Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
La
acumulación por despojo (1850-1898)
Introducción
A continuación nos referiremos a cada uno de estos asuntos por separado. Conste
que nuestra preocupación vertebral es ofrecerle al lector algunos ingredientes
descriptivos y analíticos sobre la forma en que el imperialismo, entre 1850 y 1898,
expresa las tendencias expansivas más generales del sistema capitalista como un
todo. En este sentido, América Latina, ve progresar paso a paso, pero de manera
consistente y sostenida, las distintas formas y métodos utilizados por el sistema
para atraerla hacia el movimiento internacional de los capitales y de la fuerza de
trabajo.
Entre los años de 1850 y 1900, América Latina y el Caribe se han convertido en un
escenario rico y diverso para las pugnas entre los imperios europeos y los Estados
Unidos. Pero se trata de enfrentamientos que van más allá de la posible ocupación
militar, como sucedía en el Caribe, o de la invasión colonialista clásica como en
1856 con Centroamérica, pues la internacionalización de los mercados incorpora
geografías y recursos ahí donde el consumo es potencialmente posible.
La guerra civil en los Estados Unidos (1861-1865), así como la crisis de 1873-
1896, completaron un capítulo político y económico definido, al mismo tiempo, por
la revolución de los transportes, la era del ferrocarril y de la navegación a vapor, y
la aparición por primera vez de tácticas y estrategias militares especialmente
diseñadas para reprimir a los movimientos de liberación nacional, a las mujeres y
a los trabajadores organizados.
Pero nada de eso fue posible sin la nueva lógica económica introducida por el
sistema capitalista con su reveladora aparición histórica, durante la segunda parte
del siglo XVI6. El nuevo sistema económico vino al mundo en un momento muy
particular, cuando las sociedades europeas se están expandiendo e incorporando
otras geografías y otras sociedades; cuando cambios radicales se están operando
interiormente en la agricultura, la artesanía, la manufactura, que dan paso al
surgimiento de una clase de personas que sólo tienen su fuerza de trabajo para
sobrevivir.
Bien se puede decir del capitalismo que es el sistema económico con el cual fue
posible históricamente el imperialismo, entendido como su moral, su política y su
ideología, y en la etapa de mayor desarrollo y crecimiento. Entre el banquero y el
tendero venecianos del siglo XVI y la corporación multinacional de nuestros días,
han transcurrido siglos de opresión y progreso, que hacen abrumadoramente
evidentes las desgarradoras y brutales contradicciones que han caracterizado al
sistema a todo lo largo de su historia.
Gran Bretaña viene desde una revolución industrial temprana, en la segunda parte
del siglo XVIII, que es a su vez un conjunto de varias revoluciones: una revolución
demográfica, agrícola, comercial, y de los transportes, todas las cuales hicieron
posible una transformación sin precedentes de la economía inglesa, al punto de
que, para la gran exposición de 1851 en el Palacio de Cristal de Londres, ha
alcanzado el punto de no retorno en un proceso de industrialización que otros
querrán imitar para jamás igualar11.
Pero con este libro no es precisamente la historia del capitalismo inglés la que nos
interesa describir, no tanto porque existen extraordinarios trabajos de investigación
que discuten el tema, sino porque nuestro interés primordial reside en el
imperialismo histórico, es decir, esa clase particular de imperialismo que América
Latina tuvo que enfrentar entre 1823 y 1898, período en el cual los ingleses
jugaron un papel esencial, pero en el que no fueron los únicos cuando se trató de
la dominación de nuestros países.
A todo lo largo de la segunda parte del siglo XIX, Inglaterra se enriquece, acumula
y reproduce su riqueza, no sólo generando textiles, carbón, hierro, acero,
ferrocarriles y barcos a vapor, sino también exportando capitales en grandes
cantidades, y explotando enormes contingentes de seres humanos, en África, Asia
y América Latina. A pesar de las severas críticas hechas por Henryk Grossmann al
libro de Fritz Sternberg, publicado en 192613, y que se dice es en alguna forma
una continuación del trabajo de Rosa Luxemburgo (ver el capítulo primero de este
libro), las disquisiciones teóricas y las descripciones históricas del mismo, tienen
enorme relevancia para el trabajo del historiador, en particular sus referencias al
papel jugado por América Latina, como cliente importante de los ingleses en
materia de inversiones de capital.
