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Introducción
El concepto de estrategia corporativa ocupa actualmente un lugar
central en la manera en que los administradores piensan acerca
de sí mismos y sus organizaciones. De acuerdo con la ortodoxia
que se plantea en las escuelas de administración y adoptan
algunos consultores, analistas de la bolsa de valores,
instituciones financieras y medios de comunicación, cualquier
organización debe tener una estrategia porque, de lo contrario, se
encuentra sin dirección en un entorno cada vez más turbulento y
económica y políticamente cargado.
Hasta hoy, mucha de la literatura académica (por ejemplo, Ansoff,
1965; Hofer y Schendel, 1978; Porter, 1980, 1985) tendió a generar
y/o apoyar esta ortodoxia en la cual la estrategia se percibe como
un conjunto de técnicas “racionales” para dirigir empresas
complejas en un entorno cambiante. Sin embargo, existen otros
(por ejemplo, Pettigrew, 1985, 1985a, 1985b, 1986, 1987, 1988;
Mintzberg, 1978; Mintzberg y Waters, 1982, 1985; Mintzberg y
McHugh, 1985) que comenzaron a desafiar esta ortodoxia
cuestionando el grado en el cual la estrategia encarna en realidad
procesos racionales. Ellos prestan atención al carácter
socialmente construido, y por lo tanto político, de los procesos
estratégicos y a la incapacidad de los modelos racionales para
dar cuenta de la velocidad y dirección inciertas del cambio
organizacional.
En este documento desarrollamos un marco de referencia para el
análisis crítico de la estrategia corporativa que se distingue de
las dos posturas anteriores. Esto implica centrarse en la
estrategia corporativa como un conjunto de discursos y prácticas
que transforma a gerentes y empleados por igual en sujetos que
aseguran su sentido del propósito y de la realidad al formular,
evaluar y llevar a cabo la estrategia. Por lo tanto, nuestra
preocupación principal es el surgimiento, desarrollo y
reproducción del discurso de la estrategia per se. Esto requiere
una investigación de las condiciones bajo las cuales el discurso
estratégico se convierte en “pensable” y “práctico”. En términos
de organizaciones diferentes y sus interrelaciones, supone un
examen de las condiciones bajo las cuales la “viabilidad” del
discurso se transforma en una fuerza disciplinaria. A su vez,
conlleva un análisis de la subjetividad, es decir, un intento de
comprender en qué forma el discurso de la estrategia se vuelve
parte de la identidad de gerentes y trabajadores.
El documento se divide en tres partes. En la primera,
desarrollamos el concepto de discurso y las implicaciones que
tiene para el estudio de la estrategia. En particular dirigimos la
atención hacia aquellas prácticas discursivas que históricamente
pueden verse como condiciones previas para la posible
formación de discursos sobre la estrategia. Desde nuestra
perspectiva, en las escuelas de administración y entre los
profesionales hay una tendencia a tratar el discurso de la
estrategia corporativa como una característica “natural” más que
como un rasgo problemático de la vida organizacional. Nuestra
forma de explorar el carácter problemático de la estrategia es
examinar la historia no necesariamente continua de su formación
discursiva. En la segunda parte de este ensayo, analizamos el
discurso estratégico como si fuera una tecnología o un
mecanismo de poder que tiene ciertos efectos de verdad. Aquí
nuestra preocupación no es investigar la “verdad” de la
estrategia tanto como las consecuencias de que sea definida
como verdadera. En particular, centramos la atención en la
manera en que los individuos se transforman en sujetos cuyo
sentido de significado y realidad se vincula a su participación en
el discurso y práctica de la estrategia. En este sentido, la
estrategia puede entenderse como un discurso que produce
autodisciplina subjetiva. En la tercera y última sección,
intentamos demostrar cómo este enfoque se distingue de las
descripciones críticas desarrolladas por teóricos procesales
como Pettigrew y Mintzberg. A lo largo de este ensayo también
llamamos la atención hacia un número de cuestiones empíricas
que el análisis del discurso debería investigar en forma más
amplia.
