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BREVE

HISTORIA
DE SANTIAGO
TUXTLA
BREVE
HISTORIA
DE SANTIAGO
TUXTLA

Por
Héctor Luis Campos
y Rafael Santiago
BREVE HISTORIADE SANTIAGO TUXTLA

CORRECCION DE ESTILO: Humberto Pérez Matus.

REVISIÓN: Antrop. Fernando Bustamante Rábago.

INFOGRAFIA: Gabriel Hernández Arias.

CREDITOS DE ILUSTRACIONES
FIG. 1. Cabeza Colosal Olmeca. Procedencia: Predio Cobata, Mpio.
Santiago Tuxtla, Ver. Fotografía: Darih Campos Morales.
FIG. 2, 3 y 4. Láminas 26, 28 y 29. Matrícula de Los Tributos. Revista
Arqueología Mexicana. No. 14.Serie Códices. Ed. Especial. Dr.
León Miguel Portilla, et. al.
FIG. 5. Lámina 46 del Códice Mendoza. Raíces.
FIG. 6. Las imágenes de la polémica. Fuente: Breve Historia de Santia-
go Tuxtla.
FIG. 7. Zona tributaria de la Provincia de Tochtepec. Ibid.
FIG. 8. Escudo de Santiago Tuxtla. Fuente: Portada de la Revista Cro-
nos. Xalapa, Ver. 1982.
FIG. 9. Palacio Municipal del H. Ayuntamiento de Santiago Tuxtla,
Ver. Fotografía: Héctor Luis Campos Ortíz.
FIG. 10. Iglesia de Santiago Apóstol también conocida como Parroquia
del Sagrado Corazón de Jesús. Fotografía: Héctor Luis Campos
Ortíz.
FIG. 11. Templo y Seminario Menor de San Diego. Santiago Tuxtla,
Ver. Fotografía: Héctor Luis Campos Ortíz.
FIG. 12. Volcán de San Martín. Fotografía: Renovación blogspot.com.

© Héctor Luis Campos y Rafael Santiago


© 2010 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

ISBN: en Tramite

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bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informáti-
co, y la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamo públicos.

Impreso en mayo por Tinta, Letra, Libro, S.A. de C.V.,


Vicente Guerrero, No. 38, San Antonio Zomeyucan
Naucalpan, 53750, Edo. de México y
encuadernado por Sevilla Editores, S.A. de C.V.

Impreso en México / Printed in Mexico


ÍNDICE
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

LA TOPONIMIA.
Antecedentes Históricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los caras anchas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Donde abundan los armadillos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El Dios conejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pobrecita guacamaya . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Un pájaro amarillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

LA IMPORTANCIA DEL CODICE MENDOCINO . . . . . . . . . . . . . .


Por poco y se pierde . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

LA PROVINCIA DE TOCHTEPEC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los pueblos tributarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Los tributos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

EL SANTO PATRONO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

HOMBRES COLOSALES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

LA DESGRACIA A CABALLO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

BOLA DE MARQUESES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La rebelión de Martín Cortés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Recuperan bastón de mando . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Gobernados a distancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

INDEPENDENCIA Y DESPOJO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

7
8 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

EL PORFIRISMO Y LA REVOLUCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
LA EXPLOSIÓN DEL SAN MARTÍN
Un ataque sorpresivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De Titétpetl a San Martín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El big bang tuxtleco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

FIGURAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
PrÓlogo

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10 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago
INTRODUCCIÓN
El rostro del campo y su generosidad ancestral reflejan la historia
de Santiago Tuxtla. En el sudor de cada poro, en la mirada, en las
cicatrices del alma y el cuerpo, están personificadas la alegría y la
tragedia de este pueblo.
Caminar por las laderas del risco y observar en lontananza al
poblado tuxteco produce una sensación que seduce y confunde,
porque las nubes que se elevan en el amanecer entre su lujuriosa
vegetación, envuelven todo con un misticismo tan seductor como
intrigante.
Los aromas tienen colores, los paisajes sonidos, los sabores una
textura definida, todos los sentidos se juntan asemejándose al
principio de la creación. Desde la cuesta, la ciudad puede ser cap-
tada de un sólo vistazo, porque está atrapada en una red de cerros
y volcanes. A vuelo de pájaro se puede recorrer su caserío: desde el
peñasco hasta El Marqués, desde El Vigía hasta Chininita y, entre
espejismos creados por la mirada a la distancia, uno queda cauti-
vado por ese aire de convento y taberna atávica.
Las calles aparecen cargadas de destinos visibles en los rostros
de cada niño niño, mujer o anciano. Sus moradores no saben lo
que reflejan al cargar sobre sus espaldas siglos de historia, des-
de los olmecas que dejaron grandes esculturas de piedra hasta los
mestizos de ahora. Dichoso quien tiene un pasado, pero éste trae
consigo un peso que deben soportar quienes lo viven cuando su
grandeza ha quedado en el olvido. Generándose un sentimiento de
abandono y despojo, que se respira en la atmósfera, impregnando
su huella.
Cualquiera puede apreciar la hospitalidad. Es común que cuan-
do azota la tormenta en la sierra algún noble campesino abra las
puertas de su jacal para permitir al viajero guarecerse de la lluvia.
Aunque el viento del norte flagele, las casas de caña de zongón

11
12 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

tienen una atmósfera tibia que irradia de un fogón colocado cerca


de la entrada. Siempre se comparte un taco, ya sea con tortilla de
maíz morado, blanco o amarillo, unos huevos revueltos de gallina
o totola y/o un plato de frijoles de olla.
Los lugareños aman su pueblo, fieles a sus tradiciones, sienten
la vibración de sus ríos y lagunas al caminar por los campos y
aspiran fuerte para retener los mensajes cifrados que emiten con
su aroma las naranjas en flor, el secreto de la piel roja de los daga-
mes, las azucenas, las mozoteras de las laderas, las gardenias aro-
máticas, arrayanes y pongolotes, olores y formas que se mezclan
con los frescos manantiales del coco partido de la luna llena.
Se conservan festejos con raíces de tiempos remotos, como fan-
dangos, Semana Santa, líseres, negros, mojigangas, Fiestas de Ju-
lio, ramas, pascuas, acarreo del Niño Dios en Navidad, etcétera.
Hay que escuchar a los poetas locales para conocer por qué se
ha hablado de sus orquídeas, tapires, tigres y cascadas, del bullir
de conejos, de la alfombra de tepetate que, entre rugidos y asom-
bros, heredaron las erupciones volcánicas del San Martín a “la be-
lleza tan blanca de la noble antigua villa”.1
Turistas y párrocos observaron que junto a la belleza tropical
destacaban los lugareños en eso de componer versos, tocar jara-
nas, bailar recio el huapango, cantar pascuas, y los definieron de
la siguiente manera:

Como es mitad india y mitad hispana,


tienen sus mujeres —todas fuego y sal—
la noble apostura de la castellana,
y la gracia frágil que tiene el quetzal.

Sus hombres son fuertes, ágiles, altivos,


hábiles arrieros, y sobre el corcel
son una teoría de centauros vivos
que por la llanada corren en tropel.2

Las condiciones de explotación y miseria de la mayor parte de la


población, especialmente las de los campesinos, son tan crueles
como las sufridas en las encomiendas o las haciendas de antaño.

Poema “A Santiago Tuxtla”, por Daniel Fernández Cadena.


1

2
Poema “A Santiago Tuxtla”, compuesto por el párroco Eduardo L. Munguía el 25 de julio
de 1944.
Breve historia de Santiago Tuxtla 13

Las nuevas generaciones desesperadas por la falta de oportuni-


dades, en un intento por romper el anillo formado por la rutina,
se ven obligadas a emigrar hacia los grandes centros urbanos del
país o incluso a los Estados Unidos.
Los que se van por estudios o por trabajo sienten en el alma un
desgarre de exilio, como un desamparo, para colmo, al regresar,
muchos sienten el peso de la mirada de sus paisanos como una
culpa, como un poco de sal en la llaga de la historia.
Es bien sabido que para salir de este brutal círculo vicioso, se
debe mejorar la educación hasta la excelencia y se deben encontrar
las fórmulas para aprovechar la sobrada, y muchas veces ociosa,
mano de obra joven, ahora carente de legítimas opciones.
Con justa razón los tuxtecos viven orgullosos de su pasado. Aún
así, hay frustración causada por acciones equivocadas que trunca-
ron su desarrollo dejándolos marginados. Pero la vida de un pue-
blo no es solamente recuerdo y queja por despojos pasados. Los
actuales habitantes deben forjar un presente positivo, vivir pro-
fundamente su momento, crear las condiciones adecuadas para
un mejor desarrollo, y por eso es importante conocer la historia de
su pueblo.
El apoyo al desarrollo turístico debería empezar por construir
carreteras que lleven a los visitantes a ríos, playas, bosques, pozas
y saltos, además de dar a las zonas arqueológicas su importancia
ya que se encuentran en triste abandono, siendo una mina para
los traficantes de objetos arqueológicos. No se promueve el interés
por la madre de todas las culturas mesoamericanas que floreció
aquí, bajo este sol violento y tibio a un tiempo, cuyos hijos fueron
arrullados en su cuna por los más fuertes huracanes, soportando
estoicamente cenizas y piedras arrojadas por los volcanes y atrave-
sando las humaredas provocadas por las explosiones.
En los archivos se constata que los gobernantes, desde la funda-
ción de Santiago Tuxtla, se han dedicado al saqueo de las riquezas
de esta tierra. Incluso se permitió que después de la Independencia
se cambiara la cabecera de Cantón (ahora Distrito) a San Andrés,
que con habilidad “se durmió villa y se despertó ciudad” gracias a
su pujante esfuerzo, acompañado por la ineptitud de los políticos
santiagueños, quienes no pudieron sostener el desarrollo de la ciu-
dad y defender lo que por hecho y derecho les correspondía.
Y de ahí todo el desarrollo quedó truncado. El peso económico
de su pueblo hermano le impidió tener vías de ferrocarril y, por
14 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

falta de anunciantes, también perdió una radiodifusora, le qui-


taron hasta el nombre de Santiago Tuxtla después del periodo re-
volucionario, aunque, por pura suerte e insistencia popular, fue
recuperado.
Pero no solamente afuera hubo enemigos. Los nativos sufrieron
traiciones internas. Es larga la lista de personajes que se han vali-
do de cargos para hacer y deshacer lo que les ha venido en gana,
siempre a favor de sus intereses económicos y en contra de la dig-
nidad de los pobladores. Los edificios ancestrales fueron vendidos
al mejor postor o destruidos sin que alguien dijera algo. Lo que fue
El Puente Real muestra la jerarquía que tuvo y tiene Santiago: una
añeja obra maestra de la arquitectura que era orgullo de los san-
tiagueños, fue destruido por una creciente del río Tepango en 1999
y en su lugar hicieron un pasadero barato.
La historia, como el amor, encierra enigmas indescifrables, con
sus hilos secretos maneja el destino de los hombres. Corresponde a
todos y cada uno de los tuxtecos dejar de ser víctimas y convertirse
en los artífices de una nueva senda, protagonistas de un nuevo
tiempo que devuelva a la tierra esa grandeza milenaria que se
respira en las montañas, entre los árboles y entre la gente. Valga
el presente libro para aclarar el pasado y darle sentido al presente.
Sea como un árbol que entierra en lo más profundo sus raíces as-
pirando a conquistar los cielos con su robusto tallo.
Se indagó en el mayor número de fuentes posibles, se profun-
dizó en propuestas de otros muy importantes escritores del mismo
tema; no se tuvo miedo a enfrentar cada caso, por polémico que
fuese. Tiene el lector en sus manos parte de la historia de Santiago
Tuxtla. Si la pasión nos ciega, pedimos disculpas anticipadas; por
lo demás, se trató de hacer un trabajo que hable a las nuevas ge-
neraciones de sus nostalgias imperiales.
LA TOPONIMIA:
Antecedentes históricos.

En los sanos intentos por explicar el origen del nombre de Tuxtla se


ha realizado todo tipo de investigaciones, la mayoría muy serias,
pero a la par se han vertido verdades a medias en abundancia,
torrentes de letras plagadas de sugerencias ignorantes y absurdas.
Desde la antigüedad hasta nuestros días los desaguisados parecen
ser la moneda corriente para explicar su toponimia, la etimología
y el significado lexicográfico.
Es plausible el esfuerzo por desentrañar las raíces, lograr sólidos
argumentos que permitan frenar la tendencia de los modernos tla-
cuilos, que, poseídos de licantropía, extraen en cada luna llena, de
los pozos de su imaginación, un innovador término o dibujo pro-
porcionado por su alucinado sueño u obtenido en un superficial
viaje al pasado mediante dudosos testimonios. En las definiciones
escritas o dibujadas con diversos intereses han intervenido virre-
yes, conquistadores, ancianos macehuales, tlatoanis, alcaldes ma-
yores, investigadores, militares, doctores, artistas, brujos, filólogos,
cronistas, amas de casa, lingüistas, epigrafistas, radioescuchas,
antropólogos, paleógrafos y uno que otro amante de la cultura
prehispánica.
Con esa cantidad de aportaciones, que no cesan en la actuali-
dad, cualquier inventario es incompleto, pero algunas de las ver-
siones más conocidas con que se nombra a esta antigua pobla-
ción son las siguientes: Tuistla, Tusta, Tusila, Zitla, Tustla, Tuztla,
Tuxtla, Toxtla, Toztla, Tostla, Tuchtla, Tochtla, Tochtlan, Tustlan,
Tuztlan, Toztlan, Tostlan, Totoltepec, Tustlantepec, Tustantepec,
Tuxclan, Ohuapa, Toxclan y Tuistlatepeaca.
La confusión es impresionante. Ahora los habitantes de estos lu-
gares pudieran ser nombrados como tuxtlecos, tuxtecos, tustlecos,

15
16 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

tustecos, tuztlecos, tuztecos, tustlantecos, tustantecos, tuztlantecos,


tuztantecos, toztecos, toztlecos, tostecos y tostlecos, todos gentili-
cios, si no válidos, por lo menos justificados por el caos reinante
acerca del origen. El gentilicio de los nacidos o adoptados en Tuxt-
la, según Fernando Bustamante, deriva del metaplasmo de tux (de
Tuxtla, antiguamente Tuztlan) y teco (de tecutli, señor) y, por lo
tanto debe ser “tuxteco”; a manera de refuerzo argumenta que
nunca se les dice “aztlecos” a los originarios de Aztlán.
Pero, para entrar en materia, es conveniente centrarse en el nom-
bre indígena de la población, o sea en la toponimia. Vale decir que
muchos términos expresados significan prácticamente lo mismo.
Se ofrece a continuación una compilación de los posibles orí-
genes, historia y significados de la palabra Tuxtla, aunque cabe
hacer la aclaración: el presente estudio comparte el criterio de que
Tuxtla (Tuztlan) deriva de tos(tli), cosa muy amarilla y tlan(tli)
abundancia, lo cual que quiere decir “lugar de pájaros amarillos”
o “lugar donde se venera al sol naciente”, sin cerrar totalmente la
posibilidad de toznene, que quiere decir “cosa muy amarilla”.
Al pasar por estas tierras el conquistador, o quizá un grupo de sus
aguerridos soldados, encabezados por Gonzalo Sandoval, allá por
1522, se narra que después de atravesar por Guazpaltepeque (hoy
Playa Vicente) entraron “a una provincia que se dice Zitla, la más
fresca y llena de bastimentos y bien poblada que habíamos visto”.
Zitla no aparece en el Códice Mendoza, por lo cual los historiadores
han sugerido, con justa razón y en correspondencia con las descrip-
ciones anotadas, que se trata de Tuxtla, aunque haya sido mal es-
crita, cosa común en los paleógrafos de aquel y de todos los tiempos.
Se debe mencionar que otros relacionan a Zitla con una población
oaxaqueña, lo que también debe tomarse en cuenta.
En carta que envía Cortés al rey de España en 1524 menciona
a “Tuztlan y Tepecuan” como el lugar donde construía un ingenio
azucarero y cuatro años más tarde, el 6 de marzo de 1528, al dejar
instrucciones a su mayordomo Francisco de Santa Cruz para que
concluyera los trabajos en “los pueblos de Tuztla y Tipecuan”.
Para 1529, al concederle Carlos V la Real Cédula del 6 de ju-
lio expedida en Barcelona, mediante la cual se le entrega el mar-
quesado del Valle, se enumera a los pueblos, entre los cuales se
menciona Tuistlatepeaca (vocablo que salió al unir las palabras de
Tuztla y Tepeaca). Esencialmente no tiene por qué perder su signi-
ficado, aunque hay, sin duda, errores en la escritura.
Breve historia de Santiago Tuxtla 17

El término de Ohuapa es el que menos semejanza tiene con Tuzt-


la, pero se menciona en algunos escritos y puede que más adelante
arroje luz sobre los orígenes de Santiago. Ohuapa de óhuatl, ‘caña’,
y apan, ‘agua de’, lo cual puede ser traducido como ‘agua de cañas’,
‘río de cañas’ o ‘arroyo de cañas’, y le se menciona en el arrenda-
miento que hicieron en 1567 del ingenio azucarero El Uvero a Diego
López de Montalbán los apoderados de Martín Cortés (a quien por
cierto siempre se le desconfió que se rebelara contra la Corona espa-
ñola), Juan Bautista de Marín y Diego Pérez de Algaba.3
Cada descubrimiento abre la puerta a una nueva definición:
“corrupto el idioma por corrupta pronunciación, dio margen a la
confusa interpretación de nombres propios, habiendo engendrado
ese vicio el nombre de Toxtla, que hablado y escrito con ‘x’ signifi-
ca ‘tierra de conejos’, ‘lugar donde abundan los conejos’, causando
extrañeza que algunos bibliógrafos acepten el término, y otros no
menos eruditos afirman que debe transcribirse con ‘ch’, Tochtlan,
que significa tierra de loros o papagayos.”4
Del universo de nombres que se le ha asignado a Santiago que-
dan en pie dos definiciones fundamentales que son como enormes
ceibas bajo cuyas ramas se guarecen las tribus intelectuales que dis-
cuten, argumentan y defienden el nombre de estas tierras: conejo
y pájaro amarillo. Es curioso, tenemos enfrentados a dos animales
que son nahuales del sol y de la luna. La luz y la noche se enfrentan
en la arena de las discusiones tuxtecas, y nadie puede presagiar cuál
de los dos hermanos vencerá, si Huitzilopochtli, el guerrero solar
que nació de pie y armado para dar la batalla a su propia fami-
lia, o si la diosa lunar, Coyolxauhqui, tomará venganza de aquella
afrenta relatada en los libros de la cosmogonía azteca en la cual
fue descoyuntada, humillada y vencida junto con sus hermanos,
los 400 conejos, al intentar matar a su madre Coatlicue, la tierra,
a quien no le creyeron que había quedado embarazada sin pecado
concebido. Otros sustentan la versión que destacó Francisco del Paso
y Troncoso de que Tuxtla significa “tierra de carones”.
Como se mencionó, al noble apellido de la colonial ciudad de
Santiago se le relaciona etimológicamente con cabezones, pájaros
amarillos, papagayos, armadillos y conejos.
Abundemos entonces sobre estas versiones.

Archivo General de la Nación, Hospital de Jesús, legajo 289, expediente 14.


3

León Medel y Alvarado, Historia de San Andrés Tuxtla.


4
18 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Los caras anchas

Hace unos 500 años, el 18 de febrero de 1580, unos ancianos nati-


vos, consultados acerca del significado del nombre aborigen de su
pueblo por el alcalde mayor de Tlacotalpan, Juan Medina —que
realizaba estos cuestionarios en Santiago por encargo del cuarto
virrey de la Nueva España, Martín Enríquez—, respondieron que
“Tuztla quiere decir ‘cabeza ancha’, porque en el tiempo de su infi-
delidad (es decir antes de que se les evangelizara), cuando nacían
los hijos les apretaban las cabezas las madres o parteras y ansí
quedaban cabezas anchas.”5 Y como un argumento más se anota
que “hasta nuestros días acostumbran las madres tuztlecas poner
‘toquillas’ a los recién nacidos para formarles bien la cabeza.”
A estas apreciaciones muchos las han presentado como estandar-
te y tratado de darles sustento teórico convincente, pero el alcalde
que recopiló las notas, aunque reunió a los mayores de 90 años, en
realidad no profundizó sus investigaciones y solamente estuvo por
estos lugares dos días. Dejó, eso sí, una enorme confusión, un gran
acertijo a descifrar acerca de estos ‘caras planas’, porque tal defini-
ción no corresponde ni a glifos ni al significado lingüístico de Tuxtla,
aunque seguramente tendrá algún significado esotérico o metafóri-
co. De ahí derivan especulaciones de todo tipo: ¿Tenía otro nombre
Tuxtla como complemento cosmogónico del ya conocido? Quizá
también los europeos que interrogaron a los informantes aborígenes
entendieron mal por no dominar el lenguaje, según se dice, “muy
tosco y corrompido de la región”, o tal vez los intérpretes autóctonos
tradujeron mal al español y, entre otras cosas, sabida es su tenden-
cia a cambiar la ‘o’ por la ‘u’ y viceversa. Para nadie es un secreto
que los amanuenses anotaban tal como les sonaba o escuchaban la
palabra, cometiendo muchos errores. Es probable que los naturales
se refirieran a las cabezas colosales dejadas por los olmecas, de las
cuales se puede suponer que tenían conocimiento, pero que fueron
descubiertas muchos siglos después. Y así se puede agregar más es-
peculaciones, y es posible que investigaciones posteriores arrojen luz
acerca de esas extrañas respuestas de los ancianos de Tuxtla que con
solemne sinceridad se autodefinieron como carones.
5
Relación de Tuztla que realizó en su visita Juan de Medina, alcalde mayor del pueblo
de Tlacotalpan y Justicia de las villas de Tuztla y Cotaxtla, en 1580, por encargo del virrey
de la Nueva España, Martín Enríquez de Almanza, quien gobernó de 1568 a 1580. En su
mandato se estableció formalmente la inquisición (1571) y se puso la primera piedra de la
catedral (1573).
Breve historia de Santiago Tuxtla 19

Concluye Medina, para dar mayor seriedad y validez a los tes-


timonios recogidos, que hizo “juntar al gobernador e alcalde, e
ommes viejos desta villa, yndios de los cuales me ynformé e supo
que va dicho e cada uno me ynformó de su edad e dijo lo que sa-
bía del tiempo de su infidelidad e fueron puestos por testigos las
personas que firman aquí: Juan Medina, Johan Molina, escribano
de S. Majestad. Hernando de Azamar, Nicolás Illescas y Alonso
Hernández.”
Asegura Eneas Rivas que posteriormente esta versión fue susten-
tada etimológicamente por el historiador veracruzano “Francisco
del Paso y Troncoso, quien en Papeles de la Nueva España trans-
cribe la crónica de Juan de Medina, y concluye que Tuztla es ‘tierra
de caras anchas o de carones’.”6
Prosigue el cronista de Santiago: “¿Acaso Tuztla es el derivado
de esos vocablos diferentes al mexicano que hablaban nuestros
abuelos? La ciencia filológica lo dirá”, apunta, y agrega: “Si hace-
mos cuentas, en 1580 esos hombres viejos debieron ser bilingües y
recordarían, por mayores de edad, cuando la llegada de Cortés, el
auténtico significado de Tuztla, y así lo transmitieron a Juan Medi-
na, quien además se cuidaba mucho de recoger significados. Insis-
te el cronista de Santiago: por otra parte, la deformación craneana
es signo de distinción en algunas tribus. Es importante conocer la
opinión de antropólogos para descifrar el cintillo de los cráneos de
las cabezas olmecas. Esto es fundamental, subraya, para la correc-
ta interpretación etimológica de Tuxtla”.
León Medel, el cronista de San Andrés, también fue uno de los
defensores de esta versión, asegurando que el significado era “ca-
bezas anchas”. Rebatió con igual fuerza la tradicional aceptación
de que Toxtlan era ‘tierra de conejos’ por escribirse con equis, a los
que preferían Tochtlan, al anotarlo con la che, pues le daban el
significado de tierra de loros y papagayos.
“Es muy probable —apuntaba en su Historia de San Andrés— que
unos y otros no estén en lo justo al escribir el aludido nombre en

6
Eneas Rivas Castellanos, Voz nueva de relatos viejos (1982). Debemos a este autor la re-
copilación de documentos importantes, su paciente y brillante investigación acerca de los
orígenes, pero él defiende a ultranza esta versión de ‘caras anchas’. Desde siempre ha sido
un defensor radical de sus ideas, eso lo saben los tuztecos que de tarde en tarde han discu-
tido con él mientras realiza sus cotidianos recorridos bajo los umbrosos pinos de sombra
azulada que adornan las riveras del Tepango. Su palabra pesa y, para fortuna de todos, en
la nueva edición de sus obras (1999) mejor asume una prudente distancia y solamente cita
las diversas versiones acerca del significado de Tuxtla, con la advertencia de que no toma
partido por ninguna.
20 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

ambas formas, pero, por lo visto, no han llegado a conocer a fondo


o no han querido dar importancia a la tercera que es Toztlan, con
zeta, o acaso con ‘tz’ para darle un sonido y significado verdadero
como el informe de Juan Medina señala por un lado, y el estudio
de don Francisco del Paso y Troncoso por el otro, convergiendo a la
misma conclusión”.
Destaca también que la lengua que “hablan es muy tosca y co-
rrompida en vocablos muy diferentes a la mexicana”, con lo cual
justifica que, a consecuencia de la corrupción del léxico impuro,
se alterara también el significado de Tuztlan, hasta la versión de
Troncoso, asegurando que “hoy escriben por error Tuxtla”. Y hace
notar que el enviado del virrey Enríquez de Almanza en ningún
momento menciona conejos, loros ni papagayos para hablar del
nombre de la tierra de los ‘caras anchas’.
Así, conforme a los datos aportados por tuztecos fidedignos
en su mismo pueblo, continúa Medel, nada menos que en 1580,
o sea a medio siglo de la conquista, que el estudio etimológico
y suficiente para no dudar más, es que la definición correcta es
Tuztla, porque, si es por los “cabeza o cara ancha” de que habla-
ron sus informantes, “tendremos bien explicada la confusión que
aún sufre el significado auténtico, más al escribirlo y al descifrar-
lo, por lo que cabría que el gobierno del estado, previo estudio
del caso y conveniencia, ordenara hacer la corrección oficial que
corresponde”.
Evidentemente emocionado continúa: “Causa verdadera extra-
ñeza que en el lapso de setenta años los investigadores de historia
y lingüística hayan pasado por alto y quizá hasta ignorado, ya
que ninguno ha hecho mención al respecto, el estudio y la inter-
pretación correcta del nombre de Toztlan a que se refiere el arqui-
tecto del Paso y Troncoso, en el cual señala los puntos básicos de
sus observaciones para afirmarlo.
“Que el error haya gozado de carta de fe antes del citado estu-
dio, es de aceptarse, pero después de estar figurando y acaso pos-
tergado en la Academia de Historia en la sección correspondiente
a México, se ve como una anomalía o una omisión de su estudio.
“Podrá alegarse que la ley de la costumbre permite continuar
aceptando la alteración, pero eso no es impedimento para inten-
tar la rectificación debida, desde el momento que la letra equis
de sonido suave en el mexicano lo tiene distinto en español, y al
fin de cuentas, no pronunciamos: Tushtla ni Tucstla, sino Tustla a
Breve historia de Santiago Tuxtla 21

secas; y de Tustla a Tuztla escrito y conforme a nuestra manera de


pronunciar ciertas letras, es nada la diferencia.
“Por lo demás, no cabe suponer dolo ni invención de hechos
en el Informe de Juan Medina ni en ninguno de sus propios in-
formantes; porque, por una parte, éstos eran personas de calidad
que abominaban de la mentira y, además, algunos o todos habían
nacido antes de la conquista que en sesenta años, podía contarse
reciente; siendo conocedores del medio social en que nacieron y
vivieron a la sombra de otro régimen político propio de ellos; y
porque también, al señor Alcalde Mayor de Tlacotalpan, Justicia
de las Villas de Tuztla y Cotaxtlan y pueblo de Tlalixcoyan, D.
Juan de Medina, una relación informativa de falsedades rendida
al excelentísimo Sor. Virrey de la Nueva España, muy bien podía
costarle el empleo honroso y productivo y hasta la cabeza misma,
en forma afrentosa y cruel.”

Donde abundan los armadillos.

De cualquier modo, quedan por lo menos cuatro definiciones a


considerar, entre las cuales hay que vadear con destreza para evi-
tar la tentación de los determinismos fáciles.
¿Pero, qué hacer? Acaso correr a las rancherías más apartadas y
con libreta y grabadora en mano preguntar a los ancianos acerca
del significado de Tuxtla. Muchos ya lo han hecho y, aunque no
se le ha dado mucho crédito a su paciente labor de indagadores,
de repente aparecen dando gritos y respingos de felicidad, con la
sonrisa y la palabra “eureka” en sus labios, arropados por la fra-
gilidad glamorosa de las notas periodísticas, en las que con bom-
bo y platillo anuncian su descubrimiento. Toman gestos sombríos
y con barbas postizas de profetas dicen algunos con voz grave:
“El término correcto revelado por los nativos sobrevivientes de este
nuevo milenio es ‘tochtla’, y con presteza apuntan que ‘toch’ o
‘toche’ es armadillo en náhuatl, por lo que Tochtlan o Tuchtla es
el lugar donde abundan los armadillos.”7 En realidad no existen
códices que apuntalen esta posibilidad, pues el único lugar de ar-
madillos mencionado en el Mendocino (lámina 51) y en la Matrícu-
la de Tributos (lámina 29) está ubicado en la provincia tributaria
encabezada por Tlatlauhquitepec, en el actual estado de Puebla, y,
Bulmaro Palma, Santiago Tuxtla: Los hombres y las mujeres que lo forjaron.
7
22 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

efectivamente, tiene el glifo correspondiente a un armadillo con el


nombre de Ayotochco. Se trata de un lugar geográficamente muy
lejano a Santiago, y lo mencionamos solamente para dar pistas a
los historiadores interesados. Además, cabe mencionar que toche
es conejo y ayotoche es armadillo, por lo que se ha descartado eti-
mológicamente esta versión.

El Dios conejo.

En el barrio del Pilar, donde, según don Fernando Bustamante,


fueron descubiertos los más antiguos vestigios de la civilización
tuzteca, había un personaje al que apodaban Conejo y que, en ho-
nor a éste, tenía abundantes hijos, pero se destacaba porque usaba
lentes de aumento. Es el único conejo con lentes del que se tenga
memoria. Este humilde personaje que habitaba en una casita de
cañas con techo de zacate colorado, y de quien hacían bromas que
él aceptaba con serena complacencia, estaba lejos de imaginar
que su sobrenombre era símbolo de ancestrales significados. Quie-
nes se burlaban de él tampoco lo sabían.
El conejo ha estado presente en todas las culturas del mundo
como pusilánime, lascivo, prolífico y guerrero. Por su discreción y
preferencia por la noche se le ha relacionado con la luna en todas
las culturas y las épocas del viejo y nuevo mundo. A los músculos del
brazo también se les dice conejos. Abundan también como obras ar-
queológicas y comúnmente se encuentra objetos de barro en forma
de conejos, junto a jarros, cazuelas u otros con formas de animales,
como loros, tacuacines y ardillas. Los conejos están en las milpas de
los tuxtecos y son parte de su historia y su cotidiana existencia.
Algunos piensan que el nombre de Tuztla quizá fue una elección
tomada de la fecha de llegada de sus moradores, como sugiere en
su informe respecto a la villa el profesor Antonio Verdejo el 4 de
julio de 1887, narrando el peregrinar de los indios desde Cotaxtla
y Arroyo Largo hasta que “emprendieron una larga peregrinación
hacia lo que hoy es Totogal y fundaron Tuxtla. Tierra de Conejos
por coincidir ese mes de su llegada con el mes conejo de los aztecas,
Toxtlan por corrupción Tuxtla. Vivieron ahí dedicados a la agricul-
tura y a la alfarería, hasta la llegada de los conquistadores.”8
8
Antonio Verdejo Tenorio, Informe sobre la Villa de Santiago Tuxtla, 1887. Como secretario
del Ayuntamiento, Verdejo pudo coordinar y realizar una importante monografía. En este
Breve historia de Santiago Tuxtla 23

Hasta finales del siglo XVI nadie escribía con la consonante ‘x’
la palabra Tuztla. Existía todo tipo de variantes, pero ninguna
como se conoce actualmente. Fue en los siguientes siglos cuando
los sacerdotes católicos, quizá confundidos con la pronunciación
de la ‘z’, la transformaron en ‘ch’ o en ‘x’ para referirse a este lugar
y así quedaron asentados los documentos más importantes de pro-
piedades, casamientos, bautizos y defunciones. De tal modo, que
actualmente, la forma más tradicional, generalizada y difundida
que conocemos de la palabra de origen náhuatl es ‘Tuxtla’, y una
de sus posibles traducciones sería ‘lugar de los conejos’, como tér-
mino compuesto de las raíces tochtli o tuchtli, conejo, y tlan, lugar,
incluso sin la ‘n’, o sea, con terminación ‘tla’, lo que significaría
abundancia de conejos.
Cecilio Rovelo, nahuatlato de reconocido prestigio, autor del
Diccionario de aztequismos, fechado en 1912, traduce “Tuxtla, Tu-
chtlan; tuxtli, conejo; tlan, junto, cerca: Junto al conejo”.9 Con esta
misma definición coinciden gramáticos y lexicógrafos de los siglos
XVI, XVII y XVIII, como fray Andrés de Olmos, fray Alonso de Mo-
lina, fray Toribio de Benavente, A. Rincón, H. Carochi, Paredes,
Arenas y Francisco Javier Clavijero.
Tuxtla tiene su fundamento en la visión cosmogónica de los
antiguos pobladores, pues para ellos los nombres tenían un sig-
nificado mágico, relacionado con sus raíces históricas y religio-
sas.
Decir Tochtlan, tierra de conejos, tendría un enorme significado
místico que lo une con la enorme tradición esotérica de los habi-
tantes de estas tierras. El conejo está relacionado con la luna, y
podría suponerse que tierra de conejos, trasladada a la metáfora
aborigen, signifique lugar de los adoradores de la luna o, si se pre-
fiere algo más sutil, el lugar del dios conejo.
La presencia del conejo en la luna se debe, según la mitología
clásica mexicana, al famoso conejazo de Papátztac, quien le oscu-
reció la cara al segundo sol que brillaba en el cielo. Ése es el conejo
formado por los cráteres lunares y que vemos todas las noches al
caso apunta que los primeros pobladores llegaron en un mes conejo, y que por esa razón los
primeros pobladores le pusieron ese nombre a este lugar. Aquí vale recordar que era conejo
el octavo día del mes de 20 días y también el de 13, ubicado siempre entre venado y agua.
De estos días solamente tomaban cuatro para nombrar a los años: casa, conejo, caña y
pedernal. Cada 52 años coincidían los números 13 y los cuatro nombres de los días, lo cual
hacía un siglo azteca, y conejo era uno. La cita fue tomada del libro de Eneas Rivas, Voz
nueva de relatos viejos, pp. 38-39.
Bulmaro Palma Montesano, op. cit.
9
24 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

observar la luna. Desde esta perspectiva, el roedor es el único ha-


bitante de la luna.10
Dice el sabio italiano Gutierre Tibón: “…no debemos traducir el
topónimo náhuatl Toch (tli) tlan como ‘lugar donde abundan los
conejos’, lo que no obedece al pensamiento del México antiguo,
sino evocar la concepción mágica y religiosa de Mesoamérica en
relación al conejo.”
Otro investigador, el nahuatlato Felipe Franco, autor de la In-
donimia geográfica del estado de Puebla, publicada en 1946, al ha-
blar de poblados indios con nombres como Toxtla, Tuxco, Tuxtla,
concluye al analizar los topónimos que tienen en común la raíz
toch. Expresa que Toxtla tuvo por palabra primitiva Tochtla, com-
puesta de tochtli, conejo, y tla, abundancia; Tochtla, que por co-
rrupción se hizo Toxtla, la da a entender en lengua nahua como
‘el lugar donde abundan los conejos’. Tuxco es el nombre propio
en mexicano de Tochco, formado de las voces tochtli, conejo, y co,
en o lugar, esto es, Tochco, por corrupción Tuxco, significa ‘en los
conejos’. Tuxtla es metaplasmo de Tochtla, nombre azteca com-
puesto de tochtli, conejo, y tla, abundancia; de acuerdo con esas
radicales, la dicción Tochtla hace entender ‘donde abundan los
conejos’.
De Tochpan, Tochco y Tochtlan derivan los Tuxpan, Tuxco y
Tuxtla. Hay en todo el país por lo menos tres decenas de lugares en
muy diversos estados de la República Mexicana.
En todas las culturas se relaciona al conejo con el astro noctur-
no. Este animalito sale, como la luna, después de que oscurece en
la tranquilidad de las viejas milpas donde se intercalaban cultivos
del maíz con calabazos y chilares. Los indios colocaban en todas
las puertas donde se recogía granos, la imagen de un conejo como
símbolo de fertilidad y abundancia.
El conejo cava hoyos poco profundos que utiliza como nidos y
su gestación es aproximadamente de un mes; es decir, el tiempo
suficiente para la manifestación de las cuatro fases lunares en que
el satélite alumbra y desaparece. Luz nueva, vida nueva, el ciclo de
la muerte y el renacimiento.
Es sin duda el corazón de los campos al alimentarse siempre
de brotes tiernos y que durante la historia ha seducido a todas las
culturas por su cabeza redonda, sus ojos grandes, su pelo atercio-
pelado y sus grandes orejas. En todos los países una pata de conejo
Gutierre Tibón, Historia del nombre y de la fundación de la Ciudad de México.
10
Breve historia de Santiago Tuxtla 25

es de buena suerte. Sus escasos días de celo no limitan su prolífica


existencia y es por ello símbolo de fertilidad.
En cualquier parte del mundo ha sido venerado. Los budistas lo
observan también estampado en la luna. En los trajes más especia-
les de los emperadores del Celeste Imperio destacan las liebres luna-
res. La misma devoción se encuentra en tribus de África e India.
Su imagen es tan fuerte para la cultura occidental que siempre
creyó que las brujas europeas se convertían en liebres y ellas lo asi-
milaron como símbolo de resistencia. Fueron maldecidas, despre-
ciadas, cazadas, atrapadas y castigadas, arrojadas al fuego para
ser purificadas y resucitadas. Como no pudo ser erradicada su ima-
gen, se le disfrazó de una manera ridícula para comercializarla
como muñecos de peluche, como símbolos de revistas para adultos
y como caricatura comercial. Solamente así fueron toleradas.
El más poderoso de los dioses antiguos relacionado con la luna,
como el conejo, era Tezcatlipoca, quien con una tela de araña hizo
una soga y, colgado de ella, bajó hasta la Tierra. Se discute mucho
si la luna tenía un sexo femenino o masculino, pero los antiguos
manifestaban que la Tierra es un conejo bocarriba, a lo que se re-
laciona con el conejo lunar. No queda duda acerca de que también
el primero de los 13 cielos de la cosmogonía azteca era de la luna,
y se le consideraba como un lugar del aire y las nubes.
El conejo es un héroe cultural, un dios salvador y noble gue-
rrero. Se le pinta continuamente con los colores simbólicos rojo y
negro. Se le tuvo siempre un gran respeto. Aparte de relacionarlo
con la luna se le recuerda en códices cuando sirvió como alimento
de los cazadores, deidad del pulque, la fertilidad, la agricultura, la
astrología y signo en la medición del tiempo.
Al conejo se le considera el mejor amante entre los animales.
Los viejos cuentan que después de la cópula da un salto alegre ha-
cia atrás como un gimnasta. En casi todas las culturas es símbolo
de fertilidad y nadie es tan alegre en la cópula ni tan eficaz en su
apareamiento como la liebre.
El que se identifique al conejo con la luna habla de una vi-
sión cósmica cuya interpretación no deja lugar a dudas. A ésta
se le considera depositaria del agua; hace germinar las plantas
y los campesinos siguen su mandato en cada fase lunar del mis-
mo modo que el mar con las mareas. Si una mujer tiene regla se
dice que está en su luna, a la luna también se le atribuyen los
nacimientos de animales, seres humanos y hasta las explosiones
26 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

volcánicas. Los griegos identificaban con la fertilidad a su diosa


lunar Artemisa y los romanos a Diana. Los aztecas adoraban a
Mayahuel, Coyolxauhqui, Tonantzin, Tlazoltéotl, entre otras.
La relación conejo-luna era muy obvia en la antigüedad, y en
el calendario lunar de los antepasados tuxtecos los días 13 de cada
mes eran venturosos, y afortunados quienes nacían en esos días,
porque, dice Sahagún, “los nacidos en este signo eran prósperos
y ricos y abundantes de todos los mantenimientos, y esto por ser
grandes trabajadores y grandes granjeros y grandes aprovechado-
res del tiempo, y que miran las cosas de adelante y son grandes
atesoradores para sus hijos.”11
El jeroglifo de Tuch-tlan significa, sin lugar a dudas, “Lugar del
Dios Conejo”, formado por toch (tli) y tlan (tli), locativo expresa-
do por tres dientes colocados bajo las patas traseras en las que se
apoya un conejito de perfil que parece listo para saltar12. Se puede
apreciar a este roedor en el Códice Mendoza, lámina 50 (lámina
28 en la Matrícula de Tributos), donde aparece como Tuchtlan y,
ciertamente, es representado por un conejo parado sobre una en-
cía con tres dientes, pero está relacionado con la región tributaria
de Zacatlán, Coapan, Xilocuautla, Tlapacoyan, entre otros, todos
ubicados geográficamente en lo que ahora es el estado de Puebla y
norte de Veracruz, muy lejos de Santiago Tuxtla.
Aunque para algunos éstos son los verdaderos orígenes ances-
trales, lo cual es motivo de orgullo local, que no pudieron borrar
ni los errores ni toda la operación de exterminio de los cobardes
conquistadores, Tuxtla es el cordón umbilical que une al cielo y a
la tierra de ayer y hoy. No importa que el término sea corrompido
por los inexpertos escribanos españoles que le pusieron ‘x’, ‘z’ o ‘s’
al original Tochtlan. El nombre nos arrima a una historia oculta y
hace cobrar nuevos bríos para el rescate cultural.
Entonces nadie duda del significado de la palabra Tuxtla que
se derivó de Tochtlan. Escrita así su relación con el conejo, no se
pone a discusión, y de inmediato los de San Andrés se apresuraron
a poner al animal en su estandarte municipal. Hoy sabemos que
el significado de Tuztlan es otra cosa, que para empezar no está
relacionada para nada con el conejo.

