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Introducción: El Postestructuralismo y El Posfeminismo

La mayoría de las definiciones del posfeminismo comienzan afirmando piadosamente lo que no es: el “pos”
no indica la superación del feminismo. Más bien, se trata de una acción estratégica llevada a cabo por el
feminismo, frente al hecho de que, como consecuencia del deseo de agrupar a las mujeres, las feministas
omitieron revisar la concepción de la identidad como positiva y estable. Se apoyaron en un concepto
estático de lo que era una mujer, y esto condujo a dilemas “esencialistas”, en lugar de someter a la “mujer”
a un análisis crítico. Así pues, desatendieron la parte del Postestructuralismo que abordó las
construcciones ideológicas del discurso.
El Postestructuralismo reaccionó contra la oposición binaria propuesta por el lingüista Ferdinand de
Saussure, y se concentró en el discurso, en lo que ocurre en el diálogo más que en la lengua en el sentido
en el que la conceptualizó Saussure. Este introdujo los términos “significante” y “significado” como dos
entidades del signo lingüístico: el significante es la imagen acústica de una palabra, y el significado, el
concepto correspondiente a ella. En sí mismo, esto sugiere una concepción algo rígida de la lengua,
especialmente porque Saussure consideraba que los significantes y los significados estaban unidos como
las dos caras de una hoja de papel. Puesto que consideraba que los significantes, las unidades sonoras de
la lengua, estaban relacionados entre sí en un sistema fijo de diferencias, inevitablemente concibió los
conceptos, los pensamientos que aquellos representaban, como igualmente fijos. En este punto se advierte
una inconsistencia en su teoría, dado que en el resto de sus postulados reconoció que la lengua se
modificaba con el uso a través del habla [speech], pero no pudo explicar de qué modo se producían las
modificaciones. Lacan, por el contrario, da primacía al significante, argumentando que el significado es un
efecto del “juego de los significantes” en el continuum de la experiencia, algo que Saussure no tuvo en
cuenta. Esta concepción coloca la palabra [speech] en su justo lugar en la constitución del lenguaje, en tanto
que Saussure, al enfatizar la estructura del lenguaje, no pudo evitar poner en un primer plano lo social, a
expensas de los seres hablantes. Hasta aquí, en pocas palabras, la teoría estructuralista. Sin ella, la
“deconstrucción” postestructuralista y su crítica del texto y, en última instancia, del sujeto, nunca habrían
sido posibles.
El Campo Minado de la Política
La lectura positiva del posfeminismo
El posfeminismo ha comenzado a preguntarse qué podría aportarle la noción posmoderna del sujeto
disperso e inestable. El término “posfeminismo” en sí mismo arrastra sus propios problemas de definición,
tanto positivos como negativos.
Los positivos se refieren a lo siguiente: el posfeminismo está en permanente proceso de
autotransformación y automodificación. No presupone que los discursos feministas y colonialistas previos,
sean modernistas o patriarcales, hayan sido superados, sino que adopta una posición crítica frente a ellos.
Esto incluye una objeción a la “segunda ola” del feminismo, ese espléndido, múltiple y contradictorio
movimiento surgido en Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa, que finalmente corrió el riesgo de
coagularse en razón de sus presupuestos de que el patriarcado y el imperialismo eran las raíces de todo
mal. Esta segunda ola nació en estados Unidos y en Gran Bretaña con los movimientos estudiantiles de la
década de 1960, y por ello tuvo un cariz eminentemente político. Así como la primera ola de las primeras
décadas del siglo XX luchó por el voto, la segunda se concentró en cuestiones relacionadas con la igualdad
de los derechos laborales, la liberación del control sexual y doméstico, y la crítica a la ideología del
patriarcado. En Estados Unidos, las figuras más prominentes fueron Betty Friedan, Kate Millett y Shulamith
Firestone; y en Gran Bretaña, Juliet Mitchell, Germaine Greer y Eva Figes. Este movimiento produjo una
serie de análisis teóricos que cuestionaban los supuestos patriarcales tanto en su actitud como en sus
prácticas. Su énfasis en la acción colectiva pronto reveló tensiones internas debido a que negó la diferencia,
primero de clase y color y, finalmente, de identidad. En parte como consecuencia, el posfeminismo comenzó
a participar del discurso del posmodernismo, al desestabilizar, aunque de maneras inesperadas y
contradictorias, la noción de un sujeto fijo y total.
Los feminismos franceses- y ya estamos en el terreno plural- se acercaron al movimiento feminista con un
concepto crítico clave, el de écriture feminine. Aunque écriture significa claramente “escritura”, surge
inmediatamente un problema de traducción, puesto que “feminine” puede referirse tanto al vocablo inglés
“female” (y sugerir la cultura), mientras que en francés esta distinción problemática puede eludirse. Lo que
impulsa a buscar una forma femenina de escritura es dar cuenta de qué es lo femenino. Sus exponentes, de
mediados de la década de 1970, afirmaban que en el llamado orden “falocéntrico” del lenguaje,
denominado “lo simbólico masculino”, no había lugar para una práctica femenina de la escritura es dar
cuenta de qué es lo femenino. Sus exponentes, de mediados de la década de 1970, afirmaban que en el
llamado orden “falocéntrico” del lenguaje, denominado “lo simbólico masculino”, no había lugar para una
práctica femenina de la escritura. Su practicante, más célebre es Hélene Cixous, quien rechaza toda teoría
por considerarla irreductiblemente falocrática, y por lo tanto se alinea con Derrida y se opone a Lacan.
Tanto ella como Luce Irigaray ponen un problemático énfasis en el cuerpo de la mujer y el cuerpo maternal,
en una “escritura desde el cuerpo” que restituye a la mujer la diferencia que le es denegada en el discurso
falocéntrico. Cixous, al destacar lo subversivo de la escritura de lo femenino, queda más ligada a otra
postestructuralista eminente, la semiótica y la psicoanalista Julia Kristeva denomina “semióticas” a estas
pulsaciones, pero deja en claro que “lo semiótico” se hace sentir en flujos de movimiento constante,
independientemente de si lugar es un cuerpo masculino o femenino. De hecho, que sus investigaciones
dentro de la literatura y la poesía se refieran principalmente a artistas de vanguardia masculinos es algo
que inquieta a las feministas. Ninguno de estos feminismos franceses se alinea con el movimiento femenino
tal como aparece en el mundo anglófono, aunque sus objetivos tienen su propia fuerza política. Pese a su
propia crítica al psicoanálisis se acercaron mucho más a la noción del inconsciente que la corriente
feminista anglófona de aquel momento, y fue su investigación de las complejidades de la subjetividad la
que allanó el camino para la transición del feminismo al posfeminismo.
La lectura Negativa
La lectura negativa insertaría un guión entre “pos” y “feminismo”. Supone que el feminismo está siendo
saboteado por el “pos”, que indicaría que ahora puede prescindirse de feminismo, al menos en la medida
en que hace un alegato especial a favor de la subjetividad del sujeto femenino.
Aunque las denominadas “posfeministas”, entre las que se cuentan Naomi Wolf, Katie Roiphe, René Denfeld
y Natasha Walter, a menudo son tachadas de “antifeministas”, se caracterizan por ser precursoras de un
cambio en las metas y los objetivos del feminismo, lo que algunos llaman una “tercera ola”. En general,
apoyan una agenda liberal e individualista más que una colectiva y política, algo en lo que frecuentemente
se basan sus detractores para acusarlas de instrumentos de una violenta reacción conservadora contra el
feminismo, que busca limitar su eficacia.

