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Los años venideros - o simplemente, la labor etnográfica – develaron una gran decepción:
los indígenas no solo no eran capaces de conservar el medio ambiente, sino que activa y
voluntariamente incurrían en prácticas destructivas de este con fines de lucro capitalista.
Los Matsigenka constituyen un caso de estudio particularmente interesante por su
diversidad. Por un lado, las comunidades dentro del Parque Nacional del Manu luchan
con limitaciones que les impone la regulación del PNM bajo el discurso de la
conservación. Por otro, las comunidades Matsigenka a lo largo del Urubamba hace
décadas vienen desarrollando relaciones comerciales con madereros, cocaleros, mineros,
y demás sectores de la industria informal e ilegal. ¿Estamos frente a una contradicción?
El Catch 22 de la conservación
Holt, en un artículo del mismo título, postula que el discurso conservacionista posiciona
a los indígenas en un Catch 22: una paradoja, en la cual las condiciones culturales
aparentemente compatibles con la conservación de la biodiversidad (baja densidad
poblacional, tecnología limitada y una economía de subsistencia) son precisamente
aquellas a partir de las cuales un enfoque de bienes comunes no predeciría la emergencia
de prácticas conservacionistas. La preocupación por la conservación emerge cuando las
personas exceden en presión sobre los recursos y reconocen la potencial sobre explotación
de los recursos, en el marco del crecimiento poblacional, ingreso de tecnologías y
economías de mercado (2005: 201).
Johnson sostiene que los Matsigenka son cazadores oportunistas, quienes actúan de
acuerdo a lógicas de costo-beneficio -opino que esto es cuestionable, pero dejaré ese
debate para más adelante. Su visión de la naturaleza es que es infinitamente regenerativa
y no requiere de prácticas especiales de manejo de los recursos para asegurar abundancia
(1989: 219). Concluye en que solo se opta por prácticas ecologistas si es necesario para
sobrevivir. Esto se debería a la densidad poblacional, inversión en las siguientes
generaciones en el caso de territorios titulados o circunscripción a áreas menos ricas
debido a la presencia de enemigos (ídem: 221).
Algunos de sus puntos, curiosamente, aún coincide con lo hallado por Revilla treinta años
después para el caso de Tayakome, una comunidad en contacto inicial dentro del Parque
Nacional del Manu. Cabe resaltar que el Parque Nacional impone una serie de políticas
regulatorias que impiden el ingreso de foráneos, así como la caza y agricultura comercial.
Vanessa Azañedo
El modelo proyectado a 50 años, elaborado por Shepard (2012), en dos comunidades del
Parque Nacional del Manu en contacto inicial (Yomybato y Tayakome), representa un
ejemplo muy útil analizar la sostenibilidad de las prácticas - así como comparar el impacto
Vanessa Azañedo
de las diferentes variables. Shepard elige a los primates indicador debido a que son
bastante apreciados por los cazadores matsigenka, poco sensibles a las variaciones entre
parcelas y, además, importantes dispersores de semillas. Compara, en primer lugar, a los
cazadores sedentarios con los nómadas; segundo, a la caza con arco y flecha con la caza
con escopeta; tercero, la caza con escopeta con de subsistencia y aquella con fines de
acumulación; y, por último, el esfuerzo usual (40 presas al año) y una hipotética
duplicación de este.
Lo que este modelo evidencia, es que el mayor impacto es generado no por la presión
poblacional – como planteaba Johnson, sino el uso de tecnologías para cazar. Esto se
demuestra comparando la fila de 40 versus la de 80 presas. Estas presentan una variación
mínima para el caso de la caza tradicional, lo cual no ocurre en el caso de la caza con
escopeta. Esto se debe a que, ya que el tiempo de dispersión de los monos es lento, el
éxito en la caza de un cazador reduce el de otro. Solo sobrepasando un cierto umbral de
esfuerzo o población se superponen áreas sobrecazadas. Por otro lado, la caza con
escopeta es tan eficiente que rápidamente se agotan las presas, deviniendo eventualmente
en un tiempo necesario para cazar mayor, debido a las largas distancias que se debe
recorrer (Shepard 2012: 657, 658).
