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El mito de Helena

Imágenes y relatos de Grecia a nuestros días


Diseño interior y cubierta: RAG MAURIZIO BETTINI y CARLO BRILLANTE

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en


el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas
EL MITO DE HELENA
de multa y privación de libertad quienes reproduzcan sin la preceptiva
autorización o plagien, en todo o en parte, una obra literaria,
Imágenes y relatos
artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.
de Grecia a nuestros días
Traducción de:
Fátima Díez Platas

Título original
// mito di Elena. Immagini e racconti dalla Grecia a oggi

O Giulio Einaudi editore s. p. a., Turín, 2002

Ediciones Akal, S. A., 2008


para lengua española

Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España

Tel.: 918 061 996


Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-2429-3
Depósito legal: M-37.395-2008

I mpreso en I davel, S. A.
Ilninanes (Madrid)
akal
LA HISTORIA DE HELENA

Maurizio Bettini

«Se abrieron de par en par los postigos del palacio, el bronce esta-
ba bien pulido —silabeaba complacido Estesícoro a media voz—, a Es-
parta había llegado Paris, el hijo de Príamo...»
Paris aparece en el umbral, inesperado y esplendoroso como Her-
mes. Paris cruza el salón y descubre a Helena sentada entre sus escla-
vas. Helena se levanta para recibir al huésped frigio y lo mira: ¡él nun-
ca ha visto unos ojos tan resplandecientes ! Helena se ríe más bella que
Ártemis la de las flechas de plata, pero suscita el deseo de Afrodita la
que desata los miembros de los hombres. Tras la discreta salida de Me-
nelao Qquizá para poner a prueba la lealtad de su huésped?), Paris
irrumpe bruscamente en el dormitorio y Helena se arroja desnuda a sus
brazos, como si él fuera su marido. El amor de la más bella de las mu-
jeres es como el amor de la Luna cuando deja caer el velo luminoso
que le cubre los miembros y se sienta reluciente entre los brazos de En-
dimión. No hay mujer ni estrella que puedan competir con su fulgor.
También le gustaba mucho a Estesícoro, sin embargo, el final de su
poema. «La mujer tiene el corazón de un perro —volvió a silabear, des-
pués de una pequeña pausa— ¡desventurado el hombre que deposita en
ella su confianza! Paris cayó, atravesado por el arco de Filoctetes, pas-
to de los perros y de los pájaros del cielo. Deífobo vio a la más bella
(le las mujeres con los ropajes desgarrados, mostrando en su lamento
el esplendoroso seno, Helena...»
Helena se convierte en la mujer de Deífobo, el hermano pequeño de
Paris. Helena, la de los ojos resplandecientes, yace sobre el mismo tá-
lamo con su nuevo marido. Pero el día fatal, el día en que Troya es de-
vorada por el fuego —con un grito irrumpe Menelao en el palacio para
recuperar a la esposa infiel—, Helena toma la espada de la cabecera del
lecho, donde Deífobo la colgaba cada noche. Y así, como si fuese un

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viejo o un niño desvalido, el segundo marido troyano de Helena es
degollado por Menelao. De la hoja no se salva ni su rostro, porque Me- llevaba la casa. Ni siquiera le importaba mucho saber si ella lo amaba
nelao, loco de rabia y de celos —como un caballo azuzado por un dai- o no, le bastaba con que cumpliera su deber sin quejarse. A veces la
mon— le corta la nariz y las orejas antes de descargar el golpe final. maltrataba, sobre todo cuando bebía demasiado, y esto siempre suce-
día en los periodos en los que componía. Entonces, ella se iba de casa,
llorando, a refugiarse en la casa de una amiga. La noche anterior, para
celebrar el final de la historia de Helena, Estesícoro había bebido mu-
cho y probablemente al volver a casa había pegado a Helenira. Por eso
Estesícoro había terminado su poema sobre Helena. Y como no no estaba a su lado en el momento del sueño. Pero cuando el poeta, cie-
existe un placer mayor que el de contar una historia, el poeta se que- go, se asomó a la puerta de la casa, sintió la mano de Helenira que le
dó dormido, mientras sus versos seguían atravesando su mente. Pero apretaba el brazo, mientras su voz le susurraba: «¿Quieres que empe-
en sueños se le apareció ella, Helena. cemos por Esparta?»
«Crees que sabes lo que los demás no saben —le dijo— y crees ver De modo que se prepararon; mejor dicho, ella preparó el equipaje.
lo que los demás no ven. Pero ¿qué es lo que ves y qué es lo que sa- De hecho, Estesícoro permaneció sentado en el lecho todo el tiempo
bes, Estesícoro? Al escribir tu poema sobre mí, me has cubierto de que su esposa empleó en organizar sus escasas pertenencias. El viaje
vergüenza. No habrá lugar en el mundo en el que no se hable de He- de Sicilia a Esparta no duraría más que unos días, siempre que hubie-
lena, la impúdica y cara de perra, que abandonó a su marido, su casa ra buena mar, pero Helenira había preparado una gran cesta llena de
y a su hija para seguir hasta Troya a un adúltero sin sustancia. Yo, que quesos y de vino. «Ya no tengo necesidad de beber», le dijo Estesíco-
era la más bella de las mujeres —y aún lo sigo siendo— ya no seré ad- ro, que había notado el olor de las ánforas. Fueron las últimas pala-
mirada, sino vituperada por todos. ¡Mirad —dirán— cuál es la causa de bras que dijo, después permaneció mudo el resto de la jornada.
que tan gran cantidad de jóvenes guerreros hayan caído! ¡He aquí la El embarque estaba previsto para la noche siguiente, de modo que,
causa por la que se ha reducido a cenizas a la más antigua y la más
de Hímera hasta Mesina, fueron en un carro conducido por un devoto
noble de las ciudades ! Por una fulana, que ha traicionado a todos los
admirador de Estesícoro, que se llamaba Tíndaro. En Hímera ya no se
que tuvieron la desgracia de enamorarse de ella. No te puedo perdo-
hablaba de otra cosa; todos contaban la historia de la maldición que ha-
nar que le hayas dado la razón a Homero, otro poeta que, cuando con-
bía caído sobre el poeta, del sueño con Helena y de la ceguera. Inclu-
tó mi historia, creyó que lo sabía todo, pero que no sabía nada. ¡Por
eso ahora tienes que irte, tienes que irte!» so decían que, inmediatamente después del sueño, el rollo que conte-
Estesícoro se despertó lleno de angustia y empapado en sudor. nía el poema sobre Helena se había quemado, ardiendo en una brusca
Buscó a su lado el brazo de su esposa y no lo encontró. En vano bus- y violentísima llamarada, disolviéndose en el aire sin humear siquiera.
có a tientas la lucerna, porque la oscuridad era tan densa que ni si- Pero mientras estos rumores se extendían —«¡Estesícoro no había es-
quiera sabía dónde estaba. La angustia se había apoderado de él y le crito nunca un poema tan bello como el que se quemó esta noche por
dolía el corazón, como si un genio se le hubiese sentado sobre el pe- voluntad de Helena!», «¡Ahora lo persiguen Cástor y Pólux para ven-
cho. Se puso de pie y acercó su mano hacia sus ojos. Estaba todo tan gar el honor de su hermana!»—, el carro de Tíndaro ya se había alejado
oscuro que ni siquiera consiguió ver sus dedos. Finalmente encontró de la ciudad.
la lucerna e intentó encenderla, pero se quemó. Sólo entonces com- Durante todo el viaje, Estesícoro sintió el traqueteo de las piedras
prendió que la llama ya estaba prendida, pero él no se había dado del camino sin decir ni una palabra, mientras su admirador se empe-
cuenta. Agarró la lucerna y la levantó para iluminar la habitación, pero ñaba en cantar los más celebres fragmentos de sus composiciones lí-
siguió sin ver nada. Se había quedado ciego. ricas. En el momento de embarcar, Tíndaro quiso abrazar al poeta, y
«¡Ahora tienes que irte, tienes que irte!» Pero ¿a dónde? después, cuando ya había dado la vuelta al carro para volver hacia Hí-
mera, le gritó: «¡quieran los Dióscuros cuidarse de tu nave!». Estesí-
coro sintió un escalofrío, porque los Dióscuros eran los hermanos de
II Helena. ¿Y si los gemelos divinos lo hacían naufragar para castigar su
maledicencia hacia su hermana? El poeta se puso a llamar a gritos a
Su mujer se llamaba Helenira. Era una mujer pacífica y, después de Tíndaro, porque quería que retirara el mal presagio, recitando la for-
tantos años de matrimonio, Estesícoro no podía lamentarse de cómo mula de anulación del conjuro e invocando por separado a Cástor y a
Pólux. «Tíndaro —gritaba— Tínd...» La palabra se truncó cuando el poe-
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blando con un ciego— hay incluso una inscripción: "Adórame, soy el
ta sintió que una mano se posaba dulcemente sobre su boca. La mano árbol de Helena". La grabaron cuando se supo que la habían ahorcado.»
de su esposa, que le susurró al oído que lo dejara, porque el carro se Y, dicho esto, la muchacha hizo el amago de reemprender la carrera.
había alejado demasiado y su amigo ya no podía oírlo. Mientras pro- «¿Que la habían ahorcado?», preguntó Estesícoro con voz asom-
nunciaba estas palabras, Helenira sacudía la cabeza. brada. La muchacha se paró y Helenira pensó que verdaderamente te-
A veces, a las mujeres les resulta difícil explicar las cosas a los nía unos ojos maravillosos, pero no dijo nada. «Sí, —respondió— ahor-
hombres, sobre todo a los que se creen que lo saben todo, aunque real- cada» «¿En este árbol?» «¡No, en este árbol, no!», exclamó ella.
mente no es así. De hecho, Tíndaro era también el nombre del padre Sucedió en Rodas, cuando los hijos de Menelao la perseguían para
de Helena. castigarla por los sufrimientos que había causado a su padre. Ella se
había refugiado en casa de Polixó, una mujer que había sido su amiga
antes de la guerra. Pero sucedió que entretanto, su marido, Tlepolemo
III había muerto luchando ante los muros de Troya y Polixó, entonces, ha-
bía concebido un odio sin límites hacia Helena. Por eso, un día que
El Platanistás es uno de los lugares más bellos y más verdes de Helena se estaba bañando, Polixó le envió unas sirvientas vestidas de
Esparta. Un bosque de plátanos de sombra, altos y tupidos, circunda- Erinias, con serpientes en los cabellos y antorchas flameantes, para
do enteramente por el curso de un río. Tiene la forma de una isla y, que la colgaran de un árbol. De un árbol como éste. «Pero ¿cómo la
para entrar en él, es necesario pasar forzosamente por uno de los colgaron? —la interrumpió Estesícoro— ¡ Yo sabía que la reina había
puentes que, en tiempos remotos, construyeron los espartanos. En vuelto a Esparta, al palacio de Menelao, y que él la había perdonado!»
cuanto llegaron, Estesícoro y Helenira se encontraron con unas mu- «Las muchachas de aquí sabemos que fue ahorcada» repitió ella. Es-
chachas que se ejercitaban en la carrera, con los cabellos sueltos y los tesícoro seguía repitiendo que era una cosa horrible, que ningún poe-
miembros desnudos. Helenira pensó que no era una forma decente de ta había escrito nunca que la más bella de las mujeres hubiera sido col-
presentarse, especialmente para unas doncellas, pero en Esparta se gada, ni siquiera Homero, ni siquiera... Pero no tuvo el valor de decir
acostumbraba a hacerlo así. Estesícoro se apoyó en el tronco del plá- que ni siquiera Estesícoro había escrito una cosa así. «Nuestras ma-
tano más alto de todos. Era tan grande que de no haber sido por la in- dres nos contaron que Helena había sido colgada —repitió la mucha-
mensa copa que lo coronaba, habría parecido un monumento de pie- cha con obstinación— y por eso le ofrecemos leche y miel al pie de este
dra, uno de esos kolossoi que en los tiempos antiguos se clavaban en árbol.» Estesícoro quiso apartarse de nuevo del plátano, pero lo hizo
la tierra para recordar a los héroes difuntos. Al sentir que las mucha- tan bruscamente que se cayó al suelo. Helenira gritó y se agachó para
chas pasaban a su lado, con su paso de cervatillas, Estesícoro pregun- ayudarlo. «¿Y ahora?», preguntó Estesícoro doliente. «Ahora —dijo la
tó en voz alta si era en el Platanistás donde se alzaba el templo de He- muchacha reemprendiendo su carrera— ¡ deberías irte, deberías irte!»
lena. Una de las muchachas se paró, respondiendo que el templo se Pero ya estaba muy lejos, de modo que ni Helenira, ni Estesícoro es-
encontraba exactamente allí. Después volvió a emprender la carrera. taban seguros de que verdaderamente hubiera dicho eso.
Estesícoro preguntó si era bella. «Bellísima», respondió Helenira. El
poeta quiso saber qué aspecto tenía. Helenira sacudió la cabeza. «Es
alta —respondió— tiene los cabellos rubios, como la melena del león, y IV
el porte ligero». «¿Y los ojos?» «Todas las muchachas tienen bellos
ojos», aventuró Helenira. «¡No todas! —la interrumpió Estesícoro—. El palacio de Esparta había quedado reducido a un montón de rui-
Esta tiene que tener ojos resplandecientes, verdes como el agua de una nas, cubiertas de hierba y de matas de higuera. «En este lugar vivie-
fuente, ¡lo he notado en su voz!» En ese momento, la muchacha se vol- ron Menelao y Helena —explicó el guía— el rey y la reina de la ciudad.»
vió. «Escucha, ciego —Estesícoro se sintió herido por la palabra, pero Se trataba de un hombre anciano, que prefería pedir unas monedas a
en Esparta las muchachas son francas— ¿sabes que estás apoyado cambio de sus explicaciones antes que mendigar por las calles. Des-
\I exactamente en el árbol de Helena?» Estesícoro se apartó bruscamen- pués de esta introducción, el hombre comenzó la visita, dejando claro
te. «No tienes necesidad de ir hasta el templo, además no te van a de- que recitaba un guión aprendido de memoria.
jar entrar. Es aquí donde nosotras depositamos las ofrendas. Helena es «Aquí estuvieron una vez las tinas de piedra, bien pulidas, en las
nueqra protectora. Ella nos lleva de la mano el día de nuestro matri- que los extranjeros se bañaban antes de entrar en la sala del banque-
monio. Mira aquí —continuó, sin reparar en el hecho de que estaba ha-
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te. Todavía quedan algunos fragmentos. ¡ Son tan grandes que parecen
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hechas por los cíclopes!» El viejo iba delante de Helenira, que, a su pió Estesícoro— entonces ¿por qué los griegos tuvieron que embarcar-
vez, guiaba a Estesícoro a lo largo del sendero lleno de hierbajos, co- se para ir a destruir la ciudad? Y ¿por qué Aquiles, Héctor, Patroclo,
giéndolo fuertemente de la mano. «La sala, en cambio, —continuó el Sarpedón y todos los demás héroes tuvieron que caer en la tierra de
viejo— no se puede ver. Los muros se cayeron en época de mi abuelo, Ilión?» El viejo abrió los brazos y dijo: «Helena nunca dejó Esparta,
a causa del terremoto.» Estesícoro quiso visitar la estancia nupcial, en así lo cuentan aquí en el palacio». Estesícoro habría querido seguir dis-
la que Paris había seducido a Helena. El viejo dijo «¡Oh!», como si se cutiendo, para terminar de confundir a aquel loco, pero Helenira lo
hubiese sorprendido, y se paró de golpe. El poeta, confuso, le pidió agarró de la mano y se lo llevó.
que no se preocupara por su ceguera; había dicho «ver» sólo por cos- «El barco para Egipto —le susurró— nos costará mucho dinero. Y no
tumbre. La verdad es que hacía poco que era ciego. «No es eso lo que lo tenemos.»
me asombra —dijo el viejo—, sé muy bien que, a veces, los ciegos ven
con más claridad que los sanos. Me asombra más que nada la historia
que me cuentas. ¿Por qué dices que Helena fue seducida por Paris?» V
Ahora le correspondía a Estesícoro llenarse de estupor. «Entonces, ¿es
que no sabes —le preguntó al viejo— que Paris llegó desde Troya a este Años después, cuando no sólo había acabado en el fuego el primer
palacio como embajador y que esa misma noche sedujo a la reina? poema compuesto por Estesícoro, sino que, incluso, se habían perdido
Después se la llevó con él. Pero Menelao y los griegos organizaron la los bosquejos del segundo, algunos viejos de Esparta contaron que una
expedición más grande que se había visto para destruir la ciudad y traer mujer y un extranjero ciego se habían dirigido a ellos para preguntar-
a Helena de vuelta a Esparta.» El viejo se alejó unos pasos y luego se les dónde se encontraba la casa del joven Deífobo. El ciego había di-
volvió. cho que se llamaba Estesícoro, poeta de Hímera, y que estaba ligado a
«No es la primera vez —dijo— que alguno me menciona esa odiosa él por vínculos de antigua amistad. Dado que los viejos se habían mos-
hazaña. Pero créeme, no es más que una mentira. La verdad es que trado más bien reticentes y suspicaces con los extranjeros, Estesícoro
Helena rechazó con desdén las proposiciones de aquel frigio sin ho- se había jactado de ser tan íntimo del joven Deífobo como para saber
nor; la reina no dejó nunca estas estancias. Incluso dicen que Paris, que descendía del héroe troyano que llevaba su mismo nombre, Deífo-
con la ayuda de Afrodita, había asumido la imagen de Menelao ¡y bo, hijo de Príamo, e, incluso, conocer el desgraciado fin que éste ha-
bajo esa apariencia se deslizó de noche en la cámara nupcial! Así es- bía encontrado la noche que había caído Troya, con el rostro desfigu-
peraba engañar a la reina y convencerla más fácilmente de que lo si- rado por la espada de Menelao, que le había amputado la nariz y las
guiera. Pero ni siquiera esta metamorfosis le sirvió de nada, porque la orejas. «Después de que mi amigo me hubiese contado estos hechos
reina lo rechazó y tuvo que escaparse a toda prisa para huir de la ira —había declarado después Estesícoro—, yo mismo lo puse en verso y lo
de Menelao que, mientras tanto, se había despertado. ¡ Paris galopó canté en un poema dedicado a...» Pero en ese momento, con gran es-
hasta Pilo como si llevara a las Erinias pisándole los talones ! Y, si no tupor por parte de los viejos, la mujer había puesto la mano en la boca
hubiera tenido la suerte de encontrarse en el puerto una nave fenicia al poeta, ordenándole que se sentara en el borde de la calle y que se
que lo admitió a bordo gracias al oro que llevaba consigo...» «¡Estás calmara. Mientras tanto ella, acompañada por el grupo de viejos, se ha-
loco!», lo interrumpió Estesícoro. bía dirigido de manera resuelta hacia casa del joven Deífobo.
El poeta se había llevado las manos a la cabeza y seguía insultando Durante el trayecto, los viejos habían hablado mucho, como suce-
al viejo, tildándolo de loco y mentiroso. «Nosotros, los del palacio, de siempre en esa edad en la que los hombres se vuelven más locua-
—continuó el viejo sin dejarse intimidar— sabemos que Helena nunca ces que las cigarras. Le contaron a la mujer que el joven Deífobo era
fue a Troya. Porque aquella mujer extraordinaria no sólo era bella un gran apasionado de los caballos y que su mayor placer era hacer-
corno Ártemis, sino que también fue la más sabia y la más honesta de los competir en todos los juegos que se celebraban en Grecia. A me-
las reinas.» «Vosotros, los del palacio, ¿ni siquiera creéis en la guerra nudo ganaba. ¿Había sido, quizá, con motivo de una de estas victorias
de Troya?», replicó Estesícoro. «Sí creemos, porque la ganó nuestro —le habían preguntado a la mujer— cuando Estesícoro había cantado
glorioso rey Menelao, junto con su hermano Agamenón, que era el jefe las trágicas circunstancias de su célebre antepasado troyano? Siempre
del ejército. Todavía podéis ver aquí, en el atrio, el muro donde se col- según la versión de los viejos, en ese momento, la mujer les había
garon los trofeos...» «Pero, si Helena nunca fue a Troya —lo interrum- mostrado una tésera de hueso que representaba media cabeza de ca-
ballo. En señal de reconocimiento por la poesía compuesta por Este-
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había encendido todas las velas que pudo encontrar y, entonces, con
como si tuviese miedo de que, de un momento a otro, fuera a aparecer toda delicadeza, sacó del saco una tabla. Se trataba de un cuadro que
de repente alguien que quisiera matarlo. El capitán dijo que no ha- representaba a una mujer. El muchacho la contempló inmóvil durante
bía sitio a bordo, pero que si tanto interés tenía en embarcar, tendría un rato y, de pronto, se puso a abrazarla, susurrando palabras de amor, y
que pagar un precio muy alto y contentarse con dormir sobre el puente. después empezó a besarla, como si fuera una criatura de carne y hueso.»
El joven no perdió un minuto, puso una bolsa llena de oro en las ma- «¿Era bella?», preguntó Estesícoro poniéndose de pie. Su voz de-
nos del capitán y afirmó que, desde ese momento, la nave tomaría la lataba su turbación. Helenira sacudió la cabeza y permaneció en si-
dirección que él decidiera. Al llegar a su destino —añadió—, su familia le lencio. «¿Era bella? —insistió Estesícoro— ¿Cómo estaba hecha?» «El
daría otra bolsa igual. El joven parecía muy seguro de sí mismo, como cocinero cuenta —respondió al final Helenira— que era bellísima.»
si fuera un príncipe o un gran personaje. Al capitán la cosa no le gus- «¿Bella como Ártemis la de los dardos de plata? —insistió Estesícoro.
taba demasiado, temía que en realidad fuera un asesino y es sabido que ¿Bella como la Luna cuando deja caer su velo luminoso?» Helenira
la gente de mar no gusta de compartir su barco con asesinos o con los sacudió la cabeza. A veces a las mujeres les resulta difícil explicar las
que han sido tocados por el rayo. Pero el resto de la tripulación, que cosas a los hombres, sobre todo a los que quieren saberlo todo dema-
nunca había visto tanto oro junto, dijo que era cosa de locos rechazar siado rápido. Así que dijo: «¿Cómo te puedo decir si la mujer del cua-
una oferta de ese calibre.» «¿A dónde te diriges, joven?», preguntó el dro era bella como Ártemis o como la Luna? No soy poeta como tú.
timonel, que era la persona que tenía más autoridad a bordo, incluso Y además, ¡ésta es una historia de marineros y me la ha contado un
más que el propio capitán. «A Troya —respondió, sin dejar de volverse cocinero!». Estesícoro calló.
hacia el camino que venía de Esparta—. Pero ¡ si queréis el dinero, será «Durante todo el viaje —respondió entonces Helenira—, el joven
mejor desplegar las velas y levar el ancla ya!» mantuvo pegado a su pecho el saco, pero el timonel, que era muy chis-
Los marineros fenicios empujaron el barco fuera del puerto. «¿Y moso además de curioso, ya se había encargado de divulgar lo que ha-
tu caballo?», preguntó el timonel. «Sabrá arreglárselas solo —dijo el bía visto. Así, cada vez que el joven desaparecía bajo la cubierta, toda
muchacho encogiéndose de hombros—, lo importante es lo que estaba la tripulación se ponía a reír burlonamente. Decían que habían embar-
en la silla.» Y apretando contra su pecho un gran saco, de forma cua- cado a un loco, que había robado un cuadro en Esparta y que ahora, en-
drada, el joven se sentó a popa, sin apartar su mirada del camino que cerrado en el camarote del capitán, le hacía el amor.» «¡Qué amor tan
venía de Esparta. La orilla se alejó rápidamente, porque el viento de duro! —decían— Un bello amor de madera...» «Imbéciles», la interrum-
la noche soplaba fuerte. El cocinero dice que, precisamente cuando la pió Estesícoro. «Lo mismo dice el cocinero —replicó Helenira—, que
nave se deslizaba más allá del promontorio, hubo quien vio una nube eran unos imbéciles. Incluso los marineros de Pilo dicen que aquellos
de polvo que se levantaba a espaldas del puerto. O al menos eso cuen- fenicios eran unos imbéciles que arriesgaron sus vidas por dinero. Por-
tan los marineros de Pilo. «En cuanto llegaron a mar abierto —conti- que, cuando la nave estaba arribando a Troya, y vieron que sobre la
nuó Helenira—, el joven suspiró hondamente, pero no se quiso dar un playa se había formado una horda de soldados, con arcos, flechas y
baño, como la tripulación esperaba, ni quiso comerse siquiera el pla- lanzas, se llenaron de terror y no querían aproximarse. Pero el joven
to de sopa que le ofrecieron. Pidió solamente que se le indicara una los tranquilizó, diciendo que era su familia. "Mi nombre es Paris —con-
estancia que tuviera puerta, donde pudiera recluirse y estar un rato a tinuó— y los que están en la orilla son los soldados de mi padre, el rey
solas y en paz. Se le asignó la cabina del capitán, que, como he dicho, Príamo, señor de Troya". Los marineros se postraron ante Paris, sin-
contaba poco a bordo, y el extranjero se precipitó bajo la cubierta. Los tiendo más miedo aún. Pero Paris los tranquilizó y les aseguró que Pría-
marineros empezaron a comer; el viaje hasta Troya era largo y todos mo los recompensaría y que podían contar con su reconocimiento.
pensaban que el joven estaba cansado de la galopada y que sólo tenía Después, subió a una barca con el timonel, mientras el capitán insistía
ganas de retirarse a dormir. Pero el timonel, que era curioso y más as- en que dejaran a aquel pedazo de loco acercarse solo a la orilla. "¡Hu-
tuto que el resto, descendió bajo la cubierta y se metió en la despen- yamos —insistía—, porque aquí va a ocurrir una desgracia!" Pero los fe-
sa. Sabía que desde allí podría espiar la estancia del capitán, mirando nicios deseaban el resto del oro, de modo que echaron el ancla, mien-
a través (le una pared de madera. Entonces, el timonel se pus9/a rascar tras la barca se dirigía hacía la tierra llevando a Paris y al timonel.»
la madera a cuatro patas, intentando no hacer ruido, para nd despertar Cuando estaban a punto de desembarcar, Paris saltó al agua sin de-
las sospechas del muchacho que estaba al otro lado del tabique, y apli- jar de abrazar contra su pecho el saco de cuero y corrió chapoteando
uo el ojo a la hendidura. Desde allí, el timonel pudo ver una escena in- hasta la playa. En cuanto se baj4•_cle la barca, el timonel vio que de la
He, t ), al menos, eso contó después. Parece ser que el muchacho
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formación salía un hombre anciano con las insignias reales, seguido ramales del delta llevando trigo, hortalizas y vino hasta las aldeas más
por algunos guerreros que llevaban armadura. Era Príamo, el rey de remotas. Sin embargo, fue mucho menos fácil llegar al santuario del
Troya, junto a sus otros hijos. Paris se arrodilló, invocando su bendi- dios Hefesto, porque todos sabían que allí los extranjeros no eran
ción y Príamo le dijo que se levantara. Entonces, Paris sacó el cuadro bienvenidos. Cada vez que Estesícoro y Helenira le preguntaban a un
del saco y con gran emoción se lo mostró a su padre y a sus herma- barquero si los podía llevar hasta allí, la respuesta era invariablemente
nos. De todos se escapó un grito de asombro. «Lo que has hecho —dijo «no». Permanecieron un día entero en el muelle del puerto del Menfis,
finalmente Príamo— traerá luto y ruina a nuestra ciudad. ¡ Pero la be- y prácticamente habían perdido la esperanza de poder llegar al san-
lleza de esta imagen —continuó— es tal que tamañas desventuras no se tuario. En un determinado momento, Helenira se alejó, diciendo que
soportarán en vano!» Dicho eso, un esclavo se acercó al timonel y le iba a buscar algo para comer. Estuvo fuera mucho más tiempo del pre-
puso en la mano un bolsa llena de oro, tal como había sido pactado. visto y cuando volvió le explicó a Estesícoro que había tenido que an-
El rey y su familia montaron a caballo y se dirigieron al galope hacia dar mucho, porque el mercado estaba lejos del muelle. Su voz sonaba
el interior, en dirección a la ciudad de Troya. Pero los soldados se que- extrañamente alegre. En ese mismo instante se acercó un barquero
daron formados en la orilla, como si esperaran que, de un momento a que dijo que era un griego de Siracusa, que se había mudado a Men-
otro, fuera a aparecer algo en el horizonte. fis hacía muchos años. Dijo también que había reconocido enseguida
«El timonel volvió a subir rápidamente a la barca asombrado, y, a Estesícoro, porque lo había escuchado cantar con ocasión de los jue-
apenas llegó a bordo, relató todo lo que había sucedido en la playa. El gos de Crotona. ¿Necesitaban quizá que los acercaran a algún sitio?
capitán empezó a maldecir porque nadie había querido obedecerle, y Estesícoro se sintió muy complacido por este reconocimiento y, mien-
ordenó que se zarpara rápidamente para volver a Grecia. El cocinero tras el siracusano los conducía con la barca hacia la zona del templo,
dice... —Helenira suspendió un momento su relato, quizá con un po- se empeño incluso en cantarle un pasaje de su poema más famoso, el
quito de malicia— el cocinero dice —acabó por decir— que, siempre se- que versaba sobre Gerión. Helenira se reía en voz baja y sacudía la ca-
gún la historia de los marineros de Pilo, en el camino de vuelta el bar- beza. A veces a las mujeres les resulta difícil explicar las cosas a los
co fenicio se topó con una gran flota, que navegaba en dirección a hombres, sobre todo a los que creen que lo saben todo, aunque en rea-
Troya. Por fortuna ya estaba cayendo la noche y el timonel, que co- lidad no lo saben. Porque el barquero era negro como un etíope y no
nocía muy bien su trabajo, consiguió esquivar las naves costeando. Se podía ser de Siracusa. Pero la barca ya estaba a la altura del templo y
dejó guiar por la luna, que iluminaba las rocas blancas de los pro- el hombre la amarró a una palmera. Le guiñó el ojo a Helenira, en-
montorios.» «¡Qué historia tan increíble!», comentó Estesícoro. «Eso viándole un beso con la punta de los dedos y después hizo descender
es lo que cuentan los marineros de Pilo», respondió Helenira. «¿Qui- a tierra a los dos pasajeros.
zá quieres decir que Paris no llevó a Troya a Helena en carne y hueso, «Está escrito en la antigua ley —dijo el sacerdote— que los extran-
sino su imagen pintada?» «Eso es lo que cuentan los marineros de jeros no pueden pisar el sagrado pavimento del templo. Pero si por lo
Pilo.» Estesícoro seguía abriendo los brazos, como si aquella historia que venís es por la historia de Helena, entonces es distinto. De hecho,
lo hubiese sumido en la más profunda confusión. «¿Y entonces las los griegos son unos ignorantes y cuentan cosas increíbles sobre ella.
desdichas de aquella guerra? —dijo—. Héctor, Aquiles, Sarpedón, Pa- Por tanto, a vosotros os permitiré leer lo que se conserva en nuestros
troclo... ¿Todos habrían muerto por causa de un cuadro?» «Eso es lo archivos, para que, al volver a vuestra patria, podáis contar la verdad
que cuentan los marineros de Pilo —repitió Helenira— al menos según a vuestros conciudadanos. Suponiendo que estén en condiciones de
lo que me ha dicho el cocinero.» «¡Quiero hablar con ese cocinero!», comprenderla y, sobre todo, ¡ suponiendo que prefieran la verdad a la
exclamó Estesícoro. Pero el barco ya había entrado en la rada de Ca- mentira!» Dicho esto, el sacerdote los hizo entrar en una cella a la que
nopus, y el cocinero, dijeron los marineros, había bajado a tierra con se accedía directamente por detrás de la estatua de Hefesto. Estesíco-
una chalupa para reponer provisiones. ro seguía disciplinadamente al sacerdote y Helenira estaba impresio-
nada por la grandeza de aquel coloso de piedra, cuya cabeza llegaba
al techo y que tenía unas manos tan grandes como barcas. Sin embar-
VII go, con gran sorpresa de ambos, el sacerdote no se detuvo en la cella
en la que los había hecho entrar, sino que abrió otra pequeña puerta.
En Canopus no fue difícil encontrar un pasaje para Menfis. Por el Frente a ellos apareció un bellísimo jardín. «¿Dónde estamos? —pre-
Nilo hay un continuo ir y venir de barcas, que se dispersan por los mil guntó Estesícoro, apretando la mano de Helenira—. Siento perfume de

16 17

1
rosas.» «Éste es el jardín de Proteo —respondió solemnemente el sa-
cerdote—, ningún extranjero ha osado pisarlo jamás. Pero con vosotros decretó que Paris debía ser castigado como merecía porque había trai-
es distinto.» Atravesaron el jardín, que era más bien grande, y se para- cionado la buena fe de los que lo habían acogido en su casa; pero
ron junto a una vieja construcción en ruinas y cubierta de plantas tre- prohibió expresamente que lo mataran. Nosotros, los egipcios no ma-
padoras. Era la capilla de Proteo. El sacerdote abrió esta puerta tam- tamos a nuestros huéspedes, ¡aunque vosotros, los griegos, os dedi-
bién y los tres se deslizaron en la oscuridad de la cella. Un soplo de quéis a contar que nuestro rey Busiris inmolaba en un altar a todos los
aire frío recorrió el rostro de Estesícoro, sus ojos sintieron un res- extranjeros que se presentaban en su ciudad! La ignorancia en la que
plandor y, durante un segundo, creyó que había visto unas sombras estáis sumidos es más oscura que una noche de invierno. Proteo orde-
agitando un velo luminoso. Pero no fue más que una ilusión. nó, por tanto, que Paris reanudara la travesía con su nave, pero sin He-
«En este lugar se conservan los documentos más antiguos del tem- lena. El mismo rey Proteo se encargaría de custodiarla y protegerla
plo —dijo el sacerdote— compilados por orden del venerable Proteo, hasta que su marido legítimo viniera a buscarla. Y, en efecto, sucedió
rey de Menfis. Mirad —continuó, señalando la maraña de jeroglíficos así. Años después, Menelao desembarcó en la playa de Canopus, y
que cubría las paredes de la capilla— ahí se revelan los secretos del Li- Helena le fue devuelta, sana y salva.» «Entonces, Helena...», empezó
bro de los Muertos y las fórmulas mágicas que tienen el poder de in- a decir tímidamente Estesícoro. Pero Helenira le tapó la boca con la
vocar las almas de los difuntos. ¡ Pero el sabio Proteo ordenó que fue- mano. El sacerdote había empezado a inclinarse hacia la lastra que
ran escritas en un lenguaje comprensible sólo para los sacerdotes del contenía la historia de Helena en Egipto, y, después de pronunciar
templo, para evitar que magos, brujas o nigromantes se sirvieran de en voz alta algunas fórmulas solemnes, se dirigió de nuevo a los ex-
ellos para sus maldades!» Estesícoro sintió un escalofrío y apretó la tranjeros.
mano de Helenira. «Allí en cambio —continuó el sacerdote— se narra «¿Qué querías preguntar, griego?» «Quisiera saber —respondió Es-
la gesta realizada por Proteo, que tenía el poder de adoptar la forma tesícoro— si, entonces, vosotros, en Egipto, realmente creéis que He-
que quisiera, hombre, mujer o bestia salvaje, y el de suscitar toda lena permaneció aquí todo el tiempo y jamás pisó el suelo de Troya.»
suerte de ilusiones, fantasmas más reales que la propia realidad. Su «Eso es lo que afirma el relato de Proteo —respondió el sacerdote, se-
excelencia en la magia llegaba a tal grado que infinitas veces sumió . ñalando los jeroglíficos de la pared—. Helena permaneció en estos lu-
en la confusión las mentes de los hombres. ¡ Sólo su piedad le impidió gares durante la guerra. Y su marido volvió a buscarla, sana y salva,
convertirse en el amo del mundo, tal vez de los mismos dioses! Ahí después de la destrucción de la ciudad de Troya.» «Pero, si Helena es-
abajo se enumeran todas las mujeres y todos los hijos de Proteo, y más tuvo todo el tiempo aquí, en Egipto, —dijo Estesícoro—, ¿por qué Me-
allá se narra su nacimiento milagroso. Ésta es, al fin y al cabo, la his- nelao y los demás griegos declararon la guerra a los troyanos, pidien-
toria de Helena, la más bella entre las mujeres.» El sacerdote se detu- do la devolución de Helena?» «Porque pensaban que Helena se
vo entonces, tal vez para orar. Y Estesícoro estaba tan intimidado que encontraba en Troya», respondió el sacerdote. «Pero, entonces, ¿por
no se atrevió a exhortarlo a continuar. qué los troyanos no les dijeron a los griegos que Helena no estaba allí,
«Un día lejano —volvió a decir al fin—, un barco frigio fue arrastra- y lo único que había que hacer era venir a buscarla aquí, en vez de de-
do por una tempestad hasta las playas de Canopus. Era la nave de Pa- clarar la guerra?» «Porque Paris y los troyanos también creían que
ris, que había raptado a Helena del palacio de Esparta. En el lugar en Helena estaba en Troya y no aquí.» «¡Pero eso no es posible! —gritó
el que desembarcaron se alzaba el templo de Heracles, protector de Estesícoro—. ¡Una persona no puede estar aquí y allí, en Egipto y en
los desamparados y los perseguidos. A cualquiera que se pusiera bajo Troya, al mismo tiempo!» «Eso es lo que dice el relato de Proteo —res-
la protección del dios no se le podía ni matar ni encarcelar: incluso el pondió el sacerdote—. Nosotros sabemos que Helena nunca fue a Tro-
esclavo tenía derecho a solicitar la libertad, aunque su dueño estuvie- ya y que se quedó en Egipto durante el periodo de la guerra.» «¡Pero
ra allí presente para reclamarlo. Paris, que era un bárbaro, no sabía Paris decía que estaba en su lecho!», insistió Estesícoro. El sacerdote
nada de todo eso, pero lo sabían sus siervos egipcios, y por eso se pu- se encogió de hombros, como si no pudiera acabar de convencerse de
sieron bajo la protección de Heracles y denunciaron a Paris por haber la testarudez de aquel griego. «Si Paris decía que Helena estaba en su
raptado a la mujer de su anfitrión. Paris lo negaba, entonces los sa- lecho —respondió finalmente—, quiere decir que mentía, o que estaba
cerdotes de Heracles buscaron consejo para aclarar la situación y en- bajo el efecto de un hechizo.»
viaron un mensajero hasta aquí —en este punto, el sacerdote adoptó un Y dicho esto, los acompañó hasta la salida, sin dejar de repetir que
aire de importancia— para preguntar la opinión de Proteo. El sabio rey los griegos eran unos ignorantes, que no sabían distinguir la verdad de
la ilusión.

19
vill pués contarán que Estesícoro, el de Catania, fue a preguntar a los sa-
cerdotes de Menfis, mientras que de Estesícoro de Hibla se dirá que
Mu(:.,hos años después, cuando todas las obras de Estesícoro ya ha- —¡qué los dioses lo protejan!— ha tenido un accidente con el barco que lo
bían siclo irremediablemente destruidas y circulaban todo tipo de his- llevaba a Sicilia de vuelta de un viaje, porque Zeus llovía, ¡y no que-

1
tortas y leyendas sobre el poeta ciego, un individuo contó que, en el ría parar! Y, en cambio, de ti, que me has acompañado a Egipto, a lo
camino de vuelta de Egipto, Estesícoro y Helenira fueron sorprendi- mejor estarán diciendo que eres una bruja, que fuiste al templo de
dos por una lluvia torrencial. Habían pasado días y días bajo el sol en Menfis ¡para aprender los secretos de la magia y el arte de suscitar
el puerito de Canopus, esperando un barco que los llevara de vuelta a fantasmas ! Y mientras todos estos rumores se difunden y crecen, noso-
Sicilia, y, precisamente, cuando al fin subieron a bordo de una trine- tros seguimos sin saber nada. No existe poder más grande que el de la
me gric;ga, se abrieron las cataratas del cielo. palabra. Basta con iniciar un relato y los seres de carne y hueso se con-
«¡Z1eus llueve ! —farfullaba continuamente Estesícoro, intentando vierten en una especie de simulacros, que se multiplican como las cria-
cobijarse bajo la tela que le había puesto encima Helenira— ¡Zeus llue- turas del sueño y danzan en el aire al ritmo de la palabra. El que en-
ve!» El comandante de la nave se llamaba Cástor, como el hermano tra en el relato ajeno se pierde y se pierde a sí mismo. ¿Entiendes lo que
de Hel(ena, y, en cuanto lo supo Estesícoro, llegó a negarse a subir a quiero decir?»

1
bordo. Pero Helenira consiguió convencerlo. «¡Quién sabe cuántos «Helena también se ha perdido en sus relatos —continuó Estesíco-
Cástor ;s habrá en el mundo! —le dijo para convencerlo—. Un Cástor en ro— se ha convertido en una ilusión. Porque ya hay tantas Helenas, ¡que
Siracus a, otro en Atenas, otro en Tiro... Todos se llaman Cástor y vin- vete tú a saber cuál de ellas es la que fue a Troya, la que se quedó en
guno 1(o es.» Mientras tanto seguía lloviendo, y ya llevaban así dos Esparta y la que pasó diez años en Egipto en aquel jardín! O a la que
días. Hasta las gaviotas habían desaparecido del cielo porque la lluvia colgaron en Rodas, sólo para que en Esparta aquellas muchachas la pu-
las habla obligado a buscar cobijo. Estesícoro, que había permaneci- dieran celebrar y verter leche y miel a los pies de su plátano.» «¿Tú
do riluldo durante todo el viaje, de pronto le preguntó a Helenira: crees —lo interrumpió Helenira— que Helena nunca fue a Troya?» «Cla-
«¿Qué querías decir con eso de que todos se llaman Cástor y ninguno ro que fue —replicó Estesícoro con ardor—, sólo que a lo mejor no fue
lo es?» La mujer no se acordaba siguiera de haber pronunciado aque- la Helena de Esparta, sino otra. ¡Quién sabe cuál de ellas! Desde lue-
lla frase y Estesícoro tuvo que repetírsela. «¡Ah, sí!—respondió ella—, go no fue la de Egipto.» «Pero entonces, ¿los muertos de Troya? —pre-
sólo qttería decir lo que dije. Que los nombres no significan nada y guntó Helenira—. Aquiles, Héctor, Patroclo, Sarpedón...» «Ilusión
que sor1 -
comunes a muchas personas distintas. Por eso no deberías te- —respondió Estesícoro—, todos murieron por una ilusión.» «¿Ilusión?»
ner mi(edo de subir a bordo de una nave capitaneada por uno que se «Pues sí —continuó Estesícoro como si dijera algo obvio—, la guerra es
llama (Cástor, aunque tenga el mismo nombre que el hermano de He- siempre una ilusión. Fuera o no fuera Helena. La tuviera Paris en su le-
lena. Y, además, ¿te crees que eres el único que se llama Estesícoro en cho a ella o a otra mujer, la guerra se hace siempre por una ilusión.»
toda Sicilia?» El se levantó y dio algunos pasos bajo la lluvia. La lluvia no acababa de parar. Helenira se puso de pie y volvió a
tsión», dijo finalmente. Después se quedó en silencio. «¿Por tapar a su marido con la tela. Pero el tejido ya estaba completamente
qué ilu sión?», preguntó Helenira. «Antes no había pensado nunca en empapado y casi era peor ponérselo encima. «Escucha —le dijo— qui-
la ilusión —continuó Estesícoro—, y, sin embargo, es la cosa más co- zás haya una manera de desentrañar todas estas ilusiones, como las lla-
rriente del mundo. Ilusión. Siempre nos ilusionamos. ¿Qué quiere de- mas tú. ¿Te acuerdas de lo que me contó el cocinero del barco de Ca-
cir "1-1(.lena"? No quiere decir nada. Helena está en Esparta, Helena nopus? Es una historia tonta, lo reconozco, ¡resulta increíble que Paris
en Meinfis, Helena en Troya, Helena en Rodas... Hay muchas Hele- volviera a Troya abrazando un retrato de Helena! Pero eso no signifi-
nas, no una sola; hay tantas que, al final, ya no hay ninguna. Igual que ca que los marineros de Pilo estuvieran totalmente equivocados. Qui-
yo, Est esícoro de Hímera, pero también habrá un Estesícoro de Hibla, zá el relato, pasando de boca en boca... Quiero decir que esa imagen
Estesíc:oro de Agrigento, Estesícoro de Catania, Estesícoro de Zan- de Helena, de la que hablan los marineros, a lo mejor no era un cua-
clos... Y todos creen que son Estesícoro y los demás también creen dro pintado, sino un fantasma. Un simulacro hecho de aire, como to-
que conocen a Estesícoro. ¿Entiendes lo que quiero decir?» Helenira das las criaturas del engaño, pero que tenía la consistencia de un cuer-
no resi)ondió. «Quiero decir —siguió diciendo— que quizá en este mo- po mortal, e incluso la voz, los andares, y hasta la gracia de Helena.
mento alguien está contando que Estesícoro, el de Agrigento, ha per- Un simulacro tan bello que no sólo sedujo a Paris a primera vista, ha-
dido la vista por la maldición de Helena, y algún otro se lo cree. Des- ciéndolo esclavo de su amor, ¡ sino a todos los troyanos ! Y ellos mu-

20 21
se dispersaron por la costa. Menelao, en cambio se dirigió directa-
rieron en la llanura de Troya pensando que dentro del palacio de Pría- mente hacia el palacio acompañado por Helena. Ya había llegado fren-
mo estaba la más bella de las mujeres — y a menudo la maldecían por te al palacio cuando en medio del estupor, se encontró frente a dos He-
ello—, cuando se trataba sólo de un fantasma. Has dicho que la guerra lenas. Una, humilde y vestida de harapos, que se arrodilló frente a él
se hace siempre por una ilusión ¿No sería acaso la más grande de las suplicándole que volviera a tomar a su mujer; la otra, bellísima y res-
ilusiones matarse por un fantasma? Y mientras tanto Helena, la ver- plandeciente, que se diluyó en el aire como un hilo de humo.
dadera, podía haberse quedado en Egipto, como decía el sacerdote de
Proteo, o ¡tal vez ni siquiera se había movido del palacio de Esparta,
mientras Menelao la buscaba por tierra y por mar! Nuestros afanes X
han terminado, Estesícoro, la ofensa que infligiste a Helena está a
punto de ser expiada. Eso es lo que significa la lluvia de Zeus.» Dicen que Helena agradeció mucho esta nueva versión de su his-
toria. Cuando Estesícoro se dirigió solemnemente al templo para de-
dicársela, ella se le apareció con rostro benévolo, como si fuera una
IX diosa salvífica, y no sólo lo perdonó, sino que además le restituyó la
vista. La Palinodia de Estesícoro se hizo célebre inmediatamente y
En Sicilia cuentan que Estesícoro le estuvo muy agradecido a He- circuló por toda Grecia, borrando todo recuerdo del poema anterior,
lenira por esa ocurrencia y que, con su ayuda, en cuanto desembar- que, por otra parte, se había quemado la misma noche de la maldición.
caron, se puso a escribir un poema nuevo sobre Helena, titulado Pali- Pero en Sicilia también circulaba otra versión del acontecimiento,
nodia, en la que narró toda la historia del fantasma animado y del según la cual el encuentro entre Helena y Estesícoro, en realidad, ha-
engaño de Paris. Ahora Helena se había convertido en una reina sabia bría tenido un desenlace distinto. Contaban que, en efecto, el poeta
y honesta, a la que la diosa Hera, protectora de los matrimonios, ha- había ofrecido a Helena su Palinodia, como reparación, y que ella ha-
bía querido evitar la humillación de aquel infausto encuentro con el bía quedado satisfecha de la manera en la que el poeta la había exo-
seductor. ¡ Así se habían desarrollado los hechos, verdaderamente mis- nerado de toda culpa. Pero, en el momento en el que Estesícoro había
teriosos y fuente de admiración para muchos hombres! caído de hinojos, extendiendo los brazos para suplicarle que le devol-
Por tanto, el mismo día en el que Paris puso el pie en Esparta, Hera viera la vista, en su lugar, Helena le había devuelto el rollo que con-
había trasportado mágicamente a Helena hasta Egipto, colocándola tenía el poema, ordenándole que lo echara al fuego y que escribiera
bajo la protección de Proteo. En el mismo instante, en el palacio de una segunda Palinodia. «¿Tenías que decir —había añadido— que mi
Espata se había manifestado un fantasma animado, hecho enteramen- doble era más bello que yo?»
te de aire. Era tan semejante a Helena que no sólo consiguió engañar
a Paris, sino a todos los troyanos. De hecho, el fantasma era más be-
llo que Ártemis, la de las flechas de plata, más bello que la Luna,
cuando deja caer el luminoso velo que le cubre las caderas; más bello
incluso que la misma Helena, escribió Estesícoro, ¡que la verdadera!
Durante diez años, por tanto, griegos y troyanos se mataron en la lla-
nura de Troya para disputarse un fantasma (la guerra se hace siempre
en nombre de una ilusión, escribió también Estesícoro), y, cuando
Menelao creyó haber arrancado finalmente a su esposa infiel del pa-
lacio de Príamo y la arrastró por el cabello hasta su nave, en realidad
no tenía entre sus manos más que una criatura del engaño. Los grie-
gos abandonaron el puerto de Troya, pero la nave de Menelao, gol-
peada por las tormentas y por la adversidad de los vientos, se vio obli-
gada a vagar por los mares durante siete años. Finalmente, las olas
arrastraron a los navegantes hasta las playas de Canopus, allí donde
reinaba el buen rey Proteo. Los griegos bajaron inmediatamente a tie-
rra, esperando conseguir víveres y agua de los habitantes del lugar y
23
22
PREMISA

La belleza femenina no significa nada,


demasiado a menudo es una imagen insensible.
[...]
La belleza se contenta consigo misma,
la gracia, en cambio, resulta irresistible,
como Helena...

Goethe, Fausto (vv. 7399-7405).

Si nos hubiésemos atenido a lo que afirma una tradición unánime,


que se trasmitió desde la Antigüedad a la Edad Media y Moderna, este
texto habría tenido que titularse «Helena de Esparta» en vez de «He-
lena de Troya». De hecho, la protagonista de las páginas que siguen,
nace en la casa de Tíndaro —el entonces soberano de Esparta—, del
mismo modo que Menelao —el héroe destinado a convertirse en su es-
poso tras resultar elegido entre muchos pretendientes— llega a ser rey
de esta ciudad a consecuencia de la boda. Por otra parte, Helena era
objeto de culto en Esparta y desempeñaba un papel importante en nu-
merosas historias que tenían como protagonistas a los héroes más im-
portantes de la Laconia, desde Tíndaro y los Dióscuros al propio Me-
nelao. Pero todavía existe otra razón por la que hemos preferido el
título «Helena de Troya» y es porque remite directamente a los mo-
mentos más importantes, miles de veces narrados, de aquella famosa
historia que la tuvo a ella como protagonista: el abandono de su hogar
y de su esposo, su huída con Paris a Troya, y la larga guerra que todo
esto provocó. Su nombre evoca de inmediato el de Troya igual que el
nombre de la ciudad ha quedado indeleblemente ligado a Helena, in-

27
dependientemente del juicio que los poetas y los pensadores de todas que esta figura del mito griego ha dado vida en el curso del tiempo.
las épocas hayan expresado sobre ella. Intentaremos también leer los textos literarios (que constituyen gran
Esta larga historia, que se encuentra en los mismos inicios de la li- parte de nuestra documentación) en relación con los valores culturales
teratura griega, ni siquiera habría comenzado sin el concurso de una a los que están ligados. Por ejemplo, pondremos de relieve el signi-
importante mediación —la de la poesía— que ha posibilitado que he- ficado que asumen de cuando en cuando las decisiones del personaje
chos pertenecientes a un pasado lejano —y que ya Homero situaba mu- o las críticas que le han sido dirigidas, cómo se han desarrollado en el
chas generaciones antes de la suya— hayan sido trasmitidos en el tiempo, tiempo, qué rasgos de su comportamiento se critican y, por tanto, se
suscitando un interés que se ha mantenido constante hasta nuestros reinterpretan, y con qué finalidad. Una relectura de los textos antiguos
días. Y el propio personaje homérico ya es consciente de ello. En el que otorgue valor a estos aspectos permitirá leer la historia de Helena
encuentro con Héctor, narrado en la Ilíada, Helena anuncia con clari- en relación con los valores propios del mundo griego; y, dentro de una
videncia su destino común: «En lo sucesivo nos tornaremos en mate- perspectiva más amplia, contribuirá a un mejor entendimiento de las
ria de canto para los hombres futuros»'. Esto, para ella, no constituía mismas obras literarias que estos valores comunes presuponen, bien
un motivo de satisfacción o de jactancia, sino, si acaso, un motivo de haciéndolos propios, bien poniéndolos en discusión. Por lo que se re-
consuelo; la heroína se sabe la causa del conflicto y de buen grado fiere a la época arcaica se va a dedicar una atención especial al cua-
pondría fin a tanto sufrimiento, pero también es consciente de la ine- dro institucional y, por tanto, a los cultos ciudadanos, porque el relato
luctabilidad de la guerra y de lo que se deriva de ella. Remitiéndose, mítico, considerado en sus aspectos tradicionales o en los más innova-
entonces, a una de las funciones más importantes del canto épico, dores, está ampliamente integrado en los ordenamientos de la comu-
confía a la esfera del recuerdo —que no distingue entre acontecimien- nidad. El tema que abordaremos en el primer capítulo ofrecerá un cla-
tos alegres y luctuosos— su propia persona y el mundo que la circun- ro ejemplo del papel que el mito puede desempeñar en este ámbito.
da. Los grandes hechos del pasado y los nombres de sus protagonis- Precisamente por estas razones hemos preferido hacer una exposición
tas se confiarán ambos a la palabra del poeta y serán trasmitidos a las de tipo temático, más que una presentación tradicional que examine
generaciones futuras. los testimonios de manera cronológica; una presentación, por tanto,
Sin embargo, aunque en la Ilíada raramente participa en la acción, que nos permita un examen sistemático —aunque dentro de los límites
Helena está presente a menudo en los sucesos que tienen lugar en el que nos hemos impuesto— de los grandes temas que se debatieron en
interior de la ciudad. Baste recordar episodios como el duelo de Paris el mundo antiguo en relación con esta figura.
y Menelao, al que ella asiste desde la torre de Troya, como el coloquio Helena ha suscitado siempre un notable interés y son numerosos
—casi casual— con Héctor, al que encuentra en las habitaciones de Pa- los estudios que se le han dedicado. Sólo una pequeña parte de ellos
ris, o el lamento final sobre el cuerpo del propio Héctor, el cuñado está citada en el texto. Para ulteriores profundizaciones remitimos a
amado que nunca le había hecho reproches. La Odisea nos presenta los dos apéndices del final del volumen: «Fuentes y reescrituras» y
un personaje que, aunque está profundamente marcado por el pasado, «Nota bibliográfica». De la misma manera, para el caso de los textos
ha alcanzado una nueva condición, que se refleja en el papel que de- antiguos, que, por otro lado, se han citado de manera más amplia, nos
sempeña en el palacio de Menelao cuando llega a visitarlos el joven hemos limitado casi siempre a señalar los más importantes en relación
Telémaco. En los textos literarios de épocas posteriores, la situación con los temas discutidos.
parece haberse diversificado, como es natural, hasta cierto punto, si se Al terminar este trabajo, me es especialmente grato dar las gracias
tienen en cuenta los hechos que la contemplan como protagonista y a mi amigo Mauricio Bettini, con el que he discutido varios de los te-
que podrían juzgarse de maneras muy distintas. Si en Homero su com- mas tratados en estas páginas. Es éste, por otra parte, un intercambio
portamiento puede parecer censurable (aunque, realmente, nadie le di- que no es nuevo, ya que se remonta a los años en los que ambos está-
rija acusaciones directas), en la poesía lírica y, sobre todo, en la tra- hamos interesados en estudiar el tema de la imagen en el mundo grie-
gedia no podrá evitar las duras críticas a las que se someterán sus go y romano. Quizá no sea casual que ésta, la imagen, desempeñe
opciones. también un papel importante en relación con la figura de Helena. A
De todo ello intentaremos dar cuenta en estas páginas. Pero nues- ello se dedica un capítulo específico, que trata del desarrollo de esta
tro objetivo no será sólo pasar revista a los diversos personajes a los versión del mito en el mundo griego arcaico y clásico.

1
H., VI, 357 y ss.

28 29
II

LA MUCHACHA DE ESPARTA

En la Grecia arcaica, la figura de Helena desempeñaba un impor-


tante papel en las instituciones, civiles y religiosas, de algunas de las
ciudades más importantes de Grecia. Los datos que conocemos mejor,
aunque siempre de manera fragmentaria, se refieren a Esparta y al cul-
to del que ella era objeto en esta ciudad. El origen espartano de Hele-
na ya era, por supuesto, conocido para Homero, que situaba en Es-
parta el palacio de Menelao, pero su figura en la Ilíada y la Odisea
—como en los otros poemas del ciclo épico— resulta muy distinta de la
que ofrece el entorno institucional espartano. Para entender el papel que
ella desempeña en el ámbito de esta comunidad no disponemos de tex-
tos suficientemente extensos y coherentes. Por tanto, se hace necesa-
rio echar mano del testimonio de autores —de distinta época y proceden-
cia— que nos proporcionan información sobre ella de manera casual y,
muchas veces, sólo de manera indirecta. Considerados en su conjun-
to y completados con los datos arqueológicos, estos elementos permi-
ten reconstruir, al menos parcialmente, un conjunto cultual elaborado,
antiguo y de notable interés, en el que Helena desempeña un papel de
gran importancia. Pero, antes de afrontar un tema de este tipo, se hace
necesario examinar en primer lugar una vieja tesis sobre la naturaleza
originaria de esta figura que, aunque se sostenía en el siglo pasado,
hoy en día goza todavía de una notable aceptación.
Basándose en algunos testimonios relacionados con el culto de He-
lena en distintas regiones de Grecia, se ha intentado ver en ella a una
antigua divinidad que presidía la renovación de la vegetación. En
una composición de Teócrito que examinaremos más adelante —el Epi-
talamio de Helena—, las muchachas que forman el coro se disponen a
trenzar en honor a Helena una corona de loto, que pretenden colgar de
un plátano (vv. 43 y s.). No se trata de un simple gesto de ofrenda,

31
destinado a honrar a una compañera que se ha separado del grupo. ' la viuda vio la ocasión de vengar en ella la muerte de su marido. De
Con su acción, las muchachas realmente fundan un culto, como se in- este modo, cuando Helena se encontraba bañándose, le envió a unas
fiere de la afirmación de que ellas serán las primeras que llevarán a ‘ esclavas vestidas de Erinias que la cogieron y la colgaron de un árbol.
cabo esta ceremonia (vv. 43, 45). En esta composición teocritea, de ,V Este suceso habría sido el origen del culto rodio dedicado a la Helena
hecho, se evoca la historia originaria (el aition) que había dado lugar V «del árbol» (dendritis). El relato venía a complementar el indicio ofre-
a una fiesta celebrada con regularidad en Esparta y que tenía a Hele- cido por el idilio de Teócrito y, por tanto, a confirmar la tesis que con-
na como protagonista. El poeta ofrece algunas indicaciones necesarias sideraba a Helena como una antigua diosa de la vegetación. La asocia-
para reconstruir los momentos más relevantes de la ceremonia: se ción con el árbol se considera propia, tanto en la Grecia antigua como
hace especial mención del Dromos (v. 39), un área, que se encontraba en otras tradiciones folclóricas, de antiguas divinidades ligadas a la re-
en el interior de la ciudad, en la que los jóvenes se ejercitaban en la novación de la vegetación6. Considerado bajo este aspecto, el culto de
carrera. Gracias a Pausanias nos enteramos de que en sus alrededores Helena en Rodas se mostraba significativamente cercano al de otra di-
se encontraba un bosquecillo de plátanos —el conocido como Plata- \ vinidad, Ártemis, que en la ciudad arcadia de Cafias era venerada con
nistás l — famoso porque en él se desarrollaban las luchas de los efebos; el epíteto de «ahorcada» (apanchomene)7 ; no parecía casual que en los
en la misma zona se alzaban también los santuarios de Helena y de alrededores de la misma ciudad, a una distancia de apenas un estadio
Heracles, además de la tumba del poeta Alemán 2. En el pasado, todos de este santuario, se encontrase un plátano de sombra que recibía el
estos elementos hicieron pensar que la figura aquí venerada parecía nombre del esposo de Helena: el árbol de Menelao. La tradición local
conservar los rasgos de una antigua divinidad del árbol, de origen me- ponía en relación este nombre con el paso del héroe por la región, en
diterráneo, ligada a la esfera de la vegetación3. De hecho, el denomi- la que habría reclutado hombres con ocasión de la expedición a Troya.
nado «culto al árbol» —como sugieren distintas representaciones en Un poco más adelante intentaremos ofrecer una interpretación de
anillos y sellos— aparece bien atestiguado en la religión minoico-mi- estos elementos. Por ahora nos limitaremos a indicar la manera en la
cénica. La figura de Helena, examinada en sus rasgos más arcaicos, que esta tesis se ajusta a un esquema interpretativo —difundido sobre
entraba así a formar parte de una tipología bien conocida que se re- todo en el pasado— según el cual una figura divina originaria podía su-
montaba a las formas más antiguas de civilización atestiguadas en la frir, por las causas más diversas, un proceso de progresiva degrada-
península griega. ción, que a menudo terminaba con la asunción de un nuevo estatus
Otros elementos parecían confirmar esta tesis. Según un relato re- que ya no era divino, sino heroico, y que ya presentaba profunda-
ferido por Pausanias, después de la muerte de Menelao, sus hijos, Ni- mente alterados sus rasgos originales. Naturalmente resulta legítimo
cóstrato y Megapentes, perseguirían a Helena, que buscaría refugio en ‘f preguntarse cómo una antigua divinidad de la vegetación ha podido
Rodas en casa de una mujer, Polixo, con la que había tenido buenas terminar convirtiéndose en una de las protagonistas de la leyenda tro-
relaciones en el pasado'. Esta mujer era la esposa de Tlepólemo, per- 1 yapa. Con gran frecuencia, los historiadores de la religión no ofrecen
sonaje conocido por la Ilíada como jefe del contingente rodio en Tro- respuestas exhaustivas para estas preguntas, sobre todo por las difi-
ya, donde había caído asesinado a manos de Sarpedón5. De manera cultades objetivas que entraña trazar un cuadro histórico creíble para
comprensible, los sentimientos de Polixo hacia Helena habían cam- periodos tan antiguos. En general, un proceso así, de progresivo «em-
biado después de la muerte de su esposo y, cuando ésta llegó a la isla, pobrecimiento» (y por tanto también de mala interpretación) que po-
dría conducir a una trasformación radical, se suele atribuir a la acción
del tiempo. Nilsson, en realidad, ya había intentado trazar un cuadro
Cfr. Paus., III, 14, 8. de esta evolución, que él ponía en relación con la llegada de los grie-
Paus., III, 15, 2 y ss.
gos al continente8. Éstos, ajenos a la religión que encontraron en las
2

3 Esta vieja tesis de Mannhardt se ha retomado en numerosos estudios posteriores, con-

tando incluso hoy en día con numerosos adeptos: como, por ejemplo, S. Wide, Lakonische nuevas tierras, habrían identificado la antigua divinidad minoica de la
Kulte, Leipzig, 1893, pp. 343-345; M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, vegetación con la heroína cuyo culto dio origen a la guerra de Troya.
Múnich, 1967, pp. 315 y 475 ss.; B. C. Dietrich, The Origins of Greek Religion, Berlín-
Nueva York, 1974, pp. 186 y ss.; M. L. West, Immortal Helen, Londres, 1975; L. L. Clader.
Helen. The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradition (= Mnemosyne. Supple-
6
Véase, por ejemplo, M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, cit., p. 315;
mentum 42), Leiden, 1976, p. 79. B. C. Dietrich, op. cit., p. 186.
4
Paus., III, 19, 9 y ss.; cfr. Polyaen., I, 13; cfr. Ptol. Chenn. ap. Phot. Bibl., p. 149 a, 35
7
Paus., VIII 23, 6 y s.
y ss. Bekker.
8
M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, cit. p. 476; Id., The Mycenaean
5
11. II, 653-670; V, 655-659. Origin of Greek Mythology, Berkeley-Los Ángeles-Londres, 1932, pp. 73-76.

32 33
El hecho de que entrambas hubieran sido objeto de un rapto (la Hele- Si estos intentos de remontarse a una antigüedad remota dejan am-
na minoica resultaba similar a figuras como Ariadna o Prosérpina, plios márgenes de incertidumbre, sin embargo, el papel que Helena
raptadas respectivamente por Teseo y Hades) habría favorecido esta desempeñaba en la sociedad de Esparta parece que se puede recons-
asimilación. En realidad, a pesar de su indudable atractivo, esta teoría truir con suficiente aproximación, al menos en sus rasgos generales.
no se puede verificar y, después del desciframiento del lineal B y los Volvamos, entonces, al texto del que habíamos partido— el Epitalamio
logros de los últimos decenios en los estudios sobre la civilización mi- de Helena de Teócrito—, que es uno de los más importantes para nues-
cénica, resulta todavía más improbable de lo que podría resultar en los tro tema. El episodio narrado en el texto tiene como protagonistas a
tiempos de Nilsson. La llegada de los griegos al continente se sitúa doce muchachas —las primeras de la ciudad (v. 4)— las cuales, con oca-
hoy en día en torno a los inicios del segundo milenio, mientras que las sión de las bodas de Helena y Menelao, entonan el canto de bodas
ante la cámara nupcial de los esposos. Aquí se repiten varios elemen-
, relaciones con la isla de Creta parecen haberse intensificado única- tos tradicionales del género: en primer lugar, las alabanzas de la mu-
1 mente a partir del siglo xvi. La guerra de Troya, al menos para los que
ven en ella un hecho histórico, se remonta al siglo xiti o incluso, se- chacha, a la que se acompaña, en contraste preciso con el escarnio del
gún lo que sugieren las hipótesis más recientes, a la mitad del siglo esposo para que no desfallezca durante la noche que le espera (vv. 9-
x11. La presunta identificación de un personaje histórico de este pe- 15). Entre todos los pretendientes a la mano de Helena, Menelao ha
riodo con la divinidad minoica de la vegetación tendría que haber su- sido el más afortunado: al casarse con la muchacha se convertirá en
ti cedido entonces mucho tiempo después de que los griegos hubieran yerno de Zeus (v. 18) y podrá gozar del amor de la más bella de las
\ ocupado las nuevas sedes y hubieran entrado en contacto con la civi- mujeres (v. 20). De una unión así nacerán hijos espléndidos, si se pa-
lización minoica. Entonces, es presumible que en un periodo de tiem- recen a su madre (v. 21). Con esta declaración, que es también un au-
po tan largo hubieran alcanzado un conocimiento mejor de las cos- gurio para el futuro, concluye la primera parte. En los versos que si-
tumbres y de la religión de pueblos con los que se hallaban en contacto, guen, el coro de muchachas evocará los tiempos recientes en los que
al menos el suficiente como para evitar la identificación de un perso- Helena era todavía una de sus compañeras y corrían juntas compi-
naje contemporáneo con una venerada divinidad local. Algo más re- tiendo a lo largo de las orillas del Eurotas (vv. 22-25):
cientemente, West ha vuelto a proponer esta tesis, pero ni siquiera él
ha podido ofrecer una explicación convincente del proceso que habría Todas nosotras tenemos su edad —las que hacemos carreras en co-
llevado a la conformación del personaje homérico. La historia que te- mún, ungidas con aceite cual varones, junto a los baños del Eurotas:
nía a Helena como protagonista —se afirma— resultaba más interesan- cuatro veces sesenta doncellas, femenil cortejo de mozas. Entre noso-
tras, ninguna hay que escape del todo a censura, si con Helena se
te que el culto en el que se había injertado y eso habría propiciado que
compara.
la antigua figura divina, convertida en autónoma, se hubiera puesto en
s
relación con la guerra de Troya, a la que era originariamente ajena .
El proceso parece cualquier cosa menos claro, tanto en sus premisas Continúa después la celebración de la heroína, alabando su belle-
como en sus resultados, sobre todo porque las premisas y las circuns- za y su habilidad en las artes femeninas. Como el surgir de la auro-
tancias que habrían provocado una trasformación tan profunda resultan ra ilumina la oscuridad de la noche o la llegada de la primavera con-
insuficientes. En todo caso, si en el segundo milenio la Helena homé- trasta con el invierno, del mismo modo Helena destaca entre sus
rica tuvo como precedente a una figura ligada a la esfera de la vege- compañeras (vv. 26-28). Después del recuerdo de las experiencias
tación, resulta difícil no sólo establecer las etapas del proceso de tras- juveniles pasadas juntas, se vuelve al momento presente. Helena ya
formación, sino también reconstruir la línea evolutiva que conecta a no forma parte del grupo, ha dejado a sus compañeras para encontrar
una morada estable dentro de la casa. El término que describe la nue-
una figura con la otra.
va condición (v. 38: oiketis «perteneciente a la casa») se pone inten-
cionadamente en contraste con la condición de las muchachas del
9
M. L. West, lmmortal Helen, cit. pp. 6 y ss., donde distingue entre una Helena espar- coro, que continúan con su experiencia de vida en común al aire libre
tana y el personaje homérico. Otra hipótesis de reconstrucción histórica, que se inspira en (vv. 39-49):
el estudio de West, ha sido propuesta por O. Skutsch («Helen, her Name and Nature» en 1
Journal of Hellenic Studies 107 [19871, pp. 188-193), que distingue, sobre una base lin-
güística y comparativa, dos figuras originarias con características distintas («la rápida» y «la Nosotras iremos mañana a nuestro estadio, y a los prados flori-
resplandeciente»). Sobre ulteriores cuestiones sobre este punto, que no podemos desarrollar dos, para cortar coronas de suave olor.
en este momento, véase la «Nota bibliográfica».

