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LITERATURA Y VIDA

La literatura y la vida. La literatura o la vida. La literatura como refugio de las cosas


malas de la vida, de lo que no podremos tener nunca, de lo que se nos escapará
siempre. La literatura como impulso de la vida, como fuente de intensidad, de
matices, de posibilidades de disfrutarla de una manera más plena. La literatura
como remedio de la soledad y el desencanto del vivir porque son argumentos muy
conocidos, cosas que sabe quien ha leído, las heridas que pueden producir todos los
brillos. Los libros como refugio en la ficción. La ficción como necesidad para vivir.
Pla por ejemplo …

“Nosotros venimos de los libros. Nosotros hemos leído y leemos libros.


Creemos que hemos vivido porque hemos leído libros. Los libros nos
han dado la esperanza de algo. Los libros nos han sugerido la
esperanza de algo. Hemos esperado años y años que algo se
produciría. ¿Qué se ha producido? Absolutamente nada. Esto nos ha
llevado a suponer que los libros dicen una cosa y que la vida dice otra
muy diferente. Los libros nos dicen que el mundo, los hombres, las
mujeres, están hechos de una manera. La vida nos dice que el mundo,
los hombres, las mujeres, están hechos de una manera distinta. Los
libros nos dicen que existe el amor, la gloria, la bondad, la grandeza.
La vida nos dice que no hay nada. ¿De qué hablan los poetas? ¿Qué
sentido tiene lo que dicen los poetas? ¿Por qué hablan de esta manera?
¿Qué les hace hablar así?. Me pusieron en las manos los libros y los leí.
¡Qué bellas cosas se encuentran en los libros! La vida es esto y aquello y
lo de más allá –dicen los libros-. Pero después resulta que nadie se da
por aludido. Que nadie hace ningún esfuerzo para que las afirmaciones
de los libros sean ciertas. Uno descubre que lo que dicen los libros sirve
para disimular, para camuflar la vida mediocre y acomodaticia. No
hay nada de lo que dicen los libros. Entre los hombres hay escasas
diferencia. Un poco más de higiene, de educación, un matiz de
hipocresía. Los libros contienen lo que contienen, no para engañarnos.
Simplemente porque sus autores pensaban que nunca los tomaríamos
en serio. Las épocas siempre han sido iguales y las que se llaman
grandes épocas sólo han existido en la imaginación de los que han
escrito los libros».

Josep Pla. «El cuaderno gris»


Hagamos un breve recorrido por distintas actitudes de escritores
frente a dos actos extremos de la existencia: vivir y morir.
Como introducción, veremos el concepto psicológico que ofrece
Sigmund Freud sobre La muerte, esta pulsión constante en el hombre
moderno.

Según el psicoanalista Sigmund Freud la pulsión de muerte es aquella


que se contrapone a la pulsión de vida (Eros) y que en todas las formas
de vida intenta devolver al ser vivo a un estado anterior inorgánico.
Estas pulsiones de muerte primero se orientan hacia el interior del
sujeto intentando destruirlo y luego salen hacia el exterior y se
manifiestan de forma agresiva o destructiva. Dentro del sujeto
mantienen una relación de atracción-repulsión con las pulsiones de
vida, ya que las de vida tienden a la unidad y la cohesión.
De esa forma, según la teoría de Freud, se explicarían conductas como
el masoquismo, la repetición de experiencias traumáticas o el
sentimiento de culpa de los neuróticos, que difícilmente se pued
explicar únicamente con el principio de placer.
Esta teoría fue descrita en el libro Más allá del principio de placer que
Freud publicó en 1920, aunque algunos años antes ya había hablado en
otras obras de las pulsiones sexuales y su relación con el yo.

Thanatos como pulsión: definición de la pulsión de muerte

La pulsión de muerte o Thanatos es un concepto desarrollado por


Sigmund Freud, que nace en contraposición de la pulsión de vida o
Eros y que se define como el impulso inconsciente y generador de
excitación orgánica (es decir una pulsión) que aparece como la
búsqueda del ser de retornar al reposo absoluto de la no-existencia. Se
podría considerar como el impulso que busca la propia muerte y
desaparición.
Mientras que el Eros busca unir y conservar la vida, además de
satisfacer la libido, Thanatos busca satisfacer los impulsos agresivos y
destructivos, teniendo por objetivo la desunión de la materia y la
devolución al estado inorgánico. Este impulso aparece a menudo en
forma de agresividad hacia los demás o hacia uno mismo, tanto si se da
de manera directa como indirecta. Asimismo mientras Eros es una
fuerza que genera dinamismo Thanatos se caracteriza por generar
retirada y búsqueda de reposo a menos que se asocie al
erotismo.Thanatos no se guía por el principio de placer, como Eros, sino
por el principio del Nirvana: se busca la disolución, el reducir y eliminar
la excitación no para encontrar placer en la solución de conflictos que
permiten la supervivencia y la resolución de conflictos sino
para hallarlo en la disolución y la vuelta a la nada.

