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Néstor Caballero

© Fundación para la Cultura y las Artes, 2016

Colección Mirando al tendido - N° 17

Piezas del adiós


© Néstor Caballero

Al cuidado de
Héctor A. González V.

Diseño y concepto gráfico general:


David J. Arneaud G.

Hecho el Depósito de Ley


Depósito Legal: lf 23420168001488
N° ISBN: 978-980-253-668-9

FUNDARTE
Av. Lecuna. Edif. Tajamar.
PH Zona Postal 1010,
Distrito Capital, Caracas-Venezuela
Tel-fax: (58-212) 5778343 - 5710320
Gerencia de Publicaciones y Ediciones
Néstor Caballero
Desiertos del Paraíso
Desiertos del Paraíso

PERSONAJES

Bustrofedón

Ana Guadalupe

Enfermera

Carlos: El excombatiente.

Jerónimo: El mercenario.

Viernes: El mercenario mudo.

Cecilia: La drogadicta.

Roberto: El actor.

Lezama Lima: El poeta.

ESCENOGRAFÍA

Esta obra es solamente para diez espectadores, quienes llegarán


a un inmenso container donde serán introducidos y encerrados
mientras hacen los recorridos correspondientes por los seis
cubículos, donde quedarán recluidos con los personajes de la obra.
Bustrofedón, recibirá a los espectadores y los invitará a entrar y
salir de los seis cubículos, cada vez que el personaje finalice su
drama.

El inmenso conteiner debe tener escrito, en la parte de afuera,


HECHO EN AMÉRICA LATINA. DESTINO: ESTADOS
UNIDOS DE AMÉRICA.

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En el zaguán de la casa

Bustrofedón: (Da la mano a los diez espectadores) Bienvenido…


Bienvenido al Paraíso. Sí, el Paraíso es el nombre
de esta casa donde vive el poeta Lezama Lima.
Quiero pedirles excusas a nombre de él por no
recibirlos personalmente, pero es que se encuentra
terminando su última novela. Opiano Licario es el
nombre que piensa ponerle, Pero no se preocupen
que él los recibirá más tarde. Mientras tanto me
pidió que les mostrara el Paraíso. (Pausa corta)
Saben… las habitaciones de las casas son como
países… entrar a una habitación es viajar a otra
parte. Como el baño, por ejemplo… pasen…
pasen…

Abrirá la puerta que conduce al baño.

En el baño

Desvencijado catre de burdel. Lavamanos. Papel


tualé. A un costado del catre una botella de ron
barato y dos pocillos de peltre. Una pequeña
mesita que hace las veces de peinadora. Sobre un
clavo: el vestido, colgado. Zapatos rojos, de tacones,
gastados. En el catre, desnuda, cubierta por una
corroída y húmeda sábana, está sentada Ana
Guadalupe. Está cantando «Sombras».

Bustrofedón debe hacer que un espectador se siente


al otro extremo del catre. Los demás espectadores
se sentarán rodeando el catre, en improvisadas
cajas. Huele a licor rancio. Iluminación a base de
bombillos amarillentos mortecinos.
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Ana Guadalupe: (Después de cantar. Al espectador que está sentado
en el catre) Yo… yo siento, José Alberto, que ya no
es lo mismo. Antes… antes durábamos toda la no-
che. Te inclinabas sobre mis senos y los besabas. Y
yo sentía, José Alberto, que más que besarlos, reza-
bas. Me sentía una madre y una amada. (Sonríe) Sí,
yo sé que no soy nadie. (Pausa) El ron está al lado
de la cama… sírvete. (Espera. Si el espectador no se
sirve lo hace ella. Sirve en los dos pocillos. Le da al
espectador) Tienes que traerme más, ya aquí no se
consigue. (Bebe) Amanda… Amanda ya no es una
puta. Ahora es revolucionaria. (Sonriendo) Qué
cosas tiene esa Amanda. (Bebe. Pausa larga) José
Alberto, cada día me siento más sola. Antes, antes
venías con más frecuencia. (Pausa) Ahora, cuando
vienes callas. Callas, José Alberto, te montas so-
bre mí, me cabalgas, no me amas. Me cabalgas, me
sacudes el cuerpo, no siento amor sino una orden
de rabia, como cuanto te diriges a tus soldados.
No siento amor y tú no me dices nada, tú callas
y siento tu silencio que me duele como si amara
a un muro… y callas, como si estuviera haciendo
el amor con un armario. (Pausa) Dicen cosas por
ahí de ti. Que eres el comandante del Grupo Or-
den. Que aquí, en El Salvador, te llaman El Vampi-
ro. Que secuestras campesinos… obreros… gente,
pues. Que después las torturas, que las matas, que
las arrojas en un camino… (Imitando voz de hom-
bre) «Para escarmiento…para que aprendan quién
manda». (Como ella. Se aferra a las piernas del
espectador) Y a mí me da mucho miedo. Mucho
miedo porque sé que no eres así. Que tú has cam-

12 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


biado, es verdad, pero que no puedes ser así. (Lo
va soltando lento. Pausa) José Alberto, cuándo me
sacarás de aquí… o es que… es que ya no me amas.
(Pausa corta) Mi sexo ya está cansado. Es una hos-
tia erizada. Antes, antes me decías que era tu altar,
que cada labio de mi pubis se abría al acoso de tu
espada, de tu pene de espumas. Ahora, mi vulva es
un pesebre y tu pene un mástil vacilante. Ya no sé
si gozas dentro de mí, o me maldices. (Bebe) Salud.
Salud, José Alberto. (Se levanta. Lava el pocillo de
ron en el lavamanos, ahora se lava la cara) No sé
qué decirte. Ana Guadalupe no ha pasado por aquí.
No ha pasado desde que Amanda se fue con ella.
(Se enjabona la cara) Se fue, Ana Guadalupe dijo:
(Como Ana Guadalupe) «Ustedes son seres huma-
nos, rosas tentadas, sus vientres son para anunciar
el gesto luminoso de un nuevo revolucionario».
(Se enjuaga la cara. Como Ana Guadalupe) «Va-
mos, sígame. El Salvador dejará de ser un espejo
en movimiento mudo hacia el abismo». (Secándose
el rostro con papel toilette. Como Ana Guadalupe)
«El Salvador tendrá el gran albedrío de vestir a su
propio destino. ¡Ustedes no son putas, sino rosas
tentadas por el hambre!» (Va hacia la mesita y co-
mienza a maquillarse. Como ella) Yo la escuché,
José Alberto, no te lo niego. La escuché y me pa-
reció bonito todo eso. Amanda me dijo vámonos,
vámonos con ella. Tu General Medrano no es más
que un asesino, no escuchas a Ana Guadalupe. Es
un asesino al servicio de las catorce familias que
quieren acorralarnos al laberinto del vacío. Yo la
cacheteé. Lo hice, José Alberto, porque te conoz-

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co. Aprendí que tu amor es una gota lejana… pero
que tienes amor… y… déjame decirte otra vez Ge-
neral, porque así fue que te conocí. (Se acerca. Se
sienta a su lado, muy cerca) Déjame soñar que me
sacarás de aquí y me despertaré en tu cuerpo y re-
cogeré violetas para ti, te besaré en la oscuridad y
dormirás tranquilo, sin tus sobresaltos de piedras,
de manchas, sin tus sobresaltos en el rincón manso
de un amanecer. (Pausa corta) General, aunque no
te guste yo te amo y cuando otros hombres pasan
sobre mí, con el sol en la carne, y les hago que me
hablen para después decírtelo todo, siento que el
infierno es tal vez este catre donde me condenas.
(Pausa se levanta y comienza a vestirse) Mi cuerpo
te aburre… pero yo te amo. Mi altar estará abierto
siempre a tus preguntas. Tal vez… tal vez ya me he
resignado. (Pausa) No, José Alberto. Ana Guada-
lupe no ha pasado por aquí hace tiempo. (Termina
de vestirse. Se calza) Afuera… afuera esperan nue-
vos cuerpos que me entregarán sus sendas quebra-
das, sus palabras que te haré llegar. (Se acerca. Lo
besa en la boca) Te quiero. (Camina por entre el
público y sale)

Bustrofedón: Un baño puede ser celda, sin dejar de ser mundo.


Ahora quisiera que me acompañaran a la
Habitación de Huéspedes. Vengan, por favor.

Los conduce a:

Habitación de Huéspedes

Está conformada por dos ambientes. En el primero,


los espectadores se encontrarán con la Enfermera,
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quien está sentada tras un escritorio, leyendo una
revista. Diez sillas. Un cartel que reza: SILENCIO.

Enfermera: (Después de hojear por un rato la revista) Esta


es la primera visita que recibe Carlos. El último
diagnóstico fue franca recuperación. Siéntanse
orgullosos… Carlos es un héroe. Por favor, no lo
alteren.

La Enfermera abre la puerta del segundo ambiente.


El espectador se encontrará con un cuarto de
hospitalización. Cama. Mesa de comer. Mesa de
noche en la cual hay alcohol, algodón, termómetro,
historia clínica. En la cama está Carlos, viste
pantaloncillo corto camuflado y franelilla verde
oliva. Colgada, en la pared, una guerrera militar
que ostenta una medalla al heroísmo.

Carlos: (Alegre) Gracias a Dios que vinieron. (Observa


hacia la puerta) ¿Y Magda? ¿Magda no vino con
ustedes? (Pausa) Vengan, déjenme abrazarlos.
(Reconocerá en los espectadores a sus familiares)
Siéntense… aquí… conmigo. (Pausa corta) Qué
raro. Qué raro que Magda no haya venido. (Pausa
corta) Qué raro. Que Magda no haya venido.
(Pausa corta) Sabes, mamá, yo tenía más miedo
al avión que a la guerra. Íbamos todos apretados,
incómodos. Y Juan, ¿se acuerdan de Juan? Juan
dijo, ustedes saben cómo era él, siempre echando
bromas, Juan dijo: «No se quejen muchachos por la
incomodidad, que a la vuelta vamos a venir mejor».
Y yo le pregunté: ¿por qué, Juan? Y entonces Juan
contestó: «Porque vamos a ser menos». (Pausa

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corta) Vamos a ser menos. Nadie, nadie se rio de
la broma de Juan, ni yo. (Sonríe) Juan pensaba
volver de la guerra con una boina roja de los
ingleses. (Pausa) Tal vez Magda no vino porque
ustedes nunca la quisieron. (A un espectador) Tú
la llamabas la antipatriota. ¿Te acuerdas? Yo sí…
yo sí. (Incomodo) El calor… el calor me molesta
después del frío de la isla… y… y el estómago. No
he podido hacer nada. Díganle a mi tía Esther que
me prepare una infusión con esas yerbas que ella
conoce. ¿Se lo dirán? Gracias (Pausa corta) ¿Y
cómo está todo allá afuera? (Espera) Esa enfermera
hablaba con otra y yo me hacía el dormido y le dijo
que, cuando tengamos un Presidente, juzgarán al
General y a todos los demás generales y almirantes
y los mandarán a la cárcel. ¿Por qué? Por qué si
todos ustedes estaban de acuerdo que fuésemos
a la guerra. Bueno, todos no. Magda no. (Sonríe)
¿Saben que soy un héroe? Sí, claro que sí. Ya deben
saberlo. Ahí… ahí, la medalla. Lo hice por Magda.
Más que por Magda, por su hermano. Fíjate que
el mismo General pasó por aquí, por el hospital,
y me dio unas palmaditas en la espalda. ¡Y hasta
nos tomaron una foto cuando él me daba la mano!
Yo iba a hablarle del hermano en ese momento
pero… los sedantes… los malditos sedantes. No
pude hablarle al General y pedirle que ordenara
a la policía que encontrara al hermano de Magda.
Ahora que soy un héroe, cuando vuelva a visitarme
y de nuevo me palmee la espalda y me de la mano
para fotografiarse conmigo, se lo pediré. ¡El
hermano de Magda aparecerá! (Pausa) Pero, ¿cómo

16 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


creen ustedes que van a juzgar al General, si hasta
ustedes estaban de acuerdo? Esa enfermera es una
mentirosa. Pero dime, papá, ¿cómo van a haber
treinta mil desaparecidos? ¿Dónde… dónde los van
a meter? Yo le decía eso a Magda, pero ella hacía
ese gestico con los labios… ese gestico… así raro…
y no volvíamos a hablar más del asunto. (Pausa
corta) Chocolates ¿No tienen chocolates? (A uno
de los espectadores, antes de entrar, Bustrofedón le
ha entregado una barra de chocolate) ¿Nadie tiene
un chocolatico? (Insiste hasta que el espectador le
entregue la barra de chocolate) Gracias. (Lo abre
con ansiedad) Gracias. (Come un pedazo. Feliz)
Saben, en la isla no había nada que comer. Algunas
veces veíamos una oveja y la matábamos. Pero…
pero… a veces ni eso. Sólo teníamos chocolates.
Nos llevaron chocolates. (Reparte pedacitos de
chocolates a los espectadores que están sentados en
su cama) Estaban cinco en la barraca de adelante
y… y yo… con Juan… en otra barraca más atrás.
Hermana… mami… ¿Tú sabes qué son los visores y
miras infrarrojos? Ellos… los ingleses, los tenían…
y Juan… Juan estaba comiéndose la última barra de
chocolate que nos quedaba. Mitad para él… mitad
para mí… y teníamos que permanecer agachados
por los Sea Harrier, los aviones que lanzaban unas
bombas que estallaban en el aire y… agachados,
comiéndonos la barrita de chocolate, después
que habían pasado los aviones comiéndonosla
y Juan… Juan mordió el chocolate y sonrió… se
quedó quieto… y desde la sien… desde aquí le
salió un chorrito de sangre… sonrió y quedó con

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el chocolate en la mano y yo… yo… (Agarra a un
espectador) Juan… Juan… no te juegues así, Juan…
Juan, no me dejes solo. Juan, si quieres te regalo mi
pedacito de chocolate. (Pausa corta) Lo toqué. Y…
el chorrito caliente, caliente, era lo único caliente
que había en la isla y… mamá… un visor, las miras
infrarrojas, no te dejan comer chocolate. (Pausa)
Pero Magda. (Tranquilo) Magda, ¿cómo van a
haber treinta mil desaparecidos? ¿En qué parte los
van a meter? No, Magda. No. ¿Qué comen ellos,
Magda? ¿Qué come tu hermano desaparecido?
Desaparecido no. Ahora soy un héroe. Hablaré
con el General. Tu hermano aparecerá… Ella
no es antipatriota, como tú dices. Mira, es que
Magda está confundida, ella no es comunista, ni
guerrillera, ni nada. Magda es Magda. Así, con sus
ideas. (Pausa) Magda, esa isla fue para mí, el último
milagro. (Pausa corta) Antes de irme, Magda me
besó… y yo desembarqué en ese beso sintiendo
su equivocación. Sintiendo que recuperaba un
pedazo de mi patria, que nadie… nadie podía
arrebatarnos. (Pausa corta) ¿Cómo está todo,
hermano? ¿Sigues en la fábrica? ¿Todavía están
en huelga? Yo no vuelvo a la fábrica. Los héroes
no van a las huelgas. (Se inquieta) Este suero…
este suero… mamá, dile a Magda que venga. Que
venga, que después que yo salga de aquí, todo se
arreglará, que ya no habrá más madres en la Plaza
de Mayo, los jueves. (Pausa) Después…después
abracé a Juan y comenzaron los bombardeos de
los barcos y… (Transición) Caen… caen bombas y
vuelo por un momento y ni el beso de Magda me

18 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


pega a la tierra y caen, caen bombas, y grito, grito,
tengo que gritar, grita Juan… (Comienza a gritar)
Grita Juan porque si no te quedas sordo, grita Juan,
grita chocolate, coño Juan, se derrite el chocolate
en tu sien… grita, grita chocolate, Juan… grita…

Entra la enfermera.

Enfermera: ¿Qué ha pasado? No le dije que no lo alteraran.

Carlos: (Forzado a recuperarse) No. No estoy alterado,


señorita enfermera. Es que el suero me molesta
mucho.

Enfermera: (Tomándole el pulso) Pero es por su bien. (A


los espectadores) No quiere comer nada sino
chocolates.

Carlos: Le prometo, le prometo que hoy como. Pero por


favor quíteme este suero. No aguanto el dolor en el
brazo.

Enfermera: (Anotando el pulso en la historia) Lo importante


ahora es que se calme. Recuerde que usted es un
héroe.

Carlos: Entonces, como héroe, le pido que me quite este


suero.

Enfermera: (Le coloca el termómetro en la boca) Debajo de


la lengua. (Pausa. Espera. Saca el termómetro)
Treinta y siete y medio… bien. (Anota) Prometa
delante de sus familiares que va a comer.

Carlos: Sí, lo prometo.

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Enfermera: Ustedes son testigos. (Quita el suero) Tome…
usted… tome este algodón y frótele el brazo
suavemente. (Empieza a salir) Está prohibido
sentarse en la cama del paciente. (Sale)

Carlos: (A un espectador) Acércate a la puerta. Acércate.


Ella lo vigila todo… lo escucha todo. ¿No escuchas
nada? Está bien. (Pausa) ¡Esa enfermera es una
tremenda puta! Perdóname mamá. Pero es verdad.
(Pausa corta) Muchas veces, en la noche, tardísimo,
ella entra y me toma la temperatura. Yo me hago el
dormido. Me llama y cree que estoy dormido por
los tranquilizantes, pero… (Sonríe. Saca debajo
de la funda un papel toilette que envuelve varias
pastillas) Miren… yo me los pongo aquí, bajo
la lengua y no me los tomo. No quiero dormir.
Duermo y vuelven los disparos. Vuelven los gritos…
vuelven y se atrincheran todos los otros chicos,
aquí, en mi cabeza y no reciben órdenes de nadie.
De nadie. Se rinden y sonríen. Se rinden y se hacen
estanques de agua… se hacen ramas y algunos se
rinden y se hacen sol y… y regresa el calor. Sí, es
un calor tibio… un… un calor como de alones de
ángeles que nos cubren el pecho. Todo se vuelve
tibio y es cuando, ahí, en esa isla, mis compañeros,
los otros chicos, llaman… llaman a Dios a gritos. Y
me despierto aquí… y en los otros cuartos de este
hospital, los chicos continúan llamando a Dios. Y…
no sé si es un sueño… no sé… pero pienso que cada
uno se mete en el sueño del otro para darse calor.
(Pausa corta) Sabes, mami, allá, en esa isla, cuando
nos disparaban, cuando caían heridos, gritaban a
Dios. Sí, mami, sí mamá, allá, en la isla, Dios es

20 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


muy popular. (Pausa) ¡Esa enfermera es una puta!
Después que me toma la temperatura… que me
llama… que me mueve a ver si estoy dormido…
mete la mano debajo de mis sábanas y comienza
a tocarme. Y yo… yo me resisto… me resisto pero
no sé cómo viene Magda en esa mano ajena y me
siento el último sobreviviente de la isla y… y me
vuelvo humo… y mi pene se levanta soberbio… y
sin gemir… me riego como una profecía sobre el
colchón. (Pausa corta) Y siento que he acampado
en el vientre de Magda con mi fusil al hombro.
(Pausa corta) Después… después un desierto…
un desierto en el paraíso. (Se alegra de repente)
Necesito que me hagas un favor, hermanita. (Saca
debajo de la funda una carta) Entrégale esto a
Magda. No te preocupes, ella te encontrará. Léelo.
Léelo en voz baja. Aquí, siéntate a mi lado. Lee.

Espectadora: Magda, no creas que olvidé lo que hablamos. Yo


cumplí. He regresado aunque tú…

Carlos: (De memoria) …no querías que yo fuese. Aún


recuerdo tus palabras, el último día de mi partida.
Las recuerdo. Dijiste: «Carlos, esa guerra no tiene
coherencia con los intereses del país. Quieren tapar
con un golpe de fortuna, los crímenes cometidos
durante seis años al poder». Las recuerdo. (A la
espectadora) Sigue, sigue.

Espectadora: (Lee) Tú pediste un café bien oscuro, bien caliente


y yo una Pepsi cola con mucho hielo…

Carlos: (De memoria) No te entendía, Magda, aún no te


entiendo, pero te amo. Me dijiste: «El amor es
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más amplio que dos cuerpos en una cama». Yo
reí, porque tú, la antipatriota, como te llamaban,
siempre andabas colocándole frases a las cosas
más simples de la vida. No te entendí, porque
tu cuerpo, en la cama, era todo un país, Magda,
donde celebráramos nuestra propia guerra y nunca
te quejaste. (A la espectadora) Sigue.

Espectadora: (Lee) Carlos, ustedes son un ejército cubierto con


la sangre del pueblo.

Carlos: (Interrumpiéndola bruscamente) No, Magda,


no. Solamente cumplimos órdenes. Son los
comunistas, Magda, los comunistas que quieren
apoderarse del país. Por eso las huelgas, las
manifestaciones, yo sólo soy un soldado. (Le hace
señas a la espectadora para que continúe leyendo)

Espectadora: No, me dijiste, tú eres pueblo. El primer interés


nacional no es esa isla, sino la reorganización de
la clase obrera y sus aliados como la única fuerza
capaz de defender hasta el fin y sin compromiso
los intereses de la nación. En la escuela la prioridad
nacional es infinitamente más urgente. Los obreros
tienen que recuperar sus sindicatos antes que los
militares recuperen esa isla.

Carlos: (Interrumpiendo bruscamente) Magda, Magda, tú


no entiendes. Es nuestro territorio invadido por el
extranjero. Eso es importante. Te levantaste, me
besaste, me dijiste: «El que no entiendes eres tú».
Te fuiste, Magda. El café… el café se había enfriado,
la Pepsi cola no sabía a nada con el hielo derretido.

22 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Te grité: volveré como un héroe. Tu hermano
aparecerá. Y caminaste, caminaste sin voltear
hasta que te perdiste por la calle Corrientes hacia
abajo. Pero ahora estoy aquí, Magda, esperándote.
Ya no hables como un libro, Magda. Háblame en
besos, Magda, porque si uno habla como libros,
pierde, pierde Magda el sentimiento de amar. Ven,
Magda. Yo te amo. Carlos. (Pausa) Entrégasela a
Magda, por favor. (Pausa corta. Señala la guerrera)
Pásame la guerrera. (La toma. Muestra la medalla
colgada en la pechera) ¿No es hermosa? (Acaricia
la medalla) Esta medalla, esta medalla son catorce
soldados. Esta medalla eran esos soldados que
me disparaban… (Se coloca, sentado, la guerrera)
Venían… venían disparándome. Eran como robots.
Pisaban una mina y volaban y al que venía atrás
no le importaba y seguía disparándome y… y salió
un soldado nuestro y lo degollaron… y salió un
sargento de los nuestros y se rindió y le dispararon
y lo picaron con unos cuchillos largos y torcidos
y quedaba Juan con su chorrito, con su chocolate
y yo no salvé a Juan… avancé sobre mi rabia sin
soltar a Juan y maté a uno y a otro y a otro, y a otro
sin soltar a Juan. Disparé, disparé, hasta que estaba
rodeado por ellos y los pateaba y no soltaba a Juan,
no lo soltaba, ellos no lo iban a degollar, yo no los iba
a dejar y grité, grité, grité, y trataban de quitármelo
y grité, grité y me quitaron a Juan, me lo quitaron
pero voy a volver, voy a volver, mamá, porque Juan,
bajo la tierra de esa isla aún tiene frío. Voy a volver,
Juan, Juan, oíste, voy a volver por tu última barrita
de chocolate. Voy, Juan. Voy, espérame. Magda, no

Colección Mirando al tendido 23


te levantes que ahí vienen los Gurkas y sus cuchillos
curvos. Magda, agáchate Magda, ahí vienen los
aviones, Magda, atrinchérate, Magda, Magda mi
chocolate, Magda… (Gritando) Magda… Magda…
el chocolate. (Grita de manera incontrolable)

Enfermera: (Entrando) Otro ataque.

Carlos se debate en alucinaciones. La enfermera lo


inyecta. Carlos divaga. Se duerme profundamente.

Enfermera: No se preocupen. He visto casos peores. Se


recuperará. Además, él es un héroe. Salgan, por
favor, la visita ha terminado.

La Enfermera hace que los espectadores salgan


y cierra la puerta tras de ellos. Afuera espera
Bustrofedón.

Bustrofedón: A veces, una habitación de huéspedes, encierra la


posibilidad de que cada uno encuentre su guerra.
Esa habitación, en el mundo entero, nunca está
sola. Pero por favor, síganme, es hora que les
muestre la cocina.

Bustrofedón conduce a los espectadores a la cocina.

En la cocina

Diez pupitres. Las sillas de éstos son giratorias.


Dentro los pupitres: un walkman y un revólver.
A la derecha, en la pared, una sirena. Tras los
pupitres, la silueta de un hombre dibujada con los
puntos claves para una muerte instantánea. Frente
a los pupitres, en el lugar que ocupa el fogón de
24 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero
la cocina, sobre éste, una moderna consola de
luces. En la pared un pizarrón. Sobre éste: monitor
de televisión. Jerónimo está vestido con traje de
combate. Cuchillo. Pistola. Viernes viste igual
que Jerónimo. Viernes es muy joven. Jerónimo,
desde su sitio, impávido, sin moverse, observa
a los espectadores. Viernes siempre cerca de él.
Bustrofedón cierra la puerta.

Jerónimo: Mi nombre es Jerónimo. Soy el gran maestro. Han


llegado al final de la jornada para aprender la
última y principal lección, sin la cual toda labor
que emprendan será inútil. (Los observa. Se pasea
alrededor de ellos. Igual Viernes, que nunca
denotara ninguna emoción) De trescientos
aspirantes, ustedes han sido elegidos por sus
innegables cualidades para el arte del mercenario.
(Jerónimo en la mano izquierda carga un revólver)
Ya poco es lo que hay que enseñarles. Sus altas
puntuaciones en kárate, paracaidismo, armamento,
sobrevivencia en tierra y mar, el dominio de
diferentes idiomas, tácticas para guerrillas urbanas,
relaciones de desestabilización de gobiernos, la
pericia para construir armas primitivas y demás
materias, que ya sería reiterativos repetirlas, los
hacen acreedores a estar en este salón. (Pausa. Los
ve a la cara) Atención, todo lo que suceden aquí,
aquí debe quedarse. Hay que callar, soportar el
dolor sin que el otro compañero se dé cuenta.
Pueden sentarse. (Jerónimo va a la tarima una vez
sentado el espectador) Última lección: Jamás hay
que confiar en otro mercenario. Su nueva identidad,
por la cual serán llamados para las misiones es la
Colección Mirando al tendido 25
siguiente. (Se acerca a un espectador. Al oído)
Nombre clave: Robinson Crusoe. (Al otro
espectador al oído) Nombre clave: Billy The Kid.
(Igual con el otro espectador) Nombre clave: Olafo
el Amargado. (Igual con otro espectador) Nombre
clave: Mandrake el Mago. (Igual con otro
espectador) Nombre clave: Popeye. (Igual con otro
espectador) Nombre clave: Superman. (Igual con
otro espectador) Nombre clave: Batman y Robin.
(Igual con otro espectador) Nombre clave: Lorenzo
y Pepita. (Igual con otro espectador) Nombre clave:
Simbad el Marino. (Viernes siempre cerca de
Jerónimo) Ninguno puede conocer el nombre del
otro. Sólo, la organización. No debe haber
intimidad entre ustedes. No deben saber sus
problemas, de sus familias. Ninguna intimidad. Tal
vez algún día su misión sea la de eliminar a uno de
ustedes. No somos amigos… o… lo somos más de
lo que ustedes suponen. No siéndolo, al eliminarlos,
al caer uno de ustedes en una misión la muerte
será solo un rostro contraído. (Silencio) El final del
hastío. (Vuelve al ritmo de la clase) Nunca más
podrán abandonar esta profesión… pero, como los
boxeadores, también deben saber el tiempo en que
hay que retirarse y… tal vez, el retiro sea la
supresión de pseudónimo que acabo de darles por
un trazo rojo en su expediente o… tal vez… (Ve el
arma) Un disparo… en el momento menos
esperado. La muerte les llegará como la vida,
inexplicablemente. Serán extraños caminantes que
van recreando el rastro de una nueva aventura
cada vez más y más peligrosa, donde nos jugamos

26 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


la vida. Ser amigos significaría tratar de explicarse
la incomprensión de la existencia. Pero, alégrense,
juglares del vacío, les ha sido dado el oficio de Dios:
poder sobre la vida y la muerte. Son una suerte de
Júpiter que merienda con sus hijos. (Ve a Viernes)
¿Verdad? Este es Viernes. Mi obra maestra. Es
mudo… mudo… yo mismo le corté la lengua. En
una misión, en un país hice de jardinero de niños,
perdí la cuenta de los que tuve que eliminar. Nada
es terrible, pues hemos sido entrenados para no
sentir en ese momento la sangre, ni el cuerpo, sólo
una sensación de agua oscurecida. Con él fue
distinto. Se quedaba viendo, tranquilo, sin
parpadear siquiera, cómo iba degollando a sus
hermanitos, cómo los iba plantando en la
madrugada, en un cementerio de una sola fosa. Lo
tomé de la mano y lo llevé para que presenciara
como seguía degollando niños. Él, igual, impávido.
Entonces, por dentro sonreí y me dije que lo dejaría
de último. Que sería el último niño que iba a
degollar, para saber si en ese momento temblaría,
lloraría, parpadearía. Finalizada la degollina, cerca
de la fosa común donde se apilaban los cadáveres
de los otros niños, lo llamé. Se acercó sabiendo lo
que le esperaba me miró… y yo me pregunté,
¿dónde, dónde estaba su vida, para poder matarlo?
No la encontré. Le corté la lengua. El me mantiene
despierto. No sé lo que piensa. A veces… creo que
me ama pero lejos… desde un horizonte que
humea. A veces, a veces creo que me odia, pero
más lejos aún, como desde Dios. Sí, desde Dios.
Pero de un Dios mercenario que sonríe de rodillas.

Colección Mirando al tendido 27


Que me odia desde una púrpura llama, que se ha
apagado en su boca para siempre. Entonces…
entonces lo hice mercenario… Creo que lo ha
aprendido todo. (Transición) Acuérdense, no hay
que confiar en un mercenario. No le tengan lástima
a Viernes pues él es un mercenario, he visto su
eficacia. Podría matarlos, uno a uno sin que en su
rostro exista un gesto de perplejidad. (Se acerca a
un espectador. En la mano derecha tiene un
pequeño aparato de cuerda que al dar la mano
produce una sensación extraña. No es corriente.
Depende de la reacción del espectador) Lo ve. No
hay que confiar en un mercenario. No lo olvide. (Se
quita el aparato. Lo muestra) Un pequeño juego de
los sentidos… pero… pero pudo costarle la vida.
(Coloca el aparatico en la mesa. Sigue con el
revólver en la mano) Como se habrán dado cuenta,
la silla es giratoria. Ahora. Ahora, por favor giren
hacia atrás y vean la silueta del hombre dibujada.
Tiene los puntos vitales para el disparo perfecto.
Traten de memorizarlo. Ya es suficiente, vuelvan a
girar hacia acá. Levante, la tapa del pupitre, véanse
el rostro, nada más véanselo. Ya es suficiente. Bajen
la tapa. Pudieron observar que dentro del pupitre
hay un walkman, que en este momento no debe
interesarnos. Hay un revólver sobre el cual vamos
a trabajar. Vean a su derecha, arriba, esa sirena
sonará en el momento preciso, es parte del curso.
Ahora préstenme mucha atención. Han tenido
varias imágenes, la del rostro, la silueta del hombre
con los puntos vitales de muerte instantánea, el
revólver, la sirena. Va a empezar la prueba. Viernes,

28 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


las luces. (Queda iluminada la sirena. Atrás la
silueta del hombre y cenital sobre cada pupitre)
Ahora. Vean la sirena, véanla, no es una sirena, es
una playa, un restaurant, una reunión familiar, es
una alarma, pero también un alma ansiosa que
desea acabar con ustedes. Sigan viéndola, sonrían,
no se olviden de sonreír. Sigan viendo la sirena…
ahora muy lentamente levanten sólo un poco la
tapa del pupitre, que sea algo imperceptible, muy
lentamente, conservando la sonrisa, conservando
la tranquilidad la mirada en esa sirena. Ahora…
ahora toquen el revólver. Silencio, se acerca el
enemigo. La silueta que está detrás de ustedes. No
volteen, sigan viendo la sirena y palpando el
revólver, su temperatura, sigan sonrientes,
pendientes de la sirena, cuando ella suene, ustedes
girarán y dispararán sobre los puntos vitales de la
silueta. Sientan el revólver, él y ustedes son uno, la
diferencia entre la supresión de sus sentidos o los
de su enemigo… ella es el pase hacia el abismo,
ahora sólo importa ella y ustedes. Tengan
preparado el revólver… y la sonrisa, la sirena está a
punto de sonar, el enemigo, con paso de gato, se
acerca para eliminarlos. Preparados a disparar.
(Suena la sirena) ¡Giren y disparen! (Deja de sonar
la sirena. Alegre) Muy bien… muy bien… Viernes,
las luces. (Se encienden las luces) Viernes, cuente
los puntos. (Viernes va y lo hace. Al espectador)
Guarden el revólver en el mismo lugar. Vean a
Viernes ahora, por favor. Viernes, (Viernes gira y
queda en el lugar de la silueta) Viernes, quédate
ahí, no te muevas. (Pausa) Quiero que entiendas,

Colección Mirando al tendido 29


Viernes, que tú, mi obra maestra, mi insomnio
perpetuo, el no saber qué esperar de ti, ni en qué
momento, me hace obligatorio que te elimine. ¿Lo
entiendes? (Viernes afirma imperturbable) Sé que
lo entiendes, eres tú… o… mi vida. (Lo apunta.
Viernes imperturbable. Sigue apuntando y dispara.
Viernes no se mueve. Hay un gran silencio. Viernes
sube lentamente la mano hacia la oreja, se la toca.
Ve su mano, está manchada de sangre. Voltea y
sigue contando los puntos de los disparos) Lo
vieron, el mercenario perfecto. Mi obra maestra. Si
hubiese querido, su cabeza estuviese hecha un
gesto ebrio y Viernes no estaría entre nosotros.
Viernes hacia el ocaso. (Viernes va hacia Jerónimo
y le lleva anotaciones) Muy bien, muy bien, voy a
anotar las puntuaciones en sus expedientes.
Mientras tanto, ahora vean la pantalla. Viernes,
prepara todo.

Se apagan las luces. Se escucha una música de


propaganda. Un coro. Se enciende la pantalla,
gran título: Merceca. Sobre la música que queda
baja se escucha la voz de una mujer.

Locutora: (Voz) La organización les da la bienvenida pues ya


son miembros de la revista Merceca «Mercenarios
Compañía Anónima». Esta revista, a todo color, les
llegará al apartado de correos que hemos escogido
para ustedes. La suscripción es totalmente gratuita.
(En la pantalla van pasando imágenes turísticas,
atractivas. Voz ríe) Bueno, no tan gratuita, pero
una nimiedad si se quiere. Se le descontará un
pequeño porcentaje de sus honorarios, una cuota

30 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


mínima, insignificante, por todas las ventajas que
ofrece Merceca. En ella encontrarán una sección
de trabajos donde ustedes puede escribir, le llaman
y feliz viaje a cualquier parte del mundo. Claro,
que nunca conocerán a sus contratantes, pero lo
importante es que con Merceca sus honorarios
están completamente asegurados. (Imagen de
una pistola Astra 80) Queremos recomendarles
la Pistola Astra 80, calibre 9 mm, Parabellum.
Cargador con capacidad de quince cartuchos.
(Cambia la imagen por la de escenas de soldados
disparando, mercenarios utilizando la Astra 80. La
imagen de la matanza de Mai-Lai) Doble acción,
revolucionario sistema de seguro, (Todo esto
mientras pasan escenas de matanzas terribles) que
la hace tan eficaz como un revólver. (Ríe) Ah, y la
posibilidad de adaptar el sistema a tiradores zurdos.
Ligera de peso, inferior a un kilogramo. Desmontaje
sencillo. (Vuelve imagen de la pistola Astra 80)
Extraordinariamente compacta. Recuerde, la
pistola Astra 80 es la nueva pistola… cargada de
posibilidades. (Música. Imagen de un fusil M-16)
Otra exclusiva recomendación es el fusil de asalto
M-16, de fabricación norteamericana. Con una
capacidad de cargadores de veinte, treinta, cuarenta,
setenta y cinco cartuchos. (Sonríe) Depende
de la misión. La culata del M-16 está fabricada
en policarbonato reforzado, de alta resistencia,
cuando se trata de desnucar al contrincante de un
solo culatazo. (Cambia imagen hacia una película
donde guardia nacional dispara a quemarropa)
Es apropiada para la lucha en la jungla, apropiada

Colección Mirando al tendido 31


para los países latinoamericanos, por ejemplo
en Nicaragua se hizo reglamentaria ya que su
versatilidad y poco peso la hacen increíblemente
útil para combatientes de escasa corpulencia.
También puede transformarse a versión reducida
con culatín telescópico. (Vuelve imagen del M-16)
Recuerde, el éxito tiene nombre propio: Fusil
de Asalto M-16. (Imagen de ballesta con mira
telescópica) Y… para esos trabajitos silenciosos, la
ballesta Barnett Comando, con mira telescópica.
Ballesta Comando, una joya de armería. (Imagen
de mujer voluptuosa, una modelo) Otro servicio
brindado por Merceca está en nuestras chicas de
penetración. Véanla, obsérvenla. ¿No es deliciosa?
Magnífica para los procesos de desestabilización
de un país. Usted puede alquilarlas. Se estarán
preguntando… ¿qué tienen de importante?
Pues nada más y nada menos que la T de cobre
60, la cual posee una sustancia especial hecha
por nuestros científicos, inofensiva para la chica
penetración, pero no para su interrogado. Una
vez seducido el ministro, el presidente, el militar,
cosa sumamente fácil debido al entrenamiento de
nuestras mercenarias, van a la cama con el amado.
Acostadas, penetradas, ya no por un hombre sino
por el poderío del complejo industrial militar que
domina al mundo, comienzan los efectos de la
T de cobre 60. El amado en cuestión pasará una
hora, sesenta minutos, de ahí el nombre de la T de
cobre 60, siendo interrogado por nuestra chica y
él… amorosamente, lo dirá todo. Todo, y después
de esa noche de placer… ¡no recordará nada!

32 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


(Otra foto de modelo con inmensos glúteos) Esta
otra chica penetración complace a los amantes
de la sodomización. Los efectos son los mismos,
aunque el gusto… sea otro (Imagen de modelo
varonil atractivo) Sobre nuestro chico penetración
existió un trabajo más profundo. Está preparado
tanto para dar como para recibir. Nunca se sabe.
La liberación de la mujer la lleva a altos cargos
o… algún que otro militar, o político amante del
aguijón de Tauro o de, como decía Góngora:
«La parte donde la columna pierde su hermoso
nombre». Se acabaron los tiempos de la Mata Hari
o de los interrogatorios fatigosos. La T de cobre
60, para esos pequeños placeres… que derrumban
imperios.

Música. Se encienden las luces.

Jerónimo: Ahora, por favor, levanten la tapa del pupitre. Al


principio les dije que se vieran el rostro. Pero,
¿realmente se lo han visto? ¿Cuántas veces al día
está con su rostro sin darse cuenta de ello? Ahora,
colóquense los audífonos, Viernes los ayudará.
Véanse el rostro y escuchen, véanselo y escuchen,
es el momento para estar con ustedes mismos.

Se apagan las luces. Sólo luz sobre el espejo. Viernes


enciende el Walkman de cada espectador. Música
suave en cada uno.

Walkman 1 y 2: Véase su rostro, conózcaselo. Reconózcase por


un momento. Su rostro vive con usted pero a lo
mejor ese rostro no conserva su nombre. Ha
cambiado, seguirá cambiando con los años… pero,
Colección Mirando al tendido 33
su nombre es el mismo. Rostro y nombre, muchas
veces pueden estorbarse. Rostro, nombre, mentira,
en un mercenario puede ser una sola cosa, aunque
vistamos ropas de furor o de delirio. El rostro tiene
que tener el paso tranquilo de la mentira del tiempo,
el peso del reloj de una torre o la liviandad de una
esponja en el entresueño. Hoy ¿quién… quién es
usted? ¿Quién es su rostro? ¿Quién es? ¿Quién? Tal
vez el dueño de un casco dorado… o el rostro de
la muerte violenta. ¿Cuál es el rostro de nuestro
pueblo? ¿Será el suyo? Véanse, reconózcase. Trate
de parecerse a usted mismo, que quizás, es la mejor
manera de parecerse a… a una larga escalera que
se quiebra ante el peso del cartero con citaciones,
gordas, de injusticia. Quítese los audífonos.

Walkman 3 y 4: Véase el rostro, reconózcalo. Reconózcase por un


momento. Su rostro vive con usted, pero a lo mejor
ese rostro no conserva su nombre. Ha cambiado,
seguirá cambiando con los años… pero su nombre
es el mismo. Sus ojos, véase a los ojos… bien, bien
profundos, véase, en ellos hay vientres diarios que
pasan a su lado con los últimos lamentos. Ojos
y vientres, a quienes les han sido arrebatadas las
promesas del paraíso. Los ojos son el espejo del alma,
dice la Biblia. El alma es un sol que se aburre ante
tanta indiferencia, ante tantas sienes devoradas por
una legión de buitres que no nos dejan mirar. Hoy…
¿de quién son sus ojos? ¿Quiénes son sus ojos? Tal
vez el de un milenario error. Véaselo, trate de que
sus ojos sean usted mismo y quizás encuentre el
último homenaje de una rosa que se abre para decir:
basta. Quítese los audífonos.

34 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Walkman 5 y 6: Véase su rostro. Reconózcaselo. Reconózcase un
momento. Su rostro vive con usted, pero a lo mejor
ese rostro no conserva su nombre. Ha cambiado,
seguirá cambiando con los años con los años…
pero su nombre es el mismo. Su labios… véase sus
labios adentro, muy adentro, esperan las palabras
y salen a través de ellos. Puede salir una fiesta de
sexo, una oración, el mar… la Biblia dice que la
muerte y la vida están en poder de la lengua. Sus
labios, con sus palabras, pueden dejar crecer el
arroyo de la vida, su verdad, pueden hacer que las
cosas que murieron resuciten con una señal eterna
de libertad. ¿De quién son sus labios? Tal vez
necesitamos que griten el dolor de los que yacen
enterrados en la llovizna verde de un fusilamiento
en la madrugada. Que griten… para que entienda
el tumulto de banderas que nos rodea, que ahora,
aguardaremos, sin callar. Quítese los audífonos.

Walkman 7 y 8: Véase su rostro. Reconózcaselo. Reconózcase


por un momento. Su rostro vive con usted pero
a lo mejor, ese rostro no conserva su nombre.
Ha cambiado con los años… pero su nombre es
el mismo. Sus orejas, su escuchar… ¿pueden oír
la ráfaga de cada existir que se apaga? ¿De cada
torbellino que trata de disolver la dureza del
que lo oprime…? ¿Escuchan la triste monotonía
de la servidumbre diaria? ¿Son sus orejas? ¿Es
su escuchar? ¿De quién son? ¿Escuchaban la
extinción lenta de los altares de metal que se erigen
en el crepúsculo? ¿Son suyas? Pueden escuchar
la garganta que se estremece defendiendo a los
pájaros para que éstos puedan pasar con cantos de
Colección Mirando al tendido 35
esperanza y no afónicos, cantando lúgubremente
para que usted se eleve y, al escuchar esto lleno de
indignación, tome el arco iris y lo utilice como un
arma, de amor, a la hora de la cita final. Quítese los
audífonos.

Walkman 9 y 10: Véase su rostro. Reconózcaselo. Reconózcase


por un momento. Su rostro vive con usted, pero
a lo mejor, ese rostro no conserva su nombre. Ha
cambiado, seguirá cambiando con los años, pero
su nombre es el mismo. Su nariz… véasela… es su
nariz. Puede oler las agujas que se clavan en el viento
cuando éste trata de no pasar por los bolsillos, pero
camarotes de capitanes piratas con su precioso
botín de dientes, de plátanos, de collares de huesos
que sacaron de almas frágiles que sólo conocían
la guía de su memoria, y era una memoria libre, a
luna llena. ¿Es su nariz? ¿Su respirar? ¿Puede ella
oler que de un momento a otro lloverá para todos?
Va a llover sin marcha atrás y hay que tener buen
olfato, para actuar. Quítese los audífonos.

Se encienden las luces. Viernes cierra los escritorios.


Apaga los walkmans. Jerónimo está al lado de la
bomba en el escritorio.

Jerónimo: Esto es una bomba. Se desconecta fácilmente. (La


muestra. No ha dejado el revólver) Está preparada
para estallar en tres minutos. Yo, con una sola
mano, la puedo desarmar en sólo seis segundos.
Vean. (La desarma) Es fácil. Cinco mercenarios
juntos pueden hacerlo más rápido. (Golpea la
bomba contra el escritorio) Vean… vean… es

36 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


completamente inofensiva. (Llama) Viernes…
llévala al recipiente. (Viernes lo hace) Como
pueden observar… como pueden observar… ése…
ése es un recipiente… donde… si su pericia no es
tal… pueden… introducirla y hacerla estallar…
Pero en este caso no hace falta. Sólo es por medidas
de seguridad del curso. (Viernes ha introducido la
bomba. Esta estalla) No sé… no sé… qué pudo
haber pasado… ah… ah… ahora me lo explico…
era… era una bomba con doble mecanismo. Eso…
eso… era… discúlpeme… es… que estoy… un poco
cansado… (Se sienta a un costado del escritorio.
Silencio) Ya… ya…no soy el mismo… sé que la
organización lo sabe… por eso… por eso… es que
no me han dado más misiones… y… y… estoy aquí,
aquí con ustedes, dando clases… sé… sé… que…
que es por eso… (Viernes se ha ido acercando y se
sienta a su lado) Uno… uno debe saber cuándo…
cuando retirarse… creo… que ésta ha sido mi última
clase… ya… debo retirarme… un mercenario,
sin misiones está muerto. Yo… no… No… Me
siento bien…hace tiempo… yo… (Sonríe) Me…
me molestan las gotas… pero déjenme explicarles
para que me entiendan… yo… admiro a los chinos,
a los de la antigüedad… me hice mercenario,
admirando a los chinos… sus torturas. Era todo un
arte. La tortura como sustento de la justicia…los
doce meridianos y la muerte… los bastonazos con
vara de bambú…marcar la frente con un hierro en
rojo… cortar la nariz… la castración… pero por
sobre todo, la gota de agua. (Deja el revólver a un
lado) Dejaban caer una gota de agua en la cabeza

Colección Mirando al tendido 37


del prisionero. Una gota siempre, siempre en el
mismo sitio. (Se toca la cabeza) Una y otra vez…
una y otra vez… y… y el sonido, en el cerebro del
prisionero se multiplicaba… se hacía grande…
grande como la Muralla China y los recuerdos
le crecían y comenzaban a hablar… a confesarlo
todo. Era arte. La tecnología lo echó todo a perder.
Mis métodos son caducos… caducos… por eso
me tienen aquí… gota a gota… una gota grande…
grande… y… esta mañana, esta mañana, esta
mañana precisamente me encontré con mi cepillo
de dientes… Sí, esta mañana, antes de venir aquí
me encontré con él. ¿No entienden? Con mi cepillo
de dientes… lo vi… lo vi… a mi cepillo de dientes
y… y era lo más parecido a mí, es… es que al usar
tantos nombres… tantos rostros… tanta muerte,
ya no podía recordarme, me era completamente
irreconocible, no tenía nombre pero él sí… él… él
era… la familia que no tuve… los hijos… que… no
supe si tuve…él, él no había cambiado, él era yo…
mi cepillo de dientes era yo. Y entonces aprendí
que Dios y un mercenario eran lo mismo, que se
parecían y mi cepillo de dientes, era yo y era Dios.
Y volvieron los dolores en la cabeza, la gota que
comenzaba a hacerme en el mismo sitio, pero, no
era una sola, sino miles y miles de gotas de lluvia
que caían sobre mi cabeza y entendí que estaba…
ya en el momento de…

Viernes dispara sobre él. Jerónimo cae en sus


piernas, muerto. Viernes ve a cada uno de los
espectadores sin inmutarse. Silencio.