35
34
Bien nos acordaremos, Helena, de ti, como los tiernos corderi- de broncíneo templo, y a los valientes Tindáridas, que juegan a orillas
llos ansían la teta de la oveja madre. del Eurotas. Ea, da un paso hacia delante, oh, ea, salta con ligereza,
Seremos las primeras que en tu honor tejeremos la corona de para que cantemos a Esparta, la que se cuida de los coros de los dio-
loto, que crece a ras de tierra, y la colgaremos de umbrío plátano. ses y del taconeo de los pies, cuando las muchachas, como potrillas,
Las primeras que de un frasquito de plata cogeremos líquido a orillas del Eurotas saltan con sus pies una y otra vez, en apresurado
aceite, e iremos vertiéndolo bajo el sombrío plátano. ritmo y sus cabelleras se agitan como las de las Bacantes que danzan
Una inscripción quedará grabada en su corteza —para que el ca- blandiendo el tirso. Y la hija de Leda los guía, doncella casta, de her-
minante la lea— al modo dorio: «Venérame; soy el árbol de Helena». mosa apariencia, que dirige los coros. Hala, avanza, cíñete con una
cinta el cabello con ayuda de tu mano, y con los pies salta como un
Estos versos se refieren al culto que se practicaba en Esparta en el ciervo, marcando al mismo tiempo el compás que ayuda a la danza, y
santuario de Helena, que se alzaba en el bosquecillo de plátanos (el a la muy guerrera, la poderosísima diosa de broncíneo templo, dirige
Platanistás) 1°. Pausanias refiere que estaba rodeado por un curso de tu canto.
agua que le confería el aspecto de una isla rodeada por el mar". Allí
se desarrollaban combates rituales entre dos equipos de adolescentes También en este caso, Helena sobresale entre todas las muchachas,
de acuerdo con unas reglas que se hacían remontar a la época de Li- pero Aristófanes nos desvela un elemento nuevo: la heroína guía el
curgo'', pero en la misma área también tenían lugar competiciones coro de las muchachas en la danza. Todavía no ha dejado a sus com-
femeninas' 3. El «estadio» (Dromos), que se menciona en el texto de Teó- pañeras para convertirse en esposa de Menelao, tampoco está reclui-
crito, no debía encontrarse lejos del bosque de plátanos donde las mu- da en la casa como en el epitalamio de Teócrito. Como ha reconocido ky
chachas inician el culto de Helena". De todo este conjunto de datos, Calame, el apelativo de «corega», con el que las muchachas se dirigen 1,
que, dentro de su complejidad, ofrece indicios homogéneos, se puede a ella, remite al papel desempeñado por los coros de muchachas en el
concluir que el Platanistás, situado en una zona apartada dentro del ámbito de diversas instituciones femeninas de la Grecia arcaica' 6. Co-
sector noroccidental de la ciudad 15, debía de estar destinado a las com- locada a la cabeza del coro, Helena representa el modelo de mucha-
peticiones juveniles y a ceremonias de carácter iniciático en las que cha que ha concluido felizmente la fase educativa, el modelo de la re-
participaban jóvenes de ambos sexos. cién iniciada que, después de haber pasado un largo período de tiempo
Cuando se lee en relación con las referencias de Pausanias, el idilio teo- de aprendizaje con sus compañeras, se dispone a entrar en la nueva
criteo se convierte en el texto que proporciona las noticias más impor- condición de joven mujer. Es probable, incluso, que algunas compo-
tantes sobre el culto de Helena en Esparta, aunque tampoco faltan otros siciones de Alcmán, empezando por el famoso partenio trasmitido por
datos que se pueden referir al mismo contexto ritual, como, por ejemplo, el papiro del Louvre, se compusieran para celebrar el culto de Helena
los versos finales de la Lisístrata de Aristófanes (vv. 1296-1320): en el bosquecillo de plátanos'''.
Partiendo del idilio teocriteo, hemos identificado un complejo ri-
Abandonando el amable Taigeto ven, Musa Laconia, ven, para dar tual en el que la figura de Helena tenía un papel muy relevante. Pero
gloria al dios de Amiclas, renombrado entre nosotros, y a la soberana debemos añadir que la composición de Teócrito probablemente no se
li mitaba sólo a referirse a este culto de Helena. Como es natural en un
tipo de poesía altamente elaborado, el poeta confrontaba en la misma
lo Paus., III, 15, 3. composición dos aspectos de la misma figura, representados ambos en
I Paus., III, 14, 8-10. cultos celebrados en la ciudad de Esparta. De hecho, en la parte cen-
Paus., III, 14, 8.
tral del canto, la figura de Helena ya no se representa con los rasgos de
12

13
C. Calame, Les choeurs de jeunes filies en Gréce archaique, vol. I, Roma, 1977, pp.
335-338. la muchacha que va acompañada por sus compañeras coetáneas por los
14
Paus., III, 14, 6; 14, 8.
15 Ésta parece la localización más probable, tanto para el Dromos, como para el Plata-

nistás: C. M. Stibbe, «Beobachtungen zur Topographie des antiken Sparta», en Bulletin An-
16
C. Calame, Les choeurs de jeunes filies en Gréce archarque, cit., vol. I, pp. 333-341,
tieke Beschaving 64 (1989), pp. 81 y ss., plan. 3; cfr. D. Musti y M. Torelli, Pausania. Gui- passim. Este estudio sigue siendo fundamental para la reconstrucción de los cultos esparta-
da della Grecia. Libro III: Laconia, Milán, 1991, pp. I (plano), 214 y ss. Anteriormente se nos relativos a las iniciaciones femeninas.
había pensado, quizá erróneamente, en un lugar dentro de la ciudad, en la confluencia de 17
Alcm. fr. I Page (= 3 Calame); cfr. C. Calame, Les choeurs de jeunes filies en Gréce
los dos ríos de Esparta, el Eurotas y el Magula: cfr. C. Calame, Les choeurs de jeunes filies archarque, vol. II, Roma, 1977; Id. (ed.), «Il primo frammento di Alcmane ed il culto di Ele-
en Gréce archaique, cit., vol. I, p. 336 (con otras referencias). na», en Rito e poesia corale in Grecia, Roma-Bari, 1977, pp. 101-119.

36 37

1
amplios espacios a las orillas del Eurotas, sino con los rasgos de la
dir que Aristón desposó a esta tercera mujer y que de ella obtuvo el de-
mujer joven que ya es esposa de Menelao (vv. 49-52):
seado descendiente, el futuro rey de Esparta, Demarato. Sin embargo,
retrocederemos un poco en el tiempo para recordar que esta mujer, fa-
¡Feliz seas, novia! ¡Feliz tú, que de noble suegro eres yerno!
mosa por su belleza, a la que se habían disputado los más importantes
¡Que Leto os conceda —Leto nodriza de niños—
\‘‘ ciudadanos de Esparta, había sido la niña más fea entre sus coetáneas.
buena prole! Y Cipris, la diosa Cipris,
Sus padres —sigue relatando Herodoto20— estaban seriamente preocupa-
amor por igual entre ambos!
dos por ello, pero no encontraban ninguna solución. La nodriza, perci-
Es probable que en estos versos el poeta evocase otro culto esparta- biendo su desánimo, tomó la iniciativa de llevarla cada día al santuario
de Helena, que se encontraba fuera de la ciudad, en la zona alta de Te-
.‘ no, el dedicado conjuntamente a Helena y Menelao en las cimas de Te- rapne. Allí colocaba a la niña ante la estatua de la diosa y le suplicaba
k- rapne, una localidad más allá del Eurotas, a poca distancia de Esparta. a la divinidad que «liberara a la criatura de su fealdad». Un día acaeció
'ti Allí se encontraba la tumba común de la pareja, que recibía un culto de p que, cuando abandonaba el santuario, se le apareció una mujer que le
tipo divino'. En él, Helena ya no representaba el modelo de muchacha
preguntó qué llevaba en los brazos. La nodriza respondió que era la niña
que había llevado a término su recorrido educativo, sino que se revestía
de la que se encargaba, pero cuando la mujer le pidió que se la dejara
del papel de la joven esposa (nymphe), ligada de manera estable a Me-
ver, le dijo que no podía hacerlo porque sus padres se lo habían prohi-
nelao. Por tanto, podemos concluir que en la misma composición Teó-
bido; sin embargo, después, ante la insistencia de la desconocida, acce-
crito evoca dos cultos espartanos —el del Platanistás y el de Terapne-
dió a la petición. La mujer acarició la cabeza de la niña y dijo que un
unidos por el papel que en ambos desempeñaba la figura de Helena. He-
día se convertiría en la mujer más bella de Esparta. La divinidad que ha-
lena evocada, respectivamente, como adolescente y como joven esposa.
bía asumido apariencia humana para la ocasión era la Helena venerada
f ---
Los testimonios sobre el culto de Helena en Terapne son decidida-
en el santuario de Terapne, que, de esa manera, atendía los deseos de los
.. mente escasos. A este respecto, la pérdida de la poesía de Alcmán, cu- padres y de la nodriza. En Herodoto, el relato asume las características
yas composiciones estaban ligadas a las instituciones de la ciudad, fue
de una novela, aunque el desarrollo de la historia está conectado de di-
decisiva. El testimonio del epitalamio teocriteo, aunque muy importan-
te, solamente ofrece algunas indicaciones generales; Isócrates se limita versas maneras con los acontecimientos de la política interna de Espar-
ta entre los siglos VI y y a.C. A nosotros nos interesa sobre todo la fun-
a añadir que en Terapne la pareja recibía honores divinos. De un episo-
19 ción que desempeña aquí la divinidad (porque aquí Helena es una figura
dio narrado en las Historias de Heródoto se puede recabar algún ele-
divina). Ella interviene poniendo las bases para la trasformación que
mento más en relación con las atribuciones de Helena. El rey de Espar-
hará de una niña «fea» una mujer dotada de gran belleza. El momento
ta, Aristón, no había tenido hijos aunque se había casado dos veces. Por
de transición que el relato intenta resaltar es el que lleva a una «niña»
ello, pensó en casarse una tercera vez y su elección recayó sobre la mu-
jer más hermosa que en aquel momento había en Esparta. Ésta, sin em- todavía privada de capacidad de atracción (y por tanto en ese sentido
«desgraciada» o «fea») a convertirse en una joven mujer dotada de una .
Ybargo, estaba casada con Ageto, un amigo del propio Aristón, pero éste
cualidad esencial para acceder al matrimonio21 . Las funciones desem-
\d" consiguió arrebatársela por medio de una treta. Prometió a Ageto, bajo
peñadas por Helena en esta circunstancia están especialmente cercanas
juramento, entregarle como regalo lo más bello que poseyera exigién-
a las de Afrodita, la divinidad que, entre sus atribuciones primarias,
1, dole a él otro tanto. Sin sospechar el engaño, Ageto escogió uno de los cuenta con la de conferir la belleza. Un breve fragmento de Safo pare-
1 1 ' objetos preciosos que pertenecían a su amigo; pero, cuando le tocó el
ce plenamente comprensible en este contexto:
° brb turno a Aristón, éste solicitó casarse con la mujer que el mismo Ageto
tenía como esposa. Y tras una comprensible resistencia por parte del
Una niña pequeña me parecías y sin gracia22.
que se sentía engañado por una petición inesperada, se respetó el jura-
mento. No continuaremos con el relato de la historia más que para aña-
\I 20
Her., VI, 61, 2-5.
21
El significado que asume esta historia en el marco institucional espartano ha sido co-
18Paus., III, 19, 9; Isocr., X, 63; S. Wide, Lakonische Kulte, cit., p. 341; F. Balte, Rea-
rrectamente interpretado por C. Calame (Les choeurs de jeunes filies en Gréce archaique,
lencyclopddie V A 2 (1934), s. v. «Therapne», coll. 2357-2359. También se hacía referencia
al culto de Helena en una composición de Alemán que nos ha llegado en un estado muy frag- cit., vol. I, pp. 341-344); cfr. V. Pirenne-Delforge, L'Aphrodite grecque (= Kernos, Suppl.
mentario, en la que se la nombraba junto a Menelao y Dióscuros (fr. 7 Page = 19 Calame). 4), Atenas-Lieja, 1994, p. 200.
22
19 Her., VI, 61 y ss. La historia está recogida por Pausanias (III, 7, 7). Fr. 49, 2 Voigt; C. Brillante, «Charis, bia e il tema della reciprocitá amorosa», en
Quaderni Urbinati 59 (1998), p. 28.

38
39
r 4 ,w vi..s
cial, al que estaban invitados24. La acción de los Dióscuros podría pa-
Dada su corta edad, la muchacha aparecía todavía como una niña in-
capaz de producir una atracción amorosa, pero había progresado de recer solamente una temeraria hazaña juvenil y pasar a engrosar la se-
\
. Né rie de actos inspirados por la hybris heroica de los que el mito griego
una manera que Safo no había sabido apreciar en su momento. Utili-
zando un modelo propio de la cultura griega, podemos imaginar los \, ofrece numerosos ejemplos; pero esto no sería más que una explicación
cambios descritos en ambos casos, como debidos a la adquisición de parcial, porque la acción de los Dióscuros seguía el ejemplo de la for-
una cualidad indispensable para la mujer que se dispone al matrimo- o ma tradicional del matrimonio espartano, que contemplaba el rapto ri-
tual de la esposa. De acuerdo con lo que narra Plutarco en la Vida de Li-
\i nio: la charis. Aparentemente, la muchacha sigue siendo la misma,
curgo, la práctica estaba bien asentada en las costumbres y, de hecho,
pero en esta fase especial, que podemos situar en la primera adoles-
constituía un dato institucional25. Plutarco refiere los momentos más
cencia, los cambios que se producen en su persona son de tal calibre
que la hacen parecer distinta a los ojos de los demás. Se realiza en- destacables de la ceremonia. La muchacha «raptada» se entregaba en
tonces esta trasformación que le confiere una fuerza de atracción ca- primer lugar a una mujer experta (la nympheutria), que la preparaba
paz de suscitar en el que se cruza con su mirada un irresistible deseo para el encuentro con su futuro esposo: le cortaba los cabellos, le ponía
de amor. Este tipo de trasformación es lo que preside la Helena de Te- un manto y unas botas de hombre y la recostaba sobre un lecho de ho-
jas. Más tarde llegaba el esposo, que, dejando a sus amigos en la sala
rapne en el relato de Heródoto.
Por tanto, en Esparta, la figura de Helena constituía el modelo de la donde se celebraban las comidas comunales, entraba en la casa, soltaba
adolescente, considerada en los sucesivos estadios de su formación y de el cinturón de la muchacha y la colocaba sobre el lecho nupcial 26. Po-
la integración social. Ésta, la adolescente, se distingue de la mujer ca- demos añadir además que, según una conocida versión de la Alejandra
sada y permanece ajena a la vida propiamente matrimonial, que en el de Licofrón, los mismos Afaretidas, que habían sufrido la afrenta de los
mundo griego se encontraba bajo el dominio de Hera. De hecho, tam- Dióscuros, habían violado a su vez las normas del matrimonio, porque
bién en Terapne, donde se la venera como esposa de Menelao, Helena se disponían a desposar a las Leucípides sin haberle entregado a su sue-
gro los dones nupciales27. Por tanto, también el comportamiento de los
\ evoca el tipo de la nymphe, de la joven que acaba de terminar su perio-
Q do formativo, culminándolo con las legítimas bodas. En ese sentido, su Afaretidas asume algunos rasgos propios del rapto, al menos en la me-
figura aparece especular en relación con la de los Dióscuros, jóvenes dida en que ellos mismos no respetan las reglas del intercambio que van
implicadas en el matrimonio. En una versión del mito, los Afaretidas fi-
entregados a los ejercicios del cuerpo (en Esparta se les había dedicado
guran como los raptores de la misma Helena, a la que se niegan a entregar
un santuario en las cercanías del Dromos) y a la preparación guerrera'.
a los Dióscuros28. En conclusión, proporcionando a la comunidad de
Los Dióscuros desempeñan, en la versión masculina, el papel que, en la
femenina, era el propio de Helena; una convergencia significativa entre Esparta el modelo de joven que se dispone a entrar en la comunidad
estas figuras que se realiza precisamente en la esfera del matrimonio. de los adultos, los Dióscuros estaban predispuestos de manera natural
Resulta oportuno detenerse en estas relaciones porque nos permitirán a proporcionar también el modelo del joven esposo, igual que sucede con
comprender el significado de algunos de los rasgos que volveremos a Helena en la versión femenina. Entonces, en consecuencia, las Leucí-
pides, precisamente como esposas de los Dióscuros, presentan varios
encontrar en la figura de Helena.
Una de las «empresas» más conocidas atribuidas a los Dióscuros es el
\*• rapto de las Leucípides, una pareja de mujeres jóvenes que, además, eran 24
Theocr., XXII, 137 y s.; schol. A. H., III, 243; schol. Pind., Nem., X, 112 a (donde se
añade que el rapto se produjo el mismo día de las bodas). Hyg., fab. 80. Según una versión
sus primas, ya que su padre, Leucipo, era hermano de Tíndaro, el padre
■,/ de los Dióscuros. Ellas estaban destinadas a haberse casado con otra pa-
reja de hermanos, Idas y Linceo, los Afaretidas, también ellos primos
1 distinta, la rivalidad entre los primos tenía su origen en el robo de los bueyes, obra de los
Dióscuros: así en las Ciprias, un poema épico en el que se narraban los acontecimientos an-
teriores a los de la Ilíada, (arg., pp. 40, 21-24 Bernabé) y en la Nemea X de Píndaro (vv. 55
de los Dióscuros porque su padre, Afareo, era igualmente hermano de y s.); véase también Lyc., 544-549; [Apollod.] Bibl., III, 10, 3; XI, 2; S. Wide, Lakonische
Kulte, cit., pp. 327 y ss.
Tíndaro. Despreciando el hecho de que las muchachas ya estaban com- 25
Plut., Lyc., XV, 4.
prometidas, los Dióscuros las raptaron para hacerlas sus esposas. Según 26
Plut., Lyc., XV, 4-8. Sobre la ceremonia nupcial espartana véase W. den Boer, Laco-
una versión del mito, esto habría sucedido en su propio banquete nup- nian Studies, Ámsterdam, 1954, pp. 227-230; P. Carcledge, «Spartan Wives: Liberation or
Licence?», en Class. Quart. 35 (1981), pp. 100 y ss.; A. Paradiso, «Osservazioni sulla ceri-
monia nuziale spartana», en Quaderni di Storia 24 (1986), pp. 137-153.
27
Lyc. 544-549 y schol. ad V. 547; [Apollod.] Bibl ., III, 10, 3; II, 2.
23Paus., III 14, 6 y s. Los Dióscuros también eran objeto de culto en el Phoibaion, en 28
Plut., Thes., XXXI, 1, que recuerda el intento de rapto por parte de Enársforo, que
las cercanías de Terapne (Paus., III 20, 2); S. Wide, Lakonische Kulte, cit., pp. 304-311; C. pertenecía a la misma familia de Tíndaro.
Calame, Les choeurs de jeunes filles en Gréce archarque, cit., vol. I, pp. 346 y ss.

41
40
rasgos comunes con Helena, empezando por la edad. En la versión de
Higino se afirmaba que, cuando fueron raptadas, se encontraban en la , rapto, pero los protagonistas de estos episodios serán personajes ex-
tranjeros, atraídos a Esparta por la fama de su belleza: el ateniense Te-
cumbre de su belleza (formossisimae virgines29 ), exactamente como
seo, que la raptó cuando todavía era una niña, más tarde Paris, al que
Helena en el momento de sus bodas con Menelao.
Helena había sido prometida por Afrodita. El primer episodio todavía
Entre la adquisición de la belleza, rapto y matrimonio, ya conside-
formaba parte de las tradiciones espartanas, el segundo pertenecía al
rados desde el lado femenino (Helena, las Leucípides), ya desde el
mito panhelénico y estaba destinado a gozar de gran fortuna en la poe-
masculino (Dióscuros), se verifica una insistente solidaridad: los temas
sía épica.
se evocan uno al otro y contribuyen a la constitución de diversos rela-
Hasta ahora hemos considerado la figura de la Helena espartana; en
tos que tienen como protagonistas figuras juveniles. También la histo-
otras ciudades de Grecia, la heroína asumía rasgos diferentes, que, sin
ria de Aristón, el rey de Esparta que, por medio de un engaño, se apo-
embargo, podemos reconstruir en menor medida. Al menos para las ciu-
dera de la mujer de un amigo, debe considerarse desde este punto de
dades de Atenas y Argos aún se pueden hacer algunas consideraciones.
vista. Si prescindimos de los ropajes novelísticos, que en buena medi-
Y, en ambos casos, es Teseo el que desempeña un papel relevante.
da contribuyen al éxito del relato herodoteo, se pueden reconocer fá-
Según una tradición consolidada, el héroe llegó a Esparta con su
cilmente varios elementos relacionables con el marco institucional de
fiel compañero Pirítoo; en Esparta raptó a Helena, cuando todavía era
la sociedad espartana. El intento del rey no es satisfacer una pasión
una niña, mientras ella danzaba en el santuario de Ártemis Ortia (uno
momentánea, y mucho menos ofender a un amigo, sino solamente te-
de los más famosos de la ciudad), y se la llevó al Ática, a la aldea (de-
ner hijos legítimos que aseguren la continuidad de la estirpe y la suce-
\' mos) de Afidna. Ya en Esparta, la niña fue confiada a la madre de Te-
sión dinástica. No obstante, también en este caso, aunque no sea más
seo, Etra, y a su amigo Afidno para que la custodiaran en espera de la
que por la acción fraudulenta por la que el rey compromete a su ami-
boda. Esta versión del mito, recogida por Plutarco como la más vero-
go, no se puede afirmar que la idea del rapto resulte totalmente ajena a
símil, aparece en numerosas fuentes31 . Helánico, historiador ático del
toda la cuestión. Podemos añadir además que el hijo nacido de estas
siglo y a.C., basándose probablemente en un cálculo de las genealo-
bodas, el futuro rey Demarato, también conseguirá a su esposa por me-
gías heroicas, sostenía que, en el momento del rapto, Teseo ya tenía
\* dio de un engaño, ya que tendió una trampa al prometido, adelantán- cincuenta años y Helena sólo siete32. Bastante distinta era la narración
dosele en el rapto de la muchacha, consiguiendo, de este modo, para sí
que proporcionaba un poeta arcaico, Estesícoro, en su Helena, reto-
una mujer que estaba destinada a otro30. En este punto, no resultará mada después por varios autores en época helenística33. Según esta
sorprendente el hecho de que la muchacha raptada lleve el nombre de
versión, en el momento del rapto, Helena era una muchacha madura.
Pércalos, que podríamos traducir por «la bellísima». El comporta-
A continuación fue liberada por los Dióscuros, que habían invadido el
miento de Aristón, como el de Demarato, es, en el fondo, bastante si-
Ática al acudir en su busca; en el camino de vuelta, al llegar a Argos
milar al de los Dióscuros. En un caso como en otro, el legítimo po-
y sorprendida por los dolores del parto, dio a luz una niña a la que
seedor de la mujer se ve privado de ella a través de un medio que se .
y puso el nombre de Ifigenia y confió al cuidado de su hermana Clite-
advierte como ilícito (el engaño o la fuerza); en ambos casos, la mujer
pasa de una casa a otra por la violación, al menos aparente, de las nor-
mas que regulan el intercambio; pero además, en ambos casos, el «rap- 31
Plut., Thes., 31, 2. El rapto de Helena le era conocido probablemente al autor de
to» termina en matrimonio legítimo. las Ciprias (fr. 13 Bernabé) y volvía a aparecer en una composición de Alemán en ho-
nor de los Dióscuros (fr. 21 Page = 210 Calame). El rapto tenía un puesto importante en
No conocemos historias que tengan a Helena como protagonista las tradiciones espartanas: cfr. Paus., III, 18, 15 (representación sobre el trono de Ami-
de episodios similares, aunque el personaje, precisamente porque pro- clas), Her., IX, 73, 2; R. Engelmann, Ausführliches Lexikon der griechischen und ro-
1
#"- porciona el modelo de la joven esposa, se encuentra expuesto a aven- mischen Mythologie I 2 (1886-1890), s. v. «Helena», coll. 1932-1935; E. Bethe, Rea-
lencyelopadie VII, 2 (1912), s. v. «Helene», coll. 2828 ss. La antigüedad del mito se ve
turas de esta naturaleza. En las tradiciones espartanas apenas se apun-
confirmada por las representaciones figuradas; las más antiguas se remontan a los ini-
taba esta posibilidad: por lo demás, Helena seguía siendo la esposa cios del siglo vn y provienen del Peloponeso: F. Brommer, Theseus. Die Taten der grie-
fiel de Menelao, venerada junto a él en el santuario de Terapne. Natu- chischen Helden in der antiken Kunst und Literatur, Darmstadt, 1982, pp. 94 y s.; L. B.
ralmente, ella no permanece en absoluto ajena a la experiencia del Ghali-Kahil, Lexikon lconographicum Mythologiae Classicae IV, I (1988), s. v. «Helene»,
pp. 507-513.
32
Hellan. FGrHist 4 F 168 ab.
33
Stes. fr. 191 Page (= Paus., II, 22, 6 ss.); Duris, FGrHist 76 F 92; Euphorion fr. 90;
Hyg., j'ab., 80, 1.
Alex. Aetolus, fr. 12 Powell. Cfr. R. Engelmann, Ausführliches Lexikon der griechischen
1
41/ " I ler., VI, 65, 2.
und romischen Mythologie, cit., col. 1935.

43

Iii
mestra, ya por entonces esposa de Agamenón. Ifigenia sería, por tan- el matrimonio de Helena y Teseo37. En la escena, los Dióscuros, tra-
to, hija de Helena y Teseo. Pausanias, que es nuestra fuente más im- dicionales enemigos del héroe que había raptado a su hermana, se re-
portante para el episodio, añadió que ésta era la versión seguida por presentan como amigos del esposo y figuran entre los invitados a las
los Argivos; fue en esa ocasión cuando Helena, para agradecer a la di- bodas. Este curioso desenlace de la disputa resultará más comprensi-
vinidad por el feliz desenlace del parto, dedicó en Argos un santuario ble si se piensa que en el ambiente ático los Dióscuros no podían ser
en honor a Ilitía. Quizá con esa misma tradición argiva se puede rela- presentados solamente como los invasores de la región y los venga-
cionar la noticia según la cual Teseo, cuando se unió a Helena, fundó dores de su hermana; ellos eran objeto de culto en Atenas, donde se
el santuario de Afrodita nymphia (esposa), que se alzaba en el cami- les había dedicado un santuario en la ladera septentrional de la acró-
no que conducía de Hermione a Trecén34. En Argos, por tanto, la He- polis y, al igual que Heracles, también habían sido iniciados en los
lena raptada por Teseo ya era una muchacha madura, que podía acce- misterios eleusinos38. Entre ellos y Teseo debió producirse una recon-
der al matrimonio y engendrar hijos. Tampoco Teseo debía ser un ciliación, en la que Helena debía desempeñar un papel relevante. Tam-
hombre de avanzada edad: la dedicación de un santuario a Afrodita bién es probable que contribuyese a este acercamiento la tradición que
nymphia resulta más adecuada para un personaje de edad juvenil. A situaba en el Ática el nacimiento de la heroína (santuario de Ramnun-
esto se debe añadir que, en la narración de Pausanias, el episodio de te), como veremos en el capítulo siguiente.
las bodas con Helena está inserto en una serie de noticias sobre la in- La figura de Helena, por tanto, estaba conectada en varios aspec-
fancia y la juventud del héroe; también el rapto de Helena, a juzgar tos con la esfera de las iniciaciones femeninas, que debían asumir di-
por el contexto, debía formar parte de las empresas juveniles. Sobre la ferentes formas en las distintas regiones de Grecia. En este punto re-
base de estos elementos es posible concluir que la pareja de Helena y sulta legítimo preguntarse si también otros aspectos que aparecen
Teseo representaba en Argos el modelo de los jóvenes esposos, de un aislados podrían encontrar su sitio en el ámbito de las funciones más
modo probablemente no muy diferente de la pareja espartana de He- congeniales con el personaje. Ya hemos mencionado el culto de Hele-
lena y Menelao. na dendritis (del árbol) en Rodas y la interpretación que generalmen-
En Atenas circulaban, además, otras versiones del mito, que se ca- te se ha propuesto. Pero, después de todo lo que se ha dicho, resulta
racterizaban sobre todo por el intento de disculpar a Teseo de la em- legítimo dudar de la tesis que ve en esta figura una antigua divinidad
barazosa acusación de haber raptado a una niña35. Esta última versión del árbol. Bien mirado, el momento más valorado del relato no es la
aparecía ya en el siglo y, en un escritor experto en antigüedades áti- metamorfosis, sino el ahorcamiento. Si del ritual rodio volvemos la
cas como Helánico. La preferencia concedida en su obra a esta ver- vista al ritual espartano, según la versión del Idilio XVIII de Teócrito,
sión se explica, probablemente, por una necesidad, propia de la inci- observaremos que también en este caso el ligamen con el árbol, aun
piente historiografía, de ofrecer una explicación creíble del encuentro siendo muy estrecho, no implica una metamorfosis. En el pasaje en el
de Helena con un héroe cuyas empresas se situaban todas una gene- que las muchachas hacen una incisión en la corteza (v. 48: «Venéra-
ración antes de la guerra de Troya36. En el mismo periodo actuaban me, soy el árbol de Helena») se expresa el recuerdo y la nostalgia por
también exigencias de distinta naturaleza: con la progresiva idealiza- el inesperado y doloroso abandono de su compañera. Los actos ritua-
ción de la figura de Teseo en el ambiente ático, que se encaminaba a les —deposición de una corona de loto, derramamiento de aceite en la
adquirir los rasgos tradicionales del efebo, el rapto de Helena tendía a base del plátano— expresan un forma de respeto y de veneración des-
perder los rasgos de violencia que debían ser propios de la versión tinada a ser renovada en el culto, pero no implican una identificación
más antigua y comenzaba a ser representado como un matrimonio au- del árbol con la querida compañera.
téntico y verdadero. De especial interés para el desarrollo del mito en La historia del ahorcamiento de Helena en Rodas evoca más bien
esta fase, resulta una crátera de figuras rojas de producción ática, en- otro ritual espartano: el que se celebraba periódicamente en la locali-
contrada en Serra di Vaglio en la Basilicata, donde está representado dad de Carias, en la frontera con Arcadia —en los límites septentrio-
nales del territorio controlado por Esparta—, y que tenía como prota-
Paus., II, 32, 7, con el análisis de V. Pirenne-Delforge, L'Aphrodite greeque, cit., pp.
34

183 y ss., 422.


Plut., Thes., 31, 1.
35
37
G. Greco, «Un cratere del pittore di Talos da Serra di Vaglio», Riv. Ist. Naz. di Arch.
Cfr. A. Shapiro, «The Marriage of Theseus and Helen», en H. Froning, T. Holschex
36 e Storia dell' Arte, ser. III, 8-9 (1985-1986), pp. 5-35 (cita príncipe); cfr. A. Shapiro, The
y H. Mielsch (eds.), Kotinos. Festschrift für E.Simon, Mainz am Rhein, 1992, p. 235; C. . Marriage of Theseus and Helen, cit., pp. 233 y ss.
Ampolo y M. Manfredini (eds.), Plutarco. Le vite di Teseo e di Romolo, Milán, 1988, p. 251. 38
Paus., I, 18, 1; Plut., Thes., 33, 1.

44 45
habitantes del lugar no dudaron en lapidar a los niños acusándolos de
gonistas a un coro de muchachas. De las pocas noticias que nos han lle-
un acto impío, pero la aparición de una enfermedad que afectaba a las
gado podemos deducir que el lugar estaba consagrado a Ártemis y a las
mujeres, provocando que los niños nacieran muertos, obligó a acudir
Ninfas y que en el interior del santuario se encontraba una estatua de
a la consulta del oráculo délfico. La Pitia ordenó que se sepultara a
Ártemis al aire libre: allí las muchachas realizaban anualmente danzas
los niños, que recibieran un sacrificio anual y que la divinidad vene-
según la tradición local; éstas se hicieron famosas en el mundo griego
rada en el santuario recibiera desde entonces el nombre de «Ártemis
y se designaban con un término específico (karyatizein)39 . El dato que
aquí nos interesa resaltar aparece también en la historia de Helena en la ahorcada» (Artemis apanchomene). La falta de otros datos impone
una cautela en el juicio, pero la estructura general del relato y el pa-
Rodas: el ahorcamiento. Según una versión del mito que se refiere a los
pel que el ahorcamiento desempeña en él hacen pensar en que se puede
orígenes del culto, en un momento determinado de la historia, todas las
poner en relación con ceremonias de carácter iniciático que contempla-
muchachas, presas de un súbito temor, corren hacia un nogal y se ahor-
ban la participación de mujeres jóvenes. Aunque organizados de mane-
can40. No conocemos las causas de la fuga y del suicidio colectivo, pero,
ra distinta, volvemos a encontrar los elementos habituales en este tipo
sobre la base de los datos de relatos similares, se puede plantear la hi-
de relatos: segregación en un santuario de Ártemis situado en los con-
pótesis razonable de que tuvo que deberse a una inesperada amenaza de
fines del territorio, ahorcamiento, muerte de jóvenes seguida por la ins-
sufrir un rapto o algún tipo de violencia por parte de hombres adultos41.
titución de un culto ciudadano.
El contexto general está, por otra parte, bastante claro: en Carias se ce-
El ahorcamiento desempeña un papel específico en el origen de
lebraban ceremonias de carácter iniciático que implicaban a un grupo
importantes cultos cívicos: marca el momento del desapego en senti-
de muchachas, que se mantenían apartadas durante un cierto periodo de
do temporal (en su carácter de «muerte ritual») y da inicio al cambio
tiempo en los márgenes del territorio controlado por la ciudad.
gradual destinado a realizarse en el tiempo, que llevará a la muchacha
Esta primera fase se caracteriza por el alejamiento de la comuni-
a convertirse en una mujer «madura», preparada para integrarse en la
dad, por el abandono de antiguas relaciones y costumbres y por una
sociedad de los adultos. Considerado en este contexto, el ahorcamien-
experiencia prolongada de vida que se desarrolla en los márgenes del
to representa el momento de ruptura con un pasado reciente, pero al
territorio del que las muchachas eran originarias. El momento de rup-
mismo tiempo puede convertirse en la mediación de otros significa-
tura está normalmente marcado por una condición de muerte ritual,
dos culturales. Esto significa que no se considera únicamente en rela-
que encuentra una correspondencia en el contenido de relatos que na-
ción con su resultado (muerte por ahogamiento), sino también en re-
rran el origen de la institución y que normalmente tienen como prota-
lación con sus premisas: de hecho, el ahorcamiento implica también
gonistas a muchachas muy jóvenes. A veces se presentan como niñas
una elevación y una oscilación del cuerpo, elementos que pueden asu-
que, con su comportamiento aparentemente irracional, dan inicio a
mir otros significados en la economía del relato. Una importante fies-
instituciones culturales destinadas a durar en el tiempo. Y lo podemos
observar a propósito de otra historia de ahorcamiento, que narra los ta ateniense, las Aioras, tenía su origen, como las anteriores, en la his-
toria de una muchacha ahorcada: Erigona. La historia, esta vez, es más
orígenes de un ritual practicado en la ciudad arcadia de Cafias. En este
compleja y no podemos examinarla en detalle. Erigona era la joven
territorio, donde en una época se alzaba el santuario de Ártemis Con-
hija de Icario, el héroe que, por voluntad de Dioniso, introdujo en Grecia
dileátide, algunos niños, de los que no se especifica el sexo, encontra-
el cultivo del vino. Éste fue asesinado por algunos campesinos a los
ron por casualidad una pequeña cuerda, jugando, la pusieron al cuello
que había ofrecido la nueva bebida y que, al emborracharse, creyeron
de la estatua de la divinidad del lugar y luego empezaron a decir que
que habían sido víctimas de un sortilegio. Cuando descubrió su muerte,
Ártemis había sido estrangulada42. Una vez descubierto el suceso, los
su hija Erigona se colgó en el árbol junto al que había sido sepultado
su padre. Estos sucesos provocaron la ira de Dioniso, que hizo que los
39
Paus., III, 10, 7; cfr. Luc., Salt., 10; Hesych. k 908, s. v. «Karyatis». jóvenes atenienses se dieran muerte de la misma manera. Según una
Schol. Stat. Theb. 225.
41
A. Brelich, Paides e Parthenoi, Roma, 1969, p. 165. Una recopilación y un análisis versión distinta del mito habría sido, en cambio, la propia Erigona la
de estas historias se encuentra en A. de Lazzer, Ji suicidio delle vergini. Tra folclore e lette- que habría pedido, al morir, que las muchachas de Atenas se ahorca-
ratura della Grecia antica, Turín, 1997. ran hasta que el asesinato de su padre no se vengara. Como los habi-
42 Paus., VIII, 23, 6. La historia aparecía en los Aitia de Calímaco (fr. 187 Pfeiffer). Va-

rias veces se puso en relación con la de Helena en Rodas y para ambas se ha pensado en una
tantes de la pequeña ciudad de Arcadia, también los atenienses tuvie-
relación con ritos de fertilidad: veáse aquí n. 3; además A. Brelich, Paides e Parthenoi, cit., ron que ir a consultar al oráculo délfico. Éste les obligó a castigar a
p. 443, n. 2; M. Jost, Sanctuaires et cultes d'Arcadie (= Etudes péloponnésiennes 9), París, los asesinos de Icario y de Erigona, a sepultar sus cuerpos y a instituir
1985, pp. 400-402 (con más referencias).

47
46
una fiesta en la que las muchachas atenienses se suspendieran de sogas son posibles desplazamientos y variaciones: por ejemplo, el destino
y se pusieran a oscilar. Se instituyó entonces la fiesta de las Aioras, trágico de Fedra, que elige darse muerte colgándose, puede evocarse
que era una parte de un ritual festivo más complejo, el de las Anteste- en la representación de la heroína en el columpio46. Convirtiendo el
rias, que se celebraban en primavera43. Esta salida introduce además un colgamiento originario en un movimiento oscilatorio en el columpio,
cambio importante en el plano cultural: al colgamiento, que implica la la fiesta de las Aioras permite que las muchachas atenienses superen
estrangulación y la muerte de las muchachas, lo sustituye la elevación la fase momentánea de crisis y eviten el destino de Erigona.
acompañada de oscilación, precisamente como sucede cuando uno se Por tanto, el colgamiento puede asumir, en los relatos que hemos
mece en un columpio. Como nombre común, aiora designa la elevación examinado, un significado bastante distinto del esperado. El resultado
y la oscilación, y, que en esta fiesta desempeñaba un papel importante más transparente de «muerte», que remite a la condición de la mucha-
el hecho de ser levantados de la tierra y oscilar suspendidos, resulta evi- cha en la primera fase del recorrido iniciático, puede evolucionar hacia
dente en algunos elementos del relato de fundación: se narra, por ejem- la «elevación» y «oscilación». La realización de esta posibilidad permi-
plo, que los atenienses, al no conseguir encontrar los cuerpos de Icario tirá superar la condición de bloqueo aparente y, por tanto, encaminar en
y Erigona, suspendieron sogas en los árboles y se aferraron a ellas como el sentido deseado el proceso de trasformación en acto. Podemos añadir
si buscaran en el aire lo que no encontraban en la tierra; colgados así, que ni siquiera la elevación puede reducirse solamente al significado de
los cuerpos se encontraban suspendidos oscilando en el vacío (hac at- ahogamiento y muerte. Es bien sabido, por ejemplo, que la elevación de
que illac agitabantur)44 . Higino, por otra parte, lo dice claramente: la la esposa, realizado de las maneras más diversas, constituye en el fol-
elevación supone también una agitación del cuerpo, similar a la del que, clore moderno un elemento recurrente en las ceremonias nupciales. Se
suspendido de una soga, es golpeado por el viento. trata, por lo general, de un acto simbólico que tiene lugar después de fi-
Los ritos conectados con esta celebración festiva proporcionan la nalizar el rito religioso. La esposa, por ejemplo, es invitada a superar un
ocasión de ilustrar los distintos resultados provocados por «la eleva- obstáculo con la ayuda de jóvenes conocidos, o es levantada por el es-
ción»: por una parte el ahogamiento, representado por la suerte de Eri- poso en el momento de entrar por primera vez en la nueva casa47. Un
gona y las muchachas atenienses antes de la introducción de la fiesta; resto de este valor simbólico se conservaba quizá en el rito nupcial es-
por otra parte, la oscilación, a la que se asocia una sensación de pla- partano. Hemos visto que en el día de la boda el futuro marido iba jun-
cer que remite a la esfera sexual: ciertamente no es casual que, en las to a la esposa que había sido adecuadamente preparada y, después de ha-
representaciones figuradas, el que sube a la muchacha al columpio sea berla levantado del lecho de hojas, la colocaba en el lecho nupcial". A
un sátiro o el mismo Eros45. Considerado desde esta perspectiva, el pesar de lo breve del dato, se puede considerar que el acto de levantar,
colgamiento asume el significado simbólico de muerte, si se conside- aunque no sea más que porque formaba parte de un ritual concreto, de-
ra en relación con la condición que las muchachas pronto van a aban- bía tener un significado propio. Sin duda permitía el pasaje del mundo
donar, pero también marca un nuevo comienzo cuando se considera exterior, simbolizado por la yacija de hojas, normalmente usado por los
en relación con la vida sexual a la que tendrán acceso a través del ma- que duermen a la intemperie y que remite a la condición «libre» de la
trimonio. Con todo, se trata de dos resultados contiguos, entre los que muchacha, al mundo interior de la casa, representado por el lecho nup-
cia149. En este contexto, el levantamiento simboliza el cambio en acto y
anticipa la incorporación de la joven mujer a la casa del esposo.
43
El mito se trataba en la Erigona de Eratóstenes, conocida solamente por unos pocos frag-
mentos (A. Rosokoki, Die Erigone des Eratosthenes, Heidelberg, 1995). A ella se aludia en una ¿Debemos atribuir el mismo significado al colgamiento de Helena
composición de Calímaco (fr. 178, 1-5 Pfeiffer). No conocemos, en cambio, el contenido de la en la tradición rodia? La información de Pausanias, que no podemos
Erigone de Sófocles (fr. 235, 236 Radt). Entre las fuentes mayores véase schol. A Ji., XXII, 29;
Hyg., Astr., II, 42; fab. 130; Serv. ad Georg., II, 389; Ael., Nat. Anim., VII, 28. Entre los nu-
2
merosos estudios sobre el tema véase L. Deubner, Attische Feste, Berlín, 1966, pp. 118-120;
M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religión, cit., pp. 585 y ss.; W. Burkert, Horno ne- 46
Así en la famosa pintura de Polignoto en la lesche de los Gnidios en Delfos (Paus.,
cans (trad. it.), Turín, 1981, pp. 172-175. J. Hani, «La féte athénienne de l' aiora et le symbo- X, 29, 3), Fedra estaba representada sobre un columpio en compañía de su hermana Ariad-
lisme de la balanwire», in Rey. Et. Gr. 91 (1978), pp. 118-122. De notable interés son todavía na, también ella una figura de joven heroína que moría ahorcada (a causa del abandono de
las observaciones de E. de Martino, La terra del rimorso, Milán, 1961, pp. 209-218. Teseo: Plut., Thes., 20, 1).
44
Serv., ad Georg., II, 389. 47
Véase, por ejemplo, la documentación recogida por W. Crooke, «The Lifting of the
45
L. Deubner, Attische Feste, cit.; otros datos en W. Burkert, Horno necans, cit., pp. Bride», Folk-Lore 13 (1902), pp. 225-251.
174, 280, n. 119 (ed. it). Sobre el simbolismo sexual del columpio véase E. de Martino, La 48
Plut., Lyc., XV, 5 y s.
terra del rimorso, cit., pp. 212 y s.; J. Hani, «La féte athénienne de 1' aiora et le symbolis- 49
A. Paradiso, «Osservazioni sulla cerimonia nuziale spartana», cit., pp. 140, 150. So-
me de la balanQoire», cit., pp. 116-118. bre la ceremonia véase aquí n. 26.

48 49
integrar con otros datos, no permite proporcionar una respuesta segu- el santuario, pero es probable que se tratara del de Terapne. En este
ra. Todo lo que tenemos es, en el fondo, un relato presentado como ai- caso se explicaría mejor el uso de carros para llegar hasta el destino
tion de un ritual. Aún más, si consideramos el papel desempeñado (Terapne se encontraba más allá del Eurotas, a más o menos dos kiló-
constantemente por Helena en el rito y el significado del colgamiento metros y medio de Esparta).
en relatos en los que figuran mujeres jóvenes, esta interpretación pa- Encontramos una confirmación indirecta de esta tesis en otro único
rece la más natural. La recolocación del episodio en el ámbito de un testimonio en el que se mencionan carros decorados para el trasporte
escenario épico y el hecho de que aquí la heroína se presente como un de muchachas: se trata de una de las grandes fiestas espartanas, las Ja-
personaje maduro (el episodio tiene lugar después de la guerra de Tro- cintias, que se desarrollaban en Amiclas, centro que se alzaba a cinco
ya y la muerte de Menelao), no puede sorprender en el caso de Hele- kilómetros al sur de la ciudad53. Estos carros decorados a la manera tra-
na, para la que el ligamen con la guerra de Troya constituye un dato dicional debían ser usados regularmente por las muchachas en ocasión
obvio, un rasgo de su propia identidad. También en Rodas —podemos de ceremonias públicas de carácter religioso. Plutarco recuerda que la
concluir—, Helena debía recalcar las funciones que hemos aprendido a hija de Agesilao, rey de Esparta, tenía uno igual en todo al de sus com-
identificar en las historias anteriores: a través de la coloración épica pañeras; respetuosos de las antiguas costumbres, su padre había queri-
todavía resultan reconocibles los rasgos de la parthenos que danza do que se construyera a la manera tradicional y que no se distinguiera
con sus compañeras a las orillas del Eurotas. de los otros54. El hecho de que fueran adornados con ramas trenzadas
Nuestro análisis podría detenerse aquí. Otros elementos, que re re- (plegmata) sugiere que la decoración se renovaría anualmente, con
fieren de hecho a la «prehistoria» de la figura de Helena, resultan de in- ocasión del retorno de la primavera. En conclusión, si esta serie de in-
terpretación más incierta. Podríamos haberlos omitido, pero, en ese dicios se pueden referir a un único ritual festivo, es posible pensar que
caso, habríamos corrido el riesgo de ofrecer una imagen demasiado par- haya que identificar a las Heleneia con la fiesta que se celebraba en Te-
cial del personaje. Nos ha parecido más oportuno mencionarlos al final rapne en primavera; en esta ocasión, las muchachas que habían con-
de este capítulo, para integrarlos con todo lo que se ha dicho hasta aquí. cluido la fase del ciclo educativo se dirigían, en carros hechos para la
En el estudio dedicado por West a la Helena «inmortal» se alude a ocasión y ricamente decorados, a celebrar a la divinidad del lugar. Es
la posibilidad de que la ceremonia evocada al inicio del epitalamio teo- probable que, en ese ámbito, Helena, tradicionalmente la más bella de
criteo sea una fiesta de la primavera, ligada a la renovación de la ge- las mujeres y venerada aquí como una joven esposa (nymphe), asu-
neración50. El autor encuentra la confirmación de esta interpretación en miera algunos rasgos de la figura, familiar en el folclore moderno, de
el hecho de que el jacinto con el que las muchachas se adornan los ca- la «esposa de mayo». Es un hecho recurrente, en las fiestas que cele-
bellos (v. 2) pueda ser identificado con una planta que florece en el mes bran el retorno de la primavera, que se elija a un bella chica de la re-
de marzo o abri151. Algunas indicaciones ulteriores sobre este culto es gión y se la nombre «reina de mayo» o «esposa de mayo». A ella la
posible recabarlas en dos voces del Léxico de Hesiquio. En la primera acompañaba a menudo un joven con las mismas cualidades que se con-
se mencionan las Heleneia como una fiesta celebrada por los laconios vertía durante una estación en el «rey de mayo». Ceremonias de este
en honor de Helena; en la segunda se informa sobre un dato relativo al tipo a menudo se han interpretado en el pasado como supervivencias
desarrollo de la ceremonia: con ocasión de la fiesta en honor de Hele- de antiguos ritos de fertilidad y en la «esposa de mayo» se ha visto al
na (probablemente las mismas Heleneia), las muchachas se dirigían en trasunto humano de la antigua diosa de la vegetación. Inserta en este
procesión al santuario montadas en unos carros especiales que tenían contexto y proyectada hacia un pasado remoto, también Helena se con-
el nombre de kannathra, decorados con ramas entrelazadas en forma vertiría en una de las innumerables manifestaciones de la misma divi-
de distintos animales52. El texto, por su brevedad, no precisa cuál era nidad. Ya hemos expresado varias veces nuestras reservas en relación
con esta tesis general. Este juicio, por otra parte, no lleva a excluir el
so M. L. West, Immortal Helen, cit., p. 17, n. 5, seguido por O. Skutsch, «Helen, her hecho de que en la figura de Helena hubieran confluido algunos rasgos
Name and Nature», cit., p. 189. que volvemos a encontrar en el folclore moderno. Se podría pensar que
51
Ibid. Para la identificación con la orchis quadripuncta véase A. S. Gow, Theocritus,
vol. II (Comentario), Cambridge, 1952, p. 201.
52
Respectivamente Hesych. e 1992, s. v. «Heleneia»; k 675, s. v. «kannathra». Cfr. 53
La fuente es Polícrates, autor de Lakonika, que vivió probablemente en la época he-
schol. c. Hom., 11., XXIV, 190 Erbse; Eust., Ad 11., 1344, 46 ss.; &Site, Realencyclop/idie, lenística tardía: FgrHist 588 F I (= Ath., IV, 17 [139 c-f]); cfr. A. Brelich, Paides e Parthe-
cit., coll. 2358 y s.; Clader, Helen. The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tra- noi, cit., pp. 145-147.
dition, cit., p. 68. 54
Plut., Ages., XIX, 5; cfr. Xen., Ages., VIII, 7.

50 51
la fiesta de las Heleneia quizá tuviera lugar en primavera y que, de al- III
guna manera, se asociaran a rituales festivos que se celebraban en esta
estación. Era quizá en esa circunstancia cuando las muchachas de Es-
parta llegaban al santuario en carros preparados a propósito para la
ocasión. Las hipótesis reconstructivas no nos permiten ir más allá. En
los capítulos que siguen deberemos afrontar otros temas en los que en- EL NACIMIENTO
contraremos una imagen de Helena bastante distinta y, en el fondo,
más familiar: la que conocemos por la poesía homérica y por la trage-
dia. Los lejanos orígenes de esta figura no habrán sido olvidados toda-
vía: también para Homero, Helena era, en primer lugar, la esposa de
Menelao y la reina de Esparta.

En el capítulo anterior hemos visto que en Esparta existía un para-


lelismo funcional prácticamente puro entre las atribuciones de Helena
y las de los Dióscuros. Podemos añadir que en la localidad de Terap-
ne, junto al culto de Helena, se practicaba el de los dos hermanos, ya
conocido por un fragmento de Alemán'. También en la Ilíada, Helena
se muestra interesada por su suerte. Habiendo subido a los muros de
Troya para asistir al duelo entre Paris y Menelao, se maravilla de no
divisarlos entre los otros guerreros aqueos:

Mas hay dos caudillos de huestes a los que no logro ver:


a Cástor, domador de caballos, y a Polideuces, valioso púgil,
los hermanos carnales que dio a luz la misma madre que a mí.
O no partieron de la amena Lacedemonia junto con los demás
o han venido aquí en las naves, surcadoras del ponto,
pero ahora no desean internarse en la lucha de los hombres
por miedo de los muchos oprobios e ignominias que me rodean'.

La sorpresa expresada aquí por Helena estaba justificada. Cástor y


Pólux —añade el poeta en los versos siguientes— habían muerto hacía
tiempo y habían sido sepultados en la amada tierra de Esparta donde
habían nacido (vv. 243 y ss.). Las palabras del personaje ofrecen un
buen ejemplo de la capacidad del poeta de trenzar entre ellos acciones
diversas, pasando con discreción del uno al otro, evocando hechos que
1
Alcm. fr. 7 Page (= 19 Calame); además Pind., Pyth., XI, 61-64; Isthm., 131 (con los
escolios correspondientes a este pasaje); Paus., III, 20, 2; schol. Eur. Tro. 210; &Site, Rea-
leneyclopüdie, s. v. «Therapne», col. 2359-2363. Este culto no se confunde con el de Hele-
na y Menelao, practicado en el mismo centro (Paus., III, 19, 9); cfr. aquí p. 100, n. 19.
2
H., III, 236-242.

52 53
En este caso, de Zeus habrían nacido Helena y Pólux, dotados ambos
no se narran ya que resultan extraños a la acción, pero que, evocados
de naturaleza inmortal; de Tíndaro, el mortal Cástor. Esta versión está,
en un contexto donde resultan interpretados, generan una tensión nue-
efectivamente, atestiguada', pero reconocer en ella la tradición espar-
va en el relato. La relación de Helena con los Dióscuros provenía de
tana presenta algunas dificultades. De hecho, este tipo de uniones van
tiempos antiguos: se remontaba a su experiencia de adolescente, que
seguidas, normalmente, del nacimiento de gemelos, cada uno de los
había trascurrido en Esparta con sus compañeras, hasta el momento cuales conserva la naturaleza, divina o mortal, del propio progenitor.
de su boda. Durante todos aquellos años, los dos hermanos habían in-
El caso de Anfitrión proporciona un ejemplo lineal. En la misma no-
tervenido en su apoyo cada vez que ella se había visto envuelta en di-
che, Alcmena concibe a Heracles de Zeus y a Ificles de Anfitrión. En
ficultades, como cuando la había raptado Teseo. Es comprensible, por
el caso de Helena, debemos plantear un posible nacimiento trigémino,
tanto, que Helena esperara verlos también en Troya, donde podrían
unos trillizos, que no parece lo más natural. Se debe añadir que, en
haberla liberado una segunda vez. Más aún, resultando más fácil la
otras versiones, los Dióscuros aparecen como los hermanos mayores
empresa, ya que, mientras en el Ática los Dióscuros tuvieron que ac-
de Helena, capaces de acudir en su ayuda cada vez que hiciera falta.
tuar solos, en Troya habrían contado con el apoyo de los mejores de
La comparación con el mito de Anfitrión más bien sugiere que, en Es-
los guerreros aqueos. parta, la pareja de gemelos que nace de los amores de Leda estaba
Algunas versiones del mito iban más allá aún en el relato de estas
compuesta por Cástor y Pólux, dotados respectivamente de una natu-
relaciones, asociando las figuras de Helena y de los Dióscuros desde
raleza mortal y divina, y que el nacimiento de Helena se habría pro-
el momento de su nacimiento. En los poemas homéricos no se hace
ducido en un segundo momento. El huevo puesto por Leda, del que
mención de este hecho, pero, sin embargo, ya estaba presente en la
nació la heroína, era quizá el que se conservaba en Esparta en el san-
poesía griega arcaica y probablemente tenía una cierta importancia en
tuario de las Leucípides, envuelto en vendas y colgado del techo8.
la historia. De hecho, los distintos tipos de nacimientos a menudo son
Debemos añadir que, si ésta era la versión espartana, las posibili-
determinantes en la prefiguración de las actitudes futuras de los per-
dades de combinación eran, en todo caso, numerosas, y fueron am-
sonajes, y en la definición de su identidad. En toda la tradición anti-
pliamente aprovechadas por la tradición antigua9. Por ejemplo, según
gua, de Homero en adelante, el padre de Helena es Zeus; la versión
otra versión, los huevos puestos por Leda habrían sido dos, y de cada
que la presenta como hija de Tíndaro, por entonces rey de Esparta, no
uno de ellos habría nacido una pareja de gemelos. Cada una de ellas, a
representa una verdadera alternativa3. Aunque fuera engendrada por su vez, podía estar formada de manera distinta, según se privilegiara el
Zeus, Helena nació y fue criada en la casa de Tíndaro, que figura de
sexo o la naturaleza mortal o inmortal de los miembros de la pareja.
pleno derecho como su padre mortal. Su madre debería ser Leda, la
esposa de Tíndaro, amada por Zeus bajo la forma de un cisne, porque
en el tercer canto de la Ilíada Helena afirma que había nacido de la 7
Schol. Od., XI, 298; ad Pind. Nem., X, 150 a; Myth. Vat., I, 78; II, 132 (pero cfr. I, 204);
misma madre que generó a Cástor y Pólux, y en la Odisea los dos her- cfr. [Apollod.] Bibl ., III, 10, 7 (donde hay una intervención sobre el texto trasmitido); schol.
ad Call III, 232 (donde la que pone el huevo es Némesis y no Leda). Notable por su artís-
manos se llaman hijos de Leda4. Por tanto, esta genealogía aparece tica factura es el relieve en estuco encontrado en una tumba de época flavia en la vía Ti-
como antigua, aunque figure por primera vez de forma explícita en la hurtina: los tres niños salen del cascarón en presencia de Leda y de Tíndaro, mientras que
Helena de Eurípides5. También en la tradición espartana, Helena de- una gran águila, manifestación del divino padre Zeus, vierte sobre ellos el contenido de una
bía ser, igual que los Dióscuros, hija de Zeus y de Leda. Quizá ésta se urna: L. Ghali-Kahil, Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 12. El mis-
mo episodio, con el nacimiento de los tres, estaba representado en un mosaico de Tréveris
unía en la misma noche con una divinidad (Zeus) y con un hombre del siglo ni d.C. (J. Moreau, Das Trierer Kornmarktmosaik, Colonia, 1960, pp. 17-19) y tal
mortal (Tíndaro), como sucedía en otro mito famoso, el de Anfitrión 6. vez también en las pinturas del Aula Isiaca en el Palatino: K. Schefold, «Helena im Schutz
der Isis», en G. E. Mylonas, (ed.), Studies presentad to D. M. Robinson, vol. II, Saint Louis,
1953, pp. 1096-1102; cfr. J. Moreau, Das Trierer Kornmarktmosaik, cit., pp. 16 y ss. A esta
versión del mito se pueden referir además una placa de bronce incisa, de época tardoanti-
3
Así, por ejemplo, en el Catálogo de las mujeres, atribuido a Hesíodo (fr. 176 M.-W.), gua (L. Ghali-Kahil, Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae IV, cit., p. 504, n. 13),
y en Estesícoro (fr. 223 Page). En el fr. 24 del Catálogo aparece como hija de Zeus y de la y un pequeño relieve del Museo de Londres, en el que se ha reconocido este episodio (R.
hija de Océano, pero se trata de una genealogía bastante dudosa, que no conocemos por 1,ing, «A Relief from Duke Street, Aldgate, now in the Museum of London», en Britannia
otras fuentes (cfr. West en el aparato crítico). 24 [1993], pp. 7-12).
4
II., III, 237 y ss.; cfr. Od., XI, 298-300. 8
Paus., III, 16, 1.
5
Eur., Hel., 16-21; cfr. Tro., 398. Sobre el nacimiento de Helena véase R. Engelmann, 9
R. Engelmann, Ausführliches Lexikon der griechischen und romischen Mythologie 1,
Ausführliches Lexikon der griechischen und romischen Mythologie 1, cit., coll. 1929-1932; cit., col. 1931; A. R. de Elvira, «Helena. Mito y etopeya», Cuadernos de Filología Clásica
E. Bethe, Realencyclopüdie VII, cit., coll. 2826-2828. 6 (1974), pp. 96-119.
6
E. Bethe, Realencyclopüdie VII, cit., coll. 2826 y s.

55
54
Encontramos así, de un lado, a Cástor y Pólux, y, del otro, a Helena y
En las Ciprias, el nacimiento de la heroína se narraba, probable-
Clitemestra; e incluso a Helena con Pólux, como hijos ambos de Zeus, mente, a propósito del proyecto de Zeus de desencadenar la guerra de
frente a Cástor y Clitemestra, nacidos del mortal Tíndaro. En este caso, Troya para aligerar la tierra, grávida por el excesivo número de hom-
el paralelismo no es perfecto, Clitemestra puede faltar y, entonces, al
bres15. Zeus, primero, provocaba la expedición de los siete contra Te-
Cástor mortal se oponen los dos hijos de Zeus, Helena y Pólux. bas, y, después, se disponía a devastar la tierra con rayos y diluvios.
Es inútil descender a ulteriores detalles sobre este punto. Sólo po- En este momento intervenía Momos (la Censura) que le sugería un re-
demos concluir que en las versiones más antiguas que conocemos, . medio más simple: haciendo unirse a Tetis con un hombre mortal (Pe-
como, por ejemplo, la espartana y, como veremos después, en el poe- leo), propiciaría el nacimiento de Aquiles; al mismo tiempo, Zeus ha-
ma épico de las Ciprias, el nacimiento de Helena, aunque puesto en re- bría engendrado una mujer de gran belleza: Helena. La concomitancia
lación con el de los Dióscuros, era diferente del nacimiento de los her- de los dos sucesos establecería las premisas del gran conflicto que en-
manos y acontecía probablemente en un momento posterior. Debemos, frentaría largo tiempo a griegos y troyanos'. La relación de Zeus con
en cambio, recordar, por las consecuencias que se seguirán, la tradición Némesis (el nombre significa «reprobación, desdén») facilitaba el he-
que consideraba a Helena hija, no de Leda, sino de Némesis. Según cho de que Helena se convirtiera en el medio a través del que la suma
esta versión, la mujer se vio obligada a la unión con Zeus y no le sir- divinidad del Olimpo llevara a cabo su proyecto. Esta tradición tuvo
vieron de nada las metamorfosis con las que intentó evitar la cópula"). una fortuna especial en el Ática, donde Némesis recibía culto en el
La unión se producía después de que ambos asumieran la forma de santuario de Ramnunte. Es posible que en el poema épico hayan con-
oca, y Némesis ponía, entonces, un huevo del que nacería Helena. El fluido elementos originariamente pertenecientes a una versión ática
hecho era posterior al nacimiento de los hermanos, porque en un frag- local, o que la propia versión de las Ciprias fuera objeto de una ree-
mento de las Ciprias se afirma que ella nace en tercer lugar, después laboración realizada en ambiente ático, pero sobre estas cuestiones
de que Zeus se hubiera unido a Leda para engendrar a los dos herma- hay varias hipótesis posibles. Un drama perdido del poeta Cratino, ti-
nos' I. A continuación, Némesis, la verdadera madre, le entregaba el
tulado Némesis, se inspiraba en acontecimientos de este tipo, pero ig-
huevo a Leda, la esposa de Tíndaro, que lo custodió hasta su apertura. noramos los efectos que produciría esta singular historia. En un frag-
En un breve fragmento de Safo se aludía al hallazgo del huevo («dicen mento se alude a la metamorfosis de Zeus en un gran pájaro; en otro,
que, en un tiempo, Leda había encontrado un huevo envuelto en un ja- a la necesidad de que Leda empolle el huevo propio, como lo haría
cinto»)' 2. En algunas versiones era un pastor el que hacía el descubri- una gallina, para que nazca de él un ave de gran belleza'''. La fortuna
miento en un bosque o quizá en un área pantanosa; en otras, era el mis- del mito en el Ática está ampliamente atestiguada en representaciones
mo Hermes, quizá por consejo de Zeus, el que depositaba el huevo en vasculares que se remontan a los últimos decenios del siglo y, que
el regazo de Leda 13. Y ésta, después de haberlo recibido, lo dejaba en prestan atención al momento final de la historia: la apertura del huevo,
una caja donde lo «calentaba» hasta la apertura14. No estamos en con- que tenía lugar en Esparta en presencia de Leda y de otros personajes
diciones de establecer cuál podría ser la versión que siguieron las Ci- de la familia real, como Tíndaro y los Dióscuros' 8. Sobre un altar co-
prias para estas fases del relato; en todo caso, desde este momento en locado en el centro de la escena y circundado por varios personajes,
adelante, la historia de Helena se desarrollaba en la casa de Tíndaro, se encuentra un huevo de grandes dimensiones; desde lo alto, un águi-
donde fue acogida y educada. la en vuelo se cierne sobre los presentes. En ella hay que reconocer
una manifestación del mismo Zeus, que interviene en el momento de-
lo
Cypr. frs. 9 y 10 Bernabé, con las importantes correcciones aportadas a la lectura del cisivo: acercándose al altar, golpea el huevo con el pico permitiendo
papiro por W. Luppe, «Zeus und Nemesis in den Kyprien. Die Verwandlungssage nach
Pseudo-Apollodor und Philodem», Philologus 118 (1974), pp. 193-202. Cfr. Asclepiades,
FGrHist 12 F 11; [Apollod.] Bibl., III, 10 7. 15
Cypr. fr. 1 Bernabé.
11
Fr. 9, I Bernabé; cfr. A. Severyns, Le cycle épique dans l'école d'Aristarque, Lieja-
París, 1928, pp. 266-269; F. Jouan, Euripide et la légende des Chants Cypriens, París, 1966,
16
Schol. A Ji., I, 5, que cita como fuente al poeta Estasino, al que se atribuía la com-
p. 147. posición de las Ciprias (cfr. fr. 1 Bernabé, en el aparato crítico).
17
Crat. fr. 115 Kassel-Austin; cfr. Eratóstenes, Cat. 25.
12
Fr. 166 Voigt. 18 Este modelo se establece en el Ática en los últimos decenios del siglo y a.C. y lo re-
13
[Apollod.] Bibl ., III, 10, 7; Hyg. Astr., II, 8; schol. Lyc. 88. El nacimiento de Helena
toman más tarde pintores de la Italia meridional, gozando de un notable éxito: véase F. Cha-
del huevo era relatado también por el peripatético Clearco, que le daba una interpretación
poutier, «Léda devant l'oeuf de Némesis», en Bull. Corr. Hell. 66-67 (1942-1943), pp. 1-21;
racionalista: fr. 35 Wehrli (= Ath. 57 e).
" Schol. Call. hymn. III, 232; schol. Lyc. 88. L. B. Ghali-Kahil y otros, Lexicon lconographicum Mythologiae Classicae VI, I (1992), s.
v. «Leda», p. 234.

56 57
•••■••■••••

currente (Afarétidas, Leucípides). Junto a los Dióscuros, hay que men-


la eclosión. Entre los hallazgos más notables en relación con este epi- cionar a otra famosa pareja de gemelos, los Moliones, que, además,
sodio, hay que mencionar el realizado recientemente en una tumba en eran hermanos siameses, y de los que un poeta arcaico como Íbico ya
el territorio de Metaponto, que se remonta al 400 a.C. más o menos. afirmaba que habían nacido de un solo huevo de plata22.
Entre los objetos decorativos se ha encontrado, dentro de una píxide, Considerado desde el punto de vista de sus significados simbólicos,
una estatuilla de caliza que representa a Helena saliendo del huevo. El el huevo remite al momento del origen de la vida, en el que tomó for-
cascarón está entreabierto y en el interior se encuentra todavía una fi- ma progresivamente el mundo actual. Su naturaleza, por tanto, está ca-
gura infantil encogida'. racterizada por esa ambigüedad e indeterminación propia de las figu-
La especial fortuna que experimentó el tema en el Ática en los úl- ras divinas que se sitúan en los orígenes del mundo. Eros, que, tanto en
timos decenios del siglo y a.C. se pone en relación con la renovación las teogonías órficas como en la de Hesíodo, representa una divinidad
del antiguo santuario de Némesis en Ramnunte, acontecida en este pe- de los orígenes de la que parte el desarrollo posterior del cosmos, es-
ríodo. De hecho, se remonta a esta época la construcción del templo taba representado como una figura que nacía de un huevo primordial23.
en el que se colocó la famosa estatua de la divinidad, obra de Fidias, La naturaleza del objeto remitía, en ese sentido, a un momento inter-
o más probablemente de su discípulo Agorácrito20. Los relieves de la medio, referible a un proceso que aún no había llegado a término. Tam-
base de la estatua vuelven a evocar este episodio del mito. La heroína bién el aspecto exterior lo hacía adecuado para representar simbólica-
estaba representada en el momento en el que, ya como adulta, era con- mente esta fase de transición: aparentemente privado de movimiento y
ducida por Leda hasta Némesis, de modo que se asistía a una especie de vida, pero albergando en su interior un ser en formación dotado de
de encuentro entre las dos madres y, por lo tanto, a la celebración de una notable fuerza vital. Participando a la vez de la naturaleza muerta
los orígenes áticos de un personaje que, por otro lado, permanecía y de la naturaleza viva, llegaba a representar un importante elemento
fuertemente ligado a las tradiciones espartanas21 . de consenso entre opuestos24. A partir de estas premisas se explica la
En las versiones del nacimiento de Helena nos hemos internado, presencia de huevos, o de objetos que lo representan, en decoraciones
hasta ahora, en dos temas de notable importancia: el nacimiento del funerarias, de acuerdo con un uso largamente atestiguado en el mundo
huevo y el parto gemelar. Ambos elementos aparecen también en rela- griego y romano, que se difundió también en otras culturas; a la pre-
ción con los Dióscuros: como hemos visto, la versión, según la cual ha- sencia del huevo se acompañaba un augurio de regeneración y renaci-
brían nacido de un único huevo con Helena, esta atestiguada tanto por miento. El hallazgo del huevo con el nacimiento de Helena en el ajuar
las fuentes literarias como por las representaciones figuradas. La im- funerario de una tumba viene a añadirse a una documentación ya rica
portancia de este momento de la historia, reforzada por la misma varie- de por sí. No obstante, el elemento más novedoso lo constituye la apa-
dad de los emparejamientos y de los resultados, plantea el problema del rición del mito de la heroína en un ámbito funerario.
significado que asume la relación con esta pareja gemelar en la figura Los gemelos comparten con el huevo algunos de estos rasgos: su
de Helena, invitando a preguntarse si, en cierto modo, no estará conec- naturaleza también resulta indefinida y ambigua. El mismo hecho de es-
tada con el nacimiento del huevo. En primer lugar, se constata que esta tar privados de una individualidad personal genera confusión y descon-
relación no es un hecho limitado a la familia de Tíndaro, aunque en cierto, aunque esta condición se podrá superar introduciendo artificial-
las genealogías espartanas la gemelaridad constituya un elemento re- mente, en el interior de la pareja, algunas diferencias que permitirán a
19
A. Bottini, «Elena in Occidente: Una tomba dalla chora di Metaponto», en Bolletti-
no d'arte 50-51 (1988), pp. 4 y ss., figs. 6-8, tav. 11 b; L. B. Ghali-Kahil y otros, Lexicon 22
lbyc. fr. 285 Page (= Ath. II 57 f - 58 a). Los personajes ya eran conocidos por la 'lía-
lconographicum Mythologiae Classicae VI, cit., p. 24. (la (XI 709 y s., 750-752) y por el Catálogo hesiodeo (frs. 16-18); Pher. FGrHist 3 F 79 b;
20
Paus., I, 33, 3; 7 y ss.; Plin., XXXVI, 17. schol. Il., XXIII, 638-642. Para la asociación corriente entre parto doble y nacimiento de un
21 Es posible, aunque resulta una hipótesis poco verosímil, que haya que poner esta obra huevo, véase F. Mencacci, I fratelli amici. La rappresentazione dei gemelli nella cultura ro-
en relación con un momento de acercamiento entre Atenas y Esparta, después del final de mana, Venecia, 1966, p.43.
la primera fase de la guerra del Peloponeso (paz de Nicias del 421 a.C.): en el fondo, se li- 23
S. Fasce, Eros. La figura e il culto, Genova, 1977, pp. 97-111; A. Bottini, «Elena in
mitaba a dar valor a una tradición local, colocando en primer plano a las figuras (Némesis, Occidente: Una tomba dalla chora di Metaponto», cit., p. 11.
Leda, Helena) que también eran las protagonistas del relato. Para esta tesis cfr. por ejemplo 24
M. P. Nilsson, «Das Ei im Totenkult der Alten», en Opuscula Selecta, vol. I, Lund
A. Bottini, «Elena in Occidente: Una tomba dalla chora di Metaponto», cit., p. 7; A. Shapi- 1951, p. 19; Id., Geschichte der griechischen Religion, cit., p. 684. A los significados sim-
ro, The Marriage of Theseus and Helen, cit., p. 234. K. D. Shapiro Lapatin, «A Family Ga bólicos que asume el huevo, con una referencia especial al ámbito funerario, está dedicado
thering at Rhamnous? Who's who on the Nemesis Base», en Hesperia 61 (1992), pp. 107- un conocido ensayo de J. J. Bachofen («Le tre uova misteriche», en ll simbolismo funera-
11.9, al que se debe el estudio más reciente sobre la base de la estatua de Némesis, es más 1 lo degli antichi [trad. al, Nápoles, 1989, pp. 81-507).
cauto en relación con esta cuestión (pp. 118 y ss.).

