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<Una comunidad polìtica escindida ?

G uerras civiles y formación del E stado


COLOMBIANO (1839-1854)

F e r n á n E. G o n z á l e z

I n t r o d u c c ió n

P ara e n tra r en m ateria, q uiero esbozar el contexto del problem a


central del p e río d o del que m e voy a ocupar. La ru p tu ra de la Gran
C olom bia, la im posibilidad de consolidación de la dictad u ra del
general Rafael U rd a n e ta y la m u erte de Bolívar p arecían h a b e r de­
ja d o el cam po libre al grupo del general Santander, com puesto por
sus colaboradores e n la burocracia cen tral y sus apoyos regionales,
norm alm ente caudillos m ilitares de segundo orden, ausentes de las
cam pañas bolivarianas en el sur del c o n tin e n te , p e ro activos en la
lucha contra la dictadura de U rdaneta; o grupos en búsqueda de as­
censo social en las respectivas provincias. La lu ch a p o r la sucesión
de S antander m ostraría la h e te ro g e n eid a d de este grupo, especial­
m ente en relación con la participación de los partidarios de las dicta­
duras de Bolívar y U rd a n e ta en la vida política. En ese sentido, el
p ro b lem a central de la G uerra de los Suprem os (1839-1841) es la
definición de quiénes son los «verdaderos patriotas» con derech o
a p a rd c ip a r p len a m e n te en la vida política nacional: la resistencia
de los partidarios de S an tan d er a la presencia de los partidarios de
esas dictaduras en la burocracia n acional y regional se constituyó
en el trasfondo nacional de esa g u e rra civil.
La influencia ideológica de M ariano O spina R odríguez y de la
je ra rq u ía católica en el régim en del g ru p o m inisterial o protocon-
servador después de esa g u e rra traería consigo nuevos puntos de
controversia: el peso de la Iglesia en la sociedad y el Estado colom ­
bianos, particularm ente con respecto al tem a de la educación públi­
ca; el papel de la m ovilización de las clases subalternas y el alcance
de las reform as sociales y económ icas necesarias p a ra vincular el
país al m ercado m undial serían los pu n to s de divergencia e n tre los
<U n a c o m u n id a d p o l ít ic a e s c in d id a ? G uerras c iviles y fo r m a c ió n del Estado c o l o m b ia n o ...

incipientes partidos. E n ese sentido, los conflictos de estos años te­


nían que ver con la definición del sujeto político y con la dinam iza-
ción y secularización de la sociedad: ¿hasta q ué p u n to los sectores
denom inados subalternos tenían d erecho a u n a participación plena
y au tó n o m a en el cu e rp o político? ¿Cóm o m o d ern iza r u n a socie­
dad estática y patriarcal en la que se había en carn ad o la institución
eclesiástica?
Sin em bargo, la controversia sobre estos tem as y las críticas de
algunos sectores del conservatism o y de la Iglesia católica contra los
intentos de secularización de la sociedad y del Estado, im pulsados
p o r el gobierno liberal de entonces, n o lograron traducirse, en 1851,
en u n a in su rrecció n arm ad a de los grandes jefes del conservatis­
mo; sólo p ro d u je ro n levantam ientos dispersos, fácilm ente c o n tro ­
lados p o r el g o b ierno. En cam bio, el golpe de E stado del general
José M aría M eló e n 1854, d u ra n te la p resid en cia del general José
M aría O b an d o , asociado a la m ovilización a u tó n o m a de los artesa­
nos y otros g rupos sociales subalternos, p ro d u jo la alianza de los
grandes jefes m ilitares de los dos partidos tradicionales para d e p o ­
nerlo del poder. Estas experiencias serían d e te rm in a n te s de las ca­
racterísticas del fu n cio n am ien to y organización de los partidos, es­
pecialm ente de su tradicional resistencia a la movilización autónom a
de los grupos subordinados: «el m ied o al pueblo».
Estas características de los partidos y la definición de los actores
políticos p ro d u c e n tam bién la articulación de los territorios m e­
diante la configuración de los Partidos C onservador y Liberal. Estos
surgen com o confederaciones de redes regionales y locales de p o ­
deres y c o n tra p o d e re s que expresan id en tid ad es y tensiones de di­
versa índole: luchas e n tre fam ilias y grupos de fam ilias, e n fre n ta ­
m ientos in tern o s, tensiones e n tre poblaciones y grupos étnicos,
conflictos generacionales y en fren tam ien to s p o r intereses sociales
y económ icos. Las guerras civiles co m u n icaro n territorios, relacio­
n a ro n grupos regionales y locales d e poder, m ovilizaron política­
m en te diversos sectores sociales y fu ero n c rean d o lazos de cam ara­
d ería y de cierta «copartidariedad» q ue expresaban u n a especie de
c o m u n id ad im aginada, n o h o m o g é n e a sino escindida, e id en tid a­
des sup rarreg io n ales y supralocales q ue a rticu la ro n id en tid ad es y
co n frontaciones regionales y locales.
Este tipo de ciu d ad an ía escindida se em pieza a d e lin e a r desde
los an teced en tes de la G uerra de los Suprem os, c u an d o los santan-

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Las revoluciones en el m u n d o a t l á n t ic o

deristas radicales n ieg an a los antiguos partidarios d e las dictad u ­


ras de Bolívar y U rd a n e ta el derech o a participar de la vida política.
En la g u erra de 1851, los p artidos asum en u n cará c te r m ás dife­
renciado e ideologizado, que tiene que ver con las relaciones en tre
Iglesia y Estado, el ritm o y alcance de las reform as m o d ern izan tes
y la m ovilización de los grupos populares. Y, en la d e 1854, la p ar­
ticipación de estos sectores en el golpe del general José M aría Meló
h a rá que el p a rtid o L iberal se contagie d e la reticen cia de los con­
servadores fren te a la m ovilización y organización d e esos grupos.
El contexto gen eral aq u í esbozado revela la im p o rta n c ia del es­
tu dio c om parado de las tres guerras civiles de la p rim e ra m itad del
siglo xix p ara c o m p re n d e r los procesos de construcción de la n a­
ción colom biana y del papel que ju e g a n en ellos los partidos políti­
cos tradicionales. C on el fin de introducir esta com paración, quiero
fo rm u lar u n a p re g u n ta cen tral con tres acápites: ¿Por q ué u n inci­
d e n te aislado y a p aren tem en te insignificante, com o la supresión de
unos conventos m enores en Pasto, en la frontera con el Ecuador, que
afectaba a pocos frailes y pocas poblaciones, es capaz de desencade­
n a r u n a de las guerras más sangrientas, prolongadas y extendidas del
siglo XIX? En cam bio, ¿por qué u n a confrontación m ás directam en­
te política e ideológicam ente polarizada com o la que p ro d u je ro n
ciertas reform as liberales de m ediados de siglo y la m ovilización de
grupos subalternos de la sociedad p ara apoyarlas, sólo suscita u n a
serie de levantam ientos esporádicos y dispersos, fácilm ente conjura­
dos p o r las tropas del g obierno liberal? ¿Por qué u n levantam iento
de m ilitares, artesanos y otros grupos subordinados ligados al gol­
pe de Estado del general José M aría Meló, produce la reacción inm e­
diata y la m ovilización casi e sp o n tá n e a de los grandes jefes m ilita­
res de los dos partidos, q ue se u n e n p a ra debelarlo?
La respuesta a este triple in te rro g a n te reside, a m i m o d o de ver,
en la m an era com o se conform an los Partidos C onservador y Libe­
ral alred ed o r de la interacción e n tre tres polos de confrontaciones:
el de la nación, el de las regiones y el de las localidades. P u ed e ser
útil com binar el acercam iento teórico d e Kalyvas, abstraído de la
consideración em pírica de varios casos d e diferentes tiem pos y lu­
gares, con el acercam iento al tem a desde la historia colom biana del
siglo XIX.

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,;U na c o m u n id a d p o lític a e s c in d id a ? G uerras c iviles y f o r m a c ió n del E stado c o l o m b ia n o ...

E l a p o r t e de K alyvas a la c o m p r e n s ió n
DE NUESTRAS GUERRAS CIVILES

El p u n to de p a rtid a de Kalyvas su p era la consideración de las gue­


rras civiles com o conflictos dicotóm icos p a ra verlos com o procesos
com plejos q ue expresan la interacció n de actores locales y nacio­
nales: las m otivaciones, id en tid ad es e intereses de los actores loca­
les se a d a p ta n a los conflictos nacionales; utilizan los recursos del
o rd e n cen tral en beneficio p ro p io y en perjuicio de sus rivales. En
ese sentido, los actores locales aprovechan la guerra nacional p ara
d irim ir conflictos locales y privados, a veces sin n in g u n a relación
con las causas generales de la g u e rra ni con los objetivos explícitos
de los beligerantes. P o r o tra parte, quienes buscan el p o d e r cen­
tral utilizan recursos y símbolos para conseguir alianzas con los acto­
res locales y regionales, que e n sus ám bitos lu ch an p o r sus in te re ­
ses, p ara llegar así a unas acciones mayores: en las guerras civiles
salen a flote u n a variedad de ofensas preexistentes en el o rd e n lo­
cal, o se crean nuevas tensiones p o r los cam bios de correlación de
fuerzas que desencadenan. Pero esos conflictos locales y regionales
no p u e d e n pasar p o r alto el co n texto nacional en el q u e se p ro d u ­
cen: las alianzas y transacciones e n tre actores nacionales y regiona­
les explican la natu raleza y el desarrollo de las guerras civiles. Esta
in te rp re tac ió n c e n tra el p ro b lem a en la in teracción centro-perife­
ria, pues co n tem p la tan to las acciones estratégicas de los actores
políticos com o las acciones oportunistas de los actores locales: así,
el carácter p articu lar d e las guerras civiles resulta de la convergen­
cia de los motivos locales y supralocales, que desem boca en u n a «vio­
lencia conjunta que e m p an tan a la división en tre lo político y lo pri­
vado, lo colectivo y lo individual»1.
A u n q u e las consideraciones teóricas de Kalyvas p a re c e n exage­
ra r la separación e n tre los actores políticos de carácter nacional y
los actores sociales locales, p e rm ite n h acer u n a aproxim ación ade­
cuada a la relación e n tre lo local, lo regional y lo nacional de los
conflictos políticos, y su papel frente a los partidos políticos tradicio-

1 Stathis Kalyvas, «La ontologia de la violencia política: acción e identidad en las gue­
rras civiles», en Análisis Político, ns 52, septiembre-diciembre 2004, Bogotá, Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, iepri , Universidad Nacional de
Colombia, p. 76.