38 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Viernes: Jerónimo vivía equivocado, por ello estaba muerto
desde hace tiempo. Dios y un mercenario no
tienen nada en común. Un mercenario es más
completo. Dios necesita de predicados, sí, de
predicados para explicarse. Dios es omnipotente.
Dios es omnisciente. Dios está en todas partes. Un
mercenario no necesita de nada. Decir mercenario
es ya explicarse por sí mismo. La patria, la familia,
los hijos, sólo son meros nombres, palabras que
confunden el lenguaje. Yo soy su obra maestra.
El mercenario perfecto. Mi hablar, el corte de
mi lengua, es el deber que tienen de entender
que nunca, nunca, jamás, se debe confiar en un
mercenario. Y yo, lo soy. (Se levanta. Entrega a los
espectadores un diploma) Los felicito, creo que han
aprendido la lección. Ahora cada uno de ustedes
estará lleno de un desfile de rostros, de cadáveres,
de misiones sin fin. Ya pueden irse. Soy Viernes, el
Gran Maestro.

Abre la puerta. Afuera está Bustrofedón.

Viernes: Bustrofedón, se han graduado con honores.

Bustrofedón: Mis felicitaciones a todos. Me alegro mucho


por ustedes pues ya han dejado de ser simples
espectadores y, aparte de ello, tienen una nueva
profesión.

Viernes cierra la puerta tras de sí.

Bustrofedón: Sigamos con nuestra diversión en el Paraíso, en


la casa del poeta Lezama Lima. Él ya ha avanzado
bastante en su novela, aunque no ha terminado
Colección Mirando al tendido 39
pues pasé por su habitación y escuché el teclear de
su máquina de escribir. Le daremos algo más de
tiempo. Pero, sonrían, arriba corazones, les tengo
más esparcimiento. Por ejemplo: La Habitación
Oculta. Sí, así como lo oyen. Así se llama: La
Habitación Oculta. Toda casa tiene una habitación
que oculta y que pudo haber sido bella, pero tan
bella, que el soñar siquiera en habitarla sería un
sacrilegio. Vengan. La pasarán muy bien.

Bustrofedón los conduce hacia la puerta de La


Habitación Oculta, la abre y hace pasar a los
espectadores, entrando él también y cerrando la
puerta tras de sí.

En la Habitación Oculta

La habitación es estrecha. Tanto sus paredes como


su techo son acolchados y blancos. Al centro de esta
agobiante habitación está Cecilia. Viste uniforme
de colegiala. Observa a los espectadores y se
prepara a cantar.

Cecilia: (Canta) «Al árbol debemos solícito amor. Jamás,


olvidemos que es obra de Dios». Bis. (A un espec-
tador) ¿Te gusta el Hombre Cohete? Sí, te gusta, sé
que te gusta. ¡Eres músico! Yo soy cantante. ¿Por
qué no me escribes una canción? (Se acerca al es-
pectador) ¿Qué signo eres? (Espera respuesta) Yo
soy Leo… (Ahora se referirá al signo del especta-
dor) y Leo, en el zodíaco, no son afines. (Se aleja
apenada) Afines… esa palabra. Cuando la dijiste
me mirabas perdido… perdido. Siempre que escu-
cho esa palabra estás ahí, con tu saxo, perdido y
40 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero
yo esperando. Esperando que escribas una canción
para mí. (Pausa corta) Af ín, af ín, es perdido para
mí. (Pausa corta) Te voy a cantar bajito… bajito,
porque Juan Bautista duerme. Juan Bautista, nues-
tro bebé es… con ascendente en Leo. ¿Qué dices a
eso, Ícaro? Juan Bautista es un no af ín que no está
perdido. (Molesta) Ya no compones nada, Ícaro.
Ya no hay canción en ti para la nueva gente, para
los nuevos niños, para el nuevo mundo que iba a
salir de tu saxo. Sólo te inyectas, miras fijo, y tu
saxo calla. (Canta por lo bajo) «Al árbol debemos
solícito amor…» (Se desespera) No te inyectes tan-
to… no… de ahí sólo salen sueños de saña… de ahí
salen pesadillas que secretamente pudren el mar.
¡Pero tú no me oíste! (Pausa corta) Escribiste mi
canción. Sí, me la escribiste. Mi canción: Albatros.
Yo entendí el título como muy lindo. Como esa ave
que va en picada contra el tiempo y se zambulle y
rompe una ola de peces… y come… y no molesta.
Pero no era así, Ícaro Albatros no era Albatros. (Se
acerca al espectador. Toma la mano de éste. Se aca-
ricia la cara. Ahora, muy cuidadosamente toma un
dedo del espectador y lo utiliza en su brazo como
una jeringa) Te inyectaste y Dios fue bajando por
esa jeringa. Dios de 5 cc. Dios de 4 cc. Dios de 3 cc.
Dios de 2 cc. Dios de 1 cc. Dios jeringa en blanco y
tú quieto, callado, mirándome… sin respirar. Miré
la jeringa por largo rato. Tú no estabas en ella…
tampoco Dios. (Suelta al espectador) Amanecía.
Tomé a Juan Bautista entre mis brazos, el disco
del Hombre Cohete y la letra de tu última canción.
Eso, eso me dejaste, Ícaro. Un niño, un disco y la

Colección Mirando al tendido 41


letra de tu última canción, Amanecía y lo entendí.
Albatros no era Albatros… sino un alba… atroz…
un alba atroz. (Canta entre el público la canción
del principio, pero esta vez la canción se torna
lujuriosa, al igual que su contacto con el público.
Se rechaza a sí misma, asqueada y cae a los pies
de un espectador) Padre… yo quiero confesarme.
Soy Cecilia Torres. Soy Cecilia Torres y tengo un
hijo… Juan Bautista. Sí, como el que bautizó a Je-
sús. Padre, yo me siento cercana a Jesús. Entiendo,
le aseguro que entiendo que él es el hijo de Dios,
pero también lo siento como un hombre con alma.
Y Padre, cuando él dice que confiemos porque en
el mundo tendremos aflicción, pero que confiemos
porque él ha vencido al mundo, yo conf ío. Yo con-
f ío, Padre, pero es muy duro. Muy duro. Ícaro, el
papá de Juan Bautista murió. Una sobredosis. Íca-
ro no es su nombre, él se llamaba Ismael… pero no
es de eso de lo que quería hablarle. Es… es que yo
también me drogo y no quiero, no quiero por Juan
Bautista. Porque después que murió Ícaro yo, Pa-
dre, he pasado de hombre en hombre para conse-
guir… bueno, usted sabe. Antes la conseguía Ícaro,
pero ahora yo… estoy sola y tengo a Juan Bautista
y… y lo que quiero es una oración, un perdón., por
todos esos hombres que se hospedan en mi cuer-
po y dejan un rumor, no un rumor, no, un abismo
en la piel. Y me levanto, me limpio, me froto duro,
duro para poder sacármelos y así poder tocar a
Juan Bautista porque sus lenguas, sus salivas, sus
abrazos, son verdugos que empiezan a convertir-
me en cadáver, en mole espesa, como si todo mi

42 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


cuerpo fuese una semana de carroña. Y me limpio.
Y me lavo. Pero siento que un día el agua no va a
poder quitarme tanta sombra, tantos pasos de so-
por… tanto residuo de veneno y me van a nombrar
reina y me van a colocar la corona de lagartos. En-
tonces no voy a poder tocar a Juan Bautista. No,
no voy a poder. Padre, absuélvame, absuélvame…
porque quiero tocarlo limpia… y cantarle… can-
tarle… porque yo soy cantante. (Susurra la canción
del árbol. Se levanta. Le comienza a dar la mano
con mucho respeto a los espectadores mientras se
disculpa) Discúlpeme… discúlpeme por favor…
discúlpeme, ¿sí…? discúlpeme… (A un especta-
dor. Lo invita a que la acompañe. Hace que este
espectador se separe de los demás y quede al centro
de la habitación con ella) Discúlpeme… por favor
ayúdeme… ayúdeme a caminar hasta ahí… es que
no me siento bien… gracias… gracias… (Una vez
que el espectador la acompañe no lo dejará ir. Ca-
minará a su alrededor) Es que han pasado más de
tres meses y no me han llamado. Hice de todo en
ese concurso. Sé que es un buen comienzo. Que
el programa lo ve todo el país. Yo me gané el con-
curso de canto. Lo sé. Después y que iba a venir
la fama. Los contratos. Luis, entiéndame, yo tengo
que triunfar. Yo me siento frente al televisor y veo
a otras y te veo animando tu programa y la gente
baila y baila con una cucharilla en la boca y en la
cucharilla una papa y otros imitan al galán y otros
suben y alcanzan la felicidad de una nevera y des-
pués tu programa para descubrir a la nueva estrella
y ahí comienzo a sentirme mal porque yo, Luis, ya

Colección Mirando al tendido 43


pasé por eso y canté en la primera eliminatoria y en
la segunda eliminatoria y en mi barrio ya la gente
me reconocía y empezaban a mirarme con respeto
y tú me buscabas y me dijiste quédate conmigo y
me quedé y me dijiste te voy a convertir en estrella
y lo creí. Y me dijiste no soporto a los niños y dejé a
Juan Bautista en la casa de mi padres y… (Grita) Y
la coca… ¿y la coca? ¿Qué hiciste con la coca? No.
No estoy nerviosa. Es mucho tiempo esperando y
ahora me pides que esté separada de ti. No entien-
des que no puedo. Que en mi barrio ya no me res-
petan. Que ahora cuando voy a ver a Juan Bautista
se ríen. Me ven y se ríen. Y ahí va la gran cantante,
dicen y se ríen. Se ríen. (Comienza a darse golpes
contra la pared) La coca. Dónde está la coca. La
coca.

Bustrofedón: (Desde el público) ¿Cómo te sientes después de


haber ganado el concurso de «Buscando una
Estrella»?

Cecilia: (Nerviosa. Toma la actitud de estar frente a


cámaras de televisión) Muy… muy emocionada.

Bustrofedón: (Se dirige a donde está el espectador y lo trae hacia


el grupo) Muy emocionada. Así sale todo el mundo
de nuestro programa. ¿Quieres decir algo más?

Cecilia: Bueno, no sé. Saludos. Saludos a todos. A Juan


Bautista… a todos.

Bustrofedón: ¿Y qué te parece si para despedir el programa nos


cantas nuevamente tu interpretación que te ha
llevado a ser una gran estrella?

44 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Cecilia: Sí… claro que sí. (Se prepara a cantar. Hace
esfuerzos por cantar y no lo logra, sólo sale un
quejido de su garganta)

Bustrofedón: Por favor, ayudémosla con un fuerte aplauso.


(Aplaude)

Cecilia: (Vuelve a intentar cantar pero sólo le salen lágrimas.


Pausa) Papá… ¿por qué callas, papá? (Se acerca a
los espectadores) Ícaro ya no es un Albatros, sino
una alondra, un Hombre Cohete, una avenida
que camina con su saxo. Ya no hay fiesta de luto
en sus ojos. Ícaro duerme, el limbo adivina su
melancolía. Ya no hay lobos, ya no hay cuervos, ya
no espera a Dios. Yo sí lo espero, sólo que lo espero
llorando. (Se acerca a los espectadores) Mírenme…
mírenme… me habían maquillado…me habían
regalado un vestido nuevo… había ganado el
concurso. Mírenme… mírenme… me vistieron
de una hora distinta… me dieron otra memoria…
todo el país tenía mi edad. ¡Cámara! ¡Luces! Tantas
luces y yo tengo frío, papá tengo tanto frío. ¿Juan
Bautista? ¿Tienes frío Juan Bautista?

Bustrofedón le entrega una camisa de fuerza que


deberá estar doblada como si fuese un niño.

Cecilia: Me voy… me voy con Juan Bautista. Quiero un


hábito. Una oración sin ruidos. Aquí, en mi cabe-
za, quiero un Ángel de la Guarda para Juan Bau-
tista. (Mece y arrulla la camisa) A los Ángeles de
la Guarda, en este barrio ya nadie los respeta. Les
pisan las alas cuando cruzan las calles. Los semá-
foros, a propósito, se ponen en verde. Pierden día
Colección Mirando al tendido 45
a día sus plumas. Ya no hay rezos para ellos. Los
utilizan para llevar carritos en los supermercados.
Los Ángeles de la Guarda están vendiendo calco-
manías en las autopistas, vendiendo toallas sani-
tarias. Sus alas. Sus alas se manchan…se manchan
con tu signo, Ícaro… y con el mío. (Busca la cara
del niño. Se da cuenta. Arroja la camisa al suelo)
¿Dónde está Juan Bautista? ¿Adónde se lo llevaron?
Quiero que se asome al mañana con sus alas lim-
pias. ¡Devuélvanmelo! ¿Acaso quieren envejecerlo
antes de tiempo? (Saca una hojilla del bolsillo de
su falda y mira amenazante a los espectadores)
Yo… yo no vuelvo a ese hospital. (Se lanza contra
los espectadores hojilla en mano)

Bustrofedón: Cecilia.

Cecilia: Me corto las venas antes.

Bustrofedón: No, Cecilia, soy yo, Ícaro.

Cecilia: (Se calma) ¿Ícaro?

Bustrofedón: Sí. Soy yo. Te escribí una canción. Vamos, suelta


la hojilla que Juan Bautista nos espera. Tu público
espera.

Cecilia: (Suelta la hojilla) Sí… sí… los escucho.

Bustrofedón: (Recoge la camisa de fuerza y la abre) Ven… ven…


te tengo un traje nuevo.

Cecilia: ¿Nuevo?

46 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Bustrofedón: (Colocándole la camisa de fuerza) Sí. Un traje para
tu canción. Para nuestra canción. Nuestro traje.
Ahora ven. Tu público espera.

Cecilia: ¿Y hay fotógrafos?

Bustrofedón: Sí. Muchos.

Cecilia: ¿Y público? ¿Hay público?

Bustrofedón: Miles… miles… y todos se parecen a ti.

Cecilia: ¿Y Juan Bautista?

Bustrofedón: (Llevándole hacia un rincón del cuarto)


Esperándote. Quiere que cantes a su lado.

Cecilia: ¿Tus canciones, Ícaro?

Bustrofedón: Sí… sí mis canciones.

Cecilia: Pero… ¿dónde? ¿Dónde está la letra?

Bustrofedón: Adentro… adentro.

Cecilia: Sí… sí… la escucho… (Cae de rodillas al fondo de


la pared. Canta quedo la canción del principio)

Bustrofedón: (Al público) Dejémosla. Ahora ella canta… ella


descansa. Salgamos.

Conduce al público fuera de la Habitación Oculta.


Los llevará a la puerta de la Habitación Alquilada.

Bustrofedón: Esta habitación de la casa, pronto se desocupará.


Tras esta puerta hay fiesta. Quien no tiene en

Colección Mirando al tendido 47


su corazón una habitación para alquilar, deja su
mirada sin albergue. (Le entrega a un espectador
una botella de ron. A otro una carta. A otro una
flor) Es de muy mal gusto llegar a una fiesta con
las manos vacías. Al entrar, entréguenselos. Son un
regalo para él… para Roberto. (Abre la puerta de la
Habitación Alquilada) Pasen. (Bustrofedón queda
fuera)

En la habitación alquilada

Es el cuarto de una pensión. Una pared


impecablemente blanca, sin ningún adorno. Otra
pared sobre la cual cuelgan reproducciones de los
siguientes cuadros: Naturaleza con cupido de yeso
de Paul Cezanne, Girasoles de Vincent Van Gogh,
y Crucifixión blanca de Marc Chagall. Una cama,
pequeña. Guacales pintados de vivos colores y
franjas, sirven de muebles, sillas, biblioteca, mesa
de comer. Una maleta. Un radio reproductor. Cajas
ya cerradas, listas para ser enviadas. Aquí vive
un artista que la miseria no le ha minado, en lo
absoluto, la visión hermosa de las cosas.

Roberto: (Alegre por verlos) Bienvenidos… bienvenidos.


Gracias por venir. Los estaba esperando. (Obser-
vando los regalos) No debieron haberse molestado.
De verdad, gracias por venir. Esta es su casa. Su
casa, ya no será más la mía. (Observa a un especta-
dor) Señor Crítico, dueño de la divina memoria
donde se mezclan larvas, polvos, ademanes y hábi-
tos del suplicio de ser actor, su sola presencia ya es
un regalo para mí. Venga, siéntese aquí, es mi me-

48 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


jor mueble. (Al espectador que trajo la flor) «Acu-
sadme de esta suerte que he despilfarrado todo lo
que debiera haberme servido para recompensar
vuestros grandes merecimientos; que sobre ello he
olvidado acudir a vuestro dulcísimo amor, al que
me unen día en día, tantos deberes». (Le toma la
mano) Desconocido, que me miraste asombrado
en la calle cuando te dije que era un actor en el
exilio, que hoy haría una fiesta de despedida con
invitados escogidos, el poema que recité, de
Shakespeare, es para ti. Y tú ya me traes una flor.
Gracias. Una flor, un aplauso, repara la gloria que
no es más que un fantasma libre, consolado, de pie,
ante la bocanada de un telón que abre y cierra sus
fauces. Un telón que baja y sube. Hoy te aplaudo a
ti. (Lo hace) Y sobre las palmas de mi mano no sé
qué hacer con mi próximo aplauso. Siéntate, aquí,
mi cama. Mi cama. Donde forjé tantos jinetes que
querían capturar los viajes de los distintos perso-
najes que interpreté. Mi cama es tuya. (Al especta-
dor que traía la carta) Querido Jefe. Vencedor de
Los Persas. Vulcano que concibes la belleza en un
producto cualquiera y logras venderlo. Para ti no
hay puertas de hierro. Entras con tus slogans, con
tus jingles, y el mundo se apresura a comprar la li-
bertad escondida en un detergente. Corre a em-
briagarse copiosamente con las caderas, con los
senos, con la vulva tiernamente tapada por el biki-
ni, que anuncia los atributos del ron más suave.
Del cigarrillo donde la salud es como una ola de
efebos y vestales prometidas en la fumada con fil-
tro de carbón absorbente y donde nada cuenta y

Colección Mirando al tendido 49


una puesta de sol guarda esa criatura humana que
compra, compra y compra con una especie de mu-
dez inescrutable. (Toma la carta) Una carta. Esta
será la última carta que recibo de mi país. Una car-
ta en el exilio, es como la superficie de un ataúd. Ya
no habrá más cartas, Jefe. Gracias por la molestia
que se tomó en traerla. Esta carta trae todos los
olores y promesas de mi padre que me anuncia que
ya hay democracia en mi país. Ya se ha ido Juan el
pintor, con su discurso de anciano, él ya llegó. Pe-
dro, el poeta, siempre perdido en el signo de la au-
sencia, ya está allá. Los vi en los periódicos. (Pausa
corta) Vamos, esta es una fiesta para vencer al olvi-
do. ¡Vuelvo a mi país! A mi país, inédito. A mi ciu-
dad donde tuvieron en penitencia a la imaginación
por tanto tiempo. Ya no más militares. Se ha de-
cretado una Amnistía Generosa. Sí, así la llaman:
Amnistía Generosa. De modo que quise compartir
esta última noche en su país, que ha sido el mío
porque también lo amo. Aún aquí hay tiempo. No
se ha perdido el origen celeste de la reunión de
amigos sin advenimientos de amenazas. Sí, ha sido
apacible, aunque he tenido que pagar la sanción
irrevocable de mi destierro. Pero… pero para
bien… ahora volveré, volveré a mi origen, a ese rei-
no de tradiciones y ruinas, de mujeres en barran-
cos, de trato plácido. De mujeres con clamor de
pájaros. ¡Voy a rodear, cuando regrese, el bosque
entero con mis brazos! (Pausa corta) No, no estoy
desterrado. Soy un viajero que aún no se ha des-
plomado. Me espera el trabajo de construir cada
lago que haya dejado estéril el monarca de mi triste

50 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


terruño. (Pausa corta) Ese viaje de regreso será un
himno. (Al espectador que trajo el ron) Mi direc-
tor… mi director. Ron, qué maravilla. Ahora po-
dremos brindar. (Comienza a servir el ron y lo re-
partirá entre los espectadores) No tenía nada que
ofrecerles sino el estampido de mis palabras. Mi
director, sí que fui un caso dif ícil para ti… lo sé. Tú
no tenías el reino ideal, el escenario, y yo sólo traía
una corona de espinas. Ah, pero eso ya pasó. Sa-
ben, les voy a confesar algo. Mi papá es un artista.
Un músico. Un músico que nunca aprendió a tocar
bien el acordeón. Él tocaba, sí, pero era ruido. Pero
para mí no había música más bella que el estruen-
do de su acordeón. (Pausa corta) Somos muy ami-
gos, aunque rivales. Tenemos una rivalidad en el
fútbol. Yo soy fanático del Equipo Municipal y el
del Equipo Universitario. Esa rivalidad siempre
nos unió. Sus cartas, como ésa que me ha traído el
Jefe, siempre me hablan de las posiciones de los
equipos. (Pausa corta) Qué país el mío ¿no? La na-
ción puede estarse desangrando pero un gol del
equipo contrario nos conmueve más que un preso
desaparecido. Ah, pero no es de eso de lo que que-
ría hablarles. Especialmente a ti, que fuiste mi Di-
rector. Yo estudiaba sexto grado. Siempre fui tími-
do. Y en sexto grado había una muchacha… Elsy…
Elsy Cristancho. Estaba enamorado de ella desde
kínder y nunca me atreví a decirle nada. Entonces
una vez se hizo un acto cultural en el colegio en
homenaje a Simón Bolívar. Se iban a pintar cua-
dros, se iban a recitar poemas. Algunos alumnos
leerían composiciones. La profesora me preguntó

Colección Mirando al tendido 51


qué iba a hacer yo e inmediatamente le dije que
una obra de teatro sobre Bolívar. Perfecto, dijo la
profesora. En cambio Torres, que era mi mejor
amigo me dijo: «Estás loco de bolas». Y dije para
mis adentros, sí lo estoy. El asunto es que la escribí.
La dirigí. Yo iba a ser Bolívar y… Manuelita Sáenz,
Elsy Cristancho. La cosa fue cogiendo auge y todos
en el colegio querían participar. Todos, menos To-
rres. Para él la cultura era cosa de maricones. (Imi-
ta) «La cultura mariquea, Roberto. Ten cuidado».
(Ríe) Lo de él era el boxeo, el atletismo, el lanza-
miento de bala y era bueno, llegó a ser campeón en
los juegos interescolares. Llegó el día del homenaje
a Bolívar que… también sería el último día de cla-
ses. El último día en que nos volveríamos a ver.
Bueno, Bolívar vencía en todas las batallas, las cin-
co naciones eran las cinco niñas más bonitas del
colegio. Las cinco niñas tenían tapados los ojos
con una cintica roja que Bolívar les iba quitando a
medida que las libertaba. Por último me acercaba
como Bolívar a Manuelita Sáenz pero… pero no
morí recitando la Ultima Proclama del Libertador,
no. Me levanté sobre mi lecho de muerte, me acer-
qué a Manuelita Sáenz y le dije: Elsy Cristancho tú
me gustas desde que estaba en kínder. Toda la gen-
te se echó a reír. Pero me aplaudieron. Cayó el te-
lón. La profesora se me acercó y me recriminó:
«Qué se podía esperar de un muchacho cuyo papá
toca el acordeón en el mercado». Torres me llamó
aparte hizo un amago con la izquierda y me dio un
puñetazo en el estómago que me dejó privado.
Esa… esa fue mi primera crítica de teatro. (Pausa

52 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


corta) A Elsy Cristancho no la volví a ver más. Mi
papá… mi papá me abrazó durísimo y me dijo:
«Hijo, nunca vi a un Bolívar más humano». Y me
inscribió en la escuela de teatro. (Pausa) Com-
prendí que uno escribe, que uno actúa, para que lo
amen, ¡Salud, por mi retorno! (Beben) Bien bueno.
El ron le da un hálito de gallo a la vida. De gallo que
vuelve a cantar. (Pausa corta) Saben, uno regresa
para saber si lo que ha dejado atrás se parece a sus
recuerdos. (Pausa. Observa las reproducciones)
Cezanne, Van Gogh, Chagall, los amados. Ustedes
han sido testigos de una ilusión anulada. Yo pude
escuchar sus lamentaciones. Las escuché cuando
no tenía nada que comer sino caramelos. Bebía
agua y chupaba caramelos, esperando, esperando
el papel que me merecía. (Al espectador que llama
Director) No creíste en mí. (Apaga las luces y en-
ciende una vela. Transición: como Hamlet) «Ser o
no ser, he ahí el dilema». ¿Qué es más elevado para
el espíritu? ¿Sufrir los dolores y dardos de la insul-
tante fortuna, o tomar las armas contra un piélago
de calamidades y… haciéndoles frente acabar con
ellas? Morir… dormir no más. Y pensar que con un
sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil
naturales conflictos que constituyen la herencia de
la carne. He aquí un término devotamente apeteci-
do. Morir… dormir… dormir… Tal vez soñar. Sí, sí,
ese es el obstáculo. Porque es forzoso que uno se
detenga en considerar, cuáles son los sueños de la
muerte, cuando nos hayamos librado del torbelli-
no de la vida. He aquí la reflexión que da existencia
tan larga al infortunio. Porque… ¿quién aguantaría

Colección Mirando al tendido 53


los ultrajes y desdenes del mundo… la injuria del
opresor… la afrenta del soberbio… los congojas del
amor desairado… las tardanzas de justicia… las in-
solencias del poder y las vejaciones que el paciente
mérito recibe del hombre indigno? ¿Quién? Cuan-
do uno mismo podría procurar su reposo con un
simple estilete. ¿Quién quería llevar tan duras car-
gas, gemir y sudar bajo el peso de una vida afanosa,
si no fuera por el temor de un algo más allá se la
muerte? La muerte. Esa ignorada región de cuyos
confines no regresa viajero alguno. Temor que
confunde nuestra voluntad y nos impulsa a sopor-
tar aquellos males que nos afligen, antes que lan-
zarnos a otros que desconocemos. Así, la concien-
cia hace de nosotros unos cobardes; y así los primi-
tivos matices de la resolución desmayan bajo los
pálidos toques del pensamiento, y las empresas de
mayores alientos e importancia por esta conside-
ración tuercen su curso… y dejan de tener nombre
de acción. Pero… silencio. Se acerca la hermosa
Ofelia. Ninfa, en tus plegarias acuérdate de mis pe-
cados. (Sopla apagando la vela. Pausa. Enciende
las luces. Al Director) Yo pude haber hecho Hamlet
y me diste un simple papel de soldado. Conocías de
mi talento pero yo nunca jugué a las adulaciones.
Qué oscuro y vano se hace un artista cuando nece-
sita de ellas para reconocer, en los otros, el talento.
Por eso me acompañan Cezanne, Van Gogh y Cha-
gall. (Observa los cuadros) Cezanne, mil trescien-
tas pinturas y una muerte por diabetes. Nunca an-
tes ni después ningún objeto de uso ordinario
como botellas, cuchillos de cocina, frutas, han co-

54 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


brado una dignidad tan inatacable. Manzanas…
manzanas. (Pausa corta) Van Gogh, mediante el
resplandor de su luz colorida esperaba salvar a
otros. Sus girasoles tenían el poder de sostener al
desesperado y consolar al solitario. Girasoles… Gi-
rasoles… (Pausa corta) Chagall, después de la Re-
volución de Octubre fue nombrado Comisario de
Bellas Artes en Vítebsk. Reorganizó la Escuela de
Artes. Encargó a los pintores de la ciudad a hacer
banderas para un festival revolucionario. Pero sus
vacas verdes y caballos boca arriba asustaron a los
miembros del Comité Político local y fue destitui-
do. La fantasía no era una característica revolucio-
naria. «Crucifixión Blanca… Crucifixión Blanca»
(Pausa corta. Al Director) Son mis regalos para ti.
(Hacia el crítico) De usted no me he olvidado. Ten-
go que explicarte mi regalo. Esa pared blanca. Ten-
go que explicártelo porque ustedes, los críticos,
quieren llegar abruptamente a las costas silencio-
sas de la creación, pero la creación es una magia
con intensidad fija en un paraje fuera del universo.
Esa pared blanca que te regalo es por el gran acto
de creación, el único, que llegó a hacer mi madre.
(Pausa corta) En mi casa llegaba mucha gente, mu-
chos artistas amigos de papá. Se reunían, canta-
ban, hablaban y había una pared donde cada uno
de ellos, antes de irse, dejaba un recuerdo. Guaya-
samín dibujó un puño grande. García Márquez es-
cribió una frase: «Mujeres no se peinen de noche
porque se pierden los navegantes». Cortázar pintó
una rayuela y firmó como Bebé Rocamadour y así
muchos otros. Esa pared era el orgullo de papá. Y

Colección Mirando al tendido 55


digo era porque un día en que mamá descubrió
que papá se las entendía con la mujer que cantaba
boleros en el bar. Mamá agarró una brocha y pintó
la pared de blanco. Ella había sido tocada en su
alma y tocaba en la pared que era el alma de papá.
Mi papá la llamó fascista y dejaron de hablarse por
un tiempo. Yo… yo le dije a papá, que ellos, los que
ahora estaban tachados en esa pared se sentirían
orgullosos al verse borrados por un acto de amor.
Esa pared mía es blanca para tener siempre vivo
ese recuerdo, ese homenaje al arte, porque detrás
de esa pared tachada, con furia, de blanco, está el
arte y detrás del arte mi mamá sonríe con dulzura
su acto feroz para algunos, pero justo y lleno de
vida para mí. La pared es suya, señor Crítico. Segu-
ramente usted le dará el nombre de Arte Concep-
tual. (Al espectador que ha llamado Jefe) Estimado
Jefe. (Agarra una caja pequeña y se la coloca al jefe
en las piernas) Aquí, en esta caja, están todos los
productos que tuve que anunciar en sus cuñas para
poder vivir. Está llena de desodorantes que para
sus creativos son sensacionales pero que producen
escozor, irritación. Que la bolita no es para la pro-
tección sino para que la asocien con el pene ideal.
Y… sobre todos esos desodorantes están mis apun-
tes de actuación, el Sí Mágico de Stanislavski que
usted no podrá meter en su billetera. Eso. Eso le
dejo. (Pausa corta) Se está haciendo tarde y maña-
na tengo que madrugar. (Observa la carta) La car-
ta. Antes de irse quiero que compartamos las pun-
tuaciones de los equipos de fútbol. Tenía tiempo
que no recibía cartas de él. Bueno, no tanto. Aun-

56 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


que las últimas dos fueron muy extrañas. Siempre
me escribe a mano y… ahora le dio por escribirme
a máquina. Bueno, tal vez sea el proceso. Ah, quie-
ro que escuchen la voz de mi padre. Hace un año
me envió un casete con su última composición.
(Busca el casete y lo coloca en el pequeño radio re-
productor)

Voz del padre: Querido Bobi.

Roberto: (Detiene el aparato) Bobi, así me llamaba mi papá.


(Enciende nuevamente el aparato)

Voz del padre: Después de saludarte espero que te encuentres


bien. Por aquí todos bien. Parece que el año que
viene va a haber elecciones. Este… este… Bobi es
que es boludo hablar ante un aparato de estos…
tengo tantas cosas que decirte… tu jardín…
mamá… tu mamá lo ha cuidado… está verde…
todo florido… mamá dice que la grama presiente
que vas a regresar… Mira… Bobi, mira, tu mamá
quiere saludarte.

Voz de madre: ¿Hablo? (Pausa corta) ¿Hablo?

Voz del padre: Claro mujer, no ves que está grabando. No ves esa
agujita roja que se mueve… (Silencio) Pero bueno,
habla…

Voz de madre: Bobi… ¿me oyes? Es tu mamá, Bobi… este mira…


Bobi… que Dios te bendiga.

Voz del padre: (Silencio) ¿Eso es todo?

Colección Mirando al tendido 57


Voz de madre: Bueno yo no sé hablar por esos bichos, habla tú… él
sabe que lo quiero y que su jardín está arreglado…
Bobi… la bendición otra vez y… pórtate bien…
Bueno ya está… ya está…

Voz del padre: Bueno, Bobi… tú sabes cómo es tu mamá. Ah


Bobi, te nació una sobrinita. Eres tío. Acerquen…
acerquen a Gabrielita. Gabrielita, saluda a tu tío
Roberto… anda saluda. (Silencio) Bueno, es que
está muy chiquita, apenas tiene quince días y
todo le da pena. Bobi, este año nos vamos a titular
campeones. El Equipo Universitario quedará
invicto ante tu Equipo Municipal. Ese equipo tuyo
no es más que una manga de viejos. Bobi… Bobi…
este… te voy a tocar mi última composición…
es una canción por tu regreso… te la voy a tocar
porque creo que la cinta se va a acabar.

Suena el acordeón. Roberto baja un poco el


volumen. La música del acordeón debe seguirse
oyendo, por lo bajo.

Roberto: ¿No es bello mi padre? Una canción para mí. Ah, la


carta. (Lee) «Querido Bobi… el Equipo Municipal
se coronó campeón frente al Universitario».
(Deja de leer y salta de alegría) Se los dije… se los
dije… Mi papá estará rabioso. (Vuelve a leer) «Las
elecciones se celebraron con toda normalidad y
ahora tenemos Presidente. Han sido más de diez
años. (Pausa) Bobi… es tu mamá la que escribe. Yo
te escribo desde hace tres meses… porque papá…
se fue… se fue… ¿entiendes, Bobi? Se fue con su
acordeón y se fue feliz. Feliz porque tú regresabas.

58 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Pero se fue. Se fue. ¿Lo entiendes? No queríamos
decírtelo para que no sufrieras. Él… él estaba
muy enfermo… pero no podíamos darte otro
sufrimiento. Bobi, no podíamos. Él no quería que
supieras. Él… él no sufrió, Bobi. Fue una muerte
muy tranquila. Perdónanos por no habértelo
dicho antes. Yo… yo… escribía las cartas tratando
de que se pareciesen a él… pero… pero se fue…
se fue su acordeón. Aquí te extrañamos mucho.
Vente. Vente para abrazarte y llorar juntos. Bueno,
Bobi, no sé qué decirte… sólo que te extrañamos y
entiéndenos, no queríamos que sufrieras, sólo por
allá. Él te quiso mucho, como yo te quiero ahorita.
Ven, Bobi. Te adora. Tu mamá».

Gran silencio.

Roberto abraza al grabador. Llora quedo.

Roberto: ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién podrá pagarme estos


diez años? (Pausa corta. Como niño) ¿Quién,
papá? (Sube el volumen del grabador para apagar
su llanto. Baja el volumen que deberá oírse muy
bajito) Ya no está su acordeón. ¿Quién me devuelve
la grama verde de mi niñez? ¿Quién me dejó esta
grama ensangrentada? La… la grama… verde… en
las teclas de tu acordeón y… las soñaba… papá…
toca tus canciones, papá… son… son más de diez
años y ahora aunque la grama esté verde seguirá
siendo púrpura… ¿Dónde? ¿Dónde se habrán
quedado en estos diez años el abrazo, mi Bolívar
de niño, mi grama, tu acordeón? ¿Dónde? ¿Dónde?
(Pausa corta) Por favor, déjenme solo. Por favor.

Colección Mirando al tendido 59


(Abre la puerta) Gracias por todo… por favor…
necesito estar solo… salgan por favor… gracias…
gracias… (Cierra la puesta tras los espectadores. Se
escucha un desconsolado llanto)

Bustrofedón los observa. Gran silencio.

Bustrofedón: El poeta está terminando de escribir. Por favor, les


voy a pedir que no se sienten hasta que él les diga.
Que guarden silencio porque si está escribiendo es
que el poeta escucha su pasado. Entraremos a la
Sala del Paraíso. La sala, es la sombra del cuerpo.
Pasen, por favor. (Abre la puerta que da a la sala)

En la sala del paraíso

Sala de casa en la ciudad de La Habana, Cuba.


Todo parece haberse detenido en la década de
los años cincuenta. La habitación está rodeada
de libros. Teléfono negro, en sitio preferencial.
Sobre un mueble la foto de la madre; la de Eloísa;
la de Rosita y la del poeta Lezama Lima. Sofá.
Poltronas. Escritorio, televisor tapado con pañito
y que hace las veces de bar. Tocadiscos y muebles
deben denotar pulcritud y una inmensa nostalgia
por el pasado. Sobre la ventana un gran caracol.
Un inhalador para el asma sobre el escritorio. Un
par de inhaladores más en los muebles. Es una
casa cerca al Malecón de La Habana. Al entrar
los espectadores se estará escuchando la Sinfonía
Número Siete de Beethoven. El poeta con un fajo
de papeles mira distraído por la ventana, casi
absorto. Bustrofedón cierra la puerta y queda
afuera. Después de un momento, Lezama Lima se
60 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero
da cuenta de los espectadores. Se arregla la bata de
casa que trae puesta.

Lezama: Buenas noches. (Como pidiendo disculpas)


Beethoven… Beethoven. Hizo de su sordera una
indiferencia vagabunda que punteó la corteza de
los universales. (Pausa corta) Sinfonía Número
Siete, lejanía, máscara artificial que recorre una au-
sencia que conduce al peregrino inmóvil que soy, a
la impalpable madrugada habanera. A mí dorada
muerte de dos lunas. (Acercándose y dándole la
mano a cada uno de los espectadores) Mucho gus-
to. Bienvenido. Bienvenido a mi santuario de Del-
fos, un poco desarreglado… trenzado por las nin-
fas de la muerte y de la gracia. Mucho gusto. José
María Andrés Fernando Lezama Lima, un nombre
un poco largo como un lebrel en una oscura caja de
cristales. Nombre de anillos y fragmentos de nu-
bes. Mucho gusto. Pueden llamarme el Etrusco de
La Habana o Jocelyn, la abreviatura familiar de mi
cansado nombre. Pero siéntense. Siéntense, por fa-
vor, mi casa es suya. (Le da un ataque de asma.
Busca el inhalador. Se va calmando lento) El
asma… el asma… (Como pidiendo excusas por su
ataque de asma) Los hombres devuelven el aire en
forma de divinidad. La palabra es el don divino que
expresamos en la respiración. Cada vez que respi-
ramos nos expresamos en un lenguaje oculto y ma-
ravilloso. Respirar es ya hablar. (Gran silencio. No
sabe qué hacer) Perdónenme, es que tengo mucho
tiempo sin conversar. (Gran silencio) ¿Cuál es su
primer nombre? (Espera respuesta) Suena a doc-
trina que recoge en espiral la mirada para transfor-
Colección Mirando al tendido 61
marla en mármol. ¿Y el suyo? (Espera respuesta.
Saborea el nombre) Nombre rápido, como imán
untado de luna fría. A tierra navegada por el sueño
de un pájaro dormido. (A otro espectador) ¿Y el
suyo, por favor? (Espera respuesta) A cuerpo de
flujo calmoso, a aire escogido como un hacha de
piedra. (Igual con otro espectador) A semilla de
lino. Al símbolo de la dádiva. A flota de vino que
desea un ángel que lo interprete. (A otro especta-
dor) A sorpresa mordida por la luz. A cultivante
del rocío. A pianola en el naufragio. A brisa como
el Espíritu Santo. Los últimos serán los primeros.
(Va hacia el teléfono. Se cerciora de que esté bien.
Se tranquiliza) Estoy esperando llamada de Eloísa.
Tiene tiempo que no me escribe… a lo mejor lo ha
hecho. Las cartas se pierden, hacen una transición
entre el ciervo y el caballo y a veces no llegan. Hoy
espero su llamada. (Va hacia las fotos) Esta es mi
hermana Eloísa. Ella y yo buscamos, quizá no lo
encontremos nunca, el nexo de los prodigios. Lo
que yo llamo las excepciones morfológicas que
forman parte del rostro de lo invisible. Digo que
quizá no lo encontremos porque somos tan sólo
dueños de la mitad de cada uno. Yo tengo la mitad
que representa las coordenadas o fuerza asociativa
de reminiscencias. Ella la visión de reconstruir los
fragmentos de un todo. Si yo lograra el nexus de la
reminiscencia en el devenir y ella pudiera recordar
en su totalidad la fatalidad de cada movimiento, o
la necesidad invariable de lo que sucede, lograría-
mos como una especie de esfera transparente.
(Pausa. Observando la foto de su madre. La toma y

62 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


va con ella hacia la mecedora. Se sienta y se mece.
Se detiene) Esta es mi mamá. (Pausa) Murió. (Pau-
sa corta) El día de las madres nos sentábamos fren-
te al televisor para oír las canciones y el consabido
poema de Tejera sobre las madres. Siempre le de-
cía a mamá que era un día que no debía haberse
desaparecido, pues en un mismo día ponían a fren-
te de la tristeza de los que lloran la ausencia de su
madre y la alegría de los que aún la tienen en la
mejor de las compañías. Mamá me decía qué siem-
pre las madres ausentes sentirían alegría al ver a
sus hijos recordándolas con la fina flor alusiva.
(Pausa corta) No le faltan nunca flores a su tumba.
Todos los domingos le llevo flores, como un home-
naje a su pureza y a su virtud. (Se levanta y va lle-
vando la foto a su sitio) Yo le decía, qué haré yo sin
ti, madre, cuando mueras. Y ella con voz firme me
contestaba: «Escribir. Escribir pues naciste para
eso». Escribir. (Coloca la foto. Observa la de Rosi-
ta) Esta era Rosita. Ahora que está muerta, su figu-
ra sencilla cobra inusitado tamaño. Qué vida de
sacrificio. Qué honda capacidad para soportar el
dolor. Desde muy joven empezó a sufrir y a desga-
rrarse, a chocar con la más despiadada vulgaridad.
¡Ella, que tenía la pureza de una mañana tropical!
Ahora es cuando empiezo a darme cuenta del ta-
maño exquisito de su bondad. Ese fue el misterio
de su vida, su depurada capacidad de sacrificio.
Como toda persona que actúa dentro de la gracia
de la bondad, se llevó para la vida extraterrena tan-
tos signos indescifrables. (Se abstrae) El exilio para
ella, tanto como para ti, Eloísa, no es la vida que se

Colección Mirando al tendido 63


muere, es la muerte vivida como un Apocalipsis.
(Va hacia el escritorio. Se sienta) Al fondo… al fon-
do estoy yo. (Toma los papeles sobre los que estaba
escribiendo) Estos… estos son algunos fragmentos
de mi Oppiano Licario. Será como la segunda par-
te de mi Paradiso. Continúo trabajando… conti-
núo trabajando pero tengo tan pocos estímulos. El
mundo entero se ha aprovechado de que en Cuba
no existen derechos de autor, para llenarse los bol-
sillos a costa de mi trabajo intelectual. Todos, des-
de el dueño de la corneta con toque de queda, has-
ta el dueño de la roca cortada por el helecho. Tam-
bién el dueño del quitasol, el dueño con paso lento
de tango. El dueño que lanza las ediciones de mi
Paradiso es un nuevo bucanero que rompe las olas
en un movimiento mudo de escalpelo. (Golpea el
escritorio y camina molesto hacia la ventana. Pau-
sa) Yo me quedo encima de esta teja para llenar el
azul de mi distancia. (Toma el caracol. Le pasa la
mano. Ahora se lo coloca al oído y mira feliz por la
ventana) Pero… pero a veces quisiera viajar. Viajar
y volver porque yo no podría escribir fuera de La
Habana. Viajar, pegar mi rostro a la cola del viento
para ir donde bailan los delfines con su proa fálica.
Ir en la agujeta de un rayo a rozar con mis labios la
toronja que avisa una mañana con Dios. Viajar, via-
jar con mi sonrisa a dar consejos y suspiros. Hacer
crecer los montes, los patios, los algarrobos, sí, ha-
cerlos crecer en mi verbo con amarillos, inmensos
pájaros irrecuperables del soplo. Rezar, rezar con
mi hermana Eloísa. Verla y reírnos sentados en un
carrusel de almendras, con pequeños animales de

64 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


juguetes… calamares con plumas… pulpitos con
cielos en cada pezón… caracoles con campanillas
en desbandada y… y… (Comienza a sacudir el ca-
racol, como si éste se hubiese quedado sin sonido.
Pausa. Camina por la habitación) Pero… pero no
me dejan. ¡No me deja Goliat desde su guarida! Ni
el gnomo desde su amargor de perro esculpido por
la tinta. No me deja el arquero vigilante que ronda
a las afuera de la isla y que a cada movimiento de
mis párpados prepara sus flechas. ¡No me dejan los
que crujen en los sillones! ¡Se desgarran los chales!
¡Los astros se reúnen y consulta el I Ching y el 18
Brumario! ¡Hasta el malecón se inmiscuye! Y dan
como veredicto, de que no es marea apropiada
para que zarpe… que aún no he sacudido las almo-
hadas… que no he aprendido a seguir el hilo de mi
imagen y por último, lo cual es requisito indispen-
sable, que no he logrado fortalecer la mañana ha-
banera porque siempre dejo una nube colgada en
mi ventana. (Le da el ataque de asma. Utiliza el
inhalador. Se calma) Eso… eso han dicho mis es-
carnecedores y yo… yo no tengo más nada que de-
cirles. (Vuelve a colocar el caracol en su sitio) Ten-
dré que quedarme en mi casita hasta que Dios
mande. (Pausa corta) De la visita a Cuba para ver a
los familiares, no se ha vuelto a hablar más. Figúre-
se el alegrón que sería para mí volver a ver a Eloísa
en su casita de Trocadero. Pero las visitas de los
exiliados están muy lejanas. Cómo disfrutaría ha-
blando con Eloísa de tantas cosas de cielo y tierra.
(Pausa) Pero permítanme ofrecerles algo. ¿Ron?
Sí. Un poquito de ron. Quisiera ofrecerles café,

Colección Mirando al tendido 65


pero ustedes ya saben. De todos modos el ron es lo
único barroco que nos queda. (Sirve ron a todos.
En una copita coloca ron junto a las fotos. Él no
bebe) Existen los cubanos que sufren afuera y los
que sufren aún más estando adentro de la quema-
zón y la pavorosa inquietud de un destino incierto.
¿Tengo algo que ver con los disparates históricos
los cuales he tenido que sufrir toda la vida? (Pausa
corta) Sí, supongo que sí. (Les convida a brindar)
¡Por Góngora! (Pausa corta) ¿Qué tal? Barroco, no
se los dije. Se le aviva a uno la tribu y el español con
una jabalina de oro. (Va al escritorio. Se sienta.
Toma los papeles) Voy a leerles, pero no se preocu-
pen. Seguramente es malo, pero es corto. (Lee)
«Licario gustaba de una de las delicias de La Haba-
na, darse un paseo en la medianoche por la aveni-
da de El Puerto, cuando había pasado del cuarto
copetín. Delicia centifolia si la caminata es por
nuestro inviernito. El parque está por entero vacío,
los árboles chispean casi en danza el vapor líquido.
El paseo comanda cierto aire jupiterino, pues la so-
ledad brincaba si se excepcionaba es para la cente-
lla o la muerte». (Se levanta y camina leyendo) «La
noche como un bulto inapresable se sienta en los
bancos, tenaz como una medusa de una nalga,
blandura de aurora boreal. Se oyen la boca de los
peces en los arrecifes, ingurgitando, tragando y de-
volviendo. Licario sólo hacía ese paseo, esa prueba,
dos o tres veces al año. Necesitaba un aire de in-
vierno, la impulsión báquica, desatada llama se-
xual, indiferencia por la muerte, verificación, pero
el año en que le era imposible su cumplimiento lo

66 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


notaba tergiversado, simplón, vacilante. Licario en
su juventud, después de su madurez, atravesaba
ese parque como si estuviera muerto. Licario pen-
saba en el Varón de Dios, en San Benito, Patriarca
de los monjes de occidente, el que se adhería a la
madera cada vez que veía un relámpago. En tiem-
po de escasez, con una botella de cristal con un
poco de aceite, el Varón de Dios ordenó entregar
un poco de aceite. Pero el mayordomo en secreto
se negó a cumplir la orden. Fue preguntando si ha-
bía entregado el aceite y dijo que no. Que si lo hu-
biera entregado todo…» (Piensa. Emocionado se
sienta y escribe) Que si lo hubiera entregado toda
la comunidad hubiera pasado hambre. (Deja de es-
cribir. Feliz. Ordena los papeles) Oppiano… Op-
piano Licario me falta poco para terminar. (Suena
el teléfono. El poeta Lezama, emocionadísimo, con-
testa) Aló… sí… comuníquenme por favor… sí… sí.
(Escucha) ¡Eloísa, gracias a Dios, eres tú…bien, es-
toy bien, dime cómo está tu hijo Orlandito! Sí…
sí… dile que voy a bajar la luna para que juegue
pelota… aló… aló… es que se va la comunicación…
sí… sí… Eloísa, es Jocelyn, tu hermano… sí… cómo
están todos… Eloy, mándame inhaladores para el
asma… aló… aló… (Grita) Eloísa, cada día te extra-
ño más… aló… (Se molesta. Habla con otra perso-
na) Pero si acaban de comunicarme. (Irritadísimo)
¿Que no es culpa de ustedes sino de las líneas que
están malas? ¡Comuníqueme! (Escucha. Se vuelve
humilde) Por favor, comuníqueme… sólo un minu-
to más… por favor… por favor… sí… entiendo…
discúlpeme… (Cuelga apesadumbrado el teléfono.

