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de la violencia
Rober! Mxichembled
Del final de la Edad Medo a la actualidad
Rj»>5 C«Tíe<!»í
Robert Muchembled, profesor
en la Universidad Paris-Nord,
profesor visitante en la
Universidad de Michigan en Ann
Arbor, y antiguo miembro del
Institute for Advanced Study de
Princenton, es autor de más de
veinte obras traducidas a
diversas lenguas, entre Las que
se cuentan Una historia del diablo
y El orgasmo en Occidente. Sus
investigaciones se centran en
diversos aspectos de la historia
social, como la arquitectura del
poder, la criminalidad o el estudio
de La brujería.
Una historia cultural de la
violencia que nos muestra
la evolución de la
brutalidad y el homicidio
desde los inicios del siglo
xiii hasta nuestros días.
UNA HISTORIA
DE LA VIOLENCIA
pa
Título original: Une histoire de l<¡ violente
Publicado en lengua francesa poi [.ditions du Seuil
Introducción....................................................................................... 9
1. ¿Qué es la violencia?.................................................................... 17
¿La violencia es innata?............................................................... 19
Violencia y virilidad...................................................................... 23
El esperma y la sangre: una historia de honor........................... 37
1. Los especialista, lo constatan un .i ni muñiente, pufo las explicaciones de conjunto no pasan todavía
del estadio de las hipótesis Véase Manuel Lisncr. «1 .otig-li-rm histórica! tiende in Molent crime», ( rime
n/¡d A Rri'irii of Reu;ireJ\ n." 30, 2003, págs 83 142. con abundante btbhogralía.
2 Ibid., véanse también Jean-Claudc (íhesnais. /Intuiré Je la rmlence en (\eident de IS'DOci mu/tum,
cd. revisada y aumentada. París. Hachctte, 1082. acerca de ¡atropa hacia 1930 (mapa pág. 57i y hacia
1978 (pags 01 (Ai,, k-m, «Les morís \ lolciiles dans le monde», VopidiUion ct Suuclés, n,” 395, noviembre
10 t \ \ IIM ()RI \ Di I \ \ K )| I \( I \
1
¿Qué es la violencia?
[ya palabra violencia aparece a principios del siglo xni; deriva del latín
vis, que significa «fuerza», «vigor», y caracteriza a un ser humano de ca
rácter iracundo y brutal. También define una relación de fuerza destina
da a someter o a obligar a otro. En ios siglos siguientes, la civilización
occidental le concedió un lugar importantísimo, ya fuera denunciando
sus excesos y declarándola ilegítima en nombre de la ley divina que pro
híbe matar a otro hombre, ya fuera atribuyéndole un papel positivo emi
nente y caracterizándola como legítima, para validar la acción del caba
llero, que vierte la sangre en defensa de la viuda y el huérfano, o para
hacer lícitas unas guerras justas de los reyes cristianos contra los infieles,
los revoltosos y los enemigos del príncipe. Hasta mediados del siglo xx, el
continente vivió inmerso en la violencia. Esta no sólo permitía responder
a los desafíos del islam, y especialmente a la amenaza turca, sino que pre
sidía con frecuencia las relaciones entre monarcas y señores, pequeños o
grandes. La guerra interna a partir del siglo xvi entre Estados o entre re
ligiones cristianas antagonistas, se impuso durante más de medio milenio,
se trasladó a todo el escenario mundial en el siglo xvm y culminó con las
terribles deflagraciones planetarias de la primera mitad del siglo xx. Las
generaciones nacidas después de 1945 son las primeras que la han visto
desaparecer de las regiones occidentales, mientras que ciertas fronteras
del este del continente han continuado sufriendo sus estragos, o al menos
permaneciendo bajo su amenaza. La Unión Europea representa, desde
hace poco, un oasis en este campo y constituye el único gran conjunto del
globo que ha erradicado de su suelo la pena de muerte para todos los
delitos, incluidas las violencias mortales. Tras exorcizar lenta y dolorosa-
18 ISA HISTORIA DI. 1 A VIO1.I \( JA
1 M I .jsbcl «I ong lej’iii hrtoi’Ji :tl I rcii<K jii violen! i rime» ní,r^ i’i
A?l I [ S 1 A \ IOÍ I N( I V 21
1 Siginuml Prcud, Miilant' dau\ la etrih'nili<»¡. I’ari.s, Pl11, IU, I, ein i con as ubi as del I undndor del psi
coaiiah.sis; I ’rir b i rom ni, /.< ( a tu ¡A l'l'ttfti’w b; prop< iimiiii au uic» ef au París, Pa\oi, 1979. c-s [recial
niciilc pags. 25 42, 212 215 Véanse lambiei) ídem. / ,< I’.um/di ,A <A /ruin l’.iiis. Rolx ri I atloni. 1975.
Daniel Sibonv. París, Senil. 199S. Bcrris ( a rulnik. Mrwojrr j< paroh d iueuitif. París,
I lachcilc. I 983. ídem. / a \au\,¡u( i du París, I lacheilc. 1995, Roben Miu liembled. «Anlliropologic
de la Molence dans la brame moderne <\\ X'. JH' Mcclei». Hería-de e\i/ihe\e, ¡1." IOS. serie general. 1987.
págs 51 33.\ Veroniquc l.e Goa/ioii, Id\dden<<., París. Le (.avalle) Bien, 2004. pags. 2b 2/
22 lxa historia di: la vk)[.i:\( i\
í-> Rene C iir.inl, l.¡¡ \ 'ttden<e et te \<h re. P,in\. tírn.ssel, 1972, pags. JK, Í59.
7 I Icini l.aboni !. zl -¿n n/rz/c ¡A t<n<rnei hilrtidnilto/i t¡ <on hnda^se du e<»f¡[><>rtewe>it w/zg, París.
( (4 . 19, (1, c^pcci-iliiu-iiie pags lii. 175 1,9 1 )vsmond Morris ( l he! Iif»íi¡f¡ Sexi's zl Htilitral <4
MnH u>!l¡ U n>nLiH. I .oí ñires. Nelwork Books. 199/) considera Liiiibrén i . .■ -
ami i.s i.\ vioi.i x< i.-v 23
VlOl.lNCIA Y VIRII.IDVO
12 ¡tíu/i de !,ut\ l roe.. i ; , (/ í.S'5) xur ei»itradictni>¡\ de inoet<r\ entre linropéen1. et ¡iipontii'.. trad
del portugués al francés por Xavier de (lastro, París. Ixlitiotis ('.handeigne, I993. págs 1 I 1 -1 B, 117.
13 Yves iVl ichaud. «La violence de la vie». Uj Vióleme. Piins, PUL, 1986. pág. 37
14. V Le Gouziou, U¡ Violence. op at . pag. 81. En Inglaterra, en el si^’lo xm, el 90de los autores de
homicidios eran hombres, scpíin lames Biichanan (oven, Socrctv and Homicide tu Ihirteenth-i.enture
l.nsdiind, Stanion!. Siantord llnnvrsnv Press, 1977.
i:s t.a vioi.r.NCbv 25
na, de 1736 a 1903, apenas representan más del 2 % de ¡os 22.553 auto
res de homicidios conocidos, pero son un 11 % de las víctimas.” Sería
tentador relacionar estos hechos con invariantes de la naturaleza huma
na, como la dulzura femenina opuesta a la brutalidad viril. Pero las ex
plicaciones ligadas a las hormonas masculinas particularmente activadas
por el clima, en particular por el calor, no son muy convincentes. Las que
invocan la agresividad depredadora inducida por la necesidad de asegu
rar la supervivencia de la especie, inscrita en los genes del cazador ma
cho, que lo llevan a destruir a sus competidores y a fecundar al máximo
posible de hembras, constituyen afirmaciones perentorias imposibles de
comprobar históricamente.1'’ Para el historiador, lo esencial se halla en la
construcción del ser humano por su cultura. El lazo primordial no se
establece entre la violencia y la masculinidad, pues esta es un dato bioló
gico. Se establece con la virilidad, una noción definida por cada sociedad
dentro del marco de la determinación de los géneros sexuales cuya exis
tencia reconoce. Hasta una época reciente, Occidcntesólo admitía dos y
establecía entre ellos una poderosa desigualdad funcional.
Lo mismo ocurría en la China imperial, donde el sometimiento de las
mujeres era aún más flagrante. Pero esas similitudes ocultan tratamien
tos muy distintos del delito de sangre. En la sociedad aurocrática y con
servadora del Imperio Medio, el orden social estaba construido además
sobre la supremacía de los mayores. El tabú fundamental en materia de
violencia, mortal o no, iba ligado al parricidio, que constituía el «mal
absoluto desde el punto de vísta familiar, social, físico y metafísico». Se
extendía al asesinato de los abuelos, al de los superiores o al de los her
manos mayores, al asesinato del marido por la mujer, aunque la acción
sólo hubiese sido un conato y el hijo o la esposa no hubiesen tenido sino
un papel secundario en el asunto. No se excluía tampoco al parricida
loco, pues ese crimen era considerado como el más excepcional. Repre
sentaba la transgresión más extrema contra la autoridad paterna, «con
cebida a la vez como el fundamento y el reflejo del orden celestial que se
elevaba a través de peldaños sabiamente dosificados hasta el empera
dor». El asesinato del padre o de Ja madre era en realidad muy raro: en
casi dos siglos sólo se imputó a 58 hombres de un total de 22.162 culpa
bles de homicidio y a 7 mujeres de un toral de 491. (ion excepción de la
1 5. Janut I .ce. «1 lomn. ule el peine c.tpn.ile en ( June .1 la lin tle 1'1 aiipiru Anak.se st.nisi ie|iie piulinn
mure <Jes donnees», \<>1 JO. n " ) 2. 1 WJ, paj’'-- UJ
16 \'canse los trabajos de P Morris, especialmente ¡helli/wa/i t A SiitluraH haory o) Man and
V'ornilH. r>f> <.¡!
esposa, víctima en 844 casos, el homicidio familiar masculino, que repre
senta el 17 % del total, se ejercía sobre todo contra parientes lejanos o
muy lejanos, mientras que el 66% de las pocas mujeres sanguinarias
habían matado a su cónyuge y el 15 % a otro miembro de su familia. El
sistema chino se basaba en la definición de la sociedad como una exten
sión de la familia y basaba su identidad en una «metáfora paternal». In
culcada por las leyes morales y el culto de los antepasados, esta parece
haber sido muy eficazmente defendida por la acción judicial. Las pocas
ejecuciones capitales por parricidio constituían el espectáculo del mal
absoluto y de su castigo. «Es como si los jueces sintiesen a intervalos re
gulares la necesidad de proporcionar al cuerpo social la representación
del peligro supremo y su erradicación.» Porque el crimen más remido,
como la pedofilia actualmente, es el que representa una insoportable
amenaza de destrucción de los valores colectivos en los que se basa la
perennidad de una civilización. El castigo entonces supera totalmente al
hecho reprimido para permitir una reparación general del tejido social y
cultural dañado.17
El ejemplo chino permite comprender mejor la relatividad de la no
ción de delito, que las sociedades siempre definen en función de los prin
cipios fundamentales que quieren defender. Algunas han practicado la
matanza de recién nacidos o el incesto ritual entre hermano y hermana,
lo cual nos lleva a preguntarnos si la universalidad de los tabúes en estos
campos no constituye esencialmente un absoluto inventado por las cien
cias humanas en el marco de la promoción de nuestra propia cultura. En
lo que a la prohibición bíblica del «no matarás» se refiere, esta no siem
pre ha estado operativa en suelo europeo. Su verdadera promoción pue
de incluso fecharse en tiempos de los monarcas absolutos, cuando se
emprendió un gran esfuerzo teórico y judicial para «disciplinar» a las
poblaciones angustiadas por las terribles guerras de religión, entre 1562
y 1648. La vuelta al orden, en fechas que varían según los países, promo
vió como crímenes inexpiables el homicidio masculino y el infanticidio
femenino. La pena de muerte, aplicada mucho más frecuentemente que
antes para esos delitos, ejerció una función simbólica de definición del
peligro supremo y de su erradicación. Eso recuerda un poco el caso de la
China imperial, pero es distinto en cuanto a sus objetivos esenciales.
Para reforzar la sacralidad de los soberanos y de los grandes, ante
cuyo asesinato no se había vacilado, como en el caso de Enrique 111 y
l'S 1 A Vl( >1.1 X< JA- 27
18 iMichcl l'oucatili, Sitri etUer el punir \aiwú>ice di la ¡>n\i>n. París. íialiiniaid, 1075
19. Véanse capí lulo 2 \ R Muchcinlsleil, «l'ils de Caín, en I anís de Mcdcc I lonueidc el infanti
CÍde devanf Ir Parlemcni dr París 11575-IMMl» /IhhJ.u O.. , 7007
28 l XA HISTORIA DI. LA VlOl.l.Nt 1A
20 1X>uillas I las. Peler I anebaugli, |ohn O Rule. I P l’hompson \ ('.arl Win.slow. Alht<>n\ Tri e
( n>ne uml in L¡t!hicenth (.iHtw I mulres, .Alien l.ane, 1975, recd I la rmon dsworlh.
Pcneuiii. 19/7, pag 166, AnJri Abbi.mxJ v «’iii’s, ( r/wi i (/1 nwrwóíe crH rurni. o,i; xxjir \k<7ei. Pa
ris. \rinand ( olin, 197 I
21 Beinadclle Boiitelei, «i lude par m>ihI,ij;i de la i ihnrnaliic dans le bailliage di Poní de l'Arclie
IXV ir .Witr sieilcsi- de la viokane an vol. vil marche icrs l‘c.siii>i|i)crk», Jt \urmandie, i. Xll.
196?. p.igs 2’ñ 262 1 a teoría ha sido recogida poi Pierre (.liaunu \ sus discípulos, v luego defendida poi
Jeiis ( V lohansen \ 1 leunk Síes nsborg. «1 lasard oij nnopie Rellexion.s auioiir dedeos theones de
I lusioire dti di olí». Annal< i l't . d>o<’!ete\. ( iriliu¡tn>n\. n ” -II. [9S6, pags 6()| 62-1, a proposito
ile lImamaiia. ames de ser abandonada por la rna\ ona de lo* cspectalisias
placables en ese caso, como lo serán cada vez más los jueces occidentales
en el transcurso del siglo xvn. Los imperios orientales, japoneses o chi
nos, y las monarquías absolutas occidentales coinciden finalmente en de
clarar ilegítima la violencia individual que desemboca en la muerte de un
semejante. Refuerzan así su tutela sobre sus súbditos, blandiendo la ame
naza de la pena capital para aquellos que se atrevan a ejercerla. No ocu
rría así en las sociedades europeas uno o dos siglos atrás. Entonces esta
ban menos controladas por el listado y concedían más espacio al poder
local; consideraban la muerte de un ser humano con una cierta indiferen
cia, en el marco de una cultura en la cual la violencia viril era normal.
Dentro de ese marco, la agresividad representaba un valor positivo.
Era evidentemente preferible que no implicase la muerte del adversario,
en virtud de la moral cristiana, pero esa desgracia, entonces frecuente,
no causaba la marginación del culpable. Éste era fácilmente perdonado
por una carta de indulto real, y tras pagar una multa y abonar una com
pensación financiera a la familia de la víctima —denominada «paz de
sangre»—, recuperaba su puesto en la parroquia y conservaba su hono
rabilidad. Todavía mayor era la indulgencia que se aplicaba a los homi
cidios de los mozos, ya que los adultos del lugar admitían sus excesos
sanguinarios considerando que eran cosas propias de la juventud. Esa
tolerancia explica porque las edades más implicadas en el homicidio van
de los 20 a los 20 años. Durante su larga espera del matrimonio, tanto en
los pueblos como en las ciudades, los mozos practican una cultura de
bandas basada en la competición entre iguales para aumentar su valor
ante las chicas y para compensar las frustraciones ligadas a ese estado
incómodo, entre la infancia y una vida de adulto de pleno derecho. Su
principal preocupación consiste en exaltar una virilidad que los hace
existir ante los demás. Llevan armas, sobre todo puñales o espadas, que
gustan de utilizar en combates destinados a probar su valor, infligiendo
o recibiendo una herida, que debido a las infecciones v la ineficacia de la
medicina de la época muv a menudo es mortal." Entrenados para el
combate y formados en una ética guerrera igualmente viril, los jéwencs
nobles no se diferencian fundamentalmente de los plebeyos en este terre
no; no será hasta más tarde, durante el siglo X\ í, cuando se inventarán las
reglas del duelo aristocrático.
30 IXA HISTOHíA DI. LA VIOI.LX'C IA
No todos los solteros matan. Sólo una pequeña minoría lo hace. Las
tasas más altas de homicidio registradas en el siglo Xlll son de un poco más
de cien muertes por cien mil habitantes, (ionio las mujeres están muy poco
implicadas, podemos considerar que hay un máximo de cien asesinos por
cada cincuenta mil hombres, sin distinción de edad, o sea, aproximada
mente un 0,2 % del contingente. La edad de los jóvenes varones solteros
no representa probablemente más que una quinta parte de la población
masculina, dadas las condiciones demográficas de la época, y proporciona
menos de la mitad de ese total. Lo cual significa que un chico soltero de
cada mil, como máximo, es un asesino. Matar a un semejante no es, por
tanto, algo banal, aunque la cosa sucede cien veces más a menudo que en
la actualidad. El código viril masculino, que es la causa principal, impone
con mucha mayor frecuencia la brutalidad, sí, pero sin consecuencias tan
graves. El homicidio es la parte visible de un sistema de enfrentamien
to entre iguales, que generalmente se resuelve con simples golpes o con
exhibiciones y desafíos entre «gallitos». El homicidio es lo que nos per
mite seguir la evolución de esa cultura de la violencia masculina, aunque
sólo se trate de aquellos casos que desembocan en un resultado fatal.
Ahora bien, en la primera mitad del siglo xvii esa tasa se reduce a una
media de diez asesinos por cada cien mil hombres. La caída es espec
tacular. El número de jóvenes asesinos es diez veces menor que antes, lo
cual refleja un retroceso de la cultura de la violencia viril y el incremento
de una nueva intolerancia, canalizada por múltiples vías distintas a la de
la justicia. La «fábrica» occidental está inventando la adolescencia como
una edad peligrosa que hay que encauzar estrictamente para evitar sus
excesos sanguinarios. El movimiento se acentúa vigorosamente más tar
de, puesto que la tasa se establece alrededor del 1 % a mediados del siglo XX,
cien veces menos que en ia Edad Media. Ello implica una disminución
de la violencia mortífera juvenil de idénticas proporciones. Porque los
actores principalmente afectados siguen siendo los mismos. En Inglate
rra, a principios del siglo xxi, el homicidio es un hecho netamente mascu
lino. En general, el culpable y la víctima se conocen, incluso son íntimos
v se han peleado antes en casi la mitad de los casos. Su edad más frecuen
te se sitúa entre los 16 y los 35 años. En la mayoría de los casos (el 28 %)
se utiliza un arma blanca.2,
25 Sb.iin I.tuzc. Saiiilra XXalkl.iie \ S.iinani lid Pcgg. Munúr S<« /d! dftd / Aplwdi’hes tu
[’tuh r'>td>iihn'4¡ Murder imj Miin/ert r\, (.nlloinpion, XX illaii, 2()()6, pags 14 17. \ 1 unid Biookinan, t:n
¡k rstisHíJiu’4,1 iíiwtt. (Jt, Londres, Sagú Publii ations, 2005. pags. 54 55. sobre l.i cd.iil de los acusados v de
,qi'i. i s i.,\ \ [< i.v 31
26 R. Much einbled. I.'()r¡iiiw e! ÍOnidcHt h¡a<nre du jdaiMr du \ir wdf <¡ u<>\ Pan*.
Sctii!, 2005
27 Grahain I Baiker-Bcnliekl. Ihe ( tdture <d Sen\thdit\ \e\ ¡ind Soctely tu ¡■.¡‘¿htcenlh-Cciilun lirt-
4,)l'I, l.S I A ],V 33
acusados del sexo fuerte aumenta dos veces más deprisa que el de las
mujeres entre 1805 y 1842, seña] de una «masculinizacíón» del delito y
de los castigos, que refleja un movimiento a largo plazo de intensifica
ción de la disciplina exigida a los hombres.2*
Visible en particular en las calles, en el lugar de trabajo y en casa, la
modificación de los papeles masculinos induce la de los papeles femeni
nos. El concepto de masculinidad hegcmóníca fue forjado por investiga
dores anglosajones para explicar esas transformaciones en cadena que
también afectan al niño. El conjunto depende del pivote viril. Hasta las
mutaciones registradas a finales del siglo xx, la posición del varón, fuese
cual fuere su estatus social, está muy correlacionada con la afirmación
de su heterosexualidad, pero mucho menos que antes con la necesidad de
exhibirla violentamente en el teatro de la vida cotidiana. Las mujeres,
por su parte, deben mantenerse en su puesto para confirmar al hombre
como tal. Esa pasividad exigida por las normas culturales construye a Ja
mujer como un ser dulce e inerme, normalmente incapaz de violencia
asesina. La que se abandona a la agresividad parece anormal, por no
decir totalmente otra. La madre que mata a su propio hijo todavía lo es
más, es una loca, una desnaturalizada o está profundamente perturbada
por lo que le sucede. Esa concepción atrae la atención sobre un acto tan
monstruoso y aumenta en proporción las estadísticas registradas en la
materia. En cuanto al niño, se lo considera ahora como inocente por
naturaleza. SÍ mata a un semejante, pasa por ser profundamente malo o
diabólico.21’ Existen, no obstante, fuertes diferencias sociales en la prácti
ca, pues el proceso de pacificación de las costumbres y de redefinición de
los roles masculinos y femeninos no penetra en todas las capas sociales
con la misma intensidad ni a la misma velocidad, lo cual alimenta, en la
era industrial, la denuncia de la brutalidad y la grosería del mundo obre
ro o de la negativa de los campesinos a evolucionar, orientando de forma
más precisa la represión judicial hacia esas categorías de la población.
Nuestra civilización ya no quiere plantear la cuestión de la violencia
de las mujeres y probablemente quita importancia a la violencia que su
fren. Desde hace varios siglos, prefiere insistir en la figura de la «mujer
civilizadora» cuya misión es a la vez pacificar las costumbres, apartar al28
28 Manin ) Wieilel. «The viannan i riinuiali/ation ol incn». cu Pielcr Spietvnbmn ubi.i. \fa>¡ antl
Violttii'e Oetider, Honor. und¡n Xloili-nt Lurope ¡md Awrnn, Coluiiibtis. ()hn> Statc I 'imvrsirv
Prcsb. 1998, pá^s. ¡98 2(B, 209; íilcni, Ativ/ <7 lilrtod ( ontc^hng Violerice ttt \'uloriún i -.ti gld n d. Cam
bridge, Cambridge l’nívcrsiiy Press, 2004
C 1/ i .... . i 11 i ' I
34 UX'A HISTORIA DI’ [.A VIOl.i XC1A
V) Mane I‘.bsabcth f lanilman. «1.linter ct le PnrailisJ Violence ct tvrannie ¿once en Grcce contení-
poraine», en ( eeile Datipli/n v Arlette íarge (dirs ¡. í)<- ? ? tolcuce et tlf\ le»t>ncs. París. Pocket, 1999,
ptigs J2S 129.
pío, impedían acceder a su territorio a los rebaños de los otros pueblos
con la honda en la mano, causando heridas terribles, a veces mortales, a
rivales de su misma edad. Todo el mundo era violento a hítales de la
Edad Media y principios de la Edad Moderna.1' Eos listados y las Igle
sias no tenían entonces ni los medios ni la autentica voluntad de intentar
poner coto a la violencia sanguinaria de la población, sobre todo porque
ésta desempeñaba un papel cstructtirador en las sociedades locales, es
tableciendo las jerarquías y contribuyendo a los intercambios entre los
vecinos. No se trataba en absoluto de una ley de la jungla, [mes había
unos códigos y unos rituales precisos que organizaban la brutalidad de
las relaciones humanas. En ese universo de proximidad, un estricto sen
tido del honor obligaba a los varones a vengar no sedo el suyo, que se
basaba en la expresión pública de su virilidad, sino también el de todo
su grupo familiar, vigilando estrictamente a las mujeres, para proteger su
pureza sexual o su virtud. Las sociedades mediterráneas más atrasarlas
han conservado esa concepción colectiva del honor que se halla también
en la base del duelo entre aristócratas en la época de la monarquía abso
luta." rXetualmente, en Calabria, «lo que caracteriza el honor lmasculi
no] no es otra cosa que el dominio riel pene y la navaja. En electo, para
ser un hombre de verdad, uno debe tener la potencia sexual que permite
reproducirse, y por tanto asegurar la posteridad de su sangre \ de su
nombre, y debe saber manejar la navaja, que sirve [tara la conservación
del grupo».1'
La cultura juvenil de la violencia occidental de los siglos XV y \\l se
basa en reglas idénticas. El arma blanca, espada o puñal, es una repre
sentación simbólica del individuo, que sufre un larguísimo purgatorio
entre la infancia y el matrimonio, y por lo tanto debe demostrar que es
capaz de acceder a la edad viril. Los muchachos jóvenes vixen en bandas
de iguales por la noche, al salir del trabajo, los domingos \ los días de
fiesta. Su agresividad se vuelve esencialmente contra sus semejantes, que
son sus competidores en el mercado matrimonial. El resto del tiempo,
cortejan a las chicas, a menudo colectivamente. Se es tuerzan mucho por
ganar sus favores sexuales pese a la estricta vigilancia que pesa sobre
ellas, tanto por [■jarte de sus padres \ hermanos, como por [jarte de mu
chas mujeres de todas las edades que rodean a las mocitas allí donde su
>2 i\ Muí licinhii-d. //,< < <h¡ i i .7 . < ipi-i i.ilrm ii.'< p.iijs ’kM2
O Jttjil , p.i.’.’s -0-0 A proyti’sn o i!i-!.i\ mh ii'ilaJ.i-s im-Jiii 11 .mi .i'' k.uiG l\i isti.m1, • Jn 7 i Icnnm
V'.pia í/'< r.</ I oiulii-s, Wcnk-nli lil .lili! Xiiojson l'Jíó.i l\.n tnoni 1
36 I 'XA HISTORIA DI. 1 A VlOl.l'.X'í IA
O \’e;lsc e;ij>iiulo i
,Ql'I r> LA VIOLENCIA' 37
Los miembros de las bandas de los suburbios a principios del siglo XXI
manejan así un concepto de honor viril que recuerda en parte al de los
mozos de los siglos pasados, concentrando sobre todo los efectos des
tructivos de su agresividad en sus iguales. Todavía se puede ver como un
mecanismo que permite desviar parcialmente esa agresividad de los adul
tos, cuando en realidad son ellos la causa principal del estricto control
que pesa sobre los interesados.
El tratamiento judicial del homicidio es, pues, lo que pone de mani
fiesto los avances en la pacificación de las costumbres y en el control de
la agresividad viril. La historia de la violencia en el Viejo Continente
es la historia de la mutación de una cultura en la cual la violencia tenía
unos efectos positivos que servían para regular la vida colectiva y su sus
titución por otra cultura que la marcó como profundamente ilegítima.
Convertida en tabú supremo, la violencia sirvió a partir de entonces para
definir los roles normativos en función del sexo, de la edad y de la perte
nencia social. Los seres humanos fueron así distribuidos en una escala
del bien y del mal en función de su «naturaleza»: inocente para los niños,
pacífica para las mujeres, autocontrolada sin dejar de ser viril para los
varones jóvenes y solteros.
17 KL iii /(Wn ¡.'w </< i ”i<i <>!y a! . \ coniem.irio |«>i M l’isner. «I .orhi icrm historien! ircnds
ni \ lolem < rime». <>'> < // . 12 5 125
iS Peto Vlnistei. 1 na W/ a»- (anJ't nnd.i»i 'M/ wttcralterhcK >i Pa
d< i ln >[ ii. hi >n 111;2( >( 'O
50 I Xn; I ni i isi ri’iii. «Ink rperson.il \ loleiio in St j n< li n a\ i,i. inli rpre! a! ion ot lotiji term ircrids». acias
del iou¡;reso •A'iok-ncc ni 1 Iision I omi lerm I rends .tnd dic Roleol W'.tis». Bruselas. 34 de diciembre
de 2004 p.i>;s 12 H. I leikki 1 lik.me.is, «W’hai liappcncd lo \ ioIcikc-' An analssis oi lile dewlopmcm
<>l \ ioIctuv I rom iii<. die> al funes t<> tIn. e.uk modvrn ei a Ixised on funijsh sounv niati nal», en 1 leikkt
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Hi'HZí tibí l'c>¡ Benn, Beun icr. I 601, p.ig 61
-12 K.itu lolph Bol li. ■■ 1 11 >i 111L i J«. m i ai K tí»1* Icrri I U’ginJ. 1140 [son the ncci I Su qii.int i l.ii i \ c nihc
s|v>, ( ¡ So, it i , í/.’O'iri .i',',/Vo//< i uil 5,u 2 2001, p,i¿ 55. \ Pelel Blaslvn
brei, kn’ntujittát / imi /'V. I iibmga, \ icnie\ ei, 1005 pjg ISO
40 UNA HISTORIA BU LA VIOLENCIA
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l-oncbuHgiprohli!».(.olonia. Bohlau, 1999, pag 15?.
,QUfi ES LA VIOLENCIA' 41
47. Véase, entre otros, I leinz Schilling, Religión. Rohtiud i tdtüre and the h/nergenee id}\iirly Modera
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acerca de las prohibiciones en lo que res pee la a los varones jóvenes en los Países Bajos católicos
44 R Muchembled. h¡ Soeiete prdtcee Ihditicpie el pahtewe cu I'rance du au w otéele, París, Senil,
1448, págs 77 122
42 l \ \ I UsíORiA DI I X VJ< )| I..V I \
SO l'iiuk- 1 Dtirklu-uii O Caz, u.A 1/iidt ,¡< auZ-a . París, ] Alean. 1S97 Véanse lanibien < l’ctti
DlllallllS. ¡\lt lí>>a f/h IA, /l't ’iinim l<'>pnhurt i, <>¡í n/.\ i lelmui I horne. «ExpLuning lori.g
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S 1. I{ \l iii'lieinbleil, / < /i-uy/u ia/’/’/a c \ ui/aa <'A wo/i r 1‘ \1¡H oet/i's, Pai'ís
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lln/oi'i. ii' |6, 1002, p.u'.s 76 S-l. e lohn Ib ailliwaite. ( ru>/< . \haiut. <ind '¿ration, t'arnbridre
<(.)! I. 1 S 1 \ \ l( H.|.X< 1VJ 43
52. (Xterbei’g. «(soual lontiol», r>p <//, pags ‘>1 I) I.iihKiioih, «In11.ipcrsonal
violence». t>p ctf . se refiere a los tr.ibaios de brliiu: Sandnio para .Noruega después de J600, v ,i los de
Jens Johanscn parii Dinamaica en el siglo wu
53. I'rauyois Billar oís y I iugiics Ncvciix alus i. «i’ortei plamic Sti aicgics \ illageoiscs ct jusiice en
íle-de i ranee», t’F <tilinte, n I1', V?págs 5 MS
5-1 D I míklrntn «InTemrrvnn d i ínlenri < ¡r n i«' 1 í < <r t r< A Jim J,. H I L.nr.L AmvJ
44 UXA HISTORIA DI’ I.A VIOLENCIA
colectivo del honor y a la ley del oprobio. Los colectivos más frágiles si
guen apegados a ella, igual que las poblaciones de hombres jóvenes que
poseen una identidad colectiva muy acentuada. En el siglo xvn, los estu
diantes de la Universidad de Uppsala, en Suecia, siguen hostigando a los
guardias, mientras que los de Dorpat agreden a los soldados y los de
Abo/Turku se enfrentan con los escolares. En las tres ciudades, cada vez
son más los conflictos con los burgueses?5 La cultura de la violencia ju
venil continúa observándose también entre los aprendices londinenses
del siglo xvnJ o en ciertos oficios urbanos considerados rudos, como íos
carniceros, los mozos de cuerda, los pobres que alquilan sus brazos y sus
servicios... La utilización del sentido del honor tradicional por parte de
esos grupos sigue sirviendo para reforzar su conciencia colectiva y recla
mar de los demás el respeto por su posición social, en un entorno difícil,
por no decir hostil. Las autoridades no ven en ello sino una brutalidad
excesiva totalmente ílícira, que combaten con dureza. Tratan de la mis
ma manera los excesos de los soldados, que también ocupan una posi
ción incómoda respecto al resto de la población urbana, a menudo hos
til, lo cual los lleva a cerrar filas alrededor de una idéntica concepción del
honor y de la virilidad.
El retroceso de la violencia sanguinaria en Europa empieza por el
norte protestante —Escandinavia, Inglaterra, las Provincias Unidas—,
pero también por Francia y los Países Bajos católicos, antes de generali
zarse a toda la parte occidental del continente entre los siglos xvn y xix.
Como el movimiento inicial afecta a Estados muy diferentes, entre ellos
países poco centralizados, no se puede explicar en términos puramente
políticos de promoción de la monarquía absoluta. Tampoco es un fenó
meno específicamente protestante. Centrada en la responsabilidad y la
culpabilidad del individuo en detrimento de la ley del oprobio y del ho
nor colectivo, la ética subyacente se halla igualmente en la Francia cató
lica o en los Países Bajos españoles, marcados por una forma aún más
exigente de catolicismo barroco. Además, el fenómeno no está específi
camente ligado a la urbanización, pues las ciudades escandinavas son
pocas y muy pequeñas. Finalmente, si bien es el resultado de una pacifi
cación evidente de las costumbres, no por ello puede descodificarse per
fectamente mediante la teoría de Norbert Elias, ya que ésta supone una
imitación por las diversas categorías sociales del guerrero francés pacifi
cado al contacto con la etiqueta de Vcrsalles en las últimas décadas del
siglo xvii. Ahora bien, la importante reducción de la tasa de homicidios
4,H'J I s 1 A \'l( )|.| \( l.v- 45
2
El espectacular declive de la violencia
desde hace siete siglos
! Vf.tM’ 4
2 Voiiisc <. ,iptttilos "i \ 7
5 Bi uliit! Cliiciicc. n\ Jt-ddfi^ fe hi/HidOi de \e>d¡\ d Id fin di» Afijen I
¡•eri ! I'.sifiishuox, p.JU...1 1 ' '
1.1 J.SPl í 'VACILAR DI.C1.1VI. DI' Í.A VIOI.LNC'IA DI.SDI UACL MI Ti. MGl OS 49
4 Glande ard, «De ¡yate e\j>ec tal» Cr,we, Ltat et Míetele en T ranee a hi hn Jn Muyen /¿v, París,
Publica!mns de la Sorbonne. 199],t I. pags. 61 62,65 Lao remisiones figuran en la serie 11 <le lo*, Archi
vos Nacionales en París.
5 Dclnhine Rrihur «I :> <■ rimnv.il¡re nardonni’r dan1; le resmrr du Parlemcnt de Pañi en 1525». tesis
50 l.'NA HISTORIA Olí I.A VIO],) NC1A
6. |<icq\ivs Dupñquier ídir.L J h\/n;rr Je D )H>pnkitton jraw,a¡\c. ( 11, De /<; Re/jar^ünce J /7*'Z París.
PI ’b’ i uw ............. i -
II I M’H I V I I \|{ DI ( I ]\ l í)f. [ \ \-[()[ [ \( [ \ DÍ s|)f H\( Í S(f í f S((,I OS 5í
to entre bandas de solteros, bastante bien tolerada por los adultos v por
las autoridades. Las heridas o los homicidios resultantes son considera
dos con mucha indulgencia, como consecuencias banales del tempera
mento eruptivo irreprimible atribuido a los machos célibes/
Las cartas de indulto reflejan de forma muy precisa esos fenómenos
sociales y culturales. Para Artois, entre 1 386 v 1660, el 97 %, v hasta el 99 %
de ellas a partir del siglo xvp se refieren a actos de violencia mortales
perpetrados por hombres. Las mujeres sólo reciben catorce, es decir, el
0,36 % del total, de las cuales s’eis se conceden en el siglo xv. Lo mismo
ocurre en Castilla de 1623 a 1699: los «perdones de Viernes Santo»,
mucho menos frecuentes, también corresponden en su inmensa mayoría
a homicidios: 428 de 434, es decir, un 98,6 %, afectan a hombres, v cinco
de las seis mujeres implicadas han sido cómplices de un marido o de un
amante (sólo la última ha estrangulado a una muchacha)?
El ritmo de concesión de los perdones principescos, lento al princi
pio en el siglo xv en Artois, se acelera bajo Carlos V, de 1500 a 1555 para
ser precisos; y se vuelve sensiblemente mas lento en tiempos de Felipe II,
de 1556 a 1598, una época en la que graves disturbios y las guerras de
religión acaban dividiendo los Países Bajos en dos entidades enemigas.
Registra su mayor crecimiento durante el reinado de los archiduques,
de 1599 a 1634, y luego conoce horas bajas a partir de ia reanudación de
las hostilidades contra Francia, seguida de la conquista de Artois, entre
1635 y 1660? El número de muertes violentas registradas, que es algo
inferior al total de los que obtienen el indulro por homicidio, pues a ve
ces son varios los cómplices de un mismo crimen, se establece en 3.198
para los doscientos setenta y cinco años en cuestión, lo cual da una me
dia anual de 11,6. Los críminólogos calculan una tasa de homicidios por
cíen mil habitantes que oscila actualmente entre 0,5 y 2 en los diferentes
países de Europa occidental. Según los mismos criterios y en función de
las estimaciones de población anteriormente citadas, la tasa de homici
dios que revelan únicamente las cartas de indulto artesianas de 1386 a
1660 alcanza la cifra de 6,8. Registra además fluctuaciones importantes:
1,2 en el siglo xv (doscientos treinta y un casos): 9,7 de 1500 a 1555 (no
vecientos veintisiete casos); 7,3 de 1556 a 1598 (quinientos treinta y seis
casos); 18,8 de 1599 a 163 3 (mil ciento cincuenta y ocho casos); 7,8 de
7. k'.ui t.ouis 1'LiiiJi'in, í ( i, . bw.'íi \ /'.ni ' \m uu i/< J. Pan^, (¡aliimaril''hiiíiarJ. ¡977 l'.l
lema usía KMitnido un l< Mui. hcinhlvd. I.( <■/ / . pags. 44 47
K. Rudv (.haidvl. <4.a moIcikv un (.astille au \\ir sicde d‘aprc,> lis ludidlo--, de Viernes Sanio 11625
IW)i„ í - i'.-..,., ...... . .,1 i „"7 luin 7 17
52 UNA HISTORIA DT LA VlOI.l.N'í IA
1635 a 1660 (trescientos cuarenta y seis casos). De 1500 a 1660, los dos
mil novecientos sesenta y siete homicidios perdonados contabilizados
representan una tasa media ligeramente inferior a once por cien mil ha
bitantes. Paradójicamente reflejados por la práctica del perdón del prín
cipe, los brotes sanguinarios más importantes aparecen durante la déca
da de 1521 -1530, con un máximo absoluto de setenta y cinco casos en el
año 1523, es decir, una tasa record de cuarenta y cuatro por cien mil, y
luego entre 1591 y 1640."’ El primer período corresponde al paroxismo
de una guerra con Francia, marcada por terribles estragos, carestías y
epidemias en 1522-1523, antes de la Paz de Cambrai en 1529, que sus
trae el condado al vasallaje francés. El segundo período es, por el contra
rio, una era de paz y prosperidad, la «edad de oro de los archiduques»,
desde la muerte de Felipe II en 1598 hasta la reanudación de las hostili
dades con Francia, a partir de 1635 sobre todo. Si bien las coyunturas
desastrosas pueden conducir a un aumento sensible de los delitos de
sangre, eso no siempre ocurre, ya que la época de los mayores disturbios,
bajo Felipe II, registra un neto reflujo de los perdones reales. Es posible,
sin embargo, que la reducción refleje una menor tolerancia del príncipe
hacia el homicidio, en un momento de revuelta general contra la monar
quía. Más importante es el hecho de que el largo período de estabilidad
y. probablemente, de crecimiento demográfico bajo los archiduques
vaya acompañado de una formidable y larga explosión de la violencia
sanguinaria. Esta última está correlacionada con una vigilancia moral y
religiosa cada vez más severa de la población, para extirpar el protestan
tismo y oponerse a los calvinistas de las Provincias del Norte, que de
hecho se han independizado. En ese momento, arrecia la caza de brujas
y se multiplican los decretos reales para prohibir los bailes, controlar las
fiestas y las tabernas, dedicar el domingo a la oración y separar claramen
te lo sagrado de lo prolano. El equilibro tradicional de las comunidades,
rurales en particular, se ve entonces fuertemente perturbado.