4 05
L .A S RF VO I llt ' K ' N I M N I I M l l N I x » A 11AN J I C O

nal<-s‘*'. I’oi eso, (auto los problem as de la articulación del territo­


rio, la participación ciudadana y la organización federal o unitaria
deben ser enm arcados en u n a lectura que tenga e n cu enta tres po­
los: nación, región y localidad. La necesidad de esta lectura tripolar
se hace evidente en la apelación al federalism o en la últim a etapa
(le la ( Juerra de los Supremos, com o conclusión de un conflicto que
se inicia en la localidad, se expande a la región y luego a la nación,
y sirve de d eto n an te de u n a serie de problem as m uy distintos en
cada u n a de las regiones involucradas.

H a cia u n a l e c t u r a t r i p o l a r de la G u e r r a d e los S u p r e m o s

La G uerra de los Suprem os (1839-1841) h a sido descalificada por


algunos autores, com o José M aría Saín p e r ’, p o r carecer de motiva­
ciones ideológicas y reducirse a u n a lucha entre caudillos ambicio­
sos. Otros, sin em bargo, insisten en la necesidad de considerar los
problem as regionales subyacentes a ese conflicto4. O tros sostienen
que se trata de varias guerras, de muy distinta lógica, unificadas lue­
go por el discurso bipartidista del p erío d o siguiente5: ésta es una
interpretación comprensible, si se tiene en cuenta que este conflicto
cubre episodios de diferente alcance: prim ero local, luego regio­
nal y finalm ente nacional6. Sin em bargo, las articulaciones que esta
guerra produjo en tre las regiones y la nación im piden reducirla a
u n a serie de levantam ientos de caudillos que aprovechaban la debi­
lidad del Estado central para consolidar su hegem onía regional bajo
la ban d era del federalismo. Además, hay que recordar que esos en-

- Fernán E. González, «Aproximación a la configuración política de Colombia», en


Controversia, n —153-154, Bogotá, cinep, 1988. Reproducido en Fernán E. González, Para
leer la política. Ensayos de Historia política colombiana, Bogotá, cinep, 1997, pp. 26-29.
3José María Samper, Historia de un alma, Medellín, Editorial Bedout, 1971, p. 82.
4J. Ignacio Méndez, «Azul y Rojo: Panamá’s Independence in 1840», en hahr, 60, n s
2, 1980.
5 María Teresa Uribey otros, Las Querrás de los Supremos 1839-1842, manuscrito inédi­
to, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquia, octubre de 2002, parte
de la investigación sobre Las palabras de la guerra: metáforas, narraciones y lenguajes polí­
ticos. Un estudio sobre las memorias de las guerras civiles en Colombia.
6 Cfr., Gustavo Bell Lerotis, Los Estados soberanos de la Costa y la Guerra de los Supremos,
manuscrito inédito, gentilmente proporcionado por su autor; María Elena Saldarria-
ga, La Guerra de los Supremos en Antioquia, manuscrito inédito, gentilmente proporcio­
nado por su autora.

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¿Una c o m u n id a d t o u t ic a es c in d id a ? G uerras civiles y for m ación del E stado c o lo m b ia n o .

frentam ientos, desiguales en el tiem po y espacio, fueron definien­


do territorios y dom inios caudillistas.
No obstante, hay que adm itir que no hubo una estrategia conjun­
ta de losjefes rebeldes sino alianzas ocasionales e intentos de coordi­
nación en tre losjefes regionales, al lado de enfrentam ientos en tre
ellos, especialm ente en la costa Atlántica, que reflejaban las tensio­
nes existentes e n tre las subregiones y ciudades. Pero estos esfuer­
zos y nexos m uestran algún grado de coordinación entre las redes
de poder, más allá del discurso. Además, si se recuerda la m an era
com o el gobierno central n om braba a esos gobernadores yjefes mi­
litares (a partir de ternas presentadas p o r las regiones), y el estilo
inicial del gobierno de M árquez, que no quería ro m p e r con el sec­
tor duro del santanderism o, habría que m atizar la visión de la rebel­
día de lo sjefes regionales com o síntom a de fragm entación. P or
otra parte, estos levantam ientos y alianzas regionales se insertan en
u n a lu ch a p o r el p o d e r nacional entre los santanderistas radicales
y los grupos más m oderados del sector m inisterial, a los cuales se
u n irá n los antiguos bolivarianos y urdanetistas para preludiar el
surgim iento del Partido C onservador7. Además, estas alianzas y la
estrategia del gobierno nacional hicieron que los ejércitos regiona­
les abandonaran sus territorios y se proyectaran en regiones de dife­
ren te clim a y altitud. Es útil, entonces, considerar las relaciones y
puntos de contacto en tre las regiones: el conflicto se concentra en
los pasos de la cordillera C entral —el del Q uindío y Guanacas— ,
en los dos cam inos e n tre A ntioquia y el Valle del Cauca, y en la na ­
vegación del río Magdalena, tanto entre M ompox y O caña com o en­
tre N are y H o n d a 8.
Por eso sería preferible hablar de varios episodios bélicos de dis­
tinto nivel que se com binan para desem bocar en una guerra nacio­
nal: u n problem a local, la supresión de los llamados «conventillos»,
se mezcla con la lucha por el p o d e r regional entre la oligarquía tra­
dicional y em ergente del Cauca y con las tensiones del o rd en na­
cional e n tre santanderistas y m arquistas. Esta m ezcla explosiva im-

7 Cfr., Fernán E. González, «La Guerra de los Supremos», en Gran enciclopedia histó­
rica de Colombia, tomo li, Bogotá, Círculo de Lectores, 1991. Reproducida en Fernán
E. González, Para leer la política, Bogotá, CINEP, 1997.
8 Fernán E. González, «La Guerra de los Supremos. Hacia los orígenes del bipartidis­
mo: de facciones a protopartidos» (manuscrito inédito).

4.07
L as revoluciones en el m u n d o a tlá n tic o

pidió que O bando, el caudillo más respetado en esa localidad y sulv


región, fuera acogido com o el recurso n orm al para solucionar los
problem as que sus amigos y seguidores de Pasto habían creado po r
los resquem ores que había suscitado en la provincia de Popayán.
Allí el gobierno regional estaba en m anos del clan dom inante de la
oligarquía, an terio rm en te desplazado del p o d e r p o r O ban d o y sus
seguidores bajo el gobierno de Santander. Su papel de entonces
com o g o b ernante del Sur e interm ediario con el gobierno central
transform ó a O ban d o en político nacional: en un principio era un
caudillo local, con u n a base clientelista p roducto de sus relaciones
con los campesinos de sus haciendas y su pasado de jefe guerrillero
realista en el Patía9. A hora representaba el ascenso de u n a oligarquía
secundaria que desafiaba el p o d e r de los M osquera, que veían en
el gobierno de M árquez y la G uerra de los Suprem os la o p o rtu n i­
dad esperada p ara re c u p e ra r el dom inio regional.
Esta com petencia p o r el p o d e r regional se sum a a los enfrenta­
m ientos personales y familiares de O b an d o con los M osquera, a las
tensiones sociales y étnicas de u n a región do n d e la esclavitud toda­
vía era im portante y d o n d e existían com unidades indígenas or­
ganizadas (en T ierradentro y en los alrededores de La C ocha). Esta
situación evidencia el reclutam iento de guerrillas de indios en las
vecindades de La Cocha, T ierradentro y Ciénaga, así com o entre la
población negra y m ulata de G etsem aní y los esclavos y libertos del
valle del Cauca. En el fondo, las guerras civiles y los en fren tam ien ­
tos políticos del bipartidism o esconden y expresan otro tipo de con­
flictos sociales, étnicos y regionales, pues propician el anudam iento
de particularidades regionales, locales, de grupos sociales y étnicos,
con estam entos gubernam entales, eclesiásticos y militares de distin­
tas m otivaciones10.
La g u erra contra los bolivarianos y urdanetistas h ab ía creado
nexos de am istad en tre O bando y m ilitares de otras regiones, que
lo habían convertido en político del ord en nacional, y lo habían ali­
nead o con el g rupo santanderista en el poder. Para el gobierno na­

9 Francisco Zuluaga, José María Obando: De soldado realista a caudillo republicano,


Bogotá, Banco Popular, 1985, pp. 108-109.
10J. León Helguera, «Ensayo sobre el general Mosqueray los años 1827 a 1842 en la
historia neogranadina», Introducción al Archivo epistolar del general Mosquera (J. León
Helguera, Roben Davis, eds.), tomo i, Bogotá, Editorial Kelly, 1972.

