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Una cuestión de negocios

Leigh Michael
10º Serie Multiautor “Casarse con el jefe”

Una cuestión de negocios (2001)


Título Original: The corporate wife (2000)
Serie Multiautor: 10º Casarse con el jefe
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1604
Género: Contemporánea
Protagonistas: Slater Livingstone y Erin Reynolds

Argumento:
Erin no sabía si había tomado la decisión correcta. El atractivo y adinerado
Slater Livingstone le había propuesto matrimonio y ella, la sencilla Erin
Reynolds, ¡le había dicho que no!
Como ayudante personal de Slater, Erin ya era el equivalente a una esposa
de conveniencia: le organizaba la agenda, entretenía a sus clientes,
mantenía en orden su vida... Pero eso no era base suficiente para un
matrimonio de verdad. Entonces, ¿por qué Erin deseaba haber dicho que sí?
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Capítulo 1
Erin colgó el teléfono y tomó el impreso amarillo que su secretaria le había
dejado sobre la mesa.
—Sarah, ¿podrías conseguir cuatro entradas para la función del jueves del Lago
de los Cisnes en el Forest Park? La secretaria del senador dice que a él le apetece ver
ballet al aire libre. Jessup ha llamado para lo de las flores, ¿no? ¿Qué no eran?
—Frescas, supongo —dijo su secretaria—. No ha entrado en detalles. Yo le dije
que no podías hablar con él en ese momento sobre la cena porque estabas al teléfono
organizando lo siguiente y se limitó a suspirar.
Erin sonrió.
—Ha suspirado mucho últimamente, ¿no? Lo llamaré. Supongo que no debería
haberle dado una segunda oportunidad a esa floristería después de la última vez.
—¿Cuándo enviaron ese centro de mesa que hubiera estado mejor en un funeral
que en una cena? Incluso las flores pochas son un avance en comparación con eso —
dijo Sarah—. También ha preguntado el señor Livingstone si no te podrías pasar por
su despacho cuando tengas un minuto, y Cecile Worth quiere hablar contigo.
Erin ya había tomado de nuevo el teléfono y lo apartó un poco de la oreja.
—¿Qué Cecile «La Magnífica» quiere hablar conmigo? ¿No con el señor
Livingstone?
Únicamente cuando vio la sonrisa de su secretaria se dio cuenta de que no solo
había imitado el apodo que Sarah le había puesto a esa mujer, sino también su
irónico tono de voz.
—Él ha dicho que no le pasen ninguna llamada durante el resto de la tarde. Y
ahora que lo pienso, ella ni siquiera ha querido hablar con él, solo contigo.
Erin agitó la cabeza. ¿La última y más brillante conquista de Slater Livingstone
queriendo hablar con ella, Erin Reynolds, su simple ayudante personal?
Le parecía muy raro.
—¿Tienes su número de teléfono?
—No lo necesitas, está en la línea.
—¿Has dejado esperando a Cecile Worth?
—No ha sido cosa mía exactamente. Le dije que podrías tardar un poco en estar
libre, pero insistió en esperar.
—No es una buena señal —dijo ella pulsando el botón correspondiente—.
Señorita Worth, lamento haberla hecho esperar.
—Oh, no te molestes en disculparte, Erin, querida. De todas formas, estoy aquí
sentada, haciéndome la manicura mientras esperaba. Una manicura completa.

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La indirecta de que la habían hecho esperar demasiado estaba muy clara, pero
la mujer continuó.
—Pero no pasa nada. Con respecto a la fiesta de esta noche…
«Ya era hora de que lo preguntaras», pensó Erin. «Sobre todo teniendo en
cuenta que eres la anfitriona».
—Espero que los invitados no vayan a ser tan aburridos como los últimos.
Los últimos invitados de Slater Livingstone habían incluido a un premio Nobel
en física y su esposa, también física. A Erin le habían parecido una pareja
encantadora, pero evidentemente, Cecile tenía una definición distinta de lo que era
interesante.
—Por este largo silencio doy por hecho que son de la misma clase, ¿no? —dijo
Cecile—. No, no te molestes en responder. Tampoco en decirme que son excitantes
cuando sabes perfectamente que no lo son. Pero, por lo menos, podrías hacerme el
favor de convencer a Slater de que se los lleve a otro sitio que no sea a esa casa
abigarrada que tiene. Por lo menos, un cambio de escenario no estaría mal.
Abigarrada no era como ella llamaría a la casa de Slater Livingstone, pero sabía
que no iba a hacerla cambiar de opinión, así que apretó los dientes y guardó silencio.
—Si, por lo menos, fuéramos a un club, podríamos bailar, divertirnos y hablar
con otra gente.
—Es por eso exactamente por lo que las fiestas del señor Livingstone tienen que
ser privadas, señorita Worth. En esa clase de eventos la conversación puede ser muy
importante, y no de la clase que se puede mantener en un lugar público, donde
cualquiera la puede oír.
—Entonces, él debería mantener los negocios en su despacho y dejar las noches
para divertirse. Si es que sabe lo que es eso.
Aunque Erin no estaba dispuesta a admitirlo, a veces se preguntaba si la
innegable preocupación de Slater Livingstone por su negocio no sería la razón por la
que encontraba tan atractiva a Cecile, con su aire de brillante sofisticación. La mujer
le proporcionaba todo un contraste, eso era seguro.
Pero no era cierto que él no se divirtiera nada. Slater jugaba al pádel de forma
regular y al golf lo suficientemente a menudo como para tener un hándicap bastante
bajo, aunque Cecile podría decir seguramente que, habitualmente, él jugaba con
clientes, socios o, incluso rivales en los negocios, por lo que esos juegos no eran
realmente cosa de placer.
—En lo único que se interesa, además de en los negocios, es en sus polvorientos
libros viejos —dijo Cecile—. ¡Vaya una afición!
Erin trató de que no se le notara la sonrisa. Algunos de esos polvorientos libros
viejos habían sido enviados a la oficina la semana anterior, por lo que había podido
ver un par de ejemplares, primeras ediciones muy raras y la copia manuscrita de una
novela bastante conocida.
Cecile seguía hablando, pero más para sí misma que para Erin.

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—Solo un fin de semana en Nueva York, eso es todo lo que quiero.


«Puede que por el momento solo sea eso», pensó Erin. «Pero la cosa no acabará
ahí».
—Por supuesto, no me va a llevar. Ese hábito molesto que tiene de esperar que
yo me acomode a sus planes, todo el tiempo, mientras que no hace nunca lo que
quiero yo…
Erin ya había oído bastante, esa conversación no solo no tenía sentido, sino que
esa mujer se estaba pasando con sus acusaciones.
—Me sorprende entonces que siga con él, señorita Worth —dijo.
La mujer se rió.
—¿De verdad? Bueno, querida, échale un vistazo no solo a él, sino también a su
cuenta corriente y te darás cuenta de lo que te estoy hablando. Mira, mañana
mandaré una lista de invitados míos, así que la próxima vez que organices una de
esas aburridas fiestas, podrás incluir a algunas personas que no estén a punto de ser
embalsamadas, ¿de acuerdo?
Erin se mordió la lengua para no contestar, pero no fue necesario porque Cecile
ya había colgado.
Pensó que lo peor de todo aquello era que podía entrar en el despacho de Slater
y contarle exactamente lo que acababa de decir de él Cecile y probablemente, él se
reiría y haría algún comentario acerca del fantástico sentido del humor de esa mujer.
Seguro que Cecile sabía cómo reaccionaría él, ya que si no, no habría dicho todo eso.
Erin agitó la cabeza, tomó su cuaderno y pensó que, por suerte, la vida privada
de Slater Livingstone no era asunto suyo. Si él quería hacer el tonto con una mujer
tan vana y frívola como Cecile Worth, era su problema.
Cuando entró en el despacho de Sarah, la secretaria levantó la mirada y le dijo:
—Bueno, por fin estás aquí. De repente, este hombre se ha puesto a actuar como
un tiranosaurio.
—¿Y me has elegido a mí para que sea su aperitivo de la tarde?
—Bueno, ya ha preguntado un par de veces dónde estabas y no le ha gustado
nada que le dijera que estabas hablando con su amor.
—¿Así que has puesto eso de excusa? Pues gracias, Sarah.
—No sabía si ibas a querer admitirlo. Si las dos estabais solo compartiendo
confidencias de chicas…
—Si alguna vez llego a tomar por amiga a Cecile Worth, sácame fuera de aquí y
pégame un tiro, ¿quieres?
Luego llamó a la puerta del despacho de Slater y entró sin esperar respuesta.
Era un despacho espacioso que ocupaba toda la esquina del piso situado en uno
de los edificios de oficinas más modernos de St. Louis. Tras la mesa, una pared
acristalada del suelo al techo, proporcionaba una vista increíble de la ciudad. El sol

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de la tarde brillaba en los aceros y, cuando Slater Livingstone se levantó de su mesa


de caoba y cristal, quedó momentáneamente a contraluz y el sol le iluminó el cabello.
Era casi un halo, pensó ella.
No tenía ni que mirar a su jefe para saber de lo que le había estado hablando
Cecile Worth, pero lo miró de todas formas. Con treinta y cinco años, Slater
Livingstone no era guapo en el estricto sentido de la palabra, su rostro era demasiado
duro para ello y tenía las orejas demasiado grandes. Pero tenía unos ojos magníficos
de un color castaño oscuro con destellos dorados y rodeados por unas espesas y
rizadas pestañas que harían morirse de envidia a cualquier modelo.
Y lo que era más importante, no había nadie en el mundo que lo pudiera
ignorar. Tenía una presencia que podía destacar en cualquier multitud en el
momento en que apareciera y de la que, al parecer, no era siquiera consciente.
A pesar de que lo había visto en acción cientos de veces en todos los años que
llevaba trabajando para él como ayudante personal, Erin no tenía ni idea de qué era
lo que tenía para causar semejante sensación. Era alto, con los hombros tan
cuadrados como un general del ejército y siempre iba impecablemente vestido. Su
mirada era directa, su apretón de manos firme y su sonrisa sincera. Pero esas cosas
eran también ciertas en otros hombres, hombres que no podían hacer que la gente
que llenaba una sala les prestara atención con solo entrar por la puerta.
Pensó que, tal vez eso fuera porque se sentía cómodo consigo mismo y lo que le
rodeaba sin importar dónde estuviera.
—Hola, Erin —dijo al tiempo que le indicaba que se sentara.
O tal vez fuera su voz, siguió pensando ella. Baja y cálida, tan suave como el
whisky de veinticuatro años.
Una voz que inspiraba confianza. Pensó que era una buena cosa que hubiera
elegido una forma honrada de ganarse la vida, ya que Slater Livingstone podía haber
sido uno de los mejores timadores del mundo.
—Lamento haber tardado tanto —dijo ella—. He estado hablando con la
señorita Worth. Tenía algunas preguntas de última hora sobre la fiesta de esta noche.
—Sin duda acerca de lo que ponerse, ¿no? ¿Le has mandado flores?
Slater no parecía particularmente interesado en el tema.
—Por supuesto.
Solo deseaba haber tenido el valor de enviarle un ramo de plantas carnívoras.
—Bueno, supongo que sea lo que fuere, ya lo habréis arreglado.
—Sí, señor. Si quiere que le dé un informe de los planes de la visita del senador
al final de la semana…
Slater agitó la cabeza.
—Estoy seguro de que lo tienes todo bajo control. Solo dime dónde y cuándo he
de aparecer.

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—¿Y qué vestir?


La pregunta se le escapó antes de poder evitarlo.
—Lo siento —añadió.
Slater se acomodó en su sillón y sonrió.
—¿Significa eso que tienes planeado algo aventurero?
—No exactamente. Pero al senador le gusta el teatro al aire libre y la señorita
Worth me ha dicho que le apetecería ir a otro sitio que no fuera su casa, así que he
pensado que tal vez les pueda organizar un picnic en el Forest Park antes del ballet.
Lo cierto era que la imagen de la sofisticada Cecile sentada en la hierba, cruzada
de piernas sobre un mantel y tratando de mantener en equilibrio en el ragazo un
plato de pollo frito, guisantes y ensalada de patata, le resultaba bastante cómica.
—¿Por qué no? —dijo Slater—. Cuando era presidente, Franklin Delano
Roosevelt les sirvió perritos calientes una vez a los reyes de Inglaterra. Hoy he
almorzado con un amigo, que me ha preguntado qué hay de nuevo por aquí, en
Control Dynamics. Yo me lo tomé como una pregunta casual y dije que no mucho, él
se rió y me contó bastante acerca de los proyectos en los que ha estado trabajando
nuestro departamento de investigación y desarrollo desde hace varios meses.
—Y qué se suponía que había que mantener en secreto.
—Exactamente. No es posible hacerlo por completo, por supuesto, pero no me
esperaba que me contaran tantas cosas en mi club.
—¿Tal vez ya sea hora para otro curso de refresco sobre la confidencialidad del
trabajo?
Slater agitó la cabeza.
—No creo que sea necesario llegar tan lejos. La información que tenía mi amigo
no era muy precisa y le faltaban cosas, así que no veo la necesidad de hacer de ello
un caso federal ahora mismo, pero…
—Mantendré los ojos abiertos. No me extraña que estuviera de mal humor.
—¿Te ha dicho Sarah que estaba actuando como un velociraptor?
—No, más bien como un tiranosaurio. ¿Conoce las escalas de Sarah con
respecto a los dinosaurios?
—Solo en general. No estoy seguro de haberme quedado con los puntos
distintivos.
—No lo hace con mala fe —dijo Erin—. Es solo que ha oído tanto de
dinosaurios de su hijo pequeño que se los ha metido en la cabeza. Y ahora están los
dos solos, después de su divorcio…
—No tienes que defenderla, Erin. Sarah tiene que dejar escapar un poco de
vapor de vez en cuando, y la verdad es que hay cosas mucho peores con las que lo
pueden comparar a uno. De todas formas, esa posible filtración no era la razón de mi
mal humor. Era esto.

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Sacó un sobre de un cajón y lo dejó sobre la mesa.


Tan pronto como Erin vio el emblema del sobre, el corazón le dio un salto. La
última vez que Hermíone, la tía de Slater, le había escrito, Erin se había pasado dos
semanas rebuscando en archivos oscuros y solitarios por todo St. Louis, buscando
datos sobre los Livingstone que llevaban años muertos. Y aún así, ¿por qué podía
haber puesto de mal humor esa carta a Slater?
—Seguro que no está buscando más ramas del árbol genealógico, porque eso no
lo pondría de mal humor —dijo.
—¿Ah, no?
—No. Se limitaría a delegar en mí y a lavarse las manos al respecto.
Él se rió con ganas.
—Tienes razón y, la verdad es que lo estoy delegando.
Erin tomó la carta.
—¿Solo eso? ¿De verdad?
—Cuando leas la lista de preguntas puede que cambies de opinión.
Ella leyó la carta rápidamente. Luego hizo girar los ojos en sus órbitas y la dejó
de nuevo sobre la mesa.
—Ya veo lo que lo ha molestado. Es ese comentario acerca de que ya es hora de
que añada usted algunos brotes a su rama del árbol particular, ¿no?
Slater tomó la carta.
—¿Qué? ¿Dónde dice eso?
—No lo dice. No se imaginará que su tía Hermíone sea tan inepta como para
decirlo claramente, exigirle que se case y que produzca algunos herederos a alguno
de los cuales podría llamar como ella, ¿no?
—Eso sí que tendría gracia. Una niñita con un vestidito rosa y coletas llamada
Hermíone. Aunque no me puedo imaginar a mí mismo diciendo: Cómete las
zanahorias, Hermíone. Deja de tirarle de la cola al gato, Hermíone.
—La podría llamar solo Herm. De todas formas, creo que lo ha dejado bien
claro.
Tomó la carta de nuevo y con su mejor imitación del acento de Boston de
Hermíone, empezó a leer.
—Slater, ¿nunca has considerado la valía de tener a una anfitriona estable? Solo
una, que sepa exactamente lo que quieres. No solo te haría la vida inmensamente
más fácil, sino también la de la señorita Reynolds. Aunque la verdad es que eso no le
suele preocupar mucho.
—¿Qué? ¿Hacerte la vida más fácil? No sabía que fuera un tipo tan imposible,
Erin.
Erin seguía leyendo la carta y le dijo sin pensar:

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—No imposible, pero sí ciertamente, difícil.


Slater se rió.
—Debe ser herencia de la tía Hermíone. Lo que tienen de bueno sus cartas es
que hacen que uno se olvide por un rato de las preocupaciones.
—Pero tiene razón en eso de que tener a una persona a cargo de su vida podría
ser…
A no ser, por supuesto, que esa persona fuera Cecile Worth. Entonces la vida de
Erin no solo no sería más fácil, sino que se volvería insoportable.
—Cuidado o empezarás a parecerte a mi tía Hermíone.
—¿Yo, señor? No me atrevería a sugerirle nada parecido —dijo ella mientras se
guardaba la carta—. ¿Es esto todo?
—Por el momento. No hay ninguna prisa en contestar a esa carta. Lleva
cuarenta años con el árbol genealógico de la familia, así que estoy seguro de que no
le importará esperar un poco más. ¿Pasarás por mi casa para controlar los detalles de
última hora?
«Y para poner algunas flores frescas», pensó ella.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
—Quedarte por allí hasta que empiece la fiesta, ¿te importa? Esta tarde trataré
de terminar con el contrato que tenemos entre manos, así que puede que llegue tarde.
No me gustaría que los invitados se encontraran con que en casa no hay nadie salvo
el mayordomo.
Erin levantó una ceja.
—La verdad es que no creo que sea mucho mejor el que sean recibidos por su
ayudante personal, sobre todo cuando el mayordomo en cuestión es Jessup. Pero, por
supuesto, me quedaré hasta que llegue.
—Gracias —dijo él dedicándole de nuevo toda su atención al trabajo.
Erin ya se dirigía a la puerta cuando él añadió:
—Una cosa más, Erin.
—¿Sí, señor?
—Con respecto a la carta de la tía Hermíone. ¿Por qué te has mostrado tan
segura inmediatamente de que no me voy a casar bajo ninguna circunstancia?

Había cientos de maneras con las que podría haber contestado a esa pregunta y,
todas ellas igualmente ciertas. «Porque ninguna de las chicas con las que has salido
en toda tu vida te han durado más de seis semanas. Porque a veces creo que tienes
que escribirte sus nombres en la muñeca para acordarte de con cuál estás. Porque
estás más casado con tu trabajo de lo que nunca estarás con ninguna mujer», pensó.

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En vez de eso, Erin murmuró algo incoherente acerca de que él no era de la


clase de hombres que se dejaban chantajear y, muy consciente de que no se había
acercado siquiera a contestar la pregunta, se marchó de allí.
Aquello había sido un fracaso como pensamiento rápido, la mejor cualificación
para un ayudante personal. Si hubiera tenido reflejos, debía haberle devuelto la
pregunta diciéndole si debía darle la enhorabuena a la señorita Worth esa noche por
su compromiso. Eso lo habría hecho pararse en seco y hacer que pensara en otra cosa
mejor que en hacer preguntas tontas.
A no ser que estuviera pensando seriamente en casarse con Cecile Worth.
No, pensó. Él era demasiado inteligente como para hacer eso.
Pero aún así, Cecile estaba durando más que las demás y no había señales
todavía de que la atracción que ejercía sobre su jefe fuera disminuyendo. De hecho, la
mujer parecía más segura de sí misma cada día que pasaba. Todavía no había
empezado a dar órdenes al personal de Slater, pero suponía que no tardaría en
hacerlo.
—Y eso significaría que yo tendría que empezar a buscarme otro trabajo —se
dijo a sí misma.
La idea de tener que aceptar órdenes de esa mujer le resultaba intolerable, pero
no le cabía la menor duda de que, una vez que se transformara en la señora de
Livingstone, Cecile no dudaría en tratar a los empleados de Slater como si fueran sus
criados personales.
Pero no a ella, decidió. Gracias a su magnífico salario tenía ahorros que le
permitirían estar unos meses sin trabajar. Y había otras empresas, otros jefes.
Probablemente no tan buenas e interesantes como Control Dynamics y Slater
Livingstone, pero…
Estaba tan metida en sus pensamientos que se pasó la floristería. Volvería sobre
sus pasos cuando la llamaron por su nombre. Uno de los ejecutivos de medio nivel
de la empresa se le acercaba.
Ya era demasiado tarde para meterse en la tienda de regalos y, si lo intentaba,
seguramente él la seguiría de todas formas.
—Hola Dax —dijo.
Trató de hacerlo con un tono amistoso, pero sin mucho entusiasmo. Lo último
que necesitaba era animar a Dax Porter a que desarrollara más interés por ella. Ya se
estaba pasando por su despacho más veces de las necesarias, llevando cosas en mano
que bien podía haber mandado por fax, contándole chistes malos a Sarah y
pidiéndole a ella salir. El hecho de que aún no hubiera aceptado una invitación no
parecía desanimarlo.
—Una chica guapa como tú no debería comprar flores por sí misma.
—Gracias, Dax —dijo ella y le sonrió al joven de detrás del mostrador—. Tonio,
necesito todas las flores que te queden. Y no me importa el tamaño siempre que sean
blancas. También necesito que empieces a tener un servicio de entregas fuera del

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edificio para que pueda dejar de preocuparme por las flores cada vez que al señor
Livingstone se le ocurre dar una fiesta.
Tonio sonrió y empezó a seleccionar las flores.
—¿Otra fiesta? —dijo Dax—. Si es que se les puede llamar fiestas, cuando no
son más que negocios, y bastante aburridos.
Erin tomó el ramo de flores.
—Esos negocios aburridos son los que nos pagan los sueldos —le recordó—.
Tonio, si le das la factura a Sarah te la pagará inmediatamente.
—Lo siento —insistió Dax—. No he querido insultar a tu precioso señor
Livingstone.
Luego sacó una rosa roja de un recipiente y se la ofreció con una genuflexión.
—Para la mujer que siempre está comprando flores, aquí tienes una solo para ti.
¿Cómo podía ella negarse a un gesto de disculpa? Aún a uno que sospechaba
que era de broma. Erin tomó la rosa y le dijo:
—Muy amable por tu parte, Dax.
Él estaba pagando la rosa cuando Erin salió de la tienda. Miró la rosa sintiendo
verdadero agradecimiento, ya que al pagarla, Dax se había retrasado lo suficiente
como para que no pudiera pensar en una excusa para seguirla.

Si Cecile pensaba de verdad que la casa de Slater era abigarrada, debería ir a


que le examinaran la cabeza, pensó Erin mientras saludaba al portero y tomaba el
ascensor estilo Art Deco hasta el piso más alto. A pesar de que el edificio tenía más
de cien años como unos grandes almacenes, ahora había sido convertido en
residencial, con unas casas de lujo que contenían no solo todas las comodidades
imaginables, sino también el espacio que ningún edificio moderno se podía permitir.
¿Quién más se podía permitir tener un salón con un techo de seis metros como tenía
Slater?
Cuando tuviera tiempo, a Erin le encantaba asomarse a los balcones y mirar a la
cúpula metálica que tenía pocos metros por encima y que enviaba rayos de luz
coloreada a los mosaicos de que estaba recubierto el edificio.
Pero ahora no tenía tiempo. Llamó al timbre y Jessup le abrió la puerta poco
después. Una oleada de alivio cruzó por su normalmente impasible rostro.
—Sabía que podía confiar en usted, señorita.
—¿Qué ha pasado?
—Las flores, por supuesto. Y luego ha aparecido el encargado del catering sin el
camarero de más que habíamos pedido. Dijo que el hombre no había ido a trabajar y
que no tenían sustituto. Antes nunca nos habían fallado, no habíamos tenido ningún
problema…

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—Y con diez para cenar, no te vendría mal una mano. Me temo que a mí no se
me da bien servir, soy muy capaz de meter el dedo en la sopa. Pero puedo mantener
las cosas organizadas en la cocina para que te puedas concentrar en el comedor.
—Eso sería de gran ayuda, señorita. Por supuesto… Seguro que pasa alguna
otra cosa antes de que termine la fiesta. Las desgracias van siempre de tres en tres.
Pero ¿hora que está usted aquí…
Erin puso cara de horror.
—¿Cuentas conmigo para prevenir el desastre? ¡Pero si yo contaba contigo para
eso, Jessup!
Luego se rió cuando el hombre frunció el ceño.
—Vamos, todo irá bien. Empieza por hacerme una lista de lo que hay que hacer
en la cocina mientras yo coloco las flores.
Jessup tenía razón. El centro de mesa estaba mustio. Estaba colocando las flores
que había llevado cuando Jessup entró en el salón.
—Señorita Reynolds, mucho me temo que los invitados llegarán en cualquier
momento.
Erin giró el centro de mesa para poder inspeccionarlo desde todos lados.
—¿Y el señor Livingstone no ha llegado?
—Hace unos minutos. Se está cambiando de ropa. Pero la señorita Worth no ha
llegado todavía.
Erin miró su reloj. Cecile sabía perfectamente la hora a la que iba a empezar la
fiesta, y ya había pasado de sobra la hora en la que una anfitriona debería estar lista
para sus invitados.
—La bandeja ya está en su sitio. Yo limpiaré esto, señorita —dijo Jessup y
empezó a hacerlo—. Si quiere ir a refrescarse…
Erin se miró el vestido blanco, demasiado arrugado después de un día de
trabajo como para poder arreglarlo fácilmente.
—¿De verdad crees que servirá de algo?
Pero luego siguió sus indicaciones hacia la zona de dormitorios.
Nunca antes había estado por esa zona y tenía que admitir que la intrigaba.
El salón y el comedor era evidente que se trataban de la obra de un decorador y
que estaban para ser enseñados.
Detrás de una puerta entornada, de repente, vio lo que le pareció un paraíso. Se
trataba de un despacho y, a pesar de que, en el centro, había una gran mesa, era muy
distinto del que Slater tenía en la oficina. Esa habitación tenía también el techo muy
alto, de unos dos pisos, y una escalera de caracol daba a una balconada que recorría
los cuatro lados de la habitación. Las paredes de los dos niveles estaban cubiertas de
estanterías, muchas de ellas acristaladas y, tras ellas, brillaban los dorados de las
cubiertas de los libros.

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Polvorientos libros viejos, los había llamado Cecile. Y, para alguien que no
apreciara la belleza, no solo de las cubiertas de cuero viejo, sino las palabras que
contenían, esa habitación bien podía parecer aburrida.
Erin tomó aire, saboreando el aroma de la piel, la tinta vieja y el frágil papel.
Las veces que había recibido libros en la oficina no le habían dado una idea de
la magnitud de esa colección. Aunque había muchos libros, sin duda valiosos, no
llenaban todo el espacio. La mayoría de las estanterías estaban abiertas y, por la
forma en que descansaban los libros en ellas, bastante desordenados, se veía que no
era obra de ningún decorador, sino que eran leídos y amados.
—Una cosa es segura —se dijo a sí misma—. Cecile no conoce lo bueno cuando
lo ve.
Se preguntó entonces si Slater reconocería lo malo.

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Capítulo 2
Erin hizo lo que pudo con los limitados recursos de los que disponía, pero aún
así, seguía sintiéndose fuera de lugar cuando salió del cuarto de invitados con el
maquillaje rehecho y la falda todo lo alisada que había conseguido. Había rebuscado
en todos los cajones por si encontraba algo que le pudiera servir, pero no había
encontrado nada.
Claro que las invitadas de Slater no debían quedarse en las habitaciones de
invitados, pensó. No creía que se tratara precisamente de amistades platónicas.
Casi se dio de bruces con el mismo Slater en la puerta de la biblioteca. Iba
impecablemente vestido para la cena y parecía como si hubiera dispuesto de toda la
tarde para asegurarse de que todo estaba en su sitio.
A Erin le dio la impresión de que la miraba de una manera rara, pero claro,
seguro que no se había esperado encontrársela en la zona privada de la casa.
—Gracias por quedarte hasta que todo esté listo, Erin.
—¿Ha llegado ya Cecile entonces?
De repente se sintió aliviada, esa era la primera vez que se alegraba de la
posibilidad de ver a esa mujer.
—Al parecer, no —dijo él mirándola y arqueando una ceja.
—Ella sabía a la hora que se la esperaba.
Eso lo dijo como disculpándose. Pero no tenía ninguna razón para sentirse
responsable de la tardanza de esa mujer. Podría ser que Slater pensara que ella había
provocado esa tardanza para hacer que Cecile quedara mal.
Pero eso era impensable, pensó ella. Si lo hubiera organizado de tal manera
para que Cecile llegara tarde, se habría cuidado de ir mejor vestida.
Sonó entonces el timbre y un par de minutos más tarde Jessup ya había hecho
pasar a los dos primeros invitados. Jessup parecía un poco preocupado. Tal vez se
estaba dando cuenta de que, si ella tenía que dedicarse a hacer de anfitriona, no sería
de gran ayuda en la cocina.
Poco después ya habían llego todos los invitados, ocho en total, y Jessup estaba
sirviendo unos canapés en el salón cuando sonó de nuevo el timbre. Erin se quedó
helada por un momento, sonrió al invitado con quién había estado hablando y luego
dejó su copa de vino y tomó de manos de Jessup la bandeja.
—Yo me ocuparé de esto, Jessup, tú puedes ir a abrir la puerta.
Él la miró agradecido y fue a hacerlo. Instantes después, apareció Cecile en el
salón, se quitó la capa deslizándola por los hombros de forma que Jessup se tuvo que
inclinar para recogerla. Ignorando a todos los demás se dirigió inmediatamente a
Slater.
—Querido, lamento llegar tarde. Espero no haberme perdido nada, ¿verdad?