Colección Mirando al tendido 67


Le da un feroz ataque de asma que le priva mover-
se. Pide con gestos el inhalador. Inhala. Se calma
un poco. Reprime un gran grito y llora quedo. Gran
silencio) Las arañas… las arañas segregan su tela
igual que los poetas para crearse un espacio y así se
acercan al hombre para escucharles sus conversa-
ciones. Yo… yo tengo mi araña… que me acompa-
ña, geometrizando mi angustia. Yo… yo le hablo.
Yo la he bautizado Ecohé. Le hablo y le digo: Eco-
hé… ¿qué es una revolución? ¿Qué es un homo-
sexual? ¿Qué es una revolución y un homosexual,
Ecohé? Y… y ella calla… y en su silencio me dice
que revolución y homosexualidad es el suplicio de
un caballo que sopla a las lluvias, que se recorren
dos cuerpos iguales en la sorpresa de una nueva
dialéctica y… eso. ¿Eso no es un cambio, Ecohé?
¿Una transformación, Ecohé? La revolución en dos
pechos humanos con signos de destierro. El esco-
ger, Ecohé, escoger, el cuerpo y el amor que se ha-
rán llave breve y llama suave, amarse a escondidas
de un préstamo de gloria y bifurcarse y acogernos
a nuestra propia mansión en esa piel… en ese río o
en ese pene que te conduce a una extensión más
ciega del imperio, a un sigiloso juego de timbres y
de jarras, arenado, hinchado, excitados los escro-
tos como dos campanas que tocan Hosannas. ¡Eso,
eso Ecohé, escoger a quien lanzarle nuestra brizna
de amor con techo de pesadumbres! ¡Eso es una
revolución y un homosexual, eso, ya no estar
mudo! No ser un huerto cerrado de tantos abismos
y alcanzar el cuerpo de Cristo que no nos rehúye,
sino que nos recibe como amantes. Eso es revolu-

68 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


ción y homosexualidad… tomar a puños las estre-
llas y dárnosla en copitos de arena sobre una playa
en corto viaje hacia la eternidad… eso… eso. (Pau-
sa. Comienza a golpearse el pecho) Agnus Dei. Qui
tollis pecata mundi. Miserere Nobis. (Llora) Agnus
Dei. Qui Tollis Pecata Mundi. Miserere Nobis. (Se
golpea más fuerte) Agnus Dei. Qui Tollis Pecata
Mundi. (Se calma) Dona Nobis Pacem. (Gran silen-
cio. Pide algo inexplicable con las manos. Ahora va
hacia el tocadiscos. Vuelve a colocar la música del
principio. Se dirige a una espectadora) Por favor…
por favor… baila conmigo… (Baila con la especta-
dora la música de Beethoven. Recita) La música
divide las hojas, el otoño condecora al organillero.
De pronto, el hormiguero sonríe, para que escojas.
(Bailando se dirige al retrato de la madre) Es el bai-
le para mi soledad, mamá. (Baila un poco más.
Suelta a la espectadora) No somos dioses y tem-
blamos. Temblamos porque nos pesa el cáliz que
hemos tenido que apurar. No podemos apoderar-
nos de su profundo sentido y nos derrumbamos
y… y… ahora, como curar un corazón herido. (El
poeta abre la puerta y les indica la salida) Recen…
recen… porque pueda vencer esta tristeza… re-
cen… recen…

El poeta Lezama deja la puerta abierta. Va hacia el


tocadiscos y le da todo el volumen. Camina ahora
hacia la ventana, observa por un momento. Va
ahora hacia su mecedora y se sienta a contemplar
el techo. Bustrofedón cierra la puerta del poeta.

Colección Mirando al tendido 69


Bustrofedon: La madre fue nuestro primer Paraíso… y ahora,
la casa… la casa está sin llaves… nuestro nuevo
Paraíso tiene desiertos… la casa está sin llaves,
al fondo la cerradura murmura… y nos dicen:
Vengan, vengan porque desde estos Desiertos del
Paraíso se puede ver el respirar del mundo… (Abre
la puerta que da a la calle) Gracias… gracias por
visitarnos.

FIN

70 Desiertos del paraíso / Néstor Caballero


Hay que comerse a Rita

Para Luciana, por esta Pandilla


del Buen Comer.
Hay que comerse a Rita

PERSONAJES

Gerry

Antonio

Yuleisi

Luciana

Graciela

ESCENOGRAFÍA

El escenario estará dividido por áreas que se


iluminarán a su debido tiempo, para que la acción
no se detenga y todo transcurra sin interrupción.

Área 1: Se llevarán a cabo las escenas 1, 2, 3, 16, 17, 18,


19, 20 y 21; correspondientes al 11 de abril del
2002. Es la casa de Graciela, ubicada en una
colina. Comedor, sala de recibo. Un gran televisor
que mira hacia el espectador. Cerca, un teléfono
inalámbrico que tiene altavoz para manos libres.
En sitio privilegiado para que pueda ser visto por
el espectador, un tubo para pole dance, de los
utilizados en el ámbito de los strip clubs. El tubo
ya está deteriorado por la falta de uso. Un pasillo
que dará hacia la cocina, el baño y la habitación
de Graciela. Otro pasillo que conducirá hacia
la puerta de la calle. Ventanal que da hacia el
aeropuerto de La Carlota y se puede ver la ciudad
Colección Mirando al tendido 73
de Caracas. Todo indica un hogar de clase media
alta. Atención, no debe haber cuadros ni retratos
en las paredes, pues retardarían la acción. Es de
día.

En esa misma área 1 se desarrollarán las escenas 6,


7, 10, 11, 12, 13 y 14: correspondientes al martes 4
de febrero de 1992. En estas escenas, salvo el tubo
de pole dance, no habrá muebles y todo será cajas
de mudanza reciente. Es de noche.

Area 2: Se llevará a cabo la escena 4, correspondiente al


6 de agosto de 1982. En el fondo, sólo habrá una
bandera de Venezuela con las siete estrellas y,
adelante, un pódium con su respectivo micrófono
para dictar una conferencia. Es de día.

En esa misma área 2 se escenificará la escena 15,


correspondiente al 4 de febrero de 1999. Ahora
será un cementerio. Todo verde. Solamente se ve
la lápida de Gerry. Está limpia. Tiene un jarrón con
flores frescas. Es de día.

Area 3: Se llevarán a cabo las escenas 5, 8 y 9 en la misma


fecha del 6 de agosto de 1982. Es solamente la
fachada de un edificio de clase media, de cuatro
pisos, donde se pueden ver las ventanas. Es de
noche.

74 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Escena 1

Área 1

11 de abril del 2002

Es de día. Antonio, Luciana y Yuleisi estarán


estáticos en su sitio con sus respectivos movimientos
congelados.

Antonio, sentado frente a un atril con una


partitura, tiene colocados unos audífonos. Lleva
una bufanda y un traje informal. Luciana viene de
la cocina con una bandeja de exquisitos manjares,
hacia la mesa del comedor. Viste pantalón, camisa
y corbata de piloto de avión. Sobre un perchero
el paltó y la gorra de capitán de aviación. Yuleisi
está sentada al piso, envolviendo regalos. Viste de
manera sencilla con una amplia falda de flores y
blusa blanca. Lleva collares y pulseras de las que
venden las tiendas esotéricas.

En el piso hay un cochecito de niña, de última


moda.

Escena 2

De la habitación de Graciela, entra Gerry al centro


de la escena. Viste bluejeans y franela.

Gerry: (Al público) Bienvenidos a la historia de la Pandilla


Del Buen Comer. Hoy se ha reunido para el baby
shower de Graciela, mi más íntima y querida amiga
más allá del tiempo… de la distancia… de la muerte.
En este momento ella está en su cuarto, reposando
Colección Mirando al tendido 75
porque ya entró al noveno mes de embarazo. ¡Por
fin voy a ser tío! ¡La Pandilla del Buen Comer!
Así nos hemos llamado desde que estudiábamos
en la universidad. Siempre visitábamos los
mejores restaurantes. Apenas inauguraban uno,
ahí estábamos degustando y… criticando, por
supuesto. Siempre teníamos alguna excusa para ir a
comer todos juntos, que si un viaje, que si las notas
de la universidad. Ah, y los cumpleaños no es que
los celebrábamos el mismo día, comenzábamos
una semana antes a reunirnos para comer. Era
como una fiesta patronal de cumpleaños. Cuando
no íbamos a un restaurant, nos reuníamos en casa
de alguno de nosotros y cocinábamos. Somos
habitantes del país de la buena mesa. Eso de que
todos cocinábamos, es un decir. En realidad, la
que mejor cocina es Rita, tanto así que montó un
restaurant. Ese que ven ahí es Antonio, no cocina ni
agua hervida. Ella es Luciana, es de origen italiano
y por ello se aplica en lo que son las pastas, salsas
y las respectivas bebidas para su acompañamiento;
es experta en los maridajes de licores con cualquier
tipo de comida. Ella es Yuleisi y su especialidad
son las ensaladas según el color que corresponda
a ese día; es una esotérica de los vegetales y sus
vibraciones cósmicas en nuestro cuerpo. Graciela
es más bien de entremeses, de tapas, de refrigerios
rápidos. Y yo, más o menos le doy a la pastelería,
a los dulces. Claro, con la receta en mano. (Pausa)
Hoy, once de abril del año dos mil dos, será la
última vez que se reunirá La Pandilla del Buen
Comer, aunque ellos aún no lo saben. Después de

76 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


este día, ninguno volverá a ser el mismo. ¿Yo? Yo
soy simplemente Gerry. Ahora, que comience la
historia y buen provecho.

Inmediatamente se escucha «La donna è mobile»,


aria de la ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi (1851)
en la voz de Luciano Pavarotti. Los personajes
recobran su movilidad y desplazamientos.
Antonio, concentrado, canta en silencio y estudia
el aria mientras dirige con una pequeña batuta.
Luciana coloca la bandeja sobre la mesa y busca
que armonice con las otras. Agarra una botella de
vino y termina de llenar una copa tipo flauta que
ya estaba ahí. Se bebe el vino de una sola vez. Al
terminar, comienza nuevamente a servirse para
continuar bebiendo. Yuleisi permanece sentada al
suelo envolviendo regalos. Gerry, como tratando
de que no lo vean, va hacia el pasador del aire
acondicionado y lo pone al máximo frío. Antonio,
de inmediato, comienza a sentir la molestia del aire
acondicionado. Gerry huye, sonriendo, y entra a la
habitación de Graciela, dejando la puerta abierta.

El frío es tan intenso para Antonio que se protege el


cuello con la bufanda. No aguanta más y se quita
los audífonos. Al quitárselos, de inmediato dejamos
de escuchar el aria.

Antonio: (Alzando la voz) Luciana, ¿podrías bajar la


temperatura del aire acondicionado?

Luciana: No grites, Antonio. No quiero que Graciela se


despierte sobresaltada de su siesta.

Colección Mirando al tendido 77


Yuleisi: (Deja lo que está haciendo y se levanta del piso)
Ay, el escalofrío. No se alarmen, pero me ha
estremecido un presentimiento de que algo terrible
va a pasar, pero no lo ubico. Siento que la vejiga se
me va a empezar a llenar.

Yuleisi camina un poco, respira profundo y dice por


lo bajo, tres veces «om», hasta que deja de sentir el
malestar.

Antonio: (Yendo hacia donde está la bandeja con manjares)


No grité. Es la costumbre de proyectar la voz. (A
Yuleisi) Con tal de que no te vuelvas a hacer pipí
encima, todo está bien.

Yuleisi: No lo hago porque quiero, es parte de mis


vaticinios.

Antonio: Tú y tus vaticinios y adivinaciones. Deberías ir


más bien a un urólogo. (Come de las diferentes
bandejas, con gula)

Luciana: O tomarte un whisky en las rocas, a mí de inmediato


me relaja y me quita cualquiera angustia. Listo, ya
lo coloqué al mínimo. (A Yuleisi) ¡Salud, Monique,
que se vayan todos los malos augurios! (Bebe)

Antonio: (Murmura por la bajo) Monique. Qué ridiculez.


(Come)

Yuleisi ha llegado donde está el atril con la


partitura y se queda mirándola.

Yuleisi: Toñito, cuando lees ahí, ¿entiendes?

78 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Antonio: (Comiendo) Por supuesto, para eso estudié italiano.

Luciana: Y lo estudió conmigo, yo le enseñé.

Yuleisi: No me refiero a eso. Sino a lo otro, a lo que está


entre las líneas, a esos signos.

Antonio: Evidentemente. Cómo puede un tenor no saber


teoría y solfeo.

Yuleisi: Así que estos símbolos, también están escritos en


italiano.

Antonio: No, pero qué barbaridad estás diciendo.

Luciana: Está escrito en música. (A Yuleisi) ¡Salud! (Bebe)

Yuleisi: ¿En música?

Antonio: En notas musicales. Si has estudiado música, así


seas alemán, inglés o ruso, las vas a comprender.
La música es un lenguaje universal. Una fusa, una
corchea, una clave de sol, es lo mismo aquí que en
la Conchinchina. Valen lo mismo. ¿Entendiste?

Yuleisi: (Pausa corta) Este… Sí.

Antonio: (Ríe) Ese sí, parece más bien un no.

Luciana: Estas copas tipo flauta las están haciendo cada día
más pequeñas.

Descorcha otra botella y ahora se sirve en una copa


de las llamadas estilo balón hasta llenarla casi a
ras. Bebe.

Colección Mirando al tendido 79


Yuleisi: Es que estoy pensando una cosa.

Antonio: ¿Qué cosa?

Yuleisi: En que si es un lenguaje universal, como dices,


todos en la tierra deberían hablar música. ¿Te
imaginas si todas las personas, los políticos, los
militares, toda la gente de esos países que se la
pasan guerreando hablaran música? Estoy segura
que se entenderían y habría paz en el mundo.

Antonio: Se te ocurren unas cosas más… extrañas.

Luciana: ¿Extrañas? Hermosísimas diría yo.

Antonio: Hermosísimas. Sí, seguro, luego de beberte ya dos


botellas de vino, todo se vuelve hermosísimo para ti.

Luciana: Yo no vigilo cuando te atiborras de comida como


un troglodita. Yo siempre he controlado la bebida
y no ella a mí. Además, no tengo ningún vuelo sino
hasta dentro de una semana. Tres días antes de
pilotear, ni huelo el licor. Soy muy responsable.

Antonio: (Tirita de frío) Esto sigue como un congelador.

Luciana: Listo. Ya lo apagué para que no te quejes.

Yuleisi: Por mí que permanezca apagado y abramos las


ventanas. El aire acondicionado daña la capa de
ozono.

Antonio: Y sobre todo perjudica la coloratura de mi voz.

80 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: ¡Coloratura, qué palabra tan linda! ¿Es una palabra
del lenguaje musical universal, verdad?

Antonio: (A Yuleisi) Luego te la explico, ahorita tengo un


ataque feroz de hambre. Debió ser el frío del aire
acondicionado. (Come)

Yuleisi: ¿Qué te parece, Luciana? Nuestro Toñito, de


Ingeniero Civil a cantante que habla música con
coloratura.

Antonio: ¡Tenor, Yuleisi! ¡Tenor de ópera! Cantante es


cualquiera.

Yuleisi: Yuleisi no. Monique.

Antonio: Qué manía la tuya de cambiarte de nombre. Eso


sólo lo hacemos nosotros los artistas.

Luciana: Ella también es una artista.

Antonio: ¿Artista? Discúlpame, pero ella de químico pasó a


espiritista.

Yuleisi: Ninguna espiritista. ¡Alquimista! Luego aprendí


astrología, después experimenté con la acupuntura
y posteriormente imposición de manos para la
curación. Me especialicé en la lectura del Tarot
y, por si eso fuera poco, permíteme decirte que
soy la única acreditada en este país para hacer
regresiones a vidas pasadas. Así que ninguna
espiritista. Estaba esperando que estuviésemos
todos para anunciarles lo que voy a hacer, pero ya
que me llamaste despectivamente espiritista, te
adelanto que la otra semana me voy al Amazonas
Colección Mirando al tendido 81
a estudiar los fenómenos de ufología. Ya es algo
documentado que los ovnis están apareciendo
mucho por allá.

Luciana: ¿Lo ves? Ella es una artista astral. (Brinda) ¡Salud!

Antonio: (A Luciana) Artista astral, no hayas que inventarle.


(A Yuleisi) ¿Al Amazonas? Te voy a decir algo
porque sabes muy bien que te quiero y no deseo
que te engañen, pero eso de los platillos voladores,
de los marcianos, todas esas cosas no son más que
patrañas.

Yuleisi: ¿Patrañas? Pues te diré que ya está comprobado


que los ovnis son ángeles. Aparecen en la Biblia
y, lo que es más importante, ya hay reportajes
científicos en History Channel.

Luciana: Aquí les serví un vinito que traje de Italia, un


Prosecco, es una maravilla cuando se trata de
hablar de seres de otros planetas. (Bebe toda su
copa balón y las otras dos copas, estilo flauta,
quedan servidas en la mesa)

Antonio: Sí, me imagino que ya andas por Júpiter con todo


el vino que has tragado. Además, Luciana, eso de
artista astral no existe, así que lo de cambiarse el
nombre por el de Monique, es un disparate. Los
verdaderos artistas somos los únicos que podemos
cambiarnos el nombre porque, sobre el escenario,
somos otros, somos titanes, únicos.

Yuleisi: En realidad me cambié el nombre porque mi Ángel


Guía me lo recomendó.

82 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Luciana: Bueno, ya que no quieren, me beberé el Prosecco
de ustedes, no quiero que se pierda. (Se va bebiendo
las dos copas que les ofreció)

Antonio: ¿Un ángel te lo recomendó? ¡Qué locura! ¿Y se


puede saber por qué ese ángel te invitó cambiarte
el nombre?

Yuleisi: Pues mi Ángel Guía me dijo en una revelación


mientras yo dormía, que, para todo lo que es
esotérico, en este país no es lo mismo llamarse
Yuleisi que Monique. Me dijo, llámate Monique
y ya verás. Y así lo hice. Fíjate que como Yuleisi
nadie iba a mis consultas. Pero bastó y sobró que
le cambiara el nombre a mi consultorio por el de
Monique Proyecciones Astrales, y de seguidas
no me di abasto con tantas consultas. Artistas,
médicos, políticos, militares y hasta exministros
tengo como pacientes y en lista de espera muchos
más. Ahora soy independiente económicamente.
Le monté una casa con platabanda y todo a mis
abuelos en Barlovento y puedo viajar a cualquier
congreso espiritual del mundo, sin tener que
pedirle prestado a ustedes.

Luciana: La verdad es una cosa y no se puede negar. Ese


ángel tuyo tiene muy buen gusto para los nombres.
Monique a mí me suena encantador, tiene lo que
dicen los franceses… charme, bon goût, raffinement.
¡Viva la Revolución Francesa! ¡Salud! (Bebe) Por
cierto, que también traje un vinito francés, creo que
un tinto de Burdeos, no recuerdo. Por aquí abajo
debe estar. (Se agacha a buscar debajo de la mesa)

Colección Mirando al tendido 83


Cada quien sigue en lo suyo. Antonio vuelve a
su atril, pero esta vez no se coloca los audífonos.
Canta, en voz baja, una parte del aria.

Luciana: (Saliendo debajo de la mesa y comenzando a


descorchar) Listo. Este es. ¿Quieres una copita,
Antonio?

Antonio: No, gracias, no quiero llegar hoy a Los Ángeles y


mañana no poder cantar en la audición que van a
hacer Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y… y…
el otro… qué vaina…

Luciana: José Carreras.

Antonio: Siempre se me olvida su nombre.

Luciana: A ti solamente no, a todo el mundo. Este es un


Medoc, Grand Cru De Bordeaux. Se dice que el
gran tenor Enrico Caruso, se tomaba media copita
antes de salir a cantar.

Antonio: Nunca oí nada de eso. Además, Caruso era italiano,


de Nápoles, por qué iba a estar bebiendo un vino
francés. Esos son mitos que inventa la gente. ¡Pero
qué hambre! Espero que Rita traiga de una buena
vez ese pato laqueado que prometió. Si se retrasa,
como siempre, hay que comerse a Rita para que
aprenda a llegar a tiempo.

Luciana: Pero come de estos entremeses que preparó Gra-


ciela y lo degustas con el Medoc. Te aseguro que
este caldo Medoc, tiene un color, una textura, un
olor y un saborcillo que complacería a los dioses.

84 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: ¿No escuchaste que no puede beber? Le afectaría
la coloratura del lenguaje musical. Ah, Toñito,
pero esta ensalada de rúcula con piña y almendras
tostadas, te aplacarán el hambre. Y luego bebes de
este jugo de limón con jengibre y agua de rosas.

Antonio: Sí, picaré alguito de cada cosa. (Comiendo mucho.


Luego bebe jugo) El jugo es una maravilla, exquisito.
Además no hay nada mejor que el jengibre para las
cuerdas bucales.

Yuleisi: Ni para la coloratura, la desinfecta en un dos por


tres.

Antonio: En verdad que, al apenas tener tiempo, me sentaré


a explicarte lo de la coloratura porque no estás
utilizando la palabra muy bien que digamos. ¡Qué
broma con Rita que no llega!

Yuleisi: Le mandaré vibraciones mentales para que se


venga ya.

Antonio: (Comiendo) Yo creo que mejor la llamas a su


celular, porque Rita debe tener sus vibraciones en
modo de espera. (Ríe. Come)

Luciana: Ella está cerca, ahí mismo, en la concentración.

Antonio: (Comiendo) ¿Cuál concentración?

Luciana: La concentración que tienen en Pdvsa por los


despidos de los gerentes petroleros que hizo el
presidente Chávez por televisión.

Colección Mirando al tendido 85


Antonio: ¿Y qué tiene que ver Rita con los gerentes
petroleros? (Sigue comiendo)

Yuleisi: Fue a llevarle comida a Rigoberto, quien es uno de


los que expulsaron. De ahí se venía para acá. (Bebe)

Antonio: ¿A Rigoberto? ¿Al anterior esposo de Graciela?

Luciana: Sí, a la bestia.

Antonio: Rita tiene que definirse. No se puede ser amigo de


alguien que le hizo tanto daño a un ser tan bueno
como Graciela.

Luciana: Estoy de acuerdo contigo, pero Rita no me hace


caso.

Antonio: Así sería el daño que le hizo, que jamás Graciela


habló de ello. Al menos a mí no me contó nada ¿y a
ti?

Luciana: (Brinda) ¡Salud! (Bebe) Ni una palabra. Cuando


lo supe, ya Graciela había echado a Rigoberto
a la calle, le había lanzado todas sus cosas por
la ventana y buscó a la hermana de Rita que es
abogado para que le hiciera el divorcio.

Antonio: Así que despidieron a Rigoberto. Bien hecho. ¿Por


qué no me pasas ese rollito de jamón pata negra
con trufas que luce apetitoso? Yo no sabía nada de
esos despidos. Como me radiqué en Miami, con
Green Card y demás, me desprendí de este país
y estoy dedicado a mi Bel Canto. Sólo vengo por
ustedes y a cobrar lo que produce la hacienda que

86 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


heredé de papá. Desde un principio supe que un
tipo tan de mal gusto, tan mal vestido y sobre todo
tan mal hablado, como presidente, no le traería
nada bueno a Venezuela. (Come) Por cierto, el
señor ese, el nuevo esposo de Graciela, ¿no viene
al Baby Shower de su propia hija?

Luciana: (Riendo) Felipe… Felipe Madrid.

Yuleisi: (Riendo) Deja ya los celos, Toñito.

Antonio: ¡Ningunos celos! Es que aquí entre nos, ella merecía


otro esposo… uno con más futuro, no un fotógrafo
de fiestas de cumpleaños que no tiene dónde caerse
muerto, mientras que Graciela es una empresaria
exitosa.

Luciana: Toñito, no hables de lo que no sabes. Graciela lo


ama y quería casarse y más cuando supo que estaba
embarazada.

Yuleisi: Él aceptó con la única condición de que se casarían


con separación de bienes.

Luciana: Además, él no es fotógrafo de fiestas de cumpleaños,


es reportero gráfico. ¡Final del Medoc! Me voy a
dar un respirito porque tomar sola es un fastidio.
Esperaré a Rita que es de buen beber, pero mientras
un shot de Grappa para hacer llevadera la espera.
(Se lo sirve y comienza a tomárselo lentamente)

Antonio: A mí me parece un tipo descortés. Ni siquiera nos


preguntó qué nos parecía el nombre para la niña,
sino que listo, le puso Esperanza.

Colección Mirando al tendido 87


Luciana: Él nada tuvo que ver con el nombre. Fue Graciela
quien le manifestó de manera tajante: «Se llamará
Esperanza». Y listo. Él ni discutió.

Yuleisi: Tú sabes cómo es Graciela, si ya lo había decidido


no habría forma de hacerla cambiar de parecer.

Suena el teléfono. Luciana contesta.

Luciana: ¿Aló? (Escucha) Rita, mija, por fin. Te e… esta…


(Escucha) ¿Qué? (Escucha) Cálmate… cálmate… si
hablas así de rápido no te entiendo…

Yuleisi: Ay, ay, se me está llenando la vejiga. Me estoy


sintiendo mal. ¡Om!

Antonio: ¡Dile que traiga de una buena vez el pato laqueado!

Luciana: (Escucha) No, no estoy bebiendo. Te lo juro. Es que


Antonio y Monique, no me dejan oír. (Escucha)
¿Qué? ¿Estás llegando al hospital? ¿Qué? No puede
ser… ¿le dispararon?

Antonio: ¿A quién le dispararon?

Luciana: (Escucha) ¿En la televisión? (A Antonio) Prende


la televisión, parece que los chavistas le están
disparando a la concentración.

Antonio: ¿Los chavistas se vinieron para Chuao a dispararles


a los gerentes petroleros? ¡Son unos desgraciados!
¡Pura chusma! (Va hacia la mesa y trae una bandeja
grande de entremeses y se sienta a comer frente al
televisor apagado)

88 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: Om… Om… Om, no aguanto la vejiga… Om.

Luciana: Un momento, Rita, coloco el teléfono en manos


libres porque aquí no hay nadie que encienda el
televisor.

Luciana coloca el teléfono en manos libres. Enciende


el televisor. Antonio mira la televisión mientras
come con gula.

Yuleisi camina repitiendo el mantra «om» y luego se


sienta al lado de Antonio, con las piernas entrecruza-
das y haciendo un esfuerzo grande para no orinarse.

En la televisión vemos la imagen de una multitud


en el centro de Caracas. Vemos la secuencia donde
el fotógrafo Tortosa cae fatalmente herido por un
francotirador. De seguidas, una persona disparan-
do y protegiéndose junto con otras desde el puente
Llaguno. Inmediatamente repiten la imagen del fo-
tógrafo Tortosa cayendo muerto. De nuevo repiten
la imagen de una persona disparando y protegién-
dose junto con otras en el puente Llaguno. Luego
vemos a una mujer con franela amarilla a quien el
cabello se le vuela hacia atrás y cae víctima de otro
disparo. De inmediato, retoman la misma imagen
del hombre disparando y protegiéndose junto con
otras desde puente Llaguno. Mientras Rita, desde
el teléfono, dice insistente: «Aló, aló».

Rita: (Voz desde el teléfono) ¿Aló? ¿Aló? ¿Lo están viendo?


Lo pasan a cada rato. ¿Ven cómo le disparan a la
gente desarmada? ¿Ven cómo mataron a ese señor
fotógrafo?
Colección Mirando al tendido 89
Antonio: ¡Coño, que alguien haga algo! Esos zarrapastrosos
chavistas están matando a todos. (Come
desaforadamente)

Luciana: Pero no sale Felipe. ¿Cómo sabes que también le


dispararon a Felipe?

Rita: (Voz desde el teléfono) Bueno, es que yo llamé a


Felipe para saber cómo estaba, pero me contestó
una periodista que andaba con él. Me dijo que a
Felipe le dispararon en la cabeza y que lo habían
llevado al hospital de Catia, sobre una moto.
Pobrecito.

Yuleisi: Ay, ay, ay, tengo que ir al baño. Tengo que orinar.
Ya yo tenía un presentimiento terrible desde que
llegué. Felipe murió. Los espíritus me lo acaban
de decir. (Corriendo hacia el baño) Me orino, me
orino, me orino. (Sale)

Rita: (Voz desde el teléfono) Ya llegué al hospital de


Catia. Esto es una loquetera de gente corriendo y
ambulancias y motos. Ojala la periodista se haya
equivocado. Ay… ay… (Grita de dolor) Ay, Felipe…
Felipe…

Escena 3

Entra Graciela, que se queda parada a la entrada


de la habitación sin entender lo que sucede. Está
embarazada y se soba el vientre con una mano y
con la otra se sostiene en el umbral de la puerta.

Graciela: ¿Qué pasa con Felipe?

90 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Se congela la escena 3.

Apagón rápido en área 1.

Escena 4

Área 2

6 de agosto de 1982. Se ilumina de inmediato área 2.


Es de día. Entra Gerry, con toga, birrete y medalla.
Lleva una pequeña, labrada y exquisita, botella de
plata en una mano y en la otra una carpeta con
los papeles de su discurso. Camina erguido hacia
el pódium, pero se puede notar que ha bebido. Se
escuchan aplausos. Se coloca tras el pódium, revisa
micrófono.

Gerry: Aló… aló… probando… Gracias… gracias… (Abre


la carpeta con los papeles del discurso. Lee) Ilustre
presidente de la República de Venezuela, admirado
Rector y autoridades que lo acompañan;
condiscípulos que hoy 6 de agosto de 1982 nos
estamos graduando de ingenieros, amigos todos.
Por haberme graduado Suma Cum Laude, me toca
a mí decir el discurso a nombre de todos mis
condiscípulos. (Lee) «¿Qué es un ingeniero? Existe
una pequeña controversia en cuanto se refiere al
término ingeniero. Algunos dicen que viene de
“ingenioso”, en un sentido de capacidad mental de
innovación, mientras otros afirman que proviene
de constructores italianos de “ingenios” (máquinas
de guerra). Algunos sostienen que deriva de la
palabra en latín…» (Da un traspié, se le caen los
papeles del discurso. Se agacha a recogerlos.
Colección Mirando al tendido 91
Aprovecha para beber de la pequeña botella de
plata. Trata de ordenar los papeles en la carpeta
mientras permanece hablando) Sí, me gradué
Suma Cum Laude, yo, que nunca me gustó la
ingeniería ni para remedio. Me gradué porque
tenía que seguir la tradición familiar por parte de
mi padre… pero más que eso, se lo había prometido
a mi madre. Mi madre era una santa. Ella dio a luz,
seguiditos, a dos varones, a una hembra, y a mí. (Se
escuchan carcajadas) ¿No entiendo por qué se
ríen? Ah, sí claro, ahora sí entiendo. (Ríe) En
realidad no quise decir eso. (Bebe) Le prometí a mi
mamá que me graduaría y aquí estoy. Ya cumplí.
Mi madre murió el año pasado. (Bebe) Disculpen…
es para darme valor… no acostumbro a hablar en
público… (Risas del público) En realidad jamás lo
había hecho. Mi papá sí. Él es, como todos ustedes
saben, el Rector. Bendición, papá. Sí, ese es mi
papá… es un gran ingeniero y arquitecto, como lo
fueron mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo, y
hasta mis tíos. Pero mi papá creo que es mejor que
todos ellos juntos, pues ha diseñado y construido
palacios, edificios, casas, urbanizaciones y hasta
mansiones para cuando los presidentes de
Venezuela se retiran, no aquí, en otras partes del
mundo. Mi papá, toda su vida ha estado
construyendo algo… creo que hasta construyó las
Cuevas de Altamira. (Se escuchan risas. Bebe)
Nunca estaba en casa. (Arreglando los papeles) Es
que, como mi papa estaba construyendo el mundo,
nunca lo veía. A mi mamá sí. Se murió el año
pasado. Creo que ya lo dije. (Bebe. Se levanta y se

92 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


fija en alguien del público) Hola Luciana. Se graduó
de ingeniero aeronáutico. Ella ama volar. Ya pronto
estudiará para piloto. ¿A quién más logro ver? Sí,
ahí está. Se llama Graciela. Es mi más grande
amiga, nos queremos como hermanas, digo, como
hermanos. (Risas. Bebe) Se está graduando de
ingeniero civil. Ah, y a su lado, Rigoberto Mujica,
su novio. Ella lo llama su Príncipe Azul. Él se
gradúa de ingeniero petrolero. Mujica, eres
igualitico a tu papá, no en lo f ísico, no, no te
pareces mucho. Sino en lo apendejeado que estás.
Tú sabes que en el petróleo es que está el biyuyo.
Estás agüevoniaíto, Mujica. (Ríe. Se escuchan
risas) El papá de Rigoberto, quien hoy nos hace el
honor de acompañarnos, es el ministro del
Petróleo. ¡Salud, ministro! (Bebe) ¡Un aplauso para
el ministro! (Se escuchan risas. Uno que otro
aplauso. Toses que denotan incomodidad) A ver, a
ver, ingeniero Graciela e ingeniero Rigoberto
Mujica, ya que la próxima semana se casarán,
deberían saber la respuesta a esta pregunta para
que su matrimonio sea feliz. ¿Cuál es la diferencia
entre los ingenieros mecánicos y los ingenieros
civiles? (Espera) Ya Rigoberto se rindió y me está
diciendo con la cabeza que no sabe. Ah, pero el
ingeniero Graciela me está amenazando con el
puño. Así es ella. Prepárate Rigoberto, lo que te
espera. Mi amiga es de armas tomar. Es buzo, cinta
negra en karate, se lanza en Ícaro, esquía en nieve
desde montañas altísimas, maneja bicicleta
montañera, hace rapel, y pronto será paracaidista.
Para Graciela ningún deporte de riesgo le es ajeno.

Colección Mirando al tendido 93


(Risas del público) Es muy fácil saber la diferencia
entre los ingenieros mecánicos y los ingenieros
civiles. Los ingenieros mecánicos construyen
armas y los ingenieros civiles construyen los
blancos. (Risas del público. Nota a alguien entre el
público) Ahí está la ingeniero químico Yuleisi
Pérez. Ella, más que yo, se merece estar aquí arriba
hablándoles a ustedes. Yuleisi es de Barlovento.
Estudió en una escuela y un liceo público y optó
por una beca para esta carísima universidad y la
ganó. Que ella sea de Barlovento es importante por
el esfuerzo. ¿Ustedes se imaginan levantarse de
madrugada y venir a Caracas, a la universidad, sin
faltar ni un solo día? Y no sólo eso, al mediodía
trabaja en el cafetín de la universidad. Solamente
por dos puntos que saqué en mis notas más que
ella, es que estoy hoy acá. Te regalo mis puntos,
Yuleisi. Tú eres mejor que yo. Mejor que todos los
que nos estamos graduando. Ajá, no te me
escondas, Antonio, que ya te vi. Antonio es mi
mejor amigo. Sí, ese, el que casi se está hundiendo
en la butaca para que yo no hable de él. Canta
como un canario. Se graduó de ingeniero civil. No,
no te escondas, no te haré ninguna pregunta, yo
respeto tu seriedad. (El público ríe. Bebe) Ah,
Antonio, yo sabía que tenía que contarte algo.
Fíjate que el otro día defendí nuestra profesión
porque, en la plaza del rectorado, estaban
discutiendo, sobre Dios y el diseño del cuerpo
humano, un estudiante de ingeniería mecánica y
otro de ingeniería eléctrica. Uno afirmaba que
Dios era un ingeniero mecánico, que se diera

94 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


cuenta de lo perfecto de las articulaciones, de los
huesos, de las manos, del esqueleto. Ah, pero el
estudiante de ingeniería eléctrica le replicaba que
no, que Dios era un ingeniero eléctrico, que se
fijara en el sistema nervioso, en lo complejo del
cerebro. Entonces yo intervine, Antonio, y les dije
que no, que Dios era un ingeniero civil pues a quién
más se le podía ocurrir poner un desagüe toxico al
lado de un área recreativa. (Risas. Aplausos. Más
risas. Toma los papeles, los utiliza como visor.
Llama) ¡Rita! ¡Rita! ¡Ingeniero Rita! (Bebe) Ni para
su graduación llega a tiempo. Seguro que terminó
tarde de cocinar. Esta noche vamos a comer a su
casa para celebrar. Es una cena exclusiva para La
Pandilla del Buen Comer, para nosotros pues. Así
nos llamamos. La Pandilla del Buen Comer. Somos
como usted, excelentísimo presidente de la
República. Sí, miren cómo se ríe, picarón. Todos
saben que usted no lo piensa dos veces cuando de
comer se trata. Es más, mi papá, cuando usted lo
va a visitar, llama a tres chefs porque usted le da
duro a la papa. Fíjense que una vez, el señor
presidente nos visitó en la hacienda y mi papá
mandó a sacrificar una ternera y de vainitas no se
la comió él solo. Digo, de vainitas no se la comió el
presidente, no mi papá. (Se escuchan risas,
carcajadas. Gerry aprovecha y se toma un trago
largo) A ver, a ver. (Llama) ¡Rita! (Espera. Bebe)
Cocina divino, la ingeniero Rita. Pero, más que
eso, tiene un cuerpazo Rita. Ella… ella es como la
definición matemática de lo que es una mujer. Ella
es un conjunto de curvas peligrosas que ponen

Colección Mirando al tendido 95


recta una parábola. (Más risas. Aplausos) Bueno,
ahora sí. Voy a seguir, porque Rita no aparece y
todos queremos irnos a celebrar. (Lee) «¿Qué es un
ingeniero? Existe una pequeña controversia en
cuanto se refiere al término Ingeniero…» (Lanza
los papeles al aire) ¡Pura paja! (Bebe) ¿Saben en
verdad qué somos los ingenieros? ¡Prostitutas! Sí,
es verdad, f íjense, trabajamos en horas extrañas.
Trabajamos hasta tarde. Generalmente somos más
productivos por la noche y nos pagan para
mantener al cliente feliz. ¡Como las prostitutas! El
cliente paga mucho más, pero nuestro jefe se queda
con casi todo el dinero. ¡Como las prostitutas! Nos
recompensan por satisfacer las fantasías de los
clientes. Tienes que brindarles servicios gratis a tu
jefe, amigos y familiares. ¡Como las prostitutas!
(Risas. Aplausos) Hey, hey, señor presidente, para
dónde va, la cosa no es con usted. Usted no es
ingeniero, usted es abogado. No se vaya. Pero…
pero presidente, quédese, no se ofenda conmigo,
en todo caso oféndase con mi papá que le puso el
sobre nombre de Toronto. Sí, fue él, dice que a
usted no se le puede abrazar porque en el lado
izquierdo del paltó guarda como cien torontos y si
uno lo abraza se le aplastan. Oye, Toronto, no te
vayas, mi presi, tranquilo, aquí todos somos
amigos. Toronto, Torontico, quédate, épale. (Se oye
un gran revuelo. Después silencio. Al público)
Coño, como que se arrechó, y mi papá también
porque va corriendo tras él. Bueno, salud.
Felicitaciones, colegas. (Gerry lanza el birrete al
aire. Aplausos. Bebe. Ahora con la botella hacia los

96 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


espectadores) ¡Salud! (Da un gran traspié y se cae
aparatosamente. Risas. Aplausos. Rechiflas. Gran
escándalo y apagón rápido en el área 2)

Escena 5

Área 3

Rápidamente se enciende el área 3. 6 de agosto de


1982. Es de noche. Entra Antonio, con toga y birrete,
llevando un minicomponente de sonido. Tras de
él, también con toga y birrete, Luciana, agotada,
carga con dificultad una caja con botellas de vino,
otra con copas y varias bandejas envueltas en papel
celofán que contienen infinidad de pasapalos. Casi
no se le ve la cara por todo lo que lleva.

Antonio: Al paso que vas, no vamos a llegar nunca.

Luciana: Pero bueno, ayúdame.

Antonio: Jamás. Tú misma me has exigido que haya igualdad


en los sexos. Que nada de mujer débil y hombre
fuerte. Te estoy apoyando en tus ideas. Si te ayudo
te estaría humillando.

Luciana: Pues, humíllame, porque se me va a caer todo esto.

Antonio: Está bien, está bien. ¡Qué fastidio! Luego se quejan


y hablan de la liberación femenina. (Antonio toma
la bolsa más pequeña, casi mínima, que lleva
Luciana y continúa caminando)

Luciana: Pero, Antonio, esa es la bolsa de servilletas.

Colección Mirando al tendido 97


Antonio: Ah, no, exigencias no.

Luciana: Es que ya no puedo.

Antonio: Yo cargo este minicomponente de sonido que


compré en Miami y no me quejo. Lo último en
tecnología. Funciona con pilas. Es que Rita con ese
pickup del año de la pera y que todavía usa discos
de acetato, nos iba a arruinar la fiesta. De todas
formas ya llegamos.

Antonio lanza la bolsa pequeña al pie de la escalera


que conduce a la puerta del edificio. Luciana hace
maromas para que no se le caiga lo que lleva.
Antonio se sienta y coloca con gran cuidado el
minicomponente sobre sus piernas y comienza a
revisarlo. Luciana, agotadísima, decide agacharse
y ubicar todo al pie de la escalera.

Antonio: (Reclamándole) ¡Por fin! Aunque no entiendo para


qué colocas todo ahí, si tienes que levantarlo de
nuevo para subirlos donde Rita.

Luciana: Los pongo aquí, para poder tocar el timbre del


intercomunicador. Porque ni te mueves para eso.

Antonio: (Casi cantado y revisando el minicomponente)


Violencia, violencia, tu nombre es mujer.

Luciana toca insistentemente el timbre. Nadie


responde.

Luciana: No entiendo. Ya Rita debería estar acá. ¿Será que


se quedó dormida? Cuando duerme no hay forma
ni manera de despertarla. Cae como una piedra.
98 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero
Antonio: Hagamos un dueto y verás que se despierta.

Luciana: No voy a hacer ningún dueto contigo.

Antonio: Si lo haces te ayudo a subir las cosas.

