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ESTRATEGIA CORPORATIVA, ORGANIZACIONES Y

SUBJETIVIDAD: UNA CRÍTICA∗


David Knights y Glenn Morgan∗∗
Resumen
Este ensayo tiene la intención de desarrollar un nuevo enfoque para el
estudio de la estrategia corporativa. Utiliza la metodología de Michel
Foucault para sugerir que la estrategia corporativa puede percibirse
como un discurso que posee sus propias condiciones específicas de
posibilidad. Sus orígenes históricos se encuentran en varios ejercicios
de poder dentro del manejo de la guerra y el desarrollo de las
organizaciones empresariales. La estrategia se ubica como un
conjunto emergente de prácticas que tiene consecuencias de poder
características para las organizaciones y la subjetividad. Los análisis
de la estrategia no pueden reducirse a descripciones racionalistas de
los mercados y entornos, ni tampoco a entendimientos interpretativos
de los marcos de referencia de los actores. El surgimiento y
reproducción de “estrategia” como elemento esencial del discurso
administrativo necesita localizarse en los cambios específicos en las
organizaciones y en la subjetividad gerencial, ya que es un mecanismo
de poder que transforma a los individuos en clases particulares de
sujetos que aseguran una sensación de bienestar a través de la
participación en prácticas estratégicas. Por lo tanto, el conflicto acerca

∗ Una versión previa de este ensayo se presentó en el Noveno Colloquium E. G. O. S en


Berlín, del 11 al 14 de julio de 1989. Agradecemos a quienes ofrecieron sus críticas y también
a los revisores anónimos, así como al editor de O. S., quienes nos ayudaron a reescribir este
ensayo. También expresamos nuestro reconocimiento a los colegas de la Escuela de
Administración de Manchester, en especial a Rod Coombs, David Cooper, Fergus Murray y
Hugh Willmott, por habernos brindado tan útiles críticas. La traducción es de Mónica Portnoy.
∗∗ Escuela de Administración de Manchester, Universidad de Manchester, Instituto de Ciencia
y Tecnología, Manchester, Gran Bretaña.

de la “estrategia” es más que sólo una cuestión de políticos de carrera


y competencia de mercado. Atañe al significado mismo de lo que es el
ser humano y tiene efectos que, sin dificultad, legitiman las relaciones
prevalecientes de desigualdad y privilegio en las organizaciones e
instituciones contemporáneas.

Introducción
El concepto de estrategia corporativa ocupa actualmente un lugar
central en la manera en que los administradores piensan acerca
de sí mismos y sus organizaciones. De acuerdo con la ortodoxia
que se plantea en las escuelas de administración y adoptan
algunos consultores, analistas de la bolsa de valores,
instituciones financieras y medios de comunicación, cualquier
organización debe tener una estrategia porque, de lo contrario, se
encuentra sin dirección en un entorno cada vez más turbulento y
económica y políticamente cargado.
Hasta hoy, mucha de la literatura académica (por ejemplo, Ansoff,
1965; Hofer y Schendel, 1978; Porter, 1980, 1985) tendió a generar
y/o apoyar esta ortodoxia en la cual la estrategia se percibe como
un conjunto de técnicas “racionales” para dirigir empresas
complejas en un entorno cambiante. Sin embargo, existen otros
(por ejemplo, Pettigrew, 1985, 1985a, 1985b, 1986, 1987, 1988;
Mintzberg, 1978; Mintzberg y Waters, 1982, 1985; Mintzberg y
McHugh, 1985) que comenzaron a desafiar esta ortodoxia
cuestionando el grado en el cual la estrategia encarna en realidad
procesos racionales. Ellos prestan atención al carácter
socialmente construido, y por lo tanto político, de los procesos
estratégicos y a la incapacidad de los modelos racionales para
dar cuenta de la velocidad y dirección inciertas del cambio
organizacional.
En este documento desarrollamos un marco de referencia para el
análisis crítico de la estrategia corporativa que se distingue de
las dos posturas anteriores. Esto implica centrarse en la
estrategia corporativa como un conjunto de discursos y prácticas
que transforma a gerentes y empleados por igual en sujetos que
aseguran su sentido del propósito y de la realidad al formular,
evaluar y llevar a cabo la estrategia. Por lo tanto, nuestra
preocupación principal es el surgimiento, desarrollo y
reproducción del discurso de la estrategia per se. Esto requiere
una investigación de las condiciones bajo las cuales el discurso
estratégico se convierte en “pensable” y “práctico”. En términos
de organizaciones diferentes y sus interrelaciones, supone un
examen de las condiciones bajo las cuales la “viabilidad” del
discurso se transforma en una fuerza disciplinaria. A su vez,
conlleva un análisis de la subjetividad, es decir, un intento de
comprender en qué forma el discurso de la estrategia se vuelve
parte de la identidad de gerentes y trabajadores.
El documento se divide en tres partes. En la primera,
desarrollamos el concepto de discurso y las implicaciones que
tiene para el estudio de la estrategia. En particular dirigimos la
atención hacia aquellas prácticas discursivas que históricamente
pueden verse como condiciones previas para la posible
formación de discursos sobre la estrategia. Desde nuestra
perspectiva, en las escuelas de administración y entre los
profesionales hay una tendencia a tratar el discurso de la
estrategia corporativa como una característica “natural” más que
como un rasgo problemático de la vida organizacional. Nuestra
forma de explorar el carácter problemático de la estrategia es
examinar la historia no necesariamente continua de su formación
discursiva. En la segunda parte de este ensayo, analizamos el
discurso estratégico como si fuera una tecnología o un
mecanismo de poder que tiene ciertos efectos de verdad. Aquí
nuestra preocupación no es investigar la “verdad” de la
estrategia tanto como las consecuencias de que sea definida
como verdadera. En particular, centramos la atención en la
manera en que los individuos se transforman en sujetos cuyo
sentido de significado y realidad se vincula a su participación en
el discurso y práctica de la estrategia. En este sentido, la
estrategia puede entenderse como un discurso que produce
autodisciplina subjetiva. En la tercera y última sección,
intentamos demostrar cómo este enfoque se distingue de las
descripciones críticas desarrolladas por teóricos procesales
como Pettigrew y Mintzberg. A lo largo de este ensayo también
llamamos la atención hacia un número de cuestiones empíricas
que el análisis del discurso debería investigar en forma más
amplia.

Discurso, genealogía y estrategia


En esta primera sección nos concentramos en plantear
cronológicamente el discurso y la práctica de la estrategia. En
este punto, seguimos a Giddens (1979) en cuanto a que evitamos
tratar el presente como si fuera el orden natural de las cosas o la
consecuencia inevitable de lo que ocurrió antes. Esto implica
“liberarse de la camisa de fuerza de pensar únicamente en
términos del tipo de sociedad que conocemos en el aquí y ahora”
(Giddens, 1984, p. 26). También requiere que analicemos la
historia, no como una secuencia en una cadena de causas y
efectos, sino como acontecimientos más o menos discretos que,
en conjunto, crean una nueva formación discursiva. Por lo tanto,
el análisis no tiene que ver con la reproducción del pasado; más
bien pretende hacer que el presente sea más inteligible.
En la primera parte de esta sección abordamos el concepto de
discurso y buscamos aclarar su contribución al entendimiento de
las relaciones sociales. En la segunda parte, presentamos el
concepto de “genealogía” como una forma de comprender los
discursos como fenómenos históricamente constituidos. En la
tercera, esbozamos una “genealogía” preliminar del discurso de
estrategia.

