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44. El filósofo griego primitivo, tal como nos lo describe Diógenes Laercio1,
constituye ciertamente una de las curiosidades más graciosas de todo el
zoológico humano. Parece que se le pedía que su conducta estuviese en marcado
contraste con los dictados del sentido común ordinario. Si se hubiese comportado
como se supone que lo hacían los demás hombres, sus conciudadanos hubiesen
pensado que su filosofía no le había enseñado demasiado. Sé que los
historiadores que se consideran en posesión de un "criticismo más elevado"
niegan todas las ridículas anécdotas sobre los sabios helenos. Estos estudiosos
parecen pensar que la lógica es una cuestión de gusto literario, y sus refinadas
percepciones rehúsan aceptar tales narraciones. Pero, en verdad, aun cuando se
llevase el gusto a un punto de delicadeza por encima del de un profesor alemán -
el cual pensaría que le estaban llevando absolutamente al reino de las cantidades
imaginarias, al otro lado del infinito- no se consideraría aún como lógica, que es
una temática de estricta demostración matemática en la que la opinión no tiene en
absoluto peso alguno.
45. Ahora bien, la lógica científica no puede aprobar este método histórico
que lleva a la negación absoluta y osada de todo testimonio positivo existente, en
el momento en que dicho testimonio se desvíe de las ideas preconcebidas del
historiador2. El relato sobre la caída de Tales en una zanja mientras mostraba las
diferentes estrellas a una vieja mujer, nos lo narra Platón3 unos dos siglos más
tarde. Pero el doctor Eduard Zeller4 dice que él lo conoce mejor, y dictamina que
la anécdota es totalmente imposible. De indicarle que la anécdota atribuye sólo a
Tales una característica común a casi todos los matemáticos, lo que haría ello
sería proporcionarle una nueva oportunidad de aplicar su argumento favorito de
objeción, el de que el relato es "demasiado probable". Por lo que, dice Zeller, la
afirmación hecha por una media docena de autores clásicos de que Demócrito
estaba siempre riendo y Heráclito llorando, "se revela por sí misma como una
invención inútil"5, con independencia del apoyo que pueda tener en los
fragmentos. Pero incluso Zeller admite que Diógenes de Sínope fue un frívolo
excéntrico. Al ser un contemporáneo de Aristóteles, y uno de los hombres más
conocidos de Grecia, ni siquiera Zeller puede negar su historia, teniendo que
contentarse con declarar que los relatos están "burdamente exagerados" 6. No
hubo ningún otro filósofo, cuya conducta, según todos los testimonios, fuese tan
absolutamente extravagante como la de Pirrón. Los relatos sobre él parecen
proceder directamente de un escrito de su devoto alumno, Timón de Fliunte7, y
algunas de nuestras autoridades sobre él, de las que hay unas doce, confiesan
valerse de este libro. Con todo, Zeller y los críticos no creen en aquéllos; y
Brandis8 plantea la objeción de que los ciudadanos de Elis no hubiesen escogido
como sumo sacerdote a un hombre medio loco, como si este tipo de síntomas no
le hubiesen podido acreditar particularmente para el oficio divino. Espero que,
por fin, ahora, se haya superado este modo de escribir la historia.
46. Con todo, no creas los relatos si no quieres; pero no puedes dejar de
admitir que lo que muestran es el tipo de hombre que los narradores esperaban
que había de ser un filósofo, tanto más, si eran leyendas imaginarias. Ahora bien,
estos narradores eran un cúmulo de las mentes más sanas y sobrias de la
Antigüedad: Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Plinio, Plutarco, Luciano,
Eliano y otros más. Los griegos esperaban que la filosofía afectase a la vida, no
por un lento proceso de filtración de formas -como nosotros podemos esperar que
las investigaciones sobre ecuaciones diferenciales, fotometría estelar, taxonomía
de los equinodermos, y otras parecidas, afecten al fin a la conducta de la vida-,
sino directamente a la persona y al alma del filósofo mismo, diferenciándole de
los hombres normales en sus ideas sobre la recta conducta. Separaban tan poco la
filosofía de la estética, y de la cultura moral, que los docti furor arduus
Lucreti9 podían revestir en noble verso una elaborada cosmogonía con el
propósito expreso de influir en la vida de los hombres; y Platón nos dice en
muchos lugares lo inextricable que considera que está ligado el estudio de la
dialéctica a la vida virtuosa. Aristóteles, por otra parte, plantea correctamente
esta cuestión. Aristóteles no tenía mucho de griego. No es probable que tuviese
enteramente sangre griega. Está claro que no era en absoluto un hombre de
mentalidad griega. Aunque pertenecía a la escuela de Platón, cuando fue allí era
ya un estudioso, quizá discípulo personal de Demócrito, él mismo otro traciano; y
durante sus primero años en Atenas no pudo haber tenido mucha relación con
Platón, que pasaba una gran parte del tiempo en Siracusa. Ante todo Aristóteles
era un Asclepíades, es decir, pertenecía a un linaje, del que todo hombre, desde la
edad heroica, pasaba ya en la infancia por un aprendizaje muy acabado en la sala
de disección. Aristóteles era un paciente científico, tal como lo vemos en la
actualidad, salvo que él abarcaba todo el conocimiento. Como hombre de instinto
científico situaba la metafísica, en la que no dudo incluía la lógica, como algo
normal, entre las ciencias -ciencias en nuestro sentido, quiero decir, lo
que él llamaba ciencias teoréticas- junto con la matemática y la ciencia natural
(ésta abarcaba lo que llamamos, en general, las ciencias físicas y las psíquicas).