Esas fuentes revelan a la vez la amplitud de una violencia mortal en
tre varones, poco presente en los archivos judiciales clásicos, y sus muy
importantes fluctuaciones cronológicas o geográficas. La conflictividad
más intensa no se encuentra a lo largo de la frontera con el poderoso
reino enemigo que es Francia, como cabría esperar. La ancha franja me
ridional en cuestión, definida como «País Alto», donde se halla la capital
10. Idem, «X loieni e <1 mxicic. (.(>ni|xij'Jrim-m.s et nw¡(ahtes populan es cu Anuís (1400 166(1)», tesis
d<x ior.ti Je 1 Nudo dirigida por Cierre (. ¡oubert. Université de lAtri.s I, 1 9S5. i. I. cuadro pa^. 152 y ^rah
Co p.lgs 1 6S !6l>
l'.l. I.SPI.t I.\( I l AR DI < 1 IX l DI i.A VÍO1 t Xl.lA DI.SDI í lA( 1 sil 11 s|(,|.os 53
regional, Arras, no produce sino una cuarta parte de los perdones, cuan
do concentra el 60 % de la población en 1469, mientras que el «País
Bajo» septentrional, vecino de Flandcs c influido por sus costumbres,
representa las tres cuartas partes a pesar de albergar sólo el 40 % de los
habitantes. El problema crucial, en caso de fuerte aumento demográfico,
probable durante el primer tercio del siglo xx n, es el del reparto de
la herencia. Y este resulta ser mucho más conflictivo en la zona de in
fluencia del derecho flamenco, según el cual ningún descendiente puede
ser desheredado, aunque sea bastardo.11 Una dimensión esencial de la
violencia homicida, generalmente ignorada o minimizada para esos pe
ríodos a causa de las lagunas documentales, se refiere a la edad de los
protagonistas. Aunque raras veces los documentos la mencionen expre
samente, puede deducirse de los datos relativos a la situación familiar,
cada vez más frecuentes en las cartas de indulto a partir del siglo xvi. De
dos mil quinientos sesenta y tres culpables de homicidio para los cuales
se proporciona el dato —un 66% del total correspondiente a Artois—,
los solteros, «hombres jóvenes» o hijos casaderos, son mil quinietos cator
ce, contra mil cuarenta y nueve adultos y hombres casados con o sin hijos,
es decir, una proporción de tres por dos. Si excluimos el siglo xv, a causa
de la insuficiencia de las informaciones, observamos que los jóvenes son
un poco menos numerosos que ios adultos bajo (atrios V, que aumentan
su ventaja bajo Felipe ll, y que luego superan los dos tercios del total
después de 1600, una tendencia que se acentúa aún más durante el segun
do tercio dei siglo xvii. Entre 1601 y 1635, alcanzan Incluso el 51 % del
total de los indultados, frente a una cuarta parte de adultos y una cuarta
parte de acusados cuya situación familiar desconocemos. Semejantes pre
cisiones sólo figuran para una de cada tres víctimas, mil ochenta y seis
exactamente, lo cual hace que el razonamiento sea todavía más aleatorio.
Observamos, no obstante, que las tres cuartas partes de los muertos en
cuestión son solteros, frente a una cuarta parte de adultos y hombres ca
sados.12 Los conflictos revelados por las cartas de indulto hacen hincapié
en una turbulencia juvenil que habrá que analizar más detenidamente.11
Las fuentes judiciales clásicas indican un nivel mucho más bajo de
violencia homicida. En Arrás, capital del condado de Artois, una ciudad
de doce mil habitantes, ios delitos contra las personas afectan a un 32 % de
los quinientos cincuenta y cinco acusados en 1549, bajo Oarlos V. El
Ese declive fue puesto de relieve en 1981 por Ted Robert Gurr en lo
que atañe a Inglaterra del siglo XII1 al xix. Para realizar sus estimaciones,
utilizó una treintena de trabajos de diversos autores, añadiendo las esta
dísticas relativas a Londres, desde principios del siglo xix hasta la fecha
en que redactó su artículo.20 Una curva en «S» sintetiza la información.
La tasa de homicidios, muy elevada al comienzo del período —en torno
a veinte por cien mil habitantes de medía, con picos de ciento diez en
Oxford y cerca de cuarenta y cinco en Londres—, se reduce a la mitad,
bajando a unos diez en 1600, y luego se desploma para quedar fijada al
rededor de uno en el siglo xx, a pesar de una subida sensible en las últi
mas décadas observadas. El autor lo considera con razón un cambio
cultural importantísimo en la sociedad occidental, consecuencia de una
sensibilización creciente ante la violencia y del desarrollo de formas de
control internas y externas de la agresividad.21 Enseguida se formularon
críticas, en particular respecto a la utilización de estadísticas a partir de
datos extremadamente diversos y variables según las épocas. Esas reser
vas están efectivamente justificadas en cuanto al registro del fenómeno,
que cambió con frecuencia y de forma importante en siete siglos. Pero la
objeción pierde su peso si consideramos las diversas series como una
expresión de la mirada oficial sobre el homicidio, reflejada por los jueces
en sus prácticas, y sí las vemos como marcadores de las evoluciones que
subrayan. Describen menos unas realidades criminales que unas muta
ciones en el enfoque represivo, ligadas al éxito, a largo plazo, de una
paciente lucha por reforzar el control social en esa materia e instaurar un
autocontrol personal creciente de la violencia sanguinaria.
Por otra parte, son muchas las comprobaciones empíricas realizadas
en diversos países de Europa que han validado la teoría, situando el pro
blema dentro de la civilización occidental en su conjunto. Una serie
completa de imputaciones por homicidio en el condado inglés de Kent
de 1560 a 1985 demuestra una fuerte disminución de las tasas, de 3-6 a
0,3-0,7 por cien mil habitantes en cuatro siglos. En Ámsterdam, el movi
miento aún es más espectacular, pues eí índice pasa de cincuenta en el
20 Ied Robert Gurr. «1 listorn al irends m \ lolent crime: a eriiícal revíew ol ihe c\ ulence». en Mícharl
Toorv v Norvdl Morrk ídirs l. t ’rfw dad A>i Amitml t o/ Kwrdch. (Chicago. Universitj ol
Chicago Prese, t III. 19S1, paiis 2V5 Su curva tpág 5] D lia sido reproducida por numerosos ¡oves
timadores. en particular por l.awrcni c Stone, «Interpersonal violente in english socieiv, 1 i()0 IS00». EjO
<tnd Prwftt.n." 101. 198Lpágs 22 H.v ha provocado discusiones apasionadas en irmlaCerra
?< 7' M t ' ’ 1
Í.'L ISPrt.TACl’I.AH !)!.(.}.IV1. !)!’. LA V}í>LEN( JA DL.SJíJ. JJAí J. SJJ.TJ .SJGJ.O.S 57
22 Lunes S. (.ockburn, «Paiicrns ol violence m english soticiv. homicide m Kcnt. 1560-1985», Pust
and Pre\i7jt. n " 130, 1990, pags. 70 106 Para el cin-o de Ámsierdam. véase P. Spierenbiirg, «Long-term
58 l’XA HISTORIA DT J \ V1OI 1 \( IA
2A RanJoIph Rolh, «líomicnk in i-ark nuA-rn 1550 1S00 tliv nccd (or .1 qtuiniiniiive
.synihiMs». ( rintc / Smti ti 1 , llM/i \nt¡í ¡Sí\ «.ol 5 >« " "> "X''" ’ " '
M ... .. ............... '
I.l. í Sl'í ( I LAR !>1.4 l.l\■[' 1)1. I A VK H I.X( IA DIM)1. 11 V I 11 sIGl O's 59
26. }■' 11 Monkkonen, < oltimbtis. Ohto Sr.nc Cniscrsiis I’ress. 2002. gijh
eos 10 I \ 10.2
27. M (-.isiier, «l.ong temí lustoricdl uetids ni \ lolciit crinic». <if> ta , p,(i:;, 109-112. ,i proposito (.Ir
las mujeres, \ pags 112 115 a proposito de la edad. ('no de los pocos trabajos que tienen en cuenta este
■
2S M Lisnei, «!.01112 ii-rm )iisionc,ii rreiids ni ilolvrn irruir», ni . png 1 17: Picrer Sprerenbiirg,
«Knili tiduing ,ind popnl.n i tnlvs oi lionoi ni L-.ir niodi ni AihMi i <!,ihi» en I’ ^picicnburg (Jiro, Mea
and I i (ji'Hch r I loi/tir, ¡ind K/tihil'. ni Modera ! .'íropt ¡lad zlineriui. (.olí irnbiis, ()liiti Sr.nc l ’niver
siry Prcs>, |99<S, pjg.s I(B J27,.lanus A Siiarpc, ( rtaie it¡ l.arly Modera l nt!,li¡nd. 15 5fj-/ 7 Londres.
Loi’ii’in.in, 19S4. p.ig 95
1.1. 1 SPI ( IA( I J.AR DI ( I IVI DI. I A VIOI I X'í I \ DI’SDI HA( I’ Mi li SIGLOS 61
30. R M uclicnihled. «1 lis ilc < cnl .mis ilc Meik-c». o/> i H ■_ I I Ylik-.iniov «W'h.H li.tppcneil lo vio-
(12 l XA í ÍIS I ( )KIA OI 1 V \ K >1 1 X< IA
Paralelamente, una cultura clcl combate con arma blanca, matriz ori
ginal del duelo noble con la espada, continúa prosperando a través de los
siglos. Se trata, de hecho, de una expresión típica del honor masculino.
Aunque afecta a todas las categorías de la población en la Edad Media y
en el siglo Nvi, se desarrolla sobre todo entre los varones solteros. No con
una finalidad propiamente homicida, sino bajo la forma de rituales de
desafío destinados a establecer una superioridad visible, a fin de valer
más en el estrecho mercado matrimonial regido por las leves de la endo-
gamia y la homogamia. Y es que las tres cuartas partes de los cónyuges,
y a veces más en los pueblos, son originarios del mismo lugar y ostentan
la misma condición socioprofesional. Navajas o espadas son afirmacio
nes de pura virilidad entre protagonistas de la misma edad que general
mente se conocen bien. En Artois, en Francia, en Inglaterra, en Suecia,
en Colonia, estallan peleas típicas en las tabernas, frecuentadas sobre
todo los domingos y días festivos, entre jóvenes gallos armados, deseosos
de brillar ante los ojos de todos, de seducir a una espectadora o de ven
gar una afrenta?2 Las heridas, que normalmente no son mortales, se in
fectan, cuando su función esencial muchas veces no era más que afirmar
una victoria o humillar a un rival. El progreso de la cirugía explica par
cialmente la disminución de las tasas de homicidio a partir del siglo NV11I
al impedir esas consecuencias. Pero lo esencial no es eso. Estos juegos
viriles cada vez son más vigorosamente denunciados por las autoridades,
que empiezan a castigar duramente a los transgresores, multiplicando
las penas capitales. La disminución de la tasa de homicidios traduce en
buena parte el éxito de la ofensiva emprendida contra los adolescentes
demasiado dados a batirse con la navaja. En Amsterdam, únicamente los
jóvenes de las clases inferiores buscan aún combates de este tipo a únales
clcl siglo XVII, y luego la práctica desaparece totalmente unos cien años
más tarde. La resistencia es mayor en Italia, donde las cosas no cambian
hasta finales clcl siglo XIX. También puede haber recrudecimientos: en
Finlandia, unas leves severas aprobadas en 1662 y 1682 logran erradicar
el duelo entre nobles, pero en el siglo xix la provincia clcOstrobotnia del
Sur conoce una «era de los combatientes armados con navajas»?’ Los
apaches parisinos de la época de «París, bajos fondos», a principios del
siglo XX, las bandas de Nueva York popularizarlas por la película IVó/
SidcStory (1961) y ciertos jcivcncs de los suburbios rio nuestra época rc-
>2 M 1 mu i. «1 lerin Iiimoi kal i r< nds in \ iok t)i <_ i inte». <>/> >¡t . para comparaciones europeas
O Ilml , pag. 121, I’ Sptcrcnlaiie,. «Kuik aml i>oihiI.ii ni I,.,,,,,............. '• 1
14 í SPI.< IA< I I AK Dl.CI IV1 DI ¡.A V1OI ! \< IA DI SDf JIAl 1. S) J ’ I}. b 11; I .í >s 63
cuperan esos mismos rituales basados en la defensa del honor viril de los
jóvenes machos.
34 VI. I'.isnci, «('rnw. problcin Jnrikinu mil im- paitvnis ol pinhlcin Ixlinior in i losMUtional
Perspcci¡ve», Art>tal\ o/f/’C /Imenean Academv id l’olitiealand \<>etal\eiem e, n.” l1JAs 201 -225
35. P Karoiun. «A lite It'r a lite vcr>u> christian i’iwikíIi.uÍoii. \ioIcikv aml tl’c lniKLSs n'- ¡li/alion
CAPÍTULO
3
Las fiestas juveniles de la violencia
(siglos XIII-XVIl)
1 X Ronssc.iiix. «1 a t epiession ik l'liotilA lik en I .ni (>pe <K i idelll.lle 1 i n As'i 11 lemps Modei
nesl». (¡i ¡<'>u \ 11 n " IA abril 1W. pan*, 122 147 poro una \ i'.ion panorámica
de 1:1 ClleM 1OI1.
2. Buiiuskiw Geremek, «< .rmnnalile. \ agabondage, paiqu cisme la iiiaiginalite a I anh< des u-nips
niodernes». Re é/i/ooi aitidenit. t / ¡.mili ,ii 21 pji> Si1) OU
3. Arcimos < león 1'1.11110111 ales de Acras. A S’7(). del ¡ Je marzo de í >2S 1 esolo nucí oí al 12 Je diciembre
68 l'XA I lis | ()R|,\ 1)[. 1 \ \ loi.l
4 (Jeorges I .spmas. Reí iifil de dui uute/tb relatih l'hhloiri du drott muriu ifw/ < // íruut e de\ origines
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B R Mnehembled, V«7<7<:. endure'. et >ne>iftdl/e'. diin'. !<i ínnice moderiie W wre/e. París.
Arniand C.olin, 1994, ed. revisada y eonugida, 2005, pa^s 04-105 (véase en panicular el calendario,
pag. ÍOD, lulius R, Ruii, Violente m l.arly Modern l.tirope, / VAÍ l.S(lf), (.anibrid^e, Cambridge Umvcrsi
ly )’ru-ss, 2001. j165 166 para u>inp,naciones europeas
14 R Mtiehembled. Va/<7e enlfriret e! rneuljbln ,-,t ló.
movía más deprisa el prepucio. ¿Llegaban a hacer brotar el semen? Por
mi edad, no pude distinguirlo; pero sí vi que nadie se sonrojaba». El
hecho de que no pueda acercarse al grupo indica la especificidad de este
último, cuyos miembros se mantienen a distancia de los demás vecinos.
Sobre todo porque ahora ya despiertan una sólida desconfianza en las
chicas, con las cuales coinciden, por otra parte, en múltiples ocasiones,
en la iglesia, en la plaza o en los campos, porque representan un peligro
para su castidad y, por tanto, para el honor de los hombres de
la familia. Los padres y hermanos, en particular, vigilan estrechamente la
virtud de las señoritas, procurando mantener a los jóvenes gallos lejos
del gallinero. Como sus propios padres los envían a trabajar durante el
día y los incitan a estar lo menos posible en la casa, que es el universo de
los más jóvenes y el lugar donde se ejerce la sexualidad de los adultos, se
ven obligados a inventar su propia sociabilidad.
Esta última adopta la forma original de bandas que se estructuran
como la de los mozos de Sacy. Los compaiyioHs d marier («mozos casade
ros») se agrupan en royanmey de jennesse («reinos de juventud»). Esas
estructuras existen en toda Francia bajo distintos nombres —abbayes de
jeunesse («abadías ele juventud») en el sur, Borgoña v el Del finado; ha-
chelleries en el Poitou o la Vcndce...—. Excepto, según parece, en Ingla
terra, existen en toda Europa: en Suiza, en Alemania, en Italia, en Hun
gría, en Rumania, en España... Aparecen hacia el siglo xn, tal vez incluso
antes, y desaparecen, más o menos deprisa según los lugares, persegui
das por los moralistas que denuncian sus excesos. Reflejan el retraso
creciente en la edad de matrimonio en Europa occidental, considerado
por los demógrafos como el principal mecanismo para regular la pobla
ción a falta de una anticoncepción masiva eficaz, ya que reduce el núme
ro de hijos procreados por pareja, fin Francia los hombres, en vísperas
déla Revolución, se casan entre los 28 y los 30 años, cuando al final de la
Edad Media lo hacían a los 23. Se impone, pues, a los muchachos púbe
res una larga espera antes de acceder al estatus de adulto completo y a
una vida sexual lícita. Durante diez años por lo menos, o quince hacia
1789, las prohibiciones religiosas y más aún la muy estricta vigilancia de
las chicas por parte de sus familias les impiden dar rienda suelta a sus
pulsiones.
Los historiadores actuales ya no creen en una continencia total y ma
siva de los solteros. Aunque los nacimientos ilegítimos no superaban el
1 % en los pueblos de Francia en el siglo xvn, existían muchas válvulas
de escape, desde la masturbación, a veces colectiva como en el caso de
siglo xvn, hasta los abrazos furtivos con mujeres casadas o viudas, pasando
por la prostitución, la violación, entonces poco criminalizada, o el bestia-
lismo.1’ Esto no impide que los interesados vivan más de la tercera parte
de su existencia en una posición incómoda, al margen de la comunidad
que desconfía del potencial explosivo que representan. Las chicas, por su
parte, están bajo la tutela de sus padres y de las demás mujeres, para pre
servar el tesoro de su virginidad. No constituyen nunca grupos estructu
rados de adolescentes, que serían una presa evidente para los machos. La
sociabilidad femenina mezcla estrechamente todas las edades y funciona
según unos principios jerárquicos, sobre todo en las veladas, en el horno
y en el molino, cuando las «viejas» protegen a las «inocentes» de los asal
tos masculinos, aunque éstos no desagraden a las interesadas.
Los grupos de juventud o reinos de virilidad reclutan a todos los jó
venes de la parroquia, pero se escinden en pequeñas bandas según las
ocasiones y las afinidades, quizás a veces también en función de la perte
nencia social. En la mayoría de los pueblos, que tienen unos cuantos
centenares de habitantes, pueden formar un solo conjunto, de unos diez
individuos o más. Las grandes parroquias y sobre todo las ciudades po
seen un mayor número de grupos, organizados por barrios. Cada año se
designa un rey, un príncipe, un abatí, un jefe en definitiva, generalmente
a través de una competición de fuerza o maña en la que ha demostrado
ser el mejor. Cada nuevo miembro, que no puede negar su participación
a partir tic la pubertad, paga su «bienvenida» en dinero o en bebida.
Empieza iniciándose en las tradiciones como escudero de sus mayores,
llevando sus abrigos y sus armas, sometiéndose a ritos tic iniciación que
reflejan el abandono de la infancia para entrar en la categoría de macho
joven. Entre sus pares figuran a veces hombres casados, en especial los
que se encuentran en el primer año de vida conyugal y aún no tienen
hijos, signo ile un paso incompleto a la edad adulta.
Las actividades principales de los participantes se desarrollan en un
espacio y un tiempo festivos. Por la tarde, después del trabajo, por la no
che, los días de fiesta y los domingos, se reúnen para ir a la taberna, orga
nizar juegos y bailes en la plaza, hacer colectivamente la corte a las chicas
dándoles albadas o serenatas bajo la ventana con músicos. 'También se
pascan por las calles y se sienten lo bastante Inertes para aventurarse jun
tos hasta los límites del terruño, a hn de provocar a sus homólogos de
J.A> I II>1A\ |l \ r.MIJ.S 1)2. I A X l( )I.I.X( I \ ISl(,1 Os XIII X\ Ib 79
otros pueblos, con los que ya luchaban cuando guardaban los rebaños.
Los desafíos y las peleas resultantes parecen de lo más normal a los con
temporáneos, incluidos los príncipes, que otorgan fácilmente las cartas de
indulto si se produce un homicidio. Para los competidores tienen un valor
positivo, pues marcan claramente sus derechos exclusivos sobre un terri
torio y sobre las oportunidades matrimoniales que éste contiene. Y es que
los reinos de juventud están animados por un intenso espíritu de rivalidad
frente a sus homólogos. Sus miembros asisten a las fiestas de las demás
parroquias para bailar y tratar de impresionar a las chicas, que defienden
celosamente los muchachos del lugar. Cualquier debilidad que se mues
tre, cualquier derrota, tiene consecuencias importantes para toda la co
munidad, que es ridiculizada por sus vecinos, humillada, debilitada por
que los conquistadores pueden venir a reclamar el premio de su victoria.
Los reinos de juventud ocupan un lugar primordial en el pueblo. Si
bien son el resultado de una larga marginación de los solteros y conlle
van combates mortales entre ellos, también sirven admirablemente para
aumentar la cohesión social. Son, en efecto, los guardianes de las tradi
ciones, esencialmente en el campo, donde el acceso a las mujeres consti
tuye una verdadera obsesión para sus miembros. Los interesados no re
prochan a los hombres maduros que los tengan tanto tiempo alejados de
los placeres lícitos de la carne, salvo cuando un aumento demográfico
desequilibra el sistema y hace la espera más penosa y más aleatoria. El
homicidio de adultos a manos de adolescentes, en efecto, es raro cuando
las frustraciones no están exacerbadas por las dificultades de heredar en
un mundo demasiado lleno, reduciéndose entonces las sucesiones como
piel de zapa por el gran número de hijos. El poder de los adultos estable
cidos es tanto menos discutido cuanto que los hijos púberes esperan dis
frutar de él a su vez v gozar de los frutos de un matrimonio tan esperado.
También es cierto que se les deja mucho margen para controlar la nor
malidad del sistema matrimonial, tal como es vivido por el conjunto de
sus conciudadanos. Además de sus propios derechos, vigilan estrecha
mente los de los demás, con el asentimiento de todos, de tal manera que
un forastero que venga a casarse en la parroquia debe pagar un alto pre
cio si no quiere arriesgarse a recibir una herida o incluso a ser asesinado.
Cobran un tributo por todas las uniones que se celebran, reclamando
donaciones en dinero o en especies, como el «plato del trinchador» en
Artois. Durante la noche de borlas, llevan a los esposos un «caldo calien
te» o un «asado», una mezcla afrodisíaca destinada a darles energía. Pre
sentada de forma poco apetitosa, con muchas bromas lascivas o es cato-
lecho nupcial, a fin de comprobar la virginidad de la novia. La mayor
parte de las actividades de la cofradía se organizan en torno al cortejo
amoroso, que culmina en el mes de mayo. Entre ellas está vigilar el com
portamiento de los cónyuges de todas las edades. Los mozos pasean des
nudos a los maridos cornudos, montados al reves en un burro, para ins
tarlos a no soportar una infidelidad que es asunto de todos, porque
manifiesta un poder femenino allí donde el hombre debería ser el único
amo. 1 razan caminos infamantes entre las casas de los adúlteros y organi
zan cencerradas destinadas a las parejas desiguales, sobre todo a los viu
dos que se casan con una jovcncita, privándolos así de tener una oportu
nidad en un mercado matrimonial ya de por sí muy reducido.16
Los reinos de juventud no son simplemente uniones de jóvenes frus
trados que se desahogan multiplicando las violencias y los excesos de
todo tipo. Esa mirada severa de los moralistas empeñados en hacerlos
desaparecer desconoce su profunda inserción en la sociedad de la que
son fruto. Resultan de un acuerdo tácito entre las distintas franjas de
edad masculinas para preparar de la mejor forma la entrega del testigo a
las nuevas generaciones, en un escenario donde el matrimonio es cada
vez más tardío y las frustraciones están exacerbadas por rigurosas prohi
biciones locales. Estas últimas se ven agravadas además por la actividad
represora de las autoridades religiosas y civiles a partir de mediados del
siglo x\'J. A cambio de que acepten un orden social inmutable, sinónimo
para ellos de una larguísima espera, los muchachos mayores célibes han
obtenido el derecho a una violencia ritualizada, aunque sea mortal, y a la
estrecha vigilancia ele la sexualidad de todos. Las normas imperativas de
la sociedad pueblerina los obligan a demostrar su emergente capacidad
viril. Su cultura del poder masculino, forjada desde la infancia y llevada
luego a su paroxismo en el marco de las abadías juveniles, está orientada
hacia un objetivo único: demostrar que tienen las cualidades necesarias
para reemplazar a los padres y fecundar a las mujeres, siendo así que el
acceso a éstas les está rigurosamente prohibido antes del matrimonio. La
brutalidad de la que hacen gala no es únicamente compensatoria. Cons
tituye una regla de vida imperativa, indispensable para existir ante los
ojos de los demás, para vivir un día plenamente y ser respetados a su vez
como padres que imponen su lev a todos.
Id pueblo en el que han nacido representa el centro del mundo. Es el
corazón del área económica y matrimonial en la que se desarrolla lo
I..\S I 11 MAS II A I..XI1J.S 01' I.A Vl< H.I.X’f JA (SIGl.C >S XIII X\ II 81
blo vecino para participar en los jolgorios. La plaza es, por excelencia,
un terreno de exhibición muy valorado donde los conflictos son nume
rosos, pero se controlan de cerca, pues las acciones transcurren a la vista
de todo el mundo y hay que seguir imperativamente las normas del ho
nor para evitar una vergüenza que recaería sobre toda la familia. La pla
za es muy criminógena, pero menos de lo que cabría esperar, ya que ro
dos los asuntos que emergen de las fuentes judiciales ocultan la masa
mucho más importante ele los que no llegan a cuajar en conflictos san
grientos o simplemente se acaban con una ganancia simbólica. La plaza
permite con frecuencia yugular las animosidades, sobre todo porque
muchos juegos viriles disuelven allí los excesos de combatividad, (.lando
a los contendientes las victorias públicas que éstos desean, como lo hará
más tarde el deporte de alto nivel.
La iglesia y el cementerio tienen un papel análogo. Sagrados por de
finición, no están exentos, sin embargo, de múltiples actividades pro
fanas hasta finales del siglo xvi, cuando las Iglesias imponen cada vez
más el respeto a esos lugares. Antes, la casa de Dios acoge numerosas
actividades laicas, como las transacciones de tipo económico. Los mozos
también tienen la costumbre inveterada de reunirse a la entrada para
cortejar a las chicas, y las peleas por la preeminencia entre señores son
moneda corriente. Alrededor del edificio, el atrio parroquial, raras veces
cerrado, sirve de asilo para los criminales perseguidos por la justicia
y conoce una animación permanente, en particular cuando se celebra
la fiesta de los Difuntos, con bailes, jolgorios v comilonas. Los mozos
gustan de deambular por allí de noche, v no es raro que se produzcan
disputas y homicidios entre las tumbas, y hasta dentro de la misma igle
sia. La tarde del domingo 9 de agosto de 1523, una docena de vecinos
de La Couture, en Artois, instala una mesa en el cementerio del pueblo
vecino de Locon, en la que comen y beben, asediando durante cuatro
horas a sus enemigos. Estos últimos, originarios de la parroquia, refugiados
en la iglesia, tocan las campanas para pedir ayuda. También son frecuen
tes las emboscadas y los duelos dentro de los cementerios o las iglesias:
entre 1470 y 1660, se tiene constancia en Erancia de una cincuentena de
casos protagonizados por nobles.2"
Lo mismo que en las plazas, el uso de la violencia en esos espacios
tiene como objetivo hacer que la acción sea perfectamente visible v ex
traordinariamente memorable, a fin de magnificar el honor del protago
Si tl.irt (..ItTi'Il. hloiid ¡Hid U/íVi >H < Ht i Wrtdi'rfr < (At<>r<l X'ix-I-I / I, i ... J [1
i.A', ru siAs ii vi mi i s ni i \ vk >11 M n isioi i >s \m xvn 85
cas a las que los mueven y que demuestran en sus incesantes exhibicio
nes de virilidad. Los mayores los autorizan por ello a poner periódica
mente el mundo cabeza abajo, con ocasión del carnaval y de muchas
otras fiestas de inversión, durante las cuales los no establecidos dirigen
temporalmente la comunidad.
Hacen entonces una especie de aprendizaje del porvenir, gozando de
los placeres normalmente prohibidos a los chicos de su edad, a la vez que
concentran en el terruño la energía vital de la que son portadores, para
mayor beneficio de todos. Como es imposible reprimir su potencia sexual
sin producir graves tensiones, la sociedad pueblerina la canaliza para
ponerla al servicio del bien común. A los mozos también les conviene,
pues se benefician de una manga muy ancha durante las numerosas fies
tas que jalonan el año. Aunque todavía no se haya inventado el deporte
moderno, son muchas y muy rudas las competiciones físicas que contri
buyen a agotar su exceso de energía, al tiempo que tranquilizan a los
espectadores adultos en cuanto a las capacidades de su progenie para
enfrentarse al futuro.
Entre las expresiones de la vitalidad parroquial encarnada por la ju
ventud masculina figuran unas diversiones violentas directamente liga
das a los ciclos agrícolas. Esos «juegos profundos», según la expresión
de Clifford Geertz, revelan la visión que toda la sociedad tiene de sí mis
ma, de la misma forma que las peleas de gallos en Bali explican el con
junto de la cultura local.21 En toda Europa hay competiciones de gran
brutalidad que oponen a los mozos de dos pueblos o, en la ciudad, a los
mozos de una parroquia con los hombres casados, alrededor de una pe
lota disputada durante horas en un campo de juego. En Inglaterra, como
en Erancia, son frecuentes los heridos, a veces incluso hay muertos, du
rante furiosos enfrentamientos sin más regla que vencer. Muy aprecia
da en Picardía, Normandía y Bretaña, la sotile—la choule en Artois— se
juega durante las fiestas, anunciada con repique de campana, en la época
del carnaval y de la Eicsta de las Antorchas. Los vencedores consideran
que la cosecha será buena, una interpretación que hace pensar en un
antiguo rito de fertilidad destinado a pedir, en pleno invierno, la vuelta
del sol representado por la pelota. Con el mismo fin y según el mismo
simbolismo de la luz fecundante, durante la Eiesta de las Antorchas los
mozos golpean los troncos de los árboles con antorchas encendidas. Du-23
23. í.littord Ciccrt/., l/’c in{í'rprffuf!f>n of (.ithitre Sflech'd Nueva York, Husic Hwk\ 197 5.
(.■specialnicnie «Dci’p Plav». pans. 412-45 3. Vea.se i.unbién 1 R línll >>>,-■ ,,, i- 1 '........
[.AS 1 11 ,STAS [l.'Vl.Ml.l S DI' I.A Vi( )l l'.XCI A iS|(,1 ()S XI11 XXII 91
24. Rollen (, O;i\is. I he Wir <d the / Ptijiidiit ( aliare and Plat/lt \ loh the ;>i / «7< iieaiiiwtitai
Ventee, ()xtonl/X.’uc\a 'iork. Oxford Uimersiiv Piess. 1494 Ve<isc t.iinbiui l.dw.ird Milu. Kilaal tu
Early Modera l:ar/>tie Cambridge. Cambridge IJniversilv Presa, 1997
25 Timoihv M,II I-J > 1 ’nirmirv nf
1
92 l'NA HISTORIA Di: 1. \ VIOI.ENí IA
adolescencia», por el cual fue desterrado durante seis anos del Franco
Condado en enero de 1620. Entonces está perfectamente admitido que
los chicos se comporten de forma brutal, impulsados por la «locura de la
juventud». Esa expresión se emplea en la petición de gracia presentada
porjaspard Baillon. En abril tic 1641, siendo residente en las afueras de
Valencíennes, en la casa de su padre, «en calidad de hijo de buena fami
lia», oye a su padre quejarse de un vecino que acaba de insultarlo en la
calle amenazándolo de muerte. «Encendido l... I y movido por la locura
de la juventud I ex calore inicinicM, con esas primeras emociones que la
propia naturaleza no permite dominar», toma su escopeta, sale al en
cuentro del individuo y lo hiere de bala en el hombro. El hombre sobre
vive y no queda inútil, alega Jaspard, y luego «se reconciliaron y se jura
ron una buena concordia y una unión inviolable en nombre del cielo y de
su mutua pacificación». Obtiene fácilmente ia anulación del destierro
por diez años que la justicia le había impuesto.
La imagen muy indulgente de los «hijos casaderos» incapaces de
controlarse contrasta vivamente con una definición moral contemporá
nea extremadamente negativa que insiste en los numerosos pecados co
metidos a esa «edad peligrosa» y «sombría». Según parece, hay cinco
que le son propios y constituyen el colmo de la depravación humana: el
orgullo, la búsqueda del placer sensual, la burla de las gentes y las cosas
sagradas, la temeridad y el impudor.-’9 Los juristas que redactan las peti
ciones de gracia para los homicidas, tanto en los Países Bajos como en
Francia, no están ni mucho menos convencidos. Transcriben una con
cepción muy comprensiva de las autoridades, al menos hasta los grandes
cambios de los siglos xv i y xvi 1. Esa visión concuerda con la del pueblo,
para quien la violencia juvenil es perfectamente normal y excusable,
siempre que no rompa con las tradiciones establecidas, teniendo en cuen
ta el exceso vital que impulsa a los interesados y su incapacidad para
controlarlo: ¡son cosas de la juventud!
Peleas, desafíos y duelos no son algo reservado a los nobles. Forman
parte de la trama ordinaria de la existencia de los jóvenes, y todo el mun
do lo sabe. El primer domingo de julio, a principios del siglo xvn, varios
mozos se han reunido para pasar el rato en un patio cercano a la iglesia de
Noycllcs-Godault (Paso de Calais). Llegan otros tres, de Dourgcs, un
pueblo vecino. «/Quien va?», pregunta uno de los primeros. «¿Que bus-
28 ibíd.. pags 2-1-1 24S ai-( S<- ii.i ni/jifi' Li tífiur.i'jli.i Je l.is i ilis
74 \. ,f, .. i t......... i ... i ■ 1 1 '■ •- • %
94 UNA HISTORIA di: la violi.ncia
io. Abad C ¡iirt'ijliure \u»i»¡aire de\ arci''!i'e\ aiUcricures ¡i /7X9. <ip cit ,
págs. 176. 180, 181, 187. 1%
[j.,r............................. ............. -..I .1.. 1.. ....... .1....... I .1 ...................... I..I a.........................................i
96 l'NA HISTORIA OL LA VIOLLSÍÍ.LA
,2. M.irlme Sepilen, «Avniisa p.in siblinp reidlion.s in p.iri ihle nihurn.incc Bniunj».en I kms Mediek
v D.imJ Sebean lihrs ), !ntcrt'\t ¡ihíI l.wotion Liwn <¡>¡ tht >>! knnl'in í
J.AS ! IIMAS ll’VI.NI l.l .S 1)1. I A VIO! l‘\( IA iSl<.I i )S X111 XVII' 97
y los pueblos, donde más a menudo pierden que ganan. 1.1 uso de la vio
lencia sanguinaria no respeta a ninguna categoría de la población. No
obstante, algunas salen mejor parados que otros, lo cual indica que son
duchos con las armas y están habituados al combate. Tal es el caso, lógi
camente, de los nobles. Pero los campesinos no se quedan atrás, especial
mente ios más ricos, calibeados de labradores, v los más pobres, los jorna
leros sin tierra. Las cifras indican que no sólo se enfrentan entre ellos y
que son más a menudo vencedores que vencidos cuando el rixal es un
ciudadano, un soldado, y hasta a veces un noble, listos últimos luchan
una vez de cada dos con un pechero, alzándose a menudo con la victoria.
Su brutalidad homicida se desencadena sobre todo en el siglo xv, cuando
supera el tercia de los casos, luego disminuye mucho y en el siglo xvn se
establece en un -I En esa época, los indultos ya no son sino para hidal
gos modestas, muchas veces soldados. Iodo indica que la aristocracia se
retira masivamente de la sociabilidad ordinaria para refugiarse en su al
tanería y transferir su violencia a la práctica del duelo codificado entre
iguales?1
Además de las mujeres, a las que los códigos de la época obligan a
mantenerse apartadas de la violencia y que con frecuencia tratan de
separar a los contendientes, arriesgando su vida incluso, otros grupos
masculinos proporcionan más perdedores que ganadores en caso de
confrontación. Salvo tal vez los hombres de Iglesia, no es por falta de ca
pacidad para usar la fuerza y las armas, sino porque están expuestos a
conflictos más numerosos en razón de su oficio: criados rurales, pastores
y vaqueros, taberneros y soldados unánimemente detestados. Porque el
riesgo está en todas partes y nadie se sustrae a él, sobre todo en Jos pue
blos donde la muerte, que es algo habitual, adoptad rostro de un ser bien
conocido.