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Le ofreció la mejilla para que se la besara y al mismo tiempo, recorrió el salón


con la mirada y añadió:
—No, ya veo que no. Es un detalle muy elegante que hayas contratado a una
doncella. Oh no, es solo la pequeña Erin, querida, lamento haberte confundido con
algo que no eres.
Erin pensó que ella, por su parte, nunca había confundido a esa mujer con algo
que no fuera, sabía perfectamente lo que era. Le devolvió la bandeja a Jessup, se
disculpó con el invitado con el que había estado hablando y se marchó a la cocina.
Poco más tarde, estaba agitando la sopa con algo más de fuerza de la necesaria
y se le derramó un poco. Maldijo y fue a limpiarlo con el borde del delantal.
Jessup apareció entonces y le ofreció un trapo mojado.
—El mejor método —dijo sin mirarla directamente—, sería echar un poco de
cristal molido en las ostras. Si lo notara, pensaría que solo es arena. Y luego moriría
con grandes dolores.
Erin se rió.
—Gracias por el consejo. Lo tendré en cuenta.
Para cuando terminó la cena, ella tenía mucho más respeto por el gremio de
hostelería en general.
—Y eso que no estaba en contacto directo con los invitados —dijo—. No sé
cómo lo haces, Jessup. Yo me voy a ir a mi casa inmediatamente para sentarme y
poner los pies en alto.
Jessup dejó lo que quedaba de una tarta de chocolate sobre la mesa.
—El señor Livingstone me ha pedido que le diga que le gustaría hablar luego
con usted.
—¿Y no ha pensado que sería mejor que lo hiciera mañana en la oficina? Eso
sería un luego bastante aceptable para mí.
—No creo que sea eso lo que tiene en mente. Ya casi han terminado con los
postres y estas fiestas, generalmente, no duran mucho después de eso. Si quiere
esperar en la biblioteca, le llevaré allí un té.
Erin se rindió. No le importaba demasiado donde iba a poner a descansar los
pies y pudiera ser que tuviera problemas para levantarse cuando se sentara, pero eso
ya lo vería más tarde. Podría ser que nunca más tuviera una oportunidad como esa
para echarle un vistazo de cerca los libros de Slater.
—Añade un trozo de esa tarta y no me importará lo que pueda durar la fiesta —
dijo.
Como hacía frío en la biblioteca, Jessup le encendió la chimenea de gas y Erin se
sentó delante, al lado de una mesita donde dejó el té y la tarta y con una biografía de
Napoleón que había encontrado en el suelo al lado del sillón y que tenía una tira de
papel para marcar la página.

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Poco después, lo dejó todo y se puso a curiosear las maravillas que la rodeaban.
Estaba tan absorta viendo las estanterías que no notó que abrían la puerta. Pero oyó
la voz de Cecile, miró a su alrededor y vio que estaba en una esquinas más ocultas de
la habitación, donde nadie la podía ver. Ni Slater se daría cuenta de que estaba allí a
pesar de que había sido él quien le había pedido que se quedara. No se darían cuenta
de su presencia a no ser que vieran la bandeja del té…
Cecile se dejó caer en un sofá.
—Por fin ha terminado —dijo—. Llama a Jessup para que nos traiga algo de
beber, querido, y luego ven aquí a relajarte conmigo.
Slater cerró la puerta de la biblioteca.
—Ya has bebido demasiado y no tengo interés en relajarme. Te pedí que fueras
mi acompañante como anfitriona Cecile. Cuando accediste, aceptaste algunas
responsabilidades, incluyendo, si era necesario, el aburrimiento que te pudieran
producir mis invitados.
Erin pensó que ya era el momento de hacerles notar su presencia así que salió a
la luz y dijo:
—Perdón, me marcharé inmediatamente mientras ustedes…
Cecile entornó los párpados.
—¿Qué hace ella todavía aquí? —preguntó.
—Eso es cosa mía —respondió Slater secamente—. No tuya.
Cecile agitó la cabeza casi tristemente.
—Slater, pobre inocente. ¿Es que no te das cuenta de lo que pretende?
Erin la miró primero a ella y luego a Slater.
—Si me disculpa, señor, seguramente lo que me quería decir puede esperar a
mañana…
Cecile sonrió.
Slater le impidió entonces la salida a Erin.
—Por favor, espera. Esto no va a durar mucho.
Luego le dijo a Cecile:
—No vamos a cambiar de tema hablando ahora de Erin. Estábamos hablando
de ti.
—No, no lo estábamos haciendo. Me estabas regañando y eso no lo soporto. Ya
te dije la razón por la que he llegado tarde. No lo he podido evitar.
—Encontrarse con unos amigos no es una excusa suficientemente buena. Por lo
menos, le debes una disculpa a Erin por haber tenido que estar en tu lugar.
Cecile miró a Erin de arriba abajo.
—¿De verdad que crees que se perdería la oportunidad de jugar a ser una
mujercita responsable? Slater, ¿realmente eres tan inocente como aparentas a veces?

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—La verdad es que lo dudo.


Erin se dio cuenta de la advertencia que había en la voz de él, pero al parecer.
Cecile no, ya que siguió como si nada.
—Deberías alegrarte de que yo acceda a pasar algo de tiempo con esos pesados.
Ya te he dicho que invites a algunos de mis amigos…
—¿Para proporcionarte un contraste?
—Naturalmente. Si esperas que yo haga de anfitriona con esa gente, podrías
permitirme que trajera alguna gente interesante también. La próxima vez…
—Pero mi querida Cecile. Ni se me ocurriría someterte de nuevo a semejante
tortura.
Cecile parpadeó y luego sonrió.
—Bueno, por fin entiendes lo mucho que me has estado exigiendo. Y, siempre
que seas flexible con la gente a la que invitemos, por supuesto, yo haré mi parte a
cambio e iré contigo a cenar con tus amigos de los negocios de vez en cuando.
—Nosotros no vamos a invitar a nadie. Y no te volaré a pedir que actúes como
anfitriona aquí. ¿Está sumamente claro?
Cecile se quedó boquiabierta.
—¿Es que me vas a dejar? Después de todo lo que he…
—¿Invertido tratando de capturarme? —dijo Slater—. Por favor Cecile, si te vas
a poner pesada, vete a hacerlo a alguna otra parte.
Luego se acercó a la chimenea y presionó un timbre.
—Jessup se asegurará de que te venga a recoger un taxi. —añadió.
Jessup llegó tan deprisa que Erin se preguntó si no estaba escuchando tras la
puerta.
Luego acompañó muy serio a Cecile y cerró la puerta.
Slater estaba muy quieto, mirando al fuego. Parecía como si acabara de
terminar un trabajo muy duro.
Erin estaba sorprendida. Nunca había pensado que Slater tuviera el corazón tan
duro. En los negocios no dudaba, pero en lo personal no se lo había imaginado así.
Empezó a dirigirse a la puerta, pero entonces apareció Jessup de nuevo y dijo:
—La señorita Worth ya se ha marchado, señor.
Slater se volvió.
—Gracias. Jessup. Esto es todo por hoy. Yo llevaré a la señorita Reynolds.
—No es necesario que se moleste —dijo Erin—. Tomaré un taxi. Debería
haberme ido con Cecile para ahorrarle un viaje a Jessup, pero no puedo decir que
sienta no tener la compañía de ella.
Luego se dirigió al mayordomo y asintió:

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—Si no te importa acompañarme…


—Buenas noches. Jessup —dijo Slater.
¿Fue la imaginación de Erin o realmente Jessup la miró con simpatía?
—Sí, señor —dijo él y cerró la puerta.
Slater le hizo una seña a Erin para que se sentaran en los dos sillones de delante
de la chimenea.
—Siéntate. Erin.
Ella no se movió.
—Si me va a despedir, no…
—¿Y por qué lo voy a hacer?
—No tengo ni idea. Pero está ladrando órdenes como si creyera que ha sido mi
culpa que Cecile llegara tarde.
Slater sonrió.
—¿Te quieres sentar, por favor?
Erin lo hizo.
—¿Cómo ha ido la fiesta? —le preguntó.
—Supongo que bien. No se ha llegado a ningún compromiso, por supuesto,
pero Brannagan se ha ido soltando según ha progresado la velada, así que seguro
que la cosa irá bien. Mañana a primera hora voy a necesitar sobre mi mesa una carta
de intenciones, la quiero lista en el momento en que él decida firmarla.
—Esta tarde le he dado el borrador a Sarah.
Slater se quedó mirándola fijamente.
—¿Es que tienes poderes paranormales? ¿O solo estabas segura de que sacaría
adelante este trato?
—Ninguna de las dos cosas. Es simple vagancia.
Slater levantó una ceja.
—¿Oh? ¿De verdad?
—Por supuesto. Si no hubiera pergeñado ese documento esta tarde, tendría que
levantarme mañana a una hora espantosa, tratar de pensar algo antes de tomarme mi
primer café y, probablemente, hasta pasarla a limpio yo misma.
—Vagancia —dijo él con ojos brillantes—. Y, por supuesto, es por eso por lo que
te has quedado aquí toda la velada ayudando a Jessup en la cocina también, ¿no?
—No. Eso lo he hecho para poder comerme las sobras.
Erin pensó que Slater se reiría con eso, pero no lo hizo y se quedó mirándola
fijamente.

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—Tú siempre estás ahí, Erin. Anticipándote a lo que hay que hacer, llevándolo a
cabo impecablemente…
—Si sospecha de que Cecile pueda tener alguna razón para esa tonta acusación
que ha hecho, deje que le asegure que no estoy tratando de conquistarlo. Solo estoy
haciendo mi trabajo.
—Por supuesto —dijo él—. Y muy bien.
A pesar del cumplido, Erin se sintió un poco decepcionada, efecto del
cansancio, seguramente. Si de lo que él le había querido hablar era de un asunto tan
rutinario, ¿por qué no se había despedido de ella tan pronto como le había dicho que
ya tenía el documento sobre su mesa? Se dio cuenta entonces de que aún tenía en las
manos el libro que había estado hojeando cuando entraron Cecile y él y lo dejó sobre
la mesa que tenía al lado.
—Realmente puedo tomar un taxi, ¿sabe?
Slater le señaló el libro.
—¿Te gustan mis libros?
—Es una buena colección. No tenía ni idea de que hubiera adquirido tantas
cosas interesantes. Creo que cualquiera…
—Oh, no. Cuando entré hace un momento, parecías una jovencita a la que
hubieran permitido quedarse en Tiffany's después de cerrar y le hubieran dicho que
se podía llenar los bolsillos con lo que quisiera.
—¿Sí? Se dice que los diamantes son los mejores amigos de una chica, pero yo
siempre he creído que no serían una buena compañía en una tarde solitaria.
Demasiado fríos, duros y centrados en sí mismos.
Él pareció extrañado.
—¿Centrados en sí mismos'?
—Todo el fuego está concentrado en su interior.
—Ya veo.
Luego, repentinamente, él añadió:
—Cecile te debía una disculpa.
Erin pensó que era fascinante que su descripción de algo que no tenía nada que
ver le hubiera hecho pensar en Cecile. Tal vez no le hubiera resultado tan difícil como
había parecido librarse de ella, si las palabras frío, duro y centrados en sí mismo le
habían hecho pensar en ella.
—Sí, así es —admitió—. ¿Fue por eso por lo que quiso que oyera esa
conversación?
—¿Puedo disculparme yo por ella?
Erin sonrió.

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—De acuerdo. Acepto sus disculpas. Y me alegro de que la haya echado. Ella…
No era la mujer adecuada para usted.
—Supongo que no querrás decirme por qué lo crees, ¿verdad?
«Como si no lo supiera ya» pensó ella.
—No particularmente. Y supongo que no querrá quedarse sentado ahí oyendo
mi diagnóstico, así que…
—Esta tarde fuiste mucho más halagadora conmigo cuando me dijiste que no
creías que era de los que ceden a un chantaje.
—Eso no fue un halago.
—Ya lo sé. Fue más bien un cumplido. Aún así, estuviera ella intentando un
chantaje o no, Hermíone tenía razón. En varias cosas.
Erin se estaba sintiendo más extrañada a cada momento.
Slater miró a su alrededor, como si estuviera viendo aquello por última vez,
memorizando cada detalle. Luego se apoyó en los codos, suspiró y dijo:
—Erin, ¿tú te casarías conmigo?
Esas palabras parecieron hacer eco en el interior de la cabeza de ella. Erin lo
miró fijamente, agarrándose fuertemente a los brazos del sillón, para no deslizarse
hasta el suelo.
—¿Qué?
Slater no respondió. Se levantó y se dirigió a una estantería cerrada y abrió la
puerta.
—¿Una copa de coñac?
—No, gracias —respondió ella—. Y si necesita una solo para repetir la
pregunta, creo que ese debería ser el final de la conversación, ¿no?
—En absoluto.
Slater sirvió dos copas y le pasó una a ella.
—Solo por si cambias de opinión. Es un coñac muy bueno. No es que sea
reticente a repetir la cuestión, Erin, es que no creo que eso nos llevara a ninguna
parte. Prefiero decirte por qué te lo he pedido.
—La verdad es que no es…
—¿Necesario? ¿Qué fue lo que me dijiste la semana pasada acerca de tener toda
la información pertinente antes de tomar una decisión para estar seguros de que sea
la acertada?
—Estaba hablando de un contrato muy importante.
Erin se dio cuenta entonces de que, ya que había empezado, él no se iba a
detener. Parecía que no le iba a quedar más remedio que escuchar y luego rechazarlo
lo más educadamente que le fuera posible. ¿O no sería mejor tratar todo aquello con
humor? Dejó que una nota de diversión se mostrara en su voz.

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—Bueno, por favor, no me diga que la carta de su tía Hermíone le ha inspirado


para darse cuenta de está enamorado de mí, porque sería ridículo.
Él sonrió lentamente, como si ella estuviera siendo muy tonta.
—Por favor, no pienses que te creo tan tonta como para tragarte algo como eso.
Tienes mucha razón, sería ridículo. Y sabes perfectamente que una declaración de
afecto basada en las ideas excéntricas de una anciana no sería algo muy halagüeño.
—Cualquier hombre que no pueda saber lo que siente sin la interferencia de su
tía Hermíone no valdría mucho la pena —admitió Erin.
—Exactamente. Y si tú fueras lo suficientemente tonta o crédula como para
tragarte algo así, no serías la clase de mujer que yo estoy buscando.
A pesar de sí misma. Erin se sintió intrigada.
—¿Y qué clase de mujer está buscando?
—Puede que resulte más fácil hacer una lista de lo que no quiero en una mujer.
No me interesa la clásica mujer trofeo que solo sirve para decorar.
—Gracias, creo.
—No he dicho que tú no seas decorativa. Lo que he dicho es que la belleza sola
no basta. Tampoco estoy buscando una mujer que piense solo en sí misma y quiera
que yo esté constantemente entreteniéndola y ocupándome de ella.
Erin no lo pudo evitar y dijo:
—Como Cecile.
—Y unas cuantas más. Las mujeres a las que he conocido hasta ahora no son lo
que estoy buscando como compañera.
—Tal vez haya buscado en los lugares equivocados.
—Por sorprendente que te parezca, esa misma idea se me ha ocurrido también a
mí. Y esa es la razón principal por la que estamos teniendo esta charla, porque
cuando miré a mi alrededor… Te vi a ti.
—¿Y qué ha sido lo que me ha hecho elegible para esa corta lista de candidatas?
—¿Te refieres a las cualidades que me han atraído? Eres sólida. Inteligente.
Sensible. Práctica…
Slater le dio un trago a su copa.
—Muy halagador.
—De hecho, he pretendido serlo. ¿O preferirías escuchar una oda tonta a tus
hermosos ojos?
—Por supuesto que no.
—Eso pensaba. El trabajo de esposa no sería demasiado distinto del que estás
haciendo en la actualidad, ¿sabes? Es por eso por lo que estoy tan seguro de que eres
perfecta para él.

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—Entonces, lo que realmente me está proponiendo es una especie de


matrimonio de negocios. Una asistente personal, si quiere llamarlo así, pero con un
contrato a muy largo plazo.
Erin se preguntó entonces cuándo había dejado de tomarse eso a broma para
empezar a pensárselo seriamente.
—Y con algunos beneficios extra, por supuesto.
Erin se tensó.
—Por ejemplo, habría bastantes viajes —añadió él.
Erin pensó que los viajes de Slater no se podían considerar un beneficio. Se
había recorrido el mundo entero, pero a Erin le parecía que solo debía conocer los
aeropuertos y oficinas de las empresas que iba a visitar.
—Un estilo de vida lejos de pobre —continuó Slater—. Mucha libertad para
hacer lo que quieras, ya que no espero que le dediques todo tu tiempo a mis
proyectos. Un guardarropa probablemente mucho más extenso del que tienes ahora.
Una cantidad de dinero sustancial para tus gastos…
—Entonces me estaría pagando mucho más por hacer lo mismo que estoy
haciendo ahora.
—Esencialmente, sí.
—¿Por qué? ¿Para no tener problemas de nuevo para encontrar a una
anfitriona?
—En buena parte.
—¿Para salvarle de las Ceciles del mundo? Vaya una misión.
—Y también porque sucede que creo que encajamos bien. Trabajamos bien
juntos. Eso nos da la posibilidad de garantizar una buena combinación, de hacerla
permanente.
—Eso es un beneficio bajo su punto de vista. Tendría una asistente personal que
no podría dejar el trabajo nunca.
—Y para ti, dado que tendrías la seguridad de que nunca tendrías problemas de
dinero.
Por un momento, el único sonido que se pudo oír fue el de las llamas en la
chimenea. Erin se quedó mirándolas y deseó poder hacer como si nada de eso
estuviera sucediendo.
Pero Slater estaba esperando una respuesta.
—Mire —le dijo—. Me siento muy halagada. Pero lo siento…
—No digas cosas que no quieres decir, Erin.
—De acuerdo. Seré clara. La respuesta es no. Espero que no se lo tome de forma
personal, dado que no es a usted a quien estoy rechazando exactamente. Es solo que
yo quiero más que un matrimonio de conveniencia. Quiero una familia. Me refiero a
algún día, no ahora mismo. Pero debe darse cuenta de que, sinceramente no puedo…

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—Lo mismo que yo —dijo él suavemente.


Tanto que Erin no estuvo segura de haberlo oído correctamente.
Ella tragó saliva.
—No puede querer decir que… ¿De verdad que está sugiriendo…? Pero por
supuesto que lo está haciendo. Es parte del trabajo de una esposa de conveniencia
producir la perfecta pequeña familia, ¿no es así? Jugadores de fútbol americano y
bailarinas de ballet, supongo. ¿Y también buenos estudiantes?
Slater permaneció tanto tiempo en silencio que ella empezó a arrepentirse del
sarcasmo con que había dicho esas palabras. ¿Había dado tan en el clavo que él no
iba a responder nada?
Por fin, él dijo:
—Me gustaría mucho tener una familia. Y como tú, no tengo prisa. Ni tampoco
tengo ningunos requerimientos particulares para mis hijos.
Erin se sintió un poco avergonzada de sí misma.
—Puedo entender que ahora no te sientas demasiado cómoda con la idea y me
conformaré con dejar la decisión final para el futuro —añadió.
—¿Y si, dando por hecho que yo aceptara esa increíble oferta, no llegara nunca
el momento en que me sintiera cómoda con la idea?
—Entonces seguiríamos teniendo la sociedad que habríamos empezado.
Erin pensó que era muy triste para Slater que creyera sinceramente que el trato
que le estaba ofreciendo era lo mejor que podía ser un matrimonio. Y lo doblemente
triste que sería si él se comprometiera a semejante matrimonio, y luego conociera a
una mujer a la que amara de verdad, dado que su sentido del honor, lo haría atenerse
a su promesa.
—Gracias —dijo Erin—. Y realmente me siento honrada. Pero…
—¿Pero tu respuesta sigue siendo no?
—Usted lo ha dicho, señor.
—¿No puedes dejar de llamarme señor, Erin?
—Se está conformando con una que ni siquiera sería la segunda mejor. Y, en lo
más profundo de su ser, lo sabe. Se lo noto en la voz.
Por la forma en que sus ojos se oscurecieron, Erin supo que había dado en el
blanco. Aunque no se esperaba que él lo fuera a admitir abiertamente, por supuesto.
—Algún día —añadió—, aparecerá una mujer que realmente le importe y.
cuando sienta la magia de amar a alguien, conocerá la diferencia.
—¿Es esa una magia que has experimentado en el pasado? ¿O es que la estás
experimentando en la actualidad?
Erin dudó un momento. ¿Cuándo tendría tiempo para experimentarla?
—Créame, sé de lo que estoy hablando —dijo.

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Slater agitó la cabeza.


—Creo que eso simplemente significa que eres muy inocente. Mi experiencia
me dice que la magia está muy sobrevalorada en lo que se refiere a las relaciones. La
mayor parte de las veces luego se transforma en un melodrama.
Slater parecía muy cansado.
Erin dejó a un lado su copa de coñac y se levantó.
—No todas las mujeres somos como Cecile —dijo—. Y cuando conozca a la
adecuada y descubra que estoy absolutamente en lo cierto acerca de esa magia,
envíeme una postal agradeciéndomelo, ¿de acuerdo?

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Capítulo 3
Erin se ofreció una vez más a tomar un taxi, pero Slater le dijo que no fuera
ridícula.
—A esta hora de la noche tendrás que esperar más de media hora para
encontrar uno libre. Si dejas que te lleve, estarás en tu casa antes que eso, lo mismo
que yo.
—Solo pensaba que…
Cuando llegaron al ascensor, él se apartó para cederle el paso, entraron y
presionó el botón del garaje.
—Si lo que te preocupa es que te vaya a molestar, tranquila. Solo un idiota
podría pensar que con una tontería como besarte para darle las buenas noches,
cambiarías de opinión.
Erin se ruborizó un poco. Lo cierto era que él le había leído los pensamientos.
Lo que le preocupaba no era el posible comportamiento de Slater, que podía ser
implacable en los negocios, pero no se lo imaginaba obligándola a ella o a cualquier
otra mujer a hacer algo contra su voluntad.
No, no tenía miedo de él. Tenía miedo de que su conversación de esa noche lo
fuera a cambiar todo entre ellos.
—¿No podemos olvidar lo que acaba de suceder? —dijo sinceramente cuando
salieron del ascensor.
—Creo que sería mejor que no lo intentáramos. Pero no tienes que preocuparte
porque yo vuelva a sacar la conversación. Te he hecho mi pregunta y ya tengo mi
respuesta. No soy lo suficientemente tonto como para pensar que, simplemente con
volvértelo a preguntar tú me darías otra respuesta diferente.
—Muy bien. Porque me gusta trabajar con usted y no me gustaría que eso se
estropeara —le dijo ella mientras se sentaban en el coche—. Es nuevo, ¿no?
—¿El coche? Sí.
—Nunca pensé que le gustaran los descapotables.
—Considéralo parte de mi crisis de la mediana edad.
—No es lo suficientemente mayor como para tener eso.
—¿Un deportivo?
—Una crisis de la mediana edad. Por lo menos, le quedan diez años.
—Siempre he sido muy precoz. Pregúntaselo a mi tía Hermíone.
Erin se rió y deseó que, a pesar del frescor de la noche, él hubiera descapotado
el coche, había algo de sensual en eso de llevar la cabellera al viento y a lo mejor la
ayudaba a aclararse la cabeza de todo lo que había sucedido esa noche.

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Cuando Slater detuvo el coche delante de su casa, Erin vio que las luces del
salón estaban encendidas. A esa hora su madre ya debía estar acostada. Ciertamente
no debía estar esperándola a ella, ya que ese era parte del pacto al que habían llegado
hacía dos años, cuando se había ido a vivir con su hija.
Seguramente tendría compañía. Entonces reconoció uno de los coches
aparcados en la calle. Su madre no había salido mucho desde que se divorció, pero sí
lo había hecho con un par de hombres. Unos hombres más interesados en Ángela que
lo que lo estaba ella por ellos.
—Solo déjeme delante.
Como si no la hubiera oído, Slater aparcó delante de la casa y le fue a abrir la
puerta.
—De verdad. No es necesario…
—Ahórrate la saliva, Erin, porque te voy a acompañar hasta la puerta, digas lo
que digas.
—Sí, señor —dijo y empezó a caminar con él a su lado.
Slater no la tocó. Ni siquiera trató de tomarla por el brazo. Mientras abría la
puerta, Erin contuvo la respiración. A pesar de lo que él le había dicho antes, ¿no
trataría de aprovecharse de la situación? ¿Y qué haría ella si lo intentara?
Cuando abrió la puerta, Slater se limitó a decirle:
—Te veré mañana.
Y luego se marchó.
Erin se dijo a sí misma que conocía lo suficiente a ese hombre como para saber
que mantendría su palabra.
El salón estaba levemente iluminado y la televisión estaba funcionando. Ángela
Reynolds estaba sentada en el sofá y la apagó con el mando a distancia.
—¿He oído a alguien contigo ahí fuera?
—El señor Livingstone me ha traído a casa.
—¿Y por qué no lo has invitado a pasar? Me hubiera gustado conocerlo.
—¿A estas horas?
—¿Qué hora es? —dijo Ángela y miró su reloj—. Debe haber sido una buena
fiesta.
Erin pensó sentarse al lado de su madre y contarle la propuesta que le había
hecho Slater. Pero como ya había respondido a eso, ¿qué más podría añadir su
madre?
—Eso es cierto. Creía que ya estarías acostada.
—Debo haberme quedado dormida. Antes me dolía la cabeza y tenía el
estómago revuelto. Probablemente haya comido algo que me ha sentado mal.
Ángela bostezó y se levantó del sofá.

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Erin le dio las buenas noches y se metió en su habitación. Pero no pudo evitar
seguir pensando en la absurda propuesta de Slater. Sin duda había hecho lo mejor, lo
único que podía hacer.
Podía haber dicho que sí.
Ese pensamiento fue como una descarga eléctrica. Luego empezó a reírse de lo
tonta que era la idea. ¿Casarse con Slater Livingstone? Estaba demasiado cansada
como para pensar bien, ese era el problema y su mente le estaba jugando malas
pasadas.
Le había dado la única respuesta posible. La única inteligente, para los dos.
¿O no?

Por la mañana, Erin no se despertó temprano, lo que hizo que se alegrara de


haber preparado esos documentos tan importantes con tiempo. Slater los podría
necesitar cuando se reuniera esa mañana con Bob Brannagan para cerrar el trato.
—Y algo me dice que aunque hubiera dicho que sí anoche, en vez de no, si esa
declaración de principios no hubiera estado sobre su mesa esta mañana, a él no le iba
a gustar mucho —se dijo a sí misma.
Cuando llegó a la oficina, estaba repasando mentalmente las cosas que tenía
que hacer ese día y casi se dio de bruces con Dax Poner al doblar la esquina del
despacho de Sarah.
—Lo siento —dijo automáticamente.
Entonces se preguntó qué habría estado haciendo él allí. Sarah no lo estaría
animando a que pasara a menudo por allí, ¿verdad?
Una mirada a Sarah disipó sus sospechas, ya que sus facciones no reflejaban el
menor sentimiento de culpa.
—Dax te ha traído los resultados de la última campaña de propaganda por
correo —dijo Sarah con un cierto tono de diversión.
Como si no existiera el servicio de mensajería interna, pensó Erin.
—Muy amable —murmuró.
—He pensado que tal vez te gustaría que te los explicara. Hay algunas cosas
interesantes en…
Erin lo interrumpió.
—Ya los veré cuando tenga tiempo.
—Oh. Llegas un poco tarde esta mañana. Sin duda la fiesta de Livingstone duró
más de lo esperado.
Erin decidió que eso no se merecía un comentario.

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—Sarah, cuando tengas listos los papeles de Universal Conveyer ¿querrías


llevármelos a mi despacho?
—Los tengo ya aquí. Pero el jefe te quiere ver inmediatamente.
Dax dijo:
—Si tienes alguna pregunta sobre la campaña…
—No dudaré en llamarte. Pero mientras tanto, estoy segura de que tienes
trabajo que hacer.
Cuando Dax se hubo marchado, Erin le dijo a Sarah:
—¿Es que este hombre es incapaz de entender una indirecta? ¿Te estaba
molestando?
—Es inofensivo, Erin. Solo trata de ligar conmigo para lucirse contigo.
—¿Te refieres a hacerme ver que es mejor que no espere demasiado, no vaya a
ser que otra chica lo atrape? Como si alguna lo fuera a hacer. ¿Por qué quiere verme
el señor Livingstone? ¿Ha pasado algo con la declaración de intenciones de
Brannagan?
—No creo. Hoy se está portando como un iguanodón.
Aquello era nuevo.
—¿Y qué significa eso?
—Aspecto feroz, pero básicamente inofensivo. No dejo de olvidar que tú no
tienes ninguna razón para saber de dinosaurios. Pero las que tenemos hijos de ocho
años no tenemos más remedio que aprender todo eso, más que nada como
autodefensa.
—Lo tendré en cuenta si alguna vez tengo un hijo.
Entonces las palabras de Slater diciéndole que le gustaría mucho tener una
familia le resonaron en la mente.
Erin se preguntó cuánto tiempo más iba a estar teniendo recuerdos inesperados
de esa conversación.
Llamó a la puerta del despacho de Slater y pasó.
El correo de la mañana estaba netamente organizado en la esquina de su mesa y
él estaba sentado junto a la ventana, mirando al exterior, pero se volvió en cuanto la
oyó.
—Buenos días, Erin.
El profundo timbre de su voz era como siempre y el saludo igual de
profesional. Lo único que ella tenía que hacer era devolverle el saludo y empezar a
trabajar.
Pero de todas formas, había una diferencia. Cuando lo miró esa mañana. Erin
no solo vio al jefe que respetaba, sino también al hombre solitario que le había
pedido que compartiera su vida.