Para él, esta ciencia teorética era algo animado por un espíritu, que tenía como su
último fin y objetivo el conocimiento de la teoría. Los estudios de estética eran
de tipo radicalmente diferente; mientras que la moral, y todo lo que se refiere a la
conducta de la vida, formaba un tercer departamento de la actividad intelectual,
radicalmente extraño, en su naturaleza e idea, a los otros dos. Ahora bien,
caballeros, al empezar este curso, debo confesarles que, a este respecto, me
presento ante ustedes, como aristotélico y científico, condenando con toda la
fuerza de mi convicción la tendencia helénica a mezclar filosofía y práctica.
47. Hay ciencias, desde luego, en que muchos de sus resultados son
aplicables casi de inmediato a la vida humana, tales como la fisiología y la
química. Pero el verdadero investigador científico pierde por completo de vista la
utilidad de loo que está tratando. Nunca ocupa su mente. ¿Piensan ustedes que el
fisiólogo que disecciona un perro, al hacerlo, reflexiona sobre que puede estar
salvando una vida humana? Tonterías. Si lo hiciese, se echaría a perder como
científico; y, entonces, la vivisección se transformaría en un crimen. Sin
embargo, en fisiología y en química, el hombre cuyo cerebro se ocupa de cosas
útiles, aunque no haga mucho por la ciencia, puede estar haciendo mucho por la
vida humana. Pero, en filosofía, al afectar, como afecta, a materias que son, y que
deben ser, sagradas para nosotros, el investigador que no se mantenga apartado
de todo intento de hacer aplicaciones prácticas, no sólo obstruirá el avance de la
ciencia pura, sino que, lo que es infinitamente peor, pondrá en peligro su propia
integridad moral y la de sus lectores.
51. Tendré mucho que decir sobre el recto razonar; y, a falta de algo mejor,
había identificado esto como un tema de importancia vital. Pero no sé si la teoría
del razonar es tan vitalmente importante. De que es absolutamente esencial en
metafísica, estoy tan seguro como lo estoy de cualquier verdad filosófica. Pero en
el comportamiento vital hemos de distinguir los asuntos cotidianos y las grandes
crisis. No creo que en las grandes decisiones sea algo seguro confiar en la razón
individual. En los asuntos cotidianos el razonar es aceptablemente efectivo; pero
me inclino a pensar que resultaría tan igualmente bien sin la ayuda de la teoría,
como con ella. Una logica utens, como la mecánica analítica inserta en los
nervios del jugador de billar, es la que mejor se adecua a los usos familiares.
53. Pero todo esto no es ni la mitad del total. Pues, después de todo, los
razonamientos metafísicos, tal como se han hecho hasta ahora, han sido en su
gran parte bastante simples. Son los conceptos metafísicos lo que resulta difícil
de captar. Ahora bien, las concepciones metafísicas, para mostrar las cuales no
necesito malgastar palabras, son meramente adaptaciones de las de la lógica
formal, y, por tanto, sólo pueden captarse a la luz de un sistema de lógica formal,
minuciosamente previo y sistemático.
