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Gerald Andres.
I
Esos días interminables
cuando no escucho tu voz
cuando recostado en el césped viendo pasar las nubes
también se pasa mi vida.
En ese instante solo pienso en ti
y se escapa un suspiro que evidencia mi pena.
Me hace pensar que nuestro sufrimiento no tiene cura
-no la tiene porque ese mismo sufrimiento es uno mismo
y uno no puede dejar de ser-.
Aún así,
quisiera escribirte un poema que no solo se escriba con palabras
sino con silencios
que no solo narre tu amor sino también
tu olvido.
II
Pensamiento de E. Dickinson:
Marchitada, huérfana.
VI
En el Umbral de mi muerte descubrí que no había vivido.
En la espera, la angustia más dolorosa es la de no poder verte.
En esta soledad, me doy cuenta que no hay cielo ni infierno,
que tu solo me olvidas, dejándome aquí en la deriva,
guardando la esperanza de escuchar tu voz.
Esperanza que nunca se extinguirá y persistirá
mientras que mi alma se agrieta con una herida cada vez más profunda
y más dolorosa.
V
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS
Los días de invierno parecían nunca acabar
recuerdo pensar que el verano nunca llegaría
y desde luego nunca llegó.
Llevo enterrado en las tierras santas mucho tiempo
y aún ni las cucarachas limpian mi miseria,
llevo el dolor dentro de mi corazón
y la certeza que no existe ningún lugar para mi.
VI
Las gotas de lluvia recorren mi ventana
trazando laberintos sin entrada ni salida,
solo Dios sabe por qué están allí y por qué las miro.
(sé que sabe porque veo un ángel observandome desde afuera)
Adentro, por el pasillo
las sombras se mueven susurrando,
tal vez buscando una salida o una respuesta.
Me doy cuenta que no soy uno de ellos,
hay algo que se mantiene oculto.
Después de mucho tiempo reflexiono:
Quizá sea igual a las gotas secas en mi ventana,
igual de borrosas, confusas y sin importancia.