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Marco Tulio Cicerón  (106 a. C.- 43 a. C.

) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador


romano.1 Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en
latín de la República romana.

Gran orador y reputado abogado, Cicerón centró —mayoritariamente— su atención en


su carrera política.

Formación.

Cicerón nació Arpino, un municipio localizado a 110 kilómetros de la capital, en el seno


de una familia plebeya elevada al orden ecuestre, electoralmente perteneciente a la tribu
Cornelia. El padre del orador era un caballero cuya delicada salud imposibilitaba la
realización de cualquier aspiración política, a causa de lo cual decidió permanecer en el
campo, donde se dedicó a la literatura.

Cuando era niño lo enviaron a Roma para estudiar Derecho con los más importantes
letrados del momento. Como todos los ciudadanos romanos, a los diecisiete años
comenzó el servicio militar bajo las órdenes de Pompeyo Estrabón —padre de
Pompeyo— durante la Guerra Social (91-88 a. C.). Cuando terminó el conflicto (81 a.
C.) retomó los estudios. En 79 a. C. pronunció el Pro Roscio Amerino, en el que había
un ataque implícito al dictador Sila. La increíble actuación del orador, que posibilitó que
Roscio resultara libre, le llevó a determinar que lo más prudente era mantenerse
apartado de la ira de Sila durante un tiempo, por lo que marchó a Grecia (79 a. C.-77 a.

Finalizado el periodo de formación retórica y filosófica retornó a la capital y se casó con


Terencia. Fruto de este matrimonio nacieron Tulia y Marco.

Comienzos de su carrera política.

Empezó su carrera política en 75 a. C., cuando alcanzó el cuestorado —primer paso del
cursus honorum— en (Sicilia). No obstante, en 70 a. C. es cuando comienza a ser
reconocido a raíz del proceso contra Verres; Cicerón representó a los sicilianos que
acusaron a este, exadministrador de la provincia, de estar implicado en múltiples casos
de corrupción y en el robo de obras de arte. El discurso de Cicerón resultó tan
contundente que Verres, aunque estaba representado por el más célebre orador de la
época —Hortensio— se exilió voluntariamente en (Marsella) inmediatamente después
de esta primera intervención —la llamada actio prima—.

En 69 a. C. obtuvo la edilidad y en 66 a. C. la pretura. Ese mismo año defendió el


proyecto de ley del tribuno de la plebe Manilio, que proponía conceder a Pompeyo el
mando de la lucha contra Mitrídates; el discurso que pronunció —De Lege Manilia— le
distanció de los conservadores (optimates) que se opusieron al proyecto. En ese
momento Cicerón decidió liderar una «tercera vía», la de los «hombres buenos» —boni
viri— entre el conservadurismo de los optimates y el «reformismo» radical de los
populares; como consecuencia, la aparición en escena de populares como César o
Catilina le llevó a acercarse nuevamente a los conservadores.

El año 63 a. C.

Durante la república romana tardía, el senador Lucio Sergio Catilina comenzó a ganarse
la enemistad de la aristocracia romana quién le temía, a él y a sus planes económicos
que promovían la cancelación completa de las tabulae novae y las reivindicaciones de
ampliar el poder de las asambleas de la plebe. Catilina se postuló varias veces por el
consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única
posibilidad de obtener el consulado era ya a través de medios ilegítimos, la conjuración
o la revolución.

Privado de sus apoyos políticos, Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado y
comenzó a reclutar un nutrido grupo de hombres de las clases senatoriales y ecuestres
descontentos con la política del Senado. Promoviendo su política de condonación de
deudas, Catilina reunió a muchos pobres bajo su bandera. Envió a Cayo Manlio, un
antiguo centurión del ejército, para liderar la conjura en Etruria, donde éste consiguió
reunir un ejército, especialmente entre los veteranos de Sila.1Envió también a otros
hombres a tomar posiciones importantes a lo largo de la península itálica e inició una
pequeña revuelta de esclavos en Capua.

Mientras el malestar de la población se dejaba sentir por los campos romanos, Catilina
hizo los preparativos finales para la conjura en Roma. La acción debía iniciarse
simultáneamente en varios puntos de Italia, especialmente en Etruria, donde, como puso
al descubierto la rebelión de Lépido, existía un particular descontento entre la población
y los veteranos. Sus planes incluían los incendios y la matanza de senadores, tras los
cuales se uniría al ejército reunido por Manlio. La revolución siempre según los planes
iniciales habría de alcanzar finalmente a la ciudad de Roma, donde la promesa de un
programa social sostendría a Catilina como dictador o como cónsul. Para llevar estos
planes a cabo, deberían asesinar a Cicerón al amanecer del 7 de noviembre del 63 a.
C.

Aunque los políticos populares como Craso y César estuvieron al corriente de la


conjuración, parece lo más probable que permanecieran alejados de ella por considerar
los planes demasiado radicales o difíciles de llevar a cabo. Cicerón tuvo, sin embargo,
conocimiento de lo que se tramaba cuando Quinto Curio, uno de los senadores, le alertó
del peligro. De este modo, Cicerón pudo escapar de una muerte segura.

Poco después, Cicerón denunciaría a Catilina ante el senado en el primero de los


discursos de las Catilinarias. De ese momento es una de sus más famosas frases:

¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia, Catilina?

Catilina estaba presente cuando Cicerón pronunció el discurso en el templo de Júpiter


Stator: al entrar en el mismo, los demás senadores se apartaron de él y lo dejaron solo
en su escaño. Catilina trató de replicar el discurso, pero los senadores lo interrumpieron
una y otra vez acusándolo de traidor. Tantos fueron los insultos que vertieron contra
Catilina, que éste tuvo que salir corriendo del Senado, y poco después abandonó la
ciudad y se dirigió al campamento de Manlio, quien estaba al mando del ejército rebelde.
Al día siguiente, Cicerón llamó a reunión al Senado, y pronunció su Segunda catilinaria.

En este discurso, Cicerón informó a los habitantes de Roma que Catilina había
abandonado la ciudad, no partiendo hacia el exilio como se rumoreaba, sino para unirse
al ejército rebelde con el que pensaba derrocar el gobierno del Senado y del Pueblo de
Roma. Describió a los conspiradores que apoyaban a Catilina como a hombres ricos
endeudados, gente ansiosa de poder y riquezas, veteranos seguidores de Sila, gente
arruinada que esperaba algún cambio, criminales, libertinos, y demás gente de la ralea
de Catilina. Aseguró al pueblo de Roma que no debían temer nada de Catilina, pues él
[Cicerón], el cónsul, y los dioses protegerían al estado.

Mientras tanto, Catilina se había unido a Manlio, comandante de la fuerza rebelde.


Cuando el Senado fue informado de esto, declararon a ambos enemigos públicos.
Antonio, con tropas leales a Roma, fue enviado contra Catilina, mientras Cicerón quedó
al cargo de la defensa de Roma. Entre este segundo discurso y el tercero, tuvo lugar la
decisiva batalla entre las tropas de Catilina y las de Antonio; Catilina, al ver que todo
estaba perdido, decidió suicidarse antes que entregarse al Senado romano.

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