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Cada vez que decidimos qué comer, también elegimos cuidar o no a las personas y al planeta
Una granjera recoge arroz en unos cultivos de la ciudad japonesa de Oita el 14 de octubre de
2019. CHARLY TRIBALLEAU AFP
JOSÉ M. FAURA
Resulta difícil imaginar un lugar más terrorífico para una niña que el infame distrito
rojo de Kamathipura en Bombay. Sin embargo, hasta los siete años, Priya (nombre
figurado) solía pasar día y noche en estas estrechas calles llenas de trabajadoras
sexuales y turbios personajes, a menudo casi desnuda en medio del calor abrasador,
mientras su madre permanecía en un prostíbulo cercano.
Las relaciones sexuales forzadas son una de las formas más aberrantes de violencia
que podamos imaginar, y son el destino de más de 15 millones de niñas
adolescentes —a menudo preadolescentes— del planeta. Y estos 15 millones de
niñas forman parte de los mil millones de niños y niñas que anualmente
experimentan algún tipo de violencia o negligencia, ya sea física, emocional o
sexual.
Pero aunque Priya pudo escapar, millones de niños y niñas en el mundo no tienen
esta suerte. Cada día ven como su futuro les es arrebatado, a menudo por las
personas adultas que supuestamente deben protegerles. Esta situación no puede
continuar. Los derechos inherentes de los niños y niñas, y no la suerte, deben ser la
base que garantice su futuro.
Los menores de edad encuestados declaran de forma casi unánime que siempre
existe una asimetría de poder entre víctima y agresor cuando hay violencia, y más de
la mitad cree que las situaciones de violencia suceden porque los niños y niñas no
pueden defenderse. El 90% dice que, para acabar con la violencia contra la infancia,
las personas adultas necesitan escuchar más lo que los niños y niñas tienen que
decir, y que deben reconocer los derechos de la niñez.
Desde India, Rimpal, de 12 años, respondió de forma perspicaz a los encuestadores:
“La sociedad debe dar voz a los niños, para que se sientan seguros y protegidos”.
En Honduras Elena, también de 12 años de edad, dijo que todos deben poner de su
parte e “ir sembrando algo bueno entre nuestras comunidades, ayudar a los niños
que tenemos cerca y tratar de enseñarles que ellos tienen la capacidad, el potencial y
tienen la responsabilidad de que todo lo que está alrededor de ellos cambie”. Estas
sabias palabras no podrían ser más ciertas.
Mientras continuemos viendo a niños y niñas solo como víctimas, les estaremos
perjudicando y estaremos permitiendo que la violencia continúe. Niños y niñas
como Priya, Rimpal y Elena tienen mucho que aportar y necesitan que se les
escuche. Los niños y las niñas necesitan un asiento en la mesa.