El peligro se intensifica para el que abandona ¡a «edad pueril», hacia
los 14 años, cuando se manifiestan los signos de la pubertad. El análi
sis de los documentos permite recoger informaciones para los dos ter
cios de los acusados de homicidio. Entre dios, el 59 '/<> son «mozos» o
«hijos jóvenes» no establecidos, y el 41 % individuos casados. En las
raras menciones cifradas, relativas únicamente a un culpable por cada
catorce, predominan en un 60 7o las edades comprendidas entre los 17
y los 24 años, que son las que corresponden al estadio de Jos reinos de
juventud. Constatarnos una evolución cronológica. Durante la primera
mitad del siglo x\ I. la parte de los solteros es un poco interior a la de los
100 l'NA I HS'iX )K1A DI. LA VK íl.J.NCJA
I
hombres establecidos. La supera ligeramente durante la segunda mitad
del siglo, luego aumenta hasta un 70 % en el primer tercio del siglo xvn
y gana unos puntos más en el curso de las tres décadas siguientes. El fe
nómeno refleja sin duda la creciente benevolencia del príncipe hacia los
más jóvenes, pero también un aumento considerable de la violencia san
guinaria juvenil. La tolerancia del soberano se explica por un torbellino
de brutalidad que revela un malestar creciente entre los mozos de los
pueblos y un desequilibrio de los procedimientos tradicionales del paso
a la edad adulta. Porque las víctimas para las cuales se ofrecen precisio
nes —una de cada tres—- forman en sus tres cuartas partes en las filas de
los solteros durante todo el período, con unos máximos hasta de un
80% a partir de la segunda mitad del siglo xvi. La correlación aún es
más clara por el hecho de que ochocientas setenta y nueve cartas de in
dulto, más de la cuarta parte del Corpus, relatan combates mortales en
tre jóvenes casaderos. Dicha cifra se eleva hasta el 38 % de los casos re
gistrados en el curso del primer tercio del siglo xvn. Por comparación,
los homicidios entre vecinos son muy raros, veinticinco en total, y la
criminalidad familiar sigue siendo muy baja, con doscientos nueve ca
sos, entre ellos un solo parricidio relacionado con un accidente de caza,
veintidós fratricidios, siete uxoricidios y cuarenta y un homicidios de
cuñados. Aparecen así, al contrario, la robustez de las solidaridades v
su sacralidad a los ojos de las autoridades que conceden el perdón. Se
observa una cierta fragilidad en la alianza, pero hav que pensar que el
cuñado no establecido también puede ser un rival en materia de virili
dad. En cuanto a las tensiones en el mercado matrimonial, también in
crementan la animosidad entre jóvenes y adultos. Los combates entre
un soltero y un hombre casado no son nunca frecuentes en las fuentes.
Sin embargo, pasan de cuarenta y tres en el siglo xvi a ciento once entre
1601 y 1660, lo cual denota las frustraciones crecientes sufridas por los
varones jóvenes. La revancha buscada en público viene subrayada por
el hecho de que el enfrentamiento se salda con la victoria del joven en el
60 % de los casos.
La cultura juvenil de la violencia es una escenificación constante
mente reiterada de la virilidad. El actor trata de proclamar la suya ante
toda la comunidad. No sólo para encontrar un buen partido, sino tam
bién para valorizarse a los ojos de las muchachas v tener relaciones car
nales lucra del matrimonio, aunque la Iglesia las prohíba cada vez con
mayor severidad.
En la vecina Mandes, el control religioso en este terreno aumenta
.......í.i.» ' — ■ ■
las riiísfAs ílveniles de la violencia isiolo^ xíií xvíi 101
y 1770. En el siglo xvn, no impide, sin embargo, que una parce de los
mozos tenga un comportamiento sexual muy activo, que aumenta con la
edad y alcanza su punto máximo entre los 20 y los 29 años, cuando la tasa
délas concepciones prenupciales se eleva aun 12 %.M En otras palabras,
las relaciones físicas no son imposibles fuera del matrimonio. No obstan
te, resultan mucho más difíciles que en el siglo xix, cuando un 40% o
más de los flamencos de entre 15 y 19 años hacen gala de concepciones
prenupciales. Brillaren ese estrecho mercado es indispensable para lla
marla atención. Y para ello hay que hacer bien visible la potencia mas
culina a travos de símbolos fáciles de descodificar.
Los combates rituales de los mozos artesianos no pretenden eliminar
definitivamente a los competidores. Su función principal es tan sólo re
velar la superioridad del vencedor. Por eso tienen lugar en general con
arma blanca, sustituto del pene. Son raros los que, incluso entre las víc
timas, no llevan ostensiblemente esa prolongación del yo. En más de
cuatro de cada cinco casos conocidos, las navajas, dagas o espadas ocu
pan el primer lugar; en el 61 %, si consideramos el conjunto del período
estudiado. Vienen después las armas de asta —como el chuzo, la lanza o
la alabarda—, en un 9 % de los casos. Los bastones, con punta de hierro
o no, alcanzan la misma cifra, y las armas de fuego representan menos
del 6%. El resto está compuesto por un arsenal heteróclito, con nume
rosos objetos de ia vida cotidiana y varias decenas de arcos, cayados de
pastor, hachas o armas de guerra. El siglo XV! es incontestablemente el
siglo de las espadas, sobre rodo anchas y cortas, mencionadas seiscientas
treinta y una veces, así como de las dagas y los estoques, mientras que los
largos verduns de cuatro aristas o las finas y frágiles rapiéres son menos
corrientes. Las navajas son citadas doscientos treinta y dos veces, sin
gran precisión. Sin duda se parecen a menudo al cuchillo de hoja ancha
«para cortar el pan» que los campesinos pintados por Brueghcl llevan
colgado del cinto. La moda de la espada en todos los ambientes revela la
inseguridad de una época de guerra, pero también el orgullo que todos
relacionan con su posesión. Se vuelve menos frecuente de 1611 a 1661,
la época de las navajas, con trescientas setenta menciones frente a dos
cientas cincuenta y nueve para las espadas y ochenta para las dagas o
puñales. En realidad, no hay mucha diferencia entre la espada corta y
ancha manejada por todos los contemporáneos v el cuchillo largo, al cual
Felipe 11 ordena embotar la punta para hacerlo menos mortífero. La di-
102 l X \ ! [MORIA Di I A \ IO1 I X( IA
1 AS I li s I H VI XII I S DI I \ \ IO1 I \( 1 \ is|( ,1 os \ l II M II 103
ferencia estriba sobre todo en el mayor prestigio que supone portar un agente de policía de Tournai, cuenta que al hacer la ronda la tarde de un
arma bonita utilizada de tajo (es decir de arriba abajo) y no de punta, a 27 de agosto, probablemente de 1623 ó 1624, encontró a un individuo
diferencia de la rapiere. En el siglo xvii, las prohibiciones de llevarla en borracho al que le quiso quitar la espada. Ame la resistencia del sujeto,
época de paz y el hecho de que la nobleza la convierta en un signo distin desenvainó la suya «con la intención de golpear con ella el borde del
tivo, en el momento en que se aísla cada vez más del mundo popular, sombrero de dicho agresor, llamado lean Vanicquier, sólo fiara que re
contribuyen a hacerla menos frecuente. Su papel mortífero es casi des cuperase algo la memoria, fiero le dio en la frente y al estar herido lo tre
deñable de 1651 a 1660: tres ejemplos frente a setenta heridas por cuchi panaron, lo que le causó la muerte».'1 Los mozos que se pelean prefieren
llo, y cuarenta y una por arma de fuego. 1.a escasez de estas últimas antes en genera! golpear al adversario en el cráneo, no fiara enviarlo al cemen
de la década de 1631 -1640, marcada por el retorno de la guerra, se expli terio, pues entonces tendrían que exiliarse obligatoriamente fiara huir
ca por su costo y por unos edictos muy severos. En 1614, las pistolas de déla justicia, sino para «hacerle una» (herida) y jactarse luego de haber
menos de treinta y dos pulgadas, fáciles de esconder, son prohibidas so lo dominado.
pena de una multa muy considerable y destierro a perpetuidad. Además, La cabeza es para ellos el centro simbólico de la virilidad. lambién lo
quien dispare a otro, aunque no le acierte, con alguna «carga de pólvo es para los nobles, que combaten con cascos muy trabajados y empluma
ra», se expone a la pena capital. dos destinados a aterrorizar al adversario. Igual que el miembro viril, la
El objetivo exacto de los agresores queda aclarado por el estudio de cabeza, que expresa de clixersas maneras la potencia de su dueño, debe
las heridas causadas, posible en poco más de cuatro de cada cinco casos. permanecer oculta. Por eso estallan graves altercados cuando alguien
El golpe que resulta mortal afecta a la cabeza en casi el 46 % de los casos, tira del cabello v sobre todo de la barba a otro individuo, aunque sea
el cuerpo o el pecho en el 21 %, las extremidades o los muslos en el jugando. Un mozo de Saint-( )mer que quiere ocufiar el puesto principal
10 %, el bajo vientre o el vientre en el 8 ‘.X), y la espalda o los hombros en en un baile, el 26 de agosto de 1608. oye cómo le dicen «que para estar en
el 7 %. Estas localizaciones excluyen generalmente la voluntad expresa el centro hav que tener barba». Las autoridades eclesiásticas de la Con
de matar. Las que afectan a la cabeza incluyen heridas más peligrosas en trarreforma prohíben llevarla a los curas, fiara hacer más visible la conti
la garganta o el ojo, fiero en una proporción mínima respecto al cráneo. nencia que el Concilio de Trento exige a los religiosos. Además, el toca
En la cabeza, casi siempre cubierta con un sombrero o un gorro, en una do hace al hombre, como ya hemos visto a propósito del robo del cordón
sociedad en la que la decencia obliga a ocultar el cabello, las heridas casi del sombrero de un cirujano de Lille adornado con una medalla. Las
siempre son de tajo, tanto con el cuchillo como con la espada, con un setenta v nueve víctimas artesianas que murieron por haberle quitado el
arma de asta o con un bastón, (ion el cráneo partido, el herido raras tocado a otro personaje no lo desmentirían. Un signo de bravata consis
veces mucre allí mismo. A menudo mucre por la infección o las conse te también en llevar orgullosamcntc tiesa una pluma en el gorro como
cuencias de la lesión, a veces tras una temible trepanación quirúrgica símbolo de potencia viril y signo de desafío dirigido a los eventuales
que casi nunca lo salva. El plazo transcurrido entre el combate v el falle competidores. No hace falta recurrir a los textos fiara saber su significa
cimiento, conocido fiara un 87 % de los difuntos, así lo atestigua: si bien do. Se expresa claramente con ocasión de un intercambio verbal entro
el 9 % muere de inmediato y el 29 % en las horas o la noche siguiente, bromas v veras en Dickcbush. Elandcs. el domingo 31 ele mayo de 1615.
los demás sobreviven más tiempo, un 26 % entre una y tres semanas, un Un pastor le pregunté» a un mozo «si no tenía el miembro tieso». El otro
6% entre uno y tres meses, y catorce fortachones superan incluso ese le replica que éste sería el caso de un comhaleHr de dcdicace, o sea, de
filazo. alguien acostumbrado a buscar camorra en los di/ciiwe^. id primero in
La voluntad homicida no es la más 1 recuente. Los contendientes sa siste en tono de broma y le dice al segundo que para eso (.lobería «tener
ben perfectamente que tocar el vientre o el pecho con un arma de punta, una pluma en la cabeza tan alta como este tilo», señalando el árbol con
o un disparo tic arma de fuego, o golpear entre los hombros, cosa que un gesto. Llega entonces un tercero. /Xmcnazante. provoca al pastor di-
raras veces se menciona porque implica una traición inaceptable, tienen
consecuencias mucho más dramáticas une atilintar a la cabeza. Como
104 UNA HISTORIA DE l.A VIOLENCIA
ciendo que si ahora no tiene pluma, algunas veces sí la lleva. «Sí yo tuvie
ra una, tú no tendrías el valor de quitármela.» Y al decir estas palabras,
los dos llegan a las manos?6
Los jóvenes artesianos se encienden con facilidad y recorren las ca
lles con un arma blanca para desafiar a quien se les ponga por delante.
Como todos los varones europeos de esa época, hacen gala de su honor
masculino llevándolo orgullosamentc en la cara, en el sombrero o en la
hoja de su espada o su cuchillo. Pero los mozos tienen que demostrar
más que sus mayores, y por eso se exhiben más ostensiblemente para
proclamar su virilidad por todos los medios. Las innumerables refriegas
que esto provoca no ponen en peligro el tejido social. Al contrario: ha
cen visibles unos códigos de sociabilidad y de solidaridad normativos
que se les imponen tanto a ellos como a los adultos y a las muchachas
casaderas, a las que principalmente van dirigidas esas incesantes peleas
de gallos.
Semejante universo de violencia festiva no es, sin embargo, un fenó
meno aislado. Pese a ciertas resistencias, los nuevos valores impuestos
desde el exterior van erosionando las antiguas prácticas durante el si
glo xvn, La tolerancia hacia el tipo de homicidio ritual cometido por ios
jóvenes va perdiendo terreno a partir de los años 1630, lo mismo en
Artois que en otras muchas regiones del continente?' Fin Francia, un
movimiento de criminalizacíón idéntico, pero más precoz, conducido
por el Parlamento de París en la década de 1580, conlleva un número
creciente de penas de muerte por homicidio?* Parece que la tolerancia
del príncipe comenzó a reducirse bajo Francisco 1, o incluso antes. En
1525, mientras Carlos V otorga cincuenta y seis cartas de indulto a sus
súbditos artesianos, Francisco I, es decir, la Cancillería Real, pues el
príncipe está prisionero en España después de la batalla de Pavía, otor
ga doscientas dieciocho en todo un reino de entre dieciseis y dieciocho
millones de habitantes, esto es, cíen veces más que en el condado de
Artois. Las características de los casos son similares. Todos los grupos
sociales están implicados, con una mayor representación de los nobles,
los soldados y ios habitantes de París, sin duda entonces la ciudad más
importante de Europa, que proporciona diecinueve homicidas. Mascu
lina en un 99 %, la violencia sanguinaria afecta sobre todo a los varones
solteros. Como este dato figura o se puede deducir en el 52% de los
ib R Mudicmblcii, Lii l'u>leme att rrlkige. <>/> < tt . |>;ígs. 167 IS>
J7. Véase capítulo 2
iv o * • ' .....................
I.AS I 11 A l’A's H'Vi'.NII.l.S DI ¡.A VIOLI.NCiA iSKü.OS XIII XVII 105
39. Delphine Brihat. «Ial crinunalitú pardonnéc dans le ressort du Parlemcnt de París en 1525». tesis
de licenciatura dirigida por Robert Muchemblcd. l.’nivcrsité París N'ord, 1999, en particular p,igs.40-43,
61, 142.249.262.282,290.
40 Isabcllv Parcsss, zlnx \ Hílente. >¡i\/ne el i»tele P’ttinl/e } ’,
106 ( X \ IIMORJA ni I.A \ IOÍ.I IA
4
La paz urbana a finales
de la Edad Media
tradicional e innovadora, esencial, sin ser del todo la capital hasta la lle
r 1 A l’A/ l'RBAN \ \ 1 I.Xtl IV Di I.A l’.DAD MI Di V
gada ele los Borbones. ha podido hacer creer a algunos historiadores lo contrario, porque las fuen
El universo urbano más dinámico es el de las relaciones económicas. tes jurídicas son escasas y lacónicas [rara las zonas rurales, salvo Jas carras
No escapa a las Inertes influencias de la sociedad que lo rodea. También de indulto, y en cambio son abundantes para las ciudades, lo que da la
conoce una gran violencia sanguinaria. En Italia, como en Mandes, co impresión de que en ellas ia brutalidad asesina está desatada? Además,
rre mucha sangre por las calles de las ciudades. Espadas y cuchillos la situación depende mucho de las fechas de observación y del cipo de
cortan sin cesar el hilo de las vidas, celebres u oscuras, incluso dentro documentos utilizados. Los archivos represivos que llevan los conseje
de las iglesias, donde un duque de Milán es asesinado y donde Lorenzo de ros municipales, que dirigen el Ayuntamiento y juzgan a sus conciuda
Mediéis el Magnífico está a punto de serlo. Sin embargo, sopla un aire danos, sólo dan cuenta de una pequeña parte del fenómeno. Se refie
nuevo sobre ese mundo. La concordia es allí más necesaria. No simple ren únicamente a los individuos más peligrosos para la paz local. Muchos
mente por razones morales, sino sobre todo para que la ciudad sea otros asuntos aparecen en las actas fiscales, en particular en las listas
atractiva y rica, y pueda ofrecer seguridad a los que en ella trabajan y a de multas, más próximas a la realidad, porque representan la forma de
los que a ella acuden por negocios. La plaza pública y la taberna, que castigo urbano más corriente, seguida de la peregrinación judicial.2 Un
por definición son lugares de intercambio, no pueden continuar siendo tercer conjunto, difícil de evaluar, se nos escapa muchas veces porque
es[)acíos de enfrentamientos rituales como lo son en el campo sin arrui tiene que ver con formas privadas de detener el mecanismo de la ven
nar la reputación de la urbe. El mantenimiento clel orden representa ganza, el fourjitremení, el asseurement y la «tregua», o de compensar el
una prioridad absoluta. Sobre todo porque hay que acoger a muchos perjuicio causado mediante acuerdos de paz. Estos dispositivos son
forasteros, comerciantes, pero también mano de obra, y existen reflejos vigilados por representantes oficiales del municipio, los «apaciguado
xenófobos más pode rosos aún que en los pueblos, cuando los interesa res» o «pacificadores», mencionados con frecuencia en los Países Ba
dos ocupan el puesto o el trabajo de los autóctonos, o cuando se casan jos. Pueden ser el resultado de convenios libremente negociados entre
} se establecen. Las ciudades, que son verdaderas «repúblicas» admi las partes o pueden ser obligatorios, como las treguas judiciales im
nistradas por sus patricios, aunque estén bajo la tutela de un príncipe, puestas por un tribunal legal; también pueden ser el resultado del four-
conocen su edad de oro hasta la década de 1 520, antes de que empiecen jurement exigido por ciertos Ayuntamientos cuando el culpable ha hui
a imponerse las exigencias de unos Estados centrales fuertes, dentro de do. En los dos últimos ejemplos, los padres del homicida reniegan de
un contexto enturbiado por los desafíos lanzados por los reformadores él, escapando así a la venganza del linaje adverso, mientras que el a\-
religiosos. Durante \arias generaciones, las ciudades inventan una for seurement es una promesa de los familiares de la víctima de no actuar
ma específica de apaciguar las costumbres de sus habitantes y hacen contra los del asesino. La tregua interrumpe momentáneamente las
retroceder de forma espectacular la violencia, utilizando unas técnicas hostilidades para permitir buscar un acuerdo definitivo, el cual puede
muy distintas de los llamativos suplicios empleados más tarde por los registrarse como un contrato privado ante los consejeros municipales o
reyes absolutos. Su acción se desarrolla simultáneamente en tres fren ante un notario? La paz entre las partes y el acuerdo financiero tam
tes: prohibir para limitar las ocasiones de peleas; organizar v encauzar a bién existen en los pueblos, pero de forma mucho menos coordinada y
los cuerpos de la población, sobre todo la turbulenta juventud masculi organizada. Las ciudades amortiguan la violencia frenando los cncade-
na, y castigar de forma sistemática, pero con multas, y muv poco con
1. R. Mucliuinbled. Le Lew}>' des nipphcei, <>p <it , pags. 27 11
castigos físicos.
2 Gcrjrd JugruM. «Les peluniiagcs cxpiatoires el iiiilioairis au Mi a en Ap.». / atih Ja K.epre'em» el
le Pardo». Al las del 107 " <’.onitreso Nacional de las «S<k leles S,i\ jtitis». Prest, 10X2. sei < ion de iilolo«i.i \
de historia hasta 1610. t. I. París. C l'HS. I OKA. paps. -II t-426 Véase laminen Xavier Rousseau «La re
< Jl'DAIil’S p,.\( H K.aIXJRAS pression de l'honncide en líurope occideniale iNíoveu Age ct Icinps Modeniesl». op <¡t . p.íps. 1 >2-1J 5
3. Charles Peni DutailIis. Doi.H>»e»r> uouieaux sur les mirtos poptdatres el le droit de ¡■e»'¿ea»ee da>i\
¿es País-lias au \r sísele.op u/,pags,54 59, (.laude (<ain ard,/A ■'¿rat e espei tal. op u/, l 11. jnix- 779:
La ciudad no incita al crimen. Al contrario, intenta pulir constante- Nit-oD ( :<virhi.‘r ( Vri de líame et rites ,1 imite J a rudetue daos l¡ 1 Iflít i \Jlt I VC< le. ítHnlwUl. Bre
112 I 'XA HIS [()R[A DI. ¡ A VK
del peligro que representan y del beneficio que pueden aportar. Las or
denanzas de Arrás, una ciudad importante de doce mil habitantes, pro
F 1 \ l’\/ l KHAN \ A 1 IXAI l.s DI. I \ I ])\D MI DI \
temores de los ciudadanos. La banda de los Goquillards de Dijon, de la como vagabundos, brujas, falsificadores de moneda, traidores en pro
que formó parte Frangois Villon, es tal vez una de las pocas excepciones vecho del enemigo...*'
de este tipo de organización, a menos que se trate de uno de los grupos La escasez de las sentencias capitales dictadas por los tribunales ur
juveniles turbulentos descritos más adelante. El bandidaje organizado banos no es por lo tanto una señal de debilidad. La ciudad de finales de
no puede desarrollarse realmente más que en el campo y los caminos. la Edad Media, al menos la que prospera siguiendo el modelo italiano
A finales del siglo xv y en las primeras décadas del siglo xvi, se convier yborgoñón, no necesita el espectáculo de los suplicios para obtener la
te en el objetivo principal de una represión brutal a manos de una nueva tranquilidad. Le basta con impedir que los individuos formen minorías
policía montada militar, creada en los Países Bajos por ('arlos el Teme peligrosas controlándolos de cerca, no sólo con ordenanzas reiteradas,
rario, y luego en Francia en 1 520 por Francisco I: la marécbauviée. Al sino más aún a través de las densas redes de sociabilidad ordinarias. Los
principio, los prebostes de los mariscales sólo se encargaban de perse gremios y las distintas corporaciones vigilan a sus miembros y resultan
guir a los soldados desertores, pero pronto sus competencias se amplían impermeables para todos los que no aceptan acoger en su seno. La ciu
a todos los delitos v robos perpetrados en los caminos reales por aque dad es, por tanto, un mundo hostil tanto para los forasteros como para
llos que no tienen domicilio fijo. La aparición de esa fuerza punitiva todos los que no asuman los valores normativos de su grupo de referen
principesca muestra una crisis del modelo urbano de concordia, corno cia. Las mismas prostitutas constituyen una corporación bien reglamen
consecuencia de un gran crecimiento demográfico que culmina hacia tada, dirigida por el rey de los rihaiids, que también es el encargado de
1 520. Entonces llaman a las puertas de las ciudades oleadas de gente sin controlar las mesas en las que se juega dinero y todo el universo de la
hogar y de campesinos desarraigados sin esperanza. Las ciudades re noche. Un contrato explícito liga a ese irritante conjunto con el munici
chazan tanto a los forasteros, pues no están dispuestas a asimilarlos, pio, que acepta su presencia y saca de él importantes ingresos, a la vez
como a los autóctonos desterrados por diversos tipos de delitos; eso que limita desórdenes y excesos. Documentada ya en 1423 en Arrás, la
lanza a ios caminos verdaderas hordas de «gentes sin oficio ni benefi creación de una marca específica está destinada a distinguir a las «muje
cio» que buscan una oportunidad de pueblo en pueblo, estableciéndo res de vida alegre que prestan amor al por menor» de las vecinas honra
se provisionalmente extramuros cuando los dejan. Ese universo margi das y decentes de la ciudad. También sirve para diferenciarlas de las que
nal peligroso es la presa de caza de la maréchdussée. Entre 1500 y 1 513, venden sus encantos a hurtadillas y de las curalicrcs o concubinas man
el preboste encargado del condado de Artois condena a 106 personas tenidas. Bajo pena de multa, la mitad de la cual es para la policía y la otra
a muerte, 30 a multas y 54 a otras penas. De 1518 a 1527, cuando la mitad para el rey de los rihíitids\ deben llevar «en el brazo izquierdo,
marginalidad se convierte en un enorme problema social en toda Euro entre el hombro y el costado, un cuadrado de tela roja de dos dedos y
pa, ordena 222 ejecuciones, además de 42 multas v 21 sanciones diver medio de lado, más o menos, cosido al vestido», o el mismo cuadrado en
sas. En comparación. Arrás sólo aplica la sentencia capital una vez al blanco si llevan un vestido rojo, (arando se ponen un abrigo, deben co
año, de media, entre 1528 y 1549, único período bien documentado. La serla tira de tela en diagonal para que sea bien visible. En Lille, en 1430,
gobernanza de Arrás, tribunal real encargado sobre todo de los campos un «bando de las damas locas» recuerda la obligación de llevar un distin
aledaños, también decreta una cada año. Durante el mismo período, tivo. Pero la gestión de la prostitución empieza a cambiar de sentido a
el príncipe concede el indulto a dos homicidas para todo el conjunto del finales del siglo XV, cuando se extiende el «mal de Ñapóles», es decir, la
condado. Los prebostes de los maríscales están obviamente encargados sífilis. En 1492, en Arrás, se insta a los propietarios de los baños del So-
de sanear los espacios indefinidos y no habitados donde se refugian los leil, del Paon, del Gauguier y de L’lmage Saint-Michel a reservar en ade
numerosísimos excluidos de la paz urbana. En Artois, sus capturas, lante esos lugares para otros usos y. si aceptan huéspedes, a alojarlos «sin
¿dentificables en un tercio de los casos, se dividen en cuatro grupos regentar burdel»; disponen de quince días para hacerlo, de lo contrario
equivalentes: culpables de homicidio, a menudo de mala reputación v se les impondrá una multa exorbitante de cien libras. El Paon y el Solcil
autores asimismo de otros delitos complementarios; bandidos con al siguen no obstante siendo baños en 1504, y los propietarios del burdel
gún que otro muerto en la conciencia; ladrones que aparentemente no
118 (XA HlhTí >RIA DI. I.A V[( )1.[,X( IA
rrados por haber violado la ley, pues la ciudad no admite a los individuos
sus actividades durante quince días por «haber admitido a mozos con peligrosos. Al contrario, su existencia se basa en el rechazo sistemático
mujeres el día de Viernes Santo durante el oficio divino». Además, dos de los que no comparten sus valores, aunque sea por falta de medios
prostitutas son desterradas por un año y los dos jóvenes clientes hallados materiales. No se muestra acogedora para los campesinos deseosos de
con ellas son azotados, aunque no en publico.1" refugiarse dentro de sus murallas en tiempos de guerra. Ni para los ani
La ciudad, que es una máquina para producir consenso social, digie males que amenazan la seguridad de las personas. En Arrás, un «mata
re las conductas desviadas de sus miembros estigmatizándolos con un perros» municipal, retribuido por cada animal que caza, es el encargado
sello de infamia que los hace más visibles y permite controlarlos mejor. Es de eliminar los cánidos errantes, incluidos aquellos que sus propietarios
el caso de las mujeres de vida alegre, muchas veces venidas de fuera, que dejan sueltos por la noche. Ya hemos visto que los cerdos pueden ser
son necesarias para la salud colectiva y que generan un maná económico proscritos en caso de epidemia. Lucra de las murallas, la periferia inme
importante. Los vagabundos masculinos no son tan bien tratados. Si bien diata es un universo muy poblado, terreno abonado para los excluidos,
una ordenanza de 1459 de Felipe el Bueno relativa a la mendicidad no se los desterrados, los bandidos que espían a los viajeros, los traficantes de
aplica, sobre todo en Bruselas y en Amberes, inaugura sin embargo un todo pelaje, los proxenetas y las prostitutas.
aumento de la severidad previendo enviar a los inactivos a la cárcel, a La diferencia más importante con el universo situado al otro lado de
galeras o desterrarlos, tras cortarles el pulgar o la oreja. Las ciudades se las puertas reside en la cultura. La han licué, es decir, el espacio exterior
contentan a menudo con expulsarlos sin contemplaciones, desorejándo donde se ejerce el poder urbano, está lejos de constituir una zona donde
los a veces por robo, lo cual permite detectar a los rcincidcntes. El clima no impera la ley. Es refugio de los inasimilables, pero tiene una función
cambia brutalmente hacia 1510-1520, pues el aumento del número de de absceso de fijación, con el permiso expreso de las autoridades que
mendigos, venidos de un mundo rural demasiado densamente poblado, vigilan de cerca lo que allí ocurre y hasta mandan derruir las casas pro
se vuelve muy preocupante. Las autoridades reaccionan distinguiendo a visionales levantadas en caso de amenaza enemiga inminente, para des
los pobres que tienen domicilio y llevan un distintivo que los autoriza pejar lo que entonces se convierte en un perímetro de seguridad. Tan
a pedir limosna, de los otros, rechazados en masa, por ejemplo en Mons sólo puede existir allí una especie de corte de los milagros, pero muy
o en Ypres en 1525, y en Lille en 1527. La ayuda del Estado se hace in vigilada y tratada sin contemplaciones en cuanto surge el menor proble
dispensable frente a las hordas de miserables que provocan disturbios en ma. Bebida, sexo y violencia son sus características esenciales, mientras
las ciudades. En 1531, un edicto de Garlos V prohíbe la mendicidad y la que intramuros debe reinar una urbanidad más civilizada, lodos los ciu
residencia a los extranjeros inactivos. Sólo los «buenos pobres» del lu dadanos son invitados a demostrar con sus palabras, gestos y comporta
gar, escogidos por las autoridades, tienen derecho, a condición de no mientos que pertenecen a un mundo privilegiado y pacífico. El aire de la
frecuentar las tabernas, a las ayudas abonadas por una «bolsa común» ciudad hace a la gente apacible. O al menos la obliga a dominar sus pul
creada en todas partes según un modelo uniforme.11 siones y sus deseos para evitar ser relegada al otro lado de las murallas,
El equilibrio urbano tiene un precio: la exclusión masiva de todos los con aquellos que no saben o no quieren imponerse ese autocontrol ni
que no tienen oficio ni domicilio. Son muchos los que quieren estable exhibir sus signos.
cerse en las ciudades, en particular los mozos desarraigados, expulsados La «civilización de las costumbres» no nació únicamente en las cor
del campo por la presión demográfica, pero pocos son autorizados a tes italianas del Renacimiento. También procede de una exigencia cre
entraren las redes locales de solidaridad para compartir la paz colectiva. ciente de urbanidad, en otras palabras, de una voluntad de hacer más
flexibles los mecanismos de las relaciones sociales en los universos urba
ID. Archivos mutiicipales de Arr.is, BB ’S. 1. 10Ir. I Hr. B6v. BB O), 1 Jr. 24v. 25r nos poderosos y prósperos del norte de Italia y del noroeste del conti
I i BionisLiw Geieinck. «Crinimalili-. cagabomlagc. (Miipvn.sinv la marginuille a l’aulx- des Tenips nente. La celebre tesis de Norbcrt Elias, que liga el proceso al abandono
Moderno». !< rfne >noder>u <7 n/yonum . ti'' 21. 1D7-I. jxig.s 53, 5/5. ídem. rranmUti
--------- ¡.... fi.............. ............. i_____ t/./iíii o.......................... /il.......J/h.li; ...,i n>wi r........ u. i .
de la violencia individual como contrapartida a cambio de una mejor
120 UNA HISTORIA DU LA VIOl.l-.Ní.JA
LA PVZ URBANA A TINALl'.S DI' UA I-.DAD MLDIA 121
la violencia legal, desconoce la existencia anterior de un fenómeno com hombre de guerra». Recuerda que «todo lo que gusta a los tontos no
parable aparecido en las «repúblicas urbanas» del siglo xv?2 Tal es et necesariamente es correcto». No descubras las partes del cuerpo que el
caso de los Países Bajos borgoñones. Durante la edad de oro de las ciu pudor natural obliga a ocultar, aunque no haya ningún testigo. Recuerda
dades, hasta 1520, la construcción de una cultura de la pacificación pasa que lo más agradable en un niño es «el pudor, compañero y guardián de
por la definición de un nuevo tipo de personalidad, que refrena su bru las buenas costumbres». No camines ni demasiado despacio ni demasia
talidad, prefiere el pacto a la venganza sanguinaria y demuestra su nor
do deprisa y evita los gestos destinados a destacar la virilidad, así como
malidad en todos los campos. Partidario de la economía de las pasiones
«el balanceo, pues no hay nada tan desagradable como esa especie de
y del justo medio, ese nuevo ciudadano se inspira probablemente en la
claudicación. Dejemos eso para los soldados suizos y los que están muy
vieja tradición monástica occidental de ascetismo v continencia, adapta
orgullosos de llevar plumas en el sombrero».14
da a un mundo de intercambios y de expansión, donde el monje cede
Las buenas maneras, cuya utilidad principal es desactivar la agresivi
parte del terreno a una moral del éxito. No es en absoluto casual que
dad , nacieron en suelo urbano, mucho antes de la época en que las sitúa
muchas ciudades septentrionales, Amberes en particular, tengan luego,
Elias. Ya se desarrollan con fuerza en las ciudades italianas del siglo xm.
en el siglo XVl, fuertes tentaciones calvinistas. Las fuerzas vivas que las
También las descubrimos en la obra pedagógica de Hugo de Saint-Vic-
animan reconocen en el calvinismo unas formas culturales v una ética
tor, el canónigo agustino muerto en 1141. Pero Erasmo, que lo ha leído,
favorable al capitalismo comercial muy afines a sus preocupaciones.1'
refleja menos una inspiración en los santos destinada a formar a un mon
El gran humanista Erasmo, partidario de una fe más despojada, sin
je que un método para vivir en grupo dentro del espacio superpoblado y
atreverse a dar el paso de la ruptura con el catolicismo, proporciona en
potencialmcntc peligroso de las ciudades septentrionales. Si insiste tan
1530 el breviario de los urbanitas educados, De la urbanidad en las ma
to en la noción de justo medio es para incitar al lector a la introspección
neras de los niños. Esta obrita escrita en latín y demasiadas veces presen
y al autocontrol.15 Vigilar la forma de hablar, de vestir y de moverse en el
tada como un puro manual aristocrático, destinado a educar a un joven
escenario móvil del teatro de la vida cotidiana es una necesidad para
príncipe de Borgoña, encuentra su inspiración a la vez en el modelo mo
evitarlos conflictos inútiles y ahorrar tiempo, sangre y dinero, Y también
nástico y en la observación de las metrópolis septentrionales, bien cono
esperma, pues el éxito implica no derrochar los fluidos vitales ni los bie
cidas por el autor, nacido en Roterdam, en una de las regiones más urba nes materiales. El espíritu del ahorro, acicate del capitalismo naciente,
nizadas y dinámicas de Europa, Las reglas de la urbanidad y del pudor también induce a un control más riguroso de los excesos sexuales.16
que Erasmo enuncia se oponen a las de los campesinos, pero también La feroz represión de los placeres de la carne, decidida por muchos
a las de los nobles, muchas veces animados por el sentido del honor y monarcas del siglo xvi, empezó mucho antes en algunas ciudades. Bru
de la venganza, incluso en la corte de Borgoña, que sin embargo es jas, próspera y poderosa, persigue sin piedad el «pecado nefando» de
una de las más refinadas de la época. En nombre de la «naturaleza» y de Ja sodomía desde finales del siglo xiv. De 1385 a 1515, según los registros
«razón», el autor aconseja al niño la templanza en todas las cosas, la mo de los oficiales del condado, son quemados noventa individuos por ese
deración en el comer, en el trabajo v más aún en las actitudes físicas. No delito, tres son condenados a multas y otros nueve a penas corporales.
pretende en absoluto formar a un guerrero sino a un ser experto en los Según fuentes complementarias, que no coinciden con las primeras y no
códigos de las relaciones humanas, a un ciudadano, en el sentido latino existen hasta finales del siglo xv, las confesiones y condenas registradas
del término, es decir, a un habitante de la ciudad pulido por el mundo en por la corporación municipal sitúan la acusación en segunda posición
que se mueve. No cruces los brazos, dice, porque es propio de perezosos con un 15 % de los casos, detrás del robo (46%), pero por delante del
«o de alguien desafiante». De pie o sentado, evita poner una mano sobre
la otra, una actitud que algunos creen que es elegante, pero «que huele a12 *
14. lírasrno de Roterdam. /.<; (iviluc p/terde, presentado por PJnhppL- Anes, París Ramsav, 1977.
capítulo 1
15. Daniel;! Roina^noli (Hit l, hi Vdle et ¿j ( <>t<r l)e\ bor///e\ et de\ r/M/itere', París, Fayard,
12 N Llhis. I.<i (trih\aiton de\ <>p a! . ídem. /.a D\nt¡wu/;ie de ÍOiaden!. París, (’.ilrnaim
1995, especialmente «La con Huiste dans la \ i lie», págs 5S 59,74 75
Lévv, 197 5, ídem, bonete de (jn<r, ri/t <¡t
122 l'XA HISTORIA Di. I. \ VI( )|.f X( JA
Arles, todas las ciudades del sureste de Francia poseen una y a veces dos
123
En 1454, el duque de Bordona confirma los privilegios de la Mere terior al momento en que el poder consolidado de los príncipes y de las
Eolio de Dijon. La jocosa compañía acoge más tarde a quinientas per Iglesias se hace con el control del destino colectivo. Durante esa especie
sonas de toda condición, entre ellas al príncipe de Con dé, recibido en de paréntesis, entre 1450 y 1520,1a seguridad es esencialmente un asun
1626, y al obispo de Langres, en una fecha desconocida. Hasta su aboli to local y la adolescencia se convierte en una de las principales preocu
ción por un real decreto de 1630, la actividad de la Mere Eolio o Gaillar- paciones de los ediles. Convertir la fuerza explosiva de los mozos albo
don alcanza el paroxismo en el momento del carnaval, con desfiles de rotadores en actividad coordinada por adultos para demostrar, gracias a
carros y de personajes vestidos de viticultores. Aunque a la Iglesia no le ella, el poderío de la ciudad sirvió para limitar el número de homicidios
gustan, hay estructuras del mismo tipo que celebran las fiestas de los y de peleas brutales sustituyéndolos por actividades y espectáculos que
locos en las iglesias entre Navidad y la Epifanía o que actúan en otros propiciaban el contento de sus habitantes. Las ciudades de los Países
momentos de regocijo colectivo, dirigidas por el «príncipe del amor» en Bajos borgoñones supieron practicar a la perfección ese arte de federar
Lille, el abad de los Conards en Rúan o la veintena de abades jocosos de las energías a través de la fiesta, organizando competiciones lúdicas bri
Lyon, la mayor aglomeración francesa después de París. Dominados por llantes y espectaculares con sus homologas ele toda la región.
los adultos, encauzados por grupos profesionales y solidaridades de ve En 1437, en Arras, el abad de Liessc y varios compañeros estudiantes
cindad, estos conjuntos tienen la misión esencial de preservar la concor de retórica reciben dinero para cubrir los gastos de la recepción hecha
dia y el orden en la ciudad, tanto en Lyon como en Turín o Ruán. La «con gran pompa y reverencia al abad de Escache Proht de Cambrai».
fiesta a veces termina mal. No es raro que los cofrades ejerzan la crítica En 1455 la entrada solemne del duque de Borgoña ofrece la ocasión de
de las autoridades o de los poderosos. La farsa de la ña soche parisina en representar la historia de Gcdcón «por signos y otras jocosidades». Las
1516, por ejemplo, se burla del joven rev mostrando que la Mere Sotte cofradías satíricas que perciben entonces una ay tul a económica son las
(la Madre Loca) reina en la corte." Y la alegría se torna agresividad co del abad de Liessc, la principal del lugar, la del abad de Bon Vouloir,
lectiva cuando las circunstancias se prestan. El carnaval degenera en mo la del rey des Lours, la de los cofrades de Saint-Jacqucs, la clel príncipe
tín sangriento en Udiñe en 1511, en Berna en 1513, en Romans en 1580, deGlay, la clel rey de Loqucbcaux, la del príncipe de la Tcstée y la de los
y en Londres, donde el martes de Carnaval termina 24 veces con lina jóvenes de la iglesia de Saint-Gérv.
revuelta durante la primera mitad clel siglo XVII. Ln Dijon, en 1630, la El 5 de febrero de 1494, el espectáculo se anuncia más fastuoso aún.
mascarada da lugar a una protesta contra los impuestos, que sirve de Un mes antes, se ha instado a los forasteros que piensan acudir a las fies
pretexto para suprimir la compañía de la Mere bolle que ha participado tas del domingo de Carnaval a dejar las armas y armaduras en las casas
en el movimiento.21 donde se alojen. Se esperan asociaciones festivas forasteras que deben ser
Antes de esclerosarse rápidamente a partir de mediados del siglo X, recibidas con gran pompa según un ceremonial preciso, bajo pena arbi
las abadías jocosas acompañan los triunfos urbanos. Atestiguan una gran traria en caso de transgresión. Las compañías dirigidas por la cofradía del
capacidad de adaptación a coyunturas económicas y sociales muy varia abad de Liessc, la del príncipe de Bon Vouloir y la del de Saint-Jacques,
das, mediante la digestiém de los elementos que podrían perjudicar el formadas detrás de sus jefes, saldrán al encuentro ele las de Cambrai,
consenso necesario. Se desarrollan justo después de una fase de gran Douai, Saint-Pol, la villa episcopal tic Arrás (distinta de la ciudad), Bé-
tensión, a principios del siglo xiv, cuantío parecía imposible poner coto thunc y Lille. Aire-sur-la-Lys, una pequeña localidad riel este del con
a la violencia tic las pequeñas pandillas de mozos. Su edad de oro es an- dado, organiza el 4 de febrero de 1494 unas justas navales con sus vecinos
de Thérouanne, que envían a las cofradías del rey des Grises Barbes, del
abad dc jcuncssc y al legado de Outrc l’Lau «a retozar» con los del abad
I ,.i < s un m'iHTu ic;il r.il proJm to Jrl tok Imv popíti.u \ ik- origen mixln \ ,il. I ’.n mis nbr.is, ge
de Liessc v del príncipe de Jcuncsse de Aire, los cuales a su vez han reci
Dei'tiliiienlc se p.nodi.in esieit.is Je Jim ios Jomk’ l.i M.iJrc I.oc.i <> Alen Soné roinoGilij ,i grinn <i los
dein.is luios, v iiinios si ipiciabjii <le k>s males Je su iientjso < \ de la t > bido una semana antes a los del rey de Eortunc tic Blaringhem.
