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EDITORIAL ITACA
Dirección General de Asuntos del Personal Académico
Introducción
Rosaura Martínez Ruiz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
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1 Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity, p. 11 (versión en
“explicación o análisis crítico; en especial, interpretación de las escrituras”, Rubin toma de dicha
definición el carácter crítico de la interpretación refiriéndose a la necesidad de “pasar del contenido
explícito del texto a las premisas e implicaciones del mismo”. Señala también que su lectura de los
textos psicoanalíticos está filtrada por la de Lacan, heredero, como ella, de la antropología estructural
de Lévi-Strauss (Gayle Rubin, “The traffic in Women: Notes on the ‘Political Economy’ of sex”, en
Toward an Antrhropology of Women, p. 159). Para la traducción de las citas uso la versión en español
de Stella Mastrangelo publicada en Gayle Rubin, “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía
política’ del sexo”, en Nueva Antropología. Revista de Ciencias Sociales, vol. VIII, pp. 350-358.
3 En el sentido en que Althusser usó el término a propósito justamente de la lectura por
5 Sobre la problemática que implica entender dichos conceptos como instrumentos meramente
Larguia y John Dumoulin, Ira Gertein, Lise Vogel, Wally Secombe, Jean Gardiner y M. y J.
Rowntree.
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sucedido si Rubin, quien más adelante en su trabajo se apropia de la crítica foucaultiana, hubiera
reescrito su ensayo desde este punto de vista, considerando sobre todo que este texto temprano
sienta las bases para dicha crítica (Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and the Subversion
of Identity, p. 98; Judith Butler, Género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad,
p. 167).
11 Gayle Rubin, op. cit., p. 119.
12 Gayle Rubin, op. cit., p. 118.
13 Rubin advertía que esta interpretación era controvertible y que si bien los textos de Freud
daban lugar a esta interpretación también daban lugar a otra que naturalizaba la normalización.
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psicoanálitica una vez que, después de los años veinte, se descubrió la existen-
cia de una fase preedípica en el desarrollo de la sexualidad humana, fase en que
el niño presenta una disposición bisexual. Este descubrimiento permitiría tan-
to a Freud como a Lampl de Groot articular la teoría psicoanalítica clásica de la
feminidad. Lo que le resultaba interesante a Rubin es que el género de los niños
en esta fase preedípica es psíquicamente imposible de distinguir; por lo tanto,
su diferenciación en niños masculinos y femeninos requería de una explicación.
Vale la pena analizar la forma en que Freud argumentaba esta necesidad
de explicación. Para ello elijo el texto “La feminidad”, que forma parte de sus
Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, de 1932.14 En primer
lugar Freud se disculpaba con sus lectores (estas conferencias nunca fueron
pronunciadas) pues les ofrecía temas para cuya comprensión no estaban prepa-
rados; eran un “público culto interesado en la nueva ciencia” pero no un público
de expertos. Acto seguido ofrecía una segunda disculpa por el carácter no intro-
ductorio de esta conferencia. Daba, sin embargo, algo en compensación:
[…] acaso les sirva como muestra de un trabajo analítico de detalle, y puedo decir
dos cosas para recomendarla. No ofrece más que hechos observados, casi sin añadi-
do de especulación, y se ocupa de un tema que posee títulos para atraer el interés
de ustedes como difícilmente otro los tenga. El enigma de la feminidad ha puesto
cavilosos a los hombres de todos los tiempos.15
(En cuanto alas mujeres, claramente “se podía esperar que no fueran tal
enigma para sí mismas”) Inmediatamente Freud pasa a referirse al hecho so-
cial, pragmático, de la diferenciación entre lo masculino y lo femenino como
“la primera diferencia que se establece entre seres humanos”, y a decir, para
sorpresa de sus lectores, que la ciencia anatómica no proporcionaba en aquel
momento evidencia de dicha diferencia, pues si bien los productos genésicos
masculino y femenino (espermatozoides y óvulos) eran distintos, había indicios
de que los órganos que los producen se habían formado a partir de una misma
disposición en diferentes configuraciones. Y aún más: parecía que partes del
aparato sexual masculino se encontraban en los cuerpos de las mujeres, pero
atrofiados, y viceversa. Por lo cual la anatomía parecía indicarla existencia
de una bisexualidad originaria; todo organismo es bisexual y, por lo tanto, no
había en este campo datos científicos suficientes para aprehender aquello que
constituye la masculinidad o la feminidad en un organismo. La psicología tam-
estas conferencias son, según Freud, una reelaboración de las Conferencias de introducción al
psicoanálisis que 15 años atrás había pronunciado frente a un vasto auditorio de estudiantes
universitarios. A diferencia de las primeras, las segundas nunca fueron dictadas en público.
