 25% está afectada a tareas de servicios.
192
machine man
Caminar por Las Parejas confirma lo que dicen varios sitios webs
empresariales y periodísticos: es la Capital Nacional de la Pyme
Agroindustrial. Ahí, en esa zona del mundo con alta concen-
tración industrial dedicada a la producción agrícola, en el 2004
publicaban artículos expresando el temor ante un rápido ago-
tamiento del boom sojero. Sin señalar que pueden ser buenos
empresarios pero como pronosticadores la pifiaron, el sitio de la
Municipalidad narra que “las empresas fabricantes de máquinas
agrícolas y agropartes de Las Parejas pasaron de facturar $28 mi-
llones en 2003 (de los cuales sólo 2% eran por exportación) a $
980 millones en el 2013, con más de 25% de la producción desti-
nada a mercados internacionales como Rusia,Venezuela, Sudáfri-
ca, Australia, Nueva Zelanda, México, Kazakstán, Ucrania, Italia,
EE.UU., Bolivia, Brasil y Uruguay”. Acá la década sembrada y la
década fabricada se dieron la mano para correr alegremente por
los campos. No parece casual que esta ciudad de 14.000 habitan-
tes haya sido emblema del kirchnerismo y sus anhelos peronistas
de empresariado fuerte, metalmecánica nacional y pleno empleo;
pero tampoco sorprende que, aún con gobierno local FpV, hayan
ganado Del Sel y Macri, apostadores compulsivos al empresariado
de los agronegocios.
En esa trama cromada parejense titila Cideter (Centro de
Investigación y Desarrollo Tecnológico Regional), una funda-
ción empresarial que busca fortalecer la competitividad inter-
nacional de las empresas que integran el Clúster de Maquinarias
Agrícolas (que incluye fábricas de maquinaria, agropartes, silos
y fundiciones en Las Parejas, Armstrong y Marcos Juárez). Para
ello, Cideter estimula investigaciones en diversos campos de la
tecnología agroindustrial y del desarrollo de piezas para máqui-
nas, provee cursos de capacitación (en software, tratamientos de
193
materiales, leyes laborales, gestión), asesora y opera como agente
vinculante de empresas, centros de investigación científica y or-
ganismos estatales y provee servicios para el comercio exterior.
Sus dos edificios, al costado de la ruta provincial 178, se
diferencian de las clásicas construcciones fabriles o rurales. Son
dos construcciones casi idénticas entre sí, metálicas, plateadas,
formalmente austeras, de líneas rectas y ventanas longitudinales.
Dan la impresión de que un viento fuerte podría arrancarlas del
piso; tal la sensación de liviandad que comunican. Tan lejana del
arraigo telúrico y de la virilidad gringa.
“El gobierno anterior no estaba tan obsesionado con la tec-
nología como éste”, dice María Borghi, la directora. La char-
la me revelará luego que ese rasgo que María detectó en los
miembros de la Subsecretaría de Planificación Económica sir-
ven para definirla a ella. Este grobocopatelismo línea fundadora
no puede no estar alegre: al desarrollo empresarial de los últi-
mos veinte años le ha sumado un presidente de la Nación que
comparte su esquema empresarial: un modelo productivo de
innovación tecnológica articulado con un modelo de negocios
diversificado y de matriz financiera.
insert coin
194
“¿Qué es eso?”, pregunto y señalo con el dedo como si
fuera una muleta lingüística. “Es parte de una barra articulada
de una pulverizadora”, me dice. “Lo estoy escaneando porque
tengo que trabajar en un nuevo prototipado para una máquina”.
Miro de reojo el monitor de la computadora: está usando Solid
Works. Manipulo el scanner, exploro una pieza pequeña plástica.
“Es un prototipo de válvula para una pulverizadora”, me aclara
amablemente Gerardo. Asiento con la cabeza mientras trato de
imaginar dónde va eso que tengo en la mano. Gerardo despeja
el enigma: “Eso va en las mangueras que van conectadas a los
tanques ¿Damos una vuelta por la Fundación?”, me propone.
Pasamos a otra sala. Veo dos durómetros, que miden la re-
sistencia de los materiales. El de la izquierda debe tener trein-
ta años, expuestos en sus costados oxidados y en un reloj con
manecillas. El otro parece no haber sido usado. Blanco, impo-
luto, con visor digital. A su lado, tornillos, tuercas, fragmentos
de objetos, rocas, mecheros, tubos, herramientas, trapos sucios.
