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De todos los hechos de la vida ninguno es tan cierto como su fin.

La
muerte nos llega a todos; es nuestra “herencia universal. Puede reclamar
a su[s] víctima[s] en la infancia o en la juventud; [puede visitarnos] en la
flor de la vida; o en la vejes podría ocurrir como consecuencia de
accidente o enfermedad,… o… por causas naturales; pero llegar, ha de
llegar”2. La muerte inevitablemente representa la pérdida dolorosa de una
relación y, en particular con los pequeños, es un golpe de sueños
truncados, de aspiraciones fallidas y de esperanzas desvanecidas.

¿Qué persona se a, enfrentado a la pérdida de un ser querido y no ha


meditado en lo que yace más allá del velo que separa lo visto de lo que
no se ha visto?

Hace siglos Job fue bendecido con todo don material y ahora afligido por
todo lo que le puede suceder a un ser humano pronunció la eterna y
clásica pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”3. Job
preguntaba lo que todo hombre o mujer viviente se ha preguntado.

En esta mañana de Pascua, me gustaría examinar la pregunta de Job:


¿volverá a vivir el hombre si muere?, y proporcionar la respuesta que
viene no sólo de una reflexcion, sino también de la palabra revelada de
Dios.

En el libro de Génesis aprendemos que el Gran Diseñador creó los cielos


y la tierra. “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban
sobre la faz del abismo”.

“Haya luz”, dijo el Gran Diseñador, “y hubo luz”. separó la tierra de las
aguas y dijo: “Produjo la tierra, hierba verde… árbol que da fruto,según
su especie

creó: el sol y la luna. las estrellas. Mandó que hubiera criaturas vivientes
en el agua y aves que volaran sobre la tierra. Y fue así. Hizo el ganado,
las bestias y los animales que se arrastran. El diseño estaba casi
completo.
Por último, creó al hombre a Su propia imagen, varón y hembra, con
dominio sobre todos los demás seres vivientes4.

Sólo el hombre recibió inteligencia, un cerebro, una mente y un alma.


Sólo el hombre, con estos atributos, tenía la capacidad de tener fe y
esperanza, inspiración y aspiraciones.

¿Cómo podríamos entender que el hombre, la obra más noble del Gran
creador, llegaría a su fin cuando el espíritu abandonara su templo
terrenal?

Para entender el significado de la muerte, debemos apreciar el propósito


de la vida. En nuestro estado premortal, sin duda fuimos de los hijos y las
hijas de Dios que nos regocijamos por la oportunidad de venir a esta
existencia mortal difícil pero necesaria5. Sabíamos que nuestro propósito
era obtener un cuerpo físico, vencer las pruebas y probar que
guardaríamos los mandamientos de Dios. Nuestro Padre sabía que,
debido a la naturaleza de la vida mortal, seríamos tentados, pecaríamos
y no seríamos perfectos. Así que, para que tuviéramos toda oportunidad
de éxito, Él proporcionó a un Salvador que sufriría y moriría por nosotros,
y no sólo expiaría nuestros pecados, sino que, como parte de esa
Expiación, también vencería la muerte física a la que estaríamos sujetos
debido a la Caída de Adán.

Y así, hace más de dos mil años, Cristo, nuestro Salvador, nació en la
vida mortal en un establo de Belén. El Mesías predicho por tanto tiempo
había venido.

Se escribió muy poco en cuanto a la niñez de Jesús. Me encanta el


pasaje de Lucas:2-52 “Y Jesús crecía en sabiduría, y en estatura y en
gracia para con Dios y los hombres”6.

Fue bautizado por Juan en el río Jordán. Llamó a los Doce Apóstoles.
Bendijo a los enfermos. Hizo que los cojos caminaran, que los ciegos
vieran, que los sordos oyeran. Incluso levantó a los muertos a vida. Él
enseñó, testificó y dio un ejemplo perfecto que debemos seguir.

Y entonces, la misión mortal del Salvador del mundo llegó a su fin. Una
última cena con los Apóstoles se llevó a cabo en el aposento alto. Por
delante yacían Getsemaní y la cruz del Calvario.
Ningún ser mortal puede entender la trascendencia total de lo que Cristo
hizo por nosotros en Getsemaní. Él mismo describió más tarde la
experiencia: en D y C 19-18“[El] padecimiento… hizo que yo, Dios, el
mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y
padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu”8.

