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A medida que Cambiemos aumentó la injerencia de la lógica empresarial y
financiera en la gestión de los asuntos públicos y desplegó una campaña contra la
investigación, el sistema científico fue exigido a demostrar su “utilidad y eficiencia”
en términos de rentabilidad inmediata. Hoy el desafío es resignificar las nociones
de utilidad y eficacia en un sentido menos restrictivo. Y mostrar por qué es
importante que las ciencias sociales interpelen las dimensiones y los niveles de
complejidad que se esconden detrás de las promesas de “solucionar los
problemas de la gente”, del slogan “hacer lo que hay que hacer”, y de las
consignas “que vuelva el trabajo” o “encender la economía”.
“Resolver los problemas de la gente”
En estos días salieron excelentes notas[t3] sobre el rol de las ciencias en el
desarrollo del país de cara al debate presidencial. Ninguna menciona a las
sociales, que son útiles para “solucionar los problemas de la gente” por múltiples
vías. Una privilegiada son las políticas públicas. Podríamos listar una serie de
razones de por qué y cómo aportan y potencian a su diseño e implementación:
generan explicaciones para abordar los problemas urgentes y controversiales sin
restarles complejidad; reconocen saberes y conocimientos de diferentes grupos
que pueden mejorar la convivencia social; ayudan a que los descubrimientos
científicos e innovaciones tecnológicas sean adoptados de modo positivo;
permiten comprender nuevos fenómenos que preocupan a la población y a los que
toman decisiones; aporta a la formación reflexiva de les ciudadanes para la
integración social; permite ver el funcionamiento del Estado de modo integral;
identifica las dinámicas y tendencias culturales y económicas emergentes que
organizan la sociedad; indagan en el pasado y mantienen alerta y abierta la
memoria colectiva; exploran la imaginación humana, sus potencialidades creativas
y liberadoras. Y así, entre varias otras cosas, contribuyen a hacer más eficiente la
inversión estatal -y privada- puesta en juego al momento de implementar las
políticas.
El diseño y la ejecución de las políticas se potencia con los avances de las
ciencias sociales porque un país es más que una economía. Para desarrollarse no
solo necesita producir más riqueza, necesita de una trama de políticas públicas
virtuosas que integren y potencien ese crecimiento en todo el tejido social del
modo más igualitario posible.
“Haciendo lo que hay que hacer”
¿Funcionó la desregulación estatal para traer inversiones? ¿La AUH fue tirar la
plata o funcionó para reducir la desigualdad? ¿Los recursos de las políticas
públicas son un regalo clientelista o son un derecho? Las ciencias sociales no solo
aportan al momento del diseño y la implementación, sino también a los modelos de
evaluación de las políticas. La evaluación de la gestión del Estado no es monopolio
de “los expertos”, todes elaboramos nuestras propias evaluaciones y juicios sobre
cómo se emplean los recursos públicos. Aquí también las ciencias sociales
intervienen: brindan categorías, concepciones y visiones del mundo social para
armar o disputar esas evaluaciones; hacen diagnósticos y pronósticos no
oficialistas sobre el futuro y las consecuencias de las políticas; nos permiten hacer
explícitos los modelos de sociedad desde los cuales se justifican y se producen
esas evaluaciones cuando se presentan como meramente técnicas o neutrales.
Las ciencias sociales participan activamente en la producción de los diagnósticos
sobre los problemas públicos y sus posibles soluciones. Y sus efectos son
inmediatos: existe una fuerte relación entre cómo construimos el diagnóstico y qué
soluciones buscamos para resolverlo. No es lo mismo, por ejemplo, definir que el
problema social es la pobreza -como coincidieron la mayoría de los candidatos en
ambos debates-, que definir que el problema es la desigualdad, o incluso,
definirlas en plural, las desigualdades de clase, género, étnicas. En los años 90 -
cuando Cavallo mandó a las científicas sociales “a lavar los platos” precisamente a
raíz de la polémica por los índices de pobreza- definir que el problema era la
pobreza dio a las políticas públicas una orientación hacia el asistencialismo: el
bienestar social quedó fuera de sus objetivos. En cambio, definir que el problema
es la desigualdad implica diseñar políticas que reduzcan las distancias entre los
más ricos y los más pobres y reconocer que nuestra sociedad está configurada
por relaciones de poder, conflictos de clases, géneros, racismos y
estigmatizaciones múltiples.
