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ENSAYO SOBRE EL MALESTAR EN LA CULTURA DE SIGMUND FREUD

JOSHUA ACEVEDO QUIROZ

La cultura ha influido en las personas como factor predominante en el hombre, moldeando


su comportamiento hasta uno aceptable y normalizándolo al grado que no se reflexiona
acerca de este pero el hombre por naturaleza es agresivo ante los estímulos displacenteros
que se le presentan y como consecuencia él ha creado a la cultura para modificar su
comportamiento así mismo y los demás, cayendo en una paradoja de la cual es muy
complicado salir, en este ensayo se espera rescatar una reflexión acerca del como la cultura
y el hombre han evolucionado desde el inicio de la historia del humano.
La historia del hombre ha sido violenta desde un inicio, tanto en la vida real como en la
ficticia, Caín y Abel fungen como un ejemplo práctico de esto, ¿Entonces como podemos
seguir existiendo si tenemos la tendencia a dañarnos como especie e individuos?, la respuesta
es la cultura, Freud nos explica en el malestar de la cultura:
En condiciones normales nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de
nuestra mismidad, de nuestro propio yo. Este yo se nos presenta como algo independiente
unitario, bien demarcado frente a todo lo demás. Sólo la investigación psicoanalítica -que,
por otra parte, aún tiene mucho que decirnos sobre la relación entre el yo y el ello- nos ha
enseñado que esa apariencia es engañosa; que, por el contrario, el yo se continúa hacia
dentro, sin límites precisos, con una entidad psíquica inconsciente que denominamos ello y
a la cual viene a servir como de fachada. Pero, por lo menos hacia el exterior, el yo parece
mantener sus límites claros y precisos.1
En otras palabras, el ser humano es egoísta por naturaleza y se ha tenido que recurrir a un
adoctrinamiento de la conducta para realizar una sociedad funcional y prolifera, en la que, a
pesar de que el ser humano sea salvaje y agresivo, aún subsistimos. Claramente este proceso
ha tenido un largo recorrido, en el cual no solo evolucionó nuestro cuerpo y capacidades,
también nuestro entendimiento del entorno, como lo explica Freud:
Prosiguiendo nuestra reflexión hemos de decirnos que este sentido yoico del adulto no puede
haber sido el mismo desde el principio, sino que debe haber sufrido una evolución, imposible
de demostrar, naturalmente, pero susceptible de ser reconstruida con cierto grado de
probabilidad. El lactante aún no discierne su yo de un mundo exterior, como fuente de las
sensaciones que le llegan.2
Aquí se demuestra como el hombre sigue moldeando su conducta, nace de forma egoísta,
solo importa él y no se entiende que existe algo o alguien más después de uno mismo, en
cuanto nos damos cuenta de que no somos únicos, llega el displacer, el bebé lo puede externar
llorando, pero el adulto lo realiza con actos violentos, que llegados un punto, son
recriminados por el bien de la sociedad, esto ayuda a que el hombre pueda iniciar una

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El malestar en la cultura, Sigmund Freud, 1930
orientación adecuada de lo que necesita en su interior y de lo que el exterior necesita, llegando
a algo que Freud llamó “Sentido de realidad” el cual tiene la función de reducir el displacer
en el individuo y que este sepa defenderse y evadir estas sensaciones displacenteras.
Freud dice:
La libertad individual no es un bien de la cultura, pues era máxima antes de toda cultura,
aunque entonces carecía de valor porque el individuo apenas era capaz de defenderla. El
desarrollo cultural le impone restricciones, y la justicia exige que nadie escape a ellas.
Cuando en una comunidad humana se agita el ímpetu libertario puede tratarse de una
rebelión contra alguna injusticia establecida, favoreciendo así un nuevo progreso de la
cultura y no dejando, por tanto, de ser compatible con ésta; pero también puede surgir del
resto de la personalidad primitiva que aún no ha sido dominado por la cultura, constituyendo
entonces el fundamento de una hostilidad contra la misma.3
Este razonamiento implica la aceptación de que el producto de las fases tempranas de
un proceso evolutivo se puede conservar junto con su parte evolucionada, lo cual ejemplifica
Freud con la metáfora de la Ciudad Eterna, Roma, cuyas estructuras han cambiado, o incluso
dejado de existir para dejar paso a ruinas, demostrando así que el hombre esta condenado a
repetir errores y conductas para la creación de culturas, no importa que tipo de cultura pueda
llegar a desarrollar el hombre está destinada al fracaso y su siguiente renacimiento,
demostrando que el hombre es una paradoja viviente en cuanto a la búsqueda de su existencia,
tiene el poder de crear y destruir todo y repetir constantemente su historia ya que no puede
recordar el pasado.
Aquí mismo se puede observar algo que ha regido la cultura por épocas, la religión, el hombre
ha tenido la necesidad de buscar un Dios, justificando actos en la existencia de un creador
todo poderoso, el cual no es más que un invento del mismo hombre para evitar su extinción.
Llegados a este punto, el hombre ya satisfizo a medias su necesidad de existir, pero ahora
debe buscar algo más, en este caso, la felicidad, la cual hasta la actualidad se sigue buscando
mayoritariamente en una religión, como anteriormente se mencionó, el hombre busca un
creador y este creador da la ilusión de que el ser humano debe vivir por siempre, pero no
considera su felicidad, a esto Freud dice:
Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre
instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo
con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una
situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona una sensación de tibio
bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste, pero
sólo en muy escasa medida lo estable.4
Esto indica que para el ser humano es más fácil expresar la desgracia que la felicidad, esta
limitado por si mismo y no se permite ser feliz de manera constante, siempre debe existir
displacer para poder obtener placer. La religión lo demuestra haciéndonos creer que vivimos

