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Leigh Michael
10º Serie Multiautor “Casarse con el jefe”
Argumento:
Erin no sabía si había tomado la decisión correcta. El atractivo y adinerado
Slater Livingstone le había propuesto matrimonio y ella, la sencilla Erin
Reynolds, ¡le había dicho que no!
Como ayudante personal de Slater, Erin ya era el equivalente a una esposa
de conveniencia: le organizaba la agenda, entretenía a sus clientes,
mantenía en orden su vida... Pero eso no era base suficiente para un
matrimonio de verdad. Entonces, ¿por qué Erin deseaba haber dicho que sí?
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Capítulo 1
Erin colgó el teléfono y tomó el impreso amarillo que su secretaria le había
dejado sobre la mesa.
—Sarah, ¿podrías conseguir cuatro entradas para la función del jueves del Lago
de los Cisnes en el Forest Park? La secretaria del senador dice que a él le apetece ver
ballet al aire libre. Jessup ha llamado para lo de las flores, ¿no? ¿Qué no eran?
—Frescas, supongo —dijo su secretaria—. No ha entrado en detalles. Yo le dije
que no podías hablar con él en ese momento sobre la cena porque estabas al teléfono
organizando lo siguiente y se limitó a suspirar.
Erin sonrió.
—Ha suspirado mucho últimamente, ¿no? Lo llamaré. Supongo que no debería
haberle dado una segunda oportunidad a esa floristería después de la última vez.
—¿Cuándo enviaron ese centro de mesa que hubiera estado mejor en un funeral
que en una cena? Incluso las flores pochas son un avance en comparación con eso —
dijo Sarah—. También ha preguntado el señor Livingstone si no te podrías pasar por
su despacho cuando tengas un minuto, y Cecile Worth quiere hablar contigo.
Erin ya había tomado de nuevo el teléfono y lo apartó un poco de la oreja.
—¿Qué Cecile «La Magnífica» quiere hablar conmigo? ¿No con el señor
Livingstone?
Únicamente cuando vio la sonrisa de su secretaria se dio cuenta de que no solo
había imitado el apodo que Sarah le había puesto a esa mujer, sino también su
irónico tono de voz.
—Él ha dicho que no le pasen ninguna llamada durante el resto de la tarde. Y
ahora que lo pienso, ella ni siquiera ha querido hablar con él, solo contigo.
Erin agitó la cabeza. ¿La última y más brillante conquista de Slater Livingstone
queriendo hablar con ella, Erin Reynolds, su simple ayudante personal?
Le parecía muy raro.
—¿Tienes su número de teléfono?
—No lo necesitas, está en la línea.
—¿Has dejado esperando a Cecile Worth?
—No ha sido cosa mía exactamente. Le dije que podrías tardar un poco en estar
libre, pero insistió en esperar.
—No es una buena señal —dijo ella pulsando el botón correspondiente—.
Señorita Worth, lamento haberla hecho esperar.
—Oh, no te molestes en disculparte, Erin, querida. De todas formas, estoy aquí
sentada, haciéndome la manicura mientras esperaba. Una manicura completa.
La indirecta de que la habían hecho esperar demasiado estaba muy clara, pero
la mujer continuó.
—Pero no pasa nada. Con respecto a la fiesta de esta noche…
«Ya era hora de que lo preguntaras», pensó Erin. «Sobre todo teniendo en
cuenta que eres la anfitriona».
—Espero que los invitados no vayan a ser tan aburridos como los últimos.
Los últimos invitados de Slater Livingstone habían incluido a un premio Nobel
en física y su esposa, también física. A Erin le habían parecido una pareja
encantadora, pero evidentemente, Cecile tenía una definición distinta de lo que era
interesante.
—Por este largo silencio doy por hecho que son de la misma clase, ¿no? —dijo
Cecile—. No, no te molestes en responder. Tampoco en decirme que son excitantes
cuando sabes perfectamente que no lo son. Pero, por lo menos, podrías hacerme el
favor de convencer a Slater de que se los lleve a otro sitio que no sea a esa casa
abigarrada que tiene. Por lo menos, un cambio de escenario no estaría mal.
Abigarrada no era como ella llamaría a la casa de Slater Livingstone, pero sabía
que no iba a hacerla cambiar de opinión, así que apretó los dientes y guardó silencio.
—Si, por lo menos, fuéramos a un club, podríamos bailar, divertirnos y hablar
con otra gente.
—Es por eso exactamente por lo que las fiestas del señor Livingstone tienen que
ser privadas, señorita Worth. En esa clase de eventos la conversación puede ser muy
importante, y no de la clase que se puede mantener en un lugar público, donde
cualquiera la puede oír.
—Entonces, él debería mantener los negocios en su despacho y dejar las noches
para divertirse. Si es que sabe lo que es eso.
Aunque Erin no estaba dispuesta a admitirlo, a veces se preguntaba si la
innegable preocupación de Slater Livingstone por su negocio no sería la razón por la
que encontraba tan atractiva a Cecile, con su aire de brillante sofisticación. La mujer
le proporcionaba todo un contraste, eso era seguro.
Pero no era cierto que él no se divirtiera nada. Slater jugaba al pádel de forma
regular y al golf lo suficientemente a menudo como para tener un hándicap bastante
bajo, aunque Cecile podría decir seguramente que, habitualmente, él jugaba con
clientes, socios o, incluso rivales en los negocios, por lo que esos juegos no eran
realmente cosa de placer.
—En lo único que se interesa, además de en los negocios, es en sus polvorientos
libros viejos —dijo Cecile—. ¡Vaya una afición!
Erin trató de que no se le notara la sonrisa. Algunos de esos polvorientos libros
viejos habían sido enviados a la oficina la semana anterior, por lo que había podido
ver un par de ejemplares, primeras ediciones muy raras y la copia manuscrita de una
novela bastante conocida.
Cecile seguía hablando, pero más para sí misma que para Erin.
Había cientos de maneras con las que podría haber contestado a esa pregunta y,
todas ellas igualmente ciertas. «Porque ninguna de las chicas con las que has salido
en toda tu vida te han durado más de seis semanas. Porque a veces creo que tienes
que escribirte sus nombres en la muñeca para acordarte de con cuál estás. Porque
estás más casado con tu trabajo de lo que nunca estarás con ninguna mujer», pensó.
edificio para que pueda dejar de preocuparme por las flores cada vez que al señor
Livingstone se le ocurre dar una fiesta.
Tonio sonrió y empezó a seleccionar las flores.
—¿Otra fiesta? —dijo Dax—. Si es que se les puede llamar fiestas, cuando no
son más que negocios, y bastante aburridos.
Erin tomó el ramo de flores.
—Esos negocios aburridos son los que nos pagan los sueldos —le recordó—.
Tonio, si le das la factura a Sarah te la pagará inmediatamente.
—Lo siento —insistió Dax—. No he querido insultar a tu precioso señor
Livingstone.
Luego sacó una rosa roja de un recipiente y se la ofreció con una genuflexión.
—Para la mujer que siempre está comprando flores, aquí tienes una solo para ti.
¿Cómo podía ella negarse a un gesto de disculpa? Aún a uno que sospechaba
que era de broma. Erin tomó la rosa y le dijo:
—Muy amable por tu parte, Dax.
Él estaba pagando la rosa cuando Erin salió de la tienda. Miró la rosa sintiendo
verdadero agradecimiento, ya que al pagarla, Dax se había retrasado lo suficiente
como para que no pudiera pensar en una excusa para seguirla.
—Y con diez para cenar, no te vendría mal una mano. Me temo que a mí no se
me da bien servir, soy muy capaz de meter el dedo en la sopa. Pero puedo mantener
las cosas organizadas en la cocina para que te puedas concentrar en el comedor.
—Eso sería de gran ayuda, señorita. Por supuesto… Seguro que pasa alguna
otra cosa antes de que termine la fiesta. Las desgracias van siempre de tres en tres.
Pero ¿hora que está usted aquí…
Erin puso cara de horror.
—¿Cuentas conmigo para prevenir el desastre? ¡Pero si yo contaba contigo para
eso, Jessup!
Luego se rió cuando el hombre frunció el ceño.
—Vamos, todo irá bien. Empieza por hacerme una lista de lo que hay que hacer
en la cocina mientras yo coloco las flores.
Jessup tenía razón. El centro de mesa estaba mustio. Estaba colocando las flores
que había llevado cuando Jessup entró en el salón.
—Señorita Reynolds, mucho me temo que los invitados llegarán en cualquier
momento.
Erin giró el centro de mesa para poder inspeccionarlo desde todos lados.
—¿Y el señor Livingstone no ha llegado?
—Hace unos minutos. Se está cambiando de ropa. Pero la señorita Worth no ha
llegado todavía.
Erin miró su reloj. Cecile sabía perfectamente la hora a la que iba a empezar la
fiesta, y ya había pasado de sobra la hora en la que una anfitriona debería estar lista
para sus invitados.
—La bandeja ya está en su sitio. Yo limpiaré esto, señorita —dijo Jessup y
empezó a hacerlo—. Si quiere ir a refrescarse…
Erin se miró el vestido blanco, demasiado arrugado después de un día de
trabajo como para poder arreglarlo fácilmente.
—¿De verdad crees que servirá de algo?
Pero luego siguió sus indicaciones hacia la zona de dormitorios.
Nunca antes había estado por esa zona y tenía que admitir que la intrigaba.
El salón y el comedor era evidente que se trataban de la obra de un decorador y
que estaban para ser enseñados.
Detrás de una puerta entornada, de repente, vio lo que le pareció un paraíso. Se
trataba de un despacho y, a pesar de que, en el centro, había una gran mesa, era muy
distinto del que Slater tenía en la oficina. Esa habitación tenía también el techo muy
alto, de unos dos pisos, y una escalera de caracol daba a una balconada que recorría
los cuatro lados de la habitación. Las paredes de los dos niveles estaban cubiertas de
estanterías, muchas de ellas acristaladas y, tras ellas, brillaban los dorados de las
cubiertas de los libros.
Polvorientos libros viejos, los había llamado Cecile. Y, para alguien que no
apreciara la belleza, no solo de las cubiertas de cuero viejo, sino las palabras que
contenían, esa habitación bien podía parecer aburrida.
Erin tomó aire, saboreando el aroma de la piel, la tinta vieja y el frágil papel.
Las veces que había recibido libros en la oficina no le habían dado una idea de
la magnitud de esa colección. Aunque había muchos libros, sin duda valiosos, no
llenaban todo el espacio. La mayoría de las estanterías estaban abiertas y, por la
forma en que descansaban los libros en ellas, bastante desordenados, se veía que no
era obra de ningún decorador, sino que eran leídos y amados.
—Una cosa es segura —se dijo a sí misma—. Cecile no conoce lo bueno cuando
lo ve.
Se preguntó entonces si Slater reconocería lo malo.
Capítulo 2
Erin hizo lo que pudo con los limitados recursos de los que disponía, pero aún
así, seguía sintiéndose fuera de lugar cuando salió del cuarto de invitados con el
maquillaje rehecho y la falda todo lo alisada que había conseguido. Había rebuscado
en todos los cajones por si encontraba algo que le pudiera servir, pero no había
encontrado nada.
Claro que las invitadas de Slater no debían quedarse en las habitaciones de
invitados, pensó. No creía que se tratara precisamente de amistades platónicas.
Casi se dio de bruces con el mismo Slater en la puerta de la biblioteca. Iba
impecablemente vestido para la cena y parecía como si hubiera dispuesto de toda la
tarde para asegurarse de que todo estaba en su sitio.
A Erin le dio la impresión de que la miraba de una manera rara, pero claro,
seguro que no se había esperado encontrársela en la zona privada de la casa.
—Gracias por quedarte hasta que todo esté listo, Erin.
—¿Ha llegado ya Cecile entonces?
De repente se sintió aliviada, esa era la primera vez que se alegraba de la
posibilidad de ver a esa mujer.
—Al parecer, no —dijo él mirándola y arqueando una ceja.
—Ella sabía a la hora que se la esperaba.
Eso lo dijo como disculpándose. Pero no tenía ninguna razón para sentirse
responsable de la tardanza de esa mujer. Podría ser que Slater pensara que ella había
provocado esa tardanza para hacer que Cecile quedara mal.
Pero eso era impensable, pensó ella. Si lo hubiera organizado de tal manera
para que Cecile llegara tarde, se habría cuidado de ir mejor vestida.
Sonó entonces el timbre y un par de minutos más tarde Jessup ya había hecho
pasar a los dos primeros invitados. Jessup parecía un poco preocupado. Tal vez se
estaba dando cuenta de que, si ella tenía que dedicarse a hacer de anfitriona, no sería
de gran ayuda en la cocina.
Poco después ya habían llego todos los invitados, ocho en total, y Jessup estaba
sirviendo unos canapés en el salón cuando sonó de nuevo el timbre. Erin se quedó
helada por un momento, sonrió al invitado con quién había estado hablando y luego
dejó su copa de vino y tomó de manos de Jessup la bandeja.
—Yo me ocuparé de esto, Jessup, tú puedes ir a abrir la puerta.
Él la miró agradecido y fue a hacerlo. Instantes después, apareció Cecile en el
salón, se quitó la capa deslizándola por los hombros de forma que Jessup se tuvo que
inclinar para recogerla. Ignorando a todos los demás se dirigió inmediatamente a
Slater.
—Querido, lamento llegar tarde. Espero no haberme perdido nada, ¿verdad?
Poco después, lo dejó todo y se puso a curiosear las maravillas que la rodeaban.
Estaba tan absorta viendo las estanterías que no notó que abrían la puerta. Pero oyó
la voz de Cecile, miró a su alrededor y vio que estaba en una esquinas más ocultas de
la habitación, donde nadie la podía ver. Ni Slater se daría cuenta de que estaba allí a
pesar de que había sido él quien le había pedido que se quedara. No se darían cuenta
de su presencia a no ser que vieran la bandeja del té…
Cecile se dejó caer en un sofá.
—Por fin ha terminado —dijo—. Llama a Jessup para que nos traiga algo de
beber, querido, y luego ven aquí a relajarte conmigo.
Slater cerró la puerta de la biblioteca.
—Ya has bebido demasiado y no tengo interés en relajarme. Te pedí que fueras
mi acompañante como anfitriona Cecile. Cuando accediste, aceptaste algunas
responsabilidades, incluyendo, si era necesario, el aburrimiento que te pudieran
producir mis invitados.
Erin pensó que ya era el momento de hacerles notar su presencia así que salió a
la luz y dijo:
—Perdón, me marcharé inmediatamente mientras ustedes…
Cecile entornó los párpados.
—¿Qué hace ella todavía aquí? —preguntó.
—Eso es cosa mía —respondió Slater secamente—. No tuya.
Cecile agitó la cabeza casi tristemente.
—Slater, pobre inocente. ¿Es que no te das cuenta de lo que pretende?
Erin la miró primero a ella y luego a Slater.
—Si me disculpa, señor, seguramente lo que me quería decir puede esperar a
mañana…
Cecile sonrió.
Slater le impidió entonces la salida a Erin.
—Por favor, espera. Esto no va a durar mucho.
Luego le dijo a Cecile:
—No vamos a cambiar de tema hablando ahora de Erin. Estábamos hablando
de ti.
—No, no lo estábamos haciendo. Me estabas regañando y eso no lo soporto. Ya
te dije la razón por la que he llegado tarde. No lo he podido evitar.
—Encontrarse con unos amigos no es una excusa suficientemente buena. Por lo
menos, le debes una disculpa a Erin por haber tenido que estar en tu lugar.
Cecile miró a Erin de arriba abajo.
—¿De verdad que crees que se perdería la oportunidad de jugar a ser una
mujercita responsable? Slater, ¿realmente eres tan inocente como aparentas a veces?
—Tú siempre estás ahí, Erin. Anticipándote a lo que hay que hacer, llevándolo a
cabo impecablemente…
—Si sospecha de que Cecile pueda tener alguna razón para esa tonta acusación
que ha hecho, deje que le asegure que no estoy tratando de conquistarlo. Solo estoy
haciendo mi trabajo.
—Por supuesto —dijo él—. Y muy bien.
A pesar del cumplido, Erin se sintió un poco decepcionada, efecto del
cansancio, seguramente. Si de lo que él le había querido hablar era de un asunto tan
rutinario, ¿por qué no se había despedido de ella tan pronto como le había dicho que
ya tenía el documento sobre su mesa? Se dio cuenta entonces de que aún tenía en las
manos el libro que había estado hojeando cuando entraron Cecile y él y lo dejó sobre
la mesa que tenía al lado.
—Realmente puedo tomar un taxi, ¿sabe?
Slater le señaló el libro.
—¿Te gustan mis libros?
