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IMPACTO PROFUNDO:

REFLEXIONES Y CONJETURAS EN TORNO A UN ANILLO DE HUMO

Miguel Iradier

Resumen

El desarrollo y aplicación del cálculo fraccional, con derivadas e integrales de orden


no entero, está experimentando un gran desarrollo desde el año 2000. El término “dinámica
fraccional” ya es corriente en problemas de difusión, hidrodinámica, biología, economía o
teoría de señales. Las expectativas creadas responden al hecho de que ecuaciones fraccionales
pueden modelar curvas muy complejas y quebradas, que están totalmente fuera del alcance de
las ecuaciones diferenciales ordinarias. Pero, a pesar del uso creciente de sus operadores, no
existe una explicación generalmente aceptada sobre su significado físico y geométrico, a
diferencia de lo que ocurre con las ecuaciones diferenciales ordinarias, además del efecto de
memoria del pasado que implican. En este artículo presentamos una serie o secuencia de
conjeturas que tienen su punto de partida en un anillo de humo, un solitón con torsión y
vorticidad. Estas conjeturas pueden ser trivialmente falsas, falsas, indecidibles o ciertas. Se
consideran especulativamente algunas de las conexiones y consecuencias posibles. También
ofrecemos una perspectiva de la historia de la dinámica y de su transformación.

Algo más que humo

Pensemos en un vórtice en forma de anillo, como los que discutieron desde 1858
Helmholtz, Tait, Thomson y Maxwell, intentando imaginar modelos atómicos estables dentro de
un medio fluido. Las ilustraciones que siguen las hemos tomado de Steven Rado, quien todavía
hoy sigue desarrollando ideas parecidas, con un éter como gas ideal.
Dos capas en contacto con direcciones opuestas generan rotaciones de las que
emerge gradualmente un óvalo mayor, que tiende a abrirse por los polos formando un toro o
anillo. Es obvia la semejanza con las líneas de campos magnéticos, como los de la Tierra o el
Sol. Los anillos de Tait y Thomson provenían de generalizaciones sobre la disputada estabilidad
de simples anillos de humo como los de los cigarros. Tales modelos nos parecen ahora fuera de
lugar a propósito de la constitución de la materia; pero aun con todo siguen siendo un excelente
banco de pruebas para todo tipo de conexiones con problemas complejos. Ya en la época de
Maxwell surgieron todo tipo de asociaciones a
propósito de los modos de vibración, conectividad,
nudos y cuaternios; hoy podríamos añadir un
arsenal centuplicado de técnicas y tratamientos
nuevos que no estaban disponibles por entonces.
De hecho, tales tratamientos se han desarrollado,
aunque a niveles muy diferentes de detalle,
abstracción y problemática. Nosotros procuraremos
permanecer en un nivel de máxima simplicidad.

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En la época victoriana la cuestión fundamental en torno a los anillos de humo era su
estabilidad, además de las posibles combinaciones con otros anillos y las configuraciones
resultantes, para dar cuenta de los diferentes elementos químicos. Se obviaba el hecho de que
los mismos anillos de humo que Tait producía con su máquina eran disparados en una caja de
humo golpeando un diafragma de goma. Es decir, se obviaba el origen mismo de los anillos y la
forma de producirlos. Sin necesidad de máquina alguna, cualquiera producir anillos similares
con el humo de un cigarro, con la sola condición de producir un pequeño choque en su boca, o
moviendo arriba y abajo su mano produciendo una onda de choque similar. Es decir, las
condiciones iniciales requieren no sólo una fuerza, también una variación de la aceleración que
queda reflejada en una tercera derivada para el tiempo. La estabilidad y la dinámica del anillo
no pueden ser separadas del origen, con t tendiendo a cero. Obviamente, si t se hace igual a
cero, tanto la aceleración como el impulso tomarían un valor infinito y nuestros cálculos
dejarían de tener sentido.
Ahora volvamos al gráfico superior, donde dos capas opuestas entran en contacto. En
este caso, tenemos un proceso gradual, pero la mera rotación de partículas en torno a la
superficie de contacto, equivalente a una fuerza o aceleración, no es suficiente para generar el
anillo; se necesita al menos una rotación dentro de otra, o vorticidad, equivalente a una
aceleración dentro de una aceleración, y por lo mismo, a órdenes diferenciales superiores.
Mientras dura un vórtice de este tipo, su evolución se diferencia tanto de la turbulencia libre y la
conocida ruta hacia el caos como de la difusión browniana o forma más ordinaria de desorden.
Su estabilidad se puede describir en los términos de un solitón u onda solitaria, aunque eso no
basta para definir la dinámica local de las partículas. Podemos por lo tanto considerar dicha
dinámica también en términos de difusión anómala y dinámica fraccional, si bien esta última se
ha estudiado y aplicado con éxito sobre todo a medios y partículas físicamente inhomogéneos.
Si en el caso de un flujo continuo parece difícil escapar a la turbulencia y la
inestabilidad, podemos adoptar el punto de vista altamente simplificado y provisional de que
una tercera derivada en el tiempo, considerada en términos de impacto, o como una excitación
discreta al comienzo de la evolución temporal, marca un cierto límite entre un tipo de evolución
y otra. Y, a continuación, podemos conjeturar que las “resonancias” entre los valores de la
tercera derivada y las dos primeras determinan además los operadores de los órdenes
fraccionales de derivación en consonancia con las densidades de probabilidad de posición y
velocidad. Fue W. O. Davis [1] quien propuso la introducción de una tercera derivada con
resonancias, si bien en un contexto completamente ajeno a la difusión y a los operadores
fraccionales, aplicándola a problemas como la entrada de un cohete en la atmósfera, y en
general, a sistemas en los que la fuerza era aplicada en un tiempo sustancialmente menor que el
tiempo crítico del sistema. Las resonancias de Davis venían determinadas por las relaciones
entre la primera y la tercera derivada, y su amortiguación, por el coeficiente de la segunda o la
masa, y contemplaban además soluciones hiperbólicas. Si genéricamente una resonancia es una
transformación de energía cinética en energía potencial, en el caso más particular de un anillo
oscilante como el que nos ocupa cabría pensar en ondas estacionarias concentrándose en
pequeñas porciones del espacio disponible, aun cuando contemplemos estas porciones como
distribuciones de densidad. Pero esta descripción parece innecesaria e inapropiada; en cualquier
caso tendremos que contemplar aspectos más generales y evidentes, como, por ejemplo, la
torsión.
La ecuación que describe la dinámica de un anillo de humo está bien caracterizada; se
trata de una ecuación diferencial parcial no lineal, con un gran número de cantidades
conservadas. La longitud total es constante en el tiempo, y no cambia el cuadrado de la
curvatura total, ni el componente global de torsión; así mismo, tampoco cambia la integral de la
torsión con respecto al cuadrado de la curvatura a lo largo de la evolución temporal, así como
muchas otras cantidades expresadas en términos de curvatura y torsión. Estos son rasgos típicos
de un solitón. Como ocurre con todos los casos reales, aunque la primera aproximación parezca
simple, no hace sino dar paso a problemas de complejidad creciente, que pueden involucrar
desde la teoría de nudos a las funciones elípticas, pasando por los defectos topológicos y las
formas diferenciales exteriores. En cualquier caso, se mantiene el hecho, tan atractivo en el siglo
diecinueve como ahora con la moderna teoría de los solitones, de que un simple flujo de aire se

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comporta como si tuviera resistencia y densidad, permitiendo interacciones casi tan clásicas
como entre bolas de billar, y ejemplificando muchas más posibilidades. No hace falta decir que
el anillo apenas depende de la inhomogeneidad del humo respecto al aire, puesto que idénticos
anillos pueden formarse en el aire limpio, y el humo sólo nos permite verlos más claramente.
En principio, y a diferencia de una onda, un solitón no es un fenómeno de naturaleza
periódica. En la literatura [2], un solitón suele definirse como una solución espacialmente
localizada, no dispersiva y no singular para un campo o medio no lineal, al que no se aplica el
principio clásico de superposición de ondas. Se dice, con razón, que los solitones son tan
fundamentales para las teorías no lineales como las ondas de seno para las lineales. Ocurre que,
en la práctica, existen innumerables tipos de solitones con características propias; y en el caso
del anillo de humo, un solitón con vorticidad o torsión, el componente periódico o
semiperiódico puede existir desde el origen temporal hasta la ruptura o desvanecimiento del
anillo, acompañado por el propio ritmo de la torsión. En tal sentido, sería unitario. Además,
aquí, la naturaleza disipativa del fenómeno se hace evidente. Si no se dieran esta conexión de
aspectos periódicos, morfológicos y disipativos, el valor del anillo de humo como ejemplo
quedaría considerablemente reducido, aun manteniendo todavía distintos frentes de interés.
Nosotros asumimos de partida el interés general que puede plantear este modelo.
La contemplación de un anillo de humo puede resultar engañosa. Se tiene la impresión
de que la estabilidad transitoria del anillo se debe a que el humo se aísla del aire del ambiente,
cuando en realidad resulta lo contrario: aire y humo se están intercambiando, y esa tasa de
intercambio determina la duración del anillo. Si consideramos, como hacía Davis, la tercera
derivada no sólo como un sinónimo de impacto, sino también como una relación con el
ambiente en su conjunto, porque el sistema por definición deja de estar cerrado, vemos como
ambos modelos encajan. Así, el anillo en ningún momento es un sistema cerrado, y, como
ocurre con los organismos, a eso mismo debe su momentánea estabilidad. Probablemente
ningún solitón puede explicarse sin un mínimo de mantenimiento de interacción con el ambiente
–aunque sólo fuera por el mantenimiento a lo largo del tiempo de una excitación inicial externa;
es decir, de manera sólo en apariencia paradójica, un solitón no puede ser un sistema cerrado. El
anillo de humo, por lo tanto, respira. Esta característica de mantenimiento de la apertura con
estabilidad es lo que lo hace tan importante y general. Desde el origen del eje temporal se
devana un equilibrio dinámico entre lo de dentro y lo de fuera, entre el impacto y el sujeto del
impacto. Impacto, tasa de intercambio con el ambiente, duración y torsión se convierten en
términos equivalentes. Sin duda lo más común es lo más extraordinario.
No ignoramos que en ecuaciones de este tipo el problema del valor inicial se trata
habitualmente por métodos de dispersión o scattering inverso, reduciéndolo a una integral lineal
en la que el tiempo queda solamente implícito; de hecho, la teoría de solitones ha contribuido en
los últimos decenios a expandir decisivamente la teoría de la integrabilidad, introduciendo
nuevas y profundas conexiones entre la física y la geometría algebraica. Estos grandes adelantos
comenzaron en los años sesenta con aproximaciones numéricas a ecuaciones hasta entonces
intratables y desembocaron en soluciones analíticas y grandes generalizaciones matemáticas. La
rapidez del progreso le dio una apariencia de milagro, aunque en realidad no hacía sino
aprovechar las especiales condiciones de estabilidad de sistemas como los solitones una vez que
se habían ajustado las condiciones iniciales. Por lo poco que sé sobre el tema, este ajuste no ha
sido posible para sistemas con un intercambio relevante con el ambiente, como es el caso de
nuestro anillo de humo. En general, y como con tantos otros procesos, es admisible decir que los
solitones no son del todo bien comprendidos, incluso para los casos con mejores condiciones
analíticas y los experimentalmente reproducibles, y en gran medida por la cuestión de los
valores inciales. En cuanto al cálculo fraccional, las trasformadas integrales siguen siendo de
momento la mejor conexión entre sus operadores y los ordinarios; y siendo el núcleo de la
integral fraccionaria la que define la derivada fraccionaria en términos de singularidad débil,
con capacidad de memoria o trasporte de estados pasados del sistema. Probablemente, la noción
de “singularidad débil” puede ponerse bajo ciertas circunstancias en conexión con la teoría de
los defectos topológicos.
Recordemos que el criterio estadístico para considerar anómala a una difusión surge de
la desviación, en la evolución temporal, del cuadrado del desplazamiento medio de una partícula

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aleatoria; dicho de otro modo, de cuando el balance de energía potencial y cinética no está
ajustado en el tiempo, y las partículas se mueven con más coherencia que la media durante
periodos de tiempo largos, con menor o mayor velocidad según se trate de una subdifusión o
una superdifusión. De lo dicho anteriormente parece deducirse que las ecuaciones de difusión
fraccional sólo se aplican cuando la energía potencial no puede confinar la energía cinética y
ésta diverge para masas finitas; pero también se ha mostrado su pertinencia y aplicabilidad en
sistemas disipativos, con confinamiento y recombinación [3]. Probablemente, si definiéramos
las masas finitas también de una forma estadística, como por ejemplo, colecciones finitas de
impulsos dependientes del tiempo, totalmente isótropas en reposo, y orientables en función de la
velocidad, podríamos contemplar otro escenario, pero no vamos a pedirle ahora tales
suposiciones al lector.
En la literatura especializada actual sobre ecuaciones fraccionales de difusión, en los
que la difusión anómala se contempla en términos de desorden o inhomogeneidad del medio,
Mainardi, Ryabov, y Bisquert [3], entre otros, discuten su aplicabilidad a las condiciones
iniciales de excitación. En general, parece claro que la evolución no se puede extrapolar para el
origen del eje temporal, t=0, discutiéndose entonces el tiempo de declinación o relajación del
impulso inicial. También se ha especulado sobre la presencia de “fuentes virtuales” del agente
de difusión, que implicarían que alguna masa es inyectada en el origen. Como esa inyección no
es contemplada por los límites del problema, se concluye que carece de significado y es un
artefacto. Es fácil ver la relación entre éstas “fuentes virtuales” que jugarían un papel conductor
a lo largo de la evolución temporal y las resonancias no menos virtuales entre las derivadas que
acabamos de conjeturar.

Un vórtice anular es no sólo un fantástico mediador entre propiedades de ondas y


partículas; también lo es entre los comportamientos de la materia animada y la inanimada.
Incluso comparte con las células una estructura triple: un núcleo formado por un filamento
vacío, un cuerpo de gas que es el anillo propiamente dicho y una superficie de intercambio con
el ambiente. Los tres guardan múltiples relaciones de longitud, velocidad y rotación. A
diferencia de otros movimientos de rotación en fluidos, en un vórtice todas y cada una de las
partículas rotan en torno a su propio eje. Por tanto, los aspectos periódicos y semiperiódicos de
esta clase de solitones van desde los parámetros globales hasta el más pequeño detalle. William
Thompson ya se ocupó de algunos de estos aspectos periódicos y modos vibratorios, pero
ignoramos hasta dónde han podido profundizar los estudios modernos. A nosotros nos gustaría
concentrarnos en las condiciones iniciales de formación del anillo. A ese respecto, a la caja de
humo con un obturador se le puede aplicar un bafle con un amplificador para modular las
características temporales y vibratorias de las condiciones iniciales, dado que las proporciones y
ritmos del anillo y sus partes dependen de las condiciones de ataque y descenso del estímulo
inicial. ¿Hasta qué punto es posible “programar” las características de los anillos? ¿Hasta qué
punto pueden cerrarse las relaciones entre masa, tiempo y longitud, contemplando además los
aspectos de vibración y frecuencia? Ignoramos de momento la respuesta, pero creemos que de
ella dependen algunas generalizaciones de gran alcance e interés.
Todo esto podría expresarse en una serie de conjeturas que no son
necesariamente dependientes aunque se prolongan por sí solas; que una tercera derivada en las
inmediaciones del impacto es determinante en la evolución temporal del anillo; que tres órdenes
diferenciales –o más- y sus resonancias producen operadores fraccionales que expresan esa
evolución; que estos operadores pueden expresarse a su vez como un componente de torsión, y
por lo tanto, estarían conectados a un componente periódico, o no, de ser falsa la primera
conjetura; que el componente de torsión es estrictamente proporcional al intercambio entre el
gas del anillo y el ambiente, y por lo tanto la tercera derivada implica ya ese intercambio con el
ambiente, etcétera. En una palabra, se trata de ver hasta dónde llega la continuidad entre
aspectos aparentemente desconexos enfocándolos sobre la evolución unitaria de un objeto,
modificando hasta donde sea necesario el tratamiento de las condiciones iniciales. La torsión y
sus medidas asociadas serían la sensibilidad global del sistema mantenida desde las mismas
condiciones iniciales.

