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PROLOGO.
Suena música medieval y van saliendo todos los personajes que se colocan delante de los
módulos, en el centro de la escena Pleberio. Baja la música y comienza el texto. A medida que
Pleberio va nombrando a los enamorados, a los sirvientes, a las alcahuetas, cada personaje al
que hace referencia avanzará hacia proscenio y volverá a su lugar inicial.
Es una historia de amor que deriva en tragedia por las leyes de los hombres, leyes que
yo bien conozco en su estrechez y su tortura. Ahí va La Celestina, un prodigio de
humana necesidad.
CALIXTO.- Sí, porque la naturaleza creadora te dotó de tan perfecta hermosura que
yo, inmérito de ti, en tan conveniente lugar, mi secreto dolor manifestarte no puedo.
¿Quién vio en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como ahora el mío? Por
cierto los santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan más que yo ahora en la
contemplación tuya.
MELIBEA.- .¿Cómo te atreves, loco? Intentas con tus locas palabras, Calixto, que yo
pierda mi virtud. ¡Vete!, ¡vete de ahí, torpe!, (Señalando la salida)
CALIXTO.- Me iré como aquel a quien solo la adversa fortuna lo mira con odio cruel.
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Escena 2 Casa de Calixto. (Calixto y Sempronio)
CALIXTO.- ¡Vete de ahí! No me hables, si no, antes del tiempo de una rabiosa muerte,
mis manos causarán tu arrebatado fin.
SEMPRONIO.- Si le dejo, se matará; si entro allá, me matará. Más vale que muera
aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo. Lo único que deseo es vivir por ver y
tocar a mi Elicia.
Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Con todo,
prefiero dejarlo un poco para que se desbrave. Dejemos llorar al que dolor tiene.
Si entretanto se mata, que muera. Quizá con algo me quedaré. Aunque malo es
esperar salud en muerte ajena. Y quizá me engaña el diablo. Si muere, me matarán, lo
más sano será entrar y sufrirlo y consolarlo.
CALIXTO.- ¿Yo? Melibeo soy y a Melibea adoro y en Melibea creo y a Melibea amo.
CALIXTO.- ¿Qué remedio puede servir para lo que en sí no tiene orden ni razón?
CALIXTO.- (Rie) ¡Maldito seas!, me has hecho reír, lo que no pensé que haría.
CALIXTO.- Sí.
CALIXTO.- Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que necesita nada
para convertir los hombres en piedras.
CALIXTO.- Dios te consuele. (Va hacia la silla, y coje el Jubon que está en ella) El
jubón que ayer vestí, Sempronio, vístetelo tú.
SEMPRONIO.- Bendígate Dios por este regalo. De su pena yo me llevo lo mejor. Y si
me da más, se la traeré hasta la cama.
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hechicera, astuta, sagaz en cuantas maldades hay. He oído que pasan de cinco mil
virgos los que se han hecho y deshecho por su autoridad en esta ciudad. A las duras
peñas provocará la lujuria, si quiere.
CALIXTO.- Y contigo vaya. (Sale Semporio se atenuan las luces hasta apagarse)
Entran Celestina y Elicia. Calixto queda en uno de los módulos. La escena transcurre delante
de los módulos, como si estuvieran en la calle y cuando estén finalizando se dirigirán Celestina
y Sempronio a la parte trasera del escenario. (Como si llegaran a casa de Calixto)
SEMPRONIO.- ¡Madre bendita! ¡Qué deseo traigo! ¡Gracias a Dios, que puedo verte!
CELESTINA.- ¡Hijo mío!, ¡rey mío!, me has turbado, no te puedo ni hablar. Vuelve y
dame otro abrazo.
ELICIA.- (Se vuelve hacia él y tras darle un pequeño empujón se dispone a hablar)
Tres días hace que no me ves. ¡Ay de la triste, que en ti tiene su esperanza y el fin de
todo su bien! ¿Dónde te metes?
ELICIA.- ¡Pues me voy!, y así estés otros tres años, sin que me vuelvas a ver!
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Sale Elicia.
CELESTINA.- Vamos.
CELESTINA.- ¡Por Dios, hijo! Pero di, no te detengas. Con los amigos haz breves las
oraciones y largas las amistades.