El concepto de discurso
El concepto de discurso se encuentra asociado de forma muy
cercana a los escritos de Foucault. En la obra de este autor,
adopta una variedad de significados y no es nuestra intención
discutir esto con detalle o abogar por una descripción “correcta”
del discurso. En términos generales, concebimos el discurso
como un conjunto de ideas y prácticas que condicionan nuestra
forma de relacionarnos con fenómenos particulares y de actuar
sobre ellos. Puesto que un discurso siempre está arraigado en la
práctica social, no puede ser reducido a su contenido ideal como
tampoco puede ser percibido como carente de teoría. Por
ejemplo, en el análisis de Foucault sobre la locura, la enfermedad
o la criminalidad, se hace hincapié en que estas categorías se
construyen en contextos sociales particulares. Una vez que se
reconocen como tales, es decir, cuando los sujetos llegan a
entender el mundo en estos términos, entonces se desarrollan
prácticas sociales que reproducen esta percepción como la
“verdad”. Esto ocurre especialmente como resultado de una
combinación de relaciones de poder y saber representadas por
activistas políticos y “expertos”, los cuales generan un discurso
convincente que implica que los locos y dementes sean
segregados, en forma física, de la sociedad “normal” a través de
un sistema de encarcelamiento institucional. Un ejercicio
semejante de poder institucionaliza manifiestamente el saber que
sustenta y reproduce estas prácticas de división, así como la
“verdad” de la distinción entre la subjetividad de normalidad y
locura. En este sentido, el discurso produce sus propios efectos
de verdad a través de la elaboración de una visión del mundo en
la que se definen problemas que el discurso puede “resolver”.
Por lo tanto, un discurso no es simplemente una “forma de ver”;
siempre está inserto en prácticas sociales que reproducen esa
forma de ver como la
“verdad” del discurso. Es por esta razón que Foucault subraya la
inseparabilidad de poder y saber. Este último siempre está ligado
de forma intrínseca a las tecnologías de poder que reproducen
prácticas discursivas particulares.
Es importante advertir que aquí no estamos reproduciendo un
argumento funcionalista en el cual las normas y valores se unen
para crear un sistema funcionalmente reproductivo. En las
sociedades modernas existe una pluralidad de discursos a los
que los actores pueden recurrir. Foucault hace hincapié en que
los efectos de poder de los discursos siempre están sujetos a
resistencia; un factor más que origina el dinamismo de un
discurso. En términos generales, el orden social se cumple
casualmente a través de las acciones hábiles de sujetos que
coordinan sus relaciones con otros mediante diversas tácticas
que establecen o confirman las bases para el intercambio
comunicativo (en relación con el tema de la etnometodología,
véase Heritage, 1987). Por lo tanto, los efectos de poder de los
discursos deben ser reproducidos. Como señala Giddens, es
axiomático que el actor pueda “actuar de otro modo”; en
consecuencia, el discurso no puede entenderse como opresivo ni
omnipotente. Los discursos cambian a medida que los actores se
adaptan y cambian las condiciones del proceso de reproducción.
Si éste no fuera el caso, no podríamos hablar del surgimiento de
nuevos discursos, mediante los cuales nos referimos a la
aparición de formas cualitativamente nuevas de “realizar” las
relaciones sociales. Por otra parte, los discursos se encuentran
en un nivel “interno” del sujeto, proporcionando la base sobre la
que se construye la subjetividad misma. Por ello, si queremos
entender, tanto a los sujetos como a las relaciones sociales,
necesitamos comprender los discursos dentro de los cuales
rutinariamente insertan sus propios autoentendimientos.

En resumen, usamos el término discurso como abreviatura de


todo un conjunto de relaciones de poder y saber, las cuales están
escritas, habladas, comunicadas e inmersas en las prácticas
sociales. Estas relaciones tienen poder y efectos de verdad y son
las consecuencias resultantes las que constituyen una
preocupación principal del análisis del discurso. Sin embargo,
estos efectos no deben entenderse como el resultado inevitable
del dominio de un conjunto particular de valores y normas, sino
como el resultado producido accidentalmente de las acciones de
sujetos que pudieron “actuar de otro modo”.

El concepto de genealogía
Del argumento anterior se deriva que cuando se emplea este
enfoque, una tarea clave es analizar el conjunto diverso de
condiciones que hace posible, aunque no inevitable, que un
discurso particular se constituya y desarrolle.
Esto es a lo que nos referimos con “genealogía”. No es una
cuestión de buscar un origen, ya que no puede rastrearse ni una
sola fuente a partir de la cual pueda seguirse el progreso de un
discurso particular. Más bien, el análisis implica una búsqueda de
prácticas y discursos discretos de los que pueda decirse que han
sido moldeados y reconstituidos hasta llegar a ser una nueva
formación discursiva. En este sentido, el análisis genealógico
constituye un intento por demostrar que los discursos
particulares están constituidos históricamente por procesos
específicos, en los cuales los discursos existentes cambian y se
adaptan a un conjunto de prácticas cualitativamente diferente. El
análisis genealógico no es una “historia de las ideas” ni una
“historia” per se.(por si mismo)
En cambio, desea mostrar cómo las relaciones sociales de poder
y conocimiento se reconstituyen para crear nuevas formas de ver
y actuar.
También se preocupa por “registrar la singularidad de
acontecimientos superficiales” (Burrell 1988, p. 229).

Estrategia corporativa
Desde nuestra perspectiva, es posible identificar un discurso de
estrategia que tiene una relación específica con las empresas
corporativas. Este discurso posee sus propias condiciones
históricas de posibilidad; encarna formas particulares de percibir
las organizaciones, los sujetos y las sociedades; está inserto en
conjuntos particulares de relaciones sociales; tiene efectos de
verdad particulares que son disciplinarios sobre sujetos y
organizaciones; se reproduce en conjuntos específicos de
relaciones de poder y saber y encuentra resistencia en puntos
particulares. En lo que resta de este documento pretendemos
elaborar estos aspectos, comenzando, en primer lugar, con un
intento por examinar las condiciones históricamente específicas
del surgimiento del discurso de estrategia.
La fascinación de la comunidad empresarial con el concepto de
estrategia es comparativamente nueva. Bracker afirma que: “Los
primeros escritores modernos que relacionaron el concepto de
estrategia con las empresas fueron von Neumann y Morgenstern
(1947) con su teoría de juegos” (Bracker 1980, p. 219).
Esto saca a relucir una paradoja interesante. Si la estrategia es
tan importante, ¿cómo fueron capaces de sobrevivir tanto tiempo
las empresas sin contar “conscientemente” con un concepto de
estrategia? La respuesta a esta pregunta resulta en particular
significativa para nosotros, porque aunque la estrategia ingresó a
las organizaciones empresariales en parte como respuesta a
ciertas condiciones, como se demostrará más adelante, se da el
caso de que el discurso también constituye los problemas para
los cuales afirma ser una solución.
Al fracasar en el reconocimiento del carácter mutuamente
constitutivo de la estrategia y los problemas que se piensa que
resolverá, varios autores (por ejemplo, Chandler, 1962, 1977;
Williamson, 1975) simplemente atribuyen el propósito estratégico
al mundo empresarial como si hubiera existido antes de que los
profesionales lo suscribieran de forma explícita a la disciplina de
la estrategia. Lo anterior significa adoptar el papel intelectual de
“legislador” como lo describe Bauman (1988), esto es, suponer
que el intelectual puede decir a la gente lo que las estrategias
“realmente” significan o lo que estaban haciendo “realmente”, lo
cual es distinto del propio entendimiento discursivo de las
acciones de los actores. Dentro de un paradigma como éste, el
discurso de los profesionales se trata con frecuencia como un
conjunto de representaciones falsas de una realidad implícita que
oculta a los actores sus “verdaderos” intereses o intenciones, lo
que está equivocado porque, como lo ha afirmado Hindess
(1986), las “intenciones” y los “intereses” no pueden identificarse
separados de los discursos en los que se expresan (si se desea
una explicación más amplia de este argumento, véase también
Hindess, 1987). Los sujetos no existen “antes” de su implicación
en el discurso. En consecuencia, la noción de sujeto y
subjetividad no deben fusionarse con el concepto de individuo ni
pueden considerarse como un sustituto de éste. Más bien, los
sujetos se constituyen como ciertas categorías de
actores/individuos a través de prácticas discursivas. Por estas
razones, no podemos aceptar la legitimidad de atribuir el intento
estratégico a los profesionales de los negocios cuando el
concepto de estrategia aún no ha garantizado una posición firme.
Por supuesto, esto no niega las intenciones de los profesionales
que entonces se racionalizan sin dificultad como estrategias.
Sin embargo, esas racionalizaciones y las descripciones de los
académicos que las legitiman pueden percibirse como un
elemento importante del discurso en sí mismo y como una parte
de la forma en que se hace que parezca natural e inevitable. En
contraste con estas descripciones legitimadoras que tienden a
reescribir la historia en términos del presente, el análisis
discursivo intenta reescribir el presente en términos de la
historia.
Por lo tanto, esto tiene que ver con las condiciones que hicieron
posible el surgimiento de este discurso de estrategia corporativa,
históricamente específico, y que transformara las prácticas
actuales en las organizaciones.
Esto requiere analizar de manera particular el contexto
institucional en el que el discurso pudo identificarse por primera
vez. Una vez hecho esto, es evidente de inmediato que hasta hace
muy poco tiempo el impulso hacia la articulación, la expansión y
la utilización de la estrategia corporativa provino de Estados
Unidos. Dos aspectos de esto pueden separarse por propósitos
heurísticos: primero aquél de la aparición del discurso gerencial
en términos amplios en Estados Unidos y, segundo, la naturaleza
cambiante de las corporaciones estadounidenses en el periodo
posterior a 1945.
Con relación al primero, Estados Unidos había sido la fuente de la
mayoría del pensamiento innovador acerca de la naturaleza del
papel de la administración y de las organizaciones a partir de los
planteamientos de Weber. Desde finales del siglo XIX, se dio una
simbiosis particular entre el conocimiento teórico y el
experimental sobre la administración y las organizaciones que se
había incorporado a la naciente cultura de las escuelas de
administración de negocios de las universidades
estadounidenses. A diferencia de lo que sucedía en Europa,
donde el ethos (Conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el
carácter o la identidad de una persona o una comunidad) de las universidades
estaba separado de forma muy clara respecto del ethos de la
industria y del mundo del trabajo (véase, por ejemplo, la
discusión acerca de la cultura inglesa de Wiener, 1985), en
Estados Unidos, los principales industrialistas como Carnegie,
Mellon, Sloan y otros, dotaron y apoyaron a instituciones con el
más alto nivel de estatus en el sistema universitario
estadounidense a partir del propósito explícito de fomentar la
investigación y la capacitación en el campo empresarial. Aunque
se da el caso de que varias técnicas e ideas gerenciales (como
las del sistema de Bedaux y las prescripciones administrativas de
Fayol) se desarrollaron en Europa, éstas únicamente se llevaron a
la práctica de forma gradual e intermitente por parte de
administraciones europeas y carecían de cualquier base
institucional en las universidades que se comparara con Estados
Unidos (véase Littler, 1982).
Alrededor de la época de la Primera Guerra Mundial, el taylorismo
se ramificaba en la esfera completa de la administración de la
producción y la planeación de la fuerza de trabajo y establecía un
séquito entre los diseñadores de políticas, los administradores y
los académicos en Estados Unidos. En parte como respuesta
crítica al economicismo del taylorismo, en Harvard, bajo el
liderazgo de Elton Mayo, se desarrollaba la psicología industrial
que ganaba adeptos por todo el mundo. Por lo tanto, hacia finales
de la década de 1930, en Estados Unidos ya existía un discurso
gerencial poderoso encarnado en muchísimas prácticas
materiales y grupos profesionales, lo cual, en gran medida,
estaba ausente en el contexto europeo.
Sin embargo, es importante señalar que estos discursos eran
predominantemente intra-organizacionales. Tenían que ver con el
control de la producción dentro de la organización. La ubicación
en el mercado de la organización, su ambiente externo y diversas
tecnologías de intervención (por ejemplo, el marketing, la
publicidad para el consumo de masas) que son los rasgos
interrelacionados clave de la estrategia corporativa no se habían
constituido aún de manera suficientemente clara como para
convertirse en objetos del discurso teórico o administrativo.
Las causas para que esto sucediera de esa manera son
complejas. Un rasgo se relaciona con los discursos económicos
a través de los cuales se entendían los mercados en ese
momento. El dominio de la filosofía del libre mercado representó
que la administración tratara el asunto central como si obtuviera
los factores de la producción justo dentro de la organización.