—Es una buena colección. No tenía ni idea de que hubiera adquirido tantas
cosas interesantes. Creo que cualquiera…
—Oh, no. Cuando entré hace un momento, parecías una jovencita a la que
hubieran permitido quedarse en Tiffany's después de cerrar y le hubieran dicho que
se podía llenar los bolsillos con lo que quisiera.
—¿Sí? Se dice que los diamantes son los mejores amigos de una chica, pero yo
siempre he creído que no serían una buena compañía en una tarde solitaria.
Demasiado fríos, duros y centrados en sí mismos.
Él pareció extrañado.
—¿Centrados en sí mismos'?
—Todo el fuego está concentrado en su interior.
—Ya veo.
Luego, repentinamente, él añadió:
—Cecile te debía una disculpa.
Erin pensó que era fascinante que su descripción de algo que no tenía nada que
ver le hubiera hecho pensar en Cecile. Tal vez no le hubiera resultado tan difícil como
había parecido librarse de ella, si las palabras frío, duro y centrados en sí mismo le
habían hecho pensar en ella.
—Sí, así es —admitió—. ¿Fue por eso por lo que quiso que oyera esa
conversación?
—¿Puedo disculparme yo por ella?
Erin sonrió.
—De acuerdo. Acepto sus disculpas. Y me alegro de que la haya echado. Ella…
No era la mujer adecuada para usted.
—Supongo que no querrás decirme por qué lo crees, ¿verdad?
«Como si no lo supiera ya» pensó ella.
—No particularmente. Y supongo que no querrá quedarse sentado ahí oyendo
mi diagnóstico, así que…
—Esta tarde fuiste mucho más halagadora conmigo cuando me dijiste que no
creías que era de los que ceden a un chantaje.
—Eso no fue un halago.
—Ya lo sé. Fue más bien un cumplido. Aún así, estuviera ella intentando un
chantaje o no, Hermíone tenía razón. En varias cosas.
Erin se estaba sintiendo más extrañada a cada momento.
Slater miró a su alrededor, como si estuviera viendo aquello por última vez,
memorizando cada detalle. Luego se apoyó en los codos, suspiró y dijo:
—Erin, ¿tú te casarías conmigo?
Esas palabras parecieron hacer eco en el interior de la cabeza de ella. Erin lo
miró fijamente, agarrándose fuertemente a los brazos del sillón, para no deslizarse
hasta el suelo.
—¿Qué?
Slater no respondió. Se levantó y se dirigió a una estantería cerrada y abrió la
puerta.
—¿Una copa de coñac?
—No, gracias —respondió ella—. Y si necesita una solo para repetir la
pregunta, creo que ese debería ser el final de la conversación, ¿no?
—En absoluto.
Slater sirvió dos copas y le pasó una a ella.
—Solo por si cambias de opinión. Es un coñac muy bueno. No es que sea
reticente a repetir la cuestión, Erin, es que no creo que eso nos llevara a ninguna
parte. Prefiero decirte por qué te lo he pedido.
—La verdad es que no es…
—¿Necesario? ¿Qué fue lo que me dijiste la semana pasada acerca de tener toda
la información pertinente antes de tomar una decisión para estar seguros de que sea
la acertada?
—Estaba hablando de un contrato muy importante.
Erin se dio cuenta entonces de que, ya que había empezado, él no se iba a
detener. Parecía que no le iba a quedar más remedio que escuchar y luego rechazarlo
lo más educadamente que le fuera posible. ¿O no sería mejor tratar todo aquello con
humor? Dejó que una nota de diversión se mostrara en su voz.
Capítulo 3
Erin se ofreció una vez más a tomar un taxi, pero Slater le dijo que no fuera
ridícula.
—A esta hora de la noche tendrás que esperar más de media hora para
encontrar uno libre. Si dejas que te lleve, estarás en tu casa antes que eso, lo mismo
que yo.
—Solo pensaba que…
Cuando llegaron al ascensor, él se apartó para cederle el paso, entraron y
presionó el botón del garaje.
—Si lo que te preocupa es que te vaya a molestar, tranquila. Solo un idiota
podría pensar que con una tontería como besarte para darle las buenas noches,
cambiarías de opinión.
Erin se ruborizó un poco. Lo cierto era que él le había leído los pensamientos.
Lo que le preocupaba no era el posible comportamiento de Slater, que podía ser
implacable en los negocios, pero no se lo imaginaba obligándola a ella o a cualquier
otra mujer a hacer algo contra su voluntad.
No, no tenía miedo de él. Tenía miedo de que su conversación de esa noche lo
fuera a cambiar todo entre ellos.
—¿No podemos olvidar lo que acaba de suceder? —dijo sinceramente cuando
salieron del ascensor.
—Creo que sería mejor que no lo intentáramos. Pero no tienes que preocuparte
porque yo vuelva a sacar la conversación. Te he hecho mi pregunta y ya tengo mi
respuesta. No soy lo suficientemente tonto como para pensar que, simplemente con
volvértelo a preguntar tú me darías otra respuesta diferente.
—Muy bien. Porque me gusta trabajar con usted y no me gustaría que eso se
estropeara —le dijo ella mientras se sentaban en el coche—. Es nuevo, ¿no?
—¿El coche? Sí.
—Nunca pensé que le gustaran los descapotables.
—Considéralo parte de mi crisis de la mediana edad.
—No es lo suficientemente mayor como para tener eso.
—¿Un deportivo?
—Una crisis de la mediana edad. Por lo menos, le quedan diez años.
—Siempre he sido muy precoz. Pregúntaselo a mi tía Hermíone.
Erin se rió y deseó que, a pesar del frescor de la noche, él hubiera descapotado
el coche, había algo de sensual en eso de llevar la cabellera al viento y a lo mejor la
ayudaba a aclararse la cabeza de todo lo que había sucedido esa noche.
Cuando Slater detuvo el coche delante de su casa, Erin vio que las luces del
salón estaban encendidas. A esa hora su madre ya debía estar acostada. Ciertamente
no debía estar esperándola a ella, ya que ese era parte del pacto al que habían llegado
hacía dos años, cuando se había ido a vivir con su hija.
Seguramente tendría compañía. Entonces reconoció uno de los coches
aparcados en la calle. Su madre no había salido mucho desde que se divorció, pero sí
lo había hecho con un par de hombres. Unos hombres más interesados en Ángela que
lo que lo estaba ella por ellos.
—Solo déjeme delante.
Como si no la hubiera oído, Slater aparcó delante de la casa y le fue a abrir la
puerta.
—De verdad. No es necesario…
—Ahórrate la saliva, Erin, porque te voy a acompañar hasta la puerta, digas lo
que digas.
—Sí, señor —dijo y empezó a caminar con él a su lado.
Slater no la tocó. Ni siquiera trató de tomarla por el brazo. Mientras abría la
puerta, Erin contuvo la respiración. A pesar de lo que él le había dicho antes, ¿no
trataría de aprovecharse de la situación? ¿Y qué haría ella si lo intentara?
Cuando abrió la puerta, Slater se limitó a decirle:
—Te veré mañana.
Y luego se marchó.
Erin se dijo a sí misma que conocía lo suficiente a ese hombre como para saber
que mantendría su palabra.
El salón estaba levemente iluminado y la televisión estaba funcionando. Ángela
Reynolds estaba sentada en el sofá y la apagó con el mando a distancia.
—¿He oído a alguien contigo ahí fuera?
—El señor Livingstone me ha traído a casa.
—¿Y por qué no lo has invitado a pasar? Me hubiera gustado conocerlo.
—¿A estas horas?
—¿Qué hora es? —dijo Ángela y miró su reloj—. Debe haber sido una buena
fiesta.
Erin pensó sentarse al lado de su madre y contarle la propuesta que le había
hecho Slater. Pero como ya había respondido a eso, ¿qué más podría añadir su
madre?
—Eso es cierto. Creía que ya estarías acostada.
—Debo haberme quedado dormida. Antes me dolía la cabeza y tenía el
estómago revuelto. Probablemente haya comido algo que me ha sentado mal.
Ángela bostezó y se levantó del sofá.
Erin le dio las buenas noches y se metió en su habitación. Pero no pudo evitar
seguir pensando en la absurda propuesta de Slater. Sin duda había hecho lo mejor, lo
único que podía hacer.
Podía haber dicho que sí.
Ese pensamiento fue como una descarga eléctrica. Luego empezó a reírse de lo
tonta que era la idea. ¿Casarse con Slater Livingstone? Estaba demasiado cansada
como para pensar bien, ese era el problema y su mente le estaba jugando malas
pasadas.
Le había dado la única respuesta posible. La única inteligente, para los dos.
¿O no?
La noche anterior ella le había sugerido que olvidaran todo el episodio, pero
ahora se daba cuenta de que había sido una inocente al pensar que eso fuera a ser
posible. Evidentemente, él ya lo había sabido, ya que le había dicho que era mejor
que no lo intentaran. Y había tenido razón, las cosas habían cambiado y no había
manera de que pudieran volver a como estaban antes.
—¿Quería verme, señor?
—Anoche te olvidaste algo en mi casa.
Ella frunció el ceño tratando de recordar qué podía ser, pero no lo consiguió.
Slater se acercó a una esquinera que había tras su mesa donde un esbelto florero
contenía una rosa roja.
—Jessup parece pensar que esto era importante para ti.
La rosa de Dax. La había olvidado por completo, pero Jessup debía haberla
visto y la había guardado para ella.
Tomó el florero y olió la rosa. Era una flor particularmente hermosa y no era su
culpa el que hubiera sido Dax quien se la regalara.
Erin sonrió a Slater por encima de la flor.
—Gracias por traérmela, señor. Le devolveré el florero, por supuesto.
—No tengas prisa. A Jessup le gustará saber lo feliz que te sientes al haber
recuperado esa flor. Si hubiera sabido que estabas saliendo con alguien, Erin, no te
habría molestado con la tontería que te dije anoche.
Ella abrió la boca para decirle que esa rosa no significaba nada, que no había
nadie especial en su vida. Pero luego se le ocurrió que, tal vez, él se lo podría tomar
personalmente si lo hacía, ya que podía pensar que ella prefería no tener a nadie en
su vida que tenerlo a él. Confundida, lo miró y se mordió el labio inferior. ¡Y ella que
se había creído que podía hacer como si no hubiera sucedido nada!
—No es necesario que me expliques nada —dijo Slater—. Lo entiendo. Y ahora,
¿empezamos con el trabajo antes de que llegue Bob Brannagan?
Cuando Erin salió del despacho de Slater una hora más tarde, llevando el
florero y una lista de cosas que tenía que hacer en los próximos tres días, Sarah miró
la rosa con un interés evidente, pero no dijo nada y se limitó a mostrarle los mensajes
que tenía para ella.
—¿Algo importante?
Erin tenía las manos demasiado ocupadas como para llevárselos en ese
momento.
—Depende de tu punto de vista. Ha llamado la secretaria del senador para
cancelar su visita del jueves porque tiene una votación importante, algo que tiene
que ver con el Pentágono.
Erin gimió.
A la hora del almuerzo, Erin dejó su lista de cosas por hacer sobre la mesa y le
dijo a Sarah que iba a almorzar en la cafetería de la parte baja del edificio.
—¿Te importa pagarle su cuenta a Tonio y así me ahorras el viaje? —le
preguntó Sarah—. ¿Cuántas flores compraste ayer?
Erin vio las cifras del talón y dijo:
Erin se pasó la mayor parte de la tarde con Francés Brannagan y llegó de vuelta
al despacho justo cuando Sarah estaba apagando ya el ordenador para irse a su casa.
—¿Sigue él aquí? —le preguntó.
—Oh, sí. Pero yo me marcho a casa ahora mismo. Huyo.
—¿Tiranosaurio Rex?
—Megalosaurio.
—¿Eso es peor?
—Infinitamente. Preferían incluso los dinosaurios más grandes.
Entonces se abrió la puerta del despacho interior y apareció Slater
abrochándose la chaqueta.
—Sarah, si vuelve Erin antes de que…
Entonces la vio a ella y añadió irónicamente:
—¿Has tenido una tarde agradable?
Erin se encogió de hombros y se contuvo para no decirle que, al fin y al cabo, no
había estado haciendo el vago.
—Ha debido ser la centésima vez que subo a lo más alto del Arco, pero aparte
de eso, ha estado bien. Trabajaré en esa lista todo lo que pueda esta noche, señor.
—Puede esperar. Estás tan cansada como el resto de nosotros.
—¿Es que no ha salido bien el trato con Brannagan después de todo?
Erin pudo leer la respuesta en los ojos de él y añadió:
—Pero ya estaba prácticamente decidido. ¿Qué ha sucedido?
—Ni el mismo Brannagan lo sabría decir. Vamos, te llevaré a tu casa. Me pilla
casi de camino.
Cuando el empleado del aparcamiento les llevó el coche, estaba descapotado.
—¿Te importa Erin? Puede que haga fresco.
—El aire fresco me vendrá bien. Debe estar muy decepcionado, ha trabajado
mucho para conseguir ese trato.
—Pero el trabajo duro no siempre está bien pagado.
—Y las cosas más extrañas pueden acabar con una negociación.
—Lo más curioso de todo es que no creo que el trato esté completamente
muerto. Juraría que él está igual de interesado. Pero a no ser que averigüe qué es lo
que se ha interpuesto y trate de arreglarlo, tampoco va a volver a la vida. ¿No se le ha
escapado nada a la señora Brannagan?
Erin agitó la cabeza.
—No hemos hablado nada de negocios. En lo único que parecía interesada era
en ir de compras, ver cosas y relacionarse.
—Parece que ha sido una tarde muy excitante —dijo Slater—. ¿Qué clase de
relaciones?
—Sobre todo las mías. Y también surgió el tema de Cecile. Parece que a la
señora Brannagan no le ha caído muy bien, pero no pudo dejar de hablar de ella
tampoco.
—Recuérdame que te aumentemos el sueldo, ¿de acuerdo? Lo consideraremos
un plus de combate.
—Gracias. Con ese aumento podría permitirme ver las tiendas que más me
gustan. Estaba empezando a pensar que la mujer era una celestina frustrada. ¿Sabe si
los Brannagan tienen un hijo mayor?
—La verdad es que no. ¿Quieres que me entere?
—Tengo la sensación de que eso no será necesario. Si he pasado la prueba de
posible nuera, lo descubriré muy pronto.
Erin miró su reloj cuando se acercaron a su casa.
—¿Quiere pasar a tomar un café?
Cuando vio la cara de sorpresa que puso él, añadió:
—Mi madre debería estar ya en casa y anoche me preguntó por qué no le había
invitado.
—Gracias, pero tengo un par de cosas que hacer.
—Ah, por supuesto. Me dijo que le pillaba casi de camino…
El coche ya se había detenido y ella fue a abrir la puerta.
—Aunque pasaré a saludarla —dijo él.
Erin abrió la puerta de la casa y llamó a su madre, pero no respondió nadie.
—Lo siento. Puede que haya salido tarde del trabajo.
—Tal vez en otro momento… Te veré mañana, Erin.
Erin entró en la casa y empezó a quitarse la chaqueta. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la penumbra, se acercó al armario para colgar la chaqueta. Y
entonces vio a su madre tirada al pie de las escaleras, tumbada de costado como una
muñeca rota. Tenía los ojos abiertos y el rostro gris y húmedo de sudor.
—¿Madre?
Ángela murmuró algo y levantó una mano como para llevársela a la cabeza.
Pero estaba demasiado débil y cayó al suelo con un golpe seco.
Erin abrió la puerta de la calle.
—¡Slater! —gritó un poco histérica.
Él ya estaba a medio camino del coche, pero necesitó solo de tres pasos para
llegar a su lado.
—¿Qué pasa, Erin?
Ella no pudo hablar, en vez de eso, lo agarró del brazo y tiró de él hacia el
interior de la casa, hasta donde estaba tirada su madre, justo cuando Ángela empezó
a tratar de tomar aire.
Capítulo 4
La dotación de la ambulancia era joven y eficiente, así que tardaron muy poco
en tener a Ángela preparada para su traslado al hospital.
A Erin no le permitieron bajo ningún concepto acompañar a su madre en el
interior de la ambulancia y ella protestó, pero Slater le dijo:
—Yo te llevaré.
Poco después, la ambulancia se marchó con sus sirenas y luces a pleno
funcionamiento.
—Es mi madre —dijo ella—. ¿Cómo se atreven a no dejarme ir con ella?
—Porque lo último que necesitan mientras tratan de ocuparse de ella es tener a
una histérica dentro de la ambulancia.
Ese comentario fue como un jarro de agua fría para Erin.
—Yo no me pondría histérica.
—No, porque no vas a tener la posibilidad de hacerlo. Respira hondo y, tan
pronto como le hayamos echado un último vistazo a la casa, te llevaré al hospital.