Gutierre Tibón, Historia del nombre y de la fundación de la Ciudad de México.


11

Así puede apreciarse en el Códice Mendocino, 50, 4.


12
Breve historia de Santiago Tuxtla 27

Pobrecita guacamaya.

El conocimiento de las aves en el México precortesiano estuvo es-


trechamente ligado a la historia, la mitología y los símbolos re-
ligiosos de los pueblos indios. Para los mexicas el mundo estaba
dividido en cuatro secciones, cada una de las cuales era represen-
tada por un ave: el águila, el quetzal, el colibrí y la guacamaya.
Las aves tienen relación con el nombre del lugar mitológico
de origen de los aztecas, Aztlán, o “lugar de las garzas blancas”.
También, al migrar ellos fueron guiados por un ave que les decía
tihuí-tihuí (“vamos ya”); incluso se ha especulado que pertenecía a
alguna de las especies conocidas del centro de México, el toquí (Pi-
pilo fuscus) o el papamoscas (Contopus virens), debido a que ambas
presentan un canto similar a la voz que se dice tenía el ave mito-
lógica. La misma fundación de Tenochtitlan es indicada por un
águila posada en un nopal y, como no es fácil la taxonomía de las
mismas, varios investigadores discuten si era un águila real (Aquila
chrysaetos) o el gavilán de cola roja (Buteo jamaicensis).
Como se aprecia, las aves no solamente fueron aprovechadas
para la alimentación, sino que a las plumas de algunas como el
quetzal, la espátula y la chuparrosa, entre otras tantas, se les utili-
zó para elaborar los penachos y las capas de los emperadores y las
personalidades militares y religiosas.
La importancia de las aves en la cultura se refleja también en
una gran cantidad de topónimos. Baste citar como ejemplos muy
famosos Tzintzuntzan (lugar de colibríes, en Michoacán), Cozumel
(lugar de golondrinas, en Quintana Roo) y Sola (donde abundan
las codornices, en Oaxaca).
*Algunos relacionan al pájaro amarillo del Códice Mendoza que
refiere a Tuztlan con el venerado Huitzilopohtli. Curiosamente, el
antípoda del conejo lunar es este dios solar de la tribu azteca. El
hijo de Coatlicue, quien nació con las armas en la mano para de-
fender con lanzazos y navajazos de obsidiana la vida y el honor
de su madre, mató a su hermana Coyolxauhqui, la luna, y a los
400 surianos, que son los conejos, las estrellas y luceros de la mi-
tología azteca. Son enemigos jurados. Sale uno y se oculta el otro.
Antípodas enfrentados en eternas batallas, diariamente alternan
día y noche, sol y luna.
El problema parece aquí solamente semántico, Tuztlan, Tocht-
lan o Tuxtlan, lo cual obliga a buscar las formas en que lo escribie-
28 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

ron los antiguos habitantes. Hay en la historia ejemplos claros de


que se escribía siempre el nombre de este lugar con ‘z’ o con ‘s’.
Ya Sahagún, al hablar “sobre todo de las aves de Tuztlan y Ca-
temaco, entre las que menciona una que se llama popocálex, que
vive en las montañas y canta antes de que salga y a la puesta del
sol, popocálex, popocálex.” Si bien aquí menciona con ‘z’ a Tuzt-
lan, y habla de un pájaro que canta al salir el sol, es conveniente
no hacerse muchas ilusiones acerca de su relación con la avecilla
amarilla del glifo representativo del poblado, porque es una ave
“tamaña como un pato, pero tiene las piernas largas, de pico agu-
do, redondo y colorado y come peces.”13
En documento fechado en 1595 se habla de la posesión de Tust-
la, escrito en el original con “s”, comisionando al mismo alcalde
para que, “conforme a la Real Cédula en esta carta inserta ampare
la parte del Marqués del Valle en la jurisdicción civil y criminal de
la villa de Tustla y su partido del estado de dicho Marqués.”14
Del mismo año hay un comunicado en náhuatl a la “República
de los indios en la jurisdicción del marquesado en la Villa de Tustla
y pueblos sujetos a la misma” que empieza de la siguiente mane-
ra: “Tustlan cenpohualli yhuan chic na vi tonal mani metztli dea
pitil 1595 años...” (En este caso utilizan Tustla en el título y Tustlan
en el cuerpo del mensaje).15
Hay versiones un tanto apresuradas, las cuales insisten en que
el término Tuxtla “es una adulteración del náhuatl Toztlan, ‘lugar
de los guacamayos’”, y explican que “en el volumen V del manus-
crito del siglo XVI que lleva el título de Papeles de la Nueva España
el término aparece deletreado como Tustla; además, en el manus-
crito indígena Códice Mendocino el glifo del nombre de la ciudad
es un guacamayo amarillo.”16
No son los únicos que han defendido un significado distinto al de
‘conejo’ o ‘lugar de conejos’ del apellido de lo que es ahora la real vi-
lla. El mexicanista Antonio Peñafiel, en Nombres geográficos de Méxi-
co (1885), basado en el Códice Mendoza, reproduce los glifos de los
topónimos, paleografía las glosas en caracteres latinos y explica su
etimología por medio de la lengua náhuatl. Para el caso de Tuztla,
considera que debe traducirse como ‘papagayo amarillo’.
Fray Bernardino de Sahagún, op. cit., p. 693.
13

Archivo General de la Nación (AHJ)/LEG. 445/EXP.29f (31)34.(32)35.


14

Archivo General de la Nación (AHJ)/LEG. 445/EXP. 29f.(31)34.(32)35.


15

Miguel Covarrubias, En el sur de México, pp. 51 y 52.


16
Breve historia de Santiago Tuxtla 29

El etimólogo y políglota Marcos E. Becerra, en su libro Nombres


geográficos indígenas del estado de Chiapas, 1932, asienta en Pape-
les de la Nueva España, coleccionados por don Francisco del Paso
y Troncoso, que en el caso de Tuxtla, Tuztla o Toztla (refiriéndose
al asunto específico de Santiago), vienen de toztli, nombre de un
hermoso papagayo amarillo. Propone incluso que debe escribirse
con ‘s’: Tostli.
Para Gonzalo Aguirre Beltrán no es Tuztlan, sino Toztla, y ase-
gura, en evidente contradicción con Eneas Rivas y Medel y Alva-
rado, que la etimología fue puesta muy en claro por Francisco del
Paso y Troncoso, y manifiesta que está plenamente confirmada
en el Códice Mendocino: Toztla significa literalmente “lugar donde
abundan los papagayos de plumas amarillas”.
Y para profundizar en la posibilidad de que el nombre de Tuzt-
lan signifique papagayo, no queda más que recurrir a los deta-
llados escritos realizados por fray Bernardino de Sahagún cuando
toma nota de todo lo que le dicen sus informantes acerca de las
aves: “Hay muchas maneras de papagayos en esta tierra. Unos
dellos llaman toznene. Tienen el pico amarillo y corvado, como un
gavilán. Tienen la cabeza colorada. Críanse en la provincia que
se llama Cuextlan. Cuando son pequeños, que están en el nido,
son verdes en el pescuezo, y la cola y las alas y los codillos tienen
verdes y amarillos. Las plumas pequeñas de las alas, que se cubren
las plumas grandes de las alas, y las plumas del pecho y la barriga
son amarillas oscuras. Llámanse xóllotl. Las orillas de las plumas
de las alas y de la cola son coloreadas. Crían, hacen nido en los
riscos muy altos y en las ramas de los árboles muy altos. En estos
lugares hacen nido y ponen sus huevos, y enpollan sus huevos, y
sacan sus pollos. En estos lugares los toman y los amansan.
“Otra manera de papagayos llaman toztli, y son estos mismos
cuando ya son grandes y voelan y crían. Entonces tienen las plu-
mas muy amarillas y resplandecientes. Cuanto más van creciendo
en años este papagayo, tanto más va amarilliciéndose. Y por esto
llaman toztli, que quiere decir ‘cosa muy amarilla’.”17
En el Códice Mendocino (lámina 48) se puede apreciar un glifo
representado por un pájaro de color verde, que puede ser un loro
por el pico curvo, y se le nombra Tototlán por los anotadores espa-

17
Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, tomo II, pp.
692-693. En su larga explicación el fraile describe otros papagayos de variados colores a los
que dice que los indios llamaban alo, cocho y quiliton, y hasta uno que nombran tlalacuezali.
30 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

ñoles. Este mismo poblado, pero dibujado-escrito en la Matrícula de


Tributos (en su lámina 26), es representado como una guacamaya
de color amarillo que tiene el nombre de Tuztlan, lo que sin duda
no es un detalle menor.
Muchos han tomado esta guacamaya como símbolo del actual
Santiago Tuxtla, pero se debe considerar que esta lámina donde
se observa sin duda una guacamaya con la anotación de Tuztlan,
se refiere a Totutla, Veracruz, perteneciente al estado tributario de
Cuauhtosco (hoy Huatusco de Chicuéllar, Veracruz), ubicado junto
a Orizaba, Tezonco y otros cuatro pueblos. Nada que ver con nues-
tra Real Villa de Santiago Tuxtla, pero sin duda, causante de va-
rias confusiones. Lo que se puede deducir de esta similitud es que
Tuztlan seguramente tiene que ver con abundancia de pájaros.

Un pájaro amarillo

El escrito más antiguo que conocemos acerca de Tuztlan (el actual


Santiago Tuxtla) lo encontramos en el Códice Mendocino o Mendo-
za, elaborado por encargo de Antonio de Mendoza, virrey de la
Nueva España, en 1535. Es considerado el documento más serio
elaborado de manera conjunta por los pintores indios, conocidos
como tlacuilos, junto con eruditos españoles. Según especialistas,
por el cuidado y la fecha en que fue realizado, es el que tiene me-
nos deformaciones provocadas por el impacto cultural de los con-
quistadores.
El Códice Mendoza o Mendocino fue “editado” con la mayor se-
riedad y es fácil notar la columna de tributarios que inicia en la
parte superior izquierda y continúa de manera ordenada por la
orilla de la hoja, colocando claramente el nombre junto a su glifo
correspondiente. Los tributos contienen un numeral, su pintura y
también anotaciones al calce, por lo que están claramente defi-
nidos. Aunque no faltan quienes expresan duras críticas contra
el documento, y están convencidos de que no se puede extraer to-
ponimias de los glifos, porque pictográficamente tienen muchos
errores y falta exactitud, pues en varios casos fueron hechos con
información narrada por los mercaderes (pochtecas), y que ade-
más existen grafías defectuosas de las glosas escritas en caracteres
latinos asentadas por los escribanos. Sea como sea, es de las po-
quísimas referencias existentes que pueden dar luz respecto a los
Breve historia de Santiago Tuxtla 31

orígenes de Tuztlan, sobre todo si observamos la lámina 46 de este


códice. Todo lo demás es especulación.
En esta lámina aparecen muchos elementos que hablan de la
grandeza de esta región, sus grados de especialización y de desa-
rrollo artesanal, la gran variedad de materias primas y recursos
con que contaban. Debió ser una provincia muy rica para entregar
anualmente 2,800 textiles de algodón muy decorados, trajes únicos
para la guerra hechos con plumas de quetzal, tocados de plumas,
escudos de plumas, adornos y sartas de oro, piezas y chalchihuites,
miles de plumas rojas verdes y amarillas, azules, de quetzal, bezo-
tes de ámbar y oro, 16,000 pelotas de hule, 100 ollas de liquidám-
bar y 200 cargas de cacao.
El cronista tuxteco Eneas Rivas dice que “en la Matrícula de Tribu-
tos aparece Toxtla debajo de un plumaje amarillo” (en otro lugar
menciona que está escrito Tox-Clan debajo de un pájaro amarillo),
pero concluye que eso ha dado pie a que algunos interpreten como
‘lugar de pájaros amarillos’; él dice que, “tratándose de los tributos
más bien creo que se refiere a que los tuxtlecos pagábamos entre
otras cosas a los aztecas ‘plumas amarillas’ y no precisamente la
etimología del lugar.”18 Evidentemente, es un error, porque tales
anotaciones no existen en dicho documento.
La realidad es que en la lámina 46 del Códice Mendocino (corres-
pondería a la lámina 18 de la Matrícula de Tributos, pero desgracia-
damente nadie conoce esta foja porque se ha reportado siempre
como extraviada) todo está muy claro. Existe la relación de tribu-
tos, sí, pero no existe anotación de Tuztlan o Tox-Clan debajo de
ningún tributo de plumaje. Se aprecia también los glifos de las pro-
vincias tributarias de este estado antiguo que tenía como capital a
Tochtepec (hoy Tuxtepec), y sobre ellas están claros los nombres de
cada una. En el dibujo de un pájaro color amarillo (toztli es cosa
muy amarilla, decía Sahagún) un escribano anotó en español la
palabra que forman esos dibujos: Tuztlan.
En esa provincia tributaria aparece primero en la parte superior
izquierda, Tochtepec, hoy Tuxtepec, una especie de capital regio-
nal, donde residía un calpixqui, responsable de que a tiempo y sin
pretextos se realizara la recolección y el envío tributario de lo que
se debía pagar anualmente al imperio de la Triple Alianza.
En total hay 22 poblaciones plenamente identificadas. Y en el
centro de la página aparecen detallados cada uno de los tributos,
Eneas Rivas Castellanos, La Real Villa de Santiago Tuxtla, p. 19.
18
32 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

con su respectiva traducción al español. Lo pintado-escrito ahí no


deja lugar a dudas en cuanto a la interpretación de los caracteres
latinos y las grafías pictóricas. En la lámina 46 no hay más co-
nejo que el de Tuxtepec y tampoco hay toznenes, guacamayas o
papagayos en los glifos, solamente un pájaro amarillo, que puede
ser un pecho amarillo o una especie parecida a un canario, a una
calandria o una primavera, porque no tiene pico ganchudo.
Si se toma como base este documento, o sea el Códice Mendo-
cino, la definición para Tuztlan se hace más precisa. Tuz podría
relacionarse con tostli, “cosa muy amarilla”, representado en este
caso por un pájaro amarillo, y tlan como “lugar de”, ya que es un
locativo, y se traduciría como “lugar donde abundan los pájaros
amarillos”.
Acerca del color del glifo se podría agregar que, aparte de que
el paisaje estaba dominado por aves amarillas, posiblemente tam-
bién indique que aquí había oro, porque la avaricia española ha-
cía ver que en todo lo amarillo podía esconderse ese precioso me-
tal.
Pero si hay tanta controversia es porque todos ven de mane-
ra distinta un mismo códice, pues variadas son las apreciaciones,
las interpretaciones y los razonamientos. Llegado a este punto, se
hace necesario ampliar los comentarios de Sahagún acerca de pá-
jaros que tuvieran en sus plumas algo de color amarillo, porque
en el Códice Mendoza no hay papagayos ni otras avecillas raras
en ningún glifo de los pueblos tributarios correspondientes a Tux-
tepec, sino un pajarito amarillo en pleno vuelo con la anotación
de Tuztlan. Y, en ese sentido, quizá por la importancia del sitio los
presentes comentarios permitan saber la clasificación taxonómica
de esta ave emblemática que define pictográficamente el lugar.
Es un plumífero amarillo y al volar seguramente se le vería todo
del color del sol naciente, y ello ha llevado a buscar las razones mi-
tológicas a las que pudiera estar ligado. La versión más conocida,
y la más obvia, es la que lo vincula a las fiestas de Huitzilopochtli,
porque en ellas destaca el amarillo y hay muchos adornos dedicados
al dios, hechos de plumas de ese color. Amarillo es el astro rey, el día
en general, la claridad que relaciona todos los mitos solares. En las
reproducciones del Dios, los niños, las mujeres y los guerreros eran
pintados de amarillo. Los trajes relacionados con él eran amarillos.
Las plumas con que confeccionaban los mejores atuendos para el
dios mexica, entre otros colores importantes, lo eran también. No
Breve historia de Santiago Tuxtla 33

obstante, este Dios tribal azteca no era representado con un pájaro


amarillo, como lo es el glifo de Tuztlan, sino como un colibrí zurdo
en el que destacaba su enorme pico como una espina.19
Hay que anotar a favor de esta posibilidad que en la misma
relación de Juan Medina acerca de su recorrido por estas tierras se
anota: “adoraban a Ochilobos (Huizilopochtli), que es el demo-
nio, y le tenían pintado en piedras e bultos de barro que hazian,
sacrificabanle a este ydolo algunos esclavos. Tenían unos viejos
como religiosos que no conocían mujeres y estos sacrificaban los
que mataban.” Pero la ideología que ha imperado en todas las
épocas ha sido la de la clase dominante, y seguramente no sólo en
lo que es ahora la real villa de Santiago sino en todas las pobla-
ciones dominadas por el tlatoani azteca se imponían las mismas
deidades de la metrópoli. La relación del Dios tribal azteca con los
bellos plumajes no deja lugar a duda en varios pasajes, pero no
precisamente como advocaciones, sino en muchas ocasiones como
sujeción, control, dominio y gozo de lo conquistado. Por ejemplo,
en donde se fundó Tenochtitlan por órdenes de Huitzilopochtli es-
taba el águila que al pie de un nopal tenía su morada, “abajo el
nido tiene como tapiz variadas plumas preciosas: del ave que tiene
el pecho color de aurora, de la que tiene el plumaje verde azul, y
todo el nido es de plumas de quetzal.”20
Por eso el doctor Aguirre Beltrán insiste en que en su más pro-
fundo sentido místico, en una de sus múltiples advocaciones de
Huitzilopochtli, Toztla significa “el lugar donde se rinde culto al
Dios del sol naciente”. Y, aunque se pueda discutir su propues-
ta acerca de la relación con Huizilopochtli, se debe reconocer que
Tuztlan está en el oriente, donde nace el sol, donde se ubica el eso-
térico Tlalocan. Y en su diario recorrido, al astro rey, hasta llegado
el mediodía, lo acompañan todos los muertos por agua converti-
dos en pájaros amarillos.
Aquí, incluso, puede ser congruente la versión expresada por los
ancianos tuztecos al alcalde mayor de Tlacotalpan, Juan de Medi-
19
Otras especies también tienen en sus plumas algo del color solar, según descripción de
fray Bernardino de Sahagún en el tomo II de la Historia general de las Cosas de Nueva España,
páginas 708-709.
Estos comentarios son recomendados a quien quiera profundizar en el asunto. Son de un
testigo de aquellos tiempos, por lo cual pueden servir mucho y sugerir ideas para encontrar
al ave emblemática de Tuztla. Pero la descripción de las especies de aves que pudieran estar
relacionadas con Tuztlan resultará más importante a los nuevos biólogos especialistas en
taxonomía interesados en la historia de la actual villa de Santiago.
Épica náhuatl, p. 49.
20
34 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

na, respecto a que el significado de Tuztla era ‘tierra de caras an-


chas’, pues en un sentido metafórico es el sol ‘carón’ por su redon-
dez, y podrían referirse a él para expresar que se le adoraba en este
lugar, que eran descendientes del sol, un pueblo donde se adoraba
el pájaro amarillo que adornaba los trajes de los guerreros con sus
plumas y que levantaba al sol de la mañana con sus cantos.
Sin embargo, se debe considerar que muchas aves de admira-
ble belleza están más relacionadas tanto con Huitzilopochtli como
con Quetzalcóatl, figura mitológica que significa “serpiente em-
plumada”. Con uno y otro podemos relacionar al pájaro amarillo,
lo cual abriría otro sesgo interpretativo.
Destaca Sahagún acerca de los hombres y mujeres de esta zona:
“…antiguamente se decía que eran hijos de Quetzalcóatl. Y ansí
creían los antiguos, que el que era rico, próspero y bien afortuna-
do, que era conocido y amigo de dicho Quetzalcóatl”. Se tiene en
cuenta que de esta región es “la madre de las aves que crían pluma
muy rica, que llaman zacuan, tlahquéchol, xiuhtótotl y papaga-
yos grandes y chicos, y el ave que llaman quetzaltótotl. También se
traen de allá las piedras muy ricas de chalchihuites, y las piedras
turquesas. Allí se halla también mucho oro y plata; tierra cier-
to fertilísima, por lo cual le llamaron los antiguos ‘Tlalocan’, que
quiere decir tierra de riquezas o paraíso terrenal.”21
De los pájaros mencionados aquí el único relacionado con el
color amarillo es el zacuán (Gymnostinops montezuma), también
conocido como madrugador, urupa u oropéndola, pero solamen-
te las plumas de su cola son doradas. Sin embargo, es recurrente
encontrar referencias a él en la poesía náhuatl como el ave de plu-
mas de oro. Hasta hay poblados que hacen referencia a su nombre,
como Zacuantepec. Su cuerpo es de color castaño o marrón oscuro.
Estos pájaros son llamativos porque tienen como hábito colgarse
de cabeza de los árboles más altos mientras ostentan las prolonga-
das plumas de sus colas y cantan a un ritmo acelerado como si se
carcajearan; su pluma es muy codiciada para adornos.22

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, tomo II, pp.
21

669.
Para los interesados en este tema acerca de las aves de bello plumaje mencionadas por
22

Sahagún hay que explicar que quienes se refieren a quetzaltótotl o quetzaltotome evidente-
mente definen al quetzal (Pharomachrus mocinno), codiciado por sus largas plumas verdes,
por lo que no es el ave representada en el Códice Mendoza a Tuztlan. El tlauhquéchol (Ajaia
ajaia) es un ave lacustre con casquete de plumas rojas, por lo cual también queda descarta-
da, y lo mismo sucede con el xiuhtótotl o xiuhtotome (Cotinga amabilis), de color azul.
Breve historia de Santiago Tuxtla 35

Para destacar su importancia vale recordar poemas de Netza-


hualcóyotl:

Tan sólo como una flor


nos iremos marchitando,
en la tierra.
Como adorno de plumas de quetzal,
de zacuán dorado,
de pájaro turquesa,
nos iremos borrando.

Y en otro no menos conocido de sus escritos, en el cual no define


la especie de los pájaros, pero destaca la importancia de su color,
y por el que uno no puede dejar de pensar también en el amarillo
de la flor de cempoaltxúchitl, se lamenta:

(…)

me iré, me iré a desaparecer,


seré tendido en estera de amarillas plumas,
y llorarán por mí las ancianas.

Conviene destacar, sin embargo, que en Tuztlan el ave emblemá-


tica no era ni el quetzaltótotl, relacionada con Quetzalcóatl, ni el
colibrí zurdo de Huitzilopochtli, sino un hermoso pájaro amarillo
que tiene un significado más profundo, detalle importante a tener
en cuenta. Quizá el culto a Ochilobos no sea más que una imposi-
ción de los aztecas, como lo fue después el cristianismo con los con-
quistadores españoles. Y vale la pena recordar que en la mitología
náhuatl, cuando Quetzalcóatl abandona Tula, “enterró las obras
de arte preciosas y las dejó escondidas en lugares secretos, o dentro
de las montañas o dentro de los barrancos. De igual manera, los
árboles que producían cacao los mudó en acacias espinosas, y a
todas las aves de ricas plumas, las de pecho color de llama, todas
las que consigo había traído primero, delante de él se encamina-
ron y tomaron dirección de las costas del mar.”23
Cuando Quetzalcóatl partió en una balsa hecha con serpientes
llegó al lugar del color rojo, donde vio su rostro bello otra vez. En-
tonces “se atavió con los más bellos ropajes y, habiendo encendi-
Épica náhuatl, pp. 38-39.
23
36 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

do una hoguera, en ella se arrojó. Mientras ardía se alzaban sus


cenizas y las aves de ricos plumajes vinieron a ver cómo ardía: el
pechirrojo, el ave color de turquesa, el ave tornasol, el ave roja y
azul, la de amarillo dorado, y mil aves preciosas más.”24
De cualquier forma, es conveniente tomar con mesura las pre-
sunciones que se hace. El terreno es fértil para imaginar y pro-
poner muchas versiones. Al parecer no es el símbolo de Tuztlan
un zacuán, que solamente tiene las plumas de la cola amarillas,
ya que en el Códice aparece un pájaro todo amarillo. Tampoco
se parece a un papagayo toznene (Amazona ochrocephala), que es
verde y cabeza roja, pero al envejecer se cubre de algunas plumas
amarillas.
Vale la pena recordar lo que se dijo acerca de que los antiguos
habitantes mencionaban como toz a toda cosa amarilla, y en ese
sentido había una guacamaya a la que nombraban como toztli,
precisamente por ser de color amarillo, y ahí pudiera tener rela-
ción con la Matrícula de Tributos, lámina 26, donde aparece una
guacamaya amarilla que también el escribano español anotó
como Tuztlan. Años más tarde, al hacer una copia de estos dibujos
en el Códice Mendocino (lámina 48), los mismos indígenas ya no
pusieron la guacamaya, sino un pájaro verde como un loro, para
identificar a este poblado que es Totutla, Veracruz, ubicado cerca
de Orizaba.
A esta ave del orden de las psittacidae no hay que confundirla
con el bello guacamayo rojo, azul y amarillo, cuyas imágenes son
tan difundidas en la actualidad, porque ése sí podría llevarnos a
relacionarlo mentalmente con un ave solar, pero corresponde al
género Ara y la especie macao.
Sin embargo, ninguna de estas aves aparece en la lámina 46
del Códice Mendoza que hace referencia a Tuztlan, el actual San-
tiago Tuxtla. Con esta inquietud, es conveniente escuchar otra vez
a Sahagún: “Hay un ave que se llama xochitótotl (Icterus abeillei
y el Icterus negrogularis), que quiere decir ‘ave como flor’. Tiene la
garganta y el pecho y la barriga amarilla, como flor muy amarilla.
Tiene en la cara unas vetas. Tiene la cabeza y las espaldas y las alas
y la cola ametaladas de negro y blanco. Tiene los pies negros.” Está
definida por el Diccionario de la Real Academia como un “ave del or-
den de las Paseriformes, de unos 25 centímetros desde la punta del
pico hasta la extremidad de la cola y 43 de envergadura, plumaje
Épica náhuatl, p. 41.
24
Breve historia de Santiago Tuxtla 37

amarillo, con las alas y la cola negras, así como el pico y las patas.
Se alimenta de insectos, gusanos y frutas y hace el nido colgándolo,
con hebras en las ramas horizontales de los árboles, de modo que
se mueva al impulso del viento”. Este pájaro es de la familia de las
icteridae y, si se le compara con el dibujo realizado por los tlacuilos, se
observa su gran parecido con el que aparece en el Códice Mendocino,
sobre el cual está escrito con caracteres hispánicos ‘Tuztlan’.
En la descripción presentada en los libros de taxonomía de la
familia Icteridae se menciona que existen 88 especies de pájaros
americanos, de tamaños medianos y grandes, a los cuales también
se les conoce como oropéndolas. Son aves sociales y poseen una
capacidad arquitectónica para construir sus nidos; los más bellos
son estructuras colgantes, algunos suspendidos mediante tirantes
cosidos al follaje, mientras que otros son como grandes péndulos
de casi dos metros de alto. El pico tiene habitualmente la punta
recta y afilada, pero varía debido a que las especies han explotado
diversos tipos de alimentos.
Es complejo llegar a una certidumbre plena, pero la idea es cla-
ra: Tuztlan sería “lugar de pájaros amarillos”, acorde con la diver-
sidad de pájaros existentes, verificables por los diversos tributos de
plumas que pagaban a los aztecas, y en ese mismo sentido pue-
de significar tanto la belleza solar y dominante de Huitzilopochtli
como la espiritualidad e inteligencia de Quetzalcóatl. Y no es des-
cartable que mitológicamente signifique “lugar donde se venera
al sol naciente”. Un lugar lleno de mitos. Se puede apreciar en
sus alrededores, y asumir con certeza que donde se asienta la ciu-
dad de Santiago Tuxtla era una selva perennifolia, la cual cubría
toda la sierra con un fresco verdor que apenas podría alcanzar la
imaginación. No es casual que el mítico Tlalocan, con el que los
antiguos pobladores del altiplano relacionaban a la región por lo
menos similar a la tuzteca, es decir un lugar con abundancia de
agua y donde hay un eterno verano. Allí habitaban los ancestros
de los tuztecos que ahora llaman a esta región como la suiza ve-
racruzana, a pesar de los graves daños ocasionados al ecosistema.
Asentados entre los más importantes afluentes, cerca de las fieras
salvajes, de los venados, recibían el aire seco que producían las su-
radas, mientras revoloteaban parvadas de pájaros variados, una
gran parte de ellos muy amarillos.
Los tuztecos habitantes de este paraíso terrenal, quienes disfru-
taban de toda la vegetación y la fauna y no solamente del santua-
38 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

rio ornitológico existente, sonreían entre las milpas, al ritmo del


batir de sus alas en desbandada. Quizá era una representación de
Huitzilopochtli, pero verdaderamente menos violenta y sanguina-
ria. No era un colibrí zurdo, con su fuerte carga de violenta espina,
sino miles de pájaros amarillos que repintan el amanecer. Con los
relámpagos que nacían de sus alas pintaban de color oro el cielo
que tocaban, luz sobre luz, como un cuadro impresionista. La cla-
ridad del día se acunaba en su canto suave o en sus graznidos sal-
vajes, y en sus ojos redondos y fijos brillaba un destello de locura,
preñados por la indefinición de los primeros rayos del día.
LA IMPORTANCIA DEL
CODICE MENDOCINO.
Entender el Códice Mendoza o Mendocino, uno de los más antiguos
manuscritos elaborados por los tlacuilos, es de gran importancia
para conocer la microhistoria tuxteca. Es de los pocos documentos
consultables y por ello es conveniente sacarle el mayor provecho
para desentrañar parte del pasado.
Lo más profundo que llega León Medel y Alvarado es a citar la
Relación de Tuztla realizada por Juan de Medina por encargo del
virrey en 1580.
Es triste decirlo, pero hasta ahora, aunque se ha podido dar una
difusión extraordinaria estos últimos años, todo mundo cita y hace
referencia a láminas y folios sin siquiera haberlos visto de reojo, y
lo peor es que muchos de quienes se ufanan de conocer la historia
repiten mecánicamente errores pasados y cierran su conciencia y
su sabiduría a los nuevos hechos, como si observaran tercamente
el códice en una noche oscura o cerraran los ojos a estos bellos
mensajes del pasado plasmados en papel.
Así se hacen debates ramplones o se niegan evidencias por ca-
prichos, y en verdad que el nombre de Tuztla ha sido motivo de
confusiones y conflicto simplemente por rumores, chismes, verda-
des a medias y grandes mentiras. Cada quien inventa lo que quiere
y busca sacar su propia teoría acerca de la historia de este pueblo
ancestral, la cual por cierto va mucho más allá de la despiadada
colonia, el brutal imperio de la Triple Alianza encabezada por los
mexicas, y se remonta a los olmecas, quienes fueron los forjadores
de la cultura mesoamericana.
El problema es que han sido tantos los desatinos propalados que
en el pueblo han encarnado versiones confusas, contradictorias y
absurdas. De algún modo esto ha deformado la visión cultural y

39
40 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

hasta ha sido freno para versiones frescas y profundas que han in-
tentado arrojar luz acerca de ese pasado que todavía visualizamos
indefinido y nebuloso, pero lleno de promesas. Ya no se puede to-
lerar especulaciones a estas alturas. No se vale decir: creo que está
pintada una guacamayita, creo que dice Tox-Clan, creo que es un
toznene, creo que es un conejo, creo que es un armadillo, mi abue-
lita me lo contó… No, ya no podemos inventar más, simplemente
debemos despojarnos de todo prejuicio y empezar con humildad
y paciencia la búsqueda de los orígenes de quienes poblaron esta
tierra.
Por eso es importante el Códice Mendocino, porque es un testimo-
nio escrito por manos indias y traducido por españoles, el cual da
una idea de todo lo que se producía en la región y de las cosas más
codiciadas por los aztecas.

Por poco y se pierde.

El Codex Mendoza o Códice Mendocino toma como base, y hasta cier-


to punto es una copia, de otro testimonio realizado en 1511 o 1512
conocido como Matrícula de Tributos, Códice de Moctezuma o Roll de
Moctezuma, en la cual, según el arzobispo Lorenzana, “se ve el más
auténtico testimonio de la opulencia, grandeza y majestad de este
imperio mexicano”. Desgraciadamente, la Matrícula de Tributos
está incompleta y, para colmo, la lámina 18, correspondiente a la
región de Tuxtepec, se encuentra desaparecida, lo que hace más
valiosa la lámina 46 del Códice Mendocino porque en ella podemos
indagar acerca de la mencionada provincia tributaria de Tuxte-
pec, donde se ubicaba, junto con otros 21 pueblos, el de Tuztlan.
Para 1520 Hernán Cortés escribía, el 30 de octubre, su segunda
carta de relación al emperador: “Y había –Moctezuma– cuenta y
razón de lo que cada una era obligada a dar, porque tienen carac-
teres y figuras escritas en el papel que facen, por donde se entien-
den. Cada una destas provincias servía en su género de servicio,
según la calidad de la tierra; por manera que a su poder venía
toda suerte de cosas que las dichas provincias había.”
Para 1536 se le encomendó al virrey Antonio de Mendoza (1535-
1550) reconsiderar los tributos de los indios, sobre todo porque
gran parte de la población había sido diezmada por enfermedades
como la viruela, la gripe y la peste. Los tributos descendieron con-
Breve historia de Santiago Tuxtla 41

siderablemente y hubo necesidad de reorganizar la hacienda pú-


blica para que pudiera por lo menos sostenerse la recaudación que
se tenía con los antiguos caciques, aunque ya no era a Moctezuma
sino al rey de España, además de que ya no eran tan importantes
las plumas para trajes de guerreros o las piedras preciosas, sino el
oro, tejidos y cultivos para sostener la opulencia de los nuevos y
despiadados amos. Así fueron los primeros pasos para verificar in-
formación y con ello dar mayor eficiencia a los cobros que hacían
las autoridades.
El manuscrito pictográfico remitido al emperador Carlos V cons-
ta de 61 hojas de papel de fabricación europea y mide 31.5 por
22 centímetros. Se divide en tres partes. La primera es una cróni-
ca desde la fundación de Tenochtitlan hasta Moctezuma (cexiuh
tlacuilolli). La segunda, que nos ha interesado en este escrito, es
acerca de los tributos (cexiuh tlacalaquilli) que pagaban más de 360
poblaciones. Y la tercera se ocupa de la vida cotidiana (cexiuh ne-
miliztli). El manuscrito se encuentra actualmente en la Biblioteca
Bodleiana de la Universidad de Oxford.
La recopilación fue realizada por los frailes y españoles más
compenetrados con la cultura local con los sabios indios sobrevi-
vientes de las masacres militares y persecuciones religiosas. El tla-
cuilo creador de las imágenes fue el pintor indio Francisco Gualpo-
yogualcal. Las anotaciones en español quizá corrieron a cargo del
canónigo y nahuatlato Juan González o de fray Martín Jacobita,
rector del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.
Todos los trabajos recopilados fueron enviados a España acaso
antes de que Mendoza partiera a Perú, pero no se sabe la fecha
exacta en que fueron remitidos, aunque el barco en que iban fue
apresado por piratas franceses y el Códice paró en las manos de
André Thevet, cosmógrafo del rey de Francia, quien inscribió su
nombre en cinco de las páginas del documento, agregando en tres
ocasiones el año 1553.
Justamente por esas fechas los españoles pidieron a las autori-
dades civiles y religiosas de la Nueva España, mediante cédula real
del 20 de diciembre de 1553, investigar todo lo referente a la pro-
ducción y los tributos de las comunidades, por lo que esa impor-
tante información seguramente no había llegado a sus manos.
42 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago
PROVINCIA DE TOCHTEPEC.
A continuación se describen las poblaciones pertenecientes a la
provincia de Tochtepec, conforme aparecen sus glifos correspon-
dientes en la lámina 46 del Códice Mendoza.

