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html jueves 16 de noviembre de 2006 09:45


pm

Diego Fernández: SYLVIA BERMANN: ITINERARIOS DE UNA


REVOLUCIONARIA

“Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel


historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos estarán a salvo del
enemigo, si éste vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer” Walter Benjamin

Con esta entrevista a Sylvia Bermann, iniciamos desde Contrabando una serie de
artículos dedicados a debatir sobre el contexto en que sucede el golpe de estado del ’76,
del cual se cumplen 30 años en marzo próximo. Planteando desde los actores concretos,
cuáles eran las ideas, los proyectos, las prácticas, las vidas que se ponían en juego. Uno
de los períodos más ricos de la historia popular que se clausura vía el terrorismo de
estado y cuya memoria aún desgarra nuestra sociedad y a la vez enciende chispas de
esperanza.

Comenzamos con una mujer porque el imaginario de las luchas de liberación en nuestra
sociedad no deja de constituir como ícono de las mismas a la figura masculina. Porque
Sylvia es una mujer que ha dado mucho de su vida en esta lucha, en la querida y
contradictoria Córdoba. Porque, como tantos militantes que dieron todo de sí por hacer
del nuestro un país justo, hoy transcurre sus días casi anónimamente, con la misma ética
revolucionaria de los tiempos de combate, en una actitud de humildad y optimismo
ejemplar. ¿Sylvia, cómo te iniciás en la militancia política?

Yo me crié en una familia donde el compromiso político y social era cotidiano. Donde
se hablaba permanentemente de política y se promovían valores socialistas. Nací en
Córdoba en 1922. Mis padres se separaron y habiendo ganado el Frente Popular en
Chile, mi madre decide irse a trabajar a Chile. Mi carrera de medicina la inicié en
Santiago, conviviendo con mi madre.

Ahí me incorporo a la militancia. En el comité central de la FJS en Santiago. Allende


era ministro de salud y muy amigo nuestro. Por el ‘43 detienen a mi padre aquí en
Córdoba y lo llevan a Devoto y luego a la Sección Especial. Entonces, ante esta
circunstancia, yo me planteo qué hacía en Chile con mi padre preso en Argentina.
Decido volver, estando en tercer año de medicina. Lo visitaba en la cárcel y le llevaba
de comer en unas valijas. Finalmente lo liberan al suceder el terremoto de San Juan.

Volvemos a Córdoba con la intención de retomar mis estudios médicos. Aquí había
como rector de la UNC un siquiatra muy reaccionario, Juan S. Morra, un enemigo
enconado de mi padre, y no me quiso admitir en la universidad. Entonces me voy a la
Universidad de La Plata. Hago tercer año ahí y regreso a completar la carrera a
Córdoba. Ahí fui secretaria de la Federación Universitaria de Córdoba, directora de un
periódico de la FUC y así.

¿Cuál es la historia de tu familia?

Mi padre, Gregorio, era de una familia de judíos rusos, que vino a Argentina a fines del
S XIX a Buenos Aires. Esto en principio no los conformó mucho, porque vinieron para
Córdoba y luego incluso regresaron a Rusia, para retornar más tarde. Y el único
hermano que nace en Argentina es papá, en 1894. Fue dirigente de la primera etapa de
la reforma universitaria del `18. Era presidente de la FUBA, antes de que existiera la
FUA.

Con motivo de las luchas reformistas, papá vino, tomó contacto con el movimiento, se
integró al mismo, junto a Roca, Barros y otros. Se casó con mi madre, criolla, de familia
de estancieros de Buenos Aires y en 1921 vinieron a vivir a Córdoba con un
ofrecimiento a mi padre para hacer docencia en la universidad de Córdoba. Era
psiquiatra, con varios libros, publicaciones, trabajos editados. Fue primero profesor
suplente y luego titular de medicina legal. Consejero universitario. Como psiquiatra,
tuvo una lucha muy grande contra el establishment más reaccionario de la psiquiatría
cordobesa, pero se impuso. Hasta que en el ’30 lo echaron de la Universidad. El
“canguro” de la Torre, ministro de educación, lo dejó cesante. Fue un referente de la
psiquiatría en Córdoba y el país. Candidato a gobernador de Córdoba por el Partido
Socialista y posteriormente más cercano al PC, hasta que rompió. Creó, organizó y
condujo una brigada médica argentina que fue a colaborar con los republicanos en la
guerra civil española, en el frente de Madrid, hasta fines del ’38.

Mi padre, junto a Ezequiel Martínez Estrada, paciente suyo, estuvieron con Mao en la
celebración de los 20 años de la Revolución China, invitados especialmente.

Mi madre era socialista, muy luchadora, una mujer muy capaz, de provincia de Buenos
Aires, Leonilda Barrancos.

¿Cómo te incorporás al peronismo?

En realidad, yo me incorporo a Montoneros, en la época en que estaban en alza, antes


del ’73. Mi hija, Irene Laura Torrents, también era Montonera. La secuestraron y está
desaparecida. (Ndr: Irene era estudiante en Ciencias Exactas de la UBA y fue
secuestrada el 13/11/’76, a los 22 años, junto a su hijo Martín de 8 meses, luego
recuperado. Permaneció detenida en la ESMA y luego arrojada al río en los vuelos de la
muerte).

¿En qué frente militabas?