54. Pero en asuntos prácticos, en cuestiones de importancia vital, es muy
fácil exagerar la importancia del raciocinio. ¡Está tan pagado el hombre de su
poder de razonar! Parece que a este respecto le sea imposible verse a sí mismo,
tal como se vería de poderse desdoblar, y observarse con un ojo crítico. Aquellos
a los que aludimos de forma tan indulgente como "animales inferiores" razonan
muy poco. Ahora bien, me permito hacerles observar que muy raramente estos
seres cometen una equivocación, ¡mientras que nosotros...! Nos valemos de doce
hombres buenos y leales para decidir una cuestión, les mostramos con el mayor
cuidado los hechos, preside toda la presentación la "perfección de la razón
humana", ellos escuchan, salen y deliberan, y llegan a una opinión unánime, y,
por lo general, se admite que para tomar una decisión las partes litigantes ¡han
podido casi igualmente lanzar una moneda al aire! ¡Tal es la gloria humana!
55. Las cualidades mentales que admiramos más en todos los seres humanos,
aparte de nuestros varios nosotros mismos [selves], son la delicadeza de la
doncella, la devoción de la madre, el valor viril y otras herencias llegadas a
nosotros procedentes del bípedo carente aún de habla; mientras que las
características que más despreciamos tienen su origen en el razonar. El hecho
mismo de que todo el mundo sobrevalore de modo tan ridículo su propio razonar
basta para mostrar lo superficial de esta facultad. Pues, ustedes no oyen que el
hombre valiente alardee de su valor, ni que la mujer modesta presuma de su
modestia, ni que el realmente leal se vanaglorie de su honestidad. De lo que se
envanecen, en todo caso, es siempre de algún insignificante don de belleza o de
habilidad.
56. Son los instintos, los sentimientos, lo que constituye la sustancia del
alma. La cognición es sólo su superficie, su lugar de contacto con lo que le es
externo.
57. ¿Piden ustedes que lo pruebe? En este caso tienen que ser ustedes,
ciertamente, unos racionalistas. Puedo probarlo; pero sólo suponiendo un
principio lógico de la demostración, al que haré alusión en la próxima lección.
Cuando la gente me pide que pruebe una proposición en filosofía, me veo
obligado con frecuencia a replicar que es un corolario de la lógica de relaciones.
Ciertas personas dicen entonces: "Me gustaría extraordinariamente estudiar
detenidamente esta lógica de relaciones; tiene usted que redactar una exposición
de la misma". Al día siguiente les traigo un manuscrito. Pero, cuando ven que
está lleno de A, B y C, no vuelven a mirarlo. Tales personas... oh, bueno.
66. Ahora bien, hay dos modos concebibles por los que el recto sentimiento
puede tratar tales crisis terribles; por un lado, puede ser que si bien los instintos
humanos no son tan detallados, ni tan definidos, como los de los animales
carentes de habla, con todo pueden bastar para guiarnos en los asuntos más
grandes sin ayuda alguna de la razón; mientras que, por otro, el sentimiento
puede actuar sometiendo las crisis vitales al dominio de la razón, elevándose en
tales circunstancias a un tan alto nivel de autoabnegación que transforme la
situación en insignificante. De hecho observamos que una naturaleza humana
natural sana actúa de ambas maneras.
71. Además de esto, tenemos en filosofía prejuicios tan potentes, que resulta
imposible mantener la sang froid de uno, si nos dejamos llevar por completo de
ellos.
72. Es mucho mejor dejar que la filosofía continúe sin la menor traba un
método científico, predeterminado de antemano antes de saber a dónde lleva. Si
este proceder se lleva a cabo honesta y escrupulosamente, los resultados
alcanzados, aun cuando no sean del todo verdaderos, y aun cuando sean
burdamente erróneos, no pueden ser más que enormemente favorables al
descubrimiento último de la verdad. Entre tanto el sentimiento puede decir: "Oh,
bueno, la ciencia filosófica no ha dicho aún, en modo alguno, la última palabra;
y, entre tanto, continuaré creyendo así y asá.
Sin duda una gran proporción de los que ahora se ocupan activamente de la
filosofía perderán todo interés en ella tan pronto como se les prohíba considerarla
como susceptible de aplicaciones prácticas. Nosotros, los que continuemos
desarrollando la teoría, tenemos que decirles adieu. Pero tenemos que hacerlo así
también en cualquier apartado de la ciencia pura. Y, aunque lamentemos la
pérdida de su compañía, es infinitamente mejor que los hombres que carecen de
genuina curiosidad científica no interrumpan con libros vacíos y supuestos
embarazosos el camino de la ciencia [...]