Los pueblos tributarios.

1.- TOCHTEPEC.
Con este poblado, el más importante de la región en la antigüe-
dad, se inicia la lista de pueblos en la lámina 46 del Códice Men-
docino. Su colocación no es arbitraria. Era la cabeza regional, pues
en ella se concentraban todos los tributos. Los pueblos sojuzgados
debían aceptar la imposición de un gobernante designado por la
metrópoli azteca, el petlacalcatl, quien desde ahí servía como ga-
rante para dar continuidad y eficiencia al saqueo de los pueblos.
Para asegurarse su control hasta en las más retiradas poblaciones,
nombraba en cada poblado a un mayordomo, o calpixque, quien
era algo así como su receptor de rentas.
El glifo presenta la cabeza de un pequeño conejo, tochtli, sobre
un cerro que da la terminación tepec, lo cual puede tener varias
significaciones: el lugar en que habita el animal, algún año nota-
ble en la vida o peregrinación de las antiguas tribus, o una de las
cuatro estaciones, ya que al otoño se le llamaba tochtli. En general
se interpreta como “cerro del conejo” o “cerro donde abundan los
conejos”, y se forma dándole sonidos a las figuras indígenas: toch
(conejo), tepec (cerro).
Este sitio se ubica en la parte norte del estado de Oaxaca y se
le conoce como San Juan Bautista Tuxtepec. Allí se concentraban
todos los tributos de la región tributaria número 46, y por ello las
22 ciudades que lo componían, tenían en ese sitio a su contador,

43
44 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

según cuenta Sahagún. La antigua Tochtepec era también una


importante vía de comunicación, porque, además de aprovechar
la costa del Golfo, los comerciantes podían dirigirse hacia la del
Pacífico. No era raro que hubiera en ese lugar banquetes entre los
pochtecas. También fue escenario de graves episodios, sobre todo
en los principios de la conquista, cuando se ejecutó una brutal
represión contra un levantamiento indio, en 1521, que intentó en
vano frenar el avance del yugo español.

2.- XAYAGO.
Su símbolo, un rostro, viene de Xaya y co, que se puede traducir
como el “lugar de la máscara”. Algunos lo nombran también
como Xayaco. El signo de xayacatl, carátula, máscara, expresa
el lugar en que se les elabora. La escritura parece figurativa de
aquellos objetos que los mexicanos labraban en diferentes rocas,
siendo las más estimadas las de obsidiana, mármol y diorita. Se
debe anotar que no había máscaras de ninguno de estos mate-
riales en los tributos anotados para toda esta región, aunque,
ciertamente, aparecen muchos minerales, metales y resinas que
podían ser labrados en este lugar, como oro, chalchihuites, ám-
bar y liquidámbar.
Acerca de su localización actual no hay información.

3.- OTLATITLÁN.
La pictografía es una vara o un tallo de otate, otatl, signo de
una gigantesca planta gramínea, y dos hileras de dientes por un
lado que dan la terminación significan en el otatal o lugar don-
de abundan los otates. Actualmente se conoce como Otatitlán y
está ubicada en el estado de Veracruz. Este lugar es muy conocido
porque su templo es el santuario del Cristo Negro, muy venerado
y motivo de innumerables peregrinaciones.

4.- COZAMALOAPAN.
La figura que identifica a este lugar es un cuadrúpedo color
amarillo, conocido como cuzamatl o cuzatli, y la mayoría de los
autores coincide en que se traduce como comadreja. Este mamí-
fero nada sobre el agua, lo cual traducido al náhuatl significa-
ría Cosamaloapan y en español se puede decir que es “en el río
o agua de comadrejas”. Se le conoce como Cosamaloapan de
Carpio, Veracruz.
Breve historia de Santiago Tuxtla 45

5.- MIXTLAN.
Contiene el signo de nube, mixtli, debajo de la terminación tlan,
expresada por dos dientes pintados en la parte superior. Dice Oroz-
co y Berra: “mixtli, nube, expresada en la forma globular que los
pintores atribuyen, o con dos ojos compuestos de círculos concén-
tricos, debajo de los cuales se extienden unos dientes largos, curvos
y agudos, abreviatura del Dios Tláloc, junto a las nubes, lugar ne-
buloso, cubierto de nieblas”.
Algunos consideran que se ubicaba en lo que ahora es Mixtlán,
Oaxaca, y se dice que fue conquistada por los colúas y posteriormen-
te por Axayácatl cuando vino a apagar una rebelión de Cuetlaxt-
lan (como se puede apreciar en la lámina X del Códice Mendocino).
León Medel y Alvarado menciona que, “según datos vagos”, exis-
tió al lado oriente una población llamada Ixtlán, que en alguna
explosión quedó totalmente cubierta por las cenizas ardientes y
desapareció.

6.- MICHAPAN
Un pescado da el fonético mich, de michin, colocado sobre la termi-
nación apan, expresada por un canal de agua, lo cual puede ser
interpretado como “el agua que tiene pesca” o “río donde abun-
dan los pescados”. Algunos la relacionan con el actual San Juan
Evangelista, aunque en esa misma zona existen muchos lugares
con el mismo nombre.

7. -TEOPANTEC
Aquí hay una polémica en las anotaciones del códice que bien
conviene resaltar, sobre todo porque en este dibujo aparece ano-
tado el nombre de Ayotzintepec (al igual que en la figura 15). Lo
evidente en el pictograma es que hay un cerro, tepec, sobre el que
se observa unas escaleras de una pirámide y lo traducen como
Teopantepec.
Esto puede tener varias explicaciones. La más aceptada es
que el traductor español puso mal el nombre, pero hay sutile-
zas que conviene conocer. Empecemos por el nombre escrito en
náhuatl.
La voz ayotl tiene muchas acepciones y, si bien puede leerse
como tortuga o calabaza, también se le puede interpretar como
coraza (por ejemplo, los antiguos pobladores consideraban al ar-
madillo un conejo con caparazón y le llamaban ayotltochtli), pero
46 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

también puede leerse como fortaleza, y quizá el escribano quiso


destacar este último enfoque y traducirlo como el cerro con for-
taleza.
Incluso hay dibujos similares que traducen las escaleras dibu-
jadas como “pirámide” y le colocan el nombre de zacualli, lo cual
daría al lugar el nombre de Tzacualtepec, y con ello nos acer-
caríamos fonéticamente a Tzacualco, “encierro”, “encerrado”,
“encerradero” o “tapado”, que no es otra cosa sino el antiguo
nombre del actual San Andrés Tuxtla. De ser esto así estaríamos
quizá cercanos a conocer el verdadero nombre de la antigua po-
blación.
Pero para otros el dibujo es claro, asegurando que una pirá-
mide con escalones produce el sonido teopan, y situada sobre un
cerro da la terminación tepec, lo que significaría Teopantepec, “el
cerro con templo”, pareciendo lo más acertado.
Con todo, este lugar no ha sido localizado geográficamente y
podría ser cualquier cerro de esta zona tributaria que tuviera un
templo en su cumbre. Con este enfoque, podría tratarse incluso
de San Martín Pajapan, donde hay vestigios de construcciones
antiquísimas, pero es evidente que se debe profundizar.

8.- MICHTLAN.
El signo de pescado, michín, da la composición como la presente
radical micha, y sin otro signo la terminación tlan, por lo que debió
haberse escrito en castellano michatlan. Se traduce como el “lugar
donde abundan los pescados”. No se le ha ubicado, aunque en
Oaxaca hay un sitio llamado San Rafael Agua de Pescadito, lo
cual debe ser considerado como una pista solamente, pues prácti-
camente en cualquier río, de cualquier lugar, podía darse la abun-
dancia de peces en aquellos tiempos.

9.- TEOTITLÁN.
Lámina 46, folio 46, figura 9.
La mitad del sol, símbolo de teotl, Dios, debajo del signo calli,
que lleva dos cruces sobre fondo negro, figuradas en el marco de
la puerta, son signos fonéticos de un teocalli, templo o palacio y
del compuesto Teo-cal-ti-tlan, y por la figura de dicción conocida
como metaplasmo daría Teotitlán, cuyo significado es “entre las
casas de los dioses”. Se considera que actualmente es San Pedro
Teutila, Oaxaca.
Breve historia de Santiago Tuxtla 47

10.- XICALTEPEC.
El dibujo muestra un cerro, tepec, con un dibujo figurativo de jícara
azul, xicalli, “vaso de calabaza”, lo que da como resultado: “lugar
de las jícaras”.

11.- OXITLAN.
Se muestra una vasija con un contenido negro, sobre ella una cu-
chara o espátula, lo que da el radical oxi, de oxitipan, oxitl, un-
güento hecho de trementina. Encima se puede apreciar la termina-
ción tlan, formada por dos dientes. Se lee como Oxit tlan y significa
“lugar en que hay mucho oxitl”, una preparación inventada por
la diosa Tzapotlatena. Al lugar se le conoce actualmente como
San Lucas Ojitlán y está ubicado en Oaxaca. Es citado en varias
ocasiones en los Anales de Cuatitlán, cerca del río Quiotepec, brazo
del Papaloapan.

12.- TZINACAN OZTOC.


“En la cueva de los murciélagos”. El monstruo de la tierra, un mur-
ciélago, tzinacan, saliendo de la boca fantástica de oztotl, cueva o
caverna, y la terminación c, que significa lugar. Las dos palabras se
unen sin que ninguna pierda alguna de las letras terminales: Tzi-
naca-n parece palabra verbal, derivada de tzicoa, “pegar algo a otra
cosa”, y de nacatl, carne, que es un animal que se pega a la carne.

13.- TOTOLTEPEC.
“Lugar de las aves” o “cerro de los pájaros”. Sobre la terminación
fonética tepec, la conocida figura del cerro, está colocada la figura
de tototl, “ave general”, en este caso un perico verde, lo cual da por
sí solo la palabra que también puede interpretarse como el “lugar
en que hay aves”, ubicado por algunos en lo que ahora se llama
Tepetotutla, Oaxaca.
Otros lo ubican cerca de Puebla, pero esta opción está lejana de
la zona tributaria de Tuxtepec, por lo cual habría que buscar otras
opciones dentro de los límites territoriales de este estado tributario. To-
totepec es similar a Tuztlan por el hecho de que es también un lugar
donde los pájaros sin duda son importantes, definiendo su nombre.

14.- CHINANTLAN.
Chinantla, provincia de la costa del sur conquistada por Ahuit-
zotl, dice Tezozómoc. En el dibujo indio se observa una planta con
48 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

flores rojas y fruto amarillo, y encima del signo de tlalli, tierra,


forma un jeroglífico ideográfico de chimanitl, seto, milpa cercada o
cerca de cañas, sobre dos dientes que dan la terminación tlan. Esto
daría Chinamitlan, que transformado a Chinantlan por la figura
de dicción conocida como metaplasmo daría algo así como “lugar
abundante de milpas cercadas”.
El INEGI tiene registradas dos poblaciones veracruzanas. Una
está pasando el río Coatzacoalcos y es la cabecera municipal de
Uxpanapa, pero los dominios aztecas tenían como límite este río,
por lo cual no puede ser. Hay otra pequeña población en el anti-
guo Guaspaltepeque, ahora Playa Vicente, con el mismo nombre
de Chinantla; es probable entonces que en esta región se utilizara
muchas cercas y por estos lugares debió ubicarse ese antiguo pue-
blo tributario.
Incluso hay otros que la ubican en Chinantla, Oaxaca (no lo-
calizada en los archivos del INEGI), pero también al oriente de
la capital zapoteca, es decir, por la misma región mencionada, y
desgraciadamente no aparece como una “provincia de la costa”,
como considera Tezozómoc.

15. –AYOTZINTEPEC.
Aquí parece no haber error humano que confunda los dibujos
con textos distintos, pues el glifo corresponde al nombre anotado.
Como se recordará, en la Figura 7 se anotaba este nombre, pero en
ésta se aprecia un cerro con una pirámide amarilla que produce el
fonético teopan, templo, sobre la terminación tepec: Teopantepec.
Pero en este dibujo de la Figura 15 se aprecia sobre el cerro, tepec,
un fruto amarillo partido por en medio, dejando ver dos semillas
blancas. Ayotzin es el diminutivo de ayutli o ayutetl, calabaza, por
lo que puede leerse como calabacilla y, según la descripción del
médico de Felipe II, doctor Francisco Hernández, se trata de una
planta venenosa, semejante al eléboro por sus raíces, y parecida
a la calabaza común en sus hojas. Ayotzin-tepec, “lugar o pueblo
del ayotzin”.
Para Jesús Sánchez la radical ayotzin está expresada por el figu-
rativo del caparazón de una pequeña tortuga, por lo que la pala-
bra significaría entonces “lugar de tortuguitas”, una especie muy
venerada en los rituales prehispánicos.
Aunque algunos consideran dudosa la localización de este
lugar, por existir muchas comunidades con este nombre, una
Breve historia de Santiago Tuxtla 49

incluso en el Cerro del Vigía, lo más probable es que la locali-


zación de este poblado tributario sea la del actual Ayotzintepec,
Oaxaca.

16.- CUEZCOMATITLAN.
Sobre dos piedras una tabla, y encima una olla color café, da el
figurativo cuezcomatl, troje, recipiente para guardar, sobre todo el
maíz. La ligadura ti, agregada por eufonía a la terminación tlan,
da por sí misma el signo cuezcomatl, produciendo “cuezcoma-ti-
tlan, “lugar en que hay trojes de maíz” o “entre las trojes de maíz”,
“donde abundan las trojes”.
El cuezcomatl no era otra cosa que un gran arcón de tres metros
de alto, cuyas paredes de mimbre entretejido estaban recubiertas,
en el interior, de mortero. Su capacidad era de 4,000 a 5,000 fane-
gas (algunos dan a la fanega la capacidad de 55.5 litros y otros
aseguran que equivale más o menos a un hectolitro, o sea a 100
litros).
Un detalle destacable es que entre los productos tributados no
se encuentra el maíz, seguramente de gran abundancia en el al-
tiplano, por lo que este lugar, el cual no ha sido ubicado geográ-
ficamente en la actualidad, se podría ubicar en alguna zona de
grandes tierras fértiles de cultivo de esta gramínea. Se habla de un
pueblo con el nombre de Cuescomatitlan, en Oaxaca, pero no se
pudo localizar ese municipio en los archivos del INEGI.

17.- PUCTLAN.
El signo figurativo e ideográfico de humareda o fumarola, pocht-
li, dice por sí mismo Poctlan, “lugar de erupciones volcánicas”.
Este sitio tampoco ha sido localizado geográficamente y, aunque
muchos apuestan a que se trata de Putla de Guerrero, Oaxaca, lo
cierto es que éste se encuentra muy al oeste y cerca del estado de
Guerrero, por lo cual esa ciudad no corresponde a los límites terri-
toriales de las provincias tributarias de Tuxtepec, aunque podría
ser alguna localidad desaparecida.
En el terreno puramente especulativo se puede incluso men-
cionar que el único cerro que humeaba por estos lugares y tuvo
grandes explosiones fue el volcán conocido ahora como San
Martín, antes Tustantepec (aunque Medel y Alvarado le pone
Titépetl, sin citar fuente alguna), pero es necesario investigar
más.
50 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

18.-TETEUTLAN.
Podemos observar una clase de delantal blanco con rayas peque-
ñas en el borde inferior, y la terminación tlan-tli debajo (formada
por los dos dientes) forma Teteu-tlan, derivado de teteutl, ídolo, “lu-
gar abundante de ídolos o dioses” o “santuario donde hay muchos
dioses”.
Orozco y Berra, al traducir una pictografía similar, con la dife-
rencia de las hileras interiores de puntos horizontales (Figura 6 de
la Lámina 7), dice que se debe pronunciar Teteuhtepec y traducirse
como “el cerro donde se tienden ropas”. Lo explica de la siguiente
manera: “el lienzo extendido parece expresar el verbo tetehuana,
tirar o restirar algo, extender o desarrugar alguna cosa, Teteuh-
tepe-c, cerro donde se tienden ropas”.
Sin embargo, esta especie de bandera aparece en el Códice Men-
docino dando la terminación quemecan o cuemecan, precedida por
alguna radical, o debajo del signo Tláloc. Incluso en otros códices
se anota como un atributo divino, por lo cual es más probable que
se pueda traducir como teteu, plural de teutl, dios, y por consiguien-
te a la palabra Teteutlan, “cerca de los dioses” o “lugar que tiene
muchas divinidades”.
Se le relaciona geográficamente con el lugar conocido como
Teotitlán, Oaxaca.

19.- IXMATLATLAN.
Aquí otra vez no corresponde lo anotado con el pictograma. Se-
gún lo escrito, Ixmatlatlan se podría leer como el fonético de ix,
“en la cara, en la sobrehaz”, y matlatl es el signo de “red”. Con
mucha imaginación, se podría decir en el refugio o santuario de
Tláloc.
Ciertamente, en este glifo la figura fantástica, símbolo del Dios
Tláloc, caracterizada por la serpiente azul o nube que atraviesa la
cara, signo también del día, quiahuitl, no parece tener relación con
el nombre que le pone el escribano español.
Al símbolo del dios se le puede leer como Tlalocan, considerado
como el paraíso prehispánico, y se ubica al oriente, en la morada
de los guerreros de la casa del sol, o Tlalo tepec, por abreviatura,
“lugar del Tláloc”. Se puede interpretar también como sitio donde
abundan las lluvias.
Actualmente se llama Santiago Ixmatlahuacan, Veracruz.
Breve historia de Santiago Tuxtla 51

20.-YAOTLAN.
El signo de Yaoyotl, guerra, está expresado por un chimalli y la espa-
da, maccuahuitl. Éste era uno de los medios con que los mexicanos
escribían “guerra”. Yautlalli, que nos ofrece las primeras radicales
de este nombre, se compone de Yautotl y tlalli, tierra. El significado
compuesto es de “tierra de guerra, lugar o sitio de combate”. La
terminación “n”, aunque de manera excepcional, es también uti-
lizada en nombres.

21.-TUZTLAN.
Un pájaro amarillo da el emblema a este pueblo. Sahagún decía
que toztli quería decir “cosa muy amarilla”, incluso hablaba de
guacamayas o papagayos que van volviéndose con la edad muy
amarillos, como el toznene. En la pictografía de Tuztlan hay un
pájaro amarillo, que no tiene mucho qué ver con loros o pericos;
incluso, esta ave no ha sido identificada, pero es muy evidente su
color. De tal manera que su significado puede ser “lugar de pájaros
amarillos” o, si se quiere, “donde se venera al sol naciente”.
Actualmente es conocido como Santiago Tuxtla, Veracruz, y se
comenta que por instrucciones de Moctezuma fue puesto bajo su-
pervisión desde la llegada del primer español. Seguramente tuvo
gran importancia económica y poblacional, porque en 1525 ya
tenía el título de Real Villa. Seguramente por sus buenas tierras la-
bradas y la gran cantidad de personas que la habitaban se instaló
aquí el primer ingenio azucarero del país.
En los tiempos de la conquista los tributos de Tuxtla eran im-
portantes. De todo lo mencionado en el códice, ciertamente buena
parte correspondía a esta región que en 1525 recibió la categoría
de villa (para tener una idea San Andrés recibió este nivel en 1830,
cuatro años después de que se llevara la cabecera de Cantón a su
pueblo y cambiara su nombre de San Andrés Zacualco a San An-
drés Tuxtla). Había mano de obra barata y abundante, y muchas
tierras listas para el cultivo de la caña de azúcar y la ganadería. Se
puede apreciar que para 1544, según Francisco González de Cossío,
en su libro de las tasaciones de pueblos de la Nueva España, estaba
comprometido a dar 60 indios diarios para el servicio del ingenio
azucarero de Cortés, construir cinco galeras para los empleados,
entregar 30 moldes cada semana y, ya en calidad de tributo, dar
al marqués cinco gallinas cada domingo, entregar los viernes y
sábados un chiquihuite (cesto de palma) de pescado, 20 huevos, un
52 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

petate de ají (chile) y una carga de sal de dos almudes, 60 mantas


para hacer camisas cada año, de dos brazas cada manta y de cua-
tro piernas, 40 naguas, 40 camisas de indias, 10 cargas de pescado
salado con 30 pescados cada carga y hacer dos sementeras de maíz
de 400 brazas de largo y 200 de ancho.
Para 1580 “el ingenio que se dice Tuztla, con todos los esclavos
y esclavas, niños e niñas, yeguas e vacas, e puercos e estancias, e
tierras” fue vendido por 40,000 pesos de tepusque de a ocho reales
cada peso.

22.- TLACOTALPAN.
La imagen que da el nombre a este lugar es un círculo dividido
por una línea vertical. Una parte, la derecha, está en blanco, la
otra muestra una tierra cultivada. Esto es un signo ideográfico de
tlaco, mitad, y figurativo de tlalli. El significado sería “división de
las tierras propias o conquistadas”. Centlacol o centlacolli, “mitad
de alguna cosa”, produce la radical tlaco o tlacol y el signo tlalli,
la de abundancia tlalla, lo que también se puede interpretar como
“en las tierras partidas”.
Actualmente al poblado se le conoce como Tlacotalpan, Vera-
cruz.

Los tributos de la provincia de Tochtepec.

Después de enumerar todas las poblaciones tributarias se ve que


en la parte central de la hoja del códice se encuentran los tributos
que se debía entregar a la metrópoli mexicana formada por la tri-
ple alianza de Tacubaya, Texcoco y Tenochtitlan.
Esto era lo que más importaba a los españoles, porque era dine-
ro y riquezas que podían acomodar ahora a sus propios intereses.
Los aztecas usaban el sistema vigesimal. El ideograma para la
cuenta básica, cem-pohuapantli, o veinte, es pantli, bandera. Veinte
veces veinte, o sea cuatrocientos, es centzuntli y el ideograma es
tzontli, “cabello” o, si se prefiere, “pluma”. Veinte veces cuatrocien-
tos, o sea ocho mil, es cenxipiquilli y lo pintaban como una bolsa,
xiquipilli. Ésos son los glifos empleados; para cantidades menores se
empleaba puntos, como en la cuenta de los años.
El intérprete utiliza constantemente el término “cuatrocientas
cargas de mantas”; sin embargo, lo anotado corresponde solamen-
Breve historia de Santiago Tuxtla 53

te a 400 mantas y esto se aplica también a las ropas de mujer (na-


guas y huipiles). Una carga o quimilli contenía 20 mantas, y cada
fardo en los glifos equivale a 20 cargas, de lo que 20 x 20= 400.
El principal artículo de tributo era la ropa de pluma o de algo-
dón, entregada en forma de mantas, blusas o faldas de mujer. Las
mantas también eran un instrumento de cambio: una grande de
algodón equivalía a una canoa, en tanto que a una de plumas se
le estimaba en 100 canoas. Un esclavo o esclava valía 30 mantas
de algodón, pero si sabía cantar y bailar su precio aumentaba has-
ta 40.
También eran importantes los uniformes de guerra, tocados, es-
tandartes y rodelas confeccionados con plumas, las cuales eran de
singular importancia, tanto para el atuendo como para el adorno
de reyes, sacerdotes y guerreros. Si se considera la gran cantidad de
plumas para su fabricación, además de las que se les pedía suel-
tas, se podrá imaginar los miles de aves sacrificadas regularmente
para cubrir la demanda.
El atuendo ceremonial guerrero era muy importante y por ello
las piezas tributadas eran muy detalladas. Hay una gran varie-
dad de ellas en el Códice Mendocino; cada atuendo era especial,
tan necesario como útil, para diversos rituales. Los prototipos son
observables en láminas de otras provincias tributarias, donde hay
vestimentas específicas para adorar a diferentes dioses; sin embar-
go, en los tributos correspondientes a Tuxtepec se aprecian pocos
detalles acerca de uno de color amarillo y destaca encima de él,
una guacamaya verde de desproporcionado tamaño, en la que
el intérprete anota: “una pieza de armas de plumas ricas, de esta
divisa de pájaro.”
Respecto a tributos de metales, el oro, ya en discos, en polvo,
o en adornos, es mencionado varias veces, no así la plata, que
no aparece en ninguna parte, ni en esta provincia ni en ninguna
otra.
Sin perder el hilo de la numeración realizada con los pueblos
tributarios, podemos leer en la Lámina 46 las anotaciones de los
escribas españoles para explicar cada pictograma de los tributos:

23. Cuatrocientas cargas de mantas ricas de esta labor.


24. Una pieza de armas de plumas ricas de esta divisa de pájaro.
25. Una rodela de plumas ricas.
26. Una rodela de oro de esta hechura.
54 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

27. Cuatrocientas mantas, digo, cargas de esta labor.


28. Cuatrocientas cargas de naguas y huipiles.
29. Divisa de armas de plumas ricas.
30. Una diadema de oro de esta hechura.
31. Un apretador de oro para la cabeza, de ancho de una mano y
de grosor como pergamino.
32 y 33. Una sarta de cuentas de oro.
34 a 37. Cuatro sartas de chalchihuitl, piedras ricas.
38 a 40. Tres piezas de chalchihuitl, piedras ricas.
41 a 43. Tres sartas de chalchihuitl, piedras ricas.
44. Veinte piezas de bezotes de ámbar claro con su engaste de oro
al cabo.
45. Veinte piezas de bezotes de cristal, con su matiz de azul y su
engaste de oro.
46. Ochenta manojos de plumas ricas.
47 y 48. Dieciséis mil pellas de hule.
49 a 52. Cuatro piezas de plumas ricas, hechas como manojos.
53 a 55. Ocho mil manojuelos de plumas ricas turquesadas, ocho
mil manojuelos de plumas ricas coloradas y ocho mil manojuelos
de plumas ricas verdes.
56. Cien ollas o cántaros de liquidámbar.
57. Doscientas cargas de cacao.

Se podía hacer los pagos cada trimestre o semestre o, si se conve-


nía, se entregaba algunos productos cada año. Para ello se cum-
plía con ciertas fechas o semanas, la sexta (etzalcualiztli), decimo-
primera (ochpaniztli), la decimoquinta (panquetzaliztli) y la segun-
da (tlacapehualiztli). Se hacía los pagos semestrales en las semanas
decimoprimera y segunda; la trimestral cada 100-80-105-80 días
para totalizar los 365 días del año (aunque en algunas láminas se
anota erróneamente que cada 80 días).
EL SANTO PATRONO.
Pero no es solamente el aspecto indio lo destacable en el nombre
de este lugar. La ciudad se llama también Santiago, y no solamen-
te Tuxtla, por lo cual no se debe descuidar esa parte importante de
su herencia histórica. Es la bisagra que une a dos culturas indiso-
lublemente a pesar de la violencia brutal ejercida por los conquis-
tadores para explotar con crueldad a los indios e imponer a sangre
y fuego su visión católica del mundo.
Los santos no siempre son buenos guardianes de un nombre
histórico como Santiago. En la época posrevolucionaria, cuando
todavía gobernaba Adalberto Tejeda, en 1931, aunque supuesta-
mente ya habían pasado los tensos momentos en que el estado en-
frentaba las ambiciones de poder de los curas y párrocos católicos,
a todos los poblados con nombres de santos se les rebautizó. De
esta manera se despojó a Santiago Tuxtla de su nombre, supues-
tamente por ser el de un santo patrono, y de manera arbitraria lo
rebautizaron como “Juan de la Luz Enríquez”, en honor, dicen, a
un general tlacotalpeño, y por lo tanto descendiente de segundo
grado de los tuxtecos, quien tenía como mayor mérito haber llega-
do a ser gobernador de la entidad. Pero mientras que a Santiago
se le puso el nombre de un exgobernante, a San Andrés se le dejó
el Tuxtla, con lo que el despojo de la identidad cultural parecía
quedar finiquitada.
Hubo respuestas airadas. El mismo Ayuntamiento presidido
por Rafael Canela Mozo pidió que se regresara el nombre ori-
ginal al gobernador Tejeda, aunque la verdad muchos acusan
al primer regidor tuxtleco de haber no solamente aceptado el
nuevo nombre sino de haberlo solicitado. Eran los tiempos de
las guerras cristeras y el enfrentamiento llegó a tal grado que en
los cantos a la virgen se obligaba a decir “más lindo es Tejeda
que todas las flores”.

55
56 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Lo relataron muy bien los pobladores al mencionar que muy


serios problemas ocasionó el cambio de nombre a los habitantes
de la población residentes en ella, o a los nativos de Santiago que
vivían en otros pueblos o ciudades, siendo uno de esos problemas
el ocasionado por la correspondencia que muchas personas se ne-
garon a recibir. Por eso cuatro años más tarde volvió a llamarse
Santiago Tuxtla, gracias a los lugareños que se aferraron a su tra-
dición; no pocos estudiantes, como cuentan de los hombres, las
mujeres, los jóvenes, los niños y las niñas, en sus centros de tra-
bajo, en el campo, en las calles y en las mismas escuelas siempre
dijeron y escribieron el nombre de Santiago Tuxtla. Los alumnos
soportaban estoicamente todo tipo de castigos físicos, que iban
desde cargar dos ladrillos arrodillados al sol sobre dos corcholatas,
hasta los golpes que los maestros tejedistas de aquellos tiempos
daban con un chilillo.
El municipio recobró su nombre histórico de Santiago Tuxtla en
1936. Y vale entonces una reflexión acerca del mismo. Santiago
significa Sancti Yago (del hebreo Jacobo: suplantador). Este nom-
bre era muy común entre los aldeanos del tiempo de Jesucristo, tan
así que dos de sus discípulos lo portaban, el cual ha servido de ins-
piración en la fundación de varias ciudades de América y Europa.
Un ejemplo fuerte de ello es Santiago de Compostela, en Gali-
cia, España. Mediante excavaciones en el subsuelo de la catedral
aparecieron restos del siglo I, lo cual indica que esas tierras estu-
vieron habitadas desde la edad romana. La historia de Santiago
está ligada al descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago El
Mayor a principios del siglo por un ermitaño en un bosque llama-
do Libredón. El obispo de Iria, Teodomiro, el rey Alfonso II, El Casto
y los reyes de este siglo avalaron el descubrimiento, convirtiendo a
Santiago en un lugar aglutinador del cristianismo.
Este liderazgo ideológico provocó las sucesivas incursiones nor-
mandas y árabes, lideradas estas últimas por Almanzor, quien
destruyó completamente la antigua basílica y llevó las campanas
a hombros de esclavos hasta Córdoba. A pesar de ello, las peregri-
naciones continuaban en expansión y, en 1075, se inició la cons-
trucción de la actual catedral de estilo románico, concluyéndola
en 1211.
El sepulcro fue escondido hasta que se le descubrió a finales
del siglo XIX, produciéndose desde entonces un aumento con-
tinuo de peregrinos que llega hasta nuestros días. En el último
Breve historia de Santiago Tuxtla 57

año jacobeo de 1999 pasaron por la ciudad 11 millones de visi-


tantes.
Según los textos anteriores, la muerte de Santiago ocurrió en
una zona lejana de su lugar de origen. Este hecho se repite con
la mayoría de los apóstoles, lo cual hace pensar que ellos fueron
peregrinos e iniciadores del cristianismo en regiones muy distantes
de Nazaret.25
En la Nueva España el cristianismo destacaba en la imagen
de Santiago la motivación especial de guerra y sangre contra los
infieles moros, y se predicaba que fue invocado por los conquis-
tadores en la conquista de México, con el mismo fervor con que
los indios pedían auxilio a Huitzilopochtli para enfrentar a esos
hombres barbados. En diversas ocasiones se habla de que un hom-
bre de a caballo les había dado fuerza y aliento para continuar
con sus batallas y conducirlos a las victorias “por la mano de la
providencia”.26
Desde las cruzadas existía la Orden de los Caballeros de San-
tiago, por lo que muchas poblaciones recibieron este nombre en
el Nuevo Mundo. Actualmente en la iglesia de Santiago Tuxtla es
venerada una imagen del santo patrono montado en un caballo
blanco, que parece convocar al combate con la espada desenvai-
nada apuntando a lo alto. Bajo las patas del equino, un moro tira-
do en el suelo se defiende con un arma circular como una sierra.
Aunque se comenta que la imagen del santo varón fue traída
de España, el brioso corcel que monta fue donado por un empre-
sario que traía los juegos mecánicos y uno de los ‘caballitos’ que
montan los niños en la feria fue adaptado para que tuviera be-
lleza plástica ante los pobladores devotos. Antes estaba sobre un
caballo en posición hierática, con las patas rectas y parado como
si fuera uno de esos viejos animales que todavía reparten leche y
se duermen frente a las casas de sus clientes. Eso lo comentaba Ra-
fael Sosa, un revolucionario desaparecido, quien aseguraba que de

25
Datos tomados de la Biblia de Jerusalén, editada por Desclee de Brower, Bilbao, España,
1991. En ella se menciona que los apóstoles con este nombre son dos:
Santiago el Mayor, así llamado para distinguirlo de el Menor (Mc 15:40), era uno de los
hijos de Zebedeo (Mt. 27:56), hermano del apóstol Juan, con quien fue llamado al segui-
miento de Cristo (Mt. 4:21). Por su carácter impetuoso, ambos recibieron de Jesús el nombre
de Boanerges o hijos del trueno (Mc. 3:17).
Y Santiago el Menor: hijo de Cleofas y de María, hermano de José (Mc. 15:40). A S. también
se le llama hermano del Señor (Mt. 27:56 13:55). Según la mayoría de los acatólicos, este S.
es distinto del apóstol S., hijo de Alfeo (Mt. 10:3 Mc. 3:18)
Hernán Cortés, Cartas de relación.
26
58 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

niño él se montaba en ese caballito gracias a las buenas relaciones


de su madre con el párroco, aprovechando un momento en que
vestían la imagen de Santiago de gala para sacarla a procesión un
25 de julio. Recordaba entre risas que lloró mucho cuando tuvie-
ron que detener su galope infantil. Éste es el santo patrono que los
lugareños transportan por las calles de su ciudad en plenas fiestas
titulares, una de las de mayor tradición en el país.
Acerca de por qué le pusieron el nombre de Santiago se anota
en la tradición local que, consumada la conquista, “el gobierno
colonial designó a Tuxtla como la población más importante de la
costa, Cabecera de Partido, anteponiendo el nombre de Santiago
en memoria del Patrón de España, siendo su último Alcalde Mayor
don Fausto Cerain.”27
El nombre de Santiago se unió para formar un toponímico com-
puesto, de Santiago de Tuztla, hoy conocido como Santiago Tuxtla,
en parte por la casualidad, pero también por el sincretismo reli-
gioso. Santiago estaba emparentado, por su actitud guerrera y su
espada de trueno, con Huitzilopochtli, quien a su vez se liga con el
pájaro amarillo adorado en Tuztlan como Dios solar. También el
apóstol era hijo del rayo y el indio mató a sus hermanos con rayos
de luz a sus hermanos. Son muchas las coincidencias. La fiesta del
mes tlacaxipehualiztli, conocida por la práctica de desollamiento
de los hombres, además del sacrificio de niños en los cerros, era
una de las más importantes de Huitzilopochtli por coincidir con el
equinoccio de primavera, y curiosamente es cercana a la fecha de
la muerte de Santiago, el 23 de marzo. Gonzalo Aguirre menciona
que las mismas festividades del 25 de julio a Santiago correspon-
den en fechas a la llamada fiesta de los muertos, miccailhuitontli o
tlaxochimaco. Es un poco exagerado querer encontrar sinonimias
entre el Dios azteca y el santo cristiano para explicar el nombre
de Santiago puesto a la villa y, aunque los dos eran guerreros, uno
de los conquistadores y otro de los conquistados, la designación
se impuso porque los españoles eran en gran parte de la orden de
Santiago. De cualquier modo, se intentó hacer el ensamble perfec-
to para darle continuidad a una veneración militarista con otro
maquillaje, y de esa manera aprovechar el empuje cultural de si-
glos para imponer el cambio religioso al que de ninguna manera
se crea que era compartir ideales sino para destruir a unos e im-
poner otros.
Antonio Verdejo Tenorio, op. cit.
27
Breve historia de Santiago Tuxtla 59

Toda esta historia se resume en el escudo de armas de Santiago:


en el mantel derecho, sobre campo de plata, la cruz de fuego de los
Caballeros de la orden militar de Santiago que durante ocho siglos
luchó contra los moros.
En el mantel izquierdo, sobre campo de azur, un ídolo olmeca
de piedra en su color.
En el mantel inferior, sobre campo de sinople, un haz de caña
de azúcar con corona de marqués.
Bordadura, sobre una franca de oro, nueve máscaras con sen-
dos machetes representan los nueve barrios de la ciudad y la dan-
za de negros. Para rematar el escudo, se nota el lema Sant-Yago de
Tuztla.
Por decreto No. 56 expedido por la XLII legislatura del estado li-
bre y soberano de Veracruz-Llave, el día 30 de Septiembre de 1950,
y sancionado por el C. Adolfo Ruìz Cortìnez, gobernador Constitu-
cional, fue elevada a la categoría de Ciudad, la entonces Villa de
Santiago Tuxtla.
60 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago
HOMBRES COLOSALES
Santiago Tuxtla tiene una tradición milenaria, pues siglos de his-
toria lo nutren. Miles de años antes de Cristo surgieron aquí los
olmecas, maestros de todas las culturas mesoamericanas, y aquí,
bajo este cielo, en esta tierra, se asentó todo el poder de la colonia,
hasta que con la independencia se le despojó de manera indigna
de la cabecera de cantón, pretendiendo con ello hacer de lado todo
su poderío cultural e intentando borrar parte de su historia.
Así que los niños tuxtecos, al sacar antiguas piezas de barro o
de piedra, con un machete filoso y puntiagudo como única herra-
mienta, sin saberlo se reencontraban con su pasado al escarbar
unos cuantos centímetros en algunos barrios de Tuxtla.
Muchos juntaban las piezas y las vendían en 20 centavos a los
traficantes de joyas arqueológicas que pasaban por las calles gri-
tando que compraban “antiguas”; era común su pregón a grito
abierto y su petición era comparada con las de los vendedores de
helados, galletas, paletas o los compradores de fierro viejo. Los ni-
ños les llevaban piezas de variadas formas para poder comprar
dulces y galletas.
Eran tan abundantes los vestigios que todavía en años recientes
criadores de pavos y gallinas de traspatio amarraban a sus totoles
una pita corta a unos anillos de dura piedra que en tiempos remo-
tos probablemente sirvieron como mazos de guerra. Los animales
andaban entre los setos y era fácil volverlos a su obligado encierro
vespertino porque no podían volar ni correr con la pesada carga
que se les ataba.
Para la gente, lo encontrado eran baratijas, curiosidades, piezas
de antiguos pobladores que no significaban nada para los tiempos
actuales. Si alguien encontraba una pieza, quedaban pocas opcio-
nes: podía quedarse con ellas hasta que se rompieran por descuido
en la casa, venderlas a los traficantes o entregarlas al museo local.