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Lo que puede parecer un problema técnico planteado a los especialistas envuelve un
tema mucho más general. La inhomogeneidad de un medio y las condiciones iniciales de
excitación son cosas harto diferentes; sin embargo, ambas pueden mantener un contacto más o
menos residual a lo largo de la evolución. Introducir una tercera derivada, sus fracciones y
resonancias, no significa llevar la evolución hasta el origen, sino dar otra forma a ese intervalo
ambiguo del impulso inicial y la relajación consecuente. En el modelo del anillo de humo es
posible ver otras cosas. De hecho, incluso aun cuando no contemplemos este modelo como un
caso de difusión anómala, es probable que se requiera un espacio tan definido como éste para
poder interpretar adecuadamente los operadores del cálculo fraccional y su significado. Por lo
demás se plantean problemas análogos en el confinamiento de plasmas en anillos, o incluso en
los fenómenos de superdifusión en el Sol, con su estructura de capas concéntricas.
La tercera derivada temporal de Davis y sus resonancias se contemplaba en el contexto
de impactos súbitos y estados transitorios o no-estacionarios. Esto, y el hecho de que se requiera
un tiempo crítico, parece ser contrario a la estabilidad en un sistema, pero en muchos casos,
puede argumentarse lo contrario. Por ejemplo, en el caso del anillo de humo, la misma
configuración del anillo no es sino un retrato a lo largo del tiempo de las condiciones iniciales,
que se van desvaneciendo. El mismo anillo es una transición ejemplar de una excitación
transitoria a un sistema con estabilidad en que puede apreciarse la continuidad entre ambos
aspectos. Se requeriría una pulsación cíclica para mantenerlo, pero aquí no se hacen posibles las
condiciones para ello –sí, en cambio, en el pulso sanguíneo, o en la pulsaciones que se propagan
desde el núcleo del Sol. Así, nuestra hipótesis es que el efecto de memoria que transportan las
derivadas fraccionales no es sino un efecto diferido del impacto o impulso inicial,
transformándose a lo largo del espacio dinámico adecuado. Es más, también hemos conjeturado
en un artículo anterior [4], que la tercera derivada y sus resonancias o fracciones marcan el
límite entre lo interpretable en términos de causalidad física y aquello que ha de considerarse
como físicamente aleatorio o contingente. Desde este punto de vista, cabría considerar como
contingente la propia inhomogeneidad del medio de difusión, que sin embargo, sabemos que
puede ser importante e incluso decisiva a su propio nivel. ¿Entonces? La respuesta puede ser
doble e incluso múltiple, y sin embargo apunta en una sola dirección. Desde un punto de vista
elemental, lo que entendemos por impacto inicial en términos de tercera derivada, en la medida
en que se puede diferir a lo largo del tiempo, ya es de suyo una envolvente del medio afectado y
sus condiciones, consideradas como contingentes desde fuera. Si existen otros componentes
responsables de la difusión anómala, como debe haberlos de hecho, han de poder separarse o
filtrarse de los otros operadores fraccionarios. Pero esto sería ya una cuestión del máximo
alcance imaginable. Por otro lado, incluso la inhomogeneidad interna de un medio tiene
aspectos, relativos al comportamiento inercial del sistema, que no son independientes del
impulso inicial, aunque en los modelos habituales no se contemplan. Esto nos llevaría a la
posibilidad de aplicar un principio de acción no-holonómico, dependiente de las rutas e historia
del sistema. Existen incluso aplicaciones de estos principios a mecánica estocástica [5] y a
ecuaciones de difusión anómala, aunque con aproximaciones muy genéricas y sin empleo del
cálculo fraccional. En tal caso, la estructura local y en detalle de estos espacios no sería una
variedad simpléctica o hamiltoniana –estrictamente conservativa-, sino que debería incluir
medidas de curvatura y torsión, análogas a algunas generalizaciones de espacios riemannianos
como la geometría de Ricci, si bien estamos en principio ante un fenómeno claramente
tridimensional. Aquí se podría especular si no es posible aplicar un tratamiento fraccional a
dinámicas como la del flujo de Ricci, análoga a su vez a ecuaciones de difusión térmicas no
lineales que tienden a normalizarse a lo largo de la evolución temporal, y que G. Perelman
parece haber aplicado con éxito a la conjetura de Poincaré y al programa de geometrización de
Thurstone.
Sin duda es muy fácil encontrar conexiones en este objeto, una suerte de lente de
aumento para concentrar estudios interdisciplinares que recorre toda la escala de problemas,
desde los más sencillos a los más complejos. Desde nuestro planteamiento, la razón esencial de
esto es que siempre que se aplique una aceleración sobre un componente lineal que no esté
perfectamente en fase o alineado, tendremos un componente adicional de torsión, capaz de
suscitar muchos equívocos dentro de un esquema de nociones básicamente dual. Entonces, se

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trata de ver si la torsión y otros aspectos asociados tienen una entidad irreductible y son por lo
tanto necesarios para acercarnos a una descripción completa. Aquí postulamos la torsión como
la interfaz natural entre movimientos de traslación y rotación; entre oscilaciones y rotaciones
rígidas; entre líneas de fuerza y turbulencia; entre sistemas transientes y estacionarios, entre
energía cinética y potencial; y en definitiva, entre sistemas abiertos y cerrados. Estaría siempre
presente en el mundo real, aunque a menudo podamos considerarla negligible. Por tanto, no
parece irrazonable suponer que la idea puramente dinámica de un “impacto profundo”
expresable por una tercera derivada y sus resonancias, que arrojan valores fraccionales, tiene su
equivalente geométrico en el componente de torsión y su evolución temporal, aunque por otra
parte, y como es natural, se contemple la torsión como una cantidad proporcionalmente
conservada. Esto mismo es lo que da sentido a la idea de que la tercera derivada supone una
envolvente de la evolución temporal mientras dura el efecto de la excitación o pulsación, y por
lo tanto un índice para la relación entre el medio interno de difusión y el medio ambiente. Por lo
mismo, ha de tener características de filtro estadístico para el ruido de fondo, cuya resolución ha
de poder determinarse de manera experimental. Y no es extraño que tanto las ideas de Davis en
torno a la tercera derivada, como el desarrollo matemático mucho más extenso de G. Shipov [6]
de la geometría de torsión y los sistemas no holonómicos, estén íntimamente relacionados con
anomalías inerciales; de manera análoga, aunque en un orden bien diferente, a cómo en un
anillo de humo no existe una distribución estadística “normal” mientras dura la torsión y el
efecto del impacto –y por más que una torsión afín no implique necesariamente irreversibilidad
termodinámica. Lo que, por supuesto, en nada excluye que puedan existir una infinidad de
causas y contingencias posibles para los fenómenos de difusión anómala.

Una perspectiva histórica

Siendo estos conceptos básicos tan sumamente transparentes, puede preguntarse por qué
no se introdujeron antes en la historia de la dinámica. La respuesta, obviamente, reside en la
dificultad técnica y de cálculo que entrañan. Un concepto tan cotidiano y poco exótico como el
de torsión implica aspectos intrínsecamente complejos que en la época de Newton no se podían
ni siquiera plantear. Entonces, el desafío era obtener unas leyes lo suficientemente simples para
lanzarse al estudio de la diversidad de los fenómenos. Ese programa ha tenido un éxito tan
grande, que ahora el desafío estriba justamente en lo contrario: poder reducir la enorme cantidad
de fenómenos parcialmente descritos a algunas ideas más simples y comprehensivas.
Si alguien contemporáneo a Newton iba justamente en la dirección contraria, ese
alguien no era otro que su “gemelo metafísico” Wilhelm Leibniz. Fue el quien planteó de
manera muy dispersa todos esos temas que su época era incapaz de tratar, pero que los siglos
posteriores han recogido: la topología, los fractales, el análisis combinatorio y la computación o
el cálculo fraccional, por citar tan solo algunos. Respecto a este último, se han hecho
recientemente famosas estas sus palabras premonitorias en torno a su aplicación: “…conduciría
a paradojas, de las cuales algún día se extraerían útiles consecuencias”. En general, puede
decirse que todo el pensamiento de Leibniz estaba directamente orientado hacia las
problemáticas de la complejidad.
Igor Podlubny [7] propuso hace unos años una interpretación de los operadores
fraccionales en términos de flujo inhomogéneo del tiempo, en contraste con el tiempo
homogéneo o absoluto inherente a la mecánica de Newton. Añadamos de paso que también la
mecánica relativista, especial o general, mantiene el tiempo absoluto a través del principio de
covariancia. En ese contexto relativista, Podlubny sugiere que el tiempo idealizado u
homogéneo sería el tiempo local, tal como los relojes no pueden dejar de registrarlo, mientras
que el tiempo absoluto sería el cósmico o global –pasando, cabría decir, del espacio-tiempo sin
curvatura de Minkowski al espacio-tiempo curvo de la relatividad general. Todo esto es
interesante, pero se parece a una mesa sostenida sobre dos patas –entraña exactamente la misma
clase de dualidad que circunscribe a toda la física moderna. Como decimos, el espacio-tiempo
con curvatura, aun siendo no-lineal, sigue manteniendo a través de la covariancia todas las

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características del tiempo absoluto newtoniano. Además, si el tiempo local es el homogéneo, es
incapaz de dar cuenta de todos los fenómenos mesoscópicos con distribución anómala, como los
de difusión que tratan con éxito las ecuaciones fraccionales. Una anomalía, es por añadidura un
fenómeno local, dado que por definición no pueden existir “anomalías globales”, al menos y
especialmente desde el punto de vista de un tiempo absoluto como el que los físicos están
acostumbrados a manejar. Se aprecia por lo tanto que Podlubny está intentando conciliar el
cálculo fraccional con la física moderna, dejándole a ésta la labor de definir las relaciones entre
lo local y lo global. Pero como la física moderna sólo contempla un tiempo homogéneo, la
cuestión no puede llegar a plantearse en unos términos propios, y todo queda como al comienzo.
No hay más que ver que, cuando los físicos y cosmólogos detectan anomalías a gran escala en el
universo con respecto al modelo estándar, como la aceleración de la expansión o la materia
oscura, siempre se intenta buscar una explicación dinámica cualquiera con tal de que no
perturbe el esquema general de un tiempo absoluto, en su forma cosmológico-relativista. Pero el
caso real, por supuesto, es que toda la información es de carácter local, y las generalizaciones
sólo corren por nuestra cuenta y riesgo. Por tanto, se necesita algo más que un espacio plano y
otro con curvatura, velocidad y aceleración, para dar cuenta de posibles transiciones entre lo
local y lo global, puesto que esas posibles transiciones son precisamente el tema del cálculo
fraccional.
Una característica de los operadores fraccionales, al menos los de Riemann-Liouville, es
que la derivada de la constante no es cero. Como cabe suponer, es justo este rasgo el que hace
del cálculo fraccional una herramienta ciertamente molesta para los hábitos de los físicos. Pero
es este mismo rasgo el que permite trabajar con “constantes” variables a lo largo del tiempo,
como durante mucho tiempo se ha venido especulando con respecto a la constante de estructura
fina o la misma gravedad. Además, conviene recordar que las mismas constantes de
acoplamiento de las fuerzas del modelo estándar son una función de la energía, y por lo tanto, ni
son del todo constantes, ni tienen porqué ser independientes del tiempo, si es cierto que la
energía es una medida de posibilidad, igual que la entropía es una medida de probabilidad.
Naturalmente, creemos en las constantes físicas de rango universal por la sencilla razón de que
es más fácil calcular con ellas.
En este contexto me veo obligado a hacer una retrospectiva de cómo he arribado a estas
ideas. Mi interés inicial fue y ha sido siempre establecer un puente entre la dinámica y el
análisis moderno y el análisis cualitativo de las fluctuaciones temporales de la filosofía conocida
como Samkhya. Una derivación empírica directa de las tres categorías fundamentales del
Samkhya es el análisis clínico del pulso sanguíneo en la medicina Ayurveda. Pronto llegué a la
conclusión de que los tres principios del Samkhya, que tienen miles de años de antigüedad, se
correspondían exactamente con los tres principios de la mecánica de Newton, con la decisiva
salvedad de que los principios del Samkhya demandan un tiempo o intervalo entre acción y
reacción. Tras muchos intentos erráticos de definir satisfactoriamente esta diferencia, llegué a la
conclusión de que la forma más sencilla de correspondencia entre los dos ámbitos era pensar en
los tres órdenes diferenciales sucesivos, además de la posición. Por añadidura, el primer autor
que consideró la importancia general que una tercera derivada podría tener, W. O. Davis,
también pensó que la generalización de la mecánica clásica exigía un tiempo entre acción y
reacción, y que en ese intervalo, por cuestiones de conservación, implicaba una relación directa
o indirecta con el entorno inercial a la manera de Mach; ese intervalo y esa relación implicaban,
adicionalmente, la posibilidad de “resonancias” entre las derivadas. Por supuesto, interpretar
directamente la tercera derivada en términos de impacto tiene mucho de arbitrario: con respecto
a un tiempo cero, parece seguir planteando los mismos problemas de aplicación de una fuerza y
relajación que una segunda derivada que expresa la aceleración –los mismos que seguiría
planteando una cuarta o quinta derivada. A este respecto, sólo la determinación matemática y
experimental dentro de cada sistema particular podría decidir sobre tales resonancias y su
equivalencia con operadores fraccionales; del mismo modo que cada sistema tendría su tiempo
crítico relacionado con otras cantidades y dimensiones, como masa, etcétera. No es posible
saber a priori si la tercera derivada tiene una entidad propia en términos de impacto, o sólo es
una aproximación o simplificación; pero en tal caso, exactamente lo mismo podemos decir de la
primera o segunda derivada consideradas como velocidad y aceleración –y justamente en este