59
58
sus miembros conseguir una identidad personal más pronunciada25. Es tos en el nacimiento de estos personajes, condicionan todo su futuro. Si
más, en la pareja gemelar esta indeterminación adquiere contornos más en el caso de los Moliones la cercanía que los une los hace material-
claros: está representada por la dualidad, por una polaridad que permi- mente inseparables, en el caso de los Dióscuro el proceso de diferen-
te distinguir sujetos distintos, aunque estén dotados de una individuali- ciación está poco más avanzado: el rasgo más importante que los dis-
dad débil. La gemelaridad tiende, por tanto, a circunscribir la indeter- tingue es el de la especularidad.
minación inicial en una polaridad mejor definida. Los dos hermanos El texto literario que valora más esta actitud de la pareja es la Ne-
que, después del nacimiento, presentan una identidad de grupo tende- mea X de Píndaro. La historia se inspira en un episodio que ya hemos
rán a ocupar cada uno una posición propia en el ámbito de la pareja y mencionado: el contraste que opone los Dióscuros a los Afarétidas, otra
esto los predispone a una diferenciación. El proceso, por lo demás, nun- pareja de gemelos. Después de haber realizado juntos el robo de unos
ca llegará a realizarse completamente: ambos continuarán manteniendo bueyes, no consiguen ponerse de acuerdo sobre el reparto del botín. De
ligámenes recíprocos y, en las historias que los contemplen como pro- ello nace un litigio, e Idas, que es el hermano más fuerte y violento de los
tagonistas, el destino de uno interferirá inevitablemente con el del otro. Afarétidas, golpea mortalmente a Cástor; Pólux, a su vez, mata a Linceo.
Aunque limitados al mundo griego, los resultados en este ámbito resul- Finalmente, Zeus interviene y pone fin a la contienda golpeando a Idas
tan múltiples. En el caso de los Dióscuros, el proceso que conduce a la con el rayo. De las dos parejas de gemelos sólo queda vivo Pólux, pero,
adquisición de una relativa autonomía aparece decididamente poco privado de su amado Cástor, no se resigna a la soledad. Entonces, re-
desarrollado. A diferencia de lo que sucede en todas las parejas de ge- nuncia a la inmortalidad de la que gozaba por ser hijo de Zeus y le pide
melos, éstos no se distinguen por caracteres propios o, al menos, tal di- a su padre la posibilidad de compartir ese don con el hermano caído.
ferenciación está apenas esbozada: Cástor está a menudo asociado a la Zeus escucha la petición y les concede a los hermanos un nuevo esta-
esfera ecuestre como auriga, Pólux es hábil en el pugilato. Podríamos tus, basado esta vez no en la plena paridad, sino en la alternancia de con-
evocar, en contraste, la suerte de otros héroes como Pelias y Neleo, que diciones opuestas: «Alternándose entre ellos, cada uno pasa un día junto
ya luchan entre ellos en el vientre de su madre y experimentan, después a su padre Zeus, y otro en las entrañas de la tierra, en las oquedades de
del nacimiento, destinos diversos, o, incluso, la de Anfión y Zeto, que, Terapne, cumpliendo así un destino similar» (vv. 55-57).
aunque actúan de pleno acuerdo, desarrollan capacidades individuales. Pero ¿cómo encaja aquí la figura de Helena? La cuestión de la du-
Los Dióscuros, en cambio, no sólo actúan siempre en pareja, sino que, plicidad también está ampliamente desarrollada en ella, pero en for-
además, son totalmente iguales el uno al otro hasta el punto de acabar mas distintas de las anteriores. Ya hemos visto cómo Helena asume a
unidos en un único destino de muerte. Incluso la diferente paternidad veces el papel de la hermana gemela: en relación con los Dióscuros y,
(uno es hijo de Zeus, el otro, de Tíndaro) se puede interpretar a la luz sobre todo, en relación con Pólux (en cuanto que ambos son hijos de
del carácter fundamental que define sus relaciones: el de la especulari- Zeus), pero también en relación con Clitemestra (en cuanto hija de
dad. Bajo este aspecto, se asemejan bastante a los hermanos Moliones, Tíndaro). Esta predisposición del personaje a la duplicidad aparece
en los que la ausencia de diferenciación aparece todavía más acentua- posteriormente reforzada en la cuestión del nacimiento del huevo.
da; son tan iguales el uno al otro, que no se pueden distinguir literal- Como ya hemos visto, ese tema distingue a las parejas gemelares que
mente, de hecho, forman una única persona, con dos cabezas y, algunas aparecen escasamente diferenciadas entre ellas. Podemos añadir que,
veces, cuatro piernas y cuatro brazos, insertados en un solo tronco. De de entre estos dos rasgos recurrentes, es precisamente el nacimiento
hecho, son figuras que se colocan en los límites de la duplicidad o, me- del huevo el que aparece más desarrollado en relación con Helena: ya
jor dicho, figuras en las que la unicidad de la persona parece convivir aparecía en un poema de edad arcaica como las Ciprias y, ciertamen-
con su desdoblamiento. Después de lo dicho, no parece casual que sean te, formaba parte de las tradiciones espartanas. El tema de la gemela-
precisamente los Moliones, junto con los Dióscuros, los que nacen de ridad, en cambio, no se integra igualmente bien en la historia del per-
un huevo. Estos rasgos de indeterminación, fruto —podríamos decir— de sonaje. La versión que hace de Clitemestra una hermana gemela de
.

un desarrollo que no ha llegado a término, y que se encuentran inscri- Helena, está débilmente atestiguada y se remonta seguramente a la
Antigüedad Tardía. En general, Clitemestra se presenta como herma-
1
41
na mayor de Helena, pero, sobre todo, la historia de los dos persona-
Véase M. Bettini, Nascere. Storie di donne, donnole, madri ed eroi, Turín, 1998, es-
25
jes y su carácter, no obstante algunas afinidades que examinaremos
pecialmente las pp. 9-11. Sobre la tendencia de la pareja gemelar a asumir una identidad de más adelante, divergen en puntos importantes. También la asociación
grupo, véase F. Mencacci, I fratelli amici. La rappresentazione dei gemelli nena cultura ro-
mana, cit., pp. 56-60. con Pólux aparece como secundaria respecto a la plena solidaridad

60 61
que se realiza en el interior de la pareja gentelar. ¿Debemos tal vez IV
concluir que el tema de la duplicidad se ha desarrollado déhilmenie en
la figura de Helena? La respuesta sería positiva, si nos limitásemos a
considerar los temas que se desarrollan en torno a la figura de los
Dióscuros. Pero aún deberíamos considerar otras posibilidades: el
caso de los Moliones, nacidos de un único huevo de plata, muestra LA ESPOSA INFIEL
cómo la duplicidad opera igualmente bien en relación con un único
sujeto. En el caso de Helena, no encontrando plena correspondencia
con otro miembro de la pareja, la duplicidad tomará como objeto la fi-
gura de la propia heroína. Del tema del nacimiento gemelar y de la pa-
reja pasaremos a examinar el tema del doble. Pero antes aún revisare-
mos el papel que asume la figura de Helena en los poemas homéricos
4
y los desarrollos que se derivaron de él en la época arcaica y clásica.

La variedad de los papeles desempeñados por Helena en el mito


griello hace difícil circunscribir su figura a un ámbito determinado.
De hecho, narrar su historia significa indagar en los diversos aspectos
de la naturaleza femenina o, al menos, enfrentarse a la imagen de la
mujeIr que se forjaron los griegos en un largo periodo de tiempo, por
lo menos de la época micénica a la Antigüedad Tardía. Y también es
verd ad que muy a menudo tendemos a asociar a las figuras del mito con
obra s literarias precisas, a veces incluso a una sola, que, por las razo-
nes rnás variadas, se impuso sobre las demás. En Grecia, este proce-
so yla se había producido en la época arcaica. La poesía homérica se
habí a apoderado del patrimonio mítico tradicional hacía largo tiempo;
inclu'so se podría decir que ella misma representaba una parte impor-
tante de la tradición, pero también había elaborado una versión auto-
rizadla de la leyenda troyana que, en poco tiempo, se afirmó en todo
el m undo griego. La fama y la difusión de esta poesía oscurecieron
pron to otras historias sobre los mismos personajes que no habían te-
nido acceso a obras destinadas a una difusión panhelénica. Pero, si
bien estas historias continuaron trasmitiéndose y ofreciendo ocasio-
nalm[ente materia para obras literarias de cierto relieve (recuérdese,
por ejemplo, la Helena de Eurípides), con el tiempo acabaron por ocu-
par uina posición marginal. Se convirtieron cada vez más en objeto de
interés para gramáticos y eruditos, resultando interesantes precisa-
mem:e por el hecho de que se alejaban de la versión conocida por to-
dos. Y la figura de Helena corrió esta misma suerte: a pesar de las nu-
merc)sas historias que circulaban, algunas de las cuales examinaremos
en lc)s capítulos siguientes, Helena siguió siendo, en primer lugar, el
V pers(maje que encontramos en la Ilíada y la Odisea, donde desempe-
ña el papel de la esposa infiel, de aquella que no duda en abandonar

62
63
la casa de Menelao, y con ella a su hija Hermione, para seguir a Paris Tremendo es su parecido con las inmortales diosas al mirarla.
hasta Troya'. Pero aún siendo tal como es, que regrese en las naves
Y este hecho sentó las premisas para aquella gran empresa colecti- y no deje futura calamidad para nosotros y nuestros hijos3.
va que fue la guerra de Troya. Es ya sabido que en la Ilíada se narra sólo
un breve periodo del conflicto: el comprendido entre la ira de Aquiles La belleza de Helena naturalmente tiene un papel muy importante
por la ofensa recibida por Agamenón y la muerte de Héctor. El poema en la historia, pero todavía se describe en términos objetivos, a dife-
concluye con la reconciliación del héroe una vez cumplida su propia rencia de lo que sucederá, por ejemplo, en los poemas épicos de edad
venganza en el guerrero más fuerte del campo enemigo. En torno a este bizantina. Sobre todo resulta valorada en los efectos que provoca sobre
núcleo se añaden, sobre todo en la primera parte del poema, otros mu- los personajes y sobre los acontecimientos. Aquí se describe la reac-
chos episodios que remiten de manera más o menos directa a las causas ción de los viejos compañeros de Príamo, fascinados y casi turbados
remotas de la guerra y a los personajes que fueron protagonistas de por su inesperada aparición sobre la torre de la ciudad. Desde esta ele-
ellas. Esta selección temática tiene como consecuencia que los que nos vada posición, Helena reconoce a algunos de los más grandes guerreros
parecen los protagonistas naturales —Helena, Paris y Menelao— no ten- griegos y se los señala al viejo rey. Al final del duelo, bajo la perento-
gan en los poemas una importancia proporcionada al papel que desa- ria orden de Afrodita, acogerá en sus estancias al esposo salvado por la
rrollan en la historia. No se trata de una elección obvia, ya que otros poe- divinidad. Más tarde, después de que se reanuden los combates, se en-
mas épicos arcaicos, como por ejemplo las Ciprias y la Iliupersis, les contrará también con Héctor, cuando éste, en un momento de peligro,
atribuían una importancia mucho mayor. La perspectiva diferente adop- vuelve a la ciudad para pedirle a su madre, Hécuba, que le ofrezca un
tada en la Ilíada ha suscitado en el pasado la hipótesis de que, en una peplo a Atenea. Como en la ocasión anterior, Helena tiene palabras de
versión más antigua, los papeles habían sido distintos y que, por ejem- censura para su esposo, acusándolo de tener un ánimo débil que lo
plo, un personaje como Paris, que en la Ilíada es una figura bastante se- aparta de sus deberes, y palabras de gratitud para su cuñado4. A juzgar
cundaria, se presentaba como un héroe valeroso, digno de figurar junto por sus palabras, se diría que las relaciones con su cuñado habían es-
a Héctor. Tampoco otro protagonista de la historia como Menelao, que tado siempre inspiradas por un respeto recíproco. Después de su muer-
en la Ilíada está descrito con los habituales rasgos heroicos, tiene la te, Helena recordará con palabras conmovedoras al hombre que siem-
misma importancia de héroes como Aquiles, Odiseo o Áyax. pre la había tratado con dulzura, incluso cuando era censurada por los
No obstante, en un poema como la Ilíada, estos y otros personajes troyanos y por otros miembros de la familia de Príamo5.
tampoco podían ser tratados como figuras menores: la importancia que En todos estos episodios encontramos al personaje en el acto de de-
tenían en la historia les confería un interés objetivo. Helena, por ejem- sempeñar unas funciones bastante tradicionales para la mujer en los poe-
plo, aunque sólo aparezca algunas veces, revela un carácter que la co- mas épicos, sin embargo, esto no implica escasez de imaginación o debi-
loca entre los personajes de mayor interés de los poemas. Cuando Iris lidad narrativa. La habilidad del poeta épico que opera en el ámbito de
se dirige a ella para invitarla a asistir al inminente duelo entre Paris y una poesía tradicional no se revela tanto en su intención de narrar en for-
Menelao, la muchacha se encuentra en la habitación principal de la mas radicalmente nuevas y originales, cuanto en su capacidad para rela-
casa, ocupada en tejer sobre el telar las duras «fatigas» (aethlous) a las tar, haciendo propias las técnicas tradicionales de composición y, en oca-
que los griegos y troyanos se habían tenido que someter por su causal. siones, innovando en este ámbito: adaptando, por ejemplo, motivos y
Siguiendo el consejo de la diosa, Helena se dirige a las puertas Esceas, contenidos heredados del pasado a la naturaleza del relato que quiere
donde junto a Príamo se encuentran otros ancianos de Troya que se que- proponer al auditorio. Y un personaje como el de Helena se construye a
dan impresionados por su belleza: partir de estas premisas, tanto haciéndole partícipe del papel tradicional
y propio de las figuras femeninas, como dotándolo de una fisonomía pro-
No es extraño que troyanos y aqueos, de buenas grebas, pia. Sin embargo, antes de examinar cómo presenta el personaje su
por una mujer tal estén padeciendo duraderos dolores. propia condición, parece oportuno volver a revisar las causas remotas del
conflicto y el papel de los personajes que se vieron envueltos en ellas.
1
Designaremos a este personaje siempre con el nombre de Paris, de acuerdo con el uso
común, aunque en la Ilíada aparezca más a menudo designado con el de Alejandro. Es pro-
bable que originariamente los dos nombres designaran figuras diferentes, que después con- 3
11., III, 156-160.
fluyeron en el personaje homérico. 4
Il., VI, 343-358.
2
11., III, 121-128. 5
Il., XXIV, 761-775.

64 1 65
La respuesta a esta pregunta podría resultar bastante simple. Real- para que también los hombres venideros se estremezcan
mente fue la traición de Helena lo que provocó el resentimiento de de hacer mal al que aloje a un huésped (xeinodokon)
Menelao y sentó las bases de la guerra. Según la versión seguida ge- y le ofrezca amistad (philoteta)9
neralmente tanto en la Ilíada como en otros poemas épicos, Helena
abandonó voluntariamente la casa de Menelao para seguir a Paris a Todavía Menelao en el curso de la batalla junto a las naves, des-
Troya. Muchas afirmaciones recurrentes en los poemas, empezando pués de abatir a un guerrero troyano, dice:
por la propia Helena cuando evoca su propio pasado, presuponen este
desarrollo de los hechos. En la Ilíada parece aflorar de verdad de Así dejareis las naves de los dánaos, de rápidos potros,
cuando en cuando una segunda versión, nunca relatada de manera ex- troyanos insolentes e insaciables del temible clamor de la guerra.
plícita, que representa la fuga de Esparta como un rapto violento. Así Ya no os falta ninguna otra iniquidad ni ninguna infamia:
Néstor, en el segundo canto, para evitar que los jefes aqueos abando- a la afrenta que contra mí cometisteis vosotros, viles perras,
nen la guerra, describe la condición de Helena en Troya como la de sin temer en vuestro ánimo la pesada cólera del tonante Zeus
una prisionera: hospitalario, que un día destruirá vuestra escarpada ciudad,
vosotros que con mi legítima esposa y muchas riquezas tuvisteis (. ..)10.
Por eso que nadie se apresure aún a regresar a casa la locura de zarpar a pesar del amistoso trato que se os dispensó
antes de acostarse con la esposa de alguno de los troyanos
y cobrarse venganza por la brega y los llantos de Helena6. Este juicio resulta de especial interés, ya sea porque lo expresa la
parte ofendida, ya porque se formula en términos precisos la culpa de-
A esta misma versión se atiene Menelao en el llamado «Catálogo de bida a Paris que, en el juicio de Menelao, se extiende a todos los tro-
las naves»7, aunque, por otra parte, no es la que adopta el poeta, que pre- yanos. Llegado a Esparta como extranjero, Paris es recibido en la casa
fiere, más bien, atribuírsela a personajes interesados por ofrecer una de Menelao. Las dos nociones de extranjero y de huésped se expresan
versión propia de los hechos: Menelao, como esposo legítimo de Hele- en griego con un mismo término (xenos) que refuerza la idea de con-
na, alberga un comprensible resentimiento hacia los troyanos, y Néstor tigüidad y define el especial estatuto del sujeto que se encuentra en ta-
intenta aumentar la animosidad de los aqueos en un momento de des- les condiciones. Entre dos hombres se establece entonces un ligamen
confianza, en el que el conflicto corre el riesgo de terminar sin la con- de amistad recíproca (philotes) que, si no implica necesariamente una
quista de la ciudad8. La versión seguida generalmente en los poemas es relación afectiva, presupone la instauración de una relación de tipo
la del rapto consciente, tenazmente querido por Paris, pero compartido personal y la observancia de obligaciones recíprocas. Como ya indi-
por Helena. Pero eso no significa que la mujer tenga la mayor parte de caba Benveniste, el ligamen de philotes hacía del «extranjero», priva-
la responsabilidad en los orígenes de la guerra. De acuerdo con una ten- do en cuanto tal de todo derecho y protección, un «amigo» (philos) 11 .
dencia general, que no sólo se encuentra en los poemas homéricos, el De hecho, condiciones imprescindibles del ligamen son la confianza
principal culpable es Paris, el extranjero recibido como huésped en la y la promesa de apoyo en caso de necesidad. Por tanto, en lo referen-
casa de Menelao, que traicionó su confianza seduciendo a su esposa. te a Paris, Menelao se había comportado lealmente, trató al extranje-
Menelao lo afirma claramente en la plegaria que dirige a Zeus en el cur- ro como un amigo y depositó plena confianza en él. Según la versión
so del duelo que lo enfrenta al mismo Paris: 1 de las Ciprias, que narraban estos hechos de manera extensa, Mene-
lao dejó Esparta cuando Paris todavía no se había marchado y, no pu-
¡Zeus soberano! Concédeme vengarme del que antes ha hecho diendo ocuparse personalmente del huésped, ordenó a Helena que lo
mal, del divino Alejandro, y hazlo sucumbir bajo mis manos,
9
Il., III, 351-354.
6
Il., II, 354-356. lo //., XIII, 620-627.
7
Il., II, 590.
11
E. Benveniste, II vocabulario delle istituzioni indoeuropee, vol. I., Turín, 1976, p.
8 La versión del rapto violento aparece aislada incluso en la tradición antigua. Se reto- 262 [ed. cast.: Vocabulario de las instituciones indoeuropeas, Madrid, 1983]. Sobre la no-
1 ción de «amistad» (philotes), que desempeña un papel importante en los poemas homéri-
ma en Licofrón (vv. 102-109) y en el comentario de Servio Danielino a la Eneida (ad Aen.,
1651). Según una tradición de dudosa autoridad, existía en Esparta un lugar llamado «san- cos, véase también, entre los estudios más recientes, M. Scott, «Philos, Philotes and
dalia de Helena», donde la heroína habría perdido la sandalia al ser raptada por Paris: Ptol. Xenia», Acta Classica 25 (1982), pp. 1-19; D. Cairns, Aidos, Oxford, 1993, pp. 87, 92,
Chenn. en Phot., Bibl., 149 b. passim.

66 67
2
entretuviera, así como a aquellos que lo habían acompañado' . Paris to, también de solidaridad recíproca, que no podían desatender. Según
no correspondió con la misma generosidad, sino que aprovechó una el acuerdo establecido con Tíndaro, el padre de Helena, los preten-
ocasión favorable para relacionarse personalmente con Helena, ofre- dientes, de hecho, se habían comprometido a prestar socorro al futu-
cerle regalos y, con el apoyo de Afrodita, inducirla a marcharse con él. ro esposo fuera la que fuera la ofensa que se produjera a causa del ma-
Una versión de este tipo se sobreentiende también en los poemas ho- trimonio15. En el fondo había sido una solidaridad entre philoi la que
méricos, que recuerdan la fuga de los amantes de Esparta y la prime- había sentado las premisas para la guerra de Troya. Más adelante en
13
ra parada en la isla de Cranae, donde tiene lugar la primera unión . el poema, cuando Menelao se encuentra en una situación difícil y está
Por lo tanto, con su comportamiento, Paris había violado a la vez los tentado de retirarse de la contienda abandonando el cuerpo de Patro-
deberes del huésped y los del amigo. clo, reflexiona sobre el hecho de que su amigo había caído a causa de
El comportamiento de Paris no ofendía a Menelao solamente en su time y teme la censura que podría recibir por parte de sus compa-
el plano personal, también empañaba su honor y su prestigio (time) en el ñeros16. Por tanto, el rapto de Helena aparece no sólo como una ofensa
ámbito de la comunidad. En un tipo de sociedad arcaica, como la que a la persona, sino también como un ataque al prestigio y a la posición
\.• se describe en los poemas homéricos, lo que afecta a la esfera priva- social del ofendido. Frente a una situación de este tipo, se impone la
\d, da también tiene su reflejo en la esfera social. No existen hechos o necesidad de obtener una compensación que restablezca la condición
episodios de relieve cuyas consecuencias se agoten sólo en el plano inicial y le restituya a Menelao el «honor» perdido. Este resultado se
personal o sólo en el plano social. La relación gratificante que se es- puede alcanzar, bien con el castigo del «traidor» y de los troyanos que
tablece entre «amigos» también es un ligamen reconocido socialmen- lo apoyan, o al menos con la restitución de Helena y de los bienes ro-
te y sienta las bases para un aumento del prestigio personal de los dos bados de Esparta, según lo que se acuerda en el canto tercero, antes de
implicados. Pero, naturalmente, también se puede dar el caso inverso: que tenga lugar el duelo entre Paris y Menelao' 7.
la falta de respeto a las obligaciones recíprocas se traduce en un des- De este modo, la disputa que se da al principio de la guerra de Tro-
crédito para el ofendido y en un daño para ambas partes. Recurriendo ya enfrenta al que ha sufrido la ofensa y al que la ha inferido. En este
a los parámetros de nuestra cultura, podríamos decir que el resenti- contexto, Helena no resulta encausada, sino que es más bien el obje-
miento de Menelao tiene un doble motivo: en el plano personal, in- to del enfrentamiento. También se podría decir que el conflicto en-
tenta vengar la ofensa inferida por el huésped, en el plano social aspi- frenta al antiguo y al nuevo poseedor de la mujer, pero esta formula-
V ción oscurecería la culpa de Paris, que, sin embargo, Homero destaca.
ra a recuperar ese «honor» o prestigio social del que lo ha privado el
rapto de su esposa. En la violenta disputa que enfrenta a Aquiles y En todo caso, Helena no tiene posibilidad alguna de influir en los su-
Agamenón al inicio del poema, las causas de la guerra se especifican cesos: su suerte se confía únicamente al resultado de la guerra. Dadas
con una claridad inusual. Aquiles afirma que ni él ni los demás aqueos estas premisas, se entiende que su consentimiento al rapto no altere
habían recibido ofensas por parte de los troyanos y, por tanto, no te- sustancialmente la responsabilidad de los otros personajes. Por eso, se
nían ninguna razón personal para luchar contra ellos. Su participación comprende que no se haya enfatizado el carácter voluntario de la cul-
en la guerra tenía como único fin la recuperación de aquella time de pa. Tampoco la versión del rapto violento, que parece aflorar en algu-
la que, con el rapto de Helena, se habían visto privados solamente nos pasajes, al menos, como una presentación interesada de una de las
14
Agamenón y Menelao, no los griegos en su conjunto . Dada la situa- partes, modificaría este juicio de modo sustancial. En un caso como
\4, ción de fuerte tensión, Aquiles intenta separar la posición de los Atri- en otro, el principal responsable parece Paris, que ha infligido una
\A das de la de los otros aqueos y pasa por alto el hecho de que éstos, a ofensa a Menelao, con o sin la connivencia de la mujer. El consenti-
N su vez, estaban ligados a Menelao por un pacto de amistad y, por tan- miento al rapto se configura, si acaso, como una culpa suplementaria,
que el esposo puede castigar separadamente como señor de la casa, en
cuyo interior dispone de una mayor discrecionalidad. En todo caso,
Cyprias, pp. 39, 12-16 Bernabé. Según la versión del Pseudo-Apollodoro, Menelao, esto no reducía la responsabilidad del raptor, sino que agravaba la cul-
12

debiendo participar en los funerales de su abuelo materno Catreo, se desplazó hasta Creta
nueve días después de la llegada de Paris a Esparta (Ep., III, 3).
13
Il., III, 445. Pausanias la identificaba con una pequeña isla que miraba hacia la cos- 15
Hes. fr. 204 M.-W.; [Apollod.1 Bibl., III, 10, 9. En Homero no se hace mención ex-
ta laconia, frente a Gitio (III, 22, 1). Según la versión de las Ciprias, la unión tenía lugar an- " plícita del juramento de los pretendientes, pero ésta no es una razón suficiente para consi-
tes de la partida de Esparta (p. 39, 17 y ss. Bernabé). derar esta historia como un desarrollo posterior.
H., I, 149-162. La idea de que la guerra de Troya se libró por la time de Agamenón H., XVII, 92 y s.
16
14

aparece más veces en los poemas II., V, 552; XVII, 92; Od., XIV, 70, 117. 17
a., III, 284-91.

68 69
pa. Como veremos más adelante, una tesis de este tipo era sostenida coraje (v. 45) y que en la batalla no le servirán para nada los dones de
por Proteo en las Historias de Heródoto: Paris no se había limitado a Afrodita (v. 54). Consideraciones análogas hará Diomedes, golpeado
raptar a la mujer del hombre que lo había hospedado, sino que la ha- por Paris con una flecha en el curso de la batalla y que se dirige a él
bía inducido a seguirlo, seduciéndola con las palabras' 8. Como con- en tono sarcástico:
firmación de esta tendencia general de la moral griega en la atribución
de responsabilidad en caso de adulterio, podríamos recordar la ley ate- ¡Arquero, ultrajador, vanidoso por tus rizos, mirón
niense, que se expresaba claramente sobre este punto: de doncellas! Si te midieras conmigo cara a cara con las armas,
no te socorrerán entonces ni el arco ni las tupidas saetas.
Así, oh jueces, el legislador decidió que los que infligieran violencia Por un simple rasguño en la planta del pie te jactas sin motivo.
a una mujer merecieran una pena menor que los seductores. Para éstos No me preocupa: como si me acertara mujer o niño irresponsable.
se ha establecido la pena de muerte, para aquéllos una pena doble del Pues baldío es el dardo de un hombre inútil y sin coraje21 .
daño realizado, considerando que los que actúan con violencia serán
odiados por los que son objeto de ella; en cambio, los que obran saalg. A Paris se le llama «mirón de doncellas» (parthenopipa) por su pro-
persuasión corrompen hasta tal punto sus almas que hacen que las mu- pensión desmedida hacia el mundo femenino. Su peculiar peinado en
jeres de los otros se liguen más a ellos que a sus maridos; toda la casa \* espiral, tan estudiado como poco adecuado para un guerrero, revela un
acaba bajo su dominio y ya no se sabe a quienes pertenecen los hijos, si \P cuidado excesivo por el aspecto externo. Su misma habilidad en el uso
a los maridos o a los adúlteros'`. del arco, aunque la encontramos en valientes guerreros del lado griego,
aquí se valora en sus rasgos femeninos: las flechas lanzadas por Paris
Como seductor de Helena, Paris revela un carácter descarado y en- alejado de la contienda «arañan», como las uñas de una mujer o de un
gañoso. Menelao, que ve traicionada su confianza, no es la única víc- niño. Su efecto es bien distinto del que produce el arma ofensiva, pro-
tima de sus tretas; en el fondo, también la propia Helena, engatusada pia del guerrero: la lanza, adecuada al combate cuerpo a cuerpo, que re-
por él, se ve inducida a una elección que no puede considerarse del salta el coraje y las cualidades heroicas (vv. 391-395).
todo libre. Desde esta perspectiva que, como veremos a continuación, Éstos y otros elementos dibujan una imagen del personaje bastan-
refleja más de cerca los parámetros de la cultura griega, la diferencia te alejada del ideal heroico. Ante el duro reproche de Héctor, Paris re-
entre rapto y fuga consentida aparece más difuminada. Por otra parte, conoce que goza de los «amables dones de la áurea Afrodita» y se de-
esta actitud del personaje se recalca más veces en la Nada. Después fiende invitando a su hermano a valorarlos por ser también dones
de la vergonzosa negativa a batirse en duelo con Menelao, en el can- divinos. Y ciertamente es verdad, pero el personaje se distingue por-
to tercero, Héctor se dirige a él con estas duras palabras: que sus actitudes se agotan casi enteramente en la esfera controlada
por Afrodita. Su ligamen con la divinidad parece más profundo preci-
Calamidad de Paris, presumido, mujeriego y mirón, samente porque es exclusivo. En el fondo, todo se remonta a su primer
¡Ojalá no hubieras llegado a nacer o hubieras muerto célibe!2' encuentro, cuando, con ocasión del juicio de las tres diosas que el jo-
,0- ven pastor se encontró en las laderas del Ida, le otorgó a Afrodita la
La belleza, el interés excesivo por el sexo opuesto, la escasa pro- manzana destinada a la más bella. En esta cercanía suya a la divini-
pensión a involucrarse en la batalla y la tendencia marcada al engaño dad, Paris resulta especialmente parecido a Helena, el otro personaje
' ....y a faltar a la palabra dada, confieren al personaje rasgos que evocan ilíadico que goza de la benevolencia de Afrodita, pero que también se
la naturaleza femenina. Héctor no dejará de hacerlo notar en el resto ve indefectiblemente sujeto a su voluntad. Y como Paris, seductor y
del pasaje cuando le recuerda a su hermano que no posee ni fuerza ni después esposo de Helena, renuncia a asumir los tradicionales rasgos
masculinos del guerrero exigidos por el código heroico, del mismo
18
Her., II, 115, 4. modo, Helena, por el hecho de actuar en estrecha y exclusiva depen-
19
Lys., 132 y ss.; cfr. fr. 90 Thalheim. La legislación ateniense sobre el adulterio se ha- dencia de Afrodita, parece no poseer las otras cualidades, aunque sean
cía remontar a Solón: Plut., Sol., XXIII, I; A. R. W. Harrison, The Law of Athens. The Fa- típicamente femeninas, que se refieren al papel de esposa y madre.
mily and Property, Oxford, vol. 1, 1968, pp. 32-38; N. R. E. Fisher, Hybris, Warminster, 1992, Concibe una única hija de Menelao, Hermione, a la que no duda en
pp. 78 y s..; K. J. Dover, La mor-ale popolare greca (trad. it. del original inglés: Oxford,
1974), Brescia, 1983, p. 355.
20
Il., III, 39 y s. 21
11., XI, 385-390.

70 71
abandonar, y de su unión con Paris no nacen hijos22. Ambos persona- asignarían como recompensa para el bando vencedor. Desde el punto
jes parecen así predestinados a encontrarse. Dominados por la misma de vista de los aqueos, las mujeres representan el fin por el que luchan,
divinidad que preside la esfera del ecos, se ven impelidos por una fuer- de modo que, en ese sentido, ellas son la «causa de guerra».
za incontrolable que incluso se adueña de su voluntad. Por tanto, no Una confirmación ulterior se encuentra en otro episodio que tiene
dudan en romper los lazos de fidelidad y amistad que los unen respec- como protagonista a un personaje femenino: Briseida. La joven había
tivamente al esposo y al amigo, y se ven empujados el uno hacia el otro sido capturada en una de las expediciones organizadas por los aqueos
por esa seducción que ejerce sobre ambos un poder incontrastado. contra las ciudades de la Tróade. Cuando su ciudad de origen, Lirne-
El hecho de que no se considere a Helena como la primera res- so, fue conquistada, vio morir a su esposo y a sus tres hermanos26, to-
ponsable de la guerra puede explicar el tratamiento, inspirado en una dos a manos de Aquiles. Después del reparto del botín resultó asigna-
cierta benevolencia, que le dispensa Homero. Príamo lo dice expresa- da al mismo Aquiles, que rápidamente se ligó afectivamente a ella27.
mente cuando se encuentra con ella en las murallas de Troya: A continuación se la quitaron al héroe, asignándosela a Agamenón.
En ese momento, la posesión de la muchacha se convirtió en un mo-
Para mí, tú no eres culpable de nada; los causantes son los dioses, tivo de litigio entre los dos hombres y las consecuencias son bien co-
nocidas: los griegos, privados del apoyo de Aquiles, fueron derrotados
L que trajeron esta guerra, fuente de lágrimas, contra los aqueos23.
y empujados a las naves. La disputa por la chica corrió el riesgo de
En otros pasajes, Helena está asociada a los infaustos resultados de poner en peligro el éxito de la expedición. Aquiles se dio cuenta de
la guerra, como la muerte violenta de parientes y amigos, y a los peli- ello y, tras su reconciliación con Agamenón, expresó el deseo de que
gros que se ciernen sobre ambas partes. Varias veces se afirma en los Briseida estuviera muerta antes que convertirse en causa de discordia:
poemas que muchos héroes aqueos habían perecido «a causa de Hele-
na», o se expresa el deseo de que ella no hubiera nacido24. Sin embar- Ojalá Ártemis la hubiera matado en las naves con una saeta
go, tales afirmaciones no pretenden resaltar la responsabilidad personal aquel día en que yo conquiste y destruí Lirneso.
de la mujer, sino poner en primer plano el papel que ella desempeña en Así no habrían mordido tantos aqueos el indecible polvo
el conflicto. Por el solo hecho de encontrarse en Troya y verse disputa- a manos de los enemigos mientras me ha durado la cólera 28.
da por las dos partes, Helena constituye una desgracia para Príamo y
para los troyanos. Ella representa de manera emblemática, más allá de Esta actitud de Aquiles, aparentemente contradictoria, se explica
su voluntad, la causa de la guerra y, por tanto, también la de los duelos por el papel que la muchacha ha tenido en la circunstancia. Briseida es
y las desgracias que se abaten sobre griegos y troyanos. Este papel del causa de duelos prescindiendo de su voluntad. El caso de Helena es na-
personaje emerge claramente al enfrentarse a un pasaje de la Ilíada en turalmente más complejo, pero al menos, bajo este aspecto, su posición
el que Aquiles, recordando las batallas libradas contra las ciudades de es sustancialmente similar. Igual que se puede decir que la disputa de
la Tróade, afirmaba haber luchado con los hombres «a causa de sus Aquiles y Agamenón sucedió «a causa de la muchacha» (v. 58), del
compañeras»25. En este caso no se trataba, ciertamente, de mujeres que mismo modo se dirá que la guerra de Troya se combatió a causa de He-
habían abandonado a sus maridos o que habían sido responsables de lena, sin que, en ninguno de los dos casos, se enfaticen las responsabi-
otras trasgresiones; la expresión significa solamente que las mujeres se lidades personales de la mujer que está en el centro del conflicto.
Hasta ahora hemos identificado algunos valores culturales sobre
los que parece fundarse la historia narrada en la Ilíada. Ahora ha lle-
22
11., III, 175; Od., IV, 12 (Hermione hija de Menelao). En la versión seguida por otros gado el momento de considerar el personaje de Helena más de cerca,
poemas épicos, y en el Catálogo hesiódico, de las bodas con Menelao nacía también un hijo el momento de valorarlo en relación con su caracterización, es decir,
varón: Nicóstrato (Cinetón fr. 3 Bernabé; Hes. fr. 175 M.-W.). En la tracidión espartana,
donde tenía una papel bastante distinto, Helena daba a luz a dos hijos, Nicóstrato y Etiolas en relación con su reacción frente a los acontecimientos que la con-
(schol. 11., III, 175; cfr. schol. Lyc. 851). De la misma manera, la historia de Corito, hijo de vierten, casi involuntariamente, en protagonista. Cuando se desarrolla
Paris y Helena (Nicandro, ap. Parth. 34), pertenece a una tradición distinta de la homérica: la acción narrada en los poemas han trascurrido casi diez años desde
E. Bethe, Realencyclopddie, cit., coll. 2380 y ss.
23
11.,III, 164 y ss.
24
11., II, 161, 177; Od., XI, 438 y s., XIV, 68 y s.; cfr. Hes. Op., 164 y s. 26
11., XIX, 291-296.
25
Il., IX, 327. Cfr. B. Hainsworth, The 'liad: A Commentary III (Books 9-12), Cam- 27
Il., IX, 343.
bridge, 1993, p. 105 (ad loc.); injustamente Leaf refería la expresión a las mujeres troyanas 28
11., XIX, 56-62.
(W. Leaf, The lijad (Books [-XIII), Londres, 1900-1902, p. 394 [ad loc.D.

72 73
los inicios de la guerra. Helena ya no es la joven mujer decidida a aban- que no quería y que no puede parar. Sólo la muerte, haciendo desapare-
donar la casa de su esposo para seguir a un joven extranjero. Cuando cer la causa de la disputa, podría poner fin a las desgracias actuales. So-
Iris, bajo la apariencia de su cuñada, la invita a dirigirse a las puertas bre esta base se puede entender mejor el significado que asumen en la
Esceas para asistir al duelo entre Paris y Menelao, es presa de la nos- Ilíada varios epítetos que evocan la muerte y que Helena se dirige a sí
29
talgia de su primer marido, de la ciudad que dejó y de sus padres . Des- misma. Por una parte, remiten en términos objetivos al papel que el poe-
pués de la desilusionante conclusión del duelo entre Paris y Menelao, ta le ha asignado; por otra, considerados desde el punto de vista del per-
Helena habría evitado gustosamente seguir a Paris a la cámara nupcial, sonaje, se convierten en motivo de sufrimiento y angustia. Helena se de-
pero debe obedecer las órdenes de Afrodita30. En el coloquio con Héc- fine como «odiosa» (stugeren), «tejedora de males», «abominable»35.
tor declara abiertamente que habría preferido ser la esposa de un hom- En el lamento sobre el cuerpo de Héctor, después de haber dicho que
bre mejor, que fuera sensible a las críticas y los reproches que le dirigían ninguno de los Troyanos la aprecia, añade que todos «se estremecen»
los Troyanos; reconoce que Paris no tiene un ánimo firme (phrenes em- (pephrikasin) frente a ella36. El terror generado por su presencia con-
31
pedoi) y que nunca lo tendrá en el futuro . Afirmaciones como éstas trasta con la fascinación que emana de su persona. Helena es consciente
hacen pensar que la relación con Paris había cambiado con el tiempo, de que evoca entre los troyanos, por el solo hecho de encontrarse en-
que Helena, habiendo descubierto el engaño de Afrodita, reconoce que tre ellos, la imagen de la muerte. El verbo phrisso, que hemos traduci-
ha sido un instrumento en manos de la divinidad, que había conseguido do como «estremecer», evoca el temblor del cuerpo y, por tanto, el horror
que, en un momento de debilidad, sucumbiera a la seducción del ex- que se experimenta ante el pensamiento de la muerte. La misma idea la
tranjero32. En el coloquio con Príamo, en el que mantiene con Héctor y, expresa concisamente Aquiles, cuando afirma que él combate a los tro-
finalmente, en el lamento fúnebre ante el cuerpo del propio Héctor, ella yanos «a causa de la estremecedora Helena»37, en un pasaje en el que el
critica con dureza su propio pasado, hasta el punto de afirmar que ha- adjetivo righedanos, que no aparece en ningún otro lugar en Homero,
bría preferido la muerte a la condición actual: evoca la rigidez del cuerpo privado de vida. Quizá en ningún otro pasa-
je de Homero el nombre de Helena evoque de forma tan directa la ima-
Pudor me inspiras, querido suegro, y respeto también. gen de la guerra, tomada en sus aspectos más odiosos de destrucción y
¡Ojalá la cruel muerte me hubiera sido grata cuando aquí muerte.
vine en compañía de tu hijo, abandonando tálamo y hermanos, De este modo, el personaje de Helena en la Ilíada está bloqueado
a mi niña tiernamente amada y a la, querida gente de mi edad. dentro del papel que las circunstancias le imponen. Su destino está en-
33
Pero eso no ocurrió y por eso estoy consumida de llorar . teramente ligado a la guerra, estableciéndose entre esta última y el
personaje una relación directa, según la cual la guerra se realiza «por
En el coloquio con Héctor en el palacio había llegado a expresar el Helena» y Helena, a su vez, evoca la guerra en todas las manifesta-
deseo de estar muerta el mismo día en el que fue dada a luz, destruida ciones más odiosas. El personaje acaba siendo prisionero de una si-
34
por un remolino de viento, en los montes o por las olas del mar . De- tuación que él mismo ha contribuido a crear, pero que no puede re-
seando sustraerse a los eventos luctuosos del presente, Helena no ex- solver de ninguna manera. El juicio de Penélope en la Odisea expresa
presa solamente un deseo personal. Le dictan las palabras las circuns- agudamente este contraste:
tancias en las que se encuentra y que la colocan en el centro del
conflicto. Igual que Briseida, se convierte en la causa de una guerra Ni la argiva Helena, del linaje de Zeus,
se hubiera unido a un extranjero en amor y cama,
29
Il., III, 139 y s.; cfr. Od., IV, 259-264, donde afirma que en el último año de la gue- si hubiera sabido que los belicosos hijos de los aqueos
rra abrigaba un fuerte deseo de regresar a su propia casa. habían de llevarla de nuevo a casa, a su patria.
30
//., III, 389-420. Fue un dios quien la impulsó a ejecutar una acción vergonzosa,
31
Il. ,VI, 350-354.
32
Cfr. Od., IV, 261 y S.
33
11., III, 172-175.
34
H., VI, 345-347. El mismo deseo manifiesta Penélope en un momento de gran des- 35
II., III, 404; VI, 344. Sobre los epítetos de Helena en Homero véase L. L. Clader, He-
consuelo: Od., XX, 63 y s. Sobre el deseo de anulación que asalta a las mujeres en mo- len. The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradition, cit., cap. III.
mentos de incertidumbre y dificultad, véase E. Vermeule, Aspects of Death in Early Greek 36
H., XXIV, 775.
Art and Poetry, Londres, 1979, p. 169; cfr. L. Collins, Studies in Characterization in the 37
11., XIX, 325; L. L. Clader, Helen. The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic
lijad (= Beitr. zur klass. Philologie, 189), Fráncfort del Meno, 1988, p. 47. Tradition, cit., pp. 22 y s.

74 75
que antes no había puesto en su mente esta lamentable ceguera, tación que, en términos generales, todavía hoy puede aceptarse. En el
por la que, por primera vez se llegó a nosotros el dolor38. mundo griego, la anaideia describe de manera negativa un comporta-
miento que se distingue por la falta de aidos, un término que podría-
A Helena no le queda más consuelo que refugiarse en el pasado mos traducir de manera aproximada como «pudor». En el caso de He-
—en el recuerdo de sus hermanos, de su abandonada patria, de su hija— lena, el «descaro» se refiere, en primer lugar, a la esfera sexual, pero
o dirigir su pensamiento hacia el futuro. En el canto sexto la encon- ¿cómo podríamos definir de manera más general el aidos partiendo de
tramos ocupada en tejer una gran tela púrpura, sobre la que se repre- parámetros propios de la cultura griega? Y, sobre todo, ¿cómo pode-
\J sentan las numerosas fatigas que los griegos y troyanos han de sopor- mos valorar si, de algún modo, su presencia o su ausencia contribuyen
tar por su causa39. Más adelante, en las palabras que le dirige a Héctor, a definir la naturaleza femenina? Antes de nada, es importante aclarar
declara que buscará consuelo a su triste condición actual en la fama que el tipo de restricción al que induce el aidos, en primer lugar, es de
futura, porque su historia y la de Paris serán celebradas en el canto de tipo emocional, es decir, se refiere a las inclinaciones naturales de la
los poetas40. La idea de que las desventuras actuales puedan conver- persona más que a la esfera racional43. En el plano social, expone al su-
tirse en relato y proporcionar placer a los que lo escuchen ya exento jeto a las expectativas, y, por tanto, a las presiones, ejercidas por la co-
del dramatismo que sólo pertenece al presente le permite al persona- munidad para que se atenga a las normas compartidas. En Homero, los
je evadirse del mundo que lo circunda, hallando consuelo en una de órganos del cuerpo predispuestos a acoger el aidos son el thymos y las
las funciones más importantes confiadas a la poesía: la de trasmitir a las phrenes, ambos ligados antes a la esfera emocional que a la cognitiva
generaciones futuras las grandes empresas del pasado arrancándolas del \- y racional", conectándose, en primer lugar, con la esfera de las pasio-
olvido en el que se habían sumido, como sucede con la gran mayoría nes, en la medida en que no están excluidos por el pensamiento. En la
de las acciones realizadas por los hombres. ética aristotélica, el aidos no constituye una disposición natural, sino
De este modo, evocando los valores vigentes en la sociedad griega que se presenta similar a una pasión (pathos)45 . Exteriormente se ma-
arcaica, la Ilíada coloca en primer plano la ofensa de Paris y no la cul- nifiesta por medio del rubor, propio de la condición juvenil que, al no
pa de Helena. Además, es comprensible que un personaje, que se en- haber alcanzado el desarrollo pleno, permanece expuesta a este tipo de
cuentra en medio de tan graves acontecimientos, se concentre en sus condicionamientos. Aristóteles, además, indica que el aidos tiene su
propias responsabilidades personales. Profundizar en las razones de origen en el temor a la mala fama manifestándose, sobre todo, en si-
este juicio también implica indagar en el significado que tenía la infi- . tuaciones de peligro. Ambos aspectos son solidarios entre ellos: preci-
delidad de la mujer en la sociedad griega arcaica. Pero para adentrar- samente porque está ligado al mundo emocional, el aidos está influido
nos en este tema no podemos limitarnos al examen de los testimonios por el juicio colectivo, que ejerce, de manera efectiva, un fuerte condi-
homéricos, aunque seguirán. siendo un punto de referencia constante. cionamiento sobre el sujeto. Por ello, se comprende muy bien la fre-
Deberemos introducir necesariamente otros temas qué contribuyen a cuencia con la que el término aparece en la Ilíada, por ejemplo, en las
definir la responsabilidad atribuida a las mujeres y el significado que 411) circunstancias en las que la presencia del aidos es necesaria para que
adoptaba la culpa cometida en la sociedad descrita por Homero. los guerreros se empeñen a fondo en la batalla y no cedan a la tenta-
Podemos comenzar por algunas afirmaciones de la misma Helena, ción de la fuga. El aidos apelará en estos casos, tanto a la «naturaleza»
observando cómo, en distintas ocasiones, en las que recuerda su infi- del sujeto, poco dispuesto admitir su falta de valor, como a las expec-
delidad, se dirige a sí misma los apelativos de «perra» (kyon) o de tativas de sus compañeros.
\•/ «cara de perra» (kynopis)41 . En la Antigüedad, y posteriormente en la Para que se respeten los valores de los que, de cuando en cuando,
\* investigación moderna, kynopis se ha entendido como un término me- el aidos es portador, es necesario que sean reconocidos como tales por
tafórico referido al descaro (anaideia) del personaje42 en una interpre-
43
Este aspecto ha sido acertadamente valorado por D. Cairns, Aídos, cit., pp. 5-14, pas-
\ 38
Od., XXIII, 218-224. Nim. Para Homero véase también M. Scott, «Aidos and Nemesis», en Acta Classica 23
II., VI, 125-128.
39 ( 1980), pp. 13-35; J.-C. Turpin, «L'expression "aidos kai nemesis" et les "actes de langage"»,
VI, 357 y ss. en Rey. Et. gr. 93 (1980), pp. 352-367; N. Yamagata, Homeric Morality (= Mnemosyne,
41
II., VI, 344, 356 (perra); III, 180, Od., IV, 145 (cara de perra); L. L. Clader, Helen. suppl. 131), Leiden-Nueva York-Colonia, 1994, pp. 149-174.
The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradition, cit., pp. 43, 46 y ss. 44
Respectivamente II., XV, 561 (= 661), XIII, 121 y s.; cfr. Cypria, fr. 9, v. 5 y s. Ber-
42
Hesych. k 4631, 4632; Suda k 2727; LSJ, s. v.; W. Beck, Lexikon des frühgriechis nabé; M. Scott, «Aidos and Nemesis», cit., p. 14; D. Cairns, Aidos, cit., p. 49.
chen Epos II, Gotinga, 1991, s. v. «kynopis», col. 1593. 45
Aristot., Eth. Nic., IV, 1128 b, 10-35.

76 77
parte de la persona y que ésta se adhiera a ellos de forma espontánea. igual medida al universo femenino entero. El mito presenta varias fi-
Aristóteles también se expresaba claramente sobre este punto cuando guras de mujeres que dieron prueba de fidelidad conyugal y de entre-
señalaba que la aidos se manifiesta cuando la elección se realiza li- ga a su esposo, incluso en las circunstancias más adversas; baste pen-
bremente46. Eso no significa que la persona sea totalmente libre, sino, sar en personajes como Penélope, Alcestis o Laodamía. Plutarco pudo
más bien, que puede actuar con cierto arbitrio, sin que otros interfie- escribir una obra dedicada a la virtud de las mujeres en la que recogió
ran directamente en sus decisiones. Sin embargo, cuando el sujeto no numerosos ejemplos que ilustraban comportamientos que desmentían
\, respete los valores compartidos, verá reducida su time, o sea su «ho- este juicio. No obstante todo, la acusación de «descaro» representa en
j nor» y su consideración social. En casos extremos podrá incurrir en la la literatura griega un motivo recurrente, que se desarrolló en el teatro
acusación de «desvergüenza» (anaideia). Tal como le sucede al gue- ático y especialmente en la comedia5().
rrero en el curso de la batalla, la mujer deberá reconocer los «valores» Es, entonces, sobre la base de estas premisas, como podemos en-
en las expectativas de la comunidad, y, por tanto, tendrá que adherirse tender las expresiones de censura que Helena se dirige a sí misma y
libremente a ellos y practicarlos. Penélope, por ejemplo, que se que- que insisten en la naturaleza canina (kyon, kynopis) del ánimo feme-
da sola en una casa ocupada por los pretendientes, deberá decidir en- \ vino. Pero ¿por qué una mujer que abandona su casa para seguir a otro
tre permanecer fiel, manteniendo el respeto (aidos) por el lecho de su hombre evoca la imagen y las actitudes del perro? Es necesario ensa-
esposo y por las expectativas del pueblo, o adaptarse a las circuns- yar una respuesta para esta pregunta antes de abandonar el personaje
tancias y elegir de entre los pretendientes el que le ofrezca los dones iliádico de Helena, porque contribuye de manera significativa a su ca-
más generosos47. Y su elección, cuanto más libremente se realice, será más racterización 51 . Como amigo del hombre y especialmente de su amo,
apreciada. Y es precisamente en esta cuestión, según el modelo tradi- el perro establece con él una relación de tipo personal que se inspira
cional vigente en Grecia y ya recogida en los poemas homéricos, en en la amistad. No obstante, la del perro no es una fidelidad incondi-
\ la que la naturaleza femenina se revela sustancialmente poco digna de cional. Aunque esté ligado a su amo, muestra, en muchas ocasiones,
'y confianza. La mujer, de hecho, aparece naturalmente inclinada a la una naturaleza corruptible. Aún después de haberse ligado a un amo
\ anaideia y, por tanto, a la adopción de comportamientos contrarios a en una relación que requiere total sumisión, puede volverse hacia
las normas sociales compartidas, sobre todo en lo que se refiere a su otros, «traicionar» la antigua relación y establecer una nueva sobre
posición en la casa y a las relaciones con su esposo. Juicios de este bases aparentemente más convenientes. Cuando se le pone a prueba,
tipo aparecen muchas veces en la poesía épica y están implícitos en la el perro puede revelarse como un falso amigo desagradecido que no
presentación de acontecimientos que implican la participación activa reconoce los beneficios recibidos, violando la confianza de su amo.
de personajes femeninos". En las elegías del corpus teognideo se in- Aquí es donde las actitudes naturales del animal muestran una rela-
tenta poner en guardia al hombre frente a este riesgo con la perento- ción significativa con las de la mujer, a la que puede atribuirse, en-
ria admonición: «La mujer no tiene un compañero al que se mantenga tonces, una «mente canina» (kyneos noos)52 . Tampoco la mujer esta-
fiel, sino que ama al que encuentra cada vez»49. Afirmaciones como blece realmente una relación de paridad con el hombre (se ha hablado
éstas, presentadas con los rasgos de la sabiduría tradicional, afirman con acierto de una relación «asimétrica»)53. A pesar de ello, sobre la
el carácter poco fiable de la naturaleza femenina, a la que se niega la
cualidad esencial para que el hombre realice con ella una relación es- so Por ejemplo, Aristoph., Thesm., 531 y s.; Lys., 1014 y s.; Alexis, fr. 291; Eubul., fr.
table basada en la confianza recíproca (pistis). Dotada de una natura- 115 K.- A.; Men., fr. 422, 585 Kórte-Thierfelder. En el Florilegio de Estobeo, una sección
entera está dedicada a las máximas sobre la «censura de las mujeres».
leza que muta con el tiempo según las circunstancias y, por eso mis- 51
Sobre la representación del perro en el mundo griego y sobre las afinidades que pre-
mo, engañosa, y, teóricamente, dispuesta a establecer nuevas relaciones senta con la naturaleza femenina, véase C. Franco, KYNEOS NOOS. II cane e il femminile
apenas se presente la ocasión favorable, la mujer tiende a mostrar nell'immaginario greco (tesis doctoral), Siena, 1999-2000, cuyas conclusiones se recogen
comportamientos contrarios a los esperados, revelándose, por eso mis- en el texto. En los estudios anteriores sobre el tema se pueden recordar los de S. Lilja, Dogs
in Ancient Greek Poetry, Helsinki, 1976, pp. 21-25; C. Mainoldi, L'image du loup et du
mo, totalmente privada de aidos. Naturalmente, este juicio no afecta en <hien dans la Grece ancienne d'Homere a Platon, París, 1984, pp. 107-109; M. Graver,
., Dog-Helen and Homeric Insult», en Class. Ant. 14 (1995), pp. 41-61, que se centran me-
nos en investigar las premisas culturales sobre las que se basa la común asociación entre la
Eth. Nic., IV, 1128 b, 28 y s.
46

naturaleza del perro y la de la mujer.


Od., XVI, 73-77.
47
52
Hes., Op., 67.
Por ejemplo Od., XI, 456: «De las mujeres no hay que fiarse»; Hes., Op., 375: «El que
48
s
' C. Calame, I Greci e l'eros, Roma-Bari, 1992, pp. 73 y s. [ed. cast.: Eros en la Anti-\4v.
se fía de las mujeres, se fía de los ladrones».
gua Grecia, Madrid, 2002].
Theogn., 1367 y s.
49

78 79
base del vínculo matrimonial, ella se presentará como una «amiga» vamente a Odiseo, será la misma Penélope la que le explique las ra-
del esposo y establecerá con él una relación duradera, basada, al me- zones que le habían aconsejado un comportamiento prudente hacia él
nos teóricamente, en la confianza recíproca. Sin embargo, tal como que se presentaba como su esposo, y para ello establece una inespe-
sucede con el perro, la falta de aidos hará que ella pueda romper en rada comparación con Helena57. Sus dudas estaban dictadas por el te-
cualquier momento ese ligamen de solidaridad, engañar a su esposo y mor de caer en el engaño de las palabras de otro hombre, porque son
establecer nuevas relaciones con hombres ajenos a la casa. El hombre muchos los que persiguen torpes ganancias de esta manera. Helena
no dispone, en estos casos, de medios eficaces de defensa: el com- habría evitado abandonar su propia casa, si hubiese valorado las con-
portamiento de la mujer, igual que el del animal, aparece como in- secuencias de su elección, pero su mente había sido obcecada por la
controlable. La confianza que el esposo no puede dejar de depositar divinidad. Es interesante el implícito paralelismo que Penélope esta-
en ella resulta insidiosa y lo expone, de hecho, a un riesgo constante blece entre su propia condición y la de Helena. Ambas habían sido
al que no puede contraponer remedios realmente eficaces. abandonadas por sus propios esposos (Menelao estaba ausente de Es-
Este tipo de comportamiento puede compararse con el de otros per- parta cuando Helena fue seducida por Paris), ambas escucharon las
sonajes que incurrieron en la misma culpa. Cuando Odiseo se encuen- proposiciones de matrimonio de otros hombres, ambas sufrieron la
tra con Agamenón en el Hades, expresa un duro juicio contra Helena y fascinación de sus palabras. En los dos casos, la elección fue distinta,
Clitemestra, a las que sitúa en el mismo plano porque ambas habían pero la misma Penélope no se atribuye un mérito mayor: sobre la de-
sido causa de ruina para los hombres54. La respuesta de Agamenón re- cisión de Helena influyó la voluntad de los dioses. Pero, de estas pa-
sulta muy significativa: no hay que ser ingenuo con las mujeres —afir- labras, parece inferirse una condición de vulnerabilidad objetiva de la
ma— y ni siquiera se les puede confiar nada55. Incluso Odiseo, aunque mujer, que, sobre todo, cuando se la deja sola, no está en grado de de-
le haya correspondido en suerte una mujer sabia, haría bien en tener cui- fenderse de las insidias del mundo exterior. Es cierto que en este caso
dado. No deberá volver a su patria abiertamente, sino arribar de incóg- escuchamos las razones de un personaje femenino, pero no se oponen
nito, sin darse a conocer «porque no se puede fiar uno de las mujeres». a lo que afirman otros personajes masculinos, aunque adopten una pers-
Ciertamente no parece Agamenón, víctima de un matrimonio especial- pectiva distinta, cuando dan testimonio de las dificultades que una mu-
mente infeliz, el personaje más adecuado para dar consejos en este cam- jer debe afrontar cuando se la deja sola a cargo de la casa. En el fon-
po. Sin embargo, en la Odisea también una divinidad como Atenea do, incluso ese ejemplo funesto de ainaideia femenina que representa
duda de la fidelidad de Penélope. Para inducir a Telémaco a retornar a Clitemestra —también ella sola en casa después de la marcha de Aga-
su patria, hace ver al joven la posibilidad de que su madre, sola en casa, menón— había sabido resistir en un primer momento a las lisonjas de
pueda ceder a los insistentes requerimientos de los pretendientes: Egisto, al menos mientras se mantuvo a su lado el sabio cantor al que
su esposo la había confiado al partir para la expedición troyana58.
Pues ya sabes cómo es el alma de una mujer: Las distintas historias de Helena, Penélope y Clitemestra dan una
está dispuesta a acrecentar la casa de quien la despose idea bastante clara de cómo la misma predisposición potencialmente
olvidando y despreocupándose de sus primeros hijos presente en los tres personajes puede ser administrada en formas dis-
y de su esposo, una vez que ha muerto56. tintas. Como ya hemos visto, el aidos permite una cierta discreciona-
1 i dad en la adopción de comportamientos individuales. Si, por una
De una mujer a la que se deja sola al mando de la casa no se pue- parte, Clitemestra, ya en la versión odiseica, aparece abandonada a
de esperar que resista mucho tiempo a los requerimientos de otros tina furia homicida que implica, junto con su esposo, también a sus
hombres, ni que, una vez establecidas nuevas relaciones, conserve el compañeros y a la inocente Casandra59, a Penélope, en cambio, a pe-
41.
recuerdo de los anteriores; más bien adaptará su comportamiento a las
nuevas circunstancias estableciendo relaciones sobre la base de la nue-
va situación que se ha creado. Después de haber identificado definiti- 57
Od., XXIII, 213-224. La autenticidad de los vv. 218-224 ha sido puesta en duda por la
iea antigua (schol. Od., XXIII, 218) y por varios estudiosos modernos; pero aún son nece-
kiiirios para entender el juicio que el personaje hace de sus propias elecciones: véase L. L. Cla-
drr, Helen. The Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradition, cit., pp. 35-37; Co-
54
Od., XI, 436-439. Illus„S'tudies in Characterization in the Iliad, cit., pp. 65-67; K. Morgan, «Odyssey 23, 218-224:
55
Od., XI, 441-456. En los versos anteriores, Agamenón había afirmado, a propósito de Adultery, Shame, and Marriage», en American Journal of Philology 112 (1991), pp. 1-3.
Clitemestra, que no había nada más horrible y «perro» que una mujer (v. 427). " Od., III, 265-268.
56
Od., XV, 20-23. Od., XI, 405-434.

80 81
sar de las dudas de Atenea, se la presenta como un modelo de virtud reuniones de los hombres adultos, en los simposios de los que estaba
y de prudencia. Helena se sitúa en el medio: en ausencia de su mari- excluida cualquier otra presencia femenina. Respecto a las otras mu-
do, cede a los halagos del extranjero, porque no sabe valorar en el mo- jeres, disfrutaba, al menos aparentemente, de una notable libertad61.
mento las consecuencias de su elección. Pero el reconocimiento tar- En este caso, resultaría impropio hablar de falta de aidos, porque la
dío del error contribuye en gran medida a la caracterización del personaje adhesión a un papel socialmente reconocido no implicaba ninguna
iliádico: lejos de Esparta, se encuentra aislada y a veces mal vista en trasgresión. El personaje de Helena, tal como se define en la poesía
la misma ciudad que la hospeda. La anaideia femenina está represen- épica, resulta esencialmente ajeno a esta perspectiva; incluso en épo-
tada por Helena en su forma más lineal, apenas atenuada por el papel cas posteriores, la figura de una mujer que se marchaba libremente de
que en todo el suceso desempeña Afrodita. una casa, de un oikos a otro, eludiendo las expectativas legítimas de
En el juicio de Penélope, los medios usados por los hombres para en- su padre o de su esposo, podía también asumir los rasgos tradiciona-
gañar a las mujeres, seducirlas y plegarlas a su voluntad consisten esen- les de la hetera. Y, de hecho, todo lo que sucede en la comedia ática
cialmente en palabras lisonjeras. Propuestas seductoras, que, en circuns- del siglo y, en la que los personajes pertenecientes a la tradición épi-
tancias favorables, pueden inducir a un sujeto —que ya está de alguna ca abandonaban su antigua fisonomía para adoptar otra que estuviera
manera predispuesto— a romper ese pacto de solidaridad y de confianza más en consonancia con las finalidades inmediatas del drama y con el
recíproca establecido con el matrimonio. Bien mirado, no sólo las pala- mensaje que el poeta pretendía hacer llegar a los espectadores. En una
bras, sino también el deseo de bienes y de riquezas, propio del espíritu fe- comedia perdida de Cratino, a Aspasia, la conocida hetera durante lar-
menino, pueden conducir al mismo resultado. Según la versión de las Ci- go tiempo relacionada con Pericles, se la llamaba «hija de Libido»
prias, Paris, con ocasión del banquete con el que fue recibido en Esparta, (katapygosine) y recibía el apelativo de «concubina cara de perra» (ky-
60
ofreció a Helena regalos en un claro intento de seducción . El papel que nopis)62 . El poeta pretendía atacar al mismo Pericles que, comparado
éstos debían desempeñar en el relato volverá a aparecer claramente a Zeus en papel y en autoridad, habría debido elegir una compañera
cuando se considere que el ecos practicado fuera de las normas sociales que tuviera las cualidades de Hera, en vez de a una mujer que, por sus
y la adquisición de bienes perseguidos a toda costa están ligados a dos hábitos de vida, era exactamente lo opuesto. En una comedia de Éu-
formas de anaideia típicamente femeninas. Por supuesto, en la historia polis, el parangón de Aspasia con Hera estaba sustituido por el más
de la seducción de Helena resulta preponderante el papel desempeñado natural con Helena, que, por el hecho de haber sido reina de unas de
por las palabras (y quizá también por la belleza) de Paris, al menos en las mayores ciudades de Grecia, podría recordar a la posición de As-
las versiones que se nos han conservado. Pero, si abandonamos momen- pasia en Atenas63.
táneamente este punto de vista e imaginamos que Helena se hubiera visto La Helena que encontramos en la Odisea no resulta sustancial- k
atraída en primer lugar por los dones recibidos de Paris y por las nuevas mente distinta de la Helena de la Nada. Sólo cambian las condicioYi
#4' perspectivas de vida que la esperaban en Troya —elemento, como vere- nes externas: la guerra de Troya ya ha terminado hace diez años, mu-
\, mos, presente en la tragedia euripidea—, la fisonomía habitual del perso- chos de los héroes, que habían partido, no han conseguido volver a sus
ei naje cambiaría notablemente. La mujer que, en sus elecciones amorosas, casas, han muerto en la guerra o durante el viaje de vuelta a Grecia.
se deja guiar por el deseo de recibir dones o, en cualquier caso, que es- Menelao ha tenido mejor suerte; a pesar de muchas vicisitudes, ha re-
tablece relaciones con la intención de sacar de ello un provecho personal cuperado a su esposa y reina nuevamente en Esparta. Helena aparece
remite a un papel femenino diferente, que en el mundo griego tenía un plenamente partícipe de la nueva condición. Los antiguos conflictos y
-\/ reconocimiento institucional: el papel de la hetera, que nos es conocido wsentimientos ya pertenecen al pasado, y ella vuelve a recuperar su
\IP sobre todo por los testimonios de la Atenas de época clásica.
La hetera, que con frecuencia era de origen no libre o era extran-
jera, abandonaba su casa, iba de una ciudad a otra y participaba en las (
I Véase, por ejemplo, Dover, La morale popolare greca, cit., pp. 356 ssg.; C. Calame,
/ ;red e l'eros, cit., pp. 72 y s., 82-87 [ed. cast.: Eros en la antigua Grecia, Madrid, Akal,
60
'11021; E. Pellizer, «Introduzione», en Luciano. 1 dialoghi delle cortigiane, ed. de E. Pellizer
Cyprias, pp. 39, 13 y s. Bernabé. En un pasaje de Plutarco se presenta a Melena como 1 A Sirugo, Venecia, 1995.
«amante de las riquezas» (philoploutos): Plut., Coniug. Praec. 21 (140 f.). Este aspecto del Crat., fr. *259 Kassel-Austin.
personaje aparece desarrollado sobre todo en la tragedia euripidea, en la que, al interés poi Eupolis, fr. 267 K.-A. La máscara de una hetera, acompañada por la inscripción He-
los regalos, se une el gusto por el lujo y los vestidos orientales: Tro., 992-997; Or., 1113 y 101111, refiriéndose a un personaje de la comedia, figura en una gema de estilo clásico que se
s., 1426-1436. También en la Helena, la protagonista recuerda estas acusaciones en sus dis islitionta al tercer cuarto del siglo i a.C.: E. Zwierlein-Dieh, Glasplasten im Martin von Wag-
putas (véase 927 y s.). ner Museum der Universittit Würzburg, Múnich, 1986, 1, p. 223, n.° 604.