El concepto de discurso
El concepto de discurso se encuentra asociado de forma muy
cercana a los escritos de Foucault. En la obra de este autor,
adopta una variedad de significados y no es nuestra intención
discutir esto con detalle o abogar por una descripción “correcta”
del discurso. En términos generales, concebimos el discurso
como un conjunto de ideas y prácticas que condicionan nuestra
forma de relacionarnos con fenómenos particulares y de actuar
sobre ellos. Puesto que un discurso siempre está arraigado en la
práctica social, no puede ser reducido a su contenido ideal como
tampoco puede ser percibido como carente de teoría. Por
ejemplo, en el análisis de Foucault sobre la locura, la enfermedad
o la criminalidad, se hace hincapié en que estas categorías se
construyen en contextos sociales particulares. Una vez que se
reconocen como tales, es decir, cuando los sujetos llegan a
entender el mundo en estos términos, entonces se desarrollan
prácticas sociales que reproducen esta percepción como la
“verdad”. Esto ocurre especialmente como resultado de una
combinación de relaciones de poder y saber representadas por
activistas políticos y “expertos”, los cuales generan un discurso
convincente que implica que los locos y dementes sean
segregados, en forma física, de la sociedad “normal” a través de
un sistema de encarcelamiento institucional. Un ejercicio
semejante de poder institucionaliza manifiestamente el saber que
sustenta y reproduce estas prácticas de división, así como la
“verdad” de la distinción entre la subjetividad de normalidad y
locura. En este sentido, el discurso produce sus propios efectos
de verdad a través de la elaboración de una visión del mundo en
la que se definen problemas que el discurso puede “resolver”.
Por lo tanto, un discurso no es simplemente una “forma de ver”;
siempre está inserto en prácticas sociales que reproducen esa
forma de ver como la
“verdad” del discurso. Es por esta razón que Foucault subraya la
inseparabilidad de poder y saber. Este último siempre está ligado
de forma intrínseca a las tecnologías de poder que reproducen
prácticas discursivas particulares.
Es importante advertir que aquí no estamos reproduciendo un
argumento funcionalista en el cual las normas y valores se unen
para crear un sistema funcionalmente reproductivo. En las
sociedades modernas existe una pluralidad de discursos a los
que los actores pueden recurrir. Foucault hace hincapié en que
los efectos de poder de los discursos siempre están sujetos a
resistencia; un factor más que origina el dinamismo de un
discurso. En términos generales, el orden social se cumple
casualmente a través de las acciones hábiles de sujetos que
coordinan sus relaciones con otros mediante diversas tácticas
que establecen o confirman las bases para el intercambio
comunicativo (en relación con el tema de la etnometodología,
véase Heritage, 1987). Por lo tanto, los efectos de poder de los
discursos deben ser reproducidos. Como señala Giddens, es
axiomático que el actor pueda “actuar de otro modo”; en
consecuencia, el discurso no puede entenderse como opresivo ni
omnipotente. Los discursos cambian a medida que los actores se
adaptan y cambian las condiciones del proceso de reproducción.
Si éste no fuera el caso, no podríamos hablar del surgimiento de
nuevos discursos, mediante los cuales nos referimos a la
aparición de formas cualitativamente nuevas de “realizar” las
relaciones sociales. Por otra parte, los discursos se encuentran
en un nivel “interno” del sujeto, proporcionando la base sobre la
que se construye la subjetividad misma. Por ello, si queremos
entender, tanto a los sujetos como a las relaciones sociales,
necesitamos comprender los discursos dentro de los cuales
rutinariamente insertan sus propios autoentendimientos.
El concepto de genealogía
Del argumento anterior se deriva que cuando se emplea este
enfoque, una tarea clave es analizar el conjunto diverso de
condiciones que hace posible, aunque no inevitable, que un
discurso particular se constituya y desarrolle.