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contexto, las derivadas fraccionales comienzan a adquirir su sentido más evidente. En realidad,
la velocidad y la fuerza no tienen más contenido intuitivo ni más entidad propia que el orden o
número de la derivada, y quien piense lo contrario se engaña. Y, obviamente, lo mismo vale
para las leyes de Newton con la implícita definición de inercia, masa, fuerza y tiempo absoluto.
Igualmente, podríamos decir que la masa, un escalar, es una resonancia de una fuerza con
expresión vectorial, e incluso podríamos extender el caso y ver la fuerza como expresión y
efecto de un impacto inextenso con su dimensión de tiempo propia, independiente ya de un
“tiempo absoluto”. Llegamos así al fundamento matemáticamente convencional de las leyes de
la mecánica, y al recorte que operan sobre su objeto experimental y su interpretación, no muy
lejos de las conclusiones de Poincaré. Tales conclusiones poco o nada tienen que ver con el
relativismo filosófico.
Sin embargo, ante la interpretación de una tercera derivada como impacto discreto,
como tiempo propio y como componente de torsión –las tres cosas de forma equivalente y
simultánea-, podemos y debemos proceder retrocediendo desde el efecto a la causa, y también
aquí el sistema circulatorio y el corazón muestran ejemplarmente de qué estamos hablando. El
corazón conduce y recibe la circulación a través de impactos o impulsos discretos, alternados
con periodos de pausa. Sólo recientemente se ha reconocido experimentalmente que el impulso
contráctil viene precedido y acompañado de un componente de torsión iniciado en la cúspide
ventricular, en el mismo fondo del corazón. Se dice entonces que esta torsión es una parte
importante del impacto y de la eyección de sangre arterial consecuente, pero esto es muy
inexacto. En realidad, todo el impacto contráctil se deriva de una torsión, pues como F. Torrent
Guasp demostró, y hoy todos los cardiólogos aceptan, la estructura muscular completa del
miocardio es una cuerda que se transforma en una banda helicoidal, que se comprime y da lugar
a los tres movimientos básicos de acortamiento longitudinal, estrechamiento circunferencial y
torsión espiral. Es más, la misma eyección del chorro sanguíneo en la aorta mantiene un
componente helicoidal muy acusado, que posiblemente –todavía hoy se investiga activamente
sobre ello- se prolonga y atenúa a lo largo de la circulación arterial. Esto no sería extraño, si
pensamos en que esto facilitaría una difusión óptima –del mismo modo que la torsión hace
óptimo el rendimiento del corazón. Puesto que como los murmullos y la turbulencia son
generalmente considerados por los cardiólogos como claros síntomas de patologías, esto nos
puede hacer pensar en un componente de helicidad o vorticidad que tal vez puede ser
parcialmente separado de la mera turbulencia. No cabe duda de que el corazón es un reloj muy
especial y preciso, y la prueba la tenemos en que todos los corazones artificiales que se han
diseñado están todavía muy lejos de sus prestaciones y capacidad de respuesta y sincronización
ante el flujo sanguíneo. Precisamente esta “cuerda” o banda es el resorte de este maravilloso
reloj, sin apenas la menor metáfora, y un problema muy importante que se plantea, en un
sistema pulsante como éste, es medir el grado de realimentación que puede tener el corazón en
términos de las resonancias de orden fraccional y su amortiguación y desvanecimiento. Se diría
que este problema marca de una forma muy general los límites en la predicción para sistemas
con pulsaciones o impulsos discretos, y de ahí su enorme relevancia. Un ejemplo como éste, tan
poco idealizado como todos los problemas del mundo real, muestra hasta qué punto lo que
vamos diciendo es mucho menos especulativo y abstracto de lo que a primera vista parece. Por
supuesto, existe una literatura abundante, aunque todavía muy confusa, sobre las ondas de
contracción arterial consideradas como solitones biológicos; pero creemos que lo que estamos
sugiriendo es bastante más concreto. Si tenemos presente, además, que la circulación venosa
tiende a refluir con una velocidad constante, mientras que la circulación arterial es claramente
impulsada con fuerza, o acelerada, podemos ver más claramente todavía el papel de interfaz que
la torsión juega entre ambos componentes y su sincronización, y que nosotros ya hemos
considerado como un elemento necesario y con rango de ley. Por otra parte, la información
presente en el pulso arterial, tal como lo contempla la medicina tradicional, no se limita en
absoluto a la actividad del corazón, si bien siempre tiene al sistema vascular como su mediador
–del mismo modo que tampoco reducimos la inhomogeneidad en una difusión anómala
cualquiera al componente de excitación inicial. Sin embargo, estamos considerando la tercera
derivada y sus resonancias como una variable de control, que necesariamente envuelve al

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conjunto del sistema. Cuando volvemos al ejemplo del anillo de humo, la unidad de torsión y
control de la estabilidad alcanza la máxima transparencia.
Un ejemplo muy similar nos lo brinda el corazón o núcleo del Sol, donde
necesariamente tienen que darse pulsaciones no sólo rítmicas sino discretas, en función del
encuentro de carácter antagónico y en un mismo volumen de fuerzas de radiación y presión
gravitatoria. Por más que sea difícil saber qué pasa realmente en el centro del Sol, no sólo no
puede caber duda de que exista un componente discreto en las pulsaciones, sino que éste,
además, ha de estar acompañado de torsión y vorticidad en 3-4 dimensiones y con una isotropía
relativa dependiente de la dimensión. Pero es que además la torsión y la vorticidad se extienden
en general a los grandes fenómenos convectivos y de circulación del cuerpo del astro entero,
para llegar hasta las mismas manchas solares e incluso los filamentos electromagnéticos de la
corona solar.

Todo este planteamiento permite ver más claramente a qué se refiere el componente de
memoria del pasado que las derivadas fraccionales implican. En el caso del anillo humo, con
una continuidad entre el estado transitorio inicial y la evolución subsiguiente, la relación parece
evidente; para otros casos, si bien y ante todo habría que profundizar en las contingencias del
sistema particular, también cabrían consideraciones más generales relacionadas con la teoría de
la medida y temas afines. Como es sabido, los operadores fraccionarios, en claro contraste con
los ordinarios, son no-locales, lo que hace posibles soluciones continuas pero no derivables –tal
como sucedía con funciones como las descubiertas por Weierstrass, consideradas durante largo
tiempo como “patológicas”. Puesto que en los tres principios de la mecánica de Newton se
contemplan partículas puntuales y no se contempla un tiempo entre acción y reacción, aunque
éste ha de existir forzosamente entre agentes reales, es fácil ver que aquí la geometría se “traga”
siempre y necesariamente un componente temporal específico, que luego ha de emerger en
forma de otros coeficientes físicos añadidos, con un grado de definición muy inferior y
derivados secundariamente como la elasticidad, la viscosidad, la fricción, la presión, la tensión y
un largo etcétera, que tienen un carácter mucho más empírico y estadístico, aunque nadie dude
de lo necesario de su introducción. Todo lo cual lo consideramos como inevitable, cuando en
realidad, también tiene que ver con el hecho más o menos necesario o contingente de que la
mecánica celeste precediera a la hidrodinámica, la termodinámica, etcétera. Por supuesto, desde
nuestra perspectiva todo este proceso tiene la apariencia de necesidad; pero esa necesidad se
reduce exclusivamente a la aplicación especializada y ramificada de unos mismos formalismos
matemáticos, que no son otros que los del cálculo, pero recortados por los convencionalismos
de la dinámica. Si, por ejemplo, se hubiera considerado desde el comienzo un intervalo temporal
entre acción y reacción, la propia definición y medida de todas estas variables adicionales y
particulares hubiera adquirido un carácter bien diferente. Y el hecho es que la aerodinámica o la
hidrodinámica, entre otras muchas ramas, cuentan con números “adimensionales”, como son el
número de Mach, el de Reynolds, y muchos otros. Tales números adimensionales implican
respectivamente ratios entre velocidades y entre fuerzas, y por lo tanto, también implican
tiempos críticos de acción, que la descripción geométrico-dinámica ha convertido en invisibles.
No cabe duda de que estos números, a menudo considerados como irreductibles, pueden
formularse de otra manera permitiendo ver otras conexiones. Esto es lo que ha hecho, por
ejemplo, Michael Wales [8] para otro número adimensional de enorme importancia, la constante
alpha de estructura fina, que encaja de forma extraordinariamente exacta te/tp = w/h , siendo te
el tiempo de acción del electrón, tp el tiempo de acción del fotón de Compton, w la acción
interna del electrón postulada por el autor y h la conocida constante de acción de Planck. A
pesar de la extraordinaria exactitud de dicha fórmula, en el marco de la dinámica moderna no se
ve la necesidad de postular una acción interna del electrón, del mismo modo que ni siquiera se
contempla un intervalo de tiempo entre acción y reacción. Pero esto no deja de tener
consecuencias. Podría pensarse en expresarla en términos de torsión; postular una acción interna
no significa necesariamente darle una estructura geométrica, del mismo modo que no se le da
interpretación geométrica al cuanto de acción de Planck, un valor integral, por más que tenga
dimensiones de momento angular; sin embargo, torsión, tiempo y acción pueden llegar a tener
una expresión equivalente. Si nos damos cuenta de que las ondas-corpúsculo de la mecánica

9
cuántica son, antes que ondas o partículas, pulsaciones discretas del espacio-tiempo,
comprendemos que literalmente no hay ajuste para el espacio-tiempo sin este componente de
torsión, del mismo modo que en el núcleo del Sol tampoco lo habría sin dicho componente. La
misma torsión en objetos teóricos como los agujeros negros tampoco parece haber sido
suficientemente contemplada en estos términos, perdiéndose el hilo de continuidad principal.
Si no se quiere contemplar una acción interna de las partículas, que parece inevitable y
natural, finalmente se tienen que postular otras condiciones mucho más extrínsecas, como es el
caso del bosón de Higgs para la masa inercial de las distintas partículas, una suerte de
resurrección del éter o el clinamen de Epicuro. Sin embargo, sería evidente para cualquier
dinámica –menos para la newtoniana- que la misma inercia ha de medirse como un intervalo de
retraso temporal. Este intervalo se traslada en la teoría estándar a la propia masa, con el
concepto de mass gap o agujero de masa. Podría entonces pensarse que existe toda una escala
de operadores fraccionales para las masas de las partículas en función de sus tiempos de acción
y tiempos de vida media; y la cuestión sería estudiar hasta qué punto eso ilumina las
distribuciones o las deja en el mismo estado arbitrario. La gran ironía es que se hacen colisionar
–y a menudo en anillos- todo tipo de partículas y filtrando las resonancias para reducirlas luego
mediante todas las técnicas de scattering disponibles a su componente más lineal, por la sola
razón de que tanto la mecánica cuántica como la propia teoría de distribuciones son teorías
inherentemente lineales desde el origen de sus formalismos, a pesar de la introducción sucesiva
de elementos no-lineales en las modernas teorías de campos. Sin embargo, las cuestiones
relativas a los formalismos nunca son las esenciales, y el desarrollo de una teoría de la difusión
anómala ya nos dice que otras aproximaciones son posibles.
El gran tema que se plantea es que la consideración de tiempos críticos o internos
parece una mera consideración fenomenológica o particular de cada sistema; y sin embargo, son
los mismos operadores fraccionales aplicados a esos tiempos los que pueden mostrarnos la
continuidad no sólo entre distintos dominios u órdenes de un sistema con diferentes niveles –
todos los del mundo real- sino también probablemente entre sistemas considerados
completamente diferentes. Nos estaríamos adentrando en los auténticos problemas de “métrica
temporal” que el desarrollo de la dinámica ha barrido del mapa. Sin embargo, el término
“métrica temporal” ya es de por sí pernicioso, puesto que cualquier métrica sólo es
estrictamente aplicable a geometrías del espacio y el espacio-tiempo.
De hecho, han sido los físicos de partículas los que han dicho, y tal vez sin pensar del
todo en lo que esto significa, que los aceleradores de partículas eran máquinas del tiempo,
puesto que llevan a la materia a estados que, según la cosmología estándar, corresponden a un
universo más joven, acercándose a t=0 a medida que aumenta la energía de las colisiones, y
llevándonos hacia atrás en el “tubo del tiempo”. Pero si pensamos en lo que vamos diciendo
sobre impactos, resonancias y órdenes fraccionales de derivación, es fácil ver que no hay
necesidad alguna de retrotraer toda la escala de energías y tiempos a un remoto pasado. Por
supuesto, si el tiempo está presente en la evolución de todos los objetos a gran escala que
conocemos, como planetas y galaxias, pero se nos obliga a suponer que las ondas-corpúsculos y
sus campos son completamente intemporales, y que su estado y distribución actual sólo depende
de la macro-escala. Pero, a su vez, esa macro-escala depende crucialmente de la teoría cuántica
de campos –de nuevo,el mismo bosón escalar de Higgs, con los gradientes adecuados-, de modo
que nunca llegamos a salir de un planteamiento dual con la pelota alternativamente a un lado u
otro del tejado. La termodinámica no puede terciar en el problema, puesto que la termodinámica
es otra teoría lineal y tan sólo válida para sistemas cerrados. De nuevo vemos la dualidad que
circunscribe a la física moderna, dualidad de la que no puede escapar sin recurrir a otra
instancia. Y no es en absoluto extraño que los físicos teóricos descubran innumerables
dualidades matemáticas en sus ecuaciones, sobre todo cuando se tiene en cuenta que la dualidad
ya está plenamente presente en las primitivas ecuaciones de Maxwell. Sin una auténtica tercera
instancia nunca escaparemos a estos dilemas. El “tubo del tiempo” no sólo es profundo, sino
que además, ni siquiera tiene superficie –superficie de contacto-. Y cuando se obtiene el
contacto experimental mediante aceleradores y colisiones, de nuevo es absorbido su sentido por
ese tubo sin medida.

10
Es inevitable asociar el problema de las colisiones en los aceleradores con el del
scattering inverso de un solitón típico. Del mismo modo que el aumento en la energía de las
colisiones y su masa asociada nos conduce en dirección a un hipotético tiempo cero
cosmológico, podemos establecer una escala de operadores fraccionales asociados, sin
necesidad de apelar a una profundidad imaginaria del tiempo. Precisamente en la detección de la
continuidad a través de cambios bruscos de escala está demostrando el cálculo fraccional su
pertinencia. Por supuesto, el tiempo ha de seguir existiendo, y no hay ninguna necesidad de
eliminarlo: antes al contrario, sería en tal caso que el tiempo empezaría a ser considerado por
derecho propio, en vez de ser un agente vicario de lo que la mecánica ha sido incapaz de definir
localmente. Si el tiempo fuera una suerte de tubo, sería justamente entonces cuando le
estaríamos dando forma y superficie, para poder ver sus múltiples conexiones y ramificaciones.
Lo que da forma a la superficie de ese tubo es la torsión. Por otro lado, una escala fraccional no
es, al menos conceptualmente, incompatible con las teorías del campo y la noción de
interacción, y ya hemos visto como, en determinadas condiciones, derivadas superiores denotan
una relación con el medio.
Además, el llamado “mecanismo de Higgs” para el surgimiento de las masas de las
partículas sólo cabe interpretarlo como una suerte de “fricción” de las partículas con ese campo
de fondo, que tiene las características de un gradiente o potencial termodinámico. Podemos
intercambiar “fricción” por “fracción” y lo que resta es el tiempo verdadero que no estamos
contemplando. Y si queremos interpretar el mecanismo de Higgs como una transición de fase,
del mismo modo la dinámica fraccional nos permite una enorme variedad de “transiciones de
fase suaves”, partiendo de la vieja clasificación de las transiciones de Ehrenfest con
discontinuidades de la primera y segunda derivada de la energía libre respecto a una variable
termodinámica, y generalizándola a casos fraccionarios. Y si bien el esquema de Ehrenfest
quedó anticuado ante los nuevos conceptos de invariancia de escala y grupo de renormalización,
con la generalización fraccionaria es también posible ir más allá de estos últimos conceptos. En
realidad, la teoría de invariancia de escala es otra idea geométrica impuesta a la dinámica a
modo de espacio de control, y sin apenas conexión explícita con la dinámica misma y el tiempo;
las escalas fraccionales obligan a pensar en términos más realistas. La noción de transiciones de
fase suaves o fraccionales es, además, de una importancia básica para dar una cuenta real de los
procesos de organización y emergencia, que ahora vemos como opuestos a los procesos
estrictamente regidos por las llamadas leyes fundamentales –leyes que, por su propia estructura,
dejan siempre abierto el tema de la causalidad local.
Como es sabido, es en el umbral del campo de Higgs que la mecánica cuántica y la
relatividad general deberían entrar en contacto. Siendo la forma de este contacto un tema tan
problemático como general, es más que razonable pensar que no se reduce a una cuestión
localizada en la escala de energías involucradas, sino también y muy especialmente a problemas
de sincronización en función de la definición de energía y la frecuencia. Veamos un poco por
encima a qué se refiere todo esto. Todas las fuerzas implican tanto aceleración como
deformación. En este sentido al menos, todas las fuerzas tienen un vago e indefinido potencial
morfogenético. Puesto que una caída libre en un campo gravitatorio no produce deformación, es
evidente que la gravedad no es una fuerza, y así lo recoge el llamado principio de equivalencia
de la relatividad general. Se podría entonces preguntar por qué razón habría que esperar que
aparecieran excitaciones cuánticas del campo gravitatorio si se alcanzara la energía de Planck,
lo que se halla por lo demás tan lejos de nuestro alcance. Pero también la misma formulación
del principio de equivalencia, identificando la caída libre con la inercia, y el reposo en un campo
gravitatorio, como el de un cuerpo sobre la tierra, con la aceleración, pone en juego un
extremadamente paradójico tour de force, del que sólo se sale absteniéndose de mencionar el
concepto de fuerza. Las transiciones entre inercia y aceleración se desenvuelven, por supuesto,
en un entorno puramente geométrico; pero, como es sabido, tales transiciones no pueden
aplicarse infinitesimalmente a objetos como las ondas-corpúsculos, de ahí la desconexión con la
mecánica cuántica. Tenemos por tanto una gravedad que se comporta de forma análoga a una
fuerza justamente cuando está en forma potencial, y que es indistinguible de la inercia cuando se
manifiesta libremente; es como si contempláramos externamente una situación que ha de tener
una contrapartida interna. Esta contrapartida sólo puede ser la acción interna de las masas.