82 83
posición junto a Menelao, considerado por ella «no inferior a ninguno cuenta de que ella lo había reconocido, le pidió su colaboración: hizo
ni en juicio, ni en porte»64. Menelao, por su parte, ha recuperado con que le prometiera que no obstaculizaría sus planes y que no revelaría
Helena, no sólo el antiguo honor (time), sino también una conspicua ri- a los otros su presencia en Troya. Con su ayuda pudo, entonces, vol-
queza, fruto, no sólo de la conquista de Troya, sino también de las lar- ver sano y salvo junto a las naves y referir a sus compañeros las noti-
gas peripecias, que, después de la toma de la ciudad, lo habían mante- cias recibidas. El pasaje no precisa cuáles eran sus objetivos, pero, por
nido alejado de la patria durante otros siete años65. El regreso de Troya, otros testimonios, sabemos que pretendía recopilar informaciones ne-
que para muchos héroes había sido causa de sufrimientos y de muerte, cesarias para preparar una expedición posterior, la que llevó después
para Menelao, en cambio, incluso había sido una oportunidad de enri- a cabo con Diomedes y que concluyó con el rapto del Paladión69.
quecimiento. El futuro se presenta para él tan seguro como el presen- En esta ocasión, Helena desempeñaba un papel activo: recibía a
te: no morirá en Esparta, sino que alcanzará el campo Eliseo, colocado Odiseo en sus habitaciones, le garantizaba la integridad física y, pro-

I
en los confines de la tierra, donde reina Radamantis y los hombres go- bablemente, le daba las informaciones deseadas. Helena, por tanto,
zan de una condición de felicidad perpetua66. También esto tendrá que eligió narrar a Telémaco un episodio en el que, junto a la habilidad y
agradecérselo a Helena: ya que ha desposado a la hija de Zeus, tiene el ingenio de Odiseo, aparecían también sus propias cualidades de es-
derecho a un destino distinto al de los demás mortales. En esta atmós- posa que se solidariza con Menelao, incluso antes de la toma de Tro-
fera de recuperada serenidad, el arribo a Esparta de Telémaco, que lle- ya. Este segundo episodio narrado por Menelao tiene igualmente como
ga allí, aconsejado por Atenea, para pedir noticias de su padre, le ofre- protagonistas a Helena y a Odiseo, pero esta vez la mujer aparece ali-
ce una ocasión favorable para evocar el pasado. Los sucesos de la neada con la parte troyana70. Los griegos ya habían partido dejando
guerra de Troya, que han marcado tan profundamente a todos los pre- sobre la llanura el famoso caballo de madera. Helena, seguida por Deí-
sentes, constituyen un tema natural de conversación; al contrario que V tobo, el hermano de Héctor, con el que se había casado después de la
en la Ilíada, no son un tema actual, los personajes no están involucra- \, muerte de Paris, se acercó al caballo, giró tres veces en torno al caba-
dos directamente con sus pasiones; representan más bien una memoria llo llamando por sus nombres, y en voz alta a los guerreros que estaban
común, que Helena y Menelao han vivido en campos distintos y que escondidos dentro. Éstos, creyendo que escuchaban la voz de su pro-
ahora evocan libremente. La selección de los episodios tampoco es ca- pia esposa, habían tenido la tentación de salir o, al menos, de respon-
sual: en honor del joven huésped, Helena y Menelao narran cada uno der al reclamo. A Diomedes y Menelao los contuvo Odiseo, que fue el
un episodio de la guerra de Troya que tiene como protagonista a Odi- único que se dio cuenta de lo que sucedía. El más obstinado entre to-
seo; pero el hecho de que, en ambos casos, se recuerden sucesos en los dos había sido un guerrero —por lo demás desconocido en los poemas
que han participado personalmente le añade interés a la narración. homéricos— Anticlo, que quería responder a toda costa y fue detenido
Los dos episodios se refieren a la última fase de la guerra de Troya. por Odiseo por la fuerza (v v. 285-289). Este relato también estaba
En el primero, Helena recuerda la misión secreta de Odiseo en Tro- narrado más ampliamente en uno de los poemas del ciclo, tal vez la
ya, un hecho que estaba narrado con detalle en la Pequeña Ilíada de citada Pequeña Ilíada de Lesques; su presencia en la Odisea suscitó
Lesques, poeta épico de la isla de Lesbos que vivió probablemente en problemas ya en la crítica antigua'''. De especial interés para nuestro
la primera mitad del siglo vil a.C.67. En esa ocasión, Odiseo, después
de haberse puesto un pobre manto que lo hacía irreconocible, penetró 69
Il. parv., pp. 74, 15-18 Bernabé; cfr. A. Severyns, Le cycle épique dans l'école d' A-
en la ciudad de Troya disfrazado de mendigo68. De esa manera consi- rIstarque, cit., pp. 349-352.
guió escapar a la atención de los troyanos, pero no a la de Helena. El 70
Od., IV, 265-289.
71
Los versos relativos a Anticlo fueron atetizados por Aristarco porque el personaje no es-
héroe, al principio, intentó evitar las preguntas, pero, cuando se dio
loba mencionado en ningún otro lugar del poema (schol. Od., IV, 285). Sin embargo, la mención
eventual de Anticlo en la Pequeña Ilíada no implica la espurgación de los versos de la Odisea.
l',14 posible que el héroe figurase en una tradición preexistente sobre la toma de Troya, narrada de
Od., IV, 264. manera autónoma en los dos poemas. La crítica antigua y después la moderna expresó sus dudas
65
Od., IV, 80-85. lainbién sobre el v. 279, relativo a la «imitación de las voces»: cfr. schol. ad loc.; y además A. Se-
66
Od., IV, 561-565. veryns, Le cycle épique dans l'école d'Aristarque, cit., pp. 336, 352-356; F. Vian, Recherches sur
67
Od., IV, 244-258; Ibas parva, pp. 74 y s., frs. 6, 7 Bernabé. l'osthomerica de Quintus de Smyrne, París, 1959, pp. 58 y s.; B. Gerlaud, Triphiodore. La pri-
68
En la Pequeñíz Ilíada, al contrario que en la Odisea, el héroe asumía la apariencia de otro ,w <l'Ilion, París, 1982, pp. 30-33; A. Heubeck y S. West (eds.), Omero. Odissea I (libri I-N), Mi-
personaje bastante oscuro: Dectes (fr. 6 Bernabé). En la Odisea, el mismo nombre se utiliza ldo, 1981, pp. 344 y s.; S. Timpanaro, «Eschilo, Agamennone, 821-838 (con alcune osservazio-
como nombre común con el significado de «mendigo». Ésta era ya la interpretación de Aristar- Illikra)», en Riv. Filol. Istr. Class. 125 (1997), pp. 23-29; M. J. Anderson, The Fall of
co (schol. ad v. 248); A. Severyns, Le cycle épique dans l'école d'Aristarque, cit., pp. 347-349. Ny in Early Greek Poetry and Art, Oxford, 1997, pp. 84 y s. (con más referencias).

84 85
tema es el tipo de intervención llevada a cabo por Helena, tal como se uno a su esposa respectiva). Pero el pasaje no añade otros elementos,
describe en los vv. 278 y s.: «Y llamaste a los mejores dánaos, desig- ya que describe, no la manera en la que Helena lleva a cabo su proyec-
nando a cada uno por su nombre, imitando la voz de las esposas de cada to, sino únicamente el efecto que la voz tiene sobre los presentes. Sobre
uno de los argivos» (vv. 278-279). En general se entiende que Helena estas bases, la solución más natural parece la de atribuir a una sola voz
i mita las voces de las esposas de los héroes escondidos en el caballo. modificada una gran capacidad de fascinación, de modo que cada uno
Pero esta interpretación conduce a algunos puntos sin salida ya señala- (le los aqueos pudiera confundir la voz de Helena con la de su propia
dos por la crítica antigua. ¿Cómo podía Helena conocer las voces de las esposa. Por otra parte, el hecho de que la voz de Helena ejerciera una
esposas de los aqueos escondidos en el caballo? Y aún más, aunque se irresistible fascinación sobre el que la escuchaba es una conclusión que
pudiera atribuir a Helena esta inusitada capacidad, ¿cómo podrían los está implícita en el desarrollo mismo del relato. Los aqueos escondidos
aqueos pensar que sus esposas se encontraban en Troya? En el pasado en el caballo se turban en mayor o menor medida: pierden el control e
se había sostenido la teoría de que el episodio hubiera estado influido V intentan desesperadamente responder, como si sus esposas se encontra-
por la utilización mecánica de un motivo folclórico: el del hombre que \4 ran realmente en la llanura troyana. Los guerreros aqueos experimentan
conoce e imita las voces de todos los animales y, en especial, las de los Ni en esta ocasión la fuerza seductora del personaje; una seducción que,
pájaros72. Esta capacidad, sin embargo, resulta distinta de la aquí exhi- evidentemente, no se agotaba en su aspecto exterior. Si se acepta tal in-
bida por Helena: ella imita las voces de otras mujeres y no la de los ani- terpretación, el episodio que puede considerarse más cercano al que na-
males. Además, la dificultad que plantea el pasaje no consiste tanto en rra Menelao es el de las Sirenas74. Atrapados por su canto, los navegan-
la capacidad de imitación, que se puede atribuir sin dificultad al perso- tes olvidan a sus esposas e hijos y, arrancados de las condiciones del
naje, sino en el hecho de que ella imita lo que no conoce, por no hablar mundo real, igual que sucede con los aqueos escondidos en el caballo,
del efecto que tal imitación ejerce sobre el que escucha. intentan denodadamente alcanzar la isla desde donde llegan las voces
Se puede encontrar una solución más satisfactoria proponiendo una mientras corren al encuentro de una muerte cierta.
interpretación literal un poco diferente. El verbo usado para indicar la No hay duda de que la Helena protagonista de este episodio aún está
acción de Helena (isko) no designa propiamente el acto de imitar: en ligada a la parte troyana. Su intervención pone en peligro el plan de
Homero tiene más bien el significado de «hacer parecido» o «hacer pa- Odiseo en el momento más delicado. Esto parece contradecir la carac-
recer similar» de donde parte la idea de la imitación o del intercambio. terización del personaje tal como aparece en la Ilíada y en otros pasajes
El verbo está usado con este valor, por ejemplo, por Patroclo cuando le de la Odisea, y los distintos intentos de explicar tal anomalía no resul-
pide a Aquiles permiso para ponerse sus armas: de ese modo —afirma tan satisfactorios75. Menelao, que relata el episodio, pone precisamente
él— los troyanos «creyéndome igual a ti» (eme soi iskontes) abandona- de relieve este comportamiento de su esposa, sin ofrecer una explica-
rán la batalla73. Entonces, ellos, engañados por las armas del héroe, con- ción completa: piensa en la intervención de una divinidad no bien defi-
fundirán a Patroclo con Aquiles. En los pasajes citados, el significado nida (daimon) que quería favorecer a los troyanos. Dadas las circuns-
del verbo parece privilegiar la perspectiva del espectador que, basándo- tancias en las que se refiere el episodio, se podría también pensar que
se en indicios externos, confunde un objeto con otro. Si aceptamos este Menelao opusiera voluntariamente el relato de Helena (que intentaba
significado, también para el pasaje de la Odisea, podríamos entender \ afirmar su fidelidad a la parte griega, incluso antes del final de la gue-
que Helena alteraba la propia voz de manera tal que sería percibida por \ rra) a un episodio que revelaba en la mujer una orientación opuesta.
cada guerrero como similar a la de su propia esposa. Pero ésta sería, quizá, una interpretación demasiado sutil. En el fondo,
Restaría, entonces, explicar de qué manera la misma voz, aunque los dos relatos se coordinan en torno a la figura de Odiseo, no a la de
alterada, podría ser atribuida por los aqueos a sujetos distintos (cada
74
Od., XII, 39-45.
72
J. Th. Kakridis, «Helena und Odysseus», en R. Muth (ed.), Serta philologica Aeni-
75
Se pensó, por ejemplo, que aquí se recogía una versión más antigua del mito, según
pontana, Innsbruck, 1962, p. 33; cfr. L. L. Clader, Helen. The Evolution from Divine to He- In cual una Helena que todavía no estaba dotada de una personalidad definida se habría mos-
roce in Greek Epic Tradition, cit., p. 34; S. Timpanaro, «Eschilo, Agamennone, 821-838 (rado disponible a los requerimientos de Deífobo (J. Th. Kakridis, «Helena und Odysseus»,
(con alcune osservazioni sull' Ilias Mikra)», cit., pp. 28 y s., el cual, siguiendo la sugeren- cit,, p. 32), o quizá que ella habría manifestado una enigmática duplicidad (H. Eisenberger,
cia de un escolio (ad v. 279), sostiene que Helena habría imitado solamente las voces de los Studien zur Odyssee [Palingenesia 7], Wiesbaden, 1973, pp. 77 y s.). En cambio, es insos-
héroes más famosos, a los que ya conocía. irnible la tesis que considera a Helena alineada con la parte griega también en esta ocasión
73
II., XVI, 41; cfr. XI, 799; Od., XIX, 203; LSJ, s. v.; H. Ebeling, Lexicon Homericum, (( i, B. Schmid, Die Beurteilung der Helena in der frühgriechischen Literatur [tesis docto-
Lipsiae, 1885, s. v. y los pasajes citados allí. ral I, Friburgo, 1982, pp. 43 y s.).

86 87
Helena. Y, por lo demás, se atienen al repertorio tradicional, aunque en esposa. En el fragmento de un conocido vaso de Míconos, que se re-
este caso la coordinación no parece especialmente feliz. monta a la primera mitad del siglo vil y que está decorado con episo-
En los poemas del ciclo épico, la figura de Helena tenía una impor- dios de la toma de Troya, es posible reconocer la representación más
tancia mayor que en la Ilíada y la Odisea. En ellos se trataban los epi- antigua de la muerte de Deífobo. El personaje está representado en el
sodios más importantes para el éxito de la guerra, cosa que debía exal- acto de caer con su armadura; ya se ha colocado el yelmo, pero no tie-
tar aún más el papel del personaje. Desgraciadamente, estos poemas los ne aún ni el escudo ni la espada que está todavía en la vaina81. La lla-
conocemos solamente por los escasos resúmenes de Proclo, trasmiti- mativa herida en el cuello indica la muerte violenta, mientras que el
dos en la biblioteca de Focio, y pocos fragmentos más. No obstante, no hecho de que aún no haya terminado de ponerse las armas parece in-
podemos dejar de lado estos testimonios, porque tuvieron un papel dicar la necesidad de afrontar un ataque inesperado.
muy importante, junto con Homero, en la historia posterior del mito. El encuentro de Helena con Menelao en la noche de la conquista de
Después de la muerte de Paris, caído a manos de Filoctetes, Hele- Troya se narraba extensamente por lo menos en dos poemas del ciclo
na se casaba en terceras nupcias con un hermano de Héctor y del mis- épico: la Toma de Troya de Arctino de Mileto, datable tal vez al final del
mo Paris —Deífobo— que en la última fase de la guerra asumía el pa- siglo vin a.C., y la ya mencionada Pequeña Ilíada de Lesques82. De la
pel del nuevo jefe del ejército troyano. Estos hechos estaban narrados primera versión no conocemos casi nada, mientras que se han conserva-
en la Pequeña Ilíada de Lesques76. Antes de obtener a Helena como do algunos elementos más en la versión de Lesques, un poeta al que le
esposa, Deífobo tuvo que enfrentarse a las aspiraciones de otro pre- encantaba adornar la narración con elementos fantasiosos. Menelao
tendiente: Heleno, su hermano mayor77. El personaje es bien conoci- avanzaba hacia su esposa decidido a matarla, pero, ante el seno descu-
do por la Ilíada, en la que desempeña un importante papel como adi- bierto de la mujer, dejaba caer su espada y se reconciliaba con ella83. Esta
vino y consejero de Héctor. La nueva boda de Helena no se menciona versión, que en el pasado resultó demasiado moderna para ser atribuida
/ en los poemas homéricos, pero se presupone al menos en dos pasajes a un poeta arcaico, ha encontrado una confirmación en una representa-
\ de la Odisea78. En época alejandrina, esta interpretación fue puesta en ción del vaso de Míconos antes mencionado"; aparecía también en la
duda por Aristarco, que consideraba que, en la versión de Homero, a poesía de Ibico y la retomaron más tarde Eurípides y Aristófanes85.
Deífobo simplemente le habían confiado la custodia de Helena79. Es
i mprobable, además, que, después de la muerte de Paris, ella perma-
neciera viuda hasta la caída de Troya. Incluso en estas circunstancias, 81
Véase J. Christiansen, «Et Skar fra Mykonos», en Meddelelser fra Ny Carlsberg
Helena debía desempeñar un papel que le era inherente: el de la mu- Glyptotek 31 (1974), pp. 7-21 (con resumen en inglés); cfr. M. J. Anderson, The Fall of Troy
jer que provoca discordias entre los aspirantes a su mano. El nuevo in Early Greek Poetry and Art, cit., pp. 189-191. Otros prefieren reconocer en esta figura al
héroe Equino, el primero de los griegos en salir del caballo y que murió en la caída: v. [Apo-
matrimonio fue breve y desafortunado. En la noche de la caída de Tro- Ilod.] Ep., V, 20; L. B. Ghali-Kahil, Lexicon Iconographicum Mythologiae Classicae III, 1
# ya, como nos cuenta Demódoco en la Odisea, uno de los puntos de (1986), s. v. «Deiphobos», p. 366. Pero esto es un suceso secundario, mientras que en el
\
\.0 mayor resistencia fue el propio palacio de Deífobo". Los dos prota- vaso estaban representados los episodios más importantes de la caída de Troya. A la muer-
gonistas del ataque fueron Odiseo y Menelao. Desgraciadamente no te de Deífobo se refería también una composición de Alceo, pero las condiciones del texto
no permiten recuperar algún elemento nuevo: Pap. Col. 2021 (= fr. 298, 12 y s. Voigt).
conocemos los detalles de esta versión; verosímilmente, el primero te- 82
Por la versión de Arctino solamente sabernos que Menelao, después de haber mata-
nía la función de guía, ya que conocía la ciudad y en especial las di- do a Deífobo, encontraba a Helena en sus habitaciones y la llevaba a las naves: Ilii Exc., pp.
versas estancias de Helena, en las que se había hospedado; la partici- 88, 14 y s. Bernabé.
83
lijas parva, fr. 19 Bernabé (la conquista de Troya ocurría en una noche de luna lle-
pación del segundo estaba, en cambio, motivada por el resentimiento
na: fr. 9 B.). En alguna ocasión se ha dudado de la autenticidad de esta versión (L. B. Gha-
hacia los troyanos y por el interés personal de recuperar a su propia li- Kahil, Les enlévements et le retour d'Hélene dans les textes et les documents figurés [tex-
te I, París, 1955, pp. 31 y s.), pero en el fondo se corresponde bastante bien con el tipo de
narración adoptado por Lesques y más tarde fue retomada por otros poetas tardo-arcaicos
Ilias parva, pp. 74, 6-10; fr. 4 Bernabé.
76
( véase más adelante en el texto).
[Apollod.] Ep., V, 9; schol. II., XXIV, 251; Serv. Dan. ad Aen., II, 166; Conon, FGr-
77
L. B. Ghali-Kahil, Lexicon lconographicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 225.
Hist 26 F I (XXXIV). 85
Ibyc. fr. 296 Page; Eur., Andr., 627-631; Aristoph., Lys., 155 y s. El episodio estaba
Od., IV, 276 (episodio del caballo); VIII, 517 (asalto a la casa de Deífobo en la no-
78
representado también en una metopa del Partenón, pero la reconstrucción no es segura por
che de la caída de Troya); véase además Eur., Tro., 959 y s.; Lyc., 169-171 (y schol. ad v. 168); la mala conservarción del monumento: L. B. Ghali-Kahil, Les enlévements et le retour
schol. II., XXIV, 25, I. (texte), cit., n. 73 (pp. 91 y s.); Id., Les enlévements et le retour d'Hélene dans les
Schol. Od., VIII, 517, donde se recoge tanto la versión de los poemas del ciclo como la
79
lates et les documents figurés (planches), París, 1955, lám. LXV 2, 3; Id., Lexicon icono-
que sostenía Aristarco; A. Severyns, Le cycle épique dans l' école d'Aristarque, cit., pp. 334-336. graphicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 283. La misma representación aparecía pro-
N4' 80 VIII, 517-520. bablemente en un lécito ático del 430-425 a.C.: L. B. Ghali-Kahil, Les enlévements et le re-

88 89
En la Iliupersis de Estesícoro, el episodio estaba narrado de una por el esposo, puede parecer poco adecuado para una circunstancia
forma bastante distinta. Después de la toma de Troya, Helena no se to- como ésta; pero tal vez Helena, con un gesto de claro valor erótico,
paba con Menelao, sino con un grupo de guerreros aqueos que se dis- pretendía contener la ira de Menelao y ponerle delante la posibilidad
ponían a lapidaria; era, sin embargo, suficiente que volvieran la mira- de una nueva vida en común. Si la de Arctino era la versión más ar-
da hacia ella para que se quedaran impresionados por su belleza y caica, es posible imaginar que Lesques se limitaría a sustituir el anti-
tiraran al suelo las piedras86. Para apreciar la especificidad de las di- guo motivo del «desvelamiento» por el involuntario descubrimiento
ferentes versiones que circulaban en época arcaica, deberíamos cono- del seno, tal vez motivado por la fuga ante la amenaza de Menelao. La
cerlas mejor y compararlas con las versiones más antiguas, pero las versión dramática del episodio se realizaba tal vez con una innovación
noticias que nos han llegado son decididamente escasas. Quizá en el secundaria, que respetaba sustancialmente el desarrollo tradicional
relato de Arctino, Menelao, después de haberse encontrado con Hele- del relato.
na (en las habitaciones de Deífobo o después de haberse refugiado en La única narración suficientemente extensa del encuentro de Hele-
un templo), se dirigía hacia ella, amenazándola con la espada, pero des- na y Menelao se encuentra representada para nosotros por un texto épi-
pués, impresionado por su belleza, desistía y la llevaba a las naves, dejan- co de la Antigüedad Tardía que se refería a la materia tratada en el ci-
do para otro momento la decisión definitiva sobre la suerte que debía clo épico: la Posthomerica de Quinto de Esmirna, obra compuesta en
correr". Una versión de este tipo aparece, por ejemplo, en las Troyanas el siglo tv d.C., en la que se narraban los sucesos posteriores a la Ilía-
de Eurípides. Las representaciones figuradas permiten valorar otro da, hasta la destrucción de Troya. Dicha obra nos permite hacernos una
elemento de la historia, del que no encontramos trazas en las fuentes idea del desarrollo de los acontecimientos tal como estaban narrados
escritas: ante la presencia amenazadora de Menelao, Helena descubría en los poemas del ciclo, aunque no estamos seguros de que hubieran
su rostro en el gesto ritual del «desvelamiento», que acompañaba nor- sido utilizados por Quinto, pero es preciso mencionarlos aquí, para
malmente a la ceremonia nupcial". Ese gesto aparece ya en el vaso de concluir este capítulo «homérico»90. En el episodio narrado por Quin-
Míconos y posteriormente en un soporte de estela funeraria de Espar- to de Esmirna, Menelao parece decidido a vengarse de Helena, a la que
ta, datado en el 580 a.C., además de en numerosas representaciones encuentra en las estancias interiores del palacio. La mujer le parece
vasculares89. La presencia de un gesto que era generalmente realizado temblorosa e indefensa, pero en ese momento interviene Afrodita que
detiene el ímpetu de Menelao y hace caer la espada de sus manos. La
diosa pone fin a su ira provocando en su interior un vivo deseo de su
tour d'Hélene... (texte), cit., n. 72; Id., Les enlévements et le retour d'Hélene... (planches) cit., esposa: el personaje está sumido en el estupor se queda bloqueado
lám. LXVI 1-3; Id., Lexicon lconographicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 272 bis. como la rama seca de un árbol que ningún viento por fuerte que sea
86
Stes. fr. 201 Page. En la Tabula Iliaca del Museo Capitolino de Roma (último cuarto
del siglo i d.C.), con la representación de episodios tomados de la guerra de Troya y que la consigue zarandear, y se olvida rápidamente de las afrentas sufridas.
inscripción atribuye a Estesícoro, está representada una escena que evoca la versión de Ibi- lista condición prolongada de alelado estupor le hace perder la osadía;
co: bajo el acoso de un guerrero, una mujer cae de rodillas dejando el seno al descubierto. La cuando se decide a recoger del suelo la espada caída, sus intenciones
misma representación vuelve a aparecer en una segunda Tabula Iliaca: L. B. Ghali-Kahil,
Les enlévements et le retour d'Hélene... (texte), cit., n. 203 (pp. 247 y s.); Id., Les enlévements
ya han cambiado. En ese momento bastan sólo unas cuantas palabras
et le retour d'Hélene... (planches), cit., lám. LXXIV 1, n. 204 (p. 248); Id., Lexicon lco- cié Agamenón para hacer que desista de sus propósitos de venganza.
nographicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 370, 371 (p. 552). La atribución a Estesíco-
ro, sin embargo, sigue siendo dudosa: J. Vürtheim, Stesichoros'Fragmente und Biographie,
Leiden, 1919, pp. 34-38; C. M. Bowra, Greek Lyric Poetry from Alcman to Simonides, Ox-
ford, 21961, p. 106. A este episodio de la Iliupersis de Estesícoro se han atribuido también
dos breves fragmentos papiriáceos: P. Oxy. 2619, fr. 14 (= S 103); fr. 16 (= S 104).
87
Arctin., Ilii Exc., pp. 88, 14 y s. Bernabé.
88
P. Brulé, La filie d'Athenes, París, 1987, p. 319; A. M. Vérilhac y C. Vial, Le maria-
ge grec du VIS' siecle av. J.-C. a l'époque d'Auguste (= Bull. Corr. Hell., suppl. 32), París,
1998, pp. 304-312; cfr. L. B. Ghali-Kahil, Les enlévements et le retour d'Hélene... (texte),
cit., p. 118.
89
L. B. Ghali-Kahil, Les enlévements et le retour d'Helene... (texte), cit., n. 24 (pp. 71
y s.); Id., Les enlévements et le retour d'Hélene... (planches) cit., lám. XLII I; Id., Lexicon
Iconographicum Mythologiae Classicae IV, cit., n. 230 (p. 539). El encuentro de Helena y
Menelao estaba representado también en uno de los monumentos más famosos del arcaís
mo tardío griego: el arca de Cipselo, que se conservaba en el templo de Hera en Olimpia
Quint. Smyrn., XIII, 385-415.
(Paus., V, 18, 3).

90 91
V

LA ADÚLTERA

Si se excluye la versión de Estesícoro, retomada en la tragedia de


Eurípides y que examinaremos en el capítulo siguiente, la historia
de Helena no presenta divergencias importantes a lo largo de toda la
época antigua. Una distinción neta entre la figura de la esposa infiel y
la de la adúltera podría, por tanto, resultar artificiosa. La historia es
sustancialmente la que conocemos en la Ilíada y en la Odisea. Sin em-
bargo, las diferencias se acentúan si, junto al desarrollo de los hechos,
consideramos los juicios que se expresan sobre ellos: de hecho, la
misma historia se puede presentar de manera distinta, y, según la pers-
pectiva adoptada, se asistirá a una distribución distinta de los papeles
y de las responsabilidades. Sobre todo en la Atenas del siglo y, mo-
mento en el que se operó una profunda revisión del patrimonio míti-
co tal como había sido trasmitido por la poesía épica, la reflexión ten-
dió a concentrarse en las responsabilidades personales de Helena: la
culpa más grave que se le imputaba, el adulterio, se examinaba en to-
das sus implicaciones, prescindiendo del papel desarrollado por la di-
vinidad y por otros personajes. Las acusaciones que Helena se dirigía
si sí misma en Homero, y que contribuían a su caracterización, se re-
consideraron y profundizaron, pero ya sin diluirlas en la economía ge-
neral del relato. La adopción de esta nueva perspectiva condujo a la
creación de figuras muy distintas de las que hemos encontrado hasta
ahora y, concretamente en el teatro euripideo, llevó a la creación de un
i)ersonaje sustancialmente nuevo. De especial interés en esta refor-
mulación del mito resulta la acción desarrollada por la tragedia, pero
otros autores de este periodo plantearon problemas similares y los re-
solvieron de distintas maneras.
Una imagen de Helena esencialmente distinta de la homérica ya
está presente en dos composiciones de Alceo que se nos han conserva-

93
do de forma incompleta. En la primera se recordaba el nacimiento de sobre la negra tierra; pero yo digo que aquello que se ama.
la pasión amorosa en el ánimo de la mujer, enloquecida (ekmaneisa) Del todo simple es hacer que cualquiera entienda
i
por la visión del joven troyano «engañador de huéspedes» . A la refe- esto, pues la que por su belleza más brillaba
rencia al abandono de su hija y de su esposo (vv. 7 y s.) seguía, en la entre los hombres, Helena, al mejor de los maridos
última parte del poema, la de las luctuosas consecuencias de su deci- abandonó, embarcó y marchó a Troya,
sión. A causa de Helena —se afirma—, muchos hermanos de Paris caye- y ni para su hijo, ni para sus padres queridos
ron en la llanura troyana (v. 14). El texto del papiro se interrumpe con tuvo ningún recuerdo, pues (Cipris) la trastornó
la mención de los carros volcados en el polvo y el recuerdo de la muer- (contra su voluntad)4.
2
te de los guerreros aqueos (vv. 15-17) . El mismo juicio lo encontramos
en una segunda composición, en la que la conducta desconsiderada de Lo más bello no puede identificarse con una persona o con un ob-
Helena se contraponía a la de Tetis, a la que Peleo escogió como es- jeto concreto, sino que en cada momento lo constituye el objeto del
posa3. De esta unión, coronada por justas bodas, nació el más fuerte de deseo (vv. 3 y s.). Esta afirmación perentoria se entendió en el pasado
los héroes, Aquiles (vv. 12-14). La diversa suerte que le correspondió como la primera manifestación del reconocimiento de la centralidad
a las dos partes en litigio se ponía en relación, por tanto, con el papel
desempeñado respectivamente por Aquiles y por Helena. El primero
prestó una ayuda decisiva a su bando poniendo las bases para la caída
r
, del sujeto, casi una anticipación de la tesis de Protásoras sobre el
hombre entendido como medida de todas las cosas5. Ultimamente se
ha interpretado como una explícita reivindicación por parte de la mu-
de la ciudad, mientras que la presencia de Helena entre los troyanos jer de hacer sus propias elecciones en el terreno amoroso. Además se
fue la causa primordial de su ruina. La implicación personal de la mu- observa que lo que nos parece una declaración profundamente nueva,
jer y el papel desempeñado por ella en los orígenes del conflicto se ex- que tiende a exaltar la autonomía del sujeto, se inspira en una máxi-
presaba claramente al principio del poema en la construcción ek sethen 1 ma tradicional que ya estaba presente en las elegías de Teognis: «Lo
(por ti). Este planteamiento de los hechos puede resultar moralizante, mas placentero es conseguir lo que se desea»6. El interés de esta afir-
pero ilustra a la perfección la manera en la que el mismo relato podría mación viene dado, más bien, por el hecho de que aparece en un con-
ser utilizado con fines distintos. Para obtener este efecto bastaba con texto amoroso y en relación con una de las más relevantes figuras del
desplazar la atención del curso general de los acontecimientos —en mito. Quizá representaba un ámbito nuevo de experimentación de la
cuyo ámbito las responsabilidades de Helena resultaban limitadas— a la validez de la norma. Cuando decide seguir a Paris hasta Troya, Hele-
decisión personal de la mujer, cuya acción criminal se convertía en la na ya estaba casada y tenía una hija, pero, a pesar de todo ello, se vio
causa de la ruina para los que la habían acogido en su ciudad. impotente ante la fuerza del deseo de amor: giros gobierna sin oposi-
En estas composiciones de Alceo encontramos un segundo elemen- ciones el ánimo de la mujer. La decisión de seguir a Paris no se re-
to novedoso: el nacimiento de la pasión amorosa. La decisión de seguir conduce, como en la poesía épica, a la serie de circunstancias exter-
a Paris hasta Troya se sitúa en primer plano y adquiere un relieve ma- nas que la habían favorecido. Igual que en Alceo, en Safo, Helena se
yor: Helena, enloquecida por la presencia del extranjero, se ve activa- ve i mplicada en la pasión y participa activamente en los aconteci-
mente involucrada en la acción. Se trata de una innovación importante mientos. No obstante, no podemos afirmar que la elección se hubiera
que ponía las bases para una caracterización distinta del personaje. En
una de las composiciones más famosas de Safo, escrita con ocasión de 4
Sappho fr. 16 Voigt. Entre corchetes se encuentran algunas reconstrucciones propues-
la partida de una compañera del tíaso, se desarrollaba la misma versión: tas por los editores y generalmente aceptadas. Los estudios dedicados a este texto son es-
pecialmente numerosos. Entre los más recientes se pueden señalar: G. W. Most, «Sappho
I:r. 16.6-7 L.-P»., en Class. Quart. 31 (1981), pp. 11-17; B. Gentili, Poesia e pubblico ne-
Unos una hueste de jinetes, otros de infantes, na Grecia antica, Bari-Roma, 1995, pp. 136-138; N. Austin, Helen of Troy and her Shame-
otros de naves dicen que es lo más bello less Phantom, Ithaca, Londres, 1994, pp. 51-68; Ch. Segal, Aglaia. Tbe Poetry of Alcman,
Pindar, Bacchylides, and Corinna, cit., pp. 63-68; por último, I. L. Pfeijffer, «Shif-
1111g Helen: an Interpretation of Sappbo, Fragment 16 (Voigt)», en Class. Quart. 50 (2000),
1
Alc. fr. 283 Voigt. pp, I -6; véanse también los ensayos recogidos en E. Greene, Reading Sappho. Contempo-
2
Véase, por ejemplo, O. Page, Sappho and Alcaeus, Oxford, 1955, p. 278; G. B. Sch- ars. Approaches, Berkeley, Los Angeles, Londres, 1996.
mid, Die Beurteilung der Helena in der frühgriechischen Literatur (tesis doctoral), Fribur Fránkel, Dichtung und Philosophie des frühen Griechentums, Múnich, 1969, p.
go, 1982, pp. 91-100; Ch. Segal, Aglaia. Tbe Poetry of Alcman, Sappbo, Pindar, Baccbyli I 2 I ed. casi.: Poesía .v filosofía en la Grecia arcaica, Madrid, 1993].
des, and Corinna, Lanham Boulder, Nueva York, Oxford, 1998, p. 69. " Theogn., 255 y s..; cfr. Soph. fr. 356 Radt; Aristot., Eth. Nic., 1, 1099 a, 27 y s.; cfr.
3
Alc. fr. 42 Voigt. I how !Atea., I, 36; II, 136.

94 95
realizado libremente. El deseo de amor se presenta como un impulso epinicios se nos han conservado prácticamente completos. De hecho,
enviado por la divinidad al que habría sido inútil oponer resistencia. Helena aparece a menudo mencionada en su obra, pero las menciones
Afrodita continúa teniendo un papel importante en el nacimiento del no bastan para dar la pista en relación con una reformulación original
deseo de amor: la diosa aleja a la mujer de la que habría sido la deci- del mito 1 . En la poesía lírica, además de en la obra de Alemán, el per-
sión correcta, literalmente la «descarría» (v. 11: paragag7e1), hacien- sonaje desempeñaba un papel significativo en autores como Alceo,
do que se enamore de Paris. La «elección» de Helena está, por tanto, Safo e Íbico, que desarrollaron una temática amorosa en sus compo-
fuertemente condicionada por la intervención externa. La divinidad ac- siciones. En este contexto se advierten algunos desarrollos interesan-
túa sobre el ánimo de la mujer de un modo que recuerda al episodio del tes respecto al modelo de la poesía épica; pero para que surgiera una
tercer canto de la Ilíada, en el que Helena, después del duelo entre Pa- nueva figura de la heroína era necesario que se hubieran sometido a
ris y Menelao, se ve literalmente constreñida por Afrodita a seguir a unos análisis y a unas críticas aún más radicales la serie de aconteci-
Paris a la cámara nupcial'. Naturalmente, en el texto de Safo, la inter- mientos que llevaron a la guerra de Troya.
vención «externa» no le resta nada a la forma y a la autenticidad con Y esto sólo sucedió en Grecia en el momento siguiente con el
la que se evoca el nacimiento de la pasión; es, más bien, esta fuerza con la afianzamiento de la tragedia. Reinsertada en la gran serie de eventos
que la pasión se manifiesta la que reclama la intervención de la divini- que, por un lado, la ponían en relación con la familia de los Atridas y
dad, para posibilitar una explicación racional. Detrás de esta fuerza in- el bando griego y, por otra, con Paris y con el destino de Troya, la his-
contenible, tan eficazmente evocada, tendremos que identificar una vez toria de Helena podía replantearse desde sus cimientos. Dado el pro-
más la presencia divina. fundo proceso de reformulación al que se vio sometido el mito en el
En los otros fragmentos de la poesía lírica que nos han llegado, la seno de la tragedia, las versiones que se afianzaron en este contexto
figura de Helena no está presente de manera significativa. De cierto representaron el verdadero contrapunto de la poesía homérica, el lu-
interés para nuestro tema es un fragmento de Íbico, en el que se comen- gar privilegiado en el que las tradiciones y papeles codificados desde
ta la rivalidad amorosa entre el griego Idomeneo y el troyano Deífobo: hacía tiempo se reconsideraron en relación con las nuevas exigencias
la causa de la disputa es —una vez más— la propia Helena8. Parece que de moralidad y racionalidad de la Atenas del siglo v. Y algo insepara-
en esta composición el poeta introducía el motivo de la rivalidad amo- ble de esta exigencia es la amplitud que asume la narración mítica en
rosa entre un hombre ya maduro, Idomeneo —que en la Ilíada ya tenía la tragedia. La posibilidad de tratar un relato conocido para el audito-
los cabellos casi grises aunque todavía era un valiente guerreros—, y el rio en el espacio de una composición, que en Esquilo se extiende has-
joven Deífobo, que normalmente se presenta como un hermano me- ta la trilogía, permitió profundizar los temas desarrollados por el mito,
nor de Héctor y Paris 1 °. Por otra parte, no sabemos cómo se desarro- confrontando juicios y puntos de vista contrapuestos. A esto se añadió
llaría este tema, que ciertamente casaba a la perfección con los moti- la posibilidad de evocar y discutir situaciones pasadas que no se re-
vos de la poesía amorosa cultivada por el poeta. presentaban en escena, pero que ampliaban igualmente el cuadro de
Este incompleto panorama informativo se debe sobre todo al esta- referencia en el que se inspiraba la acción dramática. Era inevitable
do fragmentario en el que nos han llegado estos textos, pero es nece- que a partir de una historia antigua —reconocible en sus rasgos esen-
sario advertir que el panorama no cambia de manera sustancial cuan- ciales— se desarrollaran situaciones narrativas nuevas y personajes ca-
do nos enfrentamos a un autor de primera línea como Píndaro, cuyos racterizados de manera distinta.
El tema de la guerra de Troya fue abordado por todos los grandes
trágicos, pero solamente Eurípides compuso un drama enteramente de-
7
II., III, 389-420. dicado a la figura de Helena' 2. Además de esta tragedia, que presenta
8
Ibyc. fr. 297 Page. El relato figuraba también en la poesía de Simónides: fr. 561 Page
(= schol. II., XIII, 516-517 Erbse). un versión diferente y que examinaremos en el capítulo siguiente, re-
9
Il. , XIII, 361.
lo [Apollod.] Bibl., III, 12, 5. Idomeneo figuraba entre los pretendientes de Helena en
el Catálogo hesiódico: fr. 204, v. 56 M.-W. En otra composición de Íbico —el conocido en 11
0/., XIII, 58-60; Pytb., IX, 33 y s.; Pae., VI, 95 y s.; cfr. Isthm., VIII, 52 y s. En la Pí-
comio a Polícrates (fr. 282 Page)—, la referencia a Helena y a la guerra de Troya figura en tica V se recordaba la llegada de Helena y Menelao a tierras de Libia junto con los Ante-
el contexto de una omisión. La afirmación de que la guerra se combate «por la belleza de la ¡ nidas, durante su viaje de regreso a la patria (vv. 82-85); G. B. Schmid, Die Beurteilung
rubia Helena» se interpreta en el sentido que se daba a la expresión en Homero. Esto se ve der Helena in der frübgriechischen Literatur, cit., pp. 134-136.
confirmado por el papel que desarrolla aquí Afrodita (vv. 8 y s.) y el que desempeña Paris, 12
Junto a Eurípides podemos recordar al trágico Teodectas, que vivió en el siglo iv y
que recibe el epíteto de «engañador de huéspedes» (v. 10: xeinapatan), totalmente en la I i I ue autor de una tragedia titulada Helena, de la que no nos ha llegado más que un único frag-
nea de la caracterización épica del personaje. mento: TGF 72 F 3.

96 97
sultan especialmente interesantes para la definición de nuestro perso- La primera gran obra literaria que presentaba a Helena como un
naje el Agamenón de Esquilo y las Troyanas y el Orestes de Eurípides. personaje sustancialmente nuevo respecto al homérico, y que, al mis-
Junto a estas tres obras hay que mencionar las piezas de Sófocles que mo tiempo, resultaba comparable con él por la eficacia de la represen-
no se han conservado, y de los cuales no conocemos más que unos tación, es el Agamenón de Esquilo. En la tragedia se presentan los
cuantos fragmentos que no permiten reconstruir la trama, pero que con- acontecimientos según la versión homérica, pero a la vez se someten a
tienen algunos elementos que no encontramos en otros autores, y que una crítica severa en el intento de encontrar una explicación satisfacto-
merecen ser mencionados aquí antes de pasar a considerar las obras ria a la intervención divina y, por tanto, a las exigencias de justicia, que,
mayores. En la tragedia titulada La petición de Helena, el poeta se refe- según una tendencia propia de la tragedia esquilea, deben encontrar co-
ría a un episodio narrado en las Ciprias' 3 . Después de haber desembar- rrespondencia en el mundo humano. Por tanto, Esquilo se distanciaba
cado en la llanura de Troya y haber repelido a los Troyanos, los griegos de una tendencia difusa de la época arcaica que estaba todavía viva en
se decidían a mandar una embajada a la ciudad con el fin de obtener pa- las Historias de Heródoto y según la cual una gran prosperidad podía
cíficamente la restitución de la mujer y de los bienes robados de Es- desencadenar, sin razón aparente, una desmesurada ruina. A esta visión
parta. De la embajada se encargaron Odiseo y Menelao, que se hospe- se oponía otra según la cual una acción impía podía generar otras mu-
daron en la casa de Antenor. Pero la petición, a la que se oponían los chas, pero en todo iguales a la primera' 7. Más allá de la conciencia que
partidarios de Paris, no consiguió resultado alguno, y Odiseo y Mene- los personajes tienen de su propia manera de actuar, se encuentra la jus-
lao, que se arriesgaban a ser asesinados, se salvaron seguramente gra- ticia perseguida por Zeus, que alcanza su realización en el curso de los
cias a la intervención de Antenor 14. No tenemos constancia de la ma- acontecimientos y en el subseguirse de las generaciones. El gran acon-
nera en la que Sófocles trató estos acontecimientos, pero, al parecer, en tecimiento de la guerra troyana, considerado en sus inicios y en su
esa ocasión Helena tenía la oportunidad de encontrarse con Menelao y desarrollo, constituye un banco de pruebas ideal para una revisión del
ya se mostraba arrepentida de la decisión de haber seguido a Paris, lle- mito basada en las premisas citadas. A eso se dedica enteramente la tri-
gando quizás a amenazar con el suicidio, viendo perdida la oportuni- logía de la Orestiada, donde la figura de Helena no aparece como un
dad del regreso' 5. Al personaje también le dedicó Sófocles un drama sa- personaje de la tragedia, pero en la que las referencias a ella son cons-
tírico, Las bodas de Helena, que se inspiraba también en un episodio tantes a lo largo de todo el desarrollo de un drama que se plantea de una
de las Ciprias: las bodas que Paris y Helena celebraban en Troya des- manera profunda el origen de los males presentes.
pués de la fuga de Esparta y la toma de Sidón. El episodio proporcio- También para Esquilo, como lo era para Homero, el primer res-
naba la oportunidad de representar a los sátiros embargados por un vivo ponsable de la guerra de Troya es Paris, que involucra en su propia
deseo amoroso ante la visión de la más bella de las mujeres' 6. ruina a toda la ciudad. Considerada desde esta perspectiva, la expedi-
ción de los griegos viene a restablecer un principio de equidad viola-
13
Soph., frs. 176-180 Radt; cfr. Cyprias, pp. 42, 52-57 Bernabé. tio da, y lo mismo se puede decir de los Atridas que fueron enviados por
14
Schol. III 205a Erbse. A este episodio se refiere Antenor en la Ilíada (III, 203-224; Zeus «protector de los huéspedes» (xenios) «a causa de la mujer de
cfr. XI, 138-142); y también constituía el tema de un ditirambo de Baquílides (15 Snell-Ma- muchos maridos», para restablecer la justicia' 8. Sin embargo, Helena
ehler); cfr. [Apollod.] Ep., III, 28 y s.; L. Séchan, Etudes sur la tragédie grecque dans ses no representa el único objeto de la contienda como en Homero, ni Pa-
rapports avec la céramique, París, 1967, pp. 181-184.
15 Respectivamente fr. 176 (Helena quizá reconocía el dialecto laconio en el que se ex- ris es el único culpable: habiendo decidido libremente abandonar la
presaba Menelao), *178 (amenazaba con matarse bebiendo sangre de toro). Cfr. A. C. Pear- casa de Menelao, la heroína se ve plenamente involucrada en las res-
son, The Fragments of Sophocles, vol. 1, Cambridge, 1917, pp. 121-126. No se sabe si se ponsabilidades de la guerra (vv. 404-408). Como en Homero, su nom-
puede identificar la tragedia con Los Antenoridas del mismo Sófocles. Otro drama de Só- bre evoca destrucción y muerte, pero, al contrario que en Homero, su
focles llevaba como título Rapto de Helena, del que no nos ha llegado ningún fragmento,
pero al parecer narraba la histoira de Paris: S. Radt (ed.), Tragicorum Graecorum Frag- implicación supone una responsabilidad personal. En ese sentido re-
menta. IV. Sophocles, Gotinga, 1977, pp. 180 y s. Un drama con el mismo título fue com- sulta muy significativo el insistente juego etimológico basado en el
puesto en el siglo iv a.C. por el comediógrafo Alexis, que también le había dedicado otras nombre de la mujer. Helena (Helene) se interpreta como «destructora
obras a Helena: véase Poetae Comici Graeci II, frs. 70-75.
16
Radt (ed.), Tragicorum Graecorum Fragmenta. IV. Sophocles, cit., pp. 181-183. Cfr.
Cyprias, pp. 39, 18-20 Bernabé. Se ha barajado también la hipótesis de que las bodas se hu-
bieran celebrado en la pequeña isla de Cranae, a la que llegó la pareja inmediatamente des- 17
Agam., 750-763; cfr. 367-384. En las páginas que siguen se hace referencia a la edi-
pués de su huída de Esparta (así A. C. Pearson, The Fragments of Sophocles, cit., p. 127; l' i ón yH al comentario de E. Fraenkel (Aeschylus. Agamemnon, vol. I-III, Oxford, 1950).
cfr. Il ., III, 443-445; Paus., III, 22, 1). La belleza de Helena era apreciada incluso por los sá- I La culpa de Paris se recuerda varias veces en el drama con fuertes acentos de conde-
tiros del Cíclope euripideo (vv. 179-186). na: por ejemplo, vv. 362-366; 399-402; 699-716; 1156.

98 99
de naves» (helenaus), pero también de hombres (helandros) y de ciu- La llegada de Helena a Troya está acompañada por una serenidad
dades (heleptolis)19 . Su nombre no se limita a evocar los eventos luc- casi gozosa, que envuelve a toda la ciudad. Su belleza, evocada a tra-
tuosos provocados por ella, sino que refleja la misma naturaleza del vés de la fascinación que ejercen sus ojos, puede suscitar agitación,
personaje. Entre el nombre y el objeto se reconoce una corresponden- pero es una agitación que acompaña naturalmente al nacimiento del
cia puntual, como si el que hubiera elegido el nombre para ella cono- deseo amoroso. Pero a esta serenidad le sigue una repentina metamor-
ciera de antemano el futuro al que estaba destinada (vv. 681-685). En fosis (v. 744, en el que el verbo paraklino describe el cambio como una
el Agamenón ya no encontramos esta tensión, comprobada en Home- peligrosa desviación): el personaje cambia de naturaleza; sus bodas
ro, entre el nombre de la mujer —que evocaba por sí solo la guerra en han tenido un resultado funesto. De amada esposa se transforma en una
sus aspectos más odiosos— y el personaje real —impotente frente tantas perjudicial compañera, que se abate sobre la casa de Príamo como un
`desventuras—. En Esquilo, la plena correspondencia entre el nombre, espíritu vengador enviado por Zeus; asume entonces el aspecto de las
\- las actitudes de la persona y los resultados de sus acciones hacen que Erinias al servicio de la divinidad suprema garante de la justicia. Vol-
\ Helena adquiera rasgos casi demoníacos, que la acercan a su herma- vemos a encontrar aquí una característica propiamente esquilea: en el
\
\Jim Clitemestra20. Estos rasgos del personaje son evocados eficazmen- desarrollo de los acontecimientos en los que los hombres persiguen sus
te en el diálogo, que sigue a la muerte de Agamenón, entre el corifeo proyectos de manera autónoma, se realiza también una justicia que está
y Clitemestra: por encima de los intereses individuales y que se inscribe dentro de un
plan buscado por la máxima divinidad del Olimpo. Helena se convier-
¡Ay, loca Helena! ¡Tú sola hiciste que perecieran muchas vidas, mu- te así en un instrumento en manos de Zeus, el cual se sirve de ella para
chísimas vidas al pie de Troya! castigar la culpa de Paris, igual que como al principio del drama la ex-
Y ahora te has adornado con una postrera corona de eterna memoria pedición de los Atridas se había presentado como querida por Zeus,
por una sangre que nunca podrá ser lavada. protector de los huéspedes. Asumiendo como propio el papel de las
¡Sí, entonces estaba adherida con fuerza a esta casa Discordia, que Erinias, Helena se apropia de las funciones normalmente ejercidas por
2
consigo traía la ruina de los varones/del varón! '. las divinidades encargadas del restablecimiento de la justicia violada,
• pero también adquiere los rasgos de estas figuras terroríficas. Clite-
Es digna de mención la manera en la que aquí se establece una re- mestra podrá afirmar que es inútil dirigir su propio resentimiento hacia
lación directa entre acontecimientos aparentemente lejanos, que, sin Helena como «exterminadora de hombres» (v. 1465), ya que el dolor
embargo, se leen en su lógica relación de consecuencia. La muerte del que ella produce es inevitable porque es la consecuencia natural de las
rey se ve como la consecuencia final de la culpa de Helena. En otros e u lpas cometidas.
pasajes se destaca la inquietante ambigüedad del personaje, no porque Al horror que acompaña a su figura como causa de destrucción y
ella albergue sentimientos opuestos, sino sólo porque Helena esconde (le duelo (y aquí volvemos a encontrar un rasgo de la Helena homéri-
su propia maldad bajo un aspecto que inspira confianza: ca), se añade el que la heroína suscita como Erinia llamada a resta-
blecer la justicia violada. A pesar de esta caracterización siniestra, He-
Podría decir que, al principio, a la ciudad de Troya llegó el espíritu de lena sigue conservando una belleza y un poder de atracción
bonanza sin viento y el dulce ornato de la riqueza, el tierno dardo de la irresistibles. En el primer estásimo, este aspecto emerge con fuerza en
mirada, la flor del amor que muerde el corazón. Pero torció su camino y el recuerdo de los viejos de Argos, que evocan el momento en el que
llevo a cabo la amarga consumación de la boda, la de funesta llegada y Menelao, al regresar a Esparta, descubre el abandono de su esposa:
trato funesto para los hijos de Príamo, con la misión recibida de Zeus,
22
protector de los huéspedes, una Erinia que hizo llorar a muchas esposas . Ella dejó tras de sí, a sus conciudadanos, combates con escudos y
con lanzas, y el tener que equipar una escuadra, mientras que como dote
llevó a Ilio la destrucción; pues, cuando con rapidez salió a través de su
19
Agam., 689 y S. puerta, tuvo la audacia de realizar una acción que no es tolerable.
Agam., 1468-1471; E. Fraenkel, Aeschylus. Agamemnon, cit., ad v. 749.
20

21
Agam., 1455-1461. El adjetivo eridmatos, que significa propiamente «solidamente Mucho gemían al decir esto los adivinos de este palacio: «¡ Ay, ay
fundado», evoca el nombre de Eris, como si la casa de Agamenón hubiera estado «cons- del palacio! ¡Ay del palacio y de sus príncipes! ¡Ay del lecho y las hue-
truida sobre la discordia». llas de pasos en pos del amor de un hombre! Se pueden ver los silen-
Agam., 739-749; R. P. Winnington-Ingram, Studies in Aeschylus, Cambridge, 1983,
22

cios de quien se aparta de todo lleno de dolor, signos éstos de su honra


pp. 203-208.

100 101

1
herida, pero sin expresión de reproche. Por la nostalgia de la que está vez sobre el doloroso reconocimiento de su abandono. Las estatuas, que
más allá del mar, parecerá que un fantasma reina en palacio. durante un momento asumen el semblante de su esposa, enseguida re-
La gracia de las bellas estatuas le resulta odiosa al marido, y en el cuperan su condición primitiva; las visiones que durante un instante ha-
vacío de su mirada está ausente toda Afrodita. bían dominado la mente del héroe se alejan, como sucede con las que
Hay en sus sueños apariciones que le hacen sufrir, que sólo le traen se presentan en los sueños, que huyen cuando se intenta aferrarlas. La
una vana alegría, pues cuando está viendo lo que cree que es su bien, la vi- serie de imágenes que contribuyen a definir en términos objetivos la
sión se le escapa inmediatamente de entre los brazos, después de haberse condición del personaje, cada una reconducida a la esfera que le es pro-
23
esfumado sin realidad en la compañía de los alados caminos del sueño» . pia, impondrán muy pronto a Menelao la aceptación de lo innegable: la
ausencia de Helena.
Ante la inesperada revelación del abandono, Menelao se niega a re- «Éstos son los dolores que pesan sobre el hogar de este palacio y
conocer la nueva situación; su ánimo se ve dominado por el angustioso otros incluso más graves que éstos» (vv. 427 y s.). Con estas palabras
deseo de la esposa ausente fugada más allá del mar. La agitación que se concluye la descripción de los adivinos que habían asistido a los he-
produce después suscita la formación de imágenes similares a visiones chos. El tema de la imagen, tan a menudo asociado a la figura de He-
oníricas, pero que no son sueños propiamente dichos, sino que recuer- lena, experimenta aquí un nuevo desarrollo. Según una versión distin-
dan más a las alucinaciones de la vigilia, por medio de las que se ex- ta del mito, que examinaremos más adelante, a Troya, junto con Paris,
presa el deseo de lo que no se puede alcanzar. La descripción resulta no habría llegado la verdadera Helena, sino su imagen. En el Agame-
tanto más eficaz en cuanto que está expresada en términos objetivos, a nón, Esquilo sigue la versión homérica, pero seguramente conocía esta
través de la serie de imágenes que dominan la mente de Menelao asu- historia, que él evoca —trasformándola— a través de las palabras del coro.
miendo significados ambiguos. Negándose a aceptar la ausencia de He- El fantasma de la mujer se queda en Esparta y sigue residiendo en el
lena, Menelao tiene, primero, la impresión de que un fantasma reina en palacio de Menelao, dispuesta a acoger al héroe a su regreso. La ima-
el palacio (v. 415); pero de las estatuas presentes en el palacio, que, por gen no está destinada a llevar a engaño a griegos y troyanos, sino a de-
el hecho de recordar la presencia de la esposa, resultan armoniosas en sempeñar una función consoladora, al menos mientras consiga, con-
24
sus formas (v. 416: eumorphon de kolosson) ya ha desaparecido toda servando inalterados sus rasgos exteriores, traer a la alterada mente de
belleza: las órbitas de los ojos están vacías y no suscitan deseo amoro-
so alguno (vv. 417-419)25. El personaje proyecta en las imágenes el re-
cuerdo y el deseo de la amada, pero al mismo tiempo la conciencia de
la pérdida se ha apoderado ya de su persona y hace que las imágenes,
• Menelao las facciones de Helena. Después se desvanece en el vacío,
revelando una vez más su carácter ilusorio.
Si en Esquilo el personaje de Helena conserva una grandeza pro-
pia, motivada por el hecho de que su historia está inscrita en un plan
ahora odiosas, se vean privadas de todo interés: la belleza (v. 417: cha- divino, en el drama de Eurípides desaparece toda motivación de orden
ris) que las distinguía mientras se reconocía en ellas la imagen de la superior. El comportamiento que muestra la mujer se considera en
amada se niega súbitamente en la ausencia de las pupilas. Todo el pa- toda su humanidad y se juzga únicamente en relación con sus respon-
saje se construye sobre la evocación de la presencia de la mujer y a la sabilidades personales. Esta elección refleja una tendencia general del
teatro euripideo, en el que falta esa referencia constante al orden divi-
23
Agam., 404-426. no o, al menos, a aquellas formas de religiosidad tradicional que to-
24
En los kolossoi no hay que identificar imágenes de Helena, sino probablemente esta- davía tenían un papel importante en la tragedia de Esquilo y de Sófo-
tuas que se encontraban en el palacio de Menelao. La referencia tal vez es a las estatuas de eles. Las decisiones de Helena ahora se discuten de manera analítica
korai áticas, presentes en gran número en la Atenas del siglo y (E. Fraenkel, Aeschylus. Aga-
memnon, cit., ad v. 416); en la imaginación de Menelao asumen los rasgos de la esposa. So-
y se juzgan en relación con los valores de la moral corriente, y esto
bre los kolossoi como imágenes sustitutivas del difunto, véase J.-P. Vernant, Mito e pensie- hace que el personaje asuma unos rasgos profundamente distintos de
ro presso i Greci, (trad. it.), Turín, 1970, pp. 219-230 [ed. cast.: Mito y pensamiento en la los encontrados hasta ahora.
Grecia antigua, Barcelona, 1993]. Para un análisis más profundo de este pasaje, véase C. En las Troyanas, tragedia representada en el 415 a.C., la acción co-
Brillante, Studi sulla rappresentazione del sogno nella Grecia antica, Palermo, 1991, pp.
105-110; M. Bettini, Il ritratto dell'amante, Turín, 1992, pp. 16-20. mienza cuando la ciudad ya ha caído y las mujeres que forman el coro
25 La falta de los ojos evoca la ausencia de vida en la imagen. Este elemento es tanto se encuentran prisioneras en el campo de los aqueos. También Hele-
más relevante cuando se considera la importancia que la vista tenía en el nacimiento del de- na, para la que no se reserva un tratamiento diferente, está a la espera
seo amoroso; aquí la falta de los ojos tiene la finalidad de bloquear toda manifestación ul-
terior de la pasión: cfr. C. Brillante, Studi sulla rappresentazione del sogno nella Grecia an-
(le conocer su propia suerte: Menelao, al que había sido entregada,
tica, cit., pp. 107 y s. tendrá que tomar la decisión de matarla o volverla a llevar consigo a

102 103
lena observa que Paris llegó a Esparta «llevando consigo a una divini-
Esparta26. El hecho de que el caudillo aún no haya tomado una deci-
sión, da la oportunidad de hacer un amplio examen de las culpas de la dad no pequeña» (v. 940), y llegó justamente en el momento en que Me-
mujer, que, en el drama, se desarrolla en un íntimo enfrentamiento en- nelao había decidido dejarla sola con el extranjero para desplazarse a
Creta28. Así, faltándole a Helena el apoyo de su esposo, Paris podía be-
tre Helena y Hécuba, un auténtico agón en el curso del cual cada una
de las partes expone las propias razones. Especialmente Hécuba, gol- neficiarse del decisivo apoyo de Afrodita, una divinidad que, en el cam-
peada por dolores de todo tipo, ve claramente en Helena la causa de po amoroso, tiene un poder superior incluso al del mismo Zeus (vv.
los males que han implicado tanto a griegos como troyanos, y pide la 948-950). Por tanto, Helena puede solicitar el perdón, porque se había
muerte para ella. Los discursos de ambas mujeres no sólo proporcio- encontrado en una situación objetivamente difícil, a la que habían con-
nan la ocasión de confrontar puntos de vista contrapuestos, sino que, tribuido no sólo las circunstancias externas, sino también la interven-
en una perspectiva más amplia, también dan la medida del camino re- ción divina. «¿En qué estaba pensando —afirma— para abandonar mi casa
corrido por el mito en el arco de tiempo que separa la antigua versión y seguir a un extranjero, traicionando a mi patria y a mi familia?» (vv.
épica de la que se pudo poner en escena en la Atenas del siglo v. 946 y s.). Con esta referencia directa a la anaideia femenina, Helena in-
El primer parlamento, el de Helena, está totalmente orientado a va- tenta explicar —y justificar a la vez— su propio comportamiento. La ino-
lorar las premisas remotas de las que se derivan las desgracias actuales. portuna partida de Menelao y el apoyo divino del que Paris se benefi-
A su juicio, son ellas las que constituyen la consecuencia, casi inevita- ció condicionaron de manera decisiva su decisión. La prueba a su favor
ble, de las culpas cometidas por los troyanos. La valoración de estos la proporcionaría el hecho de que, cuando faltaron estas condiciones, es
elementos y la paradójica interpretación racionalista que Helena ofrece decir, tras la muerte de Paris, ella intentó abandonar Troya, pero se lo
de ellas acaba por oscurecer el momento decisivo de la elección perso- impidieron los troyanos, que la obligaron a quedarse en la ciudad con-
nal de abandonar la casa de Menelao y del comportamiento mantenido tra su voluntad (vv. 952-958).
por ella durante su larga permanencia en Troya. Ante todo —observa He- Se puede advertir que la defensa de Helena sigue de cerca la ver-
lena— es sabido que, por el solo hecho de haber engendrado a Paris, es sión épica, no sólo en la trama general, sino también en el papel y en
Hécuba la que ha dado realmente origen a los males actuales (vv. 919 y las motivaciones de los personajes29. El discurso de Helena se distin-
s.). E incluso Príamo tenía su parte de responsabilidad, ya que había gue, además, por una marcada coherencia interna y por un racionalis-
contribuido a la destrucción de Troya al negarse a eliminar al niño, a pe- mo tan excesivo que, aunque esté motivado por las exigencias de la
sar del premonitorio sueño de Hécuba que había anunciado que Paris defensa, violenta de manera unilateral algunas de las premisas de la ver-
sería la causa de la ruina de la ciudad 27. Ya adulto, Paris había sido el sión más antigua. La respuesta de Hécuba retorna los argumentos más
juez en la competición de belleza entre las tres diosas y, para conseguir relevantes del discurso anterior revelando su falta de fundamento. Su
a Helena, renunció a las promesas que había hecho a las otras divinida- nuevo parlamento está totalmente orientado a restar importancia al pa-
des, Atenea y Hera. La primera le había prometido la conquista de Gre- pel atribuido a las circunstancias externas y a hacer emerger en toda
cia como guía de los troyanos; la segunda el dominio de Europa y Asia. su gravedad las responsabilidades personales de Helena. La competi-
Paris, a pesar de todo, eligió a Afrodita, que le había prometido a Hele- ción de belleza entre las diosas no se puede tomar demasiado en se-
na como esposa, tras haber exaltado su belleza (vv. 924-932). Esta de- rio: ni Hera, que ya era esposa de Zeus y no estaba buscando un ma-
cisión —admite Helena— ciertamente hizo daño a Menelao, pero, consi- rido mejor, ni Atenea, que le había pedido a su padre permanecer
derando la situación en su conjunto, Grecia se vio favorecida, ya que no siempre virgen, podían estar seriamente interesadas en el resultado de
fue invadida por los bárbaros, ni se vio sometida a un dominio tiránico la competición (vv. 975-981). En cuanto a Afrodita, resultaba increíble
(vv. 932-934). Helena extrae de ello la paradójica consecuencia de que
lo que se reveló bueno para Grecia amenaza ahora con provocar su rui- 28
Eur., Tro., 943 y s. Elena dirige aquí un explícito reproche a Menelao, acusándolo de
ligereza. El mismo reproche le dirige Peleo en la Andrómaca (vv. 592-595); cfr. Ov., Ars
na personal (vv. 935-937). Por lo que se refiere a la acusación más gra- Amat . II, 357-371. El tema está relacionado con el de la natural anaideia femenina, exami-
ve que se le había imputado —la de haber abandonado a Menelao—, He- nado en el capítulo anterior.
29
Cfr. en ese sentido M. Becker, Helena, ihr Wesen und ihre Wandlungen im klassis-
chen Altertum, Estrasburgo, 1939, p. 54; A. Lesky, Die tragische Dichtung der Hellenen,
26
Eur., Tro., 874 y s.; 901 y s.
Gotinga, 1972, pp. 388 y s.; G. Gellie, «Helen in the "Trojan Women"», en Studies in Ho-
27
Eur., Tro., 920-922. Se refiere al sueño de Hécuba que, cuando estaba encinta de Pa-
nour of T. B. L. Webster 1, Bristol, 1986, p. 116. El intento de considerar en un plano de
ris, había soñado que daba a luz a un tizón ardiente, y que el fuego se extendía por toda la
igualdad los parlamentos de Helena y Hécuba (M. Lloyd, «The Helen Scene in Euripides'-
ciudad destruyéndola: [Apollod.] Bibl., III, 12, 5; cfr. Pind., Pae ., VIII a = fr. 52 i (A) Maeh-
Troades», en Class. Quart. 34 (1984), pp. 303-313) no resulta convincente.
ler; schol. II., III, 325 Dindorf.