15 Sigmund Freud, “La feminidad”, en Obras completas, vol. XXII, p. 105 (las cursivas son mías).
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poco lo había logrado, puesto que al usar los términos “masculino” y “femenino”
como cualidades anímicas lo único que había hecho era trasladar de la anato-
mía (del espermatozoide y el óvulo) y de la convención (de la interpretación de
la conducta) hacia la psique el sentido de lo “activo” y lo “pasivo”: un error de
superposición [una operación metafórica] desmentido por la simple observación
de la conducta humana. El psicoanálisis, por su parte, explicaba Freud, “no
pretende describir qué es la mujer –una tarea de solución casi imposible para
él–, sino indagar cómo deviene, cómo se desarrolla la mujer a partir del niño de
disposición bisexual”.16 Y aquí reconocía las aportaciones de sus colegas psicoa-
nalistas mujeres.17
Así pues, Freud postulaba la necesidad de explicar el “devenir mujer”, un
devenir que según el psicoanálisis resulta más costoso psíquicamente que el
devenir hombre. La teoría freudiana al respecto es conocida; resumo aquí el
modo como la interpreta Rubin: el niño de disposición bisexual (de acuerdo con
Freud y Jeanne Lampl de Groot), con toda la gama de actitudes libidinales acti-
vas y pasivas, toma por objeto del deseo a la madre (según una relación de cui-
dado infantil que el psicoanálisis considera originaria). Esto pone en cuestión
la naturalidad de la heterosexualidad futura en el caso de la mujer, que ahora
debe explicarse. En el caso de la niña, el deseo es “activo y agresivo”, lo cual
hace necesario que también se explique su acceso final a una “feminidad” que
se piensa como pasiva. Estas dos cuestiones le permiten a Rubin afirmar que el
propio psicoanálisis no puede derivar de la biología el desarrollo femenino. Más
adelante, los conceptos de “envidia del pene” y de “castración” (que desde su
introducción habían provocado la ira de las feministas) explican la adquisición
de la “feminidad”. Rubin en este punto recurre a la interpretación lacaniana
de Freud, según la cual este último no quiso decir nada acerca de la anatomía
y sí, en cambio, sobre los significados culturales que se imponen a los cuerpos
16Sigmund Freud, “Sobre la sexualidad femenina”, en Obras completas, vol. XXI, p. 228.
17Como J. Lampl de Groot y H. Deutsch, Freud explicaba el éxito de sus análisis argumen-
tando que ellas podían dar mejor cuenta de la ligazón con la madre (anterior a la ligazón con el
padre) con la ayuda de la transferencia sobre un adecuado sustituto de la madre (ellas mismas,
en tanto que mujeres). Es decir, Freud consideraba que el objeto del deseo era la madre en la fase
preedípica del desarrollo infantil, tanto en los niños como en las niñas. Y que en el trabajo clínico,
para el análisis de este primer vínculo, la transferencia sólo se podía dar sobre un sustituto de la
madre si la psicoanalista era mujer: “En este ámbito de la primera ligazón-madre todo me parece
tan difícil de asir analíticamente, tan antiguo, vagaroso, apenas reanimable, como si hubiera
sucumbido a una represión particularmente despiadada. Empero, esta impresión puede venirme
de que las mujeres acaso establecieron conmigo en el análisis la misma ligazón-padre en la que
se habían refugiado al salir de esa prehistoria. En efecto, parece que las analistas mujeres, como
Jeanne Lampl de Groot y Helene Deutsch, pudieron percibir ese estado de los hechos de manera
más fácil y nítida porque en las personas que les sirvieron de testigos tuvieron el auxilio de la
transferencia sobre un adecuado sustituto de la madre. En cuanto a mí, no he logrado penetrar un
caso de manera perfecta y por eso me limito a comunicar los resultados más generales y aduzco
sólo unas pocas muestras de mis nuevas intelecciones” (Ibid., pp. 228-229).