Eros y Thanatos no permanecen como pulsiones separadas si no que


interactúan continuamente, si bien se trata de fuerzas opuestas: Eros
es una fuerza de unión y Thanatos de desunión.

Según el padre del psicoanálisis, tanto la pulsión de vida como la de


muerte son imprescindibles para el ser humano, porque se presentan en
un continuo conflicto que en múltiples aspectos resulta beneficioso para
el ser humano.
Aunque la idea de pulsión de muerte es polémica y puede parecer
aversiva, la cierto es que para Freud se trata de un tipo de impulso
necesario para la supervivencia.

Literatura y Muerte : Experiencias afines.

Hagamos un breve recorrido por distintas actitudes de escritores frente


a dos actos extremos de la existencia: vivir y morir. “¿Por qué habría de
temerle a la muerte?”, se preguntó alguna vez Mark Twain, “antes de
nacer permanecí sin vida millones y millones de años, y nunca tuve el
menor inconveniente”. Twain era un humorista negro, tanto así que, al
confesar su sincero humanismo, afirmaba en forma socarrona que, con
el tiempo, sería difícil encontrar una persona cabal entre todos los bebés
humanos que nacían a diario en el umbral del siglo XX. Poco importó,
pues de todos modos las dos guerras mundiales de dicha centuria se
llevaron a la mayoría, en particular a los más buenos, fuera o no de sus
cabales.
Quizá por eso el poeta norteamericano Robert Lowel aseguraba que si
logras distinguir una luz al final del túnel, es porque una máquina
locomotora viene rodando hacia ti. Algo parecido pensaría la poeta de
Amherst, Massachusetts, Emily Dickinson, quien llevó su misantropía
al extremo de no volver a salir de su habitación hasta su deceso, el 15 de
mayo de 1886. Tal vez desde ese entonces el mundo estaba como para
seguir los pasos de Gulliver: no más humanos a la redonda, sólo yahoos.
Entre la vida y la literatura media la muerte, pensaba Ernst
Hemingway. Realista empedernido, fue un maestro del arte de narrar
sucesos alrededor de la muerte con el fin de dejar huella, empeñado en
hacerlos perdurar, pues debían de quedar inscritos en la memoria de los
lectores para que nunca osaran olvidar lo que ha sucedido, ya sea una
guerra, un amor tórrido o una faena taurina, pues en todo momento
acecha la muerte. Con una actitud muy distinta al propósito pequeño-
burgués de tantos escritores, quienes intentan convencernos de sus
inocuos mundos extravagantes, plagados de pálida fantasía, Hemingway
mostró desapego por la vida afectada y fascinación por burlar la muerte,
al menos durante un tiempo. No en balde fue amigo de estadistas
sanguinarios, espías sigilosos, mujeres bellas, toreros intrépidos y
pelotaris incansables. Hemingway nos recuerda que la literatura trata
de cuerpos en movimiento, su asunto es el cambio de velocidades.
Cuando tu caja de cambios se estropea, ha llegado el momento de
despedirte. El 2 de julio de 1961, en su casa de Ketchum, Idaho,
Hemingway dijo adiós a las armas empuñando una escopeta hacia su
cabeza, tratando de adivinar dónde se encontraba la caja traicionera y
acabar con ella de un solo tiro.

Siglo y medio antes, Percy B. Shelley y Lord Byron también se habían


zambullido en esa caja traicionera, a su manera, sin saber a ciencia
cierta si su deseo más profundo era acabar con ella o glorificarla.
Representantes del claroscuro romanticismo británico, pasaron juntos
legendarias veladas en Italia y Suiza, particularmente en Cologny. Allí
hablaron de lo que significa vivir y morir. En esas reuniones estaba
presente Mary Godwin, hija del filósofo William Godwin, con quien
Percy sostenía una intensa relación intelectual. Mary y él se enamoraron
y terminaron casándose. Hoy en día ella es famosa por haber plasmado
su propia versión de la vida después de la muerte a través de la
literatura. Por su parte, Byron fue un explorador de la psique humana,
de los humores inestables, para quien la vida era un terremoto continuo,
una fiebre imbatible. Pionero de los bipolares de Trinity College en
Cambridge, entre 1805 y 1808, fue en ese poblado donde ejerció sin
reservas su propia versión del extremismo en la consecución de vivir
placeres prohibidos cercanos al acto final.

