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ESCUELA DE GRADUADOS
DOCTORADO EN CIENCIAS HUMANAS,
MENCIÓN DISCURSO Y CULTURA
Docentes:
Dra. Carolina Ávalos Valdivia
Dr. Sergio Mansilla Torres
Dr. Rodrigo Moulian Tesmer
Dr. Vicente Serrano Marín
Dra. Ana Traverso Münnich (coord.)
Estudiante:
Edison Leiva Benavides
Con este propósito, se llevó a cabo una revisión bibliográfica que permitiese obtener
un panorama acotado de este problema, seleccionando trabajos representativos de la tradición
construccionista en ciencias sociales y de la psicología social crítica en particular, que den
cuenta del uso de enfoques discursivos como la narrativa, el enfoque biográfico y más
recientemente, la psicología discursiva como ejemplo de teorización que explicita la relación
entre discurso y subjetividad sobre la base de una epistemología posmoderna.
Este trabajo está organizado en base al siguiente esquema: en primer lugar, una
revisión de las perspectivas construccionistas sobre el concepto de identidad; a continuación,
algunas contribuciones metodológicas en el ámbito del enfoque biográfico y los relatos de
vida; y finalmente, una reflexión respecto de las posibilidades del estudio de la identidad
desde una perspectiva discursiva.
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2. La identidad desde el construccionismo social
Entendido como producto relacional, el lenguaje es el medio a través del cual no sólo
se expresan las experiencias vitales, sino que también se les confiere sentido y se tratan de
hacer inteligibles para el sí mismo y para las otras personas. Esta concepción construccionista
del lenguaje pone de relieve su función generadora de significados, la cual permite la
coordinación de la acción humana social; en este sentido, Gergen analiza la función del
lenguaje en las interacciones que ocurren en la vida cotidiana:
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Aquí, quiero proponer una visión relacional del autoconcepto, que vea la
concepción del yo no como una estructura cognitiva privada y personal sino
como un discurso acerca del yo, el desempeño de los lenguajes disponibles en la
esfera pública. Reemplazo el interés tradicional por las categorías conceptuales
(autoconceptos, esquemas, autoestima), por el yo como una narración que se
vuelve inteligible dentro de relaciones en curso (Gergen 1996: 163).
Esta perspectiva nueva sobre las relaciones entre lenguaje e interacción social tiene
su antecedente en el giro lingüístico introducido por Wittgenstein y divulgado a fines de los
años ’60 por Richard Rorty en sus trabajos filosóficos: la idea central es la afirmación de que
la realidad social se constituye a partir del lenguaje, donde el enunciado es visto como el
producto de la interacción entre lengua y contexto histórico, situado en una dimensión
sociocultural (Rorty 1990).
3. Las autonarraciones
A partir de sus trabajos acerca de los usos de la narrativa en psicología, Gergen propone un
análisis del lenguaje como proceso social a pequeña escala. En esta perspectiva, define las
autonarraciones como “la explicación que presenta un individuo de la relación entre
acontecimientos autorrelevantes a través del tiempo” (Gergen, 1996: 164). Las
autonarraciones son los relatos que las personas hacen sobre sí mismas, son los discursos que
se enarbolan sobre el propio yo situado en la vida social, y representan lenguajes disponibles
en la esfera pública, que se traducen en relaciones y prácticas sociales diferentes; como
resultado, el sí mismo formulado desde la perspectiva construccionista es un producto que se
logra a través de la autonarración en la vida social.
Pero las autonarraciones no son sólo relatos: son acciones por derecho propio, con
efectos particulares, capaces de crear, mantener y modificar mundos en el tejido social; no
son meramente productos de la mente, sino que son abordadas como un fenómeno lingüístico.