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¿U na c o m u n id a d ro m k a i s< in im i *a 1( . ih u iia m iv ii i \ u mima « io n del Estado c o lo m b ia n o ...

cional era sospechoso, pues ( Miando lialiía sido uno de los contrin­
cantes de M árquez en las elecciones presidenciales, apoyado explí­
citam ente p o r el presidente Santandei y luego claram ente adscrito
al grupo santanderista de oposición en el ( longi eso. I ,a desconfian­
za hace q u e M árquez y M osquera encarguen de: la pacificación al
general H errán , antiguo bolivariano cercano a la oligarquía tradi­
cional de Popayán, para tratar de inclinar la balanza local y regio­
nal a favor de los M osquera y ro m p er la relación de esa región con
O bando. Además, los antiguos bolivarianos, com o M osquera y H er­
rán, recordaban muy bien q u e O bando, prim ero com o Secretario
de G uerra, y luego com o encargado de la Presidencia de la Repú­
blica, había borrado del escalafón m ilitar a los que habían m ilitado
en las filas de los partidarios de las dictaduras de Bolívar y Santan­
der. El resentí m iento se agudizaría con el estilo represivo de San
tan d er y sus seguidores en la conjuración do Sarda, cuya ejecución
extrajudicial sería usada p o r los enem igos de Sanlaudei en el de­
bate sobre la represión del g obierno «le M árquez <<tulla l( >s relwT
des del Sur. Los santandei islas por su parle, re« ordaban <■! papel d«‘l
general 1ierran en la prom oción de las «actas» de la <li< ladina de
Bolívar. A oslo se añ ad en las conexiones de O b an d o con el grupo
santanderista que, para sacar el problem a del orden local, aprove­
chan el tem a de Pasto con el fin de oponerse al gobierno de Már­
quez (en un principio, el grupo santanderista apoyó al gobierno de
M árquez e n co n tra de los «fanáticos» pastusos).
Esta serie de relaciones con otros caudillos y grupos de p o d e r de
o rd en local y regional se hacen m anifiestas cuando las sospechas
contra Obanclo p o r instigar el m otín de Pasto se relacionan con las
acusaciones co n tra él p o r el asesinato de Sucre. La solidaridad de
estos caudillos y grupos regionales sirve de deto n an te de tensiones
y las rivalidades de cada región, tanto en relación con el cen tro de
la nación com o al in terio r de las mismas (varias subregiones, locali­
dades y grupos sociales se disputaban la h eg em o n ía). Así, las redes
e n tre los diferentes caudillos y sus respectivas regiones —Córdova
busca aliarse con O bando, Vezga, González y C arm ona; C arm ona
con González— se van haciendo nacionales. Todos se p ro nuncian
contra la persecución de O bando, que es el eje articulador de los
caudillos «supremos», casi todos jefes regionales aliados co n tra la
dictad u ra de U rdaneta, con la excepción de Carm ona. Pero éste
tam bién se había relacionado, años antes, con algunos progresistas

409
L as revoluciones en e i m u n d o a tlà n t ic o

en la C ám ara de R epresentantes, y term inó levantando la bandera


del federalismo aprovechando los resentim ientos y tendencias sepa
ratistas de la costa Atlántica.
La relación con O bando unifica los diferentes períodos de la gne
rra, cuyo carácter ya es suprarregional: la lucha de las regiones y sus
caudillos co n tra el Estado central y los enfrentam ientos de estos
po r la hegem onía local o regional se com binan con las pugnas entre
regiones, subregiones y localidades para la configuración tanto de
la nación com o de las mismas regiones. P or eso, el carácter inicial-
m ente centrífugo de la guerra term ina adquiriendo u n carácter i cn
trípeto y unificante: la gran fragm entación e inorganicidad de los
aparatos estatales fueron equilibradas po r factores aglutinantes que
sirvieron de base para la construcción de los dos partidos tradicú mu
les: inicialm ente, el gobierno de M árquez no representaba un p at­
udo, sino a grupos afines débilm ente relacionados, sin definiciones
ideológicas previas. Incluso los intentos fallidos de coordinación
de estos jefes y las interacciones regionales de la guerra, visibles en
los enfrentam ientos en las zonas fronterizas —en el caso de la colo­
nización antioqueña, entre Cauca y A ntioquia— y e n las luchas por
los corredores estratégicos que com unicaban las regiones en tre sí
— luchas p o r el control de los pasos del Q uindío y Guanacas en la
cordillera Central, y p o r el sector m edio del río M agdalena en tom o
a los ejes M om pox-O caña y N are-H onda— , m uestran tam bién el
carácter suprarregional que adquiere la dinám ica de la guerra. Así
tam bién el movimiento del ejército del gobierno p o r toda la nación:
del sur a Bogotá, de allí al cen tro rien te y a la costa, p o r ei lado de
Vallcdupar; m ientras tanto, las tropas antioqueñas se desplazaban
al valle del C auca prim ero y después a la costa Atlántica p o r los ac­
tuales departam entos de C órdoba y Sucre.
La guerra contribuye así a institucionalizar canales de articula­
ción, entre los que se destaca la intervención de varios obispos a
favor del g obierno — el arzobispo M osquera en Bogotá y el obispo
Gómez Plata en Santa Fe de A ntioquia— , preludio de la identifica­
ción de la Iglesia católica con el Partido Conservador, que prepara
la reacción de las reform as anticlericales de la república liberal de
m ediados del siglo xix11. Sin em bargo, esta articulación oculta mo-

11 Cfr., Fernán E. González, Partidos políticos y poder eclesiástico. Reseña histórica 1810-1930,
Bogotá, CINEP, 1977; Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia, Bogotá, cinep , 1997.

410
.¿UNA COMUNIDAD POLÍTICA ESCINDIDA? GUERRA* CIVII.IS V I ORMACIÓN Dl I 1 VIADO CULOMBIANO...

(¡vaciónos distintas, según las diversas circunstancias regionales en


Aiilioquia, el Socorro y la costa Atlántica. En A ntioquia, la guerra
es provocada p o r la consolidación del p o d e r regional de la llave
conform ada p o r Ju a n de Dios A ranzazu y M ariano O spina R odrí­
guez, quienes p rete n d e n elim inar de la escena política al coronel
Salvador Córdova y a sus am igos de Rionegro. El intento produce
la reacción rebelde de Córdova y sus partidarios. Expresa tam bién
alianzas de subregiones antioqueñas como el sur de la colonización
antioqueña, La Ceja, Abejorral, Sonsón y Salamina y Santa fe de An­
tioquia, R ionegro, Barbosa, C opacabana y sectores populares de
M edellín, a las que se a ñ ad en la rivalidad tradicional de M arinilla
co n tra R ionegro12. En la costa A tlántica se a n u d an los sentim ien­
tos separatistas y los resentim ientos contra las políticas del centro
con las rivalidades tradicionales e n tre Santa M arta y C artagena,
M om pox y C artagena, Santa M arta-Ciénaga-Riohacha-Chiriguaná-
Valledupar, ju n to con la em ergencia de Sabanilla-Barranquilla, que
tendía a desplazar a Cartagena y Santa M arta, y la com petencia en­
tre los jefes suprem os Carm ona, los G utiérrez de Piñeres y M artí­
nez Troncoso po r el m an d o suprem o en la costa13. En otras zonas
tam bién surgen rivalidades en tre regiones y tensiones entre pobla­
ciones vecinas, algunas con raíces en el p erío d o colonial: Cali-Po-
payán, Sonsón-Rionegro, Socorro-San Gil, e n tre otros.
En el Socorro, los cambios burocráticos del gobierno de Márquez
am enazaban el p redom inio de la fam ilia Azuero Plata, muy cerca­
na a S antander y a sus amigos; razón p o r la cual el coronel Gonzá­
lez, je fe suprem o de la provincia, term ina involucrado en la con­
tienda. En estas regiones tan santanderistas, com o el Santander de
hoy — Socorro y Pam plona— , los conflictos políticos surgen com o
resistencia a un antiguo santanderista convertido en m arquista, a
quien sus antiguos copartidarios consideran traid o r y perseguidor
de su grupo, sobre todo cuando em pieza a n o m b rar a reconocidos
bolivarianos y urdanetistas en algunos puestos públicos.
Esta conjunción de rivalidades y alianzas se va a expresar en la
lectu ra política bipartidista de los eventos, que resulta del hecho

12 María Elena Saldarriaga, La Guerra de los Supremos en Antioquia, tesis de maestría en


Historia, Medellín, Universidad Nacional.
13 Gustavo Bell Lemus, Los estados soberanos de la Costa y la Guerra de los Supremos, 1840-
1842 (manuscrito inédito).

4 .1 1
L as revoluciones en el m u n d o a t l á n t ic o

de que casi todos los personajes políticos del siglo xix ju e g a n p ap e­


les principales o secundarios e n esta guerra: M osquera, H errán ,
O spina Rodríguez, M urillo Toro, Rafael N úñez, José Eusebio Caro.
U n a de las consecuencias m ás relevantes de la g u e rra fue el surgi­
m ien to y consolidación de los im aginarios políticos, contrapuestos
en u n ju e g o de im ágenes y contraim ágenes que servían tan to p ara
la identificación de los am igos com o p a ra la estigm atización de los
enem igos. Así, según dos interpretaciones igualm ente com plot islas
de la guerra, O bando es presentado com o h éroe perseguido y trági­
co, o com o villano faccioso. En el p rim e r relato es la víctima de u n a
intriga palaciega y crim inal que recurre a la calum nia de la au to ría
del asesinato de Sucre p a ra elim inarlo d e la com petencia política.
En el segundo, O b an d o se rebela c o n tra el go b iern o p a ra escapar­
se de la justicia y evadir el juicio p o r el asesinato de S ucre14. Y e n la
perspectiva liberal, M ariano O spina R odríguez es presentado com o
el villano inspirador de las m edidas represivas del régim en m iniste­
rial de los doce años, el R ichelieu detrás del presidente H errán , re­
tratad o com o personaje secundario, u n «Torquem ada vestido de
uniforme». Ospina es el antihéroe de Samper, que lo reconoce com o
ho m b re probo y honesto, p ero al que dibuja con todos los rasgos
negativos: provinciano, falto de m undo, notable local con horizon­
tes de corto alcance, to talm en te equivocado acerca de las te n d e n ­
cias del siglo y de la sociedad, e n cam ació n del mal, sofista, reaccio­
n ario y tartufo, calculador, m esurado y frío, re p re se n ta n te de las
tradiciones del pasado, que busca apoyo en «las clases privilegiadas
y egoístas» cuyo ideal es «la som bría figura del inquisidor y del jesuí­
ta»15. La identificación de O spina con los jesuítas buscaba conver­
tirlo en la representación más acabada del mal en la república, cerca­
n o a las teorías políticas de Felipe II y Rodríguez Francia, y expresión
de la g ran tragedia nacional del rég im en de los D oce A ños16. P or
eso, Sam per concluye su relato de la G u e rra de los S uprem os con

14Joaquín Posada Gutiérrez, Memorias histórico-poUticas, Medellín, Editorial Bedout,


p. 115, 1971.
15José María Samper, Apuntamientos para la historia de la Nueva Granada. Desde 1810
hasta la administración del 7 de marzo, Bogotá, Imprenta del Neogranadino, 1853, pp. 241,
247, 252, 344, 352-353. Reproducido en versión facsimiíar por Editorial Incunables,
Bogotá. Analizado en detalle por María Teresa Uribe y otros, Las Guerras de los Supre­
mos, 1839-1842, op. cit.
16 María Teresa Uribe y otros, Las Guerras de los Supremos, 1839-1842, op. cit., pp. 207-
208.