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La noche anterior ella le había sugerido que olvidaran todo el episodio, pero
ahora se daba cuenta de que había sido una inocente al pensar que eso fuera a ser
posible. Evidentemente, él ya lo había sabido, ya que le había dicho que era mejor
que no lo intentaran. Y había tenido razón, las cosas habían cambiado y no había
manera de que pudieran volver a como estaban antes.
—¿Quería verme, señor?
—Anoche te olvidaste algo en mi casa.
Ella frunció el ceño tratando de recordar qué podía ser, pero no lo consiguió.
Slater se acercó a una esquinera que había tras su mesa donde un esbelto florero
contenía una rosa roja.
—Jessup parece pensar que esto era importante para ti.
La rosa de Dax. La había olvidado por completo, pero Jessup debía haberla
visto y la había guardado para ella.
Tomó el florero y olió la rosa. Era una flor particularmente hermosa y no era su
culpa el que hubiera sido Dax quien se la regalara.
Erin sonrió a Slater por encima de la flor.
—Gracias por traérmela, señor. Le devolveré el florero, por supuesto.
—No tengas prisa. A Jessup le gustará saber lo feliz que te sientes al haber
recuperado esa flor. Si hubiera sabido que estabas saliendo con alguien, Erin, no te
habría molestado con la tontería que te dije anoche.
Ella abrió la boca para decirle que esa rosa no significaba nada, que no había
nadie especial en su vida. Pero luego se le ocurrió que, tal vez, él se lo podría tomar
personalmente si lo hacía, ya que podía pensar que ella prefería no tener a nadie en
su vida que tenerlo a él. Confundida, lo miró y se mordió el labio inferior. ¡Y ella que
se había creído que podía hacer como si no hubiera sucedido nada!
—No es necesario que me expliques nada —dijo Slater—. Lo entiendo. Y ahora,
¿empezamos con el trabajo antes de que llegue Bob Brannagan?
Cuando Erin salió del despacho de Slater una hora más tarde, llevando el
florero y una lista de cosas que tenía que hacer en los próximos tres días, Sarah miró
la rosa con un interés evidente, pero no dijo nada y se limitó a mostrarle los mensajes
que tenía para ella.
—¿Algo importante?
Erin tenía las manos demasiado ocupadas como para llevárselos en ese
momento.
—Depende de tu punto de vista. Ha llamado la secretaria del senador para
cancelar su visita del jueves porque tiene una votación importante, algo que tiene
que ver con el Pentágono.
Erin gimió.

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—¿Conoces a alguien que quiera cuatro entradas personales e intransferibles


para el ballet? Porque acababa de conseguirlas esta misma mañana diez minutos
antes de que llamara —continuó Sarah.
—Le preguntaré al señor Livingstone si tiene a alguien más a quien quiera
invitar. Si no, se lo diremos a los empleados, a no ser que tú quieras llevar a tu hijo,
por supuesto.
—¿Al ballet? No, a no ser que tenga algo que ver con la prehistoria.
—Me temo que no.
Sarah se encogió de hombros.
—Pues se están perdiendo un éxito seguro. Dinosaurios con tutus. Seguro que
hay montones de gente que querría ver eso. Y también ha llamado la señora
Brannagan para darte las gracias por la fiesta de anoche. No al señor Livingstone. Ni
a Cecile. A ti.
—Tuvimos una conversación muy agradable —dijo Erin—. Y de paso, antes de
que le vayas a pasar más llamadas al señor Livingstone de Cecile Worth asegúrate de
que él quiera ponerse al teléfono.
Sarah pareció intrigada.
—¿Otra que muerde el polvo? Es un consuelo. Estaba empezando a pensar que
la íbamos a tener que aguantar para siempre. Supongo que no me vas a contar qué
pasó, ¿verdad?
Erin levantó una ceja.
—¿Y por qué crees que yo lo sé?
—Porque siempre lo sabes. Es como si tuvieras un radar en lo que se refiere a
sus novias. Hay veces en las que tus pistas para los cotilleos de la oficina son
realmente sorprendentes. Me pregunto quién será la siguiente. Ya es hora de una
pelirroja, ¿no crees? ¿Te has fijado que casi nunca ha salido con morenas? ¿Supones
que es porque nos tiene a nosotras cerca?
—Sin duda —dijo Erin.
No pudo dejar de preguntarse qué diría Sarah si supiera de lo que habían
hablado la noche anterior. Y, mientras se alejaba, pensó en lo que Sarah le había
dicho sobre su supuesto radar. ¿Es que no era labor de una buena asistente personal
saber lo que le estaba pasando a su jefe?

A la hora del almuerzo, Erin dejó su lista de cosas por hacer sobre la mesa y le
dijo a Sarah que iba a almorzar en la cafetería de la parte baja del edificio.
—¿Te importa pagarle su cuenta a Tonio y así me ahorras el viaje? —le
preguntó Sarah—. ¿Cuántas flores compraste ayer?
Erin vio las cifras del talón y dijo:

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—Más de las que estamos pagando.


Se metió el talón en el bolsillo y salió de allí.
Tonio estaba ayudando a un cliente a elegir unas flores y Erin esperó hasta que
hubo terminado.
—Me gustaría hablar contigo de esta cuenta —le dijo.
Tonio pareció sentirse incómodo.
—¿No le importa en otro momento, señorita? —murmuró y saludó a otro
cliente.
Sorprendida, Erin entró en la cafetería, tomó una ensalada del autoservicio y
buscó un sitio vacío en el abarrotado local. El único que vio fue en una mesa de
cuatro donde ya estaba instalado Dax, que ya la había visto y sonreía.
Ella trató de ocultar su irritación. Con una ensalada ya en las manos era
demasiado tarde como para hacer que no había ido a almorzar, así que se acercó y se
sentó en esa mesa. Para empeorar las cosas, el sitio vacío era el de al lado de Dax. Si
él lo había planeado así, no lo podía haber hecho mejor.
Las dos chicas que compartían la mesa se pusieron a hablar de la publicidad de
la empresa y Erin deseó decirles que hablar de eso en público no era la mejor manera
de mantener oculta una campaña.
Dax se inclinó hacia ella y le dijo:
—Pareces cansada. Siempre he pensado que las fiestas de Livingstone no
pueden ser muy divertidas. Todo el mundo sentado a la mesa, hablando de sistemas
de control y de los mejores diseños para los nuevos mecanismos. ¿Cuál fue el tema
del día de anoche? ¿Sistemas de seguridad para centrales nucleares?
—Más bien de cómo tener a los satélites de comunicaciones haciendo
precisamente lo que se supone que tienen que hacer.
—Me lo imaginaba. Si tú hubieras hablado de un estreno de Broadway ninguno
de ellos habría sabido de lo que estabas hablando.
Dax miró entonces hacia el exterior de la cafetería y añadió:
—¿Quién es ese que está con Livingstone? Acaban de salir del ascensor.
—Es el rey de los satélites del hemisferio occidental —respondió Erin—. ¿Le
gusta el ballet a alguien? Tenemos unas entradas de sobra para el jueves por la
noche…
—¿Hombres musculosos en mallas? —dijo Dax haciendo una mueca—. No es lo
mío. Pero por supuesto, si vas a ir tú, Erin…
—Lo siento, esa noche estoy ocupada.
—Es cuando va a venir el senador, ¿no? Por supuesto, estarás metida hasta el
cuello en eso.
Entonces se acercó un empleado de la cafetería y le dijo a Erin:

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—¿Señorita Reynolds? Su secretaria la necesita inmediatamente.


Erin se sintió aliviada por poderse marchar y dejó a un lado la ensalada.
—Perdón a todos —dijo.
—¿Quién es la jefa? ¿Sarah? —preguntó Dax.
—A veces.
No se molestó en decirle que, si a Sarah le había entrado el pánico suficiente
como para interrumpirle el almuerzo, la cosa debía ser seria.
Se hizo a la idea de lo que pasaba nada más entrar en el despacho. Sentada
cerca de la mesa de Sarah, con una revista abierta en el regazo y las piernas
elegantemente cruzadas, estaba la esposa del rey de los satélites en persona.
La señora Brannagan la miró y sonrió.
—Lo siento mucho —dijo—. No sabía que te habías ido a almorzar. Es que he
decidido acompañar a Bob en el último momento y esperaba que pudiéramos
continuar la agradable conversación que estábamos teniendo anoche en la fiesta y
que nos interrumpió la llegada de esa joven. Pero no me he dado cuenta de que te
estaba interrumpiendo el almuerzo.
—No tiene importancia, señora Brannagan. ¿Quiere pasar a mi despacho?
—¿No podría compensarte invitándote a almorzar? No debes haber podido
hacerlo y eso me haría sentirme mucho mejor.
Erin pensó en la lista de cosas que tenía sobre la mesa, pero sabía que ninguna
de ellas sería tan importante para Slater como el que tuviera una buena relación con
la señora Brannagan. La única cosa que la sorprendía de toda la situación era que él
hubiera abandonado el despacho antes de asegurarse de que la mujer estaba
adecuadamente acompañada.
Pero por supuesto, eso era trabajo de ella y estaba claro que él había esperado
que lo hiciera.
—Encantada, señora Brannagan. ¿Le gustaría ir a algún sitio en particular?
La mujer tomó entonces su bolso.
—Ese es parte de mi problema. No conozco nada de St. Louis. Así que tal vez
me puedas indicar a dónde ir de compras y qué ver. Y me gustaría ir a la parte más
alta de Arco, pero a Bob no le gustan las alturas y no quiero ir sola.
—Entonces, iremos después de comer.
—Querida, ¿sabe el señor Livingstone la suerte que tiene al tenerte a ti?
Él le había pedido que se casaran. Le había dicho que encajaban bien…
La sólida, práctica e inteligente Erin, que había rechazado un contrato de
empleo a muy largo plazo, muy seguro y bien pagado…
—Lo dudo —dijo—. Pero tampoco ha amenazado con despedirme, así que
supongo que realmente no tiene importancia.

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Erin se pasó la mayor parte de la tarde con Francés Brannagan y llegó de vuelta
al despacho justo cuando Sarah estaba apagando ya el ordenador para irse a su casa.
—¿Sigue él aquí? —le preguntó.
—Oh, sí. Pero yo me marcho a casa ahora mismo. Huyo.
—¿Tiranosaurio Rex?
—Megalosaurio.
—¿Eso es peor?
—Infinitamente. Preferían incluso los dinosaurios más grandes.
Entonces se abrió la puerta del despacho interior y apareció Slater
abrochándose la chaqueta.
—Sarah, si vuelve Erin antes de que…
Entonces la vio a ella y añadió irónicamente:
—¿Has tenido una tarde agradable?
Erin se encogió de hombros y se contuvo para no decirle que, al fin y al cabo, no
había estado haciendo el vago.
—Ha debido ser la centésima vez que subo a lo más alto del Arco, pero aparte
de eso, ha estado bien. Trabajaré en esa lista todo lo que pueda esta noche, señor.
—Puede esperar. Estás tan cansada como el resto de nosotros.
—¿Es que no ha salido bien el trato con Brannagan después de todo?
Erin pudo leer la respuesta en los ojos de él y añadió:
—Pero ya estaba prácticamente decidido. ¿Qué ha sucedido?
—Ni el mismo Brannagan lo sabría decir. Vamos, te llevaré a tu casa. Me pilla
casi de camino.
Cuando el empleado del aparcamiento les llevó el coche, estaba descapotado.
—¿Te importa Erin? Puede que haga fresco.
—El aire fresco me vendrá bien. Debe estar muy decepcionado, ha trabajado
mucho para conseguir ese trato.
—Pero el trabajo duro no siempre está bien pagado.
—Y las cosas más extrañas pueden acabar con una negociación.
—Lo más curioso de todo es que no creo que el trato esté completamente
muerto. Juraría que él está igual de interesado. Pero a no ser que averigüe qué es lo
que se ha interpuesto y trate de arreglarlo, tampoco va a volver a la vida. ¿No se le ha
escapado nada a la señora Brannagan?
Erin agitó la cabeza.
—No hemos hablado nada de negocios. En lo único que parecía interesada era
en ir de compras, ver cosas y relacionarse.

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—Parece que ha sido una tarde muy excitante —dijo Slater—. ¿Qué clase de
relaciones?
—Sobre todo las mías. Y también surgió el tema de Cecile. Parece que a la
señora Brannagan no le ha caído muy bien, pero no pudo dejar de hablar de ella
tampoco.
—Recuérdame que te aumentemos el sueldo, ¿de acuerdo? Lo consideraremos
un plus de combate.
—Gracias. Con ese aumento podría permitirme ver las tiendas que más me
gustan. Estaba empezando a pensar que la mujer era una celestina frustrada. ¿Sabe si
los Brannagan tienen un hijo mayor?
—La verdad es que no. ¿Quieres que me entere?
—Tengo la sensación de que eso no será necesario. Si he pasado la prueba de
posible nuera, lo descubriré muy pronto.
Erin miró su reloj cuando se acercaron a su casa.
—¿Quiere pasar a tomar un café?
Cuando vio la cara de sorpresa que puso él, añadió:
—Mi madre debería estar ya en casa y anoche me preguntó por qué no le había
invitado.
—Gracias, pero tengo un par de cosas que hacer.
—Ah, por supuesto. Me dijo que le pillaba casi de camino…
El coche ya se había detenido y ella fue a abrir la puerta.
—Aunque pasaré a saludarla —dijo él.
Erin abrió la puerta de la casa y llamó a su madre, pero no respondió nadie.
—Lo siento. Puede que haya salido tarde del trabajo.
—Tal vez en otro momento… Te veré mañana, Erin.
Erin entró en la casa y empezó a quitarse la chaqueta. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la penumbra, se acercó al armario para colgar la chaqueta. Y
entonces vio a su madre tirada al pie de las escaleras, tumbada de costado como una
muñeca rota. Tenía los ojos abiertos y el rostro gris y húmedo de sudor.
—¿Madre?
Ángela murmuró algo y levantó una mano como para llevársela a la cabeza.
Pero estaba demasiado débil y cayó al suelo con un golpe seco.
Erin abrió la puerta de la calle.
—¡Slater! —gritó un poco histérica.
Él ya estaba a medio camino del coche, pero necesitó solo de tres pasos para
llegar a su lado.
—¿Qué pasa, Erin?

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Ella no pudo hablar, en vez de eso, lo agarró del brazo y tiró de él hacia el
interior de la casa, hasta donde estaba tirada su madre, justo cuando Ángela empezó
a tratar de tomar aire.

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Capítulo 4
La dotación de la ambulancia era joven y eficiente, así que tardaron muy poco
en tener a Ángela preparada para su traslado al hospital.
A Erin no le permitieron bajo ningún concepto acompañar a su madre en el
interior de la ambulancia y ella protestó, pero Slater le dijo:
—Yo te llevaré.
Poco después, la ambulancia se marchó con sus sirenas y luces a pleno
funcionamiento.
—Es mi madre —dijo ella—. ¿Cómo se atreven a no dejarme ir con ella?
—Porque lo último que necesitan mientras tratan de ocuparse de ella es tener a
una histérica dentro de la ambulancia.
Ese comentario fue como un jarro de agua fría para Erin.
—Yo no me pondría histérica.
—No, porque no vas a tener la posibilidad de hacerlo. Respira hondo y, tan
pronto como le hayamos echado un último vistazo a la casa, te llevaré al hospital.
Erin recogió su chaqueta del suelo.
—Yo ya estoy lista —dijo.
—No te dejarán verla inmediatamente. Por lo menos, no hasta que no sepan
más o menos lo que le ha pasado. Así que vamos a ver si no hay alguna ventana
abierta, los grifos o el gas. Si no, luego te vas a encontrar en el hospital, sentada, sin
tener nada más que hacer que preocuparte por si todo está bien aquí.
Aquello era lógico, así que recorrieron toda la casa para ver ti todo estaba en
orden. En la cocina encontraron la tetera que debía haber puesto al fuego Ángela, ya
sin agua y al rojo vivo, Erin se mordió el labio y admitió para sí misma que estaba
demasiado nerviosa como para actuar inteligentemente.
Fue Slater el que cerró la puerta, ya que a ella le temblaban demasiado las
manos. Y, una vez en el hospital, en la sala de espera, le llevó un café de la máquina.
El café le hizo efecto enseguida, disipando la niebla que le había envuelto el
cerebro hasta entonces. Por primera vez desde que lo había arrastrado al interior de
la casa, miró directamente a Slater.
—Lo siento —dijo.
Él la miró a su vez, sorprendido.
—¿Por qué?
—Por todo. Por actuar como una tonta.
—Tienes una buena excusa, ya sabes.
Erin agitó la cabeza.

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—La verdad es que no. Y la forma en que le he metido en esto… Me dijo que
tenía cosas que hacer, así que…
—Nada tan importante como esto.
—Solo quería decir, señor, que si se quiere marchar, lo entenderé.
—Hace un rato, me llamaste por mi nombre.
—¿Lo hice?
Erin apenas podía recordar nada de lo que había dicho, solo sabía que, en el
momento en que vio a su madre tirada en el suelo, lo único que había pensado era
que Slater sabría lo que hacer.
—De cualquier modo, gracias por traerme —añadió—. Pero realmente, no es
necesario que se quede ahora.
—¿Me estás echando? Si quieres estar sola, Erin…
—No. No quiero. Pero…
—Entonces me quedaré. ¿Hay alguien a quien quieras llamar? Lo haré yo, si lo
prefieres.
Erin sintió un destello de humor.
—¿Realmente sabe marcar un número de teléfono? Sarah se quedará
impresionada cuando lo sepa.
—Sé buena, Erin. No se lo vas a decir, ¿verdad? Y ahora, ¿tienes hermanos?
—No.
De repente ella se sintió muy sola. Si había que tomar alguna decisión que
Ángela no podía tomar por sí misma, era ella la que tenía que hacerse cargo de todo.
—No te pongas en lo peor —dijo Slater como si le hubiera leído los
pensamientos—. Espera a saber algo. Mientras tanto, no sirve de nada preocuparte
por lo desconocido. Mantén las fuerzas para cuando sepamos algo.
—Eso es más fácil de decir que de hacer —respondió ella y luego se avergonzó
de haberlo hecho—. Lo siento. Sé que solo estaba tratando de ayudarme.
—Dado que tu madre está viviendo contigo, doy por hecho que tu padre ha
muerto, ¿no?
—No. De hecho, nada más lejos de la verdad. Pero no es necesario llamarlo.
—¿Están divorciados?
Erin suspiró.
—Desde hace un par de años. Así que, realmente, esto no tiene nada que ver
con él.
—Aún así, tal vez tu madre quiera que él…
—No —dijo ella firmemente—. Créame, si ella se despertara y se encontrara a
su lado a Jack Reynolds, volvería a desmayarse, y esta vez la cosa sería más seria.

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Él la estaba mirando intensamente.


—¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta de que estaba tan mal? —se
preguntó Erin—. Anoche me dijo que le dolía la cabeza y tenía el estómago revuelto,
pero no me imaginé nada como esto. Si hubiera sabido…
—Por supuesto que no lo sabías. Además, Erin, ella es una persona adulta,
capaz de cuidar de sí misma y, evidentemente, no creía tener nada serio.
—Podría haber sucedido ayer, cuando volví tan tarde. Podría haberla
encontrado demasiado tarde.
—Déjalo ya. Te vas a volver loca si sigues pensando en lo que podría haber
sido, Erin, y no hay razón para ello.
—Pero podía haber estado allí tirada durante horas antes de que yo llegara a
casa. Y puede que haya sido así, porque no tengo ni idea de la hora en que ha vuelto
hoy del trabajo.
—No creo que hubieran pasado más de unos pocos minutos. ¿Recuerdas la
tetera? No debió pasar mucho tiempo desde que la puso al fuego.
—Oh, es cierto. La había olvidado. Podría haber causado un incendio…
—Pero no lo ha hecho. Y, si no lo dejas ya, Erin, voy a empezar a regañarte.
Ella se quedó un momento en silencio y luego dijo:
—Slater…
—¿Sí?
Erin no supo qué pretendía decir. Tal vez solo estuviera tratando de llamarlo
por su nombre.
—Nada. Solo gracias.
—¿Hay alguien que te gustaría que estuviera contigo ahora? —le preguntó él
suavemente—. El hombre con el que estás saliendo, por ejemplo…
—¿Qué hombre?
—El que te regaló ese collar que llevas acariciando todo el rato.
Entonces ella se dio cuenta de que, desde que llegaron, había estado acariciando
la delicada cadena que llevaba al cuello.
—Ah, esto. La verdad es que…
—Y la rosa.
¿Dax? Ella sonrió casi involuntariamente solo al pensar en que Dax estuviera
sentado a su lado en esos momentos.
—No, gracias. No ahora.
Slater arrugó la servilleta de papel que tenía en la mano. Él la miró por un
momento como tratando de imaginarse por qué había dicho eso.
—¿Por qué? ¿Por qué no quieres molestarlo?

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Erin lo miró sorprendida, antes de darse cuenta de que, dado que Slater no
sabía de dónde había salido la rosa, seguramente no podía reconocer el humor que
había en la sugerencia que había hecho. Pero ella no se lo podía explicar con
exactitud tampoco. Después de lo de esa mañana, cuando le había dejado creer que
había un hombre en su vida…
Pensó que aquello se estaba poniendo tremendamente complicado.
Solo entonces se dio cuenta del segundo significado de sus palabras.
—Te estoy molestando, ¿verdad? Lo siento, Slater, de verdad. No tienes que
quedarte solo porque te haya dicho que no me gusta la idea de esperar sola.
Él miró los restos de su taza y le dijo:
—¿Qué te parecería un café decente?
—No hay más que el de la máquina, ¿no?
—No, pero aquí cerca hay una cafetería famosa en el mundo entero.
—No quiero marcharme ahora y tendríamos que ir allí, ya que no lo llevan por
encargo…
Slater sonrió.
—¿Te apuestas algo?
Tiró entonces su taza en una papelera y se dirigió a la cabina telefónica.

Erin estaba jugueteando con un trozo de bizcocho de almendras y tomándose


tal vez el mejor café de su vida cuando apareció una enfermera que la llamó por su
nombre.
Le parecía que llevaba años esperando, sentada en esa silla. Y aún así, cuando
llegó el momento, se quedó aterrorizada. Las manos le temblaban demasiado, así que
Slater tomó la taza de sus manos, la dejó sobre una mesa y la ayudó a levantarse.
La enfermera le dijo:
—Estamos trasladando a su madre a la unidad de cuidados intensivos, señorita
Reynolds. Le mostraré el camino.
El alivio de que las noticias no fueran las peores dio paso a un miedo diferente
y casi más profundo.
—¿Slater? —susurró—. ¿Vas a venir?
Al otro lado de la sala de espera, un anciano sin afeitar tomó un bizcocho de la
enorme caja que habían llevado de la cafetería y se lo llevó a la frente en una parodia
de saludo.
—Gracias, señor —dijo—. Esto está casi tan bueno como un donut.
Los demás presentes en la sala asintieron mientras se tomaban sus
correspondientes cafés.

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La enfermera lo miró sorprendida.


—¿Ha pedido café y bizcochos para todos?
—Solo porque cuando llamé a la cafetería, el encargado me dijo que nunca
llevaban pedidos a domicilio por menos de quinientos dólares.
—Fue una tontería por su parte pensar que así te podría desanimar —murmuró
Erin.
—Pero eso es una tontería —dijo la enfermera—. Por supuesto que los llevan.
Por lo menos para el hospital. Siempre los estamos llamando para algo.
Slater pareció momentáneamente desconcertado. Erin pensó que no porque se
sintiera timado, sino por haber sido pillado haciendo una buena acción.
—Bueno, por favor no se lo diga a la gente de la sala de espera —dijo él—.
Realmente les ha gustado ese cuento del pedido mínimo y se han mostrado muy
dispuestos a ocuparse de lo que sobraba, hágame el favor.
Erin trató de contener la risa repentina que la asaltó y solo consiguió
atragantarse.
La enfermera les indicó el camino y, tan pronto como estuvo lejos, Erin soltó la
risa por fin.
—La cara que ha puesto… —logró decir—. ¡Te ha mirado como si te hubieras
vuelto loco de repente!
Entonces recordó la razón por la que estaban allí y la risa se transformó en
lágrimas, así que se agarró del brazo de Slater.
Más tarde, cuando estaban sentados en otra sala de espera, ya de madrugada,
ella le volvió a decir que no era necesario que se quedara más tiempo.
—Cuando te permiten pasar solo unos minutos de vez en cuando, se te hace
muy larga la espera —dijo él y no se movió de su sitio.
—Tú conoces esto de primera mano, ¿verdad?
Él no contestó inmediatamente y la curiosidad se apoderó de ella. La verdad era
que sabía bastante poco de ese hombre.
—¿Tus padres…?
—Mi madre se mató en un accidente estúpido —dijo él por fin—. No tuve
tiempo ni de despedirme de ella. Mi padre… Bueno, con él tuve mucho más tiempo,
por lo menos desde su punto de vista. Pero todo eso es historia antigua, salvo por el
hecho de que sí, sé cómo se siente uno cuando sus padres están en peligro. Y yo
tampoco tengo hermanos para compartir el peso.
—No me extraña que tu tía Hermíone esté tratando de casarte —murmuró
Erin—. Si eres el último de tu rama del árbol genealógico… Supongo que ella se
imaginó que le ibas a proporcionar media docena de pequeños Livingstones.
—Creo que puedo ignorar tranquilamente lo que quiere la tía Hermíone.
—Eso fue lo que yo te dije. ¿Recuerdas?

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Erin bostezó y se sentó más erguida al tiempo que agitaba la cabeza para tratar
de aclarar la niebla que se estaba apoderando de sus pensamientos.
—Queda mucho para la mañana, Erin. Trata de descansar.
Con la voz llena de cansancio, Erin le dijo:
—A paseo con tía Hermíone. ¿Cuántos hijos quieres tú?
—Por lo menos ocho. Es por eso por lo que creo que es mejor ignorar lo que ella
quiere.
Erin parpadeó y lo miró sin dar crédito a sus oídos.
—Ya sabía yo que eso te llamaría la atención —dijo Slater—. Duérmete, Erin. Es
una orden.
Luego le rodeó los hombros con un brazo y la apretó contra su costado.
Ella estaba demasiado agotada como para tensarse y, mucho menos, apartarse.
Pero, al cabo de unos segundos, se dio cuenta de que en ese gesto no había nada
sensual. Él bien podía ser un hermano mayor ofreciéndole su hombro para que se
apoyara.
Y aún así…
El olor de su loción para después de afeitar le resultaba conocido, pero nunca
antes lo había olido así, tan leve. Eso y la solidez de su cuerpo crearon una sensación
cálida que la envolvió como una manta.
Pensó que, bajo circunstancias diferentes, podría ser muy agradable estar
sentada así, apretándose contra él. Si ladeara la cabeza solo un poco, sus labios
podrían, accidentalmente, por supuesto, rozarle la barbilla. Y si entonces él giraba
también la cabeza y la miraba, y luego se inclinaba para un beso…
Entonces se recordó a sí misma que estaba pensando en su jefe. Pero Slater no
podría culparla por preguntarse esas cosas cuando había sido él mismo el que había
introducido la cuestión de cómo serían sus besos con esa loca propuesta suya.
Competentes, por supuesto, como todo lo demás que él hacía. Tal vez incluso
eficientes, sin ninguna pérdida de tiempo o esfuerzo.
Sonrió y apoyó la cabeza en su pecho, sintiendo el latir de su corazón.
Entonces se quedó dormida.
La despertó la luz del sol. Aunque era muy temprano, el día prometía ser
brillante. Se dio cuenta de lo agarrotada y tensa que estaba y de que seguía con la
cabeza apoyada en Slater.
Se apartó y se sentó bien.
—No debería haber dormido tanto.
—Si hubiera sucedido algo, te habría despertado.
Lo miró y vio que nunca antes lo había visto sin afeitar. Se sorprendió al darse
cuenta de que no parecía sucio o descuidado, de alguna manera, esa sombra de barba

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hacía que sus ojos parecieran más grandes y oscuros, su mandíbula más fuerte. Su
ropa era otra cosa, ya que parecía como si hubiera dormido vestido. Salvo que él no
había dormido en absoluto. Se había pasado toda la noche sentado allí, sujetándola…
Fue como si el estómago se le llenara de mariposas ante la idea, lo que era una
tontería, se dijo a sí misma. Sí, había imaginado algunas cosas esa noche, pero lo
había hecho medio dormida, no había nada romántico en la forma en que él la
sujetaba. Nada en absoluto.
—Estás agotado —le dijo—. Gracias a ti, yo he dormido suficiente como para
recuperarme y ahora que ya no tengo que enfrentarme con la soledad de la noche,
estaré bien. Por favor, Slater, no hagas que me sienta más culpable de lo que me
siento ya.
Él debía estar más cansado de lo que se había imaginado porque ni siquiera
discutió.
—Si estás segura, hay un par de cosas en la oficina…
—La oficina. Había olvidado esa lista que me diste ayer.
—No pienses en ella. Ahora tienes cosas más importantes que hacer.
—Eso me recuerda que unas personas del departamento de publicidad estaban
hablando ayer en el restaurante acerca de la próxima campaña. Nada secreto o
particularmente sensible, ¿pero estás seguro de que no quieres que se prepare una
conferencia sobre la confidencialidad para los empleados? Yo podría…
—No, no podrías. No ahora. Ya hablaremos de ello más adelante, porque no
dejas de tener razón.
Luego, Slater se levantó y se estiró los músculos doloridos.
—Me harás saber cómo van las cosas aquí, ¿verdad Erin?
—Por supuesto.
Erin lo acompañó a la entrada y se dijo que ella también necesitaba un buen
estiramiento. Pero cuando se quedó sola, se sintió muy pequeña, insignificante y
sola.

