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Con esta entrevista a Sylvia Bermann, iniciamos desde Contrabando una serie de
artículos dedicados a debatir sobre el contexto en que sucede el golpe de estado del ’76,
del cual se cumplen 30 años en marzo próximo. Planteando desde los actores concretos,
cuáles eran las ideas, los proyectos, las prácticas, las vidas que se ponían en juego. Uno
de los períodos más ricos de la historia popular que se clausura vía el terrorismo de
estado y cuya memoria aún desgarra nuestra sociedad y a la vez enciende chispas de
esperanza.
Comenzamos con una mujer porque el imaginario de las luchas de liberación en nuestra
sociedad no deja de constituir como ícono de las mismas a la figura masculina. Porque
Sylvia es una mujer que ha dado mucho de su vida en esta lucha, en la querida y
contradictoria Córdoba. Porque, como tantos militantes que dieron todo de sí por hacer
del nuestro un país justo, hoy transcurre sus días casi anónimamente, con la misma ética
revolucionaria de los tiempos de combate, en una actitud de humildad y optimismo
ejemplar. ¿Sylvia, cómo te iniciás en la militancia política?
Yo me crié en una familia donde el compromiso político y social era cotidiano. Donde
se hablaba permanentemente de política y se promovían valores socialistas. Nací en
Córdoba en 1922. Mis padres se separaron y habiendo ganado el Frente Popular en
Chile, mi madre decide irse a trabajar a Chile. Mi carrera de medicina la inicié en
Santiago, conviviendo con mi madre.
Volvemos a Córdoba con la intención de retomar mis estudios médicos. Aquí había
como rector de la UNC un siquiatra muy reaccionario, Juan S. Morra, un enemigo
enconado de mi padre, y no me quiso admitir en la universidad. Entonces me voy a la
Universidad de La Plata. Hago tercer año ahí y regreso a completar la carrera a
Córdoba. Ahí fui secretaria de la Federación Universitaria de Córdoba, directora de un
periódico de la FUC y así.
Mi padre, Gregorio, era de una familia de judíos rusos, que vino a Argentina a fines del
S XIX a Buenos Aires. Esto en principio no los conformó mucho, porque vinieron para
Córdoba y luego incluso regresaron a Rusia, para retornar más tarde. Y el único
hermano que nace en Argentina es papá, en 1894. Fue dirigente de la primera etapa de
la reforma universitaria del `18. Era presidente de la FUBA, antes de que existiera la
FUA.
Con motivo de las luchas reformistas, papá vino, tomó contacto con el movimiento, se
integró al mismo, junto a Roca, Barros y otros. Se casó con mi madre, criolla, de familia
de estancieros de Buenos Aires y en 1921 vinieron a vivir a Córdoba con un
ofrecimiento a mi padre para hacer docencia en la universidad de Córdoba. Era
psiquiatra, con varios libros, publicaciones, trabajos editados. Fue primero profesor
suplente y luego titular de medicina legal. Consejero universitario. Como psiquiatra,
tuvo una lucha muy grande contra el establishment más reaccionario de la psiquiatría
cordobesa, pero se impuso. Hasta que en el ’30 lo echaron de la Universidad. El
“canguro” de la Torre, ministro de educación, lo dejó cesante. Fue un referente de la
psiquiatría en Córdoba y el país. Candidato a gobernador de Córdoba por el Partido
Socialista y posteriormente más cercano al PC, hasta que rompió. Creó, organizó y
condujo una brigada médica argentina que fue a colaborar con los republicanos en la
guerra civil española, en el frente de Madrid, hasta fines del ’38.
Mi padre, junto a Ezequiel Martínez Estrada, paciente suyo, estuvieron con Mao en la
celebración de los 20 años de la Revolución China, invitados especialmente.
Mi madre era socialista, muy luchadora, una mujer muy capaz, de provincia de Buenos
Aires, Leonilda Barrancos.
Galimba era desastroso, era un hijo de puta. Yo lo denuncié en una reunión del Consejo
en México. Pues tenía pruebas que usaba su condición de dirigente de la organización y
su poder para seducir jovencitas.
Los nicaragüenses son muy activos, muy dinámicos, pero muy desorganizados. Así que
estuvimos asesorando, organizando el trabajo en hospitales y comunidades de Managua
e inmediaciones, con psiquiatras y psicólogos nicaragüenses. Fue muy valioso y
reconocido todo un trabajo que hicimos con niños. Construimos un muy buen vínculo.
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Sylvia en los libros