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LA FILOSOFÍA DE DESCARTES: EL MÉTODO Y SU

FUNDAMENTACIÓN
2007 | 09 | 18

LA FILOSOFÍA DE DESCARTES: EL MÉTODO Y SU


FUNDAMENTACIÓN

Por Pablo Huerga Melcón

Introducción general

Renato Descartes (1596-1650), nació en La Haya de Turena. Después de estudiar en


el colegio de La Flèche de París, y viajar por Europa, fijó su residencia en Holanda. en 1628, y redactó
sus Regulae ad directionem ingenii , publicado en 1701. En 1633 terminó su Tratado del mundo, no
publicado por las noticias que llegaban de Italia con respecto a la condenación de Galileo, el 22 de Junio
de 1633, ya que Descartes defendía la hipótesis de Copérnico. Sin embargo, una parte del libro fue
publicada en 1637, La dióptrica, los meteoros y la Geometría, con un prólogo que constituyó el
famoso Discurso del Método. En 1641 se publicó la obra, Meditationes de prima philosophia en qua Dei
existentia et animae immortalitas demonstratur, traducida al francés en 1647. Posteriormente publicó
los Principia philosophiae en cuatro libros, donde recogía todos los contenidos del tratado del mundo, así
como sus principios filosóficos. La reina Cristina de Suecia le invitó a trasladarse a Estocolmo para
instruirla en su filosofía. Después de presentar a la imprenta su obra las pasiones del alma, en 1649,
viajó a Suecia. Allí, cogió una pulmonía que le llevó a la muerte en febrero de 1650.

El método y su fundamentación

Introducción: Racionalismo

Su preocupación filosófica es fundamentalmente epistemológica.


Se trata de asegurar los principios sobre los cuales puede
asentarse el verdadero conocimiento. Biográficamente, la salida
de la Fleche le planteó el problema del siguiente modo: se da
cuenta de que aun habiendo asimilado todo el saber de su
tiempo, , no posee ningún criterio para distinguir lo verdadero de
lo falso.

Con ello, Descartes instaura lo que podríamos llamar, el método


trascendental. Este consiste en la elucidación de las condiciones
de posibilidad del conocimiento cierto. Estas condiciones deben
cumplir el siguiente principio: que el conocimiento, si lo es, debe
ser común, no es posible un conocimiento incomunicable, porque aunque lo fuera, de nada nos serviría.
En esto consiste el significado del concepto de trascendental, el conocimiento debe ser común, pero
para serlo, las condiciones de posibilidad del conocimiento deben darse en todos los individuos por igual.
Debe haber alguna facultad capaz de permitir el conocimiento según el principio de la universalidad. Esta
facultad es, sin duda, la razón. Aquí comienza, lo que en la historia de la filosofía podemos denominar, el
idealismo trascendental. Idealismo, porque se considera que las condiciones de posibilidad del
conocimiento están dadas en el sujeto, portador de las mismas. El sujeto se constituye así como
sustancia, sustancia raciocinante sobre la cual se asegura el conocimiento y su comunicabilidad. Y el
sujeto, concebido desde la razón, es una instancia universal, trascendental. Aquello que de común
tienen todos los hombres. Distinguiríamos así entre sujeto, en sentido subjetivo, yo particular, y el Ego
trascendental, aquello que siendo distribuido en cada uno de los individuos es, sin embargo, universal y
común. En este sujeto trascendental, es en el que se instala el conocimiento objetivo de las ciencias, y
por excelencia, de las matemáticas.
Descartes es el verdadero instaurador de este modo de filosofar que va a alcanzar en Kant su máxima
expresión. Pero veamos como lo desarrolla el propio Descartes.

Para Descartes, la razón es igual en todos los hombres, de modo que la diversidad de opiniones
humanas se origina de los diferentes modos de guiarla y de la diversidad de los objetos a los cuales se
aplica.

Método

El método, lo extrae Descartes, de su propia actividad


matemática. Para poder aplicarlo como método general, debe
probarse primeramente su valor universal. Su valor universal
radica en el fundamento último en el que se soporta, el hombre
como razón, o pensamiento, es decir, el hombre desde el punto
de vista trascendental.

Primero debe formular las reglas del método, teniendo presente


el funcionamiento de las matemáticas. Luego fundamentar el
valor universal y absoluto del método y posteriormente
demostrar la fecundidad del método en las diversas ramas del
saber.

Descartes define el método como el conjunto de “reglas ciertas y


fáciles que hacen imposible para quien las observe tomar lo falso
por verdadero y, sin ningún esfuerzo mental inútil, sino
aumentando siempre gradualmente su ciencia, le conducirán al
conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer.”

Las reglas fundamentales son:

1. Evidencia. Solo aceptar lo que se presente clara y distintamente a mi espíritu. El acto de la evidencia
en el alma es la intuición.

