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Introducción
* Investigador
ecuatoriano,
profesor de El año 1990 habrá de marcar una coyuntura única
la Universidad
para la humanidad; de una parte, con la caída del
Intercultural
Muro de Berlín (1989) y el derrumbe de los países
de Nacionalidades
socialistas se consolidaban el poder y la hegemonía
y Pueblos Indígenas
del Ecuador (UINPI). norteamericanas anunciando una era de profundos
Coordinador desgarramientos y contradicciones; de otra, amanecí-
d e l G r u p o d e Tr a b a j o an a la historia nuevos sujetos políticos de la mano de
Movimientos Indígenas los movimientos sociales, y agendas diversas, creati-
en América Latina vas, innovadoras.
de C L AC SO.
Pero también será un tiempo histórico marcado por la resistencia social, cuyos momen-
tos cruciales estuvieron en las movilizaciones de Seattle en noviembre de 1999, de
Praga en el año 2000 y de Génova en 2001. En esa coyuntura tensionada por profundas
contradicciones y por la constitución real y formal del poder imperial americano, surgirán
también en América Latina fuertes movimientos sociales, desde el movimiento zapatista
en Chiapas (México) hasta la resistencia Mapuche en Chile y Argentina, pasando por los
poderosos movimientos indígenas de Ecuador y Bolivia. Es en toda esta tensión histórica
donde subyacen los procesos fundamentales que los atraviesan y que de una u otra
manera contribuirán a darles forma y expresión política. Esos procesos explican la dialéc-
tica histórica de los movimientos sociales, su rol en la lucha de clases, sus perspectivas
emancipatorias, su camino recorrido, sus posibilidades futuras y sus límites actuales. El
presente texto trata de explorar algunos puntos de esa trama sobre la cual actúan los
movimientos sociales, tratando de identificar el sentido de la brújula histórica que permi-
ta la reconstrucción del horizonte de emancipaciones.
Uno de los procesos que caracterizan la dialéctica histórica en la cual se inscriben los
movimientos sociales es la deconstitución política de la clase obrera y, por tanto, el
empobrecimiento del discurso y de la praxis de lo político, del horizonte emancipatorio y
de la tensión dialéctica entre lucha social y lucha política. Ello se expresa, entre otros pro-
cesos, en la destrucción de toda la institucionalidad creada bajo la concepción del Estado
de bienestar y su sustitución por el Estado mínimo neoliberal.
DEBATES [MOVIMIENTOS SOCIALES Y RAZÓN LIBERAL]
No significa que ahora haya menos trabajadores, sino todo lo contrario; pero los nuevos tra-
bajadores que se incorporan a la globalización no tienen la capacidad política de defender su
salario, su jornada laboral, su derecho a la seguridad social, etc. La precarización absoluta de
la fuerza de trabajo implica la ruptura de su capacidad organizativa y de su capacidad de
defensa como clase. Un retorno al mundo decimonónico que altera radicalmente la relación
entre el capital y el trabajo y que deconstituye políticamente a los trabajadores; que los asi-
mila como factores económicos mientras los discrimina como sujetos políticos.
flexibilización laboral están en su gran parte en el sector público, siendo los sectores que
más desgaste político acusan y mayor neutralización de la solidaridad social presentan.
Al desaparecer del horizonte de la acción política, los sindicatos han dejado un territorio
que intenta ser clausurado desde el poder pero que es inmediatamente recuperado por
los denominados movimientos sociales, siendo los más importantes en el continente los
movimientos indígenas, los sindicatos campesinos, los pobladores pobres de las grandes
ciudades, las mujeres, etcétera. Sin embargo, estos movimientos sociales entran en ese
espacio de acción política con una agenda y un proyecto que no retoma los puntos cen-
trales que habían estructurado históricamente a la clase obrera, esto es, la liberación del
DEBATES [MOVIMIENTOS SOCIALES Y RAZÓN LIBERAL]
trabajo como condición previa para la emancipación social y humana. Es decir, no existe
una solución de continuidad entre las luchas de la clase obrera, con su horizonte de
transformación histórica cristalizado en su proyecto socialista, y los movimientos sociales.
