Vous êtes sur la page 1sur 8

Una alimentación sana en un mundo sin hambre

Cada vez que decidimos qué comer, también elegimos cuidar o no a las personas y al planeta

Una granjera recoge arroz en unos cultivos de la ciudad japonesa de Oita el 14 de octubre de
2019. CHARLY TRIBALLEAU AFP

Fue el 16 de octubre de hace exactamente 40 años cuando la FAO —


Agencia de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura—
decidió celebrar anualmente el Día Mundial de la Alimentación con el
objetivo de difundir los avances y concienciar sobre los desafíos
alimentarios y la desnutrición. Una buena manera de sumergirnos en este
día es preguntarnos por los avances del Objetivo de Desarrollo Sostenible
(ODS) 2 que, en el marco de la Agenda 2030, se plantea acabar con el
hambre, mejorar la nutrición y promover una agricultura ambientalmente
sostenible.
En realidad, la reciente revisión en la Asamblea General de las Naciones
Unidas sobre los progresos en la Agenda 2030, así como el informe previo
de su secretario general, no son nada optimistas al respecto. António
Guterres lo sintetiza diciendo que el progreso de muchos ODS ha sido lento,
que las personas más vulnerables siguen siendo las que más sufren sus
consecuencias y que la respuesta mundial hasta ahora no ha sido lo
suficientemente ambiciosa, ni en la dirección ni en la intensidad de los
cambios requeridos. Su reflejo en el ODS 2 es que 821 millones de
personas pasan hambre, una cifra que ha aumentado por tercer año
consecutivo, que una quinta parte de la población de África subsahariana
está desnutrida y que el gasto público en agricultura ha disminuido un 37%.
Eso significa que cada vez estamos más lejos del objetivo.
Si realmente queremos provocar un punto de inflexión en la alimentación,
estamos abocados a afrontar simultáneamente al menos tres conjuntos de
problemas complejos e interdependientes. En primer lugar, el déficit
democrático de nuestro sistema alimentario. Hoy producimos más del triple
de alimentos que hace 60 años, pero casi mil millones de personas no
tienen acceso a los mismos. Los países más pobres dependen de las
importaciones para alimentar a su población y viven permanentemente
expuestos y sin protección frente a los vaivenes de los mercados y los
especuladores. Y así, mientras el sistema alimentario se concentra cada vez
más en unas cuantas empresas que controlan todo el proceso de la cadena
alimentaria, desde la siembra o la cría hasta su distribución y tiene gran
poder de influencia en los precios y en los mercados la pequeña agricultura
familiar queda excluida de los mercados y cada vez tiene más dificultad
para acceder a insumos, créditos, o producir sus propios alimentos.
Según datos de la FAO, en los países en desarrollo existen 500 millones de
pequeñas explotaciones agrícolas que sustentan a casi dos mil millones de
personas y producen en torno al 80% de los alimentos consumidos en Asia
y África Subsahariana. Sin embargo, según el informe de Guterres, su
productividad es sistemáticamente inferior a la de todos los demás
productores de alimentos.
La alimentación no puede ser un privilegio de unos cuantos, sino un
derecho de todas las personas, vinculado a su dignidad humana
En segundo lugar, hemos de afrontar con urgencia el déficit ambiental en la
producción alimentaria. Según el reciente informe del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus
siglas en inglés) El cambio climático y la tierra, las actividades
agropecuarias relacionadas con la producción de alimentos ocupan el 49%
del total de la superficie terrestre libre de hielo. Y el impacto humano en los
ecosistemas es devastador. Producimos más a costa de una gran presión
sobre los recursos del planeta: deforestación, destrucción de la
biodiversidad, uso del 70% del agua dulce disponible, contaminación de ríos
y tierras por el uso de abonos químicos y pesticidas, procesos de erosión y
empobrecimiento de la tierra relacionado con los monocultivos, emisión de
gases de efecto invernadero...
Según este informe, el uso de fertilizantes químicos ha aumentado un 800%
desde 1961 y, actualmente, el conjunto de la producción y consumo de
alimentos es responsable de la emisión de un tercio de los gases de efecto
invernadero que provocan el cambio climático. A su vez, un mayor
calentamiento global dificulta cada vez más la producción de alimentos,
especialmente en países con alta vulnerabilidad climática y social.
En tercer lugar, hemos de afrontar el déficit sanitario de nuestros hábitos de
consumo alimentario, que en los últimos 50 años han cambiado
radicalmente. Hoy consumimos una gran cantidad de productos cárnicos,
lácteos e industrializados con exceso de lípidos, azúcares o hipersalados.
Simultáneamente hemos disminuido nuestro consumo de cereales,
legumbres, frutas y verduras. Además, consumimos alimentos provenientes
de cualquier parte del mundo, en cualquier época del año, provocando una
gran huella ecológica, relacionada con el transporte, los plásticos... Estos
nuevos hábitos alimentarios acrecientan los riesgos de salud vinculados con
enfermedades cardiovasculares, diabetes o cáncer. Una de sus
consecuencias más llamativas es la convivencia simultánea de mil millones
de personas desnutridas, con dos mil millones de personas obesas y
malnutridas, correspondiéndose estas últimas en gran medida con personas
con menor poder adquisitivo en los países más ricos y de renta media.
Manos Unidas es una organización que nació hace 60 años con el objetivo
de luchar contra el hambre y la pobreza, y todas sus causas. Desde nuestra
institución, junto con muchas otras, creemos que la alimentación no puede
ser un privilegio de unos cuantos, sino un derecho de todas las personas,
vinculado a su dignidad humana. Y creemos que trabajar por una
alimentación suficiente, sana y sostenible, es una tarea que nos
corresponde a todos, incluyendo a los Estados, las empresas, la sociedad y
las personas. Por eso hoy, junto con todas las organizaciones que
formamos la red Enlázate por la Justicia lanzamos nuestras propuestas de
acción, siendo conscientes de que cada vez que decidimos qué comer,
también elegimos cuidar o no a las personas y al planeta. De este modo
esperamos contribuir a una alimentación sana, en un mundo sin hambre,
como reza el lema 2019 del Día de la Alimentación.
Los niños y las niñas merecen un asiento en la mesa de la no violencia