412
<U ná COMUNIDAD POLÍTICA 1SCINDIDA? GüLRRAS CIVILES Y FORMACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO...

Lina requisitoria c o n tra O spina p o r haberse atrevido a tra e r al sue­


lo de la p a tria a los jesuítas, «ese n e fa n d o apostolado de la abyec­
ción y del delirio, de la im p ied ad y la m entira, del espionaje y de
la delación, de la infam ia consum ada e n todas sus form as posibles,
en la degradación del alm a, del corazón y del en tendim iento [...]».
Se p re g u n ta Sam per cóm o p u d o resolverse O spina «a insultar a las
sociedades y a la historia» violando el santuario de la patria con la
intro d u cció n de esa «epidem ia viviente del cristianism o, escondida
bajo la sotana de Loyola»17.
Esta contraposición de im aginarios ilustra la m an era com o el li­
beralism o y el conservatism o expresaban, a m ediados del siglo XIX,
esa suerte de «com unidad imaginada» escindida, en la que el patrio­
tism o n o se identifica con la pe rte n e n cia a la nación sino a u n a fac­
ción partidista, que excluye a los adversarios de la com unidad de los
verdaderos patriotas. Se trataría así de u n a co m u n id ad n o de com ­
patriotas, sino de copartidarios, com o señala Tulio H alperin D onghi
cu an d o se refiere al caso de A rgentina e n tiem pos de Rosas18.

La g u e r r a DE 1851: POLARIZACIÓN p o l ít ic a sin m o v il iz a c ió n


MILI IAR

E11 ese am b ien te polarizado, los escritores liberales leen los doce
años de los gobiernos m inisteriales o protoconservadores desde el
m ito antijesuita, que es usado p o r los jóvenes liberales p a ra movi­
lizar a los artesanos y a las sociedades dem ocráticas en p ro de la ex­
pulsión de los jesuítas. La lectura pública de folletines que recogían
las im ágenes de las obras de Sue, D um as y H ugo constituyó u n a
m otivación em ocional m ucho más fuerte que la discusión lógica de
los liberales com o Sam per y los argum entos legales en la prensa del
m o m en to 19. Y produjo u n a transform ación de la m an era com o eran

17José María Samper, op. cit., p. 376.


18 Tulio Halperin Donghi, «Argentine Counterpoint: Rise o f the Nation, Rise o f the
State», en Sara Castro-Klarén yjo h n Charles Chasteen, Beyond Imagined Communities.
Reading and Writing the Nation in Nineteenth-century Latin America, W ashington,
Woodrow Wilson Center Press, Baltimore, John Hopkins University Press, 2003.
19 Jaime Jaramillo Uribe, «La influencia de los románticos franceses y de la revolu­
ción de 1848 en el pensamiento político colombiano», en La personalidad histórica de
Colombia, Bogotá, El Áncora Editores, 1994.

413
Las revoluciones en el m u n d o a tlá n t ic o

percibidos los jesuítas y del peligro político que rep resen tab an
para los liberales, m ucho más allá de las posibilidades reales que
tenían, por su capacidad evocativa para conm over auditorios en las
sociedades dem ocráticas. La im agen del jesuita virtual del Ju d ío
errante de Sue resultaba más convincente que los argum entos con­
tra la entrega de la educación a los jesuítas concretos, provenien­
tes de la España de entonces20.
Los conservadores O spina R odríguez y José Eusebio Caro, por
su parte, leen las reform as liberales y la movilización política de los
artesanos desde el m ito antijacobino21. La lectura com plotista que
hacen de la movilización popular de la revolución liberal de m edia­
dos de siglo, a la luz de las revoluciones francesas de 1789 y 1848,
se acerca a la m anera com o los ex jesuítas Lorenzo de Hervás y Pan-
duro y Agustín B arruel interp retab an la Revolución Francesa de
1789, com o el resultado de la conspiración de las sectas anticristia­
nas, francm asones y enciclopedistas22. Para José Eusebio Caro, las
sociedades dem ocráticas organizadas p o r los liberales rojos no eran
sino «una tosca m iniatura del club de los jacobinos después de la Gi-
ronda», transform ados en fuerza de choque del liberalismo. Los ar­
tesanos fueron convencidos de que eran «el pueblo soberano, es
decir, la Nación», con derecho a asesinar a slis representantes si se
oponían a la voluntad p opular23.
Para O spina R odríguez era claro que los m iem bros del partido
rojo, tolerados o dirigidos po r la burocracia oficial, profesaban las
ideas del antiguo jacobinism o francés y se atrevían a presentarse
com o «los apóstoles del com unism o»: «la doctrina del robo apli­
cada a todas las propiedades, la proscripción del m atrim onio, la
com unidad de m ujeres, la destrucción de la familia», la barbarie
de los brutos en sustitución de la sociedad civilizada. El gobierno

20 Fernán E. González, «La otra verdad de una expulsión: el mito antijesuítico», en Re­
vista Javeriana, ns 509, Bogotá, octubre de 1984.
21 Fernán E. González, «El mito antijacobino como clave de lectura de la Revolución
Francesa», en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, Nos. 16-17, 1990.
Reproducido en Fernán E. González, Para leer la política. Ensayos de historia política co­
lombiana, Bogotá, cinep, 1997.
22Javier Herrero, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid, Alianza Edi­
torial, 1988, especialmente las páginas 217-218.
23José Eusebio Caro, «El 7 de marzo de 1849», en La Civilización, Nos. 19-27, entre
el 13 de diciembre de 1849 al 7 de febrero de 1850. Reproducido en Simón Aljure,
Escritos históricos deJosé Eusebio Caro, Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, 1981.

4,14
<U NA COMUNIDAD POLÍTICA ESCINDIDA? GUERRAS CIVILES' Y FORMACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO...

liberal, instrum ento del partido rojo, ten ía el propósito de h acer


desaparecer todo principio religioso para propiciar el caos y la des­
moralización de la sociedad y socavar las bases de la civilización cris­
tiana occidental. Para eso, la cam arilla roja y las sociedades dem o­
cráticas insistían en la expulsión de los jesuítas, que significaba la
violación de las garantías individuales, de la tolerancia y de la liber­
tad de conciencia y enseñanza, y prefiguraba la violación de las li­
bertades públicas y los derechos ciudadanos. Los ataques conserva­
dores iban más allá de la persona del presidente José Hilario López,
al que describen com o u n ho m b re débil y alcoholizado, sin habili­
dad administrativa ni política, m anejado por el pequeño círculo de
los «rojos» y presionado p o r las sociedades democráticas. El enem i­
go real era ese grupo inform al de jóvenes liberales de clubes políti­
cos y grupos populares organizados: el «poder de la camarilla» del
partido jacobino, liderado p o r M urillo Toro, jefe indiscutido de ese
«poder secreto y tenebroso», no elegido ni responsable, que se po­
n ía p o r encim a del Congreso y del Presidente para sustituir las insti­
tuciones legales y convertir el gobierno en instrum ento de su vo­
lu n ta d om ním oda24.
En ese contexto, la elección presidencial de López es presentada
com o u n acontecim iento fundacional, com o un punto de inflexión
e n tre el o rd en y el caos, e n tre lo viejo y lo nuevo. De ahí el énfa­
sis conservador en las m etáforas de «los puñales del 7 de marzo» y
del «zurriago», analizadas en la obra de María Teresa Uribe y su equi­
po, q u e señalan el m om ento del ascenso del liberalism o al p o d e r
com o fruto del tum ulto y la violencia. Esta descripción buscaba pre­
sentar la irrupción del pueblo en política como algo peligroso y anár­
quico, que había abierto el cam ino del Partido Liberal al poder y ga­
rantizaba su perm anencia en él, con exclusión absoluta del otro y
riesgo para sus vidas y haciendas. La referencia conservadora a los
«puñales del 7 de marzo» señalaba a sus portadores com o los «ro­
jos», para asociar las ruanas de bayeta roja de los artesanos con los
designios sangrientos y atroces de los rojos de las revoluciones fran­
cesas de 1789 y 1848. E insertaba la lucha política colom biana en

24 Mariano Ospina Rodríguez, «Ojeada sobre los primeros catorce meses de la admi­
nistración del 7 de marzo», p. 31. «La polémica de los rojos», en La Civilización, ns 7,
20 de septiembre de 1849, Bogotá; Julio Arboleda, «Lo que son. los rojos», El Misóforo,
n9 4, 17 de agosto de 1850, Popayán. «Al partido conservador», El Misóforo, n® 7, 17
de octubre de 1850, Popayán. Citado por María Teresa Uribe, op. cit., pp. 187-195.

415
L as revoluciones en el m u n d o a t lá n t ic o

el en frentam iento entre cristianism o y m aterialism o soc ialista: el


o rd en y la civilización son identificados con la causa re ligiosa, y el
liberalism o con la dem agogia anarquista q u e quiere la nivelación
social, basada en el principio m aterialista que proclam a la ruina
del cristianism o y la elim inación de la lib ertad 25.
En esa referencia, el uso m etafórico de los relatos históricos de
Francia y Venezuela no atacaba al enem igo real, los libe-rales refor­
m istas)'secularizantes, sino a u n a im agen que los em parrillaba con
los socialistas im itadores de los jacobinos franceses de 17H0, los mo-
naguistas venezolanos y los m azorquistas argentinos. I ,a referencia
a los liberales com o socialistas niveladores, anticleric ales, proclives
al robo y a la violencia, proyectaba sobre ellos la im agen del desor­
den popular, del aum ento de la delincuencia, para crear una sensa­
ción de inseguridad, caos y desgobierno. Se buscaba difu n d ir entre:
las «gentes de casaca» la idea de que «los de ruana» e ra n peligro­
sos. Por eso, era riesgoso incluirlos en el c uerpo de la nación antes
de que pasaran p o r el tamiz de la civilización y de la educación mo­
ral del cristianismo. El mismo recurso aparece en el uso que clan los
conservadores a la m etáfora de los zurriagos, originariam ente sím­
bolo de la reacción p o p u lar co n tra la opresión de la oligarquía de:
Cali, transform ado luego po r la narración conservadora en la repre­
sentación de los riesgos de la presencia de u n a movilización p o p u ­
lar en la escena política.
Esas m etáforas logran darle un co n tenido nacional a hechos lo­
cales aislados: los desórdenes populares d e Bogotá, Cali y Popayán
sirven para asociar a los liberales «rojos» con el d eso rd en social. El
im aginario conservador de esa época era más anticom unista que an­
tiliberal: de la asimilación de los liberales con el com unism o y el anar­
quism o se deduce que el problem a no tiene que ver tanto con las
reform as económ icas y la concepción leseferista del Estado, con
las que los conservadores estaban de acuerdo, com o con la organi­
zación y la movilización política y social de las clases subalternas,
asociada al desorden social, las críticas a los niveladores sociales y
a las violaciones al derecho de propiedad. La im agen de la irrupción
violenta y tum ultuosa del pueblo en la política m arcaría p ara siem­
p re la m entalidad conservadora.