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Los sistemas de parentesco requieren una división de los sexos. La fase edípica
divide los sexos. Los sistemas de parentesco incluyen conjuntos de reglas que go-
biernan la sexualidad. La crisis edípica es la asimilación de esas reglas y tabúes.
La heterosexualidad obligatoria es resultado del parentesco. La fase edípica cons-
tituye el deseo heterosexual. El parentesco se basa en una diferencia radical entre
los derechos de los hombres y de las mujeres. El complejo de Edipo confiere al
varón los derechos masculinos, y obliga a las mujeres a acomodarse a sus menores
derechos.18
Será necesario modificar varios elementos de la crisis edípica para que esa fase no
tenga efectos tan desastrosos en el joven yo femenino. La fase edípica instituye una
contradicción en la niña al imponerle demandas imposibles de conciliar. Por un
lado, el amor de la niña por la madre es inducido por la tarea materna del cuidado
infantil. A continuación se obliga a la niña a abandonar ese amor debido al papel
sexual de la mujer: pertenece a un hombre. Si la división sexual del trabajo distri-
buyera el cuidado de los niños entre adultos de ambos sexos por igual, la elección
primaria de objeto sería bisexual. Si la heterosexualidad no fuera obligatoria, no
sería necesario suprimir ese primer amor ni se sobrevaloraría el pene. Si el siste-
ma de propiedad sexual se reorganizara de manera que los hombres no tuvieran
derechos superiores sobre las mujeres (si no hubiera intercambio de mujeres) y si
no hubiera género, todo el drama edípico pasaría a ser una reliquia. En suma, el
feminismo debe intentar una revolución en el parentesco.19
Dicha revolución sería posible gracias al carácter social (no necesario) de las
relaciones humanas: “La vida sexual humana siempre estará sujeta a la con-
vención y la interacción humanas. Nunca será completamente ‘natural’, aunque
sólo sea porque nuestra especie es social, cultural y articulada”.20 Para Rubin,
en el momento en que elaboraba su propuesta sistemática, tanto el sexo como el
género eran constructos sociales y estaban sujetos, como tales, a la crítica. No
logró, sin embargo, llevar hasta sus últimas consecuencias dicha propuesta. J.
Butler se ha dado a la tarea de hacerlo. De acuerdo con ella, y a partir de una
lectura foucaultiana, el argumento de Rubin es cuestionable desde el momento
en que da por sentado que hay en el infante una fase preedípica que se piensa
como un “antes de la ley” –la prohibición del incesto y la heterosexualidad obli-
gatoria que esta prohibición supone– pero que como nos enseña Foucault, es
producto de la misma ley que sanciona la sexualidad: determina lo permitido y
lo prohibido en el mismo acto, produciendo el deseo de lo prohibido. Sucede que
pese a la intención explícita de Rubin de desnaturalizar la diferencia sexual, la
argumentación freudiana la condujo a suponer el carácter natural de la sexua-
lidad en este origen: si bien la feminidad no era explicable, según Freud, me-
diante el recurso a la anatomía, la bisexualidad originaria sí lo era. La psique
infantil en la fase preedípica es la metaforización de esta evidencia anatómica.