2. Análisis. Dividir cada dificultad en el mayor número de partes posibles y necesarias para resolverlas
mejor.

3. Síntesis. conducir los pensamientos con orden empezando por los más simples hasta los más
complejos. Este procedimiento es el propio de la geometría, el orden de la deducción y esta exige el
orden.

4. Enumeración. Hacer enumeraciones completas y generales de todas las cosas y no omitir nada.

El Cógito

El problema es establecer este método como método de todo conocimiento posible. Para ello, hay que
establecer su fundamento más allá del ejercicio de la matemática. Para establecerlo parte de la negación
de validez de cualquier conocimiento adquirido. Se trata de la Duda Metódica. Hay que dudar de todo,
poner en entredicho todos aquellos conocimientos que nos constituyen, mediante una epojé o
suspensión de juicio.

Ahora bien, cómo fingir que se duda de las matemáticas, cuando es un conocimiento cierto, aquel del
que se extraen incluso las reglas del método que quiere ser universal. Descartes imagina que Dios puede
ser perverso. Para que yo pueda dudar de las verdades matemáticas, la condición es que no pueda
fiarme de la propia conciencia lógica: esa que hace matemáticas. Pero como mi evidencia es inseparable
de esa conciencia, poner en duda mi conciencia significa suponer que hay otra conciencia de leyes
distintas que las que rigen mi conciencia y en cuyas redes está la mía aprisionada sin poder escapar de
la trampa. En efecto, Dios es omnipotente.

Ahora bien, aunque ese ser me engañe, no puede hacer que me engañe con respecto a mi duda, a mi
engaño. La duda exige la existencia, sin existir (como pensamiento) no podría siquiera dudar. De ahí se
deduce la certeza de mi existencia como cosa pensante; si dudo es que existo.
Pero el cógito ergo sum garantiza mi existencia como cosa pensante y la de cualquier conciencia que
proceda del mismo modo. La conclusión no es el establecimiento de la existencia del yo personal, sino
de un yo como condición de posibilidad del conocimiento, un yo trascendental. Siempre que se recorra
este camino se obtendrá la misma evidencia: si algo piensa existirá. Por tanto, esta verdad no es
subjetiva de Descartes sino una verdad universal; ella puede actuar como fundamento metafísico.

El problema de Dios y su capacidad como fundamento

Sin embargo, esa evidencia no garantiza la verdad de mis conocimientos; garantiza solo que no nos
equivocamos cuando pensamos tener ideas. Pero no sabemos si estas ideas son objetivas, verdaderas o
falsas. Según Descartes, solo podré estar seguro de que mis ideas son verdaderas, si hay por lo menos
una idea que, sin dejar de ser contenido de mi conciencia (idea) revela en su misma estructura de idea
tales características que no pueda dejar de ser realidad (independiente de mi conciencia). Esa idea
existe y es, según Descartes, Dios. porque Dios es objetivo y no solo contenido de mi conciencia. La
prueba respecto a la existencia de Dios es una reedición del argumento ontológico de San Anselmo: si
tengo la idea de un ser absolutamente perfecto, ese ser debe existir, pues, sino, su misma idea
implicaría contradicción, al ser perfecto e imperfecto a la vez (si la existencia le falta). De otro modo, la
idea de un ser perfectísimo no puede haber brotado de mi, que soy finito y limitado; debe haber sido
puesta desde fuera. La esencia de Dios conlleva necesariamente la existencia. Con ello, Descartes dice
haber encontrado una garantía de la verdad de sus pensamientos.

Ahora bien, la misma prueba de la existencia de Dios es convincente porque resulta ser clara y distinta.
Así que lo que parece claro ahora se oscurece porque )es Dios el fundamento de las verdades de mi
conciencia, o es mi conciencia el fundamento de la propia evidencia de la existencia de Dios?. Descartes
es oscuro porque la regla de la evidencia parece presidir el mismo conocimiento que está pensado para
garantizarla; es claro porque lo que realmente recuperamos con la prueba de la existencia de Dios es la
propia evidencia matemática que se había puesto en duda. De hecho, Descartes afirma que Dios le sirve
para ajustar en el tiempo aquello que una vez fue conocido con claridad y distinción. Como sé que hay
Dios, se entonces que todo lo que concibo con claridad y distinción no puede por menos de ser
verdadero con tal de que recuerde haberlo comprendido clara y distintamente. Lo que Dios me garantiza
es que las verdades claras y distintas que yo conozco siguen siéndolo mientras no las pienso. Dios me
garantiza que no me equivoco cuando creo ser verdadero lo que pienso, a condición de que lo que
pienso haya sido previamente claro y distinto. Hay Dios, significa también hay un orden de evidencias
matemáticas que es verdadero. Lo que añade Dios a mi conocimiento de las matemáticas es
simplemente que se trata de una verdad eterna. Pero cómo sé que es una verdad? Lo sé cuando estoy
ejerciendo la demostración matemática, cuando estoy teniendo la evidencia. Cuando no la estoy
teniendo , lo que hago es confiar en que cuando la tuve, la tuve y si la tuve, entonces era
inquebrantable y debe serlo ahora, aunque no la tenga.

