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Usos y resistencias de la modernidad fiscal


Comentarios sobre la obra de John Leddy Phelan. El pueblo y el rey: la revolución comunera en Colombia, 1781. Bogotá
Universidad del Rosario, 2009. Colección Memoria viva del Bicentenario

Por: Brayhan Arevalo Meneses


UASB- Quito. Doctorado Historia Latinoamericana.

La obra del historiador norteamericano John L. Phelan, cuya primera publicación se hizo en la
universidad de Wisconsin en 1978, plantea dos problemas de tipo histórico e historiográfico que
pretendo explorar en este escrito. El primero tiene que ver con el impacto de la modernidad fiscal en la
Nueva Granada. El segundo indaga sobre la utilización del relato de los comuneros como un
antecedente de la independencia. Lo que pretendo demostrar es que el libro de Phelan rompe con un
paradigma historiográfico que veía en los comuneros una revuelta anticolonial prerrevolucionaria que
fracturó el poder monárquico.1 De igual manera, me interesa profundizar en los métodos que utilizó el
modernismo borbónico para llevar a cabo sus cambios fiscales y las resistencias que esto generó en los
habitantes del Virreinato de la Nueva Granada.

El modernismo borbónico desarrolló una reconfiguración del modelo fiscal que buscaba la
administración directa y la centralizada de las rentas para obtener mayores caudales. En la América
española estos cambios produjeron un desequilibrio en las relaciones tradicionales entre los súbditos y
el rey que desembocaron en insurrecciones, algunas de grandes magnitudes, como la desatada en el
Socorro en Nueva Granada en 1781. El gran valor del libro de John L. Phelan es que analiza esa
insurrección a través de un gran corpus documental que le sirve para formular una hipótesis que no se
había explorado antes: los cambios fiscales y burocráticos de los borbones en la Nueva Granada
fragmentaron la “constitución no escrita” que se había instituido desde el siglo XVI entre el pueblo y el
Rey.2 Esto quiere decir que los métodos que utilizó el modernismo borbónico en su afán de convertir
los reinos de ultramar en colonias productivas, rompió de forma violenta y unilateral con el pacto
colonial no escrito que los americanos habían establecido con la metrópoli para consultar, negociar y
reconsiderar la implantación de nuevos impuestos.3

Lo anterior plantea un a inquietud de tipo estructural: ¿quiénes impusieron las nuevas medidas fiscales y
quienes se resistieron? Para Phelan la respuesta a esta pregunta desborda la simple dicotomía antagónica
entre el regente visitador Gutiérrez de Piñeres y pueblo del Socorro.4 Era necesario explorar las ideas
sobre las que se había fundado el proyecto modernizador de tal modo que revisó los principales
fundamentos del mercantilismo, la fisiocracia y la economía clásica. En esta revisión encontró que el
1
La idea de revuelta anticolonial es de Mario Aguilera. Los comuneros, guerra social y lucha anticolonial. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia, 1985.
2
Phelan consultó: El gran fondo de los Comuneros del Archivo histórico de Bogotá, varios archivos notariales y
personales de los líderes de la protesta, el archivo de José Manuel Restrepo y la sección de la Audiencia de Santa Fe en
el Archivo General de indias en Sevilla.
3
John L. Phelan. El pueblo y el rey… p. 58
4
Un buen ejemplo de la reducción del conflicto entre el pueblo y el regente se encuentra en libro de Francisco
Posada. El movimiento revolucionario de los comuneros. México: Siglo XXI, 1971.

1
economista irlandés Bernardo Ward había diseñado un proyecto económico que le sirvió al Concejo de
Indias y a sus regentes visitadores en América para aplicar las medidas fiscales.5 Dicho proyecto
concebía las visitas generales y la reorganización del sistema fiscal a través de los monopolios y el libre
comercio como una forma aumentar las rentas y dinamizar el comercio entre las colonias y la
metrópoli. Con todo lo innovador del proyecto de Ward, sus recomendaciones no contemplaban el
proceso de negociación que los regentes debían hacer con las élites americanas como se había
acostumbrado.