SEMPRONIO.- (De aquí hasta el fin de la escena hablan con cautela) Callemos, que
ante la puerta estamos y, Pármeno podría oírnos
CELESTINA.- Llama.
SEMPRONIO.- ¡Pármeno!
PÁRMENO.- Señor...
CALIXTO.- (Con desprecio) ¿No oyes, maldito sordo? A la puerta llaman; corre.
PÁRMENO.- Ella tenía seis oficios: costurera, perfumera, maestra de hacer pomadas y
virgos, alcahueta y un poquito hechicera. El oficio de costurera es la tapadera de los
otros. Amiga de estudiantes, encargados y mozos de abades, a todos vendía la sangre
inocente de aquellas fáciles de engañar…Y por otro lado vendía remedios para bien
amar. Tenía huesos de corazón de ciervo, lengua de víbora, cabezas de codornices,
sesos de asno, piel de caballo, mantillo de niño, haba morisca, guija marina, soga de
ahorcado, flor de hiedra, espina de erizo, granos de helecho, la piedra del nido del
águila y otras mil cosas. Acudían a ella muchos hombres y mujeres. ¿Quién te podrá
decir lo que esta vieja hacía? Y todo era burla y mentira.
CALIXTO.- Bien está, Pármeno (A celestina) Señora Celestina, ¡Oh vejez virtuosa! ¡Oh
salud de mi pasión, reparo de mi tormento, resurrección de mi muerte! Desde aquí
adoro y beso la tierra que pisas.
CELESTINA.- (A Sempronio) Dile que cierre la boca y que comience a abrir la bolsa.
CALIXTO.- ¿Qué decía Celestina? Me pareció que pensaba que hablo mucho y doy
poco.
CALIXTO. Pues ven conmigo: trae las llaves, que yo sanaré su duda.
CELESTINA.- Peor aún: que la otra muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve
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meses.
CELESTINA.- ¡Jesús, Jesús, Jesús! (Se echa las manos a la cabeza) ¿Tú eres
Pármeno, hijo de la Claudina?
CELESTINA.- ¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja borracha era tu madre
como yo! ¿Por qué me persigues, Pármeno? Olvida las vanas promesas de los
señores, porque son huecas y falsas. Se aman más a sí mismos que a los suyos.
Mucho más obtendrás siendo amigo de Sempronio.
PÁRMENO.- Deseo la riqueza pero sé, que quien torpemente sube a lo alto, más
rápido cae que subió. No quisiera bienes mal ganados.
CELESTINA.- Yo sí. A tuerto o a derecho, nuestra casa hasta el techo. ¡Oh, hijo!, toma
del viejo el consejo. La fortuna ayuda a los valientes. . ¡Oh si quisieras, qué vida
gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.
CELESTINA.- De Areúsa.
CELESTINA.- ¿Da Dios sesos a quien no tiene cabeza? Los sesos están para pensar.
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PÁRMENO.- Si accediera a lo que dices, habría de ser secreto.
CELESTINA.- Nada se disfruta sin compañía. El deleite está en contar a los amigos
las cosas sensuales y especialmente las cosas del amor: “esto hice, esto otro me dijo,
de tal manera la tomé, así la besé, así me mordió, así la abracé, así se acercó, Mira el
cornudo que sola la deja”. Y todo esto, Pármeno, ¿puede gozarse sin compañía?
PÁRMENO.- ¡Cuánto sabe la madre! Esta ¿qué me aconseja? Paz con Sempronio. La
paz no se debe negar: que bienaventurados son los pacíficos, pues hijos de Dios
serán llamados. No se hable más, la quiero complacer y oír.
CALIXTO.- Recibe este pobre regalo de aquel, que con él la vida te ofrece. (Con una
reverencia de cabeza le entrega un pequeño saco repleto de monedas)
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Escena 5.- Jadín (Conjuro de Celestina)
LUCRECIA.- Celestina, madre, seas bienvenida. ¿Qué Dios te trajo por estos barrios?
CELESTINA.- Hija, mi amor, que desde que me mudé al otro barrio, no las he visitado.
Mis trabajos y enfermedades me han impedido visitar esta casa, como era razón. Mi
fortuna adversa me concede mengua de dinero. No tengo mejor remedio que vender
un poco de hilado.