11
Finalmente, partiendo de la relatividad especial, las transformaciones de Lorentz contemplan
para objetos acelerados contracciones longitudinales y dilataciones temporales, con
alargamiento de la longitud de onda y reducción de la frecuencia, además del incremento de
masa; pero en mecánica cuántica la distribución de la función de onda no se aplana en absoluto
con incrementos de masa. Por otra parte, no hay duda de que la gravedad afecta a las
frecuencias, como nos muestra el efecto Mössbauer en un marco no perturbativo. Se puede ver
entonces que definir el campo de referencia para las masas es un problema equivalente a definir
estas transiciones de espacio y tiempo que a su vez contienen todavía referencias ambiguas y
más o menos arbitrarias. Esto nos lleva a concluir que todo el problema del movimiento como
proceso, incluyendo el del tiempo entre la acción y reacción, puede en última instancia
expresarse prescindiendo de “tiempos críticos” y recurriendo simplemente al desplazamiento de
fase y frecuencia del propio reloj interno de cada sistema en su entorno. Ahora bien, este
desplazamiento suave de fase y frecuencia no sería sino otra forma de expresar ese componente
de torsión, que también hemos asociado con operadores fraccionales. Entonces, el propio vacío
y el campo que debe generar las masas son describibles como un “éter de frecuencias”, y los
pulsos que en él puedan producirse han de corresponder con orientabilidad y capacidad de
acoplamiento. Buscar ese acoplamiento entre ambos equivale a una definición absoluta de la
frecuencia. El nombre más apropiado para una frecuencia absoluta es el de ritmo; y así Yuri N.
Ivanov [9] ha podido emplear con total propiedad el término Ritmodinámica. La luz viene
definida por la constancia de la frecuencia o tiempo de acción, no por su velocidad o longitud de
onda, que son dependientes del medio. El tiempo mismo, y en particular el tiempo relativista, no
es otra cosa que la frecuencia, y no la secuencia o la causalidad. Pero, justamente, el precio a
pagar para obtener una definición absoluta de la frecuencia como ritmo, teniendo en cuenta la
variabilidad del medio o el marco de referencia, es el abandono del tiempo absoluto, cuyo
principal instrumento es la partición de los eventos en dos órdenes enteros de derivadas. Si, por
un lado, los desplazamientos “continuos” de fase y frecuencia no tienen por qué obedecer
necesariamente al principio lineal de superposición de ondas, es justamente por ello que también
pueden mostrar la continuidad de muchos comportamientos no lineales.
Aprovechemos para subrayar la importancia de las ideas de Ivanov. Ivanov introduce la
necesaria puntualización de que sólo con ondas estacionarias nos está permitido establecer
estándares de longitud. Estas ondas admiten compresión y unas transformaciones, de las que las
transformaciones de la relatividad especial son un caso particular. Lo que es más importante,
cuando se rompe una onda estacionaria través de la diferencia de frecuencias o arritmia, se
puede establecer una velocidad de transferencia de energía, que además es equivalente a una
nueva onda estacionaria para un observador que se mueve a la misma velocidad. La velocidad
de transferencia de energía no debe confundirse con el impulso, una medida básica en física
definida por la integral de la fuerza respecto al tiempo; en realidad, no existe una definición
fundamental para tal velocidad en la física moderna. Sin embargo, las distorsiones de esa
velocidad a través de la fase y la frecuencia parecen admitir un equivalente claro con las
derivadas fraccionales. En otros términos, el desfase implica también la deformación vectorial.
Encontramos que esta velocidad de transferencia y la arritmia producida son verdaderamente
básicos para describir el movimiento como proceso y los problemas del marco de referencia,
algo que ha permanecido por explicar desde las paradojas del movimiento de Zenón a la física y
la lógica modernas. Y esto nada tiene de casual, puesto que Ivanov es uno de los pocos que se
ha planteado que toda acción o movimiento implica siempre un retardo temporal. Se comprende
también porqué nos hemos planteado antes el tema de las resonancias y las ondas estacionarias
en un contexto tan aparentemente inapropiado como un anillo de humo, y por qué parece lícito
conjeturar sobre un componente periódico para su evolución. Planteamientos como los de
Ivanov sólo requieren una generalización analítica como la que introduce el cálculo fraccional
para realizar todo su potencial. Y en el contexto de física de partículas, no es difícil imaginar
como las masas de las partículas, con sus tiempos de acción, han de corresponderse con una
velocidad de transferencia de energía desde el medio; más allá de esos tiempos, tampoco existen
las masas. Este es básicamente el “mecanismo para las masas” que se requiere, y en esa
velocidad consiste básicamente el “tubo del tiempo” buscado por la física de partículas y la
cosmología modernas. Podría decirse que un “éter de frecuencias” sólo puede existir en el

12
espacio de evolución de las partículas, teniendo un campo escalar un espín cero y por tanto
careciendo de tal componente; pero no pudiendo determinar sin frecuencias ni tiempos ni
longitudes, la determinación de masas o energías con independencia de éstas es completamente
ilusoria. En todo caso, el carácter discreto de los pulsos encuentra en la arritmia una explicación
elemental, tendiendo siempre todo a su nivel mínimo de energía, y admitiendo un componente
lineal. El espacio-tiempo, su curvatura y torsión, equivalen a la distorsión del espacio de
frecuencias, del que se derivan todas las demás magnitudes físicas. Puede concluirse además
que toda la energía procede del medio tanto en última instancia, como en la más instancia más
inmediata, puesto que del medio proceden en forma directa las masas; y que la equivalencia de
masa y energía relativistas nos hacen creer en el espejismo de una energía interna de las
partículas. Lo que siempre rige y siempre se puede generalizar es la conservación de la relación
masa-energía.

Del mismo modo que he llamado a mi idea básica, un tanto humorísticamente, “teoría
del impacto profundo”, o impacto interno, puede llamarse a toda la dinámica moderna “teoría
del tubo profundo”, en alusión al papel retórico e indefinido que en ella juega el tiempo. Ya
desde Galileo, la dinámica no admite la idea de una posición absoluta para un punto; sin
embargo, y desde Newton, esa negación se cobra un nuevo postulado, el tiempo absoluto, que
extiende de manera geométrica lo que se ha negado a la geometría de los sistemas de referencia.
El tiempo absoluto es el “cuarto principio” de la mecánica, que tiene su salvaguarda en el tercer
principio, la simultaneidad de acción y reacción, que a su vez apela a los dos principios
anteriores. Como los contactos e impactos no tienen una expresión propia ni unívoca, sino
derivada, la causalidad tiene que verse proyectada por el tubo profundo del tiempo absoluto, en
la proximidad inmediata de la divinidad. Esto afecta directamente a nuestra percepción y
perspectiva de la cosmología, la evolución, la termodinámica, la entropía y la teoría de la
información, que son distintas formas de llenar el vacío creado por una física sin causalidad ni
contacto, directamente diseñada para justificar una problemática particular de la mecánica
celeste. Si se ha dicho, con justicia, que Newton unió las cosas del cielo y la tierra, hasta
entonces separadas, también es fácil concluir que desde ese mismo momento las cosas de la
tierra se quedaron demasiado enganchadas de las limpias órbitas de la mecánica celeste, a pesar
de todos los esfuerzos subsiguientes en la dirección contraria. La proyección del tubo profundo
del tiempo es una forma, más imaginaria que real, de llenar el vacío creado al sustraer a los
objetos una interacción local y unívoca. Y aunque todo esto es una historia conocida, empieza a
adquirir otra dimensión cuando consideramos las posibilidades que abre el cálculo fraccional,
que en absoluto nos parece más arbitrario que el ordinario. En realidad, es muy posible que sea
al contrario, y si bien es un hecho que sus operadores son mucho más difíciles de manejar, eso
también nos puede estar diciendo hasta qué punto es necesario ser selectivo con ellos, a
diferencia de los operadores ordinarios, que se aplican a discreción y de manera rutinaria. Y es
justamente esto lo que se necesita para salir de la dirección exclusiva y excluyente que ha
seguido la dinámica desde su nacimiento.

Las propiedades de no-localidad y memoria asociadas con los operadores fraccionarios


hacen evidentes las diferencias con objetos matemáticos como los fractales. Sólo la casualidad
lingüística parece responsable de la confusión entre ambos. Los fractales sí son puros objetos
matemáticos, con una aplicación a la geometría de procesos iterados por funciones. Permanecen
completamente ajenos a la dinámica, y si ha sido posible aplicarlos a discreción a todo tipo de
problemas, es justamente por eso. En algunos casos, como en la generación de turbulencias, el
carácter igualmente discrecional del proceso permite un paralelismo más oportuno, pero no deja
de ser justamente eso, un paralelismo. El desarrollo y aplicación del cálculo fraccional va
claramente en la dirección contraria: desde el comienzo describe efectivamente
comportamientos dinámicos, por más que resulte difícil interpretarlos en el contexto de la física
moderna. Y por esa misma razón cabe esperar que su impacto sea, sin comparación posible,
mucho más profundo.
Por supuesto, se pueden encontrar conexiones entre fractales y el cálculo fraccional, sin
por otra parte llegar a explicar nada de la entidad propia de la dinámica fraccional. También se

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pueden encontrar relaciones básicas entre ecuaciones de tercer orden y caos determinista: las
famosas tres ecuaciones de primer orden de Lorenz, se pueden escribir como una sola ecuación
de tercer orden, y existen jerk circuits –que nosotros preferiríamos traducir como circuitos de
pulso o impulso, si bien el término “impulso” en física es un valor integral- que reproducen
fielmente este tipo de dinámicas. Cabe pensar en el diseño específico de circuitos que
reproduzcan la dinámica de diferentes tipos de solitones, desde la de nuestro anillo de humo a
otras muy diferentes, bien sean circuitos electrónicos o electro-ópticos, y tanto digitales como
analógicos. Y es que el mismo campo electromagnético, como cualquier sistema dinámico real,
no puede existir sin un componente de torsión. Estos circuitos tendrían una gran utilidad para
explorar muchos aspectos de la dinámica fraccional, así como para filtros estadísticos y para
definir la separación y la superficie de contacto entre dinámicas caóticas y dinámicas
fraccionales más ordenadas y estables.
Los sistemas que muestran caos determinista tienen sensibilidad extrema a las
condiciones iniciales y, al menos en principio, nada han tenido que ver con efectos de memoria
o no-localidad de las soluciones. Esto ya basta para ver diferencias esenciales, si bien queda
mucho por investigar en cuanto a la sensibilidad inicial de dinámicas fraccionales típicas. Aun
así, todo hace pensar que no existen las mismas condiciones de sensibilidad, y esto es
indispensable para generar comportamientos más robustos y estables. Es decir, a pesar de lo
mucho que se ha hablado y especulado entorno al “orden a partir del caos”, parece evidente que
se necesita bastante más que una combinación de caos determinista y leyes físicas
fundamentales para generar la más que relativa estabilidad del mundo en que vivimos.
La física moderna nos ha acostumbrado de tal manera, que no somos capaces de ver y
considerar científicamente otras cosas que las que podemos describir y manejar
matemáticamente. Por otra parte, la ciencia misma no es otra cosa que aprender a ver algo
donde antes no veíamos nada. En su día surgieron los fractales y el caos determinista de
problemas típicamente matemáticos y en poco tiempo todo el mundo estaba viendo
comportamientos caóticos y fractales en toda suerte de sistemas, superponiendo ámbitos con
muy escasa superficie de contacto. El cálculo fraccional ha estado latente desde los mismos
comienzos del cálculo, en lo que parecía una inocua pregunta de notación sobre los operadores
de una función; y es sólo ahora, tras algunas aplicaciones experimentales exitosas, que
empezamos a sospechar lo lejos que podrían llevarnos sus implicaciones. Podría temerse que
ocurriera lo mismo con la dinámica fraccional, puesto que ya se están derivando ecuaciones de
Schrödinger fraccionales y las aplicaciones parecen estar generalizándose bastante rápidamente;
sin embargo, como ya hemos visto, los operadores fraccionales no se pueden aplicar
discrecionalmente y exigen un tratamiento mucho más cuidadoso y selectivo. Por su propia
naturaleza, toda esta temática y los nuevos enfoques que genere han de moverse necesariamente
en otra dirección. Con todo, se mantiene el hecho de que necesariamente han de existir
superficies límite o de contacto entre dinámica fraccional, distribuciones estadísticas normales y
comportamientos genuinamente caóticos, superficies cuya delimitación están en el centro de las
investigaciones actuales y a las que intentamos proveer con un vínculo nuevo.