Cuando Erin dejó el hospital, algunas horas más tarde, el día ya no le parecía
bonito, sino que el sol brillaba demasiado, haciéndole daño en los ojos. El calor del
sol contra la piel hacía un profundo contraste con el frío que sentía en el corazón.
Las enfermeras le habían dicho que se fuera a casa, se duchara y se tumbara un
rato. Todavía debían hacerle algunas pruebas más a su madre y tenía que estar
tranquila, por lo que no iba a poder pasar mucho tiempo con ella. Y aunque nadie se
lo había dicho, Erin se dio cuenta de que debía ahorrar fuerzas para el día siguiente,
ya que iban a operar a Ángela.
El taxi estaba a medio camino de su casa cuando ella cambió de opinión y le
dijo que la llevara a la oficina.

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La entrada estaba casi desierta y la cafetería acababa de abrir.


Estaba pasando por la floristería cuando se abrieron las puertas del ascensor y
salió Dax, maletín en mano.
Erin se puso a mirar el escaparate esperando que no la viera, pero no sirvió de
nada, ya que fue directo hacia ella.
—¿Qué pasa, Erin? —dijo mirándola de arriba abajo—. Esta mañana tienes aún
peor aspecto que el del jefe. La de anoche debió ser la madre de todas las fiestas.
—Más bien no.
—¿Quieres decir que fue algo más bien personal?
Erin trató de alejarse de allí.
—No tengo tiempo para esto, Dax.
Pero él se interpuso en su camino.
—Estás susceptible hoy, ¿verdad? En serio, si no quieres ser objeto de algunos
comentarios allá arriba, sería mejor que, por lo menos, te cambiaras de ropa. Venir al
trabajo con la misma ropa de ayer…
Erin lo cortó en seco.
—Me he pasado la noche en el hospital con mi madre. Tiene un tumor y la van
a operar mañana.
De repente, él se puso serio.
—Hey, eso es grave, chica. El cáncer es algo muy serio. Espero por tu bien que
no dure mucho tiempo. Es muy deprimente para cualquiera no poder hacer planes.
Te veré más tarde si estás por aquí.
Luego salió por la puerta de la calle meneando el maletín.
Si la hubiera pillado un maremoto, no se habría sentido peor. Ese tipo era un
genio dando ánimos. Pero no se podía esperar otra cosa de ese hombre.
Tonio, que había salido a la puerta de su tienda, se aclaró la garganta.
—Siento lo de su madre, señorita Reynolds. Pero no le haga caso a ese animal.
—Lo único realmente sorprendente es la poca clase que tiene —dijo ella al
tiempo que empezaba a caminar de nuevo hacia los ascensores.
—¿Sabe? Sobre la rosa roja que le regaló el otro día…
Erin se detuvo. Casi se había olvidado de esa rosa.
—¿Qué pasa con ella, Tonio?
—No me la pagó.
Erin se quedó pasmada.
—Pero yo lo vi…

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—Oh, sacó la cartera, pero tan pronto como usted salió, recogió su dinero y me
dijo que la añadiera a la cuenta del señor Livingstone, que de todas formas no lo iba a
notar. Por eso, cuando ayer me preguntó por la factura, pensé que se había dado
cuenta de lo que había hecho.
—¿Y que habías sumado de más? Tú no, Tonio. Eso es más bien típico de Dax.
Un tipo espontáneo, generoso, comprensivo, compasivo… O tal vez solo calculador
—dijo ella con ironía.
—Lo siento, señorita Reynolds. Después de lo que ha dicho de su madre, pensé
que tal vez la hiciera sentirse mejor saber de una vez por todas como es él, pero
supongo que no debería…
Erin sonrió.
—Gracias, Tonio. Eres un amigo —dijo ella y sacó la cartera—. ¿Cuánto es la
rosa?
Tonio levantó las dos manos.
—No le he dicho lo que hizo para que me la pagara —protestó—. Solo pensé
que debía saber que él no es tan bueno como se cree que es. No quiero verla dolida.
Cuando Erin entró en el despacho exterior de Slater, la puerta de este estaba
cerrada y Sarah estaba organizando unos documentos. La mujer lo dejó todo y corrió
hacia ella.
—El señor Livingstone me lo ha contado —dijo—. ¿Qué se sabe? ¿Cómo está tu
madre? ¿Y tú? Oh, Erin…
—¿Está Slater?
—Sí. Pero con Bob Brannagan. Aunque estoy segura de que no le importará…
—No, no le interrumpas.
Erin se dio cuenta del destello de curiosidad de los ojos de Sarah y enseguida
supo a qué se debía. No estaba acostumbrada a que llamara al jefe por su nombre de
pila, así que decidió seguir como si nada.
—El contrato de Brannagan es demasiado importante. Pero cuando esté libre
dile si puede venir a mi despacho, ¿quieres?
Luego, sin esperar respuesta, se dirigió a la tranquilidad de su propio despacho
y cerró la puerta.
La lista de cosas que tenía que hacer seguía sobre la mesa, donde la había
dejado el día anterior, una eternidad. La habitación entera le parecía ahora poco
familiar, como si llevara meses sin verla.
Entonces se fijó en la rosa que Dax le había robado a Tonio. Ya le estaba
desapareciendo el color y sus manos parecieron moverse como con voluntad propia
cuando la tomó y la tiró a la basura.
Solo quedaba el florero ahora y, como atontada, fue a tirarlo también. Pero la
voz de la conciencia la detuvo. El florero no tenía nada que ver con Dax, pensó.
Había sido Slater quien se lo había proporcionado, algo tan exquisito, a su manera,

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como la propia rosa. Pero había una diferencia. Al contrario que la flor, que había
sido dada tan descuidadamente y que había terminado en la basura, ese florero de
cristal había sido dado con consideración y respeto, y duraría para siempre.
Tras ella, se abrió la puerta del despacho.
—¿Erin?
Ella ya sabía que era Slater antes incluso de que hablara. Había sentido su
presencia allí, llenando la habitación con su fuerza.
Se volvió lentamente y, de repente, toda la compostura que había logrado
conseguir esa mañana, la abandonó y, antes de que se diera cuenta de lo que estaba
haciendo, estaba entre sus brazos, apretando el rostro contra su pecho, llorando como
una niña.

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Capítulo 5
Slater la abrazó hasta que ella dejó de llorar.
—Lo siento —dijo Erin por fin y trató de sonreír—. Eso ya lo he dicho antes,
¿no? Y luego, no dejo de interferir y esperar más y más de ti…
Él no contestó. En vez de eso, la apartó un poco con las manos en sus hombros y
la miró a la cara.
—Entonces, ¿es algo malo?
—Han encontrado un tumor. Lo han llamado un… No recuerdo, un nombre
muy largo. Pero podría ser peor y no es maligno, aunque está localizado en la
glándula que produce la adrenalina, así que está alterando el equilibrio hormonal de
todo su cuerpo y le ha puesto la tensión arterial por las nubes. Ya sabes que, cuando
se tiene miedo o se está en situación de riesgo, la adrenalina es la hormona que hace
que el cuerpo reaccione, pero eso solo suele durar unos momentos. El caso de mi
madre es distinto porque el tumor impide que vuelva a la normalidad, así que está
en un estado lamentable, ya que no puede luchar ni hacer nada, ni relajarse.
Slater se sacó un pañuelo del bolsillo y se lo pasó.
—¿Y si le quitan el tumor se resolverá el problema?
—La van a operar mañana por la mañana. Pero la cosa no es tan simple, Slater.
El médico me lo ha explicado usando términos médicos, pero en lenguaje normal, lo
que me ha dicho es que con los niveles hormonales tan altos, solo con anestesiarla
pueden hacer que le suba tanto la tensión arterial que le revienten todas las arterias
del cuerpo.
Slater se frotó la nuca.
—Y si no sucede eso, solo con que toquen el tumor mientras tratan de
quitárselo, podría producir la misma reacción o todo lo contrario, que le baje tanto la
tensión arterial que le produzca un shock. La gente se muere del shock, Slater.
—Ya lo sé. Mi madre lo hizo.
Erin le puso una mano sobre la de él.
—Lo siento. Estoy actuando como si fuera la única que tuviera problemas.
Él agitó la cabeza.
—Eso fue hace mucho tiempo. Solo significa que sé de primera mano lo serio
que puede ser.
Ella le devolvió el pañuelo y añadió:
—Dado que mi madre ha de permanecer todo lo tranquila que sea posible, por
temor de que le vaya a dar una embolia o un ataque al corazón antes de que la
puedan curar, ni siquiera le han contado todos los peligros que hay. Solo me lo han
dicho a mí. Me han contado todo esto y me han sugerido que me vaya a casa y me
calme yo también para no asustarla.

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—Erin, no pasa nada por tener miedo.


Pero ella no le estaba escuchando.
—No me extraña que le doliera la cabeza. Lo sorprendente es que no le haya
dado un ataque al corazón o algo así…
—Erin, para ya. Nada de eso ha sucedido. Los médicos se ocuparán de esto.
—¿Sí? Yo he firmado los papeles, Slater, he dado permiso para que la operen.
Pero si le sucede algo…
Erin se dirigió entonces a la ventana y se quedó mirando al exterior.
—¿Y qué pasaría si no la operan?
Ella no se volvió.
—El ataque al corazón, la embolia o la ceguera. O una combinación de todo eso.
—Entonces no tenías otra alternativa —dijo él con voz firme y curiosamente
consoladora.
Y también desde muy cerca, ya que ahora estaba justo detrás de ella.
—Has hecho lo único que podías hacer, Erin —añadió y empezó a darle masaje
en los hombros—. Si no es demasiado impertinente preguntártelo, ¿vas a tener
dinero suficiente? Esto no va a ser barato.
—Ya lo sé. Y su seguro de enfermedad ya no cubre estas cosas, dado que no
trabaja a tiempo completo. Desgraciadamente, no tenemos un sistema sanitario como
el europeo. Pero no importa lo que cueste. Venderé la casa si he de hacerlo. Vale más
de lo que pagué por ella. También tengo algunas acciones… Tomaré otro trabajo
más.
Entonces miró la lista que tenía sobre la mesa y añadió:
—Bueno, tal vez no. No sé de dónde sacaría tiempo. Pero ya me las arreglaré de
alguna manera.
—Sabes perfectamente que no te tienes que preocupar por el dinero, Erin. Por
mucho que cueste, yo me haré cargo de ello.
Esas palabras cayeron como piedras en la masa blanda en que parecía haberse
transformado su cerebro. Erin se quedó helada. Seguramente él no había querido
decir…
La voz de él era tranquila, calmada.
—Lo único que tienes que hacer es…
Erin no pudo soportar oírselo decir, que paciente y razonablemente, le pusiera
un precio.
—Lo único que tengo que hacer es casarme contigo —dijo amargamente.
Un silencio incómodo llenó el despacho por un momento. Luego Slater la
agarró fuertemente por un brazo y la hizo volverse y mirarlo. Los ojos le echaban
chispas.

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—Maldita sea, Erin, ¿de verdad te crees que yo te ofrecería un trato cuando el
precio es la vida de tu madre?
Ella lo miró horrorizada y con la garganta tan seca que no pudo hablar. Nunca
lo había visto así. A veces se había enfadado, sí, pero nunca lo había visto con
semejante furia. Retrocedió un paso involuntariamente.
Pero él no la soltó.
—Tú dijiste una vez que yo no soy de los que se dejan chantajear. Bueno, pues
tampoco uso el chantaje para salirme con la mía.
—Por supuesto que no. Lo siento.
Él la miró por lo que pareció una eternidad y luego, muy lentamente, su mano
se relajó y le dijo secamente:
—Ya estás de nuevo con las disculpas…
—Si me quieres prestar el dinero, te lo agradeceré más de lo que te imaginas.
—Lo único que tienes que hacer es hacerme saber cuánto necesitas. Pero te
sugiero que no le digas a tu madre que se trata de un préstamo. Puede que le guste
tan poco esa idea como la de vender la casa.
Erin se percató de que tenía razón.
—Puede que le diga que he recibido unos buenos beneficios, aunque Dios sabe
cómo, con la de trabajo que he dejado por hacer. Ahora he de volver con ella.
—¿Estarás bien?
—Aún estoy asustada, pero creo que lo puedo disimular. Slater…
Dudó por un momento. ¿Cómo podía darle las gracias? La había dejado llorar
de rabia y temblar de miedo y ahora, gracias a su paciencia y apoyo, podía volver
con su madre con una sonrisa consoladora.
Sin pararse a pensarlo, se puso de puntillas y le fue a dar un beso en la mejilla.
Pretendía que fuera un beso de amistad, de agradecimiento, no más. Pero algo
salió mal. Slater giró la cabeza en el momento preciso y sus labios se rozaron… Y se
quedaron allí.
No hubo otro contacto salvo ese dulce y cariñoso beso. Él ni siquiera la rodeó
con los brazos y, lo que debió ser solo un gesto sin importancia, fue la caricia más
sensual que Erin había experimentado en toda su vida. Su cuerpo casi vibró por la
fuerza que contenía.
Había tenido razón, y se había equivocado a la vez acerca de la habilidad de él
para besar. Slater era tan eficiente como se había imaginado, nunca había conocido a
ningún hombre que pudiera causarle tanto efecto con tan poco esfuerzo aparente.
Pero él era mucho más que simplemente competente.
Se estaba estremeciendo cuando se apartó de él y no miró atrás cuando lo dejó
allí, de pie junto a su mesa, ya que sabía que se iba a tener que disculpar de nuevo,
esta vez por calcular tan mal.

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Y tuvo que admitir que no quería hacerlo.

Erin entró sin hacer ruido en la habitación donde estaba su madre, medio
sedada. Junto a la cama, un indicador de la tensión arterial hizo ruido y un monitor
cobró vida. Ángela abrió los ojos entonces.
—Querida —dijo—. Me dijeron que te habías ido a casa. Pero no me pareces
muy descansada.
Erin logró sonreír.
—Puede que sea porque he ido a la oficina en vez de a casa.
Ángela frunció el ceño.
—Creía que el señor Livingstone era más compasivo.
—Y lo es. He ido porque he querido —respondió Erin tomando de la mano a su
madre—. ¿Quieres que traiga algo?
—Una buena taza de café.
—No te dejarían tomártela. Nada de cafeína.
—Ya lo sé. Son unos aguafiestas. Mañana me van a operar.
Ángela parecía cansada y atontada, pero debía ser por el sedante, pensó Erin, ya
que tenía el pulso muy acelerado.
—Erin, esto es peligroso, ¿verdad? Me refiero a la operación.
—¿Y por qué me lo preguntas, mamá?
—Porque las enfermeras y los médicos se muestran demasiado animados
conmigo. Y cuando te van a operar, suelen contarte todos los riesgos, pero a mí ni
siquiera me han soltado la charla habitual sobre los peligros de la anestesia.
—Puede que hayan pensado que ya los conoces y que para qué te van a volver
a molestar. De todas formas, ya sabes que tienes alta la tensión arterial, así que
quieren que permanezcas tranquila.
—Bueno, lo estaría más si supiera lo que está pasando. Oh, Erin, hay tantas
cosas que me gustaría hacer todavía…
Erin respiró profundamente y le dijo:
—Mamá, no seas tonta. Las vas a hacer todas. Los médicos te van a curar y
dentro de unos días, estarás de vuelta en casa, mandando a todo el mundo y
haciendo la lista de las cosas que vas a hacer tan pronto como estés bien.
—Lo primero será buscarme un segundo trabajo para ayudar a pagar los gastos
del hospital.
—No tienes que preocuparte por el dinero, mamá.

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—Eso es fácil de decir. Está claro que no has pensado en lo que va a costar todo
esto. Yo, por otra parte…
—Eso no importa. Ya me he ocupado de ello.
Ángela entornó los párpados.
—Oh, ¿de verdad? ¿Y cómo estás tan segura? No sabía que jugaras a la lotería.
Vaya una suerte que te haya tocado esta semana, ¿no? ¿O es que has ido a la oficina
en vez de a casa para que tu jefe te preste el dinero? ¿Y a qué interés lo va a hacer? ¿O
es que hay algo más que yo debiera saber?
Erin se dijo a sí misma que tenía que contarle lo de los beneficios.
Pero antes de que pudiera pensar cómo se lo iba a contar de forma que se lo
creyera, Ángela pareció rendirse.
—He de decir una cosa de ese hombre, que no pierde el tiempo. ¿Has visto lo
que me ha mandado?
—¿Quién? ¿Slater?
Erin vio demasiado tarde el interés que se reflejó en los ojos de su madre
cuando dijo ese nombre. Pero Ángela no dijo nada, simplemente agitó una mano
hacia una mesita con una gran maceta llena de flores.
Erin no la había visto antes. Eran muy bonitas y se trataba de una planta entera.
No unas flores cortadas y frágiles que se marchitarían en pocos días, sino una planta
de verdad. Algo vivo y duradero.
Un símbolo de recuperación. Qué hermosamente lo había dicho él sin necesitar
ni de una palabra.
Las lágrimas se asomaron a sus ojos y acarició la rugosa superficie de la maceta.
No supo por qué eso la hizo pensar en el florero que seguía en su despacho porque
se había olvidado de devolvérselo a Slater. Las dos cosas eran tan distintas…
Y aún así, se parecían. Las dos eran sólidas, duraderas. Y ambas pasaban
desapercibidas por sus contenidos. Las hojas de esa planta casi ocultaban la maceta,
mientras que la vistosa rosa de Dax había llamado su atención de forma que el
estilizado florero se había casi esfumado bajo ella.
Pero, una vez desaparecida la rosa, el florero brillaba en todo su esplendor, un
objeto bello hecho para durar siempre.
Entonces se dio cuenta de que no estaba pensando en floreros y macetas, sino
en solidez y seguridad. En el contraste existente entre las cosas buenas y las que solo
lo parecen.
Pero iba a necesitar tiempo para pensar en todas las implicaciones y averiguar
por qué sus entrañas se sentían tan extrañas de repente. Un tiempo que ahora no
tenía, ya que el humor de Ángela parecía haber cambiado de nuevo.
—Por si no salgo de esta, Erin… —susurró su madre.
—Ya basta de tonterías, madre.

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—No son tonterías. Después del divorcio lo organicé todo para que tú no
tuvieras que hacer nada en absoluto, pero no te he dicho nunca dónde están todos
mis papeles o mi testamento.
Erin sintió cómo el pánico se apoderaba de ella. Lo peor que podía hacer su
madre era precisamente eso, pensar que no iba a salir de aquello. ¿Pero cómo lo iba a
poder evitar? Tenía que distraerla, que pensara en otra cosa, esa era la clave.
—Bueno, creo que es muy egoísta por tu parte perder el tiempo hablándome de
un funeral que no vas a necesitar por el momento. Sobre todo cuando tengo una
noticia realmente importante que contarte.
No supo de dónde habían salido esas palabras, incluso le pareció que las
hubiera dicho otra persona. ¿Y cómo iba a seguir ahora?
La puerta se abrió entonces y apareció una enfermera. Le echó un vistazo a los
monitores y luego se relajó visiblemente.
—Se ha movido y ha desconectado un cable, señora Reynolds —dijo mientras se
lo volvía a colocar—. Y, a juzgar por los monitores, parece que se ha alterado
bastante. ¿Qué han estado haciendo aquí? ¿Jugar al tenis? Dentro de unos momentos
vendrá a hablar con usted su anestesista.
Después de que la enfermera se hubiera marchado, Ángela se quedó muy
quieta y mirando pensativamente a Erin.
—¿Y bien? ¿Cuál es la noticia?
Erin pensó que su madre necesitaba pensar en algo positivo, algo que le diera
esperanzas de futuro. A lo que agarrarse cuando la llevaran al quirófano, que la
hiciera querer volver.
Y, sintiéndose como en un sueño, se lanzó a un riesgo calculado.
—Slater me ha pedido que me case con él. Y le voy a decir que sí.
Se preparó para cualquier reacción por parte de su madre, pero evidentemente,
eso serviría para sus propósitos. Ya tendría tiempo después de la operación para
aclararlo todo. Entonces, oyó a alguien en la puerta y pensó que sería el anestesista.
Pero no lo era. Iba vestido con un traje gris oscuro que ella había visto muy
recientemente.
Erin se quedó helada.
—Hola, señora Reynolds —dijo Slater—. Espero que no le importe que me haya
pasado a verla.
No miró a Erin y a ella se le aceleró el corazón sin saber qué iba a hacer o decir
él.
—Por supuesto que no me importa —respondió Ángela—. Estoy encantada de
conocerte, Slater. Sobre todo dado que parece que no debemos perder el tiempo para
empezar a tuteamos.
—Lo consideraré un honor, Ángela.

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La puerta se abrió una vez más y, para alivio de Erin, la habitación se llenó de
personal médico, el anestesista seguido por una tropa de estudiantes de medicina.
Se abrió camino por entre la gente y salió al pasillo, donde se apoyó en la pared
y respiró profundamente. Pero apenas había empezado a relajarse cuando Slater se
acercó y le dijo:
—¿Quieres decirme a qué ha venido eso?
—¿Te refieres a lo que le he dicho a mi madre?
—Sí, a eso. ¿Por qué? ¿Hay alguna otra cosa que debas advertirme?
Ella agitó la cabeza.
—No se me ocurre nada.
—Entonces, creo que será mejor que me digas cómo es que nos hemos
comprometido.
Erin se encogió de hombros.
—Ella sospechaba que yo pensaba pedir prestado el dinero. No se habría creído
lo de los beneficios ni de broma.
—Así que le contaste un cuento muy diferente.
—Ella empezó a hablar muy locamente acerca de su testamento y que no
esperaba vivir después de la operación. Así que pensé que debía darle otra cosa en
que pensar.
—Y yo diría que lo has conseguido. Como cambio de conversación no está nada
mal. Pero, por supuesto, eso me deja una pregunta. Perdona por interrogarte, Erin,
pero me gustaría saber el terreno que piso. ¿Lo has dicho en serio? ¿O lo has dicho
solo para mantener a tu madre con la mente ocupada por el momento?
Erin cerró los ojos. No podía decirle la verdad, que ni siquiera había tenido en
cuenta la pregunta que él le estaba haciendo ahora, porque las palabras le habían
salido de la boca como por propia voluntad y sin pensarlas.
Él le estaba ofreciendo una escapatoria fácil. Lo único que tenía que decirle era
que, por supuesto, no lo había dicho en serio, que si podían disimular por unos días,
hasta después de la operación y su madre estuviera mejor…
Por supuesto, eso era lo más inteligente. Todas las razones que la habían hecho
rechazar su propuesta seguían en pie. Si no hubiera sido por el estado emocional de
su madre, ni habría vuelto a pensar en la propuesta de Slater. Así que, por supuesto,
no le había dicho eso en serio a su madre. No tenía ninguna intención de hacer real
ese increíble compromiso.
Pero aún así…
La puerta de la habitación se abrió de nuevo y los estudiantes salieron en fila. El
anestesista se quedó el último y mantuvo abierta la puerta.
—Ya pueden volver a entrar. Usted es la hija de la señora Reynolds, ¿verdad?
¿Tiene alguna pregunta acerca del procedimiento a seguir?

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Erin estaba demasiado alterada como para pensar en preguntarle algo.


—¿La cuidarán bien? —murmuró.
—Por supuesto que lo haremos. No sé lo que le ha dicho el cirujano, pero…
En los siguientes cinco minutos, Erin recibió una explicación concreta y clara de
todo lo que iba a suceder en el quirófano al día siguiente mientras Slater entraba en la
habitación.
Cuando Erin entró también, Slater estaba sentado a un lado de la cama de
Ángela y le tenía sujeta una mano, así que Erin se sentó al otro lado.
—Debería decir que vosotros dos sabéis como apartar la mente de una de
cualquier otra cosa —dijo Ángela—. Y ahora marchaos un rato, ¿queréis? Me habéis
dado demasiado que pensar como para que andéis por aquí complicando las cosas.
Slater, llévate a cenar a Erin y asegúrate de que coma, ¿te importa?
Erin se sintió sorprendida por las palabras de su madre, se inclinó y la besó en
la mejilla, pero no encontró la voz hasta que no estuvieron ya saliendo del hospital.
—¿Qué ha querido decir con eso de demasiado en que pensar? —preguntó
ella—. ¿Qué le has dicho? ¿Y por qué no has esperado a que estuviera yo también?
—Porque tú estabas muy ocupada con el médico como para escuchar lo que me
ha dicho.
—¿Quería hablar a solas contigo?
—Eso parece. ¿Dónde quieres ir a cenar?
—No tengo hambre —dijo Erin automáticamente—. ¿Ha sospechado algo?
—No la conozco lo suficiente como para decirlo. Si no tienes preferencia por
ningún restaurante, entonces elegiré yo. Hay un par por aquí cerca y les dejaré mi
número de móvil a las enfermeras por si tu madre te necesita.
Erin se rindió. Minutos más tarde estaban en el restaurante y ella se limitó a
mirar la carta y agitar la cabeza. Slater pidió una botella de vino y, cuando se la
sirvieron, le ofreció una copa y le dijo:
—Por lo menos bébete esto.
Ella la tomó, más por hacer algo que por otra cosa.
—Así que aquí estamos —dijo—, y todo porque mi madre nos ha dicho que nos
fuéramos a cenar. No se me hubiera ocurrido que te gustara aceptar órdenes.
Slater se encogió de hombros.
—No pensarías que iba a discutir con ella, en su estado. Y además, tenía razón.
Tienes que comer algo, quieras o no. Vas a necesitar de toda tu energía mañana y esta
noche no puedes hacer nada por ella de todas formas.
El camarero dejó entonces un cesto con pan entre medias y su rico aroma llenó
los sentidos de Erin. Tal vez tenía un poco de hambre, después de todo.
Slater dijo entonces sin mirarla:

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—Me preguntó si estaba enamorado de ti.


A Erin le dio un salto extraño el corazón.
—¿Y qué le contestaste tú?
Slater tomó un pedazo de pan y lo untó con hierbas y aceite de oliva. Luego la
miró pensativamente.
—¿No pensarás que le haya dicho que, de todas las mujeres que han solicitado
el puesto de ser mi esposa, tú eres la que tiene mejores referencias, verdad?
—Aunque sea cierto de alguna manera… —dijo ella sonriendo al pensar en lo
que habría dicho su madre a eso—. Así que le dijiste lo que quería oír.
—Por lo menos, lo que me imaginé que quería, sí.
—¿Y te creyó?
—Solo por el poco éxito que tuve hace unos días en convencerte de que estaba
cuerdo, que soy lógico e inteligente, eso no significa que no pueda ser
razonablemente persuasivo de vez en cuando —dijo él y le pasó el trozo de pan—.
Prueba esto. Y aún no has respondido a mi pregunta, Erin. ¿Lo dijiste en serio? ¿O
solo lo hiciste por la paz mental de tu madre?
Erin tomó el pan casi sin darse cuenta. Miró directamente a los ojos a Slater y
pensó en rosas mustias y floreros de cristal, en imágenes y realidades, en solidez,
sensibilidad y seguridad.
Él le había dicho que encajaban. Que eran una buena combinación y que podían
hacer permanente esa asociación.
Entonces, ¿por qué no?
Confiaba en él. Se había apoyado en él en busca de consuelo y ayuda, y él había
respondido.
Por supuesto, no era amor. No era magia. ¿Pero qué era lo que él había dicho
del amor? ¿Qué la magia a veces se volvía melodrama?
Lo que Slater le había propuesto no era un romance salvaje y apasionado. Era
una asociación que podían esperar que durara para siempre porque ya había
demostrado que podía ser así.
El matrimonio que él le estaba ofreciendo no era de cuento de hadas con
empalagosos castillos de azúcar y caramelo. No era glamoroso y vistoso como la rosa
de Dax.
Pero las rosas se marchitan y los castillos de azúcar se derrumban.
No todo era así. Algunas cosas carecen del brillo inicial de las flores, de la
elegancia de los castillos de azúcar, pero no se marchitan ni se desintegran. Están
construidas sobre cimientos sólidos. Duran.
Cosas como el florero de cristal de Slater.
Cosas como… El mismo Slater.

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Erin respiró profundamente y le dijo:


—Lo dije en serio. Me casaré contigo.

