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Aspecto que tenía en 1907 la Plaza Ereván, escenario del golpe

Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El primer cuarto del siglo XX fue una época dorada en la historia de los atracos, quizá no en calidad
pero sí en cantidad, si por tales conceptos entendemos la cuantía de lo robado en el primer caso y la
frecuencia en el segundo. El relevo de célebres asaltantes decimonónicos como Ned Kelly, Butch
Cassidy, Harry Longabaugh, los hermanos Dalton o los James, corrió a cargo en la nueva centuria
-aunque algunos prolongaron en ella su carrera criminal- de nombres tan célebres como Bonnie y
Clyde, John Dillinger o Karl Lamm. En esa etapa se sumaron al negocio los revolucionarios
políticos, necesitados de fondos con que financiar sus actividades clandestinas y, en ese último
sentido, uno de los golpes más sonados fue el atraco de Tiflis en 1907.
Esa acción la llevaron a cabo los bolcheviques rusos, que se referían a ella como expropiación de la
Erivánskaya, denominación eufemística alusiva a la recuperación de dinero para el pueblo y a que
el robo se llevó a cabo en la plaza homónima de la capital de Georgia, bautizada así en honor de
Iván Paskévich, conde de Eriván (un veterano militar del Imperio Ruso que vivió en la primera
mitad del siglo XIX). El lugar pasó a ser la Plaza de Lenin durante el período soviético y estaba
adornada por una estatua del líder revolucionario; en 1991 fue derribada y sustituida por un
Monumento a la Libertad, que es el nombre que actualmente tiene la plaza.
La Plaza Ereván se llama hoy Plaza de la Libertad
Imagen: George Kvizhinadze en Wikimedia Commons

Los comunistas dieron sus primeros pasos en Rusia en 1898, de la mano del RSDLP (Partido
Laborista Socialdemócrata Ruso). Su objetivo, tal como había planteado Marx, era una revolución
proletaria pero antes era necesario llevar a cabo acciones de concienciación de clase (mitines,
propaganda, etc), para lo cual necesitaban unos medios económicos de los que carecían. Así que,
siguiendo el ejemplo de otros grupos revolucionarios, especialmente los anarquistas, empezaron a
realizar atracos. No era algo exclusivo del ámbito ruso: en Francia, por ejemplo, se hizo famosa la
banda de Jules Bonnot y en España la llamada Los Solidarios, de la que formó parte Buenaventura
Durruti y que además de asaltar bancos u oficinas postales también luchaba contra los pistoleros del
Sindicato Libre de la patronal y cometía atentados.
Sin embargo, el comunismo ruso estaba dividido a la hora de decidir sobre ese tipo de iniciativas.
Los bolcheviques las defendían como legítimo recurso ante la fuerza del estado mientras que los
mencheviques se mostraban contrarios y preferían un proceso revolucionario más progresivo y
pacífico. Fue esta última postura la que se impuso en el Quinto Congreso del POSDR (Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia), celebrado en Londres en 1907 para tratar de unificar posiciones.
Sin embargo, los bolcheviques no se conformaron y organizaron un organismo autónomo y secreto,
el BC (Centro Bolchevique), dirigido por un Grupo Financiero que integraban Lenin, Leónidas
Krasin y Alexandr Bogdánov, partidarios de obtener fondos mediante las proscritas expropiaciones
al margen de la decisión tomada por el Congreso.
Lenin, Bogdánov y Krasin en los primeros años del siglo XX
De hecho, inmediatamente se retomó un plan abocetado un par de meses antes de que empezara éste
y cuyo objetivo era conseguir dinero para adquirir armas. Los designados por el Grupo Financiero
para concretarlo fueron Koba y Kamó, apodos respectivos de Stalin y Simon Arshaki Ter-Petrosian,
porque ambos vivían en Tiflis, el lugar donde se iba a realizar el golpe. El primero acreditaba
experiencia y eficiencia en la planificación de extorsiones y atracos desde 1905 («bandolero
caucásico», solía autodefinirse); el segundo, amigo suyo de la infancia y compañero de prisión
alguna vez, era un armenio de carácter bronco y despiadado, experto en disfraces y explosivos, así
como también veterano de las expropiaciones, que perpetraba al frente de un grupo llamado La
Banda.
Así pues, Stalin se concentró en la operación, que consistía en robar la diligencia bancaria que
transportaba dinero desde la estafeta de correos a la sucursal del Banco Estatal del Imperio Ruso, a
su paso por la citada Plaza Ereván. Algo bastante complejo porque requeriría la participación de
muchos hombres, coordinación, rapidez y , con toda seguridad, violencia, pues implicaba
enfrentarse a la escolta y los soldados que habría presentes en los alrededores. Pero la acción directa
era precisamente la especialidad de Koba, como había demostrado durante la Revolución de 1905
organizando escuadrones de lucha para enfrentarse a las tropas y asaltar arsenales.