LUCRECIA.- Melibea, contenta a esta madre en todo lo que razón fuere darle por el
hilado.
CELESTINA.-(A Melibea) Dios os deje gozar vuestra noble juventud y florida mocedad,
que es el momento de alcanzar placeres y deleites. Que, a mi fe, la vejez no es sino
mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja
continua, llaga incurable, vecina de la muerte.
MELIBEA.- Madre, pues que así es, ¿querrías volver a la primera edad?
CELESTINA.- Solo quien de razón y seso carece, casi otra cosa no ama, sino lo que
perdió.
MELIBEA.- ¡Ni siquiera por vivir más!
CELESTINA.- Tan presto, señora, se va el cordero como el carnero. Ninguno es tan
viejo, que no pueda vivir un año ni tan mozo que hoy no pudiese morir. Así que en esto
poca ventaja nos lleváis.
MELIBEA.- (Extrañada) Espantada me tienes con lo que has hablado. Dime, madre,
¿eres tú Celestina, la que solía morar en las tenerías?
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CELESTINA.- Hasta que Dios quiera.
MELIBEA.- ¡Qué vieja estás! Bien dices que los días no pasan en balde.
MELIBEA.- Por Dios, sin más dilatar, me digas quién es ese doliente, que de mal tan
perplejo se siente, que su pasión y remedio salen de una misma fuente.
CELESTINA.- ¡Más fuerte estaba Troya, y aun otras más bravas he amansado!
MELIBEA.- ¿Qué dices, enemiga? Habla, que te pueda oír. ¿Qué palabra podías tú
querer para ese tal hombre, que a mí bien me estuviese?... Responde.
CELESTINA.- Una oración, para el dolor de las muelas. Y tu cordón, que es fama que
ha tocado todas las reliquias que hay en Roma y Jerusalén. Ya sabes que el placer de
la venganza dura un momento y el de la misericordia para siempre.
MELIBEA.- Todo está perdonado, que es obra pía y santa sanar a los enfermos.
LUCRECIA.- [Preocupada] ¡Ya, ya, perdida es mi ama!
CELESTINA.- ¡Hija Lucrecia! ¡Ce! Irás a casa y te daré una cinta con que adornes
esos cabellos .Y también unos polvos que te rejuvenecerán.
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LUCRECIA.- ¡Oh! Dios te dé buena vejez, que más necesidad tengo de todo eso que
de comer.
CELESTINA.- Que cada día hay hombres apenados por mujeres y mujeres por
hombres y esto es obra de la natura y la natura la creó Dios y Dios no hizo cosa mala.
CELESTINA.- Más sabe, Celestina, por vieja que por Celestina. ¡Ay cordón, cordón!
Celestina te anudará con fuerza a la virtud de Melibea para doblegar la castidad de
quien no le habló con agrado.
CELESTINA.- Pero qué tontico eres, mejor es que pienses en la partecilla del
provecho.
CELESTINA.- Calla, loquillo, que parte o partecilla, cuanto tú quisieres te daré. Todo lo
mío es tuyo, que sobre el partir nunca reñiremos.
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Escena 7.- Casa de Calixto.(Calixto, Sempronio, Pármeno y Celestina)
CELESTINA.- ¡Oh mi señor Calixto! ¿Con qué pagarás a la vieja, que hoy ha puesto
su vida en juego por tu servicio? Aunque yo te serviría, por menos que vale este manto
raído y viejo.
PÁRMENO.- [Pensativo] Y más adelante pedirá una falda. Verás como no quiere pedir
dinero porque es divisible.
CELESTINA.- Pero para que tú descanses y tengas reposo te diré que Melibea me
habló dulcemente. Y me dio un cordón que ella trae de continuo ceñido en su cadera.
CALIXTO.-[De un salto, sin pasarse] Ya tengo alegría.¡Oh!, por Dios, toma toda esta
casa y cuanto en ella hay.
PÁRMENO.- Tras esto anda ella hoy todo el día con sus rodeos.
CALIXTO.- ¡Oh nuevo huésped! ¡Oh bienaventurado cordón! ¡Oh nudos de mi pasión,
vosotros enlazasteis mis deseos con los de aquella a quien vosotros servís y yo adoro.
SEMPRONIO.- Que muchos dichos y pocos hechos, y así perderás la vida o el seso.