Si seguimos el hilo conductor general de que la torsión es el interfaz natural entre


componentes lineales y fuerzas, rotaciones y oscilaciones, sistemas abiertos y cerrados, etcétera,
cuando existe cualquier desfase temporal, la aplicación de operadores fraccionales a los
coeficientes de torsión debería de tener muy hondas repercusiones en el análisis de series
temporales. Como es sabido, el análisis armónico tiene una naturaleza global, su definición se
extiende a todo un intervalo y carece de resolución local en el dominio del tiempo. Si el análisis
armónico, en un extremo, rinde sus mejores frutos para medios de propagación homogénea,
como en los casos más generales de propagación óptica y acústica, y en el otro extremo, el de
medios desordenados y con toda suerte de variables desconocidas, como por ejemplo una curva
bursátil con perfil aleatorio, se convierte en un puro arte de especulación, todavía cabe esperar
avances generales rigurosos en una inmensa selva intermedia sin contornos definidos. El
análisis de series temporales por ordenador experimenta un crecimiento constante de técnicas,
como las múltiples formas de análisis de ondículas que permiten una definición local de las
fluctuaciones, mezclados además con distintos métodos de aproximación de funciones; pero

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estos grandes avances, que incluyen nuevas relaciones de incertidumbre tiempo-frecuencia y
resolución temporal múltiple, son de naturaleza técnica, sin que se hayan introducido conceptos
realmente independientes, y siguen teniendo al análisis armónico como su caso límite y su
referencia básica de interpretación. Esto hace que, incluso cuando se obtiene información más
allá de las relaciones de incertidumbre de Heisenberg en distintos dispositivos ópticos como
microscopios [10], se admitan justificaciones artificiosas, cuando la explicación contraria es la
cierta: las relaciones de incertidumbre de Heisenberg son sólo una consecuencia directa del uso
del análisis armónico como la herramienta básica y del carácter lineal de la teoría, y no una ley
fundamental de la naturaleza. Lo mismo puede decirse del valor integral constante de Planck;
pero se requiere una teoría espectral generalizada que contemple el tiempo de forma explícita
para que estos hechos experimentales encuentren su propio lugar. Precisamente en este contexto
hay que contemplar al análisis armónico fraccional, para definir dominios intermedios entre el
tiempo y frecuencia que pueden tener, además, una interpretación dinámica. Estos dominios
intermedios son por lo demás expresables como un componente de torsión. Por otro lado, el
análisis armónico fraccional se relaciona bastante naturalmente con el análisis de ondículas, y
también puede aplicarse a discontinuidades en derivadas de orden superior; si bien creemos que
es la parte específicamente fraccional la que ha de guiar la interpretación dinámica.
Siguiendo nuestra interpretación de solitones como el anillo de humo, parece razonable
aventurar que los avances en el análisis de series temporales estarán estrictamente limitados al
carácter pulsante, que no meramente periódico o cíclico, de un sistema. Un anillo de humo
consiste en una sola pulsación; en el pulso humano, tenemos aproximadamente cada segundo
una pulsación de este tipo, con las características deseadas. Antes que nada, resulta
absolutamente remarcable que el análisis temporal no haya encontrado todavía una definición de
pulsación en términos como los que estamos esbozando. Naturalmente, es por esto por lo que
hay que empezar. Traducido en términos prácticos, no sabemos si el sistema bursátil tiene
pulsaciones, si bien todos sabemos que tiene oscilaciones, fluctuaciones y ciclos. Por supuesto,
los analistas bursátiles hablan del “pulso del mercado”, no menos que se habla de tasas de
velocidad de operaciones, crecimiento acelerado, etcétera. También hay perturbaciones
periódicas intrínsecas, como el periodo diario de las sesiones; pero nada de esto vale, a priori,
para determinar qué sea una pulsación en una serie temporal. Puede pensarse que no existen
pulsaciones de este tipo en la bolsa u otros perfiles temporales, pero si hasta las denominadas
partículas y ondas son reducibles a pulsaciones, uno puede preguntarse si existe realmente algo
que no tenga nada que ver con ellas. La turbulencia podría parecer el caso más general; pero
también se producen órbitas semi-periódicas en forma de atractores, y no es posible adelantar
conclusiones sobre el tema sin una definición precisa de un pulso o pulsación; además, ya
hemos visto que puede existir un filtro y una superficie de contacto todavía por definir entre
solitones y sistemas caóticos, zona de contacto cuya definición depende crucialmente de la
distinción entre el espacio simpléctico, puramente conservativo, cerrado o estacionario, y el
espacio abierto, transitorio o no-estacionario. También puede pensarse que un sistema tiene
pulsaciones “discretas” o no, sin un término medio –de la misma forma que en topología puede
haber un agujero o no, pero no “medio agujero”; sin embargo, la propia idea de pulsación que
estamos exponiendo, como el vórtice de nuestro anillo, es el mejor ejemplo de mediación entre
lo continuo y lo discreto en su relación entre el espacio y el tiempo. Por otro lado, muchos
sistemas que parecen continuos y sin pulsaciones discretas, son realmente pulsantes: no tenemos
más que estudiar el ciclo respiratorio, completamente ligado, por lo demás, al ciclo del corazón
y el circulatorio. En la respiración, existen pausas tanto después de la inspiración, como de la
expiración; y no sólo existen tales pausas, generalmente imperceptibles, sino que son
fundamentales a la hora de regular el propio ciclo respiratorio –un hecho básico que los
neumólogos tienden ampliamente a ignorar en el marco de la medicina occidental. Lo mismo
puede decirse, con toda probabilidad, del ciclo diario como fuente principal de perturbación
periódica del clima, y tal vez, del ciclo anual, que también nos representamos como cambios no
discretos o continuos. Como en el caso de las pausas del ciclo respiratorio, se requiere no sólo
un análisis de frecuencias, sino también del componente tiempo a un nivel local, para poder
encontrar el genuino sentido dinámico de estos procesos; para lo cual tenemos necesidad del
análisis armónico fraccionario y sus extensiones naturales. Traducido de forma grosera, esto

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significaría que también las pausas respiratorias tienen una dimensión de impacto, menor o más
acoplada en una respiración suave y armónica, y mayor en una respiración defectuosa o
entrecortada. Naturalmente, la mejor forma de verificar si esa dimensión es real o meramente
semántica es a través de los operadores fraccionarios que describen la serie, comprobando si se
corresponden con las resonancias de derivadas de orden superior. Lo cual equivale a decir que
este es el criterio para determinar la existencia de una pulsación o pulso discreto específico del
dominio tiempo. Sin embargo, aunque se puede acceder a una descripción cuantitativa y
matemáticamente satisfactoria de estos aspectos, ello no excluye que también puedan tener una
dimensión semántica asociada. Sobre ello hablaremos un poco cuando hagamos una evaluación
más filosófica del tema.
Podría llevarse esta clase de aproximación hasta los límites mismos del análisis y la
teoría espectral –hasta la misma función zeta de Riemann. Se admite generalmente que si la
hipótesis de Riemann es cierta, la función determinada por los números primos tiene un espectro
discreto, y que si no lo es, el espectro ha de ser continuo. Pero todas las dicotomías son una
parcialidad, y es perfectamente posible que ambos extremos sean, tomados en sí mismos, falsos.
El espectro de los números primos podría ser fraccional. Y puesto que hace tiempo que se
conoce una relación entre los ceros de la función y los niveles de energía en sistemas cuánticos
con muchos cuerpos –la llamada ley de Montgomery-Odlyzko- podemos intentar imaginar
como esto puede encajar en un contexto más físico. De hecho, se pueden ver semejanzas entre la
idea del solitón y la aproximación semi-clásica de Gutzwiller; si bien la principal diferencia es
que ésta última se realiza mediante una equivalencia con los valores propios del hamiltoniano,
un sistema cerrado. Y aunque uno ignora por completo los entresijos de la teoría de esta
función, no se necesita ser un experto para saber que la función zeta es algo más que caos
determinista, ya sea clásico o cuántico, o que las distribuciones estadísticas conocidas, y que, en
todo caso, envolvería a éstos como casos particulares. Lo mismo se puede decir de la búsqueda
de operadores para la función en el marco de un hamiltoniano. Y si nada garantiza que los
operadores fraccionales ayuden a resolver la hipótesis de Riemann –que bien puediera ser
indecidible- no parece irrazonable que ayuden a comprender algunas de las más importantes
características de la función. Lo que permite pensar en ello es que tanto las funciones
aritméticas como el cálculo fraccional tienen figuras específicas del dominio tiempo, que faltan
en las aproximaciones más frecuentadas. Puesto que la función zeta es infinitamente
diferenciable, pero plantea tantos problemas en cuanto a la correlación global de sus ceros, es
obligado pensar que las analogías en términos de dinámica hamiltoniana son claramente
insuficientes; puesto que, si por un lado, esta misma dinámica carece de la necesaria resolución
local, por otro, tampoco tiene por sí sola elementos intrínsecos que permitan dar cuenta de las
correlaciones a nivel global. Es en este último aspecto el cálculo fraccional permite introducir
nuevas conexiones. Recordemos aquí que la función zeta es una elaboración en torno a algo tan
elemental como las series armónicas, y que los números enteros forman un semigrupo abeliano
con doble estructura de orden total, con aditividad, y orden parcial, con divisibilidad. La
relación tan insondable como básica que muestra entre adición y multiplicación, términos
lineales y periódicos, bien podría estar relacionada con el tipo de mediación básica que nosotros
estamos postulando; especialmente si se considera que la lección más profunda de la función es
que nos muestra a la serie de los números como un conjunto abierto en el sentido menos trivial.
Si pensamos en que hacia 1710 Brook Taylor todavía ni siquiera había planteado el
problema de la cuerda vibrante en términos analíticos, y que 1859 marca la aparición de la
espectroscopia moderna, la mecánica estadística y la concentrada apoteosis de implicaciones de
la función zeta, podemos apreciar el salto gigantesco que dio la matemática en torno a las series
temporales en el intervalo de siglo y medio. Ahora nos encontramos cerrando un intervalo de
siglo y medio similar, y, desde el punto de vista cualitativo, bastaría una progresión aritmética –
y no una progresión geométrica como la que se aplica a la acumulación de conocimiento y
publicaciones científicas, con una duplicación cada quince años- para entrar en un nivel nuevo
en nuestro conocimiento de las series temporales. Es decir, incluso dentro de una perspectiva
estrictamente conservadora cabría esperar un salto cualitativo y cuantitativo, y la tendencia
gradual de los últimos decenios, con la entrada en escena del ordenador, no hace sino confirmar
esa posibilidad, faltando tan sólo que nuestra comprensión cruce un determinado umbral. Con

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su apariencia de camino angosto, el cálculo fraccional nos está indicando cómo ha de
procederse para poder cruzar ese umbral.
Cuestiones de espacio y generalidad nos impiden abordar muchos aspectos esenciales
para nuestro tema, como la teoría del potencial con operadores fraccionarios, la propia índole de
los operadores pertinentes para nuestros ejemplos –elementales, o por convolución de
funciones-, o las múltiples caras de la torsión –geométricas y topológicas-. Para un tratamiento
técnico de la geometría y topología de torsión, nos remitimos a los grandes trabajos de G.
Shipov y R. M. Kiehn [10], respectivamente. Esperamos acercarnos a estos aspectos en escritos
posteriores.

Nueva dimensión filosófica del cálculo

Es fácil darse cuenta de que, si alguna vez se produce una generalización realmente
decisiva de la mecánica newtoniana –y en este sentido, las tres generalizaciones anteriores de la
relatividad especial, general, y la mecánica cuántica han sido han sido generalizaciones todavía
muy parciales y conservadoras-, esa generalización ha de pasar necesariamente por la propia
generalización y reinterpretación del cálculo. La cuarta generalización será la más importante
porque afectará directamente al núcleo que las otras dejaron intacto: el tiempo absoluto como
sincronizador global. Hasta ahora, parecía imposible hacer física sin la asunción de tal meta-
principio.
Desde su mismo comienzo el cálculo fue motivo de controversias filosóficas; esas
controversias parecieron terminar con el programa de rigorización culminado por Weierstrass,
considerado provisionalmente como definitivo. No deja de ser una ironía que el análisis dejara
de tener connotaciones polémicas justamente cuando matemáticos como el propio Weierstrass
empezaban a comprender lo difícil que es saber qué es una función analítica. Dicho de otro
modo, la consolidación del concepto de función hizo formalmente admisible el cálculo, justo
cuando el propio concepto empezaba a descubrir sus dificultades de contenido y material.
No hace falta recordar que el cálculo ha sido tanto el aval como el decisivo impulsor de
la revolución científica moderna; y que, si ideas no locales como la gravedad newtoniana por
acción a distancia han sido aceptadas, ha sido sólo por que el cálculo las ha dotado de su propia
e indefinida sustancia. En particular, la idea de derivada nos permite tanto una predicción
localizada como una cierta apariencia de intuición inmediata; la idea de integral es en sí misma
mucho más antigua y siempre más elaborada. Es decir, la derivada nos da la noción de
inmediatez, pero esta inmediatez es en realidad una sección arbitraria en el flujo o “tubo” del
tiempo para un determinado proceso dinámico. Es decir, esta inmediatez no es geométricamente
más tangible que la noción de las partículas puntuales en la mecánica newtoniana.
Obviamente, esta inmediatez parece perderse con las derivadas fraccionales que no se
resuelven en un punto. Pero sería completamente erróneo decir que han entrado a formar parte
del paisaje del cálculo como una generalización arbitraria; antes al contrario, las derivadas de
orden entero, y las de primer o segundo orden en lo que a la física se refiere, son
particularidades bienvenidas desde el comienzo por la simplicidad de su aplicación, y de ningún
modo pueden ser más naturales o tener un rango privilegiado con respecto a las derivadas de un
orden cualquiera. Precisamente, la conocida frase atribuida a Fresnel de que a la Naturaleza no
le importan las dificultades analíticas, parece encontrar aquí su más oportuno contexto. Es decir,
sería sumamente extraordinario, por no decir absolutamente improbable, que la naturaleza
hubiera escogido exclusivamente ecuaciones de primer y segundo orden para tejer su
increíblemente complejo repertorio. En realidad, no hay físico ni profano que pueda creer en
eso, y sin embargo, eso es exactamente lo que se asume implícitamente cuando se afirma que el
universo está hecho nada más que de masas y fuerzas, correspondiendo a las masas inertes toda
la parte contingente y siendo las fuerzas el único agente organizador. ¿Se tiene alguna
justificación para tal presunción, o simplemente se está hablando de lo fácil que resulta una

17
conceptualización en tales términos? No puede haber duda de que se trata de lo segundo. Como
ya hemos dicho, el carácter “intuitivo” e “inmediato” de términos como velocidad y aceleración
no va más allá del mero número del orden de la derivada, y sería bien extraño que, al conducir
un coche, nuestro cuerpo sólo fuera sólo sensible a dos números. Además, es sumamente
dudoso que exista en tal coche una velocidad perfectamente uniforme, y basta con medir con
suficiente detalle para comprobar que el automóvil está sujeto a continuas aceleraciones y
deceleraciones en torno a un punto en que fuerza de tracción y fricción se compensan. Si
cualquier físico o ingeniero admite que aquí se introduce una idealización, también tendría que
admitir que los conceptos de inercia, masa y fuerza son idealizaciones, cuya entidad real no va
más allá de lo que los números recortan sobre las mediciones experimentales. Es decir, tales
conceptos y sus ecuaciones asociadas no son otra cosa que espacios de control, unos filtros
convencionales para extraer algunas conclusiones definidas. Se dirá que la diferencia entre
inercia, masa y fuerza no puede ser más evidente, pero lo cierto es que los “cuatro principios”
de la dinámica newtoniana forman una unión inconsútil, sin costuras, para hacerlos
transformables, y, además, masa, inercia y fuerza se combinan de innumerables maneras
difíciles de interpretar incluso para casos muy sencillos y básicos, como, por ejemplo, un
giróscopo en precesión, o el propio anillo de humo. Difíciles de interpretar, precisamente, en ese
contexto. Como cuarto principio, el tiempo absoluto o sincronizador global de la mecánica
newtoniana permite indiferentemente unir y separar las derivadas de posición, y primer y
segundo orden, la inercia, la masa y la fuerza; un principio que permite indiferentemente cosas
opuestas se dice que es, o contradictorio, o vacío. En realidad, el único contenido positivo del
cuarto principio es la negación expresada en el tercero, negación de que exista un tiempo entre
la acción y reacción; esto, a su vez, tiene su influencia sobre los dos principios previos,
ayudando a cerrar su sentido de forma aparente.
La creencia, tantas veces expresada por los físicos, de que el tiempo es “sólo una
ilusión” subjetiva, no tiene otro significado que el de asumir que no existe el tiempo entre una
acción y una reacción cualesquiera. Pero de este modo se pierde todo posible contacto, no ya
con la vida o la subjetividad, sino también con la exigencia de localidad en el espacio y tiempo
para los fenómenos. En particular, el procesamiento de información en tiempo real demanda que
la acción de un sistema sea desigual con respecto a la reacción que recibe. Para esto, se apelará a
la disposición espacial y el diseño de las conexiones. Pero las ecuaciones generales de la
dinámica, con principios de acción extremales o estacionarios, según mostró ya de forma
conclusiva el argumento de Poincaré [12], admiten infinitas explicaciones causales o locales, es
decir, no son unívocas –y justamente la información, para ser tal, requiere un marco que la
defina de forma unívoca. Además, los microprocesadores requieren un ciclo-reloj enteramente
análogo al tiempo absoluto o “sincronizador global” de la mecánica clásica. Entonces, apelar a
un tiempo absoluto equivale a apelar a un diseñador externo y arbitrario –que fue justamente lo
que hizo Newton en su tiempo. De manera infundada y errónea, sus herederos han creído que se
puede mantener el principio de sincronización global o tiempo absoluto sin apelar a una
instancia externa; pero esto sólo demuestra que Newton conocía mejor el problema y no se
hacía ilusiones al respecto. Newton nunca postuló nada de lo que no tuviera necesidad. Ahora se
supone, gratuitamente, que apelando al azar y la contingencia no se tiene necesidad de una
instancia superior; pero, justamente, para un procesamiento unívoco de la información
necesitamos un filtro estadístico de la aleatoriedad, y en ese sentido, el tiempo absoluto no tiene
absolutamente ninguna capacidad de resolución. Por lo tanto, es perfectamente claro que sólo
cabe hablar de un “tiempo subjetivo” o “ilusorio” desde una posición metafísica, idénticamente
subjetiva.
Esto significa tan sólo que el tiempo absoluto nunca está definido, y permanece como
una instancia vacía. Precisamente eso le da su gran ventaja sobre cualquier consideración
particular del tiempo, que parecería siempre más contingente y particular. Pero si el tiempo
absoluto es un principio vacío, eso ha de afectar a los principios subsidiarios, que son los que
definen fuerzas, masa e inercia. En la “teoría del tubo profundo”, esto se interpreta de manera
tal que, aproximándonos al tiempo cero, y dentro del tiempo de Planck, ninguna medida de
masa, distancia o tiempo tendría sentido. Por lo mismo, ese mundo poco o nada puede tener que
ver con el nuestro. El problema, todavía hoy, es que no podemos relacionar distancias, masas y