Erin recogió su chaqueta del suelo.
—Yo ya estoy lista —dijo.
—No te dejarán verla inmediatamente. Por lo menos, no hasta que no sepan
más o menos lo que le ha pasado. Así que vamos a ver si no hay alguna ventana
abierta, los grifos o el gas. Si no, luego te vas a encontrar en el hospital, sentada, sin
tener nada más que hacer que preocuparte por si todo está bien aquí.
Aquello era lógico, así que recorrieron toda la casa para ver ti todo estaba en
orden. En la cocina encontraron la tetera que debía haber puesto al fuego Ángela, ya
sin agua y al rojo vivo, Erin se mordió el labio y admitió para sí misma que estaba
demasiado nerviosa como para actuar inteligentemente.
Fue Slater el que cerró la puerta, ya que a ella le temblaban demasiado las
manos. Y, una vez en el hospital, en la sala de espera, le llevó un café de la máquina.
El café le hizo efecto enseguida, disipando la niebla que le había envuelto el
cerebro hasta entonces. Por primera vez desde que lo había arrastrado al interior de
la casa, miró directamente a Slater.
—Lo siento —dijo.
Él la miró a su vez, sorprendido.
—¿Por qué?
—Por todo. Por actuar como una tonta.
—Tienes una buena excusa, ya sabes.
Erin agitó la cabeza.
—La verdad es que no. Y la forma en que le he metido en esto… Me dijo que
tenía cosas que hacer, así que…
—Nada tan importante como esto.
—Solo quería decir, señor, que si se quiere marchar, lo entenderé.
—Hace un rato, me llamaste por mi nombre.
—¿Lo hice?
Erin apenas podía recordar nada de lo que había dicho, solo sabía que, en el
momento en que vio a su madre tirada en el suelo, lo único que había pensado era
que Slater sabría lo que hacer.
—De cualquier modo, gracias por traerme —añadió—. Pero realmente, no es
necesario que se quede ahora.
—¿Me estás echando? Si quieres estar sola, Erin…
—No. No quiero. Pero…
—Entonces me quedaré. ¿Hay alguien a quien quieras llamar? Lo haré yo, si lo
prefieres.
Erin sintió un destello de humor.
—¿Realmente sabe marcar un número de teléfono? Sarah se quedará
impresionada cuando lo sepa.
—Sé buena, Erin. No se lo vas a decir, ¿verdad? Y ahora, ¿tienes hermanos?
—No.
De repente ella se sintió muy sola. Si había que tomar alguna decisión que
Ángela no podía tomar por sí misma, era ella la que tenía que hacerse cargo de todo.
—No te pongas en lo peor —dijo Slater como si le hubiera leído los
pensamientos—. Espera a saber algo. Mientras tanto, no sirve de nada preocuparte
por lo desconocido. Mantén las fuerzas para cuando sepamos algo.
—Eso es más fácil de decir que de hacer —respondió ella y luego se avergonzó
de haberlo hecho—. Lo siento. Sé que solo estaba tratando de ayudarme.
—Dado que tu madre está viviendo contigo, doy por hecho que tu padre ha
muerto, ¿no?
—No. De hecho, nada más lejos de la verdad. Pero no es necesario llamarlo.
—¿Están divorciados?
Erin suspiró.
—Desde hace un par de años. Así que, realmente, esto no tiene nada que ver
con él.
—Aún así, tal vez tu madre quiera que él…
—No —dijo ella firmemente—. Créame, si ella se despertara y se encontrara a
su lado a Jack Reynolds, volvería a desmayarse, y esta vez la cosa sería más seria.
Erin lo miró sorprendida, antes de darse cuenta de que, dado que Slater no
sabía de dónde había salido la rosa, seguramente no podía reconocer el humor que
había en la sugerencia que había hecho. Pero ella no se lo podía explicar con
exactitud tampoco. Después de lo de esa mañana, cuando le había dejado creer que
había un hombre en su vida…
Pensó que aquello se estaba poniendo tremendamente complicado.
Solo entonces se dio cuenta del segundo significado de sus palabras.
—Te estoy molestando, ¿verdad? Lo siento, Slater, de verdad. No tienes que
quedarte solo porque te haya dicho que no me gusta la idea de esperar sola.
Él miró los restos de su taza y le dijo:
—¿Qué te parecería un café decente?
—No hay más que el de la máquina, ¿no?
—No, pero aquí cerca hay una cafetería famosa en el mundo entero.
—No quiero marcharme ahora y tendríamos que ir allí, ya que no lo llevan por
encargo…
Slater sonrió.
—¿Te apuestas algo?
Tiró entonces su taza en una papelera y se dirigió a la cabina telefónica.
Erin bostezó y se sentó más erguida al tiempo que agitaba la cabeza para tratar
de aclarar la niebla que se estaba apoderando de sus pensamientos.
—Queda mucho para la mañana, Erin. Trata de descansar.
Con la voz llena de cansancio, Erin le dijo:
—A paseo con tía Hermíone. ¿Cuántos hijos quieres tú?
—Por lo menos ocho. Es por eso por lo que creo que es mejor ignorar lo que ella
quiere.
Erin parpadeó y lo miró sin dar crédito a sus oídos.
—Ya sabía yo que eso te llamaría la atención —dijo Slater—. Duérmete, Erin. Es
una orden.
Luego le rodeó los hombros con un brazo y la apretó contra su costado.
Ella estaba demasiado agotada como para tensarse y, mucho menos, apartarse.
Pero, al cabo de unos segundos, se dio cuenta de que en ese gesto no había nada
sensual. Él bien podía ser un hermano mayor ofreciéndole su hombro para que se
apoyara.
Y aún así…
El olor de su loción para después de afeitar le resultaba conocido, pero nunca
antes lo había olido así, tan leve. Eso y la solidez de su cuerpo crearon una sensación
cálida que la envolvió como una manta.
Pensó que, bajo circunstancias diferentes, podría ser muy agradable estar
sentada así, apretándose contra él. Si ladeara la cabeza solo un poco, sus labios
podrían, accidentalmente, por supuesto, rozarle la barbilla. Y si entonces él giraba
también la cabeza y la miraba, y luego se inclinaba para un beso…
Entonces se recordó a sí misma que estaba pensando en su jefe. Pero Slater no
podría culparla por preguntarse esas cosas cuando había sido él mismo el que había
introducido la cuestión de cómo serían sus besos con esa loca propuesta suya.
Competentes, por supuesto, como todo lo demás que él hacía. Tal vez incluso
eficientes, sin ninguna pérdida de tiempo o esfuerzo.
Sonrió y apoyó la cabeza en su pecho, sintiendo el latir de su corazón.
Entonces se quedó dormida.
La despertó la luz del sol. Aunque era muy temprano, el día prometía ser
brillante. Se dio cuenta de lo agarrotada y tensa que estaba y de que seguía con la
cabeza apoyada en Slater.
Se apartó y se sentó bien.
—No debería haber dormido tanto.
—Si hubiera sucedido algo, te habría despertado.
Lo miró y vio que nunca antes lo había visto sin afeitar. Se sorprendió al darse
cuenta de que no parecía sucio o descuidado, de alguna manera, esa sombra de barba
hacía que sus ojos parecieran más grandes y oscuros, su mandíbula más fuerte. Su
ropa era otra cosa, ya que parecía como si hubiera dormido vestido. Salvo que él no
había dormido en absoluto. Se había pasado toda la noche sentado allí, sujetándola…
Fue como si el estómago se le llenara de mariposas ante la idea, lo que era una
tontería, se dijo a sí misma. Sí, había imaginado algunas cosas esa noche, pero lo
había hecho medio dormida, no había nada romántico en la forma en que él la
sujetaba. Nada en absoluto.
—Estás agotado —le dijo—. Gracias a ti, yo he dormido suficiente como para
recuperarme y ahora que ya no tengo que enfrentarme con la soledad de la noche,
estaré bien. Por favor, Slater, no hagas que me sienta más culpable de lo que me
siento ya.
Él debía estar más cansado de lo que se había imaginado porque ni siquiera
discutió.
—Si estás segura, hay un par de cosas en la oficina…
—La oficina. Había olvidado esa lista que me diste ayer.
—No pienses en ella. Ahora tienes cosas más importantes que hacer.
—Eso me recuerda que unas personas del departamento de publicidad estaban
hablando ayer en el restaurante acerca de la próxima campaña. Nada secreto o
particularmente sensible, ¿pero estás seguro de que no quieres que se prepare una
conferencia sobre la confidencialidad para los empleados? Yo podría…
—No, no podrías. No ahora. Ya hablaremos de ello más adelante, porque no
dejas de tener razón.
Luego, Slater se levantó y se estiró los músculos doloridos.
—Me harás saber cómo van las cosas aquí, ¿verdad Erin?
—Por supuesto.
Erin lo acompañó a la entrada y se dijo que ella también necesitaba un buen
estiramiento. Pero cuando se quedó sola, se sintió muy pequeña, insignificante y
sola.
Cuando Erin dejó el hospital, algunas horas más tarde, el día ya no le parecía
bonito, sino que el sol brillaba demasiado, haciéndole daño en los ojos. El calor del
sol contra la piel hacía un profundo contraste con el frío que sentía en el corazón.
Las enfermeras le habían dicho que se fuera a casa, se duchara y se tumbara un
rato. Todavía debían hacerle algunas pruebas más a su madre y tenía que estar
tranquila, por lo que no iba a poder pasar mucho tiempo con ella. Y aunque nadie se
lo había dicho, Erin se dio cuenta de que debía ahorrar fuerzas para el día siguiente,
ya que iban a operar a Ángela.
El taxi estaba a medio camino de su casa cuando ella cambió de opinión y le
dijo que la llevara a la oficina.
—Oh, sacó la cartera, pero tan pronto como usted salió, recogió su dinero y me
dijo que la añadiera a la cuenta del señor Livingstone, que de todas formas no lo iba a
notar. Por eso, cuando ayer me preguntó por la factura, pensé que se había dado
cuenta de lo que había hecho.
—¿Y que habías sumado de más? Tú no, Tonio. Eso es más bien típico de Dax.
Un tipo espontáneo, generoso, comprensivo, compasivo… O tal vez solo calculador
—dijo ella con ironía.
—Lo siento, señorita Reynolds. Después de lo que ha dicho de su madre, pensé
que tal vez la hiciera sentirse mejor saber de una vez por todas como es él, pero
supongo que no debería…
Erin sonrió.
—Gracias, Tonio. Eres un amigo —dijo ella y sacó la cartera—. ¿Cuánto es la
rosa?
Tonio levantó las dos manos.
—No le he dicho lo que hizo para que me la pagara —protestó—. Solo pensé
que debía saber que él no es tan bueno como se cree que es. No quiero verla dolida.
Cuando Erin entró en el despacho exterior de Slater, la puerta de este estaba
cerrada y Sarah estaba organizando unos documentos. La mujer lo dejó todo y corrió
hacia ella.
—El señor Livingstone me lo ha contado —dijo—. ¿Qué se sabe? ¿Cómo está tu
madre? ¿Y tú? Oh, Erin…
—¿Está Slater?
—Sí. Pero con Bob Brannagan. Aunque estoy segura de que no le importará…
—No, no le interrumpas.
Erin se dio cuenta del destello de curiosidad de los ojos de Sarah y enseguida
supo a qué se debía. No estaba acostumbrada a que llamara al jefe por su nombre de
pila, así que decidió seguir como si nada.
—El contrato de Brannagan es demasiado importante. Pero cuando esté libre
dile si puede venir a mi despacho, ¿quieres?
Luego, sin esperar respuesta, se dirigió a la tranquilidad de su propio despacho
y cerró la puerta.
La lista de cosas que tenía que hacer seguía sobre la mesa, donde la había
dejado el día anterior, una eternidad. La habitación entera le parecía ahora poco
familiar, como si llevara meses sin verla.
Entonces se fijó en la rosa que Dax le había robado a Tonio. Ya le estaba
desapareciendo el color y sus manos parecieron moverse como con voluntad propia
cuando la tomó y la tiró a la basura.
Solo quedaba el florero ahora y, como atontada, fue a tirarlo también. Pero la
voz de la conciencia la detuvo. El florero no tenía nada que ver con Dax, pensó.
Había sido Slater quien se lo había proporcionado, algo tan exquisito, a su manera,
como la propia rosa. Pero había una diferencia. Al contrario que la flor, que había
sido dada tan descuidadamente y que había terminado en la basura, ese florero de
cristal había sido dado con consideración y respeto, y duraría para siempre.
Tras ella, se abrió la puerta del despacho.
—¿Erin?
Ella ya sabía que era Slater antes incluso de que hablara. Había sentido su
presencia allí, llenando la habitación con su fuerza.
Se volvió lentamente y, de repente, toda la compostura que había logrado
conseguir esa mañana, la abandonó y, antes de que se diera cuenta de lo que estaba
haciendo, estaba entre sus brazos, apretando el rostro contra su pecho, llorando como
una niña.
Capítulo 5
Slater la abrazó hasta que ella dejó de llorar.
—Lo siento —dijo Erin por fin y trató de sonreír—. Eso ya lo he dicho antes,
¿no? Y luego, no dejo de interferir y esperar más y más de ti…
Él no contestó. En vez de eso, la apartó un poco con las manos en sus hombros y
la miró a la cara.
—Entonces, ¿es algo malo?
—Han encontrado un tumor. Lo han llamado un… No recuerdo, un nombre
muy largo. Pero podría ser peor y no es maligno, aunque está localizado en la
glándula que produce la adrenalina, así que está alterando el equilibrio hormonal de
todo su cuerpo y le ha puesto la tensión arterial por las nubes. Ya sabes que, cuando
se tiene miedo o se está en situación de riesgo, la adrenalina es la hormona que hace
que el cuerpo reaccione, pero eso solo suele durar unos momentos. El caso de mi
madre es distinto porque el tumor impide que vuelva a la normalidad, así que está
en un estado lamentable, ya que no puede luchar ni hacer nada, ni relajarse.
Slater se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó.
—¿Y si le quitan el tumor se resolverá el problema?
—La van a operar mañana por la mañana. Pero la cosa no es tan simple, Slater.
El médico me lo ha explicado usando términos médicos, pero en lenguaje normal, lo
que me ha dicho es que con los niveles hormonales tan altos, solo con anestesiarla
pueden hacer que le suba tanto la tensión arterial que le revienten todas las arterias
del cuerpo.
Slater se frotó la nuca.
—Y si no sucede eso, solo con que toquen el tumor mientras tratan de
quitárselo, podría producir la misma reacción o todo lo contrario, que le baje tanto la
tensión arterial que le produzca un shock. La gente se muere del shock, Slater.
—Ya lo sé. Mi madre lo hizo.
Erin le puso una mano sobre la de él.
—Lo siento. Estoy actuando como si fuera la única que tuviera problemas.
Él agitó la cabeza.
—Eso fue hace mucho tiempo. Solo significa que sé de primera mano lo serio
que puede ser.
Ella le devolvió el pañuelo y añadió:
—Dado que mi madre ha de permanecer todo lo tranquila que sea posible, por
temor de que le vaya a dar una embolia o un ataque al corazón antes de que la
puedan curar, ni siquiera le han contado todos los peligros que hay. Solo me lo han
dicho a mí. Me han contado todo esto y me han sugerido que me vaya a casa y me
calme yo también para no asustarla.
—Maldita sea, Erin, ¿de verdad te crees que yo te ofrecería un trato cuando el
precio es la vida de tu madre?
Ella lo miró horrorizada y con la garganta tan seca que no pudo hablar. Nunca
lo había visto así. A veces se había enfadado, sí, pero nunca lo había visto con
semejante furia. Retrocedió un paso involuntariamente.
Pero él no la soltó.
—Tú dijiste una vez que yo no soy de los que se dejan chantajear. Bueno, pues
tampoco uso el chantaje para salirme con la mía.
—Por supuesto que no. Lo siento.
Él la miró por lo que pareció una eternidad y luego, muy lentamente, su mano
se relajó y le dijo secamente:
—Ya estás de nuevo con las disculpas…
—Si me quieres prestar el dinero, te lo agradeceré más de lo que te imaginas.
—Lo único que tienes que hacer es hacerme saber cuánto necesitas. Pero te
sugiero que no le digas a tu madre que se trata de un préstamo. Puede que le guste
tan poco esa idea como la de vender la casa.
Erin se percató de que tenía razón.
—Puede que le diga que he recibido unos buenos beneficios, aunque Dios sabe
cómo, con la de trabajo que he dejado por hacer. Ahora he de volver con ella.
—¿Estarás bien?