Puesto que el mercado operaba por el principio de la mano


invisible, no tenía mucho caso intentar anticiparla, aunque el
crecimiento de la publicidad indicaba un interés en por lo menos
“doblegarla” ligeramente. Además, la ideología del espíritu
empresarial con su acento en cualidades inspiradoras y
carismáticas tendía a ver el papel del líder en términos casi
místicos como un aspecto penetrante de este conjunto de
procesos esencialmente opaco. Por otra parte, la separación en el
mercado, durante esta época, entre los grandes conglomerados
de Rockefeller, Morgan, Carnegie, etcétera, y las muchas
pequeñas empresas que existían, complicaba el cuadro. Las
empresas más grandes parecían capaces de controlar las fuerzas
del mercado, mientras que las más pequeñas sólo estaban en
posición de responder a esas fuerzas. La noción de intentar
segmentar el mercado y diferenciar los productos de acuerdo con
“tipos” específicos de consumidores aún no se había
desarrollado. La producción en masa constituía el orden del día
para las empresas más grandes, mientras que, para sobrevivir,
las compañías pequeñas tuvieron que desarrollar nichos muy
especializados.
Luego, a partir de estas breves consideraciones, puede percibirse
que el discurso gerencial tal como se desarrolló en Estados
Unidos durante el periodo anterior a 1945 todavía no había
generado un espacio claro, en el cual las ideas que formarían los
elementos centrales del discurso de estrategia corporativa (es
decir, la relación planificada entre el mercado y las características
internas de la organización) pudieran desarrollarse. A pesar de
que había discursos acerca de las nociones de control y
monitoreo internos, éstos se relacionaban con el análisis del
entorno externo sólo de forma tangencial.
Sin embargo, estaban ocurriendo cambios que junto con los
conceptos de orden y control interno comenzaron a dar origen a
este acento distintivo en la relación planificada entre mercados y
organizaciones que caracteriza al discurso estratégico.
Quisiéramos destacar tres rasgos de este proceso: la
reestructuración de las relaciones de propiedad, las condiciones
cambiantes de los mercados y los nuevos avances en la
estructura y administración de las organizaciones.
En primer lugar, durante el periodo de entreguerras en Estados
Unidos comenzó a darse una reestructuración gradual de las
relaciones de propiedad, además de la separación institucional
de la propiedad del control gerencial directo. Esto creó una
distancia entre los propietarios de las empresas y sus
administradores. ¿Cómo iban a recibir los dueños información
sobre el desempeño de la corporación? ¿Sobre qué base los
dueños tomarían decisiones acerca de sus inversiones en la
empresa? Este distanciamiento se resolvió de varias maneras
diferentes; por ejemplo, a través del establecimiento de
regulaciones de contabilidad y auditoría, del desarrollo de
servicios de consultoría para las inversiones, etcétera. Desde
nuestra perspectiva, lo que también resulta fundamental aquí es
que la empresa debe articular sus objetivos de forma sistemática
para su público externo, de una manera que no ocurría cuando la
compañía era propiedad del mismo pequeño grupo de personas
que también la administraban. En este sentido, entonces, se abrió
un espacio discursivo: la empresa debe explicar qué está
haciendo y por qué lo hace. Éste es el espacio discursivo que la
estrategia corporativa “coloniza”.
En segundo lugar, las condiciones internacionales del mercado
sufrieron cambios después de la Segunda Guerra Mundial que
dieron a Estados Unidos un papel gerencial respecto de la
dirección de la economía mundial. Las corporaciones
trasnacionales estadounidenses enfrentaron, de manera cada vez
más frecuente, problemas de control como resultado de que sus
sistemas de producción en masa se propagaran por todo el
mundo. Esa expansión provocó que las corporaciones
estadounidenses se vieran envueltas, no sólo en problemas para
controlar las divisiones y relaciones en el lugar de producción,
sino también en la administración de mercados culturalmente
diversos. En términos de tamaños de mercado y de competencia,
la situación era más compleja para Estados Unidos de lo que
había sido internamente. En la medida en que las empresas
europeas y japonesas, con la ayuda de sus respectivos
gobiernos, comenzaron a crecer en este nuevo entorno, la
competencia se volvió más intensa y cada vez se nutría más de la
innovación tecnológica y de la competencia por la calidad y el
precio. Al mismo tiempo que los administradores luchaban por
reducir la distancia entre sí mismos y los propietarios de las
empresas, también debían explicar cómo iba a prosperar la
empresa frente a condiciones competitivas más complejas.
Por último, estos procesos de cambio hacían más difícil
funcionar con los viejos modelos de estructura organizacional, en
los cuales las jerarquías simples abarcaban desde los puestos
más altos hasta los más bajos de la organización. Las empresas
con varias filiales o sedes, la dispersión geográfica de las
trasnacionales, la diferenciación del producto y la transformación
de la producción y las comunicaciones a través de dramáticas
innovaciones tecnológicas, crearon una forma funcional de
estructura organizacional más difícil y menos necesaria de
sustentar. En particular, las formas de organización
multidivisionales en donde cada planta se convirtió en un centro
de utilidades con su propio presupuesto financiero y sujeta a las
fuerzas competitivas del mercado, como si fuera independiente
de su casa matriz, fue un método para reforzar el control sobre
los componentes separados de un oligopolio o de un monopolio.
¿Cuál fue la razón por la que este nuevo espacio discursivo fue
cubierto en un grado tan significativo por el discurso de
estrategia? Debemos ser cuidadosos en este punto para evitar
suponer que fue una consecuencia inevitable del periodo. Más
bien, tenemos que examinar su desarrollo gradual, su
reproducción y, después, la autoridad sobre el propio control del
campo más amplio del discurso gerencial.
En este punto resulta pertinente subrayar la intervención y
articulación bastante previas del discurso estratégico en el
ámbito militar. Aunque algunas nociones de estrategia habían
sido fundamentales para el discurso militar desde finales del
siglo XVIII (véase Knights y Morgan, 1990, para una discusión más
extensa sobre este tema) fue sólo durante los años de
entreguerras que los adelantos en la tecnología de las
comunicaciones facilitaron el uso de información militar y
técnicas de vigilancia como dispositivos estratégicos que
pudieran vencer las distancias espaciales y temporales (véase
Dandeker, 1990). Este desarrollo de la estrategia dentro del
ejército, y en particular el hecho de que facilitara el enlace
temporal-espacial entre las características organizacionales
internas y el potencial del entorno externo, proporcionó un
modelo adecuado para una industria privada que enfrentaba las
presiones de la competencia local e internacional. El prestigio
que obtuvo el ejército a partir de la victoria sobre Alemania y
Japón también añadió peso a la visión de que la estrategia era un
rasgo central de este éxito.
Tiempo después, este prestigio se reflejó y reprodujo en el papel
de los líderes militares en asuntos públicos durante el periodo de
posguerra: MacArthur en Japón y Corea, De Gaulle en Francia,
Eisenhower en Estados Unidos.
Sin embargo, en el desarrollo del discurso ha sido crucial el papel
de académicos como Ansoff (1965), que comenzaron a articular la
necesidad de la estrategia corporativa. La idea de que las fuerzas
del mercado podían controlarse a través de mecanismos de
planificación fue en muchas formas un desarrollo lógico de la
noción de que las personas pueden ser controladas y
monitoreadas. De la misma manera en que el siglo XIX presenció
la instalación gradual de sistemas de control dentro de las
organizaciones, la era posterior a 1945 vio el surgimiento del
discurso interesado en controlar lo que estaba fuera de la
organización.
Este discurso se desarrolló en una variedad de sitios que apenas
podemos abordar dentro de los límites de este ensayo. En el
ámbito académico, este proceso da origen a una serie de
expertos: gente que investiga la estrategia, que amplía su
“significado interior”, que lucha contra sus problemáticas, que