21 Maullé Zcnioii Da\is. !.<\ ( tdtnre\ d>t penph. e/f . especialmente «1.a regle :i l'envers». pags En 15 3 3, un documento precisa que el abad de Liessc de Arrás sirve
i 54-209 Véanse también lean Bapii.src l.uioiie Jtt 1 illio!. A/cwo/rri potir \erl'ir a Chiaorre de la lé/e de\ para «mantener las anticuas v buenas amistades de las ciudades cercanas
I aiis.inJ i (.ineliri 175 1 <-,n...... I,.M-,.-.• I . SI...- I .11 I Ir ...... *■' ’
!' 126 l 'XA 1HMOKÍA
l'XA 1HMOKÍA DI I. AA VK
DI I. >i II \(
VH >i X( 1,\
1A
los gastos de los desplazamientos a Douai y a Cambrai, pues el municipio privilegios. La alianza que se forja así entre la monarquía moderna de los
se contenta con sufragar los de la cena de gala del lunes de Carnaval. En grandes duques de Occidente y las florecientes ciudades procura a estas
1534 la llegada a misa ese mismo lunes de Carnaval está cuidadosamente últimas una independencia concreta bajo el control lejano del poder
reglamentada para evitar rifirrafes y discusiones. La procesión jocosa central. Este sistema cívico original alcanza su apogeo hacia 1490-1510,
pone el mundo del revés: entran primero los dignatarios considerados aprovechando el espacio político abierto por el largo y confuso inte
como los menos importantes, el preboste de los (.oquins de (.umbral y el rregno que se abre con la muerte de Ciarlos el Temerario, antes del ad
de Arrás juntos. Van seguidos, alternativamente, por forasteros y natura venimiento de Ciarlos I de España en 1516. Existe una verdadera con
les de Arrás, según un minucioso protocolo. Cambrai envía seis repre federación urbana gracias a la fiesta que irriga la economía local. Los
sentantes, entre los cuales el principal, el abad d’Escache Profit, ocupa la contemporáneos son perfectamente conscientes de ello, como revelan
penúltima posición, antes del maestro de ceremonias, el prestigioso abad explícitamente las cuentas de los plateros de Lille, poderosa metrópolis
de Liesse de Arrás, que es el último en entrar en la iglesia; Douai tiene pañera de cuarenta mil habitantes. En 1547, abonan una cantidad im
dos, entre ellos el capitán Pignon, que figura justo antes de los dos ante portante al príncipe d'Amour, «considerando que la fiesta había resulta
riores; y la ciudad episcopal, uno, el príncipe de Franche Volonté, que do hermosa, honorable v bien dirigida, que había hecho honor a la ciu
precede a Aviñón y va detrás del delegado de 1 iénin-Liétard. Los vecinos dad y que, a causa de la cantidad de gente que había acudido a ella,
de Arrás, por su parte, están representados, en orden creciente de pres tanto de las ciudades vecinas como de otras, la ciudad había obtenido
tigio, por el príncipe del Bas d’Argent, el almirante Malleduchon, el al gran provecho en ingresos v en impuestos sobre vinos, cervezas y otras
calde de los Hideux y el príncipe de Jeunesse, el príncipe de Bou- bebidas, y asimismo de los habitantes y vecinos de dicha ciudad».2'
chers, el de Saint-Jacqucs, el de Honneur—delegado por los pañeros—, Las fiestas engrasan la economía local. Los ediles lo saben y por eso
el rey de Lours y el abad de Liesse. (ionio consecuencia de una disputa abonan primas en dinero o en especies y premios prestigiosos a los vence
por la preeminencia, se constata una defección, la del príncipe d’Amour dores de muchos concursos que se organizan para atraer a muchedum
de Tournai, que quería ocupar el lugar del capitán Pignon de Douai, bres de consumidores llegados a veces de muy lejos. En esta ocasión, los
cuando los ediles le habían asignado una posición inferior.22 jóvenes turbulentos son invitados a desahogarse cuanto quieran, comien
La cohesión urbana es algo más que un concepto teórico en los Países do, bebiendo, participando en juegos de tuerza o de habilidad, en un
Bajos del siglo XV. (.ada entidad la desarrolla de manera sistemática para ambiente de alegría, bajo el control discreto pero firme de sus príncipes y
transformarla en un reflejo condicionado entre sus habitantes. La red de abades jocosos, que luego reciben recompensas o reprimendas por parte
sociabilidad es tan densa que impide que los forasteros indeseables, pe de los ediles. La religión y la moral no están ausentes. Pero la gente se
ligrosos o violentos se hagan con un lugar bajo el sol. La vieja xenofobia toma sus libertades con ellas, antes ríe la pequeña «era glacial» en los
que asegura la cohesión de las parroquias rurales funciona aquí de forma comportamientos festivos introducida por las autoridades superiores a
exacerbada. Sin embargo, el rechazo excesivo de las gentes del exterior partir de mediados del siglo Wi. Los misterios representados a la puerta
podría empobrecer a la colectividad en rodos los terrenos. Las ciudades délas iglesias, o hasta en el Calvario, adoptan a menudo un tono burles
septentrionales del ducado de Borgoña segregan un poderoso antídoto co, siguiendo el modelo de las fiestas de los locos y de los Inocentes y del
multiplicando las oportunidades de intercambios económicos a través largo carnaval endiablado, (ion ocasión de las procesiones de Lille, en
del mercado o la feria, pero también mediante la fiesta. Mientras en la 1563, los gremios representan la vida de Cristo, Su circuncisión es esce
misma época las ciudades italianas se agotan mutuamente con incesantes nificada por los toneleros, el milagro de los panes y los peces por los
22 ArUiiwMniiiiii.ip.ik-stk Arnb,. licli.iO >n<.Mv>n v w 23 Vjlcric «I es k'tcs j I lile .ih V I si< Ju». tests de liet nain.ir.i ójrj^ida ¡ioi Kelu ri MikIicih-
copi.ts <k' din limemos tk-s.ip.inx idos p.ir;i I í ’’ H’-li i lili X, | )44í. JJ5i 5 ¡k-,1.. no o <■’ ■ Li i ■ ' .............................
128 UNA HISTORIA DE l.A VIOLENCIA
bataneros, y luego el que hace el papel de Cristo es azotado por los orfe
bres. Después, los caldereros interpretan la escena de la concubina de
Darío quitándole la corona, y la bofetada que ésta le propina. Llevado
r I A 1’ \/. I RUANA \ 1 LX. \J 1 S I>1 L \ I DAD XII DI \
con ocasión de sus propias fiestas, por ejemplo la de los sots de lournai
en 1509 o en 1510. Los cortejos son suntuosos. El príncipe de la Estrille
de Lille, por ejemplo, parte para Valencicnnes con cuarenta y una perso
129
ante Anas, Cristo es abofeteado una vez más, ahora por los tundidores.
nas, entre ellas diecisiete cofrades, trompetas, heraldos y pajes, todos
Finalmente, los traperos se encargan de la escena de la traición de Ju
montados en hermosos caballos y adornarlos con vestidos fastuosos. Ge
das.24 Los gestos burlescos, entre ellos las bofetadas, no parecen en ab
neralmente, la comitiva también comprende representantes de los gre
soluto blasfemos en el contexto de la época. Son formas de desahogarse
mios, como los carniceros y los artesanos del textil, más raras veces \er-
y provocan la hilaridad de los habitantes de las ciudades, a quienes las ments que agrupan a los arqueros, los ballesteros o los artilleros. Estos
ordenanzas les instan a evitar esas pequeñas violencias.25 Todo el conjun últimos son otra forma de encauzar a la juventud aprovechando su fasci
to es una osadía autorizada y controlada que sirve para distender el am nación por las armas, cosa que da lugar a demostraciones que muchas
biente, pues permite apaciguar un poco la agresividad, al tiempo que veces acaban con accidentes fatales.
obliga a los nativos a codearse con muchos extranjeros, para así acos La fiesta urbana ideal es activa y alegre, pero está muy controlada. Las
tumbrarlos a los intercambios fructíferos con ellos. bodas son otro ejemplo. Las ordenanzas de la policía las reglamentan
periódicamente, sobre todo en períodos turbulentos y de hambrunas,
Vete a las fiestas a Tournai, para impedir que se produzcan refriegas mortales entre hombres jóve
a las de Arras y de Lille, nes, cuando los de la parroquia o del barrio van a las borlas a reclamar
de Amiens, de Douai, de Cambrai, derechos en especie o en dinero, como en los pueblos. En Lille, las limi
de Valencicnnes, de Abbevillc,
taciones del número de comensales se multiplican a partir de 1524 y se
allí verás a gentes mil,
establecen en cuarenta, es decir «diez parejas casadas y cabezas de familia
más que en el bosque de Torfolz,
por cada una de las partes», lo cual excluye de entrada a los solteros...
que sirven en el salón y en la ciudad
a tu Dios, el príncipe de los locos. Más adelante se especifica si los casados están comprendidos o no, ya que
los músicos, criados y camareros se descuentan riel total.2*' A pesar de estas
estipulaciones, los festines nupciales siguen siendo ocasiones de reunión
Esta descripción de Martín Franc, en Le Champioti des dames, escri
muy importantes, sobre todo cuando hay baile, lo cual desagrada profun
to hacia 1440-1442, da cuenta de la reputación festiva de las ciudades
damente a los ediles pues el orden entonces es difícil tic mantener.
borgoñonas. Estas consiguieron captar las tradiciones campesinas de los
Dividir a la juventud partí imperar mejor sobre ella es su principal
reinos de juventud y de las fiestas de los locos para ponerlas al servicio de
preocupación. Los varones no establecidos se reparten en varios tipos de
su prosperidad. De 1495 a 1510, el príncipe de los Sots de Lille es el
instituciones que controlan su potencial violencia mediante reglamentos
principal embajador del lugar. Visita las demás ciudades y recibe con
educativos y multas en casos ele conducta incívica. En los gremios, los
gran pompa a sus homólogos de Armentiéres, Arras, Béthune, Cambrai,
aprendices y los oficiales están bajo la tutela tic los maestros. ()bcdcccn
Courtrai, Douai, Hesdin, Lannoy, Orchics, Saint-Omer, Tournai y Va-
a adultos en sus sermetits de juegos de armas y en las abadías jocosas.
lenciennes. La autoridad burlesca encargada de esa misión puede cam
Estas reúnen varias decenas de individuos y rompen así la estructura de
biar en función de las circunstancias. El príncipe de Saint-Jacqucs de
las pandillas de violadores agresivos documentadas en Dijon. En una
sempeña este papel en 1506 y el príncipe d’Amour en 1547, tras la ciudad tan poblada como Lille, son muy numerosas: cuarenta y siete
prohibición de la fiesta de los sots por el emperador Carlos V en 1540. entre 1500 y 1510, cuando el fenómeno está en su apogeo. Las más acti
Los intercambios más intensos se hacen con Tournai, Arrás, Cambrai y vas, para todo el conjunto del siglo, son las del duque del Lac, segui
Douai, que reciben también visitas regulares de las compañías de Lille do del príncipe de los Amourcux, del rey de los Sots, riel señor de Pctit
Fret, del príncipe de Saint-Martin, del emperador de Jcuncssc (mencio-
F
130 UNA I USTOIUA DI’ LA \’l( >1 l'NUIA
i a i’ \/ i kií \ \ \ \ i i.x \i f s di i \ i i > w \n j a \ 131
nado ya en 1499), del abad A Qui Iout baut («Que Carece de Todo»), La V|()I.r:N(,[,\ Sí. PAGA ( .\l<\
del papa de los Guingans... Cada una posee su territorio, que defiende
contra cualquier intromisión, siendo los ediles los que en último extre Según una tradición histórica bien establecida, «el derecho de ven
mo dictaminan en caso de litigio. En 1526, el conde Lvderic reclama así ganza no pudo resistir victoriosamente los progresos de la autoridad del
la jurisdicción sobre el jardín trasero del mercado que le disputa el abad príncipe», aunque cocxislkí durante mucho tiempo con el ejercicio de la
de la Soné Trcsque. Id duque del Lago reina sobre la Rué Saint-Sauveur, represión pública. Esta visión es tribmari¿i de una valorización excesiva
el príncipe de los Amourcux sobre la Place des Reigneaux, el señor de del Estado central, sobre todo en el siglo xi\, pues los mismos investiga
Pcu d’Argént sobre la parroquia Saint-Pierre, etc. La localización tiene dores conocían la existencia de los mecanismos de paz urbana destina
su importancia, porque el jefe de la compañía está autorizado a percibir dos a «proteger contra los golpes ciegos de la venganza familiar a los que
tasas de los habitantes para los gastos de mantenimiento v probablemen no habían contribuido personalmente a provocarla». Una mirada más
te para las actividades y banquetes de la cofradía. El príncipe del Puy, atenta a las formas variadas del poder en Europa a finales de la Edad
por su parte, es un notable, un edil, noble o abad, que dirige un grupo de Media permite detectar un sistema político muv distinto, representado
estudiantes de retórica. Estos están presentes en las fiestas de 1499 a ante todo en las principales ciudades de blandos v de Italia. Estas repú
1503 y rivalizan en cultura literaria. Un verdadero eclesiástico es el pre blicas cívicas de pequeño tamaño organizan su seguridad en circuios
lado de un grupo de locos que se autodenominan los clérigos de Saint- concéntricos, desde sus suburbios rurales hasta el centro moni unen tal,
Pierrc, por el nombre de una iglesia local. Eiguran en las procesiones y pasando por el anillo de las murallas, ai contacto del cual se perillán los
en las fiestas entre 1501 y 1527. Un obispo de los Inocentes, clérigo o peligros, las tentaciones y los placeres. Dividen el espacio social en alveo
monaguillo, está documentado en 1501 y en 1 503. Gobierna durante la los, como en un panal, lo cual limita generalmente la amplitud de las
jornada del 2S de diciembre dedicada a la inversión del curso normal de explosiones de violencia, aunque los acontecimientos extraordinarios
las cosas v también conduce su tropa cuando ésta realiza ¡eiix de moredité puedan hacer explotar lodo el conjunto durante una fiesta que degenera
o /C//.V de folie durante otras celebraciones.2. en drama, una gran revuelta popular interna o una súbita contestación
La juventud, como es lógico, no puede estar perfectamente encauza del poder del príncipe. Avuntamicntos majestuosos, suntuosas plazas de
da. El alan de las autoridades locales por controlarla, más fuerte si cabe mercado, atalayas y gigantes procesionales, como (. ¡avant cu 1 )ouai, ates
en la segunda mitad del siglo xvt como consecuencia del desarrollo de tiguan la autoestima en que se tienen, como más tarde sucedería con los
las estructuras escolares católicas v protestantes en toda Europa, revela rascacielos de Nueva York. 1.1 patriciado que las dirige consultivo una
más un fantasma de control que una realidad cotidiana. El alambique poderosa oligarquía hereditaria que empieza a librarse de la cultura atro
urbano está inventando la adolescencia. Sin embargo, aún se le concede nadora y brutal de los príncipes y los nobles conquistadores para prete
un margen festivo fundamental, a condición de que tempere en la medi rir la cultura del justo medio, orientada hacia la búsqueda tan discreta
da de lo posible sus excesos peligrosos para la reputación, que es tanto como obsesiva del provecho y del poder. Debe trazar su propia vía des
como decir para la prosperidad, de la ciudad. Los irreductibles, los rein confiando de los desórdenes, siempre contrarios a sus intereses, tanto si
cidentes, son castigados de forma proporcional a sus actos y a sus posi proceden de los nobles como del pueblo. La economía es su pasión, la
bilidades financieras. El objetivo es devolverlos al buen camino enseñán profusión ostentosa su enemiga. Por eso el pensamiento calvinista ascé
doles la práctica del justo medio, del autocontrol, que es el único capaz tico atraerá a muchos de sus herederos. Irrigado por el sentido de la
de evitarles disgustos y empobrecimiento. Menos religiosa de lo que será medida en todas las cosas, el terreno urbano está preparado para recibir
bajo la égida de la monarquía absoluta, la moral que se enseña es sobre lo, Empezando por el aprendizaje de la necesaria moderación de los ges
todo práctica y personal: dice que la cólera se paga cara y que la violencia tos cotidianos en un mundo muy densamente poblado, donde el hecho
conduce a la exclusión del paraíso urbano. de compartir el territorio, más difícil que en otras partes, puedo eligen-
132 lxa histori a di: i.a vioi.r.m ia 1 \ IO/. l'RUAM \ \ 1 IXAI l.s DI. I.A I.DAD MI DIA 133
drar innumerables conflictos, agravados además porque aún sobrevive una maza de plomo y el otro asesinó cruelmente al hijo de un molinero.
el derecho de venganza. Civilizar los cuerpos, dejando que Dios se en El peligro interno, como en Brujas, está ligado a una sexualidad desviada
cargue de las almas, se convierte en una prioridad cuando el éxito eco no fecundadora, pues todos los sodomitas castigados son de Arrás. El
nómico hace aumentar las filas de la población. caso de los violadores condenados ilustra en cambio una firmeza dirigi
La ciudad suaviza las costumbres. Lo hace a su manera, sin excesos da contra forasteros delincuentes, corroborada por otras penas graves
represivos aparentes, lo cual ha podido dar a algunos investigadores an aplicadas a jóvenes culpables de latrocinios igualmente nacidos fuera de
tiguos la falsa impresión de que constituía un universo laxo en el que los la ciudad.
delitos eran tan numerosos como impunes, Los cronistas del siglo XV Jacques du Clcrcq es partidario de un poder ducal fuerte. Sus jere
contribuyen a desarrollar esa sensación al lamentarse continuamente de miadas disminuyen a partir de 1465, cuando Carlos el Temerario impo
la falta de seguridad en las ciudades, Uno de ellos, Jacqucs du Clercq, ne su férrea tutela. Sus críticas se dirigen contra un estilo de paz urbana
nacido entre 1420 y 1424, instalado en Arras a mediados de siglo, ha que no 1c gusta. No le interesan por lo demás los procedimientos de pa
dejado unas Memorias que abarcan el período de 1448 a 1467, marcado cificación que puede observar, pero sí le gusta describir grandes fiestas,
por la guerra y los desórdenes. Es un moralista cascarrabias que no hace sobre todo entradas de príncipes y obispos, entre ellas la del rey de Fran
más que quejarse.24 No se salva ninguna categoría de la población, lacha cia Luís XI cuando pasa por Arrás en 1464. lambién da cuenta rápida
a los príncipes, a todos los eclesiásticos y en general a los individuos ca mente, sin comprender su alcance, de las justas de los días de carnaval
sados de lujuriosos. Se alegra de ver que Dios los castiga, como a ese en las que participan delegados de Amiens, Le Qucsnoy, Saint-Omcr y
canónigo viejo, con fama de concu bina rio c incestuoso, que cae muerto Utrecht. Fascinado por la sangre, a veces da numerosos detalles, quizá
de repente sobre la tumba de un cofrade. Para él, no existe «justicia al para exorcizar sus temores, sin contar nunca nada que lo afecte perso
guna» en Artois ni en Picardía. Con una minucia obsesiva, convoca el nalmente. Las prácticas militares y nobiliarias de venganza atraen parti
espectro de ciento ochenta y siete criminales que han afligido al condado cularmente su atención. Cuenta que un capitán al servicio del conde de
de Artois entre 1455 y 1467 —ochenta y nueve en el llano y noventa y Saint-Pol se presentó en la fiesta de Avcsnes-le-Comtc, el 1 de mayo
ocho en Arrás—, sin contar las numerosas siluetas borrosas de otros de 1459, con veinticuatro compañeros de armas, para apoderarse de un
delincuentes, que también evoca de vez en cuando. Sus temores princi soldado y causarle diecisiete o dieciocho heridas en la cara, la cabeza, los
pales se refieren a los delitos de sangre, que alcanzan un 70 % tanto en el brazos y las piernas, evitando matarlo y diciéndole, a cada golpe, que el
campo como en la ciudad. La inseguridad de los caminos se ve agravarla conde su amo le mandaba sus saludos. Ocho años antes, la víctima, junto
entonces por una de las numerosas revueltas de los habitantes de Cante con otros, había golpeado al alcalde y a los sargentos de la ciudad de
contra el duque y por la proliferación de partidas de bandoleros. El uni Saint-Pol. Algunos de sus compañeros ya han sido ejecutados, otros
verso urbano no le parece que sea más tranquilo. Denuncia las fechorías «cortados» como él, y el rumor pretende que ninguno escapará a un
de las bandas que violan, matan y saquean sin ser perseguidas por una cruel castigo, comenta el narrador. En agosto de 1458, el señor de Roncq,
justicia corrupta c ineficaz, que sólo castiga duramente con fuertes mul esposo de la hermana bastarda del conde de Saint-Pol, ordena apoderar
tas, según él, al pueblo llano que no puede defenderse. Se refiere no se de un personaje que está enamorado de la misma muchacha que el, y
obstante a doce sentencias capitales, es decir, una al año, nivel habitual manda cortarle «los genitales y su miembro, luego abrirle el vientre
para una jurisdicción urbana de la época: tres homosexuales, un hombre y sacarle el corazón del vientre y partirlo en dos, y así murió». La obra
confeso de bestialismo con su vaca y quemado con ella, un violador, una contiene en el fondo lo esencial de los fantasmas del autor. Su miedo a la
mujer infanticida, cuatro ladrones y dos asesinos. Al contrario que él, los violencia se ve avivado por una probable angustia ante el envejecimien
jueces no consideran el delito de sangre como peligroso para el orden to. En 1464, cuando ya tiene o supera los 50 años, escribe que son mu
social. Los do s únicos individuos ejecutados por asesinato lo cometieron chos los que, jóvenes en su mayoría, parten a píe para Roma el día de
de una forma horrible: uno aplastó el cráneo ele su esposa de 18 años con Pascua, en grupos de diez, veinte o cuarenta, sin jefe y sin armas. Dicen
uuc son más de víante mil originarios de los estados del diione v te-
134 UNA HISTORIA DE I.A VJOI.EN< JA
que se reclama por los del i t os más graves que no impliquen la muerte de
Los ancianos, añade, afirman incluso que nunca han sido testigos de se un hombre: llevar armas prohibidas, perseguir a mano armada a un ha
mejante fenómeno. En 1467, el mundo se rejuvenece aún más porque la bitante, robo, irreverencia ante los jueces municipales, piale a hdnliciíe,
moda cambia. Las mujeres, observa asombrado, ya no llevan cola en sus también llamada «herida abierta y sangre corriente», a la cual la víctima
vestidos, pero se ponen unos gorros redondos con rodetes y con unas sobrevive los treinta días siguientes. ( aramio fallece antes de dicho pla
cintas que llegan hasta el suelo. A los hombres el cabello largo les tapa el zo, se trata de un homicidio v es castigarlo como tal. Se registran los
cuello y los ojos, llevan unos zapatos largos de punta retorcida, hombre nombres de los huidos que no pagan la multa de sesenta libras. Igual que
ras enguatadas y vestiduras cortas, tan ceñidas, deplora, que se les ve la los proscritos por homicidio con una sentencia firme, se consideran
«humanidad», es decir, el sexo.
como muertos civiles y cualquiera puede matarlos sin ser perseguido le
Ese analista en los albores de la vejez no es el único que quiere con galmente, dentro de los límites tic la zona judicial de Arras, en caso de
tener a las nuevas generaciones. La justicia urbana ha inventado un inge
que reaparezcan.
nioso sistema para educar a los patanes de todas las edades y para formar Se conservan las listas de multas tic Arras de cincuenta v cinco años
a los jóvenes indisciplinados: la multa. Además de los castigos corporales fiscales del siglo .xv y de veinticinco mas de 1506 a 15 34, techa tic una
y de la pena ríe muerte, que se utilizan con moderación, la tasa que hay nueva modificación en profundidad del sistema represivo que se orienta
que pagar por delinquir afecta a un grao número de personas. Sirve a la entonces hacia penas mucho más severas. Al final tic la Edad Media, el
vez para sancionar, para reintegrarse tras el pago y para que los interesa hecho de sancionar económicamente la violencia hace que los indivi
dos conserven el recuerdo desagradable de una importante pérdida fi duos reemplacen la venganza privada por una querella para que inter
nanciera ligada a la falta de autocontrol. Ínstala así unos reflejos condi venga la justicia. Id afán de lucro fomenta hábilmente ese cambio de
cionados, puesto que cada uno aprende a sus expensas que dejarse llevar comportamiento, pues la parte ofendida recibe una indemnización nada
por la ira sale caro. La multa a veces se completa con peregrinaciones desdeñable. La denuncia de un culpable inaugura un proceso punitivo
judiciales y sanciones secundarias infamantes, entre ellas los azotes, la muy corto que primero pasa por la cárcel y luego desemboca rápidamen
exposición publica o la reparación honorable en camisa, que sirven de te en un juicio. Por suerte para el historiador, se han conservado listas
advertencia para incitar al interesarlo a detener su marcha hacia un desas de detenidos en Arrás que cubren treinta años completos, de 1407 a
tre anunciado. Los irreductibles son desterrados de la ciudad, por un 1414 y de 1427 a 1450/''Si se confeccionan es una vez utas por una cues
plazo o para siempre. En este último caso, caen bajo la amenaza de una tión de dinero, pues los prisioneros están obligarlos a pagar derechos a los
ejecución capital si osan volver del exilio. oficiales del tiuque, ( '.orno mínimo, abonan cada día doce denarios, o sea,
I odas las ciudades borgoñonas disponen de ese arsenal más disuaso un sueldo, lo cual les tía derecho a un pan, que vale un denario en 1407.
rio que punitivo. Arras lo obtiene por una carta condal de 1194. Una Los que desean gozar tic la comodidad que representa la hellc <¿dnle de
mulla de cinco sueldos, íntegramente abonada a la víctima, sanciona los ben pagar cinco sueldos diarios. Según dicha tarila, los quince sueldos
insultos. No queda ningún rastro porque no hay ninguna parte para el pagarlos a la víctima tic un bofetón 1c permitirían soportar los gastos de
príncipe ni, por tamo, asiento en las cuentas de su dominio. Sólo pode quince tlías en prisión normal o comprar ciento veinticuatro panes.
mos soñar con el ínteres que presentaría una lista si milagrosamente se Las cárceles tic Arrás csrán superpobladas: cuatro mil cuatrocientas
hubiese confeccionado. Dar un bofetón a alguien, golpearlo con el puño sesenta personas pasan por ellas durante los treinta años que nos ocupan.
o tirarle del pelo cuesta treinta sueldos, la mitad de los cuales sirve para Una quinta parte aproximadamente entra por demias impagadas, y su
indemnizar a la persona maltratada. Un bastonazo sin efusión de sangre estancia no puede exceder de siete noches. Entre las otras, el 4% son
vale diez libras, de las cuales tres son para el denunciante. Arrastrar a un condenados totalmente insolventes que sufren una pena de cárcel en sus-
individuo por los cabellos después de tirarlo al suelo obliga a desembol-
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136 l‘N \ HIS [’(>RI \ DI 1. \ VI( )l 1 \< I \ I A PAZ I RB \X \ \ I [\Al I S DI I A 1 DAD MI DIA 137
titucíón del pago y comen el «pan del señor» antes de ser liberados por dad carcelaria organizada, con sus jerarquías, sus poderes, sus ricos y sus
pobres de solemnidad, como Jchan Le Bon, al que sueltan al cabo de pobres. Es dudoso que una corta escala en ese lugar conlleve algún tipo
ciento setenta y nueve días porque es incapaz de abonar las sesenta libras de infamia social. Sobre todo porque permite meditar sobre el hecho de
que se le exigen. El resto, unas tres cuartas partes del total, pasa poco no saber controlar la propia violencia y se convierte así en la antecámara
tiempo en la cárcel, en espera de juicio: el 87 % de los prisioneros es rete de una relativa prudencia al hacer concretas y penosas las consecuencias
nido durante menos de una semana, uno de cada dos sale incluso como negativas de un acto brutal. No sólo hay que pagar la multa, muv consi
muy tarde al tercer día. En estas fuentes no figuran ni las edades ni los derable para un pequeño trabajador, sino que la carga va acompañada de
delitos, pero las cifras concuerclan con las de las listas de multas que se importantes gastos de encarcelamiento, del lucro cesante por el trabajo
refieren esencialmente a actos violentos. Los tres mil trescientos cuarenta perdido de varios días y de la obligación de ofrecer a los demás presos
y dos encarcelados en cuestión, ciento diez al año de media, tienen pro una «bienvenida» llamada marniouse.
bablemente las mismas características que los autores de homicidios per La oleada de los que van llegando se hace un poco más lenta de 1427
donados en Artois. Sus acciones se desarrollan según un calendario simi a 1437, con ciento diez, casos al año de media, luego baja todavía más, al
lar: casi plano de enero a marzo, con un bruteen abril, un pico entre mayo rededor de ochenta anualmente de 1437 a 1447, antes de caer hasta los
y agosto, unos máximos absolutos los dos últimos meses, un ligero declive cuarenta durante los tres últimos años de observación. Ese declive por
en septiembre, una bajada acentuada en octubre y más todavía en no rellanos sólo está relacionado en parte con calamidades, guerras, epide
viembre, que es el momento más tranquilo del año, con un repunte claro mias y hambrunas que pueden haber reducido la población. El período de
en diciembre. Adviento, carnaval y Cuaresma parecen estar más contro 1440 a 1453, por ejemplo, no es especialmente malo. Los precios recupe
lados en la ciudad que en el campo, pero las fiestas relacionadas con la ran un nivel comparable al de los años 1 380-1414, caracterizados por un
Navidad, el mes de mayo y el verano son igual de criminóleñas, lo cual relativo bienestar. El fenómeno parece indicar más bien el éxito, al cabo
podría confirmar que los actores son sobre todo varones solteros. Algu de varias décadas de esfuerzos, de la política municipal para encauzar la
nos son borrachos brutales detenidos de noche y encerrados durante violencia recurriendo sistemáticamente a la multa, precedida por una cor
unas horas mientras se calman. Las mujeres sólo representan el 10 % del ta estancia en prisión. Raras veces punitivo, el encarcelamiento tiene un
total, aparte de las prostitutas, que son detenidas muy a menudo en com papel eminentemente preventivo. Sirve para producir un efecto de um
pañía de hombres, esposos o amos, y a veces también en grandes grupos bral, una percepción de la anomia por parte de quienes abusan de la fuer
mixtos, como los diez hombres y cinco mujeres encarcelados el 20 de agos za. Su recuerdo desagradable, más ligado a las fuertes sanciones económi
to de 1428, o los once hombres y diez mujeres que llegan juntos el 20 de cas que a las condiciones de la estancia, queda grabado en la memoria.
septiembre de 1442. Por los oficios citados predomina el mundo popular Las autoridades piensan sobre todo en la violencia banal cotidiana.
urbano. El propio verdugo es encerrado dos veces, en 1435 y en 1443. Su Su acción sólo es disuasoria por falta de medios para ejercer una repre
criado v un sargento también frecuentan las mazmorras, una vez cada sión más eficaz. Para encauzar a doce mil arrasenses, no disponen en ge
uno, pero no figura ningún noble, burgués o personaje importante. neral más que de doce sargentos «del burgo», más cuatro sargentos del
La cárcel de Arrás no es una escuela de delincuencia a gran escala castellano, que en 1449 pasan a ser seis, encargados de vigilar a los pre
a causa de la brevedad de las estancias y de la escasez de grandes de sos. Las sanciones económicas son el corazón del dispositivo de regula
lincuentes que por ella transitan. De 1407 a 1414, mil cincuenta y nueve ción de las relaciones sociales. Los cincuenta y cinco años conservados
acusados, la inmensa mayoría masculinos, es decir más de ciento cin para el siglo XV’1 mencionan dos mil seiscientas quince multas. La media
cuenta al año, esperaron allí el veredicto judicial. A este ritmo, buena anual se establece en cuarenta y siete, 1 rente a veintisiete en los veinticin
parte de la población masculina y probablemente la mavoría de los «hi co registros conservados del período que va de 1500 a 1 534. El porcen
jos casaderos» de la ciudad, con la excepción, a lo que parece, de los de taje de mujeres, que en el siglo XV es del 10 %. es exactamente el mismo
buena familia, se vieron afectados en el espacio de una generación, (lomo
en un molino, se circula mucho v se puede incluso salir desnné< de h-.ihei-
1 38 I \ \ I []s | ( )f{| \ | >|
tercio del siglo XVI. Considerando los dos sexos, los niveles más altos se
alcanzan entre 1401 y 14 10, con una media de ochenta, un mínimo de
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sesenta v un máximo de ciento veintidós. La curva se orienta luego a la simos casos de pañeros o comerciantes no hacen sino subrayar la ausen
Laja, a pesar de algunos repuntes entre 1-167 y 1471, entre 1502 y 1504, cia del patriciado y de las élites, que ya hemos constatado al hablar de las
y finalmente entre í 5 12 v 1524. lili o demuestra que hay un sistema urba estancias en la cárcel. ¿Será que ya se controlan más que los demás? Y si
no original cuva edad de oro se acaba alrededor de 1520. lambién en acaso no ponen la otra mejilla, como propugna la Iglesia, sino que, al
Bruselas se registraron cerca de ocho mil multas durante el siglo XV y más contrario, se abandonan a su impulsividad, sin duda son objeto de una
de cuatro mil entre 1423 y 1498 en Nivcllcs, una pequeña ciudad de Bra indulgencia especial por parte de los jueces, sus iguales, a fin de evitarles
bante dos veces menos poblada que Arrás, de las cuales dos mil ciento el circuito carcelario y la multa ordinaria.
veintiuno son por violencia v mil quinientos ochenta y cinco por robo.'? La bofetada tari f ada revela la existencia de gremios cuyos miembros
Una visión despectiva de dicho mecanismo, inspirada por la «moder tienden más que otros a hacer uso de la brutalidad: carniceros, horneros,
nidad» judicial estatal que triunfó más tarde, ha impedido apreciar su fun pescaderos, bataneros, albañiles, zapateros, carpinteros, taberneros...
ción eminentemente apaciguadora y generadora de una convivencia más En cambio, las víctimas son mas corrientes entre los eclesiásticos, los
civilizada. Si no [indo ulteriormente resolver los nuevos problemas plan vendedores ambulantes de vino, los barberos, los comerciantes y sobre
teados por los conflictos religiosos l ras la a parición de la Reforma, antes sí todo los criados, que son veintidós de los agredidos y sólo cinco de los
había logrado crear un estado de ánimo ciudadano original reemplazando agresores. Sargentos, prostitutas, regentadoras de baños públicos figu
la ley de la venganza por la del inicies personal. I .ojos de constituir el signo ran tanto entre los unos como entre los otros, lo cual indica hasta que
tic una época tic turbulencias, el gran numero de sanciones pecuniarias punto su actividad los expone a conflictos y prueba al mismo tiempo
por violencia atestigua una modificación sintomática de las relaciones hu que saben defenderse. Parece que los ultrajes entre desconocidos son
manas en un mundo lleno. Su proliferación en Arrás en el siglo X\ es la escasos, sobre todo porque sólo veintitrés de los agresores y veintitrés de
consecuencia de un largo período de prosperidad v de aumento demográ las víctimas son forasteros, lodo indica que los ediles se interesan espe
fico. Los repuntes de la curva corresponden también a momentos en que cialmente por los nativos y se preocupan poco de los demás. Por otra
el numero de jóvenes v de matrimonios aumenta, como en 1467, según parte, si son agresores, estos últimos pueden preferir huir antes que pa
lamenta el cronista Jaeques du Clcrcq, o también hacia 152(1, cuando el gar la multa. Sí son agredidos, reclaman pocas veces la indemnización
éxodo rural y el problema de los marginarlos se convierten en obsesiones financiera que les corresponde, aunque su valor no sea en absoluto des
sociales que inspiran una legislación real cada vez más represiva. deñable.