25 María Teresa Uribe, La guerra del 7 de marzo, manuscrito inédito, Medellín, Uni­
versidad de Antioquia, 2002, pp. 113-147.

416
¿U n a c o m u n id a d p o lític a e s c in d id a ? G uerras civiles y fo r m ac ió n del Estado c o lo m b ia n o ...

Sin em bargo, llam a la atención el hecho de que estas metáforas,


tan efectivas para señalar a los liberales, no lograron u n a movili­
zación política am plia ni un levantamiento arm ado organizado, sino
apenas un a serie de incidentes descoordinados, con escasos recur­
sos m ilitares y liderados p o r civiles sin experiencia militar. Esto de­
b e ría llevar a relativizar la im portancia de los discursos y narracio­
nes com o estrategias de g u erra y enm arcarlas en u n contexto más
am plio, que tenga en c u en ta la correlación de fuerzas de las redes
locales y regionales de p o d e r vinculadas o no a u n levantam iento.
Ese contraste se hace evidente e n la poca duración y escasa cober­
tu ra regional de la g u erra civil de 1851, si se com para con la de los
Supremos. Los grandesjefes militares del conservatismo, com o Mos­
quera, H errán y José Ignacio de M árquez, estuvieron ausentes.
La ausencia de M osquera es muy significativa, pues evidencia su
in cipiente tom a de distancia fren te al Partido Conservador: según
Jay Grusin, rehusó aceptar la pro p u esta de algunos jefes conserva­
dores para unificar al p artido y liderar la oposición al gobierno de
López. Y la incapacidad de los conservadores para e n c o n tra r otro
je fe produjo la d erro ta devastadora del partido en las elecciones
p ara el Congreso en 1849. Al com ienzo del gobierno de José Hila­
rio López, los conservadores m an te n ía n la m ayoría en el C ongre­
so, lo que obligaba al gobierno a m an te n e r u n perfil m oderado en
su gabinete para contentar tanto a los conservadores goristas com o
a los liberales más radicales. Pero ese equilibrio, muy pronto, se ha­
ría insostenible: López se vio forzado a n o m b ra r funcionarios más
radicales, com o M urillo Toro, au nque trató de equilibrar la balan­
za con el nom bram iento del goristajosé Acevedo com o Secretario
de Relaciones Exteriores. Sin em bargo, las presiones de las socie­
dades dem ocráticas y de los jóvenes radicales forzaron su re n u n ­
cia, y luego la salida de los conservadores de la burocracia, diplo­
m acia y educación pública.
Al parecer, M osquera estaba convencido de que el Partido Con­
servador no podía subsistir en su form a antigua; planeaba crear un
nuevo partido, el progresista, que evitara cualquier conexión con
el viejo conservatism o y convocara a los m iem bros m oderados de
am bos partidos. Para lograr la arm onía nacional, el nuevo partido
se basaría más e n los principios que e n las personas: apoyaría el
gobierno democrático, la independencia municipal, el federalismo,
la tolerancia religiosa, la educación masiva, la libertad de enseñan­

417
xas revoluciones en el m u n d o a t lá n t ic o

za, la tributación progresiva y la reform a constitucional20. El recha­


zo de su propuesta p o r parte de la m ayoría de los protoconsci v a d o
res o ministeriales m ostró que el p artido estaba lejos de ser m onolí­
tico, aunque sus divisiones in tern as venían de tiem po atrás (en
la discusión sobre la presencia de los jesuítas e n las misiones y en la
educación pública, m uy controvertida p o r Julio A rboleda, del gru­
po m inisterial). La oposición del general conservador Ensebio Bu­
rrero a la presencia de los jesuítas, sum ada a sus lazos familiares con
O bando, hizo q u e el liberalism o apoyara su candidatura. Además,
la candidatura de Tomás C ipriano de M osquera en las elecciones
de 1844-1845 estuvo lejos de lograr unanim idad dentro de su partí
do: algunosjefes, co m o jo sé Ignacio de M árquez, preferían a Rufi­
n o Cuervo, que representaba m ejor las tendencias civilistas, pero
que fue dejado de lado po rq u e la m ayoría favorecía u n presidente
de origen militar. El propio h e rm a n o d e M osquera, M anuel José,
arzobispo de Bogotá, se había m ostrado m uy reú c e n te frente a la
candidatura del G eneral, de cuyas tendencias regalistas y vanidad
personal desconfiaba. Y el mism o presidente H errán, yerno de Mos­
quera, p ro cu ró no in terferir en la cam paña2627.
Desde el gobierno de M osquera h ab ían aparecido fisuras in ter­
nas: José Ignacio de M árquez y el g e n e ra lju a n M aría Góm ez se re­
tiraron p ronto de la adm inistración; M osquera afrontó dificultades
para conform ar un nuevo gabinete y sus choques personales y ad­
ministrativos con el vicepresiden te J o a q u ín José Gori fu ero n apro­
vechados po r la oposición, liderada p o r Julio Arboleda, sobrino pero
enem igo personal de M osquera. Lo m ism o ocurría con los ataques
del sem anario Libertad y Orden, del ex gobernador de Bogotá, Alf on­
so Acevedo Tejada, hijo del procer José Acevedo y Gómez, y cercano
al general H errán. P or otra parte, el am biente político contra Mos­
q u era se caldeaba a ú n más con las cam pañas periodísticas a favor
de la rehabilitación del general O bando, que lo acusaban tanto de
ensañarse en u n a cruel persecución co n tra él com o de hacer parte
de un com plot m onárquico con los generales Ju a n José Flórez y
José A ntonio Páez. Para com plicar aún más la situación, el nom bra-

26Jay Robert Grusin, The Revolution o f1848 in Colombia, University of Arizona, pp. 60-
64, 66-71 (disertación doctoral inédita).
27J. León Helguera, The First Mosquera Administration in New Granada, 1845-1849, Uni­
versity o f North Carolina, Chapel Hill, pp. 38-48 (tesis doctoral inédita).

418
<UNA COMUNIDAD POLÍTICA ESCINDI DA? GUERRAS CIVILES Y FORMACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO...

m iento de F lorentino González en el gabinete representaba u n de­


safío tanto para los ministeriales com o para los liberales m oderados,
pues e ra considerado el candidato obvio de la oposición liberal
para la presidencia en 1848.
Estas tensiones condujeron a la confluencia de los opositores m i­
nisteriales en to m o a la candidatura de Gori, a la que se oponía Mos­
quera. M ariano O spina Rodríguez, cuya astucia política lo hacía
prever las consecuencias electorales de la división del partido m i­
nisterial, intentó e n vano la reconciliación en tre Gori y M osquera.
Sin em bargo, el P residente se opuso a prescindir de la candidatura
de Cuervo: no po d ía p erm itir que los partidarios de Gori, a quie­
nes consideraba sus enem igos personales, lo superaran. Por otra
parte, M osquera dudó m ucho antes de apoyar la candidatura de Ru­
fino Cuervo: prefería a F lorentino González o al general Jo a q u ín
Mzuría Barriga, y su dem ora impidió superar la división del grupo mi-
nisterial. Por últim o, la participación de González en el gobierno
de M osquera y sus m edidas librecam bistas, hicieron m ella en su
popu larid ad e n tre los jóvenes liberales y los artesanos proteccio­
nistas. Y para term inar de h acer de M osquera u n presidente sum a­
m en te im popular, a todo lo an terio r se añ adía su preferencia po r
los nativos de Popayán en d etrim ento de los bogotanos.
Años más tarde, O spina afirm aba que la presencia d e González
en el gobierno era inexplicable; que ni Cuervo ni Gori representa­
b an realm ente al partido, pues n in g u n o de los dos había sido p re­
sentado por «la porción imparcial e intachable [de éste]», la candi­
datura de Gori había nacido de la oposición personal del periódico
de Acevedo, y la de Cuervo de la protección del Ejecutivo28. En u n a ‘
entrevista de 1876, O spina sostenía que su voto a favor de la candi­
d atu ra de López se h ab ía debido a sus tem ores a que el asesinato
de los congresistas p ro d u je ra u n a situación anárquica que habría
term inado e n la dictad u ra m ilitar de M osquera: hab ría sido «una
época de terrorism o m ilitar que ahogaría inevitablem ente el régi­
m en representativo» y h a b ría llevado a responsabilizar al partido
conservador de las violencias del despotism o. Por eso, pensaba que
e ra preferible la d o m inación liberal, «con su consiguiente séquito
de violencias y desm anes», porque traería u n gran bien: el escar­