Decenas de cosas en estado de exploración. “Eso ahí”, me dice
Gerardo, “es un espectómetro de masas para analizar las com-
posiciones químicas de los elementos”. Pienso en el grafeno,
en los debates actuales en relación a esa sustancia y su enorme
conductividad eléctrica. Recuerdo algo que me dijo un amigo
ingeniero: “el grafeno es un conductor insuperable, no tiene
resistividad. O sea, no se lo puede apagar”. Es una buena imagen
para pensar nuestra hiperconectividad: la era que no se puede
apagar. En términos de vínculos con la futuridad, el discurso
empresarial no concibe una ética del detenerse.
Entro a otra habitación; noto que a la izquierda hay una
máquina grande. Tiene una manija vertical cromada y una ven-
tana de vidrio en el centro. Por un instante pienso que es un
horno industrial para fundir piezas. No es eso. Es una impre-
sora 3D. Nunca había visto una tan grande. Fortus 360mc, leo
195
en el frente. “Es de las más grandes de Sudamérica”, me dice
Gerardo, orgulloso. Me agacho para mirar los cartuchos con
el termoplástico. “Los cartuchos tienen firma, estás obligado a
comprárselos al fabricante. Si no, la máquina no los reconoce y
no funciona. Y para usar toda la extensión de la bandeja tenés
que pagar. Por cada diez centímetros más de bandeja tenés que
bajar una montaña de dólares. Acá usamos veinte pero podría-
mos usar hasta sesenta”, me cuenta. “O sea que está programada
para no abrir los otros cuarenta”, agrego. “Exacto. Si los querés,
pagás, y viene alguien y te destraba los centímetros”. Dilemas de
los paquetes tecnológicos, como los que provocan las patentes y
los controles de las transnacionales de semillas.
visión de campo
196
de la Pampa. Ese ensamblaje entre conocimiento, innovación y
mercado ha propiciado una figura de empresario específica: el
emprendedor.
Pero el imperativo innovador no creció por generación es-
pontánea. “No fue fácil convencer a la gente de la zona del
camino de la asociación y la innovación tecnológica. Fueron
muchos años, primero desde la Dirección de Asistencia Técnica
del gobierno de la provincia. Eso sobre todo en los noventas.
Y luego desde aquí, desde Cideter”. María comparte con otros
agentes del boom sojero el discurso de la revelación, del “dar-
se cuenta”. Los programas de televisión de los canales rurales,
los testimonios en los sitios web de las empresas, los micros y
pastillas que se pueden mirar en las páginas de las asociaciones
empresariales insisten una y otra vez con ese momento casi re-
ligioso en el que alguien “vio el futuro”. A pesar de la incesante
retórica del cambio que brota desde informe, coloquios, jorna-
das, documentos internos y “quiénes somos” en sitios web, el
empresario innovador no es sino una subjetividad que organiza
la búsqueda de la máxima ganancia bajo condiciones económi-
cas puestas por el capitalismo financiero; es la traza principal de
la autopista capitalista, y en ese punto, limita el azar y el cambio
a la dimensión económica del azar y el cambio. Desde el punto
de vista del empresario de los agronegocios (entre los que hay
que incluir la agroindustria) el campo es una suerte de espacio
que está como desfasado del tiempo. No es la mera superfi-
cie verde que se reproduce a sí misma de acuerdo a variables
ecológicas ni un espacio de repetición de prácticas. El campo
es soporte para una innovación que, una vez incorporada, será
soporte para una nueva innovación, y así sucesivamente. En ese
sentido, queda subordinado al futuro, no por la mera historici-
dad de las cosas, sino porque hay un imperativo social de que no
puede ser el mismo.
197
“Estoy enamorada de este formato de vinculación produc-
tiva entre privados y públicos. Nos ha permitido crecer, volver-
nos competitivos internacionalmente, llegar a mercados nue-
vos”, me confiesa María. “¿Cómo se imagina Las Parejas en el
año 2050?”, le pregunto. Sonríe, no sé si es porque ya se lo pre-
guntaron o porque es la primera vez. “Tenemos que a ir hacia
la concentración de empresas. Sólo así podremos seguir siendo
competitivos. Hay demasiadas empresas. Tenemos que poder
manejar más y mejor información, avanzar en las simulaciones
y en los cálculos por elemento finito. Las modelizaciones nos
hacen ganar mucho tiempo en la experimentación. Y tenemos
que continuar en el proceso de estandarización. Antes había una
pieza por fábrica, ni los planos tenían. La información iba de
boca en boca, de obrero en obrero. Ahora no sólo tenemos los
planos sino que podemos experimentar con la impresora 3D
que acabás de ver, evitando hacer las piezas hasta que no ten-
gamos la adecuada. Me imagino que en el 2050 todo eso habrá
avanzado notablemente”. Su discurso casi calca las palabras del
informe de sector que hizo el gobierno en julio de 2016, unos
pocos días antes de mi entrevista, cuando habían andado por Las
Parejas esos jóvenes obsesionados con la tecnología: “Los agro-
partistas locales han tenido que adecuarse a los mayores niveles
demandados de complejidad tecnológica de los componentes.