Antonio pone el minicomponente en su punto. Le


da play y corre y se coloca al otro extremo de donde
está Luciana. Se comienza a oír, a todo volumen:
el dueto Papageno-Papagena, de la ópera La flauta
mágica de Wolfgang Amadeus Mozart. Antonio
se luce haciendo todos los movimientos y bailes
de Papageno, mientras que Luciana se sienta a
reírse y a mirar a Antonio que, extasiado, hace la
mímica de la voz y baila como Papageno. Termina
el dueto. Antonio hace una reverencia al público
imaginario y de inmediato le cae encima una gran
cantidad de agua. Luciana ríe a más no poder. De
todo el edificio mandan a hacer silencio. Protestan.
Alguien grita: «Anda con esa música de mierda a
otra parte».

Antonio: (Ofuscado. Hacia el edificio) ¿Música de mierda?


Es La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart.
¿Oíste? ¡Es Mozart, ignorante!

La furia desde el edificio se intensifica y comienzan


a arrojarle cosas. Antonio, corriendo, toma el
minicomponente y se refugia pegándose a la puerta
de entrada. Luciana no para de reír. Las personas
siguen lanzando cosas y gritándole: «Borracho»
«Desgraciado», «Coño de tu madre» y alguien
amenaza con llamar a la policía. Luego se hace
silencio. Antonio deja el minicomponente a la
Colección Mirando al tendido 99
puerta de entrada del edificio. Se acerca a Luciana
quien lucha por no reír. Se sienta a su lado.

Antonio: (En voz baja) ¿Te das cuenta? Por eso es que este
país no progresa, por la ignorancia, por la falta de
cultura.

Luciana: Déjame pasarte esta toallita, te salpicaron toda la


toga.

Antonio: Un país que no conozca el dúo de Papageno y


Papagena, siempre será subdesarrollado.

Luciana: Es que ya son las nueve de la noche, mañana tienen


que trabajar.

Antonio: No es eso. Es que seguro están pegados viendo la


telenovela. Esa es la máxima expresión de cultura
de este pueblo.

Luciana: Bueno, ya cálmate.

Antonio: Cómo puede vivir Rita en este edificio de


marginales.

Luciana: Has una respiración profunda como dice siempre


Yuleisi.

Antonio: El día comenzó mal desde que Gerry nos puso a


todos en ridículo con ese discurso.

Luciana: A mí me pareció divertido.

Antonio: Ofensivo diría yo, y no sólo para nosotros sino


hasta para el presidente, que se marchó en pleno

100 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


acto con el ministro del Petróleo y todos sus
séquitos. Gerry está cada día peor. No sé cómo
Yuleisi puede estar enamorada de él.

Luciana: Es que él es considerado, amable, solidario, y sobre


todo siempre la trata como una dama, pero hasta ahí.

Antonio: Cómo qué hasta ahí.

Luciana: Que nunca han intimado.

Antonio: ¿En todos estos cinco años, nada? Ni un besito.

Luciana: Sí, besitos sí… un piquito o dos, y eso porque ella


se los robó.

Antonio: ¡Él es así como excéntrico… medio raro, diría yo!

Luciana: No, sino que Yuleisi me contó que él le dijo que aún
no está preparado para una relación. Que cuando
él lo esté, ella será la primera en saberlo.

Antonio: Discúlpame, pero para mí, Gerry es un raro.

Luciana: No. Es un romántico.

Antonio: Un raro de los más raros.

Luciana: Ese machismo tuyo, Antonio. Cualquier hombre


que sea delicado con una dama, que quiera esperar
y conocerla más para hacer el amor con ella, para
ti es un raro.

Antonio: Fíjate que, luego de la natación, jamás se ha bañado


en las duchas. Yo, en mi vida, le he visto desnudo.

Colección Mirando al tendido 101


Luciana: Entonces el raro eres tú.

Antonio: ¿Yo, por qué yo?

Luciana: Porque quieres bañarte en las duchas con él y verlo


desnudo.

Antonio: Muy graciosa. Yo con eso nada que ver. Es una


cuestión de formas, de diseño, por eso soy
ingeniero civil.

Luciana: Ay, Antonio, el amor tiene muchas formas.

Antonio: Un hombre y una mujer, es el único diseño válido


para mí.

Luciana: Como por ejemplo, Antonio y Graciela.

Antonio: Exacto. Lástima que ella escogió a ese patán de


Rigoberto Mujica. Ese es un burro con plata, sólo
eso. Además, tú que dices ser mi amiga, nunca me
ayudaste con ella.

Luciana: Sí lo hice, Antonio. Y ella hasta te invitó a salir.

Antonio: ¿A salir? Tú llamas salir a encaramarse en una


bicicleta y recorrer carreteras de tierra y subir
cuestas y peñascos y ser perseguidos por los
perros. Con el perdón de la palabra, el culo y las
bolas me dolieron un mes. Luego la invité a la
ópera y se durmió. Se fastidió. La semana siguiente
me invitó a hacer un curso para volar en Ícaro y
que así la acompañaría en sus vuelos. ¡Ni de vainas
acepté! El volar es para los pájaros. Mira, por qué
no aprovechamos y me sigues enseñando italiano.

102 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Luciana: Pero antes voy a destapar esta botella de Prosecco,
tengo una sed.

Antonio: Está bien, destápala y de paso me sirves uno de


esos pasapalos y cremitas que hace Graciela y que
le quedan tan ricos. Me muero de hambre.

Antonio se sienta al pie de la escalera. Luciana


descorcha la botella. Apagón rápido en el área 3.

Escena 6

Área 1

Martes 4 de febrero de 1992. Es de noche. De


inmediato se escucha, a todo volumen, desde un
pequeño equipo portátil, «Non, je ne regrette rien»
en la voz de Édith Piaf. De espaldas al público,
vemos a Édith Piaf, cantando. Casi para terminar
la canción, se gira y podemos ver que es Gerry, con
peluca de mujer y perfectamente maquillado como
la cantante.

Escena 7

De su habitación entra Graciela hecha una furia


y hablando por celular. Viste pantaletas, sostén,
chancletas y lleva rollos en la cabeza con ganchos
de diferentes colores. A su paso, gritando por el
celular, de un manotazo apaga el pequeño equipo
de sonido y se deja de escuchar la música.

Graciela: (Hablando por el celular) ¡Bestia, contesta! ¡Sé


que estás ahí! ¡Contesta el teléfono! No encuentro
mi peluca plateada en ninguna de las cajas, ni
Colección Mirando al tendido 103
tampoco las chapaletas, ni el tanque de buceo. ¡No
encuentro nada! Si no quieres que me aparezca
donde vives ahora con la carajita esa que es veinte
años menor tú, evítate líos conmigo y devuélveme
mis cosas. Estoy dispuesta a contarle a ella el por
qué nos divorciamos. ¡No me provoques! ¡Enfermo
sexual! ¡Bestia! ¡Voy a volver a llamar en un rato
y espero que contestes! ¡Bestia! (Cuelga y camina
enfurecida)

Gerry: (Pausa corta) Me imagino que contarle a esa


muchacha el por qué se divorciaron, lo dijiste sólo
para asustar a la Bestia.

Graciela: Por supuesto. La Bestia tiembla cuando le digo eso.


En el tribunal no dijo ni media palabra. Aceptó
todas mis condiciones. Pero, ¿por qué lloras?

Gerry: Es que yo… todavía… me siento culpable.

Graciela: No, Gerry, ya te lo dijo el psiquiatra. Nada de


sentirnos culpables, nosotros fuimos las víctimas.

Gerry: Si yo no hubiese vivido contigo, nada habría


sucedido.

Graciela: Antes que te mudaras con nosotros yo ya me sentía


rara.

Gerry: ¿Rara?

Graciela: Sí, como atontada en las mañanas y con dolorcito


de cabeza.

Gerry: ¿Ya te lo hacía?

104 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela: Antonio me contó que lo había visto de madrugada
en una discoteca, besándose con una muchacha. ¡Y
no le creí!

Gerry: Normal que no le creíste, pues siempre ha estado


enamorado de ti.

Graciela: Es que no fue sólo Antonio, hasta Luciana me


comentó que una vez lo había visto en el aeropuerto,
también de madrugada, recibiendo a beso tendido
a una muchacha mucho más joven que él. Le dije
a Luciana que eso era imposible, que Rigoberto no
salía de casa y menos de madrugada. Que si hubiese
sido él lo habría sabido porque siempre dormíamos
abrazados y así nos despertábamos. ¡Me abrazaba
el muy canalla! Pero Luciana insistió y lo que más
me enerva es que lo defendí y le reproché a ella
que si en verdad era Rigoberto, por qué no se había
acercado a él, por qué no lo había desenmascarado
ahí mismo. Hasta quise terminar mi amistad con
ella por mentirosa. Pobrecita. Ella me contestó
que no se acercó a él, que no le reclamó, porque ya
estaba retardada y que tenía que abordar el avión
en la que iba como copiloto.

Gerry: Luciana es fuerte. Si no hubiese sido por eso, lo


confronta.

Graciela: Después que le dije a Rigoberto que te venías a


vivir un tiempo con nosotros, él se opuso. Claro,
si tú vivías aquí te podías dar cuenta. Pero yo le
insistí y me impuse porque no te iba a dejar que te
quedaras viviendo en la calle como un mendigo.

Colección Mirando al tendido 105


Gerry: Y desheredado, Graciela. Cuando le conté a mi
papá que yo en el fondo era una mujer y que me
convertiría en una, se enfureció, se puso como loco
y me echó de la casa, en plena noche y sin ningún
dinero. Mientras me empujaba y me sacaba de la
casa me gritaba: «Prefiero tener un hijo ladrón, que
marico». Fue horrible. Pasé la noche en el parque,
llorando. Al otro día fui a sacar dinero, pero ya él
había bloqueado mis tarjetas. Si no hubiese sido
por ti que me ayudaste, no sé qué habría hecho. Y
que desgracia que vino a pasar… lo que pasó.

Graciela: No llores más. Lo lamento.

Gerry: Yo soy quien lo lamenta.

Graciela: No. Tú eres una víctima.

Gerry: Gracias, eres un amor.

Graciela: No, tú eres un amor. Eres muy especial.

Gerry: No soy especial, sólo soy de edición limitada.

Ríen. Se abrazan.

Graciela: Eres la hermana que no tuve. (Camina molesta)


¿Dónde habrá metido la Bestia mi peluca plateada?
¡Me enfurece! Ese degenerado, esa bestia… ese
burro con plata, como le dice Antonio. Fui una
estúpida. ¡Una estúpida!

Gerry: Estúpida no. Estabas enamorada, eso es todo.

Graciela: Eso verdad. Cuando una está enamorada, no logra


ver. Jamás me volverá a pasar. Si no hubiese sido

106 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


por Yuleisi que me dijo que lo vio en el Ávila donde
ella había ido a meditar, saliendo abrazadito del
monte con una muchacha que podía ser su hija, ya
no tuve dudas.

Gerry: Sí. Yuleisi nunca miente. Ella está muy


comprometida con eso del espiritismo, de los
cultos, de… no sé cómo llamarlo porque salta de
una religión a otra.

Graciela: Lo que no entendía era cómo yo no lo sentía irse.


Empecé a pensar y me di cuenta. Ah, la bendita
infusión de toronjil de las nueve de la noche.

Gerry: Y yo también, con mi ingenuidad, me pareció un


gesto tan lindo de su parte que hasta a mí me la
sirviera. Ahora no la puedo ni oler.

Graciela: Ese día le dije que me la tomaría en mi habitación,


pero no lo hice. La boté toda en la poceta y me
acosté.

Gerry: Yo sí me la tomé hasta el fondo. Y repetí tres veces


más.

Graciela: Se desvistió, se acostó y me abrazó, como siempre.


Me quedé despierta. Sin moverme. Luego de las
diez de la noche empezó a dejar de abrazarme. Me
movió. Me sacudió un poco más fuerte y hasta me
habló al oído: «Graciela, Graciela, mi amor». Como
yo no me moví, se confió. Lo sentí levantarse. Me
puse atenta a ver si se vestía, pero no lo hizo. Pensé,
claro, es que guarda en el vestier del pasillo la ropa
con la que va a salir. Me puse más atenta aún para

Colección Mirando al tendido 107


escuchar cuando estuviera abriendo la puerta de la
calle y ahí me iba a levantar de un salto. Pero nada.
Entonces me levanté en silencio y cuando iba a la
sala lo vi en tu cuarto… sobre ti.

Gerry: ¡Qué vergüenza! ¡Qué pena contigo! ¡Te juro que


no sentí nada!

Graciela: Qué ibas a sentir con la cantidad de Rophinol


molido que te echó en la infusión. No le bastaba
con las secretarias, con las empleadas que eran
todas unas carajitas, sino que contigo también. Ahí
mismo le brinqué y lo patee hasta por el blanco
del ojo, pero la arrechera no se me pasaba. Corrí
a buscar el arpón de buceo para matarlo y cuando
me vio que lo apuntaba salió a la calle desnudo y
pidiendo auxilio.

Gerry: Y yo durmiendo. Todo ese dolor tuyo y yo


durmiendo. Jamás llegué a sentir nada. El mareíto
en las mañanas sí, y claro, cierto dolorcito atrás
también, como un pesito. Ay, no, ya no recordemos
más.

Graciela: Tienes razón. Hoy es un día para celebrar. Ya me


salió el divorcio y hoy, a las 12 y un minuto del 4
de febrero del 2002, inauguraremos esta nueva
casa con una fiesta de pre carnaval con toda La
Pandilla del Buen Comer. Aquí seremos felices y
comenzaremos una nueva vida.

Gerry: Sí, porque hoy también les anunció a toda La


Pandilla del Buen Comer, mi decisión de cambio
total de sexo.

108 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela: No, no, y no.

Gerry: ¿Pero por qué no? Desde que se lo dije a mi papá,


lo asumí. Además es parte de las diferentes etapas
por las que tengo que pasar antes de la operación.
Decirles a mis amigos que seré una mujer.
Que empezaré a vestirme ya como mujer, que
comenzaré mañana el tratamiento con hormonas.
Mi psiquiatra está de acuerdo.

Graciela: Y yo también, pero hoy no. Le haría mucho daño a


Yuleisi. Ella me llamó feliz porque piensa que hoy
vas a anunciar que te casarás con ella.

Gerry: Te juro por este puño de cruces que no le dije eso. Le


comenté que hoy iba a aprovechar la inauguración
de esta casa y la celebración de tu divorcio, para
anunciar la decisión más importante de mi vida.

Graciela: Pues, para Yuleisi, esa decisión es que anunciarás


tu matrimonio con ella. Así que mejor, mañana
la invitas a salir a almorzar y hablas con ella en
privado. Ah, pero te vistes como hombrecito
aunque sea por última vez. Te prometo que luego
haremos una cena especial, solamente para que se
lo comuniques a los demás.

Gerry: Tienes razón. Ay, pero no traje ningún disfraz,


pensaba recibirlos con este fabuloso vestido tuyo…
y cantando como Édith Piaf.

Graciela: No te preocupes. Anda a mi habitación y te pones


el uniforme camuflado, el de cazador, el que usé
cuando fui de safari a África. Está sobre la cama.

Colección Mirando al tendido 109


Gerry: Está bien. ¿Te gustaron mis regalos de divorcio?

Graciela: La colección de salsa con las canciones de Rubén


Blades, Héctor Lavoe, Willie Colón, en fin, la de
todos ellos me encantó.

Gerry: ¿Y los de Édith Piaf?

Graciela: Esa me mató. Es una belleza.

Silencio.

Gerry: ¿Y lo otro?

Graciela: (Ríe) Sabía que querías llegar a eso. Pues te diré


que… (Acercándose al tubo para hacer pole dance)
el poste para Pole Dance… ¡Me fascinó! Es más,
mañana mismo comienzo a practicar. Quiero estar
en forma para la próxima vez que me case, pues no
pienso quedarme para vestir santos, y menos sin
hijos. Y si no me caso, luego de los treinta tendré
un hijo aunque sea yo sola. Me busco un hombre
para eso y ya.

Gerry: Conmigo no cuentes.

Ríen. Pausa larga.

Gerry: ¿Sabes? Lo único malo es que, aunque me opere,


nunca seré una mujer completa. Nunca seré mamá.

Graciela: Pero cuando yo lo tenga, serás tía.

Gerry: Sí, qué felicidad.

110 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela: Si pudieras tener hijos, ¿cómo los llamarías?

Gerry: Eso sí que lo he pensado bastantísimo. Si fuera


mujer, mujer completa me refiero y pudiera tener
un hijo, lo llamaría Richard. Como Richard Gere.
¿Verdad que él es bello?

Graciela: Súper. ¿Y si fuera niña?

Gerry: La llamaría Esperanza.

Graciela: ¿Esperanza?

Gerry: Sí. Porque siempre, en la vida, aunque una crea que


ya no puede más, siempre hay esperanza. Por eso
la llamaría así. Esperanza.

Pausa corta.

Graciela: Mira la hora. Anda a cambiarte que ya deben estar


por llegar.

Gerry: Pero en esta semana vamos al oftalmólogo para


que te empieces a tratar tu dolencia.

Graciela: ¿Dolencia? ¿Cuál dolencia? Yo veo perfectamente.

Gerry: El daltonismo.

Graciela: Pero yo no padezco de daltonismo. ¿De dónde


sacaste eso?

Gerry: Ah, porque las daltónicas son las únicas que no


distinguen entre un viejo verde y un príncipe azul.

Graciela: (Riendo) Bobita.

Colección Mirando al tendido 111


Gerry: Bobita tú.

Ríen y van saliendo hacia la habitación de Graciela.

Apagón rápido área 1.

Escena 8

Área 3

Rápidamente se enciende el área 3. Es la misma


fecha del 6 de agosto de 1982. Noche avanzada.
Hay varias botellas de Prosecco vacías en el piso,
así como bandejas sin un solo resto de pasapalos.
Luciana se encuentra sola y sentada en el suelo.
Bebe del pico de la botella. Ya está casi ebria.

Escena 9

Entra Yuleisi, vistiendo toga y birrete. Trae un


pequeño envase plástico con ensalada de quinua.

Yuleisi: ¡Que tu Ángel de la Guarda sea contigo, Luciana!

Luciana: Y con el tuyo. ¡Salud! (Bebe)

Yuleisi: ¿Qué pasó aquí? ¿Rita se peleó contigo porque otra


vez te pusiste a beber mucho?

Luciana: No.

Yuleisi: ¿Eres la primera en llegar?

Luciana: Llegué junto con Antonio.

Yuleisi: ¿Y dónde está?

112 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Luciana: Vino Rita corriendo y le pidió que la acompañara
a casa de Paola, la que es abogado, para que los
ayudara a sacar a Gerry.

Yuleisi: ¿Sacarlo de dónde?

Luciana: De la cárcel, pues.

Yuleisi: Ay, Dios proteja a mi amor. Con lo sensible que es.


¿Pero por qué está en la cárcel?

Luciana: Se lo llevó preso la Guardia de Honor Presidencial


y de ahí lo pasaron a los calabozos de la Disip por
faltarle el respeto al Presidente.

Yuleisi: Pero Gerry no se metió con él. Además estaba


bebido.

Del edificio, molestos, ordenan hacer silencio.

Yuleisi: (Hacia el edificio) Disculpen, disculpen. (A Luciana,


en voz baja) Vámonos ya a donde tienen a mi pobre
Gerry. Debe estar muy compungido, pobrecito.

Luciana: Ya lo soltaron, nos esperan en casa de Antonio. La


fiesta se cambió para allá porque está más cerca de
la cárcel. (Ríe. Bebe)

Yuleisi: No deberías beber tanto. Mientras estás bajo la


influencia del licor te queda abierto el Manipura.

Luciana: ¿El maní qué?

Yuleisi: El Manipura, el tercer Chacra. Está situado en


el plexo solar, en el ombligo. Cuando bebes licor

Colección Mirando al tendido 113


queda abierto el Manipura y no tienes control
alguno sobre él, entonces los espíritus elementales
se aprovechan y entran en ti y te impiden desarrollar
tu poder personal.

Luciana: Cuando no esté borracha me lo explicas mejor,


porque no te entendí nada. Lo que sí me tiene
abierto el ombligo es el hambre, pues Antonio se
devoró todos los pasapalos. ¿Qué traes ahí?

Yuleisi: Es quinua. Toma, come un poco.

Luciana: Parece más bien como trigo sucio.

Yuleisi: No. Es quinua. Te va a gustar. Poca gente la conoce.


Es lo que comían los incas y los hacía fuertes.

Luciana: Sí, se ve, los puso tan fuertes que los españoles los
mataron a todos. Bueno, con hambre no hay mal
pan. Mal no sabe. ¿Y qué vas a hacer en vacaciones?

Yuleisi: Qué vacaciones. No tengo para irme de vacaciones.


Me regreso a Barlovento a ayudar a mis abuelos
con la bodeguita y a mandar currículos a todas
partes.

Luciana: ¿A Barlovento? De ninguna manera. Dime, ¿a


dónde te gustaría ir?

Yuleisi: A la India.

Luciana: ¿A la India? Eso es como quedarse en Barlovento,


pero con elefantes. ¿No te gustaría más bien ir a
París?

114 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: Quisiera ir a la India y bañarme en el Ganges para
purificarme y eliminar todos mis pecados y ya no
reencarnar.

Luciana: ¿Pecados? Pero qué pecado vas a tener tú,


muchachita. Toda La Pandilla del Buen Comer va
a ir a París, así que tú te vienes con nosotros.

Yuleisi: Pero…

Luciana: Nada de peros. Tú también formas parte de la


Pandilla. No vas a tener que gastar nada. La
Pandilla se encargará de todo. Estaremos diez
días comiendo de lo lindo, y no nos quedamos
más tiempo porque al regreso comienzo mi
entrenamiento como piloto de jets.

Desde el edificio les gritan que hagan silencio.


Molestos.

Voz de mujer: (Molesta) Oigan, borrachas. Acaben de irse de una


buena vez que aquí vive gente decente.

Yuleisi: No se preocupe señora, ya nos vamos.

Voz de hombre: (Molesto) Y no vayan a dejar todo ese mierdero de


basura en la entrada del edificio.

Yuleisi: ¡Namasté! ¡Namasté!

Voz de hombre: ¡Mamaste tú, puta!

Yuleisi: Aquí hay tantas vibraciones negativas que ya estoy


a punto de hacerme pipí.

Colección Mirando al tendido 115


Luciana: Vámonos, orinas en casa de Antonio.

Yuleisi: Pero antes vamos a recoger este desastre.

Luciana: (Al edificio) ¡Oigan, a ver si limpian la entrada


de este edificio que parece un chiquero! ¡Sucios!
¡Cochinos!

Desde el edificio comienzan a insultarlas y


lanzarles cosas.

Luciana avanza corriendo unos pasos para huir,


pero Yuleisi se queda paralizada. Luciana se
devuelve, la toma por una mano y la hala.

Luciana: Ven, corre, Yuleisi, corre.

Yuleisi: Me oriné, me oriné, me…

Sale Luciana corriendo y arrastrando prácticamente


a Yuleisi que se mueve con las piernas juntas.
Desde el edificio lanzan cosas y gritan improperios.
Oscuro rápido en área 3.

Escena 10

Área 1

Martes 4 de febrero de 1992

Casa de Graciela. Noche. Se escucha el teléfono va-


rias veces. Apresuradamente y desde la habitación,
entra Gerry, vestido con traje verde camuflado de
militar. En su mano lleva un espejo pequeño y un
lápiz de ceja con el cual se dibuja una barba en el

116 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


rostro. Entre tantas cajas, no logra dar con el telé-
fono. Al fin lo encuentra.

Gerry: (Imita voz de Graciela al contestar el teléfono)


Mansión de la señorita Graciela, a la orden. (Es-
cucha. Ríe. Habla con su propia voz) No, Rita, soy
yo, Gerry. Estaba bromeando. Y tú, ¿dónde estás?
(Escucha) ¿En el aeropuerto? ¿Todavía estás en el
Aeropuerto? ¡No puede ser! Pero Rita, apenas falta
una hora para que sean las doce de la noche del 4
de febrero y empecemos a celebrar el divorcio de
Graciela de… ¿Y no y que llegabas de París a las
diez? (Escucha) ¿Y por qué retrasaron el aterrizaje?
(Escucha) Ah, ok, porque el presidente Pérez lle-
gaba de viaje. ¡Qué abusador! Pero mira, agarra un
taxi… (Escucha) ¿Qué? (Escucha) ¿Y eso por qué?
(Escucha) ¿Soldados? No, nada qué ver. ¿Golpe de
Estado? No, no creas en chismes. Después del Ca-
racazo, todo se ha quedado tranquilo. Sí, sí, es ver-
dad, demasiados muertos en esos días. ¿Qué? Que
te digo que no, que no está pasando nada, aquí
todo está sereno. ¿Ah? Eso te lo dicen los taxistas
para cobrarte de más. (Escucha) Está bien. Agarra
un taxi y le pagas lo que te pida y ven a cocinar. Yo
te compré todo lo que me encargaste. Sí. Sí. No te
preocupes. (Escucha) ¿Sí? ¿Trajiste de esos quesos?
Qué rico. (Escucha) No, Luciana no ha llegado. Es
que a ella la trae Antonio y tú sabes que él para dis-
frazarse, no escatima en detalles. (Escucha) Pero
cómo te voy a decir de qué se disfrazó Luciana si
no ha llegado. No. Yuleisi tampoco ha llegado. Sí,
está bien, te disfrazas aquí. Yo sí me disfracé y Gra-
ciela también lo está haciendo. (Escucha. Ríe) No.
Colección Mirando al tendido 117
No te lo voy a decir. Cuando nos veas ni nos vas a
reconocer. (Escucha. Ríe) Sí, sí, te vamos a esperar.
Anda, pues, no pierdas más tiempo, toma el taxi y
te vienes directo. Kiss. Bye-bye.

Deja el teléfono sobre una caja. Se sienta a continuar


pintándose una barba. Suena, insistente, el timbre
de la puerta.

Gerry: (Como argentino) Decime, ¿quién vive?

Antonio: (Voz, desde afuera) Es Antonio, abre rápido que


vengo cargado.

Gerry: Decime la contraseña o disparo.

Antonio: ¡Gerry, abre la bendita puerta de una vez!

Gerry: O voz me decís la contraseña o disparo.

Antonio: ¡Qué vaina contigo! Está bien. La Pandilla del Buen


Comer.

Gerry: Así está mejor, pibe.

Gerry, alegre, se dirige al pasillo para abrir la


puerta.

Escena 11

Entra Antonio vestido de payaso y con varios CD de


música y otra caja con triquitraques, con petardos
pequeños. Observa la casa, seguido de Gerry que lo
observa.

Antonio: Conque esta es la nueva casa de Graciela.

118 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Ve a Gerry que lo observa.

Antonio: ¿Y a ti que te pasa? ¿Por qué me miras con esa cara


de terror?

Gerry: Es que no me gustan los payasos. Ni de niño me


gustaron. Siempre les tuve miedo. Nunca pensé a
la muerte así como la pintan, con capucha negra y
guadaña. Siempre me la imaginé como un payaso
riendo a carcajadas y que me agarraba fuerte de la
mano y me arrastraba.

Antonio: Permíteme aclararte que este no es un disfraz,


es el vestuario de la ópera Pagliacci, del músico
y compositor italiano Ruggero Leoncavallo. Hoy
cantaré el aria del Pagliacci como un homenaje a
Graciela.

Gerry: Te felicito. Mi equipo de sonido está a la orden.

Antonio: ¿A eso llamas equipo de sonido?

Gerry: Por lo menos lo traje y es uno de mis regalos para


Graciela.

Antonio: Pues mi regalo para Graciela es de última


generación y… modestia aparte, va al pelo con
el estilo de esta casa. Aparte de que sirve como
karaoke.

Gerry: Pero lo importante era traerlo hoy.

Antonio: Y lo traje. Ya Luciana lo está sacando de mi


camioneta.

Colección Mirando al tendido 119


Gerry: ¿Pero ella sola?

Antonio: No, cómo se te ocurre que soy capaz de hacerle


eso a Luciana. Yuleisi la está ayudando. Toma.
(Entregándole el pequeño paquete de triquitraques,
de petardos pequeños)

Gerry: (Abre el paquete) ¿Y esto?

Antonio: Pues lo que me pediste.

Gerry: Te pedí cohetones para lanzarlos a las doce de la


noche. No esto.

Antonio: Eso fue lo que conseguí. Nadie vende cohetones en


carnaval, sino en navidad.

Antonio hace sonidos con las palabras «sí», «yo»,


en diferentes partes de la sala, comprobando la
acústica. Suena el timbre de la puerta. Antonio no
se inmuta y continúa con sus sonidos.

Gerry: Pero bueno, Antonio, ¿no vas a abrir? Son las


muchachas que deben traer tu equipo de sonido.

Antonio: Estoy comprobando la acústica, para cuando


cante. Además, quién inventó el ridículo jueguito
de la contraseña fuiste tú.

Gerry: (A la puerta) Contraseña o disparo.

Yuleisi: (Voz jadeante) La Pandilla del Buen Comer. Abre


rápido, mi amor, por favor.

Antonio: Ahora ya puedes abrir.

120 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Gerry corre hacia la puerta, mientras Antonio
sigue comprobando la acústica.

Escena 12

Entra Luciana cargando por un extremo una larga


caja que contiene un gran equipo de sonido. El otro
lado de la caja lo llevan, a duras penas, Gerry y
Yuleisi. Luciana lleva puesto un liquilique negro.
Los pantalones por dentro de unas botas de montar,
llaneras. Tiene puesto un sombrero pelo e guama
y un fuete en la cintura. Yuleisi viste totalmente
de blanco y con pañoleta del mismo color, como
corresponde a una iniciada en la santería de la
religión del pueblo yoruba. Luciana, Yuleisi y Gerry
ya van a bajar la caja, pero Antonio interviene.

Antonio: No, no, no, ahí no. Ya estudié la acústica.


Colóquenlo ahí.

Luciana, Yuleisi y Gerry, dan dos pasos más y


bajan, exhaustos, la pesada caja. Yuleisi le da un
beso a Gerry. Apenas lo hace, padece escalofríos.
Gerry no se da cuenta.

Antonio: Yo me encargo de instalarlo. Gerry, ya puedes


quitar tu aparatico.

Gerry: ¿Aparatico? ¿Aparatico? Escucha cómo suena.

Gerry le da todo el volumen y se escucha la salsa


«Pedro Navaja» escrita por el músico panameño
Rubén Blades e interpretada por él mismo junto
con Willie Colón. Antonio, iracundo, lo apaga.

Colección Mirando al tendido 121


Antonio: Eso no es música, eso es salsa, eso sólo sirve para
bailar.

Gerry: Y tu Beethoven, tu música clásica, sólo sirve para


escucharse.

Yuleisi: Paz, armonía y buenas vibraciones para esta nueva


casa.

Yuleisi se arquea por un dolor en el vientre.

Antonio: Pues, para que te enteres, esa música es un plagio.

Luciana: (A Yuleisi) ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal?

Gerry: ¿Plagio? Para que lo sepas, Pedro Navaja es


una canción de salsa escrita por el gran músico
panameño Rubén Blades e interpretada por él
mismo junto a Willie Colón sobre un criminal con
ese nombre.

Yuleisi: Sentí a Ikú.

Antonio: No es así. El nombre real es «Die Moritat von


Mackie Messer».

Luciana: ¿A quién?

Antonio: Lo que traducido al español es «La copla de Mackie


el Navaja».

Yuleisi: Ikú es un Orisha.

Luciana: ¿Orisha?

Gerry: ¿Rubén Blades haciendo un plagio? ¡Imposible!

122 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: Lo sentí en mi vientre. Ikú es un Orisha que
representa la muerte.

Luciana: (Llamando) ¡Muchachos!

Yuleisi: No, déjalos. Ya se me está pasando.

Antonio: Pues sí, un plagio. Es más, te agrego que la letra es


de Bertolt Brecht y la música es de Kurt Weill y fue
escrita en 1928.

Yuleisi: Ikú es un Orisha que rige en el momento final de la


vida de un individuo. Me duele, me arde la vejiga,
estoy aguantando para no orinarme.

Luciana: Muchachos, dejen la discutidera que Yuleisi se


siente mal.

Gerry: ¿No se va a sentir mal con el peso que le hizo cargar


Antonio?

Luciana: ¿Quieres un roncito?

Yuleisi: No, no.

Gerry: ¿Y agua? ¿Te traigo agüita fría?

Yuleisi: No, agua no, mi amor, gracias.

Antonio: Ahora ni agua bebe. Desde que se metió a espiritista


le dio por ahí. Por supuesto que está débil.

Yuleisi se va calmando.

Yuleisi: Ya me estoy sintiendo mejor.

Colección Mirando al tendido 123


Luciana: Me diste un gran susto.

Yuleisi: No soy espiritista, Antonio, soy practicante de la


Santería o la Regla Lucumi.

Antonio: Espiritismo, santería, para mí es lo mismo, debes


comer completo. Un buen churrasco de mi
hacienda, con un par de huevos fritos encima, no
sólo te quita todo malestar, sino que te hace ver a
Dios.

A Yuleisi le vuelve a atacar el dolor.

Gerry: ¿Te volvió el malestar otra vez?

Antonio: Quien no come bien, quien no hace una dieta


saludable, le sucede eso, se llena de gases. En mi
hacienda los campesinos viven sufriendo de gases
y hasta sus carajitos andan todos ventrudos y
con una pedorrea por todos lados. Pero ellos no
escuchan consejos y comen lo que se les atraviese.
Y eso que yo les dejo que coman huevos y algunas
gallinas de vez en cuando, pero ellos son así,
analfabetas y porfiados y…

Luciana: Por Dios, Antonio, cállate un ratico.

Antonio: Son los nervios, eso es todo. Cuando veo a alguien


enfermo o escucho una mala noticia, me pongo
nervioso y hablo y hablo o me pongo a comer sin
parar.

Luciana: Antonio, ya, para.

Gerry: ¿Quieres un tecito de manzanilla? Eso alivia y…

124 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Yuleisi: Ya pasó, mi amor, ya se me pasó. Pero escúchame,
Gerry, amor de mi vida y hazme caso. Ikú me ha
dicho que debes usar otro disfraz.

Gerry: Pues dile a tu amigo Ikú que ya lo tenía. Lo que


pasó fue que Graciela se empeñó en que usara este
de cazador de África. Yo lo estoy transformando
en el disfraz del Che Guevara. Por eso me pinté
esta barbita, aunque creo que debo darle un detalle
para que se vea con más charme.

Gerry comienza a hurgar en varias cajas.

Escena 13

Entra Graciela como Marylin Monroe y cantando


«Happy Birthday, Mr. President». Al terminar
todos aplauden.

Graciela: Yuleisi, con tu color de piel, te queda muy lindo el


blanco. Muy folklórico tu disfraz, Luciana.

Luciana: Quise dar un toque bien vernáculo y qué mejor


que doña Bárbara.

Graciela: (A Antonio) Me fascina que te hayas disfrazado de


payaso, yo siempre lo he dicho, en el fondo tienes
muy buen humor.

Antonio: (Ofendido) No es un disfraz. Es un vestuario. La


semana que viene me gradúo en la Escuela de
Ópera de Caracas. Yo, como tenor, haré Pagliacci.
Será en el Teatro Teresa Carreño. Te traje una
invitación para que me acompañes ese día.

Colección Mirando al tendido 125


Gerry: Graciela, necesito como un detalle más glamoroso
para este disfraz del Che Guevara. Tal vez una
bandana, un pareo, un sombrero, algo. Así está
muy simple.

Antonio: No sabes lo mucho que significaría para mí que


vayas a mi debut. Bueno, que todos vayan.

Graciela: En mi habitación hay otras cajas que dicen


sombreros. Tal vez encuentres algo que te guste.

Gerry sale hacia el cuarto. Graciela observa a


Yuleisi que se va de lado y Luciana la sostiene.

Graciela: ¿Pero qué te pasa, Yuleisi? Estás pálida.

Luciana: Creo que le bajó la tensión.

Yuleisi: Ya estoy mejor, no se preocupen.

Antonio: Es que ahora le dio, aparte de ser vegetariana, por


no tomar agua.

Graciela: Ah, no, eso está muy mal. Hoy nos emborrachamos
todos para celebrar mi divorcio y mi nueva casa.
Por cierto, ¿y Rita?

Antonio: Ella siempre llega tarde, siempre. ¡Y con el hambre


que tengo! Sugiero que mientras la esperamos,
podría deleitarlas con mi aria de Pagliacci.

Graciela y Luciana: (Aterradas ante la propuesta de Antonio, gritan al


unísono) ¡No!

Antonio: (Extrañado) ¿No?

126 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela: Más tarde, más tarde.

Luciana: Cuando esté Rita.

Graciela: ¿O vas a dejar que Rita se pierda tu magistral


interpretación?

Antonio: No, no, claro que no.

Graciela: Mientras, por qué no le das una mirada a la casa y


me dices qué te parece. El diseño es todo mío.

Antonio: Por supuesto, honor que me haces.

Antonio se desplazará supervisando la casa hasta lle-


gar al balcón. Luego vendrá hasta llegar al pole dance.

Yuleisi: Por favor, que Gerry espere en tu habitación y que


no salga, yo, yo, necesito ir al baño con urgencia…
no aguanto… no puedo más… ¿El baño? ¿Dónde
queda el baño?

Graciela: Está al final del pasillo. Ya Gerry colocó papel


toilette y toallas y jabón y…

Yuleisi sale corriendo hacia el baño.

Luciana: Pobrecita, es que está muy nerviosa porque hoy


Gerry le pedirá matrimonio ante todos nosotros.

Graciela: ¿Te dijo eso?

Luciana: No así exactamente. Me dijo que Gerry le


había dicho que hoy anunciaría una decisión
trascendental para su vida, que era una decisión de
amor. Ella está segura que él le pedirá matrimonio.
Colección Mirando al tendido 127
Graciela: Luciana, yo creo que…

Escena 14

Entra Gerry desde la habitación de Graciela. Lleva


puesta una boina roja, muy femenina y al cuello
una chalina de igual color.

Gerry: ¡Por fin! ¿Qué les parece?

Luciana: Pero el Che Guevara no usaba boina roja, y de


mujer menos. Tampoco usaba chalina.

Gerry: ¿No lo comprendes, verdad? Es un toque de


distinción que le estoy dando a este uniforme,
un fashion Gerry, que yo llamo. Homenajes a
mis mujeres favoritas, después de Graciela, por
supuesto. La boina es un homenaje al Ruiseñor de
Avignon, a Édith Piaf.

Graciela: Tan bello, gracias. Esa boina me la compré cuando


fuimos todos a París, luego que nos graduamos.
¿Se acuerdan?

Luciana: Por supuesto. ¿Y la chalina en homenaje a quién?

Gerry: Pues por quien va a ser, por Isadora Duncan. Ay,


se me había olvidado. Rita llamó que ya viene
en camino. Como ya casi van a ser las doce, voy
a empezar a lanzar algunos de esos esmirriados
coheticos que me trajo Antonio.

Graciela: Te acompaño.

128 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela y Gerry van hasta el balcón. Se ve como
Graciela regaña a Gerry por lo de la boina y la
chalina. Luego Gerry lanza petardos. Antonio ya
ha llegado cerca de Luciana, siempre analizando
toda la casa.

Antonio: Estoy emocionado. Siento que aún tengo


esperanzas con Graciela.

A lo lejos se escuchan detonaciones, cañonazos,


tableteos de ametralladoras, se pueden ver balas
trazadoras y reflectores que iluminan a varias
partes del cielo y de la ciudad desde La Carlota.

Luciana: Pero, Antonio, ¿no ves que Graciela se acaba de


divorciar? ¿Tú acaso crees que ella ahorita está
pensando en tener alguna relación?

Antonio: ¿Tú no te fijaste en lo que me pidió?

Luciana: No, ¿qué te pidió?

Antonio: Que viera toda la casa y que le diera mi opinión.


Jamás, ni en la universidad, me pidió mi opinión
para nada.

Entran Gerry y Graciela riendo.

Gerry: Toda Caracas es una fiesta, por todos lados se


escuchan cohetes. A mí me iluminaron la cara con
un reflector y les lancé el último cohetico que me
quedaba. Algo celebran.

Graciela: Mi divorcio, por supuesto.

Colección Mirando al tendido 129


Antonio: Lo mejor que te ha pasado en la vida.

Graciela: Gracias, tan lindo tú, Antonio.

Antonio: Gracias, gracias. Linda tú.

Graciela: ¿Y bien, Antonio?, no me has dicho nada.

Antonio: (Tartamudeando) Di… diii… dicho qué. Ya te dije


que estás linda, como siempre.

Graciela: No, eso no, chico. La casa que diseñé. ¿Qué te


parece?

Antonio: Ge… ge… nial. Está genial.

Graciela: No exageres, tampoco es genial. Digamos que es a


mi medida.

Antonio: ¡Exacto! Eso quise decir. Lo que sí me parece un


poco… digamos… extraño… es que dejaran este
tubo de aguas blancas en el centro.

El sonido de los disparos y cañonazos aumenta.


Graciela y Gerry se ríen.

Antonio: No, no, entiendo, ¿dije algo gracioso, acaso?

Graciela: ¿Es que ni siquiera te imaginas para qué es eso?

Antonio: Ah, entiendo, no es un tubo de aguas blancas. Ya


creo saberlo. ¿Hay cables adentro?

Graciela: No, no y no. Ese tubo, como le dices, es para hacer


Pole Dance.

Antonio: ¿Pole qué?

130 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Gerry: Es un tubo para hacer Pole Dance. Se usa para
bailar. Fíjate.

Gerry se llega hasta el tubo del pole dance y baila


magistral y sensualmente. Graciela y Luciana
aplauden.

Luciana: Bravo, bravo. No me dijiste que sabías bailar como


todo un estríper.

Gerry: Les juro que yo tampoco lo sabía. Es la primera


vez. Lo hice por inspiración. A lo mejor lo aprendí
en reencarnaciones anteriores, como diría Yuleisi.

Suena el timbre con golpes a la puerta.

Gerry: ¡Al fin! ¡Esa es Rita! ¡Yo le abro!

Corre hacia el pasillo, se escucha el abrir de la


puerta y la voz de Gerry que grita: «contraseña
o…» no termina de decir la frase porque se escucha,
estruendoso, el tableteo de una ametralladora y un
cuerpo que cae. Hay gritos de Luciana y Graciela.
Antonio se queda paralizado con los brazos en alto.

Apagón rápido en área 1.

Escena 15

Área 2

4 de febrero de 1999

Se ilumina lento, como un amanecer, el cementerio.


Entra Yuleisi. Se ha rapado el cabello y viste como

Colección Mirando al tendido 131


un monje tibetano. Lleva violetas en un pequeño
florero e inciensos para encender. Se arrodilla.
Coloca el florero al lado del otro que ya está ahí.
Enciende los inciensos. Los va pasando alrededor
de la tumba de Gerry.

Yuleisi: (Saca un pequeño incensario, lo coloca al lado


del florero pequeño y ahí coloca los inciensos) Om
mani padme hum. Om mani padme hum. Om
mani padme hum. (Pausa) Gerry, Gerry, Gerry.
Sí, ya sé que desde tu entierro no había venido. Ya
han pasado siete años, Gerry. Siete años. Estaba
viajando en mi búsqueda espiritual. Fíjate, hay una
ley esotérica que señala que nada es casual, que
todo es causalidad. Te lo digo porque estuve como
media hora esperando un taxi para venir a visitarte
y todos pasaban ocupados. Hasta que por fin llegó
uno. ¿Sabes quién era el chofer? La Comisario de
la Disip. Sí, la misma que te disparó. Yo sé que ella
nos pidió perdón a todos, a tu familia. La juzgaron
y salió absuelta porque como estabas vestido así,
como los golpistas, ella te confundió. Ahora es
taxista. Qué cosas, ¿no? No, no, no me reconoció.
¡Om mani padme hum! ¡Om mani padme hum!
Om mani padme hum es el mantra más famoso del
budismo. El mantra de seis sílabas del bodhisattva
de la compasión. Sí, ahora estoy practicando las
disciplinas del budismo. Ojalá me sirvan. ¿Sabes,
Gerry, que he hecho en todos estos siete años? Pues
he visitado la mayoría de los templos venerables
del mundo. He estudiado todos los libros sagrados:
la Biblia, el Corán, la Khabala, el Bhagavad-gita,
en fin, son tantos. (Pausa corta) Gerry, luego que

132 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Ikú me ordenó que usaras otro disfraz, luego que
yo corrí hasta el baño porque ya me hacía pipí,
estando sentada en la poceta, vi tu muerte. Quise
levantarme para advertirte, pero no pude porque
eso era orinar y orinar sin parar. Cuando los Dioses
nos dan un don, nos dotan también de un yugo,
de una espina en la piel, como decía san Pablo.
El mío es orinar. Y no es desde ahora, Gerry, no,
es desde niña. Veía cosas que las demás personas
no lograban ver, luego me atacaba la tristeza y
de seguidas me orinaba. Ay, esa tristeza. Por eso
hice todo ese peregrinaje. Hasta me hice pasar
por hombre y me uní a una orden de Mevleví,
de Derviches giradores, por allá en Turquía. Me
dediqué en cuerpo y alma a su danza-meditación.
Día y noche, día y noche. Y nada, Gerry. Nada. Al
final la tristeza ahí… y luego me orinaba. Imagínate
que fui hasta Praiag, en la India, a participar en el
Kumbhamela donde había más de 70 millones de
personas. Y así, abriéndome paso a codazos entre
ellas, logré bañarme en el Ganges. Sí, al fin pude
hacerlo. Me sumergí completa en el Ganges para
limpiarme de todos mis pecados. ¿Y sabes qué
pasó? (Pausa corta) Me oriné en el Ganges. Ay,
Gerry, Gerry, si supieras cómo lucho, cómo me
esfuerzo por no sentir esta tristeza. Me miento y
les miento a todos y hasta me río, para que crean
que estoy bien, que todo marcha bien en mí, para
que nadie se preocupe. Pero no es así. No lo es.
Cada día se me está haciendo más dif ícil vivir.
Soy la quintaesencia de la tristeza. El extracto del
desconsuelo. Lo más depurado de la desolación.

Colección Mirando al tendido 133


Entonces oro, imploro, diciendo: Dios, protégeme
de mí. Lo digo a ver qué pasa. A ver si se va. ¿Y
sabes qué, Gerry? No pasa nada. Nada. Aún, de
tristeza, de miedo, me sigo orinando en la cama,
como cuando era niña. Om mani padme hum. Om
mani padme hum. Om mani padme hum.