—Aún estoy asustada, pero creo que lo puedo disimular. Slater…
Dudó por un momento. ¿Cómo podía darle las gracias? La había dejado llorar
de rabia y temblar de miedo y ahora, gracias a su paciencia y apoyo, podía volver
con su madre con una sonrisa consoladora.
Sin pararse a pensarlo, se puso de puntillas y le fue a dar un beso en la mejilla.
Pretendía que fuera un beso de amistad, de agradecimiento, no más. Pero algo
salió mal. Slater giró la cabeza en el momento preciso y sus labios se rozaron… Y se
quedaron allí.
No hubo otro contacto salvo ese dulce y cariñoso beso. Él ni siquiera la rodeó
con los brazos y, lo que debió ser solo un gesto sin importancia, fue la caricia más
sensual que Erin había experimentado en toda su vida. Su cuerpo casi vibró por la
fuerza que contenía.
Había tenido razón, y se había equivocado a la vez acerca de la habilidad de él
para besar. Slater era tan eficiente como se había imaginado, nunca había conocido a
ningún hombre que pudiera causarle tanto efecto con tan poco esfuerzo aparente.
Pero él era mucho más que simplemente competente.
Se estaba estremeciendo cuando se apartó de él y no miró atrás cuando lo dejó
allí, de pie junto a su mesa, ya que sabía que se iba a tener que disculpar de nuevo,
esta vez por calcular tan mal.
Erin entró sin hacer ruido en la habitación donde estaba su madre, medio
sedada. Junto a la cama, un indicador de la tensión arterial hizo ruido y un monitor
cobró vida. Ángela abrió los ojos entonces.
—Querida —dijo—. Me dijeron que te habías ido a casa. Pero no me pareces
muy descansada.
Erin logró sonreír.
—Puede que sea porque he ido a la oficina en vez de a casa.
Ángela frunció el ceño.
—Creía que el señor Livingstone era más compasivo.
—Y lo es. He ido porque he querido —respondió Erin tomando de la mano a su
madre—. ¿Quieres que traiga algo?
—Una buena taza de café.
—No te dejarían tomártela. Nada de cafeína.
—Ya lo sé. Son unos aguafiestas. Mañana me van a operar.
Ángela parecía cansada y atontada, pero debía ser por el sedante, pensó Erin, ya
que tenía el pulso muy acelerado.
—Erin, esto es peligroso, ¿verdad? Me refiero a la operación.
—¿Y por qué me lo preguntas, mamá?
—Porque las enfermeras y los médicos se muestran demasiado animados
conmigo. Y cuando te van a operar, suelen contarte todos los riesgos, pero a mí ni
siquiera me han soltado la charla habitual sobre los peligros de la anestesia.
—Puede que hayan pensado que ya los conoces y que para qué te van a volver
a molestar. De todas formas, ya sabes que tienes alta la tensión arterial, así que
quieren que permanezcas tranquila.
—Bueno, lo estaría más si supiera lo que está pasando. Oh, Erin, hay tantas
cosas que me gustaría hacer todavía…
Erin respiró profundamente y le dijo:
—Mamá, no seas tonta. Las vas a hacer todas. Los médicos te van a curar y
dentro de unos días, estarás de vuelta en casa, mandando a todo el mundo y
haciendo la lista de las cosas que vas a hacer tan pronto como estés bien.
—Lo primero será buscarme un segundo trabajo para ayudar a pagar los gastos
del hospital.
—No tienes que preocuparte por el dinero, mamá.
—Eso es fácil de decir. Está claro que no has pensado en lo que va a costar todo
esto. Yo, por otra parte…
—Eso no importa. Ya me he ocupado de ello.
Ángela entornó los párpados.
—Oh, ¿de verdad? ¿Y cómo estás tan segura? No sabía que jugaras a la lotería.
Vaya una suerte que te haya tocado esta semana, ¿no? ¿O es que has ido a la oficina
en vez de a casa para que tu jefe te preste el dinero? ¿Y a qué interés lo va a hacer? ¿O
es que hay algo más que yo debiera saber?
Erin se dijo a sí misma que tenía que contarle lo de los beneficios.
Pero antes de que pudiera pensar cómo se lo iba a contar de forma que se lo
creyera, Ángela pareció rendirse.
—He de decir una cosa de ese hombre, que no pierde el tiempo. ¿Has visto lo
que me ha mandado?
—¿Quién? ¿Slater?
Erin vio demasiado tarde el interés que se reflejó en los ojos de su madre
cuando dijo ese nombre. Pero Ángela no dijo nada, simplemente agitó una mano
hacia una mesita con una gran maceta llena de flores.
Erin no la había visto antes. Eran muy bonitas y se trataba de una planta entera.
No unas flores cortadas y frágiles que se marchitarían en pocos días, sino una planta
de verdad. Algo vivo y duradero.
Un símbolo de recuperación. Qué hermosamente lo había dicho él sin necesitar
ni de una palabra.
Las lágrimas se asomaron a sus ojos y acarició la rugosa superficie de la maceta.
No supo por qué eso la hizo pensar en el florero que seguía en su despacho porque
se había olvidado de devolvérselo a Slater. Las dos cosas eran tan distintas…
Y aún así, se parecían. Las dos eran sólidas, duraderas. Y ambas pasaban
desapercibidas por sus contenidos. Las hojas de esa planta casi ocultaban la maceta,
mientras que la vistosa rosa de Dax había llamado su atención de forma que el
estilizado florero se había casi esfumado bajo ella.
Pero, una vez desaparecida la rosa, el florero brillaba en todo su esplendor, un
objeto bello hecho para durar siempre.
Entonces se dio cuenta de que no estaba pensando en floreros y macetas, sino
en solidez y seguridad. En el contraste existente entre las cosas buenas y las que solo
lo parecen.
Pero iba a necesitar tiempo para pensar en todas las implicaciones y averiguar
por qué sus entrañas se sentían tan extrañas de repente. Un tiempo que ahora no
tenía, ya que el humor de Ángela parecía haber cambiado de nuevo.
—Por si no salgo de esta, Erin… —susurró su madre.
—Ya basta de tonterías, madre.
—No son tonterías. Después del divorcio lo organicé todo para que tú no
tuvieras que hacer nada en absoluto, pero no te he dicho nunca dónde están todos
mis papeles o mi testamento.
Erin sintió cómo el pánico se apoderaba de ella. Lo peor que podía hacer su
madre era precisamente eso, pensar que no iba a salir de aquello. ¿Pero cómo lo iba a
poder evitar? Tenía que distraerla, que pensara en otra cosa, esa era la clave.
—Bueno, creo que es muy egoísta por tu parte perder el tiempo hablándome de
un funeral que no vas a necesitar por el momento. Sobre todo cuando tengo una
noticia realmente importante que contarte.
No supo de dónde habían salido esas palabras, incluso le pareció que las
hubiera dicho otra persona. ¿Y cómo iba a seguir ahora?
La puerta se abrió entonces y apareció una enfermera. Le echó un vistazo a los
monitores y luego se relajó visiblemente.
—Se ha movido y ha desconectado un cable, señora Reynolds —dijo mientras se
lo volvía a colocar—. Y, a juzgar por los monitores, parece que se ha alterado
bastante. ¿Qué han estado haciendo aquí? ¿Jugar al tenis? Dentro de unos momentos
vendrá a hablar con usted su anestesista.
Después de que la enfermera se hubiera marchado, Ángela se quedó muy
quieta y mirando pensativamente a Erin.
—¿Y bien? ¿Cuál es la noticia?
Erin pensó que su madre necesitaba pensar en algo positivo, algo que le diera
esperanzas de futuro. A lo que agarrarse cuando la llevaran al quirófano, que la
hiciera querer volver.
Y, sintiéndose como en un sueño, se lanzó a un riesgo calculado.
—Slater me ha pedido que me case con él. Y le voy a decir que sí.
Se preparó para cualquier reacción por parte de su madre, pero evidentemente,
eso serviría para sus propósitos. Ya tendría tiempo después de la operación para
aclararlo todo. Entonces, oyó a alguien en la puerta y pensó que sería el anestesista.
Pero no lo era. Iba vestido con un traje gris oscuro que ella había visto muy
recientemente.
Erin se quedó helada.
—Hola, señora Reynolds —dijo Slater—. Espero que no le importe que me haya
pasado a verla.
No miró a Erin y a ella se le aceleró el corazón sin saber qué iba a hacer o decir
él.
—Por supuesto que no me importa —respondió Ángela—. Estoy encantada de
conocerte, Slater. Sobre todo dado que parece que no debemos perder el tiempo para
empezar a tuteamos.
—Lo consideraré un honor, Ángela.
La puerta se abrió una vez más y, para alivio de Erin, la habitación se llenó de
personal médico, el anestesista seguido por una tropa de estudiantes de medicina.
Se abrió camino por entre la gente y salió al pasillo, donde se apoyó en la pared
y respiró profundamente. Pero apenas había empezado a relajarse cuando Slater se
acercó y le dijo:
—¿Quieres decirme a qué ha venido eso?
—¿Te refieres a lo que le he dicho a mi madre?
—Sí, a eso. ¿Por qué? ¿Hay alguna otra cosa que debas advertirme?
Ella agitó la cabeza.
—No se me ocurre nada.
—Entonces, creo que será mejor que me digas cómo es que nos hemos
comprometido.
Erin se encogió de hombros.
—Ella sospechaba que yo pensaba pedir prestado el dinero. No se habría creído
lo de los beneficios ni de broma.
—Así que le contaste un cuento muy diferente.
—Ella empezó a hablar muy locamente acerca de su testamento y que no
esperaba vivir después de la operación. Así que pensé que debía darle otra cosa en
que pensar.
—Y yo diría que lo has conseguido. Como cambio de conversación no está nada
mal. Pero, por supuesto, eso me deja una pregunta. Perdona por interrogarte, Erin,
pero me gustaría saber el terreno que piso. ¿Lo has dicho en serio? ¿O lo has dicho
solo para mantener a tu madre con la mente ocupada por el momento?
Erin cerró los ojos. No podía decirle la verdad, que ni siquiera había tenido en
cuenta la pregunta que él le estaba haciendo ahora, porque las palabras le habían
salido de la boca como por propia voluntad y sin pensarlas.
Él le estaba ofreciendo una escapatoria fácil. Lo único que tenía que decirle era
que, por supuesto, no lo había dicho en serio, que si podían disimular por unos días,
hasta después de la operación y su madre estuviera mejor…
Por supuesto, eso era lo más inteligente. Todas las razones que la habían hecho
rechazar su propuesta seguían en pie. Si no hubiera sido por el estado emocional de
su madre, ni habría vuelto a pensar en la propuesta de Slater. Así que, por supuesto,
no le había dicho eso en serio a su madre. No tenía ninguna intención de hacer real
ese increíble compromiso.
Pero aún así…
La puerta de la habitación se abrió de nuevo y los estudiantes salieron en fila. El
anestesista se quedó el último y mantuvo abierta la puerta.
—Ya pueden volver a entrar. Usted es la hija de la señora Reynolds, ¿verdad?
¿Tiene alguna pregunta acerca del procedimiento a seguir?
Capítulo 6
Slater dejó su copa muy lentamente. Erin pensó que estaba reaccionando como
si no se creyera lo que acababa de oír.
O tal vez había oído demasiado bien y la noticia no era precisamente
bienvenida.
Erin se preguntó entonces por primera vez la alternativa de un compromiso
simulado en vez de un matrimonio real. ¿Es que había esperado que ella la aceptara?
—Por supuesto, si has cambiado de opinión… —le dijo—. Yo no te culparía.
Estos últimos dos días no he sido precisamente la mujer modelo a la que le
propusiste matrimonio. ¿Recuerdas? La persona sólida, inteligente y práctica que
creías que era yo.
—No he cambiado de opinión. Solo quiero estar seguro de que sabes lo que
estás haciendo. Y por qué. Y deja que te diga una vez más que casarte conmigo no es
una condición para que te ayude con los gastos de hospital de tu madre.
—Porque no eres un chantajista, ya lo sé. Ya hemos hablado de esto.
—Pero no de esta variación en particular. No quisiera que pensaras que, dado
que voy a financiar esos gastos, la mejor manera de pagarme sería venderte a mí.
—Teniendo en cuenta lo que va a ser la factura del hospital… Francamente,
Slater, no creo que yo valga tanto.
Lo miró a los ojos y no le extrañó ver el destello de diversión en ellos. Lo que sí
la sorprendió fue ver cómo todas sus facciones parecieron suavizarse con esa sonrisa.
Nunca antes lo había visto tan relajado.
Slater extendió entonces hacia ella las dos manos por encima de la mesa y le
dijo:
—¿Socios?
Erin dudó solo una fracción de segundo antes de unir sus manos a las de él.
—Socios —susurró.
—Muy bien. Entonces solo tengo que contarte el resto.
Eso le sonó muy raro y trató de apartar las manos, pero él se las sujetó.
—¿Qué has querido decir?
—La verdad es que no mucho. Solo que tu madre ha puesto la fecha de la boda
para tres días después de su operación. Sin duda, habría preferido que fuera antes,
pero en Missouri se necesita un cierto tiempo para conseguir una licencia de
matrimonio.
Erin se quedó boquiabierta.
—¿Tres días?
—Sospecho que ahora mismo ya habrá hablado con los que se encargarán de la
comida y estará buscando una banda para que toque en la boda.
—Pero no puede…
—Yo diría que ha estado bien que se lo dijeras. ¿Qué pasa Erin? Yo creía que
querías que tu madre no pensara en su estado de salud.
La sala de espera era tan incómoda como todas, pensó Erin. Tenía toda la
mañana por delante y ya le habían dicho que una operación tan delicada como esa
podría tardar horas.
Cuando se llevaron al quirófano a su madre, ella se había limitado a decirle que
se alegraba de lo suyo con Slater, nada más.
Erin se había sentido aliviada de que no hubiera dicho nada de la boda.
Mientras hojeaba una revista, sintió más que vio cuando entró Slater, por las
reacciones de la gente que la rodeaba. Era como si hubiera entrado alguien
importante y sucedía siempre que él entraba en algún sitio. La sorprendió la oleada
de gratitud que sintió cuando lo vio allí. No se había esperado que fuera al hospital
esa mañana y ella no se lo había pedido, sabiendo todo el trabajo que tenía encima.
Slater iba vestido más informalmente de lo habitual, con una camisa de cuello abierto
y una chaqueta de pana. En vez del consabido maletín, llevaba una cesta de picnic.
Quitó un montón de revistas de encima de la silla de al lado de ella y se sentó.
—¿Estás bien, Erin?
—Sí —respondió ella preguntándose por qué le parecía más brillante ahora esa
triste sala de espera—. Mi madre ha preguntado por ti esta mañana. Parece que le
has caído muy bien.
—He tenido la suerte de pillarla en un momento vulnerable.
—Eso es. Me gustaría saber cómo lo has logrado. Ayer no estuviste con ella más
de cinco minutos, pero está claro que habéis congeniado perfectamente.
—Oh, fue una conversación increíble. Yo me quedé muy impresionado por su
capacidad de decisión. No me cabe duda de que eso lo has heredado de ella.
¿Quieres desayunar?
—No, gracias. No tengo hambre. Además, ayer probé la cafetería del hospital y,
créeme, si estos cocineros son capaces de transformar un filete en goma, no quiero ni
pensar en lo que harán con unos huevos fritos.
—Lo cierto era que sospechaba que la comida de aquí no sería mejor que el café,
así que le pedí a Jessup que hiciera algo que creyera que te gustaría a ti.
Entonces le llegó un aroma a queso caliente, tomate y pimientos verdes que
hizo que se le hiciera la boca agua.
—Claro que no me gustaría herir los sentimientos de Jessup rechazando su
comida…
Cuando Erin apareció en el despacho con la misma ropa informal con la que
había ido esa mañana al hospital, Sarah pareció sorprenderse al verla.
—El señor Livingstone me dijo que te ibas a tomar libre el resto de la semana.
—¿Y dejarte a ti a merced de cualquier dinosaurio al que haya querido imitar
últimamente? No soy tan cruel Sarah.
—¿Sabes? Es curioso. Habría pensado que, no estando tú, él estaría peor de lo
habitual, pero no ha rugido ni una sola vez, ni siquiera cuando no pude encontrar
una carpeta que quería que le llevara de tu despacho. Lo único que me dijo fue que
gracias por intentarlo. ¿Qué le has hecho?
Erin pensó que esa sí que era una reacción extraña. Si Slater le hubiera contado
lo de su compromiso, a Sarah no le habría extrañado su comportamiento, así que la
conclusión lógica era que no le había dicho nada. Por supuesto, eso le parecía muy
bien a ella.
Además, habérselo contado a Jessup era muy distinto a contárselo también a su
secretaria, ya que el mayordomo iba a tener que hacer algunos cambios importantes
en la casa para que ella se pudiera instalar allí.