Sin embargo, las fluctuaciones de la demanda asociada a la de-
pendencia del mercado interno y la verticalización de las tareas
en las terminales no han permitido el fortalecimiento de este
segmento de aprovisionamiento. Asimismo, debe considerarse
la baja estandarización de los componentes del sector, lo cual,
unido a la alta cantidad de fabricantes y a la baja escala de pro-
ducción de cada uno de ellos, hace muy difícil la posibilidad de
lograr bajos costos de producción”.
Hay algo más, que no le digo a María pero de lo que tomé
198
nota: le pregunté por Las Parejas y me respondió con la realidad
empresarial de la ciudad.
199
dería y todo aquel que incorpore una visión de mediano plazo
(ya sea en términos de modelos de país y sociedad o de escenarios
y pronósticos económicos) a la hora de leer el campo y la agroin-
dustria, suele incluir en sus intervenciones el pronóstico de que
en quince años la población mundial rondará los 9.000 millones,
que la demanda de alimentos será gigante y que las empresas
deben estar capacitadas para cubrir esas demanda. Cómo será de
intensa la apuesta demográfica que en la página de inicio de rural.
com pusieron un reloj que marca el incremento en la cantidad de
población mundial, segundo a segundo.
China se los confirma: de acuerdo a la Oficina Nacional de
Estadísticas de ese país, las importaciones de alimentos (carnes
rojas y blancas, frutas frescas y procesadas, aceites, azúcares y be-
bidas alcohólicas) vienen creciendo a una tasa del 15% anual en
los últimos años. Para el año que viene China va a convertirse
en el mayor importador de productos alimenticios del mundo,
desembolsando US$ 79.000.000.000 anuales. Un tercio de deu-
da externa argentina por año.
Este escenario debería impactar de lleno en la agroindustria
argentina. En un informe de 2011 se pronosticaba que en el corto
plazo el Área Industrial de Las Parejas dejaría de ser predominan-
temente metalmecánica para diversificarse, “cuidando siempre el
medio ambiente”. Cinco años después, no parece haber sucedido
mucho de eso pero los planes están. En los ensayos y prototipos
de feedlots de aves en altura, en los documentos institucionales
de Cideter, en las expresiones de deseos de dirigentes políticos
locales, provinciales y nacionales.Y en las palabras de Mario Bra-
gachini, un referente en desarrollo agroindustrial que trabaja en el
INTA cordobés, para quien el 2017 verá “una reactivación para el
complejo productor bovino de carne con importantes inversio-
nes, lo que repercutiría directamente en el aumento de deman-
da de maquinaria agrícola para corte, acondicionado, almacenaje,
200
forraje conservado, racionamiento, producción de balanceados,
manejo de efluentes y bioenergía”. De ser así, todo el complejo
argoindustrial podría ampliar sensiblemente su costado ganadero.
Para reemplazar la ferretería y el granero por el supermercado del
mundo y por edificios de pollos.
el Misterio de modernización
201
fue de un 20%, baja si se la compara con la construcción, el co-
mercio o la industria manufacturera; ese mismo informe indica
que, a pesar del incremento en volúmenes de producción y fac-
turación, el aumento del empleo registrado entre 2007 y 2012
rondó el 1,2% y estuvo por debajo de las manufacturas (6,7%) y
de la actividad económica total (11,4%) de la provincia. Muchos
trabajos en planta desaparecen, muchas tareas están alcanzando
tal grado de estandarización, reproductibilidad digital y automa-
tización que zonas enteras de la agroindustria están viviendo sus
últimos momentos. La expropiación de saberes agrarios por parte
de las transnacionales semilleras también tuvo su expresión en la
agroindustria.Allí, donde tantas veces eran los trabajadores los que
controlaban los procesos productivos a partir de la experiencia, la
transmisión se comenzó a dar por procesos de estandarización y
tecnológicos, que volvieron a los soportes humanos menos rele-
vantes. Esa dimensión de artesanal está desapareciendo a manos
de un conocimiento experto (producido desde la ciencia) que,
he aquí el problema, involucra un componente expropiador con
profundas consecuencias económicas, sociales y culturales. Así, el
modelo de país que se proyecta desde la fabricación de maquina-
ria agrícola refuerza e intensifica un esquema de concentración
de conocimiento y recursos en una cima (propietarios, cognita-
riado complejo) y una inmensa marea humana que deberá luchar
para sobrevivir en un escenario que parece volver a dar una vuelta
de tuerca (y de software) hacia la superfluidad humana.
