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Dentro de la fortaleza de Maqueronte, había una prisión y en ella

el rey Antipas había encerrado a Juan el Bautista. Sin embargo,


hasta la cárcel le llegan noticias de lo que está haciendo un tal Jesús
de Nazaret. Y lo que oye de Jesús le deja desconcertado porque no
responde a sus expectativas. Juan esperaba a un Mesías que se
impusiera con la fuerza terrible del juicio de Dios, salvando a
quienes han recibido su bautismo
y condenando a quienes lo han rechazado. Y para salir de las dudas,
Juan encarga a dos discípulos que vayan personalmente y le
pregunten a Jesús sobre su verdadera identidad: «¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Y ante los enviados de
Juan, Jesús le da una respuesta que asombra, que maravilla. No les
da una respuesta teórica, sino una muy concreta: Díganle a Juan
«lo que están viendo y oyendo».
Los discípulos le preguntan por su identidad, y Jesús les responde
con su actuación: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos
quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los
pobres se les anuncia el Evangelio. Qué respuesta que les da Jesús
a ellos y a nosotros también. Nos dice que para captar bien su
identidad no basta confesar teóricamente que es el Mesías, el Hijo
de Dios, no basta con saber fórmulas teológicas
o del catecismo sobre quién es Jesús. Sino que es necesario
sintonizar con el estilo de vida que él adopto, que no es otro sino el
de aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de
esperanza a los necesitados. Juan, esperaba a un enviado poderoso,
uno capaz de hacer temblar el mundo, sacudirlo con su sola palabra,
y transformarlo con su poder. Y el que apareció fue un hombre
físicamente débil, que solo tenía para ofrecer
perdón a los equivocados, salud a los que sufrían y paz a los
marginados. Muchos siguen esperando que aparezca de una buena
vez ese salvador, ese “más fuerte”, que pueda poner orden en la
sociedad. Creen que el mundo, hoy más que nunca, necesita una
autoridad mundial que ponga mano dura, y así termine con la
inseguridad, con los gobernantes corruptos, con los políticos
inescrupulosos, con los sindicalistas que se enriquecen
a costa de los trabajadores, con los jueces que fallan por sobornos,
con los grandes capitalistas que manipulan los mercados
financieros para hundir pequeñas empresas sin importarles el
desempleo. Y piensan que hasta que no aparezca ese poderoso
señor, el mundo no va a cambiar. Quienes piensan así, tienen un
defecto: tienen el defecto de Juan, el Bautista. No han entendido
que la posibilidad de un cambio no viene del poder y del
autoritarismo.
Las sociedades no cambian por la fuerza, sino que la capacidad
transformadora reside en los que, como Jesús, son capaces de amar,
perdonar, ayudar, hacer el bien, servir, dar desinteresadamente.
Quienes practican esos valores, aunque no lo sepan, por dentro van
desencadenando una fuerza poderosa que luego cobra vida,
contagia a los demás, y de a poco va generando una ola de bienestar
y esperanza para la sociedad.
Y eso es muy real. Nos los enseño Jesús. Pero saben ¿cuál es el
problema? Que a nosotros nos cuesta creer que eso sea verdad. Nos
parece pura fantasía. No queremos apostar por los valores de Jesús,
y algunos seguimos de brazos cruzados esperando a ese “más
fuerte”. ¿Por qué? Porque exige compromiso, y un poco de
sacrificio, cosa que esta sociedad consumista, hizo desaparecer del
mapa. Estamos próximos a celebrar la navidad.
Preparémonos como corresponde: dejando entrar los criterios del
evangelio y abandonar aquellos que nos hacen daño por dentro.
Que las palabras y las obras de Jesús, vayan moldeando nuestro
corazón, vayan recreando un espacio donde pueda nacer el niño
Dios. Y así, esa noche mala que genera la sociedad del consumo y
la fiesta descontrolada, cambie por una noche buena, donde sólo
Jesús, sea el centro de nuestra fiesta.

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