A diferencia de la clase obrera que sabía que su horizonte emancipatorio pasaba por la
emancipación del trabajo, vale decir, la eliminación de la explotación humana para desde
allí fundar y fundamentar una nueva contractualidad y una sociedad sin explotación, los
movimientos sociales que emergen priorizan agendas más concretas e inmediatas y sus
horizontes emancipatorios están en pleno proceso de construcción.
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La deconstrucción del Estado-nación y de los proyectos nacionales
Una vez fracasado el intento de suscribir el AMI, sus propuestas fueron llevadas al Área de
Libre Comercio de las Américas (ALCA) y luego a los Tratados de Libre Comercio (TLCs)
entre Estados Unidos y los países latinoamericanos. Se estableció así un formato único en
el que las semiosis “negociación” y “comercio” en realidad enmascaraban una realidad
distinta. Porque los TLCs abarcaban entre 18 y 22 mesas de negociación por país, donde
los temas exclusivamente comerciales se reducían a dos o tres de ellas y las restantes
hacían referencia justamente a las cuestiones propuestas en el AMI, es decir, propiedad
intelectual, protección a las inversiones, compras gubernamentales, servicios, etcétera.
Con ello se promueve una especie de desmontaje de las estructuras jurídicas de los
estados a nombre de un aperturismo comercial cuyas bondades económicas están en
discusión. Los TLCs implican la desestructuración de los estados-nación en su formato
clásico y la reconstrucción de la noción de soberanía asentada en la fragmentación y la
dispersión de lo nacional. En efecto, concomitante a las políticas de aperturismo y libera-
lización, el Banco Mundial y la cooperación del desarrollo de algunos países europeos,
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Esta presión política por la deconstrucción del Estado hace que algunos movimientos sociales
se hayan posicionado desde una agenda que hace algunas décadas era impensable y que
habría sido acusada del peor de los reformismos, y que refiere a la defensa de las institucio-
nes del Estado-nación como mecanismo de defensa propia. Lo que en realidad está en juego
es la reducción del horizonte emancipatorio y la simplificación de esa frontera hacia la defen-
sa de las condiciones mínimas de institucionalidad que proponía el Estado liberal clásico.
Mientras la clase obrera pensaba en términos de una transformación radical del sistema
capitalista y su sustitución por otro sistema, referenciado en el socialismo, y su horizonte
emancipatorio le permitía la construcción de una práctica política de largo aliento y de vas-
tos alcances históricos –lo que incluía sus formas organizativas y su visión de poder–, los
movimientos sociales tienen que defenderse dentro de los esquemas de institucionalidad
vigente y tratar de defender esa institucionalidad a riesgo de que el Estado mínimo neoli-
beral finalmente también los deconstruya como movimientos sociales y políticos, los crimi-
nalice, y los persiga bajo la acusación de terrorismo.
Un tercer proceso que determina las formas de resistencia y de acción de los movimien-
tos sociales es el nuevo tipo de Estado que se está construyendo desde las políticas de
estabilización, ajuste y reforma estructural. En el mismo, la contractualidad del discurso
clásico del liberalismo está siendo transformada hacia una integración de los procesos
sociales como dimensiones de una sola lógica, que es la del mercado.
Así, el mercado no debe entenderse solamente como un espacio de encuentro entre ofe-
rentes y demandantes, tampoco debe ser visto solamente como un espacio que permite el
intercambio de bienes reales o simbólicos. En esta nueva deriva del liberalismo, el mercado
se ha convertido en un locus de sentido histórico, que permite: a) la asignación de recursos
y la regulación social; b) la calibración de la eficiencia de las políticas públicas; c) la construc-
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ción del mercado mundial capitalista, que Wallerstein ha definido en sentido más amplio
como “sistema mundo”; y d) la expresión de la máxima racionalidad posible entre las prefe-
rencias del consumidor como nueva figura contractual y el uso eficiente de la escasez de las
corporaciones transnacionales. El mercado, entonces, construye la racionalidad del sistema
mundo. Si es el locus de racionalidad, entonces es el Estado el que tiene que adecuarse al
mismo, incluidos sus marcos institucionales, reguladores y normativos. La distopía del mer-
cado como locus de racionalidad es la propuesta del Estado mínimo del neoliberalismo.