Yo trabajaba en centros de salud mental, en Buenos Aires. Fui incluso presidenta de la


Federación Argentina de Psiquiatras. En la misma época que secuestran a mi hija. No
pude volver a mi casa, perdí todo lo que tenía y pude escaparme con mi nieto con un
nombre falso, como hijo mío, a través de Foz de Iguazú, hacia Brasil. Ahí en Brasil
estaba mi ex marido. Tenía a la vez muchos compañeros exiliados en México que me
decían emigrara para allá y eso hice, junto a mi nieto y mi otra hija.

En México me integré al Consejo Superior de Montoneros en el exilio. Habíamos


constituido un grupo, incluso disponíamos de una casa pública, un local del MPM en el
Distrito Federal. Trabajábamos y militábamos ahí, junto a Miguel Bonasso, Juan
Gelman y otra serie de compañeros. Ahí trabajamos mucho, denunciando la dictadura
en Argentina. Incluso en un momento yo me decidí volver al país y me lo impidieron,
por lo cual estoy aún viva.
Estando en México desarrollamos fuertes disidencias con Firmenich y demás. Las
planteamos en Managua, para cuando se decide la aventura de la “contraofensiva”, en
una reunión de la conducción donde viajamos a participar y fuimos recibidos con total
frialdad por el Pepe y otros. Ahí fijamos claramente nuestra posición, nuestras críticas.
Fuimos desautorizados y nos abrimos, rompiendo con Montoneros.

Tuviste también un enfrentamiento con Galimberti en el seno de la conducción


Montonera...

Galimba era desastroso, era un hijo de puta. Yo lo denuncié en una reunión del Consejo
en México. Pues tenía pruebas que usaba su condición de dirigente de la organización y
su poder para seducir jovencitas.

Sylvia, contanos tu experiencia en Nicaragua.

Bueno, nosotros como organización política colaboramos con la Revolución Sandinista.


En México habíamos montado un grupo de solidaridad con Nicaragua. Ahí
conformamos una brigada sanitaria asistencial, a cargo mío y de Marie Langer (Ndr:
Marie Langer, austríaca exiliada del nazismo, fue fundadora de la Asociación
Psicoanalítica Argentina e impulsora de un psicoanálisis comprometido con la
izquierda), que también estuvo perseguida por la Triple A y se exilió en México.
Estuvimos ahí el día del ingreso a Managua, el 19 de julio de 1979. Aterrizamos en un
aeropuerto clandestino, cerca de Diriamba, la noche anterior a la toma del poder por el
Frente Sandinista. Llegamos ya con todo el equipo para comenzar a trabajar el día
siguiente y participamos de la marcha sobre Managua. Luego, estuvimos viajando todos
los meses entre México y Nicaragua durante cuatro años.

Los nicaragüenses son muy activos, muy dinámicos, pero muy desorganizados. Así que
estuvimos asesorando, organizando el trabajo en hospitales y comunidades de Managua
e inmediaciones, con psiquiatras y psicólogos nicaragüenses. Fue muy valioso y
reconocido todo un trabajo que hicimos con niños. Construimos un muy buen vínculo.

También, lamentablemente, pudimos observar toda la “contra” y la infiltración


norteamericana en la sociedad misma nicaraguënse, desarrollando una reacción
contrarrevolucionaria que desencadenó la derrota. Nos impusieron una guerra interna
infame, que el mismo sandinismo no tuvo capacidad de neutralizar. Pero el tiempo y la
experiencia que vivimos junto a ese pueblo es inolvidable.

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Sylvia en los libros

No todo son rosas. Nuestro movimiento es una suerte de confederación político-


ideológica donde coexisten como pueden historias personales muy distintas. Y a veces
es difícil evitar la colisión. Aquí en México, por ejemplo, hay dos miembros del
Consejo Superior que se odian cordialmente: Silvia Berman y Rodolfo Galimberti.
Silvia detesta el estilo flamboyante y condotiero del Loco, le siente un tufillo fascistoide
que viene de sus años de Tacuara y piensa que en el fondo es un lumpen y un amoral. El
Loco, por su parte, la ve como a la clásica psicoanalista judía, más cercana al
liberalismo de izquierda que al nacionalismo revolucionario. Hasta ahora sus diferencias
habían estado contenidas por la sacrosanta unidad, pero el otra día estallaron a raíz de
una denuncia escrita contra Galimberti que le dejaron a Silvia. La denuncia fue
formulada por un tipo de la colonia, uno de esos miles de argentinos que marcharon por
su cuenta al destierro y que para el Partido son una manga de quebrados. Este
“compañero”, según Silvia, “babosa” según el Loco, acusa a Galimberti de haber
seducido a una chica de quince años (muy cercana familiarmente al denunciante),
regalándole ropa costosa e invitándola a los mejores restaurantes. El tema llega al
Consejo Superior y se realiza una reunión donde Silvia Berman pierde de aquí a la
China. Puiggrós, Obregón y yo mismo salimos a defender a Galimberti y a conjurar una
crisis importante en el seno del Consejo. Cuando todos se retiran, Galimba me lo
agradece con su clásico taconeo castrense. Silvia me llama a casa y me dice
simplemente:

-Algún día me vas a dar la razón.

Tomado de Miguel Bonasso, Diario de un clandestino,. Planeta, 2000, pg. 306.


El nombre de Sylvia está tipeado tal cual aparece en el libro.

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