Esto es a lo que nos referimos con “genealogía”. No es una
cuestión de buscar un origen, ya que no puede rastrearse ni una
sola fuente a partir de la cual pueda seguirse el progreso de un
discurso particular. Más bien, el análisis implica una búsqueda de
prácticas y discursos discretos de los que pueda decirse que han
sido moldeados y reconstituidos hasta llegar a ser una nueva
formación discursiva. En este sentido, el análisis genealógico
constituye un intento por demostrar que los discursos
particulares están constituidos históricamente por procesos
específicos, en los cuales los discursos existentes cambian y se
adaptan a un conjunto de prácticas cualitativamente diferente. El
análisis genealógico no es una “historia de las ideas” ni una
“historia” per se.(por si mismo)
En cambio, desea mostrar cómo las relaciones sociales de poder
y conocimiento se reconstituyen para crear nuevas formas de ver
y actuar.
También se preocupa por “registrar la singularidad de
acontecimientos superficiales” (Burrell 1988, p. 229).
Estrategia corporativa
Desde nuestra perspectiva, es posible identificar un discurso de
estrategia que tiene una relación específica con las empresas
corporativas. Este discurso posee sus propias condiciones
históricas de posibilidad; encarna formas particulares de percibir
las organizaciones, los sujetos y las sociedades; está inserto en
conjuntos particulares de relaciones sociales; tiene efectos de
verdad particulares que son disciplinarios sobre sujetos y
organizaciones; se reproduce en conjuntos específicos de
relaciones de poder y saber y encuentra resistencia en puntos
particulares. En lo que resta de este documento pretendemos
elaborar estos aspectos, comenzando, en primer lugar, con un
intento por examinar las condiciones históricamente específicas
del surgimiento del discurso de estrategia.
La fascinación de la comunidad empresarial con el concepto de
estrategia es comparativamente nueva. Bracker afirma que: “Los
primeros escritores modernos que relacionaron el concepto de
estrategia con las empresas fueron von Neumann y Morgenstern
(1947) con su teoría de juegos” (Bracker 1980, p. 219).
Esto saca a relucir una paradoja interesante. Si la estrategia es
tan importante, ¿cómo fueron capaces de sobrevivir tanto tiempo
las empresas sin contar “conscientemente” con un concepto de
estrategia? La respuesta a esta pregunta resulta en particular
significativa para nosotros, porque aunque la estrategia ingresó a
las organizaciones empresariales en parte como respuesta a
ciertas condiciones, como se demostrará más adelante, se da el
caso de que el discurso también constituye los problemas para
los cuales afirma ser una solución.
Al fracasar en el reconocimiento del carácter mutuamente
constitutivo de la estrategia y los problemas que se piensa que
resolverá, varios autores (por ejemplo, Chandler, 1962, 1977;
Williamson, 1975) simplemente atribuyen el propósito estratégico
al mundo empresarial como si hubiera existido antes de que los
profesionales lo suscribieran de forma explícita a la disciplina de
la estrategia. Lo anterior significa adoptar el papel intelectual de
“legislador” como lo describe Bauman (1988), esto es, suponer
que el intelectual puede decir a la gente lo que las estrategias
“realmente” significan o lo que estaban haciendo “realmente”, lo
cual es distinto del propio entendimiento discursivo de las
acciones de los actores. Dentro de un paradigma como éste, el
discurso de los profesionales se trata con frecuencia como un
conjunto de representaciones falsas de una realidad implícita que
oculta a los actores sus “verdaderos” intereses o intenciones, lo
que está equivocado porque, como lo ha afirmado Hindess
(1986), las “intenciones” y los “intereses” no pueden identificarse
separados de los discursos en los que se expresan (si se desea
una explicación más amplia de este argumento, véase también
Hindess, 1987). Los sujetos no existen “antes” de su implicación
en el discurso. En consecuencia, la noción de sujeto y
subjetividad no deben fusionarse con el concepto de individuo ni
pueden considerarse como un sustituto de éste. Más bien, los
sujetos se constituyen como ciertas categorías de
actores/individuos a través de prácticas discursivas. Por estas
razones, no podemos aceptar la legitimidad de atribuir el intento
estratégico a los profesionales de los negocios cuando el
concepto de estrategia aún no ha garantizado una posición firme.
Por supuesto, esto no niega las intenciones de los profesionales
que entonces se racionalizan sin dificultad como estrategias.