28 Estanislao Gómez Barrientos, Don Mariano Ospina y su época, Medellin, Imprenta


Editorial Antioqueña, 1913, pp. 406-408.
Las revoluciones en el m u n d o a t lá n t ic o

m iento de lajuventud inexperta y de «muchos viejos cándidos e ig­


norantes», que apartaría «a las almas honradas» del p u n id o jacobi­
no y ayudaría a disciplinar al Partido Conservador*'.
Según Ospina, se h ab ía hecho consciente de las tendencias dic­
tatoriales de M osquera cuando se retiraron de su gobierne >1<>s «I ><«li­
bres más capaces y responsables del Partido Conservador», conven­
cidos de que la conducta del P residente se dirigía más «por los
arranques del cap rich o y del apasionam iento que por los dictados
de la razón», de que era u n «hom bre de im aginación fogosa, y de
carácter impresionable, veleidoso y arrebatado», de ideas superficia­
les y desconcertadas, dom inado po r la vanidad, cuya «ambición de
vana popularidad» lo conducía a ser fecundo en prom esas y en pla­
nes inconsultos de reformas que no respetaban lo que se bahía acor­
dado previamente. Esta situación llevó a los ministros, aburridos «de
te n e r que entenderse con u n ho m b re de cabeza destornillada», a
d eliberar en secreto sobre la necesidad de declararlo loco y llam ar
al V icepresidente a asum ir el poder. Pero se d iero n c u en ta de que
la idea produciría u n conflicto sangriento y decidieron retirarse
del gabinete2930.
Esta entrevista, realizada en 1876, reflejaba p o r supuesto los nor­
m ales resentim ientos de O spina, que había sido despojado del po­
d er p o r la rebelión de M osquera en 1861, p e ro m uestra tam bién
que, desde m ediados de siglo, el conservatism o estaba p ro fu n d a­
m en te dividido. Esta división, y las distantes relaciones de M osque­
ra con O spina, se reflejaron en la debilidad m ilitar de la g u erra de
1851, de la que estuvieron ausentes los grandes jefes del conserva­
tismo. P o r eso, la mayoría de los jefes de la insurrección fu ero n ci­
viles arm ados, congresistas, periodistas, curas, notables locales sin
mayores conocim ientos militares com o Sergio yjulio Arboleda, Ma­
riano y Pastor O spina, P edro A ntonio R estrepo y el fu tu ro obispo
M anuel C anuto Restrepo. Esta situación explica la desorganización
de los levantam ientos y la facilidad con que fu ero n reprim idos.
En consecuencia, la guerra se redujo a dos rebeliones regiona­
les, en Antioquia y Cauca, con motivaciones muy distintas, acom pa­
ñadas po r una serie de disturbios locales, bastante insignificantes
y carentes de peligrosidad, que fueron leídos p o r algunos com o un

29 Estanislao Gómez Barrientos, op. cit., pp. 430-431.


30 Estanislao Gómez Barrientos, op. cit., p. 431.

4 20
<UNA COMUNIDAD POLÍTICA ESO NDIDA? GUERRAS CIVILES Y FORMACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO.

com plot orgánico de u n Partido C onservador liderado p o r el cere­


b ro de O spina. La guerra sólo tuvo repercusiones d o n d e las m edi­
das del gobierno central e n co n trab an reacciones e n las situacio­
nes particulares de las regiones: los problem as relacionados con la
m anum isión e indem nización y el m iedo a los disturbios sociales
en el Cauca eran muy distintos de los problem as en Antioquia, más
preocupada p o r el proyecto de división de la provincia, que modifi­
caba el balance electoral y fracturaba las redes clientelares, a los
que se añadía la percepción del peligro de la extensión de los desma­
nes de los «zurriagueros» del Cauca a Antioquia, y el im pacto de la
expulsión de los jesuítas, que tenían colegio en M edellín31. La divi­
sión de la provincia entre M edellín, Antioquia (Santa fe) y Córdoba
(Rionegro) era considerada por los conservadores com o una estrata­
gem a p a ra a u m e n ta r la representación de las provincias liberales,
debilitar el peso electoral del conservatismo y cam biar el balance de
fuerzas del Congreso. La división aseguraba u n bastión liberal en
el occidente y debilitaba la fuerza d e M edellín en el oriente, pues
Santa Rosa se separaba de M edellín y pasaba a A ntioquia, m ientras
que fortalecía a R ionegro co n tra sus vecinos32.
En Antioquia, la rebelión viene de afuera, lid erad a p o r Eusebio
B orrero, caucano con algunas relaciones con an tio q u eñ o s que lo
invitan a encabezar el levantam iento: varios notables, civiles y ecle­
siásticos, m ineros y com erciantes, sin nin g u n a experiencia militar,
se re ú n e n con él y aportan recursos. Y buscan co n tactar a otros j e ­
fes conservadores de prestigio en las regiones donde el Partido Con­
servador e ra hegem ónico33. El discurso de B orrero aludía a los pe­
ligros q u e representaría p ara A ntioquia la eventual expansión de
los desórdenes del valle del Cauca, causados por la presencia de las
clases subalternas en la vida social y política, y se refería tam bién
a las m edidas co n tra el clero34.
Por eso, el día de la división d e la provincia de A ntioquia, Bo­
rre ro se pro clam ajefe civil y militar, declara la reintegración de la

31 Luis Javier Ortiz, Aspectos delfederalismo en Antioquia 1850-1880, Medellín, Univer­


sidad Nacional, pp. 14-18.
32 José Manuel Restrepo, Diario político y militar. Memorias sobre los sucesos importantes
de la época para servir a la historia de la revolución de Colombia y de la Nueva Granada. Desde
1849para adelante, tomo iv, Bogotá, Imprenta Nacional, 1954, p. 197.
33 Luis Javier Ortiz, op. cit., 1985, pp. 18-23.
34 José Manuel Restrepo, op. cit., tomo iv, 1954, p. 162.
L as revoluciones en el m u n d o a t lá n t ic o

provincia y la adopción del federalism o ju n to con la d e r o g a c i ó n


del desafuero eclesiástico y de la libertad de prensa, y la libertad al >
soluta e inm ediata de esclavos, pero con indem nización. I ,o apoyan
el valle de A burrá (M edellín, Envigado, Belén, C opacabaua, 1 la to -
viejo, Barbosa), M arinilla, Santuario, El Peñol, Santa Rosa y el Sur
(Sonsón, A bejorral, Aguadas y S alam ina). La fuerza liberal se con­
centra en Rionegro, Santa Fe de A ntioquia, Sopetrán y el Nordeste
(Amalfi, Zaragoza y Rem edios), y en S a n je ró n im o surge una gu<-
rrilla liberal p ara atacar las propiedades de los conservadores de
Santa Rosa35. Después de dos meses y m edio de guerra, la m ontone­
ra mal arm ada de B orrero es d e rro tad a p o r las tropas m ejor arm a­
das y organizadas del gobierno. O tro p ro b lem a era la división in­
terna del conservatismo, evidente en los enfrentam ientos de Braulio
H enao con B orrero y el padre M anuel C anuto Restrepo, y su hete­
rogeneidad in terna, encubierta p o r el discurso m oral. El papel del
clero no era tan fuerte en la A ntioquia de entonces.
En cambio, la rebelión en el Sur es caracterizada p o r Alonso Va­
lencia Llano36 com o resultado de la resistencia de sectores tradicio­
nales y parte del clero a las reform as liberales y a la incorporación
de los sectores populares a la vida pública, la libertad de esclavos,
el m ayor control institucional de la Iglesia y la expulsión de los je-
suitas. El Cauca era un eje conflictivo desde la G uerra de los Supre­
mos: el clima de hostilidad racial y social im p eran te era propicio
a los desórdenes de esclavos y libertos, que fueron severam ente re­
prim idos, lo m ism o que varios levantam ientos e n tre 1843 y 1848,
quem as de haciendas, robo de ganados, guerrillas, huida masiva de
esclavos y asaltos en los cam inos del Cauca, B uenaventura y Popa-
yán. Ante las reform as liberales, la resistencia de propietarios com o
los Arboleda y M allarino se centraba en la búsqueda de indem niza­
ciones que com pensaran las m anum isiones. Los problem as socia­
les y étnicos se a n udaban inextricablem ente con los enfrentam ien­
tos partidistas. Pero incluso allí, los levantam ientos en Yacuanquer,
Caloto, algunos cantones de Buenaventura, Roldanillo, Tuluá y cer­
canías de Popayán son derrotados fácilm ente. Se produce tam bién

35 Luisjavier Ortiz , op. cit., pp. 23-29.


36 Alonso Valencia Llano, «La Guerra de 1851 en el Cauca», en Las guerras aviles desde
1830y su proyección en elsiglo XX, memorias de la II Cátedra Anual de Historia «Ernesto
Restrepo Tirado», Bogotá, Museo Nacional de Colombia, p. 39.

422
¿Una c o m u n id a d p o lític a escindí d a ? G uerras civiles y for m ac ión del Estado c o lo m b ia n o ...

ciarla agitación de partidas conservadoras en cercanías de Cali y Pal-


mira, con enfrentam ientos con partidas civiles liberales semejantes.
La falta de resonancia de la polarización nacional en las regio­
nes redujo el grueso de las acciones bélicas a tres meses, entre ju lio
y octubre de 1851. Pero la lucha g u errillera en el sur del país p ro ­
longaría form alm ente la guerra du ran te casi u n año. Esta se inicia
el prim ero de mayo de 1851, con el levantam iento de Julio A rbole­
da y M anuel Ibáñez en Túquerres, con apoyo del gobierno de Ecua­
dor, y term ina en abril de 1852, con el som etim iento de las gue­
rrillas conservadoras de La Venta, C haguarbam ba y Talam bud, en
la provincia de Pasto. H ubo otros intentos de levantamiento conser­
vador e n Tunja, Sogam oso, C hiquinquirá y Villa de Leiva, M ari­
quita, Pam plona, San Gil, Neiva, Facatativá, Zipacón y F ontibón,
Guasca, Guatatavita, Sopó y Gacheta. A las guerrillas de la Sabana
se sum a el coronel A nselm o Pineda, con algunos jóvenes de la So­
ciedad Filotém ica de Bogotá. En Lérida, Am balem a, San Luis, Sal-
daña, G uaduas y El Espinal se p resen tan tam bién levantam ientos
dispersos de notables locales y hacendados que organizan gu erri­
llas con sus arrendatarios. En la provincia de Neiva se organizan
guerrillas conservadoras en T im aná y La Plata, y guerrillas liberales
e n Neiva y T ierrad en tro . De m en o r im pacto es el pro n u n ciam ien ­
to de Mutiscua, cerca de Pam plona, con apoyo de conservadores de
B ucaram anga y Girón. Estos levantam ientos y asonadas son rápida­
m en te debelados p o r fuerzas gubernam entales y civiles liberales.
La g u e rra term in a con la am nistía y el in dulto de la m ayoría de
los com prom etidos: no h u b o patíbulos, p ero sí asesinatos y fusila­
m ientos fuera de com bate. Cam acho Roldán calcula que los m u er­
tos en acciones directas no llegaron a los trescientos, pero cree que
los indirectos, p o r enferm edades y heridas, llegaron a 1.500. C on­
sidera que el p eo r resultado fue el clima feroz de odios alim entado
p o r las violencias y brutalidades del «espíritu de partido»37. Según
G rusin, algunos liberales utilizaron la revuelta conservadora p ara
tratar de elim inar al partid o opositor de m an era definitiva: m iem ­
bros radicales de la Escuela R epublicana organizaron una fuerza
policial para arrestar a los m iem bros de la Sociedad Filotém ica, y
las presiones del g obierno obligaron a la prensa conservadora a

37 Salvador Camacho Roldán, Memorias (reedición), Medellin, Editorial Bedout, pp.


221-222 .