18
tiempos de una forma unívoca en el mundo normal, y para eso el tiempo absoluto no nos sirve
de nada.
La pregunta parece ser, ¿Podemos siquiera concebir un tiempo concreto o particular con
independencia del tiempo absoluto? En la física conocida vemos que, por un lado, la mecánica
cuántica contempla tiempos de acción para las partículas, mientras que la física relativista
contempla intervalos en el espacio tiempo. Puesto que en el primer caso no existe causalidad, y
en el segundo parece reinar la causalidad absoluta, ambos tipos de intervalos permanecen, en lo
esencial, sin conexión. Sin embargo, observamos que, si bien para la física relativista el tiempo
es un elemento pasivo, también para la mecánica cuántica, en razón de la ausencia de
causalidad, es fundamentalmente pasivo el componente del espacio. Entonces, cuando nos
preguntamos qué podría ser lo específico en un intervalo de separación entre acción y reacción,
vemos también que un componente espacial ha de acompañar necesariamente al indefinido
componente temporal. Nosotros hemos definido ese componente espacio-temporal, reproducible
a cualquier escala, como torsión: una torsión que, además de expresar espacialmente tasas de
intercambio con el ambiente y evolución temporal, muestra también un componente típico de
ritmo.
Un argumento que nunca he encontrado expresado, pero que merecería ser explorado en
profundidad, es que, si todo en el universo fueran masas y fuerzas aplicadas sobre ellas,
posiblemente no existirían otras formas que esferas y esferoides achatados. El resto de las
innumerables formas que observamos en la naturaleza, se deberán entonces a los diferentes
grados en la escala de la contingencia. Lo malo es que no disponemos de tal escala para la
contingencia, y si una cartografía de tipo enciclopédico sobre ellas –porque, por definición,
contingencia es para nosotros todo lo que sucede entre el mundo dócil de las masas y el otro
mundo de las fuerzas organizadoras y organizadas. O dicho de otra manera, entre la primera y la
segunda derivada. La división de la naturaleza en magnitudes escalares y vectoriales no es sino
otro aspecto de lo mismo. Sin embargo, el componente de torsión del que hablamos es diferente
de ambos, a pesar de que puede quedar camuflado por uno u otro en el balance energético del
sistema; del mismo modo que un impacto es algo más que un mero balance entre acción y
reacción. Esta torsión puede ser, además, un elemento con un carácter morfogenético intrínseco,
permitiendo así la conexión entre unas masas y fuerzas que por separado son incapaces de
definir su potencial a este respecto. Estaríamos entonces ante el puente que cruza la afilada
dicotomía entre leyes fundamentales privadas de causalidad local y leyes de organización
sujetas a principios de jerarquización arbitrarios. Pensemos, además, que el impacto no está
explícitamente definido en la dinámica; el impacto, que, además de ser la expresión más directa
de la contingencia, es justamente el contenido de todo lo que denominamos “eventos discretos”.
Por lo tanto, parece que sólo una generalización ulterior de los principios de la mecánica puede
hacer que espacio y tiempo recobren su entidad propia en el modelado y descripción de los
fenómenos.
A pesar de la honda relación entre música y matemática, el análisis matemático de la
música ha sido hasta ahora completamente incapaz de decirnos algo específico sobre la esencia
de la música. El hecho de que la música sea el arte más abstracto y el más concreto a un mismo
tiempo, no basta para explicar este fracaso. Tampoco basta con apelar a aspectos cognitivos y
subjetivos todavía por conocer, aunque por supuesto, estos han de tener una gran importancia.
Pero habría que empezar por las deficiencias del análisis de series temporales clásico no sólo
respecto al tiempo, sino también su falta de conexiones más poderosas con la geometría, el
movimiento y el espacio. Creemos que la afirmación de que la música es un lenguaje
completamente independiente del dominio espacial y que sólo permite analogías vanas con él es
falsa, más allá de la evidencia trivial. La música es una invitación al movimiento, que por
elemental correspondencia ha tenido que surgir de similares movimientos interiores. ¿Cómo es
que la matemática puede expresar tan poco de ese movimiento, a pesar de que se expresa de una
forma tan natural en la danza y en el baile? En el análisis de series tenemos, básicamente,
intervalos de tiempo, tonos y timbres, que también son expresables por adición de tonos. Como
ya hemos sugerido, el análisis armónico fraccional permite estudiar dominios intermedios entre
la frecuencia y el tiempo, y estos dominios admiten una transformación en términos de torsión –
con toda probabilidad, el elemento más intrínseco del baile, si comprendemos que no es sino la

19
expresión del ritmo. Por otro lado, ya Riemann [13], en su estudio del mecanismo del oído, que
entre otras cosas se proponía enmendar las impropiedades del estudio clásico de Helmholtz,
concibió el tema fundamental de la percepción del sonido como una invariante de tipo
proyectivo o geométrico, asociada con el timbre. En su conjunto, esta interpretación se ha
mostrado acertada a la luz de los métodos modernos, pero como casi todos los trabajos de este
autor, se puede llevar bastante más lejos, y aplicar a niveles más internos, como son los del
propio cerebro. Explicar satisfactoriamente la música equivale a describir satisfactoriamente
aspectos muy concretos del movimiento, de los que el análisis ha permanecido y todavía
permanece alejado. Nadie duda de que una comprensión más profunda del fenómeno musical
sería un gran logro del espíritu humano; pero pocos sospecharían hasta qué punto este enigma se
relaciona con todos los demás.
Hablar de música es hablar de comunicación, y esto nos hace pasar al tema de la
llamada comunicación biológica. Puesto que la noción de información es puramente utilitaria y
externa, y no se puede aplicar a la naturaleza salvo como metáfora, y ya se va descubriendo que
los mismos genes son materiales de construcción modulables y modelables antes que “planos” y
“programas”, bien podría ser más útil y verdadera la metáfora musical, tan general, que esta
metáfora informática altamente especializada y de última hora. En general, los vectores de
información biológicos que se manejan no están realmente localizados, sino profusamente
mediados, y se revelan a través del estudio en detalle como la cosa menos concreta imaginable.
Por otro lado, los neurólogos estudian cada vez con más detalle los problemas relativos a la
sincronización neuronal y cerebral. Aquí se hacen obvias las diferencias con los circuitos
eléctricos, puesto que no hay ningún ciclo-reloj relevante, ni tiempo absoluto global. Por
supuesto, se habla mucho en términos de “resonancias”, por no hablar de distintos tipos de
solitones como modos idóneos de propagación en el medio nervioso; pero todo esto no dejan de
ser, todavía, otra cosa que tentativas preliminares y conjeturas. Pero es el tema del tiempo
biológico y su acción-reacción el que debería plantearse antes que nada. Del mismo modo que
hemos hablado de componentes de torsión en la actividad del corazón o del pulso, intentando
relacionarlo con el dominio intermedio tiempo-frecuencia del análisis fraccional, habría que
aplicarlo a las pulsaciones celulares, que sólo recientemente se empiezan a estudiar con detalle.
Desde luego, procesos metabólicos e interacciones de biomoléculas en el complejo medio
orgánico ya se están estudiando activamente desde el punto de vista del análisis fraccional.
Como ya decimos, es en este dominio donde se nos presenta la promesa de la continuidad, a
pesar de todas las dificultades de selección de criterios. Obviamente son bastante prematuros
todos los modelos de acción neuronal cuando ni siquiera se tiene clara la sincronización
macroscópica del músculo cardiaco; pero ambas cosas han de ir la mano, y esto permite alentar
grandes esperanzas en torno a la posibilidad de una comprensión unitaria.
Otro banco de pruebas que nos parece de una riqueza inagotable para ejemplificar el
significado y sentido del cálculo fraccionario son las múltiples combinaciones que ofrecen los
vasos de destilación fraccionada para sustancias químicas muy complejas. Aquí se producen
distintos tipos de reacciones combinadas que se influyen mutuamente y que también pueden
mostrar tasas de rendimiento anómalas y con efectos de memoria asociados. La química fue
hasta Lavoisier, mucho más que la física, la ciencia por excelencia de los procesos y
transformaciones complejas de la naturaleza, y una parte, todavía muy pequeña, de aquella
antigua percepción, se está recuperando con los estudios de química ambiental y sus procesos de
difusión asociados. No hace falta decir que este es otro de los campos donde el análisis
fraccional está cosechando ya algunos de sus más interesantes frutos. Pero es que la misma
atmósfera es un gran vaso de destilación con procesos de filtración de una riqueza igualmente
inagotable. Nada de esto es sorprendente, y sí muy natural, pero apenas nos encontramos en los
preliminares de una gran visión de conjunto. Las integrales por convolución de Volterra típicas
en ecología de poblaciones también admiten su interpretación como integrales fraccionales [7].
Una vez más se evidencia hasta qué punto hoy son las lentes matemáticas las que nos hacen ver
y considerar en serio los fenómenos. Y un esquema similar de destilación fraccionada puede
aplicarse al propio metabolismo de los organismos y las células, consagrados a un proceso de
filtración perpetuo y desde luego, sumamente inhomogéneo. Esto ha de ponerse en conexión
con el tema anterior de las pulsaciones celulares y sus medios de comunicación y

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sincronización. De hecho, creemos que un análisis temporal adecuado de las pulsaciones
celulares puede rendir tanta información como el análisis bioquímico, siendo en realidad este
último una reconstrucción de orden sintético, y que ambas ilustran ejemplarmente el papel
absolutamente complementario del análisis y la síntesis en cualquier círculo completo de
investigación. Alguna vez, también, se han comparado los aceleradores de partículas con el
viejo aparataje de la destilación; sólo que para separar partículas en vez de elementos y
moléculas. Por pintoresca que sea esta comparación, lo cierto es que lo que más diferencia al
acelerador de los viejos tubos es el nivel de energía, más que la capacidad de filtración o
discriminación. Hablando de la destilación fraccionada como posible modelo ilustrativo, no
podemos evitar la alusión anterior a la posibilidad de operadores fraccionarios para las masas en
función del tiempo. Pero el hecho es que son las propias altas energías empleadas las que hacen
mucho más difícil reconstruir la unidad y continuidad de estos fenómenos –continuidad que tal
vez podamos recuperar con unas lentes matemáticas nuevas.

Nuestro anillo de humo hace correr el triple lazo que envuelve a la geometría, el análisis
y el álgebra sin privilegiar en principio ninguna de las tres instancias; esa rara condición que los
matemáticos juzgan como armónica o ideal, y que sólo se logra con intermitencias. Al fondo del
triángulo, la teoría de la probabilidad, y finalmente, la teoría de los números. También en física
tenemos tres instancias básicas, la mecánica clásica, la mecánica cuántica y la mecánica
estadística o termodinámica, para la grande, la pequeña y la mediana escala; y en este caso, aun
se hace más difícil trabajar entre ellas sin privilegiar ninguna instancia; lo normal es saltar de
una a otra, remitiendo algunas de las inconsistencias a la instancia de la que no se trata. De esta
manera, el indicador del sentido se mueve y circula a lo largo del triángulo y a esa circulación
junto a lo que va acumulando con el tiempo lo llamamos desenvolvimiento del conocimiento
científico. Esta alternancia entre una instancia y otra, dejando mientras tanto en la sombra a la
otra, es la responsable de todas las intermitencias en el desarrollo científico y de su carácter
esporádico. Si trabajaran simultáneamente y sin remisiones, como se supone que trabajan los
tres principios de la mecánica, alcanzaríamos la condición armónica del conocimiento, no se
sabe si dentro o fuera del tiempo. Ahora bien, ¿trabajan los tres principios de la mecánica
simultáneamente y sin remisiones? Eso lo dejamos ya al juicio del lector.

Como ya dijimos, nuestra motivación original fue la pregunta sobre las


compatibilidades y diferencias entre las tres leyes de la mecánica y los tres principios
constitutivos de la naturaleza condicionada o material en la filosofía india del Samkhya, que
como es sabido, significa literalmente análisis. En esta pregunta no latía la mera curiosidad en
torno a un superficial paralelismo, sino un interés decidido por saber hasta qué punto son
compatibles y diferentes la visión más puramente cuantitativa y la visión más puramente
cualitativa. No son pequeñas las implicaciones de esta pregunta, con tal de que se acierte a
plantearla bien; de modo que, lo que en principio era una cuestión de tipo filosófico, me ha
obligado gradualmente a afilar consideraciones analíticas a las que en principio me creía ajeno.
Y mi opinión se inclina a dar la respuesta de que no existe la menor incompatibilidad
experimental entre un tipo y otro de análisis, en cuanto a lo que admiten sus principios, y que
toda la diferencia estriba exclusivamente en la interpretación de esos principios y en la
orientación y búsqueda que sigue a esa interpretación.
De forma un tanto errónea y sesgada, se dice que el Samkhya es una metafísica dualista,
cuando en realidad su posición sólo consiste en afirmar que el análisis sólo se aplica a los
cambios de la naturaleza, y no siendo la conciencia, en tanto forma inmediata de
autorreferencia, un objeto de análisis sino su requisito. Es decir, la conciencia es inmutable sólo
en el elemental sentido de que los predicados sobre el cambio no pueden de ninguna manera
aplicarse a ella, del mismo y exacto modo en que el tiempo absoluto de la mecánica es un cuarto
principio implícito que está fuera de cuestión. Aquello que parece moverse dentro de la
conciencia ha de pertenecer necesariamente a las vicisitudes de la mente, que sí está
completamente incluida dentro de la naturaleza material –del mismo y exacto modo que aquello
que parece moverse en nuestra descripción del cosmos son masas, fuerzas, y reacciones entre
ambas, sin que el sincronizador global resulte alterado para nada. La enorme diferencia es que la

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conciencia, aun sin necesidad de hablar de ella, es un existencial del que no podemos salir;
mientras que el tiempo absoluto es un predicado teórico en el que nunca llegamos a entrar,
permaneciéndonos por siempre ajeno. Por lo tanto, es la visión científica moderna la que no ha
acertado a salir del dualismo, y el dualismo subjetivo o metafísico de Descartes nada tiene que
ver con esto. El dualismo científico moderno emana directamente de las leyes de Newton,
consideradas como el portal áureo para la interpretación monista del mundo. Y, curiosamente,
cuando se busca localizar anatómicamente la “conciencia”, en realidad la mente empírica, no se
es en absoluto consciente de que tal tarea equivale a “localizar” el tiempo absoluto que ha
barrido la causalidad local de toda suerte de interacción mecánica, las interacciones cerebrales
también. Por tanto, sería a éste último y no al cerebro al que habría que aplicar el escáner o el
bisturí; una tarea ciertamente más allá de nuestro alcance.
Muy al contrario, nuestro irresistible afán por localizar los fenómenos en el espacio y en
el tiempo real hacen inevitable que la metafísica del sincronizador global tenga sus días
contados. Requerirá, sin embargo, todavía un gran esfuerzo desprenderse de esa metafísica, que
se ha convertido en el telón de fondo natural para la actividad científica. Y si cuesta tanto
imaginarse, incluso a nivel técnico, cómo podamos llegar a salir de ella, mucho menos podemos
imaginar las consecuencias que esto tendrá.