CELESTINA.-, Señor, trata al cordón como cordón, no haga tu lengua igual la persona
y el vestido.
PÁRMENO.- Señor.
CALIXTO.- Acompaña a esta señora hasta su casa y que el placer y la alegría vayan
con vosotros, como la tristeza y la soledad quedan conmigo.
Se encienden las luces de forma tenue. Hay un silencio antes de que Celestina
empiece a hablar.
CELESTINA.- ¡Sí!, muchachas digo; que para vieja, ya estoy yo. Allí está Areúsa si
quieres verla.
PÁRMENO.- Ahora doy por bien empleado el tiempo en que siendo niño te serví, pues
tanto fruto me trae a la mayoría de edad.
Sliencio y se apagan las luces del mismo modo que se han encendido
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AREUSA.- Más arriba la siento, sobre el estómago
CELESTINA.- ¡Qué gorda y fresca que estás! ¡Oh quién fuera hombre y tanta parte
alcanzara de ti para gozar tal vista! ¡Ay!, ¡ay!, hija, si vieses el saber de tu prima! Que
uno en la cama y otro en la puerta y otro, que suspira por ella en su casa. Y con todos
cumple y a todos muestra buena cara y todos piensan que son muy queridos. ¿Y tú
piensas que con dos, que tengas, las tablas de la cama lo han de descubrir? Quien
solo una ropa tiene, presto la ennegrece. Ten siquiera dos, como tienes dos orejas,
dos pies y dos manos. Sube, hijo Pármeno.
Entra Pármeno
PÁRMENO.- Señora.
AREUSA.- Gentilhombre.
PÁRMENO.- [Susurrándole al oído] Madre, dile que le daré cuanto tengo. ¡Ea!, díselo
CELESTINA.- ¡Ah, don ruin!, palabra te tengo. Retózala en esta cama. Para que tú
amanezcas sin dolor y él sin calor.
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SEMPRONIO.- Déjala, que de eso vive.
CELESTINA.- Sentaos, hijos. ¡Muchachas, muchachas! que están aquí dos hombres
que me quieren forzar.
ELICIA.- [Entrando a paso ligero, para en seco. Comportamiento hostil] ¡Pues que
nunca acá vinieran! ¡Y mucho convidar y dar cita con tiempo. Hace ya tres horas que
está aquí mi prima!
SEMPRONIO.- Calla, mi señora. No tengamos enfado, sentémonos a comer.
ELICIA.- ¡Eso sí, para comer con tus manos lavadas y tu poca vergüenza, siempre
dispuesto!
SEMPRONIO.- Después reñiremos, Celestina, háblanos de los amores de aquella
graciosa, y esbelta Melibea.
ELICIA.- ¡Apártate allá, fastidioso! ¡Mal provecho te haga lo que comes! Por mi alma,
vomitar quiero cuanto tengo en el cuerpo, de asco de oírte llamar a aquélla «esbelta».
¿Esbelta es Melibea? ¡Mal me haga Dios si tiene pizca de ello! Aquella hermosura, por
una moneda se compra en la tienda. Si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos
que trae.
AREÚSA.- [Como si de un cotilleo se tratara] Pues no la has tú visto como yo,
hermana mía. Si en ayunas la topases, no podrías comer de asco. Cuando sale por
donde pueda ser vista, se unta la cara con hiel, con miel, y con otras cosas que no
quiero decir. Las riquezas las hacen hermosas y no las gracias de su cuerpo. Unas
tetas tiene, para ser doncella, como si tres veces hubiese parido. El vientre no se lo he
visto; pero juzgando por lo otro, creo que lo tiene tan flojo como vieja de cincuenta
años. No sé qué ha visto Calixto.
SEMPRONIO.- Calixto es caballero, Melibea hidalga, no es maravilla que antes ame a
ésta que a ti.
AREÚSA.- Ruin sea quien por ruin se tiene, que al fin todos somos hijos de Adán y
Eva.
CELESTINA.- Hijos, por mi vida, que cesen esas razones de disgusto. Y tú, Elicia,
vuelve a la mesa y deja esos enfados.
LUCRECIA.- (Desde fuera) ¡Tía! ¡Tía!
ELICIA.- Es mi prima Lucrecia
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CELESTINA.- Ábrele.