Las comunidades dentro del PNM, con quienes se llevaron a cabo las previamente
expuestas investigaciones de Shepard y Revilla, funcionan aún a partir de un sistema de
reproducción simple; es decir, fuera del alcance de la economía de mercado. La
diferenciación social interna sigue siendo el parentesco y distinciones de edad y de
género, las cuales definen conjuntamente una división del trabajo legitimado por la
cultura. Existen vínculos con el mercado, pero se limitan a la adquisición de ciertos
bienes. El dinero, pues, es empleado en cubrir las necesidades familiares mas no en
invertir con fines acumulativos (Schmink 1987: 40).
Al igual que los autores anteriores, Joseph Heinrich, señala que en circunstancias de baja
presión poblacional emplean técnicas y estrategias que inherentemente conservan la tierra
y los recursos. Gran parte de este conocimiento está enraizado implícitamente en
prácticas, creencias y modos de ver el mundo, más que en la forma causa-efecto típica de
Vanessa Azañedo
Para dar cuenta de este fenómeno, me es útil el concepto de economía moral de Carrier.
A diferencia de lo expuesto por los autores de la primera parte de este ensayo, Carrier –
siguiendo a Polanyi- analiza las prácticas económicas más allá de lo meramente
formalista como sería, por ejemplo, limitar el análisis al costo-beneficio en las prácticas
de caza, agricultura y recolección. El autor diferencia el formalismo del substantivismo.
Si el enfoque formalista se aproxima a la economía en términos de cómo sucede (es decir,
aquellos individuos asignando sus recursos limitados a fines alternativos), el formalismo
se preocupa por qué sucede; esto es, por la producción y circulación de objetos materiales,
labor y servicios (lo que denomina cosas). Así, mientras el formalismo estudia momentos
de decisión, el substantivismo da cuenta de las relaciones que movilizan las cosas que
satisfacen los deseos de la gente (2008: 21, 22).
En esta línea, el valor que se le adjudica a los bienes adquiridos, migrar a la ciudad,
estudiar, etc. moviliza otros modos de producción, ya sea ampliada o híbrida. La
reproducción simple, sin embargo, ya no es compatible con las expectativas de los
Matsigenka de las comunidades que visitó Heinrich. Uno de sus entrevistados, estudiante
y agricultor de 28 años, expresa de manera muy clara este cambio cultural:
…la situación de los Matsigenka que viven en la comunidad, casi todos, no se conforma
con la de nuestros ancestros… Nuestros ancestros vivían, pescaban y cargaban sus pollos
para moverse de un lugar a otro. Pero ahora la situación de la comunidad es diferente. La
comunidad está tranquila y nadie prácticamente puede seguir con las viejas formas.
Algunos viven acá, los jóvenes se van a estudiar, otros se van a criar ganado. Quieren ser
dueños de ranchos. Quieren ser lo que sea, pero no se conforman con la situación de sus
ancestros. Eso es lo que los Matsigenka quieren ahora (1997: 328).
Esto se debe a que tiempo destinado al trabajo asalariado se reste del tiempo destinado a
las faenas comunales. Adicional a esto, la falta de tiempo para actividades como el tejido
de techos y el trabajo en la chacra da pie a la contratación de parientes o vecinos para
estos fines, lo cual antes tenía lugar sin un pago de por medio. Esto, sumado a los ingresos
por compensaciones y el canon, deviene en una progresiva monetarización de la
economía.
Según los autores, esto tuvo un impacto también en la agricultura. La presión del mercado
generó un uso más intensivo del suelo entre algunos sectores de la población. Si bien la
agricultura de subsistencia no desapareción, dio paso al inicio a una agricultura comercial
(la cual venía dándose incluso antes de los 90), principalmente de cacao y café, con bajo
porcentaje de empleo de insumos modernos (ídem: 49). En el estudio del 2012, se hallaron
cambios relevantes:
predios de más de 4 hectáreas. Aquello parecía una tendencia bastante clara en los
noventa (Henrich 1997), luego en la década siguiente aparentemente se revirtió, según
Expertisse y GRADE, pero una vez más reaparece como producto de la masiva
monetarización de la economía. Otro de los cambios que más resalta es el desarrollo de
un nuevo sistema de producción, también de rozo y quema, pero donde ya no se abre otro
predio cada año en lugares distantes de la última parcela desboscada, sino que a partir de
la misma parcela se deforesta en el espacio aledaño, irradiando la expansión desde un
punto focal (ídem: 51).