Desde este planteamiento, Gergen señala la existencia de ciertas convenciones en la cultura
actual sobre cómo construir una narración inteligible del sí mismo –las llama “narraciones
bien formadas”–, y cuyas propiedades están situadas cultural e históricamente, teniendo en
cuenta los siguientes elementos (Gergen 1996):
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a) Establecer un punto final apreciado: un relato bien formado debe establecer una
meta, un acontecimiento, un estado o un resultado significativo; esto introduce un fuerte
componente cultural en la narración, usualmente llamado sesgo subjetivo. Los
acontecimientos en sí mismos no poseen valor intrínseco, sino lo adquieren según una
perspectiva relacional y cultural que los hace inteligibles.
b) Seleccionar los acontecimientos relevantes para el punto final: éste determina los
tipos de acontecimientos que pueden aparecer en el relato, reduciendo en gran medida el
rango de posibilidades para que un hecho cualquiera sea llamado acontecimiento; la
narración exige tener consecuencias ontológicas: el individuo no es libre de incluir todo
cuanto ocurre en su devenir, sino sólo aquello que es relevante para la conclusión del relato.
El relato que el individuo hace de sí mismo, para ser inteligible en la cultura a la que
éste pertenece, debe emplear las reglas de uso común mencionadas anteriormente, para lo
cual las construcciones narrativas de amplio uso cultural ofrecen una gama de recursos
discursivos para la construcción social del yo, formando un “conjunto de inteligibilidades
confeccionadas” (Gergen 1996: 175): Si bien el número de formas de relato potenciales
tiende al infinito, determinadas formas de relato se emplean con mayor facilidad que otras;
por consiguiente, las convenciones narrativas no rigen la identidad, sino que inducen
determinadas acciones y desalientan otras (Gergen 1996).
Gergen asigna a estos relatos la función de servir como vehículos que permiten la
inteligibilidad propia y la de los demás: están insertos en la acción social, favoreciendo que
los acontecimientos sean socialmente visibles y permitiendo su comprensión para
acontecimientos futuros.
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a auditorios imaginarios, en un ejercicio anticipatorio de su posible aceptación o rechazo
(Gergen 1996).
Dado que la identidad de uno puede mantenerse sólo durante el espacio de tiempo
que los otros interpretan su propio papel de apoyo, y dado qué uno a su vez es
requerido para interpretar papeles de apoyo en las construcciones de los otros, el
momento en el que cualquier participante escoge faltar a su palabra, de hecho
amenaza a todo el abanico de construcciones interdependientes. (…) Las
identidades, en este sentido, nunca son individuales; cada una está suspendida en
una gama de relaciones precariamente situadas. Las reverberaciones que tienen
lugar aquí y ahora —entre nosotros— pueden ser infinitas. (Gergen 1996: 183).
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análisis del enfoque autobiográfico, en particular del relato de vida como método específico
de investigación. En efecto, la descripción que se hace del sí mismo en un determinado
momento –la narrativa de su identidad– adopta la forma de historia en el enfoque
autobiográfico y el relato de vida, en la cual la persona que asume un rol protagónico se
explica a sí mismo a través de una serie de hechos y relaciones relevantes, haciéndose
inteligible para su entorno, y a la vez justificando de alguna manera su inserción en él.
Los relatos de vida o narrativas autobiográficas han sido definidos como un recurso
para reconstruir las acciones sociales ya realizadas, a través de una versión que el autor de la
acción da posteriormente acerca de su propia acción pasada (Lindón 1999). Cuando el
individuo cuenta fragmentos de su vida, de sus experiencias, estamos accediendo a una
narrativa sobre ciertos procesos y relaciones sociales puestos en juego en una vida concreta,
la cual puede ser interpretada al menos en dos niveles: primero, las interpretaciones que
realiza el investigador como interlocutor, desde su repertorio de nociones de sentido común;
y segundo, vuelve a interpretar lo escuchado desde sus inquietudes e interrogantes teóricos.
Uno de los rasgos que identifican a las narrativas o los relatos autobiográficos es,
precisamente, su carácter experiencial: “se narran experiencias vividas por el narrador,
recordadas, interpretadas, conectadas, en las que hay otros actores, pero siempre son
experiencias de quien habla. Por esto en las narrativas autobiográficas el narrador construye
un ‘personaje central’ –un ‘héroe’– con sus propias experiencias” (Lindón 1999: 298).
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través de la socialización y que pueden ser transformadas por el narrador mediante los
procesos de formación y entrelazamiento de las ideas. Las experiencias vitales sólo pueden
ser transmitidas por medio del lenguaje: el acto de colocar la experiencia en manos del
lenguaje la hace perder su carácter privado e íntimo, para transformarla en un hecho con
existencia propia, singular. Así, el relato autobiográfico no sólo es experiencial, sino también
produce significado social: cada experiencia escogida para integrar una narración ha sido
traducida a un contexto sociocultural compatible gracias al lenguaje.