—De todas formas —le estaba diciendo Sarah mientras la seguía a su
despacho—, solo porque él se ha estado comportando como un diplodocus educado,
eso no significa que no se vaya a poner como un alosaurio en cualquier momento, así
que, ya que estás aquí, ¿te importaría decirme dónde has escondido los papeles de
Universal Conveyer antes de que él cambie de opinión y se me coma cruda por no
saber dónde están?
—Me olvidé de decirle que los había guardado en mi mesa —dijo Erin al
tiempo que sacaba la llave del cajón en cuestión.
—Te debo una —afirmó Sarah cuando le puso la carpeta en la mano—. Una
cosa más. Dax Porter se pasó antes por aquí a por el informe de publicidad que trajo.
Tampoco he podido encontrarlo.
Erin lo sacó de debajo de un montón de documentos.
—Tal vez debería hacerte un mapa.
—Podía haberlo buscado, por supuesto, pero no me pareció que mereciera la
pena. Él solo quería saber si le habías podido echar un vistazo y se lo habías dado al
jefe, porque si no, haría otra copia y se la daría él mismo.
—Lo que menos necesitamos es más papel amontonado en este despacho.
Sarah sonrió.
—¿O que Dax te invite a almorzar para así poder impresionarte explicándotelo
todo?
—En eso solo hay una cosa equivocada, Sarah, Dax nunca invitaría a nada. Si te
vuelve a molestar, dile que trataré de ver hoy el informe.
Erin estaba a punto de ponerse a trabajar donde lo había dejado un par de días
antes cuando Slater llamó a su puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí, Erin? El médico te dijo que descansaras.
—Y esto es descanso, en comparación —dijo ella dejando su pluma y
apoyándose luego en el respaldo de su asiento—. A no ser, por supuesto, que hayas
venido a añadir algunos asuntos más a mi lista.
Slater sonrió.
—No creo que me atreviera a hacerlo. ¿Cómo está tu madre?
—Es de eso de lo que estoy escapándome. Ha salido de la anestesia
balbuceando acerca de vestidos de novia y cócteles de champán.
—Dijiste que querías que pensara en algo positivo y yo diría que lo has logrado.
—Bueno, pero tampoco pretendía que no pensara en otra cosa. Slater, está
haciendo planes para que nos casemos el lunes y se va a decepcionar mucho cuando
le digas que no nos vamos a casar el lunes porque no tenemos la licencia, ya que no
voy a ser yo la que se lo diga.
Slater, de repente, pareció muy interesado en el calendario de mesa de Erin.
—Porque no la tienes, ¿verdad? —le preguntó ella intrigada—. ¿La tienes? ¿Por
qué? ¿De dónde has sacado tiempo?
—Esta mañana, después de salir del hospital. Y con respecto a eso de por qué,
¿no querrás que me pelee con mi suegra antes incluso de que nuestra relación sea
oficial? Mira, realmente no hay ninguna razón como para que no lo hagamos ya
mismo. Tenemos el calendario muy lleno durante las próximas semanas…
—Y quieres tener ya lista a la anfitriona oficial.
—Eso te haría las cosas más fáciles también a ti, dado que eres la que planeas
todas esas fiestas. Lo cierto es que te dejaría más tiempo para estar con tu madre que
si tuvieras que andar corriendo de un lado para otro. Y, por si no te parece una razón
suficiente, deja que te recuerde toda la escena de la boda. Si nos casamos ahora, la
enfermedad de tu madre nos dará la excusa perfecta para tener una ceremonia
pequeña e íntima. Si esperamos…
—Habrá cientos de personas que esperarán ser invitadas.
—Y se sentirán decepcionadas si no lo son. ¿Qué opinas, Erin?
Ella cerró los ojos.
—No puedo esperar al lunes —dijo con ironía.
—Eso es lo que pensé que dirías. Así que…
Entonces él dejó sobre la mesa una cajita de terciopelo azul y luego se sentó de
forma que le pudiera ver la cara.
Erin miró la cajita fijamente. No había tenido tiempo de pensar en los detalles
del supuesto compromiso, pero aunque la propuesta de Slater era más bien un
acuerdo comercial que un asunto amoroso, a él no se le pasaría por alto algo tan
evidente como un anillo de diamantes.
Mientras miraba la cajita pensó que, en todo el tiempo que llevaba trabajando
para él, nunca le había visto un detalle de mal gusto, pero tampoco sabía que se
dedicara a comprar joyería femenina.
—Si estás pensando en que he sido un presuntuoso por no dejarte elegir tu
anillo de compromiso, estoy de acuerdo contigo. Dado que serás tú la que lo va a
llevar, deberías haberlo elegido tú también —dijo él.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque creo que tu madre esperará verte muy pronto con uno.
Aún así, ella dudó en abrir la caja.
—No veo qué… ¿Lo ha hecho? ¡Es maravilloso! ¿Has averiguado ya a qué
venían sus dudas?
—No exactamente. Lo hiciste tú.
Erin se quedó pensativa y agitó la cabeza.
—No puedo haber tenido nada que ver con eso.
—Todo lo contrario. Tú dijiste que a la señora Brannagan no parecía caerle bien
Cecile y, cuando le pregunté a él si eso era cierto…
—No puedes decirlo en serio. ¿Estaba dispuesto a retirar una fortuna de un
billón de dólares solo porque a su esposa no le caía bien Cecile? Cualquier tonto
podría decir que Cecile no era lo que…
—No me cabe duda de que ella había analizado a Cecile como si fuera un
aparato de rayos X. Lo que la hizo tener dudas, y con ella a su marido, era que
parecía que yo no conocía realmente a Cecile. Y dado que la señora Brannagan estaba
tan convencida de que no juzgaba bien a la gente, Bob se empezó a preguntar
también si realmente se podía hacer negocios conmigo.
—Porque a su esposa no le agradaba tu gusto con respecto a las mujeres.
—Hay cosas extrañas que pueden fastidiar negocios como ese. Eso lo dijiste tú
misma una vez.
—¿Así que le dijiste que Cecile era historia y firmó? Me pregunto qué dirá su
esposa cuando sepa que te vas a casar conmigo.
—Dijo que le gustaría que la invitáramos a la boda —murmuró Slater—. Ya te
dije que esta sería una buena sociedad, ¿no?
Antes de que Erin le pudiera decir que no le había hecho la promesa, oyeron
unos pasos rápidos y Sarah apareció casi corriendo con una caja blanca en las manos.
—Aquí está, señor Livingstone. He tomado la caja de la tienda de Tonio y he
salido corriendo, pero hay un tráfico horrible y pensé que no iba a llegar a tiempo.
Le dio la caja y pareció sorprendida al ver a Erin vestida así.
Slater abrió la caja y sacó un ramo de flores.
Sarah abrió mucho los ojos.
—Es un ramo de novia —dijo.
Slater se lo dio a Erin y le devolvió la caja vacía a Sarah.
—Erin, asegúrate que en el siguiente informe que me pases de Sarah diga que
es muy observadora.
Ella estaba observando el ramo.
—Es precioso, Slater.
—No puedo transformar el solarium en una catedral, pero no se me ocurría
ninguna razón para que no llevaras flores en tu boda.
—¿Os vais a casar? —casi gritó Sarah—. Oh, soy observadora, de acuerdo. He
observado que los dos parecíais muy interesados el uno en el otro. Y yo que pensaba
que traía esas flores para la madre de Erin porque Tonio no las sirve a domicilio y no
podía entender por qué era tan importante que llegaran a las cinco en punto…
—Ahora ya lo sabes —dijo Slater—. Vamos, Sarah, puedes ser una testigo.
La primera visión de Erin de la sala la hizo pensar que era pequeña, más de lo
que recordaba de hacía un par de días. Pero luego se dio cuenta de que era bastante
grande, pero que estaba abarrotada de gente, de flores, de globos de colores. A pesar
de lo nublado que estaba el día, había mucha luz y calor humano. Vio a Jessup,
vestido de negro como siempre, a Francés Brannagan, sonriendo y enjugándose las
lágrimas con un pañuelo. También estaban todas las enfermeras de Ángela e, incluso,
el cirujano, vestido de quirófano y sonriendo. Sobre una mesa en una esquina había
un recipiente con ponche y una gran tarta de varios pisos.
Erin casi se mareó. Él le había dicho que no podía transformar el solarium en
una catedral, pero evidentemente, había hecho lo que había podido para conseguirlo.
La multitud se apartó y un hombre al que ella no había visto antes se acercó a
ella.
—Hola, Erin —dijo suavemente.
Ella lo miró por un momento interminable y luego se volvió furiosa a Slater y le
dijo en voz baja y amenazadora:
—Me vas a explicar cómo ha sabido mi padre que me casaba, ¿y qué es lo que le
ha hecho creer que yo querría que asistiera a la boda?
Capítulo 7
Slater dijo tranquilamente.
—Lo sabe porque yo se lo dije.
—¿Y decidiste invitarlo sin preguntarme siquiera si yo quería que lo hicieras?
Jack Reynolds avanzó un par de pasos.
—Erin, realmente no es necesario…
Ella ni lo miró.
—No te metas en esto, papá.
—Pensé que tenía derecho a saber que su hija se casaba —dijo Slater.
—¿Y tú qué sabías? ¿Has pensado lo que va a sentir mi madre? ¿O es que no
crees que ya ha pasado bastante esta última semana y has decidido darle una
sorpresa desagradable?
Erin pensó que había visto un destello de duda o tal vez de arrepentimiento en
el rostro de Slater. Pero el sentimiento de satisfacción que le producía hacerle ver que
se había equivocado no duró mucho, ya que un momento más tarde, se abrió la
puerta y Ángela entró en el solarium en su silla de ruedas, empujada por la
ayudante.
Dado que los tres estaban tras la puerta, Erin no tuvo tiempo material de
prevenirla, de suavizar el golpe. La silla de ruedas rozó la pierna de su padre, se
detuvo y él miró a su ex esposa.
Erin deseó taparse los ojos, pero estaba demasiado pasmada para moverse. Vio
el shock en el rostro de su padre y luego, temiéndose lo peor, miró a su madre.
Pensó que Ángela debía estarse sintiendo como si hubiera visto un fantasma.
Jack entonces le puso una mano en el hombro a su ex esposa y Ángela la cubrió
con la suya.
Erin vio entonces la alianza que llevaba su padre. Era curioso. Suponía que no
debía sorprenderle que su padre se hubiera casado otra vez, ya llevaban dos años
divorciados. Lo que le extrañaba era que él no se hubiera molestado en decírselo.
—Jack —dijo Ángela—. Gracias por venir.
La calma de su madre sorprendió a Erin. Seguramente Ángela no se podría
llevar una sorpresa como esa sin mostrar algo de agitación. Lo que significaba… Que
sabía lo que iba a pasar. La habían advertido de ello.
Entonces se dio cuenta de que las acusaciones que había lanzado antes contra
Slater eran falsas.
Lo miró y le dijo:
—Lo siento, Slater, estaba demasiado sorprendida para pensar. Debería haber
sabido que tú no harías nada semejante sin preguntarle a ella. ¿Pero por qué no me
dijiste nada a mí?
El tono de voz de Slater estuvo lleno de ironía.
—Ella no quiso que te hicieras esperanzas por si no aparecía.
—No querrás decir que fue idea de ella, ¿verdad? ¿Te dijo que lo llamaras?
Él asintió.
—Y tú ibas a aceptar la culpa si a mí no me gustaba en vez de permitir que me
enfadara con mi madre, ¿no?
Slater volvió a asentir.
A su lado, Jack se aclaró la garganta.
—Erin. Este es tu día especial y sé que no querías que yo estuviera aquí o me lo
habrías pedido tú misma. Tu madre pensó que, algún día te podrías arrepentir si no
venía, pero eso es cosa tuya. Si quieres que lo haga, me marcharé ahora mismo, pero
me gustaría mucho tener el placer de asistir a la boda de mi única hija.
Todo pareció quedarse muy quieto, expectante, Erin se lo pensó un momento, le
puso una mano en el brazo a su padre y le dijo:
—Si podemos encontrar el altar por alguna parte, papá, ¿querrías acompañarme
hasta él?
La multitud se separó tan netamente como si lo hubieran ensayado y Erin vio
que el juez los estaba esperando en la parte más alejada de la sala.
La ceremonia de la boda le pasó como volando. Erin no podía dejar de pensar
en lo dispuesta que había estado a pensar que había sido cosa de Slater el que su
padre asistiera a la boda, que él había tomado esa decisión sin pensar en cómo podía
afectar a los demás. Eso habría sido muy poco propio de él, así que, ¿cómo había
podido creerlo capaz de ello?
Lo miró y vio que parecía muy serio, casi sombrío.
No podía culparlo si ahora le asaltaban dudas acerca de todo eso. Bien podía
estar pensando si quería casarse con una mujer que podía precipitarse tanto en sacar
semejantes conclusiones. No era de extrañar que hubiera sido sarcástico hacía unos
minutos, lo raro era que se hubiera conformado solo con eso.
Y si se lo estaba pensando mejor, ¿qué iba a hacer ese hombre ahora? ¿Anunciar
delante de toda esa gente que no iba a seguir adelante con la boda?
Slater nunca haría eso. Nunca faltaría a su palabra.
Así que allí estaban. Lo miró de nuevo, tratando de leerle los pensamientos.
Slater le tomó la mano y le puso el anillo. Entonces ella se relajó un poco.
Luego todo terminó:
—Puede besar a la novia —dijo el juez y Erin levantó el rostro obedientemente
mientras Slater la rodeaba con un brazo.
Ella no se esperó que ese beso fuera más de lo que había sido ese primero,
accidental y experimental de hacía unos días. ¿Cómo podría serlo delante de tanta
gente? Y tuvo razón, ya que hubo muchas diferencias. Ese beso fue lento, deliberado,
no lo sintió solamente en su boca, sino en todo su cuerpo. En vez de una llamarada
instantánea, ese beso creó un calor que le salió de dentro, como un volcán en
erupción, derritiéndola. Pensó que lo único que no había cambiado era lo mareada
que se encontró y el hecho de que él la hubiera puesto en un estado semejante sin el
menor esfuerzo. Ese hombre no era solo eficiente y más que competente, también era
versátil.
Se preguntó dónde habría aprendido todo eso.
Slater siguió rodeándola con el brazo y la hizo volverse hacia la multitud, luego
vinieron las fotos y las felicitaciones de todos.
Más tarde, la enfermera que empujaba la silla de Ángela, le dijo a Erin que se
tenía que llevar ya a su madre y ambas se despidieron. Luego Ángela miró a su
marido y le dijo:
—Me alegro de que hayas venido, Jack. Sé que estás muy ocupado. Que tengas
un buen viaje de vuelta.
Los dos se dieron la mano y Jack le dijo a Erin cuando se hubieron llevado a su
madre:
—Yo también me marcho, Erin. Tengo el tiempo justo para tomar el vuelo de
vuelta a San Diego.
Erin se dijo a sí misma que era completamente irracional sentirse decepcionada
porque se marchara, ya que ella no había pensado siquiera en invitarlo.
—¿Tienes que volver tan pronto?
Jack sonrió tristemente.
—Ha sido un viaje muy repentino.
—Por supuesto. Y seguro que tienes otras obligaciones.
Por lo menos algunas de ellas estaban representadas por la alianza que llevaba.
Ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
—Me alegro de que hayas venido, papá. De verdad.
—Yo también me alegro, Talismán. Sí… Bueno, Slater tiene mi número de
teléfono, por si alguna vez me quieres llamar.
Luego le ofreció la mano a Slater y se marchó antes de que ella pudiera decir
nada más.
—¿Talismán? —le preguntó Slater.
Erin respondió sin mirarlo.
—Él solía decir que yo era su amuleto de la suerte, como un trébol de cuatro
hojas. Así que…
Se dijo a sí misma que era absurdo sorprenderse por eso. La primera vez que
habían hablado de que su matrimonio fuera más que de conveniencias lo hicieron esa
noche loca cuando él le había contado su idea y no habían seguido porque ella lo
había rechazado.
Desde entonces, bueno, habían bromeado acerca de los futuros sobrinos de la
tía Hermíone, pero sin concretar nada.
Sabía que debía estar agradecida de que él hubiera decidido instalarla en la
habitación de invitados, pero también, de alguna manera, se sentía extrañamente
decepcionada por ello.
Se desnudó y se puso un camisón de seda. Luego se metió en la cama y
descubrió que esas lujosas sábanas, delicadas y de color crema, de seda y muy poco
prácticas, la hacían resbalar y, cada vez que intentaba colocarse bien la almohada, se
deslizaba también.