61
62 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

En un principio muchos las donaron a los museos, pero nadie sabe


dónde se encuentran todas esas piezas; eso creó una desconfianza
justificada hacia las instituciones, porque hasta ahora se siguen
preguntando dónde están metates, jarros, flautas y cazuelas entre-
gadas generosamente. Nadie investiga el saqueo inmisericorde ni
frena este atentado al patrimonio nacional y a la historia misma
de Santiago Tuxtla.
El saqueo ocurría en todos los niveles. Muchas de esas joyas de-
ben estar como adornos en humildes casas. Es imposible saber si
esos testimonios eran del siglo XIII antes de Cristo, la época en que
los olmecas emergieron como la gran cultura madre, o de pobla-
dores indios de tiempos más recientes que recibieron directamente
el impacto de la conquista. Hace años campesinos frenaron acti-
vidades de Instituto Nacional de Antropología e Historia en Tres
Zapotes y se negaron a que su ancestral patrimonio fuera llevado
a la capital del país a esa hecatombe en que han convertido al
Museo de Antropología en su voracidad centralista. Resistieron y
ocultaron piezas, fueron acusados de todo por los intelectuales y
antropólogos, pero ellos tenían muy claro que no podían confiar
en personas que a lo largo de su historia los han querido despojar
hasta de sus tradiciones.
Estos habitantes, con una visión del mundo marcada por las
imágenes televisivas, analfabetas, desnutridos por las condiciones
de explotación y miseria a que han sido sometidos, embrutecidos
por el alcohol, saben muy bien que en su piel morena y sus rasgos
habitan los olmecas (nombre utilizado porque olli significa hule,
caucho o goma, o sea hombres del territorio del caucho o habitan-
tes de Olman). Son descendientes directos de esa cultura madre, la
inventora del cero, que midió el tiempo de manera exacta en un
calendario (conocido por las fechas labradas en la estela C de Tres
Zapotes) y que logró un sistema de escritura que hasta ahora no
ha sido traducido pero que ha maravillado a propios y extraños,
como se puede apreciar en la Estatuilla de Tuxtla, una de las joyas
del Museo Nacional de Estados Unidos, en la cual se aprecia a un
personaje calvo, con dos alas, y una extraña máscara como de
pato, junto con columnas de glifos sin descifrar. Los olmecas po-
blaron y pueblan esta zona, desde Tres Zapotes en Santiago Tuxt-
la, Veracruz, hasta La Venta, en Huimanguillo, Tabasco.
Sus descendientes educaron a todas las culturas mexicanas y re-
presentaban sus características físicas en relieves. Eran, según estos
Breve historia de Santiago Tuxtla 63

vestigios, “bajos de estatura, bien formado el cuerpo pero tendiendo


a la obesidad, la cabeza y la cara redondas, mofletudos, con nuca
abultada, ojos oblicuos y abotagados con pliegues mongólicos, nariz
corta y ancha, boca de gruesos labios y comisuras hundidas, man-
díbulas potentes y cuello corto. Junto con este tipo básico metropoli-
tano olmeca hay otro mucho menos frecuentemente representado,
que tiene nariz fina y labios delgados. Corresponde a individuos de
mayor estatura y parece ser más reciente en el tiempo.”28
No es tan simple definir el perfil antropológico de los antiguos
pobladores de Tuxtla; si es cierto que las cabezas colosales eran es-
culturas que reproducían los rasgos de algunos de sus líderes más
destacados, es evidente que los monolitos ofrecen otros elementos
que se debe considerar y, “siguiendo la opinión más generalizada,
se cree que los primeros habitantes fueron hombres negros y gi-
gantes, como lo demuestran los objetos encontrados en Hueyapan
y en el Cerro de Tuxtla.”29
Aunque no existen restos humanos de algún habitante de la
zona, pues la humedad no permitió que se conservara ningún
cuerpo, se asegura que adoptaron la costumbre de la deformación
craneana y dientes mutilados como parte de lo que consideraban
la belleza ideal. De hecho todos los rostros existentes en esculturas
expresan una sensación felina, una mezcla profunda, obsesiva y
esotérica, entre jaguar y humano.
Los olmecas aprovecharon la abundante humedad para pro-
ducir grandes excedentes en la agricultura y, aunque utilizaban
el sistema de roza-tumba-quema para realizar sus milpas, en Tres
Zapotes se ha encontrado un desarrollado sistema de riego. Apro-
vecharon las deltas de los ríos para cultivar las tierras fertilizadas
por las crecientes continuas, aunque era más común el sistema de
roza, tumba y quema que utilizaron para explotar las zonas selvá-
ticas con tanto éxito hasta la llegada de los españoles.
La línea de orientación de sus construcciones era de norte a sur.
Crearon innumerables cabezas colosales, altares y estelas. Algu-
nos descubrimientos de esta cultura no se debieron a la entrega de
investigadores sino a casuales y maravillosos momentos protago-
nizados por los campesinos. Uno de estos momentos ocurrió en Co-
bata, en 1970, cuando el campesino Ricardo Machucho descubrió
por pura curiosidad que la piedra donde afilaba su machete antes
Historia general de México, Colegio de México, México, p. 130.
28

Antonio Verdejo, op. cit.


29
64 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

de empezar su jornada de trabajo, era una enorme cabeza colosal,


la más grande que se ha encontrado de esa misteriosa cultura.
Tallaron escenas narrativas acerca de actividades rituales y po-
líticas de sus líderes. Tenían en mayor categoría al jade que al oro,
el primero relacionado con el jaguar, y se sabe que eran grandes
comerciantes porque muchos de sus productos son encontrados en
remotos lugares con los cuales se supone que comerciaban. Ello da
pie a pensar que eran grandes guerreros, porque en aquellos tiem-
pos nadie que no estuviera bien protegido por los filosos argumen-
tos de las armas se atrevía a cruzar fronteras de poblados vecinos.
Tres Zapotes es el único sitio arqueológico que abarca todo el
desarrollo cultural olmeca, desde su ocupación en el Preclásico,
durante el Formativo Temprano, 1300 a 1000 antes de Cristo, has-
ta el Posclásico Temprano, 900 a 1100 de esta era. Éste es el único
testigo de la transición que llevó hasta la cultura clásica de Vera-
cruz; en ninguna otra parte se puede observar esta continuidad.
Las 17 cabezas encontradas pesan entre 6 y 50 toneladas y mi-
den de alto entre 1.47 y 3.40 metros. Dos fueron localizadas en
Hueyapan, cerca de Tres Zapotes, y una en Cobata, es decir, en
Santiago Tuxtla; las otras son de San Lorenzo, un poco más al sur
de la entidad, y cuatro en La Venta, Tabasco.
Al decaer en el primer milenio, aunque estas zonas continúan
habitadas por descendientes directos de los olmecas, Teotihuacan
tomó la delantera en el desarrollo, y posteriormente los poblados
mayas y aztecas.
Tuxtla se sitúa en un macizo montañoso que forma parte de la
Sierra Madre Oriental y los volcanes están activos. Más notoria,
pero menos peligrosa, es la presencia del Cerro del Vigía (anterior-
mente conocido como Ilamatepec, que significa cerro de la ilama,
aunque también lo llamaban de la vieja).
Los antiguos pobladores eran altivos y valientes. “Por gene-
raciones se ha transmitido que una tribu belicosa procedente de
Tlaxcala y Puebla hacía la guerra a los habitantes de esta región,
por lo que, cansados de tanta hostilidad, se unieron para arrojar a
los peleoneros por medio de las armas. Vencedores algunas veces
y derrotados otras, por fin emprendieron la marcha a una región
fértil llamada Cotaxtla o tierra de tamarindos (algunos traducen
este término como lugar de lobos, y otros como lugar donde se re-
paran los cueros) y ahí se establecieron.30
Juan de Medina, op. cit.
30
Breve historia de Santiago Tuxtla 65

“Pasado algún tiempo y habiendo muerto su rey, el hijo qui-


so vengar la derrota sufrida por su padre y emprendió la guerra,
siendo otra vez derrotado, por lo que se vio obligado a emigrar de
Cotaxtla en peregrinación hacia el este, donde establecieron un
gran centro y se extendieron hasta el Cerro de Tuxtla y los valles.
Allí permanecieron muchos años, pero tuvieron que salir porque
ocurrió un gran crecimiento del Arroyo Largo y emprendieron otra
peregrinación hasta llegar a lo que hoy es Totógalt (Casa de Pája-
ros o, si se quiere, de totoles) y fundaron Tuztla. Vivieron allí dedi-
cados a la agricultura y a la alfarería.”31
“Señoreó este pueblo un señor que se llamaba Chiconacen. Aun-
que la zona tuxtleca tenía ganada fama de belicosa, y un carácter
‘franco, honrado, impresionable y valiente’, fueron vencidos en 1448
por las fuerzas mexicas encabezadas por Moctezuma Ilhuicamina,
el Flechador del Cielo, y se convirtieron en tributarios. Para evitar
una masacre, hábilmente los pobladores de la región negociaron su
rendición con Moctezuma, quien les impuso un Calpixque como go-
bernador. Sus tributos consistían en mantas de cuatro piernas como
de ocho varas de largo y tres palmos de ancho de cada pierna y en
otras mantas pintaban en medio un cerco grande y en medio el sol y
otra ropa blanca menuda. Es de suponerse que aparte de las blancas
mantas de algodón, tributaban gallinas y cacao.”32
De estos habitantes dice Sahagún acerca de sus modos de vida:
“el traxe dellos como unas xaquetillas, y otros como maxtles con
que se cubrían sus vergüenzas. Sus mujeres son grandes texedoras,
muy polidas en el hacer labores en la tela, y con razón lo son, pues
son de tan buena y rica tierra. Traen y usan axorcas muy ancas de
oro, y sartales de piedras a las muñecas, y joeles de piedras al cuello,
y con orejeras de oro. Traen también cutaras, como los hombres,
pero las que traen los hombres son más polidas. Usaban también
cutaras hechas de olli. Déstos, porque eran ricos y no les faltaba
nada de lo necesario, antiguamente se decía que eran hijos de Quet-
zalcóatl. Y ansí creían los antiguos, que el que era rico, próspero y
bien afortunado, que era conocido y amigo del dicho Quetzalcóatl.
Traían también ni más ni menos como los demás, arcos y flechas,
y hachas, para defenderse de las bestias fieras, porque vivían en las
montañas. Muchos destos ahí son nahuas o mexicanos.”33
Antonio Verdejo, op. cit.
31

Antonio Verdejo, op. cit.


32

Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, p. 669.
33
66 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Tenían también guerras con alguna gente que venía de hacia


la parte de Guazacoalco (Coatzacoalcos). Peleaban con arcos, fle-
chas, macanas y navajas que tenían a los lados pedernal puestas
en un palo como de cinco palmos o rodelas hechas de caña maciza
atadas unas a otras, y eran tan fuertes que los españoles compro-
baron que una ballesta no los atravesaba. Llevaban así mismo
como armas defensivas unos ichcahuipilles, que son a manera de
cueros abrochados hacia atrás. Vestían unas mantas pintadas y
blancas y unos mandiles que son como tocas largas conque se ce-
ñían y se tapaban las partes vergonzosas y detrás colgaban unos
cabos o borlas. Ahora visten las propias mantas y sombreros y
jubones a la manera de los españoles. El mantenimiento que usan
era maíz, frijol, gallinas, venados, frutas y yerbas de las mismas
que ahora y en el tiempo de su gentilidad vivían muchos años y
estaban muy sanos y fuertes porque no se casaban ni se juntaban
con mujer hasta que eran de mucha edad.34
Podemos recurrir nuevamente al incansable Sahagún, quien al
hablar de los vicios y virtudes de la gente indiana, en el párra-
fo referente a los “olmecas, huixtoti y mixtecas”, manifiesta que
“estos así llamados están hacia el nacimiento del sol, y llámanles
también tenime, porque hablan lengua bárbara. Y dicen que son
tultecas, que quiere decir oficiales de todos los oficios primos y so-
tiles en todo. Y que son descendientes de los tultecas de que arriba
se ha hecho mención. Y son muy ricos, porque sus tierras son muy
ricas y fértiles y abundosas, donde se da mucho cacao, y la rosa o
especie aromática llamada teunacaztli, y el otro género de cacao
que llaman cuappatlachtli. Dase también ella el olli, que es una
goma negra de un árbol que se llama olli, y la rosa que llaman
yolloxúchitl, y todas las demás rosas que son muy preciadas.”35
Acerca de esta cultura se puede escribir muchos tomos. Incluso
las investigaciones continúan y cada día los antropólogos tienen
nuevas evidencias de una cultura superior. La intención de esta
breve exposición es ofrecer al lector los antecedentes de un pueblo
milenario que conquistó la selva, dominó a los ríos y cuyos descen-
dientes directos, muchos siglos después, sufrieron los embates de
los aztecas y posteriormente sucumbieron al yugo español.

Juan Medina, op. cit.


34

Fray Bernardino de Sahagún, op. cit., p. 669.


35
LA DESGRACIA A CABALLO.
Donde vivían los aborígenes no era precisamente el paraíso. Segu-
ramente había cruentas batallas, traiciones, violencia, opresión y
muerte. Y quizá se había caído en un círculo vicioso que impedía el
desarrollo y los hacía volver a estadios anteriores para empezar de
cero siempre. Era como una serpiente que se muerde la cola, pero
había esperanzas de desarrollo, sueños y aspiraciones de mejores
condiciones de vida.
La antigua Tustla no era desconocida para los españoles que
realizaron la conquista. Ya en el viaje de Juan de Grijalva, en 1518,
los marineros españoles divisaron la serranía en su viaje por el
Golfo, y al detenerse en Coatzacoalcos para reparar unas embar-
caciones les dijeron que se llamaba Tustla, según comenta Bernal
Díaz del Castillo. El lugar no podía ser tan insignificante como
para dar nombre a una serranía completa que vista desde el mar
se volvía más impresionante.
“Después que de nosotros se partió el capitán Pedro de Alva-
rado para ir a la isla de Cuba, como memorando tengo, acordó
nuestro general, con los demás capitanes y soldados y parecer de
los pilotos, que fuésemos costeando y descubriendo todo lo que pu-
diésemos por la costa. Y yendo por nuestra navegación, vimos las
sierras que se dicen de Tustla.”36
Estas experiencias avivaron las ambiciones de los españoles re-
sidentes en Cuba y, como era inevitable, llegaron ellos, los hom-
bres de a caballo que habían partido el 10 de febrero de 1519
de La Habana y desembarcado en las costas que bautizaron de
la Vera Cruz el 21 de abril del mismo año. Apestaban mucho y
se supo después que ni su carne era buena para comer por tener
un muy amargo sabor. No eran ni Quetzalcóatl ni Tonatiuh sino
unos rufianes iletrados que habían sido criadores de puercos en
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Nueva España, capítulo XVI, p. 75.
36

67
68 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

las Antillas, pero que tenían, eso sí, mucha hambre de oro y po-
der.
Descubrieron las disputas entre los indios y rápidamente se alia-
ron con miles de guerreros tlaxcaltecas que estaban dispuestos a
todo para hundir a los aztecas. Para demostrar que iba en serio su
lucha, se mandó a cortar públicamente las manos a medio cen-
tenar de emisarios. Entre la confusión por la intrepidez de Cortés,
Moctezuma titubeó y los españoles aprovecharon para engañar a
los cholultecas y mexicas de que querían conocer las festividades
a sus dioses y en los momentos culminantes de las fiestas matar a
miles de jóvenes, mujeres y niños desarmados.
Tomaron preso a Moctezuma y Cortés le preguntó en 1520 acer-
ca de la posibilidad de puertos seguros en la costa, a lo que el
tlatoani respondió mostrándoles un rústico mapa hecho en tela
de algodón. Azuzada la curiosidad, Cortés envió a 10 españoles
encabezados por Diego de Ordaz a Coatzacoalcos. En su Carta de
relación a Carlos V escribe: “Y luego señalé diez hombres, entre
ellos algunos pilotos y personas que sabían del mar; y con recau-
do que él dio se partieron y fueron por la costa desde el puerto de
Chalchimeca, que dicen San Juan, y anduvieron por sesenta y tan-
tas leguas… hasta la provincia de Cuacalco.” De este mismo viaje,
Bernal Díaz del Castillo dice que “pasó por grandes pueblos, que
allí los nombro, y todos le hacían honra, y que en el camino cerca
de Guazaqualco topó a las guarniciones de Moctezuma que esta-
ban en la frontera, y que todas aquellas comarcas se quejaban de
ellos, así de robos que les hacían, y les tomaban sus mujeres, y les
demandaban otros tributos… y por aquella causa llaman hoy en
día donde aquella guerra pasó Cuylonemiquis, que en su lengua
quiere decir donde mataron los putos mexicanos.”37
En su reporte Ordaz informa a Cortés que el puerto es peligroso,
pero atenúa esa mala noticia con el informe de que por aquellos
lugares hay tierras buenas para ganado, granjerías y plantaciones
de cacahuates y algodón. El reporte, sin embargo, no dejó satisfe-
cho a Cortés, quien le recriminó acremente en privado que no le
ubicara dónde se encontraba oro y no trabajo para campesinos.
Mientras, en la capital, las enfermedades traídas por los españoles
hacían su parte de la conquista con terribles epidemias y, así las
cosas, en poco tiempo acorralaron a Cuauhtémoc, quien se de-

Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Nueva España, capítulo XVI, pp. 329-
37

320.
Breve historia de Santiago Tuxtla 69

fendió hasta quedar sus dominios reducidos a una pequeña isla


donde fue hecho preso en 1521. Los grandes guerreros habían su-
cumbido y los españoles emprendían su demoledora conquista el
13 de agosto de 1521.
A un año de vencidos los aztecas, en 1522, cuando Cortés dis-
frutaba las mieles de su triunfo y era gobernador y capitán general
de la Nueva España, es dudoso que pudiera salir de la capital del
país. Aunque en Tuxtla se menciona insistentemente que visitó
Totógatl, donde supuestamente estaba la mayor población local,
no existe evidencia histórica del hecho y es de suponer que es falso.
Los historiadores saben que Hernán Cortés, con afán de apropiarse
de territorios, reportaba en sus Cartas de relación lugares importan-
tes, como si ya los hubiera visitado o conquistado, para que se los
pusieran a su nombre, pues era tanta su ambición que por “presu-
ra” (es decir sin autorización real) se adjudicara tierras y pueblos.
Ciertamente, ese año Gonzalo de Sandoval realizó un recorri-
do por estos lugares, por encargo de Cortés, con el fin de dar un
reporte de las riquezas que podían ser explotables. Bernal Díaz
del Castillo menciona que Sandoval tomó para sí el poblado de
Guaspaltepeque (Playa Vicente) y, reanudada la marcha, dice el
soldado historiador, “entramos en la provincia que se dice Zitla, la
más fresca y llena de bastimentos y bien poblada que habíamos
visto; y luego nos dieron vino de paz, y es aquella provincia que
he dicho de doce leguas de largo y otras tantas de ancho, muy po-
blado todo, y llegamos”. Zitla no aparece como pueblo tributario
en el Códice Mendocino, por lo cual suponen los estudiosos que se
trata de “Tustla”, y que la transcripción equivocada se debe a los
paleógrafos descuidados.
Prosigue el relator de esos viejos tiempos de conquista: “Y diré
cómo repartió Sandoval aquellas provincias y pueblos en noso-
tros, después de haberlas enviado a visitar poblaciones, y fueron
las provincias que repartió lo que ahora diré: primeramente Zitla,
Guazacualco, Guspaltepeque, y Tepeaca, y Chinanta y los Zapo-
tecas, y de las provincias que están de la otra parte del río, la pro-
vincia de Cupilco, y Zimatán, y Tabasco, y las sierras de Cachula,
todos los quilenes, y Copanaguasta, y estos pueblos que he dicho
teníamos todos los vecinos que en aquella villa (Coatzacoalcos)
quedamos poblados en repartimiento.”
Tustla tenía una situación muy especial: poseía las mejores tie-
rras, rica en mantenimientos y suficiente mano de obra para ini-
70 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

ciar cualquier empresa; ante tales atributos, Sandoval la reservó


para su jefe y amigo Hernán Cortés.
Por eso siempre se ha creído que por aquí estuvo Cortés, incluso
se menciona que acuñó dinero sin permiso real en un lugar cono-
cido como la Casa de la Moneda, una antigua construcción que se
conservó en ruinas por siglos, de la cual ahora sólo quedan restos
del piso de losa, donde existen unos rústicos locales comerciales y
puestos de los llamados tianguis. Su ubicación es la esquina de las
actuales calles Victoria y Morelos, en el centro de la población.
Cortés escribió a su padre nombrándolo su apoderado en Espa-
ña y le pidió que solicitara licencia para adjudicarse las tierras que
había tomado en “presura”, entre las que se encontraba Tustla. En
la tercera carta de relación informa a Carlos V respecto a las repar-
ticiones y apropiaciones de tierra que había iniciado.
Pero los españoles seguían su lucha por tener mayores terre-
nos para saquearlos. El 26 de septiembre de 1524 Cortés escribió
nuevamente a su padre urgiéndole para que “viese lo relativo a la
enmienda y remuneración de sus servicios, gastos y expendas que
a sus majestades parte y en su nombre se lo explicará”.
El 12 de octubre de 1524 Cortés salió a las Hibueras (Honduras)
para aplastar un levantamiento español en su contra, orquestado
por Diego de Velásquez desde Cuba, en una larga, tediosa e inútil
travesía por tierra, bordeando la costa. La ruta que siguieron al
salir de México fue pasar por Chalco, Orizaba, Guaspaltepeque
(Playa Vicente), que era encomienda de Gonzalo de Sandoval, y
de ahí a Michapan (San Juan Evangelista) y después Oluta hasta
llegar a Coatzacoalcos.
Fue en ese viaje cuando posiblemente estuvo en Tustla, ya que,
si bien el antiguo camino iba a dar a Xicalango, había por estos
lugares riquezas y no hay duda de que estuvieron sus enviados
para recolectar tributos, violar indias, encadenar esclavos y sa-
quear pueblos. Por el clima cálido de la zona, cerca del antiguo
gran centro ceremonial olmeca de Tepeacan, se plantó la primera
caña de azúcar y fue tal el éxito obtenido en las cosechas, y por la
gran demanda del dulce en Europa, que aquí se instaló el primer
ingenio azucarero de la Nueva España, un trapiche nominado El
Uvero (popularmente conocido como Ingenio Viejo), donde tra-
bajaron 193 esclavos indios y 130 negros. Fue éste el gran motor
comercial de esos tiempos en los que habitar tierras calientes a
las cuales, por estar los conocimientos de la medicina poco avan-
Breve historia de Santiago Tuxtla 71

zados, se consideraba de alto riesgo por insalubres. Alrededor de


los ingenios se necesitaba cientos de hectáreas de plantaciones con
caña de azúcar, mismas que requerían mucha mano de obra para
los tiempos de zafra, pues para el corte era necesario incluso apo-
yar a la fuerza laboral local con trabajadores rurales temporales
de otras zonas que habitaban y habitan en improvisadas galeras.
El transporte de la caña debió realizarse en carretas jaladas por
bueyes, caballos o mulas, lo cual obligaba a la realización de ca-
minos transitables y seguros. Eso creaba un ambiente de desarrollo
que mantuvo a Santiago Tuxtla como referencia importante en la
colonia, del mismo modo que lo había sido en la época olmeca y
la del predominio azteca.
Hubo otros productos para el comercio regional y extranjero,
aprovechando la cercanía de un lugar de las lomas de Alonso Lá-
zaro desde donde, vía fluvial, se transportaban los productos ha-
cia Alvarado y el puerto de Veracruz, y de ahí se les mandaba a
España o a la capital del país. Aparte del azúcar eran importantes
para el comercio de la región aguardiente, maíz, algodón, frutas
y maderas finas. Se empezaba entonces el desarrollo de la gana-
dería. Había dos bodegas, una en Otapan, en Santiago, y otra en
Totoltepec, en San Andrés.
Los aborígenes eran vendidos a 2 pesos en aquellos tiempos, o
cambiados por mercancías o ganado (daban un caballo por 25 o
50 indios) en las Antillas, o en las regiones de ruda explotación
minera del centro norte del país. Por cada indio capturado morían
muchos en la cacería, lo que, aunado a los cambios de clima y las
largas travesías, diezmó la población india.
En su aventura hacia las Hibueras, Cortés sufrió la humillación
de las fuerzas de la naturaleza, la abundante agua y la inaccesible
selva; y cometió otro de sus actos de injusticia, reprobado hasta por
los mismos españoles que lo acompañaban, al matar por puro ca-
pricho a Cuauhtémoc, colgándolo de una ceiba en lo que ahora es
Centla, Tabasco, muy cerca de Campeche, el 28 de febrero de 1525.
Después de esta fracasada acción, Cortés regresó a la capital y
buscó sostenerse en el poder, pero fue sometido a un juicio de re-
sidencia y suspendido de su cargo como mandamás de la Nueva
España. Su poder había sido derribado por su propia avaricia y
rapiña.
Las pugnas entre los españoles en la época de las encomiendas
abundaron, y entre ellas destaca la de los conquistadores contra
72 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

los encargados de las audiencias. Era de tal magnitud la lucha


entre ellos que no pocos fueron los despojos, juicios y destierros
que finalmente alcanzaron a Cortés en esos tiempos de anarquía
provocada por quedarse con la mayor parte del botín adquirido.
Por eso, en fechas posteriores estuvo muy activo en España, don-
de expresó una petición a Carlos V para que lo nombrara marqués
de una porción de las tierras conquistadas, que él denominaba
como Valle de Oaxaca, pero las cuales inician desde Coyoacán, en
el altiplano, hasta parte de las mejores tierras del sureste, entre las
que se encuentra Tuxtla.38
Ante las luchas entre los grupos españoles la explotación de los
indios para la elaboración de azúcar continuó entre intrigas y gol-
pes bajos. Existe un documento de Cortés dirigido a su mayordomo
Francisco de Santa Cruz en el cual se refiere al trapiche de Tuxtla, y
por ello se sabe que no perdía tiempo y lo arrendaba a Diego López
de Montalbán.
En este ambiente de litigios por el botín de la conquista se dio
la fundación de Santiago Tuxtla. Por esos años fue notoria la insis-
tencia de Cortés ante las cortes españolas por cobrar sus servicios
a la corona, y así el rey Carlos V expidió la cédula de autorización
al asentamiento de Tuxtla: “El día del señor Santyago de un mil
e quinientos et veinticinco años del nacimiento del nuestro señor
Jesucristo”. Basándose en ello tomó nombre del apóstol, por lo que
a partir de esa fecha se llamó Santiago Tuxtla.
En el Cedulario de Vasco Puga, editado en Madrid en 1563, se
menciona dicha cédula y se conserva en el archivo de Simancas
el asentamiento de la misma. Otro testimonio en este sentido es
que en el informe del último alcalde de Santiago, quien por cierto
radicaba en San Andrés, menciona la cédula.39
Cortés suplicaba al rey que lo nombrase marqués para intentar
recuperar sus espacios de poder político y económico. En el mejor
de los casos, se puede imaginar al conquistador “sentado en regio
tudesco con la alfombra otomana a sus pies, y los inseparables
lebreles a su lado.” Don Carlos se dispuso a dictar a sus escribanos
las cédulas que anhelaban los cortesanos. Tras enumerar los mu-
chos títulos y señoríos, heredados a sus abuelos los reyes católicos
y los emperadores de Austria, Carlos I, a la vista de los cortesanos,
lo nombró Marqués del Valle de Oaxaca, en atención a los muchos
Archivo de la Real Academia de Historia de Madrid.
38

Eneas Rivas, Voz nueva de relatos viejos, pp. 28 y 29.


39
Breve historia de Santiago Tuxtla 73

méritos que “vos habedes logrado en la conquista, pacificación y


expansión de la Nueva España”.40
Después de muchos intentos, “el título de marqués le fue conce-
dido a Hernán Cortés como parte de las 22 villas con 23 mil vasa-
llos que el Rey Carlos V de Alemania y I de España le entregaron
para agradecer sus servicios con el título de Marqués del Valle de
Oaxaca en el año de 1529”. Efectivamente, el 6 de julio de ese
año nació el Marquesado del Valle de Oaxaca, con el que Carlos
I de España y V de Alemania premió las conquistas y saqueos de
Cortés. Al ser independiente de cualquier autoridad política local,
solamente dependía de la autoridad del rey, quien era el único au-
torizado para convocar a guerra, acuñar moneda con sello real y
tener la última palabra en las cuestiones de justicia.41
El territorio de este marquesado no fue una sola extensión con-
tinua de tierra, sino que se componía de latifundios dentro de la
Nueva España. Abarcaba el actual estado de Morelos (descontan-
do una franja en forma de cuña que va de Cuautla a Huautla, que
se conservó como tierra realenga), casi todo el estado de Oaxaca,
hasta Tehuantepec (pero excluyendo la antigua ciudad de Ante-
quera, hoy Oaxaca), un terreno alrededor de Toluca, los predios de
Coyoacán, Tacuba, el centro de la Ciudad de México y una buena
extensión junto a los Tuxtla, en Veracruz. En este último lugar Cor-
tés autorizó para que del cerro Totógal los últimos pobladores se
trasladaran a los alrededores de un barrio conocido como El Mar-
qués y en 1531 tomó oficialmente posesión de su villa de Tuxtla.
Al año siguiente ordenó que los indios que quedaban en la se-
rranía bajaran a poblar el nuevo asentamiento de Tuxtla y traba-
jaran como esclavos en el trapiche. Les concedió 40 días de plazo
para hacerlo y advirtió que todo rebelde sería ahorcado. Este nue-
vo modo de vida provocó incontables calamidades y condiciones
miserables de vida, agregado a que los indios no tenían defensas
naturales contra las enfermedades europeas y sus hierbas ni sus
dioses podían curarlas.
El documento dice: “Yo, Hernán Cortés, Conquistador de Méxi-
co, Marqués del Valle de Oaxaca, Capitán General y Dueño Ab-
soluto de este mi Dominio, ordeno y mando que los indios mis
vasallos que se hallan rezagados en el Cerro llamado Totógatl,
tienen cuarenta días para que se reúnan en esta Villa o pueblo
Eneas Rivas, Voz nueva de relatos viejos, p. 84.
40

Antonio Verdejo, op. cit.


41
74 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

llamado Tuxtla, bajo la pena de que el que me desobedezca será


ahorcado...
“A 30 de abril de 1532. Bajo el Reinado de mi soberano D. Car-
los V”.
Desarraigado, con un oscuro horizonte, la destrucción espiritual
que hizo la Iglesia y las insaciables exigencias de tributos, abun-
daron los suicidios, abortos e infanticidios. Quienes escapaban se
adentraban en la sierra, hacia lugares inexpugnables. Era Totógatl
uno de esos lugares donde se refugiaron los indios para resistir los
embates de los conquistadores.
Aunque en su testamento, al borde de la muerte, Cortés se decla-
raba dizque arrepentido de tanta rapiña, y en un acto de cinismo
desmesurado aceptó que se regresara a los naturales las tierras co-
munales, lo cierto es que fue obligado por la Audiencia a entregar a
sus legítimos dueños las tierras que él había declarado como baldías
o mostrencas. Era como quitarle un pelo a un gato. Esta determina-
ción fundamentada en las Leyes de Indias no tocaba a los vasallos,
pueblos, aldeas, pastos, montes y aguas que le había entregado el
rey. De cualquier modo, se asegura que los indios tuxtecos que reci-
bieron esos documentos escondieron los títulos que les restituían sus
tierras en el tórax de un Cristo hueco en previsión a tantas traicio-
nes, robo, saqueo y muerte de parte de los españoles.
BOLA DE MARQUESES
Muerto Cortés en 1547, lo sucedió su hijo legítimo Martín Cortés
Ramírez de Arellano como segundo marqués del valle, quien go-
bernó desde esa fecha hasta 1589.
Hernán Cortés tuvo hijos con diversos matrimonios y a dos de
ellos les puso el nombre de Martín. Uno fue procreado con su se-
gunda esposa, la española Juana Zúñiga, hija del segundo conde
de Aguilar, Carlos Ramírez de Arellano, y nieta del conde de Baña-
res, Pedro de Zúñiga. El otro, el bastardo, era hijo de la Malinche,
a quien, aunque fue el primogénito al nacer tres años antes que
su hermano, no se le consideraba como heredero por tener sangre
india.
En su viaje a la corte española, en 1540, Hernán Cortés se llevó
a su hijo Martín, el legítimo, entonces de siete años de edad, y lo
colocó al servicio del emperador. Se sabe que “lo llevó Felipe II en
su séquito cuando fue a Inglaterra a casarse con su tía, la reina
María Tudor. Casó a don Martín con su prima hermana y sobrina
a la vez, doña Ana Ramírez de Arellano, hija de su tío carnal don
Pedro Ramírez de Arellano y de su prima hermana, doña Ana Ra-
mírez de Arellano, IV condesa de Aguilar. Así triplicó sus relaciones
con la linajuda familia de los Arellanos con ese matrimonio, que
fue en Nalda, Logroño, el 24 de febrero de 1548. Estuvo también en
la expedición a Flandes y en la célebre batalla de San Quintín.”42
Por su parte, Martín, el bastardo, a quien se considera el pri-
mer criollo, nació en 1523 y fue llevado por su padre a España en
1528, y niño aún vistió el hábito de Caballero de Santiago el año
siguiente. Después lo puso su padre al servicio del príncipe Felipe,
hijo y sucesor del emperador, y luego en el de la emperatriz, hasta
que pudo ceñir la espada. Sirvió muchos años al emperador en Ar-
gel y Alemania, resultando herido varias veces. Se casó en España
Ignacio Rubio Mañe, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, p. 4.
42

75
76 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

con doña Bernardina de Porres, hija menor del señor Agoncillo.


Regresó a la Nueva España en compañía de su esposa y un hijo
ilegítimo llamado Fernando.
Mientras el segundo marqués estuvo en España sus bienes fue-
ron administrados por el gobernador Tristán de Arellano. Se sabe
que el 14 de diciembre de 1552 compró una gran extensión de
tierras y tres estancias de ganado mayor y menor para ampliar el
área de influencia del marquesado y, en específico, del ingenio El
Uvero. El pago fue de 300 pesos de tepusque a los naturales de Tust-
la, Tepeaca, Acatlahapa, Tamasultepec, Caxiapa y Catemaco, un
verdadero latifundio que iba “desde un cerro que llama Chilinia-
tepete, del cual cerro nace un río que se llama Chiliniapay corren
los dichos términos por el dicho río abajo, el cual dicho río parte
de los dichos términos hasta entrar en el río de Tecolapa e por el
dicho río de Tecolapa abajo, va ansí mismo partiendo la dicha tie-
rra hasta el paso donde va el camino que viene de Tuxtla al dicho
ingenio del dicho señor marqués y de allí corre el dicho término,
desde el dicho paso del dicho camino hasta donde nace el río de
Pechatl y entiéndese que desde el dicho paso del dicho río de Teco-
lapa, hasta el nacimiento del dicho río Pechatl, vienen partiendo
los dichos términos por el monte trayendo la derecera del uno al
otro y de allí van corriendo los términos por el dicho río debajo de
Pechatl, hasta tornar a entrar en el dicho río de Teculapa, por el
dicho río debajo de Tecolapa se van partiendo los términos de las
dichas tierras que ansí vendemos hasta juntar con los términos de
Tlacintla y de allí queda el dicho río de Tecolapa y de allí va a la
derecera a dar un cerro que se dice Guspaltepeque y de allí va a la
derecera a dar a un cerro de Tecoctla, que es de arena y de allí corre
la dicha derecera a otro cerro que se dice de Hepotl que también es
de arena y desde el dicho cerro corre la derecera donde se juntan
dos ríos, que el uno se dice Michatl y el otro Aquauyucan y desde
allí corre la dicha derecera por el dicho río de Michapan hasta su
nacimiento y desde allí corre la dicha derecera y término hasta el
dicho cerro Chiliniapa…”43
Debido a las deplorables condiciones sanitarias en los pueblos,
las epidemias eran cíclicas y provocaban mortandades por la peste
y hasta por enfermedades gastrointestinales. El resultado de tanta
morbilidad, aunado a la brutal explotación de la mano de obra
india, fue el descenso de la población.
Archivo General de la Nación, leg. 445, exp.29.
43
Breve historia de Santiago Tuxtla 77

La mortandad hizo que ésta cayera tanto, que benefició a los


sobrevivientes, pues se logró un mejor trato y menores jornadas
laborales porque era necesario cuidar a los pocos esclavos que les
quedaban y con ello permitir se reprodujeran y recuperara un poco
la población.
Era cosa común escuchar las causas de los problemas epide-
miológicos y se argumentaba entonces que “es tierra enferma a
causa de haberse bajado al llano porque antes estaban en pobla-
dos en las sierras, en un lugar llamado Tustantepec. Las enfer-
medades que se han tenido han sido muy agudas que morían en
seis horas de cómo les daban vómitos y echaban cólera y se les
apretaba la garganta y morían. Y ahora que se les dio esta enfer-
medad son veinte años de que morían muchas gentes y después
acá viven algo sanos aunque todavía tienen muchas enfermeda-
des que se curan con una yerba que se llama Cecepactle.”44
La afición escatológica de los españoles es de sobra conocida.
Se sabe que los romanos al intentar arrasar con Numancia, el
último foco de resistencia española, sufrieron más bajas en sus
tropas por las enfermedades contagiadas por los prisioneros que
por las batallas. Otro momento histórico que refleja su odio a la
limpieza es el de la expulsión de los árabes, cuando lo primero
que hicieron fue cerrar los baños públicos en España. Y esa an-
tiquísima tradición que tienen de convivir con todo tipo de bac-
terias provocó las epidemias de viruela y gripe en la conquista
y diezmaba a la población tuxteca con pestes que aparecían de
tiempo en tiempo.
En 1554 Tuztla tenía la obligación de entregar una cuota de 50
trabajadores al ingenio de azúcar, y era evidente que las cosas no
iban bien para el mercado azucarero, porque el 15 de julio de 1561
se vendió el ingenio a Santiago Rodríguez de Santa Olalia por la
cantidad de 440 pesos, según consta en escritura de los archivos
del Hospital de Jesús.
La presencia física de Martín Cortés en el marquesado del Valle
de Oaxaca fue tan breve como agitada. Llegó de España a finales
de 1562 y tuvo que abandonar estas tierras cinco años más tarde
al ser acusado de conspiración contra la corona.