Después de la agonía de Getsemaní, agotado y sin fuerzas, fue


apresado por manos ásperas y rudas, y se le llevó ante Anás, Caifás,
Pilato y Herodes. Fue acusado y maldecido. Los despiadados golpes
debilitaron aún más su dolorido cuerpo. La sangre surcó su rostro cuando
se le puso forzadamente en la cabeza una vil corona de espinas que
desgarró Su frente. Y entonces, una vez más, fue llevado ante Pilato,
quien cedió ante los gritos de la iracunda multitud: “¡Crucifícale,
crucifícale!”9.

Se le azoto con múltiples tiras de cuero en las que se entrelazaban


metales y huesos filosos. Al levantarse de la crueldad del azote, con
pasos vacilantes llevó su propia cruz hasta que no pudo avanzar más y
otra persona llevó la carga por Él.

Finalmente, en un cerro llamado Calvario, mientras los seguidores lo


miraban impotentes, Su cuerpo herido fue clavado en la cruz. Sin piedad,
se burlaron de Él, lo maldijeron y lo escarnecieron. Y aún así, él clamó:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”10.

Las agonizantes horas pasaron mientras Su vida se consumía; y de Sus


labios resecos procedieron las palabras: “Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró”11.

Librándolo de los pesares de la vida mortal la serenidad y el solaz de una


muerte misericordiosa, Él regresó a la presencia de Su Padre.

A último momento, el Maestro podría haberse vuelto atrás; pero no lo


hizo. Pasó por debajo de todas las cosas, para que pudiera salvar todas
las cosas. Después, Su cuerpo inerte fue puesto rápida y
cuidadosamente en un sepulcro prestado.
El presidente tomas s monson dijo: No hay palabras que signifiquen más
para mí que las pronunciadas por el ángel a las acongojadas María
Magdalena y la otra María cuando fueron a la tumba para atender el
cuerpo de Su Señor. Dijo el ángel:

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

“No está aquí, sino que ha resucitado”12.

Nuestro Salvador volvió a la vida.

El acontecimiento más glorioso, reconfortante y tranquilizador de la


historia de la humanidad se había llevado a cabo: la victoria sobre la
muerte. El dolor y la agonía de Getsemaní y del Calvario se habían
borrado; la salvación de la humanidad se había asegurado; la Caída de
Adán se había resuelto.

La tumba vacía de esa primera mañana de Pascua era la respuesta a la


pregunta de Job: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”. A todos les
digo que si, como lo sabemos? pues tenemos la luz de la verdad
revelada.

En 1 de corintios 15 ver 21-22 por cuanto la muerte entró por un hombre,


también por un hombre la resurrección de los muertos.“Porque así como
en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados”13.

¿Puede alguien dudar de la veracidad de este gran acontecimiento?


Ningún otro acontecimiento de la historia del mundo se ha confirmado de
modo tan autentico y evidente. Tenemos el testimonio de todos los que
vieron al Señor resucitado, que palparon sus heridas y hablaron con El.
El Señor se presento en dos continentes de dos hemisferios y les habló a
las gentes antes de Su ascensión final. Dos libros sagrados, dos
testamentos hablan de este, el más glorioso de todos los acaecimientos
de la historia humana

Tenemos también el testimonio de aquél que, en esta dispensación,


habló con el Padre y el Hijo en la arboleda que ahora llamamos sagrada,
y que dio su vida, sellando ese testimonio con su sangre. Él declaró:en
DYC 76:22-23
“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él,
éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que
vive!“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar
que él es el Unigénito del Padre”14.

La obscuridad de la muerte siempre se puede disipar con la luz de la


verdad revelada. “Yo soy la resurrección y la vida”, dijo el Maestro15. “La
paz os dejo, mi paz os doy”16.

xNo hay nada más universal que la muerte, ni nada más luminoso y lleno
de esperanza y de fe que la promesa de la inmortalidad. La desolación
que deja la muerte de una persona, la aflicción que sobreviene tras el
fallecimiento de un ser querido, sólo los mitiga la autenticidad de la
resurrección del Hijo de Dios en aquella mañana de la primera Pascua.

¿Que significado tendría la vida sin la realidad de la inmortalidad? De no


ser así, la vida no seria más que un triste trayecto, un ganar y gastar
dinero, sólo para terminar en un total y desesperanzado olvido.

El dolor de la muerte es consumido en la paz de la vida eterna. De todos


los hechos de la historia de la humanidad, ninguno tiene más
trascendencia que la Resurrección.

Queridos hermanos terminar

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