104 105
que hubiera ido a Esparta con Paris. Si hubiera querido mantener su defender sus propias decisiones sobre una base racional, evitando atri-
promesa, podría haberse quedado en el cielo y trasportar fácilmente a buir la responsabilidad a intervenciones externas, sean humanas o divi-
Helena, con toda la ciudad de Amiclas, a Troya. Helena no puede jus- nas. El resto de los argumentos de Hécuba dependen de esta cuestión
tificarse invocando la intervención divina; la causa de su traición debe principal. Las causas que indujeron a Helena al abandono de Menelao
buscarse sólo en su persona, y en el hecho de que no supo resistirse a son todas de origen humano y todas ellas atribuibles a sus cualidades
la belleza de Paris: morales: a la pasión amorosa se añade aquí, de manera significativa, el
deseo de riqueza y lujo, que Helena no podía satisfacer en el palacio de
Si mi hijo era sobresaliente por su belleza, tu mente al verlo se su marido. Y la prueba de ello es que, cuando Hécuba le proponía dejar
convirtió en Cipris; que a todas sus insensateces dan los mortales el Troya y se ofrecía a ayudarla en la fuga, ella mostraba siempre un cla-
nombre de Afrodita. ¡Con razón el nombre de la diosa comienza por ro rechazo; prefería quedarse en Troya, donde se le permitía compor-
«insensatez»!3". tarse de manera insolente y se complacía de los cuidados que le procu-
Cuando lo contemplaste con ropajes extranjeros y brillante de oro raban los troyanos (vv. 1016-1021). En esto se puede reconocer otro
se desbocó tu mente31 . elemento que contribuía a caracterizar la anaideia femenina y que ya
hemos discutido en el capítulo anterior.
Estas afirmaciones naturalmente se pueden leer como la defensa Esta tragedia de Eurípides nos presenta un personaje sustancial-
apasionada de una madre que ha visto a su propio hijo tomar una de- mente nuevo, despojado de todo rasgo heroico, cuyo carácter está bási-
cisión destructiva, pero esto sería una interpretación reduccionista. camente descrito en las palabras de Hécuba. La defensa de Helena, aun-
Aquí no se enfrentan la psicología de los distintos personajes, ni las que sagaz, no ofrece verdaderamente una explicación alternativa, como
condiciones en las que se produjo la decisión, sino más bien las dis- se ha pensado alguna vez, ya que no hace más que apelar a la natural
tintas interpretaciones que éstos dan de los acontecimientos en los que -41111 «debilidad» de la mujer y a la religiosidad tradicional, elementos que fi-
se han visto personalmente implicados. En el discurso de Hécuba, por guraban ambos en la versión antigua que sirve de marco para el drama,
ejemplo, resulta notable la reducción de la divinidad a una simple re- pero que ya no están en condiciones de proporcionar una explicación
presentación de las inclinaciones naturales de la persona: Afrodita, a convincente. No parece casual que Menelao, tras haber escuchado a las
la que Helena recurre, no representa más que la condición de la men- dos partes, se adhiera sin reservas a los argumentos de Hécuba (vv.
te cuando se encuentra presa del deseo amoroso; la divinidad no se I 036-1041). Para reconquistar a su esposo, la Helena euripidea no dispo-
puede aducir como justificación de un comportamiento que tiene sus ne de argumentos eficaces, sino de los medios ambiguos de la seduc-
causas reales en la mente (nous) del sujeto32. Es éste un juicio que ex- ción, puestos aquí en escena por primera vez. Esto provoca que en el
presa una neta toma de distancia con respecto a la versión épica, que personaje de Eurípides tome forma un nuevo tipo de mujer, que, cons-
atribuía a Afrodita la capacidad de condicionar profundamente las de- ciente de su propia belleza y de la fascinación que ejerce, actúa con as-
cisiones del personaje, pero también a la versión de Safo, para la cual tucia intentado conseguir una ventaja cada vez mayor. Cuando se pre-
el nacimiento de la pasión amorosa era inseparable de la presencia di- senta ante Menelao para intentar volver a conseguir su favor, no duda
vina. En palabras de Hécuba, Afrodita no es una fuerza externa a la en acicalarse de manera poco conveniente y no se priva de mirar a la
que es difícil resistirse, sino solamente «insensatez, falta de juicio» cara a su esposo sin experimentar vergüenza alguna (vv. 1022-1024). Si
(aphrosyne). Si quiere justificar su comportamiento, Helena tendrá que además -como le reprocha Hécuba- se siente proclive a seguir libre-
~te
mente sus propias elecciones amorosas, no muestra nunca una profun-
iiiill da implicación. Su interés sólo superficial por Paris se revela en la faci-
30
El nombre de Afrodita está asociado al de aphrosyne (insensatez).
31
Tro., vv. 987-992. lidad con la que alaba a Menelao en su presencia, en cuanto este último
32
Afirmaciones de este tipo han hecho pensar en una forma de ateísmo, según un juicio que conseguía cualquier éxito. La Helena de las Troyanas no es el persona-
ya estaba afianzado en la edad antigua: cfr. v. 886 (donde se considera la posibilidad de que Zeus je que sucumbe a sus propias pasiones, sino, más bien, el que anticipa
no sea más que la mente [nous] de los hombres; fr. 1018 Nauck 2; «nuestra mente es dios en cada
el tipo de mujer experta en sacar provecho de la fascinación que ejerce,
uno de nosotros»). El significado de la intervención divina en la esfera humana todavía no re- 41111
sultaba extraño a la tragedia euripidea: véase, por ejemplo, R. Scodel, The Trojan Trilogy of Eu- de manera intencionada e impunemente33. Aun secundando sus propias
ripides (= Hypomnernata 60), Gotinga, 1980, pp. 93-95; M. R. Lefkowitz, «"Impiety" and "A-
theism" in Euripides' Dramas», en Class. Quart. 39 (1989), pp. 72-74 (que, no obstante, tiende
a infravalorar las diferencias que separan a Eurípides de los otros trágicos). Lo que se criticaba 33
Véase, por ejemplo, M. Becker, Helena, ihr Wesen und ihre Wandlungen im klassis-
no era la divinidad en sí misma, sino más bien el papel que le era atribuido por los hombres. •hen Altertum, cit., p. 60; L. B. Ghali-Kahil, Les enlevements et le retour d'Hélene... (tex-

106 107
inclinaciones, intencionadamente es lo suficientemente sagaz como ofrendas rituales, pero teme encontrarse a lo largo del camino con los pa-
para alinearse en cada ocasión del lado de quien puede ofrecerle lo que rientes de los caídos. Electra no puede ayudarla porque también ella ha
desea. Menelao, que después del discurso de Hécuba se disponía a en- tomado parte en el asesinato de Clitemestra. La que, en cambio, irá a la
tregarla a los aqueos para que la lapidaran, ante la repetida petición de tumba será Hermione, la hija nacida de la relación con Menelao, a la que
perdón, pospone toda decisión y ordena que la mujer sea conducida a Helena da un rizo de sus cabellos. Electra, que está presente en la escena,
las naves. Insistentemente, pero en vano, le pide Hécuba una rápida de- advierte el cuidado con el que la mujer se ha cortado el cabello, limitán-
cisión. Los espectadores atenienses sabían muy bien que el aplaza- dose a cortar sólo las puntas para no disminuir la belleza de su rostro:
miento de la decisión ponía las bases para una futura reconciliación34.
La máxima con la que Hécuba se despide de Menelao —«no existe ¡Ah naturaleza, qué gran mal eres para las personas!
amante que no ame para siempre» (v. 1051)— revela su intuición de que ¡Y un buen refugio para quienes te consiguen digna!
la seducción de la mujer habrá de inducirlo a cambiar de opinión. La so- ¿Ves cómo ha cortado sus cabellos sólo por las puntas,
lidaridad que durante un momento se establece entre Hécuba y Mene- por conservar su belleza? Es la misma mujer de antes.
lao, puestos ambos a prueba por los mismos acontecimientos (v. 894), ¡Ojalá te odien los dioses por habernos perdido, a mí y a éste y a
se desvanecerá inmediatamente. Sobre el principio de equidad y del jus- toda Grecia!36.
to castigo, se terminará por imponer, no la fuerza de un afecto reencon-
trado (nada indica en la tragedia que exista una sincera reflexión por Al oportunismo manifestado en las Troyanas se une aquí un natural
parte de Helena), sino el renovado deseo de Menelao por su esposa; un desinterés, que, por otra parte, nunca había declarado abiertamente, por
deseo que nunca se había desvanecido a pesar de la larga separación y los graves acontecimientos que implican a los otros miembros de su fa-
los duelos provocados por la guerra. milia. En la difícil situación que se presenta, sus pensamientos siguen
Una tendencia similar encontramos en el Orestes, tragedia repre- siendo los de todos los días y todos están relacionados consigo misma.
sentada en el 408 a.C. La acción nos lleva a un momento posterior de En el largo periodo trascurrido en Troya, Helena ha adquirido, además,
la historia. Helena ya se ha reconciliado con Menelao y ha vuelto a ocu- hábitos orientales, como el uso de espejos y perfumes, en los que es
par su puesto junto a él. Éste, de vuelta de Troya, acaba de tocar el puer- ayudada por esclavos frigios, que había traído consigo tras la destruc-
to de Nauplia y desde allí se dispone a alcanzar Argos, la ciudad donde ción de la ciudad (vv. 1112 y s.); también se encuentran esclavos frigios
se eleva el palacio Agamenón. Helena, que lo ha precedido, acaba de en el palacio de Argos,,con el deber de agitar grandes abanicos según la
enterarse de la muerte de su hermana Clitemestra, acaecida unos días costumbre oriental (vve 1426-1430). En la evidente preferencia por cos-
antes35. Desde el inicio del drama, el personaje de Helena aparece ro- tumbres diferentes de las que tenía en su patria (Grecia es una morada
deado por el resentimiento y el odio de los ciudadanos, hasta el punto de demasiado pequeña para sus exigencias)37, ella cuenta con la disponibi-
que Menelao, temiendo que fuera agredida por el padre de cualquiera lidad esencial de Menelao, que en el Orestes aparece como una figura
de los soldados caídos en Troya, prefiere que llegue a la ciudad de no- débil, que se deja guiar por los acontecimientos, mucho más de lo que
che (vv. 56-60). Resulta verdaderamente importante, para la caracteri- está dispuesto a intervenir sobre ellos. En éste, cómo en otros dramas
zación del personaje, el diálogo con Electra que concluye el prólogo. cle Eurípides, el héroe manifiesta una disponibilidad excesiva hacia su
Helena querría acercarse a la tumba de su hermana para cumplir con las mujer, cuya voluntad tiende a seguir pusilánimemente.
Los riesgos de la seducción no aparecen tan pronunciados en el
( Mistes como en las Troyanas, pero no están en absoluto ausentes. De
te), cit., p. 130. Se ha sostenido, no sin razón, que el personaje euripideo, más que inmoral, hecho, Electra, ligada a Orestes y Pilades en una total comunión de in-
está vacío o privado de cualidades intelectuales y afectivas (G. Gellie, «Fleten in the "Tm-
jan Women"», cit., p. 1 17).
tenciones, llega incluso a temer por un momento que éstos, fascinados
34
Hay que excluir la hipótesis de que la tragedia no ofreciera indicaciones sobre el fu-
turo destino de Helena (en este sentido véase M. Lloyd, «The Helen Scene in Euripides'-
Troades», cit., p. 304). La conclusión de la historia era bien conocida para el público y Eu- ‘<1 Eur., Or., 126-131.
rípides podía limitarse a sugerirla. La incertidumbre de Menelao, por un lado, permitía Dr., 1114. Las Troianas, como la Andromaca y él Cíclope (vv. 182-185), muestran la
evaluar el efecto que la mujer tenía sobre él (vv. 891-893) y, por el otro, ponía en evidencia tendencia a presentar a los troyanos con rasgos orientales, por tanto como bárbaros («Fri-
la aptitud de Helena para establecer nuevas relaciones, aunque se tratara de un hombre qm• v ), a diferencia de lo que sucedía en la poesía epica. La representación de Paris con el go-
en el pasado hubiera sufrido su abandono (una vez más un rasgo de la anaideia femenina) tio I rigio y vestidos orientales se encuentra en la cerámica del siglo tv a.C. L. B. Ghali—Kahil
35
Eur., Or. 56-61. También en la Odisea, Menelao llegaba al palacio de Agamenón poco lo pone en relación con el tratamiento euripideo del mito (Les enlevements et le retour d'-
después del asesinato de Egisto y Clitemestra a mano de Orestes (III, 310 y s.). ? Mole_ ¡texte], cit., pp. 168-177).

108 109
por su belleza, puedan desistir del plan acordado (vv. 1286 y s.). La de- otros personajes femeninos que se contraponen a ella en el carácter y en
cisión, tomada de común acuerdo, de matar a Helena, tiene como fin las decisiones: Andrómaca y Hécuba en las Troyanas o Electra en el
vengarse de Menelao, que no había apoyado de manera adecuada las ra- Orestes. Dadas las premisas sobre las que se movía el teatro de Eurípi-
zones de Orestes ante la asamblea, pero también está motivada por el des, la única alternativa posible para la creación de un personaje carac-
deseo de castigar a la que, aun siendo la principal responsable de los terizado de una manera distinta no requería la readaptación de la ver-
males presentes, había conseguido salvarse de los acontecimientos. El sión épica, sino la adopción de una versión distinta del mito. Y esto es
asesinato de Helena se evita in extremis gracias a la intervención de lo que el mismo Eurípides, como veremos, experimentó en la Helena,
Apolo, que se la arrebata a Orestes cuando éste se disponía a golpearla. siguiendo la versión de Estesícoro. En esta tragedia vamos a encontrar
Helena desaparece misteriosamente, sin que ni siquiera el testigo ocu- una mujer tan enamorada y fiel como despegada y oportunista es la de
lar —el esclavo frigio que refiere lo que ha sucedido dentro del palacio— mit las Troyanas. Ambas representaciones del carácter femenino compar-
sepa dar una explicación de lo sucedido (vv. 1494-1498). Al final del dra- ten, además, una tendencia común: a un fuerte redimensionamiento de
ma será el mismo Apolo el que, manifestándose como deus ex machi- la intervención divina —y, principalmente de la que se presenta con los
na, anuncie haber salvado a Helena por orden de Zeus. De hecho, como rasgos de la religiosidad tradicional— le corresponde una valorización
hija de la divinidad suprema está destinada a una vida inmortal, y resi- ~411» de la iniciativa humana de los personajes, que, en sus planes, confían
dirá, por tanto, en el cielo junto a sus hermanos Cástor y Pólux, siendo únicamente en sus propios medios, y un análisis «objetivo» de los com-
guía y salvación para los navegantes38. portamientos, tendente a poner de relieve el significado de las propias
Eurípides no podía hacer perecer a Helena a manos de Orestes, lle- decisiones.
vando la contraria al mito en un punto muy importante y, por eso, pro- En el mismo periodo en el que. en Atenas se representaban las Tro-
pone la versión tradicional, modificándola parcialmente. Pero, sin em- yanas, uno de los más famosos pensadores contemporáneos, Gorgias de
bargo, se trata de un homenaje puramente formal, ya que la intervención Leontino, componía el Encomio de Helena40 . En esta obra, que el pro-
de la divinidad, de hecho, resulta más bien incongruente en relación con pio autor definía como una broma o un divertimento (paignion), se exa-
el modo que domina la acción en el resto del drama. Por otro lado, esta minaban todas las causas posibles de la traición y se llegaba a la con-
conclusión no implica una crítica al mito tradicional, ni pretende poner clusión, decididamente anticonvencional, de que Helena tenía que ser
de relieve la inconsistencia del personaje de Helena, como alguna vez se considerada inocente. Las razones aducidas en defensa de la mujer re-
ha sostenido39. presentan el mayor interés del opúsculo. A saber, Helena podría haber
Considerada únicamente en su humanidad, aislada de los aconte- sido inducida a partir hacia Troya por voluntad del destino, por una or-
cimientos en los que se había injertado en la tradición épica, la figura den de los dioses o de la misma Necesidad (Ananke). En cada uno de
de Helena sólo podía redimensionarse. Ella no era la protagonista de estos casos, la mujer debe ser considerada inocente porque la naturale-
una historia como la de Medea o la de Fedra, historias que permitían una za humana no le permitía oponerse con éxito a unas fuerzas tan supe-
profundización en el plano dramático. Pero a pesar de ello, Eurípides riores a la suya (cap. 6)41. Si, por el contrario, fue raptada a la fuerza,
consiguió poner escena un personaje sustancialmente nuevo. Si exis- también habría que considerarla inocente. En este caso, el culpable se-
te un autor en el que Helena manifiesta su tendencia a expresar su au- ría Paris, el bárbaro que la había violentado; Helena tendría, entonces,
tonomía en la decisión dentro del terreno amoroso, éste es Eurípides derecho a la compasión y no a la mala fama (cap. 7). Sin embargo, aun-
y no Safo. Sentadas estas bases, Helena realmente no podría consti- que hubiera prestado oído a los discursos de Paris dejándose persuadir
tuir un modelo positivo. Junto a ella, por regla general, encontramos por las palabras, tampoco sería culpable, ya que la propia palabra es un
poderoso señor (dynastes megas), capaz de inducir a la persona a cual-
38
Eur., Or., 1629-1637; 1689 y s. Este último elemento constituye probablemente una
innovación euripidea. La aparición de la estrella de Helena normalmente anunciaba desgra- 40 Sobre las relaciones entre las dos obras se han sostenido varias hipótesis. Una sínte-
cias a los navegantes, mientras que la aparición de los Dióscuros significaba lo contrario: sis de la discusión se encuentra G. Basta-Donzelli, «La colpa di Elena: Gorgia e Euripide a
Xenoph. VS 21 A 39; Sosíbíos, FGrHist 595 F 20; Plin., II, 101. Se trata del fenómeno at- confronto», en L. Montoneri y F. Romano (eds.), Gorgia e la sofistica (atti (lel convegno),
mosférico conocido por el folclore con el nombre de «fuego de San Telmo»: O. Skutsch, Catania, 1986, pp. 402-404.
41 El texto que seguimos es el de la edición de los presocráticos de Díels y Kranz: VS
«Helen, her Name and Nature», cit., pp. 192, ss.; véase aquí pp. 153 y ss.
39
Véase respectivamente M. Becker, Helena, ihr Wesen und ihre Wandlungen im klas- 82 F 11. Una edición con traducción italiana se encuentra en M. Pntersteiner (Sofisti. Tes-
sischen Altertum, cit., p. 59; L. B. Ghalí-Kahil, Les enlevements et le retour d'Hélene... (tex- timonianze e frammenti II, Florencia, 1961, pp. 89-113) y en F. Donadi («Gorgia. Encomio
te), cit., p. 140. di Elena», en Boll. Ist. Fil. Greca, Suppl. 7 [1982]).

110 111
`.11111",

quier cosa (cap. 8). Actuando como un sortilegio, no permite una libertad que en él se asignaba a la divinidad, sino también adoptando un crite-
real de elección: el aparente consenso se habría obtenido con la fuerza, rio racional que se inspiraba en las técnicas más modernas introduci-
en realidad. Queda aún por considerar una última posibilidad. Helena das por la sofística y por la retórica. Junto a estas nuevas formas de ar-
podría haberse enamorado verdaderamente de Paris, pero ni siquiera en gumentación se recuerda también otro tipo de confrontación que se
este caso sería culpable, ya que la pasión amorosa no nace de la volun- había afianzado en la Atenas del siglo y: el que se practicaba en los tri-
tad personal pues actúa como un agente externo y ejerce un efecto in- 4Ik bunales. El análisis sistemático de los problemas, el tratamiento con-
mediato sobre el alma al que no le es posible oponerse. «Puesto que las creto de los elementos sobre los que se basaba la argumentación y la
cosas que vemos —afirmaba Gorgias— no tienen la naturaleza que nos- adopción de criterios racionales, tanto en la acusación como en la de-
otros queremos, sino que cada una de ellas posee la naturaleza que le co- fensa, constituyen elementos que encontramos tanto en la oratoria ju-
rrespondió. Y, por medio de la vista, el alma recibe una impronta inclu- dicial como en el agón de las Troyanas y en el Encomio de Gorgias. En
so en su carácter» (cap. 15). Por tanto, no hay que maravillarse de que este tratamiento —más bien libre— se inspirará un opúsculo dedicado al
Helena experimentara placer con la visión del cuerpo de Paris, y, no pu- mismo tema por un discípulo de Gorgias: Isócrates.
diendo sustraerse a los efectos provocados por esta acción externa, tuvo La que en su maestro había sido una defensa sin prejuicios del per-
que sufrir sus consecuencias (cap. 19). Poco importa entonces establecer sonaje, en la obra del discípulo —autor de otro Encomio de Helena— se
cuál es la verdadera naturaleza de eros, ya que, si es un dios, se vuelve a
caer en el caso ya considerado (no se puede oponerse con éxito a una 1 convierte en un auténtico y verdadero elogio, un encomio en el senti-
do estricto del término. Ciertamente, Isócrates le dirigía a Gorgias la
fuerza superior a la humana); en cambio, si es una enfermedad de origen siguiente crítica que se inspiraba precisamente en el significado de la
humano y un error del alma, no se puede reprender a la víctima, ya que palabra: «Afirma él haber compuesto un encomio de Helena, pero de
en realidad la caída representa una desventura y no una culpa. hecho lo que ha escrito es una defensa de sus acciones»43. Para él, He-
Gorgias parece volver aquí al problema discutido en las Troyanas lena no sólo merece ser defendida, sino realmente alabada.
de Eurípides, pero si para este último el juicio era distinto según se ad- Para sostener esta tesis ya no era suficiente con volver a examinar
mitiera un papel más o menos activo de Afrodita en la obra de seduc- los datos que hasta entonces habían constituido la materia del debate,
ción, en la visión gorgiana, la misma oposición perdía todo significa- sino que se hacía necesario identificar y valorar tradiciones distintas
do, ya que el elemento decisivo lo constituían realmente la presencia que permitieron atribuir al personaje cualidades insospechadas. Con
de eros y los efectos que éste producía sobre el alma, y no el recono- ese fin, Isócrates se inspiraba en uno de los datos aparentemente más
cimiento de su naturaleza real. El proceso de enamoramiento se con- obvios de la historia: Helena tenía que ser alabada sobre todo por su
sidera únicamente en sus causas naturales y en sus efectos. Partiendo belleza (cap. 18). En todos los tratamientos anteriores, esta belleza se
de un modelo familiar para el mundo griego —el que asignaba al sen- había considerado como una causa de desgracias y de duelos. El mis-
tido de la vista un papel decisivo en el nacimiento del deseo de amor—, un) Gorgias había evitado tratar este punto: a los efectos que la belle-
Gorgias añadía una conclusión paradójica: eros opera con la fuerza de za de Helena ejercía sobre otros había opuesto los condicionantes que
un proceso natural, sobre el que no es posible intervenir42. Esta tesis los otros habían ejercido sobre ella. Isócrates retomaba, por tanto, un
conseguía el objetivo de justificar a Helena en mayor medida de lo lema aparentemente poco adecuado para celebrar a la heroína. Y, ade-
que lo podía hacer la intervención de Afrodita y no presuponía la más, lo desarrollaba de una manera original, recorriendo los distintos
aceptación de la versión épica. La decisión de Helena se convertía en momentos de la historia, y desvelando los beneficios que los persona-
una reacción casi involuntaria, dictada por la simple presencia de eros, les subyugados por la belleza de Helena habían obtenido de su cerca-
al que habría resultado inútil oponerse. nía. El primero fue Teseo, que raptó a Helena cuando todavía era una
El Encomio de Helena muestra cómo el mismo relato, aún perma- pilla (cap. 18). El rey ateniense, que reinaba sobre la ciudad más gran-
neciendo sustancialmente idéntico, podía asumir orientaciones bastan- de de sus tiempos, consideró que no era digno de sí gozar de tantos
te distintas. La inocencia o la culpabilidad de Helena podían demos-
trarse, no sólo aceptando o rechazando el relato tradicional y el papel '1 ' Isocr., Hel, cap. 14. Realmente no se nombra a Gorgias, pero seguramente es su obra
$0 que es criticada (en el «argumento» que antecede al discurso se recuerda también la apo-
logia (le Helena de Anaxímenes de Lámpsaco, que, sin embargo, es de una época posterior:
42Cfr. G. Basta-Donzelli, «La colpa di Elena: Gorgia e Euripide a confronto», cit., pp do In segunda mitad del siglo iv). Por último, L. Braun, «Die schone Helena, wie Gorgias
393-397, que advierte acertadamente que Gorgias tiende a ampliar los espacios del coro 'oíd Isokrates sie sehen», en Hermes 110 (1982), p. 160; C. Natalí, «Evitare Gorgia:la po-
portamiento involuntario de Helena y Eurípides a restringirlos. 41/ Sony tli Isocrate verso il suo maestro», en Gorgia e la sofistica, cit., p. 48.

112 113
bienes y, a la vez, renunciar a la intimidad de Helena. Y ya que a cal' - que va de Homero a Eurípides, la asociaba invariablemente a la guerra
sa de su edad no podía pedirla en matrimonio, no dudo en raptarla en- y u la ruina de los bandos en lucha. Así se convertía, por el contrario, en
trando en conflicto con poderosos personajes como Tíndaro y los liii estímulo del ejercicio de los más altos valores de la naturaleza hu-
Dióscuros, que entonces detentaban el poder en Esparta. Del rapto de Una (cap. 49 y s.). Su posesión representaba un bien precioso no sólo
Teseo se valoran, por tanto, los beneficios que de él obtuvieron los u los griegos, sino también para los troyanos y se merecía todos los
atenienses. La belleza representa aquí un «bien» objetivo, casi como dos de una guerra larga y sangrienta.
un expediente al que el soberano, y con él la comunidad, podían re- 1 ,a parte final de la obra está dedicada por entero a ilustrar el signi-
currir para ellos mismos y para sus descendientes. ficado de la belleza, considerada como «el más venerado y precioso de
El resto de los pretendientes a la mano de Helena no estuvieron mo- Ira los bienes de los hombres» (cap. 54), pero desconocemos en qué medi-
vidos por intenciones muy distintas. A pesar de haber sido los hombres t (in Isócrates estaba realmente convencido de estas afirmaciones. Elpro-

li
más poderosos de su tiempo y de haber podido conseguir a las muje- ' o autor admitía, como conclusión de la obra, que el argumento se po-
res de más alto rango de sus ciudades respectivas, no dudaron en con- dila haber desarrollado igualmente de maneras distintas: «Si algunos
traer comprometedoras obligaciones recíprocas; incluso Paris, en el fon- ttisieran continuar este tema y ampliarlo, no carecerán de motivos para
do, se movía por intenciones similares. Ésta es la primera vez que el oler elogiar a Helena, aparte de lo dicho; por el contrario, encontrarán
comportamiento del joven troyano no se ve condenado abiertamente, ya nichos y extraordinarios argumentos para hablar sobre ella» (cap. 69).
que, como los pretendientes, él intentaba apoderarse de la mejor de las ,NIII afirmación recuerda a la de Gorgias, que declaraba que había com-
mujeres y asegurarse los beneficios que se derivaban de su belleza. Sin ,~tiesto su discurso como encomio de Helena y a la vez para diverti-
embargo, para que el personaje resultara totalmente inocente, era nece- Diento personal (paignion). El relato mítico estaba ya encaminado a
sario ofrecer una interpretación diferente del episodio que se hallaba en convertirse en una ocasión para componer libremente, capaz de cargar-
el origen de la guerra de Troya: el juicio de las tres diosas (cap. 42). Isó- /40 con los contenidos y los significados más variados, representando
crates mostraba, con toda la intención, que las divinidades, que se diri- poco más que los rasgos generales de un relato, sobre el cual el autor
gieron a él para que fuera juez de su belleza, en el fondo buscaban un podía intervenir libremente introduciendo temáticas nuevas y distintas
juicio favorable a cambio de la promesa de distintos dones. Subyugado orientaciones. Ya no constituía el terreno en el que los antiguos valores
por su aspecto, el joven pastor acabó por expresar un juicio, no sobre su ligados a las figuras del mito y reflejados en la poesía épica se enfren-
belleza, sino sobre los dones que las diosas le ofrecían. En esta cir- taban con las nuevas exigencias de racionalidad y de moralidad adver-
cunstancia, habría sido el propio Paris el que habría dado prueba de sa- e> I Idas por la sociedad contemporánea (tal como sucedía todavía en la la-
biduría, porque la elección de Afrodita no estaba dictada por la pers- ... gedia euripidea). Representaba más bien la ocasión para discutir tesis
pectiva de una vida de placer, sino por la más razonable perspectiva de r
vil cierto modo preconcebidas, que reflejaban las tendencias personales

11
convertirse en yerno de Zeus, adquiriendo así un estatus duradero, del (lel autor: la eficacia y la fuerza persuasiva de la palabra y de la vista,
44
que se habría beneficiado también su descendencia . en el encomio de Gorgias, y la loa de la belleza y de los bienes que de
Si en el caso de Teseo la belleza de Helena venía a coronar el ejer- olla se derivan para el hombre, en el de Isócrates. La historia de Hele-
cicio de una virtud ejercitada en beneficio de la comunidad, y en el caso na, cada vez menos vinculada a condicionamientos de orden religioso y
de los pretendientes representaba una cualidad que todo hombre quisie- litoral, tendía a hacerse autónoma y a convertirse en un relato esencial-
ra encontrar en su propia esposa, en el caso de Paris parecía insepara- mente abierto y potencialmente capaz de desarrollar temáticas y signi-
ble del mismo ejercicio de la virtud y de los éxitos que se derivaban de nendos muy alejados también de los que están presentes en las versio-
los resultados. Considerada desde esta perspectiva, la figura de Helena nes más antiguas.
perdía los rasgos negativos que, de acuerdo con una tradición unánime

" Isocr., Hel., 42 y s. Una defensa y, quizá, también un elogio de Paris se encontraba
en una obra anónima, titulada Alexandros, que se cita varias veces en la Retorica de Aris-
tóteles. Se atribuía al personaje, del que quizá se alababa la fidelidad a Helena (1398 a, 22
y ss.), un caracter noble (1401 b, 20-23). Probablemente, el rapto se justificaba con el de-
recho, concedido a Helena por su padre, Tíndaro, de elegir al esposo que prefiriera (1401 b,
34-36) y quizá con la evocación de Teseo, al que la misma acción no le había procurado
mala fama (1397 b, 23-25).

115
VI

LA IMAGEN

Junto a la versión homérica, que presenta a Helena como el mo-


delo de la esposa infiel, existía en el mundo antiguo una segunda ver-
sión en la que los acontecimientos, aunque basados en premisas simi-
lares, tenían desarrollos bastante distintos. Se trata de la segunda gran
versión del mito, bien conocida en toda la época antigua y que reto-
man sobre todo autores de época arcaica y clásica. Según esta versión,
Helena nunca habría abandonado el palacio de Menelao para seguir a
Paris hasta Troya, adonde habría llegado sólo una imagen ficticia (un
eidolon) y, por ella, sólo los griegos y los troyanos habrían combatido
hasta la destrucción de la ciudad. Durante todo ese tiempo, la verda-
dera Helena habría permanecido alejada del escenario de la guerra, en
tierra egipcia, huésped respetada de un soberano local que la habría
mantenido a su lado, y sólo muchos años después habría sido restitui-
da a su legítimo esposo, Menelao, de regreso de la guerra de Troya.
La obra literaria más famosa en la que se narraba esta historia es la
Helena de Eurípides, pero la tragedia se limitaba a retomar —no sabe-
mos si alejándose mucho o poco del modelo— una versión más anti-
gua, contenida en la poesía de Estesícoro. Junto a estas dos narracio-
nes hay que recordar también el amplio tratamiento que Herodoto
dedicó a la guerra de Troya en el segundo libro de las Historias.
Pero antes de examinar este relato sería oportuno, sin embargo, en-
sayar algunas reflexiones sobre la historia de esta versión, ya que va-
rias cuestiones sugieren que Estesícoro no fue su inventor. En primer
lugar, parece improbable que un poeta arcaico introdujera por propia
iniciativa una versión del mito tan distinta de la tradicional. Dada la
gran flexibilidad que el relato mítico presenta en Grecia, hasta el pun-
to de hacerlo idóneo para adaptarse a las exigencias narrativas más di-
versas, raramente se introducen innovaciones que lleguen a contrade-

117
cir en puntos decisivos los datos de un relato famoso presente en la tra- miento más antiguo le siguieron dos obras, ambas conocidas por el
dición épica. Por tanto, aunque no dispusiéramos de otros testimonios, nombre de «palinodia», en las que los hechos tendrían un desarrollo di-
podríamos barajar la hipótesis de que Estesícoro se habría servido de ferente. En ambas se seguía la versión según la cual a Troya sólo ha-
una versión ya existente. Pero afortunadamente sobre este punto no bría llegado una imagen de la heroína, ya que la verdadera Helena habría
nos vemos obligados a proponer solamente conjeturas, ya que tenemos permanecido en Egipto durante toda la duración de la guerra. Allí ha-
realmente la noticia, trasmitida por un desconocido gramático bizanti- bría encontrado finalmente a su esposo Menelao, junto al que habría
no, según la cual el primero que habría introducido en el relato la ima- regresado a Esparta. Según una persistente tradición biográfica, que
l
gen (el eidolon) de Helena habría sido Hesíodo . El dato en sí no re- gozó de una gran fortuna en la Antigüedad, Estesícoro se habría visto
sulta extraño o poco creíble; lo que tendríamos más bien, en este caso, obligado a realizar esta nueva versión del tema por causa de un suceso
sería el problema de conciliar esta noticia con la versión que se en- extraordinario: golpeado por la ceguera, comprendió que la causa de su
cuentra en el Catálogo de las mujeres, obra atribuida a Hesíodo y que minusvalía era el resentimiento de Helena a la que él había acusado in-
nos ha llegado de forma fragmentaria, en la que se narraban las histo- justamente de adulterio. El poeta, entonces, cambió radicalmente su
rias de heroínas amadas por las divinidades. De hecho, en el Catálogo, versión de los hechos y, abandonado el viejo relato, compuso una nue-
se afirma que las tres hijas de Tíndaro —Timandra, Clitemestra y Hele- va obra en la que afirmaba que a Troya no llegó la verdadera Helena,
2
na— habrían traicionado a sus respectivos maridos . La noticia parece sino sólo una imagen suya. La aventura tenía así un final feliz: el poe-
admitir que en esta obra se habría seguido la versión homérica, pero ta recuperaba la vista y la heroína, exculpada de una infamante acusa-
son posibles otras soluciones. Se ha pensado, por ejemplo, que en el ción, su dignidad. Sobre los orígenes de esta tradición biográfica se ha
3
Catálogo estarían presentes distintas versiones del mito , pero también discutido largamente, porque parece dudoso que ésta entroncase con
podríamos pensar que el intercambio de la verdadera Helena con su hechos reales de la vida del poeta, pero sobre este punto hay varias hi-
i magen realmente no tenía por qué implicar su inocencia. Aunque no pótesis posibles5. Añadiremos que el desarrollo del relato, sea cual sea
\g se hubiera dirigido a Troya, Helena podía aparecer igualmente culpa-
su origen, parece que efectivamente implicaba la existencia, ya en el
\ ble por el hecho de haber seguido a Paris hasta Egipto. Esta segunda tiempo del poeta, de un mito sobre Helena distinto del homérico, pues
hipótesis no está en contradicción con los acontecimientos siguientes el resentimiento de la mujer no habría estado justificado si el poeta se
de la historia y, en conjunto, se presenta como la más probable. hubiera atenido a la única versión existente, sino sólo si en la obra más
Estesícoro trató el mito de la guerra de Troya en varias obras, pero antigua hubiera elegido la menos favorable para el personaje.
sólo conocemos algunos fragmentos de tradición indirecta, a los que se Durante mucho tiempo se ha pensado que Estesícoro habría dedica-
han añadido, en los últimos años, algunos breves textos papiráceos, que, do no dos, sino una sola obra al nuevo tratamiento del mito que presen-
en cierta medida, permiten completar el escaso conocimiento del poe-
ta. El caso del mito de Helena ilustra bien esta situación. En la obra Helena in der frühgriechischen Literatur, cit., pp. 120-122; G. Massimilla, «L 'Elena di Ste-
más antigua, que llevaba el título de Helena, el poeta narraba los hechos sicoro quale premessa a una ritrattazione», Parola del passato 45 (1990), pp. 370-381. A la He- V
lana de Estesícoro se ha atribuido un fragmento papiráceo de Oxirrinco publicado en 1990 (P.
según la versión más conocida. Contenía el rapto por obra de Teseo, el Oxv. 3876, fr. 35) en el que se loa a un personaje mítico cuya belleza se compara con la de una
juramento de los pretendientes a su mano, las bodas con Menelao y, divinidad, pero que se distingue por la inconstancia en el amor: véase W. Luppe, «Zum neues-
4
quizá también, el encuentro con Paris y la huida a Troya . A este trata- ten Stesichoros. P. Oxy 3876», Zeitschr. Pap. und Epigr. 95 (1993), pp. 53-58.
5
De esta tradición se conocen distintas versiones. Según la más difundida, el poeta supo
(lel resentimiento de Helena por el crotoniata Leónimo, el cual, herido en la batalla de la Sagra
1
Hes.fr. dub. 358 M.-W. (= Paraphrasis ad Lyc. 822). ( mediados del siglo vi), se retiró a la isla de Leuce, en el Ponto Euxino, para curarse. En otro
2 Fr. 176 M.-W. Timandra se había casado con el famoso rey arcadio Équemo, al que
viaje a la isla se encontró con él Helena que le ordenó ir a buscar al poeta y comunicarle la cau-
abandonó para seguir a Fileo, hijo de Augias, rey de la Élide. En la forma en la que nos ha sa de su resentimiento: Paus., III, 19, 11-13; Conon, FGrHist 26 F I (18); Hermias, ad Plat.,
llegado el Catálogo de las mujeres puede atribuirse a un poeta del siglo vi a.C., que se rela- Phaedr., 243 a. Según otra versión, el poeta se habría enterado del resentimiento de Helena en
cionaba con la tradición poética hesiodea: M. L. West, The Hesiodic Catalogue of Women, un sueño: Suda, s 1095, s. v. «Stesichoros». Sobre los orígenes de esta tradición se han aventu-
Oxford, 1985, pp. 164 y ss. 111( k ) varias hipótesis: véase, por ejemplo, U. von Wilamowitz Moellendorff, Sappho und
3 En una solución de este tipo pensaban C. Bowra («The two Palinodes of Stesichorus», motsides, Berlín, 1913, p. 241; A. M. Dale, Euripides. Helen, Oxford, 1967, p. xxiii; R. Kan-
en Class. Rev. 13 [1963], pp. 1-10 = On Greek Margins, Oxford, 1970, p. 96) y R. Kanniell( Nicht, Euripides. Helena: I. Einleitung und Text, cit., p. 38; B. Gentili, Poesia e pubblico nella
(Euripides. Helena: I. Einleitung und Text, Heidelberg, 1969, p. 24, n. 5), según el cual la no recia antica, cit., p. 178, y, por último, G. Cerri, «La "Palinodia" di Stesicoro e la cittá di Cro-
ticia presente en la paráfrasis a Licofrón recogería un versión posterior a Estesícoro, que se me: ragioni di un'innovazione mitica», en L. Pretagostini (ed.), Tradizione e innovazione ne-
habría creado sobre la base de este antecedente (interpolación rapsódica posestesicorea). na cultura greca da Otnero all'eta ellenistica. Scritti in onore di B. Gentili, vol. I, Roma, 1993,
4 Frs. 187-191 Page (ahora se pueden leer en la versión más reciente de M. Davies, Poe p, 329-345, el cual da un valor total a la indicación de Pausanias sobre el origen crotoniata de
tarum Melicorum Graecorum Fragmenta I, Oxonii, 1991); G. B. Schmid, Die Beurteilung dei leyenda. Sobre las relaciones con el pitagorismo antiguo véase aquí pp. 160-161.

118 119
taba a Helena como adúltera. Sin embargo, el hallazgo de un papiro ha elementos presentes en la obra del poeta. Helena acusaba al poeta de
permitido reconstruir de manera distinta la peripecia. Hoy podemos haber narrado un relato falso por su cuenta y riesgo, negaba la acusa-
afirmar que muy probablemente, después de la composición de la He- ción de adulterio implícita en la tradición de su huida de Esparta junto
lena, Estesícoro dedicó otras dos obras al mismo tema y que el relato con Paris y le pedía al poeta una retractación. Para que el personaje
seguía cada una de las veces un desarrollo diferente. El texto del papi- viese satisfechas sus peticiones era necesario disipar toda duda sobre
ro —correspondiente a un comentarista antiguo— recoge la opinión de un estas circunstancias. Es probable, entonces, que la primera de las pali-
gramático peripatético, Cameleonte, que habría vivido entre el siglo w nodias de Estesícoro resultase insuficiente precisamente sobre este
y el siglo lit a.C., siendo autor de varias obras sobre la vida de los poe- punto. Aunque Helena no hubiera llegado a Troya, en cualquier caso,
tas (entre ellas una dedicada a Estesícoro)6. Recogemos la traducción de sí había abandonado por voluntad propia la casa de su esposo y había
la parte inicial, que afecta directamente a nuestro tema: seguido a Paris hasta Egipto. Por algunos testimonios que se referían
Critica [scilicet Estesícoro] Homero porque hizo llegar a Helena a probablemente a esta versión del mito, conocemos que fue exactamen-
Troya y no su imagen, en la otra [«palinodia»] critica a Hesíodo; dos te en esta ocasión, cuando la pareja hizo una parada en Egipto, el mo-
son de hecho las palinodias diferentes entre ellos y de una el inicio es
éste: «Aquí nuevamente oh diosa de la danza y del canto», de la otra • mento en que el rey del lugar, Proteo, le arrebató a Helena a Paris dán-
dole a cambio el eidolon con el que el joven volvió a zarpar hacia
«muchacha de alas de oro», como escribió Cameleonte. El mismo Es- Troya9. Esta versión, al igual que la homérica, no ofrecía la imagen de
tesícoro afirma que la imagen (eidolon) llegó a Troya, mientras que
1*
una mujer fiel: simplemente, Helena le era sustraída a Paris, igual que
Helena permaneció junto a Proteo7. éste se la había quitado antes a su legítimo esposo. Una revisión de este
Así pues, Estesícoro compuso dos obras que tenían como objeto un tipo, que se limitaba a negar la presencia de Helena en Troya, no podía
nuevo tratamiento de la versión más antigua: en la primera criticaba la satisfacer las peticiones de la mujer. Sólo una versión en la que el per-
versión de Homero, en la segunda la de Hesíodo. La cita de los versos sonaje fuese del todo inocente podía aplacar su resentimiento y devol-
8
iniciales de las dos composiciones constituye una referencia concreta , verle la vista al poeta. Era necesario, pues, volver sobre el tema, exi-
que no debería dejar dudas sobre el hecho de que Cameleonte leía dos
composiciones distintas que trataban del mismo tema. El texto confirma, 1 mir a Helena de toda culpa, afirmando que no había seguido a Paris ni
a Troya ni a Egipto y restituirle la «buena fama» a la que aspiraba.
además, que el personaje de Proteo figuraba ya en la obra de Estesícoro;
junto a este rey egipcio, Helena pasó el largo periodo que comenzaba
con la guerra de Troya y terminaba con la llegada de Menelao a Egipto.
e Si aceptamos esta reconstrucción podemos identificar en la segunda
palinodia la obra en la que Estesícoro propuso por primera vez esta ver-
sión del mito. Esta solución encuentra su confirmación en el pasaje del
Si Estesícoro, en las dos palinodias, criticaba respectivamente a Fedro platónico que probablemente recoge el inicio de la composición:
Homero y a Hesíodo, parece verosímil que en las dos obras hubiera se-
guido versiones distintas entre sí. Ahora, si bien es cierto que las dife- • No es cierto ese decir,
rencias respecto a la versión homérica son evidentes (Estesícoro soste- ni embarcaste en las naves de buena cubierta,
nía que sólo el eidolon de Helena habría seguido a Paris hasta Troya),
4
ni llegaste a la roca de Troya").
no puede decirse lo mismo de la versión hesiodea. Una solución para
este problema podría estar en la revisión de los escasos fragmentos que La insistente negación refuerza el rechazo de una historia que en
nos han llegado a la luz de los elementos de la tradición biográfica que, el pasado había sido asumida por el mismo poeta. Especialmente el
siendo poco fiable desde el punto de vista histórico, tenía origen en los segundo verso («no te subiste a las naves de sólidos bancos») excluye
toda participación de Helena en un viaje a ultramar. Con esta afirmación,
6
Ath., XIV, 620 c (= fr. 28 Wehrli). el poeta se distanciaba no sólo de la versión homérica, sino también de
7
La primera publicación es la de Page en los Poetae Melici Graeci (Oxford, 1962),
fr. 193. El texto fue publicado al año siguiente en la serie de los papiros de Oxirrinco, edi-
tados por el mismo Page (vol. XXIX [1963]). 9
Tzetz. ad Lyc., 112, 113; Serv., ad Aen., 1651.
8 Se trata en ambos casos de una invocación a la divinidad inspiradora del canto: la
lo Fr. 192 Page (= Plat., Phaedr., 243 a), con los testimonios relativos recogidos en el apa-
musa, en el primero de los casos, y probablemente la sirena en el segundo; véase G. Cerri, rato crítico; además M. Davies, Poetarum Melicorum Graecorum Fragmenta, cit., fr. 192 (p.
«Dal canto citarodico al coro tragico: la "Palinodia" di Stesicoro, l'"Elena" di Euripide e le 177). Platón evocaba esta versión del mito también en la Republica (586 c). Para la interpreta- V
sirene», en Dioniso 55 (1984-1985), pp. 160-163, el cual advierte que las alas de oro no son eión que seguimos aquí, véase sobre todo F. Sisti, «Le due palinodie di Stesicoro», Studi Urbi-
un atributo de las Musas, sino de las Sirenas: cfr. Eur., fr. 911 N.2, Ov., Met. v 559 y s. Esta nati 1 (1965), pp. 304-312 (que, sin embargo, pone en duda la ascendencia «hesiodea» de la
tesis explicaría bien la mención de las Sirenas en la Helena de Eurípides (v. 169). versión estesicorea); B. Gentili, Poesia e pubblico nella Grecia antica, cit., p. 177, n. 27.

120 121
la «hesiodea» que, admitiendo igualmente la presencia del eidolon, tenía otro soberano, Ton, en el viaje de vuelta a Esparta después de la con-
más probabilidades de ser confundida con la que él intentaba proponer. quista de Troya. Según la versión de Helánico, al principio, el griego
Un interesante pasaje de Dión de Prusa distingue netamente las dos ver- fue amigablemente recibido, pero cuando Ton vio a Helena se vio
siones: «Vosotros decís que Estesícoro, en el poema siguiente [scilicet las inundado por el deseo de poseerla e intentó violentarla; Menelao se
palinodia] afirma que Helena no había ido en barco a ningún sitio en dio cuenta de ello y no dudd en matar a un rey tan poco respetuoso de
absoluto, otros afirman, en cambio, que fue raptada por Alejandro y que los derechos de los huéspedes 14. Es probable que narraciones simila-
llegó aquí hasta nosotros en Egipto»". Se trataba de dos versiones simi- res aparecieran también en la obra de Hecateo, pero no nos ha llegado
lares, que admitían ambas la sustitución de Helena con el eidolon, pero ninguna noticia. Sin embargo, Hecateo muestra que conoce la parada
que se diferenciaban en un punto importante: la una admitía que Helena de Helena y Menelao en Egipto, que sacaba a colación del comenta-
habría llegado con Paris hasta Egipto, la otra excluía todo viaje común rio sobre algunos topónimos —Faros, Canopus, Helenio— que ponía en
de la pareja. Añadiremos que el mismo pasaje del Fedro, afirmando que relación con la presencia griega en las cosas egipcias' 5.
Estesícoro recuperó la vista «después de haber compuesto toda la lla- Presente en la obra de Hecateo y retomada en los Troiká (o en los
mada palinodia», sugiere que existía una obra en la que el nuevo trata- Nostoi) de Helánico, la historia de Helena no podría faltar en la obra
miento de los hechos había sido incompleto. de Herodoto, que dedicó a Egipto un libro entero de las Historias.
La simple revisión de la versión «hesiodea» difícilmente le habría Esta narración se distingue por el espacio dedicado al episodio (bien
procurado al poeta la fama que consiguió con la segunda. De hecho, a gusto nueve capítulos del logos egipcio)16 y por el punto de vista
ésta era la que, al desmontar la imagen de Helena sobre un punto esen- adoptado por el autor: el de los sacerdotes del santuario de Hefesto (o
-
Vcial —la fidelidad absoluta a Menelao— resultaba profundamente inno- bien del egipcio Ptah) en la ciudad de Menfis. La narración comenza-
vadora: la heroína no había sido nunca la famosa adúltera de los poe- ba a propósito de la mención del recinto dedicado a Proteo, que se en-
mas homéricos, de modo que había que considerar falsas y calumniosas contraba en esta ciudad. En su interior se encontraba el santuario de-
las historias que narraban su huida con Paris, a Troya y a Egipto. En- dicado a Afrodita «extranjera», en la que Herodoto reconocía a la griega
contramos aquí por primera vez un personaje esencialmente nuevo, ca- Helena, pero que probablemente debería identificarse con Astarté, la
paz de asegurar al poeta una fama duradera. Esta versión, oscureciendo divinidad venerada por los fenicios que habitaban un barrio en los ale-
el relato más antiguo, ponía las bases para la afirmación de esta tradi- daños del santuario (cap. 112, 2)17.
ción biográfica que apareció consolidada en el Fedro platónico. Según el relato de los sacerdotes egipcios, Paris y Helena, mien-
Desde el momento en el que Helena abandona Grecia y se despla- tras navegaban hacia Troya, se vieron empujados por los vientos ha-
za a Egipto, interviene un tercer personaje, Proteo, el rey egipcio que cia las costas de Egipto, y en concreto hacia la boca canópica del Nilo. 7
le arrebata a Helena a Paris y la mantiene junto a sí durante toda la En la playa en la que fondearon se elevaba un santuario de Heracles
guerra de Troya. Sería interesante averiguar cómo se había producido
el cambio de la versión más antigua, pero sobre este punto los textos 14
Hellan., FGrHist 4 F 153; cfr. Eust., ad Od., IV, 228, p. 1493, 56 y ss. Un rey de nom-
no proporcionan muchas informaciones. Según la hipótesis más vero- bre Ton es mencionado también en la Odisea como esposo de Polidamna. De ella había reci-
símil, Proteo se apoderaba de la mujer por medio del engaño. Esta te- bido como regalo Helena los pharmaka de los que hará uso con ocasión de la visita de Telé-
maco a Esparta (IV, 227 y s.). Cfr. Strab., XVII, I y s. (800 y s.); Steph. Byz. s. v. «Thonis»; F.
sis está sugerida en un pasaje de Elio Arístides, donde se cita a los tro- Jacoby, Die Fragmente der griechischen Historiker I a («Kommentar»), Leiden, 1957, p. 369.
yanos que, en la versión de Estesícoro, conducían al eidolon a Troya 15
Hecat., FGrHist I F 307-309. Otros testimonios y análisis de los textos en F. Jacoby,
«como si se tratara de la verdadera Helena»' 2. La noticia se puede po- Die Fragmente der griechischen Historiker, cit., p. 369; R. Kannicht, Euripides. Helena: I.
ner en relación con la de un comentarista tardío de la Eneida (Servio Einleitung und Text, cit., p. 45. Sobre la ambigua acogida dispensada a los griegos en tierra
egipcia se puede recordar la leyenda de Heracles y Busiris: Pher. FGrHist 3 F 17; Her., 11,
Danielino), en la que se afirma que, cuando Paris y Helena llegaron a 45; [Apollod.] Bibl., II, 11.
Egipto, Proteo, recurriendo a sus artimañas, forjó una imagen ficticia lb
Her., II, 112-120.
de Helena a la que intercambió con la verdadera, sin que Paris se die- 17
Los egipcios reconocían en ella una divinidad de su pantheon (quizás Hathor o Sekh-
met, esposa de Ptah); de ahí la denominación de «extranjera». Sobre la naturaleza del culto
ra cuenta de ello' 3. Una acogida similar le dispensó a Menelao en tierra véase H. Herter, RE XXIII, I (1957), s. v. «Proteus», coll. 953-955; R. Kannicht, Euripi-
des.Helena: I. Einleitung und Text, cit., p. 43; A. B. Lloyd, Herodotus. Book II (Commentary
I I Dio., Or., XI, 41. 99-182), Leiden, 1988, pp. 43-45 (y los textos ahí citados). El santuario estaba nombrado
12
Arist., Or., XLV, 54 (II, 72 Dindorf); cfr. Or., XIII, 131 (1, 212 Dindorf). también por Estrabón (XVIII, 31 [807]), que propone ya la identificación con Afrodita o con
13
Serv. Dan., Ad Aen., 1651 «... et nescio quibus disciplinis phantasma in similitudi- Selene. En los papiros del santuario de Menfis lleva el nombre de Aphrodision (A. B. Lloyd,
nem Helenae formatum Paridi dedisse [sc. Proteum]». Cfr. Tzetz. ad Lyc., 112, 113. Herodotus. Book II [Commentary 99-182], cit., p. 45).

122 123
que gozaba del derecho de asilo: los siervos que acompañaban a Pa- Este punto entraba en franca contradicción con un elemento importan-
ris aprovecharon la circunstancia favorable, se refugiaron en el tem- te de la versión griega, pero los sacerdotes, para mantener la credibili-
plo como suplicantes del dios y acusaron a su patrón ante los sacer- dad de su relato, aducían un testimonio de especial autoridad: el del
dotes y al gobernador local, que aquí tiene el nombre de Thonis (113). mismo Menelao, que, tras el final de la guerra, llegó a Egipto para re-
La acusación que le hacían era la de haber cometido una injusticia ha- coger a la mujer que no había encontrado en Troya. Según este «testi-
cia Menelao por el rapto de Helena, y, con el fin de resultar más con- monio ocular», que constituye la continuación natural de la versión de
vincentes, expusieron en detalle toda la historia (113, 3). Thonis evi- los sacerdotes, después de que el ejército griego llegara a Troya y acam-
tó tomar una decisión, y prefirió enviar a un mensajero a Menfis para para delante de la ciudad, se envió una embajada a los troyanos para
informar de lo sucedido al rey Proteo. Éste les ordenó enviarle a Paris reclamar la restitución de Helena y de los tesoros, de la que formaba
para que pudiera escuchar lo que tuviera que decir en su defensa
(114). Interrogado por el rey, Paris intentó justificar sus acciones, pero 1 parte el propio Menelao, ya que estaba especialmente involucrado en
el caso. Los troyanos, naturalmente, no podrían restituir a una mujer que
fue desenmascarado definitivamente por sus siervos. Después de ha- se encontraba entre ellos y respondieron que Helena y todas las riquezas
ber escuchado a las partes, Proteo pudo emitir su juicio: Paris había se encontraban en Egipto con el rey Proteo. Pero a pesar de haber di-
violado los derechos del huésped, había sustraído de su casa a una cho la verdad y haber acompañado sus palabras con juramentos, no se
mujer que no le pertenecía incitándola a realizar una acción impía, y les creyó y los griegos, que se sentían burlados, continuaron con su
había saqueado sus riquezas. Por culpas así de graves, la pena justa se- asedio hasta que tomaron la ciudad. Sólo en ese momento, al no en-
ría la muerte, pero él consideraba especialmente grave el asesinato de contrar dentro a Helena, comprendieron que los troyanos no habían
un huésped. Sin embargo, no consentirá que Paris saque provecho de mentido y enviaron a Menelao hasta Egipto a los dominios de Proteo' 8.
su delito, de modo que la mujer se quedaría en Egipto y sería entre- Considerada en su conjunto, la versión de los sacerdotes de Menfis
gada a su legítimo esposo, cuando se presentara a recogerla. A Paris, parece condicionada por una única exigencia: la de salvar el buen nom-
por tanto, se le conminaba a abandonar el territorio egipcio junto a sus bre de Proteo y la de reivindicar la justicia de su comportamiento ante
compañeros en el plazo de tres días (115). los relatos calumniosos de los griegos. Mientras para éstos Proteo era
La figura de Proteo aparece aquí muy diferente de la que resulta una figura engañosa y violenta, los sacerdotes egipcios, refiriéndose a
familiar en el mundo griego. El personaje ambiguo y violento se ve la misma versión del mito, atribuían idénticos defectos a griegos y tro-
sustituido por un soberano que inspira su conducta en los más altos yanos. El mismo Menelao, que se había beneficiado tanto de la ayuda
criterios de moralidad. Proteo intenta restablecer la justicia que Paris de los egipcios, fieles custodios de Helena en los largos años de la gue-
ha violado repetidamente: su mayor culpa no es la de haber raptado a rra de Troya, no mostró reconocimiento alguno hacia sus benefactores.
Helena y robado sus tesoros, sino la de haberla engañado hasta indu- Llegado el momento de dejar Egipto, ya que no había condiciones at-
cirla a abandonar su casa y a su esposo (115, 4). Las insistentes de- mosféricas favorables, no dudó en sacrificar a dos niños de la zona para
claraciones de respeto por la justicia en este contexto resultan incluso propiciar a los vientos. A continuación partió con sus naves hacia Libia,
excesivas. Surge la sospecha de que la práctica de la justicia enfatiza- odiado y perseguido en vano por los egipcios (119, 2 y s.). Esta con-
da de esta manera estuviera dictada, más que por el deseo de salvar el e Ilusión de la historia, con la huida precipitada del héroe de un país que
buen nombre de Proteo, por la necesidad de permitir que Paris partie- acabó siéndole hostil, recuerda el final de la Helena euripidea, aun-
ra incólume de Egipto, desde luego sin Helena, pero en condiciones que el contexto general y las motivaciones sean profundamente distintas
de alcanzar Troya y tomar parte en los acontecimientos que se segui- en ambos casos. La versión herodotea está claramente orientada a ofre-
rían. Era lo que estaba previsto en la versión tradicional, que los sa-
cerdotes intentaban corregir en un punto importante, pero no desbara-
tarla hasta hacerla irreconocible. Una narración replanteada de esta 18
Her., II, 118. Sobre este pasaje, y en general sobre la versión seguida por Herodoto para
manera implicaba, sin embargo, la introducción de otro notable ele- la guerra de Troya, véase J. W. Neville, «Herodotus on the Trojan War», en Greece and Rome,
ser. II, 24 (1977), pp. 3-12 (que, sin embargo, hace hincapié en las diferencias entre Herodoto
mento de contraste. Si Paris dejaba Egipto gracias a la pura benevo- y Homero); E. Vandiver, Heroes in Herodotus. The interaction of Myth and History, Francfort
lencia del rey, sin alegar ningún derecho sobre Helena, la presencia del Meno, Berna, Nueva York, París, 1991, pp. 124-130. La versión seguida por Heródoto vuel-
del eidolon se convertía también en un elemento superfluo. En la ver- ve a aparecer en la Vida de Apolonio de Tiana de Filóstrato (IV, 16), pero con una ligera dife-
sión herodotea, Proteo no tiene ninguna necesidad de tramar engaño rencia: los griegos se enteran de la ausencia de Helena antes de la caída de la ciudad, pero con-
tinúan luchando por una cuestión de honor. En el Heroico, del mismo autor, el motivo de la
alguno en perjuicio de Paris, ni de cambiar a Helena por su imagen. continuación de la guerra habrían sido las riquezas que se atesoraban en Troya (XXV, 12).

124 125
cer una imagen negativa del personaje: el héroe, que en la versión de sacerdotes egipcios, admitía que la mujer había abandonado la casa de
Helánico mataba a Proteo para defender a su esposa de un intento de vio- Menelao y había seguido a Paris hasta Egipto. Entre las dos versiones
lación, se presenta a su vez como desagradecido y violento. no puede reconocerse una derivación directa. A partir de la historia que
Es imposible leer este relato herodoteo sin sentirse impresionados contemplaba el cambio de Helena por su imagen, se podían construir
por el interés del autor por una versión del mito recogido en tierra ex- distintos relatos y con personajes caracterizados de manera diferente.
tranjera, al que le falta una sorpresa final: un relato aparentemente La misma presencia del eidolon, aunque constituyera un elemento to-
único y desconocido para los griegos resulta más creíble que la ver- talmente característico, podía eliminarse si se consideraba que resulta-
sión homérica. La aceptación por parte de Herodoto de esta versión se ba incompatible con las cambiantes exigencias del relato, por ejemplo,
debe al hecho de que, en conjunto, resulta más coherente y, por lo tan- con los sentidos de equidad y de justicia atribuidos a Proteo en la ver-
to, más verosímil en las motivaciones generales y en el comporta- sión egipcia. La comparecencia, en el ámbito de la misma narración,
miento de los personajes (120). Si Helena se hubiera encontrado en del «rey justo» y de la imagen de la mujer encontraron un nuevo equi-
Troya, lógicamente habría sido devuelta a los griegos, se hubiera librio en la elaborada trama de la Helena euripidea.
opuesto Paris o no. Herodoto se plantea aquí una pregunta de carácter La versión propuesta por Estesícoro en la segunda palinodia gozó
general que le puede parecer lógica también al lector moderno de Ho- de una fama notable en la Antigüedad, y para probarlo bastarían las
mero. ¿Por qué Príamo, Héctor y los troyanos no devolvieron a Hele- numerosas referencias de distintos autores a lo largo de toda la época
na, ni siquiera ante los peligros de una guerra inminente, que ponía en antigua. Fue retomada por Eurípides en la Helena, representada por
peligro sus vidas y las de sus hijos? Aunque al principio hubieran in- primera vez en Atenas en el 412 a.C. Sobre la base de estas versiones,
fravalorado las consecuencias de la guerra, deberían haber mostrado Eurípides construyó una trama bastante variada, rica en aconteci-
una conducta más razonable después de ver cómo el conflicto provo- mientos y golpes de efecto, que no dejó de impresionar al público
caba tantos muertos, muchos de los cuales pertenecían a la misma fa- contemporáneo, como muestra la parodia que hizo de ella Aristófanes
milia del rey. Una decisión de este tipo no se comprendería ni siquie- en las Tesmoforiantes20 . La tragedia está articulada en dos partes: la
ra aunque Helena fuera la amante del mismo Príamo. Herodoto saca primera termina con el reencuentro de los dos esposos después de la lar-
la conclusión de que, si eso no sucede, el motivo se encuentra en la ga separación, la segunda comienza con los preparativos para la fuga
i mposibilidad que tenían los troyanos de satisfacer las peticiones de y termina con la salida de Egipto y el feliz retorno a la patria. Las dos
los griegos (120, 5). Y es básicamente por esta razón por la que la ver- secciones no se contraponen simplemente, ni están simplemente cons-
sión egipcia, surgida, como se ha dicho, por razones bien distintas, truidas sobre la identidad de los personajes y el desarrollo de la ac-
termina por preferirse a la más autorizada narración de Homero. ción, sino que aparecen integradas también en el plano temático y es-
Queda por considerar un último punto. Si el relato herodotiano re- tructural, lo que contribuye al éxito total del drama.
presenta la forma racionalizada de la versión que contemplaba la susti- La presencia del modelo estesicoreo se advierte en varios momen-
tución de la verdadera Helena por su imagen y si este elemento también tos de la acción: por ejemplo, en la formulación negativa con la que
figura en la obra de Estesícoro, ¿por qué este poeta nunca es recordado? Helena muestra repetidas veces la necesidad de alejar de sí una acu-
La pregunta resulta todavía más legítima si se tiene en cuenta que en sación infamante21 . No se trata de una redundancia superflua: al prin-
la narración de Herodoto se reconoce el éxito de una interpretación de la cipio del drama, Helena se presenta como un personaje que, aunque
versión estesicorea19. Después de las reflexiones de las páginas prece- exenta de culpa, no puede demostrar su inocencia. Durante muchos
dentes, esa ausencia es menos inesperada. La fama de esta versión es- años ha sido huésped en Egipto en el palacio de Proteo; pero el viejo
taba ligada al hecho de presentar a una Helena totalmente inocente (se- soberano ya ha muerto y el reino lo ha heredado su hijo Teoclímeno,
gunda palinodia), mientras que Herodoto, adoptando la versión de los
20
Aristoph., Thesm., 849 y ss., donde el personaje euripideo se presenta como el de la
19 Ésta es la interpretación preponderante: véase por ejemplo F. Jacoby, Die Fragmen- «nueva Helena» (v. 850). Para un examen más amplio de la tragedia euripidea remito al tra-
te der griechischen Historiker, cit., p. 369; H. Herter, RE XXIII, cit., col. 955; cfr. Dale, Eu- bajo de C. Brillante, «Elena da Stesicoro a Euripide», en Fontes 7-8 (2001).
ripides. Helen, cit., p. xviii; R. Kannicht, Euripides. Helena: I. Einleitung und Text, cit., pp.
21
Hel., 582, 666-668, 720 y s., 1507-1511. Sobre la presencia del modelo estesicoreo en
46 y ss.; N. Austin, Helen of Troy and her Shameless Phantom, cit., pp. 127-132. La tesis la Helena de Eurípides véase, además del comentario de R. Kannicht (Euripides. Helena: II.
contraria ha sido sostenida por J. Vürtheim (Stesichoros'Fragmente und Biographie, cit., pp. Kommentar, Heidelberg, 1969), G. Monaco, «La nuova Elena», en Letterature comparare.
66 y s.) y por M. Becker (Helena, ihr Wesen und ihre Wandlungen im klassischen Altertum, Studi in onore di E. Paratore, Bolonia, 1981, pp. 144-151; G. Cerri, «Dal canto citarodico al
cit., pp. 80-87). coro tragico: la "Palinodia" di Stesicoro, l' "Elena" di Euripide e le sirene», cit.

126 127
un joven intemperante que aspira a casarse con la bella extranjera. He- en el drama un primer elemento de ambigüedad. Una parte de los per-
lena, hasta ese momento, ha permanecido fiel a Menelao, a pesar de sonajes —los egipcios— saben bien que la verdadera Helena está entre
que un rumor tan difundido como inmerecido afirmara que había hui- ellos; los griegos llegados a Egipto, en cambio, consideran que Helena
do a Troya con Paris. Pero los hechos, en realidad, se habían desarro- es lo que en realidad es el eidolon de la mujer. Helena, a su vez, reco-
llado de otra manera. En la competición de belleza entre las tres dio- noce en Menelao al esposo esperado, pero no consigue convencer a los
sas, Paris, al asignar la victoria a Afrodita, había desencadenado el
resentimiento de Hera, y ésta, que llevó mal la derrota, intentó desar-
ticular el premio que se le había prometido. De este modo, Hera no le
e recién llegados, a Teucro y al propio Menelao, de que ella es en reali-
dad la verdadera Helena. Luego, Teoclímeno, el actual poseedor de la
mujer, conoce la identidad de la verdadera Helena, pero no tiene noti-
entregó a Paris a la verdadera Helena, sino una especie de imagen vi- cia de la llegada de Menelao. El único personaje que conoce toda la si-
viente, hecha de la misma materia que el cielo (v. 34), que era similar tuación en todos sus aspectos es precisamente Helena, la verdadera pro-
en todo a Helena, pero que, sin embargo, no era más que «una vana apa- tagonista del drama, que, sin embargo, ni siquiera tiene crédito y ve
riencia» (v. 36). Y el engaño tuvo éxito: Paris se llevó consigo a Tro- impedida cada iniciativa suya por la presencia del eidolon. Por tanto, en
ya el eidolon de la mujer, cambiándolo por la verdadera Helena; ésta, la primera parte de la tragedia se asiste a un subseguirse de equívocos y
a su vez, había sido trasportada por Hermes, envuelta en una nube, al a la búsqueda afanosa de una clarificación que, dadas las premisas, tie-
palacio de Proteo, donde todavía se encontraba (vv. 44-46). Allí espe- ne escasas posibilidades de éxito. La acción, realmente, llegará a una
ró Helena a su esposo durante unos diecisiete años: los que dan como clarificación sólo gracias a la intervención del eidolon.
resultado si a los diez de la guerra troyana se añaden los siete que Me- Después de la llegada de Menelao a Egipto, el eidolon ya ha cum-
nelao pasó vagando por el Egeo22. Sin embargo, mientras vivió Pro- plido la función que le había sido asignada por los dioses, de modo que
teo, el viejo rey presentado aquí como ejemplo de sabiduría, la desazón puede desaparecer disolviéndose en el aire, pero antes anuncia que la
de Helena se había visto compensada con una relativa tranquilidad; desventurada hija de Tíndaro, aún sin haber cometido culpa alguna, ha
pero, después de su muerte, la mujer debe hacer frente a los insisten- sufrido las consecuencias de la mala fama (vv. 605-615). Cuando el
tes requerimientos de su hijo, el joven Teoclímeno, que quiere a toda mensajero lleva esta noticia a Menelao, desaparece toda duda sobre la
costa hacerla su esposa (vv. 60-63)23. identidad de la verdadera Helena. La pareja, que se ha vuelto a encon-
La situación inicial resulta, por tanto, bastante comprometida y pa- trar, puede manifestar su alegría con un canto a dos voces, más bien
rece dejar poco espacio a las iniciativas de la protagonista. En este mo- raro en la tragedia griega, marcado por un gran pathos (vv. 625-697).
mento se sitúa la llegada de los griegos, y, en especial, la intervención Con el reencuentro de la verdadera Helena con Menelao, la primera
de Menelao, que da un nuevo giro a la acción. En un segundo prólogo, parte del drama puede considerarse concluida, pero nuevas dificultades
que sigue a la retirada de Helena y del coro de la escena, es él el que na- esperan a la pareja. Teoclímeno, de hecho, no había saludado la llega-
na las desventuras que siguieron a la guerra de Troya (vv. 386 y ss.). da de Menelao, ni había por ello renunciado a sus planes de boda con
Después de un largo peregrinar, cuando creía que ya estaba próxima su Helena; por tanto, la pareja se encuentra en nuevas dificultades, dicta-
llegada a la patria, Menelao se vio obligado por un naufragio a pedir asi- das esta vez por la necesidad de abandonar un país potencialmente hos-
lo en una tierra desconocida; ha perdido la nave salvándose a duras pe- til sin disponer de medios propios. En estas circunstancias, es inútil in-
nas con unos pocos compañeros y con Helena, a la que, prudentemen- tentar una acción de fuerza, como propone en un primer momento
te, ha escondido en una gruta y la ha confiado a la custodia de los que han Menelao (v. 810). La única posibilidad de salvación queda relegada a
sobrevivido (vv. 424-427). Naturalmente, Menelao no lleva consigo a la la preparación de un plan que pueda modificar la voluntad del rey (v.
verdadera Helena, sino a su imagen, el eidolon que había seguido a Paris 813), y de ello se encargará la misma Helena, que conseguirá así aban-
a Troya y que había recuperado tras la conquista de la ciudad. Pero todo donar Egipto junto con su recién recuperado esposo.
esto no podían saberlo ni Menelao, ni sus compañeros. Esto introduce La Helena euripidea no sólo representa la versión ampliada con
rasgos novelescos de la versión estesicorea del mito, sino que más bien
supone el punto de partida para el tratamiento de un tema nuevo, que
22
Hel., 111 y s., 775 y s.; cfr. Od., IV, 81 y s.
23
Las expresiones usadas para definir el insistente cortejo del joven se toman del léxico
apoyaba las tendencias de la tragedia euripidea posterior. En el drama,
de la caza: véase, por ejemplo, vv. 314, 544 y s., 1175 y s., 1238, con las reflexiones de Ch. junto a la versión estesicorea, está claramente presente la versión ho-
Segal, «The two Worlds of Euripides' Helen», Trans. Am. Philol. Ass. 102 (1971), p. 583. He- mérica, que aquí no constituye tanto sólo un punto obvio de referencia,
lena, por tanto, se ve obligada a adoptar una estrategia defensiva, que no dañe a Teoclímeno y algo obligado en cierto modo para cualquiera que se hubiera decidido
que, al mismo tiempo, la ponga al amparo de las consecuencias de una caza no deseada.