Juan Medina, Relación de las villas de Tuztla y Cotaxtla.


44
78 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

La rebelión de Martín Cortés

Su llegada a la Nueva España, en septiembre de 1562, no estu-


vo falta de tribulaciones, ya que el mal tiempo lo obligó a des-
embarcar en Yucatán, donde nació su hijo Jerónimo. Ahí estuvo
tres meses atendido por Francisco de Montejo, Diego Quijada y los
frailes Francisco Toral y Diego de Landa, el despiadado asesino de
indígenas mayas.
En todo su camino a la capital hubo fiestas de recibimiento,
pero ninguna se comparó a la celebrada en la Ciudad de México
por la gente de a caballo en los primeros meses de 1563. Fueron
a recibirlo a la ciudad de Cholula, y después ingresaron por Co-
yoacán “más de trescientos en muy ricos caballos y jaeces, hicie-
ron una muy concertada escaramuza de muchas invenciones, que
duró muchas horas, y luego toda aquella caballería, vestidos como
estaban le vinieron a acompañar hasta la ciudad, con más de otros
dos mil jinetes, de capas negras: era cosa muy de ver.”45
Su entrada triunfal fue todo un acontecimiento: “vino a la Nue-
va España Martín Cortés, hijo de don Hernando Cortés, primer
marqués del valle de Oaxaca, y esta nueva dio grandísimo conten-
to a la tierra, y más a los hijos de los conquistadores, que deseaban
con muchas veras”.46
Las expectativas causadas provocaron recelo al virrey Luis de
Velasco, quien no acudió a las celebraciones y se quedó en su casa
con el argumento de que andaba con bordón por el mal de gota
que le aquejaba.
Martín era ególatra como pocos, y el hecho de que fuera adora-
do por la mayoría de los españoles criollos lo hacía insoportable.
Montado en la fama de su padre, hasta se atrevió a utilizar un
sello real con las armas de su casa, al que colocaba la siguiente
leyenda: Martinus Cortesus primus hujus nominis Dux Marchio secun-
dus, hasta que al factor de la Real Hacienda, don Ortuño de Ibarra,
le pareció un desacato a la autoridad del monarca, por lo que de-
nunció el caso al virrey y a la Corte de España, hasta que el mismo
rey Felipe II prohibió su uso.
El odio de ese grupo de personas que ostentaba el poder era bien
correspondido por Martín Cortés, quien desde su llegada empren-
dió un intercambio epistolar con el rey Felipe II, anotando todos
Juan Suárez de Peralta, La conjuración de Martín Cortés, p. 6.
45

Juan Suárez de Peralta, op. cit., p. 3.


46
Breve historia de Santiago Tuxtla 79

los perjuicios que causaban a la corona los caducos sistemas de


recaudación de impuestos, que beneficiaban más a los caciques y
mandones, por quedarse con parte de la poca cantidad de tribu-
tos que recaudaban y hacía notar al monarca que veían más por
sus intereses particulares que por incrementar el tesoro real. De su
puño y letra dijo en octubre de 1563:
“Lo principal que Vuestra Majestad debe mandar a remediar y
con más brevedad en esta tierra es lo que toca a su Real Hacienda,
en la cual está Vuestra Majestad tan perjudicado, que es en más
de las dos partes; y esto no es por falta de voluntad en el que go-
bierna, ni en los oficiales de Vuestra Majestad, sino en no entender
las cosas de esta tierra y no haberse ocupado en entenderlas con
otras ocupaciones; que en poco tiempo que en esto se gastara, se
entendiera bien claro el yerro pasado; y pues yo con mi poco en-
tendimiento lo he entendido en seis meses que ha que estoy en esta
tierra, fácil fuera de entender a los que más saben. Los indios que
Vuestra Majestad tiene en su Real cabeza pasan de cuatrocientos y
cuarenta mil, en toda esta Nueva España, y lo que Vuestra Majes-
tad tiene de provecho de ellos no llegan a ciento cincuenta mil pe-
sos… por lo que hay gente procurando que no aparezca la verdad
de los indios ni las tasaciones”.47
En 1564 nuevamente se hizo un censo que demostró que la re-
ducción poblacional continuaba en picada, y se buscó un mejor
trato al indio para intentar nuevamente su reproducción; los tri-
butos anuales a los que estaba obligado Tuztla fueron reducidos,
hasta quedar de la siguiente manera: 1,060 naguas de algodón
anuales, 400 fanegas de maíz al tiempo de la cosecha y, para dar
gastos a la república, 198 pesos y seis tomines de oro común.48
Se continuó con esta intrigante lucha por el poder en aquellos
tiempos de rapiña. Hubo rumores e intrigas de todo tipo y, por su-
puesto, se remitió cartas al rey para contrarrestar y desmentir las
escritas por Martín Cortés. El 22 de junio de 1564, un mes antes de
su muerte, el virrey don Luis denunció sin ambages los abusos y
fraudes del segundo marqués contra la corona española, con el ar-
gumento de que en sus pueblos, conforme a los registros de tribu-
tos, existían más de 60,000 indios que debían producir una renta
anual de 84,387 pesos, mientras que Martín solamente reportaba

Ignacio Rubio Mañe, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, p. 6.


47

Juan de Cigorondo, Relación de lo que valieron las rentas del marqués del valle en los años de
48

1568 y 1569.
80 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

la existencia de 37,000 indios y un ingreso de 47,000 pesos de ren-


ta anual.
Pero no sólo el virrey tenía animadversión contra él. Los emba-
tes de sus enemigos continuaron y, para hacer más grande el con-
flicto, lo acusaron de ser desleal a la corona y de haberla defrau-
dado, porque “había el marqués contado a sus vasallos, y subido
su renta de ciento y cincuenta mil pesos de a ocho reales, y aun si
dejase ducados de Castilla no mentiría. De esta cuenta se dio aviso
a su Majestad y al fiscal del Consejo Real, el cual puso al marqués
demanda, diciendo que había sido Su Majestad engañado en la
merced que se le hizo, y para esta demanda le mandaron citar”.49
La saña por el poder provocaba nubarrones oscuros que anun-
ciaban una tormenta política de consecuencias impredecibles,
pero, para fortuna de Martín, el virrey Velasco murió en 1564, ago-
biado por la enfermedad, su avanzada edad y el natural desgaste
por los dimes y diretes del jaloneo político. Quedó la Audiencia con
el mando virreinal y el oidor decano, Francisco de Ceynos, al frente
de ella. Un mes después de su sepelio el marqués consideró oportu-
no dar el paso definitivo para asumir el control político, por lo cual
buscó que sus propuestas tuvieran la anuencia de las autoridades
establecidas en la Nueva España y la autorización del mismo mo-
narca español. Así: “…el 31 de agosto, se reunió el ayuntamiento
de México y acordó pedir al rey que se suprimiera el empleo de
virrey y que sólo quedara un presidente de la Audiencia, que fuese
también gobernador, y un capitán general aparte. Para el primero
se propuso al licenciado Jerónimo de Valderrama y para lo segun-
do al marqués”.50
Apoyos, simpatías, adhesiones y respaldos crecían a favor de
las ambiciones de Martín Cortés y, en ese ambiente cargado de
promesas, el hijo de Hernán Cortés visitó la real villa de Santiago
de Tuztla en 1565. El acontecimiento sacudió a la zona y provocó
todo tipo de manifestaciones a favor del segundo marqués. De lo
tratado en esta visita, lo que tramaron los conspiradores, poco se
sabe, pero se supone que varias construcciones, e incluso la mítica
Casa de la Moneda, fueron levantadas en esa época.
Francisco de Velasco y Luis de Velasco, hermano e hijo del vi-
rrey muerto, continuaban con las murmuraciones acerca de que el
marqués quería levantarse contra la corona española. Para colmo,
Juan Suárez de Peralta, op. cit., p. 9.
49

Ignacio Rubio Mañe, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, p. 10.
50
Breve historia de Santiago Tuxtla 81

a mediados de 1565 se supo que Felipe II lanzó una cédula, des-


pués negada y dejada solamente como rumor de las pugnas por
el poder, mediante la cual quería arrebatar a los encomenderos
todos sus derechos y propiedades para que no pudieran heredar
sus fortunas a la siguiente generación. Indudablemente, esto creó
un ambiente tenso por la defensa de privilegios familiares. Todos
los españoles estaban precisamente en la tercera generación, por
lo que era realmente un despojo. Esto dio lugar a una temprana re-
belión independentista contra el poder central español y se intentó
un golpe militar contra la metrópoli, que erigiría a Martín Cortés
como primer rey de la Nueva España.
El citatorio a Martín y la cédula real mencionada provocaron
inquietud y “empezóse la tierra a alterar; y había muchas juntas y
concilios, tratando de que era grandísimo agravio el que Su Majes-
tad hacía a la tierra, que quedaba perdida de todo punto, porque
ya las más de las encomiendas estaban en tercera vida, y que an-
tes perderían sus vidas que consentir tal, y verles quitar lo que sus
padres habían ganado, y dejar ellos a sus hijos pobres. Sintiéronlo
mucho, y como el demonio halló puerta abierta para hacer de las
suyas, no faltó quien dijo:
‘¡Cuerpo de Dios! Nosotros somos gallinas; pues el rey nos quie-
re quitar el comer y las haciendas, quitémosle a él el reino, y alcé-
monos con la tierra y démosla al marqués, pues es suya, y su padre
y los nuestros la ganaron a su costa, y no veamos esta lástima”.51
La encomienda, planeada para enseñar a cultivar y educar en
la religión a los indios, resultó ser otra forma de esclavitud. Con-
gregar pueblos facilitaba las labores a los religiosos para evange-
lizar, como la explotación india, el trabajo forzado y el control de
los tributos. Y nadie quería perder sus privilegios.
La voz que “entonces corrió fue del alzamiento y que al marqués
querían por rey”52. Las disputas entre los españoles que goberna-
ban por aquellos tiempos eran cosa cotidiana, y destacaron sus
largas riñas contra los seguidores de Martín, quien, a decir de los
delatores que lo traicionaron, acostumbraba “levantar el pendón”,
es decir, tenía aspiraciones señoriales. Unos agregaban que el mar-
qués tenía una amante, conocida como Marina, de igual nombre
a la que tuvo su padre, y quien lo hizo enemistarse con varios no-
bles al querer beneficiar a los recomendados por ella. Lo acusaban
Juan Suárez de Peralta, op. cit., pp. 8 y 9.
51

Juan de Torquemada, Monarquía indiana, tomo II, p. 389.


52
82 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

también de desafiar a las autoridades apoyado por sus hermanos


bastardos, el hijo de la Malinche, también llamado Martín, y Luis
Cortés y Hermosilla, los dos hermanos Ávila, don Gil González de
Ávila y el menor don Alonso, los dos hermanos Quesada, don Bal-
tasar y don Pedro, entre otros53. Sus detractores aseguraban que los
conjurados se reunieron en octubre de 1565, y consideraron enton-
ces que las condiciones estaban maduras para una posible insu-
rrección. La mayoría de los supuestos alzados eran jóvenes con un
promedio de edad de 24 años.
Y la anunciada rebelión nunca llegó, aunque los rumores de
su inminencia continuaron. Cada acontecimiento festivo daba
nuevos bríos a las acusaciones de complot. El 30 de junio de 1566
nacieron gemelos del vientre de la esposa del marqués. Para su
bautizo se mandó a construir un puente especial, un pasadizo
desde su casa a la puerta del perdón de la iglesia, todo enramado
de flores y arcos triunfales. Alrededor la gente con banderas de
cada poblado asistente. No faltó, no podía faltar, la gran fies-
ta con torneos y combates de caballeros armados de punta en
blanco. La suntuosidad fue tal que acarreó a Martín la envidia
de quienes gobernaban la Nueva España, que lo veían como un
catrín europeizado de largo bigote y lujoso sombrero de plumas,
que había llevado la gala, el brindis y los bailes de máscaras a
estas colonias españolas.
De esos momentos el escritor Carlos Fuentes pone en boca de
Martín el bastardo las siguientes palabras tomadas un poco de lo
que menciona Torquemada en su Monarquía indiana 54:
“En nombre de mi hermano, sus allegados aprovecharon una
fecha memorable, el 13 de agosto de 1565, aniversario de la toma
de la ciudad de México Tenochtitlan por Hernán Cortés. Era la
llamada Fiesta del Pendón. Los conjurados decidieron aprovechar
los festejos, la abundancia de gente en ellos y la tradición de fingir
combates y escaramuzas, para montar un barco con artillería so-
bre ruedas y enfrentarlo de mentiras a una torre rodante, armada
también con artillería y soldados. Entre ambos, pasaría el regidor
con su pendón y de los dos pasos simulados saldría la gente arma-
da, prendiendo a la Audiencia, arrancando el pendón y procla-
mando a don Martín Cortés Rey y Señor de México.”55
Ignacio Rubio Mañe, Introducción al estudio de los virreyes de Nueva España, p. 12.
53

Torquemada, p. 392.
54

Carlos Fuentes, El Naranjo, editado por Punto de Lectura, México, 2001.


55
Breve historia de Santiago Tuxtla 83

Se narra que en esta conspiración, ahora conocida como el fes-


tín de los gemelos, intervinieron los dos Martín Cortés y que en
pleno apogeo de los brindis Alonso de Ávila se disfrazó de indio
y entregó un sartal de flores y joyas al marqués; acto seguido, le
pusieron a él y su esposa coronas de laurel en sus cabezas, excla-
mando en coro los presentes: ‘qué bien les quedan las coronas a
vuestras señorías’. Por si fuera poco, acusaron al deán Juan Chico
de Molina de que estuvo presente y aprobó y festejó estas simula-
ciones que a los ojos de los celosos vigilantes del rey Felipe II eran
una burla contra la corona.
Como se suponía que en cualquier momento ocurriría el alza-
miento, cada festejo por grupos armados listos para el combate
siempre era vigilado. La real o supuesta conspiración era un secre-
to a voces y, como en todo acontecimiento de intrigas y conspira-
ción, no faltaron los soplones. Lo más grave de que se le acusó al
marqués fue de querer fundar un nuevo reino.
Las autoridades estaban al tanto de estos reales o supuestos
planes imperiales de Martín. Entonces se presentó la oportunidad
al llegar un navío de España con toda la algarabía que provocan
las noticias nuevas de la metrópoli, y le se invitó a las casas reales
para que, conforme a la tradición, abriera el pliego, entregara
la correspondencia ansiada por todos y leyera los últimos dicta-
dos del rey de España. “Confiado entró diciendo: ‘Ea, que buenas
nuevas hemos de tener’. Llegó al lugar vestido con una ropa de
damasco larga, de verano, que era esto por julio, y encima un
herreruelo negro, y su espada ceñida y en entrando en el acuer-
do, donde los oidores estaban, lo recibieron y dieron su asiento, y
en sentándose, se levantó un oidor y se llegó a él y le dijo: ‘Deme
vuestra señoría su espada’. Y diósela, y luego le dijo: ‘Sea preso
por Su Majestad’.”56
La gente quedó atemorizada, espantada, admirada, por el en-
carcelamiento del marqués. Gran alboroto hubo en toda la co-
lonia y en calles, plazas, iglesias y monasterios se emprendió la
cacería de todos los amigos y cercanos a Martín Cortés. Las sen-
tencias son rápidas, sobre todo para los hombres más acaudala-
dos de la colonia, quienes sufrieron el castigo de la decapitación y
toda su riqueza fue repartida: “condenan a los hermanos Alonso
de Ávila y Gil González a cortarles las cabezas y ponerlas en pi-

Juan Suárez de Peralta, La conjuración de Martín Cortés, p. 21.


56
84 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

cota, y perdimiento de todos los bienes y las casas sembradas de


sal y derribadas por el suelo.”57
El día de su muerte llevaba “Alonso y Ávila unas calzas muy
ricas al uso, y un jubón de raso, y una ropa de damasco aforrada
de pieles de tigrillos (que es un aforro muy lindo y muy hidalgo),
una gorra aderezada con piezas de oro y plumas y una cadena de
oro al cuello revuelta, una toquilla leonada con un relicario. Salió
el caballero en una mula y a los lados los frailes de la orden del
señor Santo Domingo que le iba ayudando a morir y él no parecía
sino que iba ruado por las calles. Sacaron primero a Gil González y
luego a su hermano… fue grita de llanto la que se dio, de la gente
que los miraba… luego le cortó la cabeza el verdugo, el cual no
estaba bien industriado y fue haciéndole padecer un rato, que fue
otra lástima, y no poca. El cruel verdugo le dio tres golpes, como
quien corta la cabeza de un carnero, que a cada golpe que le daba
ponía la gente los gritos en el cielo.”58
Aunque ya estaba hecho el tablado para cortarle la cabeza,
Martín Cortés tuvo la fortuna de que momentos antes de que se
ordenara su ejecución llegara un nuevo virrey a Veracruz, con lo
que se retrasó su juicio. El nuevo representante de la corona espa-
ñola era Gastón de Peralta, marqués de Falces, y resultó ser amigo
del segundo marqués y, contra la voluntad de los oidores, sacó
de prisión a Martín y le dio varias libertades para retornar a su
casa. Esto le costó al nuevo virrey ser atacado por los enemigos de
Cortés, y después de largas disputas fue destituido, mientras que
Martín fue remitido a España unos días antes de que llegaran unos
jueces enviados por la corona que eran sus jurados enemigos y que
seguramente lo habrían condenado a la muerte.
Los días que siguieron se caracterizaron por una masacre de
criollos y españoles, quienes fueron sometidos a todo tipo de juicios
sumarios por órdenes del sanguinario rey Felipe II. Ni siquiera per-
donaron que fueran de su misma sangre; en su avaricia se ordenó
la ejecución pública y se despojó de todas sus riquezas a cientos
de personas por la simple sospecha de haber intentado rebelarse o
estar ligadas al grupo de Martín Cortés.
“Llegados, luego despacharon a los oidores y les escribieron,
dándoles cuenta de su llegada, y mandaron hacer una cárcel te-
meraria, a manera del Santo Oficio, unas celdas muy oscuras, for-
Juan Suárez de Peralta, op. cit., p. 28.
57

Juan Suárez de Peralta, op. cit., pp. 34-36.


58
Breve historia de Santiago Tuxtla 85

tísimas, muy chicas, que sólo estar en ellas un día era grandísima
pena, y había en ellas no uno sino dos o más presos”.59
Martín Cortés, el legítimo, fue absuelto por el Real Consejo de
las Indias, donde años más tarde sería alcanzado por su hermano,
el bastardo, quien, a pesar de las torturas de darles con embudo
litros y litros de agua, así como torcerles los brazos, siempre se de-
claró inocente. Y a media noche iba el secretario con la sentencia
y el confesor. La sentencia de muerte sorprendía a los detenidos
y al amanecer ya sonaban las campanillas de los monasterios,
estaban listos la mula, el cristo, el verdugo y el pregonero con su
trompeta de juicio final.
La supuesta conspiración pudo ser un ardid de los enemigos
de Martín Cortés, pero, de haber sido cierta esta temprana lucha
por la independencia, seguramente hubiera cambiado el destino
de la Nueva España y de las villas del Marquesado del Valle. Ello
quizá no habría significado mejorías sociales importantes, porque
el bolsillo de los indios se hubiera exprimido más con los planes de
los encomenderos de cobrar más tributos por medio de un control
inquisidor y violento, pero el marqués vio truncados sus sueños
imperiales, fue derrotado por la vieja clase política y, como todos
los derrotados, tuvo su castigo: lo despojaron de la jurisdicción de
su estado, lo condenaron a vivir desterrado a perpetuidad en todas
las Indias, fue obligado a prestar sus servicios de lanzas en Orán,
África, lo multaron con 50,000 ducados, le secuestraron sus bienes
y se le obligó a realizar un préstamo a la corona por 100,000 du-
cados.

Recuperan bastón de mando

Desangrado el patrimonio con tales obligaciones impuestas, la


decadencia del Marquesado del valle de Oaxaca fue cuestión de
tiempo. La crisis golpeó sus finanzas, la población continuaba en
descenso y, en 1569, por consiguiente, los tributos volvieron a ba-
jar a 448 naguas y 392 fanegas de maíz anuales.60
Más tarde, en 1580, vino a Tuxtla Juan de Medina, alcalde ma-
yor de Tlacotalpan, por mandato del virrey Martín Enríquez de Al-

Juan Suárez de Peralta, op. cit., p. 52.


59

Juan de Cigorondo, Relación de lo que valieron las rentas del marqués del valle en los años de
60

1568 y 1569.
86 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

manza. La situación era dura en esos momentos para la real villa,


y por ello se emitió una provisión real para que el alcalde tlaco-
talpense ejerciera la justicia mayor en la villa de Tuxtla, mientras
duraba el secuestro de los bienes y se saldaba las enormes deudas
de los herederos de Cortés a los reales patronatos de la Casa Mar-
quesana.
La única misión del alcalde era dar un reporte de las riquezas
que entregó en la conocida Relación de Tuztla, en la que se realizaba
un recuento del número de personas, recursos y condiciones en que
se encontraba el lugar, por lo que se convirtió en un valioso docu-
mento histórico y una de las primeras monografías de Tuxtla.
Al alcalde aprovechó la visita para reunir a los viejos de más
de 90 años y tomar algunos datos de la tradición local a pesar
de que tres años antes Felipe II había ordenado y advertido “de
no consentir que por ninguna manera persona alguna escriba
cosa que toquen supersticiones y manera de vivir de los indios
en ninguna lengua”. Los españoles, con su trato inhumano, sá-
dico y despótico, tenían mucho que ocultar respecto a su forma
de actuar con los indios e intentaron dejar el menor número de
testimonios posibles.
Un año después Cotaxtla y La Rinconada se integraron para
formar parte de la Villa de Tuxtla en cuanto a la distribución de
la justicia, con lo cual la importancia geopolítica del lugar crecía
cada día para orgullo de los habitantes. Muestra de ello también
es que por orden de Felipe II se fundó el templo y Convento de San
Diego de Alcalá, para fortalecer la visión cristiana del mundo. El
mapa geopolítico de Tuxtla es enorme y queda claro en el infor-
me presentado que la villa cuenta con seis estancias: Conchicua,
San Andrés Zacoalco (al que muchos años mas tarde, sustituyeron
indebidamente Zacoalco, que significa ‘encierro’, por Tuxtla), Mat-
lacapa, Chuniapa, Caxiapa y Catemaco.
Después de tantas pugnas, en 1589 las aguas volvieron a su ni-
vel y asumió el poder el tercer marqués Fernando Cortés Ramírez
de Arellano, quien gobernó por espacio de 13 años.
Para asegurar su fidelidad y controlar los dineros, fue obligado
por el rey a casarse con Mencia de la Cerda, dama de la infan-
ta Isabel y hermana del poderoso conde de Chinchón, tesorero y
camarero mayor de Felipe II. Cumplidas las formalidades, en la
misma cédula se le daba autorización para recuperar el ingenio
azucarero de El Uvero, entre otras propiedades del marquesado.
Breve historia de Santiago Tuxtla 87

Fechada el 11 de agosto de 1593, la provisión real con el gran


sello encarnado dice: “El rey, por cuanto por sentencia de revista
dada y pronunciada por algunos de mis consejos en el pleito que
se trató entre mi fiscal de mi Real Consejo de las Indias y don Mar-
tín Cortés (y Ramírez Arellano), Marqués del Valle, fue condenado
entre otras penas en privación perpetua de la jurisdicción civil y
criminal de todo el estado que tenía en las Indias y la dicha juris-
dicción se aplicó a mi corona para que se usase y se ejerciese en mi
nombre... Y también que os habéis de casar con doña Mencia de
la Cerda, dama de la infanta doña Isabel mi muy cara y amada
hija...” Después el rey revocó la sentencia contra el rebelde Martín
Cortés: “y quito y aparto de mi Real Corona y vuelvo y restituyo la
jurisdicción civil y criminal”.
Envuelto en litigios con las audiencias, el marqués luchó en to-
das las instancias españolas por recuperar la riqueza y el poder de
la villa de Tuztla y de todo el marquesado. Después de engorrosos
trámites logró una cédula real de Felipe II, fechada el 30 de abril
de 1594, en la que les devolvían el estado del Marquesado del Valle
al perdonar la rebelión de su padre Martín Cortés. Este mandato se
ejecutó a conocer el 22 de noviembre, y entre líneas indicaba que
era con la finalidad de que “guardéis y hagáis guardar y cumplir
en todo y por todo según y como en ella se conviene”, por lo que
se hacía una relación de la república de los indios con una deta-
llada lista de los nombres de alguaciles, regidores y gobernadores.
Predispuesto todo de esta manera, un representante de Fernando
de Cortés (y Ramírez Arellano), Juan Altamirano, integrante del
hábito de Santiago, llegó a Tuztla para hacer valer la restitución
que hacía la realeza y participó en los autos respecto a la posesión
restitutoria de la jurisdicción civil y criminal de la Villa de Tuzt-
la al marquesado. Este acto fue celebrado el 29 de abril de 1595.
Tal como marcaba el protocolo, la real provisión fue tomada en
“sus manos y la besó y puso sobre su cabeza e la obedeció como a
carta.”61
Entonces se realizó un ritual tradicional para dar posesión al al-
calde mayor, en el cual se involucraba a los caciques indios para que
en sesión pública entregaran los bastones de mando e insignias a su
nuevo amo. También destacables las palabras del sacerdote que un-
gía con óleo santo las manos y la cabeza de la autoridad para que le
iluminara e impartiera justicia en nombre de Dios y del rey.
Archivo General de la Nación (AHJ/leg. 445/exp. 29/f(32v)35v(39v)42v.
61
88 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Juan Altamirano fue tomado de la mano por el alcalde mayor


Fernando de Saria, y lo llevó a las casas reales, donde dijo acos-
tumbrarse a hacer obediencia y Diego Cortés, gobernador de los
naturales, además de Felipe Cortés, y los jueces, alcaldes y alguaci-
les, le entregaron la vara de la justicia, que “recibió en cada caso,
quieta y pacíficamente sin contradicción de persona alguna”.
Como parte de este espectáculo a nombre de Fernando Cortés,
se dio audiencia pública junto a todas las autoridades destituidas
y les ordenó obediencia y colocar su escudo real en todas las ofici-
nas. Los españoles pedían mejores condiciones para explotar a los
indios, y éstos querían pagar menos tributos y los curas alegaban
la necesidad de mayores recursos para las festividades religiosas. A
todos se les escuchó, pero seguramente sólo cumplieron las peticio-
nes que beneficiaban a los curas y hacendados.
Después de que se hubieron desahogado los que acudieron a
la audiencia, fueron a la cárcel pública, “donde hizo audiencia y
visita a los presos. Halló a tres indios”, y ordenó los dejaran libres
sin que pagaran multa alguna, como un acto de alegría, equidad,
justicia y festejo del nuevo marqués. Después de aquella rebelión
de Martín realizada para sojuzgar mejor a los indios, tales actos,
en el contexto de la restauración del marquesado, marcaban, por
lo menos en apariencia, una nueva filosofía política, que tenía la
intención de mostrar un gobierno más humano y jovial.
Después de los milagros y las muestras de bondad no podía fal-
tar la amenaza hacia cualquiera que pensara esconder sus rique-
zas y resistirse a las severas peticiones de los marqueses. Y todo fue
mediante estudiados rituales, y casi inmediatamente, como parte
de su recorrido por la plaza, mandó a traer tres enormes palos que
ya tenían dispuestos en una discreta parte del palacio. Entonces
“hizo hincar dos de ellos en el suelo, y estando derechos, pusieron
el tercero encima, atravesado, con lo cual quedó hecha una hor-
ca.” El amenazante espectáculo fue recibido con un seco alarido
de parte de los tuztecos, quienes sabían por experiencia que los
españoles gobernaban bajo un régimen de terror y sin concesiones
para lograr mayores ingresos. Por si alguno no se enteraba aquel
día, o para que a nadie se le olvidara, se mandó publicar en carte-
les que fueron pegados en los árboles, en los mercados del Carbón,
de la Milpa y en la Plaza del Bramadero, en todos los pueblos y en
todas las rancherías, que esa horca se utilizaría para castigar a los
delincuentes que tal pena merecieran.
Breve historia de Santiago Tuxtla 89

Después el alcalde mayor juntó a todos los jefes indios, caciques


y dirigentes para entregarles las varas de la justicia y hacerles jurar
que trabajarían con lealtad al marqués. Luego de tan convincen-
tes argumentos de horca y cuchillo, con el pueblo desarmado y
escoltados por centenares de españoles montados a caballo, arma-
dos hasta los dientes con ballestas, escopetas, espadas y cañones,
los caciques sabiamente aceptaron de buen gusto los bastones de
mando y juraron a viva voz que defenderían aun a costa de su
propia vida los intereses de la corona española representados por
el marqués.
Para coronar este ejercicio lleno de falsos rituales democráticos,
Juan Altamirano pidió a un traductor que leyera en voz alta el
mensaje que traía preparado, con copia para todas las poblacio-
nes importantes. Simplemente, con la urgencia requerida, se llamó
nuevamente a los indios a que bajaran de la sierra y se concen-
traran en el pueblo, porque de esa manera podrían ser explotados
por los encomenderos. El mensaje que todos escucharon en Santia-
go Tuxtla fue: “Tustlan cempohualli yhuan chic na vi tonal mani
metztli dea pitil 1595 años o mo tlana uatilli don Fernando Cortés
de Monroy y alcalde mayor y tech coptzinco marqués del valle
totecui o timo centlalique tlatohuani yhuanpipiltin nican villa
quichihuzque yan cuic elección yhuan yancuic tlacaquite qui pa-
nozque altepeltl yuan justicia ytech copatcinco marqués mo chiuh
nel tilliztli qui o mo tneuh.” Esta amenaza fue firmada por el go-
bernador Diego Cortés, los alcaldes mayores, regidores, mayordo-
mos, escribanos y por los “alhuaciles me toztlan”: Diego Ocellotl,
Allonso Ocellotl, Martín me Datl, Juan Mazatl, Alonzo Cozcagua,
Balnape Miquistli, Juan Macuil, Jerónimo Judierez, Juan Chicua-
ce, Pablo Cipac, Melchor Xonnexo y Martín Pantzin. Se agrega
también a los alguaciles de Sanctandres, Matacapan, Catemaco,
Ehomapan y Gaxiapan.
Santiago Tuztla crecía y se fortalecía en el mercado regional
mientras más demanda había para el azúcar producida en el in-
genio local. El 15 de agosto de 1595 Tlalixcoyan se integró como
parte de la jurisdicción de Tuztla.
Un año después el alcalde mayor de Veracruz dio posesión al al-
calde de Tuztla, Gerónimo Pérez. Meses más tarde Fernando Cortés
Monroy tomó posesión de Tuztla, Cotaxtla y La Rinconada, pero
fue mal augurio para Gerónimo Pérez, quien al poco tiempo tuvo
que dejar el cargo de alcalde mayor a favor de Nicolás Illescas,
90 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

que, para aplacar las crecientes tensiones, confirmó el respeto a


los caciques devolviéndoles la vara del mando y la insignia de la
justicia.
Por esas fechas el ingenio del azúcar había venido a menos y
empezaba a descollar la venta de pieles de ganado vacuno a la
península ibérica y a todo el viejo mundo. En 1598 el mayordomo
Hernando de Paz Monroy calculó en 16,000 el número de anima-
les cimarrones que había en las estancias del marqués desde Tuztla
hasta el río Alvarado.
El mismo mayordomo hizo una descripción de la vivienda mar-
quesana: “una casa que es de su señoría que está en la villa de
Tuztla, de jacales, y está de norte a sur cerca de la iglesia de dicha
villa, que pasa la calle en medio, y de la otra parte, casa de Anto-
nio Espinosa, tiene un portal y a la mano izquierda un aposento
con dos ventanas, con rejas de palo y puertas que se cierran, y
otras en el aposento con llave de palo, y a la mano derecha dos
aposentos, uno dentro del otro, y a un lado del corredor, un apo-
sento, maltratado, sin puertas y otro aposento que sirve de cocina,
sin puertas.”62

Gobernados a distancia

El cuarto marqués fue Pedro Cortés Ramírez de Arellano, quien


gobernó por 17 años desde 1602, dedicándose a defender sus pro-
piedades de todos los acreedores, debido a que las malas adminis-
traciones de sus familiares lo habían dejado en la ruina. Entre los
reclamantes estaban María Cortés, la nieta del conquistador, los
reales patronatos, los condes de Benavente, el Colegio de la Com-
pañía de Jesús y otros.
Fue en ese año, la fecha en que realizó el informe en náhuatl y
castellano al virrey el escribano real Antonio Gómez. En este do-
cumento se destaca tributos, dineros, joyas, materiales que podían
exprimir a la población local. Anota el escribano que la Villa de
Tuxtla pertenece al Marquesado del Valle de Oaxaca y que entrega
258 tributos. El presbítero que atendía el lugar es Rodrigo Gómez
y destaca las bellezas del paisaje, los ríos, cerros y montes, además
de los caminos hacia México, Yucatán, Cuacualco (Coatzacoalcos)
y Tabasco.
Archivo General de la Nación, legajo 280, expediente 26.
62
Breve historia de Santiago Tuxtla 91

A dos leguas ubicaba a San Andrés con 105 tributos, donde sem-
braban maíz, algodón y tabaco. San Juan Chiniapa era otro lugar
sujeto de la villa, con 29 tributos, aunque era visitado pocas veces
por lo peligroso del río, en el cual se habían ahogado muchos, y
que estaba como a cinco leguas de la villa. Menciona a San Juan
Matacapa, a tres leguas de distancia y al que se le exigía 39 tribu-
tos. Está San Miguel Catemaco, a cuatro leguas de la cabecera y
en el que destaca la enorme laguna. Por último cita a Santa María
Asunción Caxiapa, con 24 tributos, ubicada a siete leguas por ás-
pero camino, y cuyos pobladores, aparte de cosechar maíz, pescan
en la mar.
Sigue Antonio Gómez que esta relación la hizo sobre la base de la
información proporcionada por los caciques indios locales y que, al
no saber él cómo distribuirlos, hizo dos congregaciones, la de San-
tiago y su tributario San Andrés, para que pudieran llevar los tribu-
tos a cada cual basándose en la distancia en que se encuentran.
Pese a las condiciones de quiebra y mala administración, se
confirma en un documento de posesión de La Rinconada, fechado
el 10 de junio de 1602, como parte de la jurisdicción de la villa de
Tuxtla en lo civil y lo criminal.
Pero, al ingresar Pedro Cortés al marquesado, las cosas no fue-
ron del todo bien para Fernando, porque en 1606 solicitó y le fue
entregada una carta de recomendación para que pudiera encon-
trar chamba en la Nueva España. “Por favor os mando que lo ten-
gáis bien encomendado y que lo proveáis y ocupéis en oficios y
cargos a mi servicio para que según su calidad y suficiencia pueda
servirme honradamente.”
Las grandes plantaciones cañeras tenían todavía gran futuro, y
empezaban a desarrollarse las de tabaco, que después formarían
toda una industria en la manufactura de puros. La experiencia
acumulada por generaciones ha permitido que el tabaco utilizado
en su elaboración sea reconocido a escala mundial. Cultivo, seca-
do, fermentado y forja son todo un arte dominado por los tuztecos.
La picadura fue llevada por Cortés a España y pronto su uso se ex-
tendió por el puro placer de fumar, aspirarlo molido como rapé o
simplemente utilizado como hoja santa, que lo mismo tranquiliza-
ba o estimulaba. Xigar en maya significa “chupar humo”, aunque
en latín “fumar” quiere decir “echar humo”, y por su latinismo se
dice fumar y por su raíz india se les llama cigarros. Lo de la nicoti-
na proviene de Juan Nicot, quien lo introdujo a Francia.
92 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Después de 10 años de larga disputa, en 1629 Estefanía Carrillo


de Mendoza y Cortés, hija de la fallecida heredera directa del mar-
quesado, Juana Ramírez de Arellano, tomó posesión como quinta
marquesa. Estaba casada con el Duque de Terranova, Diego de
Aragón, descendiente de los reyes católicos. No debió irle muy bien
porque hay testimonios de una larga serie de reclamos contra los
oidores y jueces de residencia, entre los cuales destacan las quejas
de esta señora por no recibir a tiempo la pensión que le correspon-
día como deuda por ser descendiente del conquistador.63
A pesar de la soberbia española existen documentos que cons-
tatan la resistencia de los indios, sus luchas persistentes. Hay una
poesía de Rafael Sánchez González que puede dar idea de esa épo-
ca. El poema narra la llegada de Diego Crisanto de Palma en un
corcel ligero, destacando su sobrada actitud guerrera y advirtiendo
que lo mandaban a Santiago Tuxtla por “su bravura probada, por
temerario y por fiero, pues por aquellos lugares andan los indios
revueltos.” Al tener noticia de que cuatro españoles fueron asesi-
nados por los lugareños en el real de Catemaco, inició su ataque
para vengar la muerte ese mismo día, antes de que el sol traspusie-
ra la cumbre del Mono Blanco.
Pero los 100 jinetes españoles que buscaban castigar a los in-
dios fueron recibidos con alaridos roncos y una lluvia de flechas.
Crisanto gritaba herido, mientras se agarraba la garganta, de don-
de le brotaban “dos rojas amapolas de sangre”, justo donde no le
alcanza a cubrir “la recia cota de malla”. Los indios redoblaron
esfuerzos. “Catemaco ha defendido su tradición y su fama”, mien-
tras a orillas de la laguna moría Crisanto de Palma, todo vestido
de oro según la visión del poeta:

sus cabellos eran de oro,


de oro sus espuelas,
de oro parecen las garzas
que vuelan hacia Coyame,
los rayos del sol semejan oro y
oro laminado tiene la laguna en sus reflejos.