La interpretación de una derivada fraccional con complicados artificios formales,


nacidos de la dualidad, está ocultando una realidad mucho más sencilla y natural. Ya hemos
visto que el carácter intuitivo del concepto de velocidad o aceleración no va más allá de su
expresión matemática, y que lo que físicamente percibe e intuye el pasajero de un coche por
tales nociones varía continuamente según las condiciones. En realidad, estamos apelando a la
continuidad –naturalmente, otro tipo de continuidad que el que nos suministran los gráficos
ordinarios de las funciones. La interpretación de la tercera derivada como impacto es por
supuesto arbitraria y relativa, igualmente con respecto a la derivada de la posición –lo que no
impide que pueda tener tanto significado físico como las dos primeras, salvando la diferencia de
orden. Respecto a la primera derivada, la tercera podría ser interpretada como aceleración, y
respecto a la segunda, como velocidad -¿Pero porqué no como presión y contacto,
respectivamente? El mismo conductor, si no ya el mecanismo del coche, podría percibirlo como
algo parecido a eso. En órdenes enteros, las palabras y la interpretación parecen ampliamente
triviales; sin embargo, si intentamos pensar en una continuidad absoluta posible para los
órdenes de derivación, podemos vislumbrar un mundo de grados y matices. Los grados y
matices nos saltan a la vista como lo más expresivo de la naturaleza y sus transformaciones.
Cualquiera ha podido preguntarse alguna vez cómo es posible que siendo la matemática y la
física tan competentes para describir transformaciones continuas, carezcan por completo de un
lenguaje específico para tales grados y matices. Ciertamente no es por falta de sutileza ni de
capacidad de resolución, que en estos campos pueden refinarse casi indefinidamente.
Claramente, la respuesta está en que esa continuidad se aplica arbitrariamente al espacio, pero
de forma estrictamente selectiva y restringida en el dominio tiempo. Es decir, nuestro espacio de
control consiste simplemente en dos secciones arbitrarias en el tubo del tiempo, más la posición
–espacio de control que, no lo olvidemos, incluye la definición de inercia y masa. ¿Por qué dos
meras secciones tendrían que decirnos mucho de la forma del tubo y de su superficie? Por
primera vez, el cálculo fraccional permite dar un perfil matemático de esos grados y matices, y
esto ya es un logro extraordinario. Y es completamente natural que no haya una teoría
“homogénea” de sus operadores, cuando con lo que tienen que vérselas es con el dominio de lo
heteróclito y la diversidad. Sin embargo, por todo lo que vamos diciendo, y a pesar de que esta
variedad no tienen porqué ser reducible, cabe esperar avances muy grandes y rápidos en nuestra
comprensión general de los problemas que plantean. Es decir, antes que otra cosa, lo que hay
que generalizar es el espacio en el que adquieren sentido estos operadores.

Insensiblemente, nos vamos acercando a un paralelismo más estrecho entre las


expresiones matemáticas y el lenguaje ordinario. Si se han seguido un poco nuestros
razonamientos, es fácil ver que postulamos siempre tres términos, y que la mecánica ordinaria,
precisamente a través de sus tres principios, consigue convertirlos en dos. Los tres términos

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tienen su correspondencia natural con el sujeto, verbo y predicado, y llegados a este punto,
cualquiera podría sospechar que intentamos introducir el sujeto en el interior de las
descripciones dinámicas. Pero resulta que no es este el caso; porque es muy fácil comprobar que
lo que realmente falta en las descripciones de la dinámica es el verbo, no el sujeto, que se
postula rutinariamente. Y de hecho, cuando nuestra mente trabaja, ya sea en la imaginación, ya
sea en las ecuaciones, con fuerzas y masas, sujeto y predicado están intercambiando
continuamente sus posiciones, sin que las trasformaciones sean explícitas, camufladas bajo el
signo de la igualdad. Cuando, por ejemplo, intentamos imaginar el comienzo del universo con
una gran explosión, o bien con una rápida inflación, las fuerzas y el potencial hacen de sujeto, y
las partículas son predicadas. Otras veces es al contrario, y el sujeto son las masas, y lo que se
predican son las fuerzas y los potenciales, como fue el caso para Newton. Los potenciales, desde
luego, son siempre escurridizos, y hacen de mediadores entre unos términos y otros –pero se
definen y postulan justamente para no hacer explícita la acción en el tiempo y para acomodar a
una de las partes a expensas de la vaguedad de la otra, lo que impide que afloren como verbos.
Y en efecto, todas estas operaciones del intelecto requieren siempre una identificación
alternativa e intermitente entre una parte y otra, siendo por lo demás el intelecto el agente
responsable de cualquier identificación.
Entonces, es inevitable pensar que, en vez de introducir el medio o las perturbaciones
como un término añadido en una de las dos partes de las ecuaciones, las mismas ecuaciones
fundamentales deberían, idealmente, expresarse y pensarse como una tripe igualdad. El
planteamiento introducido a propósito del anillo de humo ya permite sugerir como esto puede
tener lugar. Una ecuación o igualdad entre dos partes implica por supuesto una transformación,
pero esa transformación queda al margen del tiempo, mientras nuestro intelecto busca de un
lado a otro las correspondencias y equivalencias posibles entre los términos. Por el contrario,
una triple igualdad nos pide contemplar simultáneamente una determinada evolución temporal.
Desde luego, se trata de un excelente ejercicio de meditación, y como toda meditación, sólo
tiende a disolver la identificación en cuanto tal, que no, por supuesto, la igualdad o la
desigualdad. Esto puede ser de gran ayuda a la hora de contemplar este nuevo escenario. En las
ecuaciones ahora habituales, su propia estructura nos está diciendo que imponemos unas
condiciones, entre otras cosas, a través de las constantes. Por el contrario, una triple igualdad
establece el espacio en el que intelecto puede dejarse guiar, para ver aquello que antes él mismo
ocultaba. Esto en sí mismo supone todo un método de investigación.
Volvamos de nuevo a la complejidad irreductible. Antes hablamos de dimensiones
arbitrarias de “impacto,” “contacto,” o “presión” para determinados ritmos en la evolución de
los fenómenos. El término ritmo parece en este caso más adecuado que el de ratio o tasa, que
sugieren un espacio determinado de control. Las palabras para tales dimensiones serían
arbitrarias, pero no así lo denotado por ellas. Pensemos por ejemplo en las curvas de
cotizaciones bursátiles. Como ya apuntamos antes, si en ellas se puede caracterizar
suficientemente un componente pulsante, sería posible hablar y analizar un cierto intervalo con
estas dimensiones u otras parecidas. Desde luego, hay en el comportamiento del mercado un
componente de memoria todavía por definir. Hay sensaciones de miedo al choque (stock market
crash), sensaciones de consolidación (toma de contacto), de volatilidad (pérdida de contacto),
etcétera. Se dice que todo esto son apreciaciones subjetivas, y es completamente cierto, pero no
hay que olvidar que la propia condición objetiva de las cotizaciones depende de una suma de
sujetos especulativos. Es decir, si existiera una traducción dinámica objetiva y matemática de
estos estados y sus transiciones, ellos necesariamente deberían incluir esas sensaciones que
determinan la evolución del sistema y que los analistas denominan “pulso del mercado”. Esto,
que hoy por hoy sigue siendo imposible, no se puede descartar del horizonte de posibilidades
descriptivas del análisis fraccional si se dan ciertas condiciones. Personalmente, creo que esas
condiciones existen y se pueden acotar, y no llevará demasiado tiempo lograrlo. Si algún día se
desarrollara este tipo de análisis, es evidente que tendría un alcance predictivo sumamente
limitado, dejando aparte el hecho de que su propio conocimiento alteraría enormemente la
conducta del mercado. Y sin embargo, sería de una extraordinaria utilidad social, puesto que
limitaría y moderaría la especulación improductiva y crearía otras condiciones de control y
autocontrol de los agentes económicos –además de su valor implícito para la teoría económica

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en general y la teoría del balance en particular. Pero esto sólo sería posible en el caso de que el
actual análisis técnico, hoy también puramente especulativo, tuviera una vía de contacto con el
llamado análisis fundamental, relativo a la estructura del valor de las empresas. Ahora bien, esto
también es posible, siendo las propias compañías y su política bursátil un medio sensible y en
contacto e intercambio con el ambiente –y justamente, este tipo de análisis debería ser capaz de
evaluar la relación del sistema con el ambiente. Esto, que nos parece tan improbable, y que ha
dado lugar a ríos de literatura en relación con la llamada “paradoja del mercado eficiente” y el
carácter aleatorio del mercado, sólo parece improbable porque no entendemos ni sabemos
describir apropiadamente esa zona de intercambio ambiental, tan fundamental para todas las
cosas vivas. Por que esa zona de intercambio es por definición la zona de control y estabilidad
del sistema –no posee otro “mecanismo”, y ese mecanismo está necesariamente acoplado con
las estructuras internas. Esto, por su puesto, no niega en absoluto la infinidad de elementos
aleatorios que concurren en el mercado, sino que más bien nos da la capacidad disponible de
filtración del ruido. En tal caso, la habitual superposición de diversas series simultáneas en el
tiempo también ayudaría a un análisis de este tipo, sin que ello desdibuje los componentes
autónomos. Si se piensa que la inercia, las fuerzas externas y la sensibilidad entre ambas han de
manifestarse separadamente en el tiempo en las cotizaciones de una compañía, comprendemos
que el problema, aun con condiciones muy variables, es bastante razonable, además de ser sólo
una expresión de un problema mucho más general; y en realidad, esa misma información de
condición variable es ya parte del análisis fundamental o estructural, y no meramente técnica.
Por tanto, la condición a satisfacer por el sistema de que sea de naturaleza pulsante equivale a
que se pueda medir de forma específica su respiración o intercambio con el ambiente.
Estas últimas reflexiones nos llevan a un punto en el se pueden vislumbrar dos cosas. La
primera, que se abre un nuevo puente entre medidas, conceptos y palabras. En relación con esto,
plantea toda una serie de problemas relacionados con la traducción; no sólo entre medidas y
palabras, sino entre distintas medidas y su trasformación. Esto es de esperar, si entramos en un
nuevo dominio de continuidad. La segunda es que no existe una separación tan taxativa entre el
mundo de cualidades que percibe el sujeto y las descripciones matemáticas y cuantitativas en su
conjunto; más bien, habría que decir que era la provincia matemática que habíamos frecuentado
hasta ahora la que no permitía tales conexiones.

¿Es posible medir la vitalidad?

Tanto o más que por las predicciones que facilita, una nueva teoría se distingue por las
nuevas preguntas que permite plantear. Durante milenios, la filosofía oriental ha percibido la
importancia absolutamente básica del aliento en todos los órdenes de la vida y también en los
fenómenos cósmicos o externos. Hablamos, por supuesto, de ese aliento vital que los chinos
denominan chi y los indios prana. Se trata de la categoría más básica de la filosofía oriental, y
en contra de lo que la ciencia moderna parece creer, la menos metafísica de todas –si es que
existe algún concepto oriental de orden metafísico, y siendo la metafísica un producto
genuinamente occidental- puesto que no dejamos ni por un momento de experimentarla
directamente. El análisis más superficial nos permite ver que la noción oriental del aliento es de
un orden completamente diferente de las llamadas doctrinas vitalistas que surgen
intermitentemente en Occidente, puesto que en la concepción oriental, el aliento lo penetra
absolutamente todo, ya sea la materia orgánica, la inorgánica, o el mismo aparente vacío. Y,
naturalmente, es por su mismo carácter omnipresente que su identificación empírica parece
condenada al absurdo. En efecto, si el aliento es responsable de todo tipo de energías y
movimientos, si está en todo ya esté en movimiento o en reposo, no existe ninguna posibilidad
de diferenciarlo y discriminarlo. Y así ha de ser, si lo tomamos en un sentido absoluto. Pero, por
su propia naturaleza, el aliento implica grados. Y, además, y sobre todo, el aliento implica la
vitalidad. ¿Es posible medir la vitalidad? Esta pregunta, aunque muy chocante, ya no parece tan
absurda; y sin embargo, bien pronto nos damos cuenta de que en el marco científico actual ello

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no es posible –y que, en general, la pregunta ni siquiera ha sido nunca planteada en unos
términos aceptables.
Pero, ¿en qué clase de sistemas se podría plantear la medida de la vitalidad? ¿En los
biológicos solamente? Es una posibilidad razonable, pero nadie nos ha dicho todavía con qué
criterios medirla. Pronto nos damos cuenta de que, no es que no tengamos un espacio adecuado
donde medirla –es que ni siquiera tenemos un espacio donde encontrarla o identificarla.
Justamente por eso, no han faltado quienes hayan apelado, de forma sin duda desesperada, a
dimensiones superiores, por no hablar de la misma conciencia. Es decir, a cosas de imposible
identificación a su vez. Pero una cosa tan básica no puede ser una cosa tan extraña.
Es evidente que la definición de la vitalidad pasa directamente por la definición de
energía. Ahora bien, toda nuestra física gira en torno a dos definiciones básicas de la energía, la
cinética y la potencial, y sus correspondientes magnitudes vectoriales y escalares. Cada uno de
los dos ámbitos puede alcanzar expresiones igualmente complejas y necesariamente
complementarias, y que, en última instancia, se derivan de las tres famosas leyes de la mecánica
con sus definiciones explícitas y sus asunciones implícitas. A su vez, estas tres leyes, o más bien
estos cuatro principios, se derivan exclusivamente de la asunción de la inercia como principio
fundamental, asunción que, incluso antes de Galileo, cabe remontar al mismo Copérnico, quien
sin saberlo ya asume el marco de referencia inercial como criterio privilegiado. Por supuesto,
sería la inercia o reacción lo primero que habría que explicar, aunque seguramente para la
historia de la física tendrá que ser lo último, antes de pasar a otro plano bien diferente de
consideraciones. Inercia y memoria tienen una identidad fundamental, que por otra parte pasó
casi por completo desapercibida a los primeros que intentaron explicarla, Mach, y luego,
Einstein. Puede decirse que son las dos caras, subjetiva y objetiva, de un mismo concepto
oscuro, vago y desconocido. Aunque un físico se resista a admitirlo, es fácil ver que, siguiendo
el propio criterio de Mach y el de las teorías generales del campo unificado, es tan difícil
describir localmente a una como a otra, puesto que ambas implican todo lo demás. Es decir,
justamente la pretendida descripción local de ambas es lo más vago y deslocalizado que quepa
imaginar. Por otra parte, y como es bien sabido, la localización de la inercia en un campo hace
posible su valor variable, pudiendo incluso anularse para un objeto en un hipotético universo en
rotación; del mismo modo introduce la posibilidad de una gravedad variable. Sin embargo,
cuando Mach planteó sus ideas [14], lo que hizo principalmente fue criticar la noción
newtoniana de un espacio absoluto –sin pararse a considerar el verdadero absoluto que el
asumía igualmente, como luego haría también Einstein: el sincronizador universal, el único que
obstaculiza realmente la aplicación y relevancia del llamado principio de Mach a las teorías del
campo. En cualquier caso, nosotros postulamos la identidad básica entre inercia y memoria. En
tal caso, el postulado de una inercia invariable generalmente aceptado equivale, o bien a una
memoria invariable, o bien a un recorte arbitrario de la capacidad de memoria. También es
posible ver algunas de las relaciones básicas que este tema mantiene con la dinámica fraccional.
Y si existen quejas harto razonables sobre la vaguedad del principio de Mach, ahora por lo
menos tenemos algunas formas matemáticas de localizarlo: localizarlo, precisamente, en el
tiempo. Posiblemente, la única forma de localizarlo que tendremos jamás.
Puede decirse entonces que las ecuaciones ordinarias de la física describen sistemas con
una inercia o memoria estrictamente restringida, y sin embargo, todavía muy ambigua, debido a
la transformación simultánea inercia-masa-fuerza-reacción; mientras que las ecuaciones
fraccionales, ampliando esa capacidad de memoria, permiten una precisión ulterior. Si la ciencia
consiste en un esfuerzo por eliminar la ambigüedad hasta donde sea posible, el análisis y la
dinámica fraccional tienen un gran servicio que prestar. Lo mismo cabría decir de los principios
de acción extremales o estacionarios, que se aplican a sistemas cerrados; se ha discutido siempre
el carácter un tanto teleológico que envuelven, pues su mismo formalismo parece implicar la
finalidad. Ahora bien, la única forma explícita de reducir ese aspecto teleológico consiste en
localizar la inercia o memoria del sistema en el tiempo. Esto, sin embargo, parece muy poco
factible para sistemas idealmente cerrados.
Confrontados con este verdadero enigma, es natural que volvamos a las consideraciones
por ahora más manejables de la energía y sus transformaciones. Como es sabido, el término
general que media en las transformaciones entre energía potencial y cinética es la entropía, un