expande sus horizontes más allá de las organizaciones basadas
en el mercado hasta llegar a las organizaciones sin fines de lucro
y las estatales.
Es fundamental que el discurso se vuelva parte de la realidad
cotidiana de las organizaciones. En un nivel, los académicos
influyen directamente en aquéllos que buscan referencias de la
experiencia laboral, ya sea dentro de los estudios universitarios o
bien más allá. Ellos establecen la agenda en la que las
herramientas y técnicas de la administración estratégica son de
importancia central. Los estudiantes que requieren referencias
incorporan lo anterior como la forma de considerar las
organizaciones y su relación con el entorno, de modo que cuando
ingresan a las organizaciones intentan “aplicar” esas técnicas.
También surgen profesionales especialistas en el campo de la
estrategia.
Afuera de las organizaciones específicas se encuentran los
consultores y asesores en administración cuya labor es
proporcionar “análisis estratégicos” para las innumerables
empresas y otro tipo de organizaciones que carecen de
“competencias estratégicas”. Su público consiste, no sólo en la
gente al interior de la organización donde operan como
consultores, sino también la comunidad de negocios más
extensa, en particular aquéllos que son
propietarios o que, a través de la administración de fondos de
inversión
institucionales, controlan la propiedad de empresas privadas.
Dentro de las
organizaciones, existen esos gerentes o administradores que,
gracias a su
aprendizaje durante la capacitación o en cursos educativos, a
través de la
literatura empresarial o a partir de su experiencia de trabajo con
los
consultores de planta, asumen la responsabilidad de estrategas y
trabajan
desde el interior para implementar el discurso; en parte, su
público también se
encuentra dentro de la organización, aquéllos que están sujetos a
los efectos
de poder de la estrategia y, en parte, fuera de ella (propietarios
existentes y
potenciales de la compañía, comentaristas financieros y
competidores).
Desde la década de 1950, cada vez más personas participaron de
la
construcción del discurso estratégico. Es importante aclarar que
no existe una
sola fuente de este discurso, como tampoco su unidad implica
que haya
acuerdos en cuestiones particulares. Lo que hace el discurso de
estrategia
corporativa es constituir un campo de saber y de poder que
define cuáles son
los “problemas reales” dentro de las organizaciones y cuáles son
los
parámetros para las “soluciones reales” de los mismos. Es
evidente que dentro
de este marco de referencia queda mucho espacio para los
desacuerdos. A
diversos expertos les agrada presentar su propia versión de lo
que se define
como problemas y esto a menudo mantendrá una relación muy
cercana con los
tipos de soluciones estratégicas que ofrezcan para cualquier
organización
particular. Lo que no se cuestiona dentro del discurso es la
pertinencia y
necesidad de considerar la estrategia como el medio más
apropiado para
resolver problemas.
No se trata de que ésta sea una forma única de razonar acerca de
las
organizaciones durante un periodo históricamente específico.
Tan solo se trata
de la aplicación de nuevas técnicas al razonamiento discursivo
prevaleciente
dentro y alrededor de las organizaciones. La estrategia también
es una
tecnología de poder que crea problemas tanto como le da
respuesta a los
problemas que pretende resolver. Más aún, los partidarios del
pensamiento
estratégico no siempre reflexionan sobre la “verdad” y los
efectos
disciplinarios de su propio discurso. Sin embargo, el discurso
estratégico
compromete a los individuos en prácticas a través de las cuales
descubren la
“verdad” misma de lo que son, a saber: un “actor estratégico”.
En pocas
palabras, el efecto de verdad de los mecanismos de poder del
discurso es que
le defina al individuo qué es lo que se considera humano:
constituir o
reconstituir su subjetividad.
Estos efectos de verdad son tan poderosos que nos resulta
extremadamente difícil desprendernos de esa postura. ¿Puede
haber otra forma
de considerar las organizaciones distinta de la que se deriva del
discurso de
estrategia corporativa? La transmutación de la administración del
personal en
la estrategia de los recursos humanos o el interés creciente de la
contabilidad
estratégica (véase el número especial de Accounting,
Organizations and
Society, 1990) son únicamente dos de las últimas
manifestaciones explícitas
de la intrusión de este discurso en otras áreas de la
administración, mientras
que las reformas actuales en el Servicio de Salud Nacional en
Gran Bretaña y
la privatización de las empresas nacionalizadas recurrieron al
discurso
estratégico para legitimarse.
No obstante, si adoptamos una postura de más largo plazo,
podemos
ver que existen otras alternativas frente al discurso estratégico.
Por ejemplo,
resulta evidente que se hallan grupos tanto dentro de la
administración como
en la población más amplia de la organización que rechazarán el
discurso
estratégico per se. Tal vez algunos gerentes se mantengan fieles
a cierta clase
de ideología empresarial en la cual son anatema las
conformidades con las
demandas “desde arriba hacia abajo” (top down) de un plan
estratégico.
Quizá otros rechacen la ideología estratégica de los contactos en
favor del
acento en la experiencia o el instinto. Incluso es posible que
otros
administradores se aferren a una noción de la forma tradicional
de hacer las
cosas que no necesita ser santificada por la “estrategia”. Dentro
de los rangos
más bajos del escalafón de una organización es probable
encontrar
indiferencia masiva, o incluso cinismo, acerca de la manera en
que la
administración utiliza el discurso estratégico.
Desde otra perspectiva, es evidente que hubo diferencias
culturales
significativas en cuanto a la adopción del discurso estratégico.
Sin duda
alguna, su difusión a través del mundo durante las décadas de
1960 y 1970
está relacionada con la posición dominante de Estados Unidos
como un
mercado para la literatura empresarial y como la base meta de las
trasnacionales más grandes, en las cuales ha influido en gran
medida la rama
gerencial proactiva de la nueva casta de maestros en
administración de
empresas (MBA). Dicha propensión se refuerza por la tendencia,
en particular
de los europeos, a asociar el dominio estadounidense con la
eficiencia
económica y los modelos de administración racional científica.
No obstante,
también hubo un rezago considerable entre Estados Unidos y las
naciones
europeas y asiáticas.
Es importante que examinemos estas alternativas porque, de
hecho,
constituyen procesos de resistencia. Dentro del discurso
estratégico, estas
alternativas se perciben como respuestas “irracionales” a una
lógica
arrolladora. Sin embargo, si de manera similar nuestra teoría
devalúa estas
alternativas, entonces, no hacemos más que aceptar las etiquetas
que el
discurso nos prepara. Dado que estas etiquetas se constituyen
históricamente,
tenemos justificación para compararlas con otras que proceden
de distintas
perspectivas. Desde otros puntos de vista, ¿por qué debiéramos
aceptar las
tecnologías de poder enraizadas en el discurso estratégico como
el único
medio legítimo de entender las organizaciones?
Los análisis convencionales de la estrategia corporativa intentan
describir estas alternativas dentro de los parámetros del
discurso. Por lo tanto,
se convierten en “retrasos culturales”, “vestigios irracionales”
que poco a
poco, pero de forma inexorable, serán carcomidos por la
diseminación de
técnicas de administración racional. Las perspectivas
alternativas, o de
oposición, o bien se anulan al negárseles legitimidad o se
incorporan al
considerar la desviación como algo remediable. El análisis
genealógico
señala la necesidad de analizar estos desarrollos, no como el
resultado lógico
de un proceso de racionalización inevitable, sino como los logros
concretos
de los actores en contextos específicos que tienen como
consecuencia la
negación de otras perspectivas. No puede admitirse el triunfo de
la estrategia
corporativa como el resultado natural de un conjunto de técnicas
obviamente
superior. Más bien, necesitamos examinar en los contextos
organizacionales
específicos cómo es que se vuelve dominante. ¿Cómo sucede
que, por
ejemplo, los bancos se hayan trasladado de una visión tradicional