El tiempo pasaba y San Andrés crecía discretamente, empezan-


do a tener importancia en la zona, y para 1718 dejó de ser estancia,

El archivo del Hospital de Jesús contiene un volumen acerca de Títulos de las villas de
63

Tuztla y Cotaxtla y La Rinconada, con datos interesantes que datan de 1551.


Breve historia de Santiago Tuxtla 93

adquiriendo el título de pueblo, con lo cual se comenzó a cortar los


lazos umbilicales que lo unían a Santiago, y logró el derecho de
elegir a sus autoridades locales, aunque todavía dependientes de
la cabecera de cantón.
Los jaloneos aparecían cada día y ya se sabía que el hilo re-
vienta siempre por lo más delgado. En 1739 los caciques Antonio,
Juan Mateo y Gerónimo Pérez Tapia y su primo Miguel Francisco
Maldonado enviaron una larga carta que inicia “en el pueblo de
San Andrés, jurisdicción de la Villa de Santiago Tuxtla, a los dos
días del mes de octubre de mil setecientos treinta y nueve años...”,
mediante la cual solicitaron y lograron que Felipe V de Anjcu, el
rey de las Españas, obligara a los santiagueños a no cobrarles im-
puestos, pues los demandantes eran grandes señores de las tribus
que poblaron ese lugar y se habían entregado al vasallaje de los
conquistadores.
Por esas fechas iniciaron los sanandrescanos la construcción de
su templo, pero la pobreza misma del poblado la retrasó mucho
tiempo, aunque levantaron un gran jacalón como capilla. En este
lugar se suscitó una verdadera masacre perpetrada por las fuerzas
militares. Ese pasaje se cuenta así:
“En Semana Mayor de 1750, siendo virrey D. Francisco Güemes
y Horcacitas, Conde de Revillagigedo, hubo un motín en esta ca-
becera que fue sofocado por los soldados españoles que mandaba
el capitán Antonio García. Como día religioso, los indígenas se
dirigían a la Ermita que entonces existía con el nombre de Santa
Rosa y el capitán con anticipación había municionado la tropa y
dispuesto sus columnas para el ataque. Al salir la gente de la igle-
sia, sin armas de ninguna especie, puesto que salían de un templo
a donde habían ido a hacer sus oraciones, el capitán que quiso
distinguirse, suponiendo que la gente lo atacaría, comenzó a ha-
cerles fuego con su tropa. Los indígenas emprendieron la fuga y la
tropa los siguió hasta sus casas. Hubo muchos muertos indígenas
y ninguno de los soldados porque no tenían enemigo. Concluida
la función de armas la tropa se entregó al saqueo.”64
El satisfecho capitán García, de 38 años de edad, se mesó la
rubia barba y el espeso bigote. Había puesto en práctica su expe-
riencia militar adquirida en las campañas de Cerdeña y Flandes,
lo cual era común en esos tiempos de salvajismo y terror. Muchas
fueron las represiones sangrientas, tantas que es difícil enumerar-
León Medel y Alvarado, Historia de San Andrés, p. 97.
64
94 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

las. Se recuerda la masacre contra el pueblo maya en tiempos de


la conquista, o los crímenes cometidos por Cortés en los templos
de Cholula y el Templo Mayor azteca o en la época de la colonia
en el pueblo de Cisteil, donde Jacinto Canek encabezó una rebe-
lión en Yucatán. Pero no perdamos el tiempo en evocaciones.
Cuando en 1762 la Guerra de los Siete Años produjo la primera
amenaza real de invasión a la Nueva España, el virrey, Joaquín de
Monserrat y Ciurana, marqués de Cruillas, encontró dificultades
excepcionales para crear la defensa más rudimentaria. Aunque La
Habana había caído en manos británicas y Veracruz había queda-
do expuesto a un ataque, a la población le preocupaba poco que
la Nueva España pudiera ser el siguiente objetivo. Los milicianos
reclutados en Alvarado y a lo largo de la costa pidieron ser libe-
rados del servicio activo para sembrar sus milpas de maíz. Como
de todos modos no poseían armas, no veían la razón para estar
en servicio activo. El virrey tuvo menos éxito cuando ordenó que
600 indios de los distritos de Cosamaloapan, Tuztla y Acayucan se
dirigieran rápidamente a Veracruz con machetes e instrumentos
de hierro para ayudar a reparar las fortificaciones y extender las
dunas de arena. Los patrones locales se opusieron a cualquier es-
fuerzo por despojarlos de sus jornaleros indios y los codiciosos “jus-
ticias” le negaron su apoyo al gobierno. Un alcalde mayor declaró
que habían perdido las órdenes virreinales, lo cual significaba que
otros funcionarios de su jurisdicción no habían recibido el aviso.
Se emprendió una colecta de armas, pero tampoco resultó porque
solamente se reunió siete pistolas oxidadas, cuatro escopetas des-
compuestas y cuatro espadas.65
En 1763 el cultivo de la caña había decaído y el trapiche de El
Uvero perdió presencia económica. Esta época agrícola estaba do-
minada por el cultivo del algodón y posteriormente el de tabaco,
cuyos productos son reconocidos actualmente en todo el mundo
por su calidad.
La Iglesia urgía a los sacerdotes a que casaran a los indios a
más tardar a la edad de 18 años, porque de esa manera se tenía
más recaudo fiscal y se permitía que con una alta tasa de na-
talidad no escaseara la mano de obra. Era 1770 y el clero tenía
sin duda un enorme poder político, y se exigía que los indios
“hayan de labrar una milpa o sementera y en ellas siembren las
semillas anuales, para que sus cosechas y sus productos tengan
Christon I. Archer, El ejército en el México borbónico, FCE, México, 1983, pp. 24 y 25.
65
Breve historia de Santiago Tuxtla 95

que mantener el culto y ornato de la iglesia y los demás gastos


necesarios.”66
En 1807 España fue invadida por Napoleón y el clima político
se enturbió; se supo de la cobarde abdicación del rey Carlos IV a
favor de su hijo Fernando, pero ambos entregaron dos años des-
pués el trono de España e Indias a José Bonaparte, hermano del
corso. Rendidos sin orgullo y sin dignidad, la cabeza del imperio
rodó por los suelos. La oportunidad de sacudirse del yugo español
se presentó para los criollos, quienes buscaban por todos los cami-
nos quedarse con la mayor parte de las ganancias producto de la
explotación india, e Hidalgo dio el grito de independencia en la
ciudad de Dolores.
En la Nueva España las reformas borbónicas modernizaban
áreas de la economía que mostraban las contradicciones con la
metrópoli y creaban las condiciones necesarias para la indepen-
dencia. En los años precedentes se introdujeron en el virreinato,
junto con la moda afrancesada, la física experimental y nuevas
orientaciones metodológicas, las ideas filosóficas de la ilustración
en las obras de Rousseau, Voltaire y Diderot, las cuales fueron di-
vulgadas a pesar de la censura de la inquisición, que las conside-
raba “ideas heréticas y sediciosas”.
Al estallar el movimiento insurgente de 1810 en muchas partes
de Veracruz aparecieron pequeños grupos revolucionarios. Uno de
los primeros lo encabezaron los jóvenes Evaristo Molina y Cayeta-
no Pérez, prontamente sorprendidos y fusilados. La insurrección
creció con el tiempo, y otros caudillos lucharon por la indepen-
dencia desde estas tierras costeras: Morelos, batiéndose en Monte
Grande, El Ingenio, Acutzingo y el Cerro del Borrego hasta tomar
Orizaba el 29 de octubre de 1812; en estas acciones participaron
los hermanos Galeana y Vicente Guerrero; Nicolás Bravo luchó en
Alvarado, Puente Nacional, Coscomatepec (ahora Coscomatepec
de Bravo), Córdoba y El Palmar (1812 y 1813); el cura Matamoros,
en los límites de Veracruz con Puebla (1812); Manuel de Mier y
Terán, en Huatusco y Playa Vicente (1812 y 1813); López Rayón,
en Omealca (1814); Barcena combatió en Córdoba (1812) y Gua-
dalupe Victoria en Puente Nacional, Nautla, Huatusco, Naolinco
(de Victoria desde 1812 hasta 1821). En Santiago Tuxtla hubo fuer-
zas militares que cuidaron el orden imperial, aunque la zona, por
su agreste geografía y abundante vegetación, sirvió de refugio a
León Medel y Alvarado, op. cit., p. 110.
66
96 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

un sinnúmero de guerrilleros que combatían cerca del único puer-


to exportador, y por eso el punto más importante a controlar por
todas las fuerzas en lucha; seguramente participaron los grandes
latifundistas, colonos, medieros y encomenderos contra la inde-
pendencia a favor de las fuerzas reales, aunque la revuelta de los
peones y campesinos explotados produjo muchos brotes guerrille-
ros que paralizaron el comercio que realizaban los arrieros al con-
vertirse en salteadores de caminos.
Al calor de la revuelta independentista, en 1811 desapareció el
marquesado. La mayoría de los propietarios que tenían sus lugares
de veraniego y descanso en Santiago Tuxtla no volvieron a apa-
recerse en ellos. De hecho, muchos propietarios se apersonaban
ocasionalmente por estos sitios y sólo recibían las cotidianas en-
tregas de la riqueza acumulada por sus administradores. El último
marqués del Valle de Oaxaca, entre cuyas villas destacaba la de
Santiago Tuxtla, fue Diego María Pignatelli de Aragón y Carrillo
de Mendoza y Cortés. Le antecedieron Héctor María, Andrés Fabri-
cio, Diego, Juana y Andrés Pignatelli, además de Juana de Aragón
Carrillo de Mendoza y Cortés, duquesa de Monteleone y Grande de
España. Destronados los marqueses, los criollos sintieron que era
el momento de servirse con la cuchara grande y, en esos tiempos
de zozobra institucional, despojaron con renovado brío a los indios
de las enormes extensiones de tierra que se habían salvado de la
voracidad de los gachupines.
INDEPENDENCIA Y DESPOJO
Santiago Tuztla seguía siendo cabecera importante de toda la
región. En esos tiempos tenía un vecino: San Andrés Tzacoalco,
lugar que posteriormente tomaría para sí también el Tuztla. De
esta época hay un mapa elaborado por Bernardo García Martínez,
del Colegio de México, donde se anota las siguientes poblaciones
y rancherías de la jurisdicción de Tuztla y Cotaxtla hasta 1811:
Acpango, Arroyo de Cañas, Arroyo Largo, Ayoximapa, Bebedero,
Alonso Lázaro, Capilla Alta, Chacalapa, Cruz de Vidaña, Boca de
San Miguel, El Vigía, Juan Roque, Espinal, Teponaguasapa, Capi-
lla Alta, Acatemaxco, Cerro Colorado, Olapa, El Mesón (hoy Ángel
R. Cabada), Guajilote, Mono Blanco, Hueyapan, La Lima, El Burro
(hoy Rodríguez Clara), La Ceiba, Las Ánimas, Otapa, Guayopa,
Zara, Totoltepec, Tlapacoya, Siguipilango, Tepeaca, Tetenca, San
Diego, Piedra Hincada, Saltabarranca, Potrerillo, San Andrés Co-
taxtla, San Andrés Tzacoalco (hoy San Andrés Tuxtla), San Simón,
San Juan Rinconada, Sanatepec, Apasapa, Zapotitlán, Tecomate,
Tlapacoyan, Mono Prieto, Olapilla, Mazacapa, Tres Zapotes, Ix-
calpa, El Naranjal (hoy Lerdo de Tejada), Tecolapa, Tulapilla e In-
genio Viejo.
Estos datos son importantes porque algunos historiadores sa-
nandrescanos, en afán de destacar su pasado, anotan siempre que
se le decía San Andrés Tuxtla desde el siglo XV, lo cual evidente-
mente es un error, que en el mejor de los casos sólo quiere darle
mejor horizonte histórico a este lugar. Fue en el siglo XIX cuando
San Andrés dejó su apellido paterno, Tzacoalco, para adoptar el
de Tuxtla, que tenía por historia Santiago. Esto parecería una cosa
menor, pero tenía raíces económicas y políticas. Santiago encon-
traba su nadir mientras San Andrés caminaba hacia su cenit. La
polémica terminó distanciando a los dos pueblos hasta la fecha.
San Andrés ostentó como propio el Tuxtla, con su desarrollo favo-

97
98 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

recido por los comerciantes de Tlacotalpan que tenían sus bodegas


de mercaderías en este lugar, pues ostentaba gran importancia por
su posición estratégica en las rutas pluviales del comercio español.
Lo que sucedió era previsible, al final ganó San Andrés esta dispu-
ta por la hegemonía política y económica de la zona tuxteca y se
quedó con la cabecera municipal en esos tiempos confusos, llenos
de tribulaciones, guerras, expulsiones, conspiraciones y masacres.
La Constitución de 1812 ordenaba a todos los pueblos de la mo-
narquía establecer escuelas de primeras letras, aunque la educa-
ción no fue el fuerte para los pobladores pobres de Tuxtla, quienes
eran sometidos a rigurosas jornadas de sol a sol, cárcel y servidum-
bre. La mayoría llegaba a este mundo para vivir y morir en las
nacientes haciendas y ranchos, claro, con la prohibición absoluta
de montar a caballo, sin otro sarape que el sol o un jacal de caña
de zongón, una dieta de frijoles, tortillas y chiles, y peor les iba si
no estaban bajo la sombra explotadora de un patrón, ya que no
tenían garantía del diario sustento y vagaban de aquí para allá,
entre tristezas diarias y los festejos de los santos patronos en los
cuales solamente con la embriaguez olvidaban su lamentable con-
dición de miseria.
El vacío formado al derrumbarse las viejas estructuras y no exis-
tir en forma definida las nuevas fue rápidamente ocupado por la
masonería. Estas sociedades semiclandestinas habían repuntado
en 1813, justo al llegar a México las fuerzas militares españolas
para aplacar la rebelión contra el dominio colonial. Introdujeron
el Rito Escocés y establecieron las primeras logias. Antes de con-
vertirse en una verdadera agencia de colocaciones y empleo, eran
exclusivas para españoles y mexicanos de linaje noble que se ad-
herían a la causa española. El Rito de York o Americano se intro-
dujo en México en 1816, cuando la Gran Logia de Luisiana otorgó
patente a la Logia “Amigos Reunidos No. 8”, en Veracruz, y, en
1817, a “Reunida La Virtud No. 9”, en Campeche.67
El rey Fernando VII, obligado por una revolución liberal, reco-
noció en 1820 la Constitución de Cádiz, con lo cual cayó el sistema
absolutista que quiso imponer desde 1814. Con este hecho aconte-
cido en la mal llamada madre patria la independencia de México
era cuestión de tiempo.
El coronel Antonio López de Santa Anna, con su batallón de
“guajiros”, salió de Veracruz y expulsó a los insurgentes de Oriza-
Josefina Zoraida Vázquez, La patria independiente, México, 1984, p. 12.
67
Breve historia de Santiago Tuxtla 99

ba, pero el 29 de marzo de 1821, con la habilidad y el gran olfato


de oportunista político que lo caracterizó, abandonó las fuerzas
reales y se subordinó con toda su tropa al comandante insurgente
José Joaquín de Herrera, pronunciándose a favor de la indepen-
dencia. Con este hecho se sumó al Ejército Trigarante (religión,
independencia y unión). Ya con su nueva vestimenta libertaria,
combatió y dio muerte, en mayo, en la ciudad de Córdoba, al jefe
realista Francisco Hevia.
El 30 de julio llegó a Veracruz, procedente de La Habana, el vi-
rrey Juan O’Donojú, a bordo del navío Asia, y encontró a todas las
provincias desafiantes y levantadas en armas contra el imperio.
Después de contradictorias proclamas y prácticamente secuestra-
do, se reunió en el hotel Zevallos de la ciudad de Córdova, Vera-
cruz, con Agustín de Iturbide y, en una humilde mesa, que toda-
vía se conserva en los museos, firmaron los Tratados de Córdova,
los cuales no fueron otra cosa sino una especie de ratificación de
los Tratados de Iguala. Ya con su acta de nacimiento histórica, se
proclamó la independencia. Fueron integrados criterios de la gran
diversidad de fuerzas desatadas por la nueva situación de libertad
y con ello se abrió la opción de iniciar un gobierno sin vasallaje
español.
Pero no todos los beneficiados por el imperio estaban dispuestos
a aceptar los acuerdos firmados por el último de los virreyes, y se
prepararon para continuar, así fuera por la fuerza de las armas,
el control político y económico de la nación mexicana. El gober-
nador de Veracruz, José Dávila, el director de ingenieros, Francisco
Lemaur, y el comandante del Asia, Primo de Rivera, dinamitaron
los principales baluartes y se atrincheraron en San Juan de Ulúa
como fuerzas leales a la corona española. Manuel Rincón asumió
entonces el gobierno independiente del estado. Estos coletazos del
imperio que se negaba a morir no impidieron que el 27 de sep-
tiembre Agustín de Iturbide hiciera su entrada solemne a la Ciu-
dad de México, donde hizo su exhorto “a que olvidéis las palabras
alarmantes y de exterminio y sólo pronunciéis unión y amistad
íntima”, subrayando: “ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros
toca señalar el de ser felices”. Buscaba entonces arreglar la rebe-
lión de españoles de manera pacífica y realizó un intercambio
epistolar con el gobernador Dávila, quien había desertado y que
mantenía a más de 2,000 soldados en pie de guerra en el fuerte de
Ulúa. Por esos tiempos, vale recordarlo, Veracruz estaba poblado
100 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

en dos terceras partes por familias españolas. Iturbide les pidió que
se rindieran porque el imperio había muerto y Dávila le solicitó en
respuesta que se uniera a la lucha a favor de éste porque estaba
rodeado de traidores que lo hundirían en la primera oportunidad.
Una tensa paz reinaba en el puerto jarocho. Muchas poblaciones
permanecían fieles a la corona española, y es muy posible que en-
tre ellas se encontrara Santiago Tuztla, por la saña con que fue tra-
tada después por los gobiernos independientes. Se habla de varios
intentos de insubordinación. Con cualquier pretexto se quemaba
poblados enteros acusados de realistas.
Muchos de los principales actores de estas revueltas eran ma-
sones que aprovecharon las logias para reunirse más libremente,
convertirse en verdaderos factores de poder y, en el ambiente inde-
pendentista, cortaron el cordón umbilical que los unía a España
para empezar a formar sus propias logias. Una de ellas fue dirigida
por el general Nicolás Bravo. Con estos apoyos de alto rango, en
los cuales se priorizaba el número más que la calidad de los inte-
grantes, el Rito Escocés creció más que el de York a lo largo y ancho
del país.68
En la capital del país naciente, el libertador de México, envuelto
por las redes del poder, ensoberbecido por el séquito de seguidores
que lo elogiaban, impulsado por grupos de poder eclesiástico, se
tomó en serio las sugerencias de los que le susurraban al oído que
sólo él podía salvar al país del desorden y el 21 de junio de 1822
Iturbide I fue coronado como emperador. La Iglesia y los criollos
elogiaron al “padre universal en el hemisferio estrellado y zona de
los más bravos adalides”.
En Veracruz Santa Anna manifestó su apoyo al naciente impe-
rio mexicano y consiguió sustituir a Manuel Rincón como gober-
nador de la provincia. Una de las primeras acciones del “seductor
de la patria” fue lograr acuerdos con los españoles alzados que
seguían fieles a la corona española en el castillo de Ulúa y que re-
presentaban el último eslabón al pasado colonial. Primero intentó
comprar y seducir a la guarnición española, pero después ejecutó
un plan para entregar la ciudad a las fuerzas españolas que de
común acuerdo debían desembarcar en varios puntos. Santa Anna
disfrazó a parte del ejército con el uniforme español e informó a los
independentistas que su plan era realmente engañar a las fuerzas
de los colonialistas y atraparlas en tierra continental.
Libro sobre los masones, México 1990, editorial Luna Nueva.
68
Breve historia de Santiago Tuxtla 101

Inesperadamente, José Antonio Echávarri llegó a Veracruz, en-


viado por Iturbide para sustituir a Santa Anna en el mando del
puerto. Éste, quien sabía de un ataque español, prácticamente en-
tregó a Echávarri a un grupo de peninsulares que tomaron esa no-
che el baluarte de Concepción, pero corrió con suerte y fue resca-
tado en un acto suicida de su escolta, que atacó al toque de clarín
“a degüello”. Los españoles que intentaron retomar el control del
puerto fueron vencidos y quienes no murieron o no fueron toma-
dos prisioneros regresaron a su fortaleza, desde donde iniciaron
un fuerte bombardeo de artillería sobre la población de Veracruz.
Por estas escaramuzas que militarmente no significaron mucho,
pero que al ocurrir en esos momentos de luchas independentistas
tenían un alto valor simbólico, el emperador Iturbide premió y
ascendió a todos los participantes.
Sin embargo, el objetivo de destituir del poder a Santa Anna por
su archienemigo Echávarri no se había cumplido. El 31 de octubre
de 1822 el emperador viajó a Jalapa, supuestamente para arreglar
personalmente la rebelión española, pero solamente dio instruc-
ciones y nombró responsables en caso de otro enfrentamiento con
los alzados, mientras ordenaba a Santa Anna que lo acompañara
a la Ciudad de México. Éste se dio cuenta de los movimientos en
su contra y le dijo que sí al emperador, pero que iba a preparar sus
maletas. En el trayecto inventó una enfermedad a la hora de la
partida y se quedó en Veracruz. El 1 de diciembre, al regresar Itur-
bide a la capital, Santa Anna se colocó frente a la guarnición de la
plaza, desconoció al imperio y emprendió su lucha por un régimen
republicano, entre vivas, hurras festivos, repiques de campanas y
hasta el apoyo de los españoles del Castillo de San Juan de Ulúa.
Militarmente, sin embargo, las cosas no pintaban bien para
Santa Anna, pues fue derrotado en Jalapa, San José y Alvarado.
Para darle la puntilla, Iturbide mandó a José Antonio Echávarri a
que lo aplastara sin piedad. Más de 3,000 soldados establecieron
su cuartel en Casa Mata, o sea en el depósito de pólvora. Sitiaron
la plaza, pero Santa Anna pidió auxilio a los españoles fieles a la
corona que sostenían sus fuerzas en el castillo de Ulúa, con lo que
evitó una humillante derrota. Pasado un tiempo Echávarri recibió
instrucciones del partido escocés para que dejara de combatir; hizo
alianzas con Santa Anna y entonces se lanzó el plan de Casa Mata
a favor de la república.69
Enrique Cárdenas de la Peña, Historia de Veracruz, p. 52.
69
102 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Fue el ocaso de Iturbide. El caos desatado lo obligó a tener un


reinado efímero y en enero de 1823 no pudo resistir los embates
rebeldes que desde Veracruz encabezaba Santa Anna, quien sumó
para su causa a más generales imperialistas como Miguel Barra-
gán. Sin tener el control de la situación, Iturbide I abdicó el 19 de
marzo y en dos meses, el 11 de mayo, fue deportado en la fragata
inglesa Rawlings.
Un triunvirato tomó el poder, Nicolás Bravo, Pedro Celestino
Negrete y José Miguel Ramón Auducto Fernández y Félix (mejor
conocido como Guadalupe Victoria, quien tuvo en todas las regio-
nes de Veracruz activas a sus fuerzas guerrilleras). Eran momen-
tos difíciles para una nación naciente que no recibía el reconoci-
miento de ningún país ni del Vaticano no obstante su tradicional
catolicismo. Entre el olor a pólvora y muertos, el 2 de diciembre
se proclamó la República. Poco tiempo después Iturbide intentó re-
gresar a México para restaurar su imperio y, al pretender retomar
el trono, fue apresado y pasado por las armas.
Las fuerzas españolas resistían en Ulúa, donde ondeaba su ban-
dera y cuya capacidad de fuego, de sobra conocida, provocaba
zozobra entre la población. Volvieron los roces militares con los
españoles que ocupaban el castillo y el 25 de septiembre una llu-
via de municiones cayó otra vez en la ciudad portuaria. En todo
el conflicto sumarían 50,000 proyectiles, 14,000 balas de cañón,
3,000 bombas e incontables granadas. La población huyó hacia
Alvarado, Jalapa, Orizaba o cualquier lugar donde se pudiera es-
tar a salvo. En todos los meses que duró el enfrentamiento todo fue
reducido a ruinas.
Fue en ese mismo 1823 cuando Nueva York autorizó las logias
“Triunfo de la Libertad No. 363”, en Veracruz, y en 1824 Pennsyl-
vania constituyó “Hermanos Legítimos de la Luz de Papaloapan
No. 191”, en Alvarado.
Todo este recuento histórico nacional y estatal es importante
para descifrar los siguientes acontecimientos que provocaron gran
daño a Santiago Tuxtla. Por eso se pide la comprensión de los lec-
tores, que a estas alturas pensarán que se ha desviado el objetivo
principal de conocer la microhistoria tuxteca y se les entrega un
paquete resumido de los acontecimientos más generales. Pero, tan
duro fue el golpe asestado a la real villa de Santiago Tuxtla, que
sobradamente comprenderán las razones de haber expuesto, qui-
zá muy brevemente, los acontecimientos históricos.
Breve historia de Santiago Tuxtla 103

El 29 de junio de 1824 Miguel Barragán fue designado como co-


mandante general de Veracruz. Él era una especie de dictadorzuelo
de cara delgada, largas patillas y copete de caricatura que había
nacido en Valle del Maíz, San Luis Potosí, y quien por el cargo os-
tentado fue el responsable de que a Santiago Tuxtla se le humilla-
ra. Entre lo que se recuerda, una de las primeras acciones de este
comandante fue tomar posiciones en la Isla de Sacrificios, desde
donde se inició otro bloqueo a la fortaleza española del castillo
de Ulúa. Pero, debido a su falta de pericia, en menos de 24 horas
provocó en el lugar una rebelión a favor de España. Barragán se
enteró de los desmanes mientras disfrutaba, con copas y bocadi-
llos, una comedia de aficionados en un teatro del puerto. Para su
fortuna, el motín fue sofocado y continuó el bloqueo, o simple vi-
gilancia, a la fortaleza española.
En 1824 se promulgó la Constitución Política de los Estados Uni-
dos Mexicanos y al año siguiente la primera Constitución de Vera-
cruz. Los diputados a ese primer Congreso Constituyente de 1824,
en Veracruz, fueron, como propietarios: Sebastián Camacho, Fran-
cisco Quintero, coronel Francisco Hernández, Pedro José Echeverría
y Migoni, coronel Luis Ruiz, José María Fuentes y Cardeña, teniente
coronel Diego María Alcalde, coronel Tomás Illanes, teniente coro-
nel retirado Andrés Jáuregui, Miguel María de la Esquina, Francis-
co Cueto, Manuel Royo, licenciado Rafael Argüelles, doctor Fran-
cisco Cantarines, Antonio Martínez de Xalapa; y como suplentes
fungieron Manuel Gutiérrez, Juan Francisco Bárcena, José Miguel
Arias, licenciado José Miguel Sánchez Oropeza, Manuel María Pé-
rez, Bernardo Herrera. La sede del Congreso Constituyente fue “la
sala capitular del ayuntamiento de la plaza xalapeña”.
Consumada la independencia, Veracruz desapareció como in-
tendencia, última división política que rigió en la Nueva España
desde 1787. En razón de los sucesos turbulentos que caracterizaron
los primeros años de vida independiente del país, se acordó llevar
los poderes de la capital del estado de Veracruz a Xalapa el 21
de enero de 1824 (en ese tiempo residieron en esta ciudad hasta
1826), estableciéndose en el Convento de San Francisco, en parte
de lo que actualmente es el Parque “Juárez”.
Veracruz se erigió en estado libre y soberano por la Constitución
Federal del 31 de enero de 1824 y empezaron las pugnas por el po-
der en cada una de las regiones. Santiago había sido un lugar de
importancia comercial en la época de la colonia. Muchos españo-
104 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

les vivían ahí por los grandes negocios que realizaban. Y el primer
gran aire antihispánico, después de tantos años de opresión, se
convirtió en un rabioso huracán chauvinista, una histeria social
que buscaba acabar con todos los explotadores, desatando una ola
de persecuciones y expulsiones. El mismo repudio era manifiesto
contra la Iglesia y los curas por todos los excesos que cometían.
El 28 de enero de 1825 el brigadier de los ejércitos reales José
Coppinguer relevó a Francisco Lemaur como gobernador de Ulúa,
la resistencia de los colonizadores contra la república. Hubo deser-
ciones y cientos de enfermos por escorbuto y otras epidemias. Las
provisiones escaseaban por el abandono en que se encontraban
por parte de sus aliados españoles más que por el sitio al cual es-
taban sometidos.
Pese a todo este enfrentamiento, el 3 de julio de 1825 se pro-
mulgó la Constitución Política local de Veracruz. Los ataques a los
españoles que ocupaban Ulúa continuaban y Barragán enfermó
en septiembre. Lo suplió Manuel Rincón, quien logró acosar el 5 de
octubre de 1825 a un convoy de cuatro buques con víveres y armas
provenientes de La Habana. Era el principio del fin para los leales
a la corona. Estaban postrados y no tendrían otra opción que ren-
dirse. El 21 de octubre, después de entregar a 300 enfermos, se re-
tiraron. Ya recuperado, Barragán tomó posesión de la fortaleza al
mando de 732 hombres. Se izó la bandera nacional y fue saludada
por una triple salva de artillería.
Terminó el dominio español en forma definitiva, mientras Gua-
dalupe Victoria asumía como primer presidente electo. Posterior-
mente hubo aventuras de reconquista alimentadas por los penin-
sulares, como la intentada por el brigadier Isidro Barradas cuatro
años después, que fracasó al desarticularse un plan en el cual va-
rias provincias participarían en un levantamiento nacional a fa-
vor de España. Se supone que un polo de desarrollo creado y explo-
tado por los españoles como Tuxtla debió participar activamente
en apoyo y defensa de las fuerzas promonárquicas.
En ese entonces la república estaba constituida por 19 estados
y cuatro territorios. En Veracruz existían cinco departamentos, y
Tuxtla como partido formaba parte del de Acayucan. Después fue-
ron siete distritos subdivididos en 11 partidos, uno de los cuales
otra vez recayó en Tuxtla por su importancia regional. Por esas
fechas fueron erigidos los cantones como división territorial. San-
tiago Tuxtla era cabecera de uno.
Breve historia de Santiago Tuxtla 105

Los cambios de división y sistemas de gobierno provocaron des-


orden. La inestabilidad había desquiciado a la sociedad, engen-
drando ambiciones y odios. Por esas fechas los mexicanos empeza-
ban a disfrutar las tradicionales festividades del 16 de septiembre,
que desde entonces son utilizadas por los gobiernos en turno para
sus discursos patrioteros, música, vivas a los héroes nacionales y
mucha pirotecnia.
Deseando reformar la masonería, 36 maestros celebraron una
reunión con el fin de organizar logias bajo el Rito de York, como
protesta contra la participación en política de los demás cuerpos
en esa época. Una comisión de este cuerpo visitó al embajador de
Estados Unidos, Joel R. Poinsett, quien eventualmente obtuvo pa-
tentes de Nueva York para cinco logias: “Rosa Mexicana”, “Fede-
ralista” e “Independencia” en 1825, así como “Tolerancia No. 450”
y “Luz Mexicana No. 451” en 1826. Las logias se constituyeron y
los oficiales fueron instalados por el embajador gringo. Éstas for-
maron entonces “La Gran Logia Nacional Mexicana”, con Ignacio
Esteva como gran maestro, quedando constituida y debidamente
instalada en 1825. Entre los miembros había muchos generales,
coroneles y demás oficiales del ejército, así como senadores, con-
gresistas, clérigos, empleados del gobierno y comerciantes.
Cuando el coronel Montaño se levantó en armas exigiendo se
expulsara al ministro Joel R. Poinsett, y que fuesen abolidas las
sociedades secretas, Miguel Barragán se unió a esta rebelión, segu-
ramente como miembro de la logia escocesa, por lo cual fue hecho
prisionero y juzgado, aunque los generales Guadalupe Victoria
y Vicente Guerrero, como parte de la misma logia, intervinieron
para que sólo se le aplicara un destierro temporal, que cumplió en
el Ecuador. Los miembros del Rito Escocés también actuaban para
incrementar su membresía, temerosos de las tendencias liberales
del liderazgo del Rito de York. Por lo tanto, apareció una fuerte
oposición entre los dos ritos.
Los miembros del Rito Escocés celebraban a la Virgen del Pi-
lar y Santiago de Compostela, mientras que los del Rito de York
hacían demostraciones en honor de la Virgen de Guadalupe. Los
púlpitos eran utilizados para lanzar insultos entre los dos cuerpos
por el clero, y en las calles de la capital era común ver procesiones
masónicas-católicas en las que los mandiles y estandartes de las
logias se codeaban con cirios, portacirios procesionales, crucifijos
e incensarios.
106 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Las logias eran solamente parte de todo este coctel que los sen-
deros históricos habían preparado para México. Como resultado
de las luchas internas, eran notables el zigzagueo, los avatares,
la inestabilidad; por consiguiente, la ley fue tan voluble como la
época y con decisiones encontradas en las etapas del tránsito de la
nación. Era, en resumen, una ley trashumante, itinerante, que lo
mismo envileció o enriqueció al estado y que causó más molestias
y pesadumbres que beneficios a Santiago Tuxtla.
La Constitución de 1825, la primera del estado, dividía al Con-
greso local en dos cámaras, una de diputados y otra de senadores,
y la Legislatura duraba dos años en su encargo, pudiendo ser re-
electo alguno o algunos de sus miembros si la junta electoral, por
mayoría de las dos terceras partes de sus miembros, lo decidía.
El 3 de junio de 1825 el pleno de la Cámara de Diputados decla-
ró en Jalapa la promulgación del estado de Veracruz con apenas
tres artículos constitucionales, los cuales, según se anotaba en los
documentos oficiales, eran el 5º de la Independencia, el 4º de la
Libertad y el 2º de haberse constituido la Federación:
“Artículo primero. El Estado de Veracruz es parte integrante de
la Federación Mexicana.
“Artículo segundo. Es libre y soberano para su administración y
gobierno interior.
“Artículo tercero. Su territorio se compone de los antiguos Par-
tidos de Acayucan, Córdova, Cosamaloapan, Jalancingo, Jalapa,
Misantla, Orizaba, Papantla, Tampico, Veracruz y Tuxtla.”
Una ley constitucional arreglará y fijará los límites y la divi-
sión.
Hasta aquí la Constitución que sirvió como anclaje de unidad
estatal, y es destacable que Tuxtla se mostrara como uno de los
11 partidos fuertes del estado. Vale la pena citar los nombres de
quienes respaldaron a Santiago Tuxtla, porque ninguno de ellos
participó un año después en el despojo de la cabecera: el presiden-
te del Congreso, José de la Fuente; el vicepresidente del Congreso,
José Andrés de la Jáuregui; secretarios, Sebastián Camacho, Luis
Ruiz, Rafael Argüelles, Manuel Toro Rojo, Manuel Jiménez, Fran-
cisco Cueto, José Antonio Martínez, Diego María Alcalde. El dipu-
tado senador presidente, Francisco Bárcenas. El diputado senador
secretario, Pedro José Echeverría.
En este ambiente de choque entre quienes empujaban a una
patria naciente y los que añoraban y conspiraban por el retorno de
Breve historia de Santiago Tuxtla 107

la corona española, en estas confusas circunstancias políticas, en


este río revuelto, sucedió algo aún no explicado a profundidad que
afectó gravemente el desarrollo local, al despojar a Santiago Tuxt-
la de su derecho de continuar como corazón político y económico,
que había tenido siempre en la historia regional desde siglos atrás
y que durante toda la colonia sostuvo hasta que llegó la indepen-
dencia, cuando unos malos hijos de Santiago, los sanandrescanos,
con artimañas militares y presiones políticas, se robaron la cabe-
cera de cantón al dar un albazo en el Congreso. Consumada la in-
dependencia, esta villa continuó siendo cabecera de cantón hasta
el 21 de enero de 1826, cuando por decreto del Congreso del Estado
le fue quitado y trasladado al entonces pueblo de San Andrés y se
puso también el “apellido” Tuxtla para, de manera oficial (antes
lo usó solamente como costumbre), robarse su historia.
El documento dice: “Decreto 6. Manuel Montes Argüelles, vice-
gobernador del Estado de Veracruz a sus habitantes, sabed:
“Que el Estado Libre y Soberano de Veracruz reunido en Congre-
so decreta:
“ÚNICO. El pueblo de San Andrés será la cabecera del Cantón
del mismo nombre. El gobernador del estado dispondrá se publi-
que, circule, observe. Dado en Jalapa, a 12 de enero de 1825. Ma-
nuel María Carvajal, presidente de la Cámara de Diputados, José
Antonio Sartré, presidente de la Cámara de Senadores, José María
Moreno, diputado secretario, José Joaquín Coronel, senador secre-
tario. Mando se publique y observe, Manuel Montes Argüelles (rú-
brica).”
El golpe a Santiago se dio de manera artera y en el Congreso,
reunido expresamente para agredir a los tuxtlecos, se decía: “…el
pueblo de San Andrés será cabecera de Cantón del mismo nom-
bre”, es decir, Santiago Tuxtla ni siquiera fue destituido, sino que
encima de toda ley simplemente se consideró que la antigua villa
no ocuparía más su lugar en la historia por un golpe de mano que
ejecutaron sus enemigos. De golpe y porrazo, un pueblo lleno de
señorío quedó convertido en un apéndice de San Andrés y, lo peor
de todo, nadie sabía el motivo, nadie se interesaba por explicar-
lo. El anuncio cayó como un cubetazo de agua helada sobre el
orgulloso pueblo, crisol de olmecas, indios, españoles, mestizos y
esclavos negros.
Pero faltaba más. El 25 de febrero se autorizó el traslado del Juz-
gado de Letras del Partido de Tuxtla al pueblo de San Andrés, con
108 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