La pedagogía educativa de los ediles es mas intensa ele 1401 a 14 36. A principios del siglo xv, la multa de treinta sueldos corresponde a
Ln tunees se refiere esencialmente al castigo de los que abo lotean a un diez días de trabajo de un albañil o a veinte jornales de un peón de car
conciudadano: el 62% de las multas registradas sanciona una fuerte pintero, es decir, casi un mes de salario para este último, teniendo en
bulle o a veces un puñetazo, propinados por ochocientos setenta y tres cuenta los días no laborables. Siempre se exige íntegramente, a diferen
hombres y ciento treinta y seis mujeres a seiscientos trece hombres v cia de las otras que pueden negociarse y adaptarse a las capacidades de
trescientos cuarenta y ríos mujeres, aunque algunos casos no precisan el pago del delincuente. Uno de cada cinco condenados se exilia porque no
sexo. Id gesto irascible, tanto masculino como femenino, va destinado a la puede pagar, lo cual indica la situación precaria de los interesados,
alguien del mismo sexo en casi cuatro conflictos de cada cinco v los casos generalmente miembros de las capas inferiores de una plebe miserable.
entre varones son de lejos los más numerosos. Solo una minoría ataca en Entre los afectados hav probablemente muchos mozos. Algunas multas
ambos casos a alguien del sexo opuesto. Pocas veces se menciona la pro- muy cuantiosas, impuestas a los temibles rcincidcntcs, podrían corres
ponder a esa franja de edad especialmente turbulenta.
t J il... i ; \ ..... i?........................... i ,, ............ . i........ i ■ ........... I....... .1 i............................. i De 1401 a 1408, Gefírin Chaullois propina un bofetón a seis hom-
140 l'XA HlSlORIA DI. I.A \ |()|.|.X'( 1A 1 A PAZ l RBAXA A 1 IX \I I.S 1)1 I.A I .DAD .MI DI \ 141
sola vez ele haber recibido uno. Henry Chaullois, el hermano en cues sueldos por brutalidad aprenden a romper el círculo vicioso antes de
tión. arremete contra cinco individuos y sale perdedor dos veces, una de que se convierta en mortal. Los hermanos Chaullois y sus homólogos
ellas a manos de Gcffrin, entre 1402 y 1411. De 1416 a 1432, Jacot Belin, ganan años de vida abonando unas casas que en definitiva son mucho
alias Poullier o Poullallicr, se enzarza con nueve personas, entre ellas dos menos onerosas que el precio de la sangre. Se apagan muchos fuegos
mujeres, v recibe cuatro bofetones hasta 1420. El último se lo propina pequeños antes de que se tornen grandes incendios. AI tiempo que pro
Wíllcmct Gouffroy, alias Chave!, hijo de [can, y él se lo devuelve. En porcionan un desahogo a sus autores, las manos que caen brutalmente
ambos casos aparece un perfil brutal de quien empieza siendo víctima y sobre centenares de mejillas permiten ahorrar otros tantos combates
luego perfecciona su capacidad de devolver los golpes. Y es que los im mortíferos. Concentrando la defensa del honor en esta parte valorizada
putados han sufrido primero la ley de los más fuertes, antes de imponer del individuo, los jueces logran limitar los excesos de la ley del más fuer
la suya sin volver a ser víctimas de otra afrenta, a juzgar por las listas lis- te y de la venganza. La multa representa la parce emergida de un esfuer
cales. Chavct, en efecto, había empezado recibiendo una bofetada del zo de educación cívica más amplio. El tribunal ofrece su protección a los
temible Henry Chaullois en 1407. Después del intercambio brutal con más débiles y va acostumbrando poco a poco a todos los habitantes de la
Jacot Bolín en 1420, ya sólo vuelve a aparecer como agresor de dos hom ciudad a aceptar, lo quieran o no, su intervención en los temas de segu
bres. Las calles de la ciudad están llenas de tipos como esos, repartiendo ridad individual. La poca presencia de forasteros en las listas de acusa
golpes a diestro y siniestro: el pescadero Jacotin le Conté, el ollero 1 la- dos refleja sin embargo los límites de su acción y, a más largo plazo, la
notin le Elament, el zapatero jehan Joli. alias jolieí... Son más raros los debilidad de un sistema cuya eficacia desaparece una vez que se traspa
que parecen ganarse la vida durante algunas semanas tendiendo la meji san las murallas de la ciudad.
lla a los demás, como Pieret Poullicr, criado de Jacquemart Poulicr, abo Su objetivo es atenuar los contenciosos entre miembros de la comu
feteado cinco veces de 1427 a 1433, sin pagar nunca a su vez ninguna nidad y obligar a los más violentos a excluirse ellos mismos. La tarifica
multa por este concepto. ción de las bofetadas también sirve como advertencia solemne y enseña
Los «duros» que golpean y son golpeados varias veces tal vez formen a contentarse con una reparación financiera y simbólica del honor he
parte de los grupos de jóvenes que mantienen las tradiciones viriles, como rido. Porque llevar más lejos un conflicto dentro del territorio urbano
los que practican violaciones colectivas en Dijon en esa misma época. conlleva unas consecuencias desastrosas. Las tarifas aumentan de forma
Hay diversos indicios —apodos, relaciones, signos de hostilidad recípro exorbitante para los que golpean con un objeto sin ocasionar heridas o
ca, menciones de «hijo de...»— que lo sugieren. Pero no por ello dejan de tiran a su adversario al suelo y luego siguen pegándole y dándole pata
utilizar la protección jurídica en caso necesario, como hacen los herma das, o para las que arrastran a otra mujer por el pelo. Siete y ocho veces
nos Chaullois, denunciándose el uno al otro. Se encuentran por tanto más elevada que para un bofetón, la suma reclamada, de diez libras a
atrapados en la red de vigilancia tendida por las autoridades. Su presen once libras y media, equivale a siete u ocho meses de salario de un peón
cia durante largos períodos en las cuentas demuestra que el objetivo de carpintería, teniendo en cuenta los días no laborables. Las multas de
perseguido por estas últimas ha sido alcanzado, puesto que siguen vivos. este tipo son menos frecuentes: respectivamente, 246 y 5 1 en todo el si
La escalada tradicional que conduce del reto a la injuria, después a la glo,frcntca 1.244 de treinta sueldos y 1.073 de sesenta libras. Sirven, en
bofetada y finalmente al combate con navajas o con espadas, se frena efecto, como última advertencia, pues la mitad de los acusados se ven
antes del drama con una corta estancia en prisión seguida de una fuerte obligados a abandonar la ciudad porque no disponen de medios para
sanción económica. Para estos supervivientes, la mediación urbana rom pagarlas. Las autoridades aceptan «rebajas» importantes en tres de cada
pe el círculo infernal que continúa produciendo en los pueblos un gran cuatro casos para los que intentan pagarlas, dada la relativa pobreza de
número de homicidios perdonados por el príncipe. los interesados. De media, éstos abonan un poco más de cincuenta suel
El hecho de que las ciudades artesianas estén infrarrepresentadas en dos. Pertenecen a capas sociales populares, pero a menudo un poco su
esa lista se explica por una mejor gestión de la agresividad relacional periores a las de los condenados por dar un bofetón. El mecanismo per
entre los machos, de la cual sabemos que alcanza su intensidad máxi- mite así senara r el vrano de la na i a r*n <4 nniví>r<;n rnvUúnnc
142 I \ \ 1 US |l )l<I \ 1)1 I \ Vil )| I \( | \
} Mk’livi Moli.it <li t loi i riliü v Phih¡’pe W'oll I. < )>-■ /, t A/o'o. I,¡, c t ( t<>>’■;■<! I i \ r¡ i i
r l..\ l’\Z l'RB.WA \1IX\IIM)I 1 ,\ I.DAD MJ OI \ 147
fuentes. Tal vez saben contener mejor su agresividad, aunque las ocasio
nes de montar en cólera sean muchísimas en el universo urbano.
La gran atención que los ediles prestan a las violencias más leves,
1
inmediatamente sancionadas, nos recuerda la teoría del «cristal roto»
que hoy, sobre todo en Estados Unidos, hace que se reaccione inmedia
tamente ante el menor indicio de incremento de la peligrosidad social. !
Los centenares de abofeteadores multados, así como los autores de otras
injurias de los que desgraciadamente no tenemos listas, atestiguan una
práctica urbana original que actúa contra el más mínimo foco de tensio
nes para impedir que desemboque en una espiral de violencia que lleve
a la venganza privada.
Un sistema idéntico al de Arras existe en todas las ciudades domina
das por el duque de Borgoña y probablemente también, bajo formas
algo distintas, en Italia o en otros países. Se basa en una vigilancia cons
tante y en el uso de multas moduladas que conducen al empobrecimien
to creciente de aquellos que se niegan obstinadamente a plegarse a las
reglas establecidas. Ciertamente, no es un sistema perfecto, pues la red
no es tan tupida como para que no puedan escapar fácilmente los que
quieren huir. Para tener derecho a volver, hay que abonar una cantidad
financiera negociada con los ediles, como hacen treinta y cinco de los
ciento setenta huidos condenados a una multa de sesenta libras en la
primera década del siglo XV. Los insolventes tratan de sobrevivir fuera
de la jurisdicción. Muchos se instalan cerca de las murallas, a veces en
enclaves eclesiásticos y otros «asilos» donde no pueden ser legalmen-
tc apresados. Esta multitud de proscritos tiene que evitar sin embargo
encontrarse en el territorio de la banlieue, pues según la costumbre
cualquiera puede matarlos allí impunemente si deben sesenta libras. La
ciudad, como se ve, sabe utilizar en su provecho los mecanismos de la
venganza privada, que trata por otra parte de minar, haciéndolos lícitos
únicamente en este caso. También cierra los ojos ante retornos furtivos
de delincuentes, quizá justamente porque espera que los enemigos de los
interesados líbren de ellos a la comunidad. Pero algunos hombres bruta
les empedernidos logran sobrevivir en estas condiciones, ya que apare
cen varías veces seguidas en las listas de los que no han pagado las sesen
ta libras. Este es el caso, tres veces, de Bernard Bainart y, en dos ocasiones,
de Hanotin Pilloeul. Joliet, citado siete veces en los registros por multas
diversas, no paga una de sesenta libras en 1402, ni otra del mismo impor
te en 1416, lecha en la cual se evade de Ja cárcel.
El gran número de proscritos que viven en los alrededores esperan-
(|() Un;» 'Jmnich» 1
r [ \ !’ \Z l Í<H \.X \ \ I IV1II.S 1)1 1 > f l)\D MI DI \ 149
5
Caín y Medea.
Homicidio y construcción
de los géneros sexuados (1500-1650)
7 Bclii.lrii Sehn.ippei. loz, . n<int\ //< i . il h¡\¡t>ir¡. dn dría! I .¡ ¡líslit < . hmiilh. . h rejirt . [>t
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íelos ol \ loience ni englisli socien liomn.ule in Keiu. 15W) 19S»>.P<o/(uul/Jr< \eftt, n ' 50. 199I. pag 90
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12 P Karoncn. «A lile loi .1 lite \ crsir <. Iirist tan rc< oiu ilt, n ion». ii! .11 'i likaiisra'', «Vi hat b.tp
pclK'il l<> v iolciuc-'». <>¡> 1!t i\ propósito de la violencia Je las capas Mip< riores \ case capitulo 6
13. Thoma1' \ Mantecón «l.onp ternt tremí of crime in cari'. modern C acule», actas del conpreso
«Violence 111 I listón» < it
158 l 'NA Hl<l ( )RI A Di ¡.A \ l( )|.l X( 1 \
I 5 \ e.lse I i .mi,) )is Bill.u oís \ i tugues !Xc\ vi i x ' < li rs. I. « Boi leí pi .11 n [ e Si r.Ucgies \ itkigeuises el ji isi u.e
ni lie-ele I i.iikc», Droi! 11 ( nilnri , 11 ]9, 1990, p.igs 5 1-4S
líi Altrcd Soin.ui, \t>ndh>'K' <’t üt'.Hu nin/intl¡i h /w/i menl ./< w '.v.1 \ícdr. \1 ik rslmi.
( \IX 'i \1l 1)1 \ IIOMK ll)l() 'i < < )\'' I Rl '< ( K )\ DI I ()<■ (,f \f Ros | | 159
casos. Así, más del 75 ‘7o de los asuntos tratados por las senescalías de
Libournev de Bazas en el siglo XVI11 todavía vienen de una iniciativa priva
da. Además, la denuncia casi siempre está mas destinada a forzar al adver
sario a pactar que a obtener una sentencia formal contra él. De modo que
muchos acusadores abandonan el caso en cuanto se llega a un acuerdo. El
mismo fenómeno se observa en España en el siglo x\ 11, en los Montes de
Toledo, donde más de la mitad de las querellas se resuelven sin llegar a
juicio. Lo que en español se llama ¿7 mis lacles, en Elorencia pací e ¡recibe, en
Alemania SübnevcrlragUH y en Erancia accomodemcnls son conciliaciones
que muchas veces se producen mediante negociaciones directas entre par
tes opuestas con un estatus idéntico, (iuando no es el caso, unos árbitros,
a veces elegidos de entre los jueces, continúan ofreciendo sus servicios
como en la Edad Media, de modo paralelo al desarrollo del moderno Esta
do de derecho.1920 La creciente adhesión a la ley que se observa en todo el
continente hasta el final del Antiguo Régimen presenta, pues, una ambi
güedad. Los interesados no se deciden a aceptarla por la simple presión
de los poderes centrales, sino porque le encuentran ventajas, sobre todo
la de tener un medio más para presionar al adversario, así como una pro
tección contra una venganza ulterior por su parte. Se ha visto que los indi
viduos más favorables son los varones adultos bien establecidos que domi
nan la vida local. En Inglaterra, son miembros de la middlin^ sor!. participan
en los jurados y ocupan las funciones de alguacil, encargados de hacer
respetar el orden público. En Alemania, se llaman ancianos o se definen a
sí mismos como «la parte más sana» de la población, y en brancia o en los
Países Bajos españoles ocupan un lugar en la asamblea de la comunidad.211
Algunos están influidos por la moralización de los comportamientos ligada
a la civilización de las costumbres procedente de las cortes y de las ciuda
des. Otros aceptan simplemente lo que les conviene más para relorzar su
tutela sobre la parroquia, hacerse temer por sus enemigos y obedecer por
todos, especialmente por sus propios hijos, que van camino de ser adultos.
Este objetivo no es más fácil partí ellos que para los príncipes supues
tamente absolutos. El refuerzo de la autoridad es una obsesión de la
época en todos los niveles. Sin embargo, los medios para lograrlo son
limitados. Lo más hábil, por parte de las Iglesias y los monarcas, consiste
19. |. R Rull. V/fj/iv.’u !>! hir/i Modera } i/rop, . <J/> i:! . p.i^ 89 8? idcin ( rl>a< , ht^re. ead Idd'dt
Order in Oíd Redime írawi I be Seaei l'átim e OI ih<>in a< aad /íiW, ¡, V9.1 .ondrt v < .rooin 1 !dm.
1989; i Bilhicoks x I I Nex cux iilu s i, «Porte; plaiiUc». n/> c t! , p.ig. 8
20. I. R Rull, Virdenci m l.iirlv Modera !..arope. <>!< 11! . p.igs 80 8/ R Mm hcinhled. la \<>n tere ¡iii
I (IVll T ir. ’ 1 11 ’ ' 1 ’
162 l XA 1 lis 11 )R1,\ 1)1 | X V]( >| I IA
2>. B. Sihnupper. Ln eei>ie\ arhtfhitri \ ¡ia \in at¡ \',ur wile '.t¡ranle\ et IrarudiO,
P.ins 1 GOI. 147-1
t AIX Y Ml.DI.X I IOMU.IDIO Y CONSTRUÍ ( ION DI l.( )S (,I.X1 l<( >S I | 165
25 B linappi r. Iwu nonr< lk ' < >¡ l'i^intre du drott. <i¡< a! . espcci.timetí 1 e «I.a jtistu.e rrimmelle
rendía- par le Parlcmetil de París sous le regiic del rain, oís l ». pags 115 116.
26. A Suman. \f>ra llene et )n\ttie rritnmetli. <>/> at . especialmente «1.a justice <i immelle aux XVI' et
xvir síteles le Parlemeni de París et les steges subalternes», pags -1-1.
166 rx.x iiisioKi.x di i.a \ i< ii i:n( i.\
L.\ PI-.R.SH I '(.ION 1)11. Hl|<) IX'DIGNí )-■ l.A PROGRESION DEJ TABU DE1.\ SANGRE
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172 UNA HISTORIA DI. l.A V|( M.l'.Ní .1A
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176 [ \.\ I IblOHIA DI I.A V1OI.I X( I \
de los criminales; pues ver cómo se los priva de sepultura, cómo se los
hierve y descuartiza, impresionaría casi tanto al vulgo como los tormen
tos que se inflige a los vi vos».44
El dulce literato de quien generalmente se alaba el buen sentido y la
tolerancia conocía bien las realidades judiciales, ya que había sido alcal
de de Burdeos. Su texto permite comprender sin anacronismos las acti
tudes de los espectadores ante el cuerpo sufriente, así como la función
de la represión penal para las autoridades y los legistas, (luando el casti
go parece normal, proporcionado al delito, la multitud fascinada lo ob
serva sin emoción aparente. No sólo admite la pertinencia de la sanción,
sino que pone al condenado a distancia de la comunidad cuyas normas
ha violado gravemente. Pero la suerte del cadáver desmembrado hace
brotar la emoción, porque implica una identificación colectiva, hecha
de escalofríos individuales, ante ese despojo mortal martirizado, sin re
lación directa con sus fechorías. Portador de un gran desprecio por el
«vulgo», Montaigne aconseja luego pulsar la cuerda sensible de ese mis
mo sentimiento. Para reforzar la tutela de los poderes sobre los pueblos,
preconiza aterrorizarlos. Lo esencial probablemente no es la violencia ni
lo morboso del espectáculo en sí, sino la angustia participad va de los
asistentes que reciben para sí mismos el mensaje. Más allá de la muerte,
lo que se evoca en efecto es un destino ulterior más intolerable si cabe: el
cadáver, descuartizado o hervido, pierde su integridad y se halla privado
de sepultura. Lo mismo ocurre con las brujas y los herejes entregados a
la hoguera. La dimensión cristiana de tal castigo no basta para explicar
su importancia. También se trata de un tema obsesivo de la cultura po
pular, rural y urbana, que motiva la virulencia de los motines londinen
ses de 1752, cuando los ahorcados fueron entregados a los cirujanos. En
los Países Bajos españoles, las propuestas de Montaigne ya se aplican
desde la segunda mitad del siglo XVI. Las ciudades están rodeadas por
rosarios de cadáveres y restos humanos, por cuerpos que cuelgan de las
horcas, expuestos medio calcinados o en la rueda, cabezas clavadas en
picas, manos cortadas, para disuadir a los malandrines de cruzar las puer
cas y para tranquilizar a los habitantes en una época turbulenta.4^
Esta liturgia del terror, que aun no conocemos bien, está más destina
da a avivar el miedo de los vivos que a castigar a los condenados de una
manera barbara. Si su efecto disuasorio sobre los delincuentes está lejos
de haber sido demostrado, su influencia pedagógica sobre el pueblo sí
( AIX 'i MI.1)1 \ I l( ),M[( ll)l() Y ( ()\> riilK.CK )\ |)1. ¡ ()S OI'XElíí )S !. | 177
■47 Ailetie bebiere. /.< ■> Gr<nnA J Aícx </ r< \ att \\:: \tn/t , París, i ta-
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r>! < i't ;¡rA Wulrrn } riinc< ( tv’.’t a//,/< in //>e / (.’im ersio, Park,
Penn Siate l'nivei'sin. Press. 1 994, parís 2) 9, 229 sobre la \mleiKi.l ile los nobles. \ p;lg. 241 sobre las
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nhv» /¡a . rr o i<Tt j > m 5 1
180 l’XA 11IS T( IRIA DI. I.A VJOl.I-.Xí IA
La revolución penal del siglo xvi está destinada a vigilar más que a
castigar. Orientando sus dardos hacia los adolescentes masculinos v fe
meninos, contribuye a desarrollar una concepción profundamente des
confiada ele ese estadio de la vida. El esfuerzo forma parte de un gran
movimiento occidental de redefinición de las normas sexuadas para ha
cerlas imperativas, demostrando que su transgresión puede costar la
vida. Si quieren conservarla, los chicos y las chicas son instados a no imi
tar a Caín los unos y a Mcdca las otras. Se trata también ele convencer
a los padres y a los espectadores del suplicio, a fin de que controlen más a
sus hijos, cuyos excesos potenciales amenazan la validez del pacto so
cial. El discurso aterrador de todos los actores al pie del patíbulo se de
sarrolla vigorosamente durante un siglo, el tiempo necesario para que
sea aceptado lentamente en las comunidades de base. En dos o tres ge
neraciones, la cosa está hecha. Así se explica el descenso notable y rápi
do de las mutilaciones corporales, las condenas a muerte y el uso de
la tortura a partir de la segunda mitad del siglo xvn, mucho antes de la
Ilustración. Pese a las variaciones importantes según los países y las ju
risdicciones, el descenso es general. El Parlamento de París marca pre
cozmente la pauta en 1‘'rancia. Ya en 1545 abandona las mutilaciones
corporales, reemplazándolas por la marca con el hierro candente, salvo
la mano cortada para el parricida, y usa con moderación el recurso a la
tortura preparatoria. Entre 1575 y 1604, confirma en apelación una
sola sentencia capital de cuatro decretadas por las instancias inferiores
de su inmensa jurisdicción.Pese a la ausencia de una instancia central
reguladora como esta, los Países Bajos, las Provincias Unidas, el Sacro
Imperio c Italia registran tendencias similares. El número de las ejecu
ciones baja en tocias partes a partir del siglo XVII, más o menos deprisa y
de forma más o menos importante según los lugares. Las grandes ciuda
des, Bruselas, Amsterdam, Lráncfort o Elorencia, marcan la pauta. En
Inglaterra, la disminución data ele la década de 1630. Se acentúa des
pués, antes de que la cifra vuelva a repuntar en el siglo xvni. Pero en
adelante son sobre todo los atentados contra la propiedad los definidos
con una severidad extrema por las nuevas leyes, (ion excepción de Ams
terdam, donde los años 1700-1750 conocen un repunte provisional,
antes de un nuevo declive, el reino insular parece el único en Europa que
presenta una curva ascendente de las penas capitales durante el Siglo de
las Luces.
Por otra parte, se observa por doquier una humanización de las for
mas de suplicio. A los fabricantes de moneda falsa ya no se los hierve vivos
en aceite a partir de mediados del siglo XVI en la jurisdicción del Parla
mento de París. El de Burdeos todavía pronuncia dos sentencias de este
tipo, en 1532 y en 1545, pero modera su decisión en ambos casos.*''1 La
práctica desaparece también en Alemania. El desmembramiento infligido
a Damicns en 1757 no es sino una excepción espectacular motivada por
una acusación de regicidio, algo ahora ya tan raro como inaudito. La for
ma más corriente de ejecutar en el continente es la horca. La decapita
ción, en neta regresión desde el siglo XVI, sigue siendo un privilegio nobi
liario en Francia, antes de que la Revolución la democratice. El suplicio
de la rueda como método de ejecución está reservado en realidad a los
bandoleros más conspicuos y a sus jefes, como Cartouche y Mandrin.
Poco frecuente y atroz, su aplicación contribuye a lorjar la leyenda de
esos jóvenes forajidos aureolados por un infinito poder de transgresión.
Por lo demás, existen unas órdenes secretas, conocidas con el nombre de
retentum en el Parlamento de París, que hacen que con frecuencia el ver
dugo abrevie los sufrimientos de un condenado a la rueda o a la hoguera
estrangulándolo directamente desde el principio de la ceremonia. La mis
ma suavización de la sentencia está documentada en Prusia después de
1779, en el Imperio austríaco después de 1776 y en Inglaterra para las
mujeres condenadas a ser quemadas vivas.61 Contrariamente a la teoría de
Michel Eoucault, la moderación de las penas no data en absoluto del si
glo xvni, sino por lo menos de mediados del xvn. A partir de ese momento,
el descenso acelerado del número de ejecuciones capitales acompaña la
disminución espectacular de los delitos desangre. La «fábrica» occidental
sólo aplicó la ley del talión durante unos cien años, de 1550 a 1650. Una
vez legalizada, ésta sirvió para prohibir a los mozos matarse los unos a los
otros y a las muchachas encintas pero solteras deshacerse de la criatura.
(■>0 B Schn:»nncr n<mrdlc\ c>¡ ht\t<nre ¡ln ¡íro/t ni’ <tt not.ihi
( \IX Y MI 1)1 \ I K )MI( .11)10 Y ( ()\S'l Rl’( ( [( ),\ 1)1 I I >S(,I M ROS | I 185
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186 I X \ !lh í'( )RI X tyt t X Vl( >1 i l \
(■>4 \ M.u M.ilion. i ¡i; <<>< \ I (;i . pji- I luik.i Rubl.iik. le ( ; f>í
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( Al\ Mi 1)1 \ I l( >.M |( |[)|() \ ( ( )\s níl'( ( |( )\ I)| | ()s (,[ \| R( i | 191
nielad por culpa de las mujeres que escapan del control de los hombres
para vivir libremente su sexualidad. Porque el estereotipo de la bruja va
ligado sobre todo a las viejas, principalmente a las viudas, que se entre
gan en cuerpo y alma al demonio. Es la metáfora de un apetito sensual
anormal, en los términos culturales de la época, puesto que no discurre
dentro del marco del matrimonio y no puede ser fecundante después de
la menopausia. Las muchachas infanticidas, por su parte, también trans
greden el tabú al abandonarse a la lujuria lucra del matrimonio para
buscar el placer y no para procrear, como demuestra su reacciém ante el
nacimiento tlel hijo no deseado. Su estatus real es generalmente preca
rio, Muchas son criadas, algunas han perdido al padre, tic manera que a
menudo son vulnerables frente a un amo que abusa de su posición para
solicitarlas carnalmcntc. Pero las gentes de bien las ven sobre todo como
tentadoras de costumbres disolutas.
En ambos casos, esas mujeres son consideradas como perturbadoras
con las cuales llega el escándalo. Exacerbados por las tensiones de una
época de conflictos y de cambios, los miedos al desorden \ ala ruptura
se concentran en su persona. El desarrollo de una moral religiosa más
exigente en materia sexual, sea cual fuere la confesión dominante del
país, atrae sobre ellas la atención de sus conciudadanos. En Inglaterra,
los obispos anglicanos hacen vigilar los comportamientos de los feligre
ses por unos churchicardefis escogidos localmcntc, que redactan unos
informes con vistas a corregir las malas costumbres observadas. El de
Bath y Wclls, en Somcrsct, pide en 1630 una relación minuciosa de todas
las formas de inmoralidad: la simple fornicación, las actitudes que aten-
tan contra la cast ida ti femenina, la kiscixia tic los individuos tic ambos
sexos, las mozas encintas, los padres posibles, los chicos que se casan con
esas desvergonzadas para ocultar la falta tlel progenitor, sin olvidar el
nombre tic los que proporcionan una ayuda material a los transgresores.
El objetivo es obligar a los sospechosos a justificarse ante las autoridades
religiosas, aunque sean objeto tic un simple rumor malévolo.
Las investigaciones describen una vitla sexual campesina bastante li
bre, incluso para las mujeres, casadas o no. Sólo son una excepción las hijas
y las esposas de los tcoww, los granjeros ricos, V de los representantes de
la geníry, la nobleza campesina, más afectadas que las demás por la ola
moralízadora. La influencia ticosas tíos minorías dominantes contribuye a
consolidar un control social más antiguo que se basa en la necesidad para
las muchachas solteras tic c\ i t arel escándalo público tic un embarazo. Se
mencionan con frecuencia tentativas de aborto v la<; ohá-.n; í-.nni'Mxin-.K
192 UNA UIS1OK1A !)[■: la Vl(Il.l'.NCLA
de ellas las rechazan, más por miedo a complicaciones físicas que por
miedo a condenarse. Los bastardos documentados son pocos, un 3 % de
medía, con una fuerte tendencia a disminuir a lo largo del siglo. Las con*
cepcíones prenupciales, es decir, el número de las que se casan embara
zadas, oscilan entre un 16 y un 25 % de los bautizos, según los lugares/7
Si las normas sexuales evolucionan, en Inglaterra como en todas par
tes, no es únicamente por efecto de una moral más rigurosa venida de
fuera. El ejemplo de Somerset demuestra que los dominantes locales
adoptan más fácilmente las prohibiciones que la gente humilde, por con
vicción pero también porque así afirman su poder sobre la comunidad.
Encuentran la ayuda de los poderes públicos para tratar el viejo proble
ma de la bastardía. Según la antigua legislación Tudor, el seductor en
principio debe casarse con la muchacha encinta o, si ya está casado, preo
cuparse por la suerte del hijo y contribuir económicamente a su manu
tención. Es muy difícil, no obstante, regular la cuestión, pues lo único
que limita la libertad sexual de los chicos es el temor a las enfermedades
venéreas.7S La nueva insistencia en la responsabilidad de las muchachas
que sucumben a la tentación adquiere sentido dentro de la óptica del
ahorcamiento al que están abocadas las madres infanticidas. Pero es du
doso que estas últimas constituyan un verdadero peligro a los ojos de sus
conciudadanos, a diferencia de las brujas, cuyos sortilegios los asustan.
Más prosaicamente, los notables del lugar se aprovechan de las incitacio
nes legales y religiosas acerca de los embarazos ilegítimos para trat¿irde
controlar mejor sus efectos, profundamente perturbadores del equili
brio de la colectividad. Aceptan, pues, una redefinición implícita de los
roles sexuales que atenúa la responsabilidad del hombre transfiriendo
esta responsabilidad esencialmente a la muchacha seducida. La ejecu
ción de las que se deshacen de un hijo ilegítimo no está sólo destinada a
limitar este comportamiento mediante el terror. Refuerza la prohibición
de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, hasta entonces poco
respetada, advirtiendo con toda solemnidad a la parte femenina exclusi
vamente de las consecuencias mortales de semejante transgresión.
Para limitar la pretendida lascivia de las hijas de Eva, los censores
masculinos convocan a la vez el miedo al infierno v el miedo a la justicia
implacable de los hombres. En toda Europa, construyen dos figuras fe
meninas de la inhumanidad, la joven madre infanticida de un hijo ilegíti-
77 (¡catires Roben Qii.iik. War/írni UewíAe* \\'íivtcljrd Vi'nc’i. tif . p.igs 1 19 121. 146 158.
U.\l\ Y MI DI \ H( ).Ml( 1DK) Y < ()\s I ÍU '( ( |O\ DI I ((,[ \| i<( )s | 193
una iuria sin igual por la arpía que mata a su desdichado hijo de cien
puñaladas, con Caín, «el que mancilló con la sangre del primer hombre
de bien el regazo de nuestra antigua madre». El asesino ele Abel respon
dió a Dios cuando éste le preguntó dónde estaba el primero: «¿Acaso
soy yo el guardián de mi hermano?». La (rase es retomada por la arpía,
que responde al criado cuando este busca a su amo muerto: «¡Yo no soy
su guardiana!». Verdadera exterminadora de su progenie masculina,
concentra sobre sí lodos los fantasmas de destrucción del genero huma
no: «¿11abéis oído hablar de semejante inhumanidad? ¿Es comparable
la fábula de Mcdca con esta historia no menos llena de verdad que de
horror?». Para el narrador, la diabólica Gabrine se confunde con la fi
gura de la bruja cómplice de Satán, a la que evoca por cierto afrontando
sin remordimientos el último suplicio: «Sus cabellos parecían serpien
tes entrelazadas; sus dos ojos rojos como el fuego lanzaban miradas ca
paces de dar la muerte a quienes contemplaba». El cómplice, en cam
bio, reconoce públicamente sus crímenes en el patíbulo, y luego le pide
al Creador que lo perdone. El autor distingue así la culpabilidad del
hombre, castigado por la justicia, pero capaz de una contrición que de
bería valerle la misericordia divina, de la de la anciana, inexcusable e
inhumana, descrita como un pozo de lascivia y una gorgona sedienta de
muerte.
Jcan-Picrrc Camus, obispo de Bcllcy, explota el mismo lema en 1630,
en Ld Medee. Una esposa engañada mala por celos a todos sus hijos
a hachazos, incluido un bebé de 6 meses en su cuna, y luego se suicida.
El autor saca de esta historia «una lección para los maridos, para que
traten humana y fielmente a sus mujeres», pues son «bajeles frágiles». La
naturaleza cruel y perversa de las hijas de Eva también se subraya en
otras producciones destinadas a un publico más amplio. Los casos san
grientos vendidos por las calles de París divulgan el miedo a la ferocidad
tic las mujeres. I íste es el caso en 1608 de / lisloire prodigiei/xe d une jeune
dcmo/selle luífiícUc Ji( ma/iger le jote de so// e/ija/it a im /euue geulilbom-
mc 11 listo ría prodigiosa de una damisela que hizo comer el hígado de su
hijo a un joven gentilhombre), o en 1625 de 1 hstoire vér/tablc d'unelem
ule í/ui a tac so// man, lacjuelle a//re\ exe/\'íi des cruautés mouíes sur son
corps [ Verdadera historia tic una mujer que mató a su marido, la cual
después ejecuté) unas crueldades inauditas sobre su cuerpoj. Obstinada,
esta liltima se niega luego a arrepentirse en el momento de su ejecución,
diciendo que volvería a hacerlo. «I ’inalmcnlc, esa mujer mala, ese mons-
trtio horrible, murió en su obstinación y no quiso mediante una verdadera
( \l.\ X XII 1)1 \ I l( )\||( ll)|( ) X I ( >\s IKl i ( h 1)1 I i )S ( J XI KI )S , I 195
rado con su crimen, para evitar los tormentos eternos»/11 La misma vi
sión masculina del segundo sexo tiñe la pintura y el grabado de la época
barroca, no dejando a las interesadas mas que una sola alicrnatix a: seguir
el modelo maternal que conduce a la salvación o ser una mujer perdida
abocada al demonio?' Algunas representaciones de las virtudes te-meni
nas contienen, sin embargo, un mensaje ambiguo, lis el caso de la ima
gen bíblica de Judith, que seduce a Holotcrncs para matarlo ¿i íin de
salvar su ciudad asediada. Magnificada con lrccucncia por los partida
rios del tiranicidio bajo Enrique III, mux a menudo acariciada por el
pincel de los pintores, Judith pone al servicio de la comunidad la violen
cia natural imputada a todas las representantes de su sexo. Pero ia cabe
za sanguinolenta del vencido, servida en una luente, ¿no provoca acaso
angustia en los espectadores masculinos de la época?
En I'rancia, el punto álgido de las persecuciones contra las que ocul
tan su embarazo se alcanza justamente durante el primer tercio del si
glo xvn. La curva de las condenas a muerte culmina hacia lú20. El movi
miento ulterior a la baja se debe probablemente en parte a una nueva
jurisprudencia del Parlamento de París, que decide en i 619 aplicar ¡le
nas inferiores a la de la horca sí el cadáver riel bebe no presenta indicios
de haber sido torturado? Pero sobre todo es debido a un cambio de
actitud cultural. A parí ir de finales de la década de 16 5 (), el publico cuito
abandona de repente la literatura trágica. Los relatos sangrientos \ mo
ralizantes de De Rosset o <lc (/amus pasan de moda, v en cambio se im
pone una estética más clásica, una lengua más cuidada \ unas nuevas
normas de convivencia. listas últimas, descritas en 1 630 en un libro de
Farct, /?/ loHHctc I lowwi', y retomadas luego por numerosos autores,
propugnan la cortesía, la mesura y la urbanidad?' Las sensibilidades de las
capas superiores se alejan de la fascinación por la violencia que impregna
ba anteriormente la literatura \ el arte, en un momento en que las ejecu
ciones cajú tales disminuven y en que se acaba la edad de oro del duelo?*
Estos I en órnen os pueden constatarse simultáneamente en otros paí
ses. Ademas, las persecuciones contra las brujas y contra las mujeres in
fanticidas también pierden intensidad a partir de las primeras décadas
bien sus gestos y sus ojos expresan dolor, es incapaz de verter una sola
lágrima. El juez concluye que sus actitudes traducen terror, pero no tris
teza. Se la condena a ser decapitada?1’ Se escruta especialmente el rostro
femenino para rratar de descubrir la verdad. Se cree que en él puede
leerse como en un libro abierto y determinar con certeza sí la interesada
pertenece a la parte buena o a la parte mala de su sexo. Aunque no siem
pre se vean coronados por el éxito, los esfuerzos desesperados de las
inculpadas de la segunda mitad del siglo xvn por conformarse al modelo
femenino positivo demuestran que conocen perfectamente sus caracte
rísticas. Su divulgación entre la población hace menos necesaria una ten
tativa sistemática de erradicar el delito de ocultación del embarazo.
Por parte de ios conciudadanos, se cierra un paréntesis persecutorio.
Las causas de su adhesión al movimiento, todavía mal estudiadas y oscu
ras, tienen probablemente menos que ver con la moral rigurosa impues
ta desde arriba, y asimilada sobre todo por los poderosos locales, que
con necesidades internas de reequilibrio de las relaciones entre los sexos
y las generaciones. Las jóvenes infanticidas y las viejas brujas son chivos
expiatorios sacrificados para apaciguar unas angustias excesivas en una
época de grandes turbulencias y tensiones. Rep resen tan ambas unas for
mas de libertad, sexual y social, respecto a los varones adultos, y mantie
nen unas relaciones privilegiadas con los hombres jóvenes. Porque estos
últimos persiguen a las unas con sus asiduidades y son formados por las
otras en el uso de una antiquísima cultura mágica, mientras que las espo
sas de mediana edad reinan sobre la infancia. Ahora bien, las principales
novedades que se imponen a las comunidades, a las rurales en particular,
se refieren a los solteros del sexo fuerte, llamados a abandonar la violen
cia viril ritual bajo pena de muerte en caso de homicidio y a alejarse más
de las muchachas nubiles por unas presiones religiosas y morales que
vienen a sumarse a los códigos de honor tradicionales. ¿No podría ser
que las cada vez más numerosas condenas contra las jóvenes madres in
fanticidas fuesen para los que rigen la colectividad un medio indirecto
de controlar mejor la agresividad exacerbada de los mozos? En otras
palabras, ¿no podría ser que la relación entre las franjas de edad mascu
linas constituyese el principal problema?