de la
administración y los mercados hacia un enfoque estratégico que
los lleve a su
futuro? ¿Cómo es que actualmente la estrategia corporativa se
considera
pertinente para los servicios de salud y otros servicios públicos?
Esto no es el
resultado de algún despliegue neutral de la “lógica de la historia”,
sino la
“realización hábil” de prácticas discursivas por parte de sujetos
particulares.
Si bien los teóricos de la estrategia corporativa reproducen la
“naturalidad”
de su objeto de estudio, no logran ver las luchas reales que
siguen llevándose
a cabo acerca de sobre qué base deberían desarrollarse las
organizaciones. El
análisis genealógico trata de romper esa “naturalidad” y abrir de
nuevo las
“irracionalidades” subterráneas que el discurso ha tratado de
superar.
Entonces, en resumen, podríamos afirmar que el análisis
genealógico
de la estrategia corporativa origina los siguientes temas para la
investigación
empírica:
• El análisis de las condiciones a través de las cuales el discurso
de
estrategia llegó a ser posible, enfocándose particularmente en los
cambios en la propiedad y en los mercados durante los años
posteriores a la guerra.
• El análisis de su reproducción dentro de contextos académicos,
organizacionales e interorganizacionales mediante la aplicación
de
saberes y tecnologías de poder en las relaciones sociales. En
particular, aquí se subraya el desarrollo de saberes expertos que
se
utilizan en el ejercicio del poder por parte de grupos particulares
que buscan definir problemas y soluciones para las
organizaciones.
• El análisis de las bases de resistencia a la reproducción del
discurso,
sus saberes y sus tecnologías de poder. ¿Cómo es que las
formas
alternativas de ver las organizaciones se niegan, carcomen y
destruyen a través del discurso estratégico corporativo?
Sin haber planteado en ningún momento que haríamos un
análisis completo
de la estrategia corporativa, problematizamos el concepto de una
manera
inédita hasta ahora en los enfoques tradicionales de las escuelas
de
administración en este campo de estudio. En la próxima sección
profundizamos esta situación al enunciar algunas de las formas
en que el
discurso estratégico “funciona”, cuando tiene un dominio cada
vez mayor en
el contexto social actual.
Los efectos de poder del discurso estratégico
En la sección anterior analizamos la manera en la que el discurso
estratégico
se introdujo de manera dominante en escuelas y organizaciones
de
administración durante los últimos treinta años. Subrayamos que
no fue un
acontecimiento inevitable, sino el resultado de los logros de
actores
comprometidos con la expansión y reproducción de su propia
esfera de poder
y saber. Desde nuestra perspectiva, este proceso tiene un
número de efectos
de poder. Por un lado, niega y devalúa enfoques alternativos para
entender las
organizaciones. En este sentido, es una limitación que
“inhabilita” a los
actores específicos. Por el otro, “habilita” otros actores. Para
aquéllos que
aceptan la lógica del discurso, les proporciona una identidad
subjetiva que se
expande a través de la participación en su reproducción. En
combinación,
podemos hablar del discurso de estrategia corporativa como un
componente
de las nuevas relaciones sociales. En consecuencia, podemos
apuntar hacia
una teoría social de la estrategia corporativa que se interesa en el
análisis de
estos efectos de poder y, al hacerlo nuevamente, abre
alternativas que
actualmente se están cerrando.
En lo que resta de esta sección, consideraremos los siguientes
efectos
de poder del discurso estratégico corporativo, en particular:
(a) Proporciona a los administradores una racionalización de sus
éxitos y fracasos;
(b) Sustenta y refuerza las prerrogativas de la administración y
niega
perspectivas alternativas para abordar las organizaciones;
(c) Genera una sensación de seguridad organizacional y personal
para
los gerentes;
(d) Refleja y sustenta un sentimiento sólido de género masculino
para
que este último administre;
(e) Demuestra racionalidad gerencial hacia los colegas, clientes,
competidores, gobierno y otros componentes importantes del
entorno;
(f) Facilita y legitima el ejercicio del poder;
(g) Constituye la subjetividad de miembros organizacionales
como
categorías particulares de personas que aseguran su sentido de
la
realidad a través de la participación en la práctica y el discurso
estratégicos.
La estrategia como racionalización del éxito y el fracaso
Suscribirse a discursos sobre estrategia corporativa e instruirse
en ellos
proporciona a los administradores una terminología de éxito y
fracaso así
como un medio de celebrar el primero y de racionalizar o redefinir
el
segundo, en términos de éxito relativo (Knights y Murray, 1990).
Por
consiguiente, los caprichos del mercado, de los empleados o de
los clientes se
vuelven “entendibles” con respecto a teorías particulares de
estrategia
corporativa. El fracaso puede explicarse en forma convincente
porque algún
factor no fue lo suficientemente apreciado, pero ahora se ha
incorporado a las
siguientes reuniones de planeación empresarial y, por lo tanto,
podemos
mirar con confianza hacia el futuro. Es característico del discurso
que todo
sea explicable al final. No hay nada que en principio no se pueda
saber; sólo
piezas del rompecabezas que no se conocían en el momento
preciso y que,
por consiguiente, debilitaron la particular estrategia adoptada.
La estrategia y las prerrogativas de la administración
Los administradores utilizan estos esquemas explicativos junto
con las
técnicas y métodos disciplinarios a los cuales se vinculan para
construir
descripciones de la organización que refuerzan su propia
contribución e
importancia. Al hacerlo, los privilegios materiales y simbólicos de
la
administración se refuerzan fácilmente y se vuelven legítimos. Si
tomamos
como ejemplo la situación donde la ausencia de derechos de
propiedad puede
generar crisis de legitimidad para los gerentes, el desarrollo de la
estrategia
dentro de la empresa puede tener el efecto de sustentar una
nueva base de
prerrogativa administrativa. Los gerentes son expertos
capacitados con la
habilidad para definir tanto los problemas que enfrenta la
organización como
las soluciones que requiere adoptar. Ellos son fundamentales
para el
funcionamiento de la organización y de ello se deriva que sus
prerrogativas
son seguras y legítimas. Las jerarquías administrativas, junto con
las
desigualdades en los ingresos y en las condiciones de trabajo
pueden
justificarse en referencia a la habilidad y experiencia que los
administradores
brindan a su tarea a través de su conocimiento del discurso
estratégico.
La estrategia y la seguridad personal
Lo que sugerimos es que el discurso estratégico se convierte en
un medio a
través del cual los gerentes y el personal llegan a “conocer” a
sus
organizaciones y a sí mismos. Mucha de su utilidad es el grado
en el cual
genera una clase de autoconocimiento organizacional
unidimensional. Así,
por ejemplo, los administradores pueden presentarse entre sí, y a
la
organización entera, como un componente subjetivo del discurso
estratégico,
es decir, como el elemento en el modelo de éxito que “puede
marcar la
diferencia”. Los profesionales están inmersos en el discurso y lo
reproducen
como una de las condiciones de su propia subjetividad. En este
momento se
constituyen como actores “estratégicos” dado que actúan tanto
en nombre de
la organización como, quizás, en el de su propia vida personal
fuera del
trabajo (véase Knights y Morgan, 1990, para una breve discusión
sobre el
tema). En este contexto, desarrollar una estrategia y un plan de
acción brinda
comodidad existencial a los administradores que están sujetos a
las inciertas
contingencias de las relaciones de mercado. Esta comodidad
proviene de la
sensación de que la intervención estratégica puede ofrecer a los
gerentes el
sentimiento de que su destino se encuentra, al menos en parte,
en sus propias
manos. Estriba en la creación de proyectos en los que ellos,
como cualquier
otra persona, pueden comprometerse en formas que aligeren u
opaquen el
“vacío sin sentido” (Sartre, 1966) o la relatividad del mundo
amorfo en el que
residen.
La estrategia y la identidad de género
A esta sensación de tener el control de un mundo incierto se
asocia el enlace,
para los hombres al menos, entre la estrategia y una