un documento sin firmas del Congreso estatal, que aparece redac-


tado como una misiva al gobernador de Veracruz de la siguiente
manera: “Excmo. Señor: Impuesto el Honorable Congreso del Esta-
do, de cuanto expone a V. E. El juez de Primera Instancia del Parti-
do de Santiago Tuxtla, C. Manuel Antonio de la Cabada, sobre los
inconvenientes que el pueblo cabecera tiene para la permanencia y
despacho de negocios que es a su cargo, al paso de que en el de San
Andrés se presentan las mayores ventajas para uno y otro, se ha
servido acordar: que por ahora, se establezca el referido juzgado en
el citado pueblo de San Andrés. Y lo decimos a V. E. En contestación
a su oficio de fecha 5 de este mes, relativo a este asunto.”
Los diputados apoyaron con peregrinos argumentos al senador
Manuel Antonio de la Cabada, quien, como era natural de San
Andrés, alegaba enfermedad diciendo que le costaba mucho tra-
bajo desplazarse por el camino real de Santiago a San Andrés. Es
sabido que el personaje despachaba desde éste porque su esposa,
originaria de ese lugar, iba a dar a luz y no podía transportarla,
por lo que se llevó, poco a poquito, todos los sellos y documentos
hasta cambiar la cabecera de cantón de los Tuxtla de manera ofi-
cial, cuando en complicidad con varios enemigos de Santiago ya
lo había realizado de hecho. Lo de su enfermedad pudo ser cierto,
porque se le exoneró de su cargo de senador el 22 de abril, y su
cuarto suplente, Antonio Cabo, asumió el cargo, pero no se duda
acerca de su participación en un complot contra Santiago.
No obstante la inmediata protesta de los lugareños mediante
una misiva al gobernador en febrero, el Congreso del Estado discu-
tió el asunto, con el afán de darle largas y que los bochornosos he-
chos quedaran consumados, hasta el 2 de junio de 1826, cuando
por supuesto negó al Ayuntamiento de Santiago Tuxtla la solicitud
de seguir siendo considerada cabecera de cantón. Así quedó consu-
mado el traslado de la Jefatura Política.
Los legisladores dijeron escuetamente: “No son bastantes las
razones alegadas por el Ayuntamiento de Santiago Tuxtla, para
revocar el decreto que manda establecer en San Andrés, las auto-
ridades del Cantón.”
Seguramente fueron causas más profundas que se debe buscar
en la falta de capacidad de los liderazgos políticos de Santiago, su
posible postura a favor de España, a la que estaba tan ligada por
su exitoso comercio azucarero, lo cual provocó que este histórico
lugar dejara de ser la cabecera de cantón. Esos momentos de co-
Breve historia de Santiago Tuxtla 109

yuntura fomentados por la creación del estado de Veracruz como


parte integrante de la federación fueron aprovechados.
En estos lapsos duros “parece ser digno de mencionar que los
primeros habitantes de San Andrés fueron hijos de esta villa, así
como los primeros hijos de la hoy ciudad de Tlacotalpan fueron
hijos de Tuxtla quienes se ocuparon de la pesca y llevaron el nom-
bre de la República de los Indios.”70 Por el hecho de que Santiago
fuera villa desde hacía tres siglos, le correspondía la cabecera de
cantón y legalmente no podía San Andrés tener ese derecho, por-
que no era villa (logró este rango cuatro años después de ser cabe-
cera de cantón y supuestamente era un requisito indispensable) y
solamente era reconocido como pueblo, es decir un rango menor
dentro de la estructura administrativa de esta época.
Los tuxtecos ofendidos buscaban una solución alterna y consi-
deraban por lo menos no depender de quienes solamente querían
humillarlos, por lo cual solicitaron al gobernador y al Congreso
que se cancelara el decreto número seis, o que Santiago Tuxtla se
separara del cantón de San Andrés y se incorporara al de Veracruz.
Esta solicitud fue presentada en marzo y discutida en el pleno en
junio de 1826.
Respecto a segregarlo del cantón para incorporarlo a Veracruz,
los diputados dijeron: “Esto lo funda en lo indecoroso que le será
quedar subalternado a un pueblo que a él lo fue. Tan débil expo-
sición desdice mucho de los buenos principios de que debe estar
poseído aquel Ayuntamiento, puesto que en nuestra actual institu-
ción ningún pueblo es subalterno de otro; y sólo se deben obedecer
a las autoridades en cualquier parte que indiquemos. Sobre las
ventajas que alega respecto a San Andrés, fueron las mismas las
que decidieron a esta Asamblea a expedir el mencionado decreto
número 6 y por lo tanto resuelve lo siguiente: No hay lugar a lo
solicitado por el ayuntamiento de Santiago Tuxtla.”
¿Qué le hizo Santiago Tuxtla a ese decrépito cuerpo de dipu-
tados y senadores, a ese vicegobernador Argüelles, para merecer
semejante trato? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero, si fueron vio-
ladas todas las leyes para imponer una nueva cabecera, segura-
mente hubo grandes intereses económicos y políticos para realizar
semejantes barbaridades que frenaron la ruta ascendente de los
tuxtecos, sobajándolos y posteriormente negándoles aliento para
su desarrollo y modernización.
Verdejo Tenorio, op. cit.
70
110 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

El Congreso había despojado a Santiago, pero no perdió tiempo


en arrodillarse ante el general Barragán, y en el decreto 35 del 29
de julio de 1826 casi lo convirtieron en héroe por haber izado la
bandera nacional en San Juan de Ulúa, pero sin mencionar que
muy poco hizo de su parte para merecer la victoria. “Para consu-
mar las glorias de la república” le entregaron medallas, espadas,
mandaron grabar con letras de oro su nombre en el Congreso, le
dieron todo tipo de reconocimientos y hasta ordenaron emitir una
moneda conmemorativa.71
Hacia finales de 1826, Joel R. Poinsett, el ministro plenipoten-
ciario estadunidense, informaba: “…miembros del partido yorkino
iban a fundar una sociedad secreta sobre el modelo de los Carbona-
ri italianos, para lo cual se encuentran aquí algunos inmigrantes
italianos que van a darles el plan.” En poco tiempo se extendieron
a lo largo y ancho del país, y la maquinaria yorkina fue puesta al
servicio de las elecciones de diputados en estas fechas. El Congreso
que llegó al poder el 1 de enero de 1827 tenía más de la mitad de
miembros yorkinos y entre el resto muy pocos eran masones esco-
ceses. Veracruz fue el último baluarte de los criollos cosmopolitas y
la masonería escocesa dominó hasta el verano de 1827, por lo cual
la confrontación fue más enconada.72
El surgimiento del partido yorkino como fuerza política domi-
nante en este importante puerto comercial lo enfrentó al Congre-
so local, entonces dominado por los masones escoceses, quienes,
mientras más acorralados, más desafiantes se mostraban ante el
gobierno federal. El general Miguel Barragán, gobernador y co-
mandante militar del estado, se convirtió, como miembro promi-
nente del partido escocés, en el caudillo de la resistencia. Los perió-
dicos hacían eco de los movimientos políticos: El Veracruzano Libre
y El Comercio de Veracruz defendían a los escoceses, y El Mercurio
a los yorkinos.
En marzo de 1827 llegó José Ignacio Esteva, un alto dignatario
de la masonería yorkina, como comisario general de Veracruz, des-
pués de haber renunciado a su cargo como ministro de Hacienda,
pero tres meses más tarde fue expulsado de la entidad por Miguel
Barragán, entonces con poder en el ejército y miembro de la logia
escocesa. El triunfo de esta última parecía haberse logrado. Nom-
braron a Santa Anna como jefe de la guarnición de Veracruz.
Cárdenas de la Peña, Veracruz y Sáinz de Baranda, p. 153.
71

Harold D. Sims, La expulsión de los españoles de México (1821-1828), p. 25.


72
Breve historia de Santiago Tuxtla 111

La lucha de los tuxtecos continuaba. Ante su insistencia en


1827, cuando el gobernador del estado era el general Antonio Ló-
pez de Santa Anna, se refutó el decreto número 6 del 12 de enero
de 1826 y creó nuevamente el Cantón de Santiago, dentro del de-
partamento de Acayucan. El decreto número 6 de un vicegoberna-
dor amafiado era ahora enfrentado por Santa Anna, general de
brigada de los ejércitos mexicanos y gobernador constitucional del
estado libre y soberano de Veracruz.

“A los habitantes, sabed:


“Que el estado de Veracruz reunido en Congreso, ha de-
cretado lo siguiente:
“Artículo 1º. Se eleva y declara Cantón el territorio com-
puesto y comprendido en Feligresía de Santiago Tuxtla.
“Su cabecera se establecerá en la misma Villa y pertene-
cerá al departamento de Acayucan.
“Artículo 2º. Hasta nuevo arreglo del Sistema Hacenda-
rio con presencia de sus productos no se nombrará jefe
para este Cantón y será servido conforme a lo prevenido
en el artículo 10 de la Ley Orgánica, pasándole un escri-
biente con dotación de trescientos pesos anuales.
“Artículo 3º. El asesor de San Andrés consultará a ambos
Cantones.
“El gobernador del Estado dispondrá que se publique y
observe.
“Dado en Jalapa, a 27 de abril de 1827. Ramón Terán,
senador presidente. Tomás Pastoriza, diputado presiden-
te. Martín Francisco de Arriola, Senador secretario. An-
tonio María de Rivera, diputado secretario. Publíquese
y comuníquese a quien corresponda para su exacta ob-
servancia.
“Veracruz, a 1º de mayo de 1827. José Antonio López de
Santa Anna (rúbrica), José Desiderio Aljovín, secretario
(rúbrica).”

Pero los sanandrescanos, apoyados por algunos politiquillos, lo-


graron conservar sus canonjías. Los argumentos de los santiague-
ños fueron retomados: dijeron que el decreto no modificaba el an-
terior, el cual los nombraba a ellos cabecera de cantón, argumen-
tando imposible tener dos cabeceras tan cercanas. Pero, de hecho,
112 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

el decreto menciona a los dos cantones, a los cuales les indica que
ambos tendrán un sólo asesor, por lo cual, no obstante el decreto
favorable, poco pudieron hacer los tuxtecos para realizar la recau-
dación fiscal y fueron arrollados por una estructura de poder que
buscaba aniquilarlos del escenario político. Aunque, basados en
este decreto, pueden hacer hoy las demandas pertinentes para re-
clamar a la comuna de San Andrés que entregue lo que por hecho
y derecho les correspondió y corresponde.
El presidente Guadalupe Victoria quería mantener una actitud
neutral con las logias, pero las presiones de los grupos lo orillaron
a una más decidida. El ambiente masón estaba tan cargado por
las pugnas que explotó en 1827, cuando el general Nicolás Bravo,
gran maestro del Rito Escocés, se rebeló contra el gobierno, y el
general Vicente Guerrero, gran maestro del de York, marchó para
combatir contra el rebelde. Santa Anna, entonces vicegobernador,
apoyó a los yorkistas porque de esa manera la gubernatura de Ve-
racruz quedaba prácticamente en sus manos. Los escoceses habían
tramado una conspiración para cuidar sus intereses y riquezas
contra la actitud de apoyarse en las clases bajas de los yorkinos.
Bravo fue vencido en Tulancingo luego de oscuras negociaciones
con Guerrero. Después de la captura del general Bravo, desarmado
el principal bastión de los escoceses, quedaba solamente la fortale-
za de esas logias en Veracruz.
En enero de 1828 las fuerzas de los generales Manuel Rincón e
Ignacio Mora controlaban el estado para el gobierno federal. El
gobierno y la Legislatura estatales seguían en manos del partido
escocés, mientras que los yorkinos controlaban el puerto de Vera-
cruz. El 7 de enero el Congreso estatal de Jalapa se unió a la re-
vuelta el mismo día que el general Barragán hizo lo propio, pero,
después de la detención de Bravo, las otras entidades no quisieron
arriesgarse a secundar el movimiento. Entonces el ejecutivo federal
decidió sustituir al general Barragán en su carácter de comandante
militar del estado, aunque éste escapó sin tropas hasta que fue de-
tenido el 2 de febrero. La Legislatura expresó arrepentimiento por
haber convocado a la rebeldía. Entonces el general Antonio López
de Santa Anna fue elevado a rango de gobernador del estado.73
Los motines continuaron y Guadalupe Victoria expulsó a los
peninsulares el 20 de diciembre. De esta acción resultó práctica-
mente la extinción de ambos ritos, porque el 25 de octubre de 1828
Harold D. Sims, op. cit., pp. 166-167.
73
Breve historia de Santiago Tuxtla 113

el Congreso (compuesto en su mayor parte por masones del Rito


Escocés) decretó una prohibición contra la existencia de sociedades
secretas en el país. En realidad muchos consideran que la causa
de la ruina yorkina fue que al verse sin oposición se dividieron en
dos bandos: uno con los criollos que tenían sed de venganza y otro
más conciliatorio y opuesto incluso a la campaña antiespañola.
Sin embargo, ese mismo año, al tratar de asumir la presidencia
Manuel Gómez Pedraza, ganador de las segundas elecciones, lo
yorkinos respondieron con pronunciamientos en Perote y el mo-
tín de La Acordada. Santa Anna se puso a las órdenes de Vicente
Guerrero, dirigente yorkino, a quien defendió en las elecciones que
perdió en 1828. En el nombre del ejército y el pueblo, declaró nula
la elección y el general Guerrero tomó posesión de la presidencia
el 1º de abril de 1829.
Apareció por esas fechas una constante en todas las interven-
ciones de Antonio López de Santa Anna, quien, después de parti-
cipar en una revuelta, en caso de que lo considerara conveniente
para sus futuros intereses, se retiraba a su hacienda de Manga de
Clavo.
Las aguas turbulentas de la independencia tomaban su cauce
después de que los alzados hubieran cedido a favor de la corona.
Sin embargo, conviene anotar que hubo más intentos de invasión
por parte de España. El 27 de junio de 1829 el brigadier español
Isidro Barradas desembarcó en Tampico al frente de 3 mil hom-
bres con el propósito de reconquistar la tierra de Anáhuac para la
corona española, pero fue derrotado por Antonio López de Santa
Anna; junto con Mier y Terán, capituló en Pueblo Viejo, Tamauli-
pas, el 11 de septiembre siguiente. La intención era recuperar sus
poderes y continuar con la explotación de los recursos naturales
y humanos, sólo que esos movimientos estaban situados en las
orillas de todo el movimiento histórico mundial, pues con las velas
hinchadas navegaban los cambios.
En 1830 el vicegobernador Manuel Marín Pérez, enemigo jura-
do de Santa Anna y quien por supuesto no acataría ni acató decre-
to alguno en apoyo a Santiago Tuxtla, otorgó el título de villa al
pueblo de San Andrés.
Hacia 1830, siendo gobernador del estado el general Antonio
López de Santa Anna, el Congreso decretó que los poderes pasa-
ran nuevamente al puerto de Veracruz y en 1833 éstos volvieron a
Xalapa.
114 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

Mientras, en el país la geometría política se modificaba. El 2


de marzo de 1836 se declaraba la independencia de Texas, que
inmediatamente fue reconocida por Estados Unidos, al que se le
anexaría una década después, con lo que México empezó a perder
parte de su territorio norteño.
En 1837 los poderes del estado se asentaron de nueva cuenta en
Veracruz, y ese mismo año fueron trasladados a Xalapa como su
residencia provisional.
Inició la conocida “Guerra de los Pasteles”. Los franceses toma-
ron San Juan de Ulúa en 1838 para exigir el pago de una deuda
pendiente a varios súbditos de Luis Felipe, según argumentaba el
príncipe Joinville, hijo del rey de Francia, junto al almirante Charles
Baudin. Santa Anna, a quien se recurría siempre en los momentos
difíciles en que se debía luchar por el país, fue llamado a defender
el puerto y en la batalla perdió un pie, el cual fue enterrado solem-
nemente en la hacienda Manga de Clavo y al que después se le hizo
un monumento en la Ciudad de México. Este dramático aconteci-
miento personal le permitió ganar mayor prestigio como luchador
por las causas mexicanas, oro molido para un soldado que por esos
tiempos se encontraba devaluado y en franca decadencia. De cual-
quier modo, su pierna no sirvió para ganar la guerra ni para saldar
la deuda de 600 mil pesos. La paz fue firmada un año después de
tales batallas, cuando el doblegado gobierno aceptó sin condiciones
pagar a los franceses. Por cierto, años después la pierna de Santa
Anna fue desenterrada en un amotinamiento popular y arrastrada
por las calles en señal de repudio y venganza.
En el transcurso de 1841 a 1844 la sede de los poderes públicos
veracruzanos fue itinerante por la situación política nacional, pero
en 1844 se asentaron de nueva cuenta en Xalapa.
Uno de los principales problemas después de la guerra de la in-
dependencia era el reparto agrario. Los rencores, los odios y la sed
de venganza estaban presentes en todo momento. Se supone que
la mayor parte de la tierra estaba en manos de los descendientes
de los conquistadores, del clero, de las comunidades religiosas, y el
resto era de las comunidades indias. Las disputas estarían presen-
tes durante décadas al presentarse los repartos agrarios, pero tam-
bién había conflictos con los fundos legales de los pueblos y ejidos
cuya apropiación y venta no estaban debidamente reguladas, por
lo que se presentaban abusos y discordias.74
Manuel B. Trens, en la Historia de Veracruz.
74
Breve historia de Santiago Tuxtla 115

Las modificaciones constitucionales dejaron en pie los títulos


y derechos de la nobleza criolla formada durante el coloniaje a
causa del mismo, la que, no siendo ya española, tampoco quería
ser mexicana sin tener un monarca a quien rendirle vasallaje a
cambio de su fuerte apoyo para conservar su riqueza y poderío.75
Ante estos vacíos legales, aunque se había expulsado a una
buena parte de los gachupines después de la independencia, el
descendiente de Cortés, el conocido Duque de Monteleone, bus-
caba realizar más negocios por la Villa de Tuxtla y puso en venta
los terrenos del fundo legal en 1844. Algún provecho debió haber
sacado de estas inversiones en bienes y raíces. Vendió los terrenos,
por medio de Lucas Alamán, al coronel Luis Ruiz, quien después
los transfirió a los vecinos de Santiago Tuxtla por 1,500 pesos, se-
gún escritura expedida a nombre de José Manuel Verdejo, Pedro
García Ortiz y Avelino Ortiz, quienes habían sido nombrados por
el pueblo como sus representantes para esa compra.76
Entre los vacíos legales dejados por los años de despojo, hasta
esos años de la independencia era cosa común denunciar terrenos
propiedad de la Iglesia, los españoles y los indios para que se los
escrituraran a los nuevos demandantes. En tal caso estuvo el padre
del primer cervantista de América, Erasmo Castellanos, quien de-
nunció varios sitios, entre ellos la Cofradía de la Virgen del Rosario
de Santiago Tuxtla.77
A raíz del conflicto por la separación de Texas, estalló la in-
justa guerra que Estados Unidos declaró a México, ordenando el
bloqueo del puerto de Veracruz. En octubre de 1846 fracasaron los
intentos de ocupar Alvarado por parte de los estadunidenses, con
lo que resistían el bloqueo al abastecer por tierra a los defensores
del puerto. Ante las embestidas gringas, el gobernador Juan Soto
ordenó la concentración de los Guardias Nacionales del Sotavento.
Ya desde tres días antes los valientes soldados de Santiago Tuxtla,
que componían la 2ª. Compañía, golpeados y heridos por el ene-
migo, regresaban del campo de operaciones y se mandaba nuevos
refuerzos, junto con la 1ª. Compañía de San Andrés, Catemaco y
Acayucan.
Mariano Pasquel, prefecto político del distrito, lanzó una pro-
clama incendiaria para motivar a los soldados que partían al fren-
León Medel y Alvarado, Historia de San Andrés.
75

Eneas Rivas Castellanos, op. cit., p. 186.


76

León Medel y Alvarado, Historia de San Andrés, pp. 203 y 204.


77
116 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

te. La patria, dijo, está en peligro y necesita del brazo de todos sus
hijos para defender su suelo. El efecto fue tal que hasta quienes no
estaban en la milicia gritaron estar dispuestos a dar su vida para
defender su suelo de la invasión gringa. Muchos heridos quisieron
volver a la campaña. Mujeres y niños lloraban de rabia y rencor y
animaban a los soldados tuxtecos a ofrendar su vida.
El combate fue desigual e incontables los muertos en esa cruel
batalla. Después del intenso bombardeo, las tropas invasoras, al
mando de Winfield Scott, ocuparon Veracruz el 29 de marzo de
1847. Los tuxtecos muertos no están registrados en los anales de la
historia, son héroes anónimos.
La invasión estadunidense llegó hasta el Palacio Nacional el 16
de septiembre de 1847, logrando arrebatar los territorios de Cali-
fornia y Nuevo México. Las tropas gringas permanecieron hasta
el 30 de julio de 1848, cuando abandonaron Veracruz, después de
firmado el Tratado de Guadalupe Hidalgo del 22 de febrero de ese
año. El gobierno mexicano tuvo que ceder más de la mitad del
territorio nacional (2’000,400 mil kilómetros cuadrados), precio es-
trastoférico pagado a cambio de la retirada del ejército de Estados
Unidos del suelo patrio.
No conformes con eso, en 1853 los gringos se apropiaron de otra
porción de México. En esa fecha inició la dictadura de Santa Anna,
quien en un acto muy político, es decir lleno de cinismo, juró por
Dios que defendería la integridad del territorio nacional. El tirano
fue llamado a formar un gobierno centralista, supuestamente con
el propósito de acabar con el desorden, y por eso lo trajeron los
conservadores del destierro.
El gobierno de éste se convirtió en el poder de un hombre. Supri-
mió los derechos y las libertades individuales e impuso su volun-
tad personal. Vendió a Estados Unidos el territorio de La Mesilla,
cobró impuestos por la posesión de coches, ventanas y perros y,
finalmente, hizo que lo llamaran Alteza Serenísima. Con todo eso,
el descontento se generalizó. En este desorden político, los aliados
a la potencia emergente del norte aprovecharon para correr a los
europeizantes.
En 1854 Juan Álvarez, un antiguo insurgente, se levantó contra
Santa Anna y proclamó el Plan de Ayutla. Éste exigía que el dic-
tador dejara el poder y se convocara un nuevo Congreso para ela-
borar una Constitución. La Revolución de Ayutla, como se llamó
a este movimiento, se extendió rápidamente. El déspota salió de
Breve historia de Santiago Tuxtla 117

México y desapareció del escenario político. Durante este periodo


de la guerra entre Estados Unidos y México el general Juan Soto,
como encargado del Poder Ejecutivo del estado de Veracruz, para
hacer frente a la contienda bélica, determinó que los poderes se
asentaran en la Villa de Huatusco y luego en Misantla, Coatepec,
y hasta anduvieron los poderes por esta región de Los Tuxtla, entre
otros tantos lugares.
La Constitución de 1857 contemplaba los derechos del hombre
y proponía por primera vez un sistema jurídico para defenderlos.
En 1858 Benito Juárez llegó a Veracruz, donde asentó su gobierno
y expidió las Leyes de Reforma en 1860, con las que frenó al clero y
lo obligó a obedecer a las autoridades y los decretos gestados desde
la independencia.
En diciembre de 1861 hubo un enfrentamiento en el Callejón
del Mediadero entre las fuerzas invasoras, compuestas por traido-
res franceses y argelinos a las órdenes del suizo Staklin, y las re-
publicanas, lideradas por el comandante Juan B. Zamudio, siendo
derrotados los primeros, a cuya acción concurrió una compañía de
la Guardia Nacional de Santiago Tuxtla a las órdenes del capitán
tuxteco Rafael Cordero. Al mismo tiempo, tres potencias europeas
habían invadido Veracruz porque Juárez, quien había triunfado
con el apoyo de Estados Unidos, declaró una moratoria a la deuda
contraída con los bancos de Inglaterra, España y Francia. Para los
monarquistas éste era el momento ideal para colocar a un rey en
el poder, y promovieron al archiduque Fernando Maximiliano. Las
fuerzas que enfrentaron los tuxtecos debieron llegar con los fran-
ceses que desde el 8 de diciembre desembarcaron, mientras que los
ingleses y los españoles lo hicieron el 6 y 7 de enero del siguien-
te año, respectivamente. Después de negociaciones se rompió la
alianza invasora y quedaron solamente los franceses en el camino
a la Ciudad de México. De esta guerra queda el recuerdo del 5 de
mayo de 1862, cuando el general Zaragoza logró una histórica
victoria en Puebla sobre el orgulloso ejército de Napoleón III, “cu-
briendo de gloria las armas nacionales” con indios zacapoaxtlas.
Pese a todo, el segundo imperio logró imponerse y en 1864
Maximiliano fue proclamado emperador de México en el castillo
de Miramar. Fue ejecutado el 19 de junio de 1867 en el Cerro de
las Campanas. Benito Juárez, quien contaba con el respaldo esta-
dunidense, regresó triunfante a la capital del país. Esa alianza lo
llevaría a entregarles, por los siglos de los siglos, el derecho para
118 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

que transitaran por el Istmo de Tehuantepec, propuesta que no se


llevó a cabo porque el tratado McLaren-Ocampo fue rechazado
por el Senado de los vecinos del norte.
En ese 1867, por la región de los Tuxtla, el Juzgado de Primera
Instancia que había usurpado San Andrés a Santiago fue trasla-
dado a Tlacotalpan sobre la base del decreto número 93 del 10 de
septiembre. Como se recordará, fue el juez Manuel Antonio de la
Cabada quien 41 años antes, supuestamente para mayor como-
didad, solicitó al Congreso, y en forma misteriosa de inmediato le
aprobaron su traslado con todo y juzgado de la villa de Santiago
al pueblo de San Andrés, lo que en ese entonces provocó profundo
dolor y rabia entre los santiagueños, pues por esas fechas también
les arrebataron la cabecera de cantón los mismos sanandresca-
nos. Era natural que ante el cambio del juzgado, de San Andrés a
Tlacotalpan, se desataran manifestaciones de alegría. Todo el día
repicaron a vuelo las campanas de la iglesia de la real villa de San-
tiago, se quemó cohetes y hubo espontáneas manifestaciones de
júbilo, aunque después también habría que defenderse bravamen-
te de los habitantes de Tlacotalpan, quienes pretendían la mitad
del territorio de Santiago para erigirse en Cantón.78
En los amplios caminos de la patria; en 1871 los Díaz (Porfirio y
Félix) emprendieron la revuelta conocida como de La Noria y au-
mentó la tensión. Resurgieron los salteadores de caminos, al grado
de que, para frenar a los alzados y a la delincuencia, se autorizó a
la Policía Rural contratar asesinos a sangre fría para que dispara-
ran a quemarropa contra los asaltantes.

León Medel y Alvarado, Historia de San Andrés, p. 260.


78
DEL PORFIRISMO A LA
REVOLUCIÓN
En 1872 la guardia nacional acampada en Santiago Tuxtla, enca-
bezada por José Gómez García, se pronunció contra el gobierno de
Sebastián Lerdo de Tejada a favor de Porfirio Díaz. De poco sirvió
la ayuda porque la revuelta fue sofocada en los ámbitos local y
nacional. Después de haber sido humillado por Sebastián Lerdo de
Tejada, quien asumió el poder el 19 de julio de 1872 por la muerte
de Juárez, el otrora soldado victorioso Porfirio Díaz llegó a Tlaco-
talpan con la cola entre las patas en 1871 y, aparentemente ale-
jado de la política, estableció un taller de carpintería. Nadie duda
que fueron sus dotes de ebanista, esa paciente labor de artesano,
las que le permitieron pulir y ensamblar la imaginaria silla presi-
dencial, de la cual se apoderó posteriormente por muchos años.
En 1873 las pugnas entre Sebastián Lerdo de Tejada y las fuerzas
de Díaz estaban en su apogeo. Como parte de este enfrentamiento
armado, un campamento de las fuerzas porfiristas al mando del
comandante Eulalio Zapo y Alejandro Gamboa atacó y derrotó a
las fuerzas lerdistas del comandante José Pinto y el capitán Ruper-
to González. Esta batalla es conocida como la acción de Bodegas
de Otapa y ocurrió en enero, tres años antes de que cayera defini-
tivamente el gobierno lerdista.
El porfirismo tomó fuerza y empezó a ganar batallas decisivas.
Sus éxitos también se reflejaron en los combates en las zonas cer-
canas a Santiago Tuxtla, donde en el mismo año de la caída de
Sebastián Lerdo de Tejada, 1876, se presentaron los enfrentamien-
tos en Salto de Agua, en el cual las fuerzas porfiristas capitaneadas
por Esteban N. Díaz, Luciano Chagala y Porfirio Mendoza asesta-
ron un duro golpe a los lerdistas encabezados por el capitán Ruper-
to González. Cientos de soldados murieron, pero nadie se daba por

119
120 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

vencido, así que pronto se volvieron a enfrentar en Cuata Punta;


los lerdistas iban dirigidos por Máximo Escobar y, aunque eran tro-
pas más numerosas, nuevamente fueron derrotados por los porfi-
ristas, quienes, conocedores del terreno y con mayor visión militar,
les tendieron una emboscada en el Paso de la Leona, en lo que se
conoce como el camino de Los Lirios.
A escala nacional se aclaraba el panorama político. El 16 de no-
viembre, en la batalla de Tecoac, cayeron definitivamente derrota-
das las fuerzas leales a Lerdo de Tejada, y éste tuvo que abandonar
la Ciudad de México para salvar su vida, aunque quemó todos los
documentos que lo pudieran comprometer y se llevó una recua de
mulas cargadas de oro. A finales de noviembre Porfirio Díaz se au-
tonombró jefe del poder ejecutivo. Se dijo que el desconocimiento
del gobierno de Tejada era por abusivo, despilfarrador, asesino,
injusto, extorsionador y vendepatrias.
En Santiago Tuxtla celebraron la victoria y la Guardia Nacional
estacionada en la plazuela santiagueña, comandada por el capi-
tán Ruperto González, se pronunció a favor de Porfirio. Había esta-
do acampada por un buen tiempo en la zona y su triunfo terminó
el espectáculo de las tropas porfiristas haciendo faenas y comiendo
con los vecinos.
Aunque la cabecera de cantón era un enredo, Santiago Tuxtla
se sostenía quizá por la fuerza de su comercio y tradición con una
presencia importante en la zona. Los políticos de todos los niveles
la consideraban siempre como una plaza importante. En 1882, en
junio, el gobernador del estado, Apolinar Castillo, llegó en visita
oficial, con el conocido y demagógico discurso de reiterar el com-
promiso de la entidad con el pueblo tuxteco.
Pero las condiciones miserables de la población permanecían.
Los extremos de la opulencia y la indigencia eran tan marcados
como ahora. Y las inequitativas condiciones sociales que provoca-
ron los levantamientos de la independencia y preparaban el ca-
mino a la revolución mexicana hacían acto de presencia en los
rostros de los campesinos.
Las rencillas habían resurgido porque Díaz en sus 30 años de
dictadura impulsó la migración extranjera en detrimento de los
lugareños. Y en Santiago Tuxtla, tal como se hizo en la colonia con
los españoles, llegaron en esos tiempos nuevamente grandes gru-
pos de ibéricos, además de muchos alemanes, quienes, con el apo-
yo del gobierno, controlaron extensas fincas con plantaciones de
Breve historia de Santiago Tuxtla 121

caña de azúcar, tabaco y algodón. A todos los finqueros se les ayu-


dó para que pudieran explotar de manera salvaje a los tuxtecos, y
con ello provocaron que esta región fuera hasta muy avanzado el
siglo XX uno de los últimos baluartes de un sistema semifeudal.79
Mucho dolor y muchas muertes en aquellos tiempos. El panora-
ma no era distinto al local. Porfirio Díaz había perdido el horizonte
social de su época y dos años más tarde, en plena cara, le estalló una
revolución cuando más confiado estaba de que podía reelegirse.
Durante décadas el país entero estuvo sumergido en una vo-
rágine de violencia. Los principales actores eran los ejércitos del
norte y de Zapata en el Centro-Sur. A Santiago Tuxtla llegaban
grupos armados de muchos bandos. Inmersos en violentas luchas,
pero confundidos por la falta de liderazgos revolucionarios con
una clara concepción de país, se participó de manera desordenada
en muchas batallas.
Desde 1885 hasta el inicio del periodo revolucionario Xalapa
fue la capital del estado, y en razón de la lucha entre facciones ésta
se trasladó sucesivamente a Tuxpan, Orizaba, Córdoba y Veracruz.
La revuelta provocaba inestabilidad política.
Los partidos nacían por todos lados. En los Tuxtla se firmó un
documento del Partido Liberal Mexicano, en julio de 1906, apo-
yando los movimientos revolucionarios locales. La convocatoria
fue firmada por Pedro Carvajal, Juan R. García, Hilario Salas, Ma-
nuel Ramírez y Cándido Donato Padua.80
Porfirio Díaz tuvo que renunciar y exiliarse el 21 de mayo de
1911. El interinato de Francisco León de la Barra solamente tra-
jo más conflictos entre las fuerzas revolucionarias y del viejo ré-
gimen; ante la pasividad oficial, muchas tiendas de raya fueron
asaltadas y hubo propiedades rurales invadidas. Madero asumió
la presidencia el 6 de noviembre de ese año, pero no pudo cumplir
con las expectativas de dar tierra a los campesinos, salarios altos
a los obreros y justicia para los desposeídos. Insatisfechos por los
resultados, revolucionarios y contrarrevolucionarios se alzaron en
armas nuevamente.
Félix Díaz, sobrino de Porfirio, tomó el puerto de Veracruz del 16
al 23 de octubre de 1912, con la colaboración de dos regimientos
al mando de José Díaz Ordaz y Agustín Migone. Aunque Díaz fue
llevado a prisión, Victoriano Huerta lo liberó en la Ciudad de Méxi-
Miguel Covarrubias, En el sur de México, pp. 51 y 52.
79

Martínez Hernández, Los tiempos de la revolución, p. 83.


80
122 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

co. Participó en la aprehensión de Madero el 17 de febrero de 1913


y la noche del 23 del mismo mes lo asesinaron durante un ataque
simulado. Huerta no resistió la presión del movimiento insurgente,
pero los revolucionarios se dividieron y Venustiano Carranza, ya en
conflicto con Zapata y Villa, estableció su gobierno en Veracruz el 26
de noviembre de 1914, desde donde actuaría para asumir el poder,
a pesar de que las fuerzas zapatistas y villistas tomaron por algunos
días la Ciudad de México el 3 de diciembre de ese año. En 1915 Ál-
varo Obregón, jefe militar carrancista, derrotó a Villa en Celaya y
con eso comenzó el fin de la afamada División del Norte.
Un año más tarde ya estaba dominada la facción villista-con-
vencionalista, pero abundaban los grupos rebeldes protegidos por
la feracidad de la sierra tuxteca, organizados en invencibles guerras
de guerrillas. Como sucede en todo proceso revolucionario, viejas
afrentas fueron cobradas. Para el 9 de agosto de 1916 los generales
Raúl G. Ruiz y Alberto Nájera, al frente de 400 hombres, atacaron
la plaza de Santiago Tuxtla y vencieron al capitán Antonio Vélez
y al teniente Justino Rosario, quienes tenían una guarnición de 60
hombres. Vélez fue aprehendido y pasado por las armas. La pobla-
ción fue saqueada y quemado el palacio municipal, perdiéndose
el archivo con valiosos documentos.81 Como el segundo piso era de
madera, el fuego se avivó lo suficiente para dejar convertidas en
un montón de cenizas lo que fueron cédulas reales originales de la
fundación y manuscritos firmados por Hernán Cortés.
El original de esa cédula real de la fundación, que estuvo en la
sede del Ayuntamiento hasta 1916, también desapareció. Se sabe
de ella porque hay registros en los archivos de España, como el
cedulario de Vasco de Puga, y se le menciona en informes de alcal-
des, por lo cual no hay duda de la fecha de fundación mestiza y el
nombre de este lugar. Igual suerte corrieron los detallados registros
de la población que se encontraban en la parroquia.
Los revolucionarios tuxtecos luchaban contra la opresión caciquil
de principios de siglo, en pleno auge de los movimientos emancipa-
torios, lucha justificada en todos los sentidos, pero desgraciadamen-
te muchos documentos de la historia local se perdieron.
La mayoría de quienes han escrito no bajan de asesinos a los re-
volucionarios. “Se dedicaron a saquear los comercios, violar muje-
res, robar bovinos y asesinar hombres pacíficos y trabajadores.”82
Eneas Rivas Castellanos, op. cit.
81

Bulmaro Palma, op. cit., pp. 32 y 33.