De hecho, son sobre todo ios hombres establecidos los que colabo
ran activamente en los jurados y con sus testimonios al castigo de las
brujas y de las chicas que han ocultado su embarazo, como ya hemos
198 l \.\ H|s IC )|<I \ DI 1 \ \ l( )l I \( .1 \
visto. J¿J hecho de que sobre ellos pesen unos peligros más graves y acu
ciantes que sobre sus predecesores, poco preocupados por esos temas, se
explica seguramente por una percepción más aguda de cuál es su interés
T ( \l \ vi MI 111 \ I MMIt II)]( M < ( >\M I<1 < ( h
la moral afirmando que esto «ha impedido mil crímenes secretos: el in
fanticidio ahora es tan raro como corriente era ames», En realidad, sim-
t j \| |.' 199
bien entendido. Reforzando su tutela sobre las partes menos dóciles de I plcmente se lia diferido, ha sido asumido por la colectividad. En Ruán,
la sociedad femenina, las separan más del universo juvenil masculino. ¡ por ejemplo, el 58 "a de los recién nacidos recogidos en los hospicios
Además, no aparecen como los responsables directos de las persecucio i muere antes tic alcanzar el año durante la década de 1710, \ más del
nes, puesto que aplican la ley que ahora ya convierte en crímenes muy I 94 % lo hace entre 1770 y 1779?s
graves unas actitudes antaño bien toleradas de los mozos violentos, de las La opinión acerca de las madres infanticidas se modifica prolnuda
mozas seducidas y de las viejas curanderas. Id mundo que se perfila es el mente porque sus conciudadanos sienten generalmente más compasión
de las veladas rurales, durante las cuales los primeros vienen a pelar la ! que odio por su acto desesperado. La lev puede seguir siendo rigurosa,
pava con las segundas bajo la atenta mirada de las viejas, mientras los , pero ya no logra imponerse a una opinión pública tic nuevo prolunda-
hombres adultos se mantienen un poco apartados. Ese mundo, desesta | mente tolerante en esta materia. El artículo 302 del Código Penal francés
bilizado por las novedades religiosas y morales llegadas de fuera, se re de 1810 continúa previendo el castigo siipremo, pero la repugnancia tic
configura para digerirlas. Los notables lo aprovechan para reforzar su los jurados y de la opinión pública a decretarlo obliga a una importante
dominio sobre todos, en particular sobre las mujeres demasiado inde ! modificación del mismo en 1824. Mientras el Gobierno denuncia unas
pendientes y más aún sobre los mozos agresivos, sin por ello convertirse I «absoluciones escandalosas, o como mucho unas contienas irrisorias a
en objetivo directo del descontento exacerbado de estos últimos. leves penas correccionales», se conceden circunstancias atcnuanies a las
En el siglo .xvill, el infanticidio es menos perseguido por los tribuna inculpadas, lo cual impide decretar sanciones más graves que los traba-
les y los índices de culpabilidad disminuyen. En Inglaterra, los jurados i jos forzados a perpetuidad. En 1832 aparecen nuevas disposiciones que
cambian <le comportamiento. Mientras que antes, en caso de duda, se I reducen la pena a trabajos forzados por un tiempo, v luego, en 1863, a
decantaban por la severidad, ahora se inclinan por la absolución, en unas cinco anos tic cárcel como máximo, cuando no se ha\a podido probar
proporciones mucho más importantes que cuando se trata de la muerte que el niño estaba vivo?1'
de un adulto?' lisa vuelta a la indulgencia por los representantes de las
comunidades significa que consideran a las interesadas, que a menudo ; Las in\cstigaciones recientes refutan la teoría de Michcl I ’oucault,
son muchachas muv jóvenes, como víctimas y no ya como culpables. Ello que atribuía a las ideas tic la Ilustración la evolución del sistema penal
se traduce en 1803 en la abrogación del estatuto de 1624, en el marco de occidental, haciéndolo pasar de la cspcctactilaritlatf tic los suplicios físi
una lev nuiv dura, sin embargo, respecto a numerosos crímenes capita cos decretados por el príncipe al encarcelamiento tic los que no siguen la
les, entre ellos el aborto con drogas. Ei nal mente, un acta de 1938 sobre norma, para ma\or provecho de la burguesía triunfante. Ya en el si
el inlanticidio decreta que este ya no será considerado como homicidio glo XVI se apuntan métodos represivos basados en la exclusión social v
si la madre no se ha repuesto del parto o de la lactancia y sí ha matado a i los trabajos forzados. En 1545, el Parlamento tic París salva la xicla del
su propio bebe a la edad tic menos tic 12 meses. La misma evolución se , 19 % de los apelantes con i leñad os a galeras. I .os países mediterráneos, v
observa en otros países. En I'rancia, el edicto de 1557 va no se aplica con especialmente I .spaña, hacen lo mismo. En el siglo x\ ii, Inglaterra, rápi
rigor después tic 1700, en el momento en que empieza a desarrollar damente imitada por las Provincias Unidas v Suecia, empieza a transpor-
se una práctica alternativa. Id abandono puro y simple permite ahora a | tar prisioneros hacia sus colonias. En 1555 aparece otro tipo tic expia
las muchachas desamparadas v a ¡as madres casadas demasiado pobres ción de las faltas cerca tic Londres, bajo la forma tic tina institución
deshacerse discretamente de un lactante, sin consecuencias judiciales. ¡ penitenciaria, Brídcwell Palacc, donde los vagabundos, obligados a tra-
En París, la media anual de ingresos un los hospicios de niños encontra
dos pasa de ochocientos veinticinco en 1 /()() a seis mil poco antes de la I
1 ss ii.iJ p.üs s(> s. \i f ¡ : w,, \ Soul.HI. ..S(1|
200 l XA ] lis 1 < IRIA DI I \ Vil >| l.Xi IA
6
El duelo nobiliario y las revueltas populares.
Las metamorfosis de la violencia
Sin embargo, esta era de furor \ de violencia sanguinaria es la de portadora de los valores urbanos, que desconfía de los excesos de la
los grandes cambios políticos estructurales. 1’1 minucioso estudio de los centralización y crecen la separación de los poderes, l.o demuestra una
conflictos religiosos ha ocultado muchas voces un fenómeno positivo | fuerte crisis de la aristocracia, cuyos valores esenciales se basan cada vez
importantísimo: la extrema desorganización del continente inducida | más en el dinero y el espíritu de empresa y menos en la cuna. ’ La justicia
por una incesante rivalidad entre las Iglesias enfrentarlas v los príncipes 1 insular refleja estos particularismos. De 1550 a 1630, es la única de Eu
ambiciosos oculta el avance de los procesos de unificación de la civiliza- 1 ropa que castiga sin piedad a los autores de delitos contra la propiedad.
ción occidental. Id más aparente es la gestación del listado moder- , El número de los ahorcados habría alcanzado casi los setenta v cinco mil
no. Bajo dos Jornias antagonistas olivos mecanismos evolucionan v se en cien años, de 15 30 a 1630, sobre un total de menos de cinco millones
perfeccionan sin cesar a lo largo del enfrentamiento, el listado necesita de habitantes. Entre 1 5S0 y 1610, el S7 ‘X, de los ajusticiados lo son por
controlar la agresividad de sus subditos para canalizar mejor la de sus ejér robo, bandolerismo o atraco, frente aun 13 7> por crímenes de sangre.
citos hacia el terreno fundamental de la controniación lícita contra los Hay que esperar a la década de 1660-1660 para que esa relación se equi
enemigos. I J modelo centralizado, a la 11 ancesa, se basa en una atracción libre un poco más, con un 55 7o para los primeros v un 45 ',7 para los
hacia arriba de las fuerzas vivas rio la sociedad. Según los análisis clási segundos. La criminalización creciente del homicidio tiene lugar, por
cos, se trata de captar en parte la violencia exacerbada de los aristócratas tanto, más tardíamente que en otros países.’
para ponerla al servicio del soberano en los campos de batalla.1 El otro > La guerra constituye en todos los casos el telón de fondo de la evolu
arquetipo es el de la ciudad estado, cuvo poder se basa en una economía ción. Europa la conoce casi sin interrupción entre sus monarcas rivales,
floreciente: Venccia a finales de la Edad Media, Ambcrcs a mediados del | la sufre por parte de los turcos que avanzan en el sureste v la exporta al
siglo xvi. Genova unas décadas mas tarde, Amsterdam en el siglo xvn... I mundo entero a partir de la época de los conquistadores. Cortés v Bi
Pero este ultimo modelo debe adaptarse a las amenazas crecientes que I zarro, El estatuto del conflicto militar cambia entonces totalmente. No
hacen pesar sobre el las monarquías mas poderosas, atraídas por su ri- ¡ sólo porque se impone la noción de guerra justa, sino más aún porque
queza. A veces acepta una tutela principesca, como la del gran duque de los numerosos militares se distinguen ahora claramente de los demás
()ccidcnlc, (aillos el Icinerario, en los Países Bajos, luego la tutela «im- ‘ súbditos. La única cultura legítima de la violencia es la de Jos soldados v
perial» más bien flexible de (.arlos V en el mismo espacio, particular los oficiales que actúan a las órdenes del listado. Los civiles, por su parte,
mente en Ambcrcs, y también en las ciudades libres del Sacro Imperio v i deben aceptar dejarse desarmar para confiar enteramente su seguridad a
las prestigiosas metrópolis italianas, Luego, al envejecer v hacerse más I la justicia y a las gentes encargadas por el soberano de mantener el or
rígido el emperador v más aún bajo la lerula de sus sucesores, las ciuda den. Semejantes principios tardarán generaciones, v a veces varios siglos,
des orgullosos se ven impulsadas a constituir amplias redes de resistencia en imponerse al conjunto de los súbditos. La adhesión es más fácil v rá
para conservar mis principios fundadores, a la manera de las Provincias 1 pida en las ciudades, ya preparadas desde hace tiempo por unos métodos
Unidas, que se rebelan contra I el i pe 11, o de las iigas Hilvanas protestan bastante eficaces de pacificación interna.1 Por otro lado, se va definiendo
tes alemanas que prefieren ser vasallas de señores próximos, buscando al [ una cultura militar particularmente brutal. Cada vez más orientada hacia
mismo tiempo el apoyo de reyes extranjeros, aunquesean católicos. Pro la voluntad de matar, esta se prolonga también con frecuencia a través de
tegida por su insularidad, Inglaterra const i 11 ive una excepción. Pasa leu- | los peores tormén tos infligidos a los vencidos, incluidas las poblaciones
Lamente del primer modelo al segundo rechazando el estilo absolutista > corrientes, sin respetar ni mujeres ni niños, coma demuestran con realis
de los I .stuardo tras haber tolerado el de los Iudor, para convertirse en I mo los grabados de Jaeques Callot. Entre esos extremos se distinguen
una especie de gran suburbio económico de Londres. Inglaterra, domí- I unas formas masivas de resistencia a abandonar la violencia tradicional,
nada por una capital en prodigiosa expansión a causa de la revolución (
industrial del siglo xvlli, conserva la apariencia de una monarquía. '
A partir ele la ( donosa Ixcvolucion de 16SS. es gobernada por una élite | 2 l.aw ri’iKt StoiK', I /’< ( ri/1/\ \mfut \ l! >~>\ ¡ (, ¡ ¡ \ J, ( l.ueiulon Cu ss 19(0
3 S(CVC I Iludir, / /’<■ V<y/< il/fii !>/ \lihii >■>> f >;, . < I 1 B.1S111 (>kr
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204 L’XÍA HISTORIA DI. LA VIOLENCIA
5 AI eM i nli:i i iiniciimenie la \ m!cm i.i nohj 11.1 riu. .íidada de l.i del reMo de l.i pobl.i eioii. S (,arro||
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no. (,ac di la tr.mip.i de una <oncepi.ioii .nistoei.itic.i mítica ck-l pimdonoi, a mi. mido < i »nl i.id icl 1,1, sin
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S Xiuli e IX-'. \ \ / i ; i'l'.'irr ¡ i >, ¡<>i < i (l'( r ''u s .'< , /i ,< ,,'L l s!, >¡
sin piedad que los aleja de las prácticas violentas corrientes de Jos demás
jóvenes, más dados a demostrar su valor causando una herida que a ma
tar.1" Su agresividad, magnificada por el código etico del duelo, fuerza a
la naturaleza para producir una cultura de muerte adaptada a los apeti
tos de conquista de los príncipes de la época. Se aleja de los rituales de
confrontación viril ordinarios, destinados simplemente a probar la supe
rioridad de un combatiente sobre otro, y de las prácticas de numerosas
especies animales en las que la emisión de signos de sumisión por parre
del vencido detiene la escalada fatal. Esta agresividad tiñe intensamente
la época de la irresistible expansión francesa, desde las guerras de Italia
hasta las conquistas de Luis XIV,
El duelo constituye sin duda una excepción francesa,10 11 En ningún
otro lugar de Europa alcanza la importancia que adquiere en el muy
cristiano reino de Erancia. Las escuelas de esgrima nacen, sin embargo,
en Italia, y los maestros más famosos o los mejores manuales proceden
de la península itálica. Pero la práctica del desafío de honor brilla allí de
forma efímera, en la primera mitad del siglo xvi, antes de registrar un
rápido descenso. La explicación corriente lo atribuye a la influencia del
Concilio de Tronío, que prohíbe dicha práctica en 1563. A ello se añade
un desprestigio más profundo, a través de la literatura y la risa, en una
sociedad donde los nobles son más cultos que en Erancia y donde no hay
ninguna presión legal para criminalizare! fenómeno.12 Si pensamos en el
puntilloso sentido del honor de los italianos yen las costumbres asesinas
del Renacimiento, tanto en las ciudades como en las cortes principescas,
parece sorprendente constatar un descenso tan radical. En realidad, la
cultura belicosa subyacente al duelo no logró arraigar en una Italia do
minada por los extranjeros y poco expansionista. Como en muchos paí
ses mediterráneos, el modelo tradicional de violencia ritualízada de la
juventud continuó imponiéndose hasta una época tardía. La persisten
cia de i a lucha con navajas para causar una herida, en nombre de un
pundonor compartido por todas las capas sociales, que no exige la eli
minación del adversario, impidió que el duelo se impusiera de lorma
duradera.
grima del otro lado del canal tic la Mancha. Id paroxismo de los duelos
se observa entre 1610 y 1620 en ambos reinos, pero los insulares pierden
rápidamente esa afición. Aparte del reinado de los Estuardos, que es
calcado al estilo monárquico de los Borbolles, el fenómeno parece ser
parcialmente ajeno al espíritu local, para el cual «la sangre es dinero».1,s
El país, amenazado por la invasión de la Armada Invencible española,
no es ya la gran potencia militar de la época de la (¡tierra de los Cien
Años. En parte ya ha erradicado la violencia, orientándola hacia espec
táculos de combate de animales y luchas a puñetazos codificadas entre
hombres, que son el antecedente del boxeo. Id teatro isabelino tam
bién desempeña su papel en la formación de una sensibilidad pacifica
da, al menos para quienes van a ver las obras en Londres. Poco tratado
en Francia en la misma época, el tema de la venganza es una verdadera
obsesión para los autores ingleses. Heroico antes de 1607, el vengador se
vuelve antipático de 1607 a 1620, luego hasta 1630 dominan las discusio
nes morales1’, mientras, al mismo tiempo, se desarrolla en París la litera
tura de las «historias trágicas», que forma la sensibilidad dominante, la
de los lectores nobles y burgueses, acostumbrándola a ver como una
gran banalidad el derramamiento de sangre con la crueldad más extre
ma. Antes de desaparecer hacia la década de 16-10, constituye en cierto
modo un aprendizaje subliminal que permite admitir fácilmente la nue
va ley del duelo mortal, cuya edad de oro se sitúa en Francia justamente
entre 1600 y 1640. Los ríos de sangre literarios y la casuística del pundo
nor acostumbran a los hijos de buena familia a practicar el asesinato sin
complejos, a pesar de la legislación y de la moral religiosa. La época tam
bién es la de los cañarás san<¿Jants, antecedentes de las crónicas de suce
sos. Sus relatos horripilantes acompañan la mutación de las normas, ba-
nalizando la crueldad del duelo a los ojos de todo el mundo. Poco a poco
se va instalando una imagen muy positiva del héroe viril aristocrático.
( Protector de la viuda y el huérfano, a la manera del caballero de antaño,
mata con razón, para defender su honra, ignorando las maniobras tor
tuosas de un Estado glacialmente represivo, pero partidario secretamen
te de los valores profundos que él defiende. Alexandrc Humas no tendrá
más que bordar sobre esa trama ya tejida bajo Luis XJ11 para inmortali-
I zar un puro mito aristocrático incitando hábilmente a todo el mundo a
reconocerse un poco en él. Pues la captación de la herencia violenta por
( IS. I Bill.ici>[■,. /< /);,<; ..'.."i !,i Mji.-t ..‘Mí i <>;' i:¡ . pj;.; V) (adeilia.s.
los nobles y los soldados priva todavía más al resto de los varones jóvenes
de la expresión tradicional de su virilidad competitiva, ahora ya estigma
tizada como un crimen imperdonable en caso de desenlace fatal.
habla de siete mil indultos con cedidos a los vencedores.'1 Esos datos se
refieren sin duda al conjunto de las cartas de indulto por homicidio, de
las cuales los nobles no reciben más que una porción pequeña, aunque
ésta supere ampliamente su peso demográfico, evaluado en un 2 % de
la población. Otro observador habla de setecientos setenta y dos gen-
tilhombrcs eliminados en duelo de 1550 a 1659, es decir, media docena
al año." Pero las exageraciones indican una toma de conciencia del pro
blema por algunos contemporáneos absolutamente horrorizados. Con tri
buyen a distanciarlos de la percepción de esa práctica como algo banal.
Al insistir en la idea de que ello puede llevar a la extinción de la nobleza,
los autores apoyan los es fu orzo s de Enrique IV por prohibir el duelo,
que denotan los edictos de 1599, 1602 y 1609. Sin embargo, por esa mis
ma época las prácticas clementes del primer Borbón refuerzan el discur
so aristocrático sobre la legitimidad del pundonor. Esas contradicciones
insolubles llevan a definir el duelo como un derecho excepcional que
debería ser poco frecuente, y sólo un guerrero de sangre azul está auto
rizado a abreviar una existencia sin una decisión de la justicia adoptada
respetando todos los procedimientos.
Ea cuestión de la edad de los combatientes no ha interesado mucho
a los historiadores, sobre todo porque las fuentes son poco prolijas al
respecto. Y sin embargo es un dato fundamental. Si bien existen duelis
tas mayores y hasta viejos, los testimonios concuerdan en relacionar el
fenómeno con la juventud. Desportes lo proclama:
21 IbiJ . |>.i^ 1 H
22 S. ( .ii roll. USuiid cíUlí \ toii h, t I \ltidt n I r>/>
2H l’NA IHSTORI \ DL I A \ |()J l'\( 1 \
27. Ibid . p.i^s US, 351. 3SO 387. 589. CU 398. p.u ,i la-, inti-rprci .u iones <k l k nomi-no poi el .mlt'i
28 Arlcüe |oi Lililí .1, / t /)<’.' oír rc titile I.J >¡nhK ii< Li \!,il¡n>l / / ¡ti! ’vo.é rtu , ¡
I.l. 1)1 1.1 o \( )BII l.\l<l< > v I \S Rl VI I I I l’OI’I 1 \R] S 1 I 217
51. (.11.uto poi 1 V.sc.il Briol si. 1 Iciac I )r< \ ilion v Piel jv St-ni.i, ( rc’M r/,•/t-r l Xj/.'as < (!, ,
í!<m\ Lt i hini i s.-t. /< \ssL I < iump X'.illmi. 2OC p.iu [J S, .malj/.i i-l uso imi-vti
de Li ík/i/í r< p.ir.i m.il.H cu p.ics X i \
it ir . I ,,
II DI I l.<) N( )B1I JARIO 'i l.As Rl VI I l i AS P( )l’l!l Mil s I ! 219
gar la vida sin más protección que la hoja fina de una espada. Un super
viviente describe un combate. Atraviesa el vientre v luego el pescuezo de
su rival, pero su espada se queda clavada en la segunda herida. El es a su
vez herido en un costado, retrocede, se prepara para lanzarse sobre el
individuo que viene a recoger el arma adversa que ha caído al suelo.
Contra toda esperanza, este último se la devuelve: «Me habéis pinchado,
pero soy hombre de honor», antes de tallecer allí mismo.'' Este relato se
puede interpretar de forma admirativa, elogiando el principio del pun
donor llevado hasta ese extremo de elegancia, de brillantez y de respe
to por el rival. Una lectura menos sensible a la propaganda nobiliaria
descifra un furioso halle! mortal por ambas partes, una absoluta deter
minación de eliminar a un ser humano, incluso en el combatiente con el
vientre perforado, que sigue atacando con furia, con una espada clava
da en el cuello. ¡Indomable valor, ciertamente, pero profundo despre
cio por la vida!
La historia rectificada de la pasión del duelo nos lleva a una consta
tación preocupante. La civilización de las costumbres descrita por Nor-
bcrt Elias no es sino apariencia. La crueldad se oculta más que nunca
bajo unas reglas imperativas de urbanidad, pero también se vuelve más
intensa y más radical en ios especialistas del arte de matar. A diferencia
de los mozos campesinos, brutales al exhibir su virilidad, pero que no
buscan deliberadamente la eliminación del adversario, que a veces imita
Boutcvillc, los nobles franceses del siglo xvn son incitados a matar vo
luntaria y fríamente amparándose en el pundonor para justificar lo injus
tificable. Ofrecen así al Estado una violencia exacerbada que los con
vierte en los prototipos de Rambo, el su per héroe militar del cinc capaz
de exterminar a los enemigos por centenares. Más tarde, el avance con
tinuo de las armas de destrucción masiva se explica mejor si admitimos
que Europa perfeccionó, a partir del modelo francés bajo Luis XIV, los
métodos de eliminación guerreros, hasta llegar a las terribles contiendas
mundiales. Forzando la naturaleza v produciendo una cultura de la
muerte, el duelo inauguró una terrible inflexión hacia la barbarie asumi
da en nombre de valores presuntamente trascendentes, (lomo si la agre
sividad reprimida por los códigos de la civilización se concentrase pode
rosamente en un sentimiento de superioridad destructor que da derecho
a matar a una pequeña fracción selecta de la sociedad, antes de llevar
más tarde a los pueblos en armas a enfrentamientos militares de gran
amplitud. Desde ese punto de vista, el hombre cada vez ha sido más un
II 1)1'1 I O \Olifl 1ARIO Y LAS I<1 Vl 'I.I TA.S P( )l’l I \RI S [ 221
3S I’ Bill.koís i-i) I.ihkii Bclx i<Ijt L IVitioHuair-, i'. , l’.iris. i’l 'I'. IY'-Xi.
222 LN \ lililí )RI \ DI LA Vl( )l I.Nl.IA
I
H DI I I n \( iBIl I \R|( ) Y J \s RJ \ l J J.J J’í »’l 1 \Rf s I 223
41 I’ninck Oberi. «160 Querelles d’lionríenr desarit le (ribirnnl des Marech.nix de I r.iiki (1774
I7S9I». tesis de lieerieirituni b;i|o la dirección de Roberl Muclicnibled, t hnversité París Nord. 1WS, págs 27.
M. 62, 73, 77. 70. 9S. 125
42. Roben A. Nve. Mutaduiify and M(//( ■ ( <d Houour in W/di r>¡ i ñutí', ()\toi’d/Nricv;i York,
II. Dl'LI ( ) MOBILIARIO Y LAS R] VM.I.TAS !>( >1’1'] AR! S ; | 225
que con frecuencia haya que forzar un poco a los señores para que se
pongan al frente de las tropas. El grito frecuente, «¡viva el rey sin la ga
bela!», indica la negativa a atribuirle a este último la menor responsabi
lidad. Esta se orienta principalmente hacia los funcionarios locales, en
particular contra los recaudadores de impuestos. Son muchos los discí
pulos de Mousnier que durante esos años estudian los archivos regiona
les y escriben sobre ellos sus tesis. Estas demuestran una y otra vez que
la lucha de clases no tiene la más mínima presencia en el muy cristiano
reino de Francia, y son pocos los francotiradores que se arriesgan a po
ner en cuestión la vulgata.
Entre ellos, Robert Mandrou intenta llamar la atención sobre algu
nas características ocultas por esta encendida disputa ideológica. Señala
la localización prioritaria de esas revueltas en el oeste y el suroeste de
Francia, la fuerte emotividad de los medios populares, el papel sedicioso
de las mujeres, la importancia de la violencia como «afirmación colecti
va de existencia», el aspecto salvaje pero no totalmente ciego cíe las insu
rrecciones. Para los campesinos, el principal problema, según el, no es
tanto la posesión de la tierra como el pequeño tamaño de las explotacio
nes y la insuficiencia de medios para trabajarlas. Los aumentos de im
puestos contribuyen a desequilibrar todavía más un sistema va muy frá
gil. La insurrección fiscal no es más que el «termómetro enloquecido de
una situación de crisis», incluso en la ciudad, aunque la situación de los
habitantes urbanos sea en general menos precaria. Las revueltas no cons
tituyen frentes de clase y no tienen ninguna conciencia política, aparte
de la lealtad al rey expresada por la mayoría durante el levantamiento, lo
cual no impide que el príncipe ordene una cruel represión. Se muestran
normalmente hostiles al resto de la sociedad, pasando de reivindicacio
nes antifiscalcs a un movimiento antiseñorial en el Delfinado en 1649, o
quemando castillos en el Perigord en 1637. Esto hace que los campesi
nos casi nunca gocen del apoyo de los habitantes de las ciudades, que
por otra parte tienden de forma natural a mirarlos con desconfianza,
cuando no con desprecio.46
A principios del siglo XXI, el debate historiográfico se ha calmado,
sobre todo porque el tema ya no está de moda. La proliferación de las
obras dedicadas a diversos países europeos probablemente ha contribui
do a ello, dando la impresión de que ya se había dicho todo, o casi, acer-
4(’ Robirl VLimli'i’ii, «Vui^l ans apres , ks 1e\ol[o |io|nil.ures en Ituihc au wn siccic». lii'i't/c
hi\lormtw. n ' 242. 1969. pan-' 29 40. ídem. ( <■/ lulti i en Iruni c ¡tu debut du \i li netle.
ii dii.i.o nobiliario x las m.vriíi.rpopí i arí.s 229
4/ l.ntic- los numerosísimos trabajos, véanse (. ivorges Rude. I/'r( roird tu l h\tor\ ,4 Xtudv of Popu
lar P)t\turba>iie ¡n I rt/rict and }.n¡¿Ji¡nd, 1/il)-/Á'-LV, Nueca York, Jolm Wilev and Sons. 1464: Yves-Marie
Bercu, C ruifHant\et Xíí /’/ctA \ \oulevemeiit\pawan\en I rautedo x'.i at< \i\ vc</<, París, Gailimard/
Julh.ird, l‘X4, Pctei Blicklc, / l\ !\< i olutrou of /X?5 ¡bi (,i roían l\a\ant\ Warfro'na \eu Pcr\pecltve,
Bahimoit I he lolins 1 lopkms ( ni\ersii\ Press, David t'iidcrdown, R<r<7, Kiot and Rebellion
popular Polilla and ( n/tim m l'ü'Jand. If.fii Oxford. Oxford (’mxersjix Press. |985: Charles
lilly, lhc( onh ntioio i renih I our (.entunen of Popular Strn^le. Cambridge, f laixard Univcrsity Press.
19S6, Micliacl Mullen, Popular ( ulture and Popular Protegí t>¡ Meduial and i arl\ Xiodern ¡turupe,
l .ondú. s, (.1 oom I lelm. 1 48, • \\ illiam Beik, I rhan proft \f in X i eii/et nth ( en/nr\ ¡rain; i ( tdturi of
Ri'tnbutton, (.ambridgc. < ambridgc I ’nisersip Press. 1947. lean Nicolás. 1 a Rebelhon Iraniana Xlotine
n¡ent\ poptdauy \ et eontitenie \onale. I<’>(>! 17X9, París, Senil, 2002
48. I.sel caso de.J R Ruii Miolinn ¡u i.arb Modern l'.urope, op i/t ), que dedica dos capítulos suce
so os bien inhumados a la violencia runa] de grupo, dentro de ella a la practicada pot los jovenes, pags
16(1., i 1 >, r,.1, I.,,.,., .1...... ,1,1....... .... ,|.„,
250 l \ \ IflSK )RIA DI 1 \ \ K )l I \( I \
xas regiones, y la se hace cada vez más difícil. La «pequeña era gla
ciar» produce veranos más fríos y más húmedos, precios del pan erráticos,
hambrunas más frecuentes y más graves. Los estómagos vacíos se en
frentan a la vez a numerosas epidemias v a los estragos causados por los
ejércitos. Su exasperación provoca incesantes motines urbanos por el
pan v protestas rurales, agravadas además por diversos problemas como
el movimiento de las cncloxiircx en Inglaterra, el problema del derecho
aristocrático de caza o las disputas de campanario por doquier...
í.os campesinos, que constituyen más de las tres cuartas partes de la
población en la mayor parte de los listarlos, abrazan la violencia por un
período muy largo. Las pequeñas émol ion x limitadas a unas horas o a
unos días se cuentan por miles en las ciudades y en el campo, hasta bien
entrarlo el siglo XIX, Las grandes guerras rurales, que implican a miles de
actores durante meses, están más localizadas y se desencadenan sobre
todo entre 1550 y 1650. La de la (¡iivana en 1548, dirigida contra la intro
ducción de la gabela, el nuevo impuesto sobre la sal, inaugura en Francia
un movimiento que acaba con los motines dirigidos por los bonnelx rou
ges bretones de 1 (575. Lomo el Sacro Imperio en 1 525, las autoridades no
pueden tolerar una contestación tan radical, listas graves explosiones de
furor, castigarlas con crueldad, atestiguan un extraordinario incremento
riel espíritu de violencia, tanto por parte de los rebeldes como por parte
de los gobernantes. 1,1 origen de un hecho tan masivo v tan extendido en
todo el continente plantea un enigma importante. No puede resolverse si
no es introduciendo en el universo cerrado riel estudio de las revueltas
populares un paradigma que los autores mencionan raras veces: la muta
ción de las sensibilidades juveniles populares bajo el electo de prohibi
ciones crecientes destinadas a privar a los interesados de sus derechos
seculares a una violencia ritual.
Las causas inmediatas de los levantamientos están ligadas esencial
mente a una degradación de las condiciones de villa, a causa de un Inerte
aumento de la presión fiscal o de terribles hambrunas. Id leñó mono es
endémico en toda Fu ropa, incluidos los siglos xvm v XIX. Sin embargo, las
grandes insurrecciones campesinas revelan malestares mucho más pro
fundos. Im Francia, hav verdaderos ejércitos rebeldes encauzados por
nobles <quc se enfrentan a las tropas reales bajo Luis XI11 v a comienzos
del reinado de Luis XIV. De mayo a julio de 1637, los íTocjUiuilx del Pcri-
goi’d reúnen a varías decenas de miles de insumisos v dejan centenares
de muertos en el campo de batalla cuando son derrotados por los solda
dos i-l 1 de ¡unió. Del 16 ilc iulio al 50 de no\ iembre de 1656, el «ejército
hombres. Derrotado ame las murallas de Aj í anches, abandona allí ¿i tres-
ciemos muertos. La caza posterior de los amotinados que limen en des
bandada es espectacular \ sangrienta. De mayo a julio de 1662, tres mil
insurrectos, apodados los bislacrn, recorren la región de Bouíognc-sur-
Mer. (iasi seiscientos son capturados v en su ma\ orla cn\ indos a galeras, Ln
abril de 1670, el Vivarais arde por los cuatro costados hasta el 25 de julio,
en que se produce ia derrota con un centenar de víctimas. Ln Bretaña, los
campesinos de Cornuallcs toman las armas en la primavera de 1675 con
tra la instauración tic impuestos indirectos sobre el papel timbrado, la
marca del estaño y la venta de tabaco. 1 ,n julio, se dirigen a varios castillos
y exigen que los señores renuncien a las corveas \ a otros derechos seño
riales. La llegada tic las tropas en septiembre los obliga a dispersarse sin
luchar.''’ Pero la represión contra esos bonach ronces es brutal. La mar
quesa de Se vigile se queja de no poder pascar \a por sus bosques breto
nes a causa de los numerosos ahorcados que i uclgan de los arboles...
Lsas rebeliones desesperadas Irente a unos soldados aguerridos v
unas autoridades implacables expresan en realidad un poderoso apego a
las tradiciones. Sus miembros rechazan las «novedades» fiscales v, en
general, todo lo que ponga en cuestión unos usos seculares. Respetuosos
de los equilibrios sociales, clcl rey \ normalmente de los aristócratas a los
cuales pulen avuda para obtener justicia, los amotinados luchan sobre
todo contra los excesos cometidos sobre ellos \ escogen con frecuencia
a los agentes del fisco ¡rara conven irlos en chi\os expiatorios. («onserva-
dores v iradicionahsia.s, rechazan los progresos del Astado moderno,
pero sin teorizar ese rechazo. Su protesta colecto a define una cultura de
la humillación v de la oposición que es el antecedente lc|ano de la huelga
de los obreros de la época industrial. I íiclia protesta surge de una pobre
za que cada vez se acepta peor, porque las condiciones di \ ¡da de la
gente humilde del campo se deterioran mucho durante el siglo x\ ii. Sin
poner cu cucst ion el orden establecido, los actores di esos iluminen iblcs
dramas se dirigen al principe para pedirle pan, como hacen todavía los
amotinados del hambre en abril de 15 64, puesto que esa es la función
protectoi a \ nutricia del soberano. 1 ,a sociología de las masas siiblcx adas
merece, sin embargo, un análisis mas detallado. Ln esos )e\ aniamii otos
participan a menudo mujeres, especialmente act i\ as en los inu\ numero
sos mol mes pro\ orados por la falta di' pan. pero también mu\ presentes
en otras muchas i i reí instancias.1 Nadie s< lia inicrcs.id* > i cálmente por
232 l'X \ I HsfOHIA Di I. \ VI( >1 I M IA
la edad de los hombres que participan en ellos, a veces por laica de pre
cisiones en las fuentes, pero también por falta de interés al respecto.
Ahora bien, las grandes insurrecciones campesinas presentan unas
características específicas que deben hacer reflexionar sobre ese proble
ma. Generalmente, tienen lugar cuando hace calor, a partir de la prima
vera, y culminan en los meses del verano. Se trata precisamente del calen
dario privilegiado de la violencia festiva juvenil?1 El mes de mayo se
dedica tradicional mente al cortejo amoroso, tras el largo invierno y la in
terminable Cuaresma. Las curvas de criminalidad perdonada muestran la
clara progresión hasta el corazón del verano de los enfrentamientos viri
les que desembocan en homicidios. Se añaden las ocasiones que ofrece el
carnaval, durante el cual los desbordamientos ordinarios pueden llevar a
un aumento considerable de los conflictos mortíferos.’2 Esos fenómenos
existen en toda Europa. En Lishoa, el milagro de un crucifijo que lanza
destellos, puesto en duda por un judío, transforma las fiestas de Pascua
de 1506 en motines sangrientos durante tres días, en los que al parecer
mueren dos mil personas. Los graves desórdenes de Pentecostés en Pa-
miers en 1566 se dirigen contra ios protestantes que han prohibido las
fiestas católicas durante las cuales eran designados los papas, emperado
res y abades de la juventud. Los que desfilan entonces por las calles detrás
de una imagen de san Antonio bailando, acompañados de músicos, y gri
tando «¡mata, mata!» son sin duda solteros que reivindican los derechos
que les acaban de confiscar. Luchan durante tres días, antes de ser final
mente derrotados. En Inglaterra, el 25 de marzo de 163 1, la revuelta del
bosque de Deán, en Glouccstcrshirc, reúne a quinientos hombres que
marchan a través de los bosques acompañados de pífanos, tambores y
estandartes. El objetivo declarado es restablecer un libre acceso a esos
lugares, ahora vallados y prohibidos. Sin embargo, la forma que toma el
levantamiento es la del skimmington, el charivari insular, que acaba con la
destrucción de la efigie del propietario que ha decido vallar las tierras. El
sábado 5 de abril siguiente, víspera del domingo de Ramos en la liturgia
católica, una multitud de tres mil personas vuelve con tambores y bande
ras desplegadas para destruir otras barreras y quemar casas?’
Una de las dimensiones esenciales, pero poco tenida en cuenta, de las
rebeliones populares es que traducen en actos violentos, portadores de
5 1 Vcjsc >
^2 1 .mui.iimel I ,c Rov Laduric. / < ( d< ( l't¡>;d< h :n <¡n tedi d¡ \ ( t t.-dre^
is-Li ISÍ.H i’.,,-;, i ' ,n;„, ,,.i 11»-o
1.1. DI 'I 1 ( ) \( )BI1.1AHK n I A'' RI VI TI TAS POPI ’l \R1 S . | 233
5-1. X Zvmon Davis, /.< i C.Hltun \ du !>t-u}dr. t>¡> <.t!, pag>. 2S5 2S7 Vc.isc asimismo Y. M Bercé,
(. el \n ¡>;t d\. í>ti (// paj; 7’
234 r\ \ i in * )i<i \! 'i i \ \ mi i \< i \
titutiva, ya que cada banda sigue a sus jefes v sus colores para ir a la lucha,
lo cual facilita la victoria de las tropas regulares, mucho más disciplina
das y mejor armadas, que son enviadas a sofocar esas rebeliones.
Sin embargo, los actores van menos a la guerra que a la fiesta, hasta
cierto punto con el lirio en la mano, (.roen en la victoria porque están
seguros de que el derecho los asiste: «¡Si el rey lo supiera!». Marchan
alegres como si se dirigiesen a una fiesta, precedidos por pífanos y gaitas,
como por ejemplo en los ataques en el Querey en mayo de1 1707. Vence
dores, se emborrachan, beben sin ironía «a la salud riel rey», encienden
grandes hogueras como las de carnaval o San Juan, voltean las campanas
y desfilan al son de la música... Durante el carnaval de Buríleos en 1651,
decapitan una efigie de Mazarino, execrado, la noche del martes de ( car
naval después de pasearla por las calles montada en una muía y escoltada
por trescientas personas armadas. El domingo siguiente, la queman en la
plaza del palacio, allí donde se celebran las ejecuciones capitales, y más
tarde una segunda vez, al cabo de una semana, en los fosos del Ayunta
miento, durante unos grandes fuegos artificiales acompañados de ho
gueras encendidas por centenares en los pueblos de alrededor. Borra
cheras monstruosas y bailes improvisados acompañan lo que constituye
una variante ampliada, varias veces reiterada para aumentar el regocijo
popular, del tradicional combate entre don Carnal v doña Cuaresma,
que concluye con festividades alrededor de la hoguera donde arde el
muñeco que personifica al carnaval.’'