masculinidad asertiva,
quizá incluso agresiva y machista. Por lo tanto, no es fortuito que
el discurso
convencional acerca de la estrategia sea ahistórico, falto de
reflexión y esté
dominado por concepciones de racionalidad y control de
exterioridades.
Tanto la estrategia como la identidad masculina en la sociedad
contemporánea están influidas por un modelo de acción
instrumentalpropositivo
que niega su propia formación histórica, de igual manera que
rechaza elementos de la experiencia que no pueden “asimilarse
fácilmente en
categorías racionales” (Seidler, 1989, p. 7). Pese a la existencia de
otras
identidades gerenciales masculinas (véase Morgan y Knights,
1990, para un
análisis empírico de los contrastes entre los discursos
masculinos “paternales
patriarcales” y los de “ventas agresivas”), éstas tienden a
compartir la
búsqueda instrumental de control sobre lo que es externo al ser,
o externo a
los límites percibidos como el centro de poder. Por ejemplo, con
mucha
frecuencia, en el discurso estratégico los mercados se
conceptualizan en
términos del grado de penetración y organización que se
esperaría que
aseguraran y entonces puede considerarse que todo el lenguaje
tiene una
orientación masculina. En consecuencia, podría argumentarse
que la práctica
y el discurso estratégicos reflejan y reproducen lo que puede
denominarse
“una concepción masculina del poder” (Brittan, 1989).
La estrategia y el mundo exterior
El discurso estratégico brinda una demostración a los que están
fuera de él de
cómo la organización es aparentemente racional y tiene el control
de su
destino. En una era en la que la propiedad y el control se han
vuelto
institucionalmente distintos, los accionistas y los participantes
en los
mercados de capitales buscan información públicamente
disponible de las
empresas para construir sus propias decisiones de inversión.
Mientras que
hay algunas fuentes como los Informes Anuales, que son
cuantificables, en el
caso de empresas muy mencionadas de manera pública, éstos se
complementan con la provisión de un flujo continuo de
información de
funcionarios de prensa especializados y expertos en relaciones
públicas.
Debido a que los precios de las acciones son un producto
complejo de la
demanda de los inversionistas, la oferta de valores, los datos
financieros y las
expectativas a futuro, la confianza en la administración
corporativa es una
dimensión extremadamente importante; depende de la
demostración de
control, no sólo sobre el producto, el trabajo y los mercados de
capitales, sino
también del manejo de información y, en particular, de su
interpretación. Esta
última tiene el potencial de beneficiar o socavar la imagen de la
compañía y
su prosperidad futura, de la misma forma que lo hace el éxito
verdadero en
diversos mercados. La formación de administradores como
“estrategas”
competentes es cada vez más importante (véase Slater, 1989,
para un análisis
concordante con estas líneas). Éste no es tan solo un caso de
“administración
por impresión” (Goffman, 1971) para el consumo público, aunque
es uno de
sus aspectos y es la razón por la cual las empresas cada vez
recurren más a
agencias de relaciones públicas especializadas para que las
ayuden. También
se trata de una imagen que tiene que manejarse dentro de
conjuntos de
relaciones institucionales específicas con organismos
financieros, del Estado
y otras organizaciones.
La estrategia y el poder intraorganizacional
Dado que las personas externas a la organización consideran tan
importante
la estrategia, resulta que aquellos grupos profesionales al interior
de la
organización que pueden reclamar un papel central y el dominio
de la
estrategia comenzarán a ejercer el poder sobre otros a través del
desarrollo y
transformación de las reglas y las prácticas. Así, Armstrong
(1984, 1987a,
1987b) argumenta que una razón fundamental del bajo estatus de
los
ingenieros dentro de la administración en Gran Bretaña es que no
han logrado
conseguir ninguna función estratégica; en otras palabras,
fracasaron
completamente en sostener la afirmación de que su pericia es
peculiarmente
esencial para el éxito de la organización. En contraste, los
contadores, en
parte a través de sus conexiones ya existentes con organismos
externos,
instituciones y el Estado, garantizaron una ventaja estratégica en
términos del
diseño y desarrollo de la estrategia corporativa.
Sin embargo, todo este campo permanece aún prácticamente
inexplorado. Varias agrupaciones ocupacionales o funcionales
están
compitiendo para establecer la supremacía sobre el área del
discurso
estratégico. Además de los contadores, hay gente de publicidad
que afirma
poseer el dominio suficiente en la evaluación del potencial de
productos y
mercados. Asimismo, existen expertos en tecnología de la
información que
plantean la posición central de esta disciplina para la solución
organizacional
de problemas y que también argumentan que los requerimientos
tecnológicos
son determinantes significativos de las estructuras
organizacionales y las
oportunidades de mercado. También, aumenta cada vez más el
número de
profesionales de “recursos humanos” que intentan reducir la
brecha que
dejaron las relaciones industriales y, en menor medida, la
administración de
personal, con la perspectiva de unir estas cuestiones en forma
más directa con
la “estrategia empresarial”. La competencia está surgiendo en
forma más
intensa entre los administradores comunes capacitados
específicamente en el
discurso estratégico de la administración y que están dotados de
las últimas
técnicas analíticas para la toma de decisiones empresariales
como resultado
de cursos universitarios de maestrías en administración de
empresas. Dentro
de cualquier organización particular, estos diversos grupos y
profesiones
combinados con una proliferación de asesores externos crea una
plétora
genuina de expertos en estrategia. Cada grupo, a su vez, trata de
impartir una
lección que colabore con su propio papel particular desde las
presiones
externas hacia la formación estratégica. Por lo tanto, los
contadores
recalcarán la importancia de las cifras de los balances finales
para tranquilizar
a los accionistas; se subraya su experiencia particular en la
medición de
costos y en la producción creativa de reportes que atraigan a las
personas
externas. Por otro lado, los publicistas subrayarán la prioridad
que los
analistas citadinos colocan sobre la posición y el potencial de
mercado. Los
ingenieros y los especialistas en tecnología de la información
intentarán
respaldarse en las personas externas a la organización que
plantean el papel
central de la innovación y/o de la comunicación. Esto no sólo
ocurre en el
debate al interior de la administración; también tiene impacto
sobre la
formación de consejos directivos –acerca del tipo de directores
no ejecutivos
que se presentan– y sobre la posición en que se espera brinden
apoyo. De
manera similar, la introducción de consultores de la
administración puede
constituir un recurso habitual para legitimar una posición
particular tomada
dentro de la compañía, ya sea seleccionando consultores con
una reputación
establecida para adoptar una línea particular o bien influyendo
poderosamente en sus propuestas, mediante la selección del
“director de
proyectos” adecuado que provenga del interior de la empresa.
La estrategia y la subjetividad administrativa
Hasta ahora nuestro enfoque puede considerarse distinto del
ortodoxo, en
donde, según hemos argumentado, la estrategia se da por
sentada como un
recurso no examinado en los preceptos para la vida
organizacional o en las
descripciones de la misma. También hemos sugerido que el
análisis del
discurso se construye sobre la aproximación procesal de
Mintzberg y
Pettigrew, aunque de manera diferente, la cual en la actualidad se
destaca
como la alternativa crítica a la escuela estratégica racionalista.
Pese a la
existencia de diferencias significativas entre estos dos autores,
ambos
comparten una visión de la estrategia en la que ésta surge, ya no
de la
planeación racional sino, en gran medida, de los procesos
políticos de
negociación dentro de la organización y entre la organización y
diversos
elementos de su entorno. Así, por ejemplo, al reconocer que las
estrategias no
son exclusivamente el resultado de planes e intenciones,
Mintzberg y Waters