82
Breve historia de Santiago Tuxtla 123

Pocos se involucraron en los movimientos armados. Unos días


venían villistas, otros carrancistas, y no puede descartarse que mu-
chas gavillas de rufianes se aprovecharan de esta circunstancia
inestable y violenta. Las mujeres y los niños se escondían en las
grutas y cuevas cercanas a los ríos para evitar enfrentarse a las
fuerzas guerrilleras.
Muchos tuxtecos se habían involucrado en la revolución, lu-
chando a lo largo y ancho del país. Las anécdotas son variadas, y
hablan de que grupos de amigos esperaban a caballo a los alzados
junto a cualquier puente para unirse a la “bola”, aunque muchos
al oír los primeros disparos salían corriendo a esconderse en sus ca-
sas. Así se integraron muchos al oleaje revolucionario que azotaba
a la república. Luchadores locales llegaron a ser capitanes de tropa
y estuvieron en muchas gestas heroicas, como es el caso de Rafael
Sosa, quien, siendo capitán, cuando la supremacía revolucionaria
la disputaban tres sonorenses, Plutarco Elías Calles, Álvaro Obre-
gón y Adolfo de la Huerta, apoyó a este último y tuvo tan mala
fortuna de que, expulsados de los círculos del poder, fueron relega-
dos en los procesos posteriores de la revolución.
Después de promulgada la Constitución el 5 de febrero de 1917,
Carranza ganó las elecciones presidenciales del 11 de marzo e in-
tentó la institucionalización de país, hasta su asesinato en 1920.
Pero en el país continuaba la lucha de todos contra todos. Y cuan-
do Obregón tomó el poder el caos reinaba: desempleo, enfermeda-
des, bandidaje, falta de recursos, ocupación de tierras, inseguridad,
fuga de capitales y escasez de alimentos.
En la sierra de San Pedro Soteapan operaba Hilario C. Salas
como jefe revolucionario. Los cabecillas rebeldes Teodoro Constan-
tino, Felipe Leales, Guadalupe Anteles y otros merodeaban por la
zona de San Andrés y Catemaco.83
Fue en 1924, mediante decreto número 65 del 26 de mayo,
cuando el gobernador Adalberto Tejeda dispuso que los poderes de
la capital de la entidad regresaran a la ciudad de Xalapa, donde
aún permanecen.
Los dos periodos gubernamentales de Adalberto Tejeda (1920-
1924 y 1928-1932) se distinguieron por su carácter obrerista y
agrario y un enfrentamiento directo con la Iglesia, por lo cual
aplicó con rigurosa observancia la Ley de Cultos y la enseñanza
laica.
Ibíd., p. 84.
83
124 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

En realidad Tejeda reflejaba los enfrentamientos entre el gobier-


no federal y el clero. Incluso hubo una orden nacional de cerrar
los templos, lo cual provocó que se perdieran más escritos de gran
interés para la historia local por efecto de las goteras, el abando-
no y la polilla. Algunas copias se salvaron por encontrarse en las
diócesis de Tlaxcala y Oaxaca, de las que se dependió en diferentes
momentos históricos.
LA EXPLOSIÓN DEL SAN
MARTÍN
Un “ataque” sorpresivo

A toda carrera, con la desesperada confusión en el rostro, el go-


bernador interino y el pagador del Real Fuerte de San Carlos de
Perote, seguidos por sus secretarios y quienes se hospedaban en ese
castillo, impidieron que el mensajero terminara su comida, y con
prisas lo montaron en su caballo para que a todo galope fuera a
solicitar refuerzos militares al virrey. Mientras, con lo que pudie-
ran, frenarían la artillería enemiga que avanzaba entre un gran-
dísimo, insistente y violento estruendo aquella tarde de 1793.
“Seguramente han vuelto los piratas al puerto de Veracruz y se
libra una gran batalla”, dijo uno de quienes se creía más avezado
en esas lides, mientras los coroneles ordenaban a sus tropas tomar
posición para librar otra gloriosa batalla.
Cerca de ahí, en La Joya, un lugar cercano a Jalapa, ni tardos
ni perezosos, medio centenar de rancheros, montados a caballo y
mosquetes en las manos, se presentaron ante el subdelegado de esa
entonces villa para integrar las fuerzas que ofrendarían su vida en
combate contra el agresor.
Los nervios de la nación estaban de punta y sufrieron los ha-
bitantes de Teziutlán y Xalacingo, ubicados a seis y ocho leguas
de distancia. Aunque otros habitantes de esas poblaciones aleda-
ñas al volcán de Orizaba, como los de San Andrés Chalchicomula,
pensaron que el ruido provenía del cráter y corrieron hacia los
montes cercanos temerosos de quedar sepultados por los escom-
bros de lodo y piedra.
Un hervor extraño se detectó en los manantiales de Tehuacán
y en Córdoba los tostadores de café abandonaron su rutina y sa-

125
126 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

lieron despavoridos a las iglesias para buscar con los curas una
explicación a tanto trueno. Los voladores de Papantla bajaron de
las alturas, sin respetar el ritmo que les marcaban el tambor y la
flauta del danzante que se sostenía con un pie en la punta del
poste que se entierra para tales espectáculos. En Misantla la pobla-
ción salió a conseguir más víveres que de costumbre por suponer
se trataba de una nueva aventura militar que les provocaría dolor,
muerte y pesadumbre. En Tampico tenían las espadas desenvai-
nadas porque suponían que algunos de los tantos enemigos con
quienes se tuviera guerra habían desembarcado en sus playas y,
como advertencia a los atrevidos y malos hijos de la patria, lan-
zaron más de 400 cañonazos hacia el mar al mismo tiempo que
entre gritos de hurras y vivas festivos reiteraban fidelidad, lealtad
y amor al soberano y a la patria.
El país se volvió una locura colectiva. Todos los que tenían un
cañón a la mano lo disparaban, y así lo hicieron pequeños pique-
tes de soldados y batallones completos de artillería, lo cual provocó
más confusión. Y ese ruido dominó la conciencia y la imaginación
de las tropas destacamentadas en el sur, a más de 100 leguas de
Santiago Tuxtla; pensaron que había una invasión por el río Gri-
jalva y las costas de Tabasco.
Quienes navegaban en la mar océano sintieron cómo la onda
sonora golpeaba la embarcación y vieron levantarse las olas en
campanadas de furia de manera imprevista. Asustados, los mari-
nos se encomendaron al altísimo mientras lanzaban plegarias y
se arrepentían de sus pecados. Ese endemoniado graznido salvaje
obligó a Ignacio Olañeta, capitán del bergantín Volador, a enviar
un oficio a la primera autoridad de la Nueva España para que se
tomara precauciones contra tan extraños y terribles acontecimien-
tos.
La humareda lanzó cenizas hasta Oaxaca y lugares más leja-
nos a donde solamente se puede llegar después de caminar bajo
varios soles y lunas. Pero, pasado el susto y cansados los soldados
de los fuertes de esperar a los enemigos ocultos que disparaban
sin piedad, cayeron en cuenta de que no había tal invasión y que
todos esos extraños sonidos que parecían resquebrajar peñas pro-
venían de la explosión del Volcán de San Martín. Por eso eran
incesantes sus bramidos de falsa artillería, porque nadie en esos
tiempos podría tener el suficiente parque para derrochar día y no-
che su pólvora y balas. Y lo confirmaron cuando llegaron infor-
Breve historia de Santiago Tuxtla 127

mantes, porque la nube de humo era acompañada de ceniza que


cayó abundante sobre las plantas y las casas, y en el ambiente se
respiraba un olor como de sudor sometido, de cama trasnochada,
de huevo puque, característico del azufre y los gases emanados con
material piroplástico.

De Titépetl a San Martín

Lo que provocó el caos en el sureste con sus tronidos desde el can-


tón de Tuxtla fue un volcán de la Sierra Madre Oriental que los
antiguos llamaban Sierra de Tustantepeque. El coloso, que mide
1,764 metros sobre el nivel del mar, era nombrado, según Medel
y Alvarado, quien no cita fuente alguna de su hipótesis, como Ti-
tépetl (cerro del fuego), y fue rebautizado por los españoles como
Volcán de San Martín. Su nombre, al parecer, no fue producto de
la religiosidad impuesta por aquellos tiempos de catolicismo acen-
drado. Según narración de Bernal Díaz del Castillo, en el viaje de
Juan de Grijalva, en 1518, cuando regresaban las tropas a Cuba,
después de haber estado en Coatzacoalcos reparando un barco,
renombraron las selvas de Tuxtla, cuando un marinero natural de
La Habana “divisó unas sierras junto al mar, a las cuales bauti-
zaron con el nombre de San Martín, por haberse nombrado así el
soldado que primero las vio desde los navíos”.84
Este turbulento gigante de la sierra ha tenido varias erupcio-
nes, de las que muchas culturas han dejado testimonios. Fue parte
importante de los olmecas y las culturas que habitaron estas tie-
rras. A pesar de la amenaza humeante, nadie quería abandonar
ese suelo, porque garantizaba buenas cosechas por su fertilidad,
abundante agua en ríos, arroyos y lagunas, seguridad por la forta-
leza natural de la serranía que lo bordea y lo protege de los fuertes
vientos huracanados y de cualquier agresión de rijosos vecinos.
Una de las más viejas explosiones que la tradición oral ha conser-
vado se registró en 1183, pero hay pocos datos acerca de ese aconte-
cimiento. Lo trascendido es que, pasada la desgracia, los aborígenes
arrojaron al cráter jóvenes púberes, comida y todo tipo de alfarería
para calmar los ánimos de su iracundo dios del fuego, quien los mi-
raba como un cíclope con el único ojo rojo de su cráter. Seguro que
la actividad volcánica debe remontarse a tiempos inmemoriales,
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de conquista de la Nueva España, p. 68.
84
128 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

porque el mismo río que cruza la real villa de Santiago Tuxtla, por
el cual ha escurrido siempre la lava de las explosiones y que tiene
un lecho de basalto, se llama Tepango, significando “lugar donde se
pasa entre piedras” (Según D. F. Bustamante, existen datos de que el
cerro de El Vigía hizo erupción hace 2.2. millones de años). Vestigios
de la desbordante lava existen también en Catemaco y San Andrés,
que eran parte del cantón de Santiago Tuxtla.
Constantemente emitía humo, pero no se habló de mayores
deterioros por casi 500 años, hasta que el 15 de octubre de 1664
ocurrió otra de las importantes erupciones del volcán, ya de ma-
nera posterior a la sangrienta conquista y que los sanandrescanos
ubican en 1530 o 1532, porque con esta alteración del calendario
buscan agregarle unos años a su fundación. Esta erupción parece
que no fue tan dramática ni violenta. Aunque hay versiones que la
quieren reducir a unas fumarolas y temblores con el fin de amino-
rar la importancia del acontecimiento y destacan en sus crónicas
cierto desprecio e indiferencia de los moradores ante la erupción,
lo cierto es que ocurrió y marcó a los hombres de ese tiempo, aun-
que no existen registros contundentes que ofrezcan detalle de lo
sucedido. Aun así, todos reconocen que hubo terror momentáneo
al ver al coloso vomitar arena y llamas. Los tuxtecos tuvieron que
emigrar a lugares cercanos menos afectados. En Santiago los da-
ños fueron severos, y en la confusión muchos se fueron a vivir a
San Andrés Tzacoalco, donde tuvieron una gran recepción, y fue
de tal agrado su estancia que empezaron a dar nombre al lugar de
San Andrés Tuxtla, por ese lazo fraternal y el cariño característico
de los santiagueños.
Ya calmado el volcán y pasada la tensión, los sobrevivientes
partieron a realizar ofrendas al cráter. Como resucitados se entre-
garon en una mística actitud. Hubo rezos obsesivos, gritos desqui-
ciados, como de tetanizados, que seguramente dieron testimonio
del terror que sintieron por las explosiones. Sus fibras más sensi-
bles fueron sacudidas con rigor y, como un acto más de reverencia,
se hizo una “fiesta jurada con motivo de aquel suceso a la gloriosa
Virgen española Santa Teresa de Jesús”85. Y desde aquel tiempo
quedó la costumbre de tocar la puerta de la iglesia, acompañados
de tambores y clarines, la víspera y el día que se le celebra.
Aseguraban que solamente el poder divino de la Virgen pudo
haber salvado a los moradores de un calcinamiento volcánico. Y
René Grobet Palacio, El peregrinar de las flores, p. 20.
85
Breve historia de Santiago Tuxtla 129

su importancia, trascendencia y fuerza crecieron por toda la re-


gión, pues aseguraban haberse salvado porque se encomendaron
a ella, Santa Teresa (venerada como Nuestra Señora del Carmen),
la reconocida reformadora de la orden de los monjes del convento
de Monte Carmelo en Italia.
Por este milagro se le conoció entonces como Nuestra Señora
del Volcán, y no es casual que sus pies se encuentren marcados en
una enorme piedra de basalto, aunque fuera Diosa de los recolec-
tores de mojarras y tegogolos de Catemaco. Los pescadores, con sus
barcazas y redes, la habían sacado en procesión por la laguna; de
igual forma lo hicieron los habitantes de Campeche, con lo cual se
creyó que fue suficiente para conjurar la tragedia. Hubo sahume-
rios, sacrificios de animales, rezos y cánticos a la Virgen del Monte
Carmelo, cuya imagen les había sido entregada por fray Diego
Lozada, párroco del lugar. El poder milagroso que le atribuyen a la
imagen del Carmen es todavía motivo de peregrinaciones a la igle-
sia de Catemaco. Ahí se funden las tradiciones indias y españolas,
pues frente al altar católico se realiza todo tipo de “limpias” y ritos
paganos sin que nadie se espante.
La zozobra continuó por años. El volcán amenazó con fuma-
rolas y pequeñas explosiones durante algunos meses más, pero
el tiempo, que todo lo cura, hizo olvidar esos días cuando todos
sobrevivieron al peligro.

El big-bang tuxteco

Las fumarolas del volcán se hicieron costumbre y hasta se disfru-


taba cuando una nube henchida de lluvia se acercaba al cerro y
lo hacía sonar como un gigantesco silbato, como una sirena que
deja escapar toda su alma en un alarido de vapor. Pero mientras
los tuxtecos estaban tranquilos en sus casas de paja, en las ha-
ciendas, dedicados a la siembra de caña y algodón, consagrados
a un incipiente cultivo de tabaco o disfrutando en los brazos de
su amada, fueron sorprendidos nuevamente por las travesuras del
San Martín.
Se acostumbraron al peligro y nadie tomó en cuenta las adver-
tencias del cerro, que a fines de marzo y principios de abril de 1787
emitió ruidos, como de rocas que se resquebrajan y crujen bajo
la tierra desde el este al noreste. En las plazas públicas muchos
130 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

apostaban doble contra sencillo a que tal estruendo era producto


del golpeteo de las olas en la costa de Montepío, por lo cual los lla-
maron retumbos. Otros consideraban que se trataba de tribunados
(turbonadas), que no es otra cosa que los truenos escuchados en
lejanía borrascosa sin apreciar la lluvia.

Año de mil setecientos


noventa y tres, ¡oh, qué estragos!
Castiga el divino juez
a la Villa de Santiago.86

Pero, como a las 4 de la tarde del 2 de marzo de 1793, el volcán


que adorna el paisaje local con sus tres lomos lejanos, el paraíso
perdido a donde los tuxtecos van cada Semana Mayor a buscar el
arrayán, lanzó inesperadamente luminosos rayos, acompañados
de truenos descomunales que cuartearon la bóveda del cielo. Des-
pués del violento relincho de los caballos, que reflejaban en sus
ojos redondos y fijos la locura del momento, se hizo un silencio
sepulcral, como esa calma que siempre precede a la tempestad
cargada con cubetadas de lluvia. Hasta ahí solamente había so-
bresalto. Las cabañuelas o pintas habían marcado a febrero como
loco y a marzo otro poco. Pensaron que sería un aguacero y todo
hasta ahí era digerible. La misma ceniza fue confundida con la ne-
blina que tiende su manto grisáceo sobre los montes en las tardes
cuando azotan los “nortes”.

¿Qué confusiones son éstas?


¡Dime! ¿Qué te está pasando?
Ayer alegre, hoy llorando,
padeciendo mil tormentos.
¿Qué se han hecho tus contentos?
¿Por qué toda esa fatiga?
Háblame o que lo diga
AÑO DE MIL SETECIENTOS.

Fue un cálido y soleado primer viernes de marzo, ese día fatídico


que recuerdan muy bien los hechiceros, el que sorprendió a todos.
Por eso cada año ése es un día de guardar. Es una fecha mágica
que marcó con hierro candente el alma de los tuxtecos; caló tan
Versos populares escritos en décimas en forma de glosa por José Manuel Mendoza.
86
Breve historia de Santiago Tuxtla 131

hondo que aún ahora los campesinos preparan un brebaje hecho


con alcohol y albahaca, pero sobre todo con azahares y tiernos
frutos de naranja que en esas fechas invariablemente florecen ge-
nerosas; los lugareños lo tienen en su casa en botellas de cristal y
con cualquier pretexto lo utilizan para un resfriado provocado por
cualquier “aire”, un dolor de cabeza, lo mismo que para curar el
susto y destruir cualquier encantamiento.87

¡Ah!, dos de marzo feroz,


mes dichoso el más valiente,
cómo nos hace presente
¡la divina ira de Dios!
Con aquel fuego feroz
nos está haciendo el amago,
pero qué digo, el halago,
pues de haberlo querido
nos hubiera confundido
NOVENTA Y TRES, ¡OH, QUÉ ESTRAGOS!

Después se hizo la luz. De repente se vio un resplandor que opacó


al mismo sol a las 6 de la tarde. Parecía que del volcán nacía un
cometa. Como la espada de un encolerizado arcángel el día del
juicio final, el disparo de un cohete de la tierra al cielo o del cielo a
la tierra, se divisó una columna de pirotecnia roja, de cuyo centro
salían disparadas, culebreando, chisporroteantes, las luces ama-
rillas, que a su vez se subdividían en otras. Y de cada cabello se
desprendían más chorros de roca fundida, hacía chispas la fragua
del herrero celestial que golpea en el yunque el acero al rojo vivo,
como los fuegos eternos entre los cuales danzaba un demonio de
los que hablan los curas.

Los párvulos van llorando,


las tórtolas van gimiendo,
y los ministros diciendo
la ley de Dios predicando.
Calles piedras y manchando
con la sangre de sus pies

87
Esta pócima ejemplifica cómo el pueblo conserva sus tradiciones y salva lo mejor de su
pasado a pesar de que día a día, en las escuelas e iglesias, en las radios y en las televisoras
se les habla de las virtudes de la modernidad y se tritura sin piedad su pasado.
132 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

la Cruz a cuestas, esto es,


aplacando a Dios muy presto,
por nuestras culpas, por esto,
CASTIGA EL SUPREMO JUEZ.

Ese ruido profundo como rugido de jaguar fantástico y descomu-


nal anunció con la expulsión de rocas la presencia de un enorme
haz de fuego y lava que reverberaba en la mente de indios, espa-
ñoles, esclavos y criollos. Ese resplandor incesante lanzó su ardor,
seductor y violento, “como fuegos artificiales disparados al cielo”88
por dos días consecutivos. Entonces, las rutilantes palmeras de fue-
go que levantaba el volcán al escupir todo el calor acumulado de
sus infiernos interiores se agotaron y de un golpe se desplomaron
transformadas en cenizas ardientes, y al mismo tiempo una co-
rriente de lava se deslizó por el lecho de los ríos que nacen en los
ojos del San Martín. Lentas rodaron esas lágrimas de piedra fundi-
da, inexorables olas de crestas duras secaron el cauce. Los habitan-
tes de la real Villa de Santiago Tuxtla tuvieron que acarrear agua
desde el río Zapoapan para saciar su sed.

Digamos en alta voz


postrados en oración.
Sí, con todo el corazón
pidamos perdón a Dios.
¡Señor, apiadaos de nos!
De la culpa me deshago,
prometo darte buen pago.
Tu santo reino te pido.
Gracias porque has redimido
A LA VILLA DE SANTIAGO.

Éstos fueron los estruendos que provocaron la angustia de la


tropa y la población que se encontraba en Tampico, Orizaba, Ta-
basco, Veracruz y Oaxaca, que defendiéndose contra un ruidoso
fantasma dispararon toda su artillería para frenar al agresor. Y no
desencadenó en una rebelión nacional ni en otra invasión porque
a tiempo se dieron cuenta. Si eso pasó a los que solamente escu-
Descripción del volcán de Tuxtla, Joseph Mociño, Apéndice de Noticias de Nutka (repro-
88

ducido por Francisco del Paso y Troncoso, Papeles de la Nueva España, 2da. Serie, Geografía
y Estadística, Vol. V, Rivadeneyra, Madrid, 1905. También reproducido por León Medel y
Alvarado en su Historia de San Andrés.
Breve historia de Santiago Tuxtla 133

charon el crujir de las piedras, qué podía esperarse si hubieran sen-


tido lo que sintieron los habitantes del cantón de Tuxtla. Muchos
seguramente pensaron que eran los últimos días de su existencia
y, adoloridos los oídos, llenos de ceniza los ojos y cargada de miedo
el alma, corrieron a los templos a rogar por salvación. Las mujeres
lloraban y se tapaban la cabeza con sus paños oscuros para prote-
gerse de la lluvia de ceniza mientras rezaban en voz alta, gritaban
por las calles, se daban golpes de pecho y se jalaban frenéticamen-
te los cabellos. Los adoradores de los dioses antiguos desenterraron
a sus ídolos y les pidieron perdón por abandonarlos. Los párrocos
estaban tan asustados que, cargando rosarios, escapularios, ostias
y cruces, se confundían entre la multitud que gemía con el rostro
desencajado.
Por muchos días apenas no se pudo respirar por tanta ceniza
flotando en el ambiente. El cielo verdoso palpitaba como la gar-
ganta de un sapo. Los que más sufrieron fueron los pequeños, a
quienes se les ponía un trapo húmedo en su rostro para que pudie-
ran inspirar mejor. Una surada, viento seco y tibio, limpió un poco
el panorama en el segundo día, al arrojar a los montes de Tecola-
pa, Camino del Marqués y a la zona marina la acumulación de
arena y ceniza que se resistía a irse como una nube tóxica aferrada
a los pulmones de sus víctimas. Aparentemente, todo volvió a la
serenidad, brilló la luna llena, los días fueron soleados, se escuchó
el canto de los pájaros sobre los bosques grises o los troncos que-
mados, hasta se pudo ver la fumarola de El San Martín con cierta
calma, pero siguió el lúgubre tamborileo de los truenos lejanos que
se desplazaban en las entrañas de la montaña.
Juana Baxin Xólotl, una longeva mujer cuyos padres fueron
testigos, recordó espantada: “La tierra rugía como un tigre, y las
cenizas lo cubrían todo, árboles, casas, y hasta teñían el pelo.”89
Entonces la tierra tembló durante seis horas seguidas. Sacudió
todas las poblaciones cercanas con furia demoniaca. Hizo sonar
las campanas de los templos de manera enloquecida. Tumbó árbo-
les y agrietó la tierra. Tigrillos, jaguares, lagartos, serpientes y ve-
nados corrían despavoridos junto a los perros de caza y los cerdos
domésticos, mientras que las gallinas de los campesinos se escon-
dían entre los árboles junto a guacamayas, chachalacas y loros.
Todos pensaban en salvar su pellejo, todos estaban unidos por la
desgracia, y hubo una epidemia de generosidad. Se pensaba en
Gutierre Tibón, Culturas en México (1937-1983), Editorial Diana, 1983.
89
134 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

sobrevivir, en encontrar el perdón del creador, en esos momentos


de catástrofe.
Se habían olvidado incluso de la comida. No fue sino hasta el
momento en que un lugareño pronunció la palabra hambre que
hizo su aparición fisiológica la necesidad, y entonces se rompió el
encanto de la convivencia y muchos atraparon, con sólo estirar la
mano, a los aturdidos faisanes.90
El 23 de marzo, como a las 7 de la mañana, mientras soplaba
otra surada, vino la segunda y más violenta explosión, que lanzó
más nubes de ceniza a los cielos, y de repente explotaban cargadas
de guijarros ardientes y arena al rojo vivo, provocando una grani-
zada quemante de fuego como si se tratara de veras de un castigo
divino. El cielo se oscureció como un eclipse de sol al mediodía.
Quienes rastreaban a sus familiares, los que tuvieron necesidad
de salir de sus refugios seguros, se alumbraron con lámparas de
querosén para encontrar su camino. Por varias semanas el campo
visual quedó reducido a unos cuantos metros y el sol era un dis-
co plateado y de poco brillo que se asomaba entre nubes negras.
No hubo noche más tenebrosa que ésa, ni mayor susto, ni peor
circunstancia en la tierra como la que vivieron los habitantes del
Cantón de Tuxtla en esa ocasión.
Al no haber limpiado a tiempo los tejados, amenazaban con
derrumbarse por tanto peso de la ceniza. Se redoblaron las pere-
grinaciones y los rezos. Y el calor sobre las plantas arruinó todo el
verdor de la zona, que tenía un lúgubre aspecto con los varejones
deshojados de las copas de los árboles. Muchos animales, casas,
humanos fueron sepultados vivos bajo escoria caliente. Por suerte
llovió, pero el agua lavaba la atmósfera y caía de un color gris lo-
doso que embarraba más que limpiar a quien la tocaba. Muchas
lagunas se llenaron de arena y polvo ceniciento. El mar mismo era
una lengua sucia que lamía una playa solitaria y lúgubre.
Hubo una tercera explosión el 28 de junio a las 6 de la maña-
na y el volcán gruñía y lanzaba fumarolas. El 28 de agosto, entre
aguaceros y truenos provocados por los “nortes”, las entrañas del
San Martín se incendiaron de nuevo y continuó con sus explo-
90 Nota: El científico naturista, médico, botánico e historiador Joseph Mariano Mociño
Suárez de Lozada fue enviado por orden del virrey a investigar la catástrofe. Aprovechó
mientras se encontraba en sus laderas a levantar un inventario general de toda la diversi-
dad fitozoológica hasta entonces prácticamente inexplorada. Incluso para mostrar la ima-
gen devastada, trajo al artista del pincel, Antonio Chavarría, pues entonces no había fotó-
grafos, para que pintara un “aguafuerte” que, muy deteriorado, se encuentra en el Archivo
Nacional.
Breve historia de Santiago Tuxtla 135

siones, erupciones y temblores por lo menos hasta octubre. Como


consecuencia de la contaminación atmosférica hubo epidemias de
gripe, tos, irritación de ojos, nariz y garganta.
La población estaba aterrada. El pánico no era para menos, ya
que arrojó, de manera intermitente, material piroplástico durante
los siguientes seis meses, formando una gruesa alfombra de tepe-
tate no solamente en los lechos de los ríos, sino también entre el
pasto y las selvas.
Después la reconstrucción, a borrar el sombrío espectáculo que
reflejaba la gruesa capa de ceniza y arena que se quedó en los te-
chos, en las calles, los cerros y en las plazas, reconstruir las casas
quemadas, las milpas destruidas, las cientos de hectáreas de algo-
dón que de un suspiro había quemado el volcán. Alrededor de El
San Martín había hasta tres metros de altura de residuos acumula-
dos y, si se puede hablar de un beneficio, las cosechas de tapachole
y temporal se dieron muy buenas en esas fechas, ya que las hojas
enterradas en la arcilla, con la arena del volcán, sirvieron como
abono natural para maíz, caña de azúcar, algodón y frijol. Tan fue
así que ante la excesiva oferta los precios se desplomaron y daban
hasta 100 mazorcas por medio real (6 centavos de 1 peso).
Los volcanes siempre juegan un papel importante en la historia
de los pueblos. Son motivo de reverencia y fiesta. Impresionan con
sus rugidos, vapores y violentas sacudidas, pero son más dramá-
ticos cuando hacen erupción y su candente masa de piedra de-
rretida salta por los aires. Son los momentos en que se muestra
la pequeñez y la fragilidad de la vida humana ante la soberbia
demostración de poderío de la naturaleza. Esa explosión infernal
hace que los pecadores oren llorando, los verdugos se persignen y
los más duros criminales se arrodillen y recen humildemente un
Padre Nuestro.
Mandado por el virrey Juan Vicente de Güemes-Pacheco y Pa-
dilla, conde de Revillagigedo, para practicar una exhaustiva in-
vestigación de tan violento acontecimiento, el naturista Joseph
Mociño realizó una excursión a la cima del coloso en octubre. Él y
sus acompañantes, con mucho miedo, caminaron entre la arena
aún caliente. Los ruidos y los temblores los hacían retroceder, co-
rriendo en no pocas ocasiones. Para no sofocarse por la arena y el
humo de las fumarolas, aspiraban un álcali volátil que previso-
ramente había colocado en su mochila de alpinista. Observó con
horror la chimenea humeante del volcán donde todos los indios
136 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

que lo acompañaban lanzaron todo tipo de hierbas y conjuros


para aplacar el enojo de El San Martín. Le dijeron: ¡amánsalo y
sálvanos! Había un extraño silencio y, en ese mar de lava, seme-
jante al infierno del que hablan los cristianos, una sensación de
naufragio lo invadió y dejó una botella con un mensaje de espe-
ranza para sus seres queridos, aunque quienes lo acompañaban
pensaron que era una especie de correo celestial para informar
a los cielos los sufrimientos terrenos. Tuvieron la gracia de salir
vivos, aunque con los zapatos quemados por las altas tempera-
turas de las rocas. Y pudo darnos testimonio de todo lo ocurrido
entonces por estas tierras.
Mociño pudo ver con mucho mayor verdor toda la región de Los
Tuxtlas, menos dañada su ecología por el desarrollo. El San Martín
es de los pocos reductos donde todavía se puede disfrutar la biodi-
versidad. En honor a este investigador y al volcán mismo, vale la
pena detallar aquí la flora y la fauna locales. Como es sabido, por
su ubicación geográfica privilegiada, la antigua sierra de Tustan-
tepec ha estado cubierta por la selva alta perennifolia (siempre
verde), y es el punto de encuentro de la distribución histórica de las
especies de las zonas templadas de Norteamérica y la zona tropical
en Centro y Sudamérica.
Actualmente todavía comprende 14 tipos de vegetación: selva
alta perennifolia, selva mediana subperennifolia, bosque caduci-
folio, selva mediana perennifolia, selva baja perennifolia, bosque
de pino tropical, encinares semicálidos, vegetación costera, vegeta-
ción de esteros, bosque mesófilo de montaña, matorral de altura,
sabana, y manglares. Cuenta con una gran diversidad de especies
únicas; en términos generales, más de 505 géneros y 118 fami-
lias y 2,500 plantas vasculares registradas, de ellas 35 catalogadas
como amenazadas. En general, la flora de los Tuxtlas pertenece a
la Región Biogeográfica Neotropical y, dentro de ésta, a la Región
Caribeña y la Provincia de la Costa del Golfo de México.
En la Relación de Tuztla, Juan Medina escribió en 1580: “tienen
en los montes muchos árboles grandes que llaman capotes (zapo-
tes) y chicozapotes que dan frutas muy provechosas y nogales y
otros frutales de donde se aprovechan las maderas, así como para
el Ingenio que en esta comarca tiene el Marqués del Valle, como
para casas e otras cosas que son menester. Tiene muchos ciruelos e
anonas e chicozapotes peruétanos e plátanos e aguacates e quexi-
niquiles que dan frutos a manera de algarrovos e zerezos de la tie-
Breve historia de Santiago Tuxtla 137

rra e guayabas en los pueblos y en los montes y palmas silvestres e


mucha cantidad de naranjos agrios y limas y limones y sidras.”
Prosigue el alcalde mayor de Tlacotalpan en su visita por Tuztla:
“Tienen maíz y dase mucha cantidad, muchas maneras de ortali-
zas de la tierra, camotes, xicamas que son raíces como nabos que
son muy buenos de comer e otras raíces que comen. Danse lechu-
gas e verengenas e coles e pepinos e calabacas de castilla, chiles e
tomates que son especias que usan.”
Y anota: “…tienen unos árboles que dan a manera de pimienta
semejante en olor e sabor(patololote), usan de ella los yndios y
echan en el cacao que veben y en manjares que comen e la echan
en bebedizos para dolores de estómago por ser muy caliente e me-
dizinal y los españoles usan della.”
Los españoles anotaban lo más utilizable para la manuten-
ción de los conquistadores y encomenderos, pero recientes estu-
dios demuestran que, a pesar de la grave destrucción ecológica
provocada por la irracionalidad humana, abundan los peces de
agua dulce en ríos y lagos, donde hay hasta 109 especies. Ellos
son de la familia Poecilidae, a la que pertenecen los “topotes”.
Otra es la Characidae, donde se incluye la llamada “pepesca”,
especie endémica del lago de Catemaco, y otra de origen sudame-
ricano de la familia Atherinidae cuyos especímenes son conocidos
como “charales”. Los peces marinos que penetran a las aguas
continentales en Sontecomapan y el río Máquinas presentan una
alta diversidad de especies. Se reporta 437 géneros de peces mari-
nos que representan poco más del 69 por ciento de la ictiofauna
para toda la región caribeña.
Los Tuxtla es la zona de reproducción más rica en aves, pues se
ha reportado 561 especies para esta región. No se debe olvidar que
en el Códice Mendocino se le menciona como Tuztlan, el lugar don-
de abundan las aves. Se ha registrado más especies migratorias
neártico-neotropicales que en todo Costa Rica. Cuenta con una es-
pecie y seis subespecies endémicas y contiene en total poco más del
40 por ciento de las reportadas nacionalmente, aunque 30 están
en peligro de extinción y 55 amenazadas.
La herpetofauna, es decir, la abundancia de culebras y serpien-
tes, es notablemente diversa, 45 especies de anfibios, 117 de repti-
les (cuatro de los primeros y 11 de los segundos son endémicos, lo
cual representa un porcentaje importante de 14.8 y 16.5 por cien-
to, respectivamente, del número total de especies en México).
138 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago

La mastofauna de la región de los Tuxtla ha registrado 128 es-


pecies de mamíferos terrestres (28.3 por ciento del total de México).
En esta área se distribuyen poco más de 19 géneros amenazados o
en peligro de extinción: leoncillo (Herpailurus yaguarondi), jaguar
(Panthera onca), ocelote (Leopardus pardalis), tigrillo (Leopardus wc-
dii) y puma (Puma concolor)-algunos investigadores afirman que
vive a mas de 700 m.s.n.); otros grupos importantes son el jabalí
(Pécari tajacu), el mazate (Mazama americana) y el venado (Odocei-
leus virgianus); los primates como los monos araña (Ateles geoffro-
yi) y aullador (Alouatta palliata); marsupiales como los tlacuaches
(Chironectes minimus), el oso hormiguero (Tamandua mexicana) y el
puercoespín (Sphiggurus mexicanus). Por si fuera poco, hay 1,117
especies de insectos.
Con este escenario, la explosión debió provocar un estruendo de
aves, un correr de mamíferos por los caminos reales y una locura
colectiva. Pero Santiago podía soportar eso y más. Y sobrevivió a la
desgracia y volvió a poblar estas tierras de sus ancestros, porque es
cualidad del ser humano que, aunque su casa esté expuesta a las
mayores inclemencias o crueldades como ésta, o viva al borde de
un precipicio o a la orilla del mar violento, él siempre regresará a
su terruño para refundar sus orígenes. Todos regresan a donde tie-
nen su ombligo enterrado y los habitantes de Santiago Tuxtla no
pueden olvidar ni abandonar su población aunque sean azotados
por un Dios de fuego y piedras.
Mociño, aparte de investigar y hacer sus estudios botánicos, vol-
vió en varias ocasiones por cuestiones de faldas. Es de sobra cono-
cido que desde su llegada sedujo a más de una jovencita. Conoci-
dos son varios de sus amoríos. Por lo menos se tiene registro de uno
de sus hijos que fue criado por una familia de San Andrés.
El volcán de San Martín, que había creado el caos destructor
un siglo antes al arrojar fuego en varias ocasiones, se agotó en sus
calenturas, sufrió la propia consecuencia de sus excesos y, después
de ese derroche de energía, de repente apareció su cima helada el
9 de febrero de 1899. Para alivio de los tuxtecos que resistieron la
tentación de fugarse de estas tierras, se cubrió de blanco, de nubes,
de nieve, de almidón de yuca o de un medallón de hielo por tres
días consecutivos en ese invierno, un paisaje raro si se toma en
cuenta que en el volcán hay lugares calientes debido a su cons-
tante actividad, pero las aguas de los ríos bajaron, algo normal
por esas fechas. Aunque Los Tuxtla son frescos y hasta fríos por su
Breve historia de Santiago Tuxtla 139

densa vegetación, nadie ha podido explicar el misterioso fenóme-


no, y muchos de los que acudieron a la montaña aseguraron que
habían tocado la nieve y sentido el frío congelante en esas alturas.
Como sucede cada fin de siglo en los diversos lugares de la Tierra,
aparecieron mitos y fábulas acerca de este portento. Se pensó en
helados o malditos presagios, pero el siglo 20 llegó sin novedad.
Y ahí sigue el volcán, aparentemente tranquilo, alejado de su
mal humor ancestral; se le escucha el pulso débil como nunca,
aunque sabemos que está activo, contemplando imperturbable
todo el acontecer del cantón de Los Tuxtlas, mientras se enredan
los atardeceres en la cornamenta de los venados y los árboles jue-
gan a lanzarse pájaros en la cara. Sonríe con su verdor a todos los
huracanes que han golpeado a sus hombres robustos y disfruta
los oleajes que le enjuagan los pies con espuma. Vigilante altivo
que con su bravura ha salvado parte de la biodiversidad, abuelo
nuestro que con salomónico juicio repartirá la historia a quien le
corresponda.
140 Héctor Luis Campos y Rafael Santiago
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www.santiago-tuxtla.com
www.veracruz.gob.mx
Figuras

Fig. 1.
Lámina 29 de La Matrícula de Tributos, también llamada El Roll de Moctezuma.
Fuente: Revista Arqueología Mexicana No. 14. Serie Códices. Ed. Especial.
Fig. 2. Cabeza colosal de Cobata.
Fig. 3. Lámina 28 de La Matrícula de Tributos correspondiente a la Lámina No.
50 del Códice Mendoza. Fuente: Revista Arqueología Mexicana No. 14. Serie Có-
dices. Edición Especial.
Fig. 4. Lámina 26 de la Matrícula de Tributos, correspondiente a la Lámina 48
del Códice Mendocino. Fuente Revista Arqueología No.14, Serie códices. Edición
Especial.
Fig. 2. Cabeza colosal de Cobata.
Fig. 2. Cabeza colosal de Cobata.
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Fig. 7. ZONA TRIBUTARIA DE LA PROVINCIA DE TOCHTEPEC
Fig. 8. Escudo Oficial de Santiago Tuxtla, Veracruz.
Fuente: Revista Cronos. Año 4, No. 23. Xalapa, Ver. 1982.
Fig. 9. Iglesia de Santiago Apóstol o del Sagrado Corazón de Jesús.
Fig. 10. Palacio Municipal.
Fig. 11. Panorámica de Santiago Tuxtla.
Fig. 12. Volcán de San Martín. Foto. F. J. Capi Hernández.

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