Oscuro rápido sobre área 2.

Escena 16

Área 1

Tanto la escenograf ía, como los personajes,


deben estar en el mismo sitio que lo dejamos al
final de la escena tres (continuidad de acción),
cuando Graciela está parada a la entrada de la
habitación, sin entender lo que sucede, sobándose
su vientre de embarazada con una mano y con la
otra sosteniéndose en el umbral de la puerta.

Graciela: ¿Qué pasa con Felipe?

Luciana y Antonio se perturban, pero reaccionan.


Luciana apaga el manos libres, mientras al unísono
Antonio apaga el televisor.

Antonio: ¿Con Felipe? Nada. No pasa nada. (Come


desaforadamente)

Graciela: ¿Y quién llamó por teléfono?

Luciana: Ah… fue Rita. Para decir que ya venía saliendo


para acá.

134 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Graciela: Qué raro. Cuando me estaba despertando, creí que
hablaban de Felipe.

Antonio: Ah, claro. Fui yo. Estaba diciendo que Felipe


estará feliz con los regalos para Esperanza. (Come
desaforadamente)

Graciela: La verdad es que ustedes se pasaron con tantos


regalos.

Se escucha que bajan la poceta.

Graciela: Seguro que es Yuleisi.

Antonio: (Corrigiéndola) ¡Monique! Ni se te ocurra llamarla


Yuleisi. A mí casi me tragó vivo cuando la llamé
así.

Luciana: No exageres, Antonio.

Graciela: Debería ir al médico para examinarse esa


incontinencia.

Antonio: (Comienza a hablar rápido, nerviosamente, sin


parar) O casarse. Sí, sí casarse. Es algo médico.
Está comprobado. En todas las universidades de
los Estados Unidos han hecho estudios sobre la
incontinencia y… teniendo un hijo se le quita, yo
leí que la incontinencia puede ser generada por…

Luciana: (Entendiendo el nerviosismo de Antonio) Ya, ya,


Antonio, mejor sigue comiendo. Ay, Antonio, tú y
tu machismo.

Graciela: Deberías aprovechar, Antonio.

Colección Mirando al tendido 135


Antonio: (Con la boca repleta de comida) ¿Aprovechar qué?

Graciela: Casarte con Yuleisi. Los dos siguen solteros.

Antonio: No, no, yo estoy bien así. (Come aún más


desaforadamente)

Escena 17

Sale Yuleisi del baño.

Yuleisi: ¡Graciela!

Graciela: Parece que hubieses visto un fantasma. ¿Te pasa


algo?

Yuleisi: ¿Ya le dijeron?

Antonio: (A Yuleisi) ¿Te lavaste y secaste las manos?

Yuleisi: Por supuesto, Antonio, qué crees que soy.

Graciela: ¿Decirme qué?

Luciana: Que los regalos ya están envueltos y los entremeses


listos y que Rita ya viene con el pato laqueado.

Yuleisi: Sí, eso, yo misma los envolví.

Antonio: ¿Quieres que empecemos a abrirlos? (Come)

Graciela: Por supuesto que no. Vamos a esperar a Felipe.

Antonio: Sí, claro, por supuesto.

Graciela: Pero qué calor. ¿Por qué está apagado el aire


acondicionado?

136 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


Antonio: Sí, sí, préndelo, Luciana.

Graciela: Hay un vaporón aquí. Ay, qué sofoco, qué calor.


¿Saben? Esperanza es como tener una pequeña
brasa por dentro. Una brasa de amor, por supuesto.
(Sobándose el vientre) Verdad mi niña. Voy a llenar
la bañera y me baño un rato, eso la tranquiliza. Está
dándome patadas y más patadas, como si quisiera
decirme algo. Nunca estuvo tan inquieta. (Ríe)
Esperanza ya quiere salir. Ya, mi niña; ya, mi amor,
ya nos vamos a bañar. (Sale haca su habitación)

Antonio: (A Luciana) Llámate a Rita. Llámala.

Luciana lo hace.

Luciana: Qué va. O sale ocupado, o sale siempre la


contestadora.

Yuleisi: A lo mejor está llamando para acá.

Antonio: (Comiendo) Antes que nada, hay que conservar


la calma. Mucha calma. Si vuelve a salir Graciela,
que nos encuentre calmados. Vamos a calmarnos
todos y a esperar a Rita, a ver qué nos dice.

Antonio se sirve más y continúa comiendo. Trata


de leer, en silencio, su partitura mientras come.
Luciana descorcha una botella y bebe. Yuleisi se
acerca a Antonio.

Yuleisi: ¿Qué dice?

Antonio: (Leyendo) «La donna è mobile, qual piuma al


vento».

Colección Mirando al tendido 137


Yuleisi: Yo no entiendo el italiano, Antonio.

Luciana: «La mujer es voluble, cual pluma al viento».

Yuleisi: Gracias, Luciana.

Antonio: …muta d’accento, e di pensiero.

Luciana: Cambia de palabra y pensamiento.

Antonio: Sempre un amabile, leggiadro viso, in pianto o in


riso, è menzognero.

Luciana: Siempre su amable, hermoso rostro, en llanto o


risa, es engañoso.

Repica fortísimo el teléfono. Todos se estremecen,


pero nadie se mueve. Vuelve a repicar.

Antonio: Contesta tú, Luciana, yo… yo… yo no puedo.

Repica el teléfono. Luciana lo contesta, y lo deja en


modo manos libres.

Luciana: Sí.

Rita: (Sollozando) Sí, manita. Es Felipe. Aquí estoy con


él. Está tirado al piso. Le dieron un tiro en la frente.

Yuleisi: (Por lo bajo) Om mani padme hum. Om mani


padme hum. Om mani padme hum.

Antonio vomita.

Rita: ¿Quién vomita? No me digas que Graciela está ahí.

Luciana: No. Ella se está bañando, es Antonio.


138 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero
Yuleisi: ¿No hay ninguna duda, Rita?

Rita: No. Estoy aquí, sentada al suelo, junto a él. Hay


muchos muertos y heridos. Tienen que decirle a
Graciela, a mí no me entregan el cadáver porque
no soy familiar. Me voy a quedar acá, a su lado,
esperándolos, porque a los muertos se los están
llevando no sé a dónde. Vengan. No tarden. Los
espero.

Rita cuelga el teléfono que queda con el sonido


particular.

Luciana desconecta el manos libres. Pausa larga.

Yuleisi: Me… me… oriné toda.

Antonio: (Abrazando a Yuleisi) No tienes por qué apenarte.

Luciana: (Abrazándose a Antonio y a Yuleisi) Sí, tranquila.

Pausa larga. Siguen abrazados.

Escena 18

Entra Gerry desde la habitación de Graciela. Los


observa.

Luciana: Voy a decírselo.

Antonio: No. No. Somos La Pandilla del Buen Comer, para


lo bueno y para lo malo que nos pase. Vamos juntos
a decírselo.

Pausa corta.

Colección Mirando al tendido 139


Luciana: ¿Y ahora, qué pasará con Esperanza?

Antonio: Pasará, que ahora todos seremos su papá.

Salen Luciana, Yuleisi y Antonio hacia la


habitación de Graciela.

Escena 19

Gerry: Antonio no fue a la audición. Se quedó para el


entierro. Vendió su hacienda y se marchó a Miami.
Luego se fue quedando sin dinero. Con lo que
le quedaba, se marchó a Roma. Ahí trabaja de
mesonero, pero no ha dejado el bel canto, sigue
estudiando y una que otra vez ha cantado en el coro
de alguna ópera. Rita, siguió con su restaurante y
abrió franquicias por varios países y le va bien…
muy bien. Luciana dejó de emborracharse. No
toma ni un solo trago. Continúa piloteando
aviones, pero en Chile. Sí, se fue. Tampoco regresó,
como Yuleisi. Pero lo de Yuleisi fue distinto. Ella
fue al Amazonas a contactarse con los ovnis. Se
unió a un grupo donde un chamán experimentaba
con la ayahuasca. Ella la bebió. Se internó en la
selva y luego no lograron ubicarla. Les avisaron a
las autoridades que la buscaron por aire y tierra. El
ejército se unió a su búsqueda con perros sabuesos
que siguieron su rastro hasta encontrar un pequeño
pozo de orine que jamás se seca. No se supo más de
ella. Algunos dicen que se la llevaron los ovnis. Lo
cierto es que ahora, de casi todo el mundo, hacen
peregrinaciones hasta el pozo y dicen por ahí que
quienes se persignan con su orine, se curan. Eso
dicen, a mí no me crean.
140 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero
Escena 20

Entra Graciela, de riguroso luto y cargando a


esperanza entre sus brazos. Observa la escena por
un momento. Sale y se escucha como pasa llave a
la puerta.

Escena 21

Gerry: ¿Y Graciela? Graciela cerró esta casa. La dejó tal


cual como el día en que mataron a Felipe. Graciela
se mudó a Ford Lauderdale y se quedó allá. ¿Y
Esperanza? Esperanza ha crecido. Esperanza no
sabe nada. Esperanza no habla español. Esperanza
sólo habla inglés.

Gerry se dirige hacia los regalos y destapa uno que


es un retrato. Lo cuelga al fondo de la pared de
manera que pueda ser visto por el espectador. En el
retrato están Graciela, Luciana, Yuleisi, Antonio y
Gerry, riendo y vestidos con toga y birrete en el día
de su graduación. Se aleja y observa.

Gerry: Esa es la foto del día de nuestra graduación. Fue


antes de mi glorioso discurso, por supuesto. Claro,
falta Rita porque, como siempre, llegó tarde. (Se
sienta y el cuadro le queda atrás. Pausa corta)
¿Saben algo? A veces, aquí, en mi soledad, pienso
tantas cosas. Pienso, por ejemplo, que somos un
pueblo con mucho humor, que de todo hacemos
un chiste. Pero, de seguidas pienso que ese chiste
es como para olvidar rápido lo vivido, quizá para
negarlo. Es como si quisiéramos protegernos del
dolor con una carcajada y así creer que nada nos ha
Colección Mirando al tendido 141
pasado. Y no así, así. No es así. (Pausa larga) Ah, y
luego del chiste, el baile. Sí, no queremos que nada
nos duela y nos bailamos hasta nuestros peores
desaciertos. ¿Será que así somos? Y ustedes se
dirán: «Ay ya esa mariquita se puso patética, seria
y nosotros venimos fue a divertirnos». Entonces,
si así lo piensan, discúlpenme por arruinarles la
diversión, pero es que a veces, hay que pensar y…
sobre todo, recordar. Y en eso ando. (Pausa larga)
En fin, ya terminé de contarles la historia de La
Pandilla Del Buen Comer. ¿Ahora? Pues ahora
les toca a ustedes contar la suya. Hay tiempo, aún
pueden. Si me cuentan, tal vez podré sentir que
estoy equivocado en lo que pienso. Pero para eso,
tienen que contar su historia… las de todos… la de
una sola persona no vale. Hay mucho que contar.
Comiencen. ¿Quién es el primero? Yo escucharé
con mucho gusto porque siempre estaré aquí…
como todos los muertos. Vamos, cuenten, cuenten,
cuenten.

Se comienza a oscurecer la escena y sólo queda


iluminado Gerry y el retrato, hasta que todo se va
a oscuro total.

Telón.

142 Hay que comerse a Rita / Néstor Caballero


El despiadado reguetón
de Candy Crush
El despiadado reguetón
de Candy Crush

PERSONAJES

Patricia

Tony Montana

Dairo: Viste gabardina y sombrero a la usanza de


Humphrey Bogart. Cabello largo. Atención, en
todas las escenas deberá llevar el sombrero y sólo
se lo quitará en la escena señalada.

Alexander

Uribe

Hombres de negro: Visten de camisa blanca, corbata y traje negro.


Cargan las más potentes e insólitas armas.

Arocha

Verónica

María Brito

Monje Dominico

Gustavo Ott

David Villegas

Colección Mirando al tendido 145


Escena 1

Torre en un castillo

Ventanal con barrotes. Un televisor de gran pan-


talla.

Dos sillones, lujosos. Equipo de sonido, con grandes


cornetas. Redonda cama matrimonial. Mesón con
utensilios de laboratorio químico, tales como bure-
tas, pipetas, frascos reactivos, matraces, balones de
fondo plano, etc.

Al comenzar la escena se escucha un ensordecedor


reguetón, mientras que los utensilios de laborato-
rio hierven, burbujean, impregnando el espacio con
una humareda de múltiples tonalidades y creando
un ambiente de feroz pesadilla.

Patricia, disfrazada como Candy Crush, saca de


una bolsa unas cápsulas de diferentes colores y las
arroja al piso, mientras baila voluptuosa encima
de la cama.

Tony Montana, sin soltar una escopeta de dos ca-


ñones, repta por el suelo recogiendo con la boca y
comiendo con voracidad las cápsulas que patricia
le va tirando.

Patricia le arroja más cápsulas. Algunas caen so-


bre el equipo de sonido y otras en el suelo. Tony se
levanta y corre hasta ahí, devorándose las cápsu-
las. Apaga el equipo de sonido y se tira al suelo don-
de, con la boca, recoge más cápsulas y se las come.

Colección Mirando al tendido 147


Patricia: (Bailando eróticamente) No seas aburrido, Tony
Montana, dame reguetón que aquí está tu Candy
Crush que quiere perrear contigo.

Tony: No eres Candy Crush, eres Patricia, una ramera


que fornica hasta debajo de una campana de labo-
ratorio.

Patricia le lanza cápsulas. Tony se arroja al suelo y


las come, tomándolas con la boca.

Patricia: (Siempre bailando eróticamente) Memoriza las re-


glas del laboratorio. Número uno: obligatorio usar
bata.

Tony se levanta buscando y apuntando con la es-


copeta.

Tony: Te voy a matar, vagina de válvula esmerilada.

Patricia le lanza cápsulas. Tony se arroja al suelo y


las come tomándolas con la boca. Luego se arrastra
buscando a Patricia.

Patricia: Número dos: prohibido comer en el laboratorio.

Tony: (Se levanta dando tumbos. Apuntando con la esco-


peta y buscando) Patricia, tu clítoris es una cucha-
rilla de combustión. Te voy a disparar en él para
reírme de la flama que te saldrá.

Patricia le lanza cápsulas. Tony corre y se arroja


al suelo y las come, desesperadamente, tomándolas
con la boca.

148 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Patricia: Número tres: nunca corras dentro del laboratorio.

Tony: (Se levanta y la sigue buscando, apuntando siem-


pre con la escopeta) Patricia, tu ano es un matraz
Kitazato de cristal bien grueso. Te voy a meter la
escopeta por ahí y te voy a disparar para ver si es
verdad que tu recto resiste cualquier cambio de
presión.

Patricia le lanza cápsulas. Tony corre y se arroja


al suelo y las come, desesperadamente, tomándolas
con la boca.

Patricia: Número cuatro: no mires dentro de los tubos de


ensayo.

Tony: (Se levanta) Vagina de matraz aforado, ven a mí.

Patricia le lanza cápsulas. Tony corre y se arroja


al suelo y las come, desesperadamente, tomándolas
con la boca.

Patricia: Número cinco: no dejes el mechero encendido.

Tony: ¡Sácate ese cuajo que llamas hija y que afea tu vien-
tre! Ah, no quieres, entonces abre la boca porque
te dispararé dentro de ella y así apagaré tu mechero
y el de esa flema apestosa que proclamas que es mi
hija. ¡Mueran!

Tony dispara dos veces. Gran estruendo de dos dis-


paros. Patricia se dobla sobre sí, como si llegara a
un orgasmo.

Colección Mirando al tendido 149


Patricia: (Se yergue. Excitada) Qué golosina tan azucarada
fueron esos dos balazos. ¡Qué orgasmo más empa-
lagoso! Acabé hasta por las pipetas de mi matriz.
Dispárame más, que fue dulcísimo. (Vuelve a bai-
lar lascivamente)

Tony: ¡Dame más cápsulas y te mataré las veces que quieras!

Patricia: ¡Tengo otra bolsa llena, pero no te daré ninguna si


no me vuelves a poner mi despiadado reguetón!

Tony corre y enciende el equipo de sonido y se vuel-


ve a escuchar el ensordecedor reguetón.

Patricia lanza cápsulas por toda el área. Tony se


arroja al suelo, las recoge con la boca y las come
con avidez.

Patricia baila, excitada, insinuante.

Oscuro en ese sector.

Escena 2

Habitación de Dairo

Es un depósito de objetos robados. Cajas con botellas


de anís; televisores; reproductores de música;
neumáticos de autos. Una cama individual, de
hierro, con barrotes; una nevera, pequeña. Un
radio reproductor. Una silla giratoria, de bar. Un
escaparate metálico, con candado.

Dairo, con su sombrero a lo Humphrey Bogart, está


desnudo y sólo cubierto con un pequeño paño en sus

150 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


genitales. Se encuentra amarrado de manos y pies a
los extremos de la cama. Tiene una venda en los ojos.

Alexander, quien camina furioso, está ataviado


como Marilyn Monroe, el sábado 19 de mayo de
1962, al momento de cantar «Happy Birthday,
Mister President», al entonces presidente de los
Estados Unidos, John F. Kennedy.

Dairo: ¡Desátame ya, Alexander!

Alexander: ¡No, Dairo, hasta que me digas con quién acabas de


estar!

Dairo: ¡Pero te volviste loco! ¿Con quién iba a estar? Me


desnudaste, dejé que me amarraras y me vendaras
porque ibas al baño para luego salir y darme mi
regalo de cumpleaños. De aquí no me moví. ¡Lo
juro!

Alexander: (Desatándole una mano) Está bien, pero aquí


sucedió algo extraño.

Dairo: (Desatándose la otra mano y quitándose la venda


de los ojos) Qué extraño, ni qué extraño. (Lo
observa. Lujurioso) Te vez divina, Alexander.

Alexander: No me cambies la conversación. Sí, extraño, porque


no recuerdo haberte puesto ese pañito encima de
King Kong.

Dairo: Estarás perdiendo la memoria. Cómo me iba


a poner yo mismo un pañito encima si estaba
amarrado. Seguro que volviste a meterte un tabaco
de marihuana en el baño.
Colección Mirando al tendido 151
Alexander: Sí, pero por tu culpa.

Dairo: ¿Y por qué por mi culpa?

Alexander: Porque King Kong es inmenso, y sólo así lo resisto.

Dairo: Pero te mueres por él. Ven, ya no discutas más que


tu King Kong quiere entrar a tu apretada cuevita
de Marilyn Monroe. Ven, levántate esa falda y a
ahorcajada sobre mí, relincha de dolor sobre mi
leño.

Alexander: (Canta, sensual, acercándose) Happy Birthday, too


you. Happy Birthday, too you. Happy Birthday,
Mister President… (Ya cerca. Huele) ¡Asco!

Dairo: ¿Qué te pasa ahora?

Alexander: ¡Qué apestas a mujer!

Dairo: Esa hierba es de la mala, te hace alucinar locuras.

Alexander: ¡Nunca más me vas a tocar, nunca! ¡Eres un


inmundo! (Sale furioso)

Oscuro en ese sector.

Escena 3

Torre en un castillo

Todo está perfectamente ordenado.

Los utensilios de laboratorio están apagados y sis-


temáticamente dispuestos sobre el mesón.

152 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Tony, durmiendo recostado al equipo de sonido,
está abrazado a la escopeta. Patricia, embarazada
de nueve meses, está sentada al borde de la cama y,
adolorida, se soba el vientre.

Tony: (Dormido. Drogado. Grita) ¡No eres Candy Crush,


eres Patricia y voy a dispararle a ese moquillo que
te crece en el vientre!

Patricia: Ay, ay, ay, cálmate hija mía. No te hará nada. Jamás
lo permitiré. No, hija, no puedo disparar porque
duerme aferrado a la escopeta que tanto bien te
hace. ¡Ay, mis entrañas! ¡No me patees! Me haces
doler todas las fibras de mi corazón. ¡Cálmate!
Pronto nacerás y se oirán las trompetas que anun-
cian tu pregón de muerte.

Tony se queja, casi se ahoga. Se calma.

Patricia: Antes que te formases en mi vientre te conocía, y


aun antes de nacer ya estabas santificada y designa-
da como Reina de las Naciones y al no más parirte,
estarás sentada en el trono del mundo para arran-
car y destruir a quienes no te sigan, para arruinar
y derribar a quienes se te opongan. Para edificar y
plantar en los países que se ajusten a tu Ley. Ese es el
Arca del Pacto de la Corte de los Illuminati. Ay, hija.
Si al menos tu padre te diera un nombre, se salvaría.

Tony tiene convulsiones, cae de lado y vomita algu-


nas cápsulas. Sigue desmayado.

Patricia: Sí, hija, lo haré, pues tu padre es un incircunciso


hasta del corazón.

Colección Mirando al tendido 153


Patricia se llega hasta Tony. Le quita la escopeta.
Lo observa.

Oscuro rápido.

Escena 4

Sala de espera de una lujosa clínica

Se escucha estrepitosa música heavy metal.

Uribe, molesto, camina de un lado a otro, llevando


una escopeta de dos cañones.

Los hombres de negro están en sitios estratégicos


con sus extrañas armas prestas a protegerlo.

Alexander, amaneradamente y con asco, limpia


una motosierra que contiene rastros de sangre y
de huesos, los cuales va depositando en un balde
donde se asoma un pie sangrante. En el suelo, cerca
del balde, una mano ensangrentada.

Dairo se acerca a un hombre de negro que tiene un


mini reproductor y baila en un rincón al ritmo de
la estrepitosa música. Dairo le arrebata el mini
reproductor y lo lanza a un lado. Al hacerlo, cesa
inmediatamente la música. El hombre de negro,
molesto, va por el mini reproductor.

Se escucha el llanto de un niño. Cesa el llanto.

Uribe: ¡Al fin un llantico! ¿Y entonces, Consejieri, ya me


parió la Elvira?

154 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Dairo: Aún no, don Uribe, pero de cierto os digo que el
primero será hembra y de inmediato…

Uribe: (Molesto) ¡No! ¡Tiene que ser varón para que reciba
mi heredad y maneje mis negocios! Las hembras
sólo son para montarlas, parir y hacer mandados.

Alexander: Oye, hediondo, yo estaba cuando mi hermano te


ordenó que le pidieras a la Corte de los Illuminati
que Elvira pariera un varón. Y sus órdenes se
cumplen, yo las lubrico.

Uribe: Rubrico, Alexander, no lubrico.

Alexander: Eso mismo.

Dairo: El espíritu del santo Vladimir, Jefe de la Corte de los


Illuminati, fue muy preciso en lo que concedió. Dijo
que primero nacería la niña y de seguidas el niño y…

Uribe: «¿Por qué no pruebas a meterte la cabeza por


el culo, a ver si te cabe?», como te diría el gran
Tony Montana. Te advierto algo, Dairo, si quieres
continuar siendo mi Consejieri, hoy debe nacer mi
hijo porque si no le voy a pedir a Alexander que te
guinde por las bolas.

Alexander: Y lo haré con mucho gusto. ¡Por inmundo!

Dairo: (Sostiene el rostro de Alexander y lo besa) Me


rompiste el corazón, Fredo.

Alexander: (Escupiendo y limpiándose la boca) Asco. Te voy


a picar en pedacitos por besarme. (Enciende la
motosierra)

Colección Mirando al tendido 155


Uribe: (Furioso) ¡Apágala!

Alexander apaga la motosierra rápidamente y sin


chistar.

Uribe: (Iracundo) ¡Me estás fallando, Alexander!

Alexander: (Aterrado) ¿Yo?

Uribe: Si hubieses estudiado, te habrías dado cuenta que


ese beso y lo que te dijo Dairo, es una frase de la
película El Padrino.

Alexander: La he estudiado y también he visto diecinueve


veces Scarface.

Uribe: (Calmado. Nostálgico) Ay, Scarface siempre me


pone sensible. Tony Montana vivirá para siempre
en mi corazón. Es más, a mi hijo le pondré Tony
Montana como nombre.

Alexander: Es una idea excedente.

Uribe: ¡Excelente, no excedente!

Alexander: Eso mismo.

Uribe: El despiadado final del romántico Tony Montana


fue por no haber visto jamás esa cátedra
delincuencial que es El Padrino. Espero que al
menos hayas aprendido eso.

Alexander: Lo aprendí perfectamente.

Uribe: Sí, Scarface me pone sentimental porque recuerdo


a Apolonia, mi patria. Tengo tantas cosas en común

156 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


con Tony Montana. Él se tuvo que expatriar como
yo. Él era un perseguido político al igual que yo.

Dairo: Pensé que había huido de Apolonia porque le


declararon enemigo público número uno.

Uribe: Eso dice la prensa del régimen, pero fue por


razones políticas. ¿Cómo se puede progresar en
Apolonia si es el único Estado del mundo donde
su presidente y su tren ejecutivo son honestos?
Los honestos no son más que unos inadaptados
sociales. Soy un perseguido político y nadie puede
acusarme de robar a un compatriota.

Alexander: Me costra.

Uribe: Me consta, se dice me consta.

Alexander: Eso mismo.

Uribe: Yo sólo despojaba a los turistas que deseaban


conocer esa maravilla de país donde sus
funcionarios y el pueblo mismo se mostraban al
mundo como un dechado de decoro. Eso de ser un
país de honestos, de incorruptibles y sin ninguna
delincuencia, lo aproveché como una ventaja
comparativa. A Alexander, que estaba pequeño, lo
disfrazaba de niña y nos íbamos al aeropuerto con
mi madre, como una familia que saldría de viaje.
En la fila correspondiente a las mujeres, Alexander,
haciendo que jugaba, metía rápidamente su mano
dentro las carteras a las turistas y las robaba. Era
rápido y tan sutil, que ellas no sentían nada. Yo
mismo le enseñé ese arte.

Colección Mirando al tendido 157


Alexander: Y no he perdido facultades, pues jamás se olvida lo
que se aprende desde niña.

Uribe: Desde niña no, desde niño.

Alexander: Disculpa, tuve un lapislázuli.

Uribe: Un lapsus mentis, no un lapislázuli.

Alexander: Eso mismo.

Uribe: Apolonia, Apolonia. Qué nostalgia. Aún evoco


cómo Verónica, mi madre, quien fue bendecida
con una garganta profunda, se lo hacía a los turistas
en los urinarios del aeropuerto.

Alexander: Y aún se ejercita cada día más. Yo le he visto


que ahora se puede meter en la boca hasta dos
salchichas polacas. Me dijo que quiere ser más
siniestra.

Uribe: Diestra, no siniestra.

Alexander: Eso mismo.

Uribe: Mientras mi madre complacía a algún turista, y


como este tenía el pantalón abajo, yo, desde el baño
contiguo, metía la mano y le sustraía la cartera.
Luego, cuando tenía que pagarle a mi santa madre
por los servicios orales prestados y se daba cuenta
que no tenía la cartera, ella lloraba, gritaba y lo
amenazaba con hacer un escándalo en el propio
baño de caballeros del aeropuerto. El turista, sin
chistar, se quitaba una cadena o una sortija, en fin,
cualquier objeto de valor que llevase y con ello

158 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


le pagaba a mi madre. Ya empezábamos a estar
boyantes… pero nos descubrieron.

Alexander: Y un turista fue quien te hizo la felación.

Uribe: Delación. Delación, Alexander, no felación.

Alexander: Eso mismo.

Uribe: ¡Nadie antes me había delatado! No querían


quedar como mentirosos al decir que habían
sido esquilmados en el único Estado que tenía un
gobierno y un pueblo incorruptible. Un turista se
dio cuenta que de su habitación faltaba un reloj de
oro y lo denunció ante la Gerencia del Hotel. Otros
se llenaron de valor y comenzaron a denunciar. El
único botones que cubría el servicio de habitaciones
el día de esos robos, era yo. Llegó a los titulares de
todo el mundo. Turistas de diferentes países que nos
habían visitado, fueron a sus televisoras y contaron lo
que les había acontecido en Apolonia. Investigaron
todas las denuncias y ellas nos señalaban como una
banda de delincuencia organizada. La nación entera
pedía nuestra muerte. Sentían que los habíamos
hecho quedar mal ante el mundo. Sabía que si nos
agarraban, nos lincharían por traición a la patria.
Atravesando la selva, perseguidos por los soldados
de David Villegas, cruzamos al fin el río que nos
separa de Apolonia. Aquí, en Babilonia, vendí los
relojes, las cadenas, las pulseras, todo lo poco que
me pude traer. Metí a Alexander y a Verónica en
una pensión. No sabía qué sería de nuestras vidas. Y
así, triste, deprimido, entré al cine y vi por primera
vez la película El Padrino y fue una iluminación. Sí,
Colección Mirando al tendido 159
ahí estaba todo. El Padrino era un inmigrante como
yo y había triunfado. Salí del cine y estudié a sus
políticos, a su policía, a sus jueces, a sus senadores
y diputados. ¡Sí! Este país, Babilonia, era como una
mujer putísima y con las piernas abiertas esperando
solamente que yo la violara. Aprendiendo de esa
película me fui hacia arriba, como la espuma.
Conseguí la nacionalidad como si hubiese nacido
aquí. Puedo ejercer cualquier cargo público que se
me antoje y llegar a presidente, que es mi meta. Y
cuando lo logre estarán a mi lado Elvira; mi hijo, mi
madre, mi hermano, mi cuñada, en fin, mi familia.
Es por ello, Alexander, que debes instruirte del
Padrino.

Alexander: Lo que sucede es que El Padrino son tres películas,


memorizarlas no es colcha de ajo.

Uribe: Colcha no. Concha de ajo.

Dairo: No haces el esfuerzo.

Alexander: Lo hago, apestoso, mentiroso, farsante.

Uribe: ¿Y por qué dices eso de Dairo? ¿Qué te ha hecho?

Alexander: Este… pues… bueno… lo digo porque él todo lo


que te dice es para quedarse con mi puesto.

Uribe: ¡Jamás! Dairo no es de la familia.

Alexander: (En secreto) No sólo no es de la familia, es mari-


concete porque no creo que en la película El Pa-
drino, Al Pacino le haya metido la lengua hasta la
garganta a Fredo.
160 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
Dairo: Don Uribe, sólo deseo que cumpla esa meta que se
ha trazado, aunque me excluya. No importa. Estoy
para servirle. Es por ello que le invito a preguntarle
una frase, sólo una, para saber si Alexander le ha
hecho caso.

Uribe le coloca la escopeta en la frente a Alexander.

Uribe: Si quieres seguir siendo mi segundo al mando, debes


saber todo sobre El Padrino. Si no lo haces, perdería
dinero por tu ignorancia y tendría que matarte.
(Imita a Marlon Brando, en la película El Padrino)
«No es nada personal, es cuestión de negocios».

Alexander: No le hagas caso a Dairo, pues como dice El


Padrino. (De memoria. Imitando a Al Pacino en
la misma película y rápido) «Nunca te pongas del
lado de nadie que vaya contra la familia».

Uribe: (Le palmea el rostro con el cañón de la escopeta)


Bravo, bravo. Este es mi muchacho. (A Dairo) Y
sabes qué, no me gustó eso que le llamaras Fredo,
por más que esté en El Padrino. Fredo era un
resentido, un cobarde, un bueno para nada y, sobre
todo, un traidor. Alexander jamás me traicionaría.
(Se sienta molesto a esperar)

Alexander: (Se sienta a su lado) Jamás, hermanito.

Se vuelve a escuchar la estrepitosa música heavy


metal. El hombre de negro, de nuevo, tiene el mini
reproductor con la música. Dairo se dirige hacia él.

Oscuro en ese sector.

Colección Mirando al tendido 161


Escena 5

Torre en un castillo

Tony duerme en el mismo sitio que su escena an-


terior.

Tras el ventanal con barrotes, Patricia saca la


escopeta y dispara dos veces.

Tony: (Despierta aterrado y se arrodilla en su sitio) No,


don Uribe, no me mate, se lo ruego. No fui yo, fue
Patricia, fue ella quien me sonsacó e hizo que le
traicionara. Perdóname.

Patricia: No le temas a Uribe, porque nuestra hija y yo, en-


fermedad y herida le seremos. Lo convertiremos en
desierto, en tierra desahuciada, pues no sólo violó
la Ley de los Illuminati, sino que intentó destruir
su Corte de Adoración. Tony Montana, reconoce
a tu hija como nuestra, pues incienso y buena caña
olorosa pondrán a su paso. Vamos, sálvate, dale
un nombre y tu apellido, pues si no serás abono a
nuestros pies. Aún estás a tiempo y si lo haces, se
multiplicarán tus días, bienes y fortuna. Dale un
nombre y tu apellido, ella está esperando.

Tony Montana va hacia Patricia y le arrebata la


escopeta.

Tony: Cada día estás más loca, Patricia. Esa mucosidad


que tienes en el vientre se te subió al cerebro y te lo
está carcomiendo. Te dije que abortaras.

Patricia: Jamás. Tendré una niña índigo que cambiará al


mundo.
162 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
Tony: Más bien una demonia. Gracias a ella, ahora te-
nemos que vivir aquí, en la torre de un castillo en
Apolonia, como si fuéramos presos.

Patricia: Pues no lo somos. Convivimos como huéspedes de


honor del mariscal en jefe David Villegas, ministro
de Defensa de Apolonia.

Tony: Ese ministro enano, viejo, calvo y barrigón lo que te


quiere es coger y tú le haces fiesta y mucha sonrisita.
¿Sabes algo? En mis pesadillas sueño que te mato, a
ti y a tu coágulo, así que deja de darme celos que no
respondo. Ya tengo la cabeza más que jodida desde
que nací. Mi madre, María Brito, me abandonó sin
dejar rastro. A mi padre, Alexander, más de una vez
lo vi vistiendo las ropas de ella y chancleteando por
toda la casa. Mi abuela Verónica, que me quería mu-
cho, me cuentan que murió asfixiada. Si no hubiese
sido por Uribe, como le dices, faltándole el respeto,
si no fuera por él que se ocupó de mí, que pagó mis
estudios e hizo que me graduara de químico en la
prestigiosa Universidad Católica de Babilonia, me
hubiese vuelto loco. Siento que lo traicioné por ti,
por eso mi cabeza está peor y llena de pesadillas, no
te lo perdonaré. Y te advierto, no vuelvas a disparar
mi escopeta jamás.

Patricia: Los disparos calman a nuestra hija.

Tony: (Mientras va hacia la cama con una bolsa repleta


de cápsulas y la escopeta) Listo. Ahora sí. No me
salté ningún paso y he preparado la fórmula que
me dictaste para tener sueños bonitos y a colores.

Colección Mirando al tendido 163


Patricia: Yo te cumplí. Te inventé esa fórmula para que ya no
tengas pesadillas. Ahora cumple tú y otórgale un
nombre y tu apellido a nuestra hija, ya que si nace y
no lo has hecho, aunque te vistas de grana, aunque
te adornes con atavíos de oro, aunque pintes con an-
timonio tus ojos, será en vano pues serás destruido.

Tony: (Ya en la cama, traga varias cápsulas) Sigue, sigue


leyendo esas locuras de los Illuminati. Cada día no
sólo estás más fea con ese vientre inflamado por la
secreción que llevas dentro de él, sino que de tanto
leer esa basura del santo Vladimir, el cerebro se te
volvió un revoltijo de augurios y chifladuras. (Tra-
ga varias cápsulas)

Patricia: ¡Debes reconocerla!

Tony: ¡En esta vida todos somos desconocidos! (Traga


varias cápsulas) Estas nuevas cápsulas son como
algo lentas. (Cae rápidamente en la cama, comple-
tamente desmayado)

Oscuro.

Escena 6

Sala de espera de una lujosa clínica

Se escucha estrepitosa música heavy metal.

Uribe, sentado, molesto, espera. A su lado,


Alexander.

En un rincón, el mismo hombre de negro, escuchan-


do la música del mini reproductor. Dairo ya va

164 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


llegando hasta él. El hombre de negro, al verlo, se
aparta hacia otro rincón de la clínica. Dairo vuel-
ve a dirigirse hacia él, pero esta vez bailando. El
hombre de negro le sonríe. Dairo baila al frente de
este, quedando de espaldas al espectador y se abre
la gabardina como un exhibicionista. El hombre de
negro queda boquiabierto, al verle el sexo. Luego
mira, aturdido, a la cara de Dairo. Este aprovecha
y se le encima y lo apuñala varias veces. El hombre
de negro muere sin que nadie se dé cuenta. Dai-
ro lo acomoda para que pareciese que está vivo y
vigilante con su arma. Dairo agarra el mini repro-
ductor y lo destruye. De inmediato se deja de oír la
estridente música. Se escucha llanto de niños.

Dairo: (A Uribe) He ahí que esos que lloran, sí son tus


hijos. El que llora más fuerte es el varón.

Uribe: Y el varón nació en gracia, pues esta escopeta,


forjada en plata y oro, recortada, de dos cañones,
será su primer regalo.

Dairo: Vladimir es un santo que siempre cumple, por algo


preside la Corte de los Illuminati.

Uribe: Pues anda ya y llévale ofrendas.

Dairo: Sólo acepta lingotes de oro, dos por cada criatura


que ha nacido.

Uribe: Pues que así sea. Anda y llévaselos de mi parte.

Dairo sale.

Oscuro en ese sector.


Colección Mirando al tendido 165
Escena 7

Torre en un castillo

Patricia está sentada en un sillón, sobándose el


vientre con la escopeta. Tony, acostado en la cama,
se revuelca y habla desde su pesadilla.

Tony: No te llamas Candy Crush y eso que llevas en la


bolsita no son caramelos, son mis cápsulas para
soñar bonito y a colores, vamos, devuélvemelas.
No, Patricia. Aléjate del mariscal en jefe David
Villegas. ¿Dairo? ¡Dairo! Dairo, qué haces aquí, en
Apolonia.

Patricia: (A su vientre) Tranquila, mi bebé aún sin nombre.


Es tu padre en otra de sus pesadillas. No le hagas
caso. Voy a disparar para que te tranquilices. (Lo
hace, pero sólo se oye el click de los disparos) Tu pa-
dre, le sacó las balas. Pero yo ya me he vengado. Le
cambié la fórmula de las cápsulas para soñar boni-
to y a colores por otra que da horrendas pesadillas
en blanco y negro. Ay, mi bebé, cálmate, tus pata-
das me cimbran de dolor. Sosiégate pues aunque
tu envilecido padre nos desampare, no nos faltará
nada en Apolonia pues el mariscal en jefe… Ay,
hija, ay, aplácate, ya sé que quieres nacer y anun-
ciar guerra. Ya muy pronto asaltarás a la mañana,
al mediodía, a la misma noche atacarás y destrui-
rás sus ranchos, sus barrios, sus villas miserias, y
destruirás a todo pobre desventurado porque de
ellos jamás serán los cielos de esta tierra. Es pala-
bra anunciada por el santo Vladimir y está sellada
bajo siete llaves en la Corte de los Illuminati. Ay,
166 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
hija, ay, apacíguate que tus patadas son como azo-
tes en mi vientre… ¿Quieres ver televisión?

Patricia se levanta y enciende el televisor.

Escena 8

En la televisión transmiten monasterios enclavados


en montañas nevadas y se oyen cantos gregorianos.

Patricia: Ay, no me patees. Serénate. ¿Qué puedo hacer? Ese


es el programa más divertido de Apolonia.

Desde el televisor se oye ahora sonido ensordecedor


de tambores militares.

Patricia: (A su vientre) ¿Te agradó el retumbar de los tam-


bores? Sí, sí, esos tambores parecen disparos. Te
quedaste tranquila, te dormiste, mi bebé aún vela-
da de nombre y apellido.

Escena 9

En pantalla aparece un monje dominico.

Monje: (Desde el televisor) Interrumpimos este glorio-


so programa de cantos gregorianos, para pasar a
transmitir en cadena nacional un mensaje de nues-
tro venerable primer mandatario Gustavo Ott.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Escena 10

En pantalla aparece Gustavo Ott, con vestidura a


la usanza de san Francisco de Asís y, cruzada sobre
Colección Mirando al tendido 167
su pecho, la banda presidencial de la república de
Apolonia. A su lado: el mariscal David Villegas, en
uniforme de gala y repleto de medallas.

Gustavo: (Lee un pergamino) Yo, Gustavo Ott, presidente


de la república de Apolonia, informa a la nación lo
siguiente. Considerando: que la república de Apo-
lonia ha sido faro para el mundo en su lucha contra
cualquiera que se aproveche de los dineros públi-
cos, y para hacer énfasis que ese es nuestro norte
como Estado, resuelve. Se modifica el nombre de
república de Apolonia por el de la República Libre
de Corrupción de Apolonia. Cúmplase.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Gustavo: Yo, Gustavo Ott, presidente de la República Libre


de Corrupción de Apolonia, informa a la nación lo
siguiente. Considerando que cada año hay aumen-
tos de sueldos, salarios, estipendios y bonos de efi-
ciencia para los altos funcionarios públicos. Con-
siderando que esas costosísimas erogaciones bien
podrían servir para construir más escuelas donde
lo sacro sea materia única y así formar apolinenses
consagrados a la bondad. Considerando que esas
onerosísimas erogaciones bien podrían servir para
la construcción de hospitales, pero ahora sólo de
medicina homeopática, acupunturista, de cris-
tales, minerales, florales, alquímica y yerbatera,
para así eliminar de una vez por todas la medicina
alopática donde el lucro es su razón de ser. Con-
siderando que esas exorbitantes erogaciones bien

168 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


podrían servir para construir más viviendas, pero
ahora de un solo ambiente de cuatro por cuatro y
con todas las comodidades monacales, abaciales y
cartujanas, para que así den fe de nuestro despren-
dimiento franciscano. Decreta. Primero. Se elimi-
nan a partir de este momento los sueldos, salarios,
estipendios, bonos y viáticos a todos los funciona-
rios públicos. Segundo. A partir de este momento
el pueblo de Apolonia supervisará el rendimiento
de los funcionarios y decidirá el monto a pagar por
días trabajados. Tercero. El monto a pagar no po-
drá hacerse en Apolínea, la nueva moneda de libre
circulación, sino que se cancelará en vituallas, ver-
duras, frutas, semillas, vegetales, gramíneas, arro-
ces, trigo, avena, granola, cebada, maíces y leche de
soya. Cuarto. Ningún pago podrá hacerse en bebi-
das gaseosas y mucho menos espirituosas. Quinto.
El monto a pagar, dado que es vegano y busca pro-
teger el medio ambiente terráqueo, aéreo, acuático
y del universo entero, de ninguna manera podrá
ser objeto de protesto alguno por los funcionarios
que lo reciban. Estos decretos tienen valor, ran-
go y fuerza de Ley en toda la República Libre de
Corrupción de Apolonia y pasarán a ejecutarse de
inmediato. Cúmplase, Gustavo Ott, presidente la
República Libre de Corrupción de Apolonia.

Gustavo Ott mira a cámara. Se oyen aplausos gra-


bados. Sonido ensordecedor de tambores militares.
Sale la imagen del presidente Gustavo Ott y la del
mariscal David Villegas.

Colección Mirando al tendido 169


Escena 11

Regresa la imagen del monje dominico.

Monje: Y ahora continuamos con nuestra excitante pro-


gramación regular.

Escena 12

De nuevo imágenes de monasterios enclavados en


montañas nevadas y se oyen cantos gregorianos.

Patricia: Ay de ti, Gustavo Ott, presidente de Apolonia. Ay,


de ti porque tus inclinaciones no son nuestras ten-
dencias, ni vuestras cruzadas las de la Corte de los
Illuminati. Los carriles nuestros son más rígidos que
los vuestros, y nuestras apretaduras son más pode-
rosas que las tuyas. Ay de ti, pues ahora has encen-
dido la ira del santo Vladimir y como saeta de fuego
toda la Corte de los Illuminati vendrá contra ti y ha-
cia los tuyos, y no habrá quien la detenga. ¡Ay, de ti!

Oscuro.

Escena 13

Sala de espera de una lujosa clínica

Entra Arocha, seguido de verónica y María Brito.


Cada una trae a un recién nacido envuelto en
blancas cobijas.

Arocha: Don Uribe, antes que nada mis dobles parabienes


para usted, por sus dos criaturas recién venidas al
mundo. También es mi deber decirle algo.

170 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Verónica: Te felicito, hijo, pues no sólo has tenido una niña,
sino también un niño.

Uribe: Hoy habrá fiesta en mi fortaleza y en toda la


ciudadela para delincuentes que construí, así lo
ordeno. Además, para celebrar, habrá puro whisky
dieciocho años y cocaína hasta que les sangre la
nariz. Gratis. Todo gratis. Yo invito.

Hombres de negro, alborozados, dan vivas a Uribe.

Arocha: Está muy bien, don Uribe. Usted como siempre


espléndido, pero antes de comenzar la celebración
quiero explicarle algo. Fíjese, yo no esperaba a
unos morochos pues doña Elvira jamás quiso que
la examinaran y creo que eso contribuyó a que
ella…

Uribe: (Interrumpiéndolo) No hable tanta paja, doctor


Arocha, que me debe una.

Arocha: (Asustado) ¿Yo?

Uribe: Doctor Arocha, yo te monté esta clínica de lujo


para que atendieras a mis subalternos heridos.

María Brito: Me consta, cuñado, y sé que no sólo hablo en


nombre mío y en el de mi casto esposo Alexander,
sino en el de todos mis compañeros y compañeras
de brega diaria pues al haber mandado a levantar
esta clínica ha sido de gran ayuda laboral, ya que
me han atendido dos veces cuando e ingresado
balaceada y los puntos me los agarraron pequeñitos
y casi no se ven las cicatrices.

Colección Mirando al tendido 171


Uribe: No me des las gracias a mí, gorda María Brito,
sino a la película Carlitos Way. Ahí fue que vi que
Carlitos Brigante dijo: «Los hijos de puta siempre
te disparan de noche, cuando lo único que hay
es un médico de guardia novato con un cerebro
somnoliento». Por eso mandé a hacer esta clínica
para que los trataran bien. Con respecto a usted,
doctor Arocha, sí, me debe una porque fue para
eso que le puse al frente de esta clínica y no para
que hiciese cirugías estéticas a María Brito y a las
otras putas de la ciudad.

María Brito: Gracias por la parte que me toca, cuñado, pero


mire, con todo respeto y no es por defender al
doctor Arocha pero sus cirugías estéticas son las
más baratas y le ponen a una el rostro que desee.
Míreme, aumentó mis senos y además ya casi me
parezco a Nicole Kidman, pero bien morena, por
supuesto.

Uribe: Es barata, gorda María Brito, porque utiliza aceite


usado de auto para aumentarles las tetas.