No sólo en la industria se dan procesos de sustitución sino ella
misma está generando condiciones para la sustitución de otros
trabajos ligados a la producción agrícola. En ese sentido, el futuro
inmediato de la agroindustria tendrá que ver con los procesos
innovativos derivados de la agricultura de precisión, que consis-
te en el análisis, estudio y uso detallado de los suelos a través de
sensores, imágenes satelitales, gestión de datos. La agricultura de
202
precisión se presenta como un modelo de explotación que opti-
miza trabajo y materiales al abordar los terrenos manejando una
gran cantidad de información sobre los mismos. Grobocopatel la
equipara al microscopio en la medicina del siglo XIX y apuesta
a que estamos entrando en una nueva convergencia tecnológica,
en la que veremos tractores autónomos con sensores de geoloca-
lización, drones, robots cultivando, gestionados por software que
vinculen Big Data e Internet de las cosas para llevar al máximo
la productividad y la rentabilidad en Latinoamérica, a la que el
empresario define como “una gran superficie fotosintética”.
Para Bragachini, dentro de escasos tres años, "la maquinaria
agrícola será cada vez más especializada en aspectos de automa-
tismo, sensorización y robótica. A su vez, desde el punto de vista
energético, serán cada vez más amigables con el ambiente, por lo
que habrá un mayor desarrollo de máquinas eléctricas, híbridas
y basadas en la bioenergía". Para Cideter, en siete años “las má-
quinas serán robotizadas en un 90%, no serán conducidas sino
programadas y asistidas con potentes software sobre la máquina
y/o virtuales en la plataforma web”. En esa línea, el Centro está
desarrollando “prototipos de collares para ganado que permiten
un control remoto y detallado de los animales”. Algo de eso ya
es pasado: el cinco de mayo de este año, La Nación publicó una
nota en la que mencionaba que Christian Lancestremere, director
comercial de CASE Agriculture, además de festejar la suba en la
venta de tractores y cosechadoras en la Argentina, había mostrado
en Agrishow su última novedad: “un tractor sin cabina que se
puede operar de manera remota con una tablet. En poco tiempo
se exhibirá en la Argentina”.Tal como afirman Gras y Hernández,
“el modelo de agronegocios excede el crecimiento económico,
aspira a fundar una sociedad”; esa sociedad, el sueño del capitalis-
mo de gerentes cibernéticos, es la de los flujos sin roces, donde los
procesos coincidan con la información y la información sea puro
203
valor. Los humanos son un problema para este capitalismo de cos-
to cero. Más que con explotarlo, el capital sueña con desprenderse
del trabajo. Esa es su utopía. Cuando Macri y su gabinete hablan
de crear “trabajo genuino” pretenden que el trabajo sea al menor
costo posible. La genuinidad se alcanza en el momento en que los
procesos de valorización del capital se liberan finalmente de las
tensiones y se van a vivir a un Nirvana de ingenieros.
El “hombre de campo” es un hombre cada vez más media-
tizado, cada vez más irreversiblemente alejado del sitio donde su
acción tiene efectos inmediatos. Y los que siguen ahí suelen ser
invisibilizados por la marea tecnológica. Es muy díficil, casi im-
posible, encontrar algún documento que problematice cuestiones
como la agudización del desempleo tecnológico, los problemas
de una demanda a la baja en la cantidad de trabajadores –a los
que se les exigen mayores conocimientos y experticias técnicas
o, al contrario, meras funciones de observación y vigilancia–, los
destinos laborales de millones de personas, las brechas en el acce-
so a los recursos. Ni hablar de alguna figura distributiva que no
sea el derrame. A la pregunta sobre qué pasaría con la gente en
caso de avanzar la automatización de la producción rural y qué
entendía por “sustentabilidad social”, en Cideter me contestaron
con el único caballito de batalla del discurso empresarial. Un ca-
ballito cojo. “Hay que intensificar la formación y el conocimien-
to intensivo. La gente será absorbida por esos procesos. Nuestras
capacitaciones apuntan a eso”. Primero la línea empresarial y su
demanda y, a partir de ahí, el plegamiento de todo lo demás a eso.
Como una chapa en una fundición.
204
Dos intervenciones
Museo de la memoria
Rosario, noviembre de 2017
205
que podrían hacer ahora para evitar que la problemática empeore?
¿Qué podrían hacer ahora para contribuir a que mejore?
206
puede decir que esa dificultad remite a una perplejidad. Como
si el futuro no pudiera ser tematizado. “Qué se yo”, “No tengo
idea”, “¿Para qué sirve hacer esto?”, fueron expresiones recurren-
tes, que delataban un ida y vuelta entre dos juicios: el que sancio-
naba lo irrelevante y el que reconocía la dificultad para figurar.