74. Las huestes de hombres que realizan cada año el grueso de nuevos
descubrimientos se encuentran en gran parte confinadas a las filas del pelotón.
Por esta razón, esperarían ustedes que las hipótesis arbitrarias de los diferentes
matemáticos saliesen disparadas, en todas direcciones, hacia un ilimitado vacío
de arbitrariedad. Pero no se encuentran ustedes con esto. Al contrario, lo que
ustedes encuentran es que los hombres que trabajan en campos tan remotos los
unos de los otros, como lo están las minas de diamantes de África respecto de las
de Klondike, reproducen las mismas formas de nuevas hipótesis. Al parecer
Riemann nunca había oído hablar de su contemporáneo Listing13. Este último era
un geómetra naturalista, ocupado de las configuraciones de las hojas y de los
nidos de los pájaros, mientras que el anterior trabajaba en funciones analíticas. Y,
con todo, lo que parece lo más arbitrario en las ideas creadas por ambos es una
sola y única forma. Este fenómeno no es aislado, caracteriza, como se sabe bien,
las matemáticas de nuestro tiempo. Toda esta multitud de creadores de formas,
para la que el mundo real no suministra paralelo alguno, siguiendo
arbitrariamente cada individuo su propia y caprichosa voluntad, va desvelando
gradualmente, como ahora empezamos a discernir, un enorme cosmos de formas,
un mundo de potencial ser. El mismo matemático puro siente que es así. No
tiene, ciertamente, el hábito de dar publicidad a sus sentimientos, ni siquiera a sus
generalizaciones. La costumbre, en matemáticas, es la de no dar a imprimir más
que demostraciones, dejando al lector el adivinar el funcionamiento de la mente
del hombre a partir de las secuencias de aquellas demostraciones. Pero si ustedes
tienen la gran suerte de hablar con un cierto número de matemáticos de primer
orden, verán que el matemático puro típico es un tipo platónico. Sólo que es un
platónico que corrige el error heracletiano de que lo eterno no es continuo. Para
él lo eterno es un mundo, un cosmos, en el que el universo de la existencia actual
no es más que un locus arbitrario. El fin que persigue la matemática pura es el de
descubrir este mundo potencial real.
75. Una vez henchidos ustedes de esta idea, la importancia vital parece ser
verdaderamente un tipo muy bajo de importancia.
Pero estas ideas son sólo adecuadas para regular una vida distinta a ésta. Nos
encontramos aquí, nosotros, en este mundo rutinario, pequeñas criaturas, meras
células de un organismo social, él mismo algo bastante pobre y pequeño, y
tenemos que tratar de ver qué humildes y definidas tareas presentan nuestras
circunstancias a nuestras débiles fuerzas. La ejecución de estas tareas requerirá
poner en juego todas nuestras fuerzas, incluida la razón. Y, al hacerlo,
dependeremos, principalmente, no de aquel departamento del alma más
superficial y falible -quiero decir, de nuestra razón-, sino de aquel otro más
profundo y seguro -que es el instinto.
Notas
* (N. del E.) Reproducido con el permiso de José Vericat. Esta traducción
está publicada en Charles S. Peirce. El hombre, un signo, Crítica, Barcelona
1988, pp. 307-319. "La filosofía y la conducta de la vida" fue la primera
conferencia de una serie dada en Cambridge en 1898 en torno a "Ideas sueltas
sobre tópicos vitalmente importantes", y junto con otros escritos relativos a
lógica, ética y estética, se agrupa en los CP bajo el título de "Las ciencias
normativas" (Libro IV del vol. 1 de los CP).
5. Die Philosophie..., pp. 626 n. y 845 n. (Nota de los editores de los CP).
10. Lógica, en el sentido amplio, "es la ciencia de las leyes necesarias del
pensamiento, o, aún mejor (dado que el pensamiento tiene lugar siempre por
medio de signos), es semiótica general, que trata no meramente de la verdad, sino
también de las condiciones generales de los signos para ser signos (que Duns
Scoto llamó grammatica speculativa), también de las leyes de la evolución del
pensamiento, que dado que coincide con el estudio de las condiciones necesarias
de la transmisión del significado por signos de mente a mente, y de un estado
mental a otro, debe... llamarse rethorica speculativa, pero que me contento con
llamarla inexactamente lógica objetiva, porque ello transmite la idea correcta de
que es como la lógica de Hegel [como explicación de la lógica de los
acontecimientos]" (CP 1. 445).
11. Se refiere con este nombre a Zenón, por estar Elea en la península
italiana.
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