128 129
a tratar el tema de la guerra troyana, sino que se convierte en parte in- griega. Y, sin embargo, el personaje, capaz de valorar con lucidez la si-
tegrante de la acción, determinante tanto para las ambigüedades ini- tuación real y animada por una sincera solidaridad hacia su esposo,
ciales como para el esclarecimiento final. Teucro y Menelao, después aparece marcado, al principio del drama, por una fuerte ambigüedad
de haber desembarcado en Egipto, están convencidos de llevar consi- que bloquea toda su iniciativa. El nombre de Helena evoca, en esta fase
go a Helena, recuperada después de diez largos años de una guerra que de la acción, no sólo al personaje real, sino también a su imagen, el ei-
ha costado un sin fin de dolores y, lógicamente, defienden tenazmente dolon que aquí desempeña las funciones clásicas del «doble»: una se-
esta tesis ante los argumentos con los que la verdadera Helena intenta gunda persona en todo similar a la primera que, superponiéndose y
persuadirlos de lo contrario. En sus juicios, como en sus caracteres, se sustituyéndola, genera confusión y desconcierto. Esta condición ya
presentan como personajes de cuño homérico, fuertemente marcados aparece claramente trazada al principio del drama, en los dos encuen-
por la dura experiencia reciente y firmemente anclados en los valores tros que tiene con Teucro, que también ha desembarcado en Egipto en
heroicos de los que hacen depender los éxitos obtenidos. El mundo en el curso del viaje que lo conducirá a Chipre (vv. 68 y ss.), y después
el que Helena ha vivido durante largo tiempo y en el que parece, al me- con Menelao (vv. 541 y ss.). En ambos casos, Helena ve cómo su in-
nos en parte, integrada —el Egipto que recuerda a la versión estesicorea terlocutor niega su propia identidad. Ellos reconocen su semejanza con
del mito— resulta radicalmente distinto. Junto al justo Proteo, fiel eje- el personaje que han traído de Troya y se maravillan de ello, pero sólo
cutor de las órdenes divinas, que sigue el modelo del personaje he- en este último reconocen a la verdadera Helena.
rodoteo, encontramos al violento Teoclímeno, despreciador de los El extravío inicial nace del hecho de que, en ambos casos, los per-
derechos de los huéspedes y agobiante pretendiente de la mujer. La sonajes no pueden confiar plenamente en sus percepciones visuales.
tradicional ambigüedad, que en las versiones anteriores caracterizaba a Teucro se ve súbitamente impresionado por la fuerte semejanza de la
la figura de Proteo, se distribuye aquí entre figuras distintas, la del pa- mujer con la Helena que se encontró en Troya (vv. 74 y s.), pero se nie-
dre y la del hijo, que presentan rasgos contrapuestos. Junto a Teoclí- ga a pensar en otra cosa que no sea una casualidad, porque tiene un vivo
meno, su hermana Teónoe aparece como la verdadera heredera de las recuerdo de la mujer recuperada en Troya por Menelao, que había sido
virtudes paternas24, cuyos rasgos aparecen, en su figura, todavía más arrastrada por el cabello hasta las naves (v. 116). Las intervenciones de
acentuados, ya que en ella se unen un elevado conocimiento, que la Helena no hacen abdicar a Teucro de sus convicciones. Al principio,
eleva más allá de la condición humana, y una práctica asidua de la vir- ella sospecha que el héroe refiere un episodio que había escuchado en
tud y de la justicia. Cuando Helena se dirige a ella para realizar el plan boca de otros (v. 117), pero ante la respuesta negativa de Teucro, que
concebido para su fuga (vv. 921-923), Teónoe no le negará su apoyo (v. afirma haber asistido personalmente a la escena, le expresa su convic-
998 y ss.). Estos dos mundos que se enfrentan en tierra egipcia perma- ción de que quizás haya sido víctima de una visión suscitada por los dio-
necen, en el drama euripideo, profundamente extraños el uno al otro. ses (v. 119) y, ante la nueva negativa del héroe, llega a poner en duda su
Una función de mediación podría haber sido desarrollada solamente propia capacidad de juicio25. Pero no vale de nada insistir. Teucro pe-
por Helena, puesta en el centro de la acción, pero el personaje no pue- rentoriamente concluye afirmando lo que ha visto con sus propios ojos
de desempeñar este papel, porque una aclaración total comprometería y que la mente además confirma lo fundado de la experiencia (v. 122).
la posibilidad de salvación, que radica también en los mismos elemen- Por tanto, aquí no se contrasta la experiencia sensorial con el juicio que
tos de ambigüedad y de engaño que aparecen una y otra vez, de mane- la mente expresa sobre ella. La afirmación es difícilmente atacable: se
ra distinta, en el drama entero. 1
confíe aquí en las sensaciones o en la propia razón, no es posible dis-
Helena no representa aquí solamente el objeto de la lucha, como tinguir dos imágenes perfectamente iguales, ni Teucro dispone de ele-
sucedía en la versión homérica, sino que sólo ella conoce desde el prin- mentos objetivos que le permitan elegir entre la experiencia pasada y la
cipio la situación real de los acontecimientos y está en condiciones de presente. Si confiara su propia elección a un criterio puramente racio-
establecer relaciones e intereses tanto con la parte egipcia como con la
25
El término dokesis, que puede significar «aparición, fantasma» (corno en LSJ s. v. [2],
24
Sobre las características del personaje y sobre el papel que desempeña en la tragedia, con referencia a este pasaje), define también la falsa impresión suscitada en el sujeto por la
véase sobre todo G. Zuntz, «On Euripides' Helena: Theology and lrony», en Euripide. En- intervención divina. En el fondo, ésta es la idea que Helena pretende sugerir a su interlocu-
tretiens sur l'antiquité classique VI, Vandoeuvres-Ginebra, 1958, pp. 204-214; R. Kannicht, tor: en ese sentido véase R. Kannicht, Euripides. Helena: II. Comentar, cit., p. 49; cfr. G.
Euripides. Helena: I. Einleitung und Text, cit., pp. 71-77; Ch. Segal, «The two Worlds of Eu- Zuntz, «On Euripides' Helena: Theology and lrony», cit., pp. 222 y ss.; D. J. Conacher, Eu-
ripides' Helen», cit., pp. 585-592, passim. Los dos personajes de Teónoe y Teoclímeno son ripidean Drama. Myth, Theme and Structure, Toronto, 1967, pp. 291 y ss. («appearance in
probablemente invención de Eurípides. its deceptive aspect»); Ch. Segal, «The two Worlds of Euripides' Helen», cit., p. 563.

130 131
nal debería renunciar a expresar un juicio, pero él no se plantea proble- noun). ¿Tenemos que entender entonces que la imagen recuperada en
mas filosóficos. Ante una situación aparentemente incompresible se re- Troya era una persona real, similar en todo a la verdadera Helena? An-
fugia en la experiencia pasada, ya que es preferible no dudar de la vali- tes de responder a esta pregunta es necesario entrar en algunas consi-
dez de una serie de acontecimientos acumulados en el tiempo que fiarse deraciones sobre el significado del término eidolon, cuya naturaleza
de una visión momentánea y de un encuentro ocasional. no parece siempre «etérea» y materialmente inconsistente.
El juicio de Menelao sobre este punto no será muy diferente. Des- En los poemas homéricos, eidola son las almas de los difuntos y los
pués de una primera manifestación de asombro ante la visión de Helena sueños enviados por la divinidad. En estos casos, las «imágenes» es-
(v. 559: «No vi nunca una figura más semejante a ella»), no puede creer tán dotadas de una fugitiva materialidad que las hace inaferrables. Son
que se encuentre en presencia de su verdadera esposa. Teme ser víctima bien conocidos los casos de Aquiles, que intenta en vano abrazar la
de inquietantes imágenes nocturnas enviadas por Hécate (v. 569). Si el imagen de su amigo Patroclo, que se le había aparecido en un sueño,
personaje que se encuentra frente a él fuera realmente la verdadera He- o la de Odiseo, que debe renunciar a abrazar a su madre Anticlea26.
lena, como ésta afirma, él tendría que ser, entonces, marido de dos mu- También la imagen ficticia forjada por Apolo en el curso de la batalla
jeres (v. 571), de la que se encuentra frente a él y de la otra a la que acaba para engañar a los aqueos y llevar a salvo a Eneas también se llama
de dejar en una gruta. También él, como Teucro, se resiste a dudar de la eidolon27 . En estos casos debemos imaginarnos estas formaciones
experiencia vivida, pero su desconcierto es comprensiblemente aún más como imágenes inconsistentes, pero que, sin embargo, además del as-
agudo. Para Teucro, en el fondo, la imagen de la mujer representa sólo un pecto exterior, asumen varios rasgos de la persona real (el movimien-
vago recuerdo ligado a una noche memorable, para Menelao evoca, en to, la agilidad del cuerpo, la voz, los pensamientos más recónditos).
cambio, una antigua relación, que se ha reanudado después de la con- El término se puede usar también para definir un objeto material: por
quista de Troya. En este caso, el engaño de la persona no está sólo pro- ejemplo, una estatua dedicada a la divinidad, una imagen tallada en la
vocado por la presencia de otro sujeto en todo similar al primero, según madera, la representación de un caído28, la pintura dibujada sobre una
una realización clásica del caso del «doble», sino por la transferencia de tal tablilla (como en un drama satírico de Esquilo) o las estelas con la efi-
duplicidad sobre el interlocutor que, en un corto periodo de tiempo, se en- gie del difunto29. En este sentido son eidola también las imágenes sus-
cuentra siendo el esposo de dos mujeres totalmente iguales entre sí. Y que titutorias del sujeto que encontramos muchas veces en el mito griego:
no se trata de simple semejanza lo demuestra el hecho de que esta segun- por ejemplo, la estatua de Protesilao, que Laodamía hace después de
da Helena, hallada en suelo egipcio, parece conocer perfectamente a Me- la muerte de su esposo, o la de Alcestis que Admeto intenta introdu-
nelao y está en condiciones de ofrecer una explicación a sus visiones. Será cir en su propio lecho cuando su esposa se había marchado30. Todavía
esto precisamente lo que pondrá duramente a prueba las certezas del per- es diferente el uso que se hace del término en un fragmento del Catá-
sonaje, ya que Menelao ve reflejada la propia duplicidad en la existencia logo hesiodeo, donde designa a una forma artificial que comparte ente-
de dos mujeres que se declaran ambas sus mujeres. Es éste quizá el mo- ramente los rasgos de una persona real. En este pasaje se narra la his-
mento de mayor tensión del encuentro, pero es un engaño momentáneo. toria de Ifigenia, destinada a ser sacrificada para propiciar la partida
Se encuentra aquí la misma asociación que hemos observado a pro- de la flota griega31. Cuando el sacrificio estaba a punto de consumar-
pósito de Teucro, y en este caso también se llega a la misma conclusión: se, Ártemis raptó a la muchacha, cambiándola por un eidolon (v. 217).
en tales condiciones, no sirve de nada un control de la razón sobre las
percepciones visuales, como no valen para nada las repetidas apelacio-
nes de Helena a Menelao para que dé crédito a lo que ve (vv. 576, 580). 26
H., XXIII, 99-107; Od., XI, 204-208; C. Brillante, Studi sulla rappresentazione del
Y, de hecho, es exactamente lo que es objeto de la percepción visual lo sogno nella Grecia antica, cit., pp. 19-21.
Il. ,V, 449.
que provoca los juicios contrapuestos. La confrontación no puede con-
27

28
Respectivamente Her., I, 51,5 (estatua); Plut., Ages., XIX, 5 (imagen grabada); Her., VI,
ducir a ningún entendimiento. La desconsolada reacción de Helena, que 58, 3 (imagen de Leónidas); cfr. H. Schaefer, «Das Eidolon des Leonidas», en K. Schauen-
ve esfumarse toda posibilidad de acuerdo (vv. 594-596), parece plena- burg (ed.), Charites. Studien zur Altertumswissenschaft (Festschrift E. Langlotz), Bonn, 1957,
mente justificada. pp. 228 y s.
29
Fr. 78 a, 6 Radt (imágenes de sátiros pintados en pinakes votivos: R. Krumeich, «Die
Las explicaciones que ella ofrece son de notable interés también Weihgeschenke der Satyrn in Aischylos' "Theoroi" oder "Isthmiastai"», Philologus 144 [2000],
por otra razón: revelan que el eidolon construido por los dioses no ha- pp. 176-192). Para las estelas funerarias véase G. Kaibel, Epigrammata Graeca ex lapidibus
bía sido sólo una imagen capaz de impresionar la vista. En el prólogo, collecta, Berolini, 1878, nr. 260, 590.
Helena lo había definido una «imagen viviente» (v. 34: eidolon emp-
30
[Apollod.] Ep., III, 30; Eur., Alc., 348-352.
31
[Hes.] fr. 23 a (aquí la heroína lleva el nombre de Ifimede).

132 133
Los aqueos creían haber inmolado a la hija de Agamenón, pero en rea- duplicidad inatacable por toda explicación racional, que corría el riesgo
lidad sacrificaron un sustituto. En este caso no era suficiente que el ei- de llevar la acción a un impasse. Solamente entonces, Helena recupera
dolon fuera similar a la muchacha en el aspecto exterior; para que el su identidad personal, y puede ser reconocida como esposa de Mene-
engaño funcionara debía poseer todos los atributos de la persona real; 1ao33. La pareja reencontrada manifestará entonces su propia alegría en
debía ser otra Ifigenia, exactamente igual que en la tragedia de Eurí- un dueto lírico en el que, al recuerdo de las pasadas experiencias, se une
pides el eidolon construido por Hera era un doble de Helena.
Ir*
la satisfacción de la inesperada reconciliación (vv. 625-697).
El término, por tanto, permite una gran variedad de realizaciones: Antes de considerar los desarrollos ulteriores del drama, es oportuno
puede tratarse de la imagen que repite el aspecto exterior de la perso- dedicar algunas reflexiones a las relaciones que ligan a Helena con su
na, del objeto material que conserva algunos rasgos del modelo (esta- imagen. Por una parte, se advierte que, si bien el eidolon, por iniciativa
tua, pintura), o también de la verdadera y propia réplica. En este caso, divina, tiende a sustituir a la persona asumiendo su identidad, Helena, por
a la visión la acompañarán también el resto de elementos que distin- su parte, no parece siempre decidida a separar sus propias responsabili-
guen a la persona viva: el movimiento del cuerpo, la voz, la inteli- dades de las de su imagen. Después de tantos años, la heroína parece con-
gencia personal y el pensamiento. Se trata evidentemente de casos que siderar inevitable esta agobiante cercanía, hasta el punto de verse involu-
se encuentran en el límite de las posibilidades de realización del ei- crada en su comportamiento. Respondiendo a Menelao, Helena había
dolon, pero la historia de Ifigenia y aún más la de Helena, sacan un 1k asegurado que el nombre podía encontrarse en muchas partes, pero el
provecho propio de estas posibilidades. Desde los testimonios más an- * cuerpo, no (v. 588); y en el prólogo, recordando su responsabilidad en la
tiguos el término se usaba para designar una multiplicidad de repre- guerra troyana, había precisado que tal responsabilidad podía imputarse a
sentaciones: de las más limitadas y parciales a las más complejas, en su nombre, pero no a su persona (v. 42). No obstante, entre los dos entes
las que se llegaba a poner al mismo nivel a la representación y al mo- existe un ligamen inextinguible, que, en el caso de Helena, encuentra con-
delo. El eidolon designa por tanto una «imagen» en el sentido amplio, firmación en su aspecto exterior. La divinidad que ha construido la ima-
es definible como objeto «visible» (el término está formado sobre la gen realmente se ha apoderado también del personaje real, que ya no po-
raíz *id-, que se pone en relación con la noción de «ver»), pero todo drá disponer libremente de su propia persona, sino que deberá medirse
ello no nos informa de su naturaleza real. Y es precisamente sobre con la imagen de sí misma que la sigue a todas partes. Todo lo que se dice
esto sobre lo que se funda la posibilidad de engaño, siempre amena- de Helena —y que en realidad se refiere al eidolon— recae sobre la perso-
zadora en el momento en el que la persona tiene que expresar un jui- na real, que se ve continuamente obligada a defenderse de las acusacio-
cio sobre ello. Así pues, es posible contar con eidola privados de vida 411
nes infamantes que circulan sobre su historia. Y esto resultará más rele-
(apsycha) para designar imágenes como ésas con las que Laodamía ~111
vante si se piensa en la importancia que tenía, en la sociedad griega, el
sustituye a la persona de su esposo, eidola privados de movimiento y juicio expresado por la comunidad, sobre todo en época arcaica y clásica.
de pensamiento (aphrona y akineta) y otros que, en cambio, están En este ámbito se considerarán las reflexiones sobre el nombre y
provistos de ellos (emphrona y energa)32 . En la Helena euripidea, Me- sobre las relaciones que reconocían entre éste y el objeto designando,
nelao, ante la hipótesis formulada por su esposa de la existencia de de acuerdo con las tendencias de la reflexión filosófica contemporá-
una imagen construida a propósito por los dioses, piensa en eidola do- nea y, en especial, en el pensamiento de los sofistas34. Podríamos de-
tados de vista (bleponta), por tanto, de imágenes que, por el hecho de cir que la verdadera Helena está presente en cierta medida también en
compartir un rasgo propio de los seres vivos, parecen vivas ellas mis-
':I mas. Pero nadie podría en tales condiciones tener certezas, distinguir
`V lo verdadero de lo falso y el original de la copia. 33
La función que desempeña aquí el eidolon recuerda otra gran historia de dobles en la
literatura antigua, a saber, la de Mercurio en el Amphitruo de Plauto. Frente a los vanos in-
Para que la situación se aclare será necesaria no la intervención de tentos de volver a poseer su propia persona por parte de Sosias, Mercurio responde: «Cuan-
Helena, sino la del eidolon, y no porque este último sea más creíble do yo ya no quiera ser Sosias, entonces tú serás de verdad Sosias» (v. 439: «ubi ego Sosia
(Helena y su doble desempeñan su papel en un plano de perfecta pari- nolim esse, tu esto sane Sosia»). También en este caso, el sujeto, para volver a ser él mis-
dad), sino porque sólo este último, al desaparecer, puede acabar con la mo, debe esperar que su doble tome la iniciativa.
34
Se piensa en la oposición onoma/pragma, que en la Helena aparece convertida en el par
alma/cuerpo y que forma parte de una serie de antítesis desarrolladas de distintas maneras (por
ejemplo: alma y cuerpo, sentido e intelecto): E Solmsen, «ONOMA and PRAGMA in Euri-
32
Xen., Mem., I 4, 4; A. Korte, Realencycloptidie V, 2 (1905), coll. 2084-2096, s. v. «eidolon»; pides' Helen», Class. Rey. 48 (1934), pp. 119-121; R. Kannicht, Euripides. Helena: I. Einleitung
M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, cit., pp. 195 y s. Cfr. S. Sald, «"Eidolon". Du u nd Text , cit., pp. 57-60; S. Novo Taragna, «Forma linguistica del contrasto realta apparenza nell'
si mulacre á l'idole. Histoire d'un mot», en Rencontre de l'école du Louvre, 1990, pp. 11-21. Nena di Euripide», en E. Corsini (ed.), La polis e il suo teatro, Padova, 1986, pp. 128-130.

134 135
la imagen artificial y —lo que es más importante— el personaje parece verdadera Helena, por otra su imagen. Esto le permitiría ejercer un
consciente de ello. La imagen que Helena ofrece de sí misma en la control sobre su eidolon, obligándolo finalmente a medirse con los
primera parte del drama es la de un sujeto mediatizado, que no puede propósitos del sujeto. El desdoblamiento se convierte aquí en un mé-
disponer de la propia persona, o incluso, como se ha afirmado acerta- todo extremo con el que medir los resultados del redoblamiento que-
damente, la de un personaje «alienado por sí mismo»35, algunas veces, rido por la divinidad para realizar sus propios fines.
incluso, resignado hasta el punto de compartir responsabilidades que A la estrategia de la duplicación practicada por la divinidad, Hele-
no le pertenecen. Ya en el prólogo, donde, sin embargo, sí distinguía na opone la del desdoblamiento y las dos vías conviven en el perso-
sus propias responsabilidades de las del eidolon, Helena afirmaba que naje en un equilibrio precario. El tema del doble desempeña un papel
muchos hombres habían perecido por su causa sobre las orillas del Es- importante en la primera parte del drama, dando vida a una caracteri-
camandro (vv. 52 y s.). Este pensamiento aparece más veces en la pri- zación diversificada de los personajes de acuerdo con las peculiares
mera parte del drama, referido a veces al nombre, a veces de manera más formas que asume. Es oportuno detenerse brevemente sobre este pun-
genérica a la persona36. Helena llega hasta el límite de declararse culpa- to y hacer una comparación del tipo (o los tipos) de doble que encon-
ble de la muerte de su madre Leda, que, según había sabido por Teucro, tramos en la Helena con los distintos modelos que encontramos en
había muerto por la mala fama que había manchado el nombre de su otras obras literarias. En un estudio reciente sobre este tema se ha pro-
hija37. Involucrada en asuntos de los que no tiene culpa, pero de los que puesto distinguir entre el tipo de doble que repite puntualmente los
no puede disociarse, sospecha que su propia existencia es un hecho mi- rasgos del modelo, aun manteniendo una identidad personal propia
lagroso (tras), igual que en un tiempo lo había sido su nacimiento de un (piénsese en los personajes de Mercurio y Sosias en el Anfitrión plau-
huevo de Leda (vv. 256-259). Sin embargo, los responsables siguen sien- tino), y el que prevé la comparecencia, en el ámbito de la misma si-
do los dioses, y Hera en particular, pero también lo es su propia belleza, tuación narrativa, de manifestaciones alternativas del mismo indivi-
considerada como el origen de todos los males38. Ésta, junto al nombre duo (como El doble de Dostoyesvki)39. Mientras, en el primer caso, el
y a la fama, es el tercer elemento importante que Helena comparte con doble tiende a descabalgar al modelo hasta tomar su puesto (aunque
su imagen. Pero si sobre su nombre (y sobre la fama que lo acompaña) sólo sea de manera provisional, como sucede en la comedia de Plau-
no es posible actuar de alguna manera, porque se encuentran más allá de to), en el segundo, es el mismo individuo el que, manifestándose en
la voluntad de la persona, sobre la belleza resulta más fácil intervenir. Y formas alternativas en el mismo contexto, pone en crisis la identidad
precisamente porque se refiere al aspecto exterior, la belleza resulta si- de sujeto. Simplificando bastante podríamos decir que, en el primer
milar a la de un objeto, por ejemplo, la de una estatua que es posible mo- caso, tenemos dos sujetos aspirantes al mismo papel (duplicación),
delar y adornar según la voluntad del artista. Y Helena, en el vano deseo con el efecto perturbador que acompaña habitualmente a estas situa-
de sustraerse a su condición actual, llega a desear para sí misma el des- ciones; en el segundo, un único sujeto que se presenta en papeles dis-
tino de una estatua de la que desaparezcan los colores que la hacen atrac- tintos e incompatibles entre ellos (desdoblamiento); en este caso pre-
tiva a los ojos de los que la miran (vv. 262 y s.): valece más bien una situación de angustia y engaño. La Helena euripidea
está más cerca del primer modelo, pero no faltan rasgos importantes
¡Ojalá esta belleza pudiera borrarse como se borra una pintura, que recuerdan al segundo. Si consideramos la perspectiva de los per-
y los rasgos de mi cara se volvieran horrendos en vez de hermosos! sonajes griegos, Helena parece doble, como se desprende claramente
de la desorientación de Teucro y de Menelao, enfrentados a dos seres
Helena parece aspirar a una especie de desdoblamiento de su per- en todo idénticos entre ellos. Aquí es la representación escénica la que
sona, lo que le permitiría intervenir sobre sí misma: por una parte la permite la manifestación del redoblamiento a través del juicio expre-
sado por los personajes. Sin embargo, el eidolon no aspira a tomar el
35
Así R. Kannicht, Euripides. Helena: I. Einleitung und Text, cit., p. 60 («die sich selbst puesto de Helena, como en cambio le sucede a Sosias, que se ve mo-
entfremdete Helena»); cfr. M. Fusillo, L'altro e lo stesso. Teoria e storia del doppio, Flo- mentáneamente privado de la propia identidad40; en la tragedia euri-
rencia, 1998, pp. 41-44.
36
Hel., 109, 195-202, 269-272, 363-365.
37
Hel., 134 y s., 686 y s.
38
El tema de la belleza vuelve a aparecer más veces en el drama, con distintas conno- 39
L. Dolezel, «Le triangle du double. Un champ thématique», Poétique 64 (1985),
taciones: en relación con Helena, evoca de manera regular las desventuras provocadas por pp. 464-467.
ella: vv. 27, 236 y s., 304 y s., 383 y s.; R. Kannicht, Euripides. Helena: I. Einleitung und 40
Este elemento distingue a Helena del personaje plautino en un punto relevante. Pri-
Text, cit., p. 61; Ch. Segal, «The two Worlds of Euripides' Helen», cit., p. 569. vado de su personalidad, Sosias se siente casi obligado a asumir otra identidad (véase M.

136 137
pidea la imagen convive con el modelo dando vida a una situación bién Menelao, que siguiendo la sugerencia de Helena, deberá en cier-
ambigua. Considerada en relación con Helena, esta duplicidad exte- to modo desdoblarse también, fingiendo ser un compañero de sí mis-
rior se traduce en un desdoblamiento. El personaje, por un lado, apa- mo, el único que ha sobrevivido al naufragio (vv. 1077 y s.).
rece decidido a distinguir sus propias responsabilidades de las del ei- El engaño preparado por Helena se asienta, en primer lugar, en las
dolon (negación defensiva de la reduplicación). Esta tendencia es tan palabras con las que envolverá a Teoclímeno, pero ésta prevé también
pronunciada que el personaje está tentado de aprovechar para su pro- la confirmación del hecho por «pruebas» externas. Si Teoclímeno
pio beneficio tal condición, incluso sugiere la intención de intervenir quiere verificar su relato, estará seguro de ello. Pero, de hecho, el pro-
sobre sí misma haciendo desaparecer toda belleza. yecto presentado por Helena al rey no está sujeto a una verificación
En la segunda parte del drama, una vez reconstituida la identidad objetiva. Sus palabras engañosas recuerdan más bien al uso que se
personal de la protagonista, la duplicidad parece inundar la acción en hace del eidolon en la primera parte del drama, así como el papel de
su conjunto. La situación dramática, de hecho, se somete a una modi- Teoclímeno recalca el que anteriormente había sido el de Menelao.
ficación radical, que lleva a una nueva distribución de los papeles. Me- Tanto en un caso como en el otro es posible dudar (y Teoclímeno no
nelao y los pocos compañeros que habían sobrevivido, aun encontrán- duda menos que Menelao), pero en ambos casos será el juicio errado
dose en un país extranjero y hostil, tendrán que apoderarse de Helena • el que prevalecerá: como Menelao no había creído a la verdadera He-
y abandonar el país actuando en condiciones desfavorables. Mirándo- lena, del mismo modo, Teoclímeno acabará por aceptar la propuesta
lo bien casi se sientan las bases para una especie de nueva guerra de fraudulenta de la mujer.
Troya, pero esta vez ya no está en juego el eidolon, sino la verdadera Todo el desarrollo de la acción se mueve en un ámbito en el que es
Helena. Muy distinta, en relación con el planteamiento homérico, es la difícil distinguir lo verdadero de lo verosímil y esto de lo que es cla-
condición de los personajes. Menelao no guía un ejército, es sólo un ramente falso. Las ambigüedades recurrentes evocan un mundo en el
náufrago desprovisto de medios, que debe mantener oculta su identi- que los recursos necesarios para el éxito son la inventiva y la astucia;
dad. Egipto, a diferencia de Troya, se presenta con los rasgos de un cualquier cosa parece realizable si se prepara con la debida sagacidad.
país fabuloso, donde conviven hombres y costumbres diversas. El hé- Por tanto, no es casual que el lugar donde se desarrolla la acción sea
roe intuye rápidamente que tendrá que aplicarse una segunda vez en la una región remota como Egipto, situada en los confines del mundo y
recuperación de su esposa, pero no desiste ante la nueva empresa (vv. poblada por bárbaros41. Siendo éstas las premisas de la acción y del
805 y ss.). El conflicto no se podrá afrontar con los mismos medios ex- éxito, es natural que las figuras femeninas asuman un papel primor-
perimentados en Troya: Menelao, que en un primer momento piensa ". dial. Femeninos son los personajes que conocen el desarrollo com-
en una solución por la fuerza (v. 810), se convence rápidamente gra- • pleto de los hechos desde el inicio del drama; femeninos los que to-
cias a Helena de que debe adoptar los medios más sofisticados en un • man la iniciativa en la acción, y también femeninos los que, con su
plan astutamente preparado (v. 813: mechane). El nuevo conflicto, si 14
acuerdo (Helena y Teónoe), permiten dar a la aventura un giro positi-
se compara con el narrado por Homero, no sólo tiene proporciones más • vo. En comparación con ellos, los personajes masculinos resultan pa-
li mitadas, sino que se librará con medios distintos por parte de perso- sivos e inertes, sustancialmente marginados por acontecimientos que
najes diversamente caracterizados. los implican directamente, pero que no pueden controlar. De hecho,
La ejecución del plan constituye el motivo más interesante de la no intervienen en la acción con iniciativas personales; pueden estar in-
segunda parte del drama, tal como el eidolon lo había sido en la pri- volucrados en ella (como Menelao) o ser excluidos (como Teoclíme-
mera. Se prevé el abandono del país a través del mar con una nave que no), pero nunca se les pide consejo. Ante las dificultades están mu-
deberá proporcionar el propio Teoclímeno. Para obtenerla, Helena le chas veces tentados de recurrir a la fuerza, como hace Menelao, que
hará creer que Menelao había perecido en un naufragio. Antes de ce- intenta hacer valer sus derechos de esposo legítimo (vv. 808-813; 977-
lebrar las nuevas bodas, Helena tendrá que cumplir los ritos funerarios 990), o el mismo Teoclímeno, que intenta así afirmar su derecho a
prescritos, que deberán celebrarse en alta mar, lo que proporcionará la desposar a la mujer; pero de estas afirmaciones de fuerza no se sigue
ocasión para una fuga común. Al éxito del plan deberá contribuir tam-
41
Hel., 461. El drama se abre con el recuerdo de las aguas del Nilo frecuentadas por be-
llísi mas Ninfas (v. 1), que evocan una tierra fabulosa. Para esta caracterización de Egipto, véa-
Bettini, Le orecchie di Hermes, Turín, 2000, pp. 163-171, sobre el valor que asumen térmi- la` G. Zuntz, «On Euripides' Helena: Theology and lrony», cit., p. 202; Ch. Segal, «The two
nos como immutari y versipellis en el texto plautino). En cambio, Helena convive con su Worlds of Euripides' Helen», cit., pp. 571-574; R. Kannicht, Euripides. Helena: II. Comen-
i magen, intentando en cierto modo distanciarse de ella. tar, cit., p. 136. En la Odisea, el camino hacia Egipto es largo y peligroso (IV, 483).

138 139
ti

nunca ninguna iniciativa concreta. Menelao, dirigiéndose a Helena, lo VII


admite claramente: «Es necesario que tú decidas todo; auguremos sólo
que los vientos sean favorables y la navegación rápida» (vv. 1073 y s.).
Uno u otro se adaptarán rápidamente a las decisiones de las mujeres:
Menelao, poniendo en práctica el plan de Helena, concluirá felizmen-
te la segunda empresa; Teoclímeno, que creyó firmemente en las pala- ¿DAIMON O DIOSA?
1,
1

bras de Helena, verá desvanecerse definitivamente sus planes de boda.


Ellos nunca manifiestan, como alguna vez se ha dicho, una confianza
excesiva en sus propios medios ni tampoco una limitada capacidad in-
telectual', más bien, se consideran incapaces de intervenir eficaz-
mente en ámbitos en los que el éxito se basa en la astucia femenina.
Además no puede olvidarse que todo sucede en un país bárbaro, 4
dominado por valores distintos de los que los griegos comparten. En
cuanto la nave haya apenas abandonado las costas de Egipto, todo se
habrá olvidado. El país exótico y fabuloso ya no podrá imponer sus
propias reglas. El mundo real vuelve a tomar ventaja y se restablece
el antiguo sistema de valores. Menelao, que se ha vuelto a convertir En este último capítulo examinaremos algunos aspectos del mito de
en protagonista, podrá dirigir a sus compañeros una sencilla invita- Helena que no pueden relacionarse con un único tema. El elemento co-
ción para que hagan valer su propia voluntad sobre los bárbaros, den mún de todos ellos puede encontrarse en el hecho de que Helena ya no
prueba de su coraje y reafirmen los derechos del más fuerte (vv. 1593 goza o goza sólo en parte de la condición heroica que constituía algo
y ss.). La dura llamada está ciertamente dictada por las circunstancias constante en las versiones anteriores. Los rasgos que se relacionan con
(los griegos deben apoderarse de la nave concedida por Teoclímeno una naturaleza sobrenatural, divina o demónica, que hemos encontrado
para retornar a la patria), pero esta fase de la acción marca también el ocasionalmente en los cultos espartanos (Terapne) y en la tragedia (Es-
definitivo desapego de la tierra de Egipto y de lo que ella había re- quilo) se refuerzan y se hacen autónomos. A juzgar por los testimonios
presentado hasta aquel momento. Menelao reconquista su identidad y que nos han llegado, estos aspectos se afirman sobre todo en época he-
con ella el semblante y el papel del viejo héroe homérico. El éxito con- lenística y romana, pero no constituyen sólo un producto secundario de-
seguido, acorde con la temática desempeñada en el drama, lo cualifi- sarrollado sobre la base de tradiciones más antiguas. Más bien tenía su
ca definitivamente como el único y verdadero esposo de Helena. A este origen en una tendencia que en Grecia se remontaba, al menos, hasta las
punto, la acción se puede considerar concluida. Habiendo partido de escuelas pitagóricas de los siglos vi y y a.C., y que vuelve a emerger
Esparta a la búsqueda de su esposa, había obtenido tan sólo una ima- más tarde, en el seno del pitagorismo romano, entre el fin de la edad
gen engañosa de ella. En Egipto había encontrado y reconocido a la republicana y el inicio del principado. Para ilustrar estos diversos as-
verdadera Helena, pero allí él era un náufrago indefenso y a la mujer pectos hemos decidido partir del personaje virgiliano, tal como aparece
había aún que conquistarla. Sólo al final del drama, volviendo a con- en dos famosos episodios de la Eneida, largamente discutidos por la crí-
seguir, junto con Helena, también el papel que le espera junto a ella, tica antigua y moderna. Los elementos de novedad que ellos presentan
Menelao puede llevar finalmente a término la empresa por la que ha- podrán guiarnos también en el análisis que seguirá.
bía pasado tantos años lejos de su patria. Helena es recordada una primera vez en la narración de la caída de
Troya, cuando Eneas divisa desde la acrópolis de la ciudad a la mujer
refugiada en el templo de Vesta, y otra vez con ocasión del encuentro
Este juicio lo ha expresado varias veces la figura de Menelao: por ejemplo, H. Steiger,
del mismo Eneas con Deífobo en el Hades'. Sobre la autenticidad de
42

«Wie entstand die Helena des Euripides?», Philologus 67 (1908), pp. 212-214 (parodia de
la figura heroica); J. G. Griffith, «Some Thoughts on the Helena of Euripides», Journ. Hell. primer pasaje pesan graves sospechas, que se asocian con la historia
St. 73 (1953), p. 37 (referencia al tipo del miles gloriosus); véanse, sin embargo, las com- del poema virgiliano. Según la noticia que encontramos en un comen-
prensibles reservas de Ch. Segal («The two Worlds of Euripides' Helen», cit., pp. 575 y s.) tarista tardío de la Eneida (el llamado Servio Danielino), estos versos
y de J. E. Holmberg («Euripides' Helen: most Noble and most Chaste», Amer. Journ. of Phil.
1, 16 [1995], p. 35), que observan que la intervención de Helena se hace necesaria por las
dificultades objetivas encontradas por Menelao. Verg., Aen. II, 567-587; VI, 494-547.

140 141
ya fueron expurgados por Vario y Tucca, los dos amigos de Virgilio a con la mirada el miserable espectáculo de la ciudad en llamas, se da
los que, después de la muerte del poeta, Augusto había confiado el en- cuenta casi de manera casual de la figura de Helena, sentada junto al al-
2
cargo de ocuparse de la edición de la Eneida . De hecho, no figuran tar en el interior del templo de Vesta. Al ver a la mujer, a la que identi-
en los manuscritos más importantes del poema, ni fueron comentados fica con la causa de todos los males presentes, se ve presa de un ataque
por los gramáticos antiguos. A estas reservas se añadirán otras por par- de ira, quiere tomarse la justicia por su mano e impedir que precisa-
te de la crítica moderna, referentes no sólo a los contenidos, sino tam- mente ella, entre tantos estragos, pueda volver incólume a su patria:
bién a la lengua y la métrica. Sin embargo, sobre estos problemas, los
juicios son divergentes, y por lo que se refiere a los argumentos tradi- Ella, furia común de Troya y de su propia patria,
cionales a favor de la expurgación, en general no se consideran deter- temiendo al mismo tiempo a los teucros
3 que la odiaban como causante de la ruina de Pérgamo,
minantes sobre todo por parte de la crítica más reciente . En todo caso,
no resulta fácil eliminar estos versos del poema, ya que con ello se oca- el castigo de los Dánaos y la cólera de su esposo abandonado,
sionaría, de hecho, una grave fractura en la narración, para la que pro- se había escondido y la odiosa mujer estaba sentada cabe las aras.
pusieron varias soluciones, pero lógicamente todas bastante dudosas. Arde en cólera mi pecho y me acomete un violento impulso de vengar
El defecto del que parecen adolecer los versos, en relación con la len- a la patria que perece y castigar en aquella malvada los impíos crímenes5.
gua y con el contenido —y que probablemente está en el origen de la
decisión de Vario de eliminarlos del poema— tiene que ver con la elabo- El contraste entre la suerte de los troyanos y la de Helena, que vol-
ración final, la que habría permitido al episodio injertarse plenamente verá triunfante a su ciudad, supone para Eneas una perspectiva intolera-
en la narración de la toma de Troya, tal como había sido proyectada por ... He, hasta el punto de hacerle pasar por encima de su natural repugnan-
Virgilio, y habría conseguido evitar las contradicciones con lo que se cia a infligir violencia a una mujer (vv. 583-587). En esta circunstancia,
4
narraba, sobre todo en el episodio de Deffobo . Eso significa que los marcada por una fuerte tensión, es cuando se le aparece de manera im-
versos discutidos representan probablemente una redacción provisio- prevista Venus, su madre benévola (v. 591: alma parens), en toda su ma-
nal, sobre la que el poeta se proponía intervenir a continuación, en el jestuosidad y belleza, con el mismo aspecto con el que acostumbraba a
contexto de una revisión general del poema. También se valora el he- presentarse ante las otras divinidades del Olimpo (vv. 588-592). Venus le
cho de que en el segundo libro se narraba un tema clásico del ciclo tro- dirige a su hijo un discreto reproche por su impetuoso ataque de ira y por
yano; la toma de Troya. El comportamiento de Helena en esa ocasión haber olvidado a su familia en un momento tan difícil; entonces le acon-
representaba un elemento tradicional, presente en todas las versiones seja que huya de los acontecimientos que se desarrollan ante él y sobre
anteriores. Difícilmente habría podido Virgilio evitar mencionarla en los que no tiene control. Es inútil —añade— que en estas circunstancias
una ocasión como ésta. Eneas descargue su ira sobre Helena. Lo que provoca todo aquello que
El personaje de Helena se introduce en un momento de gran drama- el héroe observa desde la roca de Troya no es ni las culpas de Helena ni
tismo. Troya ya ha caído, Eneas se encuentra en el tejado de su propia las de Paris, sino la inclemencia de los númenes, insensibles al destino
casa, desde donde ha asistido impotente al vil asesinato de Príamo a ma- (le la ciudad (vv. 601-603). En una de las escenas más memorables del
nos de Neoptólemo. Presa del desconcierto y el horror, mientras abarca poema, Venus consigue que Eneas vea lo que está sucediendo realmen-
te ante sus ojos: no sólo los aqueos están decididos a matar y a destruir;
von ellos también están los dioses —Neptuno, Juno, Minerva, el mismo
2
Serv. Dan., ad Aen., II, 566. Además de en este pasaje, los versos suprimidos estaban Júpiter— que participan activamente en la ruina de Troya (vv. 604-618).
recogidos en el prefacio de Servio en el comentario de la Eneida (pp. 2 y s. Thilo-Hagen ), Ante una catástrofe de tal calibre, la imagen de Helena escondida
3 Para este problema clásico de la filogía virgiliana nos limitamos a algunas remisiones
en el templo, que había dado lugar al episodio, parece desvanecerse
esenciales: R. G. Austin, «Virgil, Aeneid, 2567-2588», Class. Quart. 11 (1961), pp. 185-198,
Id. (ed.), Vergilius, Aeneidos liber secundas, Oxford, 1964, pp. 217-219 (favorable a la at e
en la nada y perder todo interés. Incluso el personaje, que aquí pare-
bución a Virgilio); G. P. Goold, «Servius and the Helene Episode», Harvard St. Class. Phil ce tener un papel totalmente pasivo, presenta notables elementos de
74 (1970), pp. 101-168 (contrario). Entre los estudios más recientes véase A. la Penna, «Dvi novedad, que revelan un atento replanteamiento de las versiones más
fobo ed Enea (Aen., VI, 494-547)», Miscellanea di studi in memoria di M. Barchiesi (= /N'ir ¡int iguas. Como se recordará, el tema ha sido variadamente tratado en
Culto Class. e Med., 20), Roma, 1978, pp. 987-1006; K. J. Reckford, «Helen in Aeneid
and 6», Arethusa 14 (1981), pp. 85-99; G. B. Conte, Virgilio. 11 genere e i suoi confini, M
los poemas del ciclo. En la versión más cercana a la virgiliana, Hele-
lán, 1984, pp. 109-119; Id., Enciclopedia virgiliana II, Roma, 1985, pp. 190-193, s. v. «11.
na» (con ulteriores remisiones). I. 571-576.
4
Véase en ese sentido G. B. Conte, Virgilio. 11 genere e i suoi confini, cit., pp. 117-1 19

142 143
na, perseguida por Menelao, buscaba refugio en un templo de la ciudad: cos del personaje son claramente reconocibles en el episodio virgiliano.
6
el de Afrodita según la versión de Íbico, o el de otra divinidad . En la Sin embargo, Helena no es aquí el instrumento de la justicia divina, ya
Eneida, la situación es distinta: Helena no corre un peligro inminente y que carece de esa siniestra grandeza que la distinguía en el drama más
refugiarse en el templo resulta una medida preventiva con la que inten- antiguo; en Virgilio sólo es la manifestación de una fuerza maléfica,
ta sustraerse a posibles agresiones por parte de los griegos o de los tro- portadora de destrucción y de muerte. El termino nefas con el que se la
yanos, presentados como igualmente hostiles (vv. 571-574). Además, en designa (v. 585) la coloca fuera del orden natural y divino, hace de ella
el papel tradicional del agresor de la mujer encontramos a Eneas y no a un ser espantoso, hospedado en el interior de la ciudad, con el que es
Menelao. El antiguo episodio del ciclo épico, aunque reconocible en sus necesario evitar todo contacto.
líneas generales, sin embargo, se adapta a la nueva situación y al dis- En este episodio, el personaje de Helena aparece completamente inac-
tinto punto de vista del relato, que está totalmente orientado hacia la fi- tivo: su imagen aparece en lontananza, iluminada apenas por los fuegos
gura de Eneas y a la parte troyana. La consecuencia más importante de que, en la noche, devastan la ciudad conquistada. La descripción que si-
esta elección se refiere al papel desempeñado por Venus, que sigue sien- gue (no se trata propiamente de una acción) recoge los sentimientos de
do decisivo para la salvación de Helena, pero que se mueve por moti- esta dolorosa visión de Eneas, pero Helena permanece ajena a todo lo
vaciones distintas y, por lo tanto, asume un nuevo significado: lo que le que sucede a su alrededor y no sospecha siquiera la existencia del peli-
importa a la divinidad no es la salvación de la mujer, sino la de Eneas. gro. Su «carácter nefando» está totalmente inscrito en los recuerdos que
A la relación tradicional que ligaba a la joven mujer con la divinidad, la evoca su imagen, y es ésta, por sí sola, la que suscita las tendencias ho-
sustituye la de la madre por el hijo. El cuidado manifestado en relación micidas de Eneas. Pero en el libro sexto desempeña un papel muy dis-
con él y la promesa de apoyo constante para el futuro (v. 620) asignan tinto. El episodio que tiene como protagonista está introducido por la fi-
a la divinidad una función protectora, que coloca en el centro de aten- gura de Deífobo, el hijo de Príamo al que Eneas encuentra en su viaje al
ción la relación maternal de la que Eneas se beneficiará hasta que al- Hades. La imagen que, casi de forma inesperada, se presenta ante Eneas
cance su nueva patria. Desde esta perspectiva también encuentra expli- junto a la de otros héroes caídos en Troya, es horripilante:
cación la elección del templo de Vesta respecto a las distintas opciones
que las versiones anteriores permitían. Una elección de ese tipo se ve Allí ve Eneas al hijo de Príamo, a Deífobo,
dictada no sólo por la necesidad de «romanizar» la ciudad troyana, sino llagado todo el cuerpo, el rostro cruelmente desgarrado,
también por la de eliminar todo ligamen residual que pudiera recordar el rostro y las dos manos,
la relación de Helena con Afrodita: la odiosa figura de la mujer ya no la cabeza arrasada a ambos lados por el despojo de las dos orejas,
7
podía encontrar apoyo en la divinidad que era la madre de Eneas . la nariz mutilada por vergonzosa herida. A duras penas logra reconocerlo'.
Al resentimiento personal del hombre que intenta desquitarse con su
esposa, Virgilio opone, por tanto, el dolor y la ira del que se ve obliga- Deífobo lleva todavía en la imagen corpórea, a la que se reduce la
do a asistir a la muerte de sus amigos más queridos y a la destrucción existencia de la persona en ultratumba, las marcas de la mutilación su-
de su propia ciudad. Planeando la muerte de Helena, Eneas no piensa frida en la noche de la caída de Troya. La descripción da a entender
en una venganza personal sino en una acción de justicia (vv. 575 y s, claramente el tratamiento al que se había sometido el cuerpo: se trata
585 y s.). La caracterización del personaje que se había afirmado en la del maschalismos, una práctica en la que el homicida, después de ha-
tragedia ática está bien presente en el episodio virgiliano. Es notable la ber matado a la víctima, le cortaba las orejas y la nariz, y se las colo-
presentación de Helena como Erinia (v. 573), que ya habíamos encon- caba en el cuello al cadáver de manera que colgaran de las axilas. Ori-
8
trado en la tragedia de Esquilo y en Eurípides . Los aspectos demóni- ginariamente, el tratamiento trataba del prevenir la reacción del muerto
que se veía privado de la posibilidad de vengarse del asesino, pero po-
día ser entendido también como un ultraje al cadáver 10. Eneas, que no
6 Ibyc., fr. 296 Page. Para las representaciones figuradas véase L. B. Ghali-Kahil, Le.%
enlevements et le retour d'Hélene... (texte), cit., pp. 81-83 (nrs. 54-56); aquí pp. 89-90.
7
A. la Penna, «Deifobo ed Enea (Aen., VI, 494-547)», cit., p. 990.
9
Aen., VI, 494-499.
8 Aesch., Agam., 749; Eur., Or., 1388 y s. A estos precedentes se une la versión del mis lo M. P. Nilsson, Geschichte der griechischen Religion, cit., p. 99. A este tratamiento se
2
mo tema en el Alessandro de Ennio (71 Vahlen ), tragedia en la que Casandra, anunciando sometía el cadáver y no la persona todavía viva, como interpretaba el Dictis Cretense (V,
la próxima llegada de Helena, veía en ella una de las Furias («... Lacedaemonia mulier, 1 tis 1 2), autor de la primera edad imperial, cuya dependencia del texto virgiliano, por otra par-
riarum una, adveniet»); E. Fraenkel, Aeschylus. Agamemnon, cit., ad v. 749; R. G. Austin, í'', tampoco es cierta: cfr. F. Vian, Recherches sur les Posthomerica de Quintus de Smyrne,
Vergilius, Aeneidos liber secundus, cit., pp. 221 y s. p. 107; A. la Penna, «Deifobo ed Enea (Aen., VI, 494-547)», cit., p. 988.

144 145
había encontrado a Deífobo en la noche de la caída de Troya, creía mente la caracterización, totalmente negativa, del personaje. La señal
que había caído combatiendo, después de haber matado a muchos con la antorcha quizá ya estaba presente en los poemas del ciclo épico.
enemigos (vv. 502-504); no habiendo encontrado el cuerpo de su ami- En algunos textos que se remontan al helenismo tardío (la llamada «no-
go en el momento de la partida y no habiendo podido sepultarlo, ha- vela de Simón el mago», que examinaremos más adelante) encontramos
bía erigido un cenotafio y realizado sobre él los ritos prescritos. Esta


la misma historia de Helena que desde lo alto de la torre señala a los
hipótesis del personaje refleja quizá la antigua versión épica, en la que griegos con una antorcha el éxito del plan. El interés de la noticia resi-
el héroe caía combatiendo en defensa del propio palacio. Sin embar- de en el hecho de que no se señala como fuente del episodio a Virgilio,
go, Virgilio la recuerda sólo para negarla y confía al mismo Deífobo sino a Homero13. Esto se puede deber a una simple confusión, pero tam-
el cometido de narrar el desarrollo real de los acontecimientos. Y la bién es posible que, en un texto de este periodo, tras el nombre de Ho-
«atroz criminalidad de la espartana» (v. 511) había desempeñado un mero se encuentre la referencia a un poema del ciclo épico14. Esta hi-
papel decisivo en esta circunstancia. pótesis encuentra una aparente dificultad en el hecho de que en el Saco
Cuando los troyanos llevaron dentro de la roca el caballo de ma- de Troya de Arctino y en la Pequeña Ilíada de Lesques el mismo papel
dera y celebraban el fin de la guerra, Helena, aparentemente solidaria lo desempeñaba otro personaje, Sinón, aunque de maneras diferentes.
con ellos, simulando una danza, se puso a la cabeza de las mujeres tro- En el primer poema, se introducía furtivamente en la ciudad y desde allí
yanas en fiesta, conduciéndolas por toda la ciudad. Al llegar a la roca daba la esperada señal a las naves; la versión de la Pequeña Ilíada es
se puso a agitar una gran antorcha (vv. 518 y s.: «flamam [...] ingen- más incierta, pero probablemente la señal venía de la tumba de Aquiles
tem»), con la que señalaba a los griegos escondidos en la vecina isla (Sinón, por tanto, en este caso se quedaba fuera de las murallas)' 5. Aún
de Ténedos que el plan había tenido éxito y que podían volver. Y por es posible que en esta segunda versión las señales de fuego fueran dos,
la noche, cuando Deífobo, cansado de los afanes de una larga jornada, una proveniente del exterior y la otra del interior de la ciudad; en este
dormía en su lecho vencido por un sueño profundo, Helena volvió a caso, a Helena se le podría atribuir un papel similar al que desempeña
sus habitaciones, sustrajo las armas que se encontraban allí, incluida en la Eneida. De hecho, una versión de este tipo aparece en un poema
la espada que Deífobo custodiaba bajo su cabeza, y abrió las puertas épico de la Antigüedad Tardía: la Toma de Troya de Trifiodoro. Según
a los griegos para que entraran sin encontrar resistencia: esta versión, mientras Sinón agitaba la antorcha desde la tumba de
Aquiles, Helena, invitada por Atenea, hacia la misma señal desde sus
Tendido en él me invadió un dulce y hondo reposo, habitaciones' 6. Es inútil, a falta de otros datos, especular más sobre el
idéntico a una plácida muerte. hecho de que en la versión de Lesques, las dos señales tuvieran finali-
Entretanto, mi esposa, la ejemplar, aleja de la casa cada una de las armas dades distintas. Sólo se puede concluir que una señal luminosa destina-
y hasta mi fiel espada la hurta de la testera de mi lecho. da a llegar a los griegos apostados en la isla de Ténedos parece más pro-
Después invita a Menéalo al interior de la casa y abre las puertas, bable que proviniera de una posición elevada como la roca de Troya,
esperando sin duda así ofrecer a su amante un gran regalo, según lo que sucedía en el poema de Arctino. También en este caso, Les-
que pudiera borrar el rumor de antiguas culpas.
Pero ¿por qué lo dilato más? Irrumpen en el tálamo,
y a ellos se une el consejero de las traiciones, el eólida' '3 Hippol., Philosoph., VI, 19, 1, y sobre todo Epiphan., Haer., XXI, 3, 3.
14
La importancia de estos pasajes para la versión de la Eneida fue reconocida por Sch-
neidewin y después por Knaack, quien sostenía que esta versión ya estaba presente en la Pe-
Todo el episodio se desarrolla bajo el signo del engaño. Odiseo se queña Ilíada de Lesque, «Helena bei Virgil», Rhein. Mus. 48 (1893), pp. 632 y s.; cfr. E.
presenta como «eólida» en calidad de hijo de Sísifo, según una tradición Norden (ed.), P. Vergilius Maro. Aeneis Buch VI, Stuttgart, 1957, pp. 260 y s.; B. Gerlaud,
Triphiodore. La prise d'Ilion, cit., pp. 33-35.
que pretendía que era hijo de un héroe maestro en la astucia12. Es deci- 15
Arct., Ilii exc., pp. 88, 10 y s. Bernabé. La versión de la Pequeña Ilíada es en parte
siva la ambigüedad de Helena, que esconde su traición en la alegría de recuperable por los escolios a Licofrón (ad v. 344); cfr. Además [Apollod.] Ep., V, 19, Plaut.
la fiesta y en la aparente solidaridad con los troyanos. La composición llacch., 937-939 y la plausible reconstrucción de F. Vian (Recherches sur les Posthomerica
del episodio presupone un uso astuto y una elección meditada de las Quintus de Smyrne, cit., pp. 60 y s., 73). Nada se obtiene de los escasos restos del Sinón
de Sófocles.
versiones más antiguas. A tales medios se había confiado sustancial- Triph., 495 y s., 510-513. Éste utilizaba seguramente fuentes griegas, mientras que
su dependencia de Virgilio resulta dudosa: cfr. F. Vian, Recherches sur les Posthomerica de
Quintus de Smyrne, cit., p. 98, passim; B. Gerlaud, Triphiodore. La prise d'Ilion, cit., pp. 33-
Aen., VI, 523-529. 15, 150. Una Helena que hace señales luminosas desde las murallas de Troya aparece tam-
12
Por ejemplo Soph., Phil., 417, 625; AL, 190; Ov., Met., XIII, 31 y s. hién en Higino (fab. 249) y en un fresco de Pompeya.

146 147
ques puede haber ampliado el episodio, pero resulta más difícil que hubie- de vista, también la mutilación del cuerpo de Deífobo se entiende como
ra suprimido un elemento tradicional que tenía una función en el relato. una referencia concreta al modelo literario más antiguo: también la Clite-
La elección de esta versión respecto a las otras tenía probablemente mestra esquilea infligía al cuerpo de Agamenón el tratamiento ultrajante
la finalidad de poner de relieve la traición de la mujer, representada en del maschalismos19 . Recomponiendo los rasgos más oscuros presentes en
el acto de engañar al bando troyano en el mismo momento en el que le la tradición épica y reelaborándola poniendo la mirada, no en la figura de
manifestaba su solidaridad. En el episodio virgiliano, sin embargo, es, Helena, sino en la de Clitemestra tal como se había conformado en la tra-
sobre todo, el engaño que se tiende a Deífobo el que pone en evidencia gedia, Virgilio compone un personaje enteramente negativo, voluntaria-
la ambigüedad y la maldad de Helena. No parece casual que en las otras mente privado de la grandeza que distinguía al modelo esquileo.
versiones que describen las circunstancias de la muerte del héroe, éste Bastante distinto es el personaje de Helena en una obra que, sin em-
sea asesinado en su lecho o mientras intenta huir, pero no se haya men- bargo, reutiliza ampliamente los precedentes literarios: las Troyanas de
cionado jamás una participación activa de Helena' 7. Una vez más el per- Séneca. En esta tragedia se tratan, en el contexto de una única historia,
sonaje realiza una acción extremadamente deshonrosa con el único fin dos temas que en Eurípides se habían distribuido en la Hécuba y las Tro-
de conseguir un beneficio personal inmediato. La heroína se muestra yanas: la muerte de Astiacnate, arrojado por los aqueos desde las mu-
como una desagradecida, no sólo en relación con la ciudad que la ha rallas de Troya, y la muerte de Políxena, la hija de Príamo destinada a
hospedado, sino también en relación con su esposo, al que entrega, iner- ser sacrificada sobre la tumba de Aquiles20. Eurípides había tratado am-
me, a sus enemigos. De hecho, en la Eneida, la relación entre Helena y bos temas sin conectarlos con la figura de Helena, pero, en cambio, en
Deífobo se presentada como un verdadero matrimonio. El héroe se diri- la tragedia de Séneca, Helena se mide con Adrómaca y con Hécuba pre-
ge a su mujer llamándola, aunque sea irónicamente, «egregia esposa» (v. cisamente en relación con uno de los temas centrales del drama: el
523), mientas Menelao se presenta como el amante al que ella intenta anunciado sacrificio de Políxena. Es Helena la que ha recibido de los
cautivar (v. 526). Este revoltijo de roles condiciona toda la construcción griegos el encargo de apoderarse con engaño de la joven hija de Pría-
del episodio: Helena sigue siendo una traidora del lecho nupcial, pero 1110, de hacerle creer que será la esposa de Pirro, el hijo de Aquiles, y de
ahora del bando troyano. Deífobo asume el papel del marido traiciona- vestirla con vestidos griegos y luego conducirla hasta la tumba del hé-
do, mientras Menelao, introducido clandestinamente en el tálamo, asu- roe. La caracterización del personaje está totalmente basada sobre la es-
me los rasgos de un nuevo Paris. Pero la infidelidad de la mujer no se li- trategia adoptada para llevar a término este plan. Como prisionera tro-
mita al abandono del lecho conyugal, sino que llega hasta la traición y yana, ella podía ser condenada al sacrificio por la simple decisión de los
el asesinato. Poniendo a su esposo indefenso en manos de sus enemigos, aqueos, como sucedía en Eurípides, pero Séneca prefiere, en cambio,
Helena se comporta como una nueva Clitemestra. En una de las fábulas introducir un motivo extraído de la historia de Ifigenia, la hija de Aga-
de Higino, que quizá se inspiraba en este episodio, las dos hermanas son nienón destinada a ser sacrificada para propiciar la partida de la flota
recordadas en el mismo capítulo entre las mujeres «que mataron a sus griega de Aulide. Este elemento está hábilmente utilizado en el drama
maridos»' 8. El episodio virgiliano aleja decididamente al personaje de la porque permite confrontar a Helena —presentada según el habitual es-
imagen que había construido para él la poesía épica, que en Helena y (ii lema de la adúltera responsable de todos los males— con la casta e ino-
Clitemestra reconocía dos modelos diferentes de anaideia femenina; ni cente Políxena. El ejercicio de contraposición no era totalmente nuevo;
siquiera la tragedia euripidea había llegado a presentarnos un personaje ya en la Hécuba de Eurípides se proponía un enfrentamiento entre las
tan malvado. La figura que más se acerca al modelo virgiliano es preci- dos mujeres, cuando la protagonista, paradójicamente, intentaba con-
samente la Clitemestra del Agamenón de Esquilo. En esta tragedia, el vencer a Odiseo de que la víctima más adecuada para la tumba de Aqui-
coro dice de las dos hermanas que son «de espíritu similar» y las sitúa a * les era Helena y no Políxena21 ). Con Séneca, sin embargo, la contrapo-
las dos en los orígenes de las desgracias que habían golpeado a la casa
de los Atridas (vv. 1468-1471). Pero también con respecto a la esquilea, 1 )
la figura virgiliana aparece marcada por una ferocidad y una maldad más ' Aesch., Cho., 439 y s.; cfr. Soph., El., 444 y s. Al maschalismos se hacía también re-
tetencia en la Polixena de Sófocles (fr. 528 Radt), pero no sabemos si se refería a Deífobo
acentuadas, porque su acción no está dictada por las motivaciones que 1 u Agamenón.
habían llevado al asesinato a Clitemestra. Considerada desde este punto 2()
Además de los precedentes euripideos hay que recordar también la Políxena de Só-
li dos y el Astianacte de Accio. Pero, sin embargo, resulta incierto el uso que hizo Séneca
'lo estas obras, conocidas tan sólo por algunos fragmentos: cfr. E. Fantham (ed.), Seneca's
17
Quint. Smyrn., XIII, 354-357; Triph., 613-633; Tzetz., Posthom., 729-731. Iliirldes, Princeton, 1982, pp. 57-68.
18
Hyg., fab. 240. Hec., 265-270.

148 149
sición es una parte integrante de la acción, ya que al confiarle a Helena lado, refiera correctamente la petición de las bodas por parte de Pirro y,
el papel de persuadir a Políxena, el autor conseguía un segundo resulta- por otro, disemine en el mensaje una serie de ambigüedades que, real-
do: el de ofrecer una ulterior versión de la duplicidad del personaje, por- mente, revelan la escasa convicción con la que está realizando el come-
tador de desgracias y de muerte incluso cuando se presenta como pro- tido que ha asumido:
motor de bodas. Por ello, no hay que maravillarse de que la que exprese
este juicio sea Andrómaca22, pero es significativo que aparezca por pri- Pues a ti la máxima honra del pueblo pelasgo,
mera vez en palabras de Helena: «Todo himeneo funesto, sin alegría, aquel cuyos reinos se extienden a todo lo ancho de la llanura tesalia,
que entrañe lamentos, matanzas, sangre, gemidos, es digno de que lo te reclama para la sagrada alianza de un matrimonio legítimo.
auspicie Helena» (vv. 861-863). Si la tendencia a la doblez y a la traición A ti la gran Tetis, a ti tantas diosas del piélago
recuerdan a un rasgo del personaje virgiliano, la manera en la que estos y la otra Tetis, la apacible divinidad del mar embravecido,
elementos encuentran expresión en el drama latino muestra una orien- te considerarán de la familia.
tación completamente nueva. Desde los versos iniciales, Helena declara A ti, al ser entrega a Pirro, tu suegro Peleo te llamará nuera
que, narrando la historia de las bodas con Pirro, se había visto obligada y Nereo te llamará nuera.
a hacer daño a los troyanos (vv. 864 y ss.). A continuación actúa sin Deja ese porte descuidado, vístete de fiesta,
convicción, plegándose al papel que las circunstancias le imponen. La olvídate de que eres una cautiva; doblega esos cabellos erizados
víctima designada, Políxena, aparece presentada como la hermana de y permite que una mano experta ponga en orden esa melena.
Paris (v. 867), casi una persona de su familia, sobre todo si se piensa que Hasta es posible que esta desdicha vuelva
Helena todavía está ligada a su esposo troyano, que ya sólo puede llo- a colocarte en un trono más elevado:
rar a escondidas (vv. 908 y s.). Por tanto, se encamina hacia su cometi- a muchos les ha venido bien ser cautivos24.
do con resignación, convencida de que, en el fondo, la solución elegida
por los aqueos era también la mejor para la muchacha: «¡Qué sea en- En el momento de revelar a Políxena quién es el hombre que la ha
gañada! Hasta para ella será esto más suave, creo yo: muerte deseable solicitado como esposa, Helena se refiere a Pirro como a la máxima
es morir sin miedo a la muerte» (vv. 868 y ss.). Esta actitud, en lo que honra de la «gente pelasga» (v. 876); pero la misma expresión se puede
se refiere no sólo a Políxena, sino también a las otras mujeres troyanas, referir también a Aquiles, el mejor de los héroes tesalios que participó
resulta sustancialmente nueva, ya que el tipo de personaje que se había en la guerra de Troya. Y afirmando que Políxena se convertirá en la nue-
consolidado en la tragedia griega —y era aún reconocible en la Envida- ra de Peleo y de Nereo (v. 881 y s.), se refiere de manera ambigua tan-
se mostraba totalmente centrado en sí mismo, insensible al destino de to a Pirro como a Aquiles, ya que el término que significa nuera —«nu-
los que le habían estado cercanos durante largos años. En el pasado se rus», que se aplica tanto a la esposa del hijo, como a la esposa del nieto—
pensó que también el personaje de Séneca habría abrigado sentimientos puede referirse igualmente bien a Aquiles y a Pirro25; pero el primero
análogos. Helena debía de haber llegado ya a un acuerdo con los aqueos de los dos significados, en un pasaje, en el que se menciona a Peleo y a
que contemplaba su salvación, si estaba dispuesta a llevar a cabo su Nereo, resulta el más probable. No menos reveladora resulta la referen-
plan, y ya en esa fase su destino sería completamente distinto al de las cia a un momento preciso de la ceremonia nupcial: el peinado de la es-
mujeres troyanas23. Esta hipótesis en realidad no encuentra confirma- posa, que en el matrimonio romano se componía con una punta de lan-
ción en el drama: en las palabras de dirige a Andrómaca, Helena se re- za curvada (caelibaris hasta), en este contexto asume el significado de
fiere al juicio que le espera y en el que Menelao decidirá su futuro (vv. un presagio de muerte26. Estas palabras, que manifiestan el deseo del
922-924). En todo caso, el personaje no se siente reforzado por la reno- personaje de sustraerse al cometido que ha tenido que asumir, repre-
vada confianza conseguida con los aqueos, ni tampoco intenta sacar sentan una forma de rechazo y, por tanto, también de respeto por la víc-
ventaja de su nueva condición. En ese sentido resulta significativo el he- ti ma a la que se dirigen. Pero las palabras de Helena también resultan
cho de que, en el momento de llevar a cabo el plan acordado, por un ambiguas en otro sentido, pues al augurarle a Políxena, de manera os-

22
Sen., Tro., 891 y s., 936 y s. •L$ Tro., 876-887.
23
Véase M. Becker, Helena, ihr Wesen und ihre Wandlungen im klassischen Altertum, Véase, por ejemplo, E Caviglia (ed.), Lucio Anneo Seneca. Le Troiane, Roma, 1981,
cit., p. 115; L. B. Ghali-Kahil, Les enlevements et le retourd'Hélene... (texte), cit., p. 213, I, 149; A. J. Boyle (ed.), Seneca's Troades, Leeds, 1994, p. 210 (ad loc.).
n. 9. )" Fest., p. 55; Lindsay (s. v.); Ov., Fast., II, 560; cfr. Plut., Quaest. Rom., 285 b-d.

150 151
cura, un destino distinto del que sus palabras afirman, le hace entrever Yo estoy sufriendo ese yugo hace ya tiempo, cautiva desde hace diez
un cambio radical en su condición que la apartará para siempre de cual- años.
quiera de los destinos que les esperan al resto de las mujeres troyanas. ¿Ha sido Ilión derrumbada, destruidos sus Penates?
En los versos siguientes —el agón en el que se enfrenta con Hécuba— He- Perder la patria es duro, pero más duro es temerla.
lena no dudará, contraviniendo el plan inicial, en revelar claramente la A vosotras os alivia el veros acompañadas en un mal tan grande.
suerte de Políxena, siendo ella tan partícipe de tal condición como para Contra mí se enfurecen el vencedor y el vencido29.
augurarse para sí misma el mismo destino de la muchacha («Ojalá me
ordenara a mí también el intérprete de los dioses cortar con la espada los Si Virgilio nos había presentado un personaje aceptado de manera
estorbos que me atan a esta odiosa vida. ..»)27. No existe aquí un motivo definitiva en la familia de Príamo, con el fin de resaltar la traición de la
para dudar de la sinceridad de estas palabras: Helena no sólo se solida- mujer, Séneca nos muestra una Helena, igualmente «troyana», pero que
riza con las mujeres troyanas, sino que incluso quiere ser una de ellas28. no ha renunciado a los antiguos ligámenes. En este sentido resulta rele-
Dadas estas premisas, el agón entre Helena y Andrómaca, que re- vante la inesperada revelación sobre su relación con Paris, al que conti-
cuerda a la oposición entre Helena y Hécuba en Eurípides, se reduce al núa amando incluso después de muerto. Su comportamiento durante el
enfrentamiento entre dos mujeres de caracteres opuestos, que se ajustan último periodo de asedio de la ciudad siempre se había presentado en
a dos modelos de comportamiento femenino. Así pues, la imagen de He- términos ambiguos; sólo en esta tragedia, el personaje se declara abier-
lena que nos propone Andrómaca no es distinta de la que se ha codifica- tamente solidario con los vencidos y sujeto del mismo destino.
do en una larga tradición, e igualmente previsibles son las acusaciones Los de Virgilio y Séneca son los tratamientos más ricos del mito de
que le dirige, acentuadas aquí por la distancia que separa a los dos ca- Helena en la literatura latina". En ambos está presente otro elemento
racteres y por la ironía con la que están expresadas. Más interesante, en de relieve que merece tratarse aparte, prescindiendo del papel que de-
cambio, es la respuesta de Helena, sobre todo en la parte en la que des- sempeña en estas obras literarias: la imagen de la mujer portadora de
cribe su condición actual, la que debería distinguirla de Andrómaca y de la antorcha. En las Troyanas se trata de una antorcha nupcia131, en la
las otras mujeres troyanas, y que, sin embargo, la iguala totalmente con Eneida, de una señal de fuego con la que se comunica desde las mura-
ellas: llas el éxito del plan. En ambos casos, la antorcha evoca el clima jubi-
loso de la fiesta (las bodas y el fin de la guerra, respectivamente), para
Aunque un fuerte dolor no se atiene a razones revelarse después, como en una repentina metamorfosis, como un ins-
y se niega a doblegarse trumento de destrucción y de muerte. Podemos añadir que Helena por-
y llega a veces incluso a odiar a sus propios compañeros de aflicción, tadora de la antorcha está representada también en un fresco de Pom-
no obstante, yo soy capaz de asegurar mi causa aun con un juez en mi peya, donde aparecen escenas de la caída de Troya, y en un relieve del
contra; altar de la fuente Yuturna en el foro romano32. Es improbable que es-
para algo he sufrido cosas peores. tas representaciones se inspiraran en un modelo literario. Es más natu-
Se lamenta Andrómaca por Héctor y Hécuba por Príamo: ral pensar que se basaran en un elemento largamente relacionado con
sólo por Paris tiene que lamentarse Helena a escondidas. la figura de Helena, de lo que encontramos una confirmación indirec-
¿Es cruel y odioso y duro soportar la esclavitud? a en otros testimonios, que, sin embargo, no nos permiten asociarlo
con un contexto definido. En el Léxico de Hesiquio, por ejemplo, el
'lumbre común helene está interpretado como «antorcha»33. Sobre esta
27
Sen., Tro., 938 y s.
28
Cfr. F. Caviglia, Lucio AnneoSeneca. Le Troiane, cit., p. 91. Es posible que a Helena
le falte una auténtica grandeza de ánimo y que también en esta ocasión se revele como una
29
Sen. Tro., 903-914.
egocéntrica y cambiante en los sentimientos (W. Schetter, «Sulla struttura delle Troiane di ") De otras versiones, como las de Ennio y Accio, que, aunque en sus tragedias habían
Seneca», Riv. Fil. Istr. Class. 93 [1965], p. 421, n. 2), pero ella no aspira a la grandeza he- tratado el mito troyano, no podemos decir nada, porque se evita el papel atribuido al perso-
roica, que en el drama es el atributo de Hécuba y de Andrómaca; véase, por último, F. Cor- naje de Helena.
saro, «Variatio in imitando nelle Troades di Seneca: la saga di Polissena», Siculorum Gym- Sen., Tro., 899, 1132.
mei 32
Respectivamente, J. Davreux, La légende de la prophétesse Cassandre, Lieja-París,
nasium 44 (1991), pp. 3-44, quien, a propósito de la complejidad del personaje, advierte que
Helena no encuentra lugar para sí, ni entre los vencedores, ni entre los vencidos (p. 21). Su 1942, pp. 135 y s., fig. 33; F. Chapouthier, Les Dioscures au service d'une déesse, París,
interés por las desgraciadas troyanas es, en todo caso, auténtico; estamos ya muy lejos del 1915, pp. 138 y s. y fig. 8.; L. B. Gháli-Kahil, Lexicon Iconographicum Mythologiae Clas-
personaje despreocupado de los afectos más queridos y duro hasta la fiereza, propio del poe- sleue I V, cit., n. 19.
ma virgiliano. HeEich., e 1995, s. v.