Bedoya señala que son precisamente los predios menores de 5 hectáreas los responsables
de la destrucción de la Amazonía, ocupando hasta 71% del área deforestada (2016: 79).
El uso intensivo y, en particular, la quema frecuente de una misma área, como es el caso
mencionado, difícilmente permite la regeneración de los bosques. A esto se suma la
presencia de colonos andinos, quienes, al carecer de los conocimientos del manejo de
tierras amazónicas, ejecutan prácticas altamente dañinas del suelo con el fin de recuperar
lo invertido en el terreno.
Esto no es un hecho que se limite a esta área en particular. Para entenderlo, han de ser
tomadas en cuenta las políticas estatales que llevaron a la situación actual. Estas se
remontan al proyecto del presidente Fernando Belaúnde (1983-1968), la “conquista del
Perú por los peruanos”. Se construyó un imaginario de la Amazonía como vacía y salvaje,
que había de ser colonizada, lo cual significó la expansión de la frontera agrícola. Como
Comas señala, el paisaje natural es producto de relaciones de clase, de género y raciales:
no es ni neutro ni natural (Soper 1996, citada en Comas 1998: 122). A lo largo de su
artículo, la autora señala cómo la naturaleza no es dada. Es, más bien, una construcción
simbólica – con base material- a partir de cuya concepción se construyem los modos
producción.
Habiendo presentado estos datos, retomo la idea con la cual inicié este ensayo. Esta es, la
crítica hacia la gobernanza transnacional basada en la sujeción y esencialización del
nativo. Tomo una propuesta de Holt a manera de conclusión: en vez de preguntarse si los
indígenas son “naturalmente” conservadores, el esfuerzo debería avocarse a identificar
cuáles son las condiciones que fomentan la conservación en un grupo (2004: 204). En ese
sentido, la conservación debería asumirse como un proyecto intencional con y no a costa
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de las comunidades nativas. En este sentido, las políticas públicas deberían estar
orientadas a generar una alianza de interés para ambas partes. Para el caso de las
comunidades dentro del PNM, debería proponerse una alternativa sostenible y acorde con
las expectativas de vida de la población como el turismo- junto con la infraestructura
necesaria para llevarla a cabo.
Referencias bibliográficas:
Bedoya, Eduardo. 1995. The Social and Economic Causes of Deforestation in the Peruvian
Amazon Basin: Natives and Colonists. En Painter M. y D. Durham. En The Social Causes
of Environmental Destruction in Latin America. Ann Arbor: University of Michigan
Press. Pp. 217-246.
Bedoya, Eduardo y Carlos E. Aramburú. 2012. La dinámica del cambio en las comunidades
del Bajo Urubamba. Informe para Pluspetrol.
Bedoya, Eduardo. 2016. La deforestación y la tragedia de los comunes entre los cocaleros
del VRAE: 2001-2004. En Espacio y Desarrollo N° 28, 2016, pp. 75-101 (ISSN 1016-9148)
Carrier, James. 2018. Moral economy: What’s in a name? Anthropological Theory, Vol.
18(1) 18–35.
Comas D’Argemir, Dolors. 1998. Ecología, naturaleza y cambio social. España: Ariel S.A.
Holt, F.L. 2005. The Catch-22 of Conservation: Indigenous Peoples, Biologists, and
Cultural Change. Hum Ecol 33, 199–215
Shepard Jr, G., K. Rummenhoeller, J. Ohl-Schacherer, & D.W. Yu. 2010. “Trouble in
paradise: indigenous populations, anthropological policies, and biodiversity conservation
in Manu National Park, Peru”, Journal of Sustainable Forestry, 29 (2-4): 252-301.