Problemas lógicos y resolución del método trascendental

Ahora bien, si Dios es garantía de mi conocimiento, significa que no me puede engañar, pero si no me
puede engañar entonces no es omnipotente. Pero no engañar significa que Dios no puede hacer que dos
más tres no sean cinco o cosas por el estilo. Esa condición ha sido impuesta por mi conciencia lógica,
para la cual, sin eso no hay evidencia posible. Tengo la idea de un ser perfecto significa que esa noción
incluye la imposibilidad de que lo claro y distinto no lo sea.

Por ello, Dios garantiza mi conocimiento porque lo he pensado a mi imagen y semejanza, a imagen y
semejanza de mi conciencia lógica. Evidentemente hay aquí un círculo lógico: mi creencia en la evidencia
matemática está garantizada porque existe realmente Dios, es decir, un orden matemático objetivo, en
el cual creo porque, si no lo hubiera, mis evidencias no estarían garantizadas.

Esto no es más que una de las primeras manifestaciones del razonamiento trascendental. Su núcleo
fundamental sería así: tal cosa tiene que ser así, porque, si no es así, la conciencia entera se desmorona
y eso no puede ser. Por ello, el conocimiento filosófico dirigido por este camino irá moralizándose,
sirviendo a los intereses de una conciencia que no quiere dejar de ser. La imagen del genio maligno
debe ser acallada porque si no, )a dónde iríamos a parar?
El tema del genio maligno era el de una conciencia envuelta por otra. Negar el genio maligno es afirmar
que si Dios existe entonces no me envuelve, en cuanto conciencia. Dios como expresión del orden
racional (el de las evidencias matemáticas, el que se trataba de salvar del genio maligno), no es
heterogéneo respecto a mi conciencia. Postular a Dios significa postular las condiciones que hacen
posible la racionalidad. Significa proyectar trascendentalmente aquello que es preciso para que la
conciencia no se disuelva.

Los límites del conocimiento

Si bien Dios no me envuelve como conciencia, sí parece que me envuelve en cuanto voluntad. Para
Descartes Dios podría, es cierto, haber hecho el mundo de otra manera.

Esta es una manifestación más del razonamiento trascendental que se impone en la modernidad. Un
pensamiento en donde quedan contemplados tanto el racionalismo de las matemáticas como la falta de
ingenuidad, el criticismo de todo conocimiento posible frente a la confianza ciega en la razón.

El voluntarismo cartesiano de Dios no es una restricción irracional a su proyecto racionalista, sino, una
prolongación del propio racionalismo en cuanto este incluye un trámite crítico. Todo racionalismo crítico
comporta el tema de los límites de la razón, tanto como el de las garantías de esta.

Nuestra conciencia está sujeta a error. Dios no nos engaña, ni tampoco es la causa de nuestros errores,
pero sí nos limita. Nos limita en tanto que desborda nuestra condición finita. Descartes dice algo así
como: podemos estar seguros de que conocemos bien lo que conocemos bien, pero nunca podemos
estar seguros de conocer todo. Su racionalismo halla conscientemente un techo en la voluntad de Dios,
que al propio tiempo lo limita y lo confirma. Lo limita porque el hombre es finito, por la brevedad de la
vida; lo confirma porque lo que conozco lo conozco bien.

Descartes ha hablado de Dios y de su relación con el hombre con una reticente frialdad. Ese
enfriamiento de Dios es el significado de la Inversión teológica que dice G. Bueno. Dios deja de ser una
cosa de la que se habla, para ser una cosa desde la que se habla de matemáticas, y cosas por el estilo.
Es, como dirá Pascal, un Dios filosófico, más que un Dios religioso. El Dios garantía se parece demasiado
a una estricta legalidad que reproduce lo que la conciencia lógica es y se despersonaliza. Y como
voluntad, es más un límite abstracto de mis posibilidades cognoscitivas, más que una relación personal.

El pensamiento trascendental y la filosofía

A partir de Descartes asistimos a una forma de hacer filosofía que concentra su pensamiento en la
apelación a las condiciones en que la conciencia tiene que subsistir, la conciencia filosófica, la conciencia
moral, la conciencia política, la conciencia lógica. Este es el signo de la moralización del conocimiento
compañero de la crítica hasta la síntesis Kantiana. Siempre habrá que postular algo para escapar al
fantasma del genio maligno; fantasma que no puede ser nunca conjurado del todo. Descartes inaugura
los desarrollos de la filosofía moderna hasta Kant como cenit desde el que irá involucrándose más y más
en el mundo de la voluntad, y de la moral. El racionalismo moderno, lleva el germen del reconocimiento
de que la razón necesita de cierta fe. Negador de la religión, la homenajeará sin duda, dotándola de
nuevo contenido, buscando la salvación en un conocimiento que nos mantenga medianamente lejos del
pseudosaber y suficientemente cerca para criticarlo.

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