No hay que olvidar, que desde la inmediata llegada de los europeos al continente americano se
estableció un sistema político, jurídico y económico muy laxo y casuístico, en el cual las órdenes envidas
desde la península eran acomodadas y ajustadas a la realidad americana. La máxima burocrática: “se
acata pero no se cumple” más que una desobediencia justificada por la distancia y las particulares
condiciones políticas de estas tierras, se convirtió en una forma de gobierno en la cual era necesario
consultar, negociar y reconsiderar las órdenes. En materia fiscal, la consulta con las elites neogranadinas
fue fundamental para la imposición de nuevas medidas fiscales o la modificación de las antiguas. Esto
garantizaba que el gobierno monárquico no se transformara en una tiranía que afectara el bien común
del corpus mysticum politicum, es decir los intereses de toda la comunidad.6 De igual manera, las
negociaciones y reconsideraciones que se hacían entre el cabildo a la cabeza del virrey y el Concejo de
Indias constituían la esencia pactista de la constitución no escrita a la que se refiere Phelan.

En ese orden de ideas, era claro y aceptado que el poder del rey era absoluto e incuestionable, sin
embargo, el poder de los funcionarios reales era diferente. Según el historiador español Ernest Sánchez
Santiró, quien ha revisado con detalle la fiscalidad mexicana y ha propuesto nuevos caminos de
investigación a través del señalamiento de varios errores metodológicos en su estudio histórico, afirma
que las relaciones entre vasallos y funcionarios estaban determinadas por una regula iuris que se fundaba
sobre unos principios comúnmente aceptados pero no formalizados. Esta regla permitía al rey y su
cuerpo de burócratas fiscales acudir a la imperiosa necesidad de imponer, modificar o aumentar una carga
fiscal con el fin de atender una situación extraordinaria, casi siempre bélica, para mantener la monarquía
y defender la religión.7 Pese a su carácter necesario e inminente estas medidas nunca pasaron por
encima del pacto colonial y siempre buscaron el conceso, de tal modo que nunca se impusieron de
facto temiendo el descontento, invalidez y no aplicación.

Para Phelan este consenso no era otra cosa que la búsqueda del bien común, cuyo trasfondo ideológico
estaba sustentado completamente en los teóricos españoles de los siglos XVII y XVIII y poco tenía que
ver con las luces francesas, la búsqueda de la felicidad norteamericana o cualquier otra idea externa a la
monarquía. Por esa razón es que la insurrección de 1781 se denominaba por sus mismos participantes
como del común, pues se tenía la plena consciencia, de forma no escrita pero si a través de un espíritu
popularizado, de que toda medida que afectara el bien común era inválida y arbitraria. En esta discusión
fueron fundamentales los planteamientos teóricos de Mariana, Covarrubias, Azpilcueta, Vitoria y sobre

5
Este proyecto seguía de cerca el sistema inglés y francés que buscaban aumentar la capacidad comercial, productiva
e industrial de las colonias para extraer mayores ingresos fiscales. Para esto véase Parte II, Cap. II, máximas que siguen
los franceses, é ingleses en sus colonias. Bernardo Ward. Proyecto económico, en que se proponen varias providencias,
dirigidas a promover los intereses de España. Escrito en el año de 1762. Madrid: Joachin Ibarra, 1779.
6
John L. Phelan. El pueblo y el rey… p. 117.
7
Ernest Sánchez Santiró. La imperiosa necesidad. Crisis y colapso del erario de Nueva España (1808-1821) México:
Instituto Mora/Colegio de Michoacán/CONACYT, 2016

2
todo de Francisco Suarez. Para este último la soberanía recaía en el pueblo y el contrato social entre
gobernados y gobernantes estaba atravesado por el consentimiento popular. Según Phelan, con pocas
evidencias de que los habitantes del Socorro leyeran directamente a Suarez, tal parece que eran
conocidos sus planteamientos en cuanto “el poder político nace de un contrato social, explícito o
implícito, entre el pueblo y el soberano”.8