Ningún menor es inmune a la violencia. Comprender todas sus


dimensiones es clave para erradicarla

Niñas de la localidad india de Jammu. SHARON CHRISTINA RØRVIK UNSPLASH

JOSÉ M. FAURA

Resulta difícil imaginar un lugar más terrorífico para una niña que el infame distrito
rojo de Kamathipura en Bombay. Sin embargo, hasta los siete años, Priya (nombre
figurado) solía pasar día y noche en estas estrechas calles llenas de trabajadoras
sexuales y turbios personajes, a menudo casi desnuda en medio del calor abrasador,
mientras su madre permanecía en un prostíbulo cercano.

La madre de Priya es una superviviente de explotación sexual, vendida a un burdel


por un amigo del pueblo que, tras prometerle un trabajo, la traicionó. La golpearon,
la torturaron y la retuvieron. Al final, la forzaron a ejercer la prostitución. Para matar
el tiempo, Priya vagaba cada día por las polvorientas calles cerca de Falkland Road
esperando que su mamá la llevara a casa. Y cada día estaba más cerca de convertirse
en presa de los explotadores sexuales que aguardan a la caza de víctimas. Con
frecuencia las niñas como ella son víctimas de abuso, explotación y comercio en la
industria del sexo, o bien víctimas de trata para engrosar el enorme ejército indio de
niños y niñas trabajadores. Para Priya, llegar a este desenlace era solo una cuestión
de tiempo.

Las relaciones sexuales forzadas son una de las formas más aberrantes de violencia
que podamos imaginar, y son el destino de más de 15 millones de niñas
adolescentes —a menudo preadolescentes— del planeta. Y estos 15 millones de
niñas forman parte de los mil millones de niños y niñas que anualmente
experimentan algún tipo de violencia o negligencia, ya sea física, emocional o
sexual.