Iosif Stalin, Koba Simon Arshaki Ter-Petrosian, Kamó


Imagenes 1 y 2: dominio público en Wikimedia Commons
También era necesaria información, claro, y Stalin encontró quién se la proporcionara; dos
personas, en concreto. Una fue Gigo Kasradze, empleado del banco; la otra, un tal Voznesensky,
que trabajaba en la oficina postal y era amigo suyo desde niño. Gracias a ellos, los atracadores
supieron los horarios de la diligencia y la fecha exacta en la que llevaría el dinero: el 26 de junio de
1907. Los preparativos continuaron con la fabricación por parte de Kamó de varias bombas, una de
las cuales, por cierto, detonó por error al intentar encender un fusible y le dejó tuerto. A causa de ese
accidente, quedó postrado un mes y una cicatriz surcó su ojo derecho de por vida pero, aunque no
estaba plenamente restablecido, insistió en participar el día del atraco.
Cuando éste llegó hacía tres semanas que había concluido el Quinto Congreso, algo que no detuvo a
los implicados. Eran veinte, todos ataviados como campesinos salvo Kamó, que llegó a la plaza
vestido de capitán de caballería y en un faetón (un carruaje descapotable, de cuatro ruedas). Los
demás estaban repartidos por el lugar estratégicamente, unos vigilando la llegada del vehículo, otros
aguardando en una taberna cercana, aquellos controlando a los muchos policías movilizados. La
razón de que hubiera tantos estaba en que habían recibido un chivatazo sobre un atentado de los
revolucionarios, aunque sin concretar. Cuando apareció la diligencia, en la que viajaban el postillón,
un cajero, un contable y dos guardias, seguido de un carruaje con soldados armados y una escolta de
caballería cosaca a cada lado, se dio la señal, desatándose un pandemonio.

Plano de Tiflis de 1913 con el área del robo marcada


Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Eran las diez y media de la mañana y sobre la comitiva cayeron de pronto varias bombas de mano,
matando a parte de los guardias y a los caballos, lo cual resultaba más importante porque el
vehículo quedaba inmovilizado. Sobre él se abalanzaron los atracadores disparando sus armas
contra todo lo que se movía, sembrando el pánico entre los muchos viandantes que había a esas
horas. Cabe imaginar el caos que se formó, con los carruajes de la gente huyendo en todas
direcciones en medio de una batalla campal, sin saber qué estaba ocurriendo. La propia Ekaterina
Svanidze, esposa de Stalin, fue testigo desde un balcón de su casa y tuvo que refugiarse dentro.
porque las explosiones rompían los cristales de las ventanas y hacían temblar el suelo.
En medio de la lluvia de disparos, uno de los caballos de la diligencia, aún vivo pero enloquecido
por sus heridas, se lanzó desbocado al galope arrastrando el coche y tuvo que ser detenido con una
granada que le voló las patas. Se la lanzó Datikó Chibriashvili Kupriashvili, al que derribó la onda
expansiva pero tuvo tiempo de recobrar el sentido y robar las sacas de billetes mientras le cubría
Kamó a tiros. Entre los dos subieron el botín al faetón y escaparon, con el propio Kamó azuzando a
los caballos. En la carrera se cruzaron con el carruaje del jefe de policía que, al verle de uniforme y
creyendo que estaba poniendo el dinero a salvo, le dejó pasar.