De ahí esa apuesta persistente por la construcción de la economía como una metarrelato
sustentado en la matematización de las reacciones del consumidor y de los usos alternati-
vos de recursos escasos por parte del productor, en un contexto de mercados eficientes y
equilibrados. Es este metarrelato de la economía, altamente tecnificado, el que ahora sus-
tenta el discurso del poder político. De esta manera, se excluye de la discusión política a
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todos los movimientos sociales y se los obliga a la parcelación de sus agendas. Se puede
criticar al FMI, pero la estabilización de la moneda no se discute. La estabilidad monetaria
trata de ser convertida en un “bien público global”. La economía como discurso de poder
neutraliza el alcance político de los discursos cuestionadores de los movimientos sociales.
poder. La participación política en los sistemas de representación aparece como una forma
de participación y democracia del sistema porque ese espacio ha sido vaciado de la capa-
cidad de intervención y modificación de las relaciones de poder. La política liberal no le dis-
puta ningún espacio a la economía liberal, solamente redistribuye el poder político entre
diferentes fracciones de la sociedad que estarían de acuerdo en lo fundamental, que es el
consenso sobre la pertinencia del capitalismo como sistema histórico y universal.
El problema es que los movimientos sociales no han podido deconstruir aún el concep-
to de democracia liberal e integrar esa deconstrucción, o más bien, esa descolonización,
dentro de sus prácticas políticas emancipatorias. Cuestionan a la democracia liberal, pero
al mismo tiempo se adscriben a ella como único horizonte posible en la disputa del
poder. Esto refiere a la pérdida del sentido histórico de la construcción social y política
cuando no se puede disputar la producción y la distribución –con la pérdida de la noción
de planificación y redistribución–, cuando no se puede luchar por la definición de un
horizonte de largo plazo –con la pérdida de la noción analítica de lucha de clases– y
cuando no se puede articular una estrategia coherente de poder y contrapoder –con la
pérdida de la noción de la revolución. La noción de mercado como locus de racionalidad
social y política disuelve las nociones de planificación, de lucha de clases, de revolución;
y al mismo tiempo genera nuevas formas de incorporación social y participación política
que son solamente aquellas prescritas por la democracia representativa.
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En cierto sentido, se ha consolidado una visión del poder que incluso entra en contrapo-
sición con las concepciones dominantes del mismo. Debe ser por ello que ha devenido
en un clásico de las ciencias sociales el texto de John Holloway sobre cómo cambiar el
mundo sin tomar el poder, en el que la influencia del zapatismo es determinante y que
da cuenta del sentido que adopta la lucha política de los denominados movimientos
sociales latinoamericanos en la década del noventa.
Existe una dispersión en la ubicación de un horizonte emancipatorio que limita una con-
vergencia práctica, metodológica y partidista. Existen nuevas visiones sobre el poder y la
participación popular, nuevas propuestas de organización, nuevas plataformas de acción
y convergencia que recuerdan las tradicionales en cierto sentido pero que las innovan y
las recrean. Aparecen, de hecho, nuevas concepciones que recuperan un discurso que
siempre fue patrimonio del discurso liberal, como es el caso de la democracia, y lo
ponen en la perspectiva de los movimientos sociales: democracia de género, democra-
cia plurinacional, democracia ecológica, democracia económica.
Al tener una visión descentrada del poder, una visión más laxa de la organización, un dis-
curso más abierto y una militancia diversa y dispersa, los movimientos sociales enfrentan
la aporía de cambiar el sistema sin haber creado un sistema alternativo y con una visión
de poder asimismo alternativa.
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En efecto, mientras para la clase obrera estaba claro que aquello que vendría luego del
capitalismo era el socialismo, para los movimientos sociales las respuestas no están tan
claras; adscriben a una idea del socialismo más como un ethos histórico que como una
respuesta concreta a sus agendas, pero si se les interroga sobre un futuro poscapitalista,
es probable que las respuestas sean diversas.
Si bien han podido realizar importantes movilizaciones que lograron de una manera u
otra detener en cierto sentido el avance del proyecto neoliberal, también es cierto que
han sido débiles para revertir el proceso de reforma institucional neoliberal del Estado
que se aplicó por toda América Latina. Sus marcos organizativos y sus agendas hicieron
de los movimientos sociales reactivos al avance del proyecto neoliberal, pero no han
logrado imponer una agenda diferente a ese modelo de Estado y de sociedad.