El tan agitado eslogan de campaña “pobreza cero” implica un enorme retroceso en
el debate porque sigue ocultando que el principal problema que impide el
desarrollo argentino es el acceso desigual a los bienes y servicios socialmente
producidos, que profundiza los procesos de vulneración de los sectores populares.
“Es más complejo!” Elevar el nivel del debate público
En la tentación de mostrar las “aplicaciones útiles” de las ciencias sociales para
responder a las exigencias de utilidad corremos el riesgo de reducir su potencial
plural a una sola dimensión o una visión instrumental. De pensar que las sociales
sólo pueden aplicarse para resolver esos problemas a través de políticas públicas.
¿Qué peligros corremos? Desvincular a las políticas públicas de su carácter
político y relegar a los saberes de las ciencias sociales y a las políticas estatales al
terreno de la “aplicación técnica” de los expertos, “de los que más saben”.
Antes que encarnar una esencia técnica o ideológica, las políticas públicas son
resultado de las fuerzas sociales que las moldean. Por eso no podemos disociar la
orientación de las políticas del modelo de sociedad que persiguen. Las ciencias
sociales, al develar los supuestos que articulan una y otra, contribuyen a
desnaturalizar que el orden social en el que vivimos sea el único posible. Por
ejemplo, permiten cuestionar el spot de campaña que Macri reiteró en el debate,
“el esfuerzo del ajuste fue inevitable”, o por caso, que “la única salida a la crisis es
el endeudamiento. Ambas falacias que fueron repetidas como verdad irrefutable
esconden alternativas como, entre otras, la modificación progresiva de las políticas
impositivas.
En las últimas dos décadas las investigaciones en ciencias sociales señalaron
nuevas desigualdades sobre las que luego se crearon líneas de políticas públicas
para atenderlas y atacarlas. La desigual distribución social del cuidado que una vez
visibilizada dio lugar a la sanción de las leyes de Regulación del trabajo doméstico
y de Jubilación de “amas de casa”, el cuestionamiento a las violencias de género
sobre las que busca intervenir la ESI, o el diagnóstico acerca de las desigualdades
digitales que impulsó la creación del programa nacional de alfabetización digital
Conectar Igualdad son algunas de ellas. Donde hay una desigualdad, debe nacer
un derecho.
No solo dan respuestas: las ciencias sociales también crean nuevas preguntas y
alternativas. Y este efecto problematizador lo llevan hacia todos los planos: releen
la historia a contrapelo, disputan imágenes del futuro y producen nuevas
explicaciones con esas claves sobre fenómenos de nuestras vidas cotidianas. En
estos años mostraron que los mal llamados “crímenes pasionales” son
feminicidios, que la “guerra sucia” fue un plan sistemático de terrorismo de Estado
y, más antiguamente, que no es “la mano invisible del mercado” sino la trama de
intereses de clases la que condiciona la economía.
“Poner plata en el bolsillo de la gente”
Las ciencias sociales también pueden potenciar alternativas a los diagnósticos
economicistas señalando que crecimiento económico no es sinónimo de
desarrollo. Aumentar la riqueza de una nación no implica necesariamente mejorar la
calidad de vida de su población: solo si reducimos las brechas de desigualdad
tendremos mejores estándares de vida. Como vemos en la coyuntura de Chile -
señalado como “ejemplo de lo que Argentina tiene que hacer” por los candidatos
Espert y Macri en el primer debate- la riqueza mal distribuida que no genera bienes
públicos adecuados para la población produce más sufrimiento social.
Para atacar la pobreza la economía debe crecer y combatir la inflación, para
romper la exclusión hay que recomponer todos los vectores institucionales de
cercanía que operan como soportes del lazo social. Y eso no se resuelve
solamente poniendo “plata en el bolsillo de la gente” sino “poniendo gente en las
relaciones”: oficiantes del lazo social que reconstruyan los fragmentos de una
trama destruida por el mercado.