423
Las revoluciones en el m u n d o a t l á n t ic o

suspender sus publicaciones. T am bién h u b o abusos c o n tra los su­


puestos rebeldes: la violación de la correspondencia y los inform es
secretos sobre reu n io n es políticas en A ntioquia38.
Fueron som etidos aju icio político algunos personajes centrales
com o Pastor y M ariano O spina, Ernigdio Briceño y R am ón Espina.
El más sonado fue el de O spina, acusado d e ser el alm a de la rebe­
lión. Su reclusión durante u n año es aprovechada p o r los conserva­
dores para continuar la diatriba antiliberal p o r su injusta detención,
sin pruebas, y presentarlo com o héroe trágico, defensor de la repú­
blica, la religión y el derecho, recluido en las mazmorras del régimen,
símbolo de la persecución política y de la tiranía del gobien 10 (le I />-
pez. Éste no p u d o dem ostrar que O spina hab ía sido el cereb ro (le­
las revueltas: después de u n largo juicio p o r conspiración, rebelión
y traición, debió ser absuelto p o r falta de pruebas'1'’.

LA GUERRA ARTESANO-MILITAR DE 1854: LA REACCIÓN DE LOS JEFES


TRADICIONALES FRENTE AL GOLPE DE MELO

La posición favorable del liberalism o frente a la organización y mo­


vilización de los artesanos y m iem bros de las sociedades dem ocrá­
ticas se m odificará radicalm ente cuando ésta am enace su p o d er con
el golpe de Estado del general José M aría Meló y el ascenso al po­
d e r del sector draconiano en cabeza del general José M aría O ban­
do, antes héroe trágico de los liberales. En contraste con lo ocurrido
en la guerra de 1851, el ascenso de estos m ilitares y artesanos al po­
der motivaría el com prom iso de los grandesjefes militares de ambos
partidos, que d e p o n d ría n sus rivalidades p ara e n fre n ta r conjunta­
m ente al gobierno de Meló. Y el resultado de la guerra de 1854 sería
la reticencia de los liberales radicales al intento de organización de
los sectores populares.
Así, la falta de apoyo de los grandes caudillos conservadores al
conflicto an terio r contrasta con la presteza con que H e rrá n y Mos­
quera se sum an a la guerra contra Meló. H errán había participado
com o senador en la oposición al g obierno liberal en 1850, Termi­

38 Jay Robert Grusin, op. cit., pp. 80-91.


;,<l Estanislao Gómez Barrientos, Don Mariano Ospina y su época. Páginas de la historia neo-
granadina (1849 a fines de 1863), tomo II, Medellin, Imprenta de la Gaceta An tioque ña,
1915, pp. 160-163.

424.
¿Un a c o m u n id a d po lític a e s c in d id a ? G uerras civiles y for m ación del Estado c o lo m b ia n o ..

nadas las sesiones del Congreso, regresa a los Estados U nidos com o
particular, p ara establecer allí una casa de com ercio y ed u car a sus
hijos. En 1854, el general Tomás H errera, entonces designado, lo
n o m b ra Secretario de G uerra para en fre n ta r el golpe de Meló, en
cuya em presa com prom ete incluso su patrim onio personal40. La
m ism a actitud es asum ida p o r M osquera, que llega de Nueva York
a C artagena poco después del golpe: ofrece su colaboración a los
gobernadores de la costa para encabezar la resistencia arm ada con­
tra Meló; se en fren ta al g o b ern ad o r obandista de C artagena, Ju a n
José Nieto, quien se niega a suministrar recursos para que M osquera
organice fuerzas para m archar hacia Bogotá. M osquera sufragó en­
tonces, de su propio bolsillo, los prim eros gastos de las tropas. Nom ­
brado com andante del ejército de la costa p o r el general Tomás
H errera, organiza tropas e im porta arm as y m uniciones, y avala la
transacción con u n a letra contra su casa com ercial en Nueva York,
pues el d in ero enviado p o r los constitucionalistas se dem oraba en
llegar. A ellos se sum an los grandes generales del partido liberal,
Tomás H errera, José H ilario López, M anuel M aría Franco y Ju a n
José Reyes Patria, y otros jefes conservadores com o Julio Arboleda,
Braulio H enao, Jo aq u ín Posada G utiérrez y jo a q u ín París41.
El cam bio de situación llevó a M aría Teresa Uribe y a sus colabo­
radores a trascender la rasión de la historiografía tradicional sobre
esta guerra, que la reducía a u n m ero enfrentam iento en tre faccio­
nes del Partido Liberal, en tre gólgotas y draconianos, para caracte­
rizarla com o un conflicto e n torno a la inserción de los sectores
subalternos en la vida política. Adem ás, la presentan com o el con­
flicto e n tre dos m odelos de o rd en político: u n o rd en constitucio­
nal, la idea abstracta del Estado de d erecho, basado en principios
universales defendidos p o r la alianza e n tre conservadores y gólgo­
tas, co n tra un orden social, basado en la idea del Estado justo, im­
pulsado p o r u n a dictadura p opular y particularista que p rete n d ía
la inclusión política au tó n o m a de las masas populares42. P o r eso,

10 E duardo Posada y Pedro Ibáñez, Vida de Herrón, Biblioteca de H istoria Nacional,


volum en III, Bogotá, Im prenta Nacional, 1903, p p 127-144.
41 Tom ás Cipriano de M osquera, Resumen de los acontecimientos que lian tenido lugar en
la república. Memorias de la guerra civil de 1854, Bogotá, Im prenta N eogranadina (edi­
ción facsim ilar de Editorial Incunable, 1982).
42 M aría T eresa U ribe y otros, «G uerra artesano-m ilitar», en Las palabras de la guara,
Medellín, La Carreta Histórica, Universidad de Antioquia, Corporación Región, 2006,
pp. 1, 147-160, 177-179.

425
*Las revoluciones en el m u n d o a t lá n t ic o

sostienen ellos, la tram a de esta guerra com o verdadera revolución


se construye a p artir de la dicotom ía pueblo-oligarquía, en la cjue
se e n fren tan u n a visión elitista y m odernizante de la legitim idad
política y la com prensión plebeya y particularista de la identidad
nacional43. En ese sentido, la revolución de 1854 revela las con­
tradicciones y consecuencias inesperadas de la movilización ins­
trum ental del pueblo, q u e hacen que ah o ra tanto liberales com o
conservadores lleguen a la conclusión de que el pueblo no está «pre­
parado» para la dem ocracia.
Esta lectura coincide parcialm ente con la división liberal en tre
gólgotas y draconianos, p ero la desborda: los partidarios de Meló
reunían a todos los descontentos con el reform ism o gólgota: milita­
res, clérigos, viejos liberales santanderistas, partidarios del centra­
lismo y proteccionism o, que desconfiaban de las utopías e influen­
cias extranjeras, a los que se añadían las diferencias generacionales.
Este contraste se expresaba en el clim a general de hostilidad y las
desconfianzas m utuas en tre «las gentes d e casaca» y «las gentes de
ruana»: los artesanos se sentían engañados y utilizados m ientras
que los jóvenes liberales percibían al pueblo com o peligroso, pro­
clive al d esorden y m anipulable p o r dem agogos. El desengaño de
los artesanos se m anifiesta en la m an era com o construyen sus iden­
tidades plebeyas, que no se refieren a nociones abstractas de ciu­
d adanía y derechos sino que fustigan el egoísm o de los ricos, su
carencia de sentim ientos patrióticos, la precariedad de las tesis li­
brecam bistas y su total ausencia de conciencia nacional. Frente al
republicanism o hom ogeneizante y universalista, se conciben com o
«soldados de la libertad», «pobres», «redentores» y defensores de
la industria nacional, con una retórica del desengaño, opuesta a la
igualdad abstracta de los derechos, que enfatizan las particulari­
dades co n tra el discurso atom ístico del liberalism o que no recono­
cía lazos de identidad com unitaria y social44.
Esta construcción de •identidades no era em presa fácil, po r el ca­
rácter paradójico de las alianzas de lado y lado: la alianza provisio­
nal gólgota-conservadora, contra la aparición del pueblo autónom o
en la escena pública, era u n a u n ió n cruzada por m utuas descon­

43 Francisco Gutiérrez Sanín, Curso y discurso del movimiento plebeyo, 1849-1854, Bogo­
tá, iepri y El Áncora Editores, 1995, pp. 63 y ss.
44 María Teresa Uribe y otros, op. cit., pp. 95-101.