ELICIA.- ¡Sube! Estas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces
premios del amor. Nunca tratan con parientes, o con iguales a quien puedan hablar de
tú a tú…
AREÚSA.- Con quien digan: «¿qué cenaste?», «¿estás preñada?», «muéstrame tu
enamorado»;
ELICIA.- ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es el «señora» continuo
en la boca! Las que sirven pierden con sus amas la flor de la vida y con una falda rota
les pagan el servicio de diez años.
AREÚSA.- Nunca oyen su nombre propio, sino «puta acá», «puta acullá»,
ELICIA.- “¿A dónde vas, tiñosa?”
AREÚSA.- “¿Qué hiciste, bellaca?”
ELICIA.- “¿Por qué comiste esto, golosa?”
AREÚSA.- “¿Por qué no limpiaste el manto, sucia?”
ELICIA.- “¿Cómo dijiste esto, necia?”
AREÚSA.- “¿Cómo que faltó el paño de manos, ladrona?”
ELICIA.- Maltratadas las traen. Les dan cientos de azotes y las echan puertas afuera,
diciendo: “¡Allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa ni mi honra!”
AREÚSA.- Su placer es dar voces, su gloria es reñir.
ALICIA.- Por esto madre, Jamás me precié llamarme dueña de otra sino mía.
AREÚSA.- Siempre he querido más vivir en mi pequeña casa, libre y señora, que no
en sus ricos palacios, sojuzgada y cautiva.
CELESTINA.- Vale más una migaja de pan con paz, que toda la casa llena de viandas
con rencilla.
Entra Lucrecia
LUCRECIA.- Trabajo tenías, madre, con tantas mozas, que es ganado muy penoso de
guardar.
CELESTINA.- ¿Trabajo, mi amor? Antes descanso. Todas me honraban, lo que yo
decía era lo bueno. Caballeros, viejos y mozos, abades de todas dignidades, desde
obispos hasta sacristanes se reunían en mi casa. . En viéndome entrar en algún sitio,
se atontaban, que no hacían ni decían cosa a derechas. Unos me llamaban señora,
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otros tía, otros enamorada, allí se me ofrecían dineros, allí promesas, allí otras dádivas
No puedo decir sin lágrimas la mucha fama, que entonces tenía; aunque por mis
pecados y mala suerte, poco a poco, ha venido en disminución. Al declinar ya mis
días, disminuía y menguaba mi provecho. Todo lo que florece acaba por perecer. En
esto veo que me queda poca vida. Pero bien sé que nací para vivir, viví para crecer,
crecí para envejecer, y envejecí para morirme. Y como todo esto lo sabía antes de
envejecer, sufriré con menos pena mi mal, aunque no pueda del todo despedir el
sentimiento de tristeza.
PÁRMENO.- Madre, ningún provecho trae recordar el tiempo feliz en la miseria.
LUCRECIA.- Estaría un año sin comer, escuchándote y pensando en aquella vida
buena, que aquellas mozas gozarían. Incluso me parece que estoy yo ahora en ella.
Mi venida, señora, es lo que tú sabrás: pedirte el cordón, y además de esto, mi señora
te ruega que la visites muy pronto porque se siente muy fatigada, con desmayos y
dolor en el corazón.
CELESTINA.- Parece increíble que una mujer tan moza se sienta del corazón!
LUCRECIA.- Primero, la vieja falsa hace sus hechizos, y ahora se hace la tonta.
CELESTINA.- ¿Qué dices, hija?
LUCRECIA.- Madre, que vamos presto y me des el cordón.
CELESTINA.- Vamos, que yo lo llevo.
MELIBEA.- [Con un aire de arrepentimiento] Oh mal prevenida doncella! ¿Por qué ayer
no dije sí, a la petición de Celestina, de parte de aquel señor, cuya presencia me
cautivó, y así contentarle a él y sanarme yo? ¡Oh género femenino, encogido y frágil!
¿Por qué no fue también a las hembras concedido el poder descubrir su angustiado y
ardiente amor, como a los varones? Que ni Calixto viviera quejoso ni yo penada.
CELESTINA.- Veo, señora, que por una parte te quejas del dolor, pero por otra, temes
la medicina. Tu temor me pone miedo; el miedo, silencio; el silencio, tregua entre tu
llaga y mi medicina. Así que esto será la causa de que ni tu dolor cese ni mi venida
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aproveche.