René Denfeld lanza una acusación contra un grupo más antiguo de teóricas del feminismo, a quienes llama
The New Victorians, tal el título principal de su libro, y con quienes discrepa vehementemente. Caracteriza
al “viejo orden feminista” como puritano (Catherine MacKinnon, por su ataque a la idea misma de “sexo
consensuado”), conservador (Andrea Dworkin, por su campaña contra la pornografía) y extrañamente
New Age [Mary Daly], por su ferviente llamado al “culto a la diosa”). Expresa su preocupación ante el hecho
de que estas cuestiones, bajo esos nombres influyentes, reciban tanta atención por parte de los cursos de
estudios sobre la mujer. En el capítulo titulado “The Antiphallic Campaign” [La campaña antifálica] del libro
mencionado, toma distancia de las teóricas feministas que afirman que la heterosexualidad es opresiva, y
de la posición que sostiene que ser lesbiana es la forma más radical de ser feminista y no una orientación
sexual tan plausible como cualquier otra. En particular, se opone a la concepción feminista según la cual la
inclinación a privilegiar lo masculino tiene sus raíces en una institución mundial, el patriarcado:

Siguiendo la caracterización ampliamente aceptada de la sociedad como un “patriarcado”, las feministas


de hoy han creado una profusión de teorías que reúnen a los hombres en una clase indiferenciada. El
patriarcado significa “la ley de los padres”, pero las feministas actuales utilizan ese término con un
desparpajo imprudente, aplicándolo a todos aquellos aspectos de la sociedad que no les agradan.

Puesto que, como veremos, estos mismos presupuestos nos conducen directamente al núcleo de la teoría
lacaniana, es importante examinarlos en otro contexto.

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