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Capítulo 6
Slater dejó su copa muy lentamente. Erin pensó que estaba reaccionando como
si no se creyera lo que acababa de oír.
O tal vez había oído demasiado bien y la noticia no era precisamente
bienvenida.
Erin se preguntó entonces por primera vez la alternativa de un compromiso
simulado en vez de un matrimonio real. ¿Es que había esperado que ella la aceptara?
—Por supuesto, si has cambiado de opinión… —le dijo—. Yo no te culparía.
Estos últimos dos días no he sido precisamente la mujer modelo a la que le
propusiste matrimonio. ¿Recuerdas? La persona sólida, inteligente y práctica que
creías que era yo.
—No he cambiado de opinión. Solo quiero estar seguro de que sabes lo que
estás haciendo. Y por qué. Y deja que te diga una vez más que casarte conmigo no es
una condición para que te ayude con los gastos de hospital de tu madre.
—Porque no eres un chantajista, ya lo sé. Ya hemos hablado de esto.
—Pero no de esta variación en particular. No quisiera que pensaras que, dado
que voy a financiar esos gastos, la mejor manera de pagarme sería venderte a mí.
—Teniendo en cuenta lo que va a ser la factura del hospital… Francamente,
Slater, no creo que yo valga tanto.
Lo miró a los ojos y no le extrañó ver el destello de diversión en ellos. Lo que sí
la sorprendió fue ver cómo todas sus facciones parecieron suavizarse con esa sonrisa.
Nunca antes lo había visto tan relajado.
Slater extendió entonces hacia ella las dos manos por encima de la mesa y le
dijo:
—¿Socios?
Erin dudó solo una fracción de segundo antes de unir sus manos a las de él.
—Socios —susurró.
—Muy bien. Entonces solo tengo que contarte el resto.
Eso le sonó muy raro y trató de apartar las manos, pero él se las sujetó.
—¿Qué has querido decir?
—La verdad es que no mucho. Solo que tu madre ha puesto la fecha de la boda
para tres días después de su operación. Sin duda, habría preferido que fuera antes,
pero en Missouri se necesita un cierto tiempo para conseguir una licencia de
matrimonio.
Erin se quedó boquiabierta.
—¿Tres días?

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—Sospecho que ahora mismo ya habrá hablado con los que se encargarán de la
comida y estará buscando una banda para que toque en la boda.
—Pero no puede…
—Yo diría que ha estado bien que se lo dijeras. ¿Qué pasa Erin? Yo creía que
querías que tu madre no pensara en su estado de salud.

La sala de espera era tan incómoda como todas, pensó Erin. Tenía toda la
mañana por delante y ya le habían dicho que una operación tan delicada como esa
podría tardar horas.
Cuando se llevaron al quirófano a su madre, ella se había limitado a decirle que
se alegraba de lo suyo con Slater, nada más.
Erin se había sentido aliviada de que no hubiera dicho nada de la boda.
Mientras hojeaba una revista, sintió más que vio cuando entró Slater, por las
reacciones de la gente que la rodeaba. Era como si hubiera entrado alguien
importante y sucedía siempre que él entraba en algún sitio. La sorprendió la oleada
de gratitud que sintió cuando lo vio allí. No se había esperado que fuera al hospital
esa mañana y ella no se lo había pedido, sabiendo todo el trabajo que tenía encima.
Slater iba vestido más informalmente de lo habitual, con una camisa de cuello abierto
y una chaqueta de pana. En vez del consabido maletín, llevaba una cesta de picnic.
Quitó un montón de revistas de encima de la silla de al lado de ella y se sentó.
—¿Estás bien, Erin?
—Sí —respondió ella preguntándose por qué le parecía más brillante ahora esa
triste sala de espera—. Mi madre ha preguntado por ti esta mañana. Parece que le
has caído muy bien.
—He tenido la suerte de pillarla en un momento vulnerable.
—Eso es. Me gustaría saber cómo lo has logrado. Ayer no estuviste con ella más
de cinco minutos, pero está claro que habéis congeniado perfectamente.
—Oh, fue una conversación increíble. Yo me quedé muy impresionado por su
capacidad de decisión. No me cabe duda de que eso lo has heredado de ella.
¿Quieres desayunar?
—No, gracias. No tengo hambre. Además, ayer probé la cafetería del hospital y,
créeme, si estos cocineros son capaces de transformar un filete en goma, no quiero ni
pensar en lo que harán con unos huevos fritos.
—Lo cierto era que sospechaba que la comida de aquí no sería mejor que el café,
así que le pedí a Jessup que hiciera algo que creyera que te gustaría a ti.
Entonces le llegó un aroma a queso caliente, tomate y pimientos verdes que
hizo que se le hiciera la boca agua.
—Claro que no me gustaría herir los sentimientos de Jessup rechazando su
comida…

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—Esa es una actitud que aplaudo. Definitivamente no queremos ofender los


sentimientos de Jessup —dijo él y miró a su alrededor—. El problema es que huele
tan bien que creo que nos van a saltar encima tan pronto como lo saque de la cesta.
Pero más abajo, en el pasillo, hay una pequeña habitación que creo que está vacía en
estos momentos.
La habitación en cuestión tenía incluso una mesa. Erin tomó el plato que le pasó
Slater e inhaló profundamente ese delicioso aroma.
—Es como un quiche sin corteza, ¿verdad?
—Eso creo. Si te gusta, creo que piensa llamarlo Huevos a la Erin. De paso,
Jessup me ha pedido que te diga que está encantado de que nos vayamos a casar.
Erin sintió una cierta tensión en su interior. No se le había ocurrido lo que
pensaría la gente de ese compromiso tan repentino, solo sabía que ella no estaba
preparada para afrontar esa reacción. Pero si Slater ya se lo había dicho a su
mayordomo…
No era que pudiera quejarse acerca de a quién se lo había dicho él o cuándo lo
había hecho, se dijo a sí misma, ya que había sido ella la primera que se lo había
dicho a su madre, ¡y antes de que el mismo Slater lo supiera!
—Esto estaba riquísimo —dijo cuando terminó su plato—. Ahora me siento
capaz de afrontar cualquier cosa. Gracias, Slater.
—¿Es que me estás echando?
—Bueno, solo he dado por hecho… Ya sé la cantidad de trabajo que hay y, sin
mí allí para ayudarte…
—Me quedaré todo el tiempo que pueda. Pero tienes razón, hay un pequeño
detalle de un asunto que hay que solucionar esta misma tarde.
—Lo de Universal Conveyer. Está en mi despacho porque no terminé con los
últimos detalles.
—No empieces a sentirte culpable. De vez en cuando no está mal que recuerde
los muchos detalles cotidianos que me quitas de encima.
—Pero yo debería…
—Deberías quedarte con tu madre. Yo me ocuparé de eso y me olvidaría de ello
si no fuera porque el trabajo de Universal Conveyer les puede venir muy bien como
ayuda a los seis sobrinos de tía Hermíone.
—Creía que habías dicho que querías ocho.
Entonces Slater sonrió y Erin se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—Quiero decir…
—Yo creía que, durante esa conversación, estabas demasiado dormida como
para escuchar lo que estaba diciendo.
—Debía estarlo. Ciertamente no he querido decir…
—No te lo estarás pensando mejor, ¿verdad?

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—Lo cierto es que no dejo de pensar en ello.


—Olvida esa tontería de los hijos y piensa solo en la sociedad que vamos a
formar.
—Es un gran cambio, Slater.
—Realmente no. Nada será demasiado diferente, no hasta que no estés
preparada.
—¿Y si no lo estoy nunca?
—Ya veríamos entonces lo que pasa, Erin. No te preocupes, todo irá bien. Ya lo
verás.
Pero ella no pudo dejar de preguntarse si él estaba tratando de darle seguridad
a ella, o a él mismo también.

La operación tardó horas y el cirujano parecía cansado cuando fue a informarles


de cómo había ido. Erin le apretó la mano a Slater.
—Ha ido muy bien —dijo el cirujano—. Creo que les puedo decir que se curará
a la larga. Ahora váyanse a casa y descansen algo. Mañana la necesitará más todavía,
cuando empiece a sentirse mejor.
Erin se quedó después muy quieta mientras la tensión desaparecía de su
cuerpo.
—No te vayas a desmayar sobre mí —le dijo Slater.
Le dio un cariñoso beso en la mejilla y ella se alegró. Las cosas ya eran
suficientemente complicadas sin una repetición pública del beso del otro día.
Pero ella no estaba nada segura de que fuera lo del público lo que estaba
haciendo que se le agitaran las entrañas.

Cuando Erin apareció en el despacho con la misma ropa informal con la que
había ido esa mañana al hospital, Sarah pareció sorprenderse al verla.
—El señor Livingstone me dijo que te ibas a tomar libre el resto de la semana.
—¿Y dejarte a ti a merced de cualquier dinosaurio al que haya querido imitar
últimamente? No soy tan cruel Sarah.
—¿Sabes? Es curioso. Habría pensado que, no estando tú, él estaría peor de lo
habitual, pero no ha rugido ni una sola vez, ni siquiera cuando no pude encontrar
una carpeta que quería que le llevara de tu despacho. Lo único que me dijo fue que
gracias por intentarlo. ¿Qué le has hecho?
Erin pensó que esa sí que era una reacción extraña. Si Slater le hubiera contado
lo de su compromiso, a Sarah no le habría extrañado su comportamiento, así que la

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conclusión lógica era que no le había dicho nada. Por supuesto, eso le parecía muy
bien a ella.
Además, habérselo contado a Jessup era muy distinto a contárselo también a su
secretaria, ya que el mayordomo iba a tener que hacer algunos cambios importantes
en la casa para que ella se pudiera instalar allí.
—De todas formas —le estaba diciendo Sarah mientras la seguía a su
despacho—, solo porque él se ha estado comportando como un diplodocus educado,
eso no significa que no se vaya a poner como un alosaurio en cualquier momento, así
que, ya que estás aquí, ¿te importaría decirme dónde has escondido los papeles de
Universal Conveyer antes de que él cambie de opinión y se me coma cruda por no
saber dónde están?
—Me olvidé de decirle que los había guardado en mi mesa —dijo Erin al
tiempo que sacaba la llave del cajón en cuestión.
—Te debo una —afirmó Sarah cuando le puso la carpeta en la mano—. Una
cosa más. Dax Porter se pasó antes por aquí a por el informe de publicidad que trajo.
Tampoco he podido encontrarlo.
Erin lo sacó de debajo de un montón de documentos.
—Tal vez debería hacerte un mapa.
—Podía haberlo buscado, por supuesto, pero no me pareció que mereciera la
pena. Él solo quería saber si le habías podido echar un vistazo y se lo habías dado al
jefe, porque si no, haría otra copia y se la daría él mismo.
—Lo que menos necesitamos es más papel amontonado en este despacho.
Sarah sonrió.
—¿O que Dax te invite a almorzar para así poder impresionarte explicándotelo
todo?
—En eso solo hay una cosa equivocada, Sarah, Dax nunca invitaría a nada. Si te
vuelve a molestar, dile que trataré de ver hoy el informe.
Erin estaba a punto de ponerse a trabajar donde lo había dejado un par de días
antes cuando Slater llamó a su puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí, Erin? El médico te dijo que descansaras.
—Y esto es descanso, en comparación —dijo ella dejando su pluma y
apoyándose luego en el respaldo de su asiento—. A no ser, por supuesto, que hayas
venido a añadir algunos asuntos más a mi lista.
Slater sonrió.
—No creo que me atreviera a hacerlo. ¿Cómo está tu madre?
—Es de eso de lo que estoy escapándome. Ha salido de la anestesia
balbuceando acerca de vestidos de novia y cócteles de champán.
—Dijiste que querías que pensara en algo positivo y yo diría que lo has logrado.

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—Bueno, pero tampoco pretendía que no pensara en otra cosa. Slater, está
haciendo planes para que nos casemos el lunes y se va a decepcionar mucho cuando
le digas que no nos vamos a casar el lunes porque no tenemos la licencia, ya que no
voy a ser yo la que se lo diga.
Slater, de repente, pareció muy interesado en el calendario de mesa de Erin.
—Porque no la tienes, ¿verdad? —le preguntó ella intrigada—. ¿La tienes? ¿Por
qué? ¿De dónde has sacado tiempo?
—Esta mañana, después de salir del hospital. Y con respecto a eso de por qué,
¿no querrás que me pelee con mi suegra antes incluso de que nuestra relación sea
oficial? Mira, realmente no hay ninguna razón como para que no lo hagamos ya
mismo. Tenemos el calendario muy lleno durante las próximas semanas…
—Y quieres tener ya lista a la anfitriona oficial.
—Eso te haría las cosas más fáciles también a ti, dado que eres la que planeas
todas esas fiestas. Lo cierto es que te dejaría más tiempo para estar con tu madre que
si tuvieras que andar corriendo de un lado para otro. Y, por si no te parece una razón
suficiente, deja que te recuerde toda la escena de la boda. Si nos casamos ahora, la
enfermedad de tu madre nos dará la excusa perfecta para tener una ceremonia
pequeña e íntima. Si esperamos…
—Habrá cientos de personas que esperarán ser invitadas.
—Y se sentirán decepcionadas si no lo son. ¿Qué opinas, Erin?
Ella cerró los ojos.
—No puedo esperar al lunes —dijo con ironía.
—Eso es lo que pensé que dirías. Así que…
Entonces él dejó sobre la mesa una cajita de terciopelo azul y luego se sentó de
forma que le pudiera ver la cara.
Erin miró la cajita fijamente. No había tenido tiempo de pensar en los detalles
del supuesto compromiso, pero aunque la propuesta de Slater era más bien un
acuerdo comercial que un asunto amoroso, a él no se le pasaría por alto algo tan
evidente como un anillo de diamantes.
Mientras miraba la cajita pensó que, en todo el tiempo que llevaba trabajando
para él, nunca le había visto un detalle de mal gusto, pero tampoco sabía que se
dedicara a comprar joyería femenina.
—Si estás pensando en que he sido un presuntuoso por no dejarte elegir tu
anillo de compromiso, estoy de acuerdo contigo. Dado que serás tú la que lo va a
llevar, deberías haberlo elegido tú también —dijo él.
—Entonces, ¿por qué…?
—Porque creo que tu madre esperará verte muy pronto con uno.
Aún así, ella dudó en abrir la caja.

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—Si no te gusta —continuó él—, ya encontraremos el momento de comprar otro


que te guste. ¿Pero por qué no lo ves por lo menos?
Erin abrió la caja y se quedó sin respiración.
La piedra central era un zafiro de un color azul puro, extremadamente
hermoso, pero no lo suficientemente grande como para ser pretencioso. El anillo de
oro era de la misma escala que su mano, ligero y delicado. Y el zafiro estaba rodeado
de brillantes pequeños.
Erin miró a Slater.
—Es precioso, Slater —dijo y siguió observando la joya—. Los diamantes son
muy fríos. Este es… precioso. Es solo que…
—¿Qué es lo que no te gusta?
Erin agitó la cabeza.
—No es eso lo que he querido decir. Es perfecto, de verdad. ¿Pero te importaría
mucho si no me lo pusiera inmediatamente? Quiero decir, salvo delante de mi
madre…
—¿Por la sorpresa que va a causar nuestra boda?
—Por eso mismo. Ya sé que solo estoy posponiendo la noticia, pero por el
momento…
Slater se acercó a ella y tomó a la vez el anillo y su mano. Luego se lo puso en el
dedo y lo miró por un largo instante.
—Te sienta bien. Pensé que así sería, pero de todas formas, me alegro de que te
guste.
Luego se lo quitó de nuevo y lo dejó en la caja.
—Póntelo o no, lo que quieras.
Erin se sintió un poco desinflada. Estaba claro que, para Slater, ese anillo no
tenía más significado sentimental que una pluma o un reloj. Por lo que a él se refería,
no era un símbolo de nada, solo un anillo.
Erin lo metió en un compartimento de seguridad de su bolso y entonces se
encontró con otra caja de terciopelo sobre la mesa, esta vez negra.
—Oh, no, de verdad…
—Esto es diferente —dijo Slater—. Dijiste que tu madre no se creería que habías
recibido unos beneficios, así que pensé que te gustaría tener algo más concreto que
mostrarle.
Erin la abrió y dentro había un par de pendientes de zafiros casi del tamaño del
anillo.
—Y ahora, si me dices cómo puedo haber ganado yo esto…
—Bob Brannagan acaba de firmar el contrato esta misma tarde.

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—No veo qué… ¿Lo ha hecho? ¡Es maravilloso! ¿Has averiguado ya a qué
venían sus dudas?
—No exactamente. Lo hiciste tú.
Erin se quedó pensativa y agitó la cabeza.
—No puedo haber tenido nada que ver con eso.
—Todo lo contrario. Tú dijiste que a la señora Brannagan no parecía caerle bien
Cecile y, cuando le pregunté a él si eso era cierto…
—No puedes decirlo en serio. ¿Estaba dispuesto a retirar una fortuna de un
billón de dólares solo porque a su esposa no le caía bien Cecile? Cualquier tonto
podría decir que Cecile no era lo que…
—No me cabe duda de que ella había analizado a Cecile como si fuera un
aparato de rayos X. Lo que la hizo tener dudas, y con ella a su marido, era que
parecía que yo no conocía realmente a Cecile. Y dado que la señora Brannagan estaba
tan convencida de que no juzgaba bien a la gente, Bob se empezó a preguntar
también si realmente se podía hacer negocios conmigo.
—Porque a su esposa no le agradaba tu gusto con respecto a las mujeres.
—Hay cosas extrañas que pueden fastidiar negocios como ese. Eso lo dijiste tú
misma una vez.
—¿Así que le dijiste que Cecile era historia y firmó? Me pregunto qué dirá su
esposa cuando sepa que te vas a casar conmigo.
—Dijo que le gustaría que la invitáramos a la boda —murmuró Slater—. Ya te
dije que esta sería una buena sociedad, ¿no?

Cuando el lunes por la tarde, Erin entró en la habitación de su madre, se


sorprendió al ver su buen aspecto y, aunque seguía un poco pálida, una voluntaria
del hospital la estaba ayudando a maquillarse en su silla de ruedas.
—Madre, pareces tú la visitante en vez de la paciente —le dijo.
Ángela le indicó a la voluntaria que se podía marchar y le dijo:
—Si me hace parecer tan saludable, me van a echar de aquí a patadas y, hasta
mañana, no estaré lista para irme a casa.
La voluntaria se rió.
—Y tampoco querrá estar más guapa que la novia.
Ángela miró a su hija y dijo:
—Eso no sería difícil. Por favor, dime que llevas esa vieja gabardina mía para
abrigarte, no porque te guste.
—La llevo porque está lloviendo. Y porque no encuentro la mía —dijo Erin
mientras se la quitaba.

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—Mucho mejor. Es un vestido precioso, querida. Siempre lo he pensado. Por


supuesto, cuando te lo compraste esta primavera para ir a esa convención, no tenía ni
idea de que terminaría siendo tu vestido de boda.
—Es lo algo viejo que he de llevar, eso es todo.
—Siempre te había imaginado con un traje de boda blanco y con cola…
—Que se enredaría con las sillas de ruedas y las camillas.
—Espero que no me tomes por una egoísta por estas prisas…
—Nada de egoísta, creo que solo has sido tonta. Tendría mucho más sentido
retrasar la boda hasta que pudieras tenerte en pie. ¿Dijiste que te van a dar el alta
mañana? No vas a poder quedarte sola en casa, madre.
—Y no lo estaré. ¿Sabes todo el trabajo de voluntaria que he hecho en los
últimos diez años? Bueno, pues ahora la gente hace cola para ayudarme a mí, así tú
podrás concentrarte en tu marido.
Entonces les dijeron que ya era hora de bajar a donde se iba a celebrar la boda,
el solarium del hospital.
Mientras Erin se dirigía allí, le entraron los nervios de última hora, o eso le
pareció, así que respiró profundamente y siguió caminando. Por suerte solo estarían
el juez, su madre, un par de testigos, Slater y ella.
Slater estaba esperándola en la puerta. Ella se llevó una mano a la garganta para
acariciar la cadena de oro que llevaba siempre al cuello, como hacía siempre que
estaba nerviosa.
—¿Sigues con dudas, Erin?
—¿Se me notan tanto?
—Estás jugando de nuevo con la cadena.
—Oh, supongo que he adquirido la costumbre de acariciarla cuando estoy
estresada. Slater, ¿me prometes una cosa?
—Eso depende de lo que me vayas a pedir.
—Sé que ahora crees que no te enamorarás nunca, pero si algún día encuentras
esa magia…
—Este es un contrato solemne e irrompible, Erin.
—Quiero que me prometas que, si sucede, me lo dirás.
Él no dijo nada y eso la sorprendió.
—¿Por qué dudas en hacerme una promesa que estás tan seguro de que nunca
vas a tener que mantener?
Slater sonrió lentamente.
—Recuérdame que me resista si alguna vez decides ir a la facultad de derecho.
Ya eres suficientemente peligrosa tal cual eres ahora.

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Antes de que Erin le pudiera decir que no le había hecho la promesa, oyeron
unos pasos rápidos y Sarah apareció casi corriendo con una caja blanca en las manos.
—Aquí está, señor Livingstone. He tomado la caja de la tienda de Tonio y he
salido corriendo, pero hay un tráfico horrible y pensé que no iba a llegar a tiempo.
Le dio la caja y pareció sorprendida al ver a Erin vestida así.
Slater abrió la caja y sacó un ramo de flores.
Sarah abrió mucho los ojos.
—Es un ramo de novia —dijo.
Slater se lo dio a Erin y le devolvió la caja vacía a Sarah.
—Erin, asegúrate que en el siguiente informe que me pases de Sarah diga que
es muy observadora.
Ella estaba observando el ramo.
—Es precioso, Slater.
—No puedo transformar el solarium en una catedral, pero no se me ocurría
ninguna razón para que no llevaras flores en tu boda.
—¿Os vais a casar? —casi gritó Sarah—. Oh, soy observadora, de acuerdo. He
observado que los dos parecíais muy interesados el uno en el otro. Y yo que pensaba
que traía esas flores para la madre de Erin porque Tonio no las sirve a domicilio y no
podía entender por qué era tan importante que llegaran a las cinco en punto…
—Ahora ya lo sabes —dijo Slater—. Vamos, Sarah, puedes ser una testigo.
La primera visión de Erin de la sala la hizo pensar que era pequeña, más de lo
que recordaba de hacía un par de días. Pero luego se dio cuenta de que era bastante
grande, pero que estaba abarrotada de gente, de flores, de globos de colores. A pesar
de lo nublado que estaba el día, había mucha luz y calor humano. Vio a Jessup,
vestido de negro como siempre, a Francés Brannagan, sonriendo y enjugándose las
lágrimas con un pañuelo. También estaban todas las enfermeras de Ángela e, incluso,
el cirujano, vestido de quirófano y sonriendo. Sobre una mesa en una esquina había
un recipiente con ponche y una gran tarta de varios pisos.
Erin casi se mareó. Él le había dicho que no podía transformar el solarium en
una catedral, pero evidentemente, había hecho lo que había podido para conseguirlo.
La multitud se apartó y un hombre al que ella no había visto antes se acercó a
ella.
—Hola, Erin —dijo suavemente.
Ella lo miró por un momento interminable y luego se volvió furiosa a Slater y le
dijo en voz baja y amenazadora:
—Me vas a explicar cómo ha sabido mi padre que me casaba, ¿y qué es lo que le
ha hecho creer que yo querría que asistiera a la boda?

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Capítulo 7
Slater dijo tranquilamente.
—Lo sabe porque yo se lo dije.
—¿Y decidiste invitarlo sin preguntarme siquiera si yo quería que lo hicieras?
Jack Reynolds avanzó un par de pasos.
—Erin, realmente no es necesario…
Ella ni lo miró.
—No te metas en esto, papá.
—Pensé que tenía derecho a saber que su hija se casaba —dijo Slater.
—¿Y tú qué sabías? ¿Has pensado lo que va a sentir mi madre? ¿O es que no
crees que ya ha pasado bastante esta última semana y has decidido darle una
sorpresa desagradable?
Erin pensó que había visto un destello de duda o tal vez de arrepentimiento en
el rostro de Slater. Pero el sentimiento de satisfacción que le producía hacerle ver que
se había equivocado no duró mucho, ya que un momento más tarde, se abrió la
puerta y Ángela entró en el solarium en su silla de ruedas, empujada por la
ayudante.
Dado que los tres estaban tras la puerta, Erin no tuvo tiempo material de
prevenirla, de suavizar el golpe. La silla de ruedas rozó la pierna de su padre, se
detuvo y él miró a su ex esposa.
Erin deseó taparse los ojos, pero estaba demasiado pasmada para moverse. Vio
el shock en el rostro de su padre y luego, temiéndose lo peor, miró a su madre.
Pensó que Ángela debía estarse sintiendo como si hubiera visto un fantasma.
Jack entonces le puso una mano en el hombro a su ex esposa y Ángela la cubrió
con la suya.
Erin vio entonces la alianza que llevaba su padre. Era curioso. Suponía que no
debía sorprenderle que su padre se hubiera casado otra vez, ya llevaban dos años
divorciados. Lo que le extrañaba era que él no se hubiera molestado en decírselo.
—Jack —dijo Ángela—. Gracias por venir.
La calma de su madre sorprendió a Erin. Seguramente Ángela no se podría
llevar una sorpresa como esa sin mostrar algo de agitación. Lo que significaba… Que
sabía lo que iba a pasar. La habían advertido de ello.
Entonces se dio cuenta de que las acusaciones que había lanzado antes contra
Slater eran falsas.
Lo miró y le dijo:

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—Lo siento, Slater, estaba demasiado sorprendida para pensar. Debería haber
sabido que tú no harías nada semejante sin preguntarle a ella. ¿Pero por qué no me
dijiste nada a mí?
El tono de voz de Slater estuvo lleno de ironía.
—Ella no quiso que te hicieras esperanzas por si no aparecía.
—No querrás decir que fue idea de ella, ¿verdad? ¿Te dijo que lo llamaras?
Él asintió.
—Y tú ibas a aceptar la culpa si a mí no me gustaba en vez de permitir que me
enfadara con mi madre, ¿no?
Slater volvió a asentir.
A su lado, Jack se aclaró la garganta.
—Erin. Este es tu día especial y sé que no querías que yo estuviera aquí o me lo
habrías pedido tú misma. Tu madre pensó que, algún día te podrías arrepentir si no
venía, pero eso es cosa tuya. Si quieres que lo haga, me marcharé ahora mismo, pero
me gustaría mucho tener el placer de asistir a la boda de mi única hija.
Todo pareció quedarse muy quieto, expectante, Erin se lo pensó un momento, le
puso una mano en el brazo a su padre y le dijo:
—Si podemos encontrar el altar por alguna parte, papá, ¿querrías acompañarme
hasta él?
La multitud se separó tan netamente como si lo hubieran ensayado y Erin vio
que el juez los estaba esperando en la parte más alejada de la sala.
La ceremonia de la boda le pasó como volando. Erin no podía dejar de pensar
en lo dispuesta que había estado a pensar que había sido cosa de Slater el que su
padre asistiera a la boda, que él había tomado esa decisión sin pensar en cómo podía
afectar a los demás. Eso habría sido muy poco propio de él, así que, ¿cómo había
podido creerlo capaz de ello?
Lo miró y vio que parecía muy serio, casi sombrío.
No podía culparlo si ahora le asaltaban dudas acerca de todo eso. Bien podía
estar pensando si quería casarse con una mujer que podía precipitarse tanto en sacar
semejantes conclusiones. No era de extrañar que hubiera sido sarcástico hacía unos
minutos, lo raro era que se hubiera conformado solo con eso.
Y si se lo estaba pensando mejor, ¿qué iba a hacer ese hombre ahora? ¿Anunciar
delante de toda esa gente que no iba a seguir adelante con la boda?
Slater nunca haría eso. Nunca faltaría a su palabra.
Así que allí estaban. Lo miró de nuevo, tratando de leerle los pensamientos.
Slater le tomó la mano y le puso el anillo. Entonces ella se relajó un poco.
Luego todo terminó:
—Puede besar a la novia —dijo el juez y Erin levantó el rostro obedientemente
mientras Slater la rodeaba con un brazo.