MELIBEA.- ! Di, por Dios, lo que quisieres, haz lo que supieres, que no podrá ser tu
remedio tan áspero que se iguale con mi pena y tormento, aunque toque a mi honra, o
lastime mi cuerpo.
CELESTINA.- Que es muy necesario para tu salud que no haya nadie delante.
CELESTINA.- Sufre, señora, con paciencia, que es el primer punto y principal. Tu llaga
es grande, y de áspera cura. Y lo duro con duro se ablanda más eficazmente. Ten
paciencia, que nunca el peligro sin peligro se vence.
MELIBEA.- ¡Oh, por Dios, que me matas!
Más agradable me sería que rasgases mis carnes y sacases mi corazón que no decir
esas palabras.
CELESTINA.- Si el amor no rompió tus vestiduras cuando estalló en tu pecho, ¿cómo
quieres que rasgue yo tus carnes para curarte?
MELIBEA.- ¿Cómo dices que llaman a este mi dolor, que así ha habitado lo mejor de
mi cuerpo?
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palabras han cerrado mi llaga, convengo en tu querer. En mi cordón le llevaste
envuelta la posesión de mi libertad. [Dispuesta ya a salir] Alabo tu buen sufrimiento, tu
cuerda osadía, tu liberal trabajo, tus solícitos y fieles pasos, tu agradable habla, tu
buen saber, tu demasiada solicitud, tu provechosa importunidad. Mucho te debe ese
señor, y más yo. Haz que le pueda ver.
PÁRMENO.- ¿Cadenilla la llama? Te certifico que haremos fortuna, por mal que la
vieja lo reparta.
PÁRMENO.- Si fuera una trampa, él lo pagará, que nosotros buenos pies tenemos.
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PÁRMENO.- ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi!
SEMPRONIO.- [Alzando la ceja] ¿Qué quieres que haga una alcahueta después de
verse cargada de oro?
Sale Celestina.
CALIXTO.- Asómate tú, Pármeno, por entre las puertas, a ver si ha venido aquella
señora.
PÁRMENO.- ¿Yo, señor? mejor será que tu presencia sea su primer encuentro, para
que no se turbe de ver que de tantos es sabido lo que tan ocultamente quería hacer y
con tanto temor hace. Y quizá pensará que la burlaste.
CALIXTO.- ¡Bien has dicho! La vida me has dado con tu sutil aviso.
PÁRMENO.- ¿Qué te parece, cómo el necio de nuestro amo pensaba tomarme por su
escudo? ¿Qué sé yo quién está tras las puertas cerradas?, ¿o si hay alguna traición?
MELIBEA. ¿Por qué no te contentas con mi pasada respuesta a tus razones? Desvía
estos vanos y locos pensamientos de ti. A eso vine aquí, a conseguir tu despedida y
mi reposo.
CALIXTO.- ¡Oh engañosa mujer Celestina! ¿Por qué me mandaste venir aquí? ¡Oh
enemiga ¿En quién hallaré yo fe? ¿A dónde hay verdad? ¿Quién es verdadero amigo?
¿Quién osó darme tan cruda esperanza de perdición?
MELIBEA.- Cese, señor mío tu penar: Tú lloras de tristeza, juzgándome cruel; yo lloro
de placer, viéndote tan fiel. .
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CALIXTO.- ¡Oh señora mía, esperanza de mi gloria, Conseguirte lo daba por
imposible, lo rechazaba de mi memoria, hasta que tu luz en mis ojos, encendió mi
corazón,
MELIBEA.- . Las puertas impiden nuestro gozo, las cuales yo maldigo y sus fuertes
cerrojos, y mis flacas fuerzas, que ni tú estarías quejoso ni yo descontenta.
CALIXTO.- Por Dios, permite que llame a mis criados para que quiebren las puertas
PÁRMENO.- ¿No oyes, no oyes? A buscarnos viene para que nos den mal año.
SEMPRONIO.- ¡Calla!
MELIBEA.- ¿Quieres, amor mío, dañar mi fama? conténtate con venir mañana a esta
hora por las paredes de mi huerto.