152 153
correspondencia concreta es posible expresar alguna duda, porque, en composición de Safo se afirma que la belleza de la luna, cuando está en
otros lugares, el nombre de la antorcha está atestiguado en la forma he- el máximo de su esplendor, supera a la de todas las estrellas del cielo4°.
lane34 . Sin embargo, aunque esta relación sea secundaria en el nivel lin- La de Selene es una belleza que se manifiesta sobre todo en el resplan-
güístico, el dato resultaría igualmente interesante por cuanto reflejaría dor, en la luz que emana a su alrededor, capaz de imponerse sobre todo
una asociación tradicional entre la figura de la heroína y un objeto que lo que la circunda. Algunas veces en sus formas se atisbaban los rasgos
la acompaña regularmente. Podemos añadir que con el nombre de he- de un rostro humano, en especial el de una muchacha en el culmen de
lene se designaba también el fenómeno atmosférico conocido en el fol- su belleza'. Se recordará a este propósito, cómo, en el poema de Tri-
clore moderno como «fuego de San Telmo»35. En esa luz que aparecía fiodoro sobre la caída de Troya, Helena, representada en el momento de
en el cielo de manera imprevista a los navegantes y que se acercaba a hacer señales con la antorcha desde lo alto de las murallas, es compa-
la nave hasta posarse en ella, poniendo en peligro a los hombres y a la rada con la luna llena que ilumina el cielo con su rostro (vv. 514 y s.).
embarcación, se atisbaba la temida presencia de Helena; en cambio, si En este pasaje se concentran una larga serie de referencias a la tradición
la aparición, es decir la luz, era doble, se reconocía en ella el buen augu- más antigua, sólo en parte recuperables para nosotros. La referencia más
rio de la presencia de los Dióscuros36. Puede resultar interesante recordar inmediata es a la Pequeña Nada, donde se afirmaba que Troya había
que, en un fragmento de una novela griega, en el que se mencionaban
los mismos fuegos celestes, aparecían designados como «pequeñas an-
e sido conquistada en una noche de luna llena42. No sabemos si Trifiodo-
ro todavía pudo haber leído este poema épico, pero ciertamente debía
torchas» (pyrsoi bracheis)37 . Si indagamos un poco más en este aspec- tener bien presente esta tradición en la que se consideraba, en el mismo
to nos daremos cuenta de que la figura de Helena portadora de antor- contexto, el resplandor de la luna que facilitaba el retomo de los aqueos
cha revela una afinidad hasta ahora insospechada con una figura divina y las señales de Helena con la antorcha desde lo alto de la roca.
que presenta el mismo atributo: Selene, la divinidad lunar. La convergencia entre las atribuciones de Helena y las de Selene tie-
En el pasado, su nombre se había puesto en relación con el de He- ne que ver también con su lado más oscuro. La luna no es sólo el astro
lena, pero hoy no se puede sostener de manera fundada una relación eti- que ilumina la noche, ni muestra siempre el aspecto alegre de la mu-
mológica. Una rica documentación, sobre todo de época imperial y que chacha en la flor de la edad; también es un ente que cambia continua-
comprende tanto textos literarios como representaciones figuradas, mues- mente de aspecto y a la luz de su rostro se unen las manchas que le al-
tran a Selene como una divinidad portadora de una antorcha38, y en la teran la faz, de modo que resulta potencialmente doble y engañosa. A
descripción de la caída de Troya incluida en el Satiricón de Petronio, pesar de la claridad que la circunda, brilla en la noche y la posición que
la luna (Phoebe) está representada en el acto de guiar con su antorcha ocupa en el cielo marca los límites entre el mundo humano, sujeto a las
a los astros menores39. Esta asociación no es sólo un desarrollo recien- leyes del ciclo vital, y la esfera incorruptible de la divinidad. En una
te; en el himno homérico a Deméter, compuesto en torno al 600 a.C., perspectiva humana, entre uno y otro mundo se interpone la experien-
Hécate, descrita en el acto de llevar una antorcha (v. 52), se identifica cia de la muerte. La luna revela entonces el aspecto más temible de su
claramente con Selene. Ésta comparte con Helena otro rasgo impor- naturaleza, el rostro espantoso que genera turbación en los que la ob-
tante: constituye un modelo insuperable de belleza femenina. En una servan, hasta asumir en casos extremos una asociación con la Gorgo-
na43. Las divinidades que le son más afines, Ártemis y Hécate, también
son portadoras de antorchas. De Ártemis, como divinidad del mundo
34
Ath., 699 d, 701 a. El nombre aparece de esta forma también en autores de época he-
lenística (Neante de Cízico, Nicandro de Colofón): véase LSJ, s. v.; P. Chantraine, Diction- exterior a la ciudad y del papel que desempeña en los ritos de pasaje y
naire étymologique de la langue grecque, París, 1968-1981, pp. 331 y s. (s. v. «helarse»), que en las iniciaciones juveniles, hemos hablado en el primer capítulo; Hé-
considera helene resultado de una asimilación progresiva; el significado originario habría
sido el de «fascio», adecuado para designar la antorcha. 40
35
Lyd., Ost., 5; LSJ, s. v. «helene»; O. Skutsch, «Helen, her Name and Nature», cit., p. 191. Sappho, fr. 34 Voigt. Entre los testimonios más antiguos véase [Hes.], fr. 23 a, 8 (la
36
Una referencia a este fenómeno atmosférico en relación con los Dióscuros ya apare- belleza de Leda resplandece como la luna); 252, 4; Hymn. Merc., 141; Pind., 01., X, 73-75.
ce en Alceo (fr. 34, vv. 9-12 Voigt), y después en Jenófanes (VS 21 A 39). Por lo general, las
41
Verg., Georg., I, 430; Hor., Sat., I, 8, 21; quizá ya Soph., fr. 871, v. 3 Radt. En las re-
fuentes consideran funesta la aparición de la «estrella de Helena»: véase Sosibio, FGrHist presentaciones figuradas, Selene asume los rasgos de la belleza juvenil, propios de Ártemis:
595 F 20; Plin., II, 101; Lyd., Ost., 5. En el Orestes de Eurípides, Helena, asunta al cielo, W. H. Roscher, Über Selene und Verwandtes, cit., p. 35.
desempeña, en cambio, una función protectora de la pareja de hermanos: vv. 1635-1637,
42
Fr. 9 Bernabé.
1689 y s.; aquí p. 110.
43
Plut., De fac. in orb. lun., 29 (944 b); Clem., Strom., V, 8, 49 (rostro gorgónico de la luna);
37
Cfr. R. Kannicht, Euripides.Helena:II. Kommentar, cit., p. 395, n. 21. W. H. Roscher, Über Selene und Verwandtes, cit., pp. 23 y s. Cfr. J. J. Bachofen, «Le tre uova mis-
38
W. H. Roscher, Über Selene und Verwandtes, Leipzig, 1890, pp. 24 y s. icriehe», cit., pp. 246-251, passim (en el ámbito de una interpretación que valora los valores sim-
39
Petr., Satyr., 89 (vv. 54 y s.). bólicos ligados a la «maternidad», portadores de vida, pero también de destrucción y de muerte).

154 155
cate, que ya en el siglo y a.C. se había identificado con Ártemis", está es comparada con Ártemis la de la rueca de oro47. La comparación quie-
representada igualmente como una joven mujer, pero muestra asocia- re llamar la atención sobre su belleza, pero no parece muy adecuada
ciones más marcadas con el Más Allá. Como divinidad de los caminos para un personaje que ya no es joven y ya tiene una hija adulta que se
(enodia), supervisaba en especial los cruces de caminos y los lugares prepara para la boda. La referencia a Ártemis puede tener, por tanto,
que daban acceso a los infiernos. Selene se presenta, por tanto, como sólo un valor genérico, o bien, dado que el episodio se desarrolla en Es-
una figura doble, y una ambigüedad del mismo tipo, que asocia a la be- parta, es posible atisbar una relación, en realidad más bien remota, con
lleza exterior una peligrosidad oculta, caracteriza también, aunque con el papel desempeñado por Helena en las ceremonias femeninas de ini-
notables diferencias, al personaje de Helena en su larga historia de Ho- ciación. Del comentario de Eustacio al pasaje aprendemos que, de esta
mero a Eurípides y hasta Virgilio. similitud, era posible extraer otras conclusiones muy distintas:
No estamos en condiciones de explicar de manera exhaustiva la pre-
sencia de caracteres lunares en la figura de Helena, ya que todavía per- El poeta compara a Helena con Ártemis de la rueca de oro por la lo-
manecen oscuros, o tienen una interpretación incierta, demasiados ele- zanía de su cuerpo; los autores posteriores a Homero tomando este mo-
mentos de la historia de esta figura, sobre todo de la fase más antigua. tivo, después de identificar a Ártemis con Selene, hicieron de Helena un
Nos limitaremos, por tanto, a examinar esta afinidad y a indagar el sig- ser lunar, como si hubiera caído a la tierra de la luna y contaron que ha-
nificado que asumió en las épocas que conocemos mejor. Podemos no- bía sido nuevamente raptada y llevada de nuevo a lo alto después de que
tar, por ejemplo, que en las escuelas pitagóricas de la Italia meridional, por su intermediación se hubieran cumplido los designios de Zeus48.
al menos a partir del siglo iv a.C., se desarrolló un interés especial en el
mundo lunar y, de manera asociada, en la figura de Helena. El filósofo Esta interpretación presupone la equivalencia Ártemis-luna, atesti-
pitagórico Filolao, que vivió en torno a la mitad del siglo y a.C., afir- guada en Grecia desde el siglo y a.C.49. Y después, sobre la base de la
maba que la luna tenía una naturaleza terrosa y que en ella se concen- similitud Helena-Ártemis, era posible establecer una relación Helena-
traban plantas y animales mucho más grandes y más bellos que los de luna, y, sobre ella, construir un nuevo mito que presentaba al personaje
la tierra45. Herodoro de Heraclea, autor de varias obras mitológicas en como un ser originariamente lunar, caído a la tierra por voluntad de
las que adoptaba una interpretación racionalista y alegorizante, afirmaba Zeus y destinado a volver a su morada natural. Esta nueva versión se ba-
que las mujeres lunares ponían huevos y que los seres nacidos de ellas saba enteramente en elementos preexistentes: en primer lugar, el naci-
46 miento de Helena del huevo de Leda y luego la mencionada afinidad en-
eran quince veces más grandes que los que habitaban en la tierra . Varias
historias sobre los habitantes de la luna muestran que relatos similares tre Helena y Selene. El pasaje de la Odisea, con la similitud entre
a los del folclore moderno se habían difundido en la Grecia antigua. Helena y Ártemis, representaba una regencia de autoridad que hacía po-
Los pitagóricos bebieron ampliamente de estas tradiciones, que ellos re- sible el encuentro y la reinterpretación de elementos tradicionales que,
elaboraron libremente. De manera análoga, se aproximaron al autoriza- en sí, eran heterogéneos.
do patrimonio de la poesía épica y, en particular, a los poemas homéri- Eustacio no añade nada más a esta historia, pero la coincidencia
cos y, aunque partían de exigencias profundamente nuevas, no pretendían con otros testimonios permite establecer que ésta se remontaba al pi-
renunciar realmente a esta ilustre herencia del pasado, pero prefe- tagorismo antiguo50. De hecho, un pasaje de Ateneo atribuye la histo-
rían retomar relatos ya conocidos y reelaborarlos de manera radical fa- ria del huevo de Helena caído de la luna a un cierto Neocles, al que
voreciendo nuevas interpretaciones para ellos. El resultado puede resul- quizás habría que identificar con un médico perteneciente a la secta pi-
tar sorprendente —o incluso paradójico—, pero debemos reflexionar tagórica, que vivió probablemente en el siglo iv a.C.51. Según una no-
sobre el hecho de que incluso una reescritura radical del mito puede
constituir una satisfactoria vía de acceso a un sistema de pensamiento 47
Od., IV, 121 y s.
esencialmente nuevo. 48
Eust., ad Od., IV, 121 (1488, 19 y SS.).
En un episodio de la Odisea, que ya hemos recordado, cuando He- 49
Aparece en un drama perdido de Esquilo: fr. 170 Radt; cfr. Cic., De nat. deor. H 27 (68);
lena se presenta en la estancia donde Menelao atiende a los huéspedes, Verg., Aen., IX, 405; Tib. HL 4, 29; W. H. Roscher, Über Selene und Verwandtes, cit., pp. 97 y s.
5()
F. Cumont, Recherches sur le symbolisme funéraire des Romains, París, 1942, p. 186;
J. Carcopino, La basilique pythagoricienne de la Porte Majeure, París, 1943, p. 356; sobre
lodo M. Detienne, «La légende pythagoricienne d'Hélene», Rey. Hist. Rel. 152 (1957), pp.
44
Aesch., Suppl., 676; Eur., Phoen., 109 y s.
1 29- 152, en especial pp. 131 y s.
45
Philolaos, VS, 44 A 20.
46
Herodoros, FGrHist 31 F 21 (= Ath. 11 57 f). Ath. 11 57 f; M. Détienne, «La légende pythagoricienne d'Hélene», cit., pp. 136-138.

156 157
ticia trasmitida por Plutarco, el mismo origen se podía atribuir al hue- allí se convertía en la compañera de Aquiles y no de Menelao56. Esta
52
vo del que nacieron los Dióscuros . Esta paradójica idea debía es- versión recogida en Pausanias ya se presupone quizá en la tradición bio-
tar bastante difundida entre los pitagóricos del siglo vi a.C., si in- gráfica estesicorea, que situaba la nueva morada de Helena en la «isla
cluso Heráclides Póntico, un versátil escritor que no permaneció extraño blanca» (Leuce)57. A su vez, Aquiles llegaba a esa isla después de haber
a influjos pitagóricos, se tomaba seriamente en consideración esta caído ante las murallas de Troya. Según la versión de la Etiópida, un
posibilidad53. La historia recogida por Eustacio viene, por tanto, a in- 4 poema del ciclo épico, que continuaba la narración de la alada, Tetis
sertarse en una serie de datos bastante homogénea. El elemento nue- había secuestrado entonces el cuerpo de su hijo de la pira, donde había
vo que él añade se encuentra en el dato de que una interpretación sido depuesto, y lo había llevado a esta remota isla58. En otro poema del
de este tipo encontraba confirmación en la lectura de un pasaje de ciclo, las Ciprias, donde se narraban los sucesos anteriores a la guerra
Hornero. de Troya, se hablaba sobre el deseo de Aquiles de ver a Helena y de la
Si la Helena originaria provenía o tenía su morada en la luna, tam- intervención de Afrodita y Tetis, que escucharon su deseo59. La breve-
bién debía compartir la naturaleza de sus habitantes, a los que a menu- dad de la noticia no nos permite saber en qué circunstancias se habría
do se presenta como daimones o démones, seres sobrenaturales dotados producido el encuentro, pero la petición del héroe resultaba, en el fon-
de una gran sabiduría y de un amor innato por la justicia. Según lo que do, justificada, ya que era verdad que, mientras los otros aqueos habían
se enseñaba en la escuela, el propio Pitágoras habría sido un daimon lu- encontrado a la mujer por la que luchaban cuando le pidieron la mano
nar54. El interés que ellos manifestaban por el mundo humano hacía que a Tíndaro, Aquiles, dada su corta edad, no había podido acudir a Espar-
descendieran voluntariamente y gustosamente a la tierra y se ocuparan ta. Si hubiera estado presente —se afirma en el Catálogo de las mujeres—
de las necesidades humanas. Su atención se dirigía sobre todo a la adi- Helena, sin lugar a dudas, se habría convertido en su esposa60. El inte-
vinación y a las ceremonias religiosas, pero también ofrecían un apoyo rés de Aquiles por Helena representaba, por tanto, un elemento recu-
concreto a los hombres cuando afrontaban los peligros de la guerra y de rrente en la poesía épica. En especial, la historia que narraba el traslado
la navegación55. Pitágoras encarnaba a la perfección este modelo de de su cuerpo a la isla de Leuce sentaba las bases para la elaboración de
hombre sabio y justo, pero también Helena, como selenita, debía asu- un nuevo relato. El héroe no sólo veía realizarse su antiguo deseo de en-
mir una caracterización afín: ella llegaba a la tierra por su solicitud ha- contrarse con la mujer por la que había luchado, sino que permanecía
cia los hombres, o porque había sido enviada por la divinidad suprema, acompañado por ella durante todo el tiempo futuro; Helena, a su vez,
como se afirmaba en el pasaje citado de Eustacio. conseguía una oportunidad de celebrar unas nuevas bodas en el Más
El pitagorismo antiguo valoraba también otros aspectos de la figura Allá. Que toda la aventura concluyera con la unión del héroe más fuer-
de Helena: en concreto su desaparición y su estancia en la isla de los te con la mujer más bella debería constituir un nuevo motivo de interés.
Bienaventurados. Pero, antes de examinar la interpretación que se daba En el Heroico de Filóstrato, un escritor que vivió entre los siglos
de estos temas, será oportuno examinar más de cerca los precedentes II y III d.C., la utilización nueva de estos temas constituía un juego li-
del mito. En primer lugar se advierte que, si prescindimos de algunas terario que daba la oportunidad de compararse con modelos literarios
versiones locales como la de Rodas (la historia de Polixó), la experien- de autoridad. Según su relato, fue con ocasión de estas bodas, cuando
cia terrenal de Helena no terminaba con la muerte, sino con una miste- la isla de Leuce, situada en el Ponto en las hoces del Istro (el Danubio),
riosa desaparición. En el Orestes de Eurípides, cuando la iban a matar,
era raptada por Apolo por orden de Zeus. En la Helena, los Dióscuros
anuncian que su vida se concluirá con una suerte de apoteosis, que la 56
Sólo en el ámbito de una profunda revisión del mito, como es la del Encomio de He-
lena de Isócrates, le es dado al héroe adquirir una naturaleza inmortal y acompañar a Hele-
sustraerá del mismo modo al destino de los hombres. Según una tradi- na para siempre: Hel., 62; cfr. [Apollod.] Ep., VI, 29; Luc., Ver. Hist., 11, 8, 25 y s. Los ver-
ción distinta, después de una larga vida, Helena no se unía a sus her- sos de la Odisea (IV, 561-569) presuponen una vida en común de Helena y Menelao en el
manos en el cielo, sino que se dirigía a la isla de los Bienaventurados y Más Allá.
57
Paus., 111, 19, 12 y s.; R. Engelmann, Ausführliches Lexikon der griechischen und
romischen Mythologie, cit., col. 1951; aquí en cap. VI, n. 5.
52
Plut., Quaest. conv., 637 b.
58
Aithiopis, pp. 69, 20-22 Bernabé.
53 Heracl. Pont., fr. 115 Wehrli (= Diog. Laert., VIII, 72).
59
Cyprias, p. 42, 1. 59 y s. Bernabé; A. Severyns, Le cycle épique dans l'école d'Aris-
.
54
Iambl., Vita Pyth. 31 y s. (= fr. 192 Rose); M. Detienne, La notion de «daimon» dan,s tarque, cit., pp. 303 y s.
le pythagorisme anclen, París, 1963, pp. 93 y s.
6
° Cat., fr. 204, vv. 89-92: Aquiles se encontraba en el Pelión, por tanto, todavía era un
55
Plut., De fac. in orb.lun., 30 (944 cd); M. Détienne, La notion de «darmon» dans le muchacho al cuidado de Quirón cuando se decidieron las bodas de Helena en Esparta; cfr.
pythagorisme ancien, cit., p. 110, passim. Paus., III, 24, 10 y s.

158 159
emergió por primera vez del mar61. Cuando llegaron allí, Aquiles Ih (.1111to con el otro, estos elementos hacían de Helena un ser
lena todavía no se conocían. Sin duda, habían oído hablar el mi lie había llegado a la tierra para cumplir la voluntad divina y es-

otro en vida, porque la fama de ambos ciertamente era muy gr mido it volver a su lugar de origen apenas terminara su misión.
pero no habían tenido la ocasión de encontrarse. En la isla se col »las preinisas, no había ya motivo alguno para oponer la ver-

ron unas fastuosas bodas y, desde entonces, la pareja pasa en en rico ít l a estesicorea, que declaraba la total inocencia de la
ñía todo su tiempo entre fiestas y cantos, celebrando el amor q a Helena de sus culpas, los pitagóricos no tenían ne-

une el uno al otro, los poemas de Homero sobre la guerra de '1 Adoptar una versión del mito distinta de la homérica: era su-
el mismo Homero. El autor juega hábilmente con una tradición ki Iditiorpretar correctamente» a Homero; la interpretación alegó-

lidada. Por ejemplo, el papel tradicional desempeñado por l a vila Monte salía al encuentro de esta necesidad. Por tanto, si se

el nacimiento de la pasión amorosa, está aquí sustituido por el do I or la figura de Estesícoro y su palinodia, como sugieren

dición; Helena y Aquiles se ven atraídos el uno al otro gracia* MI relativas a la vida del poeta, este «replanteamiento» no
fama, como conviene a personajes que han llegado a ser famoS que Pill versión estuviese en contraposición con la homérica,
la poesía. Lo que se describe, en el fondo, es un encuentro entre 11 que se integrase con ella de manera esencial, confirmán-
sonajes literarios que retoman su vida en una isla alejada de las .111. punto no estamos, en realidad, lo suficientemente in-
das indiscretas de los hombres. La sucesión de los acontecittli No «hemos, por ejemplo, qué interpretación habían ofreci-
asume un desarrollo circular que revela un tratamiento decidido hosiii i vos (le la palinodia, ni qué papel había tenido en el
virtuoso del mito: la versión épica sienta las bases para la condiel tiv lis ti iidición biográfica sobre el poeta. Sin embargo, el he-
tual y ésta a su vez asegura la fama del relato en el que ella misil ItIVICSe como protagonista un personaje de Crotona, la
ne su origen. Licofrón, en la que podemos considerar una Val ititt l ttagoras fundó su escuela, el hecho de que nuestra fuen
i -

esta versión, afirmaba que Aquiles había amado a Helena en so 1111114 tl tante (1 )atisanias) considerase esta historia de origen croto-

El punto de partida para la reinterpretación pitagórica del mil 01 líe( 1141 de que en ella Helena y la isla de Leuce tuvieran un

bía sido el problema de las distintas localizaciones de las islas lob isslo, I niceli pensar que la reconstrucción pitagórica también

Bienaventurados, entre las que debemos incluir tambien lis IN )


voo1111 tlido a su formación en medida significativa67 . Una He-

Leuce63. En la poesía épica, tales islas estaban colocadas, iptiol *, si acercaba demasiado a su juicio, como para que los pi -

los campos Elíseos, en los confines del mundo conocido, iiiiitst pOrIlifinveicran ajenos a la constitución de una leyenda en la

corrientes del Océanom, pero para los pitagóricos los con fi ne., (10 0 itivNenialni precisamente estos caracteres. Los pitagóricos,
65
do no se situaban en la tierra, sino en el mundo lunar , y 1 lelo lo, 'elidían a acercar las figuras de Homero y de Estesícoro,
después del fin de su experiencia terrena se había establecido k en 1
401,i ¡Hit la tradicional afinidad que se apreciaba en su poesía,
de Leuce, asumirá también por esta vía rasgos lunares. Su ligo hin I H 1 1 1111a orientación común en el plano ético e ideológico.

en la isla debía ser interpretada como un retorno a su mol ¡Ido #111111viilv%, I siesícoro debía ser considerado una suerte de al-
naria. Esta interpretación se integraba bien con otros eles tiento,. t'un ► 11 iiiestra l a historia de la metempsicosis, atribuida a
versión pitagórica: el parangón homérico de Helena con ÁrI(111114 y 1101$ 11 Pliagoras, que hacía migrar el alma de un cuerpo a
mología del nombre, que además estaba conectado con el de k lit &hablo von el mismo modelo pitagórico, Ennio habría afir-

iota de I lomero se había trasferido a su persona69 . Los re-

61
Philostr., Her., 54. d la tradición se veían, por tanto, sometidos a un re-
62
Lyc., 171-173; schol. ad V. 171; ad Ji., 111, 140 a Erbse; ad, nto radical, y, coincidiendo sobre puntos estratégicamente
63
Plin., IV, 93.
64
Od., IV, 563-568; Hes., Op., 170-173; Pind., 01., II, 70-72.
65
Iambl., Vita Pyth., 82, donde las islas de los Bienaventurados se Will i nt
y la luna. Plutarco, que refiere una teoría más compleja, precisa que los t III, lig litOloillieloinldie, 111, A 2 (1929), s. v. «Stesichoros», col. 2461; J. Vürt-
encontraban en la parte de la luna que miraba hacia el cielo, mientras (pie Iiis i ii• os$ rtYiNfornte und lliographie, cit., p. 100; M. Détienne, La légende pytha-
cia la tierra se llamaba «casa de Perséfone»: De fac. in orb. lun., 29 (9.1,11 i 1 $ 011., pp, 142-44.
cherches sur le symbolisme funéraire des Rornains, cit., pp. 183-185 (o)111•0,1110•004 Yll, 7 i I 1,n el léxico de la Suda (s 1095) se menciona la descendencia de
tados); M. Détienne, La légende pythagoricienn d'Hélene, cit., p. 131 III lit4 ror troyano en el que el mismo Pitágoras se habría encarnado:
66
Véase por ejemplo L. B. Ghali-Kahil, Les enlevements et le n'Iota • l 11. I, ae r 10 ivii que evoca el origen pitagórico de la noticia: J. Vürtheim, Ste-
cit., p. 323; M. Détienne, La légende pythagoricienne d'Hélene, cit., pp. I 11 tIt Pnfr ishil Mogi aphie, cit., p. 100; P. Maas, Realencyclopadie, cit., col. 2460.
traine, Dictionnaire étymologique de la langue grecque, cit., pp. 335 y t. , 5 1 11h1 h,•/ , .1, ad VI, 10; ad Stat. Theb., III, 485-486; cfr. Enn. fr. 4, 5 Vahlen 2.

160 161
importantes, se convertían en expresión de una verdad compartida, so- siderado como una variación posterior de esta versión del mito, si no
lidaria con los más altos valores éticos. De ese modo, era posible recu- hubiera estado fuertemente influida por la reflexión filosófica y teoló-
perar una antigua función del mito, a la que el largo uso y la reflexión gica que se desarrolló en este periodo en ambiente judaico y cristiano.
racional habían debilitado, pero que encontraba una razón de ser en el Nos referimos a la historia de Helena tal como la retomó y reelaboró
ámbito de círculos más restringidos. Éstos se colocaban al margen de el fundador del gnosticismo, ese Simón el Mago al que quizás hay que
las más importantes corrientes de pensamiento, pero ejercía, sin embar- identificar con el personaje mencionado en los Hechos de los Apósto-
go, un influjo notable en la sociedad contemporánea. les y que fue considerado como el primero de los herejes por los es-
El pitagorismo tuvo un papel notable, también, en el mundo roma- critores cristianos de los primeros siglos'. Su pensamiento y el de sus
no en distintos momentos de su historia. De especial interés fue el nue- seguidores nos es conocido, sobre todo, por la exposición que hicieron
vo florecimiento que se produjo en Roma entre el final de la época re- de él algunos autores cristianos para refutarlo (Ireneo, Hipólito, Epifa-
publicana y el inicio del principado. En uno de los monumentos más nio), además de por los escritos pseudo-clementinos y por textos pa-
notables de este periodo —la basílica que se erigía junto a Porta Mag- piráceos de pensadores gnósticos74. En los escritos de estos autores,
giore en Roma, que se remonta a la época del emperador Claudio— el Helena aparecía bajo la insólita vestimenta de manifestación del pen-
rapto de Helena se representaba en uno de los estucos que decoraban la samiento en su forma más alta o como «primer pensamiento» (Ennoia
bóveda de la sala central70. En el gesto de Paris que atrae hacia sí a la prote, Epinoia). Su historia tenía un origen antiguo y encontraba un
mujer ya ha desaparecido todo intento de seducción. El rapto ya se po- punto de referencia constante en la figura de Simón Mago. Éste asu-
día considerar el resultado de una pasión descontrolada, que ofendía al mía los rasgos del dios supremo, y Helena los de la primera emanación
huésped y a la esposa. Adquiría un significado alegórico que exaltaba de su mente y de su agente en la creación del mundo. Al principio,
su valor moral: el encuentro asumía el significado de una iniciación al ellos formaban la pareja originaria hombre/mujer; a continuación, He-
conocimiento, premisa de un camino común de la pareja hacia la per- lena abandonó por voluntad del padre, su morada originaria, y generó
fección. En otro recuadro de la bóveda central, Helena se representaba a los ángeles y a otras potencias creadoras, a su vez, del mundo ac-
con el Paladión entre las manos, atenta a dialogar con Odiseo71 . La re- tual 75. En la literatura clementina, Helena desciende de los cielos más
presentación evocaba el episodio que precedía en poco tiempo a la con- altos y recibe el título de «señora» (kyria), o sustancia generadora de
quista de la ciudad. Según la tradición épica, Odiseo se pudo aprovechar cada cosa (pammetora ousian), y de «sabiduría» (sophia)76 . Después
en esa ocasión de la conversación con Helena72. Pero en el ámbito pita- de la constitución del mundo, las potencias que habían sido creadas por
górico, el primero asumía los rasgos del iniciado (mystes), capaz de su- ella, y por tanto eran inferiores a ella, no permitieron que retornara a
perar todas las pruebas para alcanzar la perfección, y la segunda, repre- su antigua morada. Por envidia, en cuanto que no querían admitir el ha-
sentaba la condición del que, prisionero en este mundo, encontraba la ber sido generados por otro, o incluso, según una segunda versión, por
vía para salvarse y volver a su morada natural. Protegidos por la ima- concupiscencia (y aquí retorna el tema de la belleza), se negaron a res-
gen de Atenea (el Paladión), ambos constituían un modelo de sabiduría tituirla a su padre y la retuvieron junto a ellos77. Así, Helena se encon-
alcanzable a través de las enseñanzas de la escuela.
La reinterpretación del mito de Helena en el ámbito pitagórico po- 73
Actus, 8, 9-24.
dría terminar con la referencia a los delicados estucos que adornaban 74
Para una presentación general véase G. N. L. Hall, Encyclopaedia of Religion and
la basílica romana, pero nuestra exposición se quedaría incompleta si Ethics, J. Hastings (ed.), vol. XI (1920), pp. 514-525, s. v. «Simon Magus»; R. M. Grant, Gnos-
no recordásemos que la historia de Helena, entendida como ser celes- ticismo e cristianesimo primitivo, Bolonia, 1976, pp. 83-109; J. Fossum y G. Quispel, Rea-
llexikon für Antike und Christentum, vol. XIV (1988), coll. 338-355, s. v. «Helena I». Algunos
te venido a la tierra desde la luna y destinada a retornar a ella, se vol- textos gnósticos están recogidos y traducidos por M. Simonetti, Testi gnostici in lingua gre-
vió a retomar y alcanzó un desarrollo notable en los primeros siglos de ca e latina, Milán, 1993 (con más remisiones). Los escritos pseudoclementinos, que nos han
la era cristiana. La que se afianzó en ese momento podría haberse con- llegado en una doble redacción (Homiliae y Recognitiones), narraban en forma novelesca los
viajes del apóstol Pedro y su lucha con Simón el Mago, además de otras historias que tenían
como protagonista a Clemente, compañero de Pedro y futuro obispo de Roma.
75
70
J. Carcopino, La basilique pythagoricienne de la Porte Majeure, cit., pp. 331-338, Iust., Apol., 126; Iren., Adv. Haer., 123; Hippol., Philos., VI, 19; Epiph., Adv. Haer. XXI,
tav. XXII; L. B. Ghali-Kahil, Les enlevements et le retour d'Hétene... (texte), cit., n. 185, tav. 2 y s.; cfr. Tea, De an., 34. Hall, Encyclopaedia of Religion and Ethics, cit., pp. 517 y s.; R. M.
XXXVIII, 2. Grant, Gnosticismo e cristianesimo primitivo, cit., pp. 70-96. Los pasajes de Justino y de Ireneo
71
J. Carcopino, La basilique pythagoricienne de la Porte Majeure, cit., pp. 338-356, tav. están también recogidos por M. Simonetti, Testi gnostici in lingua greca e latina, cit., pp. 10-15.
XXIII. 76
[Clem.], Hom., II, 25, 2; Recogn., II, 12, 2.
72
Od., IV, 242-264; 11. parv., pp. 74, 15-18 B.; aquí pp. 84 y s. 77
Iren., Adv. Haer., 123, 2 (envidia); Epiph., Adv. Haer., XXI, 2, 4.

162 163
tró prisionera de potencias inferiores a ella por un periodo larguísimo, hecho de que la misma reflexión gnóstica reconociera en la figura de
durante el que fue objeto de toda clase de vejaciones. Encerrada en un Helena a la oveja descarriada del Nuevo Testamento79 . Al mismo tiem-
cuerpo humano, se vio obligada a trasmigrar continuamente de un cuer- po, esta reflexión, que aparentemente es sólo teórica, encontraba su
po femenino a otro. En tales circunstancias fue cuando asumió la for- confirmación en una experiencia real en la vida del que se presenta
ma del personaje por el que se desencadenó la guerra de Troya. Natu- como su inventor, Simón el Mago: haber reconocido a la auténtica He-
ralmente, Helena no había cometido las culpas que se le imputaban, y lena-Ennoia en la mujer de un prostíbulo. A través de la reunión, que-
el poeta Estesícoro, que la acusó injustamente, fue castigado con la ce- rida por el mismo Simón, se recomponía la pareja divina que había pre-
guera. Más tarde, el poeta se dio cuenta del error, compuso la palino- cedido a la creación del mundo y que había asistido a su desaparición.
dia y recuperó la vista. Sin embargo, esta experiencia terrenal no re- A este relato fantasioso, que, sin embargo, presenta una notable cohe-
presentó el momento de máxima degradación. Sometida a ofensas cada rencia y un indudable interés, contribuyeron, junto a las ascendencias
vez mayores, Helena siguió migrando de un cuerpo a otro, hasta que pitagóricas y judeo-cristianas, también los influjos de las religiones he-
adoptó el aspecto de una prostituta que desempeñaba su oficio en un lenísticas contemporáneas. Lo cual, realmente, no maravilla, ya sea por-
prostíbulo de Tiro78. Así fue como se topó con la persona de Simón el que las operaciones sincretistas se habían practicado ampliamente en el
Mago, realmente porque, después de un periodo larguísimo, el dios su- gnosticismo, ya sea porque el mismo Simón el Mago permaneció y fue
premo, que había asumido las apariencias terrenas de Simón, decidió educado en Alejandría. Los rasgos divinos del personaje de Helena, ya
bajar al mundo para liberar a Helena-Ennoia. Cuando la reconoció, la presentes en varias formas en el mito griego, asumen un relieve notable
liberó de la triste condición en la que la había encontrado y quiso que lo sobre todo en las religiones orientales del imperio. Será oportuno recor-
acompañase en todos los viajes que emprendió para predicar al mundo darlas brevemente, porque iluminan extraordinariamente algunos aspec-
la verdad. tos del personaje que hasta ahora no hemos considerado. En la ciudad
Esta historia va mucho más allá de la reelaboración de un antiguo de Troya que, en época helenística y romana fue objeto de especiales
relato. Podríamos considerarla un mito sustancialmente nuevo, cons- atenciones por parte de los nuevos soberanos, Helena era objeto de cul-
truido con una finalidad precisa, no sólo sobre la base de la tradición to con el nombre de Adrastea80. El nombre recuerda al de la madre de
griega y de las distintas interpretaciones que se sucedieron en el curso su personaje, Némesis, divinidad a menudo asociada o identificada con
del tiempo, sino también de temas centrales en el pensamiento judaico Adrastea81 . Pero probablemente en el culto troyano deberíamos atisbar
cristiano. El sincretismo, que aquí tiene un papel importante, se había también una referencia a las antigüedades de la región, porque Adras-
practicado largamente en esta época no sólo en el ámbito gnóstico. Por tea era el nombre de una divinidad montaraz del Ida82. En Egipto, se-
lo que se refiere a la figura de Helena, la versión más cercana era la pi- gún el testimonio de Plutarco, Helena recibía «grandes honores» junto
tagórica. Su naturaleza celeste (lunar) aparece potenciada, la caída a la a Menelao83. La afirmación se refiere probablemente al culto de los so-
tierra se carga de un significado simbólico, el retorno final a la condi- beranos en la forma en la que se practicaba en época ptolemaica. En
ción primitiva, entendido como un rescate, se atribuye a la intervención Egipto, de hecho, la esposa del rey era objeto de veneración y a menu-
salvífica de la divinidad suprema. A través de la figura de Helena se do asociada a Helena y a Afrodita. Calímaco, por ejemplo, podía pre-
sentar la muerte de la reina Arsínoe, esposa de Ptolomeo II Filadelfo,
f ' ofrece una visión sustancialmente dualista del mundo y de la existencia
humana, coherente totalmente con las orientaciones del gnosticismo. como un rapto realizado por los Dióscuros. Ellos intervenían de una
Helena, que en diferentes momentos experimenta condiciones opues- manera que recordaba a la ascensión de Helena entre los astros al final
tas, pone las premisas para la existencia de este mundo y para su supe- de la Helena de Eurípides o a su misteriosa desaparición en la versión
ración. Este significado de «liberación» se enfatiza, por tanto, hasta del Orestes. Incluso en las Siracusanas de Teócrito a la reina entonces
asumir el valor simbólico de salvación de toda la humanidad de un reinante, la misma Arsínoe, se la llamaba «similar a Helena»84. Bien
mundo condenado a la destrucción. En este sentido, es significativo el
79
Iren., Adv. Haer., 123, 2; Hippol., Philos., VI, 19, 2; 19,4; Epiph., Adv. Haer., XXI, 3.
Athenag. Leg. pro Christ., 1 (= Patrol. Graeca, VI, p. 888); cfr. F. Chapouthier, Les
78
Iren., Adv. Haer., 1, 23, 2; Hippol., Philos., VI, 19, 3. La identificación del ser divi- Dioscures au service d'une déesse, cit., p. 147.
no caído en el mundo con una prostituta está presente en otros textos gnósticos. Para los pre- 81
Por ejemplo, Antim. fr. 53 Wyss; Men. fr. 266 K.-Th.; Suda a 523, 524.
cedentes del Antiguo Testamento se puede recordar el matrimonio del profeta Oseas con una 82
Phor. fr. 2 B.; Aesch. fr. 158 Radt.
prostituta (quizá una sacerdotisa adepta al culto): Oseas, 1, 2; J. Fossum y G. Quispel, Re- 83
Plut. De Her. mal., 12 (857 b).
allexikon für Antike und Christentum, cit., col. 344; M. Simonetti, Testi gnostici in lingua 84
Callo fr. 228 Pfeiffer; Dieg., X, 10; Theocr., XV, 110. Berenice, esposa de Ptolomeo I
greca e latina, cit., p. 400, n. 5. Sóter, se salvó de la muerte y fue divinizada por la intervención directa de Afrodita: Theocr., XV,

164 165
atestiguada está también la asimilación de la misma reina con Afrodita A estos elementos que valoran los aspectos terrenales y materiales,
y con Isis. Ésta era, de hecho, objeto de culto en un templo junto al pro- que eran comunes a otras divinidades de esta área, como la fenicia As-
montorio del Cefirio, situado entre Alejandría y el ramo canópico del tarté o la babilonia Istar, los acompañaban otros de signo opuesto, que
85
Nilo y dedicado a Arsínoe-Afrodita . La introducción de este culto va- situaban en primer plano la esfera intelectual y moral. Isis todavía com-
loraba también los precedentes de la leyenda: el templo se encontraba, partía esos caracteres de sabiduría y justicia que hemos encontrado en
de hecho, en el lugar donde muchos años antes había estado la ciudad la figura de Helena, entendida como manifestación primera del pensa-
de Thonis, epónima del soberano que una vez había acogido a Helena miento divino92. Estos rasgos, pertenecientes a esferas bastante lejanas
y Menelao a la vuelta de Troya; no parece casual que, en la misma área, entre ellas, al menos en lo que se refiere al mundo griego —baste pensar
el culto de Isis se practicara en la isla de Faro, igualmente ligada en la en las actitudes profundamente distintas que caracterizan a divinidades
86
tradición épica a la presencia de Helena y Menelao . como Atenea y Afrodita—, se presentan ahora una junto a la otra en las
Las funciones de Helena en tierra egipcia, por tanto, estaban de dis- mismas figuras divinas. Esto explica la manera en que Helena podía
tintas maneras conectadas con las atribuciones de la pareja reinante. En exhibir, junto a los rasgos más tradicionales que la acercaban a Afrodita,
esta región, ella asumía rasgos divinos más fuertes, que permitían una una convergencia mucho más significativa con Atenea, entendida ale-
aproximación a divinidades como Isis y Afrodita. El personaje presen- góricamente como manifestación del intelecto divino. Considerado en
taba características afines en otras regiones del cercano oriente heleni- relación con el mito gnóstico, el conocido nacimiento de Atenea de la
zado. En un papiro de Oxirrinco, que contiene una serie de invocaciones cabeza de Zeus resultaba especialmente adecuado para representar el
dirigidas a Isis, encontramos que, en Bitinia, esta divinidad era vene- momento de la originaria separación del «primer pensamiento» del pa-
87
rada también con el nombre de Helena . La convergencia entre las dos dre y a la vez para afianzar las relaciones que continuaban mantenien-
figuras resulta notable y se confirma por la presencia de otros elemen- do entre ellos. Desde esta perspectiva, Simón el Mago venía a asumir el
tos comunes, probablemente acentuados por la acción del sincretismo. papel de Zeus, la antigua divinidad suprema, y Helena, el de «primer
De hecho, tanto Helena como Isis presentaban marcados rasgos lunares pensamiento», que se había generado de él. Los escritores cristianos re-
(en los escritos clementinos, Helena figuraba designada con el nombre
de Luna)", ambas estaban asociadas a la figura de los Dióscuros
89
y apa-
recían representadas con una gran antorcha entre las manos . Algunos
1 fieren que los sacerdotes de esta nueva religión habían hecho construir
y veneraban dos estatuas de Helena y Simón el Mago, con los rasgos de
Atenea y de Zeus respectivamente93. La elaboración de este nuevo mito,
atributos que hemos encontrado en la Helena gnóstica, como los de «se- tan rico en innovaciones como coherente y meditado en todas sus par-
ñora» (kyria) y de «madre de todas las cosas» (pammetor), eran propios tes, presupone no sólo un amplio uso de la tradición griega en sus desa-
de la figura de Isis90. No es menos relevante el hecho de que también de
91 rrollos más avanzados, sino también un valiente enfrentamiento con la
Isis se afirmara que había sido prostituta en Tiro durante diez años . tradición judía y con la cristiana todavía en formación.
Tradiciones antiguas, interpretaciones alegóricas y reflexiones teológi- ¿Qué queda, en este relato, de la antigua figura de la que hemos par-
cas se utilizaban más bien libremente en la búsqueda de convergencias tido? Aparentemente bien poco. Se advertirá, no obstante, que la es-
significativas, entregadas al reconocimiento de paralelismos y corres- tructura general del relato continúa siendo reconocible, aunque se vaya
pondencias concretas. adaptando a desempeñar funciones bastantes distintas de las más anti-
guas. También el mito gnóstico presenta una antigua figura de origen di-
vino (y la Helena griega es hija de Zeus) que se aleja de su propia mo-
106-111; E. Visser, Gotter und Kulte im ptolemtiischen Alexandrien, Ámsterdam, 1938, pp. rada y trascurre un largo periodo en tierra extranjera (el mundo terrenal).
14, 18-20, 84 y s.; G. Basta-Donzelli, La colpa di Elena: Gorgia e Euripide a confronto, cit.
85 Strab., XVII, 1, 16 (800); a este templo se refería también un epigrama de Calímaco Esta experiencia se presenta como un mal, que durará un periodo lar-
(Ep. 5); más ampliamente E. Visser, Gotter und Kulte im ptolemdischen Alexandrien, cit., p. 17. guísimo, pero que, en su última fase —la que trascurre en el prostíbulo
86
F. Chapouthier, Les Dioscures au service d'une déesse, cit., pp. 252, 254 y s. (le Tiro—, tiene una duración de diez años, que se corresponde exacta-
87
R, Oxy., XI (1915), n. 1380, 11. 111 y s. mente con la guerra de Troya. Sigue el rescate por obra del legítimo po-
88
[Clem.], Rec.,11, 8, passim. Para la asociación con el ciclo lunar véase Hom.,11, 23;
Hall, Encyclopaedia of Religion and Ethics, cit., p. 518; J. Fossum y G. Quispel, Reallexi-
kon für Antike und Christentum, cit., col. 349.
89
F. Chapouthier, Les Dioscures au service d'une déesse, cit., pp. 251 y s. y fig. 41; J. 92
Por ejemplo, Plut., Is. et Os., 2 (351 f), 3 (352 b).
Fossum y G. Quispel, Reallexikon für Antike und Christentum, cit., col. 342. 93
Iren., Adv. Haer., XXIII, 4; Epiph., Adv. Haer., XXI, 3. También Isis, según lo que
90
J. Fossum y G. Quispel, Reallexikon für Antike und Christentum, cit., coll. 341 y s. afirmaba Plutarco, que trasmite una creencia egipcia, podía ser identificada con Atenea
91
Epiph., Ancoratus, 104. 11 y s. Is. et Os., 62 [376 a]).

166 167
seedor de la mujer, Simón, que aquí toma el lugar de Menelao, y que
vuelve a llevarla a su morada originaria. Los remotos orígenes pitagóri-
cos se reconocen en la inspiración religiosa que impregna toda la na-
rración, en los fines éticos y, sobre todo, en la dimensión cósmica que
aquí asume una finalidad salvífica, decididamente potenciada respecto ABREVIATURAS
a la versión primitiva.

Abreviaturas utilizadas en las citas de autores antiguos y de recopila-


ciones de textos fragmentarios:

Ael.: Eliano
Aesch.: Esquilo
Alc.: Alceo
Alcm.: Alemán
Anth. Pal.: Antología Palatína
I Apollod.]: Pseudo-Apolodoro
Arctin.: Arctino
Arist.: Elio Arístides
Aristoph.: Aristófanes
Aristot.: Aristóteles
Ath.: Ateneo
Athenag.: Atenágoras
Cic.: Cicerón
Clem.: Clemente de Alejandría
I Cleml: Pseudo - Clemente
Dio.: Dión Crisóstomo
Diog. Laert.: Diógenes Laercio
Epiph.: Epifanio
Fur.: Eurípides
Iust.: Eustacio
Hecat.: Hecateo

1 Her.:
Heracl. Pont.:
Hellánico
Herodoto
Heráclides Póntico
I les.: Hesíodo

168 169
Hesych.: Hesiquio Tib.: Tibulo
Hom.: Homero Tzetz.: Tzetzes
Hor.: Horacio Verg.: Virgilio
Hyg.: Higino Xen.: Jenofonte
Iambl.: Jámblico Xenoph.: Jenófanes
Ibyc.: Ibico
/i.: Ilíada Los fragmentos de los poetas épicos arcaicos se citan según la edición
Iren.: Ireneo de A. Bernabé, Poetarum Epicorum Graecorum Testimonia et Frag-
Isocr.: Isócrates menta, Pars I, Leipzig, 1987; los fragmentos del Catálogo atribuidos
Iust.: Justino a Hesíodo, según la edición de R. Merkelbach y M. L. West, Frag-
Luc.: Luciano menta Hesiodea, Oxford, 1967; Safo y Alceo según la edición de E.-
Lyc.: Licofrón M. Voigt, Amsterdam, 1971; los fragmentos de Alcmán, Estesícoro,
Lyd.: Juan Lido Íbico y Simónides por la edición de D. L. Page, Poetae Melici Grae-
Lys.: Lisias ci, Oxford, 1962; Alcmán también según la edición de C. Calame,
Myth. Vat.: Mitógrafo Vaticano Alcman, Roma, 1983; Estesícoro también por la de M. Davies en Po-
Od.: Odisea etarum Melicorum Graecorum Fragmenta, vol. 1, Oxford, 1991. Los
Ov.: Ovidio fragmentos de los historiadores griegos por la edición de F. Jacoby,
P. Oxy: col. de los papiros de Oxyrrinco Fragmente der griechischen Historiker (FGrHist), Berlín y Leiden,
Parth.: Partenio 1923-1958; los pensadores presocráticos, incluido Gorgias, según la
Paus.: Pausanias edición realizada por H. Diels y revisada por W. Kranz, Die Fragmen-
Pers.: Persio te der Vorsokratiker (VS), Berlín, 6 1951; los fragmentos de Esquilo y
Petr.: Petronio de Sófocles por la edición de S. Radt en los Tragicorum Graecorum
Pher.: Ferécides Fragmenta (Gotinga, vol. III, 1985; vol. IV, 1977), los de Eurípides
Philostr.: Filóstrato según A. Nauck, Tragicorum Graecorum Fragmenta, Leipzig, 21889;
Phot.:
Pind.:
Plin.:
Focio
Píndaro
Plinio
1 los fragmentos de los poetas cómicos por la recopilación de R. Kas-
sel y C. Austin, Poetae Comici Graeci, Berlín y Nueva York, 1983 y ss.;
los pensadores de la escuela aristotélica por la edición de F. Wehrli,
Plut.: Plutarco Die Schule des Aristoteles, vol. I-X, Basilea y Stuttgart, 1944-1959;
Polyaen.: Polieno los fragmentos de Calímaco por la edición de R. Pfeiffer, Callimachus
Ptol. Chenn.: Ptolomeo Queno I, Oxford, 1949; los fragmentos poéticos de la época helenística por I.
Quint. Smyrn • •
• Quinto de Esmirna U. Powell, Collectanea Alexandrina, Oxford, 1925. La abreviatura
schol.: escolio LSJ se refiere al diccionario de H. G. Liddell, R. Scott, H. S. Jones y
Sen.: Séneca R. McKenzie, A Greek - English Lexicon, Oxford, 9 1 940 (suplemen-
Serv.: Servio tos de 1968 y de 1996).
Serv. Dan.: Servio Danielino
Sim.: Simónides
Soph.: Sófocles
Stat.: Estacio
Steph. Byz.: Esteban de Bizancio
Stes.: Estesícoro
Strab.: Estrabón
Tert.: Tertuliano
Theocr.: Teócrito
Theogn.: Teognis

170 171
LECTURAS

FUENTES Y REESCRITURAS

Hasta ahora hemos examinado algunas de las versiones más im-


portantes del mito de Helena en el mundo antiguo. Pero también hubo
sobre esta figura muchas otras historias que se consolidaron en época
romana y se retomaron en el Medievo (latino y bizantino); junto a és-
tas habría que considerar también las nuevas versiones «modernas»,
esto es, todas las que implican un encuentro directo con los textos an-
tiguos (sobre todo griegos) y que se consolidan desde el renacimien-
to a nuestros días. De algunas de éstas daremos noticia en la breve re-
seña que se sigue. El título de «fuentes y reescrituras» contempla el
hecho de que generalmente se trata de «nuevas versiones» del mito
que se reintegraban en una tradición literaria ya consolidada. Dada la
notable fortuna que la leyenda troyana tuvo en el Medievo y en los si-
glos siguientes, una presentación, aunque sólo fuera general, del tema
habría necesitado otro libro. Por lo tanto, en las páginas que se siguen
nos limitaremos a recordar algunos de los desarrollos más significati-
vos, sobre todo en lo que se refiere a los contenidos.
El tema de la sustitución de la persona, que tuvo un papel tan im-
portante en la figura de Helena, aparecía también en una comedia de
( 'l'atino, el Dionisalejandro. El drama no se ha conservado, pero el
contenido general se conoce por el «argumento» (hypotbesis) que iba
al principio de la comedia y que se ha trasmitido en un papiro de Oxi-
rrinco (P. Oxy. 663 = Poetae Comici Graeci, p. 140 K.-A.). Dioniso
asumía en el drama la apariencia de Paris; bajo el aspecto del pastor
tecibía a las tres diosas que se presentaban ante él para el juicio y le
daba la victoria a Afrodita. A continuación, tenía lugar el viaje a Es-
parta, el rapto de Helena y la vuelta al monte Ida. Cuando se daba

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cuenta de que el rapto había provocado la expedición de los aqueos demás, era un mujer casi tan vieja como Hécuba. Aunque, en su opi-
que estaban devastando el territorio, Dioniso-Paris, preso del temor, nión, esto no tenía nada de extraño: si Helena había sido raptada por
escondía a Helena en un canasto y se hacía irreconocible asumiendo Teseo, que había vivido una generación antes de la guerra de Troya,
la apariencia de un carnero. Sin embargo, el verdadero Paris, que ha- cuando siguió a Paris hasta Troya no podía ser más que una mujer de
bía llegado al lugar, lo descubría y manifestaba su intención de entre- \«edad avanzada(X, 18). Aquí encontramos, aunque modificada, la mis-
garlo a él o a Helena a los aqueos. No conocemos el desarrollo de la ma versión que atribuía a Teseo el rapto de una Helena niña. Si el hé-
acción, pero Paris se encontraba con la resistencia de la mujer, que roe ateniense había raptado, como en el fondo era más razonable, a una
probablemente se oponía a la devolución, y él debía ceder a sus peti- muchacha en la flor de la edad, Helena tenía que ser vieja en la época
ciones y quedarse con ella. A la entrega de Dioniso se oponían tam- de la guerra de Troya. Luciano introducía aquí un importante factor de
bién los sátiros, que declaraban que no querían abandonar a su señor. novedad. Helena había sido presentada siempre como una mujer joven,
Igual que en la Némesis, también en esta comedia que, probablemen- tanto cuando desempeñaba el papel de muchacha como cuando era
te se remonta a los inicios de la guerra del Peloponeso (430-429 a.C.) una mujer casada. Una Helena vieja contradecía una parte esencial del
se satirizaba a Pericles considerado como el principal culpable de la personaje y hacía incomprensible la misma guerra de Troya. En los
guerra con Esparta y de la invasión del Ática. Diálogos de los muertos (18), Luciano iba aún más allá. Al cínico Me-
De gran interés resulta el tratamiento del mito en la obra de Lucia- nipo, que llegaba al Hades, Hermes le mostraba lo que quedaba de los
no. En las Historias verdaderas, una Helena, ya madura y establemen- hombres y las mujeres célebres en la vida por su belleza: sólo descar-
te ligada a Menelao, en la isla de los Bienaventurados, se enamoraba de nadas calaveras completamente iguales entre sí. Y Helena no era una
un muchacho mucho más joven, Ciniras (II, 25 y ss.). Entre los dos na- excepción. De la mujer, por la que tantos hombres se habían afanado y
cía un interés recíproco que se manifestaba en cada oportunidad que se habían muerto, no quedaban más que unos pocos huesos. ¿No resulta-
les presentaba: en el banquete se hacían señas, bebían el uno a la salud ba sorprendente que la posesión de un bien tan fugaz hubiera provoca-
del otro y, además, encontraban el modo de pasar mucho tiempo jun- do tantos duelos y sufrimientos? A través de esta dura llamada de aten-
tos paseando por el bosque. Pero aun así, todo eso no les bastaba: cada ción sobre la realidad de la existencia humana, Luciano añadía otro
vez se hacía más necesario dejar la isla de los Bienaventurados y bus- elemento al dossier de Helena: el destino de la heroína se igualaba al
car la felicidad en alguna isla vecina. El joven Ciniras no se echaba de todos los demás hombres; ni ella desaparecía misteriosamente en el
para atrás, de modo que, junto a algunos compañeros, pero sin adver- cielo, ni encontraba una forma de sobrevivir en el Más Allá.
tir a su padre que habría obstaculizado su plan, organizaba la fuga con A lo largo del ensayo hemos recordado varias veces los poemas
Helena. La huída se producía de noche y, habría tenido éxito, si Me- épicos compuestos en la época tardo-antigua, como los Posthomerica
nelao, que se había despertado de repente, al ver el lecho vacío, no hu- de Quinto de Esmirna y la Toma de Troya de Trifiodoro, a los que po-
\./ biera lanzado un grito (también en Homero el personaje es «hábil en el demos añadir, además, El rapto de Helena de Coluto, poeta épico, que
.1 grito») despertando a todo el mundo. Al día siguiente, los desgraciados había vivido en época bizantina (época del emperador Anastasio, 491-
amantes eran alcanzados por una nave enviada a propósito y devueltos 518 d.C.). En esta breve composición se narraban los precedentes de
a la isla. Ciniras era castigado por no querer revelar el nombre de sus la guerra de Troya (de las bodas de Tetis y Peleo, con la intervención
cómplices, pero también Helena lloraba y se cubría el rostro por la ver- de Eris que daba origen al juicio de las tres diosas, hasta el momento
güenza. La comicidad del episodio, basada en la parodia de versiones del rapto de Paris), pero sin añadir ningún elemento digno de men-
anteriores, se veía incrementada por la ambientación en el Más Allá y ción. También la caracterización del encuentro de Helena y Paris, tra-
por la diferencia de edad entre los personajes. tada de manera muy lineal, resulta modesta en conjunto. Acentos mu-
El tema del paso del tiempo —y por tanto el tema de la edad de He- cho más conmovedores se revelan en el episodio final, que describía
lena— se desarrollaba más ampliamente en otras obras de Luciano. En I« desesperada reacción de Hermione, la niña que descubría el ines-
el diálogo El sueño o el gallo, el filósofo Pitágoras, que había asumi- perado abandono de su madre. Un tratamiento muy distinto recibía el
do la apariencia de un gallo, pero que, en la época de la guerra de Tro- lema de la seducción en las Heroidas de Ovidio. El poeta imagina un
ya, tenía la apariencia del héroe troyano Euforbo, describía cómo era intercambio epistolar entre Helena y Paris ante el rapto inminente,
la verdadera Helena, que él tuvo la posibilidad de conocer personal- cuando todavía no se ha decidido nada, pero Menelao ya se ha mar-
mente en Troya. Ella, ciertamente, tenía una carnación clara y un lar- chado de Esparta, dejándole a Helena el encargo de ocuparse del
go cuello, como correspondía a un ser nacido de un cisne, pero, por lo huésped (Her., XVII). En el fondo, es el único texto antiguo conserva-

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do que pone en el punto de mira este momento de la historia, proba- parta como pretendiente y haberla obtenido de su padre, Tíndaro (48-
blemente ya tratado en los poemas del ciclo. Paris es muy explícito al 51). Esta historia, que él afirmaba haberla escuchado de un viejo sacer-
revelarle su pasión a la mujer, y le propone que huyan lo más pronto dote egipcio (37), se basaba, por tanto, en una serie de argumentaciones
posible; Helena, que al principio parece rechazar la invitación, al final «racionales» que la hacían más verosímil que la versión generalmente
se muestra interesada, pero evita ser muy explícita sobre su propia aceptada. Según esta tesis, la expedición contra Troya fue propuesta por
disponibilidad: Agamenón no para vengar la ofensa de Paris, sino para impedir que su
poder se extendiera también a tierra griega (61). Tampoco el desarrollo
¡Ya que no logras convencerme, ojalá pudieras forzarme! de la guerra habría sido el que había descrito Homero, sino que habría
Con violencia deberías arrancar mis prejuicios. terminado con un acuerdo que dejaba a los troyanos como dueños de su
Útil es, a veces, el ultraje para los mismos que lo sufren. ciudad, suponiendo, por tanto, un fracaso esencial de la expedición
Así ciertamente forzada me sentiría dichosa. (vv. 187-190). (118). Esta auténtica reescritura de la guerra de Troya, que, en algunos
aspectos, remite a la versión herodotea, se inspiraba en las premisas ge-
No es sólo un intento de salvaguardar el buen nombre de la mujer, nerales de la leyenda, pero las desarrollaba de una manera completa-
sino también de hacer que tanto la parte masculina como la femenina mente nueva, criticando a Homero y dejándose guiar únicamente por un
interpreten hasta el fondo su propio papel, de acuerdo con un modelo criterio de verosimilitud histórica. Por los mismos motivos se criticaban
codificado en la poesía elegíaca. las repetidas intervenciones divinas en las acciones y las vivencias hu-
El tema de la seducción aparecía también en un pequeño poema en manas que se encontraban en la versión homérica (19-24). Se trata de
hexámetros, fechado en la Antigüedad Tardía: El rapto de Helena una objeción que se hará más veces a las versiones épicas, sobre todo
de Draconcio. El encuentro de los dos amantes tenía lugar en la isla de en época tardo-antigua, y que condicionará el éxito de las que llegarán
Chipre, lugar al que Paris llegaba después de una tempestad, y se veía a consolidarse en la época medieval.
favorecido por la celebración de una fiesta en el famoso templo de Afro- De enorme importancia, sobre todo para la fortuna de la leyenda
dita, en la que participaba también Helena, que había llegado a la isla troyana en época medieval y moderna, son las obras de Dictis Creten-
con su séquito, pero sin Menelao. La belleza y la elegancia de Paris ha- se y Dares Frigio. La obra del primero, Ephemeris Belli Troiani, se pre-
cían nacer una pasión tan viva en el ánimo de la mujer que le proponía sentaba como una crónica fiel del conflicto, compuesta por un testigo
el «rapto» al joven (vv. 402-539). La parte anterior del poema se dedi- ocular de los hechos. Dictis se presenta como un compañero de los hé-
caba a la parada que Paris había hecho en la isla de Salamina con algu- roes homéricos Idomeneo y Merino, de los cuales habría recibido el
nos compañeros para pedirle a Telamón, el rey local, la restitución de encargo de narrar los sucesos tal como se habían desarrollado. El tex-
Hesione, la hermana de Príamo. Ésta había sido conducida a la isla des- to nos ha llegado en la versión latina, que se remonta al siglo iv d.C.,
pués de la primera destrucción de Troya, obra de Heracles, y ahora su pero el hallazgo de dos textos papiráceos ha confirmado la existencia
hermano pedía que volviera a Troya. La presencia de este episodio en de un original griego, seguramente del siglo i d.C. La obra se presenta
el relato no sólo proporcionaba un motivo para la misión de Paris en como un relato ordenado y fiel de los hechos, similar al de una cróni-
Grecia, sino que atenuaba también su culpa, en relación con el rapto de ca; los sucesos sobrenaturales se han suprimido o se han reinterpreta-
Helena, ya que se presentaba como una compensación por el de Hesio dok de manera racionalista. Un papel de importancia en la solución del
ne, acaecido en la generación anterior. En ese sentido, resulta significa conflicto lo desempeñaba la traición de Antenor y de Eneas, los cuales
tivo que el mismo episodio aparezca en la obra de Dares Frigio (véase en el último periodo de la guerra fingían negociar la paz por parte de
infra), que adoptaba un enfoque favorable a los troyanos. Probable los troyanos, pero de hecho estaban poniéndose de acuerdo con los
mente, Draconcio se atenía a esta versión. Iriegos para entregarles la ciudad indefensa. Paris era presentado como
Una narración radicalmente distinta de la leyenda troyana, y que al un personaje desleal y violento: después del rapto de Helena, acaecido
mismo tiempo se presentaba como una relación fiel de lo que realmen t91 ausencia de Menelao (1-3 o 13), Paris mataba al rey de Sidón, aun-
te había acaecido, se recogía en la Oración XI de Dión de Prusa, faino que éste lo había acogido hospitalariamente en el viaje de retorno a Es-
so orador que vivió entre el siglo i y el u d.C. En este discurso dirigido pata, y le saqueaba el palacio (1-5 o 15). Ya en su patria debía enfren-
a los ciudadanos de Ibón (4), que se consideraban herederos de los an tarse a la hostilidad de los troyanos, que presionaban para que se
tiguos troyanos, se sostenía que Paris no había raptado a Helena, sino pi odujera una restitución inmediata de Helena; pero su rechazo encon-
que la había desposado legítimamente, después de haber llegado a ti isba apoyo en la voluntad de los otros hijos de Príamo, que se habían

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encaprichado de las bellísimas mujeres que Helena había traído consi- Las obras de Dictis y Dares, que hoy resultan carentes de interés his-
go (17). La misma Helena se dirigía a Príamo para pedir que no la de- tórico y son más bien modestas desde el punto de vista literario, tenían
volvieran, y razonaba la petición sobre la base de que sus relaciones de la ventaja de ofrecer una narración breve, ordenada y creíble de gran
parentesco eran más estrechas con la familia reinante en Troya que con parte de los sucesos conectados con la leyenda troyana. La linealidad
la de Esparta y Micenas (19 y s.) Después de la muerte de Paris, cuan- del relato permitía, además, su utilización como esquema general para
do se aproximaba el fin de la ciudad, ella conseguía el apoyo de Ante- la elaboración de episodios y personajes nuevos. Esto les permitió ejer-
rior para evitar el castigo de los griegos (V, 4). El retorno definitivo se cer una notable influencia sobre la materia épica de tema troyano de los
veía favorecido por la muerte accidental de los hijos habidos con Paris romances medievales. Ambos fueron utilizados en la composición del
(V, 5). Después de la toma de Troya, Ayax y los otros jefes pedían que Roman de Troie de Benoit de Sainte-Maure, que se remonta a los años
fuera condenada por los sufrimientos que había acarreado al bando 1160-1170. La obra, de más de treinta mil versos, se abría con la expe-
griego, pero en su favor intervenía Odiseo, que se ponía de parte de dición de los argonautas (como en Dares) y comprendía la materia en-
Menelao para pedir su salvación. Esta orientación prevalecía al final y de tera del ciclo troyano, desde la primera expedición que había tenido lu-

e
Helena podía volver a Esparta con Menelao (V, 14). gar en los tiempos del rey Laomendonte, hasta el «retorno» de los héroes
Una orientación más afín con la tradición mítica se encuentra en el y la muerte de Odiseo a manos de Telégono. Pero a diferencia de obras
De Excidio Troiae Historia de Dares Frigio. También éste se presenta anteriores que habían tratado el mismo tema, aquí la ambientación, las
como un testigo ocular de los hechos, que esta vez se contemplan desde costumbres y los caracteres de los personajes aparecían completamen-
la parte troyana, y quizá el nombre de Dares haya que ponerlo en rela- .te trasformados. El mundo descrito era el de la sociedad feudal de la
ción con el del sacerdote troyano recordado en la Ilíada (V, 9 y s.). De Francia del siglo xii, donde un papel importante lo desempeñaba, junto
esta obra se conoce sólo el texto latino, que se remonta a los inicios del al ejercicio de la guerra, el de las pasiones de amor, con la participación
siglo vi d.C., pero aún resulta incierto que también en este caso hubiera activa de varios personajes femeninos. De acuerdo con una tendencia
existido un original griego. El hecho de que se adoptase un punto de vis- difundida en el Medievo, la obra adoptaba una perspectiva troyana (en
ta troyano hacía que el rapto de Helena no apareciera como un acto de toda la primera parte se sigue de cerca la obra de Dares). Helena se pre-
violencia. La expedición de Paris a Grecia era impulsada por Príamo, sentaba como la más bella entre las mujeres, y era fácilmente seducida
que pedía la restitución de su hermana Hesione, raptada por los griegos por Paris, al que conocía en la isla de Citera, consintiendo de buen gra-
con ocasión de una expedición organizada por Heracles en la genera- do al rapto (vv. 4503-4506). Pero a la rápida aceptación seguía un viva
ción anterior (sobre esta versión véase además Serv., ad Aen., X, 91; Lact. nostalgia de su tierra, su esposo y la hija que había abandonado, y Paris
Plac., ad Achill., 1, 21; 397). Los griegos ya habían rechazado una peti- debía intervenir, entonces, para consolarla y darle seguridad (vv. 4639-
ción anterior de Antenor, y Paris se trasladaba a Grecia para renovar las mi 4713). En la noche de la caída de Troya se arriesgaba a ser asesinada
negociaciones, pero su plan no era totalmente desinteresado: estaba dic- por voluntad de los jefes griegos, pero la salvaba la decisiva interven-
tado también por la promesa de Afrodita, que se le había aparecido en ción de Ulises, que la entregaba a Menelao (vv. 2679-2696). En el poe-
sueños (el juicio de las tres diosas, en esta versión racionalizante, se con- ma no se insiste en la culpa de Helena, aunque en ocasiones se recuer-
vertía en un sueño de Paris), y ésta le prometía el matrimonio con la mu- da: ella representa el modelo ideal de mujer, admirada por su belleza,
jer más bella de Grecia (cap. VII). El encuentro con Helena tenía lugar tanto por los griegos como por los troyanos. La obra de Benoit ejerce
en la isla de Creta, donde ese alzaba un famoso santuario de Afrodi la. tina gran influencia en los siglos siguientes, no sólo directamente, sino
Los dos jóvenes quedaban mutuamente impresionados por la bel le/a también a través del resumen en prosa latina de Guido delle Colonne;
del otro, y esto facilitaba el «rapto», que se producía con el consent i No Historia Destructionis Troiae, traducida a su vez a varias lenguas
miento de Helena (cap. IX-X). Esta versión de los hechos ofrecía una ottropeas, fue ampliamente utilizada en muchas obras literarias.
justificación del comportamiento de Paris (habían sido los griegos k)s En esta reseña no consideraremos la fortuna del mito troyano en
que habían raptado primero a Hesione), y al mismo tiempo parecía mas los siglos sucesivos. En el renacimiento estarán nuevamente accesi-
verosímil desde el punto de vista histórico: el rapto, de hecho, podía rea lilcs las obras literarias de la antigua Grecia, que se podían leer en la
lizarse más fácilmente en un lugar neutral, como la isla de Creta, qm. Ictigua original o en traducción, y el panorama comienza a modificar-
en el palacio de Esparta, donde la pareja se encontraba más expuesta a s', 1,a leyenda troyana gozó de notable fortuna también en el oriente
la atención de los presentes (una objeción de este tipo la había hecho liltantino, donde se vive una mayor continuidad de la literatura anti-
también a la versión tradicional Dión de Prusa (Or., XI, 59). gua, aunque, también en esta área, la crónica de tipo historizante gozó