Por lo tanto, la identidad está vinculada a una situación biográfica, es decir, nos señala
desde dónde y desde qué ubicación temporal, espacial, social y cultural se relata la vida
cotidiana, y a medida que transcurren los diversos episodios que componen la vida de un
sujeto, se va modificando permanentemente esta identidad, pero no sólo respecto a su
ubicación en el futuro, sino también en su referencia al pasado: es un proceso continuo
mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia y reconstruye el sí
mismo a partir de su actualidad definida como presente. Por ello, la construcción del sí mismo
no sólo varía a través del tiempo, sino que además posee, al menos como posibilidad, una
multiplicidad de identidades que coexisten, y la materialización de una u otra de esas
identidades específicas depende, en parte, de las circunstancias históricas y coyunturales de
su generación (Piña 1989).
El relato de vida se articula en torno a la trayectoria existencial del sujeto, con el fin
de establecer una cronología de experiencias vinculadas con el desarrollo de su identidad
social y personal, para lo cual se recurre a fuentes orales que constituyen, de manera coral y
polifónica, una matriz compleja de producción de sentido, expresada mediante la narración
oral, la vivencia, la evocación, los recuerdos, la memoria, etc.; todo lo cual comunica una
versión y una visión de la experiencia vital desde una situación y un medio social, en el
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tiempo presente, con una raigambre más o menos problemática con el pasado y una
proyección más o menos definida hacia el futuro.
Desde otro lugar, Santamarinas y Marinas (1995) plantean que en todo relato siempre
hay más de dos sujetos que posibilitan la existencia del mismo: en primera instancia, está
presente el narrador que se va haciendo a sí mismo a medida que cuenta; y también está el
que escucha y participa en lo narrado, pues una vez dicho el relato deja de pertenecer a su
narrador, pasando a formar parte de la experiencia de quien recibe. Pero aún más: se hace
presente un otro u otros, ese alguien ausente que el narrador reconoce sin siquiera nominarlo,
y que oficia como referente mudo, testigo y copartícipe del relato la historia.
Desde una perspectiva dialéctica, Santamarinas y Marinas sugieren que las historias
de vida deben entenderse como historias articuladas en un sistema: las historias de un
individuo o grupo que se construye en las determinaciones del sistema social, y vuelven sobre
ese sistema para nombrarlo, haciendo circular ese discurso en la memoria de los sujetos y los
grupos. La historia que el individuo compone y difunde no es una mera contingencia, sino
que tiene un carácter estructurante de su propia subjetividad (Santamarinas y Marinas 1995).
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de una agencia consciente. De esta forma, la enunciación de la propia existencia es permitida
sólo por los términos socialmente construidos que empleamos para realizar tal acción: el
sujeto no es más que el engranaje de operaciones lingüísticas en las cuales se desenvuelve,
como una “construcción conversacional” (López-Silva 2013). En consecuencia, la persona
identifica un sentido compartido de sí mismo solamente en las formas conversacionales en
las que participa, surgiendo esta identificación desde los roles sociales que uno desempeña
en ciertos contextos.
Así, Gergen señala que cuando el sujeto no soporta el exceso de información que
proviene de esta multiplicidad contextual, el sí mismo se satura, posteriormente se fragmenta
y finalmente es vaciado (Gergen 2006). El sujeto se diluye en medio de la polifonía
conversacional, y se escinde para permanecer como un mero entrecruzamiento de narrativas
ajenas, fenómeno denominado “sujeto multifrénico”, lo cual sería, para el autor, la
característica principal del sujeto posmoderno.
En este estado de cosas, la inteligibilidad del sujeto depende del grado en que los
otros participantes en la trama conversacional confirman y legitiman el rol que el sí mismo
toma en la red conversacional, y así, el sujeto es una negociación constante e inestable, que
lo hace vivir en una condición de constante interdependencia precaria:
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demás depende de la afirmación que de ellos haga el actor. El que un actor logre
sostener una autonarración dada depende fundamentalmente de la voluntad de los
demás de seguir interpretando determinados pasados en relación con él (Gergen 1996:
183).
