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Empecé Matrero hacia 1999 y terminé su mayor parte de un tirón. Puede decirse
que lo culminé por el 2001, pero sé que aún no ha finalizado. Unos pocos amigos han
tenido conocimiento del mismo, algunos de los cuales escriben y firman las generosas
páginas que le siguen.
Ya que me resulta extremadamente difícil decir algo sobre él, prefiero remitirme a
la sensación de haberlo escrito. Si bien no creo en fenómenos plenamente inspiratorios, los
versos fueron irrumpiendo, según pienso, como una especie de devastación de mi poesía
anterior y simultánea, incluso de una cierta idea de poesía. A la manera de un lenguaje que
hubiera estado viviendo desde siempre en mis posibilidades, el poema apareció para
quedarse. Son voces que asedian y que hacen fuerza para salir. Sea como sea, a medida que
las incorporo van proponiendo un juego argumental que se hunde en las tradiciones de la
gauchesca, de la que Matrero es descendiente y a la cual me parece que desborda. Sin
embargo, no me resultaría justo hablar de un énfasis de relación con esas tradiciones: hay
algo previo a la voluntad en su vínculo.
He tardado unos años en publicarlo, probablemente para preservarlo de una mayor
socialización; quizás por desconfianza, quizás para mantener ese rasgo de intimidad
profunda del cual pienso que nació. No dejaré de confesar que es un poema que alberga
secretos. En todo caso, la eventual cuestión biográfica es una consecuencia de los mismos
y no su razón última. Si es que en el último rincón de las cosas habita una razón.
H.B.P.
Montevideo y Canelones,
entre 2003 y 2004
A José Enrique Benítez Monteiro dos Reis,
todo mi padre vibrando en mi memoria.
Pasás, en silencio.
Pasás, en silencio.
No pasás
en silencio.
Y te hablaron de familia,
de no hacerte renegado,
de que no andés empacao
matrereando en tu cabeza,
que es un peligro que empieza
a entreverar el recao.
El milico es el de siempre,
latoneando al matreraje.
Carancho contra el coraje
del que inventó una conciencia:
si el milico ve otra ciencia
lo mete al miedo en su traje.
Todo es leva.
Por pastos por pastos por otros
pastos encrinados
todo
es leva
se pisan los detalles
los hombres de la leva levante
levantiscos
como una cuña de vociferación
esa voz, sargento, vociferación,
sargento, vos que vas, acumulado,
sargento, voz de bozal, can
de palabras, sargento, cosita
de la muerte march, sargento,
llenito del sonar que antecede
al lenguajeo
¿palabras?
Todo es leva.
“Van a comer bien, van
a servir a la Patria” la patria
está servida.
“Vamo’ a estar
to’o junto
apretaditos por la muerte.”
Todo es leva.
Levá.
Se viste: disfraz: la leva, viste
se desviste te inviste
un mundo en fila
corazón aparte en el garguero
un ese corazón parado ahí
trepado a lisos peldaños gargantiles,
ampolla
sin conjugar
una palabra sí allí no
coincidirá no
calzará con los azotes de adentro no
tuvo nada que ver
con lo que te venía sin terminar de venir
por chasquidos de la lengua
-promesa, sonora-
y así como el gurí arrojado al rincón de penitencias
siembra y edifica sus ahogos
tenés muro de argamasa o barro bosta paja pajonal
en la garganta: un rancho criollo atravesado
no te deja hablar
mientras
porque mientras
todo es leva
apretando apretaditos
alientos de muerte.
Desacralizante del mito por el acápite de Borges: “De hierro, no de oro, fue su
aurora” pero con una nostalgia por lo que no fue a la que se le podría aplicar, para que
cuaje, unas fórmulas conseguidas en otras tradiciones lingüísticas, el afán es épico. Todo
ºafán es consecuencia del deseo de dignificar una acción. De dar el tono. De ahí que la
acción en un poema como Matrero deba irremediablemente identificarse con la
escritura. Como el matrero mismo es una característica , una propiedad de un existente y
no él, el matrero no es un gaucho. No puede serlo. Sin embargo, el gaucho sí puede ser
matrero. Generoso, lo gaucho se le revela a alguien después de la desaparición del
gaucho, es algo que queda, una resaca de quien da el ancho. Lo matrero no puede
revelarse en la medida en que no es posible otorgarle, como un don, a nadie “lo”
matrero. Y del mismo modo en que no es posible otorgárselo es muy difícil que a
alguien se le quite lo matrero.