Este contrato fue el que se rompió en 1781 con las medidas fiscales impuestas de forma arbitraria y
violenta por la “despótica autoridad”9 del regente visitador Francisco Gutiérrez de Piñeres, quien
amparado en el proyecto económico de Ward, de máximas extracciones fiscales, desconoció el contrato
colonial no escrito.10 Pero esto no fue lo único que se rompió con la modernidad fiscal borbónica.
También se quebró la tradición de que los anhelados cargos burocráticos, fuente de prestigio y honor
en la sociedad colonial, fueran distribuidos entre americanos españoles y europeos españoles. La
funesta medida de romper las redes políticas vinculadas por lazos familiares que mantenían la
burocracia criolla y en su lugar imponer a los peninsulares, terminó por fragmentar el pacto colonial y
acondicionar el clima necesario para que se diera la insurrección. Se podría decir que el modernismo
fiscal en la Nueva Granada rompió las primeras “cuerdas de imaginación” que se habían tejido a lo
largo de dos siglos entre los americanos y la metrópoli. Ante el mal gobierno, las elites criollas y los
mestizos e indígenas pobres rasgaron las cuerdas de lealtad que los unían con los funcionarios reales,
pero mantuvieron intactas las cuerdas de fidelidad que los unían al rey. La prueba de ello se encuentra
en el popular grito: “Viva el rey, muera el mal gobierno”.11

De acuerdo con Phelan una de las claves que explica la magnitud de la insurrección es su conformación
social. La unión de los descontentos entre quienes se veían afectados con la reforma a los estancos y la
subida de impuestos, que en realidad eran todas las castas sociales pero con mayor rigor afectaba a los
mestizos pobres, se juntó con el descontento que había causado la exclusión de la elite criolla de los
cargos burocráticos. La unión de las insatisfacciones de estos dos sectores explica el impacto de la
marcha hacia Bogotá, pero al mismo tiempo las diferencias sociales y culturales entre estos dos grupos
explican su fracaso después de las capitulaciones firmadas en Zipaquirá. Diferencia que supo
aprovechar muy bien el astuto arzobispo virrey para pacificar la insurrección infundiendo el miedo con
la muerte y destierro de sus líderes, la implantación de la orden de los capuchinos en el Socorro y la
negociación entre la rebaja de algunos impuestos y el mantenimiento de otros.

Definir lo sucedido en 1781 en la Nueva Granada como una insurrección, protesta, revuelta, rebelión,
revolución, movimiento social o lucha anticolonial no ha encontrado un lugar común en la
historiografía. Paradójicamente Phelan la llama en el título genérico de su libro: La revolución comunera en
Colombia, 1781”, cuando él mismo sostiene que no fue tal, ya que los afectados por las medidas fiscales

8
John L. Phelan. El pueblo y el rey… p. 126.
9
John L. Phelan. El pueblo y el rey… p. 250.
10
Es contradictorio que el proyecto de Ward haya establecido que el crecimiento económico requería del libre
comercio y en la Nueva Granada el Regente haya reactivado el impuesto al comercio de la Armada de Barlovento y
subido el impuesto de la alcabala, principales desaceleradores del comercio y la producción.
11
Sobre la teoría de las cuerdas de imaginación ver: Georges Lomné, “La disolución de las ‘cuerdas de imaginación’ en
el Virreinato de la Nueva Granada (1765-1810)”. En: La cuestión colonial. ed. por Heraclio Bonilla (Bogotá: Universidad
Nacional de Colombia, 2011) 225-245

3
sólo querían volver a las tradiciones de los Habsburgo, una especie de regreso al pasado.12 Es evidente
que dicha “revolución” no cambió en nada las estructuras de poder y jamás puso en tela de juicio el
poder absoluto y soberano de rey como queda demostrado en las consignas populares y en los
juramentos secretos de sur líderes.13 Por esta última razón es que historiadores que se han dedicado a
estudiar la producción historiográfica sobre el tema la han preferido llamar insurrección.14 Así mismo, el
título también se equivoca al pretender extender la protesta del común a toda Colombia, por demás un
anacronismo espacial, ya que el mismo autor demuestra que sus efectos sólo se sintieron en el corredor
andino comprendido entre la región de Socorro y sus alrededores, Tunja, Bogotá y de forma indirecta
en la región tabacalera de Ambalema.

