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La Segunda Guerra Mundial, en efecto, fue una nueva «guerra total» (como
lo había sido la «Gran Guerra» o Primera Guerra Mundial, 1914-1918),
desarrollada en vastos ámbitos de la geografía del planeta (toda Europa, el
norte de África, Asia Oriental, el océano Pacífico) y en la que gobiernos y
estados mayores movilizaron todos los recursos disponibles, pudiendo
apenas ser eludida por la población civil, víctima directa de los más masivos
bombardeos vistos hasta entonces.
Sin embargo, para los fascistas, las formaciones comunistas y los sindicatos
obreros eran poco menos que agentes de Moscú, es decir, una conjura
organizada por enemigos exteriores para debilitar a la nación. Este
inequívoco y furibundo anticomunismo acabaría resultando clave en su
acceso el poder. Su mensaje no sólo caló paulatinamente entre las legiones
de descontentos que había dejado tras de sí la guerra, sino que, en los
momentos decisivos, el fascismo recibió el apoyo de las clases dominantes,
temerosas de una revolución social como la que había liquidado la Rusia de
los zares en 1917.
En mayo de 1940, Hitler lanzó una tercera ofensiva, esta vez contra
Francia, que resultaría en una victoria tan aplastante como las de Polonia y
Escandinavia: bastó poco más de un mes para que toda Francia quedase
bajo el control efectivo de Alemania. Convencidos de que, al igual que en la
Primera Guerra Mundial, el conflicto iba a dirimirse en las trincheras, los
generales franceses habían reforzado las fronteras (Línea Maginot), pero
descuidaron la región de las Ardenas, considerando que sus bosques y
montañas eran intransitables para las unidades blindadas del Reich.
Siguiendo el plan del general Erich von Manstein, el Estado Mayor escogió
precisamente las Ardenas como punto de paso hacia Francia. El 10 de mayo
de 1940, las fuerzas alemanas iniciaron los ataques sobre Holanda y
Bélgica, y cuatro días más tarde, el grueso del ejército alemán caía sobre
Francia desde las Ardenas, haciendo inútil la Línea Maginot. Con uso masivo
de divisiones de tanques (Panzer) y de unidades especializadas como las de
paracaidistas y la aviación (Luftwaffe), que destruían puntos claves, las
tropas alemanas se lanzaron sin impedimentos sobre el Canal de la
Mancha, dejando embolsadas las tropas británicas y francesas en la zona
de Dunkerque. Inexplicablemente, los alemanes detuvieron durante su
avance dos días, dando tiempo a que franceses e ingleses pudiesen
completar, el 4 de junio de 1940, el reembarco de sus efectivos (más de
trescientos mil soldados) hacia Gran Bretaña.
Como aliado de Alemania e Italia, países con los que había sellado el Pacto
Tripartito de 1940, Japón había comenzado a ocupar algunas colonias
británicas, francesas y holandesas del Asia Oriental con la ayuda, en
muchos casos, de los nacionalistas nativos. El expansionismo del militarista
Imperio japonés chocaba con los intereses de los norteamericanos, que
bloquearon las exportaciones de petróleo y acero y congelaron los activos
japoneses en el país, entre otras sanciones económicas.
Las inmensas deudas que Inglaterra había contraído con Estados Unidos y
el triste papel de Francia en la guerra habían dejado sin voz a la devastada
Europa. La desafiante actitud de Stalin y el inicio de la «Guerra Fría»
empujaron decididamente a Estados Unidos a situar bajo su órbita la
Europa occidental (incluida Grecia y los vencidos: Italia y la nueva
República Federal Alemana) y sustraerla a la influencia de los partidos
comunistas europeos y de la Unión Soviética. En 1947, el presidente
Truman aprobó el Plan Marshall, así llamado por su promotor, el secretario
de Estado George Marshall. En el fondo, el plan diseñaba una reconstrucción
favorable a los intereses de los Estados Unidos, pues preservaría la
demanda europea de productos americanos; pero aquella sabiamente
administrada lluvia de millones, invertida fundamentalmente en
infraestructuras, dio un gran impulso a la economía europea, que en sólo
doce años rebasó los índices de producción de 1939. Perdido el liderazgo
político, la Europa occidental lograría, al menos, recuperar el protagonismo
económico.