178 179
de notable fortuna. De la obra de Dictis depende la narración de Ma- dievales, al de la meretriz (H. Homeyer, Die spartanische Helena und
lalas, un historiador de la época de Justiniano, que en el libro quinto der trojanische Krieg, Wiesbaden, 1977, pp. 91-93,101), que, por otro
de su Historia universal (Chronographia) se detenía bastante sobre lado, ya estaba presente en la leyenda gnóstica de Simón el Mago. En-
las causas y sobre el desarrollo de la guerra de Troya. En esta obra, la tre las numerosas versiones de época moderna podríamos recordar,
historia de amor de Paris y Helena empezaba en el jardín del palacio por lo menos, el papel que desempeña en el mito de Fausto, el famoso
de Menelao, al que la mujer había ido con Etra —aquí presentada como mago y nigromante que habría vivido entre los siglos xv y xvi. En la
pariente de Menelao— y con Clitemestra. Paris, que la había visto su- Historia del doctor Fausto, publicada en Fráncfort en 1587, la imagen
brepticiamente, se enamoraba de inmediato de ella y la raptaba con la de Helena era evocada por el protagonista a petición de sus estudian-
complicidad de las dos mujeres (Chronographia, pp. 94 y s. Dindorf). tes, que deseaban admirar las formas de la mujer más bella de Grecia.
La belleza de Helena, que tanto en la poesía épica como en la trage- La aparición de la imagen dejaba admirados a todos y Fausto manda-
dia era evocada directamente por los efectos que tenía sobre los pre- ba hacer un retrato de ella, destinado a tener un gran éxito (cap. 49).
sentes, además de como causa de la guerra, en esta obra se describía En el último año del pacto con Mefistófeles, Fausto aventuraba la pe-
ampliamente en cada uno de sus rasgos (p. 91 Dindorf). En los siglos tición de unirse físicamente a Helena; un deseo que también se veía
posteriores, la materia troyana fue tratada por otros muchos autores; cumplido y de la unión nacía un niño, destinado a desvanecerse al igual
por ejemplo, en el compendio de historia universal de Jorge Cedreno que su madre después de la muerte de Fausto (cap. 59). Ambos episo-
del siglo xi y en la crónica de Constantino Manases del siglo xii, que, dios se retomaban en la tragedia de Marlowe, que utilizaba la traduc-
en su obra, dedica más de trescientos versos a los sucesos de la con- ción inglesa de la obra. En ella, Fausto, totalmente fascinado por la be-
tienda, desde el sueño premonitorio de Hécuba hasta la destrucción de lleza de Helena, se imaginaba que era otro Paris que raptaba a la mujer
Troya (vv. 1118-1471). Esta obra tuvo amplia difusión y se encuentra para llevarla consigo a una nueva Troya y luchar por ella contra un co-
en el origen de numerosos compendios, como el de Hermoniaco (si- barde Menelao (acto V, escena 1).
glo xiv) y la llamada Ilíada bizantina, obra conocida por único ma- En la obra de Goethe, el mito de Helena tuvo una larga gestación,
nuscrito del siglo xvi —y quizá no muy anterior a esta época— que se que mantuvo al autor involucrado hasta sus últimos años. Aquí nos li-
distingue por la presencia de elementos folclóricos y novelescos. En mitaremos a comentar los elementos de mayor novedad en relación
ella, Paris, obligado a abandonar la ciudad por la hostilidad de los no- con nuestro tema. La evocación de Helena se producía, no delante de
bles locales, naufragaba en una isla y allí era acogido en un monaste- un público de estudiantes, sino en presencia del emperador y de la cor-
rio. El joven troyano, que en otras versiones aparecía vestido rica- le (parte II, acto I, «Sala de los Caballeros», vv. 6377-6566). Junto con
mente, se presentaba en el palacio de Menelao con la simple túnica de la mujer era evocado Paris, de modo que los presentes podían asistir a
un monje (vv. 589-591). Después de ser acogido con hospitalidad y una verdadera escena de seducción, en la que la iniciativa correspon-
conquistar la confianza de Menelao, se enamoraba de Helena y era co- día a Helena. Fausto, totalmente subyugado por su belleza (v. 6559: «El
rrespondido. Cuando Menelao partía para Creta, la pareja empezaba a que la ha conocido no puede vivir sin ella»), intentaba aferrarla y, al
disponer de plena libertad y Helena se quedaba embarazada. En este hacerlo, ponía fina a la visión. El protagonista, sin embargo, no abando-
punto, la fuga se convertía en una necesidad y Helena, para evitar la naba su propósito (parte II, acto II, «Noche clásica de Walpurgis», vv.
atención de los presentes, se veía obligada a utilizar ropas masculinas 7399-7445, 7484-7487). El desarrollo del encuentro, pospuesto para un
(vv. 701-740; cfr. I fatti di Troia. L'Iliade bizantina del cod. Paris. Suppl. momento posterior, constituye la contribución más original de Goethe
Gr. 926, R. Lavagnini (ed.) [= Quad. Ist. Filol. greca dell'Universita la elaboración moderna del mito. Después de la toma de Troya, He-
di Palermo, n. 20], Palermo 1988). lena era enviada a Esparta por Menelao junto con las prisioneras tro-
En las versiones examinadas hasta ahora, la figura de Helena se ha yanas. Ella no conocía todavía el destino que le espera, pero Forcias
considerado siempre en relación con los hechos de la guerra de Tro ten realidad Mefistófeles, que en ausencia de Menelao había tomado la
ya, lo cual puede resultar un dato obvio, pero, sin embargo, se puede apariencia del guardia del castillo) le revela que será precisamente ella
ver que, en la Antigüedad, el personaje podía asumir un valor simbo in víctima destinada al sacrificio que se está preparando (parte II, acto
lico abstracto, ya por medio de una valoración de las cualidades mo III, «Delante del palacio de Menelao en Esparta», vv. 8923-8929). Sin
rales, ya por medio de las asociaciones que establecía con diversas di onsbargo, Helena tiene una posibilidad de salvación: el mismo Mefis-
vinidades del panteón griego (Ártemis, Isis, Selene). Del modelo de la ioleles le propone conducirla, junto a las prisioneras troyanas, a una
mujer seductora se pasó, sobre todo por obra de algunos autores me oilta roca en las espaldas del Taigeto, donde se habían reunido un gru-

180 181
po de caballeros llegados recientemente del norte, pero que no eran pro- retrato de una mujer poco proclive al sentimentalismo, pero al mismo
piamente bárbaros. Obligada por las circunstancias, Helena acepta y es tiempo sincera y de claros propósitos, y, además, el drama de Chr. Mor-
acogida con todos los honores en el castillo de Fausto que se compor- ley, The Trojan Horse (1938), en el que la ambientación moderna (en
ta con ella como un señor feudal (vv. 9072-9074). A través de esta trans- Troya hay taxis y teléfonos, y se lee periódico) se basa en un profundo
posición mágica actuada por Mefistófeles se establece una relación en- conocimiento y en una revisión de las versiones antiguas. La obra le
tre el mundo antiguo evocado por la figura de Helena y el moderno gustó de manera especial a Cesare Pavese, que hizo una traducción ita-
representado por Fausto. La acción se desarrolla en este punto en un liana (Il cavallo di Troia, Milán, 1942). Sin embargo, no queremos ter-
mundo puramente fantástico, en el que tiempo y espacio se desvane- minar esta breve reseña sin recordar la obra de dos autores de principios
cen. De la unión de la pareja, que se produce en un gruta en la fabulo- del xx, que, precisamente en la adhesión al mito griego, encontraron la
sa tierra de Arcadia (vv. 9585-9588), nace un hijo que recibe el nombre inspiración para un tratamiento profundamente original y moderno de
de Euforión, una figura casi inmaterial, similar a Hermes, y destinado la figura de Helena. Hablamos de Pascoli y Hofmannsthal.
a tener una vida muy breve (el nombre está tomado de el del mucha- En uno de los Poemi conviviali, el «Anticlo», Pascoli retomaba el
cho alado, hijo de Helena y Aquiles, nacido en las islas de los Biena- episodio narrado en la Odisea (IV, 265-289), en el que Helena daba vuel-
venturados, según una oscura tradición presente en la obra de Ptolo- tas alrededor del caballo de madera , «imitando» la voz de las esposas de
meo Chenno: cfr. Phot., Bibl., 149 a). Después de su prematura muerte, los guerreros que estaban escondidos dentro. Como hemos visto, en la
Helena no permanecerá insensible a su llamada al Más Allá, de modo Odisea, Anticlo se veía contenido por Odiseo, que intervenía con pronti-
que, después de un último abrazo a su esposo, pierde su consistencia tud para evitar que el hombre respondiera al reclamo de Helena. En la
corpórea y desaparece definitivamente (vv. 9940-9944). versión de Trifiodoro, la intervención era tan enérgica que provocaba
Fueron innumerables las obras dedicadas al mito troyano, y en es- la muerte del héroe (vv. 476-483). Pascoli se atiene a la versión odiseica,
pecial al personaje de Helena, desde el siglo xvitt a nuestros días (cfr. pero también hace morir a Anticlo en el episodio, al caer combatien-
Nota bibliográfica). Junto a éstas deben ser contempladas las óperas . do junto al palacio de Deífobo, donde los troyanos habían opuesto la
dedicadas al mismo tema (del Paris y Helena de Gluck con libreto de resistencia más encarnizada (cfr. Od., VIII, 516-520). Anticlo se pre-
Ranieri, a los Troyanos de Berlioz y la Helena de Saint-Saéns). Entre senta como un héroe fuerte y valeroso, pero que, sin embargo, vive to-
las obras del xtx francés es necesario recordar al menos la Héléne de talmente inmerso en el recuerdo de sus afectos familiares y de la tie-
Leconte de Lisie, que pasó a formar parte de la selección de los Poé- rra que tuvo que abandonar. Contradiciendo la exigencia esencial de
mes antiques (1852). El autor, que tenía un buen conocimiento de las los héroes homéricos, no piensa en la gloria futura (II, 8 y s.: «Y no
literaturas antiguas, exponía en una serie de escenas líricas la historia daba importancia a la gloria locuaz»). En el momento de su muerte,
de la seducción de Helena, desde su primer encuentro con Paris hasta su pensamiento se dirige enteramente a su esposa a la que querría ver
su decisión de seguirlo a Troya. En 1864 se representó en París la Be- por última vez; pero ella está lejos, no puede oír su petición. Anticlo
lle Héléne de Offenbach, sobre el texto de H. Meilhac y L. Halévy. es consciente de ello, de modo que se vuelve a su amigo Leito para
Aquí asistimos a una lectura más bien libre del mito, orientada sobre que le pida a Menelao que le envíe a Helena, que sabe imitar la voz
(le todas las esposas de los Aqueos:
todo a satisfacer las exigencias del público. Una Helena, claramente
poco interesada en su marido, por lo que era duramente juzgada por 4 Que venga la divina Helena,
el pueblo, se enamoraba a primera vista del joven Paris, que había lle-
gado a Esparta de incógnito, vestido de pastor. Una serie de situacio- y me hable con la voz de mi esposa lejana:
nes cómicas se originaban a partir del hecho de que Menelao volvía Que hable con la voz más dulce que ninguna,
inesperadamente de Creta, cuando los dos amantes ya habían llegado como sólo al corazón de cada uno resuena una (V, 14-17).
a un total entendimiento. Esto permitía ridiculizar al personaje de Me-
nelao, confinado en el papel, más bien obvio, del marido traicionado. Y Helena acude: «Ella pasaba callada y serena, / como la luna, so-
Entre las versiones del siglo xx, que, por una parte, suponen una bre el fuego y la sangre» (VII, 5 y s.). Igual que un sueño, se coloca jun-
atenta comparación con los modelos antiguos, aunque también presen- to a la cabeza del héroe y se pone a hablarle. Pero, en este momento,
tan personajes que se comportan como hombres contemporáneos, po- es Anticlo el que, renunciando a su petición, invita a la mujer a desis-
demos recordar al americano J. Erskine, The Prívate Life of Helen of lir, para poder llevarse para siempre consigo su imagen: «No, —dijo— a
Troy (1925) y la obra en tres actos, Helen retires (1934), que trazan el sola quiero recordar» (VII, 20). Se trata de una conclusión inespera-

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da, pero que en el fondo resulta coherente con la reacción anterior del modo, le pide a Etra que la lleve junto con Menelao a un país lejano,
héroe, cuando había escuchado por primera vez la voz de Helena des- donde ni siquiera se conozca su nombre. Etra escucha la petición y en-
de el interior del caballo. Igual que al principio se había mostrado más vía a la pareja a los pies del monte Atlas, en los confines del mundo.
sensible que ningún otro a la fascinación de su voz, del mismo modo Allí Helena deberá afrontar el insistente cortejo de los señores loca-
ahora se encuentra totalmente subyugado por la imagen de la mujer. La les, pero sobre todo deberá persuadir a Menelao de que ella es la ver-
visión de Helena, que para el héroe moribundo se presenta como un dadera Helena. Bajo el efecto de los encantamientos, él cree que la ha
sueño, se superpone y sustituye al de su esposa alejada, como si tam- matado en la isla de Etra y que la mujer que lo acompaña no es más
bién él hubiera vuelto a encontrar, en la noche de la caída de Troya, a que una etérea sirena que Etra le había concedido para consolarlo. La
la esposa que no volvería a ver. En este momento ya no le hacen falta aclaración definitiva sólo podrá producirse por medio de la rotura del
\I ni la imitación ni el intercambio: en el último momento de la vida del encantamiento de Menelao y la adquisición de una nueva conciencia
personaje, la imagen de Helena es la imagen de su mujer y se funden que lo reconcilie con el mundo real. El filtro necesario se lo vuelve a
durante un instante en una única figura (Pascoli trató otras veces este dar Etra, y Helena no duda en utilizarlo, a sabiendas de que la vuelta
episodio: en uno de los poemas latinos el Catullocalvos [1898], vv. de Menelao a la plena conciencia la expone al riesgo de perder la vida.
180-210 y al año siguiente en la revista Flegrea [abril 1899]). Pero el «nuevo» Menelao aparece profundamente transformado: ya ha
Una profunda revisión del mito de Helena se propone en la obra Die aceptado la traición de su esposa y, dejando caer el puñal que ha le-
Ágyptische Helena (Helena egipcia) de Hofmannsthal, a la que puso vantado para atacarla, se reconcilia definitivamente con ella.
música R. Strauss (1929). El título remite a la tragedia euripidea, pero No disponemos ni de tiempo ni de espacio para examinar los nu-
la trama es más compleja y, de hecho, reconstruye varios rasgos del per- merosos motivos que presenta el drama. Nos limitaremos a hacer no-
sonaje, tal como habían sido codificados por la tradición antigua. El tar que la versión euripidea aparece aquí profundamente conectada con
momento de la historia elegido es que llevaba a Menelao, de vuelta de la versión homérica: las dos se ponen una frente a otra y resultan fun-
la guerra de Troya y ofendido por el comportamiento de su esposa, a re- cionales para la construcción de una única trama. El personaje real y el
conciliarse definitivamente con ella, según un proceso que ya se pre- personaje ficticio se alternan continuamente en la mente de Menelao.
senta terminado en la Odisea. Los personajes revelan tendencias y sen- La verdadera Helena, aunque está constantemente presente en la esce-
sibilidades decididamente modernas (claro influjo del psicoanálisis en na sobre el escenario, solamente es reconocida por Menelao al princi-
la presentación de caracteres anteriormente lacerados y que actúan en pio y al final de la historia, y, de hecho, desaparece de una buena par-
un mundo poblado por sus deseos y sus angustias), pero la ambienta- 4 te del drama, hasta el momento en el que esté en condiciones, en el
ción es novelesca desde el principio al fin. La historia está totalmente interior de su propia conciencia, de alcanzar una plena reconciliación
construida en torno a la figura de Menelao: a través de la serie de cam- con ella. Menelao, en el fondo, se ve impelido a aceptar la realidad de
bios que se manifiestan en su persona se realizan los planes de Helena, una Helena adúltera y, al mismo tiempo, también a aceptar que ha cam-
decidida a reconquistar la confianza y el afecto de su esposo. biado profundamente con el tiempo, hasta el punto de presentarse
Después de la caída de Troya, Menelao se encuentra de camino a como una mujer totalmente nueva, profundamente interesada en recu-
Esparta, abrigando la intención de sacrificar a su mujer al llegar a la perar el afecto de su esposo. Los encantamientos de Etra y la constan-
patria o en la misma nave, pero una tormenta hace que tengan que re- te cercanía de Helena tendrán, en ese sentido, un efecto terapéutico so-
calar en una isla en la que reina Etra, una maga amada por Posidón. bre su ánimo. La imagen ficticia de la mujer —que permite controlar las
Ella le ofrece a Helena una poción mágica que provoca el completo pulsiones agresivas del personaje— desaparece de la mente de Menelao
olvido del pasado. A Menelao, que, engañado por los elfos, cree ha- 4 sólo cuando él está dispuesto a aceptar la situación real: la que lo verá
ber matado a la pareja adúltera (Helena y Paris), le hace cree que la reinar feliz todavía largos años junto a su recobrada esposa.
mujer que ha traído consigo desde Troya no es más que una imagen y
que la verdadera Helena ha permanecido todo el tiempo junto a él.
Esto propicia una primera reconciliación entre los esposos (sanciona- NOTA BIBLIOGRÁFICA
da por una noche de amor en la que Helena asume rasgos virginales),
pero en el fondo se basa en un nuevo engaño pergeñado para dañar a En el ensayo hemos trazado un recorrido interpretativo que intenta-
Menelao. Esta solución no puede satisfacer a Helena, que aspira a una , ha resaltar algunos de los grandes temas que en la Antigüedad se deba-
total clarificación de la cuestión y a una reconciliación real. De este * I i eron en relación con el mito de Helena. Además, la multiplicidad de pa-

184 185
peles asumidos por esta figura y sobre todo los problemas de recons- modelo «chivo expiatorio», en el ámbito de una interpretación «femi-
trucción histórica que ella misma plantea con el tiempo han suscitado nista»: Helena como alteridad de lo femenino); por último, B. Cassin,
otras interpretaciones distintas. Aquí intentamos recoger algunas de es- Voir Héléne en toute femme, París, 2000. Para un tratamiento del mito
tas hipótesis y, al mismo tiempo, sugerir otras lecturas que permitan in- en las literaturas modernas, además de G. Genette, Palimpsestes, París,
tegrar y dar profundidad a los temas discutidos en el ensayo. 1982, pp. 383-392, véase también L. Spina, «Inseguendo Elena (dalle
Aunque el envite pueda parecer obvio, una reflexión sobre el perso- mura alla scena, attraverso i generi letterari)», Aufidus 36 (1998), pp.
naje de Helena (también sobre el de Paris y sobre los orígenes de la 13-31; F. Donadi, «Elena e il suo doppio», en E. Amato, A. Capo y D.
guerra de Troya) podría buscar inspiración en una pacata relectura de Viscido (eds.), Weimar, le letterature classiche e l'Europa del 2000, Sa-
la Ilíada y de la Odisea. Aunque el personaje no tenga un papel cen- lerno, 2000, pp. 229-245. Para las representaciones figuradas, además
tral en los poemas, sigue siendo un punto de referencia constante de la de la obras citadas de Ghali-Kahil, Les enlévements et le retour d'Hé-
acción, porque la guerra de Troya se hace «a causa de Helena»; y el léne dans les textes et les documents figurés y Clement, «The Recove-
personaje homérico establece las premisas para todas las reelabora- ry of Helen», véase también J.-M. Moret, L'Ilioupersis dans la céra-
ciones sucesivas del mito, incluida la de la Helena de Eurípides. Los es- mique italiote. Les mythes et leur expression figurée au N me siecle
tudios generales que se le han dedicado a Helena no son muy nume- (Bibliotheca Helvetica Romana, 14), Roma, 1975, y las voces corres-
rosos; quizás haya contribuido a la escasez el hecho de que, por su pondientes a los distintos personajes en el Lexicon Iconographicum
linealidad, el personaje resultaba inadecuado para expresar esas ten- Mythologiae Classicae (LIMC), Zúrich-Múnich, 1981-1999; y, por últi-
siones que normalmente requieren profundizaciones. En los últimos mo, Chr. Bron, «Héléne sur les vases attiques: esclave ou double d' Aphro-
años, Nicole Loraux ha expresado esta idea afirmando que el nombre dite», Kernos 9 (1996), pp. 297-310.
de Helena, en el mundo griego, podría haber servido para expresar la En muchos estudios, incluso bastante recientes, la figura de Hele-
«chose sexuelle» en el sentido más amplio, prescindiendo incluso de na ha sido interpretada como divinidad ligada a la esfera de la vegeta-
la diferenciación sexual: «Le fantome de la sexualité», en Les expé- ción: esta tesis daba especial valor a los aspectos cultuales, que serían
riences de Tirésias. Le féminin et homme grec, París, 1989, pp. 232- los que mejor habrían conservado la identidad originaria del persona-
252 [ed. cast.: Las experiencias de Tiresias: lo masculino y lo femeni- je. La repetida asociación con el árbol, afianzada tanto en el culto es-
no en el mundo griego, Barcelona, 2004]. Entre las síntesis dedicadas partano como en el rodio, estaba en el origen de esta tendencia, expre-
al personaje podemos recordar el estudio, desfasado para algunos as- sada ya claramente en la obra de W. Mannhardt, Wald-und Feldkulte,
pectos, pero siempre útil, de M. Becker (Helena, ihr Wesen und ihre Berlín, 21905, pp. 20-23. Incluso el motivo de la oscilación, implícito
Wandlungen im klassischen Altertum, Estrasburgo, 1939) y los dos en el relato del ahorcamiento y para el que hemos propuesto una in-
volúmenes (el segundo de láminas) de L. B. Ghali-Kahil, Les enléve- terpretación distinta en nuestro ensayo, se ha interpretado de manera
ments et le retour d'Héléne dans les textes et les documents figurés, amplia como un elemento propio de ritos ligados a la fertilidad de la
París, 1955. Este último traza una historia del mito atenta y precisa, ba- tierra. Después de Mannhardt, Frazer y Nilsson, esta tesis ha sido re-
sada en un análisis paralelo de los textos literarios y de las representa- tomada años después por B. C. Dietrich, The Origins of Greek Reli-
ciones figuradas. En este trabajo se inspira la contribución de P. A. Cle- gion, Berlín-Nueva York, 1974; M. L. West, Immortal Helen, Londres,
(-- ment, «The Recovery of Helen», Hesperia 27 (1958), pp. 47-73, con 1975; Lindsay, Helen of Troy (ya citado); L. L. Clader, Helen. The
interpretaciones no siempre convincentes. También es necesario recor- Evolution from Divine to Heroic in Greek Epic Tradition (= Mne-
dar el más reciente Helen of Troy de J. Lindsay (Londres, 1975), que mosyne, Suppl. 42), Lugduni Batavorum, 1976, y otros muchos. En el
propone un examen sistemático de la figura de Helena, considerada en amplio análisis dedicado a la historia, o más bien a la prehistoria de la
sus aspectos literarios, históricos e histórico-religiosos. Entre los es- figura de Helena, Lindsay ha intentado encuadrar el personaje en el
tudios que han extendido su examen a la época medieval y moderna ámbito de la religión minoico-micénica. La historia del rapto no sería
hay que mencionar en primer lugar el libro de H. Homeyer, Die spar- más que una representación diferente, realizada bajo la fuerte influen-
tanische Helena und der trojanische Krieg, Wiesbaden, 1974, que lle- cia de la poesía épica, del rapto de Core por obra de Hades. El mito ha-
ga hasta el Novecento. Entre los estudios más recientes podemos re- 4 [mía dejado una profunda huella incluso en la religión del primer mi-
cordar J.-L. Backes, Le mythe d'Héléne, Clermont Ferrand, 1984; M . lenio, como mostrarán las figuras de Fedra y de Ariadna. Incluso la
Suzuki, Metamorphoses of Helen. Authority, Difference, and the Epic, figura del raptor (Teseo, Paris) habría desempeñado originariamente la
Ithaca-Londres, 1989, que se debe leer con cierta cautela (recurso al función de acompañante y de guía hacia el Más Allá (pp. 81, 233 y s.,

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329 y s. passim). Ya hemos expresado nuestras reservas acerca de es- de K. Kerényi de 1939 («La nascita di Elena», en Miti e Misteri [tra-
tas tesis en el curso del ensayo; añadamos que los numerosos datos ducción italiana], Turín, 1979, pp. 35-56), que se detiene sobre todo
discutidos por Lindsay, a menudo muy distintos entre ellos (docu- en el papel que desempeña la figura de Némesis. En ella se reconoce
mentación iconográfica de época minoico-micénica no siempre evi- la figura primordial de la «mujer» que surge como modelo de una
dente, además de una serie de narraciones míticas atestiguadas en va- feminidad cósmica. Leda sería otra manifestación de esta imagen fe-
rios autores y referidas al mismo modelo), no nos parecen suficientes menina (pp. 46 y s., 48, 55). La versión más antigua, la de las Cipria,
para sostener esta interpretación. Igualmente débil se ha revelado, a presentaría una versión ya totalmente estilizada y espiritualizada. La
pesar de su indudable atractivo, el intento de localizar el nombre de figura de Helena aparece aquí dominada por la de su madre, de la que
Helena en las tablillas en lineal B, que se remontan al segundo mile- se desvincula para entrar en la esfera, igualmente «subyugante», de
nio (M. Doria, «Elena a Pilo», Parola del passato 17 (1962), pp. 161-191). Afrodita. Un examen del tema del nacimiento, llevado a cabo sobre el
I Por último, hay que recordar el intento de O. Skutsch, «Helen, her Name conjunto de los datos presentes en el mito griego, se ofrece en el tra-
and Nature», Journal of Hellenic Studies 107 (1987), pp. 188-193, el bajo de S. Eitrem, Die gottlichen Zwillinge bei den Griechen, Chris-
cual, partiendo del ensayo ya citado de West, Immortal Helen, propo- tiania, 1902; véase también H. Usener, «Zwillingsbildung», en Strena
ne un doble origen de la Helena histórica, trabajando sobre una base Helbigiana, Leipzig, 1900, pp. 315-333 (= Kleine Schriften IV, Leip-
lingüística: a una antigua figura interpretada como «la resplandecien- zig-Berlín, 1913, pp. 334-356); más reciente es A. R. de Elvira, «Hele-
te» (*suel), que se podría remontar a una antigua divinidad de la ve- na, mito y etopeya», Cuadernos de Filología Clásica 6 (1974), pp. 96-
getación, se le uniría una segunda, interpretada como «la veloz» (*sel-), 119. El motivo del nacimiento del huevo, del que habría nacido la
igualmente antigua y de la que se conservarían restos en la leyenda del muchacha más bella, destinada a convertirse en madre del héroe na-
eidolon, debida a Estesícoro. cional, aparece también en el poema épico estonio Kalewipoeg (B.
Esta tendencia indagar en los orígenes remotos de Helena, a pesar Schweitzer, Herakles, Tubinga, 1922, p. 224); véase además C. Voi-
de haber contado con amplio seguimiento, no ha gozado de un éxito senat, «La rivalité, la séparation et la mort. Destinées gémellaires dans
unánime. L. R. Farnell, que, en un primer momento, se había adheri- la mythologie grecque», L'homme 105 (1988), pp. 88-104; I gemelli.
do a esta tesis (The Cults of the Greek States II, Oxford, 1896, pp. 428 vissuto del doppio, editado por L. V. Torre, Florencia, 1989; C.
y s., 675), la rechazó después enérgicamente en favor del origen he-
v
Lévi-Strauss, Histoire de Lynx, París, 1991 [ed. cast.: Historia de Lin-
roico —y, por tanto, humano— del personaje («no estamos científica- ce, Barcelona, 1992]. De notable interés, y no sólo para el mundo ro-
mente obligados a desecar a Helena de Troya haciendo de ella una mano, es el estudio de F. Mencacci, I fratelli amici. La rappresenta-
divinidad»). No sólo consideraba esta interpretación estéril y poco zione dei gemelli nella cultura romana, Venecia, 1996. Al tema del
natural, sino que hacía ver, además, que era imposible establecer de nacimiento, considerado a partir de los datos del mundo griego y ro-
qué tipo de divinidad se podría haber desarrollado el personaje ho- mano, pero desarrollado sobre una amplia base comparativa, se dedi-
mérico (Greek Hero Cults and Ideas of Immortality, Oxford, 1921, ca el volumen de M. Bettini, Nascere. Storie di donne, donnole, ma-
pp. 323-325). Una orientación afín, bajo este aspecto, fue expresada dri ed eroi, Turín, 1998.
N' por Wilamowitz, que negaba que en la Helena de Teócrito se pudiera En los poemas homéricos se considera a Paris como el principal
columbrar a una originaria ninfa del árbol. Incluso reconociendo en responsable del conflicto troyano. Sobre la ofensa causada a Mene-
ella una figura divina, se declaraba escéptico en relación con la posi- lao, además de los estudios sobre la «amistad» (philia) y sobre la hos-
bilidad de remontarse a sus orígenes. Más bien hacía ver que el per- pitalidad (xenia) de E. Benveniste, Le vocabulaire des institutions
sonaje había desarrollado, tanto en Homero como en el área dórica indo-européennes, París, 1969 [ed. cast.: Vocabulario de las institu-
(Esparta), unos aspectos tan divergentes que no permitían una re- ciones indoeuropeas, Madrid, 1983], y de M. Scott, «Aidos and Ne-
construcción histórica suficientemente fundada (Der Glaube der He- mesis», Acta Classica 23 (1980), pp. 13-35, Id., «Philos, Philotes and
llenen 1, Berlín, 1931, p. 231, n. I). Es una tesis que, en líneas gene- Xenia», Acta Classica 25 (1982), pp. 1-19, véase la contribución de
rales, todavía hoy en día podemos compartir. Riedinger sobre la noción de «honor» (time) en la sociedad homérica:
El tema del nacimiento de Helena, que debía estar desarrollado en «Remarques sur la timé chez Homere», Rev. des Etudes Grecques
las Ciprias por cuanto que estaba relacionado con los orígenes del 426-427 (1976), pp. 244-264, que critica acertadamente algunos ex-
conflicto troyano, no ha despertado en los últimos tiempos un espe- cesos del libro de A. W. H. Adkins, La morale dei Greci da Omero ad
cial interés. A los estudios ya recordados podemos añadir un trabajo Aristotele (trad. it.), Bari, 1964. La noción de «doble motivación» (hu-

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mana y divina) fue aplicada por A. Lesky también al personaje de He- también las observaciones de Bowra en Tradition and Design in the
lena: según la perspectiva adoptada se considerarían responsables Iliad, Oxford, 21950, pp. 23-26, 212 y s.; C. Whitman, Homer and
de los males actuales a los dioses o a la propia Helena (Gottliche und the Heroic Tradition, Cambridge (Mass.), 1958, pp. 223-225; B. Snell,
menschliche Motivation im homerischen Epos, Heidelberg, 1961, pp. «Was die Alten von der schónen Helena dachten», in Festschrift G.
39 y s., en referencia a Ji., III, 164 y VI, 356-358). A esta tendencia se Storz, Fráncfort del Meno, 1973, pp. 5-22. Cae, en cambio, en un cierto
le puede objetar la manera en que se debe interpretar la acción des- «psicologismo» S. Farron, al oponer la personalidad moral de Helena a
crita en la Nada a la luz de unas premisas objetivas, en las cuales, su incontrolada sexualidad en «The Portrayal of Women in the Riad»,
como hemos intentado demostrar en nuestro ensayo, los distintos per- Acta Classica 22 (1971), pp. 15-31; por último, L. Collins, Studies in
sonajes tienen roles definidos y responsabilidades precisas. Characterization in the Iliad, Fráncfort del Meno, 1988.
Sobre la noción de aidos, importante para la caracterización del per- Para las versiones seguidas en los poemas del ciclo épico, impor-
sonaje homérico, además de las contribuciones de Scott, «Aidos and tantes para los desarrollos posteriores del mito, pero que podemos re-
Nemesis» (ya citada), de J. L. Turpin, «L'expression "aidos kai neme- construir solo parcialmente, véanse, además de los estudios citados de
sis" et les "actes de langage"», Rev. des Etudes Grecques 93 (1980), A. Severyns, Le cycle épique dans l' école d'Aristarque, Lieja-París, 1928,
pp. 352-367, y al amplio estudio de D. L. Cairns, Aidos, Oxford, 1993, F. Vian, Recherches sur les Posthomerica de Quintus de Smyrne, París,
véase también Wilamowitz, Der Glaube der Hellenen, ya citado, pp. 1959 y M. J. Anderson, The Fall of Troy in Early Greek Poetry and Art,
353-358; E. Dodds, I Greci e l'irrazionale, Florencia, 1973 (trad. it.) Oxford, 1997, también E. Bethe, «Der Troische Epenkreis», en Homer.
[ed. cast.: Los griegos y los irracional, Madrid, 2000], pp. 30 y s., don- Dichtung und Sage, II, 2, Leipzig-Berlín, 1929, pp. 149-297 (editado tam-
de el sentimiento del aidos, entendido como respeto por la opinión pú- bién por separado); G. L. Huxley, Greek Epic Poetry from Eumelos to
blica, se valora de manera adecuada en relación con el papel social de Panyassis, Londres, 1969; M. Davies, The Epic Cycle, Bristol, 1989.
la persona; por último, G. Ricciardelli Apicella, «"Aidos" e "Nemesis" Sobre la versión de Estesícoro, retomada en la Helena de Eurí-
in Omero e in Esiodo», Studi micenei ed egeo-anatolici XXXIII (= Gior- pides, junto a los estudios citados en el ensayo, es necesario recordar
nata di studio in memoria di M. Durante), Roma, 1994, pp. 131-143. todos los dedicados a la temática del doble y al estatuto de la imagen,
Sobre la noción de anaideia entendida como inclinación propia del ca- temas ampliamente desarrollados en el mito griego: véase sobre todo
rácter femenino, véase por ejemplo, K. J. Dover, La morale popolare O. Rank, 11 doppio. 11 significato del sosia nella letteratura e nel fol-
greca (trad. it.), Brescia, 1983, pp. 191-197. Sobre el delito de adulte- klore (trad. it.), Milán, 1978; J.-P. Vernant, Figura dell' invisibile e ca-
rio f sobre las penas previstas, además del citado libro de A. R. W. ffa- tegoria psicologica del «doppio»: il «kolossos», en Mito e pensiero
rrison, The Law of Athens. The Family and Property, Oxford, 1968, véa- presso i Greci (trad. it.), Turín, 1970, pp. 219-230 [ed. cast.: Mito y
se U. E. Paoli, «Il reato di adulterio (moicheia) in diritto attico», Studia pensamiento en la Grecia antigua, Barcelona, 1993]; Id., Nascita di im-
et Documenta Historiae et luris 16 (1950), pp. 123 y s. (= Altri studi di magini (trad. it.), Milán, 1982; F. Frontis-Ducroux y P. Vernant, Dans
diritto greco e romano, Milano, 1976, pp. 251-307); W. K. Lacey, The l'oeil du miroir, París, 1997; G. Ferroni (ed.) La semiotica e il doppio
Family in Classical Greece, Ithaca-Londres, 1984, pp. 100-118, 227; E. teatrale, Nápoles, 1981; E. Funari (ed.), 11 doppio fra patologia e ne-
Cantarella, L' ambiguo malanno, Roma, 1981, pp. 59-79 [ed. cast.: La cessita, Milán, 1986; M. Bettini (ed.), La maschera, il doppio e il ri-
\di calamidad ambigua, Madrid, 1996.]; G. Hoffmann, Le chátiment des tratto, Roma-Bari, 1991, además de los trabajos citados de C. Brillante,
amants dans la Grece classique, París, 1990. Studi sulla rappresentazione del sogno nella Grecia antica, Palermo,
Para comprender el papel de la figura de Helena en los poemas ho- 1991; M. Bettini, 11 ritratto dell' amante, Turín, 1992 y M. Fusillo,
méricos es indispensable la comparación con los sistemas de valores L'altro e lo stesso. Teoria e storia del doppio, Florencia, 1998, donde
vigentes en la «poesía heroica». Una buena orientación sobre esto la se encontrarán ulteriores referencias. Entre los trabajos más recientes
(.›. ofrece C. M. Bowra, La poesia eroica (trad. it.), Firenze, 1979, basán- sobre la Helena euripidea véase C. Barone, «Dal mito al dramma:
dose en una amplia comparación con la poesía épica de otras regiones I' ambiguo dono della bellezza», en Euripide. Elena, Florencia, 1995,
del mundo. Para una revisión del personaje a partir del reconocimiento pp. ix-xxxv; M. Fusillo, «La seduzione del doppio», en Euripide. Ele-
del carácter tradicional de la poesía homérica, de acuerdo con las di- na, Milán, 1997, pp. 5-27; P. Voelke, «Beauté d'Héléne et rituels fémi-
rectrices sugeridas por M. Parry y A. B. Lord, véase, por ejemplo, K. nins dans l' Héléne d'Euripide», Kernos 9 (1996), pp. 281-296.
J. Reckford, «Helen in the lijad», Greek, Roman and Byzantine Stu- Sobre la versión seguida en las Troyanas de Eurípides, además de
dies 5 (1964), pp. 5-20. Sobre el personaje iliádico se leerán con interés las contribuciones citadas en el ensayo, véase también K. H. Lee

190 191
(ed.), Euripides. Troades, Bristol, 1976; R. Scodel, The Trojan Tri- drien, Ámsterdam, 1938, véase P. M. Fraser, Ptolemaic Alexandria I,
logy of Euripides (Hypomnemata, 60), Gotinga, 1980; Id., «The Cap- Oxford, 1972, pp. 197, 239 y s., passim. Para la fortuna del mito de He-
tive's Dilemma: Sexual Acquiescence in Euripides Hecuba and Troa- lena en el mundo latino, en referencia a la Eneida y a las Troyanas de
des» , Harvard Studies in Classical Philology 98 (1998), pp. 137-154. Séneca, hay que remitir a las obras citadas en el ensayo, a las que se
El estudio del tratamiento euripideo del mito se ha beneficiado, en añadirá, para una reseña rápida, O. Carbonero, «La figura di Elena di Troia
años más recientes, del descubrimiento del «argumento» (hypothesis) nei poeti latini da Lucrezio a Ovidio», Orpheus 10 (1989), pp. 378-391;
del Alejandro de Eurípides, la tragedia con la que se abría la trilogía, E. Belfiore, «Ovid's Encomium of Helen», Classical Journal 76 (1981),
seguida por el Palamedes (igualmente perdido) y por las Troyanas. En pp. 136-148.
este drama se narraban los precedentes del mito: el sueño que había Sobre el mito de Helena en época tardo-antigua y su recuperación
tenido Hécuba cuando estaba encinta de Paris y que le aconsejaba que en época medieval a partir de las obras de Dictis Cretense y Dares
no criara al niño, la entrega del recién nacido al pastor para que lo ex- Frigio, véase H. Dunger, Die Sage vom trojanischen Kriege in den Be-
pusiera, la crianza de Paris hasta los veinte años en las laderas del Ida, arbeitungen des Mittelalters und in ihren antiken Quellen, Leipzig,
el regreso a Troya con ocasión de unos juegos celebrados en su me- 1869. Las obras de ambos autores están editadas en la colección teub-
moria, la inesperada victoria del joven y el reconocimiento: R. A. Coles, neriana: Daretis Phrygii, De Excidio Troiae Historia, ed. de F. Meister
«A New Oxyrhynchus Papyrus: the Hypothesis of Euripides' Alexan- (Lipsiae, 1873); Dictys Cretensis, Ephemeridos belli Troiani libri, W.
dros», Bulletin of Institute of Classical Studies, Suppl. 32, Londres, Eisenhut (ed.), (Lipsiae, 21973). Para la obra de Coluto véase la edición,
1974. Para los fragmentos conservados de la tragedia véase sobre todo con introducción, traducción y notas, a cargo de E. Livrea, II ratto di
B. Snell, Euripides Alexandros und andere Strassburger Papyri (Her- Elena, Bolonia, 1968; para la de Draconcio, la edición, con traducción
mes, Suppl. 5), Berlín, 1937; D. L. Page, Select Papyri III. Literary y notas, a cargo de E. Wolff: Dracontius, OEuvres IV (Belles Lettres),
Papyri. Poetry (colección «Loeb»), Londres-Cambridge (Mass.), 1941, París, 1996. Una traducción inglesa de las obras de Dares y Dictis,
pp. 55-61; por último, F. Jouan y H. van Looy, Euripide. Fragments, con introducción y breves notas, ha sido realizada por R. M. Frazer,
t. VIII, I (Belles Lettres), París, 1998. Entre los estudios recordaremos The Troian War. The Chronicles of Dictys of Crete and Dares the Phry-
los de F. Jouan, Euripide et la légende des Chants Cypriens, París, gian, Indiana University Press, 1969; más recientemente: Récits inédits
1966, pp. 113-142 y S. Timpanaro, «Dall' Alexandros di Euripide all' sur la guerre de Troje, con traducción y comentario de G. Fry, París,
Alexander di Ennio, Riv. Filol. Istr. Class. 124 (1996), pp. 5-70. Sobre 1998; además P. Venini, «Ditti Cretese e Omero», Mem. Ist. Lombar-
el Dionysalexandros de Cratino (véase «Fuentes y reescrituras»), por do 37 (1981), pp. 161-198; W. Schetter, Dares und Dracontius. Über
último A. Tatti, «Le Dionysalexandros de Cretinos», Metis I (1986), die Vorgeschichte des trojanischen Krieges 115 (1987), pp. 211-231
pp. 325-332; R. M. Rosen, Old Comedy and lambographie Tradition (con más referencias). Sobre la recuperación de la leyenda troyana en
(American Classical Studies 19), Atlanta, 1988, pp. 49-55. el Medievo italiano todavía es útil la selección de E. Gorra, Testi ine-
En época helenística, la figura de Helena tiende a asumir —a través diti di storia trojana, preceduti da uno studio della leggenda trojana in
de un proceso de sincretismo que no es fácil de seguir en sus desarro- Italia, Turín, 1887; véase también C. Segre (ed.), Volgarizzamenti del
llos— rasgos divinos que la aproximan a divinidades como Isis o Astar- Due e Trecento, Turín, 1964, pp. 111-130. Para los autores bizantinos
té. F. Chapouthier, Les Dioscures au service d'une déesse, París, 1935,
ha propuesto reconocer la figura de Helena en una serie de representa- • se cuenta con la vieja selección del Corpus Scriptorum Historiae By-
zantinae (texto griego con traducción latina). La Chronographia de
ciones figuradas que se difundieron en época helenística y romana en Malalas ha sido editada por L. Dindorf (Bonn, 1831), el Breviarium
las regiones orientales del mundo antiguo; allí ella aparecería de mane- Historiae metricum de Manases de L. Bekker (Bonn, 1837), el Histo-
ra regular asociada a sus hermanos, los Dióscuros, de acuerdo con un riarum Compendium de Cedreno, asimismo de Bekker (Bonn, 1838).
esquema recurrente. Sin embargo, la identificación de la figura central Para la llamada Ilíada bizantina si véase L. Norgaard y O. L. Smith,

l ir
del grupo no es siempre segura y podría resultar adecuada también para A Byzantine Iliad. The Text of the Par. Suppl. Gr. 926 (= Suppl.. Mu-
otras divinidades (Selene, Ártemis, Hécate): cfr. Lindsay, Helen of Troy ,sei Tusculani n. 5), Copenhague, 1975; disponemos también de una
(ya citada), p. 240 y sobre todo L. Robert, «Documents d'Asie Mineu- reciente traducción italiana, con introducción y notas, de R. Lavagni-
re», Bull. Corr. Hell. 107 (1983), pp. 562-573. Más fácil de definir es el ni (ed.), I fatti di Troia. L'Iliade bizantina del cod. Paris. suppl. Gr. 926
papel desempeñado por Helena en el Egipto tolemaico: además del no- (= Quad. Ist. Filol. greca dell'Universita di Palermo, n. 20), Palermo,
table trabajo de E. Visser, Gotter und Kulte im ptolemaischen Alexan- 1988; de la misma véase también F. Montanari e S. Pittaluga (ed.),

192 193
«Storie troiane in greco volgare», en Posthomerica I. Tradizioni orne-
riche dall' antichita al rinascimento, Génova, 1997, pp. 49-62. Para
Benoit de Sainte Maure, además de la edición crítica de la obra com-
pleta a cargo de L. Constans, Le Roman de Troje, 6 vols., París, 1904-
1912, véase la amplia antología (casi la mitad de la obra, con texto y
traducción en francés moderno), a cargo de E. Baumgartner y F. Vie-
ICONOGRAFÍA
lliard, París, 1998.
C. B. Stefano Chiodi, Claudio Franzoni y Orietta Rossi Pinelli

En la Antigüedad, el templo de Hera Lacinia (en el territorio de Cro-


tona) albergaba un célebre cuadro de Zeuxis encargado por los habitan-
tes de Agrigento (¿,o por los de Crotona?). A propósito de esta obra de
arte se contaba una anécdota que llegó a ser más famosa que el pro-
pio cuadro (un episodio que no por casualidad tuvo presente Winckel-
mann cuando formuló el concepto de «belleza ideal»): el pintor habría
examinado —desnudas— a todas las muchachas de la ciudad para selec-
cionar cinco, con la intención de pintar las partes más bellas de cada una
(Plinio, Nat. hist., XXXV, 64). Un cuadro de Johann Heiss (1640-1704)
intenta reconstruir el procedimiento seguido por el pintor (figura 1),
ciertamente complicado para nuestra visión actual, pero Zeuxis se dis-
ponía a representar a la mujer más absolutamente bella, precisamente a
Helena; incluso Boccaccio conocía este caso del pintor griego y, en el
Commento a la Divina Commedia, llegará a decir que la hermosura de
la reina de Esparta era «tan en sobremanera maravillosa» que «cansó a
muchísimos solemnes pintores y escultores». La pintura para el templo
de Hera Lacinia, como otras del mismo tema, citadas por las fuentes an-
tiguas (empezando por otra tabula de Zeuxis conservada en Atenas), se
perdió y nunca llegaremos a saber cómo se imaginaron los griegos el
rostro y el cuerpo de esta mujer, paradigma de la belleza femenina.
En compensación, son muchas las imágenes que ilustran los episo-
dios de su relato mítico. A juzgar por lo que tenemos a nuestra disposi-
ción, el nacimiento prodigioso de Helena y de los Dióscuros del huevo
de Leda (o de Némesis) tuvo que ser por fuerza uno de los temas pre-
feridos de su historia; estos nacimientos milagrosos aparecen también
en una vívida escultura de Metaponto, en la que una minúscula figura,
que no anticipa nada de la futura hermosura, se asoma por el huevo ya
abierto, y en una crátera de Frignano (figura 2). También los Dióscuros

194 195
aparecen junto a ella en el estuco —mucho más tardío— proveniente del pectadores: el cuadro de Maneen van Heemskerck (en el que acaba por
hipogeo de Aguzzano. Una historia que fue tan célebre como para ser prevalecer el paisaje «arqueológico») (figura 7), el plato de Francesco
parodiada en el teatro de la Magna Grecia, como muestra una crátera Xanto Avelli (figura 8), los de Tintoretto (figura 9) y Lucas Jordán (Luca
ápula con una escena de comedia fliácica en Bari (figura 3). Giordano, figura 11) y el bronce de Pierre Puget (figura 12) hasta lle-
Aún había otros momentos del mito apreciados por los antiguos, gar a la parodia de Daumier, en la que los papeles se invierten (figura
empezando por el primero de una serie de episodios de seducción, con- 13). Por otra parte son igualmente ambiguos Los amores de Helena y
cretamente aquel en el que Teseo, ayudado por Piritóo, rapta a Helena Paris de David (figura 14): El entorno en el que los dos personajes se
que aún era una niña. Un episodio que incluso en la época del renaci- encuentran en amoroso cortejo ¿es el tálamo espartano o una estancia
miento gozó de una cierta fortuna (figuras 4 y 5), muy probablemen- del palacio de Príamo? En compensación resulta muy precisa la repro-
te gracias al relato de Plutarco (Teseo, XXXI), que sitúa en el templo ducción del mobilie, el lecho, el trípode y la misma lira, actualizados
de Ártemis Ortia en Esparta el lugar donde habría tenido lugar el rap- de acuerdo con la más reciente visión anticuaria pompeyana.
to; es interesante notar la atracción del «rapto» más famoso, el del Tanto los modernos como los antiguos han intentado imaginar la
propio Paris: Teseo se lleva a Helena en un barco y no en un carro vida de Helena en Troya, articulándola en varios episodios. En una crá-
como lo concibieron Plutarco y la iconografía antigua. tera calcídica atribuida al Pintor de las Inscripciones, hacia el 530 a.C.,
Además los antiguos se detuvieron en la unión con el joven Me- los nombre inscritos identifican con certeza a los personajes: Héctor y
nelao. Que lo que está representado en un vaso de Berlín es exacta- Andrómana, Paris y Helena; se trata ciertamente de la partida de Héc-
mente el momento de las bodas está clarísimo en el gesto ritual del tor y de Paris, un episodio raro que depende enteramente del relato de
i mberbe rey de Esparta, que agarra por la muñeca a la mujer que está Homero (Il., VI, 343-358): Helena se gira y aparta la mirada de su es-
a punto de convertirse en su esposa, velada como debían aparecer las poso porque, como respuesta a Héctor, está inculpando a Paris por no
esposas griegas; mientras, el sutil quitón deja entrever el seno, que no querer involucrarse en la batalla. Y al decirlo, cruza los brazos y estru-
por casualidad le había hecho merecer a Helena el atributo de bathy- ja el manto, que termina por envolverla estrechamente y poner una vez
kolpos («de profundo seno»). Plinio (XXXIII, 81) recoge incluso la más de relieve la belleza del cuerpo.
noticia según la cual Helena habría dedicado en el templo de Atenea Otro momento de Helena en Troya: una pintura perdida de Aristo-
en Lindos, una copa de electro de las dimensiones de su pecho. fonte, que a Plinio le resultaba bien conocida (XXXV, 138) mostraba
Afrodita y Persuasión (Peitho) aparecen en un vaso de Macrón que —además de a Príamo, Ulises y las personificaciones de la Credulidad y
se encuentra en Boston, en el momento crucial de la partida de Espar- el Engaño— también a Helena y a Deífobo, hermano de Paris y de Héc-
ta: Helena sigue con la cabeza baja a Paris, que la coge por la muñeca tor. Quizá se trataba del matrimonio de Helena y Deífobo, después de
como ya la había cogido Menelao, reproduciendo así un momento pre- la muerte de Paris, una prueba más, por si todavía hiciera falta, de la
ciso del ritual del matrimonio griego. De nuevo Afrodita, acompañada irresistible fascinación de la esposa infiel por excelencia. Un fresco de
por un pequeño Eros, se sienta al lado de una pensativa Helena en un Pompeya muestra a Helena implicada como cómplice en el rapto del
fresco de Pompeya, en el que el príncipe troyano, bellísimo en su des- Paladión (figura 16); con el brazo estirado hacia delante llama la atención
nudez, de pie, observa la escena (figura 6). El episodio de la partida de de Diomedes y de Ulises, el cual apoderándose de la estatua se vuelve
la ciudad del Peloponeso es sin duda el preferido dentro del mito de hacia el sirviente que se está esforzando en sujetar a una enloquecida
Helena tras la época clásica, lo cual se advierte incluso en melodramas • Casandra. Otro fresco pompeyano (50-79 d.C.) describe en cambio la
y en ballets. Sin embargo, en la conspicua serie de raptos desde el tar- ruina de la roca de Príamo y el papel de Helena: mientras un grupo de
dío Medievo al setecientos se instaura una ambigüedad de base, que ya Troyanos se dispone a introducir dentro de la ciudad el gran caballo,
se veía anticipada en la iconografía antigua: ¿Helena sigue consciente- Casandra se arrodilla al pie de una estatua de Atenea, mientras Helena
mente a Paris (como leemos en la gran mayoría de los autores anti- guía a un grupo de mujeres troyanas y quizás avisa a los griegos de que
guos, empezando por los poemas homéricos), o más bien éste se apo- ya es posible la vuelta, como se lee en Virgilio (Aen., VI, 515-519).
dera de ella con violencia? De este modo contamos con «raptos de Pero, cuando ya había caído la defensa de Troya, el culmen del po-
Helena» que más bien parecen jubilosas procesiones nupciales con la der seductor de Helena se alcanza en otro episodio que impresionó
nueva pareja en el centro —el de Guido Reni (figura 10) y el dibujo de mucho el imaginario de los antiguos, el encuentro de Menelao y su es-
Alessandro Turchi— y con raptos que, en cambio, muestran la violenta posa. En un ánfora de figuras negras de los Museos Vaticanos (tercer
gestualidad del joven troyano y la participación instigada por los es- cuarto del siglo vi a.C.), Menelao completamente armado, amenaza a

196 197
Helena, pero ésta reacciona como le es propio, con un gesto de se- modelos sacará en el siglo xx el nuevo arte cinematográfico, el último
ducción femenina: se desvela para dejar entrever la belleza de su ros- escenario en el que se hará carne Helena. De The Private Life of Helen
tro y de su cuerpo, una vez más la belleza de su pecho (figura 17). of Troy (1927) de Alexander Korda (tomado de la novela del mismo
Otro vaso más tardío, una pieza ática del pintor de Berlín (470 a.C.) nombre de J. Erskine, 1926) hasta la Hedy Laman- de L'ammante di Pa-
muestra los efectos de esta fascinación sobre Menelao según la ver- ride en 1954, el cine ofrecerá a plateas infinitamente más amplias que
sión del encuentro que se podía leer en la Pequeña Ilíada de Lesques: en el pasado la imagen de una Antigüedad reconstruida a medida de la
el guerrero agrede a su propia esposa, pero termina por dejar caer la modernidad, suntuosa y kitsch, culta y popular al mismo tiempo.
espada ante la belleza de Helena. Sin embargo, tal vez más que las divas lánguidas e irresistibles, es
Y sólo en los artistas del xix podemos, por fin, contemplar el ros- la Helena oblicuamente repropuesta por Marcel Duchamp en 1921, la
tro de Helena, empezando por el busto de Antonio Canova de L'Ermi- que representa el punto terminal del milenario recorrido del mito en
tage (1819) (figura 20), una de las réplicas de la escultura que había • el imaginario occidental (figura 24). Una botellita de perfume «Eau de
realizado años antes para Isabella Teotochi Albrizzi (1811), mármol Violette», marca «Belle Haleine», acompañada por la fotografía tra-
que había desatado la admiración del Cicognara y de Lord Byron. vestida del propio Duchamp en el papel de su alter ego femenino
Aquí se realiza ese parangón entre la bellísima hija de Leda y una es- Rose Sélavy. El juego de palabras (Haleine=Helene, violette=toilette),
tatua que ya aparece en la literatura, en especial en Eurípides ( Hele- desdoblamiento y ambigüedad, son los rasgos de este pequeño ready
na, 262-263, 704-705, 1219). made en el que el mito ilustre se ha reducido al artificio irónico y al
En el periodo victoriano y simbolista, los pintores, más que en la mismo tiempo transportado al plano esotérico de un conocimiento
ilustración del mito, se concentran en la figura y en el cuerpo de Helena, más profundo del Eros, desvelado, del mismo modo que Helena fren-
contemplada a veces como la encarnación de una feminidad purísima y te a Menelao, con el imprevisto levantarse de un velo.
turbadora, de una invencible energía seductora, de un atractivo «ende-
moniadamente» sensual para el espectador. Con el agotamiento de los
modelos «clásico-académicos» y de sus prescripciones idealizantes
como fondo, se abre camino un nuevo imaginario —a veces nutrido por
acentos exóticos y primitivistas—, que privilegia el mito antiguo en los
aspectos sentimentales y sensuales, ligándolos a una extenuada conca-
tenación de placer y pecado de típico gusto decadent. Helena, como Sa-
lomé, llega a ser la personificación de la fascinación mortal de la belleza,
de la ambivalencia del deseo. Las imágenes adquieren así una dimensión
evanescente, en la que la reconstrucción de ambiente da paso a una su-
gerencia indeterminada, cargada de sobreentendidos; la Helena de Hen-
ri Fantin-Latour se ofrece lánguidamente a las miradas de los presentes
(y del espectador) envuelta en una atmósfera trémula e indistinta (figu-
ra 18), mientras que la de Gustave Moreau está representada frente a los
muros de Troya en una actitud melancólica que presagia la inminente
catástrofe (figura 19), una escena que, por otra parte, recoge sugeren-
cias homéricas como el encuentro con Príamo sobre el adarve (//., III,
164 y ss). En otras imágenes, como las de Dante Gabriel Rossetti (fi-
gura 21) y Frederick Sandys (figura 22), el encuadre se hace más cer-
cano, casi como sugiriendo una contigüidad física y psicológica con el
espectador, una intimidad imaginaria que refuerza el poder erótico de la
i magen. Los rasgos de Helena se liberan de la idealización clasicista: la
belleza, se podría decir que se hace aquí autoconsciente, celebrada como
está en los elementos de un mundus muliebris (vestidos, peinados, jo-
yas, maquillaje) lanzado hacia vértices de sensualidad táctil. De estos

198 199
1. Johann Heiss, Zeuxis utiliza algunas modelos para reproducir la belleza de Helena
de Troya, óleo sobre tela, segunda mitad del siglo XVII.
2. El nacimiento de Helena, crátera campana de figuras rojas de Frignano, ca. 340 a.C. 4. Liberale da Verona, Teseo rapta a Helena, óleo sobre tabla.
3. El nacimiento de Helena en una comedia fliácica, crátera ápula, segundo cuarto del 5. Zanobi Strozzi (atribuido a), Teseo rapta a Helena, témpera sobre tabla, mitad del
siglo iv a.C. siglo xv.
1 . ,
1401011.1, .;

7. Maarten van Heemskerck, Paisaje fantástico con el rapto de Helena, óleo sobre tela,
1535-1536.
6. Helena, Afrodita y Paris pintura al fresco. 8. Francesco Xanto Avelli, Rapto de Helena, terracota vidriada, 1534.
10. Guido Reni, Rapto de Helena, óleo sobre tela.
9. Tintoretto, Rapto de Helena, óleo sobre tela, 1580-1585.
12. Pierre Puget, Rapto de Helena, bronce, 1683-1686.
11. Luca Giordano, Rapto de Helena, óleo sobre tela. 13. Honoré Daumier, L'Enlevement d'Hélene (El rapto de Helena), litografía, 1842.
14. Jacques-Louis David, Los amores de Helena y Paris, óleo sobre tela, 1788. 16. El rapto del Paladión, fresco de Pompeya, primer cuarto del siglo i d.C.
15. Escena de The Private Life of Helen of Troy (La vida privada de Helena de Troya) 17. Menelao se enfrenta a Helena, ánfora de figuras negras de Vulci, tercer cuarta (lel
(A. Korda, 1927). siglo vi a.C.
18. Henri Fantin-Latour, Helena, 1892. 19. Gustave Moreau, Helena en la puerta Escea, óleo sobre tela, ca. 1880.
22. Frederick Sandys, Helena, óleo sobre tela, 1867.
20. Antonio Canova, Retrato de Helena, mármol, 1819. 23. Hedy Lamarr en L'amante di Paride (La manzana de la discordia) (M. Allegret,
21. Dante Gabriel Rossetti, Helena, óleo sobre tabla, 1863. 1954).
PROCEDENCIA DE LAS ILUSTRACIONES

1. Johann Heiss, Zeuxis utiliza algunas modelos para reproducir la


belleza de Helena de Troya, óleo sobre tela, segunda mitad del si-
glo xvii, Stuttgart, Staatsgalerie. (Foto: Lessing / Contrasto.)
2. El nacimiento de Helena, crátera campana de figuras rojas de
Frignano, ca. 340 a.C. Nápoles, Museo Arqueológico Nacional.
Archivio dell' arte / Luciano Pedicini. (Por gentileza del Mi-
nistero per i Beni e le Attivita Culturali.)
3. El nacimiento de Helena en una comedia fliácica, crátera ápula,
segundo cuarto del siglo iv a.C. Bari, Museo Arqueológico.
4. Liberale da Verona, Teseo rapta a Helena, óleo sobre tabla. Avig-
non, Musée du Petit Palais. (Foto Bridgeman / Alinari.)
5. Zanobi Strozzi (atribuido a), Teseo rapta a Helena, témpera so-
bre tabla, mitad del siglo xv. Londres, National Gallery.
6. Helena, Afrodita y Paris pintura al fresco, Pompeya, Casa del sa-
cerdote Amandus (1, 7, 7). (Por gentileza del Ministero per i Beni
e le Attivita Culturali.)
7. Maarten van Heemskerck, Paisaje fantástico con el rapto de Hele-
na, óleo sobre tela, 1535-1536. Baltimore, The Walters Art Gallery.
8. Francesco Xanto Avelli, Rapto de Helena, terracota vidriada,
1534. Malibu, J. P. Getty Museum.

1 9. Tintoretto, Rapto de Helena, óleo sobre tela, 1580-1585. Madrid,


Prado. (Foto: Archivio Scala.)
10. Guido Reni, Rapto de Helena, óleo sobre tela. París, Museo del
Louvre. (Foto: Archivio Scala.)
11. Luca Giordano, Rapto de Helena, óleo sobre tela. Nápoles, Co-
lección Banco de Nápoles.
1 2. Pierre Puget, Rapto de Helena, bronce, 1683-1686. Detroit, lns-
titute of Arts.
24. Marcel Duchamp, Belle Haleine. Eau de Voilette, 1921.
217
13. Honoré Daumier, L'Enlevement d'Hélene (El rapto de Helena),
litografía, 1842. En Histoire Ancienne, «Le Charivari», 22 junio
1842.
14. Jacques-Louis David, Los amores de Helena y Paris, óleo sobre
tela, 1788. París, Museo del Louvre. (Foto: Lessing / Contrasto.)
ÍNDICE
15. Escena de The Private Life of Helen of Troy (La vida privada de
Helena de Troya) (A. Korda; 1927). (Foto: Archivio Storico del
Cinema / AFE.)
16. El rapto del Paladión, fresco de Pompeya, primer cuarto del si-
glo 1 d.C., Nápoles, Museo Arqueológico Nacional. (Foto Archi-
vio dell'arte / Luciano Pedicini. Por gentileza del Ministero per i
Beni e le Attivita Culturali.)
17. Menelao se enfrenta a Helena, ánfora de figuras negras de Vulci,
tercer cuarto del siglo vi a.C. Ciudad del Vaticano, Museo Gre-
goriano Etrusco.
18. Henri Fantin-Latour, Helena, 1892. París, Petit-Palais. (Foto Brid-
geman / Alinari.) La historia de Helena por Maurizio Bettini .....................................................
19. Gustave Moreau, Helena en la puerta Escea, óleo sobre tela, ca.
1880. París, Museo Gustave Moreau.
20. Antonio Canova, Retrato de Helena, mármol, 1819. San Peters- HELENA DE TROYA
burgo, Museo del Hermitage. (C) Mimmo Jodice / Corbis / Neri.) por Carlo Brillante
21. Dante Gabriel Rossetti, Helena, óleo sobre tabla, 1863. Hambur-
1. PREMISA ............................................................................................................... 27
go, Kunsthalle.
22. Frederick Sandys, Helena, óleo sobre tela, 1867. Liverpool, The II. LA MUCHACHA DE ESPARTA ......................................................................... 31
Walker Art Gallery. III. EL NACIMIENTO ................................................................................................ 53
23. Hedy Lamarr en L'amante di Paride (La manzana de la discordia)
(M. Allegret, 1954). (Foto: Archivio Storico del Cinema / AFE.) IV. LA ESPOSA INFIEL ............................................................................................. 63
24. Marcel Duchamp, Belle Haleine. Eau de Voilette, 1921. V. LA ADÚLTERA ..................................................................................................... 93


París, colección privada. (© SIAE 2002.)
VI. LA IMAGEN .......................................................................................................... 117
VII. WA/moN O DIOSA? ........................................................................................... 141

Abreviaturas ................................................................................................................. 169


Lecturas ................................................................................................. 173
Iconografía por Stefano Chiodi, Claudio Franzoni y Orietta Rossi
Pinelli ...................................................................................................................... 195
Procedencia de las ilustraciones ........................................................... 217

218 219
AKAL/UNIVERSITARIA

ÚLTIMOS TÍTULOS PUBLICADOS

194 Lowenthal, David. El pasado es un país extraño.


195 Bethencourt, Francisco. La Inquisición en la época moderna.
196 Richet, Denis. La Francia moderna. El espíritu de las instituciones.
197 Lisón Tolosana, Carmelo. La Santa Compaña. Antropología cultural de
Galicia IV.
198 García Quintela, Marco. Mitología y mitos de la Hispania prerromana
199 Bouza, Fernando. Cartas de Felipe II a sus hijas.
200 Bouza, Fernando. Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural
del reinado de Felipe II.
201 Bermejo Barrera, José Carlos. Genealogía de la Historia. Ensayos de
historia teórica.
202 Thomson, Garry. Introducción a Brecht.
203 Al-Andalusi, Wid. Libro de las categorías de las naciones. Kit&b
Tabaqa tal-Umam.
204 Bloch, Marc. Historia e historiadores.
205 Canales, Esteban. La Inglaterra victoriana.
206 Dickinson, Oliver. La Edad de Bronce Egea.
207 Alcina Franch, José (ed.). Evolución social.
208 Tsuru, Shigeto. El capitalismo japonés. Algo más que una derrota crea-
tiva.
209 Fernández Vega, Pedro Ángel. La casa romana.
210 Collins, Roger. La Europa de la Alta Edad Media.
211 Gómez Espelosín, Francisco Javier. El descubrimiento del mundo. Geo-
grafía y viajeros en la Antigua Grecia.
212 Palazuelos, Enrique. Contenido y método de la economía. El análisis de
la economía mundial.
213 Blanco, Rogelio. La ciudad ausente. Utopía y utopismo en el pensa-
miento occidental.
214 Alcina Franch, José / Calés Bourdet, Marisa (eds.). Hacia una ideolo-
gía para el siglo xxi. Ante la crisis civilizatoria de nuestro tiempo.

221

III
215 Hinrichs, Ernst. Introducción a la historia de la Edad Moderna. 249 Vidal-Nayuet, Pierre. La Atlántida. Pequeña historia de un mito platónico.
216 Núñez Seixas, Xosé-Manoel. Entre Ginebra y Berlín. La cuestión de las 250 Assmann, Jan. La distinción mosaica o el precio del monoteísmo.
minorías nacionales y la política internacional en Europa (1914-1939). 251 Burke, Peter. Lenguas y comunidades en la Europa moderna .
217 Foucault, Michel. Los anormales. 252 González García (coord.), Francisco Javier. Los pueblos de la Galicia
218 AA.VV. Política de la nueva Europa. Del Atlántico a los Urales. céltica.
219 Campillo, Antonio. Variaciones de la vida humana. Una teoría de la 253 Leveque, Pierre. Tras los pasos de los dioses griegos.
historia. 254 Pérez Largacha, Antonio. Historia antigua de Egipto y del Próximo
220 Detienne, Marcel. Apolo con el cuchillo en la mano. Una aproximación Oriente.
experimental al politeísmo griego. 255 López, Aurora / Pociña, Andrés. Comedia romana.
221 Little, Lester K. / Rosenwein, Barbara H. (eds.). La Edad Media a debate. 256 Bermejo Barrera, José Carlos. Moscas en una botella. Cómo dominar a
222 Yun Casalilla, Bartolomé. La gestión del poder. Corona y economías la gente con palabras.
aristocráticas en Castilla (siglos xvi-xvill). 257 Steigmann-Gall, Richard. El Reich sagrado. Concepciones nazis sobre
223 Calame, Claude. Eros en la Antigua Grecia. el cristianismo, 1919-1945.
224 Schmitt-Pantel, Pauline / Bruit Zaidman, Louise. La religión griega en 258 Nieto Soria, José Manuel. Medievo constitucional. Historia y mito po-
la polis de la época clásica. lítico en los orígenes de la España contemporánea (ca. 1750-1814).
225 Le Goff, Jacques (ed.). San Francisco de Asís. 259 Anderson, Allan. El pentecostalismo. El cristianismo carismático mun-
226 Iriarte Goñi, Ana. De amazonas a ciudadanos. Pretexto ginecocrático y dial.
patriarcado en la Grecia Antigua. 260 Dettienne, Marcel. Los griegos y nosotros. Antropología comparada de
227 Díez, Fátima / Bermejo Barrera, José Carlos. Lecturas del mito griego. la Grecia antigua.
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cial de la cultura escrita en los Siglos de Oro.

222 223
ija del padre de todos los dioses y criatura de extraor-
dinaria belleza, Helena es uno de los personajes más
conocidos de la literatura clásica, inspirador de nume-
rosos relatos y leyendas. La Nacía y la Odisea, naturalmen-
te, pero también dos célebres episodios de la Eneida, las tra-
gedias de Esquilo y Eurípides, un drama satírico de Sófocles
y dos palinodias de Estesícoro. Su belleza fue cantada por
Safo y por Alceo, recordada por Heródoto en su Historia y
por Hesíodo en el Catálogo de las mujeres. Su leyenda goza
de una notable fortuna en el Oriente bizantino y, como mode-
lo de mujer seductora, atraviesa el Medievo para renacer en
tiempos más recientes en el Fausto de Goethe y en las ópe-
ras y las músicas de Gluck, Berlioz y Saint-Saüns. A comien-
zos del siglo xx, una Helena «callada y serena como la luna,
sobre el fuego y la sangre» aparece retratada en los Poemi
convivialide Giovanni Pascoli, mientras su imagen, influida por
el psicoanálisis, es celebrada en la obra de Hofmannsthal a
la que puso música Strauss.
El rostro de Helena y el relato de su historia cambian a lo
largo del tiempo y se desmenuzan de versión en versión: ¿es
Helena la infiel causante de la guerra de Troya, o es la mujer
de Esparta ligada a las fiestas de la primavera y a la esposa de
mayo? ¿Es una diosa o un daimon? ¿Es una meretriz o una
mujer seductora? ¿Es una o son dos? Todos conocen el mito de
la bella Helena, o, al menos, creen que lo conocen. No obs-
tante, con el mito siempre merece la pena volver a empezar.
Así, de la mano del relato, el ensayo y la iconografía, el lec-
tor se adentrará en uno de los mitos más antiguos e importan-
tes de la cultura europea.

Maurizio Bettini enseña Filología clásica en la Universidad de Siena


y es colaborador del periódico La Reppublica. Carlo Brillante, especia-
lista en antropología del mundo antiguo, es profesor de Literatura grie-
ga en la Universidad de Siena.

akal

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