La producción historiográfica sobre la insurrección de los comuneros escrita desde el siglo XIX hasta
mediados del siglo XX es muy abundante y en ella se puede ver un interés por construir una especie de
mito prerrevolucionario. En términos generales se podría decir que se pasa de la narración apasionada
de los acontecimientos a la visión que señala la conformación popular, la exaltación de la personalidad
revolucionaria de José A. Galán y las injusticias del poder monárquico.15 Luego de la profesionalización
de la historia y las influencias del marxismo, el estructuralismo y la historia socioeconómica, en la
década de 1980 con ocasión del bicentenario de la insurrección hubo un nuevo interés por el tema. En
esta onda se pueden ubicar la obra de Phelan pero también las de los historiadores Mario Aguilera Los
Comuneros guerra social y lucha anticolonial publicada en 1985 y Antonio García Los Comuneros en la pre-
revolución de Independencia publicada en 1981.

Mientras que para Phelan el levantamiento de los comuneros se pueden sintetizar como una revuelta de
carácter político por la disputa autoridad de quién y cómo se debían imponer las nuevas cargas fiscales,
para Aguilera y García se trató de un movimiento popular que buscaba la revolución social. Para el caso
del historiador del conflicto armado colombiano Mario Aguilera, el levantamiento comunero se explica
mejor si se entiende como un conflicto entre los grupos sociales y “el sistema de dominación colonial”.
Esto implica analizar el problema más allá de las medidas fiscales y adentrarse en una lucha de clases
“entre poseedores y desposeídos de tierras” donde estaba en disputa los medios de producción.16 Esta
argumentación cuyos elementos marxistas son innegables en el joven historiador que se estaba
formando en la segunda mitad de la década de 1970, propone una nueva clave de análisis en la cual los
conflictos por la tierra es el principal conflicto en la sociedad neogranadina. Al final, se concluye que la
crisis del sistema colonial que sólo se da con la independencia tiene un antecedente directo en los
eventos sucedidos en 1781 como una expresión revolucionaria acallada pero no resuelta.

12
En otras palabras se podría decir que el horizonte de expectativa de los comuneros anhelaba regresar al espacio de
experiencia anterior a 1770. Sobre esta forma de entender el pasado véase: Reinhart Koselleck. Futuro pasado.
España: Paidós, 1993.
13
John L. Phelan. El pueblo y el rey… p. 117.
14
El primero en llamar la insurrección fue el libro pionero de Manuel Briceño. Los comuneros, historia de la
insurrección de 1781. Bogotá: imprenta de Silvestre y compañía, 1881. Luego se encuentra el análisis historiográfico
de Bernardo Tovar, “La historiografía colonial”. En: La historia al final del milenio, ensayos de historiografía
colombiana y latinoamericana. Ed. por Bernardo Tovar (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de
Ciencias Humanas. Departamento de Historia, 1994).
15
Este paso se evidencia entre la obra de Manuel Briceño Los comuneros, historia de la insurrección de 1781… y el
texto de German Arciniegas. Los comuneros. Bogotá: 1938. Una edición revisada y ampliada de esta obra, de forma
pero no de fondo, fue publicada con ocasión del bicentenario bajo el título: 20.000 Comuneros Hacia Santa Fe.
Bogotá: Editorial Pluma, 1981.
16
Mario Aguilera Peña. Los comuneros guerra social y lucha anticolonial. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
1985. p. 39. El tema de los comuneros fue su tesis del pregrado en historia en la Universidad Nacional en 1981.