En este sentido, hay un trabajo interesante por delante que, en
primer lugar, no consiste en esbozar tal o cual imagen específica
(una estrategia que respondería directamente al diagnóstico, muy
en boga actualmente, de que “hace falta” un proyecto/imagen
de futuro capaz de recuperar el poder seductor perdido) sino en
volver soportable la futurización. No se trata de cubrir una falta sino
de hacer un lugar. Hoy, para muchos, el abordaje del vínculo con
la futuridad (con lo real en transformación) es insoportable. No
tiene lugar. Hacerle lugar a un vínculo con la futuridad, sin caer,
por lo demás, en modelizaciones previas es un desafío enorme.
Una vía posible, y que tomamos en el taller, en la construc-
ción de ese lugar es apelar a las futurizaciones inevitables de las
vidas cotidianas (cálculos, acuerdos y promesas, deseos, circula-
ción en la ciudad, obligaciones cotidianas, etc.) así como a la in-
fraestructuralidad que condiciona nuestro vínculo con el futuro
(la materialidad, o mejor dicho, la incidencia de las cosas en el
ensamblaje de lo social, desde las tecnologías al urbanismo). “¿A
qué le tenés miedo? ¿Cómo nos van a vigilar?”, preguntamos,
como forma de traer algo del porvenir. “A que me maten” o
“Con unos drones que van a saber tu nombre”, nos respondían,
dando la pauta de que lo insoportable puede perder consistencia
a partir de preguntas más específicas, que no exijan imágenes
aleatorias que llevamos adelante a lo largo del 2017 con el Grupo de
Investigación en Futuridades, en la cual le hicimos tres preguntas a personas
que encontrábamos en la calle: ¿qué asocian a la palabra futuro? ¿cómo
se ven de aquí a veinte años? ¿qué problemas sociales seguirán existiendo
en doscientos años y cuáles no? Muchas de ellas parecían incomodarse
especialmente por tener que responder algo sobre el futuro.
207
globales o totales (como las que puede inspirar la consigna “la
ciudad en el 2023”). De lo que se trata es de mostrar que esa
producción de imágenes de futuro, en el mismo momento en
que se enuncia su imposibilidad ontológica o cognitiva, ya tiene
vida (desde las promesas de una genérica publicidad comercial a
las amenazas policiales bien concretas del tipo “Te va a pasar lo
que le pasó a Franco Casco, vas a aparecer flotando en el río”,
pasando por las fantasías de encuentros sexuales), que son efec-
tivas (es decir, que acarrean algún tipo de consecuencia) y que
el futuro no es meramente algo imaginado sino propiciado y,
en parte, gobernado. O mejor dicho, que la imaginación –y sus
modos– forma parte constitutiva de la política. El vínculo con la
futuridad es una dimensión de las relaciones de poder; como tal
puede ser disputada. Nombres propios, objetos, sitios, situaciones
aparecen como soportes. Comprenderlos como componentes de
futurización es comprenderlos no como identidades sino como
tendencias. Construir la soportabilidad de una futurización im-
plica pensar en términos de tendencias y no sólo de presencias.
208
espacios urbanos, la discriminación racial y de clase, todo lo cual
resalta cómo el entorno securitista opera como un componente
central en los pronósticos de los jóvenes. En ese sentido, el pri-
mer aspecto del ejercicio (que proponía “imaginarse en 2022”)
fue ocasión para la prolongación de la eficacia de esos aspectos
muy presentes del presente, los cuales se imaginaron intensifi-
cados en el porvenir. De esa manera, futurizar operó como un
transporte, a la manera de la música en que una melodía cambia
la tonalidad, y en ese viaje lo que está mal, empeora30.
Esa futurización deteriorante y temida que resultó de la con-
versación quizá explique las resistencias iniciales a futurizar. La difi-
cultad, o mejor dicho el vacío, inicial habría estribado no en la in-
capacidad de imaginar o en su irrelevancia, sino en la certeza de un
porvenir donde las propias condiciones de vida son peores que las
actuales (mayor control, muertes, violencias, segregaciones, etc.). En
principio, el único modo de no caer en una absoluta resignación o
en un optimismo ingenuo parece haber sido seguir el camino de la
desfuturización (en verdad, no sabemos lo que va a pasar).
209
de ejercitar una reflexión sobre lo preventivo. En otros términos,
la anticipación de B en caso de darse A hace de la especulación
de B la posibilidad de impedir A. Futurizar no es solamente un
elemento de proyección pasiva sino un movimiento a partir de
posiciones posibles que todavía no han sido concretadas y que,
al tener lugar, afecta la concreción de dichas posiciones. En otras
palabras, el acto de proyectar opera sobre el tránsito actual. Hay
una dialéctica entre proyecto y tránsito, y no una dialéctica del
tránsito que acabará en el proyecto.