Aquí no haremos referencia al problema teórico que aquejaba, durante los años
veinte del siglo anterior, a una importante generación de teóricos marxistas (por
cierto una de las más brillantes de que se tenga memoria), relacionado con el
inevitable derrumbe del sistema capitalista (de aquí la frase derrumbismo histórico
que se les aplicaba a ciertos de estos teóricos), cuando el sistema hubiera perdido
por completo su habilidad para rehacerse, después de la última crisis económica
que lo llevaría al derrumbe definitivo, abriendo paso al socialismo.
Entre 1871 y 1875, cuando Inglaterra tenía un déficit promedio anual de £65
millones en su comercio exterior, el ingreso acumulado por sus inversiones en el
extranjero ascendía a £50 millones, a lo que habría que añadir sus exportaciones
invisibles, tales como navegación, seguros, banca e inversiones públicas
indirectas en países como los latinoamericanos, lo que contribuyó
ostensiblemente, para que los ingleses pudieran cambiar el déficit mencionado en
un superávit, y les permitiera pasar por la deprimida década de los setentas con
un ingreso cercano a los £55 millones anuales solo en inversiones extranjeras. En
el trecho de 1891 a 1906, no hubo año en que los ingleses no hubieran confiado
en sus inversiones extranjeras para nivelar sus libros15.
Pero para que esta transformación se completara, fue necesario readecuar a las
economías externas marginales para que produjeran los alimentos y las materias
primas requeridas. Dicha readecuación pudo haberse hecho mediante una
renegociación del pacto colonial con dominios imperiales tales como la India,
Australia, y África occidental, o por la fuerza como sucedería en el Caribe, África
tropical y Egipto. La supuesta metáfora de imperialismo formal e informal deja de
serlo cuando nos percatamos de que los ejércitos de Inglaterra, Alemania, Francia,
Bélgica, Italia, Portugal, España, Estados Unidos, Japón y Rusia se saltan la
frontera entre ambos aspectos de la misma, si lo que está en juego son los
recursos humanos y materiales, los mercados externos y el libre flujo internacional
de los capitales, así como los distintos medios a través de los cuales aquellas
potencias logran atemperar sus problemas internos con las clases trabajadoras, el
campesinado y la pequeña burguesía radicalizada.
La segunda parte del siglo XIX entonces, para estas áreas significó apostar su
independencia y su identidad ante un capitalismo más expansivo, seguro,
progresista y agresivo, que se serviría de medios y métodos claramente
imperialistas para articular una reproducción ampliada a través de la cual se
rediseñaría la totalidad de la geografía del planeta. El surgimiento del orden
neocolonial, como bien lo apunta, Halperin-Donghi, es sumamente desigual en el
caso de América Latina21, como desigual es el impacto de su incorporación en el
mercado mundial; puesto que, mientras en América del Sur algunas redes
ferroviarias, por ejemplo, pudieron ser levantadas y sostenidas por un buen rato
con capital nacional (Chile en 1851, Argentina en 1857, Brasil en 1854 y México
en 1872)22, en otras partes el capital transnacional hizo de las suyas y contó con
un apoyo incondicional de los grupos sociales dominantes, tal es el caso, de
nuevo, del Caribe y América Central.
La segunda mitad del siglo XIX tiene, en esta parte de América, una historia
económica, social y política de perfiles muy especiales, pues llegó a convertirse en
el período de mayor exacerbación de las prácticas imperialistas por parte de las
potencias europeas, y de Estados Unidos en particular, para quienes el Caribe y
América Central debían ser consideradas las áreas geopolíticas por excelencia,
donde se dilucidarían algunas de las mayores tensiones en las líneas de fuerza
diplomática, militar, económica y financiera del siglo siguiente, que se resolverán
definitivamente con la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
Pero, como hemos apuntado varias veces, la nueva división internacional del
trabajo, armoniosa con el “nuevo imperialismo” que despega en la segunda mitad
del siglo XIX, iba más allá del impulso dado a las emergentes economías de
exportación, y en zonas como el Caribe y América Central, suponía también el
ingrediente geoestratégico relacionado con la construcción de un canal o varios a
través del istmo.
La “economía canalera”, si cabe el término, que bien puede ser considerada una
forma de economía de enclave, al lado de la explotación minera y bananera,
supone indefectiblemente el funcionamiento de una economía dentro de otra, con
lo cual se obliga a la población, a los recursos humanos y materiales del país que
experimenta la utilización de su territorio nacional con tales fines, a fortalecer,
ampliar y sostener el buen funcionamiento del canal28.