426
<U na c o m u n id a d po lític a e s c in d id a ? G uerras civiles y for m ac ión del Estado c o lo m b ia n o ...

fianzas y rivalidades e n tre antiguos adversarios que aspiraban t o


dos al m an d o y dificultaban u n a estrategia com ún, com o lo señala
M aría Teresa U ribe y su equipo45. Por o tra parte, la candidatura de
O bando suponía u n acercam iento al clero liberal y a los artesanos,
a los que ofrecía derogar las reform as que los petjudicaban, con un
lenguaje de preservación del o rd en n atural de la sociedad, a la vez
de o rd en histórico y político, cercano al conservatismo de O spina y
Arboleda. Esta alianza hacía difícil definir con claridad al enem igo,
pues obligaba a m o d erar el lenguaje clasista y antioligárquico para
presen tar a los gólgotas com o prom otores de la anarquía, com o ro­
m ánticos políticos, cabezas calientes, partidarios de la propagación
de la incredulidad e irreligión, funcionarios jóvenes sin ex perien­
cia que buscaban la libertad para calumniar, la com unidad de m uje­
res y consideraban la propiedad com o un robo46. Lo m ism o que la
convocatoria melista a favor del o rd en , la disciplina y el respeto a
la pro p ied ad y al clero, ju n to con el rechazo a principios desorga­
nizadores47.
Por eso los autores señalan la cercanía de las críticas de militares
y artesanos de 1854 a las d e los conservadores en 1851: eran refor­
mas locas impulsadas p o r los energúm enos gólgotas, que deberían
ser acom pasadas para no descom poner la sociedad en «el crisol de
las em belesadoras utopías m odernas» sino in tro d u cir poco a poco
m ejoras útiles y necesarias. Esas reform as p o n ían en peligro el or­
den n atural de la sociedad con los principios utópicos y anárq u i­
cos del o rd en ju ríd ic o im perante, al que ellos oponían la idea de
o rd en natural e histórico, para m an te n e r cohesionada la sociedad,
unificado el p o d e r y en pie el edificio de la república. Este o rd en
debería ser preservado incluso con armas, pues el desorden propi­
ciado p o r la nueva C onstitución alentaba revoluciones y trastornos
en las provincias48.
En resum en, concluyen los autores, la guerra de 1854 es más con­
fusa que las anteriores: com o héroe trágico y vilipendiado, O bando
era el eje aglutinante de las gentes del com ún, artesanos, m ilitares,
liberales santanderistas y viejos liberales o draconianos, indios, ne­

45 Ibídem, pp. 71-90.


46 Ibídtm, pp. 149-151.
47 Ibídem, pp. 139-147.
48 Ibídem, pp. 179-181.

427
Las revoluciones en el m u n d o a tlá n t ic o

gros, artesanos y plebeyos. O b an d o sim bolizaba la inclusión social


y las reivindicaciones pospuestas de los artesanos, desengañados de
sus maestros de las sociedades democráticas, que sentían que habían
sido utilizados p o r ellos en la elección de López y en la g uerra de
1851. Pero tam bién aglutinaba en su contra a gólgotas, conservado­
res, cachacos y antimilitares, que se reu n ían en u n a alianza paradó­
jica, con reacom odam ientos confusos y que fueron definiendo dos
campos opuestos que ocultaban diferencias ideológicas y program á­
ticas previas49. P o r eso, la alianza constitucionalista sería efím era:
en 1855 se había p roducido el acercam iento de gólgotas-radicales
a obandistas y melistas para apoyar la can d id atu ra de M urillo Toro
contra O spina Rodríguez en las elecciones de 1856. La guerra de
1854 se cierra con el olvido: nadie q u ería volver a hablar de ella,
a no ser que se la interpretara com o u n golpe de Estado que había
in terru m p id o m om entáneam ente el o rd e n constitucional. C on su
fin se había reto rn ad o a la norm alidad, a la pérdida de espacio po­
lítico para militares, a la vuelta a la invisibilidad del m ovim iento ple­
beyo y a la interm ediación de los partidos50.
Esta interm ediación se vería m arcada, desde entonces, p o r una
actitud reticente frente a los intentos de organización y movilización
políticas, de carácter autónom o, de los sectores populares, q u e ha
sido caracterizado como «m iedo al pueblo». El Partido Liberal se
contagia de esta reticencia, característica tradicional del Partido Con­
servador, com o lo evidencia la respuesta del liberal radical Felipe
Pérez a la propuesta del general Ju lián Trujillo de revitalizar las or­
ganizaciones populares del partido: ese tipo de núcleos políticos
condujo al 17 de abril de 1854y a desavenencias intestinas y alarmas
terribles en n uestra vida política, que d e g e n era ro n «en escánda­
los sangrientos» e hicieron im posible la quietud y la arm onía. Para
m an ten er la u n id ad y la fuerza del Partido Liberal, concluye Pérez,
sólo necesitam os «una fe ciega en los principios»51.

49 Ibidem, pp. 123-124.


50 Ibidem, p. 205.
51 Citado por Fabio Zambrano, «Documentos sobre sociabilidad política en la Nueva
Granada a mediados del siglo XIX», en Anuario Colombiano de Historia Social y de la
Cultura, n° 15.

438
¿Un a COMUNIDAD POLITICA ESCINDIDA? GUERRAS CIVILES Y FORMACIÓN DEL ESTADO COLOMBIANO..

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El recorrido histórico com parado de estas tres guerras civiles mues­


tra cóm o los partidos tradicionales se van configurando com o dos
confederaciones contrapuestas de redes regionales y locales de po­
der, en torn o a unas plataform as nacionales diferenciadas frente
al papel de la Iglesia católica en la sociedad y el Estado colom bia­
no, y el alcance de la movilización e inclusión de los sectores popu­
lares en la vida política de la nación. Esas confederaciones propician
la integración paulatina de nuevos territorios y de sus poblaciones
al conjunto de la sociedad nacional, perm iten la com unicación en­
tre las diversas regiones y subregiones del país y el surgim iento de
relaciones en tre los grupos dom inantes en ellas.
Esa integración territorial se acom paña de la inclusión subordi­
nada de nuevos grupos sociales a la vida política de la nación; pero
es u n a inclusión desde arriba, basada en relaciones clientelistas en­
tre las elites y las masas populares. P or eso, los intentos de auto-
nom ización de las organizaciones artesanales y de las sociedades
dem ocráticas, muy útiles para el ataque co n tra los gobiernos con­
servadores y la legitim ación del ascenso de los liberales al poder,
se vuelven peligrosos cuando desafían las m edidas económ icas y
políticas de los nuevos gobiernos liberales. El resultado de estas
guerras será la configuración de dos partidos tradicionales, igual­
m ente reacios a las organizaciones populares cuando éstas no h an
pasado p o r el tamiz de la educación: p a ra los conservadores esta
educación debe basarse en la m oral cristiana, m ientras que los libe­
rales insisten en u n a educación ciudadana, de carácter laico.
Así, las diferencias reales en tre los partidos estarían e n la cons­
trucción discursiva y em ocional del Estado nacional, que busca dar
sentido de pertenencia e identidad suprarregionales a los poblado­
res e integrar así sus identidades locales, generacionales, de grupo
y familiares con la nación com o com unidad im aginada de sentido,
pasado, presente y futuro. Sólo que en Colom bia, esta identidad no
se configura en to rn o a u n a ciudadanía u niform e y hom ogénea,
com ún a todos los conciudadanos, sino e n relación con u n a com u­
nidad escindida de copartidarios, separados p o r la p erten en cia a
partidos contrapuestos. De ahí la im portancia de los discursos de
las guerras, de sus imaginarios en oposición, de sus panteones de hé­
roes y personajes que se niegan los unos a los otros, de las m utuas

429
La .s m vo i ti< :io n i s i :n m. m u n d o a t lá n t ic o

percepciones de exclusión que aparecen a lo largo de esta com ple­


j a historia de confrontaciones.
Estos discursos antagónicos de las tres prim eras guerras civiles
de nuestra vida republicana enm arcan la lectura d e los conflictos a
p artir de la contraposición en tre los problem as locales, regionales,
subregionales y locales: la guerra se generaliza cu ando aparece al­
gún tipo de correspondencia entre estos niveles. En ese sentido, la
G uerra de los Suprem os se desencadena a partir de u n problem a
local, ap aren tem en te sin im portancia, que sirve de ocasión o deto­
n an te de u n a serie de tensiones de o rd e n regional, de muy diversa
índole, que a su vez se enm arcan en la lucha p o r el p o d er nacional
y term inan alin d eran d o a la m ayor parte de la población y de lo s
territorios entonces poblados en dos confederaciones de orden na­
cional: los Partidos Liberal y Conservador. Las contradicciones en
torn o al g obierno conservador que sigue a la guerra, y a las refor­
mas del g obierno liberal de m ediados del siglo xix, p ro d u ce n una
pro fu n d a polarización política e ideológica c en trad a en el papel
de la Iglesia católica en la sociedad y el Estado, en el ritm o y alcan­
ce de las reform as m odernizantes y e n la presencia de las organiza­
ciones sociales en la vida pública. Sin em bargo, ésta polarización
política no conduce a u n a guerra tan intensa com o la anterior: la
guerra civil de 1851 se reduce a las provincias más directam ente afec­
tadas po r las reform as y no logra involucrar a los grandes caudillos
de las regiones. En cam bio, la g u erra de 1854 resp o n d e a la reac­
ción de los poderes regionales y locales fren te a la irru p ció n de las
clases populares en la vida pública, irrupción que am enaza el m ode­
lo de inclusión subordinada de los sectores subalternos q u e carac­
teriza a los partidos tradicionales.
La integración paulatina de territorios y poblaciones, la inclusión
subordinada de grupos subalternos a la vida nacional y la construc­
ción discursiva del Estado y de la ciudadanía escindida perm iten
crear puentes en tre las sociabilidades tradicionales de la sociedad,
originadas en la época colonial, y las sociabilidades más volunta­
rias de las asociaciones políticas. Los caudillos y gam onales de las
guerras civiles recogen adhesiones de sus subordinados para ligar­
los con la estructura partidista de poder, que se ve reforzada p o r la
adhesión voluntaria de grupos de artesanos y organizaciones rela­
cionadas con los partidos. Por eso, las guerras civiles expresan tan­
to la contraposición de los partidos en el orden nacional com o toda

+30
<U na c o m u n id a d p o lític a e s c in d id a ? G uerras c i v i les y fo r m ac ió n del Estado colom bia n o ...

suerte de tensiones del o rd en local y regional. Esos enfrentam ien­


tos, que em piezan p o r la definición de pertenencia al cuerpo políti­
co, se convierten e n confrontaciones en torn o al papel de la Iglesia
católica e n la sociedad y el grado de autonom ía de la participación
política de los sectores subalternos.

43i

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