María Brito: Ah, con razón que cuando me las lavo, sale un
humito y un olorcito como de tubo de escape. Qué
hijo de puta eres, doctor Arocha.

Alexander: Y no sólo eso, hermanito, el doctor Arocha es un


delactor.

Uribe: Delator, Alexander, se dice delator.

Arocha: ¿Yo, delator? ¡Jamás! Soy devoto de la Corte de los


Illuminati. Jamás delatamos, sólo negociamos.

172 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Uribe: Eso es verdad, para los devotos de esa Corte, todo es
negocio. Pero la familia es la familia y se debe oír. (A
Alexander) ¿Por qué dices que Arocha es un delator?

Alexander: Ah, porque para que el culo se le viera más grande a


mi virginal esposa María Brito, le ofreció inyectarle
una vaina de policías metropolitanos.

Uribe: Policías metropolitanos no, Alexander. Se llaman


polímeros, Alexander, polímeros. Prefiero que no
sigas memorizando palabras sin ton ni son del
diccionario.

Alexander: Gracias, hermano, gracias. Me quitas una gran


pesadez estomacal de los hombros.

Uribe: Arocha, Arocha, Arocha, ahora que recuerdo me


debes más de una, pues también está el asunto
de las benditas dietas. Ahora todas las putas que
trabajan para mí, parecen una espátula y sólo
hablan de lo maravillosas que son tus píldoras para
adelgazar y de tus excelentes dietas hasta cuando
uno se las coge.

María Brito: Eso sí es verdad, la Valentina hizo esa dieta con todo
y píldoras y ahora parece un silbido. Claro, ya nadie
la usa mucho porque vive mareada y recostada del
poste de la calle. Yo no haría dieta nunca porque
las gordas somos todo sabor. Además a Alexander
lo que le gusta es comer y comer y comer y pues yo,
siendo tan buena esposa, lo acompaño.

Uribe: Pues deberían ir pensando en tener hijos, en vez de


comer tanto.

Colección Mirando al tendido 173


María Brito: Es lo que yo le digo, pero ni siquiera me toca.

Uribe: ¿Cómo así, Alexander?

Alexander: Es… es… es que quería que tú, hermanito, fueses el


primero en tener hijos.

Uribe: Pues ya los tengo, así que ahora ponte a preñar a


María Brito, quiero una familia grande. (A Arocha)
Y tú, ¿creíste que no me iba a enterar? Nada ilícito
de lo que suceda en Babilonia es un secreto para
mí. Ah, pero, relájate, hoy estoy feliz por este hijo y
no te sucederá nada, pero te advierto que si vuelvo
a escuchar a otra mujer hablando de su puta dieta
cuando la estoy montando, juro que le corto el
cuello a ella y luego a ti. Por ahora te perdono.

Arocha: Gracias por su perdón, pero mire, tengo que decirle


algo importante y es…

Uribe le quita el recién nacido a María Brito.

Uribe: Pesado, duro y fuerte como yo.

Verónica: No, esa es la niña. Toma, este es tu hijo.

Uribe devuelve el recién nacida a María Brito y


carga ahora el de Verónica.

Uribe: Pero la carajita se siente más pesada, más robusta.


Este no pesa casi y se siente como carapacho de
pollo.

Arocha: Es que nació de segundo, fue por eso. Pero lo peor


fue que…

174 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Uribe: (Luego de abrir la cobija y ver al niño) ¿Y qué vaina
es esta doctor Arocha?

Arocha: Su… su hijo… su hijo, don Uribe.

Uribe: ¿Mi hijo? Cómo qué mi hijo. (Le entrega el niño a


Alexander) ¿A ti te parece esta vaina mi hijo?

Alexander: (Observándolo) ¡Verga!

Uribe: (A María Brito) Déjame ver la carajita. (La observa)


No joda, tiene los ojos abiertos y tan claros que
casi parece ciega.

Alexander: Y este niño no es tostadito. Es decir, no tiene


nuestro colorcito y ni siquiera bemba, hermanito.
Parece más bien un pan de leche, pero todo
arrugado y como coñaceado.

Arocha: Todos los niños se ven así al principio, pero luego


cambian. Además, con él tuve que utilizar un
fórceps y jalarlo, era como si no quisiera nacer
pues se aferraba al tobillo de su hermana.

Alexander: Y el fórceps ese como que le jodió el güevo porque


le quedó largo pero enroscado como rabo de
cochino.

Arocha: Eso es normal. Por lo demás, el niño, en ese sentido


de su masculinidad, está más que bien dotado.

Alexander: Sí, cierto, se ve, pero qué va, qué va, no se parece
nadita a… a tu cosa, hermanito, tú eres más bien
como cañón corto.

Colección Mirando al tendido 175


Uribe: ¡Cállate de una vez por todas, Alexander! ¡Esa puta
de Elvira ya me va a explicar esta vaina!

Arocha: No podrá explicárselo porque…

Uribe: Como qué no. Yo no seré médico como tú, pero


tengo métodos más que científicos para hacerla
hablar y que así me diga quién es el padre de estas
raticas hepatíticas.

Arocha: Me temo que no va a poder ser, don Uribe. Doña


Elvira pereció en el parto, es lo que he tratado de
decirle desde hace rato.

Uribe: ¿Se murió?

Alexander: Y se murió sin tu permiso, hermanito.

Arocha: Lo lamento, hice todo lo que estuvo en mis manos.


De haberse hecho el ecosonograma, yo podría
haber observado que eran dos en vez de uno y
que venían abrazados. Parir dos criaturas fue
demasiado para ella. Yo sé que no es consuelo, pero
ahora ya tiene dos hijos, una hembra y un varón.

Uribe: ¡Esas alimañas lechosas no son mis hijos!

Alexander: Y se ve, hermano. Fíjese, mírelo. Este niño no es


amarronado ni en el japarito.

Uribe: Pajarito, Alexander, no japarito.

Alexander: Eso mismo. El pipí le tira más bien como a catire,


como el del doctor Arocha.

176 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Uribe: ¿Y cómo sabes tú que el doctor Arocha lo tiene
catire?

Alexander: ¿Ah? Bueno… este… porque yo vigilo a todo el


mundo y en cualquier momento y lugar. Es mi
deber para contigo. Pero, mira, f íjate ahora en la
niña, es una blanquita pero de las bien lavadas y,
sin duda alguna, esos ojos azulosos son como los
del doctor Arocha.

Uribe: ¡Maldito seas, doctor Arocha!

Arocha: Espere, don Uribe, no se precipite. Yo… yo puedo


explicarle científicamente porque ese niño se ve
tan blanco y…

Uribe: ¡Hijo de puta!

Arocha: (Se va alejando de la escena) No se ofusque,


don Uribe. Y deje de apuntarme. Le aconsejo
que lo piense, llevo el escudo de la Corte de los
Illuminati tatuado en mi antebrazo, soy un devoto
principalísimo de ella y…

Uribe: No me digas que eres inocente, Arocha, porque


insultas mi inteligencia y eso me encabrona de
sobremanera. Confiesa, desgraciado.

Uribe amartilla la escopeta, sin dejar de apuntar a


Arocha. Este corre fuera de escena.

Escena 14

Uribe dispara los dos tiros de la escopeta hacia


donde ha huido Arocha. Se escucha un cuerpo caer.

Colección Mirando al tendido 177


Uribe: (Hacia donde cayó Arocha) ¡Game over, maricón!
¡Game over para tu santo Vladimir y la mierda de
su Corte Illuminati con su tatuaje y todo, hijo de
puta!

María Brito se acerca a mirar sin salir de la escena.

María Brito: (Luego de mirar) Ahora le dirán Arocha el Illumi-


nati sin cabeza. Se la voló completica.

Uribe: (A todos) ¡Que nadie hable de lo sucedido hoy!


¡Que ni siquiera alguien haga un comentario,
porque no lo mataré sino que le sacaré los ojos con
mis propias manos y luego le cortaré la lengua y
así lo lanzaré al mundo! ¡Querer joderme a mí es
querer joder al mejor!

Alexander: ¿Hoy? Yo no he visto que haya sucedido nada hoy.


(A los hombres de negro) ¿Y ustedes?

Los hombres de negro niegan, otros silban, otros


miran hacia el techo.

Alexander: (Entregándole rápidamente el niño a Verónica)


Toma este paquetico de no sé qué cosa.

Verónica: (A Uribe, acercándole a los niños) ¿Y qué hago con


esto que no sucedió?

Uribe le quita los niños a Verónica y María Brito.


Verónica aprovecha para sacar una gran salchicha
polaca y se la traga completa.

Uribe: (Cargando a los recién nacidos. Les sonríe. Los


pasea hacia el proscenio. Les habla, en secreto. Con

178 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


ternura) El destino cometió un error con ustedes,
tenían que haber nacido muertos. (Pausa corta)
Yo corregiré ese error. (Se devuelve y los entrega a
María Brito) Los dejas en el relleno municipal para
que los devoren vivos los zamuros y las ratas.

María Brito: Así lo haré.

Uribe: Desde ahora, que nadie se equivoque afirmando


que tengo buen corazón. Soy el malo. Despídanse
de los otros que se creen malos, pues nunca verán
a un hombre tan malo como yo. Tú, Alexander,
anda al cementerio y me despedazas el altar del
santo Vladimir y toda esa porquería que llaman la
Corte Illuminati. Lo sacas de su tumba y lo lanzas
al pozo séptico con todo y féretro y escudo y toda
su inmundicia.

Alexander: Tiene muchos devotos.

Uribe: Pues a quien se te oponga, le pasas la motosierra


desde la entrepierna hasta la cabeza. Se acabó esa
devoción.

Alexander: ¿Y qué hago con Dairo? Él está allá y es el devoto


principal de esa Corte.

Uribe: No lo mates. Pero necesita una lección.

Alexander: Así lo creo, porque es un tipo… muy frío.

Uribe: Gracias. Me diste una idea. Como es tan frío, en la


punta del pene le clavas un picahielos.

María Brito: Uy, hasta a mí me dolió.

Colección Mirando al tendido 179


Uribe: ¿Qué esperas ahí, gorda María Brito? ¿Por qué no
has ido a hacer lo que te dije?

María Brito: Sí, de inmediato. (Sale)

Escena 15

Verónica va a salir tras María Brito.

Uribe: Madre, a dónde vas.

Verónica: A supervisar a María Brito. Quiero que se cumpla


tú voluntad.

Uribe: Gracias, madre, pero regresa pronto, pues hoy más


que nunca necesito de los dones de tu boca.

Verónica: Te haré olvidar todo. He ampliado mi capacidad,


muy pronto me estaré adiestrando con un
salchichón completo. Ya verás, hijito, que, por las
vibrantes delicias que te ofrecerá mi boca, hoy
estarás en el cielo.

Uribe: ¡No, jamás! El cielo siempre engaña. Llévame con


tu boca a los infiernos pues ahí nada envilece, de
ahí venimos. El infierno jamás traiciona. ¡Vete ya!

Verónica sale.

Escena 16

Alexander: Y… qué hacemos… con Elvira.

Uribe: ¿Elvira? ¿Cuál Elvira? Si ya está muerta no tiene


nombre. Quiero que ese nombre desaparezca de
la faz de Babilonia. Nadie que ose llamarse Elvira,

180 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


vivirá. Quiero que la quemes con el doctor Arocha,
luego los pulverices y eches sus cenizas a la cloaca.

Alexander: Así se hará.

Uribe: Sólo deja el retrato de ella en el sótano de mi


fortaleza, pues cada vez que sienta algo por una
mujer, que sienta esa extrañeza que termina
en esclavitud y que llaman amor, lo veré para
recordar su traición y mi debilidad. ¡Y busquen
a otro médico! ¡Me haré la vasectomía pues de
ahora en adelante no tendré hijos! Ellos son tiranía
feroz sobre nuestros sentimientos y por ternura
someten nuestro corazón, para nada, pues luego
crecen y abandonan. De ahora en adelante, nada
me apartará de ser el hombre más poderoso de
Babilonia. (A los hombres de negro y señalando
con la escopeta todo el lugar) Quiero que arrasen
con los pacientes, visitantes, médicos, enfermeras,
recién nacidos, operados, con todos los que creían
que tenían una segunda oportunidad sobre la
tierra. Aniquílenlos. Después quemen la clínica,
destrúyanla. Que no quede piedra sobra piedra y
en su terreno riegan cal para que no crezca nada.
Donde murió el amor, no debe crecer la hierba.

Alexander: ¿Y luego, hermanito?

Uribe: Pues luego se me van para la ciudadela, entran a


mi fortaleza y ahí todos beberemos, fornicaremos,
nos drogaremos. ¡Hoy celebramos!

Alexander: ¿Igual vamos a celebrar?

Colección Mirando al tendido 181


Uribe: Citando a mi siempre recordado Tony Montana:
«Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y
mis palabras». Yo ya los invité y mi palabra es un
testamento. ¡Hoy hay fiesta en toda la ciudadela y
en mi fortaleza!

Alexander: ¡Viva mi hermanito!

Todos dan vivas y comienzan a disparar.

Oscuro sobre ellos.

Escena 17

Torre en un castillo

Patricia, tras el ventanal con barrotes, hace dos


estruendosos disparos con la escopeta. A sus pies,
muchos casquillos de bala. Tony, dormido, aluci-
nando, se sienta de inmediato en la cama. Sonríe
y sin abrir los ojos, toma varias cápsulas que están
regadas en la cama y se las traga. De inmediato
vuelve a caer dormido, pero ahora sentado sobre sí.

Patricia: (Acariciándose el vientre con la escopeta) Qué in-


quieta has estado, mi niña sin nombre. Casi me
perforas el vientre con tus patadas. Tuve que hacer
catorce disparos para que te calmaras. Ahora sí es-
tás tranquila, te siento soñar con disparos de bien-
aventuranza. Ahora sé que dormirás toda la noche.
Yo siempre te protegeré. Pronto nacerás y cuando
lo hagas, se alegrará el desierto y mi soledad. Lo es-
téril se gozará y florecerá como la rosa de la noche,
con gran aroma pero con venenosas espinas. Yo,

182 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Patricia, tu madre, te fortaleceré con gran poder y
afirmaré sobre riquezas sin fin, tus rodillas ende-
bles. Por ahora no tienes nombre, pero te prome-
to que la gloria del mundo te será dada. Duerme,
pues tu madre tiene que descansar también y es-
tar fuerte para ti, porque al apenas tú nacer, hasta
los sin piernas correrán y saltarán como venados.
Descansemos. Tú eres La Elegida.

Patricia deja la escopeta al lado de Tony. Se sienta


en un sillón.

Oscuro en ese sector.

Escena 18

Habitación de Dairo

Dairo, recostado en el espaldar de la cama, desnudo


y tapado medio cuerpo con una sábana blanca.
Bebe champaña y come fresas de una copa. Lleva
el sombrero puesto. A su lado, el radio reproductor.
Alexander, vistiendo una gran capa roja que lo
cubre todo, está sentado en la silla giratoria, de bar.

Dairo: Estas fresas están deliciosas.

Alexander: Yo no sé cómo puedes estar tranquilo, sabiendo el


gran problema que tenemos.

Dairo: No te tomes la vida tan en serio, a la final nunca se


sale vivo de ella. Además, te preocupas sin motivos.

Alexander: ¿Sin motivos? Cuando mi hermano se entere que


no utilicé el picahielos contigo, me sacará los ojos

Colección Mirando al tendido 183


con sus propias manos y me cortará la lengua y
seré expulsado de la fortaleza. ¡Seré un paria! Todo
por tu culpa.

Dairo: Ah, de eso no puedes culparme, porque cuando


apenas llegaste al cementerio y bramaste, picahielos
en mano, que me desnudara, te obedecí y sin
ninguna resistencia me despojé de mi gabardina.

Alexander: Eres un perro, como todos los hombres. Sabías


que al desnudarte y lo viera, no lo podría hacer. Tu
King Kong es mi desgracia.

Dairo: Y tu placer.

Se escucha llanto de niña.

Alexander: (Gritando hacia el fondo) Mamá, ya haz callar a


esa niña. Dale por lo menos un tetero de agua de
azúcar, no todo puede ser para el varoncito.

Se escucha un fuerte golpe y un leve quejido de


niña. Otro golpe más fuerte aún y que retumba y la
niña hace silencio.

Alexander: Ahora que lo pienso, no creo que se conforme con


dejarme ciego y mudo, sino que me arrancará las
orejas y destruirá mis oídos cuando descubra que
no destruí el altar, ni la Corte de los Illuminati, ni
mucho menos boté al pozo séptico el féretro donde
reposa tu santo Vladimir, sino lo que es peor, te
ayudé a mudarlo a otro cementerio. ¡Y todo por el
amor que te tengo! Ay, mi hermano no me tendrá
piedad, lo conozco.

184 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Dairo: Te puedo asegurar que lo que hiciste por la Corte
de los Illuminati ya escrito estaba y en proteger los
huesos del santo Vladimir, resguardaste los tuyos y
tendrás algo más de vida. Dalo por cierto.

Alexander: No creo en santos, lo que sí creo es que mi hermano


se ensañará más conmigo que contigo.

Dairo: ¿Quieres una fresa? (Se levanta un poco la sábana


y se lanza la fresa hacia los genitales) Ven, tómala.

Alexander: ¿Es que aún no entiendes que mi hermano te


aniquilará a ti, a mi madre, a mí? Es que ni siquiera
me provoca hacer el amor.

Dairo: Fúmate ese tabaco que te regalé y cambiarás de


idea.

Alexander: (Encendiendo un tabaco de marihuana. Fuma.


Tose) Está rara.

Dairo: Es especial.

Alexander: (Fuma. Tose) Mi hermano no tolerará nuestra


traición.

Dairo: Ya todo lo tengo resuelto.

Alexander: (Fumando. Más tranquilo) ¿Lo resolviste? ¿Sí? A


ver cómo nos salvamos de esta.

Dairo: Primero, no me dejaré ver por algunos días y


cuando esté en presencia de él, caminaré arqueado,
con las piernas abiertas, como si me hubieses
clavado el picahielos.

Colección Mirando al tendido 185


Alexander: ¿Y cómo hacemos cuando pregunte por María
Brito? Mi mamá tuvo que matarla, pues la gorda no
se dejaba quitar los niños. Ella es así, maternal, pero
solamente con el niño. Con la niña es otra cosa, no
le interesa para nada, ya ves que ni la alimenta.

Dairo: Por la gorda María Brito no te preocupes. Le puse


la lengua de corbata. Ya es detritus.

Alexander: Ay, te confieso algo, esto no sólo me relaja, sino


que me están dando ganas.

Dairo: Es que aliñé tu marihuana, es la moda. Ese tabaco


de marihuana esta adobado con otras yerbas como
la ayahuasca y la yohimbina.

Alexander: Ay, sí, ya me estoy sintiendo divina, pero no tanto


para saber que aún está el problema de los niños.
Mi mamá quiere quedarse solamente con el varón.
(Fuma)

Dairo: Fresco, fresco, tranquilo, yo lo soluciono.

Alexander: ¿Cómo?

Dairo: De manera simple, como son las mentiras más


profundas y horribles. Le dices a tu hermano
que María Brito ya estaba embarazada de ti, que
eso de ser gorda era una mentira de ella para
ocultar su barriga. Que dio a luz un hijo varón y
que te abandonó. Que te dejó al niño. Que tú lo
criarás con la ayuda de Verónica. Él, de seguro, te
mandará a matar a María Brito por desertora. A
los días le dirás que diste con ella y la rebanaste con

186 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


la motosierra y que sus partes están regadas y ya
forman parte del relleno sanitario. Quedarás como
un valiente, ante él.

Alexander: Qué bien, qué bien, me gusta.

Dairo: Nunca te he fallado. Fíjate que te asesoré para que


incluyeras palabras absurdas en tu vocabulario
y funcionó. Te cree un tonto y jamás le cruzaría
por su mente que, a su tiempo, irás tras de él y te
convertirás en capo de tutti los capos.

Alexander: Cierto. Me menosprecia. No sabe que siempre he


sido inteligente, que la inteligencia me persigue
desde niña.

Dairo: Aunque tú eres más rápido que tu inteligencia. (Ríe


para sí)

Alexander: (Sin comprender) Así es, rápida también soy.


Gracias. Tú siempre has creído en mí, por eso
cuando yo sea el gran capo, tú estarás a mi lado.
Sólo queda el problema de la niña.

Dairo: Eso es otro cantar, pero no todo es perfecto. Ya


está condenada, yo mismo me encargo.

Alexander: Que yo no sepa nada, tú sabes lo sensible que soy.

Dairo: Fuma… así… así… para que empieces a sentir otro


aderezo aún más delicioso. Y ahora, te voy a contar
como cerrarás con broche de oro la mentira.

Alexander: Ya estoy toda empapada atrás. Ay, ardo en deseos,


mi culito hace pucheros. Habla, cuéntamelo todo,

Colección Mirando al tendido 187


pero rápido, que quiero que me siembres al revés
con toda tu saña.

Dairo: Espera, calma, aprende a no permitir que el deseo


y el placer, nublen tu juicio. Para que quedes bien
con tu hermano, cuando le muestres el niño, le vas
a decir que le pusiste como nombre, en su honor,
el de Tony Montana. Se conmoverá. Y así será él
quien te visite y lo tendrás cerca.

Alexander: Sí, sí, sí, genial. Toda una lección de El Padrino,


pues él dice: «Mantén cerca a tus amigos, pero más
cerca a tus enemigos». Ay, Dairo, en verdad eres
bien malo.

Dairo: No, no soy malo. Cómo puedo ser malo si soy


mortal. En esta vida nadie es malo porque somos
mortales. El Diablo es malo porque es inmortal,
pero el día que se muera, ya verás que dirán,
pobrecito el Diablo, tan bueno que era él.

Alexander: Está bien, no eres malo, pero sí terrible. Prométeme


que nunca me harás daño.

Dairo: Te prometo que nunca te romperé el corazón.

Alexander: Ay, ay, ya no aguanto, ay qué ardor tengo atrás, mi


culito es un volcán que quiere tu lava correr hacia
sus entrañas.

Dairo: Es el mentol chino que también tiene tu tabaco,


actúa así.

Alexander: Ya, hazme tuya, tengo furor anal.

188 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Alexander se va quitando como en striptease,
la capa roja y vemos que viste el uniforme de las
monjas de la orden de Teresa de Calcuta.

Dairo: En la vida, sólo hay dos sílabas que valen la pena, y


que deberían rezarse en las iglesias: cu-lo. ¡Ven!

Alexander: Voy, dame tu cruz, King Kong, yo la llevaré adentro.

Dairo: Ven, pues, y crucif ícate tú misma en mi madero.

Dairo coloca música religiosa en el radio


reproductor.

Oscuro sobre ese sector, mientras Alexander avanza


hacia Dairo.

Escena 19

Torre en un castillo

Tony, sentado en la cama, está prácticamente ro-


deado de cápsulas de diferentes colores. A su lado,
la escopeta. Frente a él, una bandeja de comida
donde habrá innumerables postres repletos de cre-
ma. Su boca esta toda manchada de la crema de
esos postres que come con gran fruición y desespe-
radamente, a la vez que va recogiendo y tragando
cápsulas. Patricia está sentada en el sillón, acusan-
do malestar en el vientre.

Patricia: Tony, ten clemencia, préstame la escopeta que


nuestro niña está muy inquieta… ya anuncia que
pronto va a nacer.

Colección Mirando al tendido 189


Tony: (Mientras come postres y traga cápsulas) Estos dul-
ces están riquísimos, no puedo dejar de comerlos.
(Come postres y traga cápsulas)

Patricia: Por caridad, déjame disparar la escopeta que eso la


calma y así puedo respirar mejor.

Tony: (Traga cápsulas) Creo que me hice inmune a las


cápsulas para soñar bonito y a colores. De tanto
tomarlas, creé resistencia a ellas. (Traga cápsulas)
Estas que me acabas de hacer, son buenas, pero
también lentas. Debes mejorar la fórmula. Hacerla
más potente y mucho más rápida.

Patricia: Sí, lo que quieras. Te haré la Cápsula Negra, es una


cápsula cuántica, la más poderosa que he inven-
tado, pero por favor, sé compasivo… dos disparos
nada más, es lo único que te pido.

Tony: Definitivamente, estas son muy lentas.

De inmediato Tony Montana deja caer la cara so-


bre los postres. Duerme profundo. Patricia, rápi-
damente, le quita la escopeta y dispara dos veces
hacia la ventana.

Patricia: (Sobándose el vientre con la escopeta. Con ternura)


¿Viste? Ya estás tranquila.

Oscuro sobre ese sector.

190 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Escena 20

Habitación de Dairo

Se escucha el dueto Papageno-Papagena, de la


ópera La flauta mágica de Wolfgang Amadeus
Mozart.

Verónica está sentada y amarrada en la silla


giratoria de bar, sin que podamos verle el rostro
porque Dairo está encima de ella, tapándola con la
gabardina. Vemos cómo las piernas de Verónica se
estiran y contraen. Verónica se arquea desesperada.
Verónica retuerce las piernas hasta que se le relajan.
Dairo, siempre de espaldas al espectador, se separa
de ella y, sin quitárselo, se ajusta el sombrero.
Verónica está muerta y con la boca tremendamente
abierta y los ojos desencajados. Dairo, dando pasos
de ballet, se llega hasta el grabador y lo apaga.
Va hacia el escaparate metálico, abre el candado
y vemos varios sombreros y bisoñés con diferentes
cortes y estilos.

Dairo: A ver, a ver, cuándo fui al estilista. Ah, ya sé, hoy


fui. Usaremos este. (Se despoja de su sombrero y
lo cuelga. Luego se quita su gran cabellera larga y
por primera vez percibimos que es calvo, con uno
que otro mechón de cabello y con costras horrosas,
blancuzcas, rojas y purulentas roñas en la cabeza.
Toma una de las pelucas y se la coloca. Luego toma
un sombrero y hace lo mismo. Como si modelara
se gira hacia Verónica) ¿Qué tal? Sí, ya veo que te
gusta. Mi elegancia te deja boquiabierta. No, no,
no, Verónica, no puedes reprocharme nada, pues
Colección Mirando al tendido 191
siempre te advertí que no ingresaras en mi humilde
habitación. Pero no te aguantaste y descubriste
mis bisoñés y cuando entré, te reíste en mi cara.
¿Y cuál fue el resultado? Pues que ahora, Tony
Montana, con apenas siete añitos, se quedó sin
abuelita. (Se acerca) ¿Y por qué tienes esa boca
tan abierta, abuelita? (Se responde, como abuelita)
Para mamarte mejor. (Ríe. Deja de hacerlo) No,
no, no creas. Uribe no te vengará porque ya lo
tengo resuelto. (Va hacia la pequeña nevera, la
abre y saca un gran salchichón) Mira. Ahora te
llevaré a tu cuarto, te sentaré en tu mecedora y…
sí… adivinaste. Introduciré todo este salchichón
en tu boca y cuando te encuentren todos creerán
que te estuviste ejercitando y… pues, que moriste
de un accidente laboral. Te aseguro que Uribe te
enterrará con honores. Ya verás, yo mismo se lo
propondré. Vamos, Verónica, ya es la hora de tu
inmortalidad.

La carga y sale de escena.

Oscuro en ese sector.

Escena 21

Gran escalinata que culmina arriba en un trono

Han pasado veintidós años.

Se escucha una marcha militar. Entran los hombres


de negro y se van colocando en sitios estratégicos.

192 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Escena 22

Entra Alexander muy bien trajeado. Sube las


escalinatas y se coloca a un lado del trono.

Escena 23

Entra Tony Montana. Paltó blanco. Lleva una


pequeña caja de madera, con cápsulas. Sube la
escalinata y se coloca al otro lado del trono.

Escena 24

Entra Uribe en smoking y llevando sobre su


pecho la banda presidencial de la república de
Babilonia. Tras él, Dairo, vistiendo una gabardina
de satén, brillante y un sombrero negro. Suben las
escalinatas. Uribe se sienta en el trono. Dairo se
coloca tras del trono. Cesa la marcha militar.

Dairo: Permítame decirle que más que una gran toma


de posesión como nuevo presidente de Babilonia,
pareció un acto de coronación, digno de su
Excelencia.

Uribe: ¿Qué hace allá atrás, Dairo? Aquí, adelante, que yo


le vea. En Babilonia sólo mando yo, no quiero que
se diga que hay otro poder detrás del trono.

Dairo: No fue esa mi intención, excelentísimo presidente.


Me coloqué atrás para que sólo se viera su gloria.

Uribe: Vamos a decirle que le creo, Dairo, para no entrar


en detalles. Su habilidad es el engaño. Confiésalo.

Colección Mirando al tendido 193


Dairo: Lo haré, si me lo ordena su Ilustrísimo, pero: «¿De
qué sirve confesarme si no me arrepiento?»

Uribe: Esa es una frase de El Padrino.

Dairo: El Padrino iii, para ser más exacto. Pero la siento


como mía.

Uribe: Por su constancia y fidelidad, desde hoy queda


nombrado vicepresidente de la república de
Babilonia. (Tose, fuerte, casi ahogándose)

Tony Montana se le acerca, abre la pequeña caja


de madera, saca dos cápsulas y se las introduce a
Uribe en la boca. Uribe le arrebata la caja y toma
dos cápsulas más. Se va calmando.

Tony: ¿Ya se siente mejor? Tiene que cuidarse. Los


pulmones son algo serio y…

Uribe: Silencio, Tony Montana. «Siento que cuando más


enfermo estoy más sé… cuando me muera seré
muy sabio».

Alexander: Esa también es una frase de El Padrino iii.

Uribe: (A Alexander) Creo que ya está preparado para


el cargo que hoy le concedo. Queda nombrado,
ministro de la Defensa.

Alexander: Gracias, hermano, pero…

Dairo: Hermano no, señor presidente. Tardas más, pero


peligras menos.

194 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Uribe: Y a ti, Tony Montana, te nombro desde este
instante, ministro de Sanidad.

Tony: Gracias, señor presidente. A usted le debo todo.

Uribe: Su primera misión será mandarme a Patricia para


acá, al palacio presidencial.

Tony: ¿A Patricia?

Uribe: Sí, a Patricia. Estará a mi lado. ¿Sucede algo?

Tony: No, en lo absoluto.

Uribe: Ah, entiendo, entiendo. Celos.

Tony: No. ¿Cómo va a creer? Ella y yo nada de nada.

Uribe: No me refería a algo amoroso, sino a celos porque


ya no va estar más en el laboratorio cocinando
anfetaminas, éxtasis, y cualquier otra droga para
la venta. Piense, ministro, que pierde una químico,
una laboratorista, pero Babilonia gana una primera
dama.

Tony: Usted manda. (Para retirarse) Permiso.

Uribe: Espere. Escuche, ministro de Sanidad. Cree que,


por ser yo el presidente, mando y tengo el poder.
Pues se equivoca. Aprenda esto. Cuando se poseen
riquezas, es cuando en verdad se tiene el poder. Y
cuando tienes el poder, mandas, ordenas y obtienes
a la mujer que desees.

Tony: Seguro, señor presidente.

Colección Mirando al tendido 195


Uribe: Pues vaya ya y mándemela para acá. En este año
anuncio al país mi boda. Un presidente sin primera
dama, da mucho de qué hablar.

Tony sale.

Escena 25

Uribe: ¿Cuál es el pero que tiene acerca del cargo de


ministro de la Defensa que le he conferido?

Alexander: Yo, ninguno. Me gusta. Me veo muy bien de


uniforme. No soy yo, lo decía por los generales y
almirantes, no les vaya a caer mal mi nombramiento
y comiencen a conspirar.

Uribe: Despreocúpese. Si alguien conspira, yo lo arreglo.


Hace mucho tiempo aprendí que, por estas
latitudes, no existe un general o almirante que
aguante un cañonazo de un millón de dólares.

Dairo: Eso, en esencia, es lo que se llama Guerra de Cuarta


Generación.

Uribe: Ahora escúcheme, ministro de la Defensa. Se debe


estar preguntando por Patricia. De dónde salió.
¿Cómo la conocí? Es un favor más que le debo a
Dairo, el ahora recién nombrado vicepresidente de
la república.

Dairo: Olvídelo, señor presidente. No me debe nada.

Uribe: Pues sí, claro que sí. Yo pago con creces a quien
bien me sirve. Resulta que yo estaba en plena
campaña electoral, cuando recibo una llamada

196 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


de Dairo para que me acerque a mi empresa de
exportación, a fin de que presenciara un milagro.

Alexander: ¿Un milagro?

Dairo: Como caído del cielo.

Uribe: Llegué y la vi. Era ella, era Elvira.

Alexander: ¿Elvira?

Uribe: Pues así es. Era Elvira.

Dairo: Pero en versión mejorada, claro, y con sólo


veintidós primaveras bien floridas.

Alexander: No puede ser.

Uribe: Lo es. Lo es. No lo podía creer. Vi detenidamente


cómo se movía voluptuosa frente a la mesa de
embalaje de la cocaína. Detallé su hembrear, poro
a poro, en la rapidez de sus manos al cortar con
exactitud milimétrica las anfetaminas. Qué manos
tan eróticas separando las cientos de pastillas
de éxtasis. Con pasión de hembra insatisfecha,
supervisaba que las panelas de cocaína embolsadas
en plástico quedaran parejitas, para luego, ella
misma, colocar la justa proporción de café molido
encima para que no fuesen detectadas. Ay, y
cuando la oí reír con su fogosidad de virgen en
celo al constatar, frente a las básculas, que todas
se balanceaban iguales, creí morir de un chuzazo
directo al corazón. Y sucedió el verdadero milagro.
Me vio. No dijo nada. Corrió hacia mí y metió una
cápsula en mi boca que en un instante alborotó
Colección Mirando al tendido 197
mi machurria. Observé como aún con sus manos
enguantadas, se despojaba de su bata de laboratorio.
¡No tenía nada abajo y me soltó su risa de aletear
de murciélagos! De un zarpazo la monté sobre el
mesón full de coca y ahí conocí la gloria. Sí, en ese
mesón y siendo su primera vez, fue un huracán que
arrasó con mis cojones. Su sangre de virgen sobre la
cocaína, sellaron nuestro pacto de amor. La amo. Y
ahora retírense, fuera, tengo muchas cosas en qué
pensar. Fuera, todos fuera, rápido. ¡Rápido!

Dairo, Alexander y hombres de negro salen,


corriendo.

Escena 26

Uribe mira hacia todos lados. Se da cuenta que está


solo. Se sube al trono y queda de frente al público.

Abre los brazos y emula a Leonardo DiCaprio en el


film Titanic.

Uribe: (Grita) ¡Soy el dueño del mundo!

Oscuro rápido en ese sector.

Escena 27

Torre en un castillo

Tony, dormido, casi en el filo de la cama. A su lado,


la escopeta. Sobre la pequeña mesa de laboratorio,
con cápsulas, Patricia termina de llenar una, de
color negro. Abre un pequeño estuche de terciopelo
rojo e introduce la cápsula negra.

198 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Patricia: ¡Tony Montana! Llegó la hora y no me desposaste.
No le diste nombre y apellido a tu hija. Aún la ci-
güeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y
la grulla y la golondrina ya huyen aterradas por el
pronto venir de nuestra hija. ¡Tú has perdido! Tú te
negaste a darle un nombre y tu apellido y por ello
quedarás entenebrecido como esta cápsula negra,
y tu alma será arrebatada en espanto y tendrás sed
y sólo te darán agua de hiel.

Patricia se dirige hacia donde está Tony y le coloca


el estuche de terciopelo rojo muy cerca de su rostro.

Patricia: Toma, aquí te dejo la Cápsula Negra prometida. Es


mi obsequio de despedida para ti. (Acusa terrible
dolor en el vientre) Ay, hija, ya siento cómo te aco-
modas para nacer. Ay, hija, ahora no me golpeas
con tus pies, sino con tu cabeza. (Se va calmando.
Camina hacia la ventana) Sí, hoy nacerás y por
ti todo valle será alzado, y bajarás todo monte y
collado y enderezarás lo torcido del mal para que
se vea como el bien y sea aún peor todavía. Da-
rás muertes sin remordimientos, pues bien sabes
que toda carne es hierba y que toda gloria flor de
un día. Ante la ferocidad de tu gobierno, las costas
te verán y sentirán pavor. (Se encorva de dolor, so-
bre su vientre) Ay, hija, ay, ya te siento empujar, ya
quieres salir, ya sabes que las fieras que gobiernan
el mundo te honrarán y los chacales de la banca
aullarán tu nombre al pasar, pues tú les darás más
vida. (Se calma) Y tú, Tony Montana, preferiste
seguir siendo un gusano, antes que desposarme y
luego santificar a mi hija con un nombre y apellido.

Colección Mirando al tendido 199


Ay, Tony, Tony, por qué nos has abandonado. Aho-
ra ya no serás redimido, sino aplastado. (Se dobla
de dolor. Se calma. Se yergue. Observa el piso) Ya
rompí fuentes. (Llama por celular) Mariscal, que
suban los enfermeros y me lleven a la clínica de lo
que será tu Palacio Presidencial. Sí. Te acepto. Ma-
trimoniado seremos en un instante. No, no te pre-
ocupes por el nombre de mi hija, pues en sueños
un ángel vino a mí, enviado por el santo Vladimir,
y rodeado por la Corte de los Illuminati, le otorgó
uno. Todo se cumplirá, como fue escrito. Apúrate,
ya va a nacer. (Cuelga) Ya hija, ya, te daré a luz y tu
reino de maldad no tendrá fin. (Acusa fuerte dolor
en el vientre) Ay, ay, ay.

Oscuro en ese sector.

Escena 28

Gran escalinata que culmina arriba en un trono

El pie de la escalinata está bordeado por una gran


banda amarilla, protegida por los hombres de
negro.

Uribe duerme sentado, fatigado. En su rostro una


mascarilla que da hacia una bombona de oxígeno,
con ruedas. Carga la banda presidencial de la
república de Babilonia. Alexander, en uniforme
militar, de gala, sostiene el retrato de Elvira, aún
tapado con un paño negro.

Alexander: Señor presidente.

200 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Alexander espera, pero Uribe no contesta.

Alexander: Señor presidente.

Alexander espera, pero Uribe no contesta.

Alexander: ¿Duerme usted, señor presidente?

Alexander avanza hacia la gran escalinata y casi


cuando ya llega a la franja amarilla, los hombres
de negro lo apuntan con sus armas.

Uribe: (Se quita la mascarilla. Furioso) ¡No pase la banda


amarilla sin mi permiso, ministro de la Defensa!

Alexander: Lo lamento, señor presidente, pensé que…

Uribe: ¡Que había muerto!

Alexander: No, no, de ninguna manera.

Uribe: Si muriese, de nada le valdría. Es por ello que


nombré a Dairo como vicepresidente. Lo hice para
evitarle tentaciones. El poder es eso, mantener en
equilibrio las tentaciones de quienes te acompañan.

Alexander: Pero yo nunca atentaría contra usted, mi señor


presidente.

Uribe: (Tranquilo) ¿No? (Furioso) ¿Alguna vez traté mal a


tu hijo?

Alexander: Jamás.

Uribe: (Calmado) Explíqueme pues, por qué Tony


Montana secuestró a Patricia y se la llevó,

Colección Mirando al tendido 201


dejándome una vez más sin amor en este fiero
mundo.

Alexander: No me lo explico.

Uribe: Yo sí. ¿Ve la diferencia entre nosotros dos? Por ello


es que yo soy presidente y usted será ministro has-
ta que se me antoje. La explicación es muy sencilla.
Tony Montana, su hijo, a quien quise como mío,
abusó de mi afecto y credulidad. ¿Y por qué? La
respuesta es más sencilla aún. Por mi culpa. Favo-
res. Favores. Favores. ¡Jamás se debe favorecer a
alguien a quien se quiere! Si ese ser a quien quieres
te falla, estás muerto. ¡Un favor a un ser querido
puede matarte más rápido que una bala!

Alexander: Señor presidente, no lo odie.

Uribe: (Tranquilo) No, no, no, no lo odio. (Furioso) Si lo


odiara, nublaría mi juicio. (Se asfixia. Se coloca la
mascarilla de oxígeno y respira un momento hasta
calmar su respiración. Se quita la mascarilla) ¿Crees
que me molestó que se llevara a Patricia? Para nada.
Con el poder, mujeres sobran. El poder es el mejor
afrodisíaco y el mayor atractivo sexual. Hace del feo,
hermoso, y del bruto, filósofo. No, no. Quiero que lo
traigas por una razón práctica. Mis medicinas, esas
cápsulas que él fabricaba y me mantenían activo y
ponían a raya mi enfermedad, ya se han agotado y
ninguno de mis científicos dan con la fórmula. Por
ello necesito que lo traiga a mí. Dígale que todo está
perdonado. Que no habrá venganza.

Alexander: No sé dónde están.

202 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Uribe: Están en Apolonia. Tráigamelo.

Alexander: Lo haré.

Uribe: Perfecto. Ahora suba el cuadro y váyase a hacer lo


que le encomendé. (A los hombres de negro) Uste-
des también, retírense.

Alexander sube las escalinatas, le entrega el cua-


dro y sale, seguido de los hombres de negro. Oscuro.

Escena 29

Torre en un castillo

Todo está oscuro, salvo la cama donde duerme


Tony Montana.

Tony: (Despertándose) ¿Patricia, dónde estás? ¿Qué has


hecho con mis cápsulas? Te voy a sacar esa carajita
a patadas si no me devuelves mis cápsulas. (Descu-
bre el cofre de terciopelo rojo. Lo abre) Gran regalo
me has dejado, Patricia. ¡Una cápsula negra! Veo
que lograste tu mejor fórmula para soñar en cuatro
dimensiones, como si el sueño se hiciese presen-
te y lo tocaras, y lo sintieras, y lo respiraras, y lo
saborearas. La cuántica cápsula negra, la lograste.
Ahora viviré mis mejores sueños. ¡Gracias, Patri-
cia! (Ingiere la cápsula)

Escena 30

Inmediatamente que Tony ingiere la cápsula, se


ilumina gran escalinata que culmina arriba en un
trono, donde está Uribe con el cuadro de Elvira en

Colección Mirando al tendido 203


sus piernas, aún cubierto con el paño negro. Al mis-
mo tiempo se ilumina toda la torre y vemos al mon-
je dominico en el televisor encendido. Al lado del
televisor, en la misma habitación donde está Tony,
se encuentra Gustavo Ott, trenzando hilos en una
rudimentaria rueca, sentado en el suelo y vistiendo
solamente un taparrabos de tela blanca, a la usan-
za de Mahatma Gandhi. Cruzada sobre su pecho,
lleva la banda presidencial. Sonido ensordecedor
de tambores militares.

Monje: (Desde el televisor) Interrumpimos este glorio-


so programa de cantos gregorianos, para pasar a
transmitir en cadena nacional desde la Catedral de
Apolonia, nueva sede del Despacho Presidencial,
un mensaje de nuestro primer mandatario Gusta-
vo Ott.

Uribe: (Devela el cuadro y vemos el retrato de Elvira y


cuyo rostro es exacto al de Patricia) Veintidós años
sin verte, Elvira, y hoy te necesito más que nunca.
¡Qué soledad es el poder, Elvira, y cuánto luché por
él! Pero llegué.

Tony: (A Uribe) ¡No, presidente Uribe, se equivoca, esa


es Patricia! ¡La infame Patricia que me hizo traicio-
narle! ¡Perdóneme!

Gustavo: Yo, Gustavo Ott, presidente de la República Libre


de Corrupción de Apolonia, considerando que to-
dos los seres vivos son iguales ante la naturaleza
y que por lo tanto debe respetarse su derecho a la
vida, resuelve. Se modifica el nombre de República
Libre de Corrupción de Apolonia, por el de la Re-
204 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
pública Libre de Corrupción y Vegana de Apolo-
nia. Cúmplase.

Uribe: Elvira, yo cambié. Sí, mi odio por tu desamor per-


dió fuerza, pero no perdí pujanza, bríos, impulso
para los negocios. Elvira, la economía se diversi-
ficó en el mundo y yo no podía quedarme atrás,
dedicado solamente al tráfico de drogas. No. Yo no
podía ser uno más y comencé a exportar drogas
de cualquier tipo y hasta otras nuevas que inventa-
mos. Con ese dineral, compré Babilonia con todo
y sus conciencias. Ahora soy su presidente. ¿Qué
te parece? Y hoy, Elvira, es un día histórico para
la república pues inauguré la Fundación de Asilo
Humanitario, compuesto por cinco Bancos Nacio-
nales Uribe; cien hoteles de ochenta suites que se
elevan al infinito; ciento doce cabañas con tantas
hectáreas que cada una tiene su propio horizonte;
un hospital con servicio criogénico y de clonación;
marina, helipuerto, aeropuerto, y lo último en tec-
nología para la seguridad de los asilados, quienes
contarán con cinco mil mercenarios internaciona-
les para su protección.

Tony: Presidente Uribe, le repito, quien está en esa foto


no se llama Elvira, sino Patricia. Sí, Patricia la de-
pravada, la maligna que se preñó y me hizo un vi-
cioso de sus cápsulas que me llevaron a dejarle y a
traicionarle.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Gustavo: Yo, Gustavo Ott, presidente de la República Libre


de Corrupción y Vegana de Apolonia, informa la
Colección Mirando al tendido 205
nación los siguientes decretos. Primero. Queda eli-
minado el sacrificio de cualquier animal en todo
el territorio nacional. Segundo. Queda eliminada
la importación de cualquier alimento de origen
animal. Tercero. Quedan eliminados el Toreo, la
Fiesta Brava, los Toros Coleados, la riña de ga-
llos, los circos y zoológicos, la pelea de grillos y u
o cualquier otro tratamiento cruel e inhumano en
contra de los animales. Cuarto. Queda terminante-
mente prohibida la canción de «Los Pollitos dicen,
pio, pio, pio, cuando tienen hambre, cuando tienen
frío», pues de ahora en adelante no sólo la gallina
será quien les prestará abrigo y les buscará el maíz
y el trigo, pues todos estarán obligados a hacerlo
y nunca más se aceptará que un animal, por más
pequeño que sea, sufra necesidades, hambre, ca-
rencias de abrigos, viviendas y salud.