Un gran triunfo diplomático para los Estados Unidos, con dicho tratado la joven
potencia les marcaba el terreno a los europeos, y les establecía los límites hasta
dónde podían llegar con relación a todo intento por construir un canal sin su
consentimiento, a pesar de que los británicos habían convertido el norte de
Nicaragua en una base de operaciones comerciales y militares de relativa
importancia en la región. Sin embargo, el tratado le facilitaba a los Estados Unidos
un poco más de tiempo para crecer, resolver muchos de sus problemas con la
esclavitud y finiquitar detalles con su expansión geográfica interna. Aún así, no
puede dejar de recodarse que el Ferrocarril Transítsmico, como parte de la nueva
división internacional del trabajo, cobró también un precio muy alto, pues unos
nueve mil trabajadores perdieron la vida en los pantanos de la línea que se había
tendido entre la ciudad de Panamá y la costa atlántica.
Entre 1855 y 1869, unos 600,000 viajeros deben haber hecho la travesía y unos
$750 millones en oro pueden haber sido transportados desde California hacia el
este de los Estados Unidos. En 1905 el ferrocarril estaba dejando unos $38
millones en ganancias a sus propietarios, pero había devuelto algo de prosperidad
al istmo y lo había convertido de nuevo en un cruce de caminos muy relevante
para el mundo occidental31. Igualmente, puede decirse que durante la construcción
de esta línea férrea, tuvieron lugar los primeros enfrentamientos trascendentales
de clase, en la historia del movimiento obrero centroamericano, y panameño
particularmente.
Tenemos huelgas en 1853, 1855, 1868, 1881 y 1895. Según el célebre pintor
francés Paul Gauguin (1848-1903), quien durante los años ochenta trabajó una
temporada en la construcción del canal para la compañía del ingeniero francés
Ferdinand de Lesseps (1805-1894), nueve de cada doce trabajadores perdía la
vida en los pantanos32.
La rivalidad interimperialista
En gran parte, el siglo XIX es el siglo del liberalismo, y encontraremos que las
revoluciones liberales que tuvieran lugar en América Latina, iban orientadas a
servir y articular de forma más efectiva la institucionalidad correspondiente para
que el libre comercio con las potencias metropolitanas no encontrara obstáculos y,
más bien, cuando hiciera su aparición algún tipo de proteccionismo, imaginar los
atajos para escamotearlo.
Para la Corona Británica era muy distinto hacer negocios con los argentinos que
con los nicaragüenses, por ejemplo, en el tanto a estos últimos pueblos, los
centroamericanos, se los veía esencialmente como portadores de una riqueza
potencial, sumamente importante en términos geoestratégicos para los poderes
imperialistas del momento; nos referimos a su posición ístmica, lo mismo sucedía
con los panameños. Pero además, existía la posibilidad de convertir a estas
pequeñas naciones centroamericanas, en abastecedoras del mercado de esclavos
que nutría a los estados sureños en los Estados Unidos. Estados a los que
difícilmente podríamos llamar “estados nacionales”, los centroamericanos se
encontraron, después de la independencia, con el grave problema entre manos de
organizar una plataforma institucional, económica y financiera, que les permitiera
establecer lazos más o menos permanentes con la comunidad internacional 40.
Entre 1824 y 1838, como ya vimos, el proyecto federal fracasó por muchas
razones, pero sobre todo por motivos políticos y financieros; sin tomar en cuenta la
posibilidad de que el Cónsul Británico Frederick Chatfield haya estado involucrado
en boicotear el mismo. Pero entre 1838 y 1850, los pequeños estados
centroamericanos buscaron distintas sendas para ligarse a la economía mundial,
con productos tales como los tintes naturales y el café. Este último resultó muy
exitoso en el caso de Costa Rica, a la cual, desde la década de los treinta, le
había facilitado un ingreso regular y sostenido en los mercados europeos, sobre
todo en el mercado inglés.
Son años difíciles, porque los capitalistas ingleses han contraído seriamente sus
inversiones en América Latina, desde 1825 aproximadamente, en virtud del
sonado fracaso que tuvieron estos países para hacer frente a las deudas con los
banqueros y empresarios británicos. Será un hiato de unos veinticinco años, hasta
que en los cincuentas se establecen nuevos contactos con los estados
latinoamericanos en formación para suplirlos de ferrocarriles, bienes de capital y
productos manufacturados, a cambio de materias primas, alimentos, y accesos
espaciales en sus privilegiadas geografías, como la centroamericana y la caribeña.