(1985) cambian el foco de sus análisis previos (1982, 1984) para
incluir
estrategias emergentes que son “patrones o constantes que se
realizan a pesar
o en ausencia de intenciones” (1985, p. 257). En contraste, el
argumento de
Pettigrew (1984, p. 15) es que el contenido de la estrategia sólo
puede
comprenderse y administrarse en términos del proceso (por
ejemplo, políticas
internas) y del contexto (por ejemplo, la ideología interna y el
entorno
externo) en el cual se localiza.
Ambas afirmaciones indican una compatibilidad considerable
entre el
enfoque procesal y el nuestro; sin embargo, creemos que el
análisis del
discurso realiza una ruptura más radical con la visión racionalista
ortodoxa de
la estrategia. Aunque los teóricos procesales ven la estrategia
como un
resultado de relaciones políticas y de negociación y a menudo
como
emergente más que deliberada, no parecen cuestionar la visión
racionalista de
que la estrategia existe para resolver problemas respecto de la
organización y
su entorno (véanse, por ejemplo, Pettigrew, 1984, p. 25; Mintzberg
y Waters,
1985) A diferencia de estos autores, conceptualizamos la
estrategia como un
discurso que también constituye los problemas sobre los que
luego afirma
tener una experiencia exclusiva en resolver. Entonces, los
problemas y las
soluciones se constituyen mutuamente a través del discurso
estratégico, pero
también se encuentran siempre en un estado de cambio
constante o en un
proceso continuo de reconstitución.
Podría pensarse fácilmente que nuestro enfoque hacia la
estrategia no
era tan distinto de la perspectiva procesal y, más particularmente,
de la teoría
del constructivismo social suscrita por Pettigrew. Es evidente
que tenemos
mucho en común al reconocer las maquinaciones políticas que
rodean la
estrategia, sin embargo, diferimos en cuanto a que sostenemos
distintas
perspectivas epistemológicas y una postura analítica diferente
con relación a
la concepción del poder. En el primer caso, la teoría procesal se
inclina hacia
el análisis causal que, a pesar de las críticas por realizar
explicaciones
lineales de las prácticas sociales y organizacionales, evita que
siga la lógica
completa de una epistemología hermenéutica. En el segundo, se
trata de una
concepción de poder que se restringe a lo que es negativo,
coercitivo o que
constriñe y conlleva una lucha competitiva entre individuos o
grupos.
Nosotros argumentaríamos que esto es así en virtud de que se
percibe que el
poder reside como una propiedad de las personas, en el mejor de
los casos,
de grupos específicos, más que como una característica de las
relaciones
sociales en general. Abordamos cada una de éstas a su tiempo.
Lamentablemente, no podemos desarrollar en detalle las
diferencias
epistemológicas entre nuestro análisis y el enfoque procesal. En
realidad, en
el caso de este último enfoque, dependen del grado en que los
teóricos
procesales –a pesar de que ubican sus análisis en las
contingencias de
contextos sociales específicos– todavía se aferren a ciertos
intentos
positivistas de identificar y tal vez medir los procesos causales,
como si la
acción pudiera explicarse en su totalidad a través de referencias
a los
intereses y a las oportunidades o imposiciones que rodean su
propósito.
Nuestra postura reconoce que la estructura de premios y
castigos extrínsecos
influye en la acción gerencial, pero la preocupación individual
respecto de la
identidad a menudo genera una subjetividad de autodisciplina
interna. Desde
esta posición analítica, la distinción entre los sujetos y las
prácticas en las que
participan ya no se puede considerar lo suficientemente aguda
como para
garantizar una división entre contexto y proceso, entorno y
estrategia o, de
forma más abstracta, entre variables dependientes e
independientes. No
estamos sugiriendo que éste sea el modelo explícito adoptado
por los teóricos
procesales, sólo planteamos que tienden a tropezar con este
modelo. Lo que
quisiéramos subrayar es que nuestro enfoque trata el discurso de
la estrategia
corporativa como el “tema” de análisis, más que como un
“recurso”. Con lo
anterior queremos decir que la categoría misma de estrategia
tiene que
sujetarse a un examen crítico en vez de presuponer que ya se
conoce, como
sucede con los enfoques procesales y racionales. Esta situación
trae aparejado
un problema, porque, como hemos señalado en otros trabajos
(Knights y
Morgan, 1990), la estrategia es un término que, dentro del uso
lleno de
sentido común del lenguaje, se adopta indiscriminadamente para
describir las
intenciones o planes que están detrás de cualquier acción desde
las
operaciones militares hasta el bailar un vals. Rompiendo con este
sentido
común, creemos que es importante demostrar hasta dónde, de
ser
simplemente una etiqueta descriptiva, la estrategia como
discurso está
íntimamente involucrada en la constitución de intenciones y
acciones a partir
de las que se piensa que tiene oportunidad de surgir. Entonces,
la estrategia es
una parte integral, y no independiente, de las acciones o
prácticas que suelen
usarse para explicarlas o justificarlas.
Existe cierta relación entre este legado epistemológico y la
concepción
de poder puesto que incluso con la tercera dimensión de Lukes
(1974) a la
que Pettigrew (1985a) se suscribe, se supone que hay una cadena
de tipo
causal que avanza desde quienes detentan el poder hasta
determinar las
acciones de los que no lo poseen. A pesar de que el poder se
oculta detrás de
las construcciones de realidad que se supone estructuran las
necesidades de
los subordinados, la concepción que todavía se utiliza es la
correspondiente a
lo señalado por Weber y por Dahl, en la que se logra que las
personas hagan
lo que no harían en otras circunstancias en las que ese poder
estuviera
ausente. Por lo tanto, sigue siendo una teoría determinista. (Para
una crítica
más sustancial de Lukes, véanse Knights y Willmott, 1983, 1989;
Clegg,
1989).
Apoyamos la teoría procesal en su rechazo a la visión de que la
estrategia corporativa constituye simplemente una respuesta
racional al
entorno y su preocupación por entender las estrategias como el
resultado de
relaciones de poder condicionadas por las posibilidades internas
y externas
del entorno (Pettigrew, 1985a: 41-46); sin embargo, como ya se ha
insinuado,
no compartimos las mismas concepciones del poder. Analicemos
esto más
detalladamente. Reconociendo su deuda con Lukes (1974),
Pettigrew (1985a:
45) argumenta que:
Una preocupación por el poder y el control como explicaciones de, en
este
caso, los procesos de elección y cambio, de hecho, correspondería a
dos usos
del poder: el que se emplea para derrotar a la competencia en un
proceso de
elección o cambio y el que se usa para evitar la competencia en ese
mismo
proceso. En ambos casos habría una función explicativa para los
sistemas
moderados de poder derivados de la generación y manipulación de
símbolos,
lenguaje, creencias e ideología, desde la creación de la cultura, y a
partir del
uso más público del poder expresado a través de la posesión, el
control y el
uso táctico de fuentes de poder manifiestas como la posición, la fuerza
o la
experiencia.
Lo que resulta evidente de esta cita es la creencia en que el poder
determina
la elección y el cambio como si las intenciones de los
“poderosos” fueran
directamente coincidentes y continuas con sus efectos. Sólo se
necesita leer a
Weber para reconocer que mucho de lo que ocurre en la vida
social es una
consecuencia de acciones que, en principio, tenían otras
intenciones
completamente distintas. Sin embargo, nuestra preocupación
sobrepasa esto
para cuestionar la forma totalmente negativa en que se concibe el
poder. Esto
se ve reflejado en el uso mismo de términos como “derrota”,
“evitar” y
“manipulación”, lo cual sugiere que el poder siempre tiene que
ver con que
otros hagan lo que uno desea, ya sea mediante la fuerza directa o
manipulando a hurtadillas las condiciones sociales de manera tal
que los
demás piensen que, en realidad, desean hacer lo que la persona
que detenta el
poder quiere que hagan. Lo que subyace detrás de este tipo de
concepciones
es la visión de que algunas de las personas que sustentan el
poder están
preocupados por garantizar que los otros acaten sus demandas o
se amolden a
ellas.
Foucault describiría esta situación como una visión jurídica del
poder,