Uribe: Te explico, Elvira, por qué es un día histórico y cuál


es la importancia de la Fundación de Asilo Huma-
nitario. Surgió algo que se llama la globalización y
que, según sus necesidades, hace caer gobiernos.
Los mandatarios huían, por supuesto, pero de in-
mediato eran requeridos por las Cortes Judiciales
de sus propios países y los solicitaban a cualquier
Estado donde se encontraran. Entonces vivían sal-
tando de país en país, huyendo de esas solicitudes
de extradición para ser luego juzgados y expro-
piados de sus fortunas. Ahí fue que se me ocurrió
la idea. Eliminé cualquier tratado de extradición
con todos los países del mundo. Yo les daría asilo,
pero eso sí, por una módica cuota del veinticin-
co por ciento de sus fortunas, que estarán a buen

206 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


resguardo en cuentas codificadas y de inviolable
confidencialidad de esos Cinco Bancos Nacionales
Uribe que he fundado. Es por ello que me pareció
buen negocio crear la Fundación de Asilo Huma-
nitario. Aquí podrán estar en completa paz, todos
los gánsteres del mundo. Sí, gánsteres, pues esos
Presidentes hacen ver a don Vito Corleone como a
un niño de pecho. Un presidente o un dictador, son
lo mismo, gánsteres. Aquí, ellos estarán seguros y
protegidos por mi soberanía.

Tony: Presidente Uribe, pido su perdón, su comprensión.


Patricia empañó mis ojos con sus cápsulas, con su
volcánica vulva. Ella hizo que profanara mi lealtad
hacia usted. Yo la mataré por usted si así me lo or-
dena, porque ella me ha colocado en estas soleda-
des. Luego que la mate, le ruego que me perdone
pues sin su afecto, más me valiera estar muerto.
Rompa ese cuadro de Patricia, y yo sabré que me
ha perdonado.

Uribe: (Abraza el cuadro) Elvirita.

Tony: No, presidente Uribe, no la llame así. No deje que


ella también nuble sus ojos. Esa es Patricia, Patri-
cia. ¡Qué no lo engañe!

Monje: (Desde el televisor, a Tony) ¡Disculpe, hijo de Dios!


¿Se puede callar?, está interrumpiendo la cadena
presidencial del ilustrísimo y Mahatma Gustavo
Ott, primer mandatario de Apolonia.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Colección Mirando al tendido 207


Gustavo: Considerando que más del noventa por ciento
de la renta nacional, así como el Producto Inter-
no Bruto, se va en el pago de treinta Ministerios
y doscientos Institutos Autónomos. Considerando
que dichas estructuras son heredadas de otros go-
biernos que a su vez las copiaron del devenir histó-
rico del mundo. Considerando que las susodichas
ordenaciones, clasificaciones, codificaciones y
simbolizaciones ya son extemporáneas, anacróni-
cas y por lo tanto improcedentes pues las mismas
no han contribuido a la paz y al bienestar de los
pueblos. Considerando que los animales, libres,
autónomos, independientes y apegados de mane-
ra originaria a la naturaleza y que en ello radica la
paz. Decreta:

Uribe: Elvira. (Ríe) ¿Recuerdas a Alexander, Elvira?

El monje se gira y comienza a observar a Uribe.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Gustavo: Quinto. Quedan eliminados todos los ministe-


rios e Institutos Autónomos. Sexto. Para el natu-
ral desenvolvimiento del Estado y en sustitución a
las entelequias anteriores, se crea el Ministerio de
la Jirafa, que se ocupará de las cosas grandes, lar-
gas, altas como edificios, carreteras, cableados de
electricidad y todo aquello que tenga más de dos
metros o dos kilómetros. Sexto. Se crea el Minis-
terio del Colibrí, que se ocupará de todas las cosas
pequeñas como bombillos, puertas, ventanas, y
o u todo aquello que tenga menos de dos metros

208 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


o menos de dos kilómetros. Séptimo. Se crea, en
sustitución del Ministerio de la Economía, el Mi-
nisterio de la Hormiga, dado su ejemplo ahorrati-
vo en favor de sus comunidad y siempre previendo
tiempos malos por venir.

Uribe: Pues Alexander tuvo un hijo con la gorda


María Brito que luego lo abandonó y… Eso no
es significativo. Disculpa, los viejos hablamos
mucho. Ese hijo de Alexander lo tomé bajo mi
tutela. Es un genio de la química y me producía
excelente dividendos en todo lo concerniente a las
anfetaminas y otras nuevas drogas. Así que, como
presidente que soy, designé a Tony Montana como
mi ministro de Sanidad.

Tony: Y siempre se lo agradeceré. Presidente Uribe, estoy


tan arrepentido de lo que sucedió, pero fue Patricia
que…

Monje: Déjame oír, que el chisme ese del presidente Uribe


está interesante.

Uribe: No, no estoy loco, Elvira. Sucede que Alexander,


en mi honor, le puso de nombre Tony Montana a
su hijo. Pero ahora f íjate, y no te pongas celosa.
Conocí a Patricia y es tu vivo retrato y la amé, no
como a ti, pero sí alguito. Te cuento todo esto, y
aquí sí te pido que me comprendas y que no te rías.
Tony Montana, a quien críe como un hijo, raptó a
Patricia y se la llevó.

Monje: Ay, pero ese Tony Montana es de lo ultimito. Es un


traidor.
Colección Mirando al tendido 209
Tony: No, no lo soy, señor Monje. Fue Patricia, me hizo
adicto a sus cápsulas y…

Gustavo: Pero bueno, se pueden callar los dos de una buena


vez. Me hicieron perder el hilo de mis decretos.

Monje: Disculpe.

Tony: ¿Acaso no lo ve, presidente Gustavo Ott? ¿No ve


cómo el presidente Uribe sufre por mi culpa?

Gustavo: Según su Divina Gracia Bhaktivedanta Swami


Prabhupada, está escrito en el sagrado Bhagavad-
guita que el sufrimiento es sólo ilusión.

Tony: Tu dolor, presidente Uribe, es mi dolor y me seca la


garganta. ¡Sed, tengo sed!

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Gustavo: Octavo. Se crea el Ministerio del Castor, pues estos


animales son conocidos por su habilidad natural
para construir represas en ríos y arroyos y en sus
hogares, llamados castoreras, y en los estanques
que crean a causa del bloqueo del dique en la co-
rriente de agua. Los castores ayudarán a controlar
inundaciones y deslaves en donde habita nuestro
pueblo pobre.

Uribe: Soy, un romántico, Elvira, date cuenta que aunque


ya han pasado veintidós años, aún te recuerdo con
cariño y muchas veces hasta me he sorprendido
pensándote como una mujer buena. Qué jodida es
la mente humana, Elvira. Te odio con muchísima
ternura, Elvira. (Besa el retrato de Elvira)
210 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
Oscuro en la gran escalinata que culmina arriba
en un trono.

Escena 31

Monje: Ay, pero qué historia tan triste la de ese señor.


Hasta lloré y todo. Ser traicionado por el que crio
como a un hijo, es un golpe muy duro.

Tony: Yo mismo no puedo perdonarme. ¡Sed, tengo sed!

Monje: Siga, siga, usted señor presidente. No le haga caso


a ese muchacho que lo que está es todo drogado,
por eso anda con sed. Para mí que tomó éxtasis
que a uno lo deshidrata todo. Bueno, así dicen, yo
no estoy al tanto de esos vicios.

Sonido ensordecedor de tambores militares.

Gustavo: Noveno. Dado que sea ha visto, estudiado y com-


probado por este su presidente y demás asesores
que ningún animal se reúne, confabula, se arma y u
o uniforma para atacar y destruir a su propia espe-
cie, quedan eliminadas todas las fuerzas armadas
del territorio nacional, quienes de ahora en ade-
lante pasarán a conformar el Ministerio del Castor.
Estos Decretos tienen rango, valor…

De inmediato se escuchan aviones en vuelos rasan-


tes que bombardean.

Escena 32

Entra, con casco de guerra, en uniforme de combate


y con pistola en mano, el mariscal David Villegas.

Colección Mirando al tendido 211


Gustavo: ¡Mariscal David Villegas! ¿Qué significa esto? ¿Por
qué bombardean la Catedral de Apolonia, nueva
sede del Despacho Presidencial?

El mariscal David Villegas dispara a Gustavo Ott y


al televisor. Gustavo Ott muere en su sitio, al igual
que el monje dominico en el televisor. El mariscal
David Villegas le quita la banda presidencial a
Gustavo Ott. Luego le instala su casco militar. Cui-
dadosamente le coloca su pistola en la boca. De se-
guidas, se pone la banda presidencial de Apolonia.

Tony: ¡Sed, no aguanto la sed! ¡Deme agua, mariscal Da-


vid Villegas!

Mariscal: Presidente. Llámeme presidente.

Tony: Por piedad, presidente, necesito agua.

Mariscal: Pues esta será mi primera acción de gobierno. Es


toda suya.

El mariscal David Villegas, le lanza una cantim-


plora militar que lleva al cinto. Tony bebe y de se-
guidas escupe lo bebido.

Tony: Qué me dio. Es insoportablemente amarga.

Escena 33

Entra Patricia, cantando y jugando como una niña,


y vestida como Candy Crush. Lleva una botellita
metálica y una bolsa de la que saca cápsulas y las
come.

212 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Patricia: (A Tony) ¿Tienes sed, Tony Montana? Toma, tu
dulce Candy Crush te trajo de beber.

Tony: No eres ninguna dulce Candy Crush, eres Patricia.


Dame acá, la sed me está matando.

Tony Montana bebe. Se ahoga, trata de vomitar el


contenido.

Patricia: ¿Y tú, presidente y mariscal? ¿Quieres de mis cara-


melitos? Pues alcánzame.

Patricia corretea lujuriosa, mientras el mariscal


trata de alcanzarla.

Tony: (Grita) No. Déjala. (Va corriendo y toma la escope-


ta. Les dispara pero esta sólo hace click) Le sacaste
las balas, Patricia de porquería.

Patricia: (Saca dos balas de su bolso) Toma, disfrútalas.

Mientras Patricia sale riendo, lujuriosa, seguida


del mariscal David Villegas, Tony se agacha a re-
coger las dos balas.

Escena 34

Entra Dairo.

Tony: ¿Dairo? ¡Dairo! Dairo, ¿qué haces aquí, en


Apolonia?

Dairo: Debes rendir cuentas por tu traición.

Tony: Fue Patricia, fue ella, en… su vientre está el mal.


¡Aléjate o no respondo!
Colección Mirando al tendido 213
Dairo: No puedes hacer nada.

Tony: No me llevarás. (Le introduce dos balas a la


escopeta y lo apunta)

Dairo: Es inútil. Llegó tu hora.

Tony: Tú te lo buscaste. (Dispara, pero sólo hace click) No


sirve esta porquería. (Arroja la escopeta a la cama)

Dairo: Porque es tu sueño. ¿Alguna vez, en algún sueño,


has tratado de utilizar el celular o la computadora?
Los sueños son apenas el asomo de una muerte en
donde todo está desarreglado.

Tony: Sed, Dairo, muero de sed.

Dairo: (Saca de su gabardina una botella) Bebe.

Tony: (Luego de beber un trago largo) Esto sí es agua,


aunque tiene un olor triste, como cuando uno
visita un cementerio.

Dairo: Visitar un cementerio no da tristeza, que te dejen


en él para siempre, sí. Anda, bebe, bebe, con
confianza.

Tony bebe a fondo. Da unos pasos. Deja caer la


botella, se tambalea. Se deja caer al suelo.

Escena 35

Entra Alexander. Viste de mujer.

Tony: ¿Padre? ¿Eres tú, Padre? Estoy… mareado… las


piernas no me sostienen.

214 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Dairo toma la escopeta.

Alexander: No, Dairo, no le causes daño. Hazlo por mí, me


dolería.

Dairo: Ni que fuera tu hijo.

Tony: ¿De qué habla?

Alexander: Calla, Dairo.

Tony: No, que hable. Quiero saber qué está diciendo.

Alexander: No. Luego te matará.

Tony: No temas, mujer, la escopeta no sirve. Habla.

Dairo: Como lo que diga, no saldrá de aquí. Hablaré, pues


la verdad ni tú mismo la conoces, Alexander.

Alexander: No te entiendo.

Dairo: ¿Recuerdas cuando te vestiste como Marilyn


Monroe?

Tony: No, no, prefiero no oír.

Dairo: Estando yo atado de pies y manos y con los ojos


vendados, sentí tres blandos pero tan precisos
toques, que mi inmenso madero se elevó y creció y
de seguidas a horcajadas se atenazaron a él y se lo
entraron completo y hasta el fondo y ni un quejido,
ni un lamento, solo la embestida de un huracán que
se batalló sobre él y estallé en espumarajos de lava
volcánica. Luego, bruscamente, descabalgaron a
King Kong.
Colección Mirando al tendido 215
Tony: ¿King Kong? ¿Quién es King Kong? No entiendo…

Alexander: ¿Y después?

Dairo: En seguida un pañito cubrió al desmayado King


Kong. Y después, la voz. «Qué desperdicio que
sólo te gusten los hombres, pues no tienes un pene
sino un mazo de pilón». Después su risa que se iba
alejando.

Alexander: ¿La risa de quién?

Dairo: De Elvira.

Tony: ¿Elvira? Nunca en mi vida había oído esa palabra.

Dairo: Luego, las consecuencias.

Tony: ¿Consecuencias?

Dairo: (Señalando a Tony) Tú eres una de ellas.

Alexander: Así que no fue el doctor Arocha, sino tú.

Tony: (Ríe) Esa cápsula negra habrá que mejorarla, sus


sueños son… son tan… Ay, Padre, ahora no siento
los brazos… ni el pecho… no siento el cuerpo. No
estoy sintiendo nada, todo se está nublando y…
(Da unos estertores de agonía y muere)

Alexander: (Le toma el pulso) Murió.

Dairo: Fue una muerte socrática. Bebió cicuta.

Dairo le dispara a Alexander.

216 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


Alexander: (Herido de muerte) Pero… si… tú… tú me
prometiste que…

Dairo: Que nunca te rompería el corazón y lo he cumplido.


El disparo fue a tu estómago.

Alexander: Por… por… por qué…

Dairo: Razones de Estado. Pero no, no, no. Cambia esa


cara, no llores, más bien alégrate querido, pues
pasaste por la vida siendo un gran inútil. Sí, todos
hablarán de ti y hasta servirás como ejemplo de los
grandes inútiles de la historia. Estarás hasta en las
bibliotecas. Ahora compláceme, cierra tus ojitos,
así, así, relájate, respira profundo y déjate ir… así…
así… muy bien… así… es muy fácil…

Alexander muere.

Dairo: Morir es fácil, vivir es lo dif ícil. Aunque te


entiendo, Alexander, porque en el vivir, todos
somos aficionados. Te confieso que hasta yo lo
seguiré siendo porque la vida es tan corta, que no
da para más.

Escena 36

Entra un hombre de negro, atento, vigilante, junto


con Uribe sentado en una silla de ruedas que es
empujada por otro hombre de negro. Arrastra, una
bombona de oxígeno y otra de suero, también con
ruedas. Viste la banda presidencial.

Uribe: ¡Qué esplendoroso paisaje dejas siempre a tu paso!

Colección Mirando al tendido 217


Dairo: Eficiencia es mi lema.

Uribe: No tanto. Debiste esperar, antes de eliminar a Tony


Montana, que me diera la fórmula de esas cápsulas
que me ayudaban a respirar.

Dairo: No te harán falta.

Un hombre de negro le inyecta algo en el cuello a


Uribe. Este, luego de estremecerse, muere.

Dairo: Tanto estudiar El Padrino y no aprendiste su


principal lección. (Imita al Padrino) «Si hay algo
seguro en esta vida, si la historia nos ha enseñado
algo, es que se puede matar a cualquiera».

Un hombre de negro le quita la banda presidencial


a Uribe y, solemne, se la coloca a Dairo.

Dairo: (Hacia el público) Y yo, Dairo Villegas, en mi


condición de vicepresidente, y dado la desaparición
f ísica luego de una penosa enfermedad de don
Uribe Buendía, y para darle fiel cumplimiento a
la Constitución y las leyes, asumo la Presidencia
de Babilonia. (Levanta la mano derecha y se
juramenta) ¡Sí, lo juro! Y en este mismo acto,
nombro a la señora Patricia Villegas de Villegas,
como mi vicepresidente. Comuníquese y
publíquese y salga de ipso facto en Gaceta Oficial.
He dicho.

Escena 37

Entra mariscal David Villegas. Lleva banda


presidencial de Apolonia.
218 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto
David: Su Excelencia Dairo Villegas. Estimado hermano
y ahora presidente de la república de Babilonia,
bienvenido a Apolonia. (Le extiende la mano)

Dairo: (Le toma la mano) Su Excelencia David Villegas,


ahora no sólo hermano, sino yerno y presidente
de la república de Apolonia, le saludo no sólo
en mi nombre, sino en el de toda la república de
Babilonia.

David: Gracias, hermano y ahora suegro. Desde que


trajiste a Patricia, recién nacida, no sólo fue
atendida y educada en química, sino que tuvo una
dedicada formación en el arte del Poder, tal cual
me lo pediste. Ahora, desposado con tu hija, mi
sobrina y ahora esposa, se ha dispuesto que se
cumpla nuestro rumbo manifiesto, como bien se
había predestinado.

Dairo: Es que el santo Vladimir y la Corte de los Illumina-


ti, jamás se equivocan.

David: Y aliviado estoy que no llegaron a enterarse que,


dada la obsesión de Patricia por ese pelafustán
de Tony Montana, estuvimos a punto de fracasar.
Menos mal que, por lo que veo, ya corregiste
a tiempo eso, pues no hubiésemos vivido para
contarlo. Ellos no aceptan excusas.

Dairo: Cierto, si bien alegaría en mi descargo que es


más fácil gobernar continentes, que augurar lo
que esconde el corazón de una mujer, aunque sea
nuestra propia hija.

Colección Mirando al tendido 219


David: Eso es indiscutible. El detalle es que me llegó
preñada.

Dairo: Menos trabajo. Tómalo como un combo.

David: Y así lo he hecho y sin discusión a sus caprichos


mujeriles. Ella misma ya le escogió nombre a su
hija, porque el gandul de Tony Montana ni siquiera
eso pudo darle.

Dairo: Ahorrémonos esos detalles domésticos para así


cumplir la primera Ley de la Corte de los Illuminati
que reza: el tiempo es oro.

David: Pues sentémonos, señor presidente, para conversar


sobre asuntos de mutuo beneficio.

Dairo: Primero usted, señor presidente.

Se sientan y un hombre de negro le sirve dos copas


con champagne.

David: ¡Salud!

Dairo: ¡Salud!

Beben, mientras un hombre de negro se coloca tras


de David y otro tras de Dairo.

David: Está excelente.

Dairo: Estupenda.

David: Cortesía del vicepresidente.

Dairo: No sabía que ya habías nombrado tu vicepresiden-


te.

220 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


David: Sólo procedí a lo que me solicitaste que una vez en el
poder, nombrara a Patricia como mi vicepresidente.

Dairo: No. Espera. Un momento. Yo no te pedí eso. Fuiste


tú quien me solicitó que apenas me juramentara,
nombrara a Patricia mi vicepresidente.

David: Yo no te he hecho ninguna solicitud, sería absurdo


que la nombraras como tal, siendo mi esposa y…

Rápidamente, los hombres de negro, desde atrás y


con un cable de fibra, estrangulan hasta matar a
David y Dairo, mientras se escucha un persistente
llanto de niña. Un hombre de negro les quita las
bandas presidenciales, mientras otro toma la
escopeta y la recarga con un nuevo cartucho. Sigue
alumbrado ese sector, mientras se ilumina la gran
escalinata que culmina arriba en un trono.

Escena 38

Tras del trono, en neón, hay un cartel encendido


que ahora dice: «Corte Illuminati». Patricia, con la
niña en brazos, está sentada al trono.

Escena 39

Sin que deje de estar iluminada la torre en un


castillo, ambos hombres de negro suben hasta
patricia. Ella señala el piso, cerca del trono. Un
hombre de negro deposita las bandas en el suelo.
Patricia coloca sus pies sobre ellas. El otro hombre
de negro le entrega la escopeta. Patricia dispara
dos veces y cesa el llanto de la niña.

Colección Mirando al tendido 221


Patricia: Atención todos, esta es mi hija bien amada en la
cual tengo complacencia. He aquí que todas las
naciones servirán su festín y el pobre sólo será me-
nudo polvo en su balanza y cuando ya no puedan
producir los hará desaparecer como ceniza. Aten-
ción, nunca más mi hija carecerá de nombre, sino
que será llamada por todos Elvira y la bendición de
la Corte de los Illuminati estará siempre con ella.
Atención, nadie habrá más que ella, ni siquiera un
Dios fuera de ella. ¡Que se sepa desde el nacimien-
to del sol y hasta donde se pone, que no habrá más
que ella gobernando este planeta! Si se le oponen,
ella esconderá la luz y creará tinieblas y hará la
guerra y creará la adversidad. Quien la adverse,
sentirá como los cielos y las nubes destilarán más y
más fuego sobre sus cabezas, y se les abrirá el suelo
bajo sus pies, y sus almas ya no serán salvadas. Oíd
todos las nuevas que les traigo de cómo avanzará
ahora el mundo. Los que se hacen llamar justos y
luchan por ello, llamaradas los quemarán, no sal-
varán su vida del gran poder que es el dinero. Los
aclamados defensores de los Derechos Humanos,
no tendrán brasa para calentarse, ni lumbre a la
cual se sienten, sino aceptan que la justicia debe
ser cancelada cash, constante y sonante, y mi hija
Elvira dictaminará que es lo justo o lo injusto. Ella
es noble de corazón pues ha dictaminado que con
los juegos online, las tablets, celulares, computa-
doras, la música, los divertimentos, se logrará que
nadie piense en pobreza. Pero aquellos llamados
piadosos, morirán incinerados, bombardeados, in-
fectados por las pestes que hemos creado, y utili-

222 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


zando los medios de comunicación que ahora nos
pertenecen, los haremos aparecer como profanos
y fanáticos, violentos y terroristas. ¡Y el orbe nos
aplaudirá al destruirlos! ¡Perecerá quien clame jus-
ticia! Pero hay más nuevas, a las naciones que cre-
yeren en la Santa Corte de los Illuminati, y acepten
que sus reservas en oro sean colocadas en nuestras
bóvedas, serán ensalzadas en su santo monte de
Venus y su vagina los glorificará. A todos los adi-
nerados del mundo, bienvenidos, bebed de nues-
tras aguas, comprad y comed del mal y se deleitará
vuestra alma con grosura. Los pueblos los tendrán
por sus jefes y por líderes sus naciones y sus rei-
nados no tendrán fin, mientras cumplan nuestros
edictos, preceptos y decálogos. El primero y prin-
cipal es que sus pensamientos no son sus pensa-
mientos, sólo la Santa Corte de los Illuminati es el
pensamiento y el camino y ustedes simplemente su
vocería, pues jamás serán más altos que sus cielos
con satélites que todo lo ven, todo lo pueden y todo
lo destruyen según venga el caso. Y aquellos que
no tengan posesiones, ni recursos naturales, ten-
drán que comer su propia carne y sólo con su san-
gre podrán saciar su sed. Y así que sigan los pobres
siendo pobres e ignorantes y perros mudos que no
podrán ladrar del hambre, soñolientos, echados y
trabajando como lo predestinó la Santa Corte de
los Illuminati desde el principio de los tiempos.
Que el mundo se ate siete veces en su corazón esta
nueva geopolítica, que se ciña a ella con toda su
alma, pues estos son los signos de los nuevos tiem-
pos y quien se rebelare será para él desolación, do-

Colección Mirando al tendido 223


lor y crujir de dientes. Y ahora, por todo el poder
sobre la vida y la muerte concedido para mi hija
por la Santa Corte de los Illuminati, yo les ordeno:
levántense y anden.

Escena 40

Todos los que han muerto en la obra, entran, y los


que están muertos sobre el escenario, se levantan.

Patricia: (Hacia el público) Y ustedes, sentados cómoda-


mente ahí, también levántense pues no escaparán
de los designios de este mundo que está surgiendo.
¡Luces!

Escena 41

Se enciende la luz de la sala.

Patricia: Sí, ustedes, vamos, de pie, y en silencio acaten lo


que ya ha llegado, pues sino entregaremos sus hijos
al hambre, o los dispersaremos por virus creados
en nuestros laboratorios y quedarán sus mujeres
sin hijos y viudas, y sus maridos serán puestos a
muerte y sus hijos menores heridos a espadas de
guerra, y con drones sobrevolaremos sus ciudades
y las bombardearemos y quedarán para espanto y
burla si osan oponerse a nuestro destino manifies-
to. Y para celebrar este nuevo orden mundial, les
digo que así como uno de nuestros diablos creo el
rock, uno aún más terrible ha creado al reguetón
para hacerlos felices y será desde hoy y para siem-
pre himno universal. Y ahora a bailar, a bailar pues
una nueva era ha llegado donde todos bailarán pe-

224 El despiadado reguetón de Candy Crush / Néstor Caballeto


rreados. De ahora en adelante, aquí todos perrean.
¡Música!

Se escucha un estridente reguetón.

Patricia se sienta y observa, mientras todos bailan.

Telón.

Colección Mirando al tendido 225


Baúles… del adiós
Baúles… del adiós

PERSONAJES

Actriz

Dramaturgo

César Rengifo

Elizabeth Schön

José Ignacio Cabrujas

Isaac Chocrón

Gilberto Pinto

Rodolfo Santana

Jóvenes, hombres y mujeres, con vestuarios de distintas obras,


inclusive las que se representaron.

ESCENOGRAFÍA

Sótano polvoriento de un teatro. Baúles que


forman semicírculos, laberintos, y siempre
colocados en posición vertical, de manera tal que
cuando los abran se pueda ver en su interior los
vestuarios: libretos, utilería, libros, afiches, fotos de
los dramaturgos de tamaño natural y que puedan
sostenerse de pie; etc.

Al centro fondo, espacio para un gran baúl, que


lo entrará el dramaturgo y la actriz y colocarán en
forma vertical. No deberá ser abierto sino cuando
se indique al final de la obra.

Colección Mirando al tendido 229


Un espacio, a oscuras para el espectador, donde ya
debe estar la cama señorial, colonial, en posición
vertical, para la escena de intervalo y donde estará
Elizabeth Schön.

Igualmente, sin que sea vista para el espectador,


sino en su momento, una pantalla donde se
proyectará las escenas de El día que me quieras, de
José Ignacio Cabrujas.

Restos de lavamanos, de espejos de camerinos.


Cilindros, rectángulos, marcos y romboides de
diferentes colores, que alguna vez fueron utilizados
en alguna utilería. Un viejo equipo de sonido.

Todo se está derrumbando, de vez en cuando


caerán desde arriba, arena, tierra.

230 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Se escucha una estruendosa sirena, al tanto que
varias luces de linterna alumbran aquí y allá la
escena desde arriba y hacia abajo, como buscando
a alguien. Cesa la sirena. Cae arena, tierra, a
medida que, desde arriba, se escuchan distintas
voces de alerta que dicen: «Peligro. Peligro.
Peligro», «¿Hay alguien ahí?», «Todos desalojen».
Se escuchan fuertes pisadas de botas que corren de
un lado a otro, mientras alertan.

Entran Actriz y Dramaturgo, agotados por ir


empujando el gran baúl hasta colocarlo, en forma
vertical, al centro fondo de la escena.

Se vuelve a escuchar la sirena.

El Dramaturgo y la Actriz corren y abren uno


de los baúles donde podemos observar armas
de utilería correspondiente a diferentes épocas:
espadas, lanzas, ballestas, machetes, mosquetones,
escopetas, fusiles.

El Dramaturgo toma un mosquete y la Actriz un


machete. El Dramaturgo apunta hacia arriba
como si estuviese a punto de disparar. La Actriz,
con el machete, amenaza hacia arriba.

Dramaturgo: (Hacia arriba) ¡Venderemos cara nuestra vida!


¡Bellacos! ¡Bellacos! ¡Bellacos!

Silencio.

Dramaturgo: (A la Actriz) ¿Viste? Se acobardaron, huyeron. Los


asusté.

Colección Mirando al tendido 231


Actriz: (Ríe) Sí, sobre todo por lo de bellacos. Eso los debió
haber aterrado.

Dramaturgo: ¿Dije bellacos?

Actriz: Fuerte y claro. Sólo te faltó llamarles pardales.

Dramaturgo: ¡Pardiez, sí, me faltó pardales!

Actriz: (Ríe) Y si te oyen decir pardiez, tiemblan.

Dramaturgo: Pues te diré que pardiez es una interjección que


denota enfado.

Actriz: En otra época.

Dramaturgo: Las interjecciones viven, expresan siglos de cultura.


En cuanto a pardales, en el léxico alicantino
significa tontos. Además, ¿puedes negar que es
una palabra bien musical?

Actriz: No hablo de la palabra, sino de nuestra situación.


No puedes esperar que nos defendamos con
palabras en desuso.

Dramaturgo: Creo que fue por eso que todo se jodió.

Actriz: Esa palabra sí se entiende.

Dramaturgo: Cuando empezamos a descuidar nuestro lenguaje,


a abandonarlo, no sólo en nuestra vida diaria, sino
lo peor, en nuestro teatro, se perdió todo. Ahora
cualquiera dice tres o cuatro groserías, y digo
grosería en el sentido de rusticidad, de ignorancia
acerca del lenguaje… o, también contraen una

232 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


palabra… o lo más aterrador, la insuflan de
anglicismos, y listo, ya son dramaturgos.

Actriz: Estoy de acuerdo contigo. Al entregar las palabras,


entregamos nuestra alma.

Dramaturgo: Pues porque no son sólo palabras. Las palabras


habitan al hombre y sus sentires, sus pensamientos,
sus siglos sobre la tierra y hasta su respiración. Sí,
sí, hasta el respirar en escena es habla… respirar
ya es hablar. Por eso quieren destruirnos. Sólo la
palabra salva al teatro.

Se escuchan tres sonidos chirriantes que salen de


un altoparlante. Breve silencio y se oye una voz que
viene del exterior al través de un altoparlante.

Voz: Atención, atención, se le notifica a todo el personal


de ingenieros, arquitectos, técnicos explosivistas y
obreros, que en este momento ya deben abandonar
el inmueble pues exactamente en sesenta minutos
lo vamos a implosionar. Comenzamos la cuenta
regresiva desde ahora. Cincuenta nueve minutos…

Dramaturgo: (Hacia arriba. Gritando) ¡No es ningún inmueble


es un teatro!

Actriz: (Molesta, amenazante, hacia arriba) ¡Un teatro!


¡Bárbaros! ¡Salvajes!

Dramaturgo: Eso son: salvajes y bárbaros.

Actriz: Nuevos Atilas que destruyen todo en nombre de


un vandalismo que llaman progreso.

Colección Mirando al tendido 233


Dramaturgo: Y lo peor. Dijeron implosionar. ¡Implosionar!
Es que no solamente son viles y rufianes, sino
que son verdugos del lenguaje. ¡Implosionar!
¡Ladinos, han cometido una violación flagrante al
idioma! ¡Implosionar no existe, sépanlo, arteros y
marrulleros de nuestra preciosa lengua!

Actriz: No permitiremos que echen abajo este teatro.


Primero tendrán que matarnos.

Dramaturgo: Así es. De aquí no nos mueve nadie.

Actriz: Vivimos haciendo teatro y moriremos haciendo


teatro.

Dramaturgo: Aquí nos encontrarán sembrados, bajo los


escombros, pero siempre dignos.

Actriz: Con la dignidad del teatro que es tan antigua


como la vida misma. ¡Allá, ustedes, escuchen allá
arriba, los que pretenden derrumbar este teatro
para construir un centro comercial! ¡Escuchen
y respondan! ¿Cuántos años tienen ustedes?
¿No responden? Pues ustedes acaban de llegar y
nosotros, el teatro, tenemos más de tres mil años.
Así que ahora es cuando habrá teatro. ¡Vamos,
respondan!

Silencio.

Actriz: No dicen nada. No tienen nada que decir.

Dramaturgo: Pero qué pueden decir, no sólo no tienen


argumentos sino que ni siquiera saben hablar.
¡Implosionar! ¡Habrase visto tal barrabasada!
234 Baúles… del adiós / Néstor Caballero
Actriz: Implosionar. Pues te diré que es una palabra
pasable, comparada con las que usan ahora para
titular montajes perecederos, breves, que se hacen
por ahí.

Dramaturgo: Eso es muy cierto. He leído títulos que harían


sonrojar al mismo Marqués de Sade. Títulos como:
«Yo te la hago a ti, y tú me la haces a mí, pero
suavecito, suavecito».

Actriz: Yo leí un aviso de prensa donde anunciaban una


obra que se llamaba: «Grande, grueso, largo,
peludo y gozón».

Dramaturgo: Ah, eso no es nada. Yo vi una cartelera que


anunciaba: «A todas esas mujeres me las tiré… y a
sus esposo también. Papito gozón».

Actriz: Pues te cuento que yo leí un título de un montaje


que se anunciaba como experimental y que, según,
incluirían hasta las técnicas más de vanguardia
y de evoluciones comunicacionales de las redes
sociales. La obra la titulaban: «Soy Garganta
Profunda Facebook que los hará gozar, así que mi
amor, pide por ese twuitercito».

Dramaturgo: ¡Qué atrocidad! ¡Burrada en demasía! No entienden


que una obra de teatro, una obra de arte, comienza
hasta por el título. El lenguaje es un reflejo del
espíritu.

Actriz: Sí, el título es una invitación de la poesía para que


entremos al alma de la obra.

Colección Mirando al tendido 235


Dramaturgo: Eso se ha perdido. Hay que salir a buscarlo, hay
que sembrarlo de nuevo en los jóvenes, pues sino
un día leeré un título que dirá: «Que me den por
el culo, para que se acabe la vaina». Y hasta son
capaces de darles un premio.

Actriz: Títulos hermosos, tiene nuestro teatro. Títulos,


donde somos nosotros, como: «Cora o los hijos del
Sol», de Rafael Agostini.

Dramaturgo: «La serpiente sobre la alfombra» de Aquiles


Certad.

Actriz: «La Rubiera», de Ida Gramcko.

Dramaturgo: «El Dios invisible», de Arturo Uslar Pietri.

Actriz: «Intervalo», de Elizabeth Schön. Ya está. Ya lo sé. Ya


sé lo que haremos. Defenderemos nuestro teatro,
apoyados en las voces de nuestros dramaturgos y
dramaturgas ya idos en gira permanente por los
cielos.

Dramaturgo: «Lo que dejó la tempestad», de César Rengifo.


(Colocándose un paño negro en la cabeza, para
interpretar a Begoña. A la Actriz) Yo haré Begoña
y tú interpretarás a Brusca Martínez, en esa tierra
que alejaba su paz y la volvía tempestad.

Actriz: (Hace transición y habla como Brusca. Busca y


camina, amenazante, con el machete) Yo los vi…
y arriban volaban los zamuros… Jajaja… (Corta
la voz) ¿Quién dijo que eran los míos…? ¿Quién
dijo que eran mis hijos? (Con ira) ¿Quién lo dijo?
¡Ninguno de ellos era nada mío!
236 Baúles… del adiós / Néstor Caballero
Dramaturgo: (Como Begoña. Temerosa) Cálmate, Brusca.

Actriz: (Como Brusca. Mirándola fijamente) ¿Begoña?


¿Begoña? (Mirando a su alrededor) Este pueblo no
era así. Feo. Tuvo sus casas blancas, sin manchas
de pólvora y sangre. Begoña… Begoña… ven.

Dramaturgo: (Como Begoña) Todo pasó, Brusca Martínez.


La Guerra Federal ha terminado, las cosas están
tranquilas.

Actriz: (Como Brusca) ¿Tranquilas? Hay miles de


tumbas con huesos y hormigas y en las trincheras
hombres muertos. No soy Brusca Martínez, soy la
Rompefuegos y con el grado de comandante de las
guerrillas del centro.

Dramaturgo: (Como Begoña) ¡Ilumina tu cerebro! ¡Eres Brusca


Martínez! Todas esas cosas pasaron. Ya no hay
guerra. Zamora murió en San Carlos.

Actriz: (Como Brusca) ¿Lo mataron? No. No. No. Te


equivocas. ¡Está vivo! ¡Zamora está más vivo que
nunca! ¡Oigan todos! ¡Alcen en alto las banderas!
¡Que redoble un tambor y traigan por las bridas
un potro de pólvora y tormenta porque Ezequiel
Zamora ya despierta! ¡Y que venga el coro de los
vientos! ¡Y el de la madrugada enrojecida! ¡Porque
ya Ezequiel Zamora va con el pueblo y hay una
tempestad por los caminos!

Ambos cantan, mientras se dirigen a un baúl, lo


abren, y sacan el retrato de cuerpo entero de César
Rengifo y lo colocan adelante.

Colección Mirando al tendido 237


Dramaturgo: «Las tropas de Zamora al toque del clarín».

Actriz: «Derrotan las brigadas del godo malandrín».

Ambos: «¡Oligarcas temblad, viva la libertad!»

Actriz: «Alumbra los caminos de la Revolución»

Ambos: ¡Oligarcas temblad, viva la libertad!

Actriz: «Quisiera ver un cura, colgado de un farol».

Dramaturgo: «Y miles de oligarcas con las tripas al sol».

Ambos: «El cielo encapotado anuncia tempestad

y el Sol tras de las nubes

Pierde su claridad

¡Oligarcas temblad

viva la libertad!»

Dramaturgo y Actriz quedan al lado de la foto de


César Rengifo. Se va oscureciendo ese sector hasta
que dejan de verse y todo queda en penumbras, al
tanto que se ilumina otro, donde está de pie y sobre
un cubo, o un cilindro, César Rengifo.

César: El movimiento de teatro popular en Venezuela


está verdaderamente vivo en la actualidad, implica
un impulso formidable y está ayudando mucho
a la concientización de las masas venezolanas.
Otras fuerzas le han dado gran impulso al teatro
comercial que tiene actualmente un público

238 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


diario que les asegura la subsistencia y bastantes
ganancias y, sobre todo, un teatro que goza de gran
publicidad. Nosotros hemos denunciado varias
veces su peligro, por cuanto tiende no solamente
a difundir ideas ideológicamente contrarias a
la cultura nacional, sino también a condicionar
el gusto y la sensibilidad de un público hacia un
teatro intrascendente, hedonista y banal que ofrece
resistencia posteriormente, frente a un teatro que
le haga proposiciones, que trate de inquietarlo y
concientizarlo. A ese actor se le manipula muy
hábilmente para transformarlo no en un creador
al servicio del pueblo, sino en un creador al
servicio de las clases dominantes. Sobre todo se le
atrae fácilmente con el incentivo de las altísimas
ganancias que les proporciona la televisión. Hay
que tratar que el actor tenga conciencia para
librarse un tanto de las tentaciones de la televisión
comercial que lo deforman y lo destruyen. El actor
es uno de los artistas más importantes, mucho más
que el pintor. Allí donde el pintor no llega, porque
permanece en galerías, museos y sólo pueden ver
su arte ciertas capas de la población, el actor tiene
la oportunidad, a través de la televisión y a través
del cine, de penetrar en las casas en amplísimos
sectores y desarrollar un papel decisivo en la
conformación o deformación del espíritu, la
ideología y el pensamiento de numerosas personas,
tanto que lo consideramos un elemento muy útil,
fundamental para la reconstrucción espiritual de
nuestro pueblo en el futuro.

Colección Mirando al tendido 239


Se va oscureciendo totalmente hasta no ver más
a César Rengifo mientras se va iluminando,
como antes, el espacio donde están la Actriz y el
Dramaturgo.

Dramaturgo: ¡Grande maestro César Rengifo!

Actriz: ¡Inmortal y estás tan vivo como Zamora!

Dramaturgo: ¡César Rengifo, la Venezuela que va a vivir siempre,


porque tú la escribiste desde su entraña más dolida,
te saluda! ¡Salve César!

Actriz: ¡Salve César, porque en Lo que dejó la tempestad,


estás tú, y nosotros! ¡En tu obra está toda Venezuela
desde su herida social más profunda!

Dramaturgo: Grandes personajes femeninos han escritos


nuestros dramaturgos.

Actriz: Y grandes dramaturgas han sido unas adelantadas


a su época y escribieron obras memorables, como
Elizabeth Schön y su obra Intervalo.

Dramaturgo: Toda la esencia de la vida en un Intervalo.

Se oscurece totalmente, donde están la Actriz y el


Dramaturgo, al tanto que se ilumina solamente
un sector, donde estará una cama, lujosa, dorada,
en posición vertical. Sobre la cama, como si
estuviese acostada, vistiendo como una gran dama
antañona, estará Elizabeth Schön.

Elizabeth: Soy del agua. Soy del canto dulce y profundo. Soy la
cesta del mar. Soy la semilla de la calma que brilla en

240 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


las mañanas. Soy la faz rodante del grano. Soy mujer
poeta, dramaturga de una Venezuela luminosa…
misteriosa que anda con brillo en su espíritu hacia
el siglo xxi, llevando como antorcha su poesía. La
poesía siempre nos pone en contacto con algo que
nunca llegamos a conocer. La poesía sirve para todo,
sobre todo para hacernos ver a nosotros mismos
como seres humanos. Y, además, para enseñarnos
a dar. Dar bien. La poesía, la dramaturgia, nos hace
ver mejor, porque la palabra siempre vence a la
oscuridad. A mí la palabra me ilumina mucho más
que el sol. Soy Elizabeth Schön.

En el área, donde está Elizabeth Schön, entrará el


Dramaturgo, vestido como mayordomo y llevando
varias sillas, de madera, con espaldar tejido. Tras de
él, dándole órdenes, señalándole donde colocar las si-
llas, entrará la Actriz que estará vestida, exactamen-
te, como Elizabeth Schön. La Actriz, cojea.

Elizabeth: (Desde su sitio. Al Dramaturgo) ¿Acaso no te


pareces a una larga cinta de humo?

Actriz: (Como el personaje Ella, de la obra Intervalo,


de Elizabeth Schön. Señalándole un sitio al
Dramaturgo, donde debe colocar una de las sillas.
Las sillas las irá colocando el Dramaturgo, de
manera tal que parezca un camino) Los detalles
jamás concluyen. Abundan como esporas. Existen
para aquel que mire el vacío, el límite, encuentre
apoyo y no se pierda.

Dramaturgo: (Como el personaje del Mayordomo, de la obra


Intervalo, de Elizabeth Schön. Colocando una silla
Colección Mirando al tendido 241
en el sitio que le indicó la Actriz y formando un
camino) Hablo de la habitación.

Elizabeth: (Desde su sitio. Al Dramaturgo y a la Actriz) La


habitación se ha presentado sola y justo con lo
requerido. Antes de aparecer ambos, cada objeto
colmó el espacio con caminos por los que habíamos
de llegar.

Dramaturgo: (A Elizabeth) Puede que alguno se haya olvidado


y sea precisamente aquel que los invitados quieres
encontrar. (Sigue en su acción de colocar sillas,
como un camino)

Actriz: (A Elizabeth) ¿Acaso faltará haberme anunciado?


Mi cuerpo habla lo suficiente cuando se ladea,
y refleja la invalidez, el poco acercamiento a la
belleza.

El mayordomo, deja las sillas un momento, recoge


una rosa y se la ofrece a la Actriz.

Actriz: Siempre hay una rosa.

Dramaturgo: (Quien regresa por la sillas y las coloca donde


señala la Actriz) Usted las exigió.

Elizabeth: Y… ¿No es mío el drama?

Se oscurece, lento, hasta desaparecer, el sitio donde


está Elizabeth Schön. Al tanto que se va iluminando
el sitio de las sillas, semejando un camino.

Dramaturgo: (A la Actriz) ¿Qué tiene que hacer con ello la rosa?

242 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: (Señalándole al Dramaturgo, donde colocar otra
silla) Quiero ponérmela como careta de igual color
que el corazón.

Dramaturgo: (Colocándolo la silla en el sitio que le señala la


Actriz) Despertó hoy diferente. Ayer pedía las
rosas por su frescura.

Actriz: (Señalándole otro sitio donde colocar la silla)


Si fuera siempre la misma, preferiría la horca, el
diluvio.

Dramaturgo: (En el mismo juego de colocar la silla) Supongo que


aún retiene la numeración de los asientos.

Actriz: Perdón. No estoy ante el congreso. Usted hablaba,


claro, de la enumeración de los asientos. (Contando
las sillas) Una, dos, tres, como deben estar en el
cielo, junto a Dios.

Dramaturgo: ¿Por qué abusa de la comparación?

Actriz: Por hambre, por fuerza desconocida que me obliga


a saltar sobre el objeto.

Dramaturgo: (Quiere colocar una silla en un sitio que la Actriz


no le ha indicado) Mejor, hágame caso.

Actriz: (Arrebatándole la silla y colocándola donde ella


quiere) Jamás he respirado otra sentencia que la de
obedecer y quiero viento, luz, poseo nariz y oídos
que me piden.

Dramaturgo: ¡En este salón, siempre se impone su voluntad!

Colección Mirando al tendido 243


Actriz: (Quitándole las sillas y colocándolas según su
intención) ¡Cuídese y no conf íe en usted, así, tan
ciegamente, como en la silueta de un espejo! ¿No
se siente como si fuese un ser múltiple, sin un
centro único donde caer? (Se dobla de dolor)

Dramaturgo se acerca presuroso. Toma las sillas


y las va colocando hasta llegar a un área en
penumbras.

Actriz: (Se sobrepone) Y ahora se me desgarra. Se parte


en mil trozos despreciables, logro sostenerlo.
(Con gran júbilo) Es lo inaudito. Estar herido y
no perderse y seguir la destrucción. ¡El timbre!
Ha sonado el timbre. Quien toca el timbre no es
ningún gladiador como para que se le tema. El
timbre. El timbre. Ha sonado el timbre.

Suena un timbre y se ilumina la foto, a cuerpo


entero, de Elizabeth Schön. A su lado, sentado en la
silla, el Dramaturgo toca el timbre. El Dramaturgo
deja de tocar el timbre. Todas las sillas colocadas
deben estar mirando hacia la fotograf ía.

Dramaturgo: Nuestra grande Elizabeth Schön, ya en el año


de 1956, introdujo en nuestra escena nacional el
surrealismo y al absurdo.

Actriz: Y mostró, en Intervalo, el obstáculo que tenemos


los seres humanos para comunicarnos, y que la
única manera de saltarlo, como ella nos dice, es
por una alianza de intimidad entre todos.

244 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo: Comunicarnos, sobre todo, para no quedarnos
aislados o rodeados por nuestros propio fantasmas.

Se vuelve a escuchar la sirena. Luego silencio. Se


escuchan tres sonidos chirriantes que salen de un
altoparlante. Breve silencio y se oye una voz que
viene del exterior al través de un altoparlante.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! A todas las


personas que aún pueden estar en los predios o en
el interior del recinto, se les alerta que en cuarenta
minutos vamos a implosionar todo el inmueble.
¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! ¡Abandonen
el recinto que en cuarenta minutos los vamos a
implosionar!