Para los imperios, la geografía de América Central y del Caribe no les pertenecía a
estos pueblos, y estuvieron dispuestos a escoger cualquier recurso o acción para
hacerse con el control de ella. Por eso no extraña que algunos de los supuestos
latinoamericanistas europeos o norteamericanos de hoy, cuando hablan de
América Latina, casi siempre excluyen aquellas regiones, porque para ellos la
geografía de Argentina, Brasil, Perú, Chile o México, adquiere mayor presencia y
textura a partir de que fue receptora de una emigración importante, y ofreció
mayores riquezas materiales como sujeto de inversión y explotación extranjera.
Con estas condiciones, los países de América Central y del Caribe, entonces, no
existen, a no ser porque su geografía es estratégicamente decisiva para los
imperios.
Por su parte, los alemanes no sólo terminaron siendo los amos y señores del
comercio exportador de Guatemala, sino que también intentaron posesionarse de
los puertos caribeños costarricenses, y de los proyectos canaleros en Nicaragua.
Lo mismo hicieron los japoneses, con relación a este último asunto 42. Este cuadro
que estamos pintando, donde los estados periféricos ni siquiera son dueños de
sus geografías frente a los estados metropolitanos, nos puede crear una
sensación exagerada de la voracidad de los imperios, pero la misma tiene sentido
dentro del orden de prioridades que se establecen los centros capitalistas
metropolitanos, para que su expansión económica y financiera remonte los límites
y obstáculos ofrecidos por pequeños estados con serias dificultades de
funcionamiento institucional, financiero y político.
En efecto, después de la guerra civil, los Estados Unidos entraron en una etapa en
la cual su crecimiento sería imparable y entre los ingredientes e instrumentos de
los que se serviría para lograrlo estaría precisamente lo que aquí hemos llamado
acumulación por desposesión. Porque, entre 1866 y 1898, el Gobierno de los
Estados Unidos logró tejer una red decisiva de influencias políticas y diplomáticas
en América Central y el Caribe, así como asestar los golpes económicos y
financieros definitivos en estas zonas, para que la estrategia del “patio trasero”
adquiriera su estatuto histórico definitivo, solamente alterado de manera sincopada
por la revolución cubana en 1959.
Los Estados Unidos, por ejemplo, pasaron por tres momentos decisivos para
sostener sus niveles de vida y una tasa elevada de acumulación de capital, que
les permitiera moldear el comportamiento económico del sistema mundial. 1- Se
sirvieron de una variante darwiniana del pensamiento liberal para justificar los
cambios sociales y económicos que contrajo consigo la revolución industrial
después de la guerra civil. 2- En el momento siguiente, adoptaron una forma de
capitalismo corporativo, una vez que el capitalismo liberal había probado su
incapacidad para retener el orden y la estabilidad necesarios, en procesos
sostenidos de acumulación, durante los breves experimentos con el sistema de
libre mercado, entre los años de 1861 a 1890. 3- Buscaron sistemáticamente un
imperialismo de puertas abiertas, con el cual se pretendía una continua y rápida
acumulación de capital que al mismo tiempo amortiguara las protestas y
desacuerdos internos debidos a la desigual distribución de la riqueza.
Estaba claro que la secesión de los estados del Sur no iba a ser permitida desde
ningún punto de vista, puesto que, siguiendo muy de cerca a Adam Smith, el
bienestar material de una nación estaba estrechamente ligado con el crecimiento
de los mercados, y para preservar ambos componentes la unidad territorial era
necesaria y fundamental. Estos criterios se le aplicaron también a Centroamérica y
al Caribe, donde Estados Unidos, después de 1866, quiso que sus instituciones se
desarrollaran igualmente, para que sus intereses económicos y geoestratégicos se
desplegaran sin limitaciones de ninguna naturaleza.
El trazo histórico dibujado por el imperialismo histórico entre 1866 y 1898, no sólo
está nutrido por los desmanes de los Estados Unidos en América Central y el
Caribe, sino también por la brutalidad y la humillación que caracterizaron a las
acciones del imperio español en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, todo dentro de un
contexto definido por el capitalismo en crisis, para lo cual se emprendían
ineludibles acciones imperialistas que ajustaran los tremendos desequilibrios
experimentados por las economías metropolitanas en ese momento.