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Ella no se esperó que ese beso fuera más de lo que había sido ese primero,
accidental y experimental de hacía unos días. ¿Cómo podría serlo delante de tanta
gente? Y tuvo razón, ya que hubo muchas diferencias. Ese beso fue lento, deliberado,
no lo sintió solamente en su boca, sino en todo su cuerpo. En vez de una llamarada
instantánea, ese beso creó un calor que le salió de dentro, como un volcán en
erupción, derritiéndola. Pensó que lo único que no había cambiado era lo mareada
que se encontró y el hecho de que él la hubiera puesto en un estado semejante sin el
menor esfuerzo. Ese hombre no era solo eficiente y más que competente, también era
versátil.
Se preguntó dónde habría aprendido todo eso.
Slater siguió rodeándola con el brazo y la hizo volverse hacia la multitud, luego
vinieron las fotos y las felicitaciones de todos.
Más tarde, la enfermera que empujaba la silla de Ángela, le dijo a Erin que se
tenía que llevar ya a su madre y ambas se despidieron. Luego Ángela miró a su
marido y le dijo:
—Me alegro de que hayas venido, Jack. Sé que estás muy ocupado. Que tengas
un buen viaje de vuelta.
Los dos se dieron la mano y Jack le dijo a Erin cuando se hubieron llevado a su
madre:
—Yo también me marcho, Erin. Tengo el tiempo justo para tomar el vuelo de
vuelta a San Diego.
Erin se dijo a sí misma que era completamente irracional sentirse decepcionada
porque se marchara, ya que ella no había pensado siquiera en invitarlo.
—¿Tienes que volver tan pronto?
Jack sonrió tristemente.
—Ha sido un viaje muy repentino.
—Por supuesto. Y seguro que tienes otras obligaciones.
Por lo menos algunas de ellas estaban representadas por la alianza que llevaba.
Ella se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
—Me alegro de que hayas venido, papá. De verdad.
—Yo también me alegro, Talismán. Sí… Bueno, Slater tiene mi número de
teléfono, por si alguna vez me quieres llamar.
Luego le ofreció la mano a Slater y se marchó antes de que ella pudiera decir
nada más.
—¿Talismán? —le preguntó Slater.
Erin respondió sin mirarlo.
—Él solía decir que yo era su amuleto de la suerte, como un trébol de cuatro
hojas. Así que…

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Tuvo que aclararse la garganta y luego, decidida, sonrió y dedicó toda su


atención a los invitados.
La fiesta duró una hora más y entonces Slater le preguntó a Erin si estaba lista
para marcharse.
El pánico se apoderó de ella. Pero lo que se lo producía no era dejar la fiesta,
sino las demás cosas que él le estaba preguntando a la vez. Si estaba dispuesta a irse
con él, a hacer de su hogar el de ella. Ser su esposa…
—¿Y todo esto? —dijo señalándole el estado en que había quedado el
solarium—. No podemos dejarlo así.
—Ya está hablado. Los globos irán a pediatría y las flores a la unidad de
cuidados permanentes.
—Eso está muy bien. Quedamos en que nos íbamos a pasar a ver a mi madre.
—Seguro que ya está dormida. Si es así, le dejaremos una nota en vez de
despertarla.
Ángela no estaba dormida. La puerta de su habitación estaba entreabierta y, por
ella, Erin pudo oír la voz de quien la estaba visitando.
—¡Mi padre está ahí! —susurró.
—Así que la prisa no era por volverse a San Diego…
—No pareces sorprendido.
Slater se encogió de hombros.
—Me parece que tienen mucho de qué hablar.
—Eso sería un buen cambio.
—Supongo que no los quieres interrumpir, ¿verdad?
Ella agitó la cabeza.
—Creo que sería un poco molesto.
Le escribieron una nota a su madre y se la dejaron a las enfermeras.
La casa de Slater estaba muy tranquila. A Erin le sorprendió ver encendidas
solo unas pocas luces, las suficientes para ver algo.
—Me gusta ese vestido —le dijo él entonces—. Te lo he visto puesto antes, ¿no?
¿O es esa una de esas preguntas que los maridos no deben hacer?
—No, no lo has visto antes. Lo compré para la fiesta de inauguración que la
convención de la primavera pasada les dio a todos los clientes, pero yo entonces no
me movía en tu círculo, estaba en el departamento de relaciones públicas.
Slater asintió.
—Esa fue la convención en la que el último día entré en una sala y tú estabas
haciendo una promoción. Entonces fue cuando oí la mejor presentación que nunca
había oído de nuestra empresa.

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—¿Fue esa presentación la que hizo que me ascendieras a tu asistente personal?


—Dime la verdad, Erin. ¿Sabías que yo estaba allí cuando empezaste a hablar?
—Por supuesto que no. Y por suerte. Si lo hubiera sabido, me habría fallado la
lengua.
Slater sonrió.
—¿A ti? Lo dudo.
—De verdad. Creía que Jessup habría venido aquí nada más terminar la
ceremonia. Se marchó hace ya un par de horas, ¿no?
—Se va a tomar un par de días libres.
Erin se preguntó entonces de quién habría sido esa idea. Sospechaba que Jessup
podría pasar completamente desapercibido si quería, pero seguro que a Slater le
había parecido más normal darle un par de días libres, para que así a ella le resultara
más fácil adaptarse a su nuevo estado. Y tal vez tuviera razón.
—Ha sido muy considerado.
—Dijo que nos dejaría algo de cena hecha.
Slater encendió las luces del salón. Delante de la chimenea había preparada una
mesita para dos, con copas de cristal y cubertería de plata. Cerca, sobre un carrito,
había una bandeja de la que salía un olor delicioso.
—Si este es su concepto de algo de cena, me pregunto cómo será una cena de
verdad para él.
Slater descorchó una botella de champán y destapó los aperitivos. Ambos se
sentaron y Erin pensó entonces en todo el trabajo que le esperaba en la oficina,
cualquier cosa para no hacerlo en Slater.
—No recuerdo qué es lo que tenemos por delante en el trabajo —dijo—. ¿Tal
vez lo del senador? Me olvidé de preguntarle a Sarah si lo habíamos cambiado de
fecha.
—No, en estos momentos sigue pendiente. Les mandé las entradas para el ballet
a un estudio de baile que Sarah me dijo que da lecciones gratis a niños pobres.
—Una gran idea. Me había olvidado por completo de esas entradas y me alegro
de que no se hayan desperdiciado —dijo ella tratando de sonreír—. Si no controlo
pronto mi alterado cerebro, sin duda vas a tener que contratar a otra ayudante
personal.
—De vez en cuando me viene bien recordar todas las cosas de las que,
normalmente, tú te haces cargo. Lo eficiente que eres, lo inteligente…
—¿No estoy oyendo un poco de sarcasmo?
—En absoluto. ¿Por qué?
—Porque no ha sido nada inteligente por mi parte dar por hecho que tú habías
decidido por ti mismo que la familia Reynolds hiciera las paces sin molestarte en
saber lo que podía pasar y a quién podía molestar.

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—¿Y qué otra cosa ibas a pensar?


—Ahora que recuerdo, tú no dijiste que fuera idea tuya invitar a mi padre. Pero
tampoco me dijiste que no lo fuera.
—Digamos que tenía tantas esperanzas como tu madre de que, cuando te
encontraras cara a cara con él, te alegrarías de verlo.
Erin se quedó en silencio por un largo momento.
—Slater, si yo me hubiera enfadado en serio por ello…
—¿Me estás diciendo que no te enfadaste? ¿Qué me estabas engañando? —dijo
él con ironía.
—¿De verdad que me habrías hecho seguir creyendo que eras tan
metomentodo?
—Probablemente. A tu madre le preocupaba cómo te lo ibas a tomar y que la
culparas a ella.
—Entonces, ¿por qué lo hizo?
—Porque le preocupaba más todavía que, cuando tuvieras tiempo para pensar,
te arrepintieras de no haberlo invitado.
—Tal vez tuviera razón.
—Estoy seguro de que le gustaría oírlo.
—Y por lo menos, ella sabría que había merecido la pena todo ese esfuerzo.
Aunque no fue tan malo como podía haber sido. Todavía no me puedo creer que él
estuviera en su habitación. Me pregunto…
Slater retiró los platos de sopa que se habían tomado mientras charlaban y
sirvió el plato principal, un guiso de pollo con arroz y verduras de guarnición.
—¿Qué?
—Si él le estaba hablando de su nueva esposa.
—Ya me he dado cuenta de que llevaba una alianza. ¿No sabías que se había
vuelto a casar?
Erin agitó la cabeza.
—No. Aunque ¿por qué no lo iba a hacer? Mi madre sale con hombres, aunque
aún no ha encontrado a ninguno con el que se quiera casar. Me hubiera gustado que
él me lo hubiera dicho. Ni siquiera he tenido la oportunidad de hablar hoy con él.
—Dijo que lo podías llamar cuando quisieras —le recordó él.
—¿Y charlar con su nueva esposa? ¿Esa de la que no sé ni el nombre? Aunque
supongo que debería mantener el contacto, podría tener hermanitos algún día.
—¿Quién sabe? Puede incluso que vengan a jugar con los sobrinitos de la tía
Hermíone.
Erin no le estaba prestando atención, se había llevado una mano al cuello para
acariciarse la cadena y le había entrado el pánico cuando no la encontró.

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—¿Qué te pasa, Erin?


—Mi cadena… —dijo rebuscando por el interior del escote del vestido—. Debe
haberse roto el broche… Oh, no, aquí está.
Slater la estaba mirando de una forma rara, pero Erin se sentía tan aliviada que
tardó un momento en ver su expresión.
—Es una suerte que no se haya roto. Sería demasiado irónico perder el anillo de
boda de mi madre precisamente hoy.
—¿Es eso que quieres tanto? ¿El anillo de bodas de tu madre? —dijo Slater sin
que se le notara ninguna emoción en la voz.
—Por supuesto. Me lo dio cuando se divorció y lo llevo desde entonces.
—Yo creía que tal vez tuviera algo que ver con el hombre al que tanto aprecias.
Erin se quedó sinceramente pasmada por un momento.
—¿Qué hombre? Ah, ¿el que tú creías que yo podía querer que estuviera
conmigo en el hospital? No hay nadie, Slater.
Entonces vio que él levantaba las cejas y le pareció muy importante convencerlo
de que no tenía competencia.
—Si hubiera habido alguien especial en mi vida, yo nunca me habría…
Se detuvo justo a tiempo de decir que nunca se habría casado con él porque no
era especial.
—Quiero decir… No he querido que sonara así…
—Por supuesto que no. Solo me estabas recordando nuestra sociedad —dijo él y
miró su plato—. ¿No te gusta el arroz con pollo?
—Está muy rico, pero no tengo mucha hambre.
—Entonces, no iré a buscar el postre.
Ella miró el anillo de su madre, que seguía teniendo en la mano. Había algo
curioso en él, pensó. Pero en cualquier caso, tenía cosas más importantes en que
pensar. No podía permitir que ese comentario tan burdo siguiera en el aire.
—Lo siento, Slater.
Él empezó a recoger la mesa.
—¿Qué es lo que sientes? ¿Mantener las reglas que hemos establecido? No seas
tonta —dijo él muy tranquilo—. Pareces cansada, Erin.
Ella se levantó entonces.
—No lo suficiente como para no ayudarte a recoger la mesa. Por lo menos, no
creo que estés pensando en dejárselo a Jessup para cuando vuelva, ¿verdad?
—No, pero lo único que voy a hacer es llenar el friegaplatos y luego me voy a
poner a repasar el contrato de Bob Brannagan un rato para que esté todo listo para
mañana. ¿Así que por qué no te vas a dormir? Jessup te ha dejado las cosas en la
habitación de invitados junto a la biblioteca.

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Se dijo a sí misma que era absurdo sorprenderse por eso. La primera vez que
habían hablado de que su matrimonio fuera más que de conveniencias lo hicieron esa
noche loca cuando él le había contado su idea y no habían seguido porque ella lo
había rechazado.
Desde entonces, bueno, habían bromeado acerca de los futuros sobrinos de la
tía Hermíone, pero sin concretar nada.
Sabía que debía estar agradecida de que él hubiera decidido instalarla en la
habitación de invitados, pero también, de alguna manera, se sentía extrañamente
decepcionada por ello.
Se desnudó y se puso un camisón de seda. Luego se metió en la cama y
descubrió que esas lujosas sábanas, delicadas y de color crema, de seda y muy poco
prácticas, la hacían resbalar y, cada vez que intentaba colocarse bien la almohada, se
deslizaba también.
Entonces pensó que aquello era ridículo. No se iba a poder dormir, tanto por las
sábanas como por la tensión que la hacía no dejar de moverse. Lo que tenía que hacer
era levantarse, ir la biblioteca y decirle a Slater que, después de todo, no quería
habitaciones separadas.
Se quedó helada al pensarlo. Pero tal vez pudiera decirle que no estaba cómoda
allí. O si no tenía otras sábanas más normales.
Antes de que hubiera decidido lo que le iba a decir, se encontró delante de la
puerta de la biblioteca, abriéndola.
Pero resultó que él no estaba allí.
O Slater había decidido no ver los papeles de Brannagan o se los había llevado a
su habitación.
De cualquier manera, en su vida se había sentido tan sola e,
incomprensiblemente, se le escaparon unas lágrimas. Se dirigió al sillón más cercano,
tal vez si se sentara un rato, se le pasarían esas tontas ganas de llorar.
No fue así e incluso, se puso a sollozar.
Entonces se abrió una puerta que no había visto antes porque parecía formar
parte de las estanterías.
—¿Erin? —dijo Slater cuando apareció.
Llevaba la camisa desabrochada y la corbata suelta. Ella giró la cabeza para que
no viera que había llorado, ya que le resultaría muy difícil explicarle por qué lo había
hecho.
Slater se acercó a ella y se sentó en el brazo del sillón.
—Pobre querida mía. Has tenido más de lo que podías soportar, ¿verdad?
El contacto de los dedos de él apartándole el cabello de la frente la consoló
sorprendentemente. Sorbió y dijo ilógicamente:
—Ni siquiera me has dado un beso de buenas noches.

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Incluso sin mirarlo, Erin se dio cuenta de que estaba sonriendo.


—¿Y quieres que lo haga?
—¡Por supuesto que no! Solo… Solo si a ti te apetece…
—Oh, claro que me apetece. ¿Te muestro cuánto?
Slater no esperó su respuesta. Le pasó la mano lentamente por la nuca y se
acercó a ella.
Erin cerró los ojos y se rindió a ese beso.
Slater la exploró lentamente, poco a poco más apasionadamente, hasta que ella
respondió con tanto ardor como el de él.
Cuando levantó la cabeza por fin, respiraba tan agitadamente como Erin.
—No quiero parar, Erin —dijo sin soltarla.
Ella se apoyó contra su cuerpo y con voz agitada, le dijo:
—Y no tienes que hacerlo. Me refiero a parar, claro.
Él se quedó muy quieto y Erin pudo sentir al latir de su corazón contra la
mejilla.
—Quiero que pienses que está bien.
—Y lo pienso.
Slater dijo algo en voz baja y la volvió a besar. Solo entonces ella se dio cuenta
de lo firmemente que él se había contenido anteriormente, dado que su abrazo la
dejó jadeando por oxígeno… Y por él.
Slater la llevó a la escalera de caracol, besándola en cada peldaño y, por la
estrecha balconada hasta la puerta que había abierto. Tras esa puerta había un
dormitorio tan grande que las esquinas estaban en sombras a pesar de que las
lámparas de las mesillas de noche estaban encendidas, pero Erin no tuvo ni tiempo ni
energía para ver nada más, ya que enseguida estuvo de nuevo en sus brazos, en un
mundo donde nada existía salvo ellos dos y la necesidad de satisfacer el ansia de él, y
la de ella.

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Capítulo 8
Mucho más tarde, Erin estaba tumbada a su lado, tan relajada que apenas podía
parpadear, observándolo mientras dormía.
Las nubes de lluvia habían desaparecido y la luna brillaba en el cielo,
iluminando levemente la habitación.
Pensó entonces que había hecho la mejor elección de su vida al casarse con ese
hombre, al que amaba…
Entonces desapareció de su cabeza toda la soñolencia.
Ese hombre, al que amaba.
—Vaya una tonta que soy —susurró.
Por imposible que pareciera, no había reconocido el amor hasta que lo había
tenido delante de las narices. En vez de eso, había racionalizado, justificado y
defendido su decisión de casarse con él. Se había dicho a sí misma que estaba siendo
sólida, inteligente y práctica, cuando la verdad era que no había querido nada más
que ser su esposa. Porque lo amaba.
Y, desde el día en que él le había propuesto matrimonio, ella no se había
preguntado cómo sería hacer el amor con él.
Bien, ya no podía echarse atrás en lo que había sucedido, así que tendría que ser
suficientemente inteligente, práctica y sólida como para que no se le notara. No tenía
que descender al melodrama. No tenía que mirar a cada mujer que él conociera
preguntándose si sería esa a la que él podía amar. Y no se le tenían que notar los
celos aunque se pusiera verde por dentro.

Erin supo antes incluso de abrir los ojos que había dormido más de su hora
habitual, pero cuando se sentó en la cama y vio en el despertador que eran más de las
nueve, se quedó horrorizada.
La casa estaba muy silenciosa, pero era normal, Slater le había dicho que tenía
una nueva reunión esa mañana con Bob Brannagan, así que debía haberse marchado
hacía una hora por lo menos.
En el cuarto de baño, apoyado contra el espejo, había un sobre. Contenía las
llaves, el código de seguridad de la casa y una nota.
Voy a la oficina. Tarda todo lo que quieras. Y dale recuerdos a tu madre.
Luego la firma y eso era todo.
Erin se sintió muy deprimida.
Para su madre, sus mejores deseos, para ella… permiso para llegar tarde al
trabajo.

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Entonces recordó que lo que él le ofrecía era un nuevo trabajo, no un


matrimonio. A pesar de la pasión de esa noche…
Por lo menos, Erin había sentido pasión y había pensado que era igual para los
dos. ¿Pero qué era lo que había sentido Slater?
Se dijo que había aceptado esos términos y que ahora iba a tener que vivir con
ellos.

Sarah la saludó aliviada.


—Gracias a Dios que has venido por fin. Te he llamado a todas partes.
Erin frunció el ceño.
—Me he pasado por el hospital para recoger a mi madre, pero ya le habían
dado el alta y se había ido a casa. ¿Qué pasa?
Sarah hizo girar los ojos en sus órbitas.
—El jefe ha creado un nuevo rey de los reptiles depredadores. Todos los que ha
imitado anteriormente saldrían corriendo si se hubieran encontrado con él esta
mañana.
Eso era curioso, pensó Erin. Su nota podía no haber sido un soneto de amor,
pero había sido perfectamente educada. Sin embargo, si él estaba tan de mal humor
como para querer morder a todos los que se cruzaran en su camino…
—Es por lo de Universal Conveyer, los sistemas de control y la nueva línea de
montaje.
—¿Qué pasa?
—Que acaba de saber que MacDonald Associates ha hecho una oferta más
barata que la nuestra.
—Eso es imposible. No lo pueden hacer por menos, a no ser que no tengan
beneficios. ¿Y por qué querrían el trabajo si no le pueden sacar beneficios?
—Bueno, pues vete a contarle al señor Livingstone que debe haber entendido
mal la noticia, ¿quieres? Espero que no te importe si no te sigo, prefiero quedarme
aquí fuera para meterme debajo de la mesa cuando se produzca la explosión.
—Lo siento Sarah, no he querido decir… No entiendo cómo lo pueden hacer
por menos.
—Bueno, para empeorar la cosa, es como el cincuenta por ciento menos.
—Como si supieran exactamente cuál es nuestra oferta —murmuró Erin.
Se le hizo un nudo en el estómago. Esa última semana, Slater había estado
preocupado por las filtraciones de información, pero en ese caso los detalles habían
estado equivocados y los efectos habían sido mínimos. Este era muy distinto.
—Y para terminar —continuó Sarah—, ha llamado la secretaria del senador.

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—Por favor, dime que no va a venir esta semana.


—El jueves. Ya he llamado a la compañía de ballet, pero las representaciones
terminan esta noche, así que, de eso, nada. No sé cómo lo vas a entretener, pero
tienes cuarenta y ocho horas para pensar en algo. Ah, y la secretaria ha dicho que se
trae a su hija.
—¿Y qué significa eso? ¿Se supone que también he de hacer que cuiden a la
niña?
—No creo. Tiene veinticinco años.
—Entonces eso es una buena noticia. No necesitaré una mujer más para hacer
parejas en la cena. Por supuesto, esta pequeña bendición se ve compensada por el
hecho de que Jessup se está tomando unos días libres —dijo Erin frotándose la
nuca—. Bueno, ya pensaré en algo.
—Bueno, mientras piensas, ¿puedes vigilar un momento el despacho? Tengo
que llevar los papeles de Brannagan a hacerles fotocopias.
—¿Y qué pasa con la fotocopiadora que tienes detrás de la mesa?
—Que va muy despacio. Si tengo suerte, el técnico vendrá antes de que acabe el
año. Mientras tanto, dado que el jefe quiere varios miles de copias, más o menos…
Erin levantó una ceja.
—Muy bien, solo necesita quince de todo. Pero dado que está particularmente
susceptible esta mañana acerca de lo de la información confidencial…
—Y yo diría que por buenas razones.
—Eso significa que voy a tener que vigilarlas todas para estar segura de que no
se me pierde ninguna copia.
Erin levantó las dos manos rindiéndose.
—Vete, yo te cubriré.
Erin pensó quedarse en el despacho de Sarah, pero como iba a tardar, decidió
meterse en el suyo y dejar la puerta abierta. Además, se suponía que la única persona
que tenía que aparecer por allí esa mañana era un representante. Si Slater estaba de
tan mal humor, lo sintió por el pobre tipo.
Poco más tarde, oyó ruido afuera, así que dejó lo que estaba haciendo y fue a
recibir al representante. Pero la que estaba allí era Cecile Worth y el ruido que había
oído no eran los pasos del representante, sino los papeles que la mujer estaba
revolviendo en la mesa de Sarah.
—¿Puedo ayudarte a encontrar lo que estás buscando? —le preguntó Erin
secamente.
Cecile ni parpadeó por la sorpresa.
—Me he pasado por aquí para ver a Slater.
—Dudo que lo encuentres en un sobre de la mesa de Sarah.

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—Pero tal vez ella tenga una lima de uñas —dijo levantando los dedos—,
cuando yo necesito una tan desesperadamente. De paso, Erin, tengo entendido que
he de darte la enhorabuena. Así que hiciste caso de mi consejo y miraste su cartera,
¿no? Por supuesto, incluso entonces, ¿quién hubiera pensado que ya habías hecho el
trabajo?
—Cecile, Slater está muy ocupado hoy, dudo…
—Que intentes muy decididamente hacerme pasar. Bueno, supongo que, si no
puedo hablar con él, bien lo puedo hacer contigo. Te puede merecer la pena si yo
hablo con el senador esta semana, Erin. Ser su compañera de cena estaría bien, pero
me puedo conformar con estar a la misma mesa.
Erin se sintió furiosa por la osadía de esa mujer, pero más todavía por el hecho
de que Cecile supiera que la visita del senador había sido pasada a otra fecha. La
noche anterior no lo había sabido ni el mismo Slater…
—Tendré en cuenta tus deseos cuando planee la lista de invitados —le dijo—.
Pero satisface mi curiosidad, ¿quieres? ¿Qué te resulta tan atractivo del senador?
—Oh, solo que es muy interesante. Y, lo que te he dicho de que te puede
merecer la pena, Erin, tal vez deba decírtelo así, si no me consigues una invitación,
haré que tu vida sea un infierno —dijo Cecile sonriendo fríamente—. ¿Sabes? Ahora
que pienso en ti y Slater, debería haber sido evidente. Su idea de una excitante charla
de almohada es, sin duda, discutir los beneficios y pérdidas en los negocios y, ¿quién
mejor para hacer eso que la pequeña Erin?
A pesar del gran esfuerzo que hizo, Erin notó como se le coloreaban las mejillas.
La noche anterior, en lo último que habían pensado fue en los balances.
—¿Fue tan excitante? —continuó Cecile—. ¿O es que se necesita tan poco para
excitarte? Me alegro por ti, querida. Aquellos que no esperan demasiado, no saldrán
decepcionados.
Luego se dio la vuelta y se marchó.
Erin murmuró una maldición y colocó de nuevo los papeles que había estado
hurgando esa mujer.
Hubiera jurado que Cecile llevaba siempre consigo los útiles básicos para
arreglarse, entre ellos una lima de uñas. ¿Entonces, qué estaba buscando en los
cajones de la mesa de Sarah?
Estaba segura de que la razón real para pasarse por allí no podía haber sido la
fiesta del senador. Esa mujer no era tonta y debía darse cuenta de lo poco probable
que era que Slater la fuera a invitar. Y Erin tenía aún menos razones para quererla
cerca. Por otra parte, la amenaza de Cecile había sido muy indefinida, no como para
tomársela en serio.
Así que, ¿qué era lo que quería en realidad?
Erin tomó una copia de una carta de Universal Conveyer y la metió en su
correspondiente sobre. Sarah había sido muy descuidada al dejarla a la vista. ¿O era
que la había sacado Cecile?

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Entornó los párpados mientras trataba de recordar si se habían mencionado los


sistemas de control de Universal Conveyer durante la cena en la que Cecile había
actuado de anfitriona. Era muy posible. Entre los invitados había estado uno de los
ingenieros que había trabajado en la propuesta. Y también uno de los contables, ya
que alguna gente estaba también involucrada en el proyecto con Bob Brannagan.
Y si Cecile había estado escuchando…
Agitó incrédulamente la cabeza. Francamente, no se podía imaginar a Cecile
prestando mucha atención a algo que tan claramente encontraba aburrido, o dándose
cuenta de la importancia de lo que había oído.
Aunque había sido ella misma la que le había recordado a Cecile que las fiesta
de Slater no se podían dan en público porque las conversaciones que se producían en
ellas debían permanecer en privado. Eso significaba que la información que saliera
de esas fiestas podía valer dinero.
Pero aunque Cecile hubiera querido capitalizar su posición, ¿cómo podía saber
lo que era importante y quién podría querer comprarlo?
A no ser que alguien en MacDonald Associates hubiera descubierto que Cecile
estuvo en esa fiesta y no le hubiera resultado nada difícil sacarle del cerebro
cualquier cosa que ella recordara. Y un hombre de negocios hábil, juntando pedazos
de información, podía haberle sacado lo que hubiera querido.
Había terminado de reorganizar los papeles y ya había vuelto a su mesa cuando
oyó otros pasos. Maldijo en voz baja porque no la dejaran trabajar a gusto y fue a ver
quién era.
Dax estaba junto a la mesa de Sarah y, cuando la vio a ella, la sorpresa se reflejó
claramente en sus ojos.
Erin pensó que no era de extrañar. Descubrir, de repente, que la mujer con la
que había estado tratando de salir se había casado con el jefe debía ser una buena
sorpresa.
—Erin —dijo—. No me esperaba que estuvieras aquí, con tu madre enferma…
—Está mejorando. ¿Qué puedo hacer por ti, Dax? Si es lo del informe de la
campaña de publicidad, todavía no lo he leído.
—Sarah me dijo que me lo buscaría y lo dejaría sobre su mesa.
Aquello no se parecía a la versión que le había dado Sarah de la conversación
que habían mantenido, pensó Erin.
—Le echaré un vistazo hoy mismo, pero no sé cuándo tendrá tiempo de mirarlo
el señor Livingstone. Esta mañana estamos muy ocupados.
—Esa era mi copia. Y me vendría muy bien tenerla, así que, si Sarah puede
hacer otra, la recogeré por la tarde.
—Le diré que te la mande.
Erin esperó tras la mesa hasta que se hubo marchado.

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Sarah apareció solo un par de minutos más tarde, con un montón de papeles de
más de medio metro de alto.
—¿Eso son quince copias? —le preguntó Erin.
—Es un gran proyecto —respondió Sarah dejándolos en una esquina de su
mesa—. Me llevará el resto de la mañana organizar todo esto.
Entonces a Erin la asaltó la sospecha. ¿Sería eso lo que había querido encontrar
Cecile? Seguramente no, esos papeles no tenían nada que ver con el trato de
Universal Conveyer. Pero aún así, si había prestado atención en esa fiesta y se había
imaginado lo importantes que podían ser los planes de Brannagan…
—Sarah, ¿se ha pasado Cecile por aquí últimamente?
—No desde la semana pasada. Antes de la fiesta para los Brannagan, creo.
¿Quieres llevarte tu copia ahora mismo?
Erin miró los papeles y pensó que alguien sin experiencia, como Cecile, no
tendría ni idea de qué significaban todas esas cifras y datos.
Entonces se abrió la puerta del despacho de Slater.
—Sarah, ¿quieres…?
Erin lo miró y se sorprendió ante la fuerza de su reacción, y eso que iba como
muchas otras veces, sin chaqueta, las mangas arremangadas y parecía preocupado…
Pero esas otras veces había visto a su jefe. No a su marido. No a su amante. Al
hombre al que amaba.
—Erin —dijo él—. Pasa, por favor.
—Deja que vaya a por mi cuaderno.
—No es necesario.
Una vez dentro de su despacho, le indicó que se sentara y le dijo:
—Seguro que Sarah te ha hablado de lo de Universal Conveyer, ¿no?
—Sí, no me lo puedo creer, pero… ¿No hay ninguna duda?
—¿Te refieres a si estoy seguro de que hemos perdido el trato? Sí. Y también sé
exactamente cuál ha sido la diferencia. No se podría comprar una bolsa de
cacahuetes en el circo.
Erin asintió.
—Supongo que lo primero que querrás saber es dónde se ha producido el fallo.
Slater agitó la cabeza.
—Ya me ocuparé de eso cuando vuelva.
—¿Cuándo vuelvas? ¿Adónde…?
—A Chicago en el primer vuelo, para hablar con la gente de Universal
Conveyer.
—¿Entonces no crees que el trato esté muerto?