El mismo empeño de llevar las emociones al extremo que se toca con la


muerte, encontramos a la poeta británica Jenny Joseph (1932–2018),
cuyas obras Extreme of things (compilación, 2006), y sobre
todo Warning: When I am Old Woman I Shall Wear Purple (1995)
enfrentan desde la literatura la inevitable calamidad de envejecer. Este
agridulce, patético andar en un aparente estado de gracia que parece
deslizarse hacia la demencia senil lo escribió Jenny cuando tenía 28
años de edad. Desde entonces fue una devota escucha de las diferentes
expresiones de la melancolía, la angustia y la sátira en el habla viva del
ciudadano común.
Si bien la poesía de John Milton (1608-1674) se encuentra al otro
extremo de esta obsesión mórbida, no obstante se tocan, pues preludia
la misma clase de gritos de libertad, tanto de conciencia como de acción,
que distinguiría a los románticos del XIX y a modernistas como la misma
Jenny Joseph. Y es que Milton no discurre sobre lo que implica morir,
sino vivir en el ensueño. Milton describe nuestro breve acontecer en el
paraíso terrenal y se refiere a quienes han deambulado por esos parajes
oníricos, desafiando la muerte.
En esa vena terrenal, casi trivial y en franca huida de la Parca, nos
topamos con T.S. Eliot, norteamericano que vivió entre los siglos XIX y
XX, para quien las lámparas del alumbrado público y la luna no son mera
decoración, sino valiosa compañía a fin de alcanzar la cama y
“prepararse para la vida”, según el verso final del poema “Rapsodia de
una noche con ventisca” (1915). Vivir mata, sin duda, ¡pero qué bien se
siente! Un seguidor de Eliot fue Harold Hart Crane, romántico
norteamericano que vivió entre 1899 y 1932. Según el estudioso de la
literatura Harold Bloom, Crane fue un peregrino de los absolutos. ¿Qué
otro binomio absoluto podría enfrentar un humano después de la vida y
la muerte? Al igual que Byron y Shelley, y cuya poesía merece ser leída
antes de morir. O como Anne Sexton (Live or Die, 1960 y The Awful
Rowing Toward God, 1975, entre otros), creadora de una poesía
confesional en la que nos revela su secreto: nunca bajar la guardia frente
a la angustia de vivir. Congruente con sus emociones, en 1974, a los 46
años de edad, se quitó la vida.

Pulsiones en la Literatura y en la Psique humana


"Los impulsos más fuertes de la naturaleza, que representan una fuerza invisible
que dirige a la raza humana según una razón superior y aseguran el bien físico del
mundo en general (...) sin que la razón humana tenga que intervenir, son el amor de
la vida y el amor sexual; el primero debe preservar al individuo, el segundo la
especie ".
Emmanuel Kant

Las ideas generales que forman parte de lo que podríamos llamar la armazón de una
construcción teórica son frecuentemente utilizadas y transmitidas de manera
acrítica, se transforman en hábitos de pensamiento, funcionan como una creencia.
Peirce suponía «lo que nos determina a partir de ciertas premisas para llegar a una
consecuencia más bien que a otra es un cierto hábito», un estado de creencia" . Este,
agregaba, “es un estado de calma y de satisfacción que uno no quiere abandonar ni
cambiar para adoptar otra creencia. Por el contrario, uno se empeña con tenacidad
no solamente en creer, sino en creer precisamente lo que uno cree.»