Entonces pensó que aquello era ridículo. No se iba a poder dormir, tanto por las
sábanas como por la tensión que la hacía no dejar de moverse. Lo que tenía que hacer
era levantarse, ir la biblioteca y decirle a Slater que, después de todo, no quería
habitaciones separadas.
Se quedó helada al pensarlo. Pero tal vez pudiera decirle que no estaba cómoda
allí. O si no tenía otras sábanas más normales.
Antes de que hubiera decidido lo que le iba a decir, se encontró delante de la
puerta de la biblioteca, abriéndola.
Pero resultó que él no estaba allí.
O Slater había decidido no ver los papeles de Brannagan o se los había llevado a
su habitación.
De cualquier manera, en su vida se había sentido tan sola e,
incomprensiblemente, se le escaparon unas lágrimas. Se dirigió al sillón más cercano,
tal vez si se sentara un rato, se le pasarían esas tontas ganas de llorar.
No fue así e incluso, se puso a sollozar.
Entonces se abrió una puerta que no había visto antes porque parecía formar
parte de las estanterías.
—¿Erin? —dijo Slater cuando apareció.
Llevaba la camisa desabrochada y la corbata suelta. Ella giró la cabeza para que
no viera que había llorado, ya que le resultaría muy difícil explicarle por qué lo había
hecho.
Slater se acercó a ella y se sentó en el brazo del sillón.
—Pobre querida mía. Has tenido más de lo que podías soportar, ¿verdad?
El contacto de los dedos de él apartándole el cabello de la frente la consoló
sorprendentemente. Sorbió y dijo ilógicamente:
—Ni siquiera me has dado un beso de buenas noches.
Capítulo 8
Mucho más tarde, Erin estaba tumbada a su lado, tan relajada que apenas podía
parpadear, observándolo mientras dormía.
Las nubes de lluvia habían desaparecido y la luna brillaba en el cielo,
iluminando levemente la habitación.
Pensó entonces que había hecho la mejor elección de su vida al casarse con ese
hombre, al que amaba…
Entonces desapareció de su cabeza toda la soñolencia.
Ese hombre, al que amaba.
—Vaya una tonta que soy —susurró.
Por imposible que pareciera, no había reconocido el amor hasta que lo había
tenido delante de las narices. En vez de eso, había racionalizado, justificado y
defendido su decisión de casarse con él. Se había dicho a sí misma que estaba siendo
sólida, inteligente y práctica, cuando la verdad era que no había querido nada más
que ser su esposa. Porque lo amaba.
Y, desde el día en que él le había propuesto matrimonio, ella no se había
preguntado cómo sería hacer el amor con él.
Bien, ya no podía echarse atrás en lo que había sucedido, así que tendría que ser
suficientemente inteligente, práctica y sólida como para que no se le notara. No tenía
que descender al melodrama. No tenía que mirar a cada mujer que él conociera
preguntándose si sería esa a la que él podía amar. Y no se le tenían que notar los
celos aunque se pusiera verde por dentro.
Erin supo antes incluso de abrir los ojos que había dormido más de su hora
habitual, pero cuando se sentó en la cama y vio en el despertador que eran más de las
nueve, se quedó horrorizada.
La casa estaba muy silenciosa, pero era normal, Slater le había dicho que tenía
una nueva reunión esa mañana con Bob Brannagan, así que debía haberse marchado
hacía una hora por lo menos.
En el cuarto de baño, apoyado contra el espejo, había un sobre. Contenía las
llaves, el código de seguridad de la casa y una nota.
Voy a la oficina. Tarda todo lo que quieras. Y dale recuerdos a tu madre.
Luego la firma y eso era todo.
Erin se sintió muy deprimida.
Para su madre, sus mejores deseos, para ella… permiso para llegar tarde al
trabajo.
—Pero tal vez ella tenga una lima de uñas —dijo levantando los dedos—,
cuando yo necesito una tan desesperadamente. De paso, Erin, tengo entendido que
he de darte la enhorabuena. Así que hiciste caso de mi consejo y miraste su cartera,
¿no? Por supuesto, incluso entonces, ¿quién hubiera pensado que ya habías hecho el
trabajo?
—Cecile, Slater está muy ocupado hoy, dudo…
—Que intentes muy decididamente hacerme pasar. Bueno, supongo que, si no
puedo hablar con él, bien lo puedo hacer contigo. Te puede merecer la pena si yo
hablo con el senador esta semana, Erin. Ser su compañera de cena estaría bien, pero
me puedo conformar con estar a la misma mesa.
Erin se sintió furiosa por la osadía de esa mujer, pero más todavía por el hecho
de que Cecile supiera que la visita del senador había sido pasada a otra fecha. La
noche anterior no lo había sabido ni el mismo Slater…
—Tendré en cuenta tus deseos cuando planee la lista de invitados —le dijo—.
Pero satisface mi curiosidad, ¿quieres? ¿Qué te resulta tan atractivo del senador?
—Oh, solo que es muy interesante. Y, lo que te he dicho de que te puede
merecer la pena, Erin, tal vez deba decírtelo así, si no me consigues una invitación,
haré que tu vida sea un infierno —dijo Cecile sonriendo fríamente—. ¿Sabes? Ahora
que pienso en ti y Slater, debería haber sido evidente. Su idea de una excitante charla
de almohada es, sin duda, discutir los beneficios y pérdidas en los negocios y, ¿quién
mejor para hacer eso que la pequeña Erin?
A pesar del gran esfuerzo que hizo, Erin notó como se le coloreaban las mejillas.
La noche anterior, en lo último que habían pensado fue en los balances.
—¿Fue tan excitante? —continuó Cecile—. ¿O es que se necesita tan poco para
excitarte? Me alegro por ti, querida. Aquellos que no esperan demasiado, no saldrán
decepcionados.
Luego se dio la vuelta y se marchó.
Erin murmuró una maldición y colocó de nuevo los papeles que había estado
hurgando esa mujer.
Hubiera jurado que Cecile llevaba siempre consigo los útiles básicos para
arreglarse, entre ellos una lima de uñas. ¿Entonces, qué estaba buscando en los
cajones de la mesa de Sarah?
Estaba segura de que la razón real para pasarse por allí no podía haber sido la
fiesta del senador. Esa mujer no era tonta y debía darse cuenta de lo poco probable
que era que Slater la fuera a invitar. Y Erin tenía aún menos razones para quererla
cerca. Por otra parte, la amenaza de Cecile había sido muy indefinida, no como para
tomársela en serio.
Así que, ¿qué era lo que quería en realidad?
Erin tomó una copia de una carta de Universal Conveyer y la metió en su
correspondiente sobre. Sarah había sido muy descuidada al dejarla a la vista. ¿O era
que la había sacado Cecile?
Sarah apareció solo un par de minutos más tarde, con un montón de papeles de
más de medio metro de alto.
—¿Eso son quince copias? —le preguntó Erin.
—Es un gran proyecto —respondió Sarah dejándolos en una esquina de su
mesa—. Me llevará el resto de la mañana organizar todo esto.
Entonces a Erin la asaltó la sospecha. ¿Sería eso lo que había querido encontrar
Cecile? Seguramente no, esos papeles no tenían nada que ver con el trato de
Universal Conveyer. Pero aún así, si había prestado atención en esa fiesta y se había
imaginado lo importantes que podían ser los planes de Brannagan…
—Sarah, ¿se ha pasado Cecile por aquí últimamente?
—No desde la semana pasada. Antes de la fiesta para los Brannagan, creo.
¿Quieres llevarte tu copia ahora mismo?
Erin miró los papeles y pensó que alguien sin experiencia, como Cecile, no
tendría ni idea de qué significaban todas esas cifras y datos.
Entonces se abrió la puerta del despacho de Slater.
—Sarah, ¿quieres…?
Erin lo miró y se sorprendió ante la fuerza de su reacción, y eso que iba como
muchas otras veces, sin chaqueta, las mangas arremangadas y parecía preocupado…
Pero esas otras veces había visto a su jefe. No a su marido. No a su amante. Al
hombre al que amaba.
—Erin —dijo él—. Pasa, por favor.
—Deja que vaya a por mi cuaderno.
—No es necesario.
Una vez dentro de su despacho, le indicó que se sentara y le dijo:
—Seguro que Sarah te ha hablado de lo de Universal Conveyer, ¿no?
—Sí, no me lo puedo creer, pero… ¿No hay ninguna duda?
—¿Te refieres a si estoy seguro de que hemos perdido el trato? Sí. Y también sé
exactamente cuál ha sido la diferencia. No se podría comprar una bolsa de
cacahuetes en el circo.
Erin asintió.
—Supongo que lo primero que querrás saber es dónde se ha producido el fallo.
Slater agitó la cabeza.
—Ya me ocuparé de eso cuando vuelva.
—¿Cuándo vuelvas? ¿Adónde…?
—A Chicago en el primer vuelo, para hablar con la gente de Universal
Conveyer.
—¿Entonces no crees que el trato esté muerto?
—Digamos que quiero asegurarme de que ellos saben con qué gente están
haciendo negocios. Pero mientras tanto, hemos de dar por hecho que Universal
Conveyer está fuera de la foto, así que el proyecto Brannagan se ha hecho incluso
más importante. Mientras esté fuera…
Erin no lo entendió. ¿Cómo podía Slater saber que el proyecto Brannagan estaba
a salvo hasta que descubriera por qué no había sido así el de Universal Conveyer?
Para ella estaba muy claro que esa información había sido robada, así que él debía
darse cuenta de el que esa otra compañía hubiera superado a la baja su oferta no
podía ser un accidente.
¿Por qué quería él aceptar el riesgo de que se pudiera repetir?
Pero no era obligación de ella discutir sus decisiones, así que Erin le dedicó toda
su atención a la lista de instrucciones que él le estaba dando y deseó haberse podido
llevar su cuaderno para tomar nota de ellas.
—Por supuesto, señor.
Slater frunció el ceño.
—Creía que ya habíamos dejado eso.
—Lo siento, se me ha escapado. ¿Pero sabes? Estabas en un plan muy de jefe.
Entonces él se puso cómodo y sonrió por primera vez.
—¿Sí? ¿Cómo está tu madre?
—No estoy segura. Tengo entendido que mi padre se la ha llevado a casa esta
mañana.
—Me pregunto qué pensará de eso su nueva esposa.
—Eso también lo he pensado yo. Luego me di cuenta de lo que me había estado
dando vueltas a la cabeza anoche. Cuando creí que había perdido el anillo de mi
madre. Supongo que lo llevo allí desde hace tanto tiempo que ya ni lo veía en
realidad…
—Así que anoche lo viste y te diste cuenta…
—Hasta esta mañana no me di cuenta de lo que había visto en realidad. El
anillo de boda que llevaba ayer mi padre no brillaba porque fuera nuevo, sino
porque lo había limpiado. Era la pareja del que tengo yo.
—Sigue llevando su alianza —dijo Slater y soltó un largo silbido—. Me
pregunto cuánto tiempo pasará antes de que le pida que vuelva con él.
—Si estás empezando una porra, apúntame en menos de una semana —dijo
ella—. Eso me recuerda que ni siquiera te he preguntado si tú quieres un anillo de
boda.
—Tenías otras cosas en la cabeza. Y no importa, Erin. De verdad.
Luego Slater miró su reloj y añadió:
—Y ahora, he de marcharme.
—A quien más pague por ellos. Y por ahora, parece que es Fritz. Y tú me los vas
a conseguir o yo le diré al jefe lo que pasó con el trabajo de Universal Conveyer.
Erin cerró los ojos dolorida. Lo sorprendente era que, precisamente, no le
sorprendiera nada que el culpable fuera Dax Porter. Lo que le dolía era que su fuente
fuera Sarah.
No fue Cecile la que le proporcionó la información a algún espía empresarial.
Había sido Sarah.
Sarah, que llevaba años siendo la secretaria confidencial de Slater, desde mucho
antes de que Erin empezara a trabajar para él. Sarah, la que lo había cuidado, le hacía
el café y bromeaba con él llamándolo dinosaurio. La que lo había traicionado
proporcionándole información confidencial a las empresas rivales. Parecía como si,
ni siquiera, la estuviera vendiendo, sino que la estuviera dando por el placer de ligar
con Dax, y eso le hizo más daño aún.
—Mira —dijo Sarah—. No puedo hacer nada para conseguirte esos planos.
—Pero tú ya les has puesto las manos encima.
—Y se los he dado a otros.
—Bueno, pues será mejor que pienses en la manera de hacerte con una copia.
—¿O se lo contarás al señor Livingstone? Si intentas arrojarme a los lobos,
estarás admitiendo también tu falta.
—Ten por seguro que no se lo diré delante de testigos. ¿O es que no se te ha
ocurrido que no es necesario presentar una acusación así en un juzgado para
arruinarte? Bastaría con contarlo.
Eso era muy cierto, pensó Erin. Una vez bajo sospecha, una secretaria
confidencial estaba condenada. Por supuesto, por lo que parecía, Sarah se lo merecía,
pero…
—Además, tengo otros planes para mi vida que pasármela haciendo anuncios.
Ya tengo escrita mi carta de dimisión. Tal vez se la lleve directamente al señor
Livingstone y le diga que dejo el empleo porque no puedo soportar la mala
conciencia que tengo al haber sido persuadido por ti para que venda información. O
tal vez no tenga ni que hacerlo. Si Fritz MacDonald dice que has sido tú la fuente de
esa información… Livingstone y él juegan al pádel juntos de vez en cuando, ¿sabes?
En eso Dax tenía razón. Si Fritz MacDonald señalaba a alguien con el dedo, al
parecer por accidente…
Pero eso no iba a suceder, ya que Erin se lo tendría que contar inmediatamente
a Slater.
—Así que, ¿qué va a ser, Sarah? —dijo Dax perdiendo la paciencia—. Necesito
los detalles de ese interruptor, sobre todo, los planos. ¿Me los consigues o tendré que
hablar con Livingstone?
Erin contuvo la respiración.
—Te los conseguiré —dijo la voz de Sarah como si llegara desde muy lejos—.
Pero tardaré un tiempo.
Se produjo entonces una larga pausa, como si Dax se lo estuviera pensando.
—Te daré cuarenta y ocho horas, eso es todo. Y no vayas a creer que he
cambiado de opinión por no venir por aquí. Ya sabes dónde encontrarme cuando
consigas los planos.
Erin lo oyó marcharse y esperó un rato en silencio. Luego se levantó y se acercó
a la puerta entornada.
Sarah estaba sentada tras su mesa, con los codos apoyados en ella y la cara en
las manos.
Erin abrió más la puerta, que chirrió, entonces Sarah la miró con sus grandes
ojos grises asustados.
—Creo —dijo Erin—, que será mejor que entres, Sarah. Tenemos cosas de que
hablar.
Capítulo 9
Sarah se levantó lentamente, como una muñeca mecánica, y la siguió al interior
del despacho de Slater.
Luego se quedó de pie delante de la mesa, sin aceptar siquiera su oferta para
que se sentara.
Erin se sentó tras la mesa y esperó.
Por fin, Sarah dijo:
—No sabía que estuvieras aquí.
—Eso es bastante evidente.
—Tuve que bajar de nuevo al centro de copiado y cuando volví, tu despacho
estaba vacío y el señor Livingstone se estaba marchando, así que pensé que te habías
ido a almorzar. Pero nada de eso importa, ¿verdad? Oh, Erin, ¿qué voy a hacer?
La desesperación que se leyó en su voz sorprendió a Erin. Nunca antes la había
tenido por una buena actriz, ¿pero cómo podía ser sincera esa mujer?
—Yo diría que eso depende de lo que hayas hecho ya. Has estado muy
ocupada, ¿verdad?
Sarah abrió mucho los ojos.
—¿Crees que hice esto a propósito?
—¿Y qué otra cosa voy a creer? Has admitido haberle dado a Dax la
información de Universal Conveyer y has prometido conseguirle los planos del
proyecto Brannagan.
—Tenía que conseguir tiempo. Una posibilidad de pensar algo —dijo Sarah con
cara de pánico y se sentó en el borde de una silla—. No me crees, ¿verdad? Erin, yo
necesito este trabajo, tengo una hija que mantener. No creerás que soy
suficientemente estúpida como para arriesgarme a perderlo, ¿verdad?
Erin no respondió, pero en su mente surgió la duda. Se había dado cuenta de
que no parecía como si Sarah se fuera a beneficiar económicamente de la información
que Dax estaba vendiendo. Así que, ¿por qué lo habría hecho? ¿Por el dudoso placer
de ligar con él? Si tenía en cuenta el riesgo que corría, no merecía la pena en absoluto.