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—Digamos que quiero asegurarme de que ellos saben con qué gente están
haciendo negocios. Pero mientras tanto, hemos de dar por hecho que Universal
Conveyer está fuera de la foto, así que el proyecto Brannagan se ha hecho incluso
más importante. Mientras esté fuera…
Erin no lo entendió. ¿Cómo podía Slater saber que el proyecto Brannagan estaba
a salvo hasta que descubriera por qué no había sido así el de Universal Conveyer?
Para ella estaba muy claro que esa información había sido robada, así que él debía
darse cuenta de el que esa otra compañía hubiera superado a la baja su oferta no
podía ser un accidente.
¿Por qué quería él aceptar el riesgo de que se pudiera repetir?
Pero no era obligación de ella discutir sus decisiones, así que Erin le dedicó toda
su atención a la lista de instrucciones que él le estaba dando y deseó haberse podido
llevar su cuaderno para tomar nota de ellas.
—Por supuesto, señor.
Slater frunció el ceño.
—Creía que ya habíamos dejado eso.
—Lo siento, se me ha escapado. ¿Pero sabes? Estabas en un plan muy de jefe.
Entonces él se puso cómodo y sonrió por primera vez.
—¿Sí? ¿Cómo está tu madre?
—No estoy segura. Tengo entendido que mi padre se la ha llevado a casa esta
mañana.
—Me pregunto qué pensará de eso su nueva esposa.
—Eso también lo he pensado yo. Luego me di cuenta de lo que me había estado
dando vueltas a la cabeza anoche. Cuando creí que había perdido el anillo de mi
madre. Supongo que lo llevo allí desde hace tanto tiempo que ya ni lo veía en
realidad…
—Así que anoche lo viste y te diste cuenta…
—Hasta esta mañana no me di cuenta de lo que había visto en realidad. El
anillo de boda que llevaba ayer mi padre no brillaba porque fuera nuevo, sino
porque lo había limpiado. Era la pareja del que tengo yo.
—Sigue llevando su alianza —dijo Slater y soltó un largo silbido—. Me
pregunto cuánto tiempo pasará antes de que le pida que vuelva con él.
—Si estás empezando una porra, apúntame en menos de una semana —dijo
ella—. Eso me recuerda que ni siquiera te he preguntado si tú quieres un anillo de
boda.
—Tenías otras cosas en la cabeza. Y no importa, Erin. De verdad.
Luego Slater miró su reloj y añadió:
—Y ahora, he de marcharme.

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—¿Estarás de vuelta para la visita del senador?


—Con tiempo de sobra, espero.
Slater se bajó las mangas y se puso la chaqueta. Luego la miró.
—¿Qué harás si no te doy un beso de despedida?
«Darte una patada», pensó ella. «Gritar, enfadarme…»
—¿Estás seguro de que lo quieres saber?
Slater sonrió.
—No.
Luego se acercó, la abrazó y la besó. Cuando se separaron, las entrañas de Erin
se habían derretido.
—Lamento no estar en casa esta noche —susurró.
Luego se marchó antes de que ella pudiera responder.
Erin esperó a salir hasta que se le tranquilizara el corazón, así que se instaló en
la mesa de Slater para hacer una lista con todas sus instrucciones antes de que se le
olvidaran. Entonces oyó voces en el despacho exterior y se dio cuenta de que Slater
se había dejado la puerta entornada. Pensó ir a cerrarla, pero lo siguiente que oyó la
dejó helada.
—No te puedo enseñar nada de eso —dijo Sarah—. Hay que seguir los canales
apropiados…
Entonces respondió una voz de hombre.
—Se podría decir que el departamento de publicidad no tiene por qué hacerlo.
Entonces Erin cayó en la cuenta de por qué esa voz le resultaba conocida, era la
de Dax Porter. Ahora se alegraba de verdad de estar en el despacho de Slater y no en
el suyo, a ese tipo no se le ocurriría buscarla allí. Dedicó de nuevo su atención a la
lista.
—¿Por qué te interesa? —dijo la voz de Sarah—. No es como si tuviéramos que
venderle la idea al público.
—¿Quieres dejar de hacerte la tonta? Tú sabes lo que está pasando tan bien
como yo. Mira, Sarah, tú te has divertido tanto ligando conmigo como yo contigo,
pero ahora no tengo tiempo para eso.
Erin abrió mucho los ojos por la sorpresa.
—No me puedo pasar las semanas sacándote pedacitos de información para
luego tener que juntarlos como un rompecabezas —dijo Dax irritado—. Quiero los
planos de los interruptores que van a controlar los nuevos satélites de Brannagan, y
los quiero ahora mismo.
—Para que se los puedas vender a Fritz MacDonald —respondió Sarah
secamente.

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—A quien más pague por ellos. Y por ahora, parece que es Fritz. Y tú me los vas
a conseguir o yo le diré al jefe lo que pasó con el trabajo de Universal Conveyer.
Erin cerró los ojos dolorida. Lo sorprendente era que, precisamente, no le
sorprendiera nada que el culpable fuera Dax Porter. Lo que le dolía era que su fuente
fuera Sarah.
No fue Cecile la que le proporcionó la información a algún espía empresarial.
Había sido Sarah.
Sarah, que llevaba años siendo la secretaria confidencial de Slater, desde mucho
antes de que Erin empezara a trabajar para él. Sarah, la que lo había cuidado, le hacía
el café y bromeaba con él llamándolo dinosaurio. La que lo había traicionado
proporcionándole información confidencial a las empresas rivales. Parecía como si,
ni siquiera, la estuviera vendiendo, sino que la estuviera dando por el placer de ligar
con Dax, y eso le hizo más daño aún.
—Mira —dijo Sarah—. No puedo hacer nada para conseguirte esos planos.
—Pero tú ya les has puesto las manos encima.
—Y se los he dado a otros.
—Bueno, pues será mejor que pienses en la manera de hacerte con una copia.
—¿O se lo contarás al señor Livingstone? Si intentas arrojarme a los lobos,
estarás admitiendo también tu falta.
—Ten por seguro que no se lo diré delante de testigos. ¿O es que no se te ha
ocurrido que no es necesario presentar una acusación así en un juzgado para
arruinarte? Bastaría con contarlo.
Eso era muy cierto, pensó Erin. Una vez bajo sospecha, una secretaria
confidencial estaba condenada. Por supuesto, por lo que parecía, Sarah se lo merecía,
pero…
—Además, tengo otros planes para mi vida que pasármela haciendo anuncios.
Ya tengo escrita mi carta de dimisión. Tal vez se la lleve directamente al señor
Livingstone y le diga que dejo el empleo porque no puedo soportar la mala
conciencia que tengo al haber sido persuadido por ti para que venda información. O
tal vez no tenga ni que hacerlo. Si Fritz MacDonald dice que has sido tú la fuente de
esa información… Livingstone y él juegan al pádel juntos de vez en cuando, ¿sabes?
En eso Dax tenía razón. Si Fritz MacDonald señalaba a alguien con el dedo, al
parecer por accidente…
Pero eso no iba a suceder, ya que Erin se lo tendría que contar inmediatamente
a Slater.
—Así que, ¿qué va a ser, Sarah? —dijo Dax perdiendo la paciencia—. Necesito
los detalles de ese interruptor, sobre todo, los planos. ¿Me los consigues o tendré que
hablar con Livingstone?
Erin contuvo la respiración.

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—Te los conseguiré —dijo la voz de Sarah como si llegara desde muy lejos—.
Pero tardaré un tiempo.
Se produjo entonces una larga pausa, como si Dax se lo estuviera pensando.
—Te daré cuarenta y ocho horas, eso es todo. Y no vayas a creer que he
cambiado de opinión por no venir por aquí. Ya sabes dónde encontrarme cuando
consigas los planos.
Erin lo oyó marcharse y esperó un rato en silencio. Luego se levantó y se acercó
a la puerta entornada.
Sarah estaba sentada tras su mesa, con los codos apoyados en ella y la cara en
las manos.
Erin abrió más la puerta, que chirrió, entonces Sarah la miró con sus grandes
ojos grises asustados.
—Creo —dijo Erin—, que será mejor que entres, Sarah. Tenemos cosas de que
hablar.

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Capítulo 9
Sarah se levantó lentamente, como una muñeca mecánica, y la siguió al interior
del despacho de Slater.
Luego se quedó de pie delante de la mesa, sin aceptar siquiera su oferta para
que se sentara.
Erin se sentó tras la mesa y esperó.
Por fin, Sarah dijo:
—No sabía que estuvieras aquí.
—Eso es bastante evidente.
—Tuve que bajar de nuevo al centro de copiado y cuando volví, tu despacho
estaba vacío y el señor Livingstone se estaba marchando, así que pensé que te habías
ido a almorzar. Pero nada de eso importa, ¿verdad? Oh, Erin, ¿qué voy a hacer?
La desesperación que se leyó en su voz sorprendió a Erin. Nunca antes la había
tenido por una buena actriz, ¿pero cómo podía ser sincera esa mujer?
—Yo diría que eso depende de lo que hayas hecho ya. Has estado muy
ocupada, ¿verdad?
Sarah abrió mucho los ojos.
—¿Crees que hice esto a propósito?
—¿Y qué otra cosa voy a creer? Has admitido haberle dado a Dax la
información de Universal Conveyer y has prometido conseguirle los planos del
proyecto Brannagan.
—Tenía que conseguir tiempo. Una posibilidad de pensar algo —dijo Sarah con
cara de pánico y se sentó en el borde de una silla—. No me crees, ¿verdad? Erin, yo
necesito este trabajo, tengo una hija que mantener. No creerás que soy
suficientemente estúpida como para arriesgarme a perderlo, ¿verdad?
Erin no respondió, pero en su mente surgió la duda. Se había dado cuenta de
que no parecía como si Sarah se fuera a beneficiar económicamente de la información
que Dax estaba vendiendo. Así que, ¿por qué lo habría hecho? ¿Por el dudoso placer
de ligar con él? Si tenía en cuenta el riesgo que corría, no merecía la pena en absoluto.
Y no podía odiar tanto a Slater como para ponerse en semejante riesgo…
—Bueno, soy una idiota —dijo Sarah—. Fui demasiado tonta como para ver lo
que estaba sucediendo. ¿Recuerdas la cantidad de veces que se pasaba por aquí Dax
cuando estábamos trabajando en esa oferta? Y sabes por ti misma la cantidad de
preguntas inocentes que hace. Apenas puedo recordar lo que le dije, pero no fueron
más que migajas, pero a él le sirvieron. Y tal vez le pudo echar algún vistazo a los
papeles, Dios sabe que había montones por todas partes. Yo nunca le dediqué ni un
pensamiento, Erin. ¡Se suponía que estaba de nuestro lado!

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Erin recordó entonces lo que Dax había dicho de que no se podía permitir
pasarse semanas recogiendo pedacitos de información para luego juntarlos como si
fuera un rompecabezas. Erin había dado por hecho que eso significaba que Sarah lo
había tentado con información, dándosela poco a poco para maximizar sus
atenciones. Pero podía ser igualmente que Sarah le estuviera diciendo la verdad, que
Dax le había sacado esa información sin que ella se diera cuenta.
En ese caso, por supuesto, la inocencia no era una defensa. Se suponía que una
secretaria personal tenía que ser tan confidencial como un abogado, o tal vez un
confesor. No tenían que hablar sin pensar. Nunca tenían que contar los secretos de la
empresa. Así que, si Sarah había hablado, aunque fuera inocentemente, seguía siendo
responsable y tendría que afrontar las consecuencias.
Erin respiró profundamente.
—Por supuesto, voy a tener que contárselo a Slater.
—¿Contarle qué? Yo no he robado información, Erin. Te lo juro. No la he
facilitado. No a propósito. Esto le podría haber sucedido a cualquiera. Quiero decir,
¿Estás tú absolutamente segura de que no se te ha escapado nada? Dax se pasaba
tanto tiempo hablando contigo como conmigo. Debía pensar que merecía la pena y
ahora es dolorosamente evidente que era más que un ligón.
Erin sintió como esa acusación explotaba dentro de su cabeza. ¿Sería posible
que ella también hubiera caído en la trampa de Dax? Sarah tenía razón en eso de que
era un maestro de las preguntas inocentes. Entonces recordó que él le había
preguntado sobre Bob Brannagan el día que almorzó con él en la cafetería. En ese
momento no se lo había tomado más que como un intento de entablar conversación
con ella.
¿Pero cuáles habían sido las respuestas de ella? ¿Se le había escapado alguna
información?
¿Habría traicionado a su marido? ¿Habría fallado a la confianza de Slater?
Si era así, sus actos habían sido incluso peores que los de Sarah. Si una
secretaria tenía que ser discreta, una ayudante personal tenía que ser como una
tumba. Y una esposa…
Para Slater no podría hacer nada peor que dejar que se le escapara información
confidencial. Si ella tuviera un lío, no sería peor, después de todo, la suya no era una
relación basada en el amor, siempre que ella no llegara tarde a una de sus fiestas…
Se dijo a sí misma que la ironía no la iba a llevar a ninguna parte.
Apretó los dientes y trató de recordar esa conversación con Dax. No creía que se
le hubiera escapado nada confidencial. ¿Pero podía estar completamente segura? Dax
no solo era hábil, era diabólico, no solo le había sacado información a Sarah, sino que
también había conseguido que no se le notara que lo estaba haciendo.
¿Había sido solo por suerte que ella no hubiera caído también en su trampa?
Miró a Sarah con mucha más compasión que antes al darse cuenta de lo cerca
que había estado ella también del desastre.

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Pero aún así, seguía sin tener una excusa para ella. El daño causado por la falta
de cuidado de Sarah había sido enorme. ¿Podría ella volver a confiar en esa mujer?
¿Y podría Slater?
—Le dijiste a Dax que le conseguirías los planos —le dijo.
—No lo dije en serio, Erin. Solo quería darle largas de alguna manera.
—¿Por qué? ¿Para darte tiempo para pensar lo que hacer?
Sarah estaba muy nerviosa, asintió y añadió casi para sí misma:
—Mi trabajo. Necesito mi trabajo.
—No sé si vas a poder salvarlo. Aún voy a tener que contarle esto a Slater.
Erin se sintió brutal, pero sabía que la única manera de llevar aquello ahora era
con una completa sinceridad.
Sarah la miró directamente, tomó aire y le dijo:
—Por lo menos, deja que sea yo quien le cuente lo que ha sucedido.
—Seguramente él pensará que, como sabes que la verdad va a salir a la luz,
estarás tratando de limitar los daños explicando lo mejor posible tus actos.
—Bueno, ¿y no es eso exactamente lo que estoy haciendo? Es la única
posibilidad que tengo, Erin. Si le puedo explicar lo que pasó, hacer que crea que
realmente no lo ha hecho queriendo…
Erin no creía que fuera a servir para nada, pero Sarah tenía razón en una cosa,
su única posibilidad con Slater era una explicación completa y sincera. Por lo menos,
así era posible que él la dejara seguir trabajando en la empresa aunque seguramente
en otro puesto. Si no fuera así, Sarah no solo se quedaría sin trabajo, sino que
también sin referencias que la ayudaran a conseguir otro en alguna otra empresa.
Y, fuera cual fuese el resultado, para Erin, la falta de cuidado no se merecía el
mismo castigo que una acción deliberada.
—Cuanto antes, mejor —dijo Sarah con voz temblorosa—. Tan pronto como el
señor Slater vuelva de almorzar…
—No se ha ido a almorzar. Ha ido a Chicago para tratar de salvar lo que pueda
del trato de Universal Conveyer. ¿No te lo ha dicho?
—Solo lo vi un momento en el pasillo. ¿Cuándo volverá?
—No lo sé. Dijo que trataría de hacerlo a tiempo para la visita del senador.
—Pero eso será el jueves por la noche. Después… Horas más tarde del tiempo
que me ha dado Dax. Incluso puede que él lo vaya a buscar al aeropuerto para
contárselo. Y lo hará, aunque solo sea para hacérmelo pagar.
—Llamarlo por teléfono…
Pero Erin se dio cuenta de que lo mejor era hablar cara a cara, era la única
esperanza de Sarah. Además, no sabían en qué hotel se iba a quedar Slater.

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Y sería una terrible ironía llamarlo a Universal Conveyer para decirle lo que
había causado el problema que estaba tratando de resolver.
—Mientras tanto, he de detener a Dax —dijo Sarah—. No solo por mí, Erin. No
sé de dónde más está sacando cosas, pero se me acaba de ocurrir que puede que yo
no sea su única fuente de información. Si le digo que no le voy a dar los planos o que
no puedo siquiera conseguirlos…
—¿Crees que los podrá conseguir de alguna otra manera?
—¿Por qué no? Si cree que no los puede conseguir por mí, ¿por qué no va a
intentar alguna otra forma? Erin, hay quince copias de esos planos rodando por todo
este edificio. Los he dado yo misma en mano.
Erin sintió ganas de vomitar.
—Dax no me ofreció dinero por ellos —continuó Sarah—. Y lo hizo porque,
para que yo le siguiera dando información, tenía que mantenerme en la inopia. Y
estoy segura de que sigue prefiriendo conseguir la información por mí porque me
tiene tan atrapada que sabe que no tendrá que pagarme por ella. ¿Pero y los demás?
Si les ofrece suficiente dinero…
—Esos planos deben valer más de un millón de dólares para Fritz MacDonald.
—Si soy la causa de que se estropee otro trato, me mataré —dijo Sarah al cabo
de un momento.
—No, no lo harás.
—Me alegro de que estés tan segura de ello.
—Quiero decir que tenemos que pararlo.
—¿Y cómo pretendes hacerlo? ¿Recogiendo las quince copias? Por lo que
sabemos, pueden haberse sacado ya montones de copias más. Además, los ingenieros
las necesitan. No tienen todo el tiempo del mundo para llevar a cabo este proyecto…
Erin agitó la cabeza.
—Le daremos a Dax exactamente lo que ha pedido —dijo sonriendo—. Los
planos de Brannagan. No los de verdad, por supuesto, solo una copia alterada en lo
esencial.

Pero eso era más fácil de decir que de hacer, por lo que la misma Erin se dio
cuenta poco más tarde.
Las alteraciones en sí mismas fueron bastante simples. Los planos no solo eran
complicados, sino que muy poco ordenados. Estaba claro que habían trabajado en
ellos varios equipos por turnos, algunos habían usado ordenadores y otros habían
hecho correcciones y alteraciones a mano y nadie se había tomado la molestia o el
tiempo de ponerlos en limpio en la versión final. Así que resultaba fácil añadir y
quitar cosas sin que se notara que habían sido cambiados o por quién.

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Pero lo difícil era saber lo que había que cambiar o borrar. Ni Erin ni Sarah eran
ingenieros. Pero aún así, sus conocimientos, después de todo lo que habían hablado
de ese proyecto, debían de ser mucho mayores que los de Dax, que era a quien tenían
que colarle ese engaño. Así que, mientras la cosa no fuera demasiado evidente, el
plan funcionaría.
Por lo menos, así podrían conseguir unas horas más de plazo. Erin esperaba
que eso fuera suficiente para que Slater volviera y Sarah pudiera hacer su confesión.
Luego, él podría decidir lo que iba a hacer con Sarah, Dax y Fritz MacDonald.
Cuando terminaron, Erin se sintió muy satisfecha con los resultados. Le parecía
que incluso alguien con experiencia en leer planos tendría problema en sacar algo en
limpio de aquellos. O, quizá más importante, en darse cuenta de que no tenían
sentido en absoluto.
Con un poco de suerte, La gente de Fritz MacDonald no se daría cuenta de que
habían sido engañados hasta mucho después de que el proyecto Brannagan estuviera
tan adelantado que no podría causar ningún daño. Entonces, seguramente,
guardarían silencio en lugar de admitir que había cometido espionaje industrial.
Y con otro poco de suerte, Sarah podría confesar y tal vez mantener su trabajo,
ya que, después de todo, había colaborado en salvar el proyecto Brannagan.
Y con un poco más, Slater nunca llegaría a saber que Erin había tenido algo que
ver en todo aquello.

Erin estaba terminando de arreglar el centro de mesa para la cena del senador
cuando entró Jessup para recordarle la hora que era.
—¿El señor Livingstone no ha llegado todavía?
—Posiblemente esté en un atasco. Solo faltan unos minutos para que lleguen los
invitados, señora Livingstone.
—Ya lo sé. Solo esperaba.
Cuando subió al dormitorio principal, Erin no pudo evitar acordarse de la
última cena, cuando Jessup la había enviado a prepararse al dormitorio de invitados
para ocupar el lugar de Cecile. Qué diferentes eran ahora las cosas, y aún así, seguían
siendo básicamente iguales.
Se estaba poniendo el mismo vestido de la boda cuando Slater entró en la
habitación.
Pensó que parecía cansado, como si el viaje no hubiera tenido mucho éxito. Pero
aún así, era el hombre más atractivo que había visto en su vida.
Él ni siquiera le dijo hola, solo se colocó tras ella delante del espejo.
—Ya sé que te dije que me gusta ese vestido —le dijo y la besó en la nuca—.
Pero eso no significa que sea lo único que te puedes poner.
—No he tenido tiempo de ir de compras.

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Slater le subió la cremallera.


—¿Y por qué correr el riesgo de que te caiga encima una copa de vino o algo así
y se estropee? ¿No deberías guardarlo?
—¿Para la posteridad? ¿De verdad crees que alguna de las sobrinas de la tía
Hermíone podría querer casarse con él también?
—¿Por qué no? Si fue suficientemente bueno para su madre…
Entonces él la hizo volverse y mirarlo.
Erin no quiso mirarlo a los ojos por si él adivinaba en sus ojos que había algo
que no le quería decir. Mañana, pensó. Tan pronto como él llegara a la oficina, Sarah
confesaría y ya no habría secretos entre ellos.
Entonces sonó el intercomunicador y se apartó de Slater.
—Es Jessup —dijo—. Es la señal de que el portero acaba de llamar para decirle
que los primeros invitados están subiendo.
—Entonces es mejor que vayas. Yo iré tan pronto como pueda.
—Por lo menos, date una ducha para relajarte. En pocos minutos iremos abajo
para la fiesta y el senador se quedará por lo menos un par de horas, así que no
importa si llegas un poco…
—¿Fiesta?
—Abajo. ¿No te lo había dicho? El senador quería conocer a tantos empleados
de la empresa como pudiera, así que…
—¿Es año electoral?
—¿No lo es siempre? Dado que solo va a estar aquí esta noche me pareció que
era lo mejor. Apareceremos en la fiesta y luego subiremos aquí para cenar.
—Eso es mucho mejor que tener la fiesta aquí y conseguir luego que todo el
mundo se marche a su hora —dijo él con ojos chispeantes.
—Claro que sí. Y tú puedes tardar lo que quieras, yo me ocuparé de todo.
—Sé que lo harás.
El senador tenía el cabello blanco y la cara roja, era el ejemplo clásico de un
político. Saludó a Erin como si se conocieran de siempre, pero el beso que le dio fue
un poco más que amistoso y luego le presentó a su hija.
—Al final ha sido una suerte que tuviera que posponer mi viaje hasta esta
semana —dijo el senador—. Así Katrina ha podido venir conmigo. Trabaja con niños
discapacitados y la necesitan tanto que apenas tiene tiempo libre.
—Papá —dijo Katrina—. Deja de hacerme parecer una santa, ¿quieres? De todas
formas, nadie te cree.
La chica no solo era la más hermosa que Erin había conocido en su vida, sino
que emanaba un calor innato muy difícil de resistir. Además, era rubia natural y
tenía unos preciosos ojos castaños que hacían juego con una piel de porcelana. Si

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había sido su padre quien le había enseñado la habilidad de los políticos para caer
bien a todo el mundo, lo había hecho muy bien.
Inexplicablemente, Erin se sintió francamente celosa cuando la chica miró hacia
la puerta con un inequívoco interés en la mirada.
A Erin no le cupo la menor duda de a qué estaba mirando, ya que oyó a Slater
en la puerta. Él se acercó a donde ella estaba sentada y le puso una mano en el
hombro. Erin lo miró sintiéndose orgullosa de que fuera suyo, dispuesta a hacer las
necesarias presentaciones.
Entonces vio la fascinación en sus ojos al ver a la hija del senador. Ciertamente,
a ella nunca la había mirado así…
Fue como si el corazón se le cayera al suelo.
Ella misma le había dicho que alguna vez encontraría a una mujer a la que
amar, pero realmente nunca se había creído que eso pudiera suceder o, de alguna
manera, se había esperado ser ella esa mujer.
Pero la forma en que él miraba a Katrina le indicó que era muy posible que no
fuera así.
Unos minutos más tarde, dejó su copa de vino y dijo:
—Creo que ya es hora de que bajemos a la fiesta.
El senador dejó también su copa, pero Katrina no pareció oír nada, estaba
sentada muy tiesa, con su copa sin tocar en la mano, mirando a Slater. Él parecía
como si nunca antes hubiera oído hablar de que iba a haber una fiesta.
El senador se rió.
—No te sientas mal —le dijo a Erin—. Pasa siempre, la gente se queda tan
embelesada con Katrina que se olvida de todo lo demás. No quisiera ser presumido,
pero mi hijita…
«Está seduciendo a mi marido», deseó decir Erin. «Y se merece que la azoten
por ello».
Se mordió la lengua y se dijo a sí misma que esa no era forma de sobre llevar los
celos.
Una vez en la fiesta, el senador fue presentado a todo el personal directivo de la
empresa y luego Erin se empezó a ocupar de que todo fuera bien en ella.
Poco después, vio como Katrina aceptaba una copa de Slater. Erin vio como sus
manos se rozaban, como la chica agitaba las pestañas. Y vio a Slater sonriendo a
Katrina con una calidez que hizo que le doliera el corazón.
A su lado, Dax Porter también los estaba observando. A Erin no le extrañó verlo
allí, aunque se necesitaba mucha osadía para aparecer en una fiesta de la compañía
cuando se estaban robando secretos de ella. Erin sospechó que, a pesar de lo que le
había dicho a Sarah acerca de sus planes a largo plazo, que ese hombre no tenía
intenciones de dejar su trabajo en la empresa siempre y cuando pudiera ponerle las
manos encima a secretos que se pudieran vender.

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—Interesante —murmuró él—. Tú te esforzaste tanto en conseguir a ese hombre


y ahora, antes incluso de que hayas tenido la posibilidad de relajarte y disfrutar de tu
triunfo, él ya ha encontrado otros intereses. Pobre Erin. Tal vez no debieras haber
puesto tus miras tan altas.
Erin pensó que eso lo decía refiriéndose a que tal vez debiera haberse
conformado con él.
Apretó los dientes para no decirle que antes se tiraría por un barranco que
andar con un traidor, un mentiroso y un tramposo. Pero lo último que podía hacer en
esos momentos era permitir que Dax sospechara que su secreto estaba descubierto.
Al día siguiente todo habría terminado, pero esa noche ella tenía que sonreír y
tratarlo como siempre había hecho.
—Gracias por compartir conmigo tu perspicacia, Dax —dijo y se dirigió al bar.
Sarah estaba un poco apartada, observando a la multitud. Era la primera vez
que Erin la veía desde que habían alterado los planos.
—¿Cómo te ha ido? —le preguntó.
Sarah arrugó la nariz.
—Ha estado muy desagradable. Arrogante, pomposo y condescendiente. Ha
tenido incluso la osadía de darme las gracias, sarcásticamente, por supuesto.
—Por supuesto, la buena noticia es que eso significa que se ha tragado el
anzuelo.
—Sí —dijo Sarah—. ¿Crees que podría hablar esta noche con el señor
Livingstone?
—Sería mejor que esperaras a mañana, en la oficina.
—Ya lo sé. Solo quería acabar de una vez con todo esto.
—Ya somos dos.
Poco más tarde, Erin vio que Slater y Katrina seguían inmersos en una
conversación y se habían alejado hacia una esquina.
Más adelante, casi se dio de bruces con su marido en el bar. Sin duda, Katrina
quería más hielo para su bebida.
—Espero que el senador y tú encontréis tiempo para hablar —le dijo ella
dulcemente.
—Oh, ya nos ocuparemos de los detalles cuando termine la fiesta. Katrina es un
encanto, ¿verdad?
Lo peor de ello, pensó Erin, era que no podía estar en desacuerdo.
Antes de que ella pudiera decir nada, Slater continuó:
—Es una bonita fiesta, Erin.
—Por supuesto que lo es. Es mi trabajo, ¿no?

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Y, sin esperar siquiera una reacción por parte de él, se alejó de allí y se dirigió
hacia el grupo de invitados más cercano.

La velada ya había terminado por fin, pero aún entonces Slater no parecía con
ganas de que terminara, ya que insistió en bajar a acompañar al senador y Katrina.
Erin le dijo a Jessup que la limpieza podía esperar y se retiró al dormitorio
principal.
Dejó caer al suelo el vestido y se sentó para cepillarse el cabello, tratando de
controlarse. Pronto aparecería Slater por la puerta y ella tendría que comportarse
como una buena esposa de conveniencia. Debía sonreír y hablarle animadamente y
preguntarle por cómo le había ido con los de Universal Conveyer.
No debía dejar que sospechara nada de las deprimentes noticias que se
encontraría al día siguiente en la oficina. No debía ponerse sarcástica acerca de
Katrina. Y si Slater quería hacer el amor esa noche, no debía preguntarse si lo hacía
pensando en la hija del senador.
Y sabía que eso sería imposible.
Apagó la luz y, cuando él entró, ella se hizo la dormida.
Slater cerró suavemente la puerta y empezó a desnudarse. Luego se tumbó a su
lado, mirándola. Suspiró y le acarició el cabello para luego volver a tumbarse en su
almohada.
Erin apretó los puños. Le había acariciado la cabeza como lo haría con una
mascota, pensó. Una que hubiera hecho lo que se esperara de ella.
Bien, Erin. Lo has hecho perfectamente. Ahora siéntate y espera hasta que te
vuelva a desear.
Y ella lo haría. Esperaría y lo haría lo mejor que supiera en todo lo que él le
pidiera, porque lo amaba.
Y si algún día, tal vez pronto, él ya no la deseara más…

Esa mañana fue Erin la primera en llegar a la oficina. Se había esperado que
Sarah estuviera ya allí, esperando, pero no solo no estaba, sino que todo demostraba
que no había llegado todavía. ¿Se habría acobardado? ¿Habría puesto en la balanza
las posibilidades que tenía con Slater y habría decidido que no podía hacer más que
renunciar al trabajo y no humillarse suplicando por él?
Pero cuando Erin estaba llenando la cafetera que había en el despacho de Sarah,
esta apareció, pálida y ojerosa.
—¿Ha llegado ya el señor Livingstone? —preguntó.
Erin agitó la cabeza.