PÁRMENO.- Huyamos de la muerte, que somos mozos. Que no querer morir ni matar
no es cobardía, sino buen natural.
SEMPRONIO.- Para, para, que solo es la gente del alguacil, que pasaba haciendo
estruendo por la otra calle.
CALIXTO.- No temas, los míos deben ser, que son muy valientes y desarman a
cuantos pasan. Y si fuéramos sorprendidos, a ti y a mí nos librarían de toda la gente
de tu padre.
MELIBEA.- Bien empleado está el pan que tan esforzados sirvientes comen.
PÁRMENO.- ¡Eh, señor! Quítate presto de aquí, que viene mucha gente con hachas y
serás visto y conocido.
Calixto avanza a proscenio con sus criados. Mientras se cambia a casa de Celestina.
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CALIXTO.- (A los criados) Mucho os debo, más premiaré vuestro buen servicio. Idos
con Dios a descansar.
Sale Calixto.
SEMPRONIO.- Ve tú donde quisieres, que, antes que venga el día, yo voy a cobrar mi
parte de la cadena. Que no le quiero dar tiempo a esa puta vieja, en que fabrique
alguna ruindad con que nos excluya.
CELESTINA.- [Abre] ¡Oh locos traviesos! Entrad, entrad. ¿Cómo venís a tal hora?
¿Qué habéis hecho? ¿Despidióse la esperanza de Calixto o vive todavía con ella?
CELESTINA.- ¡Jesús!
CELESTINA.- Si mucho enojo traéis con vosotros, o con vuestro amo, no lo quebréis
en mí, que bien sé dónde nace esto.
Bien sé de qué pie cojeáis; no de la necesidad que tenéis de lo que pedís, sino
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pensando que os he de tener toda vuestra vida atada y cautiva con Elicia y Areúsa, sin
quereros buscar otras. Pues callad, que quien éstas os supo acarrear, os dará otras
diez.
SEMPRONIO.- Yo le dije que se fuera y ella se bajo las bragas. No entremetas burlas
a nuestra demanda, que a este galgo no robarás más liebres. Danos las dos partes no
quieras que se descubra quién tú eres.
CELESTINA.- ¡Elicia! ¡Elicia!... ¿Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y
braveza?
SEMPRONIO.- ¡Oh vieja avarienta, ¿no estarías contenta con la tercera parte de lo
ganado?
CELESTINA.- [Asustada pero con rabia en los ojos] ¡Justicia!, ¡justicia! ¡Que me matan
en mi casa estos rufianes!
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SEMPRONIO.- ¡Huye!, ¡huye! Pármeno, que viene el alguacil.
PÁRMENO.- [Enfunda y Elicia corre hacia celestina para comprobar su estado] ¡Oh!
Pecador de mí.
MELIBEA.- No quieras perderme por tan breve deleite y en tan poco espacio. Goza de
lo que yo gozo, que es verte y abrazarte. No me pidas lo que se puede perder.
MELIBEA.- Señor, por Dios, pues ya que todo te di, no puedes negar mi amor, no me
niegues tu vista de día cuando pases por mi puerta; de noche donde tú ordenes. Y
ahora ve con Dios, que no serás visto, está muy oscuro.
SOSIA.- Lucrecia, debemos ir muy callando, porque suelen levantarse a esta hora los
ricos, los codiciosos de temporales bienes, los trabajadores de los campos, y los
pastores, y podría ser que viesen motivo para dañar la honra de Melibea.
LUCRECIA.- ¡Serás bocazas! ¡Dices que callemos y la nombras! Así que, prohibiendo,
permites; callando, pregonas y preguntando, respondes.
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Escena 16. Calixto
¡Oh cruel juez! ¡Quién diría que te nombró alcalde y juez mi padre! Te daña primero
quien menos te lo esperas. ¿Pero qué digo? ¿Con quién hablo? ¿Estoy en mi seso?
Considera que como criminales merecían esa pena. Y el juez, para evitar el escándalo
de mi infamia y que la gente no oyese el pregón, los mandó ajusticiar de buena
mañana. Por eso, le quedo agradecido mientras viva, y debo considerarlo no como
criado de mi padre, sino como un verdadero hermano.
Sale Calixto.
LUCRECIA.- Melibea, esta tarde he escuchado la prisa que tus padres tienen por
casarte.