Y no podía odiar tanto a Slater como para ponerse en semejante riesgo…
—Bueno, soy una idiota —dijo Sarah—. Fui demasiado tonta como para ver lo
que estaba sucediendo. ¿Recuerdas la cantidad de veces que se pasaba por aquí Dax
cuando estábamos trabajando en esa oferta? Y sabes por ti misma la cantidad de
preguntas inocentes que hace. Apenas puedo recordar lo que le dije, pero no fueron
más que migajas, pero a él le sirvieron. Y tal vez le pudo echar algún vistazo a los
papeles, Dios sabe que había montones por todas partes. Yo nunca le dediqué ni un
pensamiento, Erin. ¡Se suponía que estaba de nuestro lado!
Erin recordó entonces lo que Dax había dicho de que no se podía permitir
pasarse semanas recogiendo pedacitos de información para luego juntarlos como si
fuera un rompecabezas. Erin había dado por hecho que eso significaba que Sarah lo
había tentado con información, dándosela poco a poco para maximizar sus
atenciones. Pero podía ser igualmente que Sarah le estuviera diciendo la verdad, que
Dax le había sacado esa información sin que ella se diera cuenta.
En ese caso, por supuesto, la inocencia no era una defensa. Se suponía que una
secretaria personal tenía que ser tan confidencial como un abogado, o tal vez un
confesor. No tenían que hablar sin pensar. Nunca tenían que contar los secretos de la
empresa. Así que, si Sarah había hablado, aunque fuera inocentemente, seguía siendo
responsable y tendría que afrontar las consecuencias.
Erin respiró profundamente.
—Por supuesto, voy a tener que contárselo a Slater.
—¿Contarle qué? Yo no he robado información, Erin. Te lo juro. No la he
facilitado. No a propósito. Esto le podría haber sucedido a cualquiera. Quiero decir,
¿Estás tú absolutamente segura de que no se te ha escapado nada? Dax se pasaba
tanto tiempo hablando contigo como conmigo. Debía pensar que merecía la pena y
ahora es dolorosamente evidente que era más que un ligón.
Erin sintió como esa acusación explotaba dentro de su cabeza. ¿Sería posible
que ella también hubiera caído en la trampa de Dax? Sarah tenía razón en eso de que
era un maestro de las preguntas inocentes. Entonces recordó que él le había
preguntado sobre Bob Brannagan el día que almorzó con él en la cafetería. En ese
momento no se lo había tomado más que como un intento de entablar conversación
con ella.
¿Pero cuáles habían sido las respuestas de ella? ¿Se le había escapado alguna
información?
¿Habría traicionado a su marido? ¿Habría fallado a la confianza de Slater?
Si era así, sus actos habían sido incluso peores que los de Sarah. Si una
secretaria tenía que ser discreta, una ayudante personal tenía que ser como una
tumba. Y una esposa…
Para Slater no podría hacer nada peor que dejar que se le escapara información
confidencial. Si ella tuviera un lío, no sería peor, después de todo, la suya no era una
relación basada en el amor, siempre que ella no llegara tarde a una de sus fiestas…
Se dijo a sí misma que la ironía no la iba a llevar a ninguna parte.
Apretó los dientes y trató de recordar esa conversación con Dax. No creía que se
le hubiera escapado nada confidencial. ¿Pero podía estar completamente segura? Dax
no solo era hábil, era diabólico, no solo le había sacado información a Sarah, sino que
también había conseguido que no se le notara que lo estaba haciendo.
¿Había sido solo por suerte que ella no hubiera caído también en su trampa?
Miró a Sarah con mucha más compasión que antes al darse cuenta de lo cerca
que había estado ella también del desastre.
Pero aún así, seguía sin tener una excusa para ella. El daño causado por la falta
de cuidado de Sarah había sido enorme. ¿Podría ella volver a confiar en esa mujer?
¿Y podría Slater?
—Le dijiste a Dax que le conseguirías los planos —le dijo.
—No lo dije en serio, Erin. Solo quería darle largas de alguna manera.
—¿Por qué? ¿Para darte tiempo para pensar lo que hacer?
Sarah estaba muy nerviosa, asintió y añadió casi para sí misma:
—Mi trabajo. Necesito mi trabajo.
—No sé si vas a poder salvarlo. Aún voy a tener que contarle esto a Slater.
Erin se sintió brutal, pero sabía que la única manera de llevar aquello ahora era
con una completa sinceridad.
Sarah la miró directamente, tomó aire y le dijo:
—Por lo menos, deja que sea yo quien le cuente lo que ha sucedido.
—Seguramente él pensará que, como sabes que la verdad va a salir a la luz,
estarás tratando de limitar los daños explicando lo mejor posible tus actos.
—Bueno, ¿y no es eso exactamente lo que estoy haciendo? Es la única
posibilidad que tengo, Erin. Si le puedo explicar lo que pasó, hacer que crea que
realmente no lo ha hecho queriendo…
Erin no creía que fuera a servir para nada, pero Sarah tenía razón en una cosa,
su única posibilidad con Slater era una explicación completa y sincera. Por lo menos,
así era posible que él la dejara seguir trabajando en la empresa aunque seguramente
en otro puesto. Si no fuera así, Sarah no solo se quedaría sin trabajo, sino que
también sin referencias que la ayudaran a conseguir otro en alguna otra empresa.
Y, fuera cual fuese el resultado, para Erin, la falta de cuidado no se merecía el
mismo castigo que una acción deliberada.
—Cuanto antes, mejor —dijo Sarah con voz temblorosa—. Tan pronto como el
señor Slater vuelva de almorzar…
—No se ha ido a almorzar. Ha ido a Chicago para tratar de salvar lo que pueda
del trato de Universal Conveyer. ¿No te lo ha dicho?
—Solo lo vi un momento en el pasillo. ¿Cuándo volverá?
—No lo sé. Dijo que trataría de hacerlo a tiempo para la visita del senador.
—Pero eso será el jueves por la noche. Después… Horas más tarde del tiempo
que me ha dado Dax. Incluso puede que él lo vaya a buscar al aeropuerto para
contárselo. Y lo hará, aunque solo sea para hacérmelo pagar.
—Llamarlo por teléfono…
Pero Erin se dio cuenta de que lo mejor era hablar cara a cara, era la única
esperanza de Sarah. Además, no sabían en qué hotel se iba a quedar Slater.
Y sería una terrible ironía llamarlo a Universal Conveyer para decirle lo que
había causado el problema que estaba tratando de resolver.
—Mientras tanto, he de detener a Dax —dijo Sarah—. No solo por mí, Erin. No
sé de dónde más está sacando cosas, pero se me acaba de ocurrir que puede que yo
no sea su única fuente de información. Si le digo que no le voy a dar los planos o que
no puedo siquiera conseguirlos…
—¿Crees que los podrá conseguir de alguna otra manera?
—¿Por qué no? Si cree que no los puede conseguir por mí, ¿por qué no va a
intentar alguna otra forma? Erin, hay quince copias de esos planos rodando por todo
este edificio. Los he dado yo misma en mano.
Erin sintió ganas de vomitar.
—Dax no me ofreció dinero por ellos —continuó Sarah—. Y lo hizo porque,
para que yo le siguiera dando información, tenía que mantenerme en la inopia. Y
estoy segura de que sigue prefiriendo conseguir la información por mí porque me
tiene tan atrapada que sabe que no tendrá que pagarme por ella. ¿Pero y los demás?
Si les ofrece suficiente dinero…
—Esos planos deben valer más de un millón de dólares para Fritz MacDonald.
—Si soy la causa de que se estropee otro trato, me mataré —dijo Sarah al cabo
de un momento.
—No, no lo harás.
—Me alegro de que estés tan segura de ello.
—Quiero decir que tenemos que pararlo.
—¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Recogiendo las quince copias? Por lo que
sabemos, pueden haberse sacado ya montones de copias más. Además, los ingenieros
las necesitan. No tienen todo el tiempo del mundo para llevar a cabo este proyecto…
Erin agitó la cabeza.
—Le daremos a Dax exactamente lo que ha pedido —dijo sonriendo—. Los
planos de Brannagan. No los de verdad, por supuesto, solo una copia alterada en lo
esencial.
Pero eso era más fácil de decir que de hacer, por lo que la misma Erin se dio
cuenta poco más tarde.
Las alteraciones en sí mismas fueron bastante simples. Los planos no solo eran
complicados, sino que muy poco ordenados. Estaba claro que habían trabajado en
ellos varios equipos por turnos, algunos habían usado ordenadores y otros habían
hecho correcciones y alteraciones a mano y nadie se había tomado la molestia o el
tiempo de ponerlos en limpio en la versión final. Así que resultaba fácil añadir y
quitar cosas sin que se notara que habían sido cambiados o por quién.
Pero lo difícil era saber lo que había que cambiar o borrar. Ni Erin ni Sarah eran
ingenieros. Pero aún así, sus conocimientos, después de todo lo que habían hablado
de ese proyecto, debían de ser mucho mayores que los de Dax, que era a quien tenían
que colarle ese engaño. Así que, mientras la cosa no fuera demasiado evidente, el
plan funcionaría.
Por lo menos, así podrían conseguir unas horas más de plazo. Erin esperaba
que eso fuera suficiente para que Slater volviera y Sarah pudiera hacer su confesión.
Luego, él podría decidir lo que iba a hacer con Sarah, Dax y Fritz MacDonald.
Cuando terminaron, Erin se sintió muy satisfecha con los resultados. Le parecía
que incluso alguien con experiencia en leer planos tendría problema en sacar algo en
limpio de aquellos. O, quizá más importante, en darse cuenta de que no tenían
sentido en absoluto.
Con un poco de suerte, La gente de Fritz MacDonald no se daría cuenta de que
habían sido engañados hasta mucho después de que el proyecto Brannagan estuviera
tan adelantado que no podría causar ningún daño. Entonces, seguramente,
guardarían silencio en lugar de admitir que había cometido espionaje industrial.
Y con otro poco de suerte, Sarah podría confesar y tal vez mantener su trabajo,
ya que, después de todo, había colaborado en salvar el proyecto Brannagan.
Y con un poco más, Slater nunca llegaría a saber que Erin había tenido algo que
ver en todo aquello.
Erin estaba terminando de arreglar el centro de mesa para la cena del senador
cuando entró Jessup para recordarle la hora que era.
—¿El señor Livingstone no ha llegado todavía?
—Posiblemente esté en un atasco. Solo faltan unos minutos para que lleguen los
invitados, señora Livingstone.
—Ya lo sé. Solo esperaba.
Cuando subió al dormitorio principal, Erin no pudo evitar acordarse de la
última cena, cuando Jessup la había enviado a prepararse al dormitorio de invitados
para ocupar el lugar de Cecile. Qué diferentes eran ahora las cosas, y aún así, seguían
siendo básicamente iguales.
Se estaba poniendo el mismo vestido de la boda cuando Slater entró en la
habitación.
Pensó que parecía cansado, como si el viaje no hubiera tenido mucho éxito. Pero
aún así, era el hombre más atractivo que había visto en su vida.
Él ni siquiera le dijo hola, solo se colocó tras ella delante del espejo.
—Ya sé que te dije que me gusta ese vestido —le dijo y la besó en la nuca—.
Pero eso no significa que sea lo único que te puedes poner.
—No he tenido tiempo de ir de compras.
había sido su padre quien le había enseñado la habilidad de los políticos para caer
bien a todo el mundo, lo había hecho muy bien.
Inexplicablemente, Erin se sintió francamente celosa cuando la chica miró hacia
la puerta con un inequívoco interés en la mirada.
A Erin no le cupo la menor duda de a qué estaba mirando, ya que oyó a Slater
en la puerta. Él se acercó a donde ella estaba sentada y le puso una mano en el
hombro. Erin lo miró sintiéndose orgullosa de que fuera suyo, dispuesta a hacer las
necesarias presentaciones.
Entonces vio la fascinación en sus ojos al ver a la hija del senador. Ciertamente,
a ella nunca la había mirado así…
Fue como si el corazón se le cayera al suelo.
Ella misma le había dicho que alguna vez encontraría a una mujer a la que
amar, pero realmente nunca se había creído que eso pudiera suceder o, de alguna
manera, se había esperado ser ella esa mujer.
Pero la forma en que él miraba a Katrina le indicó que era muy posible que no
fuera así.
Unos minutos más tarde, dejó su copa de vino y dijo:
—Creo que ya es hora de que bajemos a la fiesta.
El senador dejó también su copa, pero Katrina no pareció oír nada, estaba
sentada muy tiesa, con su copa sin tocar en la mano, mirando a Slater. Él parecía
como si nunca antes hubiera oído hablar de que iba a haber una fiesta.
El senador se rió.
—No te sientas mal —le dijo a Erin—. Pasa siempre, la gente se queda tan
embelesada con Katrina que se olvida de todo lo demás. No quisiera ser presumido,
pero mi hijita…
«Está seduciendo a mi marido», deseó decir Erin. «Y se merece que la azoten
por ello».
Se mordió la lengua y se dijo a sí misma que esa no era forma de sobre llevar los
celos.
Una vez en la fiesta, el senador fue presentado a todo el personal directivo de la
empresa y luego Erin se empezó a ocupar de que todo fuera bien en ella.
Poco después, vio como Katrina aceptaba una copa de Slater. Erin vio como sus
manos se rozaban, como la chica agitaba las pestañas. Y vio a Slater sonriendo a
Katrina con una calidez que hizo que le doliera el corazón.
A su lado, Dax Porter también los estaba observando. A Erin no le extrañó verlo
allí, aunque se necesitaba mucha osadía para aparecer en una fiesta de la compañía
cuando se estaban robando secretos de ella. Erin sospechó que, a pesar de lo que le
había dicho a Sarah acerca de sus planes a largo plazo, que ese hombre no tenía
intenciones de dejar su trabajo en la empresa siempre y cuando pudiera ponerle las
manos encima a secretos que se pudieran vender.
Y, sin esperar siquiera una reacción por parte de él, se alejó de allí y se dirigió
hacia el grupo de invitados más cercano.
La velada ya había terminado por fin, pero aún entonces Slater no parecía con
ganas de que terminara, ya que insistió en bajar a acompañar al senador y Katrina.
Erin le dijo a Jessup que la limpieza podía esperar y se retiró al dormitorio
principal.
Dejó caer al suelo el vestido y se sentó para cepillarse el cabello, tratando de
controlarse. Pronto aparecería Slater por la puerta y ella tendría que comportarse
como una buena esposa de conveniencia. Debía sonreír y hablarle animadamente y
preguntarle por cómo le había ido con los de Universal Conveyer.
No debía dejar que sospechara nada de las deprimentes noticias que se
encontraría al día siguiente en la oficina. No debía ponerse sarcástica acerca de
Katrina. Y si Slater quería hacer el amor esa noche, no debía preguntarse si lo hacía
pensando en la hija del senador.
Y sabía que eso sería imposible.
Apagó la luz y, cuando él entró, ella se hizo la dormida.
Slater cerró suavemente la puerta y empezó a desnudarse. Luego se tumbó a su
lado, mirándola. Suspiró y le acarició el cabello para luego volver a tumbarse en su
almohada.
Erin apretó los puños. Le había acariciado la cabeza como lo haría con una
mascota, pensó. Una que hubiera hecho lo que se esperara de ella.
Bien, Erin. Lo has hecho perfectamente. Ahora siéntate y espera hasta que te
vuelva a desear.
Y ella lo haría. Esperaría y lo haría lo mejor que supiera en todo lo que él le
pidiera, porque lo amaba.
Y si algún día, tal vez pronto, él ya no la deseara más…
Esa mañana fue Erin la primera en llegar a la oficina. Se había esperado que
Sarah estuviera ya allí, esperando, pero no solo no estaba, sino que todo demostraba
que no había llegado todavía. ¿Se habría acobardado? ¿Habría puesto en la balanza
las posibilidades que tenía con Slater y habría decidido que no podía hacer más que
renunciar al trabajo y no humillarse suplicando por él?
Pero cuando Erin estaba llenando la cafetera que había en el despacho de Sarah,
esta apareció, pálida y ojerosa.
—¿Ha llegado ya el señor Livingstone? —preguntó.
Erin agitó la cabeza.
—Ya se había ido cuando me levanté. Pero me dejó una nota diciendo que iría
al gimnasio y que llegaría un poco tarde esta mañana.
Sarah hizo una mueca de insatisfacción.
Erin supo perfectamente lo que estaba sintiendo Sarah, mitad alivio y mitad
decepción. Eso mismo fue lo que sintió ella cuando se despertó y se encontró sola en
la cama.
—Media hora más o menos no tendrá importancia —dijo Erin.
—Ya lo sé. Es solo que me había preparado para ello.
—¿Un café? Eso puede que te haga sentir mejor.