Lo dicho, el trabajo tuvo como última instancia la puesta en
escena por parte de los grupos de las soluciones imaginadas a los
problemas planteados. Me detendré aquí en uno de los grupos.
Compuesto por siete personas, dos mujeres y cinco hombres,
el grupo futurizó una Rosario más violenta y hostil para con los
jóvenes de barrios empobrecidos y las mujeres hacia el 2023. Ese
panorama los decidió a escenificar el modo en que castigarían un
acoso verbal callejero. Para eso, primeramente, consideraron la vía
legal: sancionar una ley contra la violencia de género y el acoso
callejero en particular. La solución imaginada nos hizo hablar del
feminismo, que no habían considerado explícitamente cuando
pronosticaron la ciudad del 2023. Es decir, no habían pensado en
el feminismo como componente de futurización sino hasta ahora,
en que el diagnóstico de empeoramiento ya había sido elaborado.
En ese sentido, la pauta del transporte, que había intensificado lo
peor, también funcionó para la mejora: a la hora de pensar una
posibilidad transportaron ciertas experiencias actuales del femi-
nismo, incluso volviéndolas leyes.
Para dar cuerpo al problema a resolver, el grupo imaginó un
castigo policial operado a través del número de teléfono para
denuncias sobre violencia de género. Como debían actuar la
situación, se valieron de un teléfono celular, una mesa, un par
de sillas y un rincón de la sala que hacía las veces de calabozo
210
para semejar una comisaría. Del otro lado, una de las chicas
del grupo ficcionó una caminata callejera y uno de los chicos
hizo de acosador. Cuando la chica pasó cerca suyo, le hizo un
habitual comentario sexual en tono provocador, y típicamente
balbuceante. La chica lo miró entre asustada y enojada y, una
vez que estuvo lo suficiente (imaginariamente) lejos, llamó a la
policía para denunciar el hecho. A continuación, dos chicos que
hacían las veces de policías fueron a buscar al acosador; enton-
ces, a las formas típicas del acoso se sumó otra situación típica:
la prepotencia policial a la hora de tratar con los adolescentes/
jóvenes de barrios caracterizados por situaciones de marginali-
dad y bajos recursos económicos. Los policías iban empujando
al chico mientras lo agredían verbalmente, hasta meterlo en el
calabozo. Allí terminó la escena.
En relación al modo de futurizar, y a cómo esto incide en
nuestros vínculos con las futuridades, lo hecho por el grupo
deja algunas indicaciones posibles. La más destacable, a mi en-
tender, es que la referencia a partir de la cual se concibió una
acción justa sobre una situación injusta no distó demasiado de
las herramientas que actualmente despliegan las instituciones
policiales en casos de violencia: empujones, amenazas, inmovi-
lización, cárcel. De allí que se pueda elaborar la siguiente hipó-
tesis: la futurización se apuntaló en elementos de la actualidad a
los cuales, más que modificar sus usos, les invirtió el valor. No se
trataría tan sólo de un transporte, como vimos para el caso del
empeoramiento de la situación futura o del feminismo como
esquema que permitió identificar un problema. Un mundo me-
jor es un mundo como éste –es decir, un mundo que conserva
los usos del actual– pero con sus valores modificados. Tentativa-
mente, llamaría a esa operación futurización inversora.
Sería interesante investigar, en un futuro taller, cómo es po-
sible, en lugar de una proyección de lo dado invertido, la apro-
211
piación de una exploración de los elementos que habiliten una
renovación de la situación (¿Qué otros elementos tenemos que
no sean la policía? ¿Qué otros personajes, además del agresor, la
agredida y la policía, podrían intervenir en la situación? ¿Qué
se hace en otros lugares? ¿Qué sucedería con el agresor en la
comisaría?). Esos vectores de futurabilidad podrían habilitar una
futurización en la que no prime lo dado invertido sino la re-
combinación y la invención.
Mercado solidario
Rosario, abril de 2018
31 El Foro tendrá lugar en Santa María (XX, Brasil) en agosto de este año.
212
con la participación de Antonio Cruz (Docente Universidad de
Pelotas, Brasil - Bem da Terra).
Titulé a la intervención Del Futuro a las futuridades. 4 pregun-
tas a nuestras prácticas. Lo que sigue es el texto presentado.
213
hacia el porvenir, no importa cómo, lo social no duraría ni un
instante. Más aún, lo social es esa misma futuridad, esa capacidad
inagotable de producir posibles, que probablemente nos dife-
rencia de otras especies y sus posibilidades.