En su reemplazo, postula una concepción relacional del yo, según la cual la conciencia
de su construcción llevaría a plantear que quién y qué somos es el resultado de cómo somos
construidos en diversas relaciones sociales (Gergen 2006).
De manera similar, Cabruja (1996) asume que las diversas construcciones identitarias
que emergen en el discurso socialmente construido se producen en una red intersubjetiva que,
como efecto del lenguaje, construye el yo en referencia con el otro u otros, proceso del cual
también participan los demás. Sin embargo, esta autora señala la persistencia de un rasgo
moderno en la construcción posmoderna de la identidad: si bien predomina la posibilidad de
transitar a través de múltiples identidades, aún se conserva la dicotomía entre individuo y
sociedad como una visión individualizada del sujeto, tensionado por la contraposición entre
la fijeza de la identidad y su movilidad.
6. Reflexiones finales
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por ejemplo, en la psicología discursiva), a concebir los fenómenos del lenguaje y el discurso
como formas de acción social en un sentido que va más allá de las implicaciones de su uso
meramente instrumental. Como otras corrientes de pensamiento posmoderno, ha supuesto un
estímulo al debate ontológico y epistemológico acerca del campo psicosocial, poniendo en
evidencia la estrechez de la concepción cognitivista del sujeto individual como centro
articulador de la conciencia y de la agencia, con sus pretendidas características de autonomía,
omnicomprensión y totalidad.
Por el contrario, la inclusión del lenguaje como una dimensión central que no sólo
permite nombrar las experiencias, sino darles “carta de ciudadanía” en el interjuego de lo
social, permite presentar el discurso sobre la identidad como una bisagra entre la vivencia
del yo –íntima, continua, estable– y la experiencia del ser y estar en el mundo –volcada al
exterior, fragmentada, tensionada por demandas, aceptaciones y rechazos. Discurso que
permite al sujeto oscilar entre los sentidos que le otorga la constatación del yo viviente y
sintiente, y la interpelación que su medio social le hace de involucrarse en la historicidad
concreta, en el ejercicio de roles y agencias múltiples.
Se trata de entender el discurso como una práctica social, una praxis como diálogo de
saberes y quehaceres entre actores diversos, una convocatoria abierta y permanente a los
otros a crear y validar significados: un trabajo colectivo que aspira a generar una comunidad
de visiones y nominaciones, comunidad siempre atada con nudos provisorios y a la cual le
llamamos, a falta de mejor nombre, el mundo.
La labor que el individuo hace con el lenguaje, de tejer el mundo y su propia hechura
con palabras, además de destejer los nudos problemáticos y volver a tejer los flecos
inconclusos de la realidad, lo convierte en sujeto, esto es, en autor de la realidad y a la vez
sujetado por ésta. El sujeto es un yo narrador y narrado, y esta doble condición ontológica se
despliega de modo particularmente elocuente en la construcción de su identidad: el discurso
acerca del sí mismo tiene como telón de fondo la conversación social sobre la presencia o
ausencia de un nosotros posible, y la validación del yo se juega en la auto-inteligibilidad,
pero fundamentalmente en el sentido de la autorrelevancia que puede encontrar en la
participación de lo colectivo.
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En este sentido, las nociones esencialistas de la identidad, ideas del sujeto con
aspiración a la completitud que caracterizaron la reflexión moderna sobre lo humano, pierden
pie con los movimientos epistémicos que ha acarreado la reflexión posmoderna. Como
respuesta, desde el socioconstruccionismo se postula la noción del yo relacional, pero el costo
a encarar ha sido (está siendo) la pérdida de certidumbre y de autonomía como ilusiones de
la modernidad.
Finalmente, cabe relevar el valor del discurso como analogía de la corriente vital, y
del relato de la identidad como un intento siempre inconcluso de apropiación, de marcaje
sobre los territorios de la existencia, y las posibilidades de exploración del hilo discursivo de
la biografía personal, como huellas del devenir colectivo.
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Bibliografía
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Métodos y técnicas cualitativas de investigación en ciencias sociales. Delgado, Juan
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