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concepto con mil y una caras y por lo tanto mucho más vago que el ya siempre ambiguo de la
energía. Puesto que la entropía es una medida de probabilidad, carece de cualquier entidad
propia, y sólo nos da una medida de desorden globalmente creciente a lo largo del tiempo para
sistemas idealmente cerrados. Entonces, basta una medida del intercambio entre energía cinética
y potencial en sistemas abiertos con un perfil definido de conservación para tener una medida
correcta de la vitalidad de un sistema; y esta medida, a diferencia de la entropía, no tiene porqué
aumentar monótonamente a lo largo del tiempo, sino en función de unas condiciones añadidas
que además han de ser especificables. Es decir, si nuestras suposiciones son correctas, es
perfectamente adecuado hablar de la vitalidad de un anillo de humo en un intervalo concreto de
tiempo; y la diferencia esencial, dejando a un lado todas las cuestiones de complejidad
estructural, es simplemente que un anillo de humo es un sistema constituido por una sola
pulsación.
Un matemático orientado hacia problemas físicos como R. M. Kiehn [10] ya ha dado
definiciones topológicas de la irreversibilidad termodinámica independientes de criterios
estadísticos; tales definiciones pueden ponerse en relación con las ideas que ahora presentamos.
Sin embargo, nadie ha dado el paso todavía para decir que una definición específica de la
entropía en un sistema abierto y pulsante equivale a medir la vitalidad de ese sistema. Esto
parece tan consecuente que ni siquiera parece que quede espacio posible para la analogía.
Tampoco es una medida esencialmente compleja, si bien es indirecta, como lo son por
definición todas las medidas –también las distancias y las masas de los planetas. Sin embargo,
medidas como la tasa de metabolismo basal son mucho más inespecíficas e indirectas que las
que aquí cabe derivar.
Resulta curioso que se haya invertido tanto esfuerzo y reflexión en responder
técnicamente a la pregunta sobre “qué es la vida”, y que sin embargo casi nadie se haya
planteado una pregunta mucho más asequible técnicamente, “cómo se mide la vitalidad de lo
vivo”. La sencilla razón de esto es que, a nosotros los occidentales, nos parece una pregunta
última, exactamente del mismo tipo que “qué es la conciencia”, o aquellas otras sobre “el origen
del tiempo”. En realidad, las tres son preguntas igualmente retóricas y vacías, porque nuestro
propio programa de investigación impide que tengan un término de comparación que dé a las
respuestas un contenido concreto y un sentido aceptable.
En cuanto a la vida se refiere, esto salta a la vista cuando tenemos en cuenta de que algo
vivo, exige, por definición, una reacción no instantánea ni inmediata ante las acciones que
pueda padecer. Puesto que esto se contempla en los organismos y los fenómenos biológicos,
pero no en la física subyacente, la escala comparativa se corta abruptamente y se pierde
cualquier continuidad; entonces sólo nos queda apelar a la complejidad sin cuestionar el sustrato
básico y su posible contribución. En última instancia, tenemos la mecánica cuántica, que si
admite tiempos de acción, pero no permite ni la causalidad local ni que sus efectos sean
relevantes a escala macroscópica en otros términos que los estadísticos. Por lo tanto, en sus
propios términos es completamente incapaz de relacionarse con los fenómenos de la vida salvo
como azar o casualidad.
A diferencia de la visión de la física, a la filosofía oriental no le exige ningún esfuerzo
contemplar a ondas o partículas como entidades con vitalidad. Si, siguiendo con nuestros
planteamientos, cualquier sistema que se pueda definir explícitamente como pulsante admite
una medida de la vitalidad, y las llamadas ondas-partículas admitieran una definición tal,
tampoco para nosotros habría el menor problema. Y en este contexto, preguntarse sobre el
origen de la vida también es vano, porque vivo está todo y sólo podemos hablar con sentido de
diferencias de grado –diferencias de grado en absoluto triviales, y para las cuales hemos
carecido de escala hasta ahora.
Pero no tenemos porqué ocuparnos de ese problema ahora; bastante sería poder medir la
vitalidad de un sujeto en términos inequívocos y satisfactorios. Esto parece perfectamente
factible desde el punto de vista matemático, y los médicos tradicionales lo han hecho a su
empírica manera a lo largo de los siglos, por un procedimiento tan directo como la toma del
pulso en la arteria radial de la muñeca. Desde luego, en los “sistemas” con muchas pulsaciones
sucesivas, se añaden otras consideraciones, sin perderse en modo alguno el argumento
fundamental. Como ya hemos apuntado, el mismo criterio sería aplicable a las pulsaciones

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celulares. La medida de la vitalidad implica y desvela a su vez los condicionantes que lo
envuelven, sobre lo que ya hemos tratado en escritos anteriores. También los conceptos de
equilibrio y nivel óptimo re-emergen en un nuevo contexto; porque es igualmente evidente que
una vitalidad elevada puede ser de índole patológica, como nos muestran muy bien las células
cancerígenas. Por otro lado, si la vitalidad se midiera simplemente en meros términos de
movimiento, estaría claro que un sujeto con tos aguda mostraría un neumograma con mucha
mayor vitalidad; pero a estas alturas espero que haya quedado claro que no hablamos de eso,
sino de definir un potencial con respecto al movimiento, con un término añadido que establece
una relación explícita entre ambos. Ese término lo hemos denominado sucesivamente torsión,
ritmo, sensibilidad, y una serie de medidas asociadas; pero es evidente que, más que las
palabras, importan los conceptos y el nivel de rigor que nos permitan alcanzar. Curiosamente, la
literatura y la fisiología oriental abundan en descripciones plásticas del aliento vital siguiendo
trayectorias con torsión o espirales.
Conceptos como la medida de la vitalidad, o si se quiere, una “entropía no estadística”
con medida del balance con el ambiente, deberían poder aplicarse con todo rigor, por ejemplo, a
la actividad del Sol. Aquí tenemos un sistema pulsante a gran escala con toda la complejidad
que se pueda desear. En cuanto a sus ciclos de actividad, suele destacarse su regularidad, si bien
las grandes irregularidades son igualmente significativas. Pensemos, por ejemplo, en el periodo
denominado “mínimo de Maunder”, que transcurrió aproximadamente entre 1645 y 1715,
coincidiendo con la madurez del barroco y el auge del absolutismo –la época en que vivieron
Newton, Leibniz y Luis XIV, el Rey Sol, y también la época de la fundación de San Petesburgo-
. Durante esos setenta años, las manchas solares se hicieron extraordinariamente raras,
contabilizándose unas 50, frente a las 40.000 o 50.000 que corresponderían de media. Este
periodo forma el núcleo de la llamada “Pequeña Era Glacial”. Podemos preguntarnos qué
sucedió entonces en el corazón del Sol. Desde luego, no parece posible hablar de un “paro
cardiaco”, pero sí de una apnea o suspensión de la respiración. Ahora bien, para la duración de
vida del Sol, los trescientos años transcurridos desde entonces equivalen a unos minutos en la
vida de un hombre; y si una apnea de un minuto se dejaría fácilmente detectar en la respiración
y el pulso de un hombre cinco minutos más tarde, es perfectamente posible que esa detención
casi total siga teniendo efectos detectables ahora mismo, en un periodo que, por cierto, está
caracterizado por manchas solares de intensidad extraordinaria. Para profundizar en esto
tendríamos que estudiar la capacidad de memoria del sistema por métodos diferentes de los
ordinarios, tales como los que hemos avistado en este artículo. Esos nuevos métodos implican
necesariamente una medida de la vitalidad del Sol. Las consideraciones de Ivanov sobre la
velocidad de transferencia de energía son aquí igualmente aplicables.
En principio, parece mucho más complicado medir la vitalidad global del clima
terrestre, puesto que habría que extraer primero componentes pulsantes. Naturalmente, aquí el
primer vínculo de referencia ha de ser el Sol, independientemente del agregado de factores
endógenos con el que trabajan principalmente los meteorólogos. Por otra parte, también pueden
existir componentes pulsantes en la difusión del calor del núcleo de la Tierra, y nos inclinamos a
pensar que estos pueden tener una importancia extraordinaria, fundamentalmente a través del
calentamiento de las masas oceánicas. El clima de la Tierra es ante todo un fenómeno de
intercambio, una mera superficie de contacto entre el interior del planeta y las perturbaciones
externas; y la actividad humana continua siendo todavía, en comparación, un factor bastante
insignificante. Es evidente que para hablar con sentido de la deriva climática necesitamos un
conocimiento mucho más profundo de los potenciales implicados, y que no disponemos todavía
de las matemáticas adecuadas para identificar sus componentes. Y si el clima es uno de los
ejemplos más claros de concurrencia de fenómenos aleatorios, es justamente la correcta
definición del componente pulsante la que nos permitirá establecer diferencias entre azar y
necesidad. Esta definición exige a su vez una medida apropiada y más perspicaz del intercambio
y balance con el ambiente.

No es necesario decir que apenas conozco nada del cálculo fraccional. Si me he


permitido toda esta especulación sin restricciones, ha sido con la intención de mostrar que, al
menos según mi percepción, no estamos ante un nuevo suplemento añadido al ya copioso

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acervo del análisis, sino que muy bien podríamos estar ante una enorme ampliación y
generalización de su espacio entero. Cosas así no se comprenden de golpe ni de un día para otro,
aunque la velocidad de la transformación, de producirse, dependerá crucialmente del propio
espacio de generalización que encontremos disponible para el análisis fraccional y sus
operadores. Incluso ahora, el cálculo fraccional ya es suficientemente valioso, desde el
momento en que nos está acercando a otras nociones más apropiadas para medidas de procesos
globales, planteando paralela y complementariamente el problema de su localización. El tema
entero está lleno de profundas implicaciones que invitan naturalmente a la reflexión filosófica, y
no debe quedar restringido a la solución de problemas técnicos. Precisar estos conceptos nos
llevaría a una percepción mucho más concreta de los fenómenos naturales y de nuestra relación
con ellos; nos permitiría ver continuidad donde ahora vemos cosas separadas, y nos permitiría
igualmente diferenciar cosas que ahora consideramos en bloque. Hemos intentado, por tanto,
mostrar algunas de las innumerables consecuencias prácticas que aquí pueden tener lugar, y en
ciertos casos, en muy breve plazo.
El análisis es el estudio infinito del infinito; pero, a pesar de todo, es mucho más que
intentar reducirlo todo a un pulvísculo infinitesimal. Igualmente, nos ayuda a percibir nuevos
vínculos y relaciones, allí donde hemos perdido la capacidad de percibir esas relaciones de una
forma directa –además de plantear otras enteramente nuevas, que nunca habríamos buscado por
iniciativa propia. Reducir el análisis a una cosmovisión cualquiera es un craso error. El análisis
no tiene en sí mismo nada que ver con nuestros conceptos completamente provisionales de
partículas, bits, información, y un largo etcétera, y proseguirá incontenible su camino dejando
atrás todas estas cosas. Y nosotros, como siempre, nos esforzaremos por darle un contenido
afín.
Esperamos que los conceptos aquí sugeridos sean lo suficientemente simples como para
tener un interés general.

Agradecimientos

Agradezco a Juan Trujillo y a Matti Pitkanen sus útiles discusiones y su atención.

14 de Marzo, 2006

© 2006, Miguel Ángel Martínez Iradier

REFERENCIAS

1- William O. Davis: “The Fourth Law of Motion”, Analog Science Fiction/Science Fact
Magazine, May, 1962, and William O. Davis, G. Harry Stine, E. L. Victory, and S. A. Korff,
“Some Aspects of Certain Transient Mechanical Systems”, Presentation to the American
Physical Society, April 23, 1962, New York University.

2- S. Vongehr: “Solitons”
http://physics.usc.edu/~vongehr/solitons_html/solitons.pdf

3-Juan Bisquert: “Interpretation of a fractional diffusion equation with nonconserved


probability density in terms of experimental systems with trapping or recombination”
http://www.elp.uji.es/paperspdf/2005%20PRE%20fractdecay.pdf

4-M. Iradier: “Wavelets, pulse analysis and the third derivative of time”
http://www.hurqualya.com/pulse_diagnosis.htm

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5- H. Kleinert, S. V. Shabanov: “Brownian motion of massive particle in a space with curvature
and torsion and crystals with defects”
http://arxiv.org/abs/cond-mat/9504121

6- Shipov, G.I. "A Theory of Physical Vacuum"


http://www.shipov.com/science.html

7- I. Podlubny: “Geometrical and physical interpretation of fractional integration and fractional


differentiation”
http://www.tuke.sk/podlubny/pspdf/pifcaa_r.pdf

8- Michael Wales: “The Fine Structure Constant”


http://www.fervor.demon.co.uk/Default1.htm

9- Yuri N. Ivanov: “Frequency Space- The classical mechanics of Rhytmodynamics”

10 - Croca J.R. “Beyond Heisenberg´s Uncertainty Limits”


http://cfcul.fc.ul.pt/equipa/croca/berkeley%20-%20paper.pdf

11- Kiehn, R.M. et al: “Cartan`s Corner”:


http://www22.pair.com/csdc/car/carfre24.htm

12- Poincaré, H. “Ciencia e hipótesis”, Madrid : Espasa Calpe, 2002

13-“Riemanniana selecta”
Edición y estudio introductorio de José Ferreirós
Consejo Superior de Investigaciones científicas, D. L. 2000.

14- Mach, Ernst: “The science of mechanics”

15- W. Chen: “Time-space fabric underlying anomalous diffusion”


http://www.ma.utexas.edu/mp_arc/c/05/05-170.pdf

16- R. Metzler and J. Klafter: “The Restaurant at the End of the Random Walk:
Recent Developments in Fractional Dynamics of Anomalous Transport Processes”
J. Phys. A 37, R161-R208 (2004).

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