MELIBEA.- ¿Qué dices Lucrecia? Mi corazón sólo un amo tiene. Por cierto, por allí
llega.
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MELIBEA.- ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida?
Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tornaste loca de placer? Déjale, no me lo
despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abrazos. Déjame gozar lo
que es mío.
MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? Pues, conseguida tu venida,
destemplase el tono de mi voz. Deja estar mis ropas en su lugar y, si quieres ver si es
el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Gocemos y
juguemos de otras muchas maneras que te enseñaré; no hagas pedazos mi ropa ni
metas mano como acostumbras ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?
CALIXTO.- Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.
SOSIA.- Señor, no bajes, que se han ido. Tente, tente, señor, las manos en la
escalera. CALIXTO.- [Pierde el equilibrio] ¡Oh!, ¡válgame Santa María! ¡Muerto soy!
[Cae] ¡Confesión! [Muere]
SOSIA.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! ¡Oh triste muerte sin confesión!
Coge esos sesos de entre los cantos, y júntalos con la cabeza del desdichado, no
vengan los perros y se los coman.
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para el placer.
MELIBEA.- ¡Oh la más de las tristes, triste! ¿Cómo no gocé más del gozo? [Se
levanta] ¡Oh ingratos mortales! ¡Jamás conocéis vuestros bienes, hasta que los
perdéis!
MELIBEA.- Oye, padre mío, mis últimas palabras y si, como yo espero, las recibes, no
culparás mi yerro. Bien oyes este clamor de campanas, este alarido de gentes, este
aullido de canes. De todo esto fui yo la causa. Yo dejé hoy muchos sirvientes
desamparados sin señor, yo quité muchas raciones y limosnas a los pobres y a los
hambrientos. Yo fui causa de que la tierra ya no goce del más noble cuerpo y más
fresca juventud que en el mundo existía y en nuestra época crecía. Muchos días hace,
padre mío, que penaba por mi amor un caballero, que se llamaba Calixto el cual tú
bien conociste. Conociste asimismo a sus padres y su claro linaje. Era tanta su pena
de amor y tan poco el lugar para hablarme que descubrió su pasión a una astuta y
sagaz mujer que llamaban Celestina. Ella, Supo ganar mi querer. Vencida de su amor,
dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi
propósito. Perdí mi virginidad, y del deleitoso amor gozamos casi un mes. Hoy
cortaron las hadas sus hilos; ¿Pues qué crueldad sería, padre mío, que muriendo él,
viviese yo? ¡Oh padre mío muy amado!, te ruego, si amor en esta pasada y penosa
vida me has tenido, que caven juntas nuestras sepulturas. Saluda a mi cara y amada
madre: y que sepa por ti largamente la triste razón porque muero. [Se corta las venas]
Salen todos los actores que se colocan en la posición inicial delante de los módulos y Pleberio
en proscenio.
¡Oh mundo, mundo! Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras?¿Por qué
no destruiste mi patrimonio? ¿Por qué no quemaste mi morada? ¿Por qué no asolaste
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mis grandes propiedades y me dejaste aquella florida planta en quien tú poder no
tenías? ¡Oh mundo, mundo! Muchos mucho de ti dijeron, a diversas cosas por oídas te
compararon; Yo, por triste experiencia, ahora lo contaré pues como otros había callado
tus falsas propiedades por no encender con odio tu ira. Callé para que no me secases
antes de tiempo esta flor, que este día echaste de tu poder. Yo pensaba en mi más
tierna edad que estaban tus hechos regidos por algún orden.
¡Oh amor, amor!, no lloro, triste, a ella muerta, sino la causa desastrada de su morir.
¿Quién forzó a mi hija a morir, sino la fuerte fuerza del amor?
¡Oh amor, amor!, que no pensé que tenías fuerza ni poder de matar a tus sujetos.
¿Quién te dio tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor
fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres
viviesen, no se matarían como ahora mi amada hija. Calixto, despeñado. Mi triste hija
quiso tomar la misma muerte por seguirle. Todo esto causas. Dulce nombre te dieron;
amargos hechos haces. Bienaventurados los que no conociste. Otros te llamaron Dios.
Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen.
¿Por qué me dejaste cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste triste y solo
en este valle de lágrimas?
FIN.