El personal de la ONG local Prerana, organización apoyada por Educo, localizó a


Priya antes de que su vida corriera un mayor peligro. Se pusieron en contacto con la
madre de Priya y proporcionaron orientación y apoyo a ambas. Priya comenzó a
asistir al centro de atención nocturna para hijos e hijas de trabajadoras sexuales,
participó en un programa de apoyo educativo y terminó siendo escolarizada de
manera formal. De un día para el otro su futuro tomó una vía distinta.

Los derechos inherentes de los niños y niñas, y no la suerte,


deben ser la base que garantice su futuro

Pero aunque Priya pudo escapar, millones de niños y niñas en el mundo no tienen
esta suerte. Cada día ven como su futuro les es arrebatado, a menudo por las
personas adultas que supuestamente deben protegerles. Esta situación no puede
continuar. Los derechos inherentes de los niños y niñas, y no la suerte, deben ser la
base que garantice su futuro.

La violencia contra la infancia es un problema global que trasciende fronteras,


clases, culturas, orígenes étnicos, razas, géneros y estado socioeconómico. En
algunos lugares del mundo llega a niveles endémicos y afecta a casi todos los
aspectos de la sociedad. Si bien la violencia sexual es particularmente repulsiva, la
violencia puede tomar diversas formas, y a menudo se recurre a formas combinadas
de la misma. Maltrato psicológico, castigo corporal, acoso virtual y violencia física
son tipos de violencia cuyo impacto puede debilitar la autoestima del niño o la niña,
así como afectar su desarrollo cognitivo y su capacidad para alcanzar el pleno
potencial.

No importa dónde vivan. No importa quiénes sean. Desgraciadamente, ningún niño


o niña es inmune a la violencia. Comprender todas las dimensiones de la violencia
ejercida contra la infancia es clave para erradicarla. Resulta llamativo —y
alarmante— que niños y niñas raramente participen en el proceso de toma de
decisiones relativas a los temas que les afectan, incluyendo la prevención de la
violencia.

Es el momento de cambiar esta situación.

El pasado mes de septiembre, ChildFund Alliance y Educo, miembro de dicha


alianza, publicaron Small Voices Big Dreams 2019, un informe que presenta los
resultados de una encuesta a cerca de 5.500 niños y niñas de 15 países, lo cual la
convierte en uno de los mayores estudios globales de este tipo. Los resultados son
un riguroso recordatorio no solo de que niños y niñas tienen mucho que decir sobre
la violencia, sino también de que comprenden por qué existe y desean desempeñar
un papel mucho más destacado en intentar detenerla.

Mientras continuemos viendo a niños y niñas solo como


víctimas, les estaremos perjudicando y permitiendo que la
violencia continúe

Los menores de edad encuestados declaran de forma casi unánime que siempre
existe una asimetría de poder entre víctima y agresor cuando hay violencia, y más de
la mitad cree que las situaciones de violencia suceden porque los niños y niñas no
pueden defenderse. El 90% dice que, para acabar con la violencia contra la infancia,
las personas adultas necesitan escuchar más lo que los niños y niñas tienen que
decir, y que deben reconocer los derechos de la niñez.
Desde India, Rimpal, de 12 años, respondió de forma perspicaz a los encuestadores:
“La sociedad debe dar voz a los niños, para que se sientan seguros y protegidos”.

En Honduras Elena, también de 12 años de edad, dijo que todos deben poner de su
parte e “ir sembrando algo bueno entre nuestras comunidades, ayudar a los niños
que tenemos cerca y tratar de enseñarles que ellos tienen la capacidad, el potencial y
tienen la responsabilidad de que todo lo que está alrededor de ellos cambie”. Estas
sabias palabras no podrían ser más ciertas.

Mientras continuemos viendo a niños y niñas solo como víctimas, les estaremos
perjudicando y estaremos permitiendo que la violencia continúe. Niños y niñas
como Priya, Rimpal y Elena tienen mucho que aportar y necesitan que se les
escuche. Los niños y las niñas necesitan un asiento en la mesa.

Vous aimerez peut-être aussi