Un faetón tirado por tres caballos (Gregor von Bochmann


Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Todos los ladrones pudieron escapar. Dejaron atrás cuarenta muertos, medio centenar de heridos y
una desolación que pudo comprobar uno de los responsables, Elisó Lominadze, quien se cambió las
ropas de campesino por las de maestro y volvió para contemplar el espectáculo sin ser reconocido.
Las autoridades dieron una cifra de bajas irrisoria mientras el banco calculaba en torno a 341.000
rublos el botín sustraído (equivalente hoy en día a más de 3,6 millones de euros). Curiosamente, con
la prisas, los atracadores perdieron 20.000 rublos que el postillón de la diligencia, que logró
sobrevivir, se guardó (si bien más tarde sería descubierto y procesado).
Mija y Maro Bochoridze, unos amigos que Stalin tenía en Tiflis, ocultaron temporalmente el dinero
dentro de un colchón que luego se fue trasladando de un piso franco a otro. El último escondite fue
el Observatorio Meteorológico, donde él había trabajado antaño y del que se lo llevó finalmente
Kamó a Finlandia, a la dacha de Lenin. Unos meses después empleó una parte en comprar armas y
detonadores en Bélgica y Bulgaria. No fue fácil porque dos tercios de los billetes robados eran
grandes, de 500 rublos, por lo que sus números de serie eran localizables y cambiarlos iba a ser una
tarea tan arriesgada como lenta.
Billete de tres rublos del Imperio Ruso
Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y eso que la investigación consiguiente resultó infructuosa. Se acusó a todos los izquierdistas
indiscriminadamente y, según algunas discutidas fuentes, el mismo Stalin fue detenido e interrogado
por la Ojrana (la policía secreta) al situarle en la plaza, aunque no se le consideraba sospechoso ya
que era su informador. Peor lo pasaría Kamó, pues al visitar a un oculista en Berlín para tratar la
herida del ojo fue denunciado por éste; Lenin se lo había recomendado por tratarse de un
bolchevique pero resultó ser un agente doble. La policía berlinesa encontró en el equipaje del
atracador un pasaporte falso y los 200 detonadores comprados, así que dio con sus huesos en la
cárcel.
Para evitar el juicio, Kamó fingió locura: rechazaba la comida engullendo sólo sus excrementos, se
arrancaba el pelo e incluso intentó suicidarse; casi nada comparado con las brutales torturas que le
aplicaban para hacerle hablar, entre ellas golpearle, quemarle con una plancha o clavarle alfileres
bajo las uñas. Pero no pudo evitar ni su extradición a Rusia en 1909 ni su procesamiento, que se
prolongó hasta 1911 mientras se determinaba su estado mental (del que él mismo confesaría
después que llegó a dudar).
Ese año logró fugarse audazmente del pabellón psiquiátrico y reunirse con Lenin en París,
empezando a planear otro robo. Pero esta vez le detuvieron enseguida, volvieron a llevarle a Tiflis y
fue condenado a muerte, aunque se le conmutó por cadena perpetua debido a que era el 300º
aniversario de la dinastía Romanov; no salió libre hasta la Revolución de 1917. Moriría en 1922 en
un accidente de tráfico y sus restos se enterraron en la Plaza Ereván (posteriormente se trasladaron).
Ninguno de los demás participantes en el atraco
fue juzgado pero a muchos los expulsaron del
partido, porque se abrió una grieta en el
comunismo al comprobar los mencheviques que
los bolcheviques se saltaban los acuerdos
alcanzados en el congreso y actuaban por su
cuenta. A Stalin le depuso el comité de Tiflis,
pese a que su participación no fue directa (él
mismo recordaría de viejo aquel episodio en
tercera persona: «Atracos…¡Nuestros amigos se
apoderaron de 250.000 rublos en la Plaza
Ereván!»). Claro que tenía problemas familiares
más graves que atender, ya que su esposa falleció
de tuberculosis ese otoño. Deprimido, abandonó
la ciudad junto a otros dirigentes georgianos,
quedando el partido muy debilitado allí.
Lenin también salió malparado; no tanto por su
implicación en el golpe, ya que, al igual que
Stalin, trató de minimizarla (lo que le enfrentó
con Krasin y Bogdánov), sino por una
degradación de su imagen entre la izquierda
debido a que el plan que ideó en 1908 para
cambiar los billetes grandes simultáneamente en
varios puntos de Europa no dio resultado,
desembocando en multitud de detenciones. Como
decíamos antes, con el triunfo revolucionario
bolchevique, se le erigió una estatua en la Plaza
Ereván, a la que también se puso su nombre…
hasta 1991.

Recorte de prensa de The New York Times dando la noticia del atraco
Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fuentes:
Thou Shalt Kill. Revolutionary terrorism in Russia, 1894-1917 (Anna Geifman)
Young Stalin (Simon Sebag Montefiore)
The secret file of Joseph Stalin. A hidden life (Roman Brackman)
Stalin. An unknown portrait (Miklós Kun)
La corte del zar rojo (Simon Sebag Montefiore)

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