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Formación.
Cuando era niño lo enviaron a Roma para estudiar Derecho con los más importantes
letrados del momento. Como todos los ciudadanos romanos, a los diecisiete años
comenzó el servicio militar bajo las órdenes de Pompeyo Estrabón —padre de
Pompeyo— durante la Guerra Social (91-88 a. C.). Cuando terminó el conflicto (81 a.
C.) retomó los estudios. En 79 a. C. pronunció el Pro Roscio Amerino, en el que había
un ataque implícito al dictador Sila. La increíble actuación del orador, que posibilitó que
Roscio resultara libre, le llevó a determinar que lo más prudente era mantenerse
apartado de la ira de Sila durante un tiempo, por lo que marchó a Grecia (79 a. C.-77 a.
Empezó su carrera política en 75 a. C., cuando alcanzó el cuestorado —primer paso del
cursus honorum— en (Sicilia). No obstante, en 70 a. C. es cuando comienza a ser
reconocido a raíz del proceso contra Verres; Cicerón representó a los sicilianos que
acusaron a este, exadministrador de la provincia, de estar implicado en múltiples casos
de corrupción y en el robo de obras de arte. El discurso de Cicerón resultó tan
contundente que Verres, aunque estaba representado por el más célebre orador de la
época —Hortensio— se exilió voluntariamente en (Marsella) inmediatamente después
de esta primera intervención —la llamada actio prima—.
El año 63 a. C.
Durante la república romana tardía, el senador Lucio Sergio Catilina comenzó a ganarse
la enemistad de la aristocracia romana quién le temía, a él y a sus planes económicos
que promovían la cancelación completa de las tabulae novae y las reivindicaciones de
ampliar el poder de las asambleas de la plebe. Catilina se postuló varias veces por el
consulado sin éxito, lo que quebró definitivamente sus ambiciones políticas. La única
posibilidad de obtener el consulado era ya a través de medios ilegítimos, la conjuración
o la revolución.
Privado de sus apoyos políticos, Catilina derivó hacia el populismo más exacerbado y
comenzó a reclutar un nutrido grupo de hombres de las clases senatoriales y ecuestres
descontentos con la política del Senado. Promoviendo su política de condonación de
deudas, Catilina reunió a muchos pobres bajo su bandera. Envió a Cayo Manlio, un
antiguo centurión del ejército, para liderar la conjura en Etruria, donde éste consiguió
reunir un ejército, especialmente entre los veteranos de Sila.1Envió también a otros
hombres a tomar posiciones importantes a lo largo de la península itálica e inició una
pequeña revuelta de esclavos en Capua.
Mientras el malestar de la población se dejaba sentir por los campos romanos, Catilina
hizo los preparativos finales para la conjura en Roma. La acción debía iniciarse
simultáneamente en varios puntos de Italia, especialmente en Etruria, donde, como puso
al descubierto la rebelión de Lépido, existía un particular descontento entre la población
y los veteranos. Sus planes incluían los incendios y la matanza de senadores, tras los
cuales se uniría al ejército reunido por Manlio. La revolución siempre según los planes
iniciales habría de alcanzar finalmente a la ciudad de Roma, donde la promesa de un
programa social sostendría a Catilina como dictador o como cónsul. Para llevar estos
planes a cabo, deberían asesinar a Cicerón al amanecer del 7 de noviembre del 63 a.
C.
En este discurso, Cicerón informó a los habitantes de Roma que Catilina había
abandonado la ciudad, no partiendo hacia el exilio como se rumoreaba, sino para unirse
al ejército rebelde con el que pensaba derrocar el gobierno del Senado y del Pueblo de
Roma. Describió a los conspiradores que apoyaban a Catilina como a hombres ricos
endeudados, gente ansiosa de poder y riquezas, veteranos seguidores de Sila, gente
arruinada que esperaba algún cambio, criminales, libertinos, y demás gente de la ralea
de Catilina. Aseguró al pueblo de Roma que no debían temer nada de Catilina, pues él
[Cicerón], el cónsul, y los dioses protegerían al estado.