Maestros/as, médicos/as, enfermeros/as, pedagogos/as, trabajadores/as sociales,
la gama completa de una burocracia blanda que lleva a cabo todos los días una
infinidad de micro acciones para que los más vulnerados sorteen las mil y un
dificultades y puedan acceder a un derecho o un bien público. Las ciencias
sociales tienen una tarea central en brindarles formación y herramientas para
encuadrar las problemáticas de su profesión y mejorar sus prácticas.
¿Y ahora qué? Crear bienes públicos comunes…
Pensar la inversión en ciencia como una ecuación de suma cero -“más ingenieros,
menos sociólogos”- es una falacia. En las ciencias sociales -como sostuvo
Saussure, que en estos días fue sorpresivamente tendencia en las redes- es el
punto de vista lo que crea el objeto de estudio. Por eso un mismo fenómeno, sea
el bullying escolar, la contaminación ambiental o la inflación, puede y debe ser
analizado a la vez desde la psicología, la economía, la geografía, la sociología. Los
temas prioritarios pueden y deben analizarse desde varias miradas. ¿Qué origina la
inflación? ¿Cómo afectará el cultivo masivo de soja a la estructura social? ¿Cuál
es la cadena de agregación de valor del litio para promover el desarrollo local?
Sobre todos estos temas también deben -y de hecho lo hacen- trabajar las
ciencias sociales.
Con excelentes argumentos, colegas que trabajan en física, matemática, química,
explican que las ciencias básicas, las que exploran y producen nuevos horizontes
de conocimientos, necesitan de dos condiciones: libertad y tiempo. Trabajar sin
restringirse al criterio de la rentabilidad o aplicabilidad inmediata de sus resultados.
Esto es válido también para las sociales, pero con libertad no pretenden que las
dejen “solas” para pensar, sino que elaboran su conocimiento junto a la sociedad.
Esa es la diferencia: piensan mejor cuanto más se sumergen en las tramas de
relaciones que estudian. Por ello las sociales son ciencias fuertemente
controversiales: porque su sujeto de estudio habla e interpreta su realidad, porque
trabaja con el sentido común como materia prima, porque es un pensamiento
relacional y las relaciones -como la fuerza de gravedad o los electrones- a simple
vista no se ven. Cuanto más implicadas en la situación más ajustados serán sus
análisis.
Y a su vez, es en la concreción de nuevos bienes públicos y derechos que se
abren sus posibilidades de expansión. Asumir en el próximo gobierno la educación,
la salud, el trabajo, y otros vectores como la comunicación, la diversidad, lo
ambiental, como bienes públicos a garantizar a través de las instituciones
democráticas demandará cada vez más nuevas utilidades de las Humanidades.
Estas prioridades y urgencias no sólo van a necesitar de los conocimientos
acumulados sino de su apertura teórica y metodológica para captar las nuevas
potencialidades de desarrollo. El conocimiento sobre las tramas sociales para
motorizar ese desarrollo no se puede importar como un bien global, como si se
tratase del último iPhone. Esos saberes no se pueden adquirir llave en mano en el
mercado global, no se ofrecen en mercado libre o en el black friday, ni se
consiguen con una ley de economía del conocimiento hecha a medida de una
empresa. Es el sistema de ciencia pública el que debe producirlos para mejorar las
cadenas de valor locales, las relaciones socio-laborales, el tejido urbano y los
entramados estatales.
El futuro de la Argentina no depende solo de los recursos y su distribución, sino
también de las capacidades colectivas para recrear un tejido social que contribuya
a reconstruir lo público. Luego de atravesar estos años de ataques, las ciencias
(¡también las sociales!) están listas para contribuir en la tarea de reconstruir el país,
que es mucho más que una economía o un campo de batalla.
[1] Con Ornela Boix, Federico Brugaletta, Mora González Canosa, Marcelo
Starcenbaum.
[t3] https://www.elcohetealaluna.com/al-futuro-presidente/;
https://www.perfil.com/noticias/ciencia/el-problema-de-la-ciencia-es-
politico.phtml;
https://www.elcohetealaluna.com/la-ciencia-que-viene/;
https://www.elcohetealaluna.com/la-ciencia-que-viene/
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Nicolás Welschinger
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Jerónimo Pinedo
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Jerónimo Pinedo es Doctor en Ciencias Sociales. Dicta clases en la cátedra
de Análisis de la Sociedad Argentina de Universidad Nacional de La Plata.
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