214
lismo destruyó el futuro. Esa noción anticapitalista de futuro
impide ver las profundas transformaciones civilizaciones que
el capitalismo provoca a partir, justamente, de sus hipótesis de
futuro. Impide ver (y, por ende, problematizar y enfrentar) el
vínculo capitalista con la futuridad. El dinero, la deuda, los dis-
positivos tecnológicos, las operaciones financieras (mercados a
futuros, derivados, etc.) son formas de un tipo de colonización
del futuro cada vez más consciente y preocupada. También las
planificaciones, las prospectivas a largo plazo, los desarrollos
empresariales, etc. O Big Data. Los alimentos, por ejemplo, un
tópico tan sensible en este foro, es clarísimo: en lo que deno-
mino profetismo empresarial, la industria agroalimentaria trabaja
con hipótesis demográficas y tecnológicas que buscan anticipar
escenarios a veinte o treinta años. Esa colonización del futuro
es, cada vez, una práctica sistemática, meticulosa, que avanza en
planos moleculares y sistémicos.
Primera pregunta, entonces: ¿cómo hacemos para desmon-
tar la eficacia de esa capacidad de futurización capitalista?
215
Le dije al ingeniero que no estaba tan seguro de que la solu-
ción fuera construir un futuro que, en definitiva, era un pasado,
una suerte de primitivismo. O, como me gusta llamarlo, un futuro
posfigurativo, un futuro del que ya tenemos una imagen nítida.
En este caso, esa imagen nítida responde a una versión anterior de
la vida social, económica y rural. Creo en la potencia constructiva
de los anacronismos (por eso no soy futurista, porque los futuris-
tas decían que era preciso modificar completamente el mundo,
abandonar todo lo conocido hasta entonces. El futurismo siem-
pre tiene algo de tabula rasa soberbia) pero no en las retroutopías.
El ingeniero se quedó un instante en silencio, creí que se ha-
bía molestado. Entonces respondió que podía ser que su pro-
puesta fuera extremadamente antiactual, que atacaba los terribles
atropellos ambientales del capitalismo extractivista y el avance de
los agronegocios de matriz biotecnológica. La propuesta, dijo, re-
accionaba rechazando totalmente lo que está sucediendo.
Quisiera dejar aquí una inquietud, que busca interrogar si
acaso no hay que revisar el modo reactivo de imaginar el futuro
y prescribir prácticas porque, a la larga, es un modo cómodo de
pensar políticamente. Creo que hace años, nutridos de una visión
que se postula antimoderna pero que bien podría encontrar fun-
damentos en críticas modernas, la posibilidad de la disputa tecno-
lógica perdió fuerzas a manos de una noción activista que la ligó
inextricablemente a la reproducción de lógicas de la valorización
capitalista, eliminando toda ambigüedad en favor de lo peor.
Segunda pregunta: ¿qué otras vías de disputa por el uso y sen-
tido de las tecnologías se pueden desplegar?
216
caminar infinitamente, fue una conquista de la elaboración po-
lítica de las últimas décadas. Desde diferentes matrices se pro-
dujeron políticas en el que el objetivo final perdió potencia de
seducción y fuimos girando hacia una pensamiento de los me-
dios como fines. En ese sentido, una parte del activismo mundial
abandonó una mirada técnica de la política para acercarse a una
mirada, por llamarla de algún modo, vitalista, sin ser por eso
pragmática. En un combate con lo peor de las tradiciones socia-
listas, toda futurización fue leída como autoritarismo y dejó su
lugar al acontecimiento y la apertura, propiciando una enorme
cantidad de invenciones estéticas, grupales, culturales. Estos mo-
vimientos han sido fundamentales para una nueva considera-
ción del vínculo entre futuridad y posibilidades.
Sin embargo, muchas veces este activismo, del que me siento
parte, hizo tope en lo que llamaría relacionismo, una preocupación
excluyente por la dimensión vincular de la vida social. Si la utopía
programática moderna había sido la planificación económica de
una trama industrial capaz de proveer de bienes bajo un criterio
aritméticamente justo a una inmensa población, el posprograma-
tismo autonomista devino antiplanificador, una utopía de la ética
e insularizada. El otro mundo posible, derivado de la potencia za-
patista pero muchísimo menos interesado por las posibilidades de
futuro que da la gestión económica, se definió como una utopía
aldeana contra la gran urbe neoliberal; algo de mundos paralelos,
algo de sustracción, algo de grupo de afinidad.