Frente a ello, los interrogantes que se suscitan son: ¿por qué los movimientos sociales
no aprovecharon la riqueza de sus agendas políticas para ampliar el horizonte emanci-
patorio? ¿Por qué no se dieron alianzas estratégicas y políticas entre la clase obrera y
los movimientos sociales? ¿Por qué la izquierda latinoamericana ha sido tan reacia a
adscribir en sus proyectos y prácticas políticas propias las agendas y las prácticas de los
nuevos movimientos sociales? Y, fundamentalmente, ¿por qué las luchas políticas de
los movimientos sociales se han revelado impotentes de revertir el proceso de cambio
institucional del Estado en términos neoliberales? ¿Qué proceso político hizo que los
movimientos sociales y la izquierda latinoamericana permitieran el avance de esa
construcción neoliberal?
Quizá Hegel haya tenido razón al anunciar el fin de la historia ya en el siglo XIX. El libera-
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Aquel límite que impide la convergencia del horizonte emancipatorio creado por la clase
obrera, es decir, la liberación del trabajo, con los horizontes emancipatorios de los movi-
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© <www.simone.bruno.name>
esa alianza a los seis meses de “estar en el poder”, con un gran desprestigio social y acu-
sando un fuerte desgaste que se tradujo en una pérdida de su capacidad de movilización.
No sólo eso, en la coyuntura electoral más reciente, se ha dicho que el escaso margen
electoral del movimiento indígena ecuatoriano da cuenta de su profunda crisis, como si
las elecciones fuesen el rasero para medir los alcances históricos de un proyecto político
representado por uno de los movimientos sociales más fuertes del continente.
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En el caso de Bolivia la situación está en el límite, la estructura organizativa del MAS, los
sindicatos campesinos, las juntas de vecinos, las organizaciones indígenas, las organiza-
ciones de mujeres, que apoyaron la candidatura de Evo Morales y que finalmente lo lle-
varon a la Presidencia, ahora enfrentan el reto más importante de la izquierda en todo el
continente y es la confrontación con la estructura liberal del Estado y la negativa de las
elites, sobre todo de la región de la “media luna” (Santa Cruz, Tarija, El Pando, Beni), de
aceptar la declaración de la Asamblea Constituyente como originaria y fundacional.
Quizá uno de los casos más problemáticos sea la misma Venezuela y su proyecto de
Revolución Bolivariana, en la cual se está creando y re-creando al movimiento social
desde la estructura del Estado, y en donde la Revolución Bolivariana propone el mismo
formato del Estado liberal representativo con algunas dimensiones de política social
como nuevo proyecto histórico.
En todos los casos subyacen las mismas inquietudes: ¿cómo poder realizar cambios his-
tóricos y fundamentales cuando la matriz desde la cual se proponen esos cambios es el
mismo Estado liberal? En otras palabras, ¿pueden cambiarse las sociedades en confor-
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midad con la agenda y las plataformas de acción de los movimientos sociales respetan-
do la matriz liberal? Y, ¿qué alternativa tenemos al liberalismo?
Podría pensarse en el socialismo, pero sus dilemas, a nivel epistémico, son los mismos
que atraviesan al liberalismo. El socialismo en su versión clásica tampoco puede recono-
cer a la diferencia que representan los movimientos sociales. Su horizonte emancipato-
rio está construido con los mismos elementos de la modernidad que han destruido pue-
blos indígenas, que han supeditado y subordinado a las mujeres, que han provocado la
destrucción ecológica del planeta. Entonces, ¿no es necesario e imprescindible proble-
matizar incluso los contenidos emancipatorios del discurso del socialismo? De una forma
u otra, ¿no es acaso lo que han hecho los movimientos sociales desde sus prácticas his-
tóricas? Cuando se dice que se puede cambiar el mundo sin tomar el poder, ¿acaso no
se está denunciando una teoría instrumental del poder que construyó una izquierda sec-
taria, miope y “unidimensional”? Es necesario comprender los aportes que están hacien-
do los movimientos sociales de América Latina –particularmente como un aporte que va
más allá de la retórica de oposición al liberalismo– y visualizarlos como la única opción
para recomponer el horizonte emancipatorio, y por tanto las posibilidades del discurso
antisistema y de la utopía libertaria.
Notas
1 El presente artículo es una versión resumida del original que puede consultarse en for-
mato completo en la sección Análisis y Debates de la página web del OSAL
<http://osal.clacso.org>.