La evidencia de la bisexualidad la hace necesaria, y hace entonces que la expli-
cación de la adquisición del género sea igualmente necesaria. Esto se refuerza,
en la argumentación freudiana, mediante la postulación de la “objetividad” de
su propuesta teórica, la cual “no ofrece más que hechos observados, casi sin
añadido de especulación”. Y aunque Rubin no suscribió la tesis de la bisexua-
lidad originaria, por cuanto dicha tesis presupone una norma heterosexual,
sino que habló más bien de una “salvaje profusión de la sexualidad infantil”,21
seguía suponiendo un origen anterior a la ley, una especie de naturaleza a la
cual sería posible, al menos en cierta medida, retornar. La suposición de este
origen determina su apuesta política: una revolución social estructural. Des-
pués de las críticas de Foucault y Derrida a la posibilidad de reconocer o aludir
a un “antes” de la ley, la teoría queer propone hoy examinar de otra manera la
narración de la obtención del género. Se trata de mostrar el carácter productivo
o generativo de una ley que no se considera universal sino un marco dominante
dentro del cual se establecen las relaciones sociales y que implica la producción
de las formas aceptadas de la sexualidad tanto como de otras formas: “[…] dis-
tintos deseos e identidades sustitutos, que en ningún caso están limitados por
adelantado”.22 La posibilidad de la crítica está siempre implícita en la ley. Ésta
es una vía abierta por la lectura de Rubin del piscoanálisis freudiano, de la cual
se ha hecho cargo Butler.
Por otra parte, al parecer Rubin se dejó persuadir por la postulación de la
objetividad de la teoría freudiana y así supuso que ésta se limitaba a describir
las relaciones sociales que era necesario modificar, sin problematizar las confi-
guraciones del sujeto y de la adquisición del género que dicha teoría decía me-
ramente describir, pero que en realidad estaba reinventando. Debatiendo con
sus colegas feministas, Rubin afirmaba que si la teoría freudiana había estado
sujeta a la crítica (en el sentido lato de rechazo) feminista desde que nació, y
que si dicha crítica se dirigía al hecho de que el piscoanálisis había racionali-
zado la subordinación de las mujeres, la crítica estaría justificada; pero que si
la crítica se dirigía al psicoanálisis en cuanto descripción del proceso de dicha
subordinación, la crítica sería un error.23 Y tenía razón cuando, dirigiéndose a
ellas, afirmaba que no podemos desmantelar algo que subestimamos o que no
conocemos. La lectura de Rubin del psicoanálisis nos enseña a advertir, como
ella misma señalaba, las implicaciones falocéntricas de su teoría de la adqui-
sición del género. Hoy sigue siendo necesario hacerlo; sin embargo es también
necesario cuestionar el carácter meramente descriptivo de la teoría, teniendo
en cuenta que cuando este discurso toma en préstamo su vocabulario teórico
de otras disciplinas o usos, lo reinterpreta. Así, por ejemplo, el concepto de fase
preedípica del infante, que produce una metáfora de la disposición psíquica bi-
sexual a partir de los indicios anatómicos de una disposición bisexual fisiológi-
ca. Por otra parte habría que considerar también que el discurso teórico proce-
de de la misma tradición falocéntrica que se está cuestionando. Esto lo advertía
ya Rubin cuando, citando a Derrida, decía que en la lectura interpretativa se
corre el riesgo de que con la apropiación conceptual se cuelen los procedimientos
de exclusión a los que se busca cuestionar: “En mi empresa, el peligro es que con
cada préstamo tiende a venir también el sexismo de la tradición de la cual [Lé-
vi-Strauss y Freud] forman parte”.24 No descripción, entonces, sino reinvención
de la subordinación de género es lo que ofrece la teoría psicoanalítica; pero so-
bre todo su práctica institucionalizada. Como ya lo vimos, Rubin advertía que el
psicoanálisis, en la práctica clínica estadounidense de su tiempo, había logrado
convertir la ley moral en ley científica, produciendo nuevos efectos de exclusión.
Hoy esto se ha extendido a los usos institucionales de algunos de los conceptos
y tesis del psicoanálisis, aislados y reducidos a instrumentos de valoraciones
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