Quizá sea hora de asumir frontalmente el planteo de Damian
White y “reconocer que los últimos veinte años de mantener
la apertura no han funcionado muy bien”, que “el movimiento
contra la globalización capitalista alcanzó una amplitud y una
pregnancia impresionante pero nunca fue capaz de cambiar la
vida cotidiana de la sociedad”. A mi entender, nuestra capacidad
de diseñar territorios no fue lo suficientemente fuerte; fuimos
217
mejores para la desterritorialización y la fuga. Esa forma, muchas
veces, incluso a contramano de nuestros discursos sobre lo co-
mún, lo genérico, lo diseminable, terminó apostando sus fichas
a las relaciones intragrupo. De hecho, no es extraño que parte
de estas experiencias hayan derivado en prácticas comunitarias
acotadas, en una celebración del vínculo, en derivas místicas y, a
veces, en una suerte de autoayuda colectiva e individual. Salvo
excepciones, las tecnologías, el urbanismo, la salud, los alimen-
tos, aunque problematizados teóricamente, no tuvieron centra-
lidad en los procesos prácticos de pensamiento y estrategia.
A mi entender no se trata tanto de volver a tener una ima-
gen de futuro, un proyecto a aplicar, etc., sino de avanzar en la
innovación de los modos de vincularnos con la futuridad.
Va la tercera pregunta: ¿qué podemos pensar más allá de la
utopía y el pequeño grupo?
218
Creo que “el futuro es feminista” porque uno de los grandes
aportes políticos del feminismo es obligar a repensar qué enten-
demos por valor. Y, de nuevo, no me refiero sólo al económico,
sino también cultural, afectivo, comunal. Discutir los discursos so-
ciales del valor es discutir los discursos sociales del futuro, porque
en la noción misma de valor subyace una proyección, una pro-
mesa, un deseo, un hacer. Desde aquí me interesa leer la hermosa
expresión, tan cara, tan característica, de esta red: Todo consumo es
político. Para leerla, agregaré que “Si todo consumo es político,
toda política también requiere ser consumida”, en el sentido en
que más arriba indiqué que Marx pensó el consumo, como una
producción, y también en el sentido en que se puede decir que
toda producción/consumo es siempre un artefacto cultural. Si
todo consumo es político es porque todo consumo implica, ex-
pone, potencia o debilita una serie de valores sociales.
Cuarta y última pregunta, pues: ¿Cómo incidir en esa discu-
sión? ¿Cómo desarrollar un discurso y una comunicación capa-
ces de atraer gente al consumo solidario? Creo que la puesta en
escena, la infraestructuración de mundos deseables, recorribles,
transitables, en términos que no son los de las utopías ni los pe-
queños grupos es un gran desafío para estas experiencias. Para
poder romper algunos perímetros y avanzar en una masividad sin
la cual nosotros podremos quizá sobrevivir pero perderemos de
vista el interesante desafío de una transformación más amplia que
también nos transforme. No se trata de abandonar los preciosos
descubrimientos de las teorías de la deriva, los encuentros, las re-
combinaciones. Al contrario, se trata de potenciarlas con nuevas
herramientas que nos permitan no sólo hacernos una imagen de
justicia sino constituirnos con un principio, capaz de encontrar
vectores de justicia donde, quizá, no la estemos buscando.
219
A Maru,
por la amorosa aventura de
explorar qué será de nosotrxs
A Julia Scavone
in memoriam
221
charlas que coordiné en estos últimos años. Todxs se tomaron un
tiempo para leer partes o la totalidad de lo que iba escribiendo,
o para escucharme desarrollar alguna idea, y me hicieron críticas
y comentarios muy lúcidos, que modificaron mis pensamientos
sobre estos problemas. Su generosidad está en el corazón de la
posibilidad que este libro haya sido escrito.
Gracias a Nicolás Manzi y María Virginia Martini, los editores
de Casagrande, por la confianza y la insistencia. El proyecto de
este libro nació del deseo de Nico, y el texto final, de su delicada
presión para que lo termine. ¿Qué mejor editor que uno que
convoca, provoca y concreta?
Gracias a Joaquina Parma, sus talentos como diseñadora gráfi-
ca me acompañan desde hace años en diferentes proyectos edito-
riales y espacios de activismo. El trabajo de Jo ya forma parte de
mis maneras de imaginar.
Agradezco el esfuerzo de miles de personas que no conozco,
cuyo trabajo ha servido para viabilizar y financiar mis investiga-
ciones y becas. Estoy convencido que producir y compartir cono-
cimientos es uno de los pilares para una sociedad más justa. Ojalá
algo de lo que este libro contiene resulte útil para sus vidas.
Agradezco, también, a lxs lectorxs por venir. Espero que nos
encontremos en las apuestas.
222
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Futuridades
de Ezequiel Gatto
se imprimió en Amalevi
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