Estados Unidos era tal vez el principal productor de algodón crudo del mundo,
antes de la guerra civil, con unas 506,000 toneladas anuales, cifra que se redujo a
cantidades insignificantes, durante la guerra, para desaparecer y ser sustituido por
las compras de algodón a Brasil, Egipto y la India, con alguna que otra compra en
América Central y el Caribe. Este cambio de las fuentes de las materias primas
originó una crisis monetaria relacionada con la necesidad de pagar en plata el
algodón no norteamericano, lo que implicó la adquisición de este metal en el
exterior con graves consecuencias para las reservas del Banco de Inglaterra.
Sin embargo, los efectos de la crisis relacionados con la carestía de algodón, que
dejó sin trabajo a un gran número de obreros en varias regiones de Inglaterra y
que provocó un fuerte descenso de los salarios, no afectó al resto del sistema
económico, el cual, en cambio, disfrutó de una cierta expansión originada, al
menos en Gran Bretaña, por la ampliación de las inversiones en el extranjero 46.
Aunque para algunos autores rara vez es posible encontrar sincronía entre las
crisis y el empuje hacia fuera del capital financiero, la evidencia histórica apunta
hacia una coincidencia nada extraña entre los problemas socio-económicos y
políticos de los países centrales y sus movimientos imperialistas hacia la periferia.
Los veinticinco años que transcurren entre 1873 y 1896, por ejemplo, crearon la
impresión de una modificación irreversible del clima de optimismo que había
caracterizado a la actividad económica desde la Revolución Industrial. Decía
David S. Landes:
“En 1880-años más, años menos-el avance en casi toda Hispanoamérica de una
economía primaria y exportadora significa la sustitución finalmente consumada del
pacto colonial impuesto por las metrópolis ibéricas por uno nuevo”, dice el
conocido historiador argentino Tulio Halperin-Donghi49. Eso significaba que los
niveles de articulación al ciclo económico mundial de las economías
latinoamericanas era irreversible, y de aquí en adelante, los soportes financieros y
comerciales del capitalismo central tendrían que desplegarse sirviéndose de
herramientas tales como las acciones militares, la diplomacia de la manipulación,
los acuerdos y tratados internacionales, donde las sociedades periféricas llevarían
siempre las de perder.
De tal manera que la expulsión de España del Caribe en 1898, cierra un ciclo en el
cual los Estados Unidos no sólo terminan por consolidar su dominación política,
diplomática y estratégica, sino por encima de todo, el capitalismo norteamericano
termina por expulsar a sus posibles competidores europeos, y se adueña
finalmente del centro principal de producción y abastecimiento de azúcar del
mercado mundial.
Conclusión
1898 es un año que tiene especial relevancia para las Antillas, Estados Unidos,
España y el resto de América Latina; es igualmente significativo para Filipinas,
China y el Pacífico Occidental. Su resonancia política, diplomática, militar y cultural
reside en que a partir de esta experiencia, por ejemplo, la prensa norteamericana
sentó las bases de lo que sería, luego, algo que podríamos considerar el cuarto
poder en ese país.
Aunque los resultados militares de la misma son más que tangibles, la guerra de
1898, pasó a formar parte de las muchas otras guerras que vendrían después,
donde la imaginación periodística, el espíritu guerrerista, y la manipulación
ideológica jugaron un papel central para justificar el involucramiento de los
Estados Unidos, en zonas del mundo donde solo aspiraba a ganancias militares y
a una expansión que, aunque no necesariamente geográfica, significara, en el
largo plazo, un crecimiento mayor de los alcances del capitalismo norteamericano.
A esa lista pertenecen también la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra
Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Viet-Nam, la Guerra de Irak, y una larga
enumeración de invasiones, ocupaciones, intimidaciones y demás donde las
lecciones aprendidas en 1898 surtieron un efecto irreversible.
¿Quién puede olvidar, por otra parte, que la guerra de 1898 fue la primera puesta
a punto de la clase de diplomacia que esperaría a Cuba para el siglo XX? ¿Quién
puede ignorar el aprendizaje recibido por Puerto Rico, Filipinas, Haití, la República
Dominicana y Jamaica, después de esta guerra, en lo que a prácticas genocidas,
terrorismo y conspiraciones se refiere para decidir del futuro político de América
Latina?
NOTAS