Con la escritura, entonces, es la identificación. El sujeto no existe. Benítez
acierta al otorgarle a ese no-sujeto –finalmente es un matrero- la característica de la
escritura. El poema tiene un paisaje, tiene un léxico, tiene un protagonista genérico. Se
debe, contextualmente, a esta neogauchesca que ha desbordado la poesía del Río de la
Plata desde Girondo aproximadamente, pasando por Madariaga hasta llegar a
Perlongher que contradice ese espíritu lexical porque, en él, el léxico es totalmente
tentativo y la historia un azar. Lo que está en entredicho, obviamente, es la noción
“patria” históricamente formulada. Existe la sospecha de que se trata de una
mistificación. Lo raro en Matrero es que no haya desmistificación de la historia. O hay,
en sentido negativo, una mistificación de un carácter a-histórico, no sedentario, no-
urbano, finalmente antiburgués. Condenado a la errancia el Matrero es un gesto de
escritura que sobrevive en la medida en que actúa: toda escritura es matrera, descubre
Benítez. No hay que perder esa memoria. El poema tiene un paisaje, tiene un léxico,
tiene un protagonista genérico, dije. No sé si esto último es cierto. Un protagonista
genérico es “here comes everybody” de Joyce. Lo que en Matrero aparece como
protagonista es la necesidad que el poema contagia en el lector de inventar un
protagonista, de que esa cantidad de atributos de acción terminen por encarnar. Ese “tú”
que tanto se mueve, siempre señalado, perseguido por el relato o lo que es lo mismo:
perseguido por sus atributos, no es más que una sombra. Sombra en el sentido de
memoria de una existencia que fue. Sombra que, no podía ser de otra manera, termina
encarnándose no en objeto –ni en el de su deseo- sino en sombra misma, escritura, en
esa frase que a partir de un cierto momento de ese “arte de la fuga matrera” que creó
Benítez ya no deja de aparecer como figura de condensación: “finalidad sin fin”, repite.
Lo que es una buena definición de arte.
Eduardo Milán
Rafael Courtoisie
Ya sin mirar para atrás,
pela el flamenco y ¡sás! ¡trás!
Gerardo Ciancio
Dejarse llevar, irse por las voces que rebasan la razón, es venirse al “pago”
de la inspiración: esa diagonal del sueño de la historia, barro primigenio, barro propio:
Si bien no creo en fenómenos plenamente inspiratorios, los versos fueron irrumpiendo, según
pienso, como una especie de devastación de mi poesía anterior y simultánea, incluso de una cierta
idea de poesía.
Entre una concepción y otra de poesía - la de la rienda corta y la de la “rienda suelta” -hay
una dialéctica o una lucha que es medular a este poema, al menos desde donde me atrapó
leerlo.
La misma puede apreciarse en ese matreraje de voseos y de voces que hacen del
jinete que cabalga un personaje al que, a su vez, otras voces instigan:
El jinete es una figura desdoblada de la alteridad autoral, a la que la misma voz que
enuncia apela, saliéndose de sí (“locura de vos”) para escapar ambos (voz y vos, jinete)
de “la ley”, de cualquier ley escrivida por otros, en la que se sería infiel a la libertad
(creativa).
Dicho de otras maneras.
Poema de autoliberación, de convers(ac)ión interna:
Luis Bravo
La lectura de Matrero es un reencuentro con la literatura en su función
primordial: conmover, reconstruir encrucijadas de la existencia, promover la reflexión
ontológica, asumir un pathos virtual. Otra lectura fue súbitamente asociada a ésta en su
repercusión: ¡Bernabé, Bernabé! de Tomás de Mattos. Ambas escrituras emergen desde
una tradición que las vincula, que las aproxima a su textura épica.
Este Matrero tiene la cualidad de reenviarnos a la tradición gauchesca, y el
riesgo del gesto arqueológico o arcaizante ha sido exorcizado por una reinterpretación a
“carne viva”. Sin embargo, a partir de guiños intertextuales, del juego verbal, del refrán
criollo, y del palimpséstico montaje metaliterario; el texto se legitima en su polisemia
original. Auténtica resignificación de la tensión urbana y postmoderna, de nuestras
escisiones individuales y colectivas, de nuestras rebeliones íntimas.
Un chisperío de imágenes emergen convocadas en formato de videoclip,
rápidas y a “borbotones”. Junto a ellas, versos que cargan lucubraciones rastreadoras
entre los pliegues recónditos de la memoria afectiva, histórica, individual; casi al borde
de la angustia y del miedo. Desdoblamiento, revés y envés, coraje y miedo de vivir o de
morir, intersección existencial sobre la que enanca Hebert a su Matrero, deslizado en la
rampa patriarcal de los íconos rioplatenses, de los mitos fundacionales de este cono sur
americano.
Celebro que estos versos proseadores permitan a la literatura uruguaya
ofrecer esta versión del exilio-insilio, desde la marginalidad hemisférica y la intemperie
personal que les da sentido.
Rodolfo Panzacchi