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—Ya se había ido cuando me levanté. Pero me dejó una nota diciendo que iría
al gimnasio y que llegaría un poco tarde esta mañana.
Sarah hizo una mueca de insatisfacción.
Erin supo perfectamente lo que estaba sintiendo Sarah, mitad alivio y mitad
decepción. Eso mismo fue lo que sintió ella cuando se despertó y se encontró sola en
la cama.
—Media hora más o menos no tendrá importancia —dijo Erin.
—Ya lo sé. Es solo que me había preparado para ello.
—¿Un café? Eso puede que te haga sentir mejor.
—Puede. Aunque ni el arsénico podría hacer que me sintiera peor. Tener que
enfrentarme a él con lo que he hecho…
Erin sabía que nada de lo que ella dijera podría ponerle más fáciles las cosas, así
que se sirvió un café y fue a meterse en su despacho.
En ese mismo momento, las dos oyeron los pasos en el pasillo. Unos pasos
firmes, decididos, definitivamente masculinos.
Y enfadados, pensó Erin. Pero qué…
Su mirada se encontró con la de Sarah y de repente, lo entendieron todo.
La nota de Slater decía que había ido al gimnasio y Erin no había pensado más
en ello. Pero era allí donde jugaba al pádel con Fritz MacDonald de vez en cuando.
Slater bien podía haber ido a verlo esa mañana, no para jugar, sino para hablar de
Universal Conveyer.
Y si lo había encontrado, Slater podía haber averiguado muchas cosas.
Erin se preparó para lo que se le podía venir encima y se metió en su despacho,
desde donde estaría fuera de la línea de visión de Slater, pero estaría lista para salir
en defensa de Sarah explicándole lo que había sucedido y lo que habían hecho.
Pero no fue la voz de Slater la que oyó, sino la de Dax y, con sus primeras
palabras, Erin se quedó helada.
—¡Maldita sea, Sarah! —dijo—. No funciona.
Erin se obligó a quedarse donde estaba. Dax no la podía ver allí y toda su
atención estaba centrada en Sarah. Agitó delante de la cara de Sarah un grueso
montón de papeles, los planos de Brannagan que le había dado el día anterior.
—No deberías haber venido aquí, Dax —dijo Sarah agitadamente.
—¡Hay que ver lo estúpida que puede ser una mujer! ¿Es que no lo entiendes?
Esto no funciona.
Erin dio un paso adelante.
—Baja la voz, Dax. Te va a oír toda la planta y tendrás a los de seguridad detrás
de ti en menos de dos minutos.
Él se dio la vuelta y la miró.

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—Tú mantente fuera de esto, señorita Virgen Pura. Nadie te ha pedido…


Luego entornó los párpados, la miró fijamente y añadió:
—Tú estás en esto hasta el cuello, ¿no? Sabías perfectamente bien en lo que
estaba metida Sarah. Debería haber sabido que ella no se habría mostrado tan
cooperativa sin tu aprobación. ¿Qué sacas tú de todo esto, Erin? ¿Poder?
El cerebro de Erin pareció empezar a funcionar a cámara lenta.
—Supongo que también querrás un trozo del pastel —gruñó Dax—. ¡Bueno,
pues no lo vas a tener porque, por última vez os digo que esto no funciona!
Ninguno había oído entrar a Slater. Erin ni siquiera sabía que estaba allí cuando
habló muy tranquilamente desde detrás de Dax.
—Por supuesto que no, Dax —dijo—. No creerías que te íbamos a dar los planos
verdaderos, ¿eh?

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Capítulo 10
El corazón se le cayó a los pies a Erin. Estaba claro que Slater no necesitaba
ninguna explicación de lo que estaba pasando, a pesar de que Dax no había sido
nada específico, Slater había ido al corazón de la materia. No se le notaba nada
sorprendido y solo como triste. Evidentemente, no solo sabía que los planos de
Brannagan estaban en malas manos, sino que también sabía exactamente quién los
había puesto allí.
E iba a pensar que ella estaba metida hasta el cuello en ello. Cosa que, por
supuesto, era cierta. Le había salido el tiro por la culata en su intento de minimizar
los daños. En vez de con un cañón descargado, de repente se estaban enfrentando
con una cabeza nuclear enloquecida.
Miró a Sarah que solo parecía confusa. Luego su rostro se puso incluso más
pálido y Erin giró la cabeza justo cuando dos hombres uniformados de seguridad
aparecieron en el pasillo.
Sarah se agarró al respaldo de su silla como si fuera eso solo lo que la impidiera
caer al vacío.
«Allá vamos», pensó Erin.
Slater levantó una mano y los dos hombres se detuvieron, luego él avanzó hacia
Dax.
—¿Y bien? —dijo—. Seguramente no serás tan tonto como para haber pensado
que Erin y Sarah te iban a dar los planos de verdad.
A Erin se le volvió a detener el corazón. Se dijo a sí misma que todo iba a ir
bien. Porque, por supuesto, eso era exactamente lo que había sucedido. Slater debía
haberse dado cuenta inmediatamente de que los planos de Dax habían sido
saboteados.
Salvo que… No podía saberlo.
Probablemente podría suponer lo que ella había hecho, pero no podía estar
seguro. No había ninguna evidencia, ella misma se había asegurado de ello.
Aunque pusiera patas arriba su despacho, cosa que no había podido hacer, no
habría encontrado otra copia de los planos que la suya, la de verdad.
Y aquella en la que ellas dos habían hecho los cambios había sido destruida. Y
la de Dax, la tenía él en la mano y no la habían perdido de vista desde que entró.
Así que Dax si no estaba seguro de lo que habían hecho, ¿estaba simplemente
echándose un farol cuando dijo que los planos no eran los de verdad?
Erin no lo creía, la nota de autoridad de su voz indicaba que no se estaba
tirando ningún farol.
Además, había otra explicación mucho más inteligente de lo que había dicho,
que estuviera diciendo simplemente la verdad.

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Los planos de Dax no servían para nada, pero tal vez no fuera por los cambios
que había hecho en ellos Erin, sino por otra cosa.
Aún estaba pensándolo cuando Slater se lo confirmó.
—Lo que tienes ahí, Dax, son los planos preliminares, unos que no incorporan
las innovaciones finales y más importantes que hacen únicos eso interruptores. Y, por
supuesto, antes de sacar a la luz esas copias, me aseguré de que hubieran unas
pequeñas, digamos correcciones, en ellas.
Así que era por eso por lo que los planos le habían parecido un borrador, pensó
Erin, porque lo eran.
Pero eso significaba que Slater no había confiado en nadie, ni siquiera en ella, su
mano derecha, su ayudante personal, cosa que, extrañamente, la deprimía.
Slater hizo pasar a los hombres de seguridad y dijo:
—Porter, estos caballeros lo acompañarán a la salida. Se le enviarán a casa el
finiquito y sus pertenencias personales. No vuelva a poner los pies en esta empresa
nunca más.
La respuesta de Dax la sorprendió. Por supuesto, ella había oído anteriormente
palabrotas semejantes, pero nunca con tanto veneno incluido.
Slater retrocedió un paso para hacer sitio a los de seguridad, así que el puño
que había lanzado Dax se quedó corto. Erin trató de gritar, pero tenía la garganta
demasiado seca. Estaba claro que Slater se había esperado algo semejante, ya que
desvió el golpe con una mano y lo hizo soltar los papeles, que cayeron al suelo y se
desparramaron por él.
Dax los miró por un momento y luego se volvió como si lo hubiera abandonado
toda la energía, los guardias de seguridad lo agarraron por los brazos y se lo
llevaron.
Slater cerró la puerta y dijo:
—Creo que ya hemos aireado bastante este asunto. Erin, a mi despacho. Ahora
mismo.
—Pero yo…
Sarah se adelantó valientemente.
—Señor, tengo que hablar con usted.
—Tú serás la siguiente. Mientras tanto, recoge eso, no vaya a caer en otras
malas manos. Erin, estoy esperando.
Parecía un desconocido, su voz sonaba de una manera que no la había oído
antes.
Una vez dentro, le indicó que se sentara, pero como Sarah en su momento, Erin
prefirió seguir de pie.
—Así que tú también estabas en esto…

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Erin no lo podía negar y sabía muy bien que él no escucharía toda la explicación
en ese momento, lleno de ira, así que no dijo nada.
—No me extraña que pasaras tanto tiempo por las esquinas la otra noche en la
fiesta, con Dax, con Sarah, y cualquiera sabe con quién más —continuó él lleno de
furia—. ¡Maldita sea, Erin! Yo sabía que la fuente de esas informaciones debía estar
cerca de lo más alto. Había demasiadas cosas que no las podía saber nadie más. Pero
pensar que tú…
—No esperes que me crea que estás sorprendido —dijo ella—. Tú sospechaste
de mí, Slater, si no, no habrías cambiado esos planos a mis espaldas.
—Sospechaba que cualquiera, tal vez tú, tal vez Sarah, estaba siendo
descuidado. Fue por eso por lo que decidí no contarle a nadie lo de esos planos
falsos. Pero ni en mis peores pesadillas pensé que fuera algo intencionado. La idea de
que tú…
Ella abrió la boca para explicarse, para defender tanto a Sarah como a sí misma,
pero se dio cuenta de que no serviría de nada. ¿Por qué la iba a creer cuando tenía la
evidencia de lo contrario delante de sus ojos? ¿Por qué iba a creerla Slater después de
todo lo que le acababa de oír decir a Dax?
Y aunque algún día la escuchara, ¿volvería a confiar en ella de nuevo? Si no
había tenido fe en ella incluso desde antes de esa calamidad, ¿cómo podía ella
esperar que esa herida cicatrizara algún día?
Había actuado con la mejor intención del mundo, por supuesto, para ahorrarle
dolor a él y evitar que Dax se hiciera con los planos reales de alguna otra manera,
para darle tiempo a Slater para que eliminara ese fallo de seguridad de una vez por
todas, para darle a Sarah alguna posibilidad de salvar su puesto de trabajo…
Pero al tratar de ayudar, Erin no solo había sacrificado su estatus profesional,
sino que le había causado una herida mortal a su ya problemático matrimonio.
—¿Por qué lo hiciste, Erin? ¿Por dinero? ¿O solo por simple diversión? ¿Tal vez
por el supuesto encanto de Fritz MacDonald?
Ella agitó la cabeza.
—Seguramente que no por Dax. No puedes haberte imaginado estar enamorada
de ese…
—¡No! —gritó ella.
Deseó poder decirle que había cometido un error, pero que lo había hecho
porque lo amaba. Sin mirarlo directamente añadió:
—¿Te importa si recojo yo mis efectos personales, Slater? ¿O prefieres que lo
haga el personal de seguridad y que me lo manden luego?
Él se dejó caer en su sillón y se presionó con los dedos el puente de la nariz.
Erin se dio cuenta entonces de que esa era toda la respuesta que iba a conseguir
de él.
Se quitó los anillos y los dejó sobre su mesa.

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—Ahora resulta que no ha estado mal que no te regalara un anillo de boda —


dijo—. Solo sería uno más a devolver a la joyería.
Estaba casi en la puerta cuando él habló.
—Erin… ¿Adónde vas?
Ella no lo miró.
—No veo por qué lo tiene que saber, señor. A no ser, por supuesto, que quiera
evitarme. En ese caso no tiene que preocuparse. Yo me ocuparé de evitar que nos
encontremos.
Luego cerró la puerta tras ella.
Sarah la miró con los ojos muy abiertos.
—¿Qué…?
Erin agitó la cabeza.
—No sé qué decirte, Sarah, salvo que yo preferiría enfrentarme a toda clase de
dinosaurios en vez de con Slater con lo enfadado que está ahora.
Sarah cuadró los hombros.
—Voy a entrar ahí a decirle algunas cosas.
—Buena suerte. Pero no esperes que te vaya a servir de mucho.
Miró su despacho, pero no tuvo el corazón de llevarse las fotos de las paredes.
No tenía ni la paciencia ni las ganas necesarias como para ponerse a buscar lo que
fuera suyo.
Tomó el florero de cristal de Slater. Lo había visto como un símbolo de solidez,
algo que podía durar para siempre, pero ahora lo era de fragilidad.
Algo tan frágil como ese matrimonio.
Al final, Erin no se llevó nada. Sabía que las cosas que se dejaba no tenían
importancia. No necesitaba de recordatorios físicos que le causaran dolor, sus
recuerdos ya serían suficientemente dolorosos sin ellos.

Caminó sin saber a dónde y trató de no pensar. Era media tarde cuando se
encontró caminando por una zona de tiendas de antigüedades, cerca de Control
Dynamics, cerca en la distancia, pero a millones de kilómetros emocionales.
Entonces pensó que era mejor que empezara a tomar algunas decisiones. No
tenía más ropa que la que llevaba puesta, más dinero que un par de dólares en el
bolsillo, ninguna identificación ni tarjetas de crédito. Y ningún sitio a donde ir a
pasar la noche.
Podía irse a casa. No a la de Slater, sino a la suya anterior, ya que seguía siendo
la dueña oficial y sabía que siempre sería bienvenida por su madre. Pero ese era

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parte del problema, que su madre estaba allí y la atosigaría a preguntas que no tenía
ganas de contestar, ya que lo que ella realmente quería era estar sola.
Y, por si fuera poco, tendría también que enfrentarse a su padre. Cada vez que
había llamado a su madre había sido él quien había contestado al teléfono y, como no
les había contado apenas nada de su matrimonio, no se iba a poner a explicarles
ahora todo lo que había sucedido. Seguramente se dedicarían a regañarla, con razón,
pero no le apetecía nada.
¿Por qué no se habría llevado por lo menos el bolso? Con una tarjeta de crédito,
podría ir a un hotel y comprar cosas de primera necesidad.
Era inevitable tener que volver a casa de Slater a recoger algo de ropa y el par
de cientos de dólares que guardaba para emergencias.
Y mejor que lo hiciera pronto, antes de que él volviera a casa.
Cuando abrió el portal pensó que, tal vez él hubiera llamado para advertirle al
portero que no la dejara pasar, pero el hombre se limitó a saludarla como siempre.
Por supuesto, se había dejado la llave de la casa en el bolso y, el bolso estaba en
la oficina, así que llamó a la puerta pensando que tal vez él a quien había llamado era
a Jessup.
—Señora Livingstone… —dijo Jessup cuando abrió la puerta.
—Solo he venido a por mi ropa, Jessup. Eso es todo. No me importa si me haces
tú la maleta o vigilas mientras la hago yo, para asegurarte de que no me llevo nada
que no sea mío. Si quieres, esperaré aquí hasta que la hayas hecho. Solo quiero mis
cosas.
—Por supuesto —dijo Jessup y se apartó—. Pero no es necesario que yo la
vigile.
—Preferiría que lo hicieras. Solo para que quede claro lo que me llevo.
No quedaba nada ya de la fiesta de la noche anterior, ni siquiera el rastro del
perfume de Katrina.
Erin se dirigió al dormitorio y empezó a meter ropa en una maleta
desordenadamente.
—¿Desea que le traiga una taza de té, señora Livingstone? ¿Algo de comer?
Erin no había comido nada desde el desayuno, pero no tenía nada de hambre,
así que sonrió y dijo:
—Un té estará bien.
Encontró el dinero en su cajón y se lo metió en el bolsillo, luego siguió haciendo
la maleta.
La puerta se abrió entonces y supo que Jessup le llevaba el té.
—Gracias, Jessup. Déjalo en la mesa, por favor. ¿Sabes si han traído de la
lavandería mi blusa de seda color marfil?
—No tengo ni idea —dijo la voz de Slater.

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Erin apretó fuertemente el sujetador que tenía en las manos.


—Erin, debería decir que tu técnica para evitar a la gente no es muy efectiva.
Tenemos que hablar —añadió él suavemente.
Erin metió unas cuantas cosas más en la maleta.
—¿Sobre qué?
—Detalles.
—¿Te refieres a los del divorcio? Si insistes… No te importa si sigo haciendo la
maleta mientras hablamos, ¿verdad? No quisiera que pensaras que estoy tratando de
prolongar mi tiempo aquí.
Al cabo de un momento y preguntándose por qué él estaba tan callado, ella se
volvió. La estaba mirando fijamente y eso la puso nerviosa.
Trató de ignorarlo y le dijo:
—Has traído el té, ¿no?
—Por supuesto —dijo él, pero siguió mirándola mientras lo servía.
Le ofreció una taza y ella la aceptó.
—Si estás preocupado por lo que te voy a pedir por el divorcio…
—No, no me preocupa. ¿En qué estabas pensando, Erin?
—Dax se aprovechó de Sarah y luego la amenazó con decirte que ella había sido
el cerebro de la operación. Y yo…
—Te sentías tan mal porque a Sarah se le hubieran escapado unos secretos, que
contaste más.
—Supongo que sí. Si no te importa, Slater, me gustaría terminar de hacer la
maleta y marcharme.
Dejó la taza sobre una mesita y miró la maleta. Todo estaba revuelto y solo
había metido la ropa interior, pero ni una simple blusa, unos vaqueros o unos
zapatos sin tacón.
—¿Por qué no me dijiste que cambiaste los planos, Erin?
—¿Sarah te dijo eso?
¿Y él la había creído? ¿Y por qué no la había creído a ella?
—Me lo dijo. Así que los comparé exhaustivamente. ¿Y bien, Erin?
—Estoy segura de que Sarah te contó todas sus razones, no sabíamos si Dax
tenía otras fuentes de información, y tratamos de ganar tiempo para que ella te
pudiera contar por sí misma lo que había sucedido.
Slater asintió.
—¿Y las tuyas?
—Yo quería que Sarah tuviera una oportunidad. Ella no es una criminal, Slater.
Ni siquiera creo que fuera completamente descuidada. Dax la utilizó y ella se siente

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fatal por lo que hizo. Yo esperaba que, cuando Fritz MacDonald se diera cuenta de
que los planos eran falsos, Dax perdería credibilidad con la gente a la que le estaba
vendiendo información y ya no confiarían más en él.
—¿Y ni siquiera me lo ibas a decir?
—Por supuesto que te lo habría dicho. Tan pronto como volvieras a casa. Pero
pensé que sería mejor que lo hiciera Sarah. Y mientras tanto, alguien tenía que hacer
algo para parar a Dax.
El rostro de él permaneció imperturbable mientras Erin seguía hablando.
—Pensé que evitar que le pusiera las manos encima a los verdaderos planos
podía ser la forma de que Sarah arreglara su error. Porque fue un error, Slater. Solo
un error.
—¿Sabes? —dijo Slater por fin—. La verdad es que no has respondido a mi
pregunta. ¿Por qué no me contaste esta mañana que habías cambiado los planos?
—¿Me habrías escuchado?
Él no lo admitió, pero tampoco se lo discutió. Se limitó a respirar
profundamente y luego le preguntó:
—¿Crees que debería darle otra oportunidad a Sarah?
—No tengo nada que decir al respecto, señor.
—Maldita sea, Erin, ¿quieres dejar eso ya?
—¿Y qué importancia tiene como te llame? Y si te sirve de ayuda…
—¿Qué?
—No importa. Como te estaba diciendo antes de que me interrumpieras, mi
juicio no es como para tomarlo como modelo últimamente.
—En eso estoy completamente de acuerdo. Esta mañana ni siquiera te llevaste
tu bolso.
—¿Y qué?
—Mientras yo te gritaba, tú te limitaste a quedarte mirando al río por la
ventana. Y luego le diste la espalda a todo, como si no te importara más, y te
marchaste.
—Yo no…
—¿No sabes lo que pensé entonces, Erin?
—¿Qué me iba a tirar al Mississippi? —dijo ella agitando la cabeza—. No estaba
pensando tan claramente como para tomar una decisión tan drástica.
—Normalmente, eso no detiene a un suicida.
—Aunque te habría venido muy bien tener mi muerte en la conciencia.
—Sí, así es —dijo él como si le doliera—. Te grité, Erin. te acusé. No te habría
escuchado. Te hice marcharte. Y nunca habría podido decirte que te amo.

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A Erin le latió fuertemente el corazón.


—No —dijo ella—. No puedes esperar que me crea que en medio de este lío, te
has dado cuenta, de repente, de que te has enamorado de mí.
—Nada de eso. En medio del lío estaba furioso contigo. Me enamoré mucho
antes de eso, lo que puede ayudar a explicar por qué me irritó tanto pensar que
podías tener buenas razones para lo que habías hecho. ¿Ves? Estaba tan seguro de
que no me traicionarías… Que se te escapara, podría ser, pero que dieras información
confidencial a propósito, no. Luego entré esta mañana en la oficina y me encontré con
Dax dando voces a las dos y, de repente, lo tuve todo claro, o eso me pareció, y perdí
la cabeza. Después, cuando vi lo que habías hecho en realidad y que nuestro
matrimonio tenía tan poco significado para ti que te marchaste sin molestarte en
defenderte…
—No. No, Slater. No fue por eso por lo que me marché. Tú y tus sólidas,
prácticas e inteligentes ideas sobre el matrimonio y de como la magia se vuelve
siempre un melodrama… Bueno, tal vez no planearas seguir con ellas hasta que me
enamorara, pero…
—Erin —dijo él y la tomó en sus brazos.
Ella agitó la cabeza y retrocedió un paso.
—Pero hiciste un buen trabajo y, si hubiera justicia en el mundo, ¡te sentirías tan
culpable que no podrías dormir por las noches!
Erin no supo cómo terminó entre sus brazos, pero al cabo de treinta segundos,
cuando él la besó, ya no le importó.
Cuando él terminó de besarla, la hizo apoyarse contra su pecho y le dijo:
—No sé si el sentimiento de culpa me mantendrá despierto. Me parece muy
incómodo. Pero si no quieres que duerma por las noches, sé de una forma en que
podrías…
—¿Sabes? Te mereces enamorarte de Katrina y que te rompa el corazón.
—Pero yo no tengo corazón. Te lo di a ti.
Erin hizo girar los ojos en sus órbitas.
—Mañana a primera hora te voy a comprar un anillo de boda. Eres demasiado
peligroso como para dejarte suelto sin una señal de advertencia.
—Eso es lo que se me estaba olvidando —dijo él.
Se metió la mano en el bolsillo, sacó los anillos y se los puso de nuevo.
—Todos los símbolos del mundo no me pueden hacer sentir más casado, Erin.
Fue por eso por lo que te dije que no importaba cuando me preguntaste si quería un
anillo.
La besó de nuevo y, cuando pararon a tomar aire, ella le preguntó:
—Slater. ¿Desde hace cuánto que sabes que me amas?

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—Seis meses. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que estaba sucediendo.


Lo que no sé es desde hace cuánto que te amo. Eso es más o menos un año.
—Solo llevo un año trabajando para ti.
—Pues eso.
Erin agitó la cabeza, confundida.
—¿Así que cuando me propusiste matrimonio sabías que estabas enamorado?
¿Y no me lo dijiste?
—Cierto. Durante un tiempo pensé que me habías atrapado. Cuando me dijiste
que yo no solo me estaba conformando con la segunda mejor. Pero ya entonces lo
sabía.
—Me dijiste que era una tontería pensar que te enamorarías de mí.
—Oh, no, te dije que era una tontería pensar que la carta de tía Hermíone
pudiera haber causado que me diera cuenta de ello.
Erin pensó que él había tenido mucho cuidado con lo que le decía.
Y, como si le hubiera leído la mente, Slater dijo:
—Si te hubiera dicho la verdad, tú te habrías ido antes de que terminara la
frase. ¿Qué podía hacer yo, Erin? No creo que entonces vieras a mí al hombre, solo al
jefe.
—Oh, lo veía, pero no quería admitirlo. Y usted era un muy buen jefe, señor.
—Deja eso ya, Erin.
—Sí, querido.
—Nunca hubiera pensado que el matrimonio fuera algo tan complicado. En un
momento dado tú eras todo sonrisas y generosidad, y al siguiente te ponías arisca.
Eras cálida, amorosa e increíblemente sexy y, un momento más tarde, empezabas a
murmurar que eras una tonta.
—¿Oíste eso?
—No te creerás que, en mi noche de bodas, contigo en los brazos, me habría
dormido, ¿verdad?
—Bueno, dijera lo que dijese, tienes que admitir que tampoco ha sido un picnic
para mí, cuando me di cuenta después de haber firmado que realmente me gustaría
cambiar las reglas.
—Considéralas cambiadas —dijo él.
—Puede que tarde un poco en perdonarte por darme a entender que no sabías
lo que era el amor. Realmente sentí lástima por ti cuando le dijiste a Cecile que se
marchara.
—¿Por qué?
—Porque parecías tan triste… Como si el mundo te hubiera caído encima.

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—Me estaba preparando para la mano de póker más importante de mi vida.


Una en la que tú tenías todas las cartas.
—¿De verdad? Supongo que ahora me vas a decir que me diste toda la
información necesaria para que tomara una buena decisión acerca de casarme
contigo, ¿no?
—¿No crees que fue una elección inteligente?
—Eso es otra cosa.
—No, no lo es. ¿Qué más necesitabas? No te iba a recitar un poema acerca de
tus hermosos ojos azules, ya que no creo que te fueras a conformar con eso.
—Probablemente no —admitió ella—. ¿Y qué tal la sugerencia de tu tía
Hermíone de que te consiguieras una anfitriona? La usaste deliberadamente para
hacerme empezar a pensar en ti, ¿no?
—Oh, es peor que eso. La convencí para que escribiera esa carta —dijo él
alegremente.
—Debería haberme dado cuenta. Siempre he sabido que puedes ser el mayor
manipulador del continente si quieres.
—Gracias.
—Pero no pensaba que nadie pudiera influenciar a tu tía.
—Tienes que saber como lo hice. Pienso enseñarles a todos sus sobrinos qué
botones tienen que presionar para…
—¿A los ocho?
—O seis. O uno. O ninguno. Los que tengamos me parece bien, Erin. Es a ti a
quien quiero. Y mucho.
—Tenía tantos celos de Cecile que no lo podía soportar, pero no lo sabía. Creo
que estaba furiosa con ella por lo poco que te apreciaba. Necesitaba algo que me
hiciera ver lo que sentía por ti, de acuerdo, pero no era que no me hubiera fijado.
Solo tenía que darme cuenta de lo mucho que significas para mí. Aún apenas me
puedo creer…
—¿Qué te ame? Siempre se lo puedes preguntar a tu madre. Le dije que te
amaba esa tarde en que tú le hablaste de nuestro compromiso.
—Dijiste que ella te lo preguntó y que le dijiste lo que quería oír.
—Y lo hice. Pero resulta que era la verdad.
—Así que fue por eso por lo que ella estaba tan ansiosa por verme casada que ni
esperó a que le dieran el alta en el hospital.
—No era ella la ansiosa, sino yo, pero me pareció una muy buena excusa. Y ella
pareció pensar que yo te podía hacer feliz.
—Con respecto a cuando le conté lo del compromiso. Tardé un poco en
comprender que lo hice porque ya sabía que te amaba. Solo que no lo quería confesar

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ni siquiera a mí misma. Esa fría propuesta tuya, la idea de tomarte la vida como un
trabajo, me asustaba.
—Hablando de trabajos y sustos, creo que tienes razón en que Sarah se ha
llevado el susto de su vida.
—¿Le vas a dar una segunda oportunidad?
Slater asintió.
—Y me alegro de verdad de que no te llevaras las cosas de tu despacho, ya que
mañana vas a tener cosas más importantes que hacer que ponerlo todo en su sitio de
nuevo. No solo hemos de construir los interruptores de Bob Brannagan, sino también
los controles de Universal Conveyer.
Erin lo abrazó más fuertemente.
—¿Lo lograste?
—Fritz no es tonto y no le gusta tratar con traidores. Además, vamos a estar
ocupados. Eso a no ser que quieras meterte en el departamento de ingeniería.
—¿Por qué?
—Porque esas pequeñas innovaciones que hiciste en la copia de los planos de
Dax son realmente muy interesantes.
—Estás de broma, ¿verdad?
Slater agitó la cabeza.
—Probablemente no lleven a nada, por supuesto. Pero me han hecho empezar a
pensar en una dirección completamente nueva, y si has dado realmente en el clavo,
los beneficios que te producirán dejarán por el suelo los pendientes de zafiros.
Erin susurró:
—El único beneficio que quiero eres tú.
Luego echó atrás la cabeza invitándolo a que la besara.
Después de un rato, él le dijo:
—Eso se puede arreglar. De paso, si me vuelves a llamar señor alguna vez…
—¿Sí? ¿Qué me vas a hacer?
—Para empezar, esto.
Erin creía que la habían abrazado fuertemente antes, pero se equivocaba. Y la
forma en que él la besó no fue ni cariñosa ni tentativa, fue el beso de un amante
ansioso y prometía delicias increíbles.
Varios minutos más tarde, se separaron para tomar aire.
—¿Y bien?
—Ya veo lo que quieres decir —logró decir Erin—. Y, por supuesto, yo siempre
haré lo que me pidas… señor.

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Fin

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