Sin embargo, esas racionalizaciones y las descripciones de los
académicos que las legitiman pueden percibirse como un
elemento importante del discurso en sí mismo y como una parte
de la forma en que se hace que parezca natural e inevitable. En
contraste con estas descripciones legitimadoras que tienden a
reescribir la historia en términos del presente, el análisis
discursivo intenta reescribir el presente en términos de la
historia.
Por lo tanto, esto tiene que ver con las condiciones que hicieron
posible el surgimiento de este discurso de estrategia corporativa,
históricamente específico, y que transformara las prácticas
actuales en las organizaciones.
Esto requiere analizar de manera particular el contexto
institucional en el que el discurso pudo identificarse por primera
vez. Una vez hecho esto, es evidente de inmediato que hasta hace
muy poco tiempo el impulso hacia la articulación, la expansión y
la utilización de la estrategia corporativa provino de Estados
Unidos. Dos aspectos de esto pueden separarse por propósitos
heurísticos: primero aquél de la aparición del discurso gerencial
en términos amplios en Estados Unidos y, segundo, la naturaleza
cambiante de las corporaciones estadounidenses en el periodo
posterior a 1945.
Con relación al primero, Estados Unidos había sido la fuente de la
mayoría del pensamiento innovador acerca de la naturaleza del
papel de la administración y de las organizaciones a partir de los
planteamientos de Weber. Desde finales del siglo XIX, se dio una
simbiosis particular entre el conocimiento teórico y el
experimental sobre la administración y las organizaciones que se
había incorporado a la naciente cultura de las escuelas de
administración de negocios de las universidades
estadounidenses. A diferencia de lo que sucedía en Europa,
donde el ethos (Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el
carácter o la identidad de una persona o una comunidad) de las universidades
estaba separado de forma muy clara respecto del ethos de la
industria y del mundo del trabajo (véase, por ejemplo, la
discusión acerca de la cultura inglesa de Wiener, 1985), en
Estados Unidos, los principales industrialistas como Carnegie,
Mellon, Sloan y otros, dotaron y apoyaron a instituciones con el
más alto nivel de estatus en el sistema universitario
estadounidense a partir del propósito explícito de fomentar la
investigación y la capacitación en el campo empresarial. Aunque
se da el caso de que varias técnicas e ideas gerenciales (como
las del sistema de Bedaux y las prescripciones administrativas de
Fayol) se desarrollaron en Europa, éstas únicamente se llevaron a
la práctica de forma gradual e intermitente por parte de
administraciones europeas y carecían de cualquier base
institucional en las universidades que se comparara con Estados
Unidos (véase Littler, 1982).
Alrededor de la época de la Primera Guerra Mundial, el taylorismo
se ramificaba en la esfera completa de la administración de la
producción y la planeación de la fuerza de trabajo y establecía un
séquito entre los diseñadores de políticas, los administradores y
los académicos en Estados Unidos. En parte como respuesta
crítica al economicismo del taylorismo, en Harvard, bajo el
liderazgo de Elton Mayo, se desarrollaba la psicología industrial
que ganaba adeptos por todo el mundo. Por lo tanto, hacia finales
de la década de 1930, en Estados Unidos ya existía un discurso
gerencial poderoso encarnado en muchísimas prácticas
materiales y grupos profesionales, lo cual, en gran medida,
estaba ausente en el contexto europeo.
Sin embargo, es importante señalar que estos discursos eran
predominantemente intra-organizacionales. Tenían que ver con el
control de la producción dentro de la organización. La ubicación
en el mercado de la organización, su ambiente externo y diversas
tecnologías de intervención (por ejemplo, el marketing, la
publicidad para el consumo de masas) que son los rasgos
interrelacionados clave de la estrategia corporativa no se habían
constituido aún de manera suficientemente clara como para
convertirse en objetos del discurso teórico o administrativo.
Las causas para que esto sucediera de esa manera son
complejas. Un rasgo se relaciona con los discursos económicos
a través de los cuales se entendían los mercados en ese
momento. El dominio de la filosofía del libre mercado representó
que la administración tratara el asunto central como si obtuviera
los factores de la producción justo dentro de la organización.