—Puede. Aunque ni el arsénico podría hacer que me sintiera peor. Tener que
enfrentarme a él con lo que he hecho…
Erin sabía que nada de lo que ella dijera podría ponerle más fáciles las cosas, así
que se sirvió un café y fue a meterse en su despacho.
En ese mismo momento, las dos oyeron los pasos en el pasillo. Unos pasos
firmes, decididos, definitivamente masculinos.
Y enfadados, pensó Erin. Pero qué…
Su mirada se encontró con la de Sarah y de repente, lo entendieron todo.
La nota de Slater decía que había ido al gimnasio y Erin no había pensado más
en ello. Pero era allí donde jugaba al pádel con Fritz MacDonald de vez en cuando.
Slater bien podía haber ido a verlo esa mañana, no para jugar, sino para hablar de
Universal Conveyer.
Y si lo había encontrado, Slater podía haber averiguado muchas cosas.
Erin se preparó para lo que se le podía venir encima y se metió en su despacho,
desde donde estaría fuera de la línea de visión de Slater, pero estaría lista para salir
en defensa de Sarah explicándole lo que había sucedido y lo que habían hecho.
Pero no fue la voz de Slater la que oyó, sino la de Dax y, con sus primeras
palabras, Erin se quedó helada.
—¡Maldita sea, Sarah! —dijo—. No funciona.
Erin se obligó a quedarse donde estaba. Dax no la podía ver allí y toda su
atención estaba centrada en Sarah. Agitó delante de la cara de Sarah un grueso
montón de papeles, los planos de Brannagan que le había dado el día anterior.
—No deberías haber venido aquí, Dax —dijo Sarah agitadamente.
—¡Hay que ver lo estúpida que puede ser una mujer! ¿Es que no lo entiendes?
Esto no funciona.
Erin dio un paso adelante.
—Baja la voz, Dax. Te va a oír toda la planta y tendrás a los de seguridad detrás
de ti en menos de dos minutos.
Él se dio la vuelta y la miró.
Capítulo 10
El corazón se le cayó a los pies a Erin. Estaba claro que Slater no necesitaba
ninguna explicación de lo que estaba pasando, a pesar de que Dax no había sido
nada específico, Slater había ido al corazón de la materia. No se le notaba nada
sorprendido y solo como triste. Evidentemente, no solo sabía que los planos de
Brannagan estaban en malas manos, sino que también sabía exactamente quién los
había puesto allí.
E iba a pensar que ella estaba metida hasta el cuello en ello. Cosa que, por
supuesto, era cierta. Le había salido el tiro por la culata en su intento de minimizar
los daños. En vez de con un cañón descargado, de repente se estaban enfrentando
con una cabeza nuclear enloquecida.
Miró a Sarah que solo parecía confusa. Luego su rostro se puso incluso más
pálido y Erin giró la cabeza justo cuando dos hombres uniformados de seguridad
aparecieron en el pasillo.
Sarah se agarró al respaldo de su silla como si fuera eso solo lo que la impidiera
caer al vacío.
«Allá vamos», pensó Erin.
Slater levantó una mano y los dos hombres se detuvieron, luego él avanzó hacia
Dax.
—¿Y bien? —dijo—. Seguramente no serás tan tonto como para haber pensado
que Erin y Sarah te iban a dar los planos de verdad.
A Erin se le volvió a detener el corazón. Se dijo a sí misma que todo iba a ir
bien. Porque, por supuesto, eso era exactamente lo que había sucedido. Slater debía
haberse dado cuenta inmediatamente de que los planos de Dax habían sido
saboteados.
Salvo que… No podía saberlo.
Probablemente podría suponer lo que ella había hecho, pero no podía estar
seguro. No había ninguna evidencia, ella misma se había asegurado de ello.
Aunque pusiera patas arriba su despacho, cosa que no había podido hacer, no
habría encontrado otra copia de los planos que la suya, la de verdad.
Y aquella en la que ellas dos habían hecho los cambios había sido destruida. Y
la de Dax, la tenía él en la mano y no la habían perdido de vista desde que entró.
Así que Dax si no estaba seguro de lo que habían hecho, ¿estaba simplemente
echándose un farol cuando dijo que los planos no eran los de verdad?
Erin no lo creía, la nota de autoridad de su voz indicaba que no se estaba
tirando ningún farol.
Además, había otra explicación mucho más inteligente de lo que había dicho,
que estuviera diciendo simplemente la verdad.
Los planos de Dax no servían para nada, pero tal vez no fuera por los cambios
que había hecho en ellos Erin, sino por otra cosa.
Aún estaba pensándolo cuando Slater se lo confirmó.
—Lo que tienes ahí, Dax, son los planos preliminares, unos que no incorporan
las innovaciones finales y más importantes que hacen únicos eso interruptores. Y, por
supuesto, antes de sacar a la luz esas copias, me aseguré de que hubieran unas
pequeñas, digamos correcciones, en ellas.
Así que era por eso por lo que los planos le habían parecido un borrador, pensó
Erin, porque lo eran.
Pero eso significaba que Slater no había confiado en nadie, ni siquiera en ella, su
mano derecha, su ayudante personal, cosa que, extrañamente, la deprimía.
Slater hizo pasar a los hombres de seguridad y dijo:
—Porter, estos caballeros lo acompañarán a la salida. Se le enviarán a casa el
finiquito y sus pertenencias personales. No vuelva a poner los pies en esta empresa
nunca más.
La respuesta de Dax la sorprendió. Por supuesto, ella había oído anteriormente
palabrotas semejantes, pero nunca con tanto veneno incluido.
Slater retrocedió un paso para hacer sitio a los de seguridad, así que el puño
que había lanzado Dax se quedó corto. Erin trató de gritar, pero tenía la garganta
demasiado seca. Estaba claro que Slater se había esperado algo semejante, ya que
desvió el golpe con una mano y lo hizo soltar los papeles, que cayeron al suelo y se
desparramaron por él.
Dax los miró por un momento y luego se volvió como si lo hubiera abandonado
toda la energía, los guardias de seguridad lo agarraron por los brazos y se lo
llevaron.
Slater cerró la puerta y dijo:
—Creo que ya hemos aireado bastante este asunto. Erin, a mi despacho. Ahora
mismo.
—Pero yo…
Sarah se adelantó valientemente.
—Señor, tengo que hablar con usted.
—Tú serás la siguiente. Mientras tanto, recoge eso, no vaya a caer en otras
malas manos. Erin, estoy esperando.
Parecía un desconocido, su voz sonaba de una manera que no la había oído
antes.
Una vez dentro, le indicó que se sentara, pero como Sarah en su momento, Erin
prefirió seguir de pie.
—Así que tú también estabas en esto…
Erin no lo podía negar y sabía muy bien que él no escucharía toda la explicación
en ese momento, lleno de ira, así que no dijo nada.
—No me extraña que pasaras tanto tiempo por las esquinas la otra noche en la
fiesta, con Dax, con Sarah, y cualquiera sabe con quién más —continuó él lleno de
furia—. ¡Maldita sea, Erin! Yo sabía que la fuente de esas informaciones debía estar
cerca de lo más alto. Había demasiadas cosas que no las podía saber nadie más. Pero
pensar que tú…
—No esperes que me crea que estás sorprendido —dijo ella—. Tú sospechaste
de mí, Slater, si no, no habrías cambiado esos planos a mis espaldas.
—Sospechaba que cualquiera, tal vez tú, tal vez Sarah, estaba siendo
descuidado. Fue por eso por lo que decidí no contarle a nadie lo de esos planos
falsos. Pero ni en mis peores pesadillas pensé que fuera algo intencionado. La idea de
que tú…
Ella abrió la boca para explicarse, para defender tanto a Sarah como a sí misma,
pero se dio cuenta de que no serviría de nada. ¿Por qué la iba a creer cuando tenía la
evidencia de lo contrario delante de sus ojos? ¿Por qué iba a creerla Slater después de
todo lo que le acababa de oír decir a Dax?
Y aunque algún día la escuchara, ¿volvería a confiar en ella de nuevo? Si no
había tenido fe en ella incluso desde antes de esa calamidad, ¿cómo podía ella
esperar que esa herida cicatrizara algún día?
Había actuado con la mejor intención del mundo, por supuesto, para ahorrarle
dolor a él y evitar que Dax se hiciera con los planos reales de alguna otra manera,
para darle tiempo a Slater para que eliminara ese fallo de seguridad de una vez por
todas, para darle a Sarah alguna posibilidad de salvar su puesto de trabajo…
Pero al tratar de ayudar, Erin no solo había sacrificado su estatus profesional,
sino que le había causado una herida mortal a su ya problemático matrimonio.
—¿Por qué lo hiciste, Erin? ¿Por dinero? ¿O solo por simple diversión? ¿Tal vez
por el supuesto encanto de Fritz MacDonald?
Ella agitó la cabeza.
—Seguramente que no por Dax. No puedes haberte imaginado estar enamorada
de ese…
—¡No! —gritó ella.
Deseó poder decirle que había cometido un error, pero que lo había hecho
porque lo amaba. Sin mirarlo directamente añadió:
—¿Te importa si recojo yo mis efectos personales, Slater? ¿O prefieres que lo
haga el personal de seguridad y que me lo manden luego?
Él se dejó caer en su sillón y se presionó con los dedos el puente de la nariz.
Erin se dio cuenta entonces de que esa era toda la respuesta que iba a conseguir
de él.
Se quitó los anillos y los dejó sobre su mesa.
Caminó sin saber a dónde y trató de no pensar. Era media tarde cuando se
encontró caminando por una zona de tiendas de antigüedades, cerca de Control
Dynamics, cerca en la distancia, pero a millones de kilómetros emocionales.
Entonces pensó que era mejor que empezara a tomar algunas decisiones. No
tenía más ropa que la que llevaba puesta, más dinero que un par de dólares en el
bolsillo, ninguna identificación ni tarjetas de crédito. Y ningún sitio a donde ir a
pasar la noche.
Podía irse a casa. No a la de Slater, sino a la suya anterior, ya que seguía siendo
la dueña oficial y sabía que siempre sería bienvenida por su madre. Pero ese era
parte del problema, que su madre estaba allí y la atosigaría a preguntas que no tenía
ganas de contestar, ya que lo que ella realmente quería era estar sola.
Y, por si fuera poco, tendría también que enfrentarse a su padre. Cada vez que
había llamado a su madre había sido él quien había contestado al teléfono y, como no
les había contado apenas nada de su matrimonio, no se iba a poner a explicarles
ahora todo lo que había sucedido. Seguramente se dedicarían a regañarla, con razón,
pero no le apetecía nada.
¿Por qué no se habría llevado por lo menos el bolso? Con una tarjeta de crédito,
podría ir a un hotel y comprar cosas de primera necesidad.
Era inevitable tener que volver a casa de Slater a recoger algo de ropa y el par
de cientos de dólares que guardaba para emergencias.
Y mejor que lo hiciera pronto, antes de que él volviera a casa.
Cuando abrió el portal pensó que, tal vez él hubiera llamado para advertirle al
portero que no la dejara pasar, pero el hombre se limitó a saludarla como siempre.
Por supuesto, se había dejado la llave de la casa en el bolso y, el bolso estaba en
la oficina, así que llamó a la puerta pensando que tal vez él a quien había llamado era
a Jessup.
—Señora Livingstone… —dijo Jessup cuando abrió la puerta.
—Solo he venido a por mi ropa, Jessup. Eso es todo. No me importa si me haces
tú la maleta o vigilas mientras la hago yo, para asegurarte de que no me llevo nada
que no sea mío. Si quieres, esperaré aquí hasta que la hayas hecho. Solo quiero mis
cosas.
—Por supuesto —dijo Jessup y se apartó—. Pero no es necesario que yo la
vigile.
—Preferiría que lo hicieras. Solo para que quede claro lo que me llevo.
No quedaba nada ya de la fiesta de la noche anterior, ni siquiera el rastro del
perfume de Katrina.
Erin se dirigió al dormitorio y empezó a meter ropa en una maleta
desordenadamente.
—¿Desea que le traiga una taza de té, señora Livingstone? ¿Algo de comer?
Erin no había comido nada desde el desayuno, pero no tenía nada de hambre,
así que sonrió y dijo:
—Un té estará bien.
Encontró el dinero en su cajón y se lo metió en el bolsillo, luego siguió haciendo
la maleta.
La puerta se abrió entonces y supo que Jessup le llevaba el té.
—Gracias, Jessup. Déjalo en la mesa, por favor. ¿Sabes si han traído de la
lavandería mi blusa de seda color marfil?
—No tengo ni idea —dijo la voz de Slater.
fatal por lo que hizo. Yo esperaba que, cuando Fritz MacDonald se diera cuenta de
que los planos eran falsos, Dax perdería credibilidad con la gente a la que le estaba
vendiendo información y ya no confiarían más en él.
—¿Y ni siquiera me lo ibas a decir?
—Por supuesto que te lo habría dicho. Tan pronto como volvieras a casa. Pero
pensé que sería mejor que lo hiciera Sarah. Y mientras tanto, alguien tenía que hacer
algo para parar a Dax.
El rostro de él permaneció imperturbable mientras Erin seguía hablando.
—Pensé que evitar que le pusiera las manos encima a los verdaderos planos
podía ser la forma de que Sarah arreglara su error. Porque fue un error, Slater. Solo
un error.
—¿Sabes? —dijo Slater por fin—. La verdad es que no has respondido a mi
pregunta. ¿Por qué no me contaste esta mañana que habías cambiado los planos?
—¿Me habrías escuchado?
Él no lo admitió, pero tampoco se lo discutió. Se limitó a respirar
profundamente y luego le preguntó:
—¿Crees que debería darle otra oportunidad a Sarah?
—No tengo nada que decir al respecto, señor.
—Maldita sea, Erin, ¿quieres dejar eso ya?
—¿Y qué importancia tiene como te llame? Y si te sirve de ayuda…
—¿Qué?
—No importa. Como te estaba diciendo antes de que me interrumpieras, mi
juicio no es como para tomarlo como modelo últimamente.
—En eso estoy completamente de acuerdo. Esta mañana ni siquiera te llevaste
tu bolso.
—¿Y qué?
—Mientras yo te gritaba, tú te limitaste a quedarte mirando al río por la
ventana. Y luego le diste la espalda a todo, como si no te importara más, y te
marchaste.
—Yo no…
—¿No sabes lo que pensé entonces, Erin?
—¿Qué me iba a tirar al Mississippi? —dijo ella agitando la cabeza—. No estaba
pensando tan claramente como para tomar una decisión tan drástica.
—Normalmente, eso no detiene a un suicida.
—Aunque te habría venido muy bien tener mi muerte en la conciencia.
—Sí, así es —dijo él como si le doliera—. Te grité, Erin. te acusé. No te habría
escuchado. Te hice marcharte. Y nunca habría podido decirte que te amo.
ni siquiera a mí misma. Esa fría propuesta tuya, la idea de tomarte la vida como un
trabajo, me asustaba.
—Hablando de trabajos y sustos, creo que tienes razón en que Sarah se ha
llevado el susto de su vida.
—¿Le vas a dar una segunda oportunidad?
Slater asintió.
—Y me alegro de verdad de que no te llevaras las cosas de tu despacho, ya que
mañana vas a tener cosas más importantes que hacer que ponerlo todo en su sitio de
nuevo. No solo hemos de construir los interruptores de Bob Brannagan, sino también
los controles de Universal Conveyer.
Erin lo abrazó más fuertemente.
—¿Lo lograste?
—Fritz no es tonto y no le gusta tratar con traidores. Además, vamos a estar
ocupados. Eso a no ser que quieras meterte en el departamento de ingeniería.
—¿Por qué?
—Porque esas pequeñas innovaciones que hiciste en la copia de los planos de
Dax son realmente muy interesantes.
—Estás de broma, ¿verdad?
Slater agitó la cabeza.
—Probablemente no lleven a nada, por supuesto. Pero me han hecho empezar a
pensar en una dirección completamente nueva, y si has dado realmente en el clavo,
los beneficios que te producirán dejarán por el suelo los pendientes de zafiros.
Erin susurró:
—El único beneficio que quiero eres tú.
Luego echó atrás la cabeza invitándolo a que la besara.
Después de un rato, él le dijo:
—Eso se puede arreglar. De paso, si me vuelves a llamar señor alguna vez…
—¿Sí? ¿Qué me vas a hacer?
—Para empezar, esto.
Erin creía que la habían abrazado fuertemente antes, pero se equivocaba. Y la
forma en que él la besó no fue ni cariñosa ni tentativa, fue el beso de un amante
ansioso y prometía delicias increíbles.
Varios minutos más tarde, se separaron para tomar aire.
—¿Y bien?
—Ya veo lo que quieres decir —logró decir Erin—. Y, por supuesto, yo siempre
haré lo que me pidas… señor.
Fin