4
Esto mismo análisis de lucha de clases se puede ver en el texto del intelectual socialista Antonio García,
quien en 1981 estudió a los comuneros bajo tres enfoques: la dialéctica de la insurrección comunera, la
relación de fuerzas entre grupos sociales y su papel prerrevolucionario a la independencia. Más cercano
al estructuralismo y la historia socioeconómica que al marxismo, el análisis de García tiene un estilo
combativo anticolonialista y antiimperialista que le sirve para proponer una historia colombiana
periodizada en etapas de cambios estructurales donde los comuneros es una forma de pre-revolución
de independencia. Otras etapas sucesivas son la apertura agroexportadora de la segunda mitad del siglo
XIX hasta el Estado de Derecho y la consolidación del capitalismo en 1980.17

Vistos estos tres textos de Phelan, Aguilera y García, que además son contemporáneos y fueron
publicados con ocasión del bicentenario, se podría decir que juntos siguen un patrón estructural al
analizar los personajes: rey, funcionarios reales, pueblo y líderes. Sin embargo, en el libro de Phelan la
alianza entre pueblo y líderes explica el gran impacto de la insurrección, mientras que para García y
Aguilera las diferencias entre estos dos grupos explican su fracaso. De igual manera es notable el interés
de los tres autores al intentar insertan la marcha hacia Santa Fe dentro de la onda de insurrecciones
americanas, donde la de Túpac Amaru en el Perú sirvió de faro a las demás, cuando es notable sus
diferencias y formas de disolución.

Con todo, se puede concluir que la insurrección de los comuneros más que un antecedente directo de la
independencia fue más bien una especie de “pródromo” como dice el profesor Gorges Lomné. Es
decir, más que una rebelión anti-fiscal, una pre-revolución o una revuelta anticolonial, fue más bien un
proceso de ruptura de unas cuerdas imaginarias de poder que constituían un pacto colonial no escrito,
fundado en la tradición, que nunca amenazaron con una ruptura con la monarquía o el
desconocimiento del poder del rey. Y esto se evidencia en las mismas capitulaciones de Zipaquirá cuyo
contenido no son la expresión de una revolución desde abajo, sino la manifestación de una intensión de
todos los grupos sociales de volver a las condiciones del pasado de los Habsburgo. Sin embargo,
algunos artículos de las capitulaciones muestran enconadas disputas regionales entre villas, parroquias y
ciudades dentro de una intrincada pirámide de obediencias, lo mismo que un marcado espíritu
anticlericalista que bien podría constituir el inicio de las disputas posteriores a la independencia entre
centralistas y federalistas, y la secularización del Estado en el siglo XIX.18

Bibliografía

 Aguilera, Mario. Los comuneros, guerra social y lucha anticolonial. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
1985.
 Arciniegas, German. Los comuneros. Bogotá: 1938.
 ___ 20.000 Comuneros Hacia Santa Fe. Bogotá: Editorial Pluma, 1981.
 Briceño, Manuel. Los comuneros, historia de la insurrección de 1781. Bogotá: imprenta de Silvestre y compañía,
1881.
 García, Antonio. Los Comuneros en la pre-revolución de Independencia. Bogotá: Plaza & Janés, 1981
 Koselleck, Reinhart. Futuro pasado. España: Paidós, 1993.

17
Antonio García. Los Comuneros en la pre-revolución de Independencia. Bogotá: Plaza & Janés, 1981
18
Las diputas regionales se pueden analizar dentro de una “pirámide de obediencias” que dan sentido al sistema
político y social del antiguo régimen en América y se mantienen después de la independencia. La idea de “pirámide de
obediencias” es del profesor Georges Lomné.

5
 Lomné, Georges. “La disolución de las ‘cuerdas de imaginación’ en el Virreinato de la Nueva Granada
(1765-1810)”. En: La cuestión colonial. ed. por Heraclio Bonilla, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia,
2011
 Posada, Francisco. El movimiento revolucionario de los comuneros. México: Siglo XXI, 1971.
 Sánchez Santiró, Ernest. La imperiosa necesidad. Crisis y colapso del erario de Nueva España (1808-1821) México:
Instituto Mora/Colegio de Michoacán/CONACYT, 2016
 Tovar, Bernardo. “La historiografía colonial”. En: La historia al final del milenio, ensayos de historiografía colombiana
y latinoamericana. Ed. por Bernardo Tovar. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias
Humanas. Departamento de Historia, 1994.
 Ward, Bernardo. Proyecto económico, en que se proponen varias providencias, dirigidas a promover los intereses de España.
Escrito en el año de 1762. Madrid: Joachin Ibarra, 1779. Disponible completo en
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