Los miembros de las compañías de la juventud rural y urbana, que
son los protagonistas habituales tic las manifestaciones jocosas, están sin
duda presentes en gran número en las filas de los insurrectos. Sobre todo
porque ir armados por los caminos es para ellos una costumbre. Además,
tienen la energía necesaria para resistir largas semanas de marcha segui
das de duras peleas y también tienen mucho menos que perder que sus
mayores, va que no están ni casados ni instalados. Probablemente es su
vitalidad la que tiñe el movimiento de rasgos Indicos y de una cierta in
consciencia de los peligros o incluso de los duros castigos a los que se
exponen. La ausencia de masacres deliberadas, así como la elección de un
número pequeño de objetivos realmente detesta».los, caracterizan, por otra
parte, los ritos de violencia consuetudinarios, centrados en la brutalidad
pero sin un deseo sistemático de matar. Sólo el odiado recaudador de
impuestos corre el riesgo de morir v ser luego arrastrado por los caminos
como un trofeo. En ciertos casos, los vencedores atan su presa a un árbol
236 USA HISTORIA DI-. I A VI< JI.I.XCIA
5S M. Willcd. f'opüAir ( Pop.'íLir Proteo, up tif . % 99. soba I.i ixkuiou ciidV hs
sioncs carnavalescas en depones, como el boxeo en Inglaterra a partir del
siglo xviu o el fútbol en nuestros días. Los participantes, convertidos en
espectadores, incluidos los jóvenes solteros, controlan mejor el placer
que siguen experimentando al ver sufrir a unos hombres o a unas bestias
y pueden identificarse con los jugadores y a la vez permitirse una exube
rancia que ahora ya está mal vísta en la vida cotidiana?1' La multiplicación
de las penas capitales y su impresionante liturgia judicial establecen los
lejanos fundamentos del fenómeno a partir del siglo xvi. La nueva cspec-
tacularídad de los suplicios sirve menos para demostrar el poder del rev
que para crear un nuevo estado de ánimo de los observadores respecto a
la muerte y la sangre. A veces la multitud todavía se salta las reglas, se
abalanza para salvar a un condenado o para masacrar a un verdugo falto
de destreza, como los hinchas invaden hoy el terreno de juego. Pero la
mayor parte de las veces se tienen que conformar con asistir de lejos a lo
que ocurre. Una de las funciones principales de los ajusticiamientos, tan
reiterados, es obligar a los asistentes a distanciarse de la escuna v a impri
mir en su mente la idea de que el príncipe es el único que tiene el derecho
eminente de matar a un ser humano legal mente condenado.
Para ser aceptado un día como un verdadero adulto, el mozo rural o
el ciudadano del siglo XV y del siglo XX'i debía probar su virilidad en el
teatro de la calle. Para eso, participaba en combates contra iguales y en
rituales peligrosos, como los juegos de pelota ingleses y franceses, las
corridas de toros españolas, las carreras de caballos del palio en Siena o
las batallas en los puentes de Venecia. Un mismo código de violencia
subyacía a la vez en las fiestas crueles que jalonaban el año y un las obli
gaciones de venganza simbolizadas por la historia de Romeo y.Julieta.
De ahí que pasar de las unas a las otras fuera fácil. Bastaba una chispa
para transformar el alegre carnaval en una verdadera carnicería, como
en Romans en I 580 o en Udinc un 1511, cuando la facción de los Zam-
barlani se impuso a la de los Stumierí después de doscientos años de lu
chas incesantes, luego desmembró sus cadáveres y dejó sus despojos a
los cerdos y a los perros durante varios días.'"1 A partir del Renacimiento,
la justicia monárquica intenta captar en toda líuropa ese lenguaje simbó
lico que hacía del cuerpo una metáfora de la sociedad entera y de la
violencia un acto productivo de unión entre los individuos. Pero tiene
buen cuidado de sacralizar al extremo la ceremonia de las ejecuciones
2 ES l X \ His I ( >KI \ DI I \ Vil )I I \< 1 \
grosos o desmarcarse de los que hacen sufrir a las personas v a los anima
les, justificándolos como deportes.1’1 También engañan muchas veces mo
dificando más las apariencias que el fondo. La violencia homicida signe
siendo un elemento fundamental de la existencia en los territorios aisla
dos o alejados de los centros políticos que conservan mejor sus tradicio
nes. La vendetta continúa imponiéndose en el corazón tic las relaciones
humanas, a veces hasta nuestros días, y no sólo en el espacio mediterrá
neo, como por ejemplo en Córcega, en Liguria o en Eriuli, sino también
en Islandia, en los Híghlands de Escocia, en el Gévaudan o el Qucrcv/'-’
El proletariado de la época industrial también muestra una cierta bruta
lidad de costumbres heredada del pasado. Sublimada, acaba por produ
cir una cultura de la contestación obrera que anima hov numerosas huel
gas, especialmente en Francia.
Id papel de los varones jóvenes en los levantamientos del pasado
merecería unos análisis más detallados. Aparece sobre todo de forma
indirecta durante las grandes insurrecciones campesinas francesas del
siglo xvil. Su localización mayoritaria en el oeste v más aún en el cuarto
suroccidental del reino hace pensar que la explicación clásica del des
contento fiscal, la lejanía del poder monárquico y las tradiciones de inde
pendencia locales no basta. Acentuada por el fuerte aumento de los im
puestos, la degradación de las condiciones de vida procede también de
un fenómeno estructural poco estudiado, las reglas de la herencia que se
aplican a las masas campesinas. Las costumbres francesas están redacta
das a partir del siglo xvi. Muy diversas en cuanto al detalle, las que rigen
el reparto de los bienes de los plebeyos son esencialmente distintas entre
las regiones donde las condiciones hacen difícil la fragmentación de las
tierras y aquellas donde se impone el principio de igualdad.'” I .as segun
das compren *cn la zona orlcano-parísina, poco afectada por grandes
movimientos sediciosos tras la jaequerie de 1 34X, resultado a la vez de su
excepcional prosperidad, de la influencia enorme de la capital v de una
poderosa vigilancia monárquica alrededor de ésta.,,J Otros territorios
igualitarios mucho menos controlados por el centro político, mavorita-
riamente situados en el oeste, registran por su parte un fuerte individua
lismo agrario. El linaje es más importante que el hogar. Ahora bien, son
\ r.i K I. .1
i \ \ k )[ i \t i \ i x )Mi s i k \n \ t iíoii i%n> 247
La sangre prohibiim
luego en la década de 1880. Más que con las crisis económicas, sociales
y políticas o con el ambiente de inquietud de los períodos de preguerra,
que no hacen más que amplificar el fenómeno, los picos estadísticos pa
recen reí acionados sobre todo con efectos generacionales. Las prohibi
ciones de los excesos sanguinarios, impuestas a una mayoría creciente de
varones jóvenes, siguen siendo rechazadas abiertamente por una mino
ría, que continúa batiéndose en las calles, pero que se mata mucho me
nos. La explosión más intensa, que se manifiesta con cierta regularidad
en Francia más o menos cada veinte años, hay que relacionarla probable
mente con la llegada al final de la adolescencia de una nueva cohorte. Es
una especie de acceso de fiebre juvenil contra las normas impuestas, que
refleja una percepción agravada de su situación por parte de los actores,
generalmente de origen humilde, frente al dominio de los adultos que
también se ejerce en el terreno económico. Al obligar a las autoridades
policiales y judiciales a reforzar un control que se había ido relajando
durante el período anterior, esas explosiones contribuyen a abultar es
porádicamente las cifras de la criminalidad contra las personas.
En Suecia, la tasa de homicidios baja lentamente a partir de la década
de 1840 y poco a poco se va concentrando de forma específica en las
clases populares? En Inglaterra, los casos conocidos por la policía —un
poco menos de cuatrocientos al año— se reducen a la mitad entre 1860
y 1914.I .as condenas disminuyen aún más, para quedar en 0,6 por cien
mil habitantes al final del período. Atracos y lesiones siguen primero un
movimiento inverso y luego también se desploman, a partir de mediados
del siglo xix los primeros y hacia 1870 las segundas? Aunque sólo espo
rádicamente se interesa por el criterio de edad y no da cifras brutas,
existe un estudio regional sobre una gran región minera, Black Country,
al norte de Birmingham, que demuestra que los chicos de 16 a 25 años
están sobrerrepresentados. Cuando hacia 1 850 constituyen el 23 % de la
población, representan el 45 % de los imputados, considerando to
dos los delitos, y hasta el 50% en la década de 1830. No hav ninguna
otra categoría que presente una delincuencia superior a su peso demo
gráfico, exceptuando —aunque con una menor amplitud respecto a su
número— a los que tienen 14 ó 15 años y los que tienen entre 26 y 29. En
total, dos tercios de los individuos perseguidos por la justicia tienen cn-
3 D I .itiil'.i ['oni. «InterpcTsoii.il violeiu c id historv » <7.1 (Kicrbcrg, Timinaliiv, social con
trol, aml i lie caris modern si.nc». t>p m
-4 V A 4 (i.itfc-1]. «Ihc decline of theli ,tnd violcnce m viciorian and cdsvardian laigland», en
V A < ’ < .11 H1 i ■„„> i . ... I> ...I. ... i 1,.., > ¿................. I r .. i /. V . .1 ir/ ■_
250 l \ i l|S|( )1ÍIA DI. 1 A \ 101,1 M ¡A
inglesas contra los que maltratan a los animales van en el mismo sentido.
En 1835 se prohíben las peleas de gallos v el malrrato de animales do
mésticos. Apoyada por una opinión pública que desaprueba cada vez
más las expresiones de crueldad, la criminalización de la brutalidad
entra en una nueva fase buscando la pacificación completa del espacio
colectivo. El principal objetivo sigue siendo la juventud masculina, de
origen popular sobre todo. Desde la Edad Media, se la ba instado suce
sivamente, bajo pena de muerte, a no portar armas v a abandonar las
peleas rituales, así como la protesta agresiva contra las autoridades v el
hurto para mejorar una existencia difícil, finalmente, la adquisición de
un vasto Imperio en ultramar ha contribuido a su pacificación, orientan
do a una parte de sus representantes más turbulentos hacia la carrera
militar o la instalación en las colonias.12
La Europa occidental del siglo XIX redcfine una vez más la noción ele
violencia para adaptarla a unos cambios importantes en las relaciones
sociales y más aún en las relaciones entre cohortes de edades y sexos en
una época industrial marcada por grandes mutaciones, l anío en f rancia
como en Inglaterra, los tribunales se muestran cada vez más severos con
los acusados masculinos y manifiestan al contrario más indulgencia hacia
las mujeres incriminadas. Esa aparente paradoja revela una voluntad
más fuerte de encauzar a los primeros, sobre todo a los jóvenes de clase
obrera, por parte de los poderes y de los notables adultos pertenecientes
a las capas superiores o medias de la sociedad. Según ellos, el derecho de
castigar, incluirlo el recurso legítimo a la fuerza, pertenece exclusiva
mente a los amos, a los superiores y a los padres, que pueden hacer uso
de él sin excederse para proteger su hogar y sus propiedades.
En cuanto a las hijas de Iiva, mucho menos numerosas entre los im
putados, también se cnlrentan a castigos cada vez menos <luros en Ingla
terra en la segunda mitad del siglo. Normalmente son condenadas a pe
nas de prisión cortas, casi nunca a muerte. Por otra parle, cada vez son
mas las acusadas de violencia que son objeto de veredictos absolutorios
so pretexto de locura. El hecho de que en la década de 1890 estos casos
representen un 17 % es sumamente elocuente en cuanto a la percepción
de la «debilidad» femenina que subyace a estas decisiones. En I-'rancia,
los jurados de finales del siglo xix se muestran poco scwros ante las
pradicas abortivas que ahora son Irecuentísimas v que caria vez implican
a más esposas que utilizan ese medio para controlar su fecundidad, y ello
J \ \ )OJ J N< M IX >M1 S| !( ,\i> \ ' I/^Í) 255
H’iJ -I l'i P.it.i i i.itn i.i I. 1,1111.1 !’.n,i./ ii.ii'"-‘ « <■;’ < i' p.is’.s >vj
14. X.iik\ 1,. Ornii. «I.,, u>ihtni<iii>i> ti,- li ,n.... i....................... < .i t, i
la justicia. Los maridos complacientes o débiles son instados a castigar a
sus mujeres so pena de sanciones públicas humillantes, como ser pasea
dos sobre un burro, que es lo que se hace con los maridos cornudos. Si
pegan demasiado a su mujer y ésta muere, el asunto es calificado de ho
micidio accidental y tratado con una gran benevolencia por los tribuna
les, suponiendo que llegue hasta los mismos. En el siglo xvni, se denun
cian ante los tribunales ingleses más casos no mortales, pero en general
no son sancionados sino sometidos a un procedimiento de reconcilia
ción bajo control legal. Dicha práctica continúa en el siglo xix, mientras
se va instaurando paralelamente una criminalización sin duda parcial
del fenómeno.15 La interpretación no es fácil. No es seguro que se trate
de una pura voluntad de proteger a los más débiles de la casa. Los ma
gistrados y los jurados no parecen definir verdaderos umbrales más que
si el marido se extralimita tanto que causa la muerte. Al mismo tiempo,
se niegan a tratar claramente el tema del incesto paterno. Y si tratan de
proteger mejor a las niñas de los abusos sexuales, en particular por par
te de los adultos, es sobre todo para evitar que su caída produzca una
amplia corrupción del mundo femenino sobre el cual reposa el futuro
demográfico de la nación. Como en Francia o en las demás regiones en
vías de industrialización, lo esencial de los esfuerzos represivos afecta
a las clases inferiores, consideradas como peligrosas y singularmente
violentas.
Con todo, Inglaterra representa una relativa excepción dentro de
Europa. Es la única que orientó precozmente sus tribunales hacia la re
presión de los atentados contra los bienes, bajo la presión de los «prin
cipales» habitantes pertenecientes a la middling sort de las parroquias,
asustados por el vertiginoso aumento del vagabundeo entre 1570 y 1630.
El problema se debe entonces a una gran dificultad de los jóvenes para
establecerse y casarse, pues el 67 % de los detenidos por vagos tiene
menos de 21 años y el 43 % menos de 16.16 En el siglo xvni, el hloody
code continúa enviando a la horca a más jóvenes ladrones que asesinos.
Es abandonado en la década de 1830, cuando 1a ansiedad principal de
las autoridades y los ciudadanos se desplaza cada vez más hacia los aten
tados contra las personas. Su tratamiento tardío se basa en un desarme
general de los ciudadanos y de las fuerzas de policía, acompañado de un
reforzamiento de las formas de control social y de regulación del orden
público. Vista como una originalidad insular por Jos autores anglosajo
nes, esa evolución parece constituir más Bien una forma ele recuperar el
terreno perdido respecto al pelotón de los demás listados, inmersos
desde principios del siglo xvn en un proceso de «civilización de las cos
tumbres» y de limitación de la violencia sanguinaria. En ese marco, la
condena rigurosa clcl homicida tiende más a acabar con un arcaísmo
espectacularmente demostrado por las cifras y a alinear al país con los
otros que a expresar una especificidad reivindicada por los periódicos
locales a finales del siglo X1X.1, Estos definen en particular el asesinato de
la esposa infiel como antiinglcs por naturaleza, para mejor exaltar el self
control, la domesticación de la violencia y la atención hacia el sexo débil.
Se supone que dichos rasgos caracterizan al súbdito británico, por con
traste con todos los demás pueblos, franceses, italianos, españoles y
griegos, sobre tocio, presuntamente incapaces de controlar sus impulsos
y su combatividad. La inmoralidad francesa, vilipendiada por la tole
rancia excesiva ele los jurados nacionales hacia los que matan por amor
o por pasión, es lo que más indigna a los británicos. Es cierto que las
mujeres son las principales beneficiarías de la evolución en Inglaterra en
el siglo xix, pues el alcohol alimenta particularmente la brutalidad en los
medios populares. Una legislación muy restrictiva así lo demuestra, y las
condenas a multas o a cortas estancias en prisión por ese tipo de excesos
se multiplican por tres entre 1860 y 1876, alcanzando la cifra de ciento
ochenta y cinco mil durante ese último año. Los casos de homicidio de
una esposa a manos de su marido borracho siguen la misma evolución,
pasando de sesenta y tres entre 1841 y 1870 a ciento cincuenta y dos
durante los tres años siguientes.H La realidad ele esa lacra social crecien
te es lo que explica la severidad de los tribunales. La oda al «hombre
normal razonable» entonada por los contemporáneos contribuye sobre
todo a ocultar la extrema dificultad de erradicar la violencia, ahora ya
excluida del espacio público, pero concentrada en el hogar, donde es
probablemente mucho más intensa y más frecuente de lo que las estadís
ticas criminales sugieren.
En b rancia, la situación parece un poco menos preocupante. La an
tigüedad de la lucha contra todas las formas de agresión parece haber
impedido una excesiva concentración de estas en el ámbito privado, a
juzgar por la indulgencia de los jurados al respecto. De 1905 a 1913, sólo
se muestran muy severos en materia de asesinato o de homicidio con
agravantes, sobre todo con ocasión de un robo. Absuelven al 40 % de los
258 I X \ U|S[ ( )RI \ 1)1 i \ X |( >1.[ X( |.\
de personas hacia 1861, esos delitos equivalen al doble tic los cometidos
en Alemania, Francia c Inglaterra juntas. Los tribunales juzgan siete ve
ces menos homicidios en 1880, pese a que la población ha aumentado en
un 20 %. En Sicilia, por las mismas lechas, la rasa sigue siendo muv ele
vada, alrededor de diecisiete por cien mil habitantes, pero ya se ha redu
cido a la mitad, o quizás en dos tercios, desde principios tic siglo. La
disminución gradual de la pena de muerte, a un ritmo igualmente varia
ble según los Estados, consrituve el telón de fondo sobre el cual se desa
rrolla la pacificación de las costumbres. En Francia, el número de los
guillotinados solía desplomado hacia 1901-1905, luego conoce ílucrua-
ciones hasta la abolición tic la pena de muerte en 1981. Inglaterra regis
tra un movimiento más espectacular aún, pasando de un máximo hacia
1830a una tasa inferior a la de Francia a principios del siglo xx. mientras
que Noruega, Dinamarca y Suecia suprimen la pena capital. Estas muta
ciones reflejan una nueva mirada sobre ios jóvenes de origen humilde,
que son la mayoría ele los condenados a muerte. En Inglaterra antes de
1800, los chicos de menos de 21 años son los más representados cu esa
cohorte siniestra.21
En vísperas del primer conflicto mundial, que dará rienda suelta a
tremendos brotes de ferocidad colectiva, muchos europeos se sienten
paradójicamente poco inclinados a las conlmutaciones sanguinarias en
la vida cotidiana. Las burguesías pueden enorgullecerse de haber do
mesticado la violencia sangrienta reduciendo drásticamente la cifra de
los homicidios no crapulosos. I lan canalizado o desviado ia brutalidad
de las capas laboriosas para hacerla menos inquietante. Id aumento del
número de golpes y lesiones o de conflictos familiares traduce esa deri
vación hacia actos de consecuencias menos trágicas, que conocerán a su
vez una regresión más adelante, menos rápida y menos importante en los
países del sur que en los del norte. ” La situación resulta de una \ igilan-
cia multiforme de los adolescentes, en particular de los de origen prole
tario, cuya turbulencia «natural» preocupa vivamente a los gobernantes,
los ricos y los partidarios del orden v la paz cívica. La «fábrica» occidental
ha multiplicado los procedimientos de controlar su potencial perturba
dor. La justicia final, que representa el filtro último, no se encarga tanto
de castigar a los irreductibles v a los irrecuperables o de rehabilitarlos
mediante el encarcelamiento, según ciertos discursos normativos de la
época, como de aislarlos del cuerpo colectivo para imponerles la domes-
-> 1 II . 1
260 t 'NA I l|sl( )HIA DI 1 A \ lOl.l'.Nt 1 \
? > I alk BrC 1%Í hjk niel, - fb'ipui'' ’IIK- hisTniiv j p L'i í cía) Ji niel tic Ibisioi inj'japbn* nilcnoniJc stir
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2S | (.licMi.ir. í ¡ntiiirt Ji L¡ i toh )it t < /; ()> < ni. >>/' < ¡i . p.i^ I 01)
29 \ < .im' i .ipil nlo -1
1 \ \'1< )| I \( I \ |)< ),\í |V1 l< ADA I 1650 1961) 265
aumentan, también tiene que ver con actitudes contestatarias de los ado
lescentes frente a las autoridades y a los notables bien insudados. No se
trata de los más miserables ni de vagabundos sin esperanza, sino más
bien de hijos del pueblo que se consideran víctimas de la injusticia v que
sufren por el refuerzo de las tutelas morales y sociales que pesan sobre
ellos. La justicia lo reconoce. Frente a esos nuevos desafíos que despla
zan hacia los bienes el núcleo del conflicto simbólico entre las generacio
nes que suben y los adultos, reacciona multiplicando los ejemplos de
castigo supremo. El robo simple o, para los criados, el hecho de hurtar
cualquier objeto a su amo, aunque sólo sea un pañuelo, puede llevarlo a
uno a la horca. La nueva lección educativa impartida a todos los hijos es
que no se opongan a la ley de los padres, que no traten de subvertir el
orden normal de las cosas apropiándose de lo que no les pertenece, sino
que aguanten, trabajen y obedezcan para acceder un día a la posición
deseada. Industriosidad y pereza, una célebre serie de grabados en 1747
de Hogarth, prolonga la cruel advertencia. Muestra que el aprendiz vi
cioso y perezoso acaba ahorcado en un patíbulo de Tyburn, mientras su
camarada industrioso y respetuoso de las normas se convierte en alcalde
de Londres.’5
Aunque la ciudad de Londres está empezando a ocupar el primer
puesto en Europa, con un aumento de más de la mitad de su población
durante el siglo xvill hasta alcanzar casi novecientos mil habitantes en
1800, y a pesar de que la renta per cápita en la ciudad se está desploman
do, todavía registra una disminución importante de los homicidios co
metidos en sus calles. Los acusados masculinos representan un 87 % del
total. Las mujeres responden raras veces con la violencia a las numerosas
provocaciones o insultos que se les infligen en el espacio publico. Tenien
do en cuenta la evolución demográfica, el total de las peleas mortales, por
otra parte iniciadas la mayor parte de las veces sin intención deliberada
de matar, es seis veces menor en 1791 que en 1690. Las últimas décadas
del Siglo de las Luces presentan una tasa de menos de uno por cien mil
habitantes, el mismo que prevalecerá hacia 1930 en el conjunto del Reino
Unido. Los dos tipos de homicidio que más disminuyen son la resistencia
a las autoridades policiales -—lo cual supone una mejor aceptación de la
ley— y los combates de honor. En este último caso, la actitud femeni
na de evitar el enfrentamiento se traslada también a los hombres, pues
a partir de mediados de siglo cada vez son más los que ya no responden
I \ Vi< )| I \í I.A l)( )MI Si l< ADA ( 269
56. Roben B Shocm.ikei, l/'i I,\hn> <i>¡d Duordi r tu l ¡¿tbh i'iitb < t t¡t:u-\
Londres. P,il>>r:)vc M.u nnlLm. 200-J. p.iu.s JOS. I J) J7*>, J/N 179
V 1.1 l t -■ 1 ■ ■■ 1 i> 1.......... o v,, > -k, , i i < u <■■...
270 l X \ I lis H >RI \ 1)1 I \ \ K )l I Xt I \
evolución ha\ que buscarlo en el control diario ele los gestos ele cada uno
por parte Je la colectividad. La civilización de las costumbres está en
marcha. como en Lóelas las grandes ciudades de Europa. Y no solo se
instaura a través de reglas ele urbanidad y de educación. Estas forjan elec
tivamente- unos tipos ideales ele hombre y de mujer sensibles, caritativos,
capaces ele dominar sus impulsos y de expurgar su vocabulario para evi
tar el insulto o los cnlremamientos en público.’'' Pero su electo es sensi
ble sobre loelo en las clases superiores y las clases medias. Si bien dichos
hábil os se1 diiundcu poco a poco también en los ambientes populares y
pueden aprenderse frecuentando los calés, los jardines, los lugares pu-
bli eos, v hasta presiden cada \cz más las relaciones entre amos y criados,
están lejos de lograr imponerse en los comportamientos del conjunto de
las clases trabajadoras. El uso de palabras pertenecientes a ese código
verbal es muv raro en los millares de procesos de la época, que afectan
mavoritariamente a tep resen tan Les de estas clases.
Sin embargo, es obvio que se produce un cambio radical de actitud
de las masas v de los humildes respecto a la brutalidad. La causa princi
pal parece ser la modificación de! espacio urbano, ahora superpoblado.
En el último tercio del siglo XVIH. en particular, muchos observadores
extranjeros comentan sorprendidos la conducta de* los transeúntes lon
dinenses: evitan la mirada de los demás, reducen al máximo el contacto
físico utilizando los codos v no las manos para abrirse paso, no se vuel
ven cuando han empujado a alguien, porque sería como confesar que la
acción lia sido intencionada. I ai reputación ya no se establece tanto como
antes en la calle, lo cual desactiva una parte de los cnlremamientos anta
ño i ne\ hables en caso de que se pusiera públicamente en cuestión el ho
nor. I «os lugares de la sociabilidad en los que se agolpa la gente humilde,
los /n/m \ los lugares de trabajo, están regidos probablemente por reglas
incluso más imperativas para evitar los conflictos, pues proporcionan re
fugios indispensables, al abrigo de los tumultos exteriores. Y exhibir unas
1 orinas álables se1 convierte en necesidad si uno no quiere pasar por un
aguafiestas. La respetabilidad ahora va no esta tan ligada a una virilidad
Icrozmcntc proclamada como a una conducta pacífica que no ponga en
peligro el orden que reina en el ambiente."
I os londinenses de todas las clases sociales se alejan en cierto modo de
los peligros \ de la promiscuidad de la calle para construir una pcrsonali-
LiS 1 liiil-ii l'nníiiia. ! < t < isé.'í!, <t! V C . Víifíj'i, n; ( (■.[/'(.i t iilb (.<
i....... ' ■ ■ i i- i < l........ > l1,. ... i U1-) ’
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2S2 l .X X IIM ( )1<Í X DI I..X X H )1 I X( l.X
dos \ que van armados, raras veces ven puesto un entredicho su honor,
a diferencia de su honradez, y mavoritariamemc son golpeados en las
manos o en las piernas. Los molineros, muy poderosos y envidiados en
una sociedad en la que el pan es el rev, también son insultados sólo por
su falca de honradez y agredidos casi siempre en la cara pero pocas veces
en la cabeza. Los campesinos más ricos, los labradores, que emplean a
un importante personal permanente o estacional, reciben golpes prefe
rentemente en los brazos o en la cara. Los comerciantes, a menudo loras-
teros, menos respetados, son normalmente objeto de injurias relativas a
la pureza de su esposa y reciben en la cabeza o en la cara, como los pana
do ros \ los jornaleros. Los primeros son muv numerosos v tienen fama
de ser brutales debido a la dura vida que llevan, así como a los Irecuen
tes, largos y a veces peligrosos viajes que deben hacer a París para vender
su producción en los mercados, mientras que los segundos, a los que
muchas veces se supone ladrones, suelen ser despreciados, tratados de
borrachos, de tontos, \ estigmatizados por sus malas costumbres, sobre
todo porque muchos de ellos no son naturales de Gonessc.
Las mujeres, por su parte, se dolmen generalmente por su debilidad,
lo cual hace que la mayoría de los varones se contengan a la hora de pe
garles para castigarlas o (orzarías a obedecer, prefiriendo siempre la cara
y los brazos para humillarlas mas v dejar las marcas de una superioridad
masculina fácil de identificar cuando luego ellas vayan por las calles del
pueblo. I .a situación social superior riel marido las hace más respetables,
un lamo que las sirvientas solteras, sobre quienes todos los hombres de
la casa creen tener derechos, son las más despreciables.
Los campesinos del siglo x\ 11 \ del siglo .wiil, confrontados con una
jusiicia que aumenta su presencia en el mundo rural para hacer respetar
unas normas religiosas v morales cada vez más estrictas, acopian el fenó
meno, pero adaptándolo a sus propias necesidades. Aprenden a ser que
rellamos retorcidos y a multiplicar las denuncias para sacar sustanciosos
beneficios. Los do los pueblos viticultores de Van ves, Issvv Vaugirard, no
lejos de París, muestran una propensión muy activa a pleitear en los años
1760 1767. Presentan innumerables denuncias v utilizan la ley como un
instrumento privilegiado para resolver sus incesantes conflictos v fortale
cer su posición. Aunque sigan recurriendo a mediadores y a demandas
de compensación negociadas con la parte contraria, el tribunal les ofrece
un medio suplementario de presión sobre los recalcitrantes. No se trata
únicamente de recuperar el honor mancillado, pues normalmente recla
man una uenerosa indemnización económica por el perjuicio sulrido.
í \ V l( >1 I \< 1 \ í)( JXÍI Mí( \ J > \ ' mu I '<(>1 291
por un simple puñetazo, acaban con el pago de una suma media desor
bitada de doscientas libras, y las exigencias aumentan en función de la
gravedad de las lesiones, lise alan de lucrarse va acompañado de un em
peño tenacísimo por obtener reparación. V. lo que es más temible, una
hábil estrategia de provocación del adversario para llevarlo al insulto o a
los excesos físicos refuerza todavía más la victoria, sobre lodo si el con
denado se niega a cumplir la sentencia, se opone a un embargo o levanta
la mano contra los representantes de la lev. Les querellantes ganan así
considerables sumas, que tal vez no habrían podido amasar en toda una
vida de trabajo.
La búsqueda del beneficio hace personalizar el caso al máximo v
destacar el aspecto privado del cnlremamiento, [mes si el acusado fuese
castigado por alterar el orden público, la víctima podría no recibir más
que una satisfacción simbólica. Id aspecto vago de muchas declaraciones
V el hecho de silenciar con frecuencia las causas reales de la agresión no
se explican de otra manera. La aparente ignorancia de las sutilezas lega
les oculta muchas veces una admirable capacidad de orientarse en el
laberinto procedimental de la época para obtener el mejor resultado
posible, lil acusado no se queda atrás. Argumenta, reacciona con habili
dad, utiliza a veces la contrademanda, que dificulta una decisión final
presentando una versión totalmente contradictoria del conflicto, sobre
todo porque los testigos no quieren comprometerse cuando la situación
es compleja. La oposición a la justicia o a sus representantes también
existe, pero no tanto por parte de las gentes sencillas como por parte de
los habitantes bien establecidos, y tiene como objetivo sobre todo a los
naturales del pueblo que lian accedido a un puesto de sargento, de se
cretario judicial, de fiscal o de lugarteniente, listos suelen proceder de la
élite del pueblo v despiertan envidias entre los que se consideran sus
iguales en rango v no disponen del prestigio que llevan aparejados estos
cargos.'”
I .a demanda perentoria de justicia por parte* de las comunidades ru
rales parece ligada en parte a la posibilidad que esta ofrece para enri
quecerse sin trabajar, haciendo pagar, en sentido literal, un insulto o un
puñetazo. liste lcnómcno contribuye paralelamente a explicar la dismi
unción di' las denuncias por violencia en el siglo x\ m v el desarrollo de
la delincuencia contra la propiedad, pues las nociones de valor v de ri-
55 ( )|i \ luí ii [llt .ii i \ ,A íll oí-, ,-1 .ii il > 'i lti < n I l'lll 1, 11J-, I I V \ i i c- , li' s I ii:. i [ 'l,:ii i(c-
' ' ■- ' IV..,.., ... .1... .1,, \',,r. I I IM r, , „ri n II nilr» < Ii-S I lliie.H) X OI I ili's I si lltH lie
i \ v i< )i i \i i \ ix mi s i ii \D\ijh')u 293
entre los 20 y los 29 anos representa más del tercio de los acusados de
agresiones físicas, seguida por la de 30 a 39, que produce un quinta par
te del total. La injuria es más frecuente entre los hombres adultos de 40
a 49 años, culpables de una cuarta parte de los casos, í rente a una quinta
parte entre los de 20 a 29 años. Las actitudes juveniles tradicionales du
rante las fiestas siguen provocando muchas brutalidades c insultos ver
bales o simbólicos, listos últimos revelan el vigor de un espíritu de pro
testa dirigido contra las autoridades, como cuantío los alborotadores
le dan una serenata al alcalde de Libournc en 1741 y luego, al cabo ele
unos días, intentan forzar la puerta de su casa por la noche para vengar
se de la acción judicial que ha iniciado contra ellos; o como cuando cu
bren de excrementos la puerta de su sucesor en 1787. Las denuncias de
personas menos jóvenes contra adultos bien establecidos que las han
insultado se explican por la esperanza ele recibir una indemnización im-
portante que los mozos poco solventes no podrían pagar. La gran preca
riedad de la existencia de estos en una época de matrimonio tardío está
marcada por el hecho de que el 5 I “<> de los ladrones de ambos sexos de
los que tenemos noticia tienen menos de 29 anos. Las mujeres no repre
sentan sino un 15 % del total. La mayoría (un tercio) son varones solte
ros entre los 20 y los 29 años?
A pesar de los estereotipos negativos abundantemente divulgados
acerca de la violencia rural, ésta disminuve considerablemente a partir
del siglo x\ ii, como lo demuestran los pocos estudios dedicados a este
tema. En el siglo xix, el mundo rural todavía se modifica mas. Salvado de
su aislamiento por las carreteras y el ferrocarril, conoce importantes mo
vimientos demográficos, mientras la juventud local es aspirada por las
fábricas. Al oponer resistencias al cambio, el mtintlo rur al se en 1 renta a
la hostilidad de los partidarios de la modernidad que ¡o tildan de sucio,
brutal y atrasado, calificativos cómodos para designar su diferencia, pues
sus ir.idi ciones sociales y culturales sobrvviwn adaptándose a las nove
dades.
La hostilidad respecto al «forastero», en particular respecto al habi
tante de una parroquia vecina, sigue siendo grande, ya que sirve de
«cemento» comunitario v permite defender el terruño \ las mujeres
del lugi ir contra las pretcnsiones exteriores. Lomo rcacciiai, los que se
arriesgan a penetraren territorio hostil cierran filas, de tal manera que es
fácil que con ocasión de alguna fiesta se llegue a las manos. Id baile que
termina en pelea entre los campeones de dos pueblos limítrofes es un
294 l'NA HISTORIA DI. i A VI(ll.I'.NCIA
Las regiones de difícil acceso, donde la vida sigue siendo dura a cau
sa de las condiciones materiales, no son las únicas que conocen brotes de
resistencia a la modernidad cuando esta perturba demasiado a las colec
tividades locales. Hn los bosques del Hurepoix y del Yveline, cerca de
París, se producen duros enfrentamientos entre los nativos y los guardias
forestales, a partir de la instauración de! permiso de caza en 1844. La
resistencia a la fuerza pública es algo muy generalizado entre los campe
sinos. lis lo que lleva a apovar a los «bandidos de honor» refugiados en
los bosques o al maquis, a causa de una presión policial o judicial que la
población juzga excesiva. Diferentes de los bandoleros sin fe ni lev que
queman la planta de los pies de los labradores ricos para que les digan
dónde esconden el oro, estos personajes son apreciados porque la gente
se í den tilica con sus sufrimientos, y sus aventuras reavivan el espíritu de
protesta contra las injusticias.
Montañas como los Pirineos, las islas mediterráneas y el sur de Italia,
entre otros nichos identitarios, conocen constantemente esos fenóme
nos que son el caldo de cultivo de las mañas organizadas, fin Aríégc, la
(luciré des Demoisclles de 1830 los traduce en imágenes fuertes. Unos
campesinos disfrazados de mujeres recuerdan ele forma inquietante las
antiguas ñestas carnavalescas, durante las cuales los mozos se distinguían
muchas veces de forma brutal \ sanguinaria. Ahora los mozos, domesti
cados pero reticentes, siguen aprovechando las ocasiones de desahogo y
mantienen un clima de protesta endémica en el momento en que desapa
recen en 1'rancia, a mediados del siglo \1\, las grandes revueltas herede
ras de las /iiujHcricK medievales,
A pesar de algunos rebrotes, la población rural abandona la protesta
colectiva armada. Se cierra un período. La violencia abiertamente noci
va, va muy erosionada desde hace lustros por la tentación judicial que
permite ahorrarse la venganza privada v al mismo tiempo obtener gran
as | ( h.mx uní /)< /’'<»■!, i</í ti >■, i ! t¡!> ,-i pJ¡;s (,-> csp<.< lalinciili-p.u; (V)
1 V ViOl 1 M l.\ IX JiX.ll,S I i< VI JA 11(01) Hb! 295
<11 ' 1 ! ’ll >11 \ <>.(< Í'í, \ > i,, J.'/.f ■>, J, OL,( I \\ [.imllicl l I .lls.ll 'Clll ( I.l\ < t k 1’k [ K I ..II11JISHÜ.
8
Estremecimientos mortales y literatura
negra y criminal (siglos xvi-xx)
I ',n I 558, Piurrc Boaistuau publica Le / healre <li< monde, primer ma
nifiesto francés de un humanismo angustiado que rompe con la visión
optimista de las generaciones anteriores: «¡Dios mío! El diablo se ha
I s I KI VI 1 IV1I X IOS V< »KI V ! s V lili K\|Hn V Í.IU I 303
hoy y los ha hecho tan astutos e ingeniosos para hacer el mal...»/ El autor
también es el creador, en 1559, de un nuevo tipo literario en el país de
Rabelaís, de las / lislorids fra^icds de las obras ildliamis de Pandel, pi/eslas
en nuestro idioma por b rancoise P. P>oaixlitan, IIamado Piiwiii}', orí ^itiario
de Pre/añdP La Líente es italiana. Sigue los pasos de Matteo Bandullo,
muerto en 1561, que a su vez se inspiraba en Boccaccio. Las reediciones
frecuentes, así como las traducciones al ingles o al flamenco y las diversas
adapta dones y plagios, ilcmucstran que tuvo un éxito inmediato, En
1570, Lrany'ois de Bel leí órese aumenta la obra, y una nueva versión su va
muy ampliada ele 1582 comprende siete volúmenes.1 El mundo repre
sentado es un universo de pesadilla, invadido por la violencia v lo mons
truoso, lo contrario de los códigos vigentes en aquel momento. El indi
viduo está tan sometido a los «prodigios de Satán» como a la terrible
venganza de Dios. Se nos muestra débil, presa del furor de sus pasiones,
descarriado de su naturaleza divina.