Muchos de los conceptos que Freud agrupó bajo la denominación de metapsicología,


en tanto proposiciones teóricas y explicativas del funcionamiento del “aparato”
psíquico se integran delicadamente y sin ruido, durante los largos años de
formación del psicoanalista, a estos hábitos del espíritu, o estados de creencia.
Llegados allí, las contradicciones se desvanecen, la crítica se adormece . Un
obstáculo epistemológico acaba de nacer.
La dificultad en criticar la noción de pulsión no está en encontrar los
argumentos, ellos son conocidos. La dificultad está en incluirlos dentro de un
contexto en el que aparezcan como pertinentes y despierten el espíritu crítico.
Algunos de esos argumentos son antiguos y vienen de objeciones levantadas por las
teorías instintualistas. Adjuntar la palabra instinto a un comportamiento no lo
explica ni lo aclara si no sabemos lo que es “un instinto”, pero la palabra reificada da
la ilusión de un conocimiento. La etimología de instinto reenvía al latín instigare :
“excitar”. Insting(u)er : reconocido solamente como participio instintus
,“aiguillonné”, de donde viene instinctu : “excitación”, “impulsión”. La palabra de
origen germánico Trieb -como todos los analistas lo saben- significa poussée
(empuje) y viene del verbo treiben: pujar. Un analista, reconocido por sus
importantes aportes a la teoría psicoanalítica, piensa (o por lo menos piensa que
Freud pensaba) que "lo esencial en la organización humana (es) la fuerza
´pujante´del Trieb" (3). Lo que viene a querer decir: la fuerza pujante de una fuerza
que puja, o la fuerza pujante de la acción de pujar. Se oye el eco de la virtus
dormitiva , causa y razón de que el opio haga dormir, como decía "Le malade
imaginaire" de Molière. Pero, ¿quién puja? Respuesta : la Pulsión. He aquí la fuerza
o la energía transformadas en una entidad.

El estatus epistémico de la pulsión.


En general, cuando hablamos, decimos algo con respecto a algo. El contenido
proposicional de un enunciado tiene una función referencial -¿de qué estamos
hablando?-; designa un ser o un estado del ser (en realidad uno designa siempre un
signo por otro signo, no se sale del proceso semiótico, histórico. Pero esto es otro
problema). Y tiene, además, una función predicativa : describe características o
relaciones de lo que designa.
¿Qué designa la palabra pulsión? ¿Y cómo entra lo que ella designa en la
clínica?
Cuando Freud toma la palabra de origen germánico Trieb, privilegiándola por el
uso a la palabra Instinkt, Trieb tiene ya una larga tradición científica, romántica y
literaria. Lo importante del concepto, (Nietzsche, por ejemplo, lo utiliza en este
sentido), es que reenvía a una dinámica y a una energética natural, física,
material. En la obra freudiana la palabra Trieb (1905) es introducida por una
referencia a la biología :"En biología uno se da cuenta de la existencia de las
necesidades sexuales...por intermedio de la hipótesis de una 'pulsión sexual' ".

De entrada aparecen dos fuentes de dificultades que se irán acentuando con el


desarrollo del conocimiento teórico. La primera es la definición energética de la
pulsión como fuerza constante que tiene "un origen en fuentes de excitación en el
interior del organismo" y que se diferencia en dos grupos de "pulsiones originarias
insecables" ; ambos grupos pulsionales son producto de una energía somática
corporal y no se distinguen entre ellos por “cualidades diferentes”, basta con "
admitir simplemente que las pulsiones son todas semejantes cuantitativamente y
deben su efecto únicamente a las cantidades de excitación". Es solamente la
diferencia de las “fuentes pulsionales” la que va a determinar sus “efectos
psíquicos”. Antes de continuar hagamos notar que la frase anteriormente citada que
se refiere a las "cantidades de excitación” debe ser completada con la expresión
"cantidades de excitación que ellas (las pulsiones) transportan", ergo las
pulsiones no son una cantidad de fuerza o energía, ellas transportan la cantidad :
las pulsiones se convierten en entidades, y las entidades van a cumplir
una finalidad, una al servicio del individuo, otra al servicio de la especie.
La segunda dificultad, y dificultad mayor, es que todos esos
"presupuestos" deben cambiar de registro y servirnos como guías en "la
elaboración del mundo de los fenómenos psicológicos" . Y es a nivel de la psiquis
que los “objetos” son tomados en consideración. La fuente somática de la excitación
"está representada en la vida psíquica por la pulsión", y la pulsión "no la conocemos
en la vida psíquica, más que por sus fines." Pero “el fin” es la satisfacción y no
depende del “objeto”. La noción se sostiene mientras “el fin” y la “descarga” sean
equiparables, lo que depende de la asimilación del principio de placer al principio de
constancia (o desde otro punto de vista, a la reducción a cero de la excitación). El
principio económico-energético del placer no será más sostenible; Freud lo
reconoce de manera explícita aunque con reticencias(14) , a partir de 1924
En un texto tardío Freud escribe : «La fuente es un estado de excitación en el soma
; el fin, la cesación de esta excitación ; y en el camino de la fuente al fin, la pulsión se
vuelve psíquicamente activa. La representamos como un cierto quantum de energía,
que empuja en una determinada dirección . Es de este empuje que le viene
su nombre de pulsión.»

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