el cual se considera asociado a leyes, reglas, prohibiciones o
coerción. Aquí
“el poder se considera como un derecho, que cualquiera puede
poseer como
si fuera un bien y, por lo tanto, algo que se puede transferir o
quitar” [...] ya
que implica (...) “un tipo de intercambio contractual” (Foucault,
1980, p. 88).
En contraste, Foucault (ibid., 89) sugiere que “el poder no se
otorga, no se
intercambia, no se recupera, más bien se ejerce y sólo existe en
la acción”. De
acuerdo con lo señalado por el autor francés, el poder no es una
propiedad de
individuos o grupos sino de todas las relaciones, y además no
implica de
manera preponderante represión o constreñimiento. Por el
contrario, con más
frecuencia es positivo y productor del bienestar subjetivo. El
poder es
positivo en el sentido de que puede transformar a los individuos
en sujetos
que aseguran su sentido de lo que implica ser seres humanos
“competentes” y
“que valen la pena” a través de las prácticas sociales que crea o
sostiene
(Knights y Willmott, 1989). Como dice Miller (1987, p. 2), el poder
opera a través de la promoción de la subjetividad y cuenta con más
recursos.
No se limita a buscar la negación y el desafío, sino que trata de dotar al
individuo de una serie de objetivos y ambiciones personales. El poder,
en
este sentido, es un fenómeno más íntimo. Conoce mejor al individuo,
no
actúa sobre los individuos a distancia ni desde el exterior. Actúa en el
interior de la persona, a través de su ser.
Esto nos lleva a lo que consideramos constituye la diferencia
más
importante entre nuestro enfoque y el de los teóricos procesales.
Atañe a la
forma en que vemos el poder como productor de subjetividad.
Los
administradores y el personal no sólo son víctimas pasivas del
poder del
discurso estratégico; a través de él se constituyen como sujetos
ya sea a favor
de, o bien resistiéndose a, su factibilidad. Hasta el punto en que
el discurso
estratégico pareciera facilitar preocupaciones generales, como el
bienestar y
el control organizacional o personal, los individuos participan sin
problema
en sus prácticas e interiorizan su disciplina. En este sentido, se
transforman
en sujetos que aseguran su sentido de significado, identidad y
realidad
(Knights 1990) a través de la participación en los discursos y
prácticas
estratégicos. Nuevamente, esta participación no es pasiva;
individuos y
grupos ejercen el poder para elaborar algunos elementos del
discurso y
resistirse a otros. De hecho, tal vez intenten resistir la estrategia
por
completo; pero, para poder hacerlo, invariablemente tendrán que
comprometerse con, y por lo menos estar constituidos en parte
por, su
contenido. Resistirse a través de una conducta de
distanciamiento, en donde
se finge que el poder no afecta en forma personal, es posible,
aunque su
debilidad la constituye una indiferencia a movilizar la resistencia
en forma
colectiva; sin embargo, en realidad, esto no afecta las relaciones
de poder.
Además, puesto que no existe ninguna relación fuera del poder,
la ilusión de
espacio autónomo creada por esa resistencia no puede
sostenerse. Por
consiguiente, tanto los que abrazan la estrategia como los que se
resisten a
ella se encuentran atrapados en su reproducción y esto puede
brindar a los
individuos la sensación de que la organización sigue un sendero
ordenado y
estable a través de lo que en otras circunstancias sería un
ambiente caótico e
incierto. Entonces, los discursos estratégicos serían
considerados por parte de
los profesionales como la forma de transformar las
incertidumbres
proporcionadas por el entorno en riesgos calculables.
No tratamos de negar o contradecir lo que los profesionales
dicen y
hacen cuando ejercen el poder a través del discurso estratégico.
Más bien,
sugerimos que vale la pena explorar un poco más de cerca la
manera en que
se formula el discurso, cómo se ponen los recursos y
significados culturales a
su servicio y cuáles son sus efectos. Sobre todo, nuestro análisis
sugiere que
la estrategia no responde simplemente a los problemas
preexistentes. En el
proceso de su formulación, la estrategia participa activamente en
la
constitución o redefinición de los problemas antes de ofrecerse
como una
solución para resolverlos. El corolario de investigación de este
análisis es que
en cualquier momento de la práctica organizacional en que se
ofrezca una
solución, es importante investigar los problemas con los que se
relaciona para
encontrar la evidencia del poder que tiene para crearlos o
reconstituirlos. La
preocupación de la presente investigación es, precisamente,
analizar los
diferentes espacios de las relaciones de poder en donde el
discurso estratégico
se articula y encarna a través de la constitución o redefinición de
los
problemas para los que afirma ofrecer una solución.
Resumen y conclusión
En la primera parte de este ensayo intentamos comprender el
desarrollo del
discurso estratégico, no como el resultado continuo e inevitable
de algunos
procesos históricos, sino más bien para problematizar su
capacidad de
influencia actual en relación con las condiciones de su posible
desarrollo, que
de ninguna manera son continuas o inevitables. Para llevar a
cabo esta
discusión, se recurrió a elementos importantes como los
discursos y las
prácticas dentro del ejército, así como las percepciones
cambiantes, tanto en
la teoría como en la práctica, respecto de la “mano invisible” en
las
economías de libre mercado. Señalamos además la forma en la
que el
discurso se enfrenta a cierta resistencia, a la cual generalmente
desea anular o
incorporar; sin embargo, argumentamos que era importante que
los teóricos
de la estrategia examinaran las condiciones en las que esto
ocurría.
En la segunda parte señalamos un número de rasgos dentro de
las
organizaciones en los que se enfocaría una perspectiva del
discurso y tal vez
proporcionaría visiones más completas de su funcionamiento.
Entre éstos, en
primer lugar, se encontraban los efectos no intencionados de la
estrategia en
donde ésta colabora para garantizar el ejercicio del poder y el
manejo de la
identidad de los sujetos gerenciales (y otros) y facilita el
desarrollo de una
imagen corporativa, así como de racionalizaciones del éxito y
fracaso para las
organizaciones.
Por último, en la tercera sección contrastamos brevemente el
análisis
genealógico y el análisis del discurso con el enfoque procesal
que sugiere que
su distinción se encuentra principalmente en una concepción
diferente del
poder y un interés central en la subjetividad e identidad
gerenciales. En
particular, los discursos y prácticas que rodean a la estrategia
tienen que
percibirse como construcciones sociales que tienen el efecto de
constituir
subjetividades gerenciales y laborales que refuerzan el poder
productivo de
las organizaciones a través del “encierro” de individuos y grupos
de manera
subjetiva en sus tareas y compromisos. Al mismo tiempo, los
discursos
estratégicos aseguran y engalanan los privilegios materiales y
simbólicos de
individuos y grupos particulares, coadyuvando de esta manera en
la
legitimación de las desigualdades de estratificación.
Desde nuestra postura, el tratar la estrategia como un tema de
investigación, más que como un recurso, un análisis discursivo y
genealógico
puede estimular un estudio más crítico de las organizaciones. De
manera más
específica, puede redirigir la atención fuera de las
preocupaciones de los
racionalistas, quienes prescriben estrategias o su mejoramiento,
y de los
teóricos procesales que, al reportar las maquinaciones políticas
que circundan
la estrategia, simplemente pueden fomentar un enfoque más
reflexivo y
eficiente para su implementación. En este sentido, en sus formas
distintivas,
ambos enfoques contribuyen –más que examinar y criticar– al
discurso de
estrategia corporativa. Esto sucede, en parte, porque ni los
teóricos
racionalistas ni los procesales parecen problematizar lo
suficiente el concepto
de estrategia como para evitar su consideración en la
subjetividad de ellos
mismos como teóricos y, por inferencia, en sus prescripciones
para los
profesionales y en sus descripciones de los mismos. En
conclusión, pensamos
que nuestro análisis se aparta de la literatura prevaleciente y
ofrece la
posibilidad de que este enfoque se mueva en una dirección
crítica más
consciente de sí misma.
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