La ola literaria de las historias trágicas no hace sino crecer durante
las últimas décadas del siglo xvi, con Vérité I labanc en 1585, Bénigne
Poissenor en 1586 y otros muchos, v luego invade poderosamente los pri
meros años del reinado de Luis XI11, con hranyois de Rosset v el obispo
J can-Picr re Camus? Sus escritos responden al gusto barroco del publico
culto, que se deleita también con producciones muv diferentes, como las
noveles de caballerías y los cuentos licenciosos o L/Ufree (1607-1628),
lar ga novela pastoril de Honoré d’Urlé. Ellos proponen «historias de
nuestro tiempo» basadas en la violencia, el amor v la ambición. En mar
cadas por una introducción y una conclusión en forma ele moraleja, estas
historias enseñan a los lectores a comportarse (rente a la lev, divina v
humana, desarrollando ejemplos de transgresión seguidos del inevitable
castigo.
De Rosset, nacido en 1570, sin duda en una familia noble, instalado
en París en 1603, llega a ser, por lo visto, abogado en el Parlamento, lis
autor de diversos volúmenes de cartas v de poesía amorosa, v simultá
neamente publica, en 1614, una traducción francesa de las seis primeras
2 l'tcire Bojisiu.iu h [|iiS].<J < i un. .1 Je \lu lu 1 Xitnonin. ( > nii bi .i. Oioz.
I OS 1
i Idem ' m \ J¡ \ .Á Sm ¡ < ■' 'j. i
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I i jiiijii)'. ib Itoxsci, I i ' í lo\ u't j'i'cl ii Krtie O<iJoniu . (.,m( bt.1 S|,nkmc
I I ]<í MI < IMII XIOS MORI \IO\ 11’11 RAI) RA XI l.R\ I i 305
•S. Roben .M.uuiiou, <,I a b,noqui i cti. mciii .tliie pathctiqui. < i iolulion mk i.ilc». Ah iiiili i
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./< in ; niüit in h > ii!:i>'< P.nis \i/e( J'>'» ] ,is u-fi i i< i< >i tes i n.ts > 111 ] ri .11111 s (si i s ol i r.is si>n |]’
10 I ,is! a esl .ilikx iil.i ]’<>! R (kuIiiiiii cu 1 I ’ ( .11 tu 1^. I t \ \[>t (/j, ú 1 Íhhh ,77 eti. p.i¿ \ \i\.
I.s i K1 Mil I \111 X los \U )|< | \1 Is'i ] ni |{ \ !l 'R \ \ | \ 307
tiib Je Rossei» /\<7 ■'((■./ inOt i.; >!.,>!. ■ l‘C‘) .mu 7‘k p,k,L' 577 5*B Vc.ise laminen ídem.
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21 A Je \ .uk hci ti t'.i'. ih. I > ¡i (7 \¡ui!, f yi , ¡¡ paijs 25 44. S Poli. / ¡/y/mic H ) t rt¡^¡< (D,
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314 UNA IIM ()HIA DI. I \ Vl( )J.I N( I \
i ik ' Ui) M 1
I s’l RI.MJ < J Mil.NU )S MORI.U.l S ’i I.ITI.R.UI 'RA NI < >R \ ■ I 319
migo trances, y que sus víctimas son sobre tocio Ios usureros judíos a los
que el pueblo detesta. Una contrapropaganda activa, que insiste en su
brutalidad, incluso con sus propios compañeros, no logra acabar con el
estereotipo, Este triunfa en el siglo xix y se perpetúa en el siglo siguiente,
a través de cuentos y novelas y de dos películas basadas en una obra de
teatro de 1922. La primera, de 1927, lo convierte en un combatiente
romántico, un rebelde que odia a los franceses y a los judíos, lín 195S, la
segunda se adapta a los nuevos valores y suprime esas dos características,
ahora sospechosas. Transforma al personaje, interpretado por Curd Jür-
gens, en un campeón de la lucha contra todas las lormas ele opresión.51
En el siglo XVlil, sin embargo, no es tan fácil convertir a los malandri
nes en héroes. Cabría preguntarse por que otros muchos no alcanzan ese
nivel, e incluso siguen siendo monstruos sedientos de sangre para la opi
nión pública, como Lodcwijk Bakelandt. Después de haber asolado la
campiña flamenca entre 1798 y 1802, este último es ejecutado en no
viembre de 1803 junto a varios secuaces. Exactamente paralela a la de
Schinderhannes, análogamente conducida como forma de resistencia al
poder Iranees, su aventura es, no obstante, considerada de forma total
mente negativa en su época, pues se lo acusa de crueldad, de libertinaje
y ele estar inspirado por el demonio. Si bien algunos escritores más tar
díos tratan de darle un aura social, los juicios severos son los dominantes
en las rcíormulaciones ele su carrera. Otro bandido flamenco. Jan ele
Lichte, cuyas hazañas se desarrollan entre 1747 y 1748, es descuartizado
vivo en 1748 junte) con cuatro cómplices, en tanto que otros dieciocho
son ahorcados, v cincuenta y cinco desterrados tras ser azotados. El per
sonaje se hunde en el olvido hasta que en 187 3 se publica un cuento
donde se lo describe como un bruto bestial sin escrúpulos y como un
individuo más peligroso todavía que Bakelandt. No será hasta mucho
más larde cuando se convierta en un campeón ele los pobres v los explo
tados, bajo ki pluma de un autor de 1953,
Sin embargo, la diferencia entre los actos de los bandidos «buenos»
y los «malos» muchas veces es mínima. Depende de que los ciudadanos
establecidos, a los que el tema apasiona, los miren a ellos y a la contraso
ciedad que gobiernan con aprecio o con desprecio. Para estos habitantes
del as ciudades, el héroe debe encarnar una ruptura del orden con la que
puedan identificarse. El prototipo del bandolero que despierta sus sim
patías debe ser simpático \ alegre, enemigo de la violencia, desinteresa
do, «noble» por naturaleza, i rente a aquellos aristócratas que se conipor-
520 UNA l US ! OlU.A 1)1.1.A VIOI.Í.NC.IA
tan como tiranos. Debe ser valiente y dirigir con mano de hierro, pero sin
excesiva dureza, una comunidad bien estructurada y armónica, liberada
de las ataduras corrientes, especialmente en materia de sexo, en la que
el ideal es que las mujeres estén completamente ausentes o sean muy
etéreas. Cartouchc y Schinderhannes se adaptan inmediatamente a ese
modelo. Bakclandt y Jan de Lichte, por el contrario, son brutalmente
despreciados porque sus actitudes, que sin embargo resultan estructu
ral mente idénticas a las de los anteriores, despiertan una gran repugnan
cia. lín su caso, la ausencia de reglas se transforma en orgías sexuales y
borracheras, la contrasociedad soñada en horrible tiranía, la delincuen
cia truco de los abusos de las autoridades en puro egoísmo y la protec
ción de los pobres en ciega crueldad.’'’
Lo esencial reside en la percepción de la violencia por quienes redac
tan y consumen esos mitos. Las bandas tic chauffeur^ que aterrorizan las
campiñas atacando las granjas aisladas y quemando los pies de sus ocu
pantes para hacerles confesar dónde tienen escondidas sus riquezas no
son ninguna novedad en el Siglo de las Luces. Más tarde, continúan aso
lando el país en grupos más pequeños. Los habitantes de las ciudades,
más protegidos por sus murallas y sus fuerzas de policía, pueden permi
tirse construir un imaginario que libere su angustia a propósito de este
terrible problema. Pero para ello los héroes tienen que ser presentables,
parecerse a ellos, ser civilizados en definitiva, y por tanto muy modera
rlos en cuanto a la acción física. El público exige para atribuir al rebelde
su leyenda rosa que éste sienta realmente o escenifique con habilidad la
repugnancia por la sangre v los golpes. En resumen, debe hacer olvidar
lo que tiene de inquietante pava que las masas lo admiren. En 17S>8, Vul-
pius publica una famosa síntesis literaria del tema, en la que crea sli
bandido romántico, Rinaldo Kinaldini. Eirmememc implantado en la
cultura occidental, el modelo no cesa posteriormente de actualizarse y
de adaptarse a las mutaciones. Su principal característica es saber con
trolar su agresividad. De lo contrario, es condenado a las tinieblas.
Así, el prototipo del bandolero social, el bclytír, prospera en Hungría
en el siglo XIX. De origen rural, soltero, joven, ha cometido una infrac
ción leve v debe huir de la justicia, como Jóska Sobri, nacido Pap Joszcf
en un pucblecíto del oeste, muerto en 1857, en combate o quizá por
suicidio. Su epopcva se desarrolla según tres versiones distintas. Ora es
hijo de pobres, ora de cuna aristocrática, ora convertido en malhechor
i? lililí p.li:'' I O Oí \ ’l .i-'.i- LiHllili.il | í< ¡Olí] \ ' / Lii’/' tbiu'L',- ! -oii/'i , <!/' ¡!! p.ll!'’
1 s I K1.M¡.( [Mil MIOS MORÍALES Y í.l ¡TRAl'l 'HA NI.GRA I I 321
por un asunto de amores. Por supuesto, roba a los ricos para dar a los
pobres. Héroe nacional húngaro hasta 1867, es convertido más tarde a
los ideales marxistas, Entre 1995 y 1999 parece reencarnarse en la perso
na de Attila rXmbrus. El Ladrón del \dhisky, nacido en 1967, se hace más
famoso que el presidente de la república tras atracar veintisiete bancos y
ridiculizar a las fuerzas del orden, incapaces de atraparlo. Evadido de
prisión, ve marchitarse bruscamente su gloria tras una nueva tentativa
contra una entidad financiera, porque la opinión pública no le perdona
que, por primera vez, en esta ocasión hiera a una persona. Su fama, que
estaba ligada a un gran desprestigio de la policía y los banqueros en la
Hungría poscomunista, se disuelve como un azucarillo cuando viola el
tabú fundamental de la no violencia.’'
En el siglo XVlli, la idealización del bandido «noble y honorable»
constituye una especie de exorcismo colectivo de la violencia juvenil des
tructiva v perturbadora del orden establecido. Cuando las últimas gran
des bandas de ladrones y asesinos desaparecen de Europa occidental
hacia 1815 y la pena de muerte se aplica cada vez menos por homicidio,
las gentes de bien sienten la necesidad de tranquilizarse imaginando un
tipo de conducta límite aceptable, una desviación sabiamente controla
da, según el modelo reconstruido de las hazañas de Cartouche. Porque la
juventud tiene sus gajes, pero se trata de que no cause demasiados daños
a los adultos. Las autoridades siguen reprimiendo duramente los delitos
cometidos por representantes de las nuevas generaciones, pero los ciuda
danos instalados, tanto los acomodados como los más humildes, descu
bren el problema bajo un ángulo menos represivo. Dejan de identificarse
totalmente con los discursos normativos de la literatura patibularia para
admitir su proximidad con aquellos delincuentes que no manifiestan ni
egoísmo ni crueldad salvaje. ¿Acaso son más conscientes de su propia
alienación, en la época de las nuevas ideas de la Ilustración? En todo
caso, miran con más indulgencia a los adolescentes que se rebelan contra
las injusticias, sin por ello dejar de intentar controlar su brutalidad.
El conflicto tradicional entre generaciones se atenúa, a lo que parece,
a medida que las oposiciones sociales y políticas se intensifican, pues
cada vez se considera más que la justicia y la policía son los instrumentos
de un poder tiránico. La figura del bandido bien amado, joven y porta
dor de esperanzas, adquiere una dimensión sordamente contestataria,
>Metnk.i M.iijx.í 1 sepelí, « l'be nuil tiple Ir es ol ihe liting.n un Inpliw ,nm.iti». en Ainv Gtl-
nitin Srebnn.k. Rene I.cvy (<lirs i, ( nmcdHil( 'idltae /b< Hulortuil I’i'ryn't tiff. Aklvisho», AshgaU'. 2M5,
p.is;". 1SÍ [9?
322 r\.\ HISTORIA DI-: I.A VIOLENCIA
34 Anión Hk’k. De n» Uní < n/\ nde>i en .!,<'/'< !'>ú ¡;< >mnt\ih,i¡>¡yi h tu ,/r hittdi n tan Orcr-
¡774>. AniMcid.im. I’ronu-iliciis, 1991
>5 l.itiK’ln B I jlk'i. liiniid in AihhihI //>( / nrw* ¡md I nf ( rimtnai ldn^rti/d'\ m l.ate
V ,r i < >i!Í' ,1’hi l.ardi i t'A'h t >a¡' C ( tifitf', l.iiJiit.'J, (..miliridgi.. ( dinbrulge t'm\crsn\ l’rcss. I9S7,
p.igs \ xi
36 llni.1 . p.ig. 201. ídem. ( fí’/i;' ¡mj IX fne /I \etr K/tid nf U7///vx¡, (Idmbndgc. (l.unbriilge t'niver-
l’rcsx. 1 99,. p.isjs S, 70 7 1
I S I l<rMT < ¡Mil X ros MOHI’Xl 1 S Y I I I I R \I l’R \ \1 ( ,R \ 323
bre que rechaza las erabas prescritas. Listos textos iniciáticos tratan abun-
dantemente de la juventud y de la adolescencia, sin concentrar la aten
ción en este tema, considerado absolutamente banal por su incesante
reiteración. Tratan sobre todo de la adaptación siempre difícil al univer
so de los adultos. La proliferación de las bandas de ladrones en el si
glo XVIH ilustra la dificultad deesa inserción. Dichas bandas derivan di
rectamente del problema del pauperismo galopante, que los gobiernos
son incapaces de reducir. De 1768 a 1772, la inaréchaussée francesa, que
entonces se considera la mejor de Europa, procede a la detención de
71.760 mendigos.1'' Entre ellos figuran muchos jóvenes campesinos desa
rraigados y sin esperanza. Aquellos de sus homólogos que se niegan a
dejarse encerrar en los hospitales generales o en los asilos se unen a los
grupos de delincuentes.
Su erradicación a partir de 1815 orienta la violencia juvenil hacia for
mas más individuales o hacia pequeñas unidades. Dispersos en la trama
urbana, los delincuentes se reúnen por la noche o cuando se presenta la
ocasión de «dar un golpe». En la época industrial, la multiplicación de las
instancias de cncauzamicnto —ejercito, fábricas, internados, escuelas,
etc.— contribuye a reducir la importancia del tema sin lograr jamás ha
cerlo desaparecer del todo. Se instala la ilusión de una brutalidad homi
cida excepcional, característica de individuos marginales o perturbados.
Sin embargo, la textura social sigue conteniendo una especie de abscesos
permanentes, jóvenes mal integrados que se reúnen para existir y cuya
violencia colectiva emerge en determinadas circunstancias, como siguen
demostrando, a principios del siglo XXI, las noches de motines en los
suburbios franceses.
La fascinación por el crimen se impone en el siglo xix. Las descrip
ciones de atrocidades asesinas invaden las crónicas de sucesos de Le Pe-
ti! Parisién o Le Pctif Jonrnal. Este último, que lúe fundado en 1863 y
que vende un millón de ejemplares en 1890, también publica relatos
populares saturados de violencia de Ponson du Tcrrail, (laboriau o Paul
Eéval. La sangre hace vender tinta y papel. La brutalidad funesta, que
ahora es discreta en la vida real, apasiona a las masas. La gente se agolpa
en los bancos de los tribunales de justicia cuando se juzga algún caso
excepcional y asiste deleitándose de horror a las ejecuciones públicas.
Algunos intentan incluso recoger la arena ensangrentada después de la
decapitación de un condenado. El gran éxito de ¡a Gazelle des Iribúnaux
se aprovecha de esta afición. ¡ Y vengan más asesinos! La época produce
326 ( \'A IIISlOKIA Di I.A Vl()l.l.M.1A
miles de páginas que relatan sus hazañas, novelas basadas en hechos ju
diciales escritas por Zola, Coppée o Bclot, canciones y romanees, folleti
nes cucos protagonistas encarnan el mal y la muerte, como Tenébras,
Zigomar o Iñintomas/1'
El homicidio es el argumento central de la novela policíaca, que a su
vez se inspira directamente en la crónica judicial. Su paternidad se atri
buye al americano Edgar Alian Poc. Lector de las Mt'worwr de Vidocq,
este escribe en inglés el «Doble crimen de la calle Morgue» para el nú
mero de abril tic 184 ! de Tbe Grdbam’s Lac/y ’s and Gcnllefnen ’.v ¡dagazi-
ne. Pone en escena a un detective íranees excéntrico, prototipo de una
infinidad ríe sabuesos ulteriores, el caballero Dupin, que desentraña un
misterio relativo a una habitación cerrada tras el terrorífico asesinato noc
turno, en su casa parisina, de una anciana dama y su hija/' Como Víctor
I lugo o Balzac cuando abordan el tema, se dirige a un público distingui
rlo para hacerlo temblar ante espectáculos de horror pero también ofre
cerle la ayuda extremadamente tranquilizadora ríe un detective talentoso
para elucidar el secreto fatal.
Igual que Londres, donde prospera paralelamente una escuela origi
nal en este campo, la capital francesa es entonces el lugar privilegiado
donde se cuece una literatura del terror controlado, a la espera de ser
relevada en el siglo siguiente por la incontenible ola de la novela negra
americana. Las mas importantes metrópolis europeas del siglo XIX están
aterradas, en electo, por las «clases peligrosas» que ha producido la in
dustrialización. El argumento principal del género consiste en inventar
un personaje que actúa lucra del sistema de la autoridad establecida y
que resulta ser el único capaz de resolver los enigmas más incomprensi
bles, que la policía no consigue desentrañar, (.orno si un Cartouche idea
lizarlo se convirtiera en el protector de la gente honrada y persiguiese a los
truhanes que circulan por la ciudad de noche con el cuchillo entre los
dientes.
Este es, por lo demás, el mito que mantiene hábilmente Vidocq, un
presidiario evadido varias veces, confidente, policía v luego creador ríe la
Seguridad Nacional. Ll extraordinario éxito de sus Wemonas, publica
das en J 828, se explica por ese itinerario de redención que finalmente lo
lo 1 ( li.im.iud. D¡- /S(rr, |<í( / j,,tlr!í <l¡t ,. solux iodo p1(;.s 21)6 227. Donnrilqtie Kallfa.
> i >iUí t! ÍI vea; UtUh d<. ,/ if„/„■ /A París, ] jxjrd, IW, pag 124.
4 J I as | >11, i ni ■dc'. M.'jiiiai 11. * h i ¡( > ,i] peni 111 polu i.ieo cm .11 j j J jS Je S] j ,n)(> JC‘i)\ muí). (n.inni
\ Mnliel 1 ihtui). I : ,■ ¡ f mi. /'enoe-M/pM prcl.u io <k J< ,i n Pal nck
Vlani heue. Pane. I \i.ilanie. p)S2. evidente oht.i dev ripii\a. que do nem rn cuenta sin entilaren, la
1 i i ....i i. i . . i . .. i............... i........... i...................... i
LsTRr.MEÍ.IMIfATOS Ví( JRTAI.r.S ¥ l.ITC.KATUHA MORA I 327
furor, generando una psicosis creciente. Los más asustados afirman que
hay cerca de cien mil de esos terroríficos criminales sin escrúpulos en la
capital. Los acusan de liquidar al burgués de múltiples formas; de hablar
en unos lenguajes codificados, el ¡avanais, el loueberbon y el verían-, de
atracar, robar y matar. Los de La Chapclle, Crenche o La Villettc pasan
por ser los más peligrosos. Salidos esencialmente de las capas populares,
rechazan el trabajo honrado del taller, tras haber huido de la escuela.
Viven en bandas de «reclutas del crimen», pues generalmente tienen
entre 16 y 25 años, como los treinta miembros de la banda de Neuilly,
juzgados en 1899 por robos v asesinatos, cuya media de edad no llega a
los 20 anos. Jóvenes peligrosos por excelencia, escoria de la humanidad
según el doctor Lejeunc, degenerados afectados por las taras más viles
según Barres, tienen fama de constituir verdaderas contrasocicdaclcs de
maleantes.
Ahora bien, esas presuntas realidades proceden en gran parte de la
ficción. Los periodistas inventan nombres pintorescos, exóticos o salva
jes para caracterizar a las bandas: los Poings Sanglancs de Sainc-Oucn,
los Saute-aux-Pattcs de La Clacicrc o los Tatoucs de Montmaitre. La
novela policíaca les da una importancia extraordinaria, sobre todo en los
grandes ciclos populares de Zigomar y de Eantomas, cuyos protagonis
tas son presentados como jefes de ese «ejercito del crimen». Pero las
transcripciones literarias eluden prácticamente siempre el origen obrero
de los interesados, salvo cuando se trata tic oponer su conducta degene
rada a la vida ordenada de los proletarios honrarlos y virtuosos. Lo mis
mo que los anarquistas, otros chivos expiatorios de los periódicos y de
los biempensantes tic la época, encarnan una potencia de subversión, un
universo marginal masivamente juvenil, urbano y obrero.'** (ion todo, no
se ha insistido lo bastante en la importancia tic esos diversos rasgos acu
mularlos. Manifiestan un vigoroso resurgir, sobre un fondo de presión
demográfica, del miedo a la violencia asesina de los mozos. El jefe de
cada banda tic apachen, joven macho tic ti rigen humilde que preñe re se
guir la vía tic sus instintos homicidas, representa la exacta antítesis del
Cartouche idealizado de 1721. Irredimible y asocial, recupera la estruc
tura antigua de los reinos de juventud violentos para oponerse al mun
do de los adultos, cuyos ideales no reconoce. Sin embargo, se trata me
nos tic una vuelta a la cultura viril del pasado que tic una enunciación
alarmista, fruto tic un imaginario del terror, destinado a justificar nuevas
medidas tic cncauzamiento de la adolescencia plebeya insumisa.
334 UXAUISTí IRLA DE. LA V1OLLXC1A
45 I ais baialloiies tic intanicria ligera du Alnca, o Bal d‘Al. no eran propiamente unidades disciplma-
i las, pero acogían a t ondulados aulcs x militares sancionados I n ellos ruinaba lina disi iplma mucho
mas sel era que en el rusto del c|t i\ íto
46 D K,ílila. I I.’h ri < / lt ¡r! . p.ius 2^S 241 24S
hSTKi:Mr;(.LMILNT<)S MORT/U.I-’.S Y I.ITI'.KAT(<RA .XTGRA I 335
9
El retorno de las bandas.
Adolescencia y violencia contemporáneas
más tardar. Sin duda poco eficaz en los ambientes populares, dicha pro
paganda logra sin embargo culpabilizar a muchos adolescentes de las
capas superiores, como lo demuestran, entre otras, las confesiones de
Henri-Ercdéric Amicl o de William Gladstone.1 La etica subyacente pro
pugna la acumulación consciente del capital vital de cada individuo, en
la época del despegue comercial y luego industrial de Europa. La lección
perentoria impone a los hijos que esperen a reemplazar a sus padres sin
impaciencia, sin brutalidad, sin sexualidad, guardándose incluso del pe
ligroso vicio solitario. Detentadoras de! poder, del dinero y del acceso a
las mujeres, las generaciones establecidas sueñan con una adolescencia
masculina ideal. En el siglo xix, la fabrican imponiéndole el tabú de
la sangre, salvo para la «justa» defensa de la colectividad nacional, y la
prohibición del placer sexual fuera del matrimonio, excepto en la fre
cuentación tolerada de las prostitutas. El macho púber occidental, obli
gado por la presión moral y por la justicia a evitar el conflicto con el otro
y a controlarse para evitar las temibles consecuencias complacientemen
te descritas de la masturbación y las enfermedades venéreas, no ha esta
do nunca tan encauzado como en la época industrial, incluidos los am
bientes obreros, donde la presión topa a menudo, no obstante, con una
sorda indocilidad. Sin embargo, el sistema entra regularmente en crisis
cuando los mozos son muy numerosos, durante largos períodos de paz y
de prosperidad, por ejemplo en Francia bajo la Tercera República, hasta
1914. Las guerras, que se cobran el mayor tributo entre sus filas, así
como las terribles epidemias y una esperanza de vida media mucho más
baja que en la actualidad, figuran entre los mecanismos reguladores, que
no impiden sin embargo el estallido de vivas confrontaciones con los
detentadores de la autoridad. Estas confrontaciones se desarrollan a ve
ces de forma solapada o simbólica, como la fobia de los apaches en la
década de 1910.
La nueva era que se abre en 1945 registra un creciente desequilibrio
del modelo, como consecuencia de la transformación acelerada de las
sociedades. Los solteros que están esperando su oportunidad de inser
ción ya no son diezmados por las guerras y las enfermedades, y la espe
ranza de vida aumenta constantemente hasta ser de más del doble de lo
que era hace un siglo. El mundo del hahy boom se llena de aspirantes,
pero también de viejos que tardan cada vez más en ceder su lugar a los
candidatos a su cederlos, en un universo caracterizado a la vez por la
abundancia y por una miseria que esta misma abundancia hace más in-
L.l. R] I ORNO 1)1, LAS BANDAS [. j 339
soportable para los excluidos del sistema. Jamás antes se habían reunido
esas condiciones. Obligan a redefinir los papeles masculino y femenino,
hacen emerger un tercer género sexuado hasta ahora prohibido e impli
can una profunda evolución de las relaciones entre generaciones.
El paradigma de la violencia sanguinaria es una forma de abordar el
tema. El homicidio y las lesiones intencionadas, ahora residuales, ya no
producen más que una pequeña fracción de las muertes violentas. Los
accidentes de tráfico, los suicidios y otras formas de autodestrucción eli
minan a una proporción muy superior de adolescentes. Los que se atre
ven a matar a otro ser humano, transgrediendo la prohibición suprema,
son poquísimos, pero también cada vez más jóvenes. Estos indicios indi
can una dificultad creciente de inserción, que adopta la forma muy es
pectacular de las bandas juveniles, siempre activas, que se renuevan sin
cesar desde los años sesenta, y que han dado lugar a las noches calientes
que actualmente conocen los suburbios de las ciudades europeas.
2 ]e;in-( il.indc (,liesliáis. «Les iimris Hílenles (.Luis 1c monde». I’rimtfaf¡<>n et ¡t e n ’ iL)5. no
340 UNA HISTORIA ni-: LA VIOl.J’NK IA
7. Sh.mi D’( .ruzc. Smulr.i Walkkiu , Siun.inih.i l’cug, M/mAr. p.ms. 15 l,. 41. / O. 140. 157 158
S IXmiI (.Lirl.ind. I he ('ulutre "t (<>ntraí (’rtm and \<>t MÍ Ord< r in ( tmtt , Chicago.
The ('nivercin oí (.Incito 2l>0l. o.ios 90 91
344 UNA HISTORIA DI'. l.A VIOLENCIA
donde las armas están muy extendidas, los que suprimen a un ser huma
no no representan más que una ínfima minoría. El discurso culpabiliza-
dor referido al conjunto de estos jóvenes, por lo tanto, parece cuando
menos sospechoso. Funciona en realidad como un sistema para desig
nar a un chivo expiatorio. Como la parte define al todo, los varones pú
beres son sospechosos por definición de una aptitud particular para las
transgresiones más graves, en especial la violencia. Especialistas y adul
tos comulgan así con una denuncia de su peligrosidad intrínseca, lo cual
refleja simplemente una gran desconfianza hacia ellos, en un momen
to en que su multiplicación perturba los equilibrios establecidos, como
fue también el caso en Francia hacia 1900-1910, o como lo es cada vez
que la afluencia de los recién llegados preocupa a las generaciones ins
taladas.
La clara agravación reciente del problema de la delincuencia en las
sociedades posmodernas no está demostrada. El incremento podría de
berse a la vez a una mayor represión y a fenómenos coyunturales, como
el descubrimiento de las espeluznantes hazañas de un asesino en serie
en Inglaterra o una acentuación pasajera de la presión juvenil. Contra
riamente a una idea muy extendida, los homicidios han retrocedido
considerablemente en Estados Unidos desde 1990. Muchos analistas lo
atribuyen a la eficacia punitiva resultante de la adopción del concepto
de tolerancia cero, sin preguntarse simplemente si no será que los jóve
nes de principios del siglo XXI son menos transgresores que los de la
época de la Guerra de Vietnam. Es cierto que la contrapartida son ex
plosiones, escasas pero muy espectaculares, de violencia por parte de
asesinos en serie, en particular en escuelas o universidades, v un tributo
mayor pagado a la muerte brutal por las minorías étnicas. Además, es
tas últimas décadas han visto desarrollarse, como en Europa por otra
parte, un creciente miedo colectivo a los ataques contra las personas,
dramatizado por los medios ávidos de sensacionalismo.*’ Esa sensibili
dad por el tema de la inseguridad ha reinyectado la cuestión en el cora
zón de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos y ha alimenta
do un agrio debate sobre los procedimientos para ponerle remedio. Los
resultados de la policía y de la justicia en este terreno, escrutados de
cerca y abundantemente criticados, han dado lugar a publicaciones
contradictorias que enseñan a no buscar en las estadísticas la verdad
absoluta, sino más bien a interpretarlas dentro del contexto general de
su producción.
[■.]. RIUOKNO DE LAS BANDAS [ . ) 345
lo E ll M onkkonen. ( rime. ¡tn/ice. íhsfon, oj> nt , cuadro 10.1 v figura 10 2, síntesis de sus ín-
\ es ligaciones pi i bi ¡cillas en Murder ui \e¡e York- ('.//y. Berkelcy, University oí (.alhorma Press, 2001.
1 l David E Grccnlxig. «The historical variabilit y of ihc age crimc relationslnp». loiirrial of Qiainti
....... r .......... ! .. ” i o i oo i . a-o ......... m i-s
346 I'XA HISTORIA DI-I l.A VIO1.I ,N( .1A
12 I. II. Monkkoneii. ( i-.'H!, . c. ¡ . i¡¡¡ < ti . especialmente sil concltlMon. « I lie origins <>f
.uucrican and eiiropc.in \ loleme Jil teienci s>>
1 > J-’lulippe Roben. /.«'i ( i c\ i'ü I ramr <"/ k :<t\ París, Le
S\< i>inei<. 1 PS5. p.ie I O
El. RI'.TORNO DI; LAS BANDAS | ] 347
tes indican una puesta en cuestión de la legitimidad del orden social es
tablecido por una parte de las nuevas generaciones.N
En otras palabras, si los adolescentes homicidas son cada vez menos, los
picos que se les pueden imputar constituyen un indicio de degradación
acentuada de las relaciones con los hombres maduros establecidos. Incluso
si la agresividad es en parte desviada, ya que los enfrentamientos se produ
cen sobre todo entre ellos, la transgresión del tabú de la sangre revela una
sorda contestación de las reglas impuestas por la colectividad. También es
ése el mensaje que transmiten las sevicias sin consecuencias mortales. Mu
cho más frecuentes que el homicidio, puesto que el valor que se da a la vida
humana en nuestra civilización pesa muchísimo, reflejan también la ampli
tud del malestar juvenil. Las bandas son el único refugio de los interesados
y se transforman sin cesar desde la Segunda Guerra Mundial, contando a
su manera la historia de las relaciones tumultuosas entre las generaciones.
Di: LA DELINCUENCIA.JUVENIL
14. Marín Lelilí, «Long icrm trends in homicida! crime m Einlaiid in 1750 2000», acias del congreso
«Violence in I listory», <>p c¡¡ Véase lambicn ! I. Ylikangas, I! Karoncn v M l.chu (dirs.), / »'< (.i>Uur¡es
of VttilctH’c 1>¡ I i¡>nl llu- hilitii Area, np clt
15 Paúl CiriHnhs, Yottth ti>jJ Aitlborih ¡■firwdtit'e i-Xpericrit t i ¡.ogltiiij, 1 5600 OJO. Oxford, (.la-
rendon Press, 1946, pags. 3437.
r.I UhTORNO DI. 1 AS BANDAS | ,| 349
16 Ibid . 12S 12l) a pmpOMtn <k l.is < (inli<. rsi.is ctidc ]nsl<>1 i.uloi es sobce el
l cin,l
J7 Vt-isv st>l>rc iodo rapihilo 7
350 l NA HISTORIA DL LA VIOLI-.Ní.1A
I Painel.i ( o\. I íi.uhci Shoie i<hi> > /i; (/)< b.nctui >¡! Ibifn/' ariil i.uru/’t'iíH YrwtK /6W-
<íl'l'i'. \klershoi Asltpaic. 2iO2. p.ir.> l('. 1 5 í [5-|
El, RETORNO DE LAS BANDAS [. .1 351
19. Uciitlu-r Shore. «Tlie ironble wirh boys- vender and ihe “inveniion" ol the |memle ollender in
earb-ninereenih-ccnlnn Britain». en Margare! I. Arnol, < .ornelie l 'sborne (dirs.), (,1-nder,/Hi!(nme m
Europe. Londres. L'CL Press. 1999. pag.s. 75 92
20 V éase capitulo S
21 Véase sobre lodo Andrcw Davies, «Youtli gangs. gender and uoletice. ESTO 1900,>, en Shani
1M ,nize Idir >./:t enV’ioleme in ¡trajín M'5u / sp. it¡ . pags 70 <S4
352 UNA HISTORIA DE LA VIOLENCIA
22 Ibul . p.igs 7S S2
EL RETORNO DE LAS BANDAS [ | 353
25 Mana Kaspersson. «'The grear inurder nnstery" or expiaining declming honucidc cites», en
Barry S. (¡odfrev. Olive l’niskv. (íracme Oiinstull tdirs.), (.onipnriitivf ¡litlont i n/ . (,nlk»inpu>n,
VCillan Publishing. 2003. págs 72 S.K
26 I ran^xus Mari), (dir 1. l Violente La vióleme el \u>¡ depii'ot ment ¡i l diiole\cem'e, París.
Lrcs, 1997, pags. 17, 100.
EL RETORNO DE LAS BANDAS 1 1 355
id ilí.i I 1 1 1 ÍQ T_1A
El. RETORNO DE. LAS BANDAS [ ,| 363
empleo. Pero, igual que ellos, han sido empujados hacia los márgenes
como consecuencia del fracaso escolar y, siguiendo su ejemplo, tratan
sobre todo de cultivar su autoestima desarrollando una masculinidad
triunfante. Pero esta constituye un poderoso marcador de las diferencias
sociales, desde que las capas superiores han abandonado la violencia
viril en aras de la sublimación y la buena educación. Al intentar integrar
se así en el modelo francés por abajo, a falta de poder acceder a el por
arriba, crean un malestar creciente entre los bíempensantes. Conscientes
de ello, multiplican deliberadamente los comportamientos «incívicos»,
es decir, todas las formas de comunicación que se consideran maleduca
das, a la vez por venganza y por afán de provocar. Su situación, no obstan
te, resulta muy incómoda, en un espacio en el que se desarrollan todas
las tensiones colectivas imaginables y en el que experimentan enormes
frustraciones. Un incidente puede fácilmente provocar una catástrofe,
cuando desencadena una irreprimible sensación de injusticia.
liso fue lo que ocurrió en noviembre de 2005, cuando una reacción
policial considerada excesiva desembocó en la muerte de dos jóvenes en
Clichy-sous-Boís. La Francia de los suburbios ardió. Pero la gigantesca
y salvaje protesta no es una rebelión deliberada ni está apoyada por ideas
concretas, lis «protopolítica», según la expresión de un autor, y se sitúa
fuera de cualquier marco establecido.’' Recuerda más bien las émotions
populares del siglo xvn, brutales y sangrientas, pero carentes de progra
ma, siempre destinadas a ser cruelmente reprimidas. Cualificarla de «gra
tuita» sería desconocer su dimensión de revuelta contra la humillación
cotidiana, un sentimiento fuerte que también inspiraba a los campesinos
que se alzaban contra los excesos fiscales. El paralelismo puede llevarse
más allá, pues estos últimos iban a la lucha con entusiasmo. Negándose
a admitir que serían irremediablemente derrotados, se entregaban a la
fiesta, se emborrachaban y se divertían sin freno a expensas de los ene
migos capturados. Asimismo, los jóvenes amotinados de noviembre de
2005 arman un barullo indescriptible en medio de una alegría exuberan
te que recuerda a «una especie de carnaval en el que las reglas sociales
quedan momentáneamente abolidas». Se asumen los riesgos y sus conse
cuencias judiciales. «El placer de la acción es más importante que la
victoria.»'* La protesta, en otras palabras, halla en sí misma su razón de
vi l.tic Bronnei. «I.c lemoigiuge J'itn "hooligan pur'. violeni pour le plmsir». /.<■ AMwJt-, 29 de
no\ lumbre de 2006. pug. 12
EL RF.TORNO DE LAS BANDAS 1...] 367
Los jóvenes que rompen el tabú del homicidio, sin embargo, son
muy pocos. La inmensa mayoría respeta las prohibiciones más potentes.
En cuanto a los que emplean la fuerza o la intimidación para lograr sus
fines, no buscan ni destruir la sociedad ni poner en cuestión sus princi
pios fundadores, sino denunciar el bloqueo cuyos efectos padecen. Aun
que manifiesten su «odio» con su conducta incívica, con provocaciones
y vandalismo, lo que quieren sobre todo es hacerse un lugar destacado o
mejorar su suerte en un universo de consumo perfectamente asumido.
Robos, tráfico y brutalidades tienen como finalidad tanto apoderarse de
bienes materiales inaccesibles y muy valorizados como expresar simbó
licamente una viva protesta. Los alborotadores de los suburbios que
queman coches dan una importancia primordial a ese signo de éxito y de
poder. Les gusta proclamar su triunfo al volante de un modelo de lujo.
Se dedican al pillaje para dotarse de los productos más codiciados y sa
car grandes beneficios revendiéndolos a sus congéneres deseosos de
exhibirlos para valer más a los ojos de (os otros.
Sus prácticas resultan hoy de un sorprendente mestizaje. Proceden
esencialmente de una aceptación por todos los implicados, sea cual fuere
su color y su historia familiar, de las tradiciones machistas del universo
popular europeo, de un mundo primero campesino y luego obrero. El
injerto a veces prospera precisamente porque corresponde a valores viri
les desarrollados también en las civilizaciones de origen de ciertos inmi
grantes. A ello se añaden aportes de la cultura de masas norteamericana:
la gorra de béisbol, la indumentaria, los gestos, los insultos... Todo ello se
mezcla en el crisol de las banlieues para producir un estilo juvenil aparen
temente uniforme, pero muy diverso en los detalles. Aunque la violencia
resultante es muchas veces exagerada por los medios, que construyen
inquietantes fantasmas, y aunque ha retrocedido mucho a lo largo de los
siglos, provoca una gran angustia en los adultos. Hay un consenso unáni
me actualmente para atribuirla a graves dificultades sociales y a diversas
formas de exclusión. ¿Bastaría aplicar los remedios adecuadas para verla
desaparecer definitivamente?
¿Es posible acabar con la violencia?
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