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El malestar en la cultura, Sigmund Freud, 1930
siempre en pecado, y que debemos hacer el bien a los demás para poder obtener felicidad, si
el hombre es bueno, será feliz, pero si no, estará condenado a siempre sufrir. El hombre en
su búsqueda de evadir su displacer, le encomienda a Dios la tarea de decidir que es lo correcto
y lo incorrecto, reconociéndose así en una entidad divina.
El ser humano cuenta con un raciocinio que lo diferencia de otras especies, aun así, Freud se
cuestiona:
¿Por qué nuestros parientes, los animales, no presentan semejante lucha cultural? Pues no
lo sabemos. Es muy probable que algunos, como las abejas, las hormigas y las termitas,
hayan bregado durante milenios hasta alcanzar las organizaciones estatales, la distribución
del trabajo, la limitación de la libertad individual que hoy admiramos en ellos.5
Los animales se rigen por sus instintos, aun así, crean colonias funcionales, esto demuestra
que el ser humano al ser consciente genera mas faltas a su existencia y por ende busca más
satisfacción, jamás podrá llenar su deseo a menos que este perezca. Cuando los europeos
contactaron a civilizaciones primitivas, observaron que llevaban un estilo de vida sencillo,
pero eran felices, dando a entender que la ignorancia te da felicidad, esto podría explicar el
por que los animales solo se guían por su instinto, no razonan y solo les importa sobrevivir.
Freud indica pues que la cultura no tiene la función de hacernos felices, sino que debe:
Proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí.6
Una vez que se establece que la cultura no puede generar felicidad, ni con la religión, el
hombre recurre a la ciencia, la cual ha estado desde el inicio de todo con él, desde el
descubrimiento del fuego hasta la invención más actual, llegando a compararse con un dios
por medios externos a este.
Freud dice respecto a esto:
Desde hace mucho tiempo se había forjado un ideal de omnipotencia y omnisapiencia que
encarnó en sus dioses, atribuyéndoles cuanto parecía inaccesible a sus deseos o le estaba
vedado, de modo que bien podemos considerar a estos dioses como ideales de la cultura.
Ahora que se encuentra muy cerca de alcanzar este ideal casi ha llegado a convertirse él
mismo en un dios, aunque por cierto sólo en la medida en que el común juicio humano estima
factible un ideal: nunca por completo; en unas cosas, para nada; en otras, sólo a medias.7
Demostrando una vez mas que el hombre solo evita su propia responsabilidad, no puede
aceptar considerarse un Dios ya que necesita sentirse inferior para poder tener un sentido de
ser, además el hombre ya en este nivel no solo moldeará su conducta, también cambiará la
conducta de todo lo que le rodea sin importar caer en otra paradoja, el hombre exige respetar
la naturaleza y su belleza, pero constantemente la cambia a su beneficio.

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El malestar en la cultura, Sigmund Freud, 1930
Como podemos observar, la cultura debe mucho de su evolución a la religión, en especifico
al cristianismo desde que triunfó sobre las religiones paganas, la cultura empieza a ser más
fraternal gracias al concepto bíblico de “Amarás a tu prójimo”, pero también la ciencia ha
contribuido a esto, desde el simple hecho de calificar las heces como algo despreciable con
la justificación científica de que es antihigiénico, hasta el entendimiento del mecanismo de
la neurosis, en la cual nos enteramos que es la incapacidad del individuo de soportar la
frustración, la cultura nos lleva por un camino de orden pero Freud indica que aun así, esta
no es perfecta, simplemente convierte al humano en un ser sociable con raciocinio para crear
equilibrio y estabilidad, por otro lado la cultura priva de su naturaleza al hombre, volviéndolo
sumiso y con una limitada capacidad para decidir sus acciones justificada en el predominio
de la sociedad.

El ser humano esta condenado a desaparecer, solo es cuestión de tiempo para que la cultura
pierda su influencia en el hombre y este, apegado a sus instintos autodestructivos, termine
con todo lo que se conoce.

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El malestar en la cultura, Sigmund Freud, 1930

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