Se escucha la sirena.

Mientras suena la sirena, el Dramaturgo, junto a la


Actriz, sacan del baúl respectivo, la foto de tamaño
natural de José Ignacio Cabrujas y la colocan frente
al público, al igual que las demás.

El Dramaturgo y la Actriz, toman cada quien una


silla, se sientan de espaldas al espectador y mirarán
hacia el fondo.

Cesa el sonido de la sirena.

Se oscurece todo el escenario y se ilumina la pan-


talla donde vemos la fotograf ía de José Ignacio
Cabrujas, fumando. Entra sonido de máquina de
escribir y en generador de caracteres José Ignacio
Cabrujas Lofiego. Dramaturgo-actor-director. Ca-

Colección Mirando al tendido 245


racas; 17 de julio de 1937 - Porlamar, isla de Mar-
garita; 21 de octubre de 1995.

Sobre distintas fotograf ías de José Ignacio


Cabrujas, en sus actividades como actor, director,
dramaturgo, se oirá la voz en off de este.

Voz de Cabrujas: (Sobre una foto del mismo) «El Estado desconf ía
absolutamente de los ciudadanos… el Estado es un
truco legal que justifica formalmente apetencias,
arbitrariedades y demás formas de “me da la gana”.
Estado es lo que yo, como caudillo o como simple
hombre de poder, determino que sea Estado. Ley
es lo que yo determino que es ley… el país tuvo
siempre una visión precaria de sus instituciones
porque, en el fondo, Venezuela es un país
provisional… en Venezuela el corrupto es la norma.
El hombre honesto o es un pendejo o simplemente
una excepción lujosa». (Pausa Corta. Otra nueva
foto) «La necesidad que tiene una sociedad de
querer invocar a tal o cual de sus personajes en
el pasado, habla un poco mal de esa sociedad,
habla de una negación de lo contemporáneo, de lo
presente de la sociedad». (Pausa Corta. Otra nueva
foto) «Nunca levantamos muchas salas de teatro
en este país. ¿Para qué? La estructura principista
del poder fue siempre nuestro mejor escenario».
(Pausa Corta. Otra nueva foto) «Cuando escribo
una obra de teatro, lo que tengo dentro de mí es
meramente un sonido, no más que eso, no tengo
un concepto muy claro, no sé lo que voy a decir,
tampoco me importa mucho, lo que me importa
es el sonido de lo que voy a decir, yo creo que ese

246 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


sonido es único, que no hay dos sonidos para la
misma obra, o para la misma escena, o para el
mismo personaje. Un personaje es un sonido y no
más que un sonido, no puede tener dos sonidos,
hay que encontrarle entonces su tesitura, la
manera como suena, y cuando creo encontrarlo,
todo se hace fácil, porque entonces el texto, en vez
de ser palabras, se vuelve una curva, como varias
ondas, como “suave”, “fuerte”, “piano”, “pianissimo”,
“forte”, “fortissimo”, y la propia organización de ese
material dramático, es para mí un canon musical…
a una escena lenta, sigue una escena rápida,
como si estuviera componiendo aquello, y eso me
apasiona». (Pausa Corta. Otra nueva foto) «Nunca
he escrito para mí. Yo escribo para los demás. Para
monearle a los demás realmente, para exhibirme
ante los demás, para gustarle a los demás o para
que los demás me amen. Yo soy una persona de
afectos. A mi vida la mueven los afectos. Yo no
soy un intelectual. Durante un tiempo de mi vida
pensé que lo era. Y resulta que no. A mí lo único
que me mueve en la vida es el sentimiento, el
afecto, las pasiones, las rabias. Yo soy llorón, muy
llorón. Lloro hasta viendo televisión. La última
vez que lloré fue viendo El chico de Chaplin, por
enésima vez. Y siempre me hace llorar. Moqueo y
todo» (Pausa Corta. Otra nueva foto) «Uno debe
amar este maldito país».

Disolvencia de la última fotograf ía de José Ignacio


Cabrujas, para que entre, en primer plano, un
reloj Junghans con su sonido respectivo. La cámara
abre y vemos un patio de una casa colonial, ya casi
Colección Mirando al tendido 247
derruida. Hay helechos, jarrones dorados, bambúes,
doblados por el tiempo; cerámicas descascaradas
por donde chorrea el agua. Sólo se escucha el sonido
del reloj. La cámara sigue abriendo y se va alejando
el sonido del reloj hasta ya no oírse y escuchar el
sonido de unos tacones de mujer que camina de
un lado a otro. Nos encontramos con la Actriz,
ataviada como el personaje de Elvira. La Actriz
camina, esperando, contenida. Arriba vemos entrar
al Dramaturgo, en el personaje de Pio Miranda.
Cesa el sonido del taconear. Se escuchando lejanos
canarios. Brisa. Sonido ambiente de fondo.

Dramaturgo: (Después de ver a la Actriz. Tímido. Como Pío


Miranda) Lamento haber discutido, y pido excusas.

Actriz: (Como Elvira. Segura. Seca) No hay de qué.

Dramaturgo: Le he pedido a María Luisa que me acompañe


desde esta noche. Buscaremos un lugar dónde
vivir, y después nos marcharemos.

Actriz: (Áspera) Tú me dirás dónde debo enviarle la cama.

Dramaturgo: (Recto) No me interesa la cama de María Luisa, ni


las pertenencias de María Luisa.

Actriz: (Con sorna. Ligera sonrisa) Me alegro.

Larga pausa.

Dramaturgo: Ahora, hazme el favor de escucharme, porque voy


a hablar de este asunto por última vez. (Pausa) En
treinta y ocho años de mi vida he sido maestro de es-
cuela, cajero de imprenta, secretario de un compra-
248 Baúles… del adiós / Néstor Caballero
dor de esmeraldas en el río Magdalena, espiritista,
seminarista, rosacruz, masón, ateo, librepensador y
comunista. ¡Y ahora te voy a explicar por qué soy
comunista! Cuando era niño, en Valencia, mi san-
ta madre, Ernestina, viuda de Miranda, enfermera
jubilada del Hospital de Leprosos, lectora perpetua
de El Conde de Montecristo, se ahorcó en su habita-
ción. ¿Sabes cómo mierda se ahorcó? Amontonó en
el suelo, Los Miserables, de Víctor Hugo, El Coche
Número 13, de Xavier de Montepin, La Dama de
las Camelias, de Alejandro Dumas, hijo, El Crimen
del Padre Amaro, de Eça de Queiroz y una edición
ilustrada de la Biblia. Se subió a la pila de libros, y
ni siquiera, maldito sea, me dejó una carta explica-
tiva. Se limitó a saltar sobre la narrativa romántica,
con una fiereza inexplicable. Ahora parece un chiste
y, a veces, me he sorprendido a mí mismo riéndo-
me al contarlo. ¡Pero desde ese día tuve miedo! ¡Me
orinaba en la cama de puro miedo! ¡No me atrevía
a cruzar el patio después de las once, por temor a
encontrarla bajo el limonero, o en el comedor, o en
la cocina! Tú me preguntarás, ¿miedo a qué mierda?
Y yo te diré, miedo a que me explicara por qué lo
había hecho. Miedo a no inventarla. Miedo a termi-
nar en la misma viga y bajo el mismo techo. (Breve
pausa) ¡Leí los libros de aquel patíbulo que mamá
había hecho en su dormitorio, buscando una clave,
una respuesta, una explicación cualquiera…! ¡Y no
encontré nada! ¡Páginas y más páginas… y nada!
(Pausa) ¡Ingresé al seminario Arquidiocesano y co-
mencé a masturbarme todas las noches! ¡Y un día
me descubrieron en una lascivia con la imagen de

Colección Mirando al tendido 249


Santa Rita! ¡Y me declararon loco y atormentado!
Entonces, dejé de creer en Dios… Porque, ¿cómo
mierda creo en Dios, si me provocaba la imagen de
Santa Rita? ¿No comprendes que me expulsaron de
la vida?

Actriz: Alabado sea el Señor misericordioso…

Dramaturgo: ¡No hay Señor misericordioso! ¡Estás en mundo, con


tus mansos, con tu lengua… y no hay Señor miseri-
cordioso! ¡Yo te podría decir que soy comunista por
la cojonudez del Manifiesto, por el hígado de Marx
y la cabeza de Federico Engels! ¡Pero soy comunista
por la declaración de Aura Celina Sarabia, cocinera
de la pensión Bolívar donde murió mamá! ¿Y sabes
por qué se ahorcó mamá? ¡Porque redujeron el pre-
supuesto del Ministerio de Sanidad y hubo un error
en la lista de pensionados! Aura Celina me lo dijo…
¡Un error en la lista de pensionados y tres quincenas
sin el dinero! ¡Murió de vergüenza…! Y entonces, yo
me pregunté, ¿dónde están los incendiarios de esta
sagrada mierda? Y me dijeron: ¡Lee…! Y aquí estoy,
hablándote de mi clandestinidad.

Larga pausa.

Actriz: Tengo jaqueca… Dile a María Luisa que venga. No


quiero saber que está en la acera de enfrente.

Dramaturgo: A veces me provoca salir corriendo y no volver


más. Inaugurar un koljosz en Guayana y callarme
la boca.

Actriz: ¿Quieres dejar a María Luisa?

250 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo: No lo sé.

Actriz: ¿Y la carta de Romain Rolland?

Dramaturgo: No va a contestar.

Actriz: (Pausa) ¿Cómo lo sabes?

Dramaturgo: (Pausa) No la envíe nunca.

Pausa.

Actriz: Judas.

Dramaturgo: Ni siquiera sé dónde vive Romain Rolland. Y


aunque lo supiera… ¿qué puede importarle?

Actriz: ¿Y mi hermana?

Dramaturgo: Vendré a buscarla esta noche.

Actriz: ¿Y a dónde la vas a llevar? ¿A la pensión Bolívar?

Dramaturgo: A lo mejor, nací cincuenta años antes de lo


debido… O a lo mejor se me extravió el mundo.
En ocasiones veo el mapa de Australia, Elvira, por
hablarte de un lugar lejano, y pienso que allí debe
existir otro como yo, en alguna calle de Sídney, un
fabricante errático, un vendedor de soluciones,
un australiano falsificador. Me acerco a la gente
y cinco minutos después estoy explicando algo…
como si me dieran pena. La gente me ruboriza,
Elvira, y en lugar de hablar, respondo, explico y
reparto pedazos de mundo, con la única intención
de que me perdonen. Y me provoca gritar: ¡qué

Colección Mirando al tendido 251


mal viven…! ¡Qué mierda de vida viven, por no
vivir, por no vivir medio metro más allá…! ¡Nadie
me pide explicaciones! ¡Nadie se interesa por mis
explicaciones, y yo pido perdón por ser testigo de
esa tontería…! Así pasó con María Luisa… ¿Qué
hacemos, Pío? ¿Cuándo nos vamos, Pío? ¿Cuándo
nos casamos, Pío? Y yo cerré los ojos y me vi en
la calle de Gato Negro con los libros y la infinita
seguridad de estar equivocado… Entonces le dije
que iba a escribirle una carta a Romain Rolland,
para que ella pensara que Romain Rolland hablaría
con Stalin y Stalin era el koljosz de remolachas en
Ucrania. ¿Qué estupidez, verdad?

Actriz: Vivimos tan mal, Pío Miranda, con los helechos y


los canarios, y el Ecce Homo detrás de la puerta…
Vivimos tan mal…

Se congela la imagen y sobre ella El día que me


quieras, de José Ignacio Cabrujas y de seguidas los
créditos y luego un lento fundido a negro, al tanto
que estamos escuchando a Carlos Gardel cantar
«El día que me quieras».

Cesa la música de «El día que me quieras».

Al oscurecerse la pantalla, se ilumina el escenario


y ya está la foto de Isaac Chocrón. A los pies de la
foto, hay varias piedras de diferentes colores.

Se vuelve a escuchar la sirena. Luego silencio. Se


escuchan tres sonidos chirriantes que salen de un
altoparlante. Breve silencio y se oye una voz que
viene del exterior al través de un altoparlante.

252 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! A todas las
personas que aún pueden estar en los predios o en
el interior del recinto, se les alerta que en treinta
minutos vamos a implosionar todo el inmueble.
¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! ¡Abandonen
el recinto que en treinta minutos lo vamos a
implosionar!

Se vuelve a escuchar la sirena.

Cesa el sonido de la sirena.

Ahora, tras el retrato, sale la actriz, como el


personaje Eloy, de la obra La Revolución de Isaac
Chocrón. Viste un smoking lustroso y un poco raído,
como el de un mesonero de tercera categoría. Se
desplaza con pasitos rápidos de un lado a otro.
Recibiendo y contando a un público imaginario.

Se oscurece el área donde está la fotograf ía de


cuerpo entero de Isaac Chocrón y a cuyo pie hay
piedras de diferentes colores.

Actriz: (Como el personaje de Eloy, de la obra La


Revolución, de Isaac Chocrón. Al público) Buenas
noches… mucho gusto… buenas noches… un
placer… ¿ya están todos aquí? Sí, creo que sí…
en seguida comenzamos. (Gritando) ¡Ah!, Miss
Susy, ¿vamos a comenzar? ¡Ya están todos aquí!
(Baja el tono) Enseguidita viene… debe estar
dándose los últimos… ustedes saben cómo son las
estrellas… ¡Si lo sabré yo que trabajé con él casi
quince años…! ¡Una vida…! De ciudad en ciudad,
en todos los night-clubs, nómbrenme una ciudad,
Colección Mirando al tendido 253
nómbrenme cualquier night-club, ¡allí estuvimos!
¡Qué tiempos! ¡Qué vida! Un remolino… Podría
escribir un libro que nadie creería. Bueno, hoy
en día por supuesto que lo creerían. ¿Qué no se
cree hoy en día? Pero hace años hubiese parecido
una… una estrambótica… una excentricidad…
¡una estrambótica excentricidad! ¡Como platillos!
¡Plam! ¡Plam! (Gritando) ¡Bueno! ¿Qué pasa? ¡Esto
es para hoy, no para mañana, Gabrielito!

Dramaturgo: (Como el personaje Gabriel, de la obra La


Revolución, de Isaac Chocrón. Desde adentro) Voy,
voy.

Actriz: Gabrielito. Gabriel. Como el ángel. Era muy bello.


Parecía un ángel. A veces lo llamaban Gabriel, a
veces Gordi, gordito, después que le vinieron los
kilos. (Imitándolo) «Si no fuera por estos kilos, yo
no sé qué sería de mí». (Tono normal) Pero no eran
los kilos. Era lo que tenía aquí en la cabeza. Eso
nadie se lo puede negar. (Imitándolo) «¡A ver! ¿Qué
tal? ¡Ríanse! ¡Para eso pagaron!» (Tono normal)
¡Privilegiada! ¡Una inteligencia privilegiada!

Dramaturgo: (Afuera. Gritando) ¿Quieres hacerme el favor de


no hablar tantas pendejadas? ¡Sí!, te estaba oyendo,
¿o es que crees que soy sordo?

Actriz: ¿Qué estás haciendo allí afuera?

Dramaturgo: (Desde afuera) Cargando un rifle.

Actriz: ¿Un qué?

254 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo: (Desde afuera) ¡Un rifle!

Actriz: ¿Vas a matar un león?

Dramaturgo: (Desde afuera) No. Voy a matar a un ratón.

Actriz: ¿Un qué?

Dramaturgo: (Desde afuera) ¡Un ratón! Deberías ir donde un


médico. Ya estás casi sordo.

Actriz: Los médicos lo que hacen es preguntar. ¿Dónde


está el ratón?

Dramaturgo: ¿De qué color eres?

Actriz: Parezco gris. Por eso sirvo para mesonero.

Dramaturgo: (Desde afuera) ¿Gris claro o gris oscuro?

Actriz: ¿Pero cuándo vas a salir? Gabriel, te están


esperando. ¡Qué fastidio!

Dramaturgo: Primero dime tu tono de gris.

Actriz: (Riéndose) Gris perla.

Dramaturgo: ¡Qué delicado! ¡Así me gusta! ¡Que el ratón que


vaya matar sea gris perla! ¡Estoy listo, ahora ya
puedes anunciarme!

Actriz: Señoras y señores, madames y messieurs, ladies


and gentlemen, herren un damen, la empresa esta
noche se enorgullece… en presentarles… la sin
par… la temperamental… la inigualable… ¡Miss
Susy!

Colección Mirando al tendido 255


Dramaturgo: (Entrando, vestido con el traje rosado por encima
de la camisa y el pantalón, y con un rifle en la
mano) ¡Manos arriba, mariposa!

Actriz: (Al público) ¡Ay, no tiene remedio! Le encanta un


trapo.

Dramaturgo: Manos arriba o no las volverás a subir más nunca.

Actriz: Ponles las manos arriba a tus ratones.

Dramaturgo: Cuento hasta tres y disparo.

Actriz: Por mí puedes contar hasta mil. Yo me voy.

Dramaturgo: Uno. No quisiera matarte de espalda, Actriz.

Actriz: No te creo.

Dramaturgo: ¿Qué importa pretender con tal de creer en lo que


se pretende? ¿No me entiendes? Óyeme, existe una
urgente, muy urgente, necesidad de que volvamos
a ser personas pensantes. Es muy urgente.

Actriz: ¿Por qué? ¿Qué va a pasar? ¿Una revolución?

Dramaturgo: La revolución ya está pasando, Eloy, está pasando.


¿No la ves? ¿No la sientes? Muévete o te va a
triturar, te va a pisar, vas a quedar como colilla de
cigarro besando el suelo.

Actriz: ¡Déjate de politiquerías!

Dramaturgo: Muy bien, quédate con el montón. Defiende tus


frituras y tu reputación y que aquí no pase nada.
Ni siquiera tu vida.

256 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: ¡Si pudieras verte! Con esa cara pintarrajeada y
vestido de hombre, pareces un payaso.

Dramaturgo: Un payaso que se parece a ti, ¿no, Eloy?

Actriz: Me moriría de la vergüenza si te parecieses a mí.


Sería capaz de…

Dramaturgo: ¿Matarte?

Actriz: De matarte a ti.

Dramaturgo: ¡Atrévete!

Actriz: ¡Cómo te gustaría! Te fascina ser mártir.

Dramaturgo: Valdría la pena morir instantáneamente y por una


causa.

Actriz: Mi causa, ¿no?

Dramaturgo: Tuya, toda tuya.

Actriz: La víctima. Te encanta ser la víctima.

Dramaturgo: Podrías, ¡por fin!, enredarte en algo.

Actriz: Por supuesto; en los barrotes de la cárcel.

Dramaturgo: Saldrías en los periódicos.

Actriz: Sin duda. En las páginas rojas.

Dramaturgo: Sería mucho pedir que te pusiesen en las de


espectáculos. Pero a lo mejor pueden meter tu foto
en las sociales. «Veterano mesonero, favorito de
muchas anfitrionas quisquillosas, mata a su…»
Colección Mirando al tendido 257
Actriz: ¡A su nada!

Dramaturgo: Muy bien fraseado, Eloy, me encanta. «Mata a su


nada por motivos…» ¿Qué prefieres? ¿Pasionales?
Sí, ya sé, eso no porque te llamarían ladrón sin
haber robado. ¿Profesionales? Suena muy bien,
Eloy: «Mata a su nada por motivos profesionales».

Actriz: ¿Y no sería preferible que tú solo fueses la noticia?

Dramaturgo: Te estoy ofreciendo compartirla.

Actriz: Y yo te cedo la exclusividad. ¿O es que crees que


no me he dado cuenta de tu nuevo jueguito? Si lo
que usted quiere es morir, Madame Chan, mátese
usted misma y sea usted únicamente la noticia. A
lo mejor la noticia apareció en las cartas.

Dramaturgo: Pero no te exaltes. No se trata de que quiera yo ser


la noticia. Lo que quise ofrecerte fue el papel de
protagonista, pero si insistes en seguir escogiendo
papeles secundarios, yo respeto tu preferencia. La
respeto y puedes ser tú el muerto. Yo te mato.

Actriz: Realmente que no hay nada más terrible que una


marica despechada. Se los digo yo. Como, según
tú, porque ninguno de nosotros sabemos con
certeza si es verdad, como según tú los famosos
muchachos, las beldades, se esfumaron, ahora
pretendes armar un melodrama con tu supuesta
desgracia. Pero, Miss Susy, si a usted siempre todos
los hombres la han dejado. Si a todas las maricas
del mundo todos los hombres del mundo las han
dejado. Ese es el drama.

258 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo: Deja la mariquera a un lado. Estamos hablando de
algo más fundamental.

Actriz: ¿Qué hay más fundamental en ti que la mariquera?

Dramaturgo: Soy un ser.

Actriz: Un ser marica.

Dramaturgo: Es inútil que trates de irritarme. No lo lograrás.

Actriz: Y es inútil que niegues tu condición. Nadie te lo


creerá.

Dramaturgo: No la estoy negando. Solamente estoy poniéndonos


en este momento no como dos maricas, sino como
dos seres ansiosos de probar que están vivos a
través de la muerte de uno de los dos.

Actriz: ¿Cómo es la cosa?

Dramaturgo: Si tú me matas a mí o si yo te mato a ti, ambos


estamos valorizando nuestras vidas.

Actriz: ¿Valorizándolas acabando con ellas?

Dramaturgo: Exacto. En forma violenta.

Actriz: ¿Quieres que te diga algo? Creo sinceramente que


toda esta soledad tuya aquí, todo ese pasarte el día
sin hacer nada pensando en lo que es el mundo y en
lo que, según tú, debe ser el mundo, está resultando
una revolución, pero no allá, sino dentro de ti.

Dramaturgo: Me agrada ver que aún te quedan algunos


miligramos de inteligencia. Esa revolución dentro
Colección Mirando al tendido 259
de mí ha sido provocada por la revolución allá
afuera, esa que tú no quieres admitir. Y no me pasa
a mí nada más. Les pasa a muchos.

Actriz: (Sigue caminando) Me voy. Yo no juego a vaqueros


desde que era niño.

Dramaturgo: Mentira. Entonces jugabas con muñecas. Date


vuelta, muñeca.

Actriz: (Sigue caminando) Dispara.

Dramaturgo: Sí, voy a disparar, pero no a ti primero. Aquí hay


suficientes balas para algunos de los presentes y la
última será para ti.

Actriz: (Gira y comienza a acercarse Gabriel) Gaby, baja


ese rifle. Se pueden asustar.

Dramaturgo: ¿Asustar? No seas bobo. Míralos cómo se quedan


tranquilos, inmóviles. ¿Cómo se va a asustar una
gente acostumbrada a ver y oír todo tipo de armas?
Para ellos, un tiro es igual que un cohete de año
nuevo. (Suelta un tiro al aire)

Actriz: ¿Estás loco? Dame ese rifle. Aquí puede Suceder


algo.

Dramaturgo: Precisamente. A eso vinieron. A que suceda algo y


ya que tú no has querido ser ni homicida ni víctima,
yo seré el homicida y uno de ellos la víctima. ¿Qué
tal domino la terminología criminal?

Actriz: (Tratando de quitarle el rifle) ¡Dámelo!

260 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo: Apártate o puede haber un accidente y no queremos
que suceda un accidente. Eso sería vergonzoso.

Actriz: (Forcejeando con él) ¡Suelta ese rifle! ¡Suéltalo!

Dramaturgo: (Dándole con la culata del rifle en el estómago y la


Actriz, pegando un grito y agarrándose el estómago,
cae al suelo. Dramaturgo se le acerca, le pone un
pie encima de una nalga, y toma pose de cazador)
¡No te muevas, Eloy, no estoy jugando!

Actriz: (Muy suave) ¿Pero qué te pasa, Gaby?

Dramaturgo: (Suelta a la Actriz) ¡Qué no me pasa! Me pasa que


me he pasado para el otro lado, ¿entiendes? (Al
público) ¿Entienden? Me he pasado… junto a los
bienaventurados… que padecen persecución…
por causa de la justicia… porque de ellos es el reino
de los cielos.

Actriz: (Moviéndose muy ligeramente hacia el


Dramaturgo) Te ha dado por la religión. Tú nunca
fuiste religioso.

Dramaturgo: Uno nunca es nada. Ya te lo dije antes. Lo que nos


rodea es lo que nos hace ser cosas.

Actriz: (Moviéndose otro poquito) ¿Y a ti te hace ser un


asesino?

Dramaturgo: Asesino o ladrón o cualquier otra cosa que


convulsione.

Actriz: (Moviéndose otro poquito) Eso te pasa porque tú


has sido estrella. ¿Recuerdas al público gritándote

Colección Mirando al tendido 261


una y otra vez? ¡Miss Susy! ¡Miss Susy, Miss Susy!
Eras el centro de atracción con todos los reflectores
rodeándote, y ahora…

Dramaturgo: ¿Ya no llamo más la atención? ¿Y por eso cojo un


rifle y lo apunto a quien sea? No, Eloy, tengo este
rifle en mis manos… Si te sigues moviendo vas
a terminar como un conejo boca arriba. (Pausa
corta) Tengo este rifle en mis manos porque con él
vibro, con él en mis manos, todos vibramos. ¡Nos
sentimos vivos!

Actriz: Qué obsesión tienes con eso de sentirse vivo.

Dramaturgo: Sí, una gran obsesión, no sólo de sentirme sino de


hacerlos a todos ustedes sentir.

Actriz: Ya lo has logrado.

Dramaturgo: No me adules.

Actriz: En serio, Gaby, ya lo has logrado.

Dramaturgo: No completamente. Quiero más.

Actriz: Entonces mátanos y así tendrás todo lo que puedas


querer.

Dramaturgo: No te preocupes. Aquí pasará algo. Pero primero


quiero atrapar ese momento, ese instante antes de
que pase, y verlos, vernos, con los ojos espantados
y las narices hinchadas y las bocas abiertas,
aguardando, templados como una pandereta,
esperando…

262 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: ¡Pum! ¡Pum! Y tú disparas y nosotros caemos
muertos. (Se acuesta como muerto)

Dramaturgo: Muy bien. No eres mal actor. A lo mejor no


serviste para transformista, pero hubieras podido
servir para actor. ¿Te gustaría ser actor? Al menos,
gozarías maquillándote. Contesta. ¿Te gustaría
actuar, sentir los reflectores en la cara? ¡Te he dicho
que contestes! ¿Qué te gustaría ser en lo poco que
te queda de vida? ¿Cómo te gustaría cambiar? Di.
Hazlo. Cambia. No esperes. No te importe el qué
dirán o las consecuencias. Cambia. Ahora es el
momento de la media vuelta. Llegó el momento.
¿Qué quieres hacer, carajo? (Acercándosele) Ah,
te estás haciendo el muerto. El difunto Eloy. (Lo
toca con el rifle) ¡Arriba, soldadito, arriba! ¡Párate!
¿Qué te pasa? (Se agacha) Párate que pareces la
Dama de las Camelias. (Lo agarra por los hombros
y enseguida la Actriz da una voltereta, tratando
sin lograrlo de agarrar el rifle que ha caído a poca
distancia)

Dramaturgo: (Vuelve a tomar el rifle) No me has creído…

Actriz: ¿Cómo? ¿Qué dices?

Dramaturgo: No me has creído…

Actriz: Perfecto. Diste en el clavo. No te he creído. No te


hemos creído.

Dramaturgo: ¿Por qué?

Actriz: ¿Es que había algo en qué creer?

Colección Mirando al tendido 263


Dramaturgo: Yo…

Actriz: ¿Tú? ¿Por qué tú? Vamos, señores, vamos saliendo.


Esto ha terminado. (Comienza a salir hacia la
calle)

Dramaturgo se dispara con el rifle.

Actriz: (Corre hacia Dramaturgo que yace muerto. Al


público) Por favor, señores, salgan rapidito. Aquí
no ha pasado nada. Esto es parte del espectáculo.
Por favor, váyanse a sus casas, tranquilitos. Sin
atropellamiento. Por favor, salgan rápido. Aquí no
ha pasado… ¡Fuera! ¡Fuera! (Y arrastra despacio el
cuerpo de Dramaturgo hacia la oscuridad de atrás)

Se oscurece el área donde están la Actriz y el


Dramaturgo, y todo queda en penumbras.

Se escucha un yesquero encenderse. Sobre esa luz,


vemos a Isaac Chocrón que, con el yesquero, ilumina
su propio retrato. Se ilumina exclusivamente el
área donde está Isaac Chocrón frente a su retrato.

Isaac: (Al público) Desde que tengo uso de conciencia,


y eso me lo decía siempre mi familia heredada,
con quien vivía, lo único que a mí me interesaba,
me atraía, era escribir. Para mí escribir es un
apostolado. Para poder escribir tengo que
enredarme. A mí me parece que lo más importante
es tener una curiosidad total por el mundo que
lo rodea a uno y tener sentido del humor. No
hacer tragedias ni dramas, sino buscarle la parte
humorística a las cosas, la ocurrencia. Yo escribo

264 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


de lo que sé, de lo que veo y de lo que vivo… Yo
no escribo para guardar en un cajón, lo que me
encanta es que después me retroalimento con la
opinión de la gente. A mí lo que me gusta cuando
estreno o publico es no decir más nada, callarme
la boca y que sean los demás los que encuentren.
Con la edad y la experiencia yo me he vuelto cada
vez más desnudo, sin metáforas, sin monólogos,
sin grandes parlamentos. Yo aprendí una cosa, que
en una obra es tan importante el silencio como
el texto. Yo soy escritor, yo no soy político. Y yo
soy judío, de modo que yo sé vivir en la diáspora.
Cuando yo digo ese chiste quiere decir que yo vivo
en mi propia diáspora que es mi casa, mi familia
elegida, el Ávila, mi escribidera, y eso me da fuerza
para obviar y deprimirme menos con cosas que
yo sé que tendrán un final. (Se agacha, toma una
piedra, amarilla, brillante. Se levanta. Observa la
piedra. Al público) Nada es eterno, empezando
por la vida del hombre. Todos vamos a morir, todo
va a cambiar, ningún estado de cosas es eterno. Lo
único que puede ser eterno son algunos puntos
culminantes de la creación artística, la obra de
Shakespeare, por ejemplo, es la Biblia laica. No me
da miedo la muerte. Me parece un fin inevitable.
No tengo miedo. Ni de morir ni de vivir. (Coloca la
piedra, encima de su retrato, tal cual la costumbre
judía para honrar a sus muertos. Sonríe a la foto.
Sonríe al público) Uno tiene la responsabilidad civil
de hacer lo que públicamente pueda por el lugar del
mundo donde uno vive. Aunque no hay nada más
solitario que escribir, quiero seguir escribiendo.

Colección Mirando al tendido 265


Cualquier cosa. Lo que sea. Tal vez, una historia
de amor. (Saca el yesquero, enciende el cigarrillo y
comienza a caminar hasta el fondo para salir. Se
detiene. Se gira al público) Me encantaría no morir
antes de haber escrito una oración perfecta. O casi
perfecta. Con predicado, sujeto, bien redondita.
(Sonríe. Fuma. Se aleja hasta desaparecer en la
oscuridad del teatro)

Ahora, en oscuridad total, se vuelve a escuchar


la sirena. Luego silencio. Se escuchan tres sonidos
chirriantes que salen de un altoparlante. Breve
silencio y se oye una voz que viene del exterior al
través de un altoparlante.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! A todas las


personas que aún pueden estar en los predios o en
el interior del recinto, se les alerta que en quince
minutos vamos a implosionar todo el inmueble.
¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! ¡Abandonen
el recinto que en quince minutos los vamos a
implosionar!

Regresa el sonido de la sirena y mientras esta suena,


el Dramaturgo y la Actriz sacan de un baúl, la foto-
graf ía, de tamaño natural y que sea capaz de sos-
tenerse de pie, de Gilberto Pinto. Mientras la Actriz
limpia, con ternura, la fotograf ía, el Dramaturgo
aprovecha y corriendo va hacia un baúl y saca una
peluca de mujer, un frac multicolor, medio circense,
payasesco, con su respectivo sombrero de copa, y se
lo entrega a la actriz. Esta observa, pero no agarra
el vestuario. El Dramaturgo, confundido, deja el ves-

266 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


tuario a los pies de la Actriz y corre hacia un baúl,
saca un ring para neumático, ensangrentado, una
panela de hielo, grande, de utilería, ensangrentada
por varias partes y se los lleva a la Actriz. Ella lo
mira indiferente y no hace el mínimo gesto por to-
marlos. El Dramaturgo sigue sin comprender. Deja
todo a los pies de la Actriz. El Dramaturgo corre y
saca de un baúl una pesada camisa negra, terrorí-
fica, grande, con hombreras, como blindada con un
chaleco metálico.

Cesa la sirena.

La Actriz va presta hacia el Dramaturgo y le jala la


camisa. El Dramaturgo se resiste.

Dramaturgo: Pero qué te pasa.

Actriz: Yo voy a interpretar a Tulemón González.

Dramaturgo: ¡Imposible!

Actriz: ¿Por qué?

Dramaturgo: Porque el dramaturgo Gilberto Pinto escribió Los


Fantasmas de Tulemón para que ese personaje lo
interpretase un hombre. Además, tú acabas de
hacer el personaje de Eloy, que es hombre.

Actriz: Y tú acabas de hacer a Miss Susy.

Dramaturgo: Miss Susy no es una mujer.

Actriz: Ay, Dios del Sinaí, si Isaac estuviese aquí, te diría


que no comprendiste la obra.

Colección Mirando al tendido 267


Dramaturgo: Sí la comprendí. Claro que Gabriel es Miss Susy,
una mujer cuando actúa y es lo que ha querido ser
siempre y… y… mira, no me enredes. Tulemón es
un personaje hombre.

Actriz: ¿Y?

Dramaturgo: Pues que es del sexo masculino.

Actriz: Te voy a decir algo y que no se te olvide jamás. Aquí,


en Venezuela, en la escena, las actrices tenemos el
sexo que nos da la gana.

Dramaturgo: ¡Touché!

El Dramaturgo le entrega el vestuario a la Actriz y


se lo ayuda a poner.

El Dramaturgo se dirige hacia un lateral con los


implementos y vestuarios que se negó tomar la
Actriz. El Dramaturgo se coloca un frac celeste.

De repente la Actriz comienza a toser y respira con


fatiga, como si se hubiese enfermado con un ataque
de asma. Se lleva las manos al pecho, en signo de
dolor en el corazón.

El Dramaturgo, con el vestuario de «frac celeste»


corre hacia la Actriz y trata de hacerla respirar.

Actriz: (Como ella misma) Pero suéltame. ¿Qué te pasa?

Dramaturgo: (Como él mismo) Eso te pregunto yo, ¿qué te pasa?


¿Te sientes mal?

268 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: (Como ella misma) No, claro que no, ¿por qué lo
dices?

Dramaturgo: (Como él mismo) ¿Cómo que por qué lo digo?


Tosías y tosías y te agarraste el pecho y vi que casi
te asfixiabas. Me preocupé. Por eso te lo pregunto.
Pensé que tenías algo, así, de repente, como una
enfermedad del corazón.

Actriz: Quien tiene una enfermedad del corazón no soy


yo. Quien se asfixia no soy yo. La tos no es mía.
Es de Tulemón González, quien está enfermo y, en
una parte de la obra, casi le falla el corazón y por
poco se asfixia. Estaba preparándome porque hay
momentos en que lo ataca la tos, en su encierro, en
su guarida donde se esconde para no ser linchado
por haber sido el Jefe de los Esbirros y Torturado-
res de la dictadura.

Dramaturgo: Cierto, cierto. La tos. Hay varias didascalias del


maestro Pinto donde lo acota. Pues bien. Empece-
mos. (Transición. Hacia el público, en el personaje
de frac celeste) He aquí a Tulemón. Un hombre solo.
Tal vez a pesar suyo. Le veremos pensar y repensar
sobre su vida pasada, presente… futura.

Actriz: (En el personaje de Tulemón) En esta maldita


ratonera terminarán por confundirse el día y la
noche. Siempre sombras. Y una hora es igual a la
siguiente y a la otra.

Dramaturgo, quien se ha puesto un birrete, una


venda en los ojos y lleva en una mano una balanza,
símbolo de la justicia.
Colección Mirando al tendido 269
Dramaturgo: Tulemón es como el símbolo de todos esos años
oscuros, porque, apartándonos de tonterías, hay
que convenir en que era el hombre fuerte de ese
tremendo engranaje. Como quien dice, su dinamo.
Y el que no la vea, es porque está ciego. El pueblo
se sentirá más tranquilo si logramos echarle mano.
Tulemón tiene muchas cosas a las cuales responder.

Actriz: (En el personaje de Tulemón) ¡Bah! Responsabilizar-


me sería lo de menos. Además ¿Quién lo va a hacer?
Muchos de esos hombres importantes, jueces, po-
líticos, militares, empresarios que hoy se llenan la
boca hablando de libertad, fueron mis colaborado-
res gratuitos. Es más, se atropellaban por servirme.
Por eso en este país la responsabilidad siempre ha
estado de capa caída. Así que lo que les interesa a los
políticos es el efecto que mi captura causaría en el
pueblo. ¡Demagogos! Los conozco demasiado bien.

Dramaturgo se ha despojado del birrete, de la


venda en los ojos y de la balanza, y lleva puesto
ahora un sombrero de copa verde.

Dramaturgo: (Como si estuviese en un mitin por una candidatura


pública) Y ahora, conciudadanos, derrocada al fin
la dictadura, la justicia y el progreso vuelven a
ustedes como el ave Félix que se sacude las cenizas
de la ignominia y echa a volar garbosa por los
caminos generosos de la patria.

Actriz: (Siempre como Tulemón. Burlándose) ¡El ave Félix!


¡Ignorantes! ¡Siempre los mismos cerdos! Parece
que estuviésemos condenados a no liberarnos de
ellos.
270 Baúles… del adiós / Néstor Caballero
Dramaturgo se ha despojado del sombrero de copa
verde, y ahora lleva uno blanco.

Dramaturgo: (Como si estuviese en un mitin por una candidatura


pública) Porque como dijo nuestro excompañero
de partido Simón Bolívar: «Los rusos parecen
destinados por la Providencia para plagar a la
América de miseria en nombre de la libertad» y
ustedes, aunque no lo cran, son americanos. Y
como dice el dicho: ¡América para los americanos!

El dramaturgo se pierde tras un baúl y dejamos de


verlo.

Actriz: (Exceso de tos) ¿Qué hora será? ¿Las cuatro? ¿Las


cinco? ¿Las seis? Las sombras se han hecho más
densas. Recuperaré mi poder. Volveré a reinar
sobre los hombres y las cosas. ¡Ilusos, no son más
que unos ilusos!

Ahora el Dramaturgo está parado sobre un cubo,


tiene una camisa que es sólo flecos y está llena de
tierra y con restos de sangre. Es un cadáver.

Dramaturgo: Soy Ramón Urbaneja. De profesión chofer. Soy


responsable de haber participado en un conato de
atentado en contra del dictador. En la madrugada,
ellos, los esbirros, llegaron y me llevaron. Querían
saber los nombres de mis cómplices.

Actriz: (En Tulemón. Al público. Sonriente. Tranquilo)


No tengo nada que ver con eso. Yo sólo ordené
detenerlo. Si la comisión se excedió fue asunto de
ellos.

Colección Mirando al tendido 271


Dramaturgo: Me desnudaron y me hicieron perder el
conocimiento a peinillazos. Cuando abrí los ojos,
vi ante mí a Tulemón. Sonreía.

Actriz: (En Tulemón, al Dramaturgo) Eres guapo, Ramón


Urbaneja. Mejor así. Será agradable doblegarte.

Dramaturgo: Me aplicó electricidad en la ingle, en los testículos,


en el ombligo. Yo no hablé. Sufrí varios desmayos.

Actriz: (En Tulemón. Para sí) Quiero ver el cielo, pero


no debo abrir ni una ventana. Tengo que dar
la impresión de que aquí no vive nadie. Debo
permanecer en este agujero. Nada de luz, nada de
ruido. Nada de mirar al cielo porque me andan
buscando. En fin será menester quedarse quieto.

Dramaturgo: Luego… los cables en el ano. Grité tanto que pensé


que la vida se me escapaba por la boca.

Actriz: (En Tulemón. Para sí. Buscando en el cielo) Parece


que es menos importante el cielo que la vida. Y, sin
embargo… qué hermoso era. Por las mañanas azul,
a veces blanco cuando amenazaba lluvia, blanco
como un lienzo… otras, moteado, con nubecillas
que parecían raciones de algodón de azúcar.

Dramaturgo: Todo mi cuerpo estaba lacerado, desmembrado…


¡era como un cuerpo ya entregado a la
descomposición posterior a la muerte!

Actriz: (En Tulemón) ¡Quiero ver el cielo! (Pausa breve.


Al público, cómplice) Por la noche, cuando no
es invierno, el cielo es azul marino, casi negro…

272 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


engrapado de luceros. Son como gigantescas
luciérnagas. (Sonríe. Al Dramaturgo) Quien me
oyera hablar no lo creería. (Al público) Deben
tener otra imagen de mí.

Dramaturgo: Tulemón me hizo parar, descalzo y desnudo, sobre


un ring de auto. Los pies me sangraban y cada vez
que me bajaba me caí a manguerazos, me echaba
agua helada y me volvía a montar en el ring. Luego,
él, Tulemón hizo que los esbirros me sentaran en
una panela grande… de hielo. Me desmayé varias
veces.

Actriz: (En Tulemón) Quiero ver el cielo. Fuera del cielo


no hay nada limpio, esa es la verdad.

Dramaturgo: Mi cuerpo era una masa sanguinolenta. Las


moscas pululaban por sobre mí. Cada vez, por
órdenes de Tulemón, eran más violentos. Una
noche comenzaron a empalarme, pero Tulemón
intervino porque no le parecía un suplicio de buen
gusto. Un día Tulemón me miró y dijo…

Actriz: (Cerca del Dramaturgo. En el personaje de


Tulemón. Luego de observarlo de arriba abajo
con satisfacción sádica) No hay nada que hacer
con contigo, Ramón Urbaneja. (Se dirige a otros
esbirros que él solo ve) Tú, tú y tú, sí, ustedes tres.
Llévense a Ramoncito Urbaneja… de vacaciones.
(Ríe para sí)

Dramaturgo: Me introdujeron en una camioneta y me llevaron…

Colección Mirando al tendido 273


Actriz: (En Tulemón) A los enemigos hay que ponerlos en
sitio seguro. ¡Hay algo mejor que dos metros de
tierra encima! ¡Un hombre no es una semilla, no
retoña! (Ríe. Tose)

Dramaturgo: Era de noche. Nos detuvimos al borde de una


carretera. Sólo recuerdo el silencio y el canto de
los grillos. Era como una inmensa paz.

Actriz: (En Tulemón) …daría con gusto mi mano derecha


por… comerme una langosta fría con mayonesa…
o unos buenos mejillones. Todo rociado con
Chablis. Con un Chablis a punto.

Dramaturgo: Comenzaron a cavar. Hasta mí llegaba claramente


el sonido de los picos hiriendo el vientre de la
tierra. Aún vivo, me arrojaron a la fosa. Sentí la
tierra sobre mí como un fuerte aguacero. Fue como
una liberación… como un descanso… ¡Era la paz y
eso fue todo! He muerto por la justicia, he muerto
por la dignidad… ¡He muerto feliz… creo que ha
sido más que suficiente! (Sale tras un baúl)

Actriz: (En Tulemón. Al público) ¡Protesto! ¡Protesto!


¡Protesto! Este juicio está viciado. ¡Protesto!
¡Protesto! El testimonio de un muerto es un
supuesto indemostrable. Su declaración no
puede usarse como prueba. Ese hombre era un
delincuente. La ley contempla un castigo para
los que insurgen contra los poderes legalmente
establecidos. Yo tenía un orden de cosas que hacer
respetar, ¡no era justo que lo hiciera!

274 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Dramaturgo sale tras un baúl, nuevamente con
el birrete, la venda a los ojos y la balanza en sus
manos.

Dramaturgo: Tulemón, Tulemón, comprende. Era un orden de


cosas que perjudicaba al pueblo.

Actriz: (En Tulemón, al Dramaturgo) ¡No me interesa!


Yo creía en la dictadura ciegamente, porque ese
orden me favorecía. En cambio el pueblo no me
ha dado sino sinsabores. Todo lo que me rodeaba
era pueblo. Jamás recibí de ellos una palabra de
aliento. Lo que les molesta es la tortura.

Dramaturgo se retira tras algún baúl.

Actriz: (Al público) Todas las grandes civilizaciones


la han usado: aztecas, griegos, romanos, nazis,
comunistas. Los pueblos son como potros
indóciles… Hay que fustigarlos para que cojan
paso. Los mismos que se pegaban a mí, pasan
ahora por amantes de la libertad. Y el pueblo, ese
hatajo de imbéciles se traga esa píldora. Abriré la
ventana, así me quemen hasta los mismos sesos.
La abriré, sí… al menos llegará hasta mí el olor del
sexo y del alcohol.

Dramaturgo entra con el frac celeste, banda


presidencial de Venezuela y un sombrero de copa
mitad verde y mitad blanco.

Dramaturgo: Tulemón, Tulemón, trabajo nos dio localizarlo.


Tulemón, su situación es dif ícil, una vez descubierto
se arrojará sobre usted todo el peso de la ley.

Colección Mirando al tendido 275


Actriz: (En Tulemón) Ya me había resignado a ello.

Dramaturgo: Sin embargo, hay una posibilidad de evasión. La


única.

Actriz: Dígala.

Dramaturgo: Que usted acceda a trabajar para nosotros, los


nuevos mandatarios. Para sostener el nuevo
sistema democrático, se precisa de sus servicios.

Actriz: (En Tulemón) Yo creí en el antiguo orden de las


cosas, en el de la dictadura.

Dramaturgo: Bueno, le explico. Este orden es muy parecido. Le


será fácil amoldarse. Al principio, usted actuará
secretamente. Aconsejará, organizará. Después ya
encontraremos una fórmula. No es dif ícil hacerles
tragar al pueblo una medicina desagradable. Usted
bien lo sabe, pero a la final, terminarán aceptando
lo que se les imponga.

Actriz: (En Tulemón) Eso es correcto. Está bien. Acepto.

Dramaturgo: Es usted un hombre inteligente. Tulemón.

El Dramaturgo se sienta y la Actriz se va acostando


sobre sus piernas, hasta que, al terminar su
monólogo, parecerán una estatua de la piedad.

Actriz: (En Tulemón, mientras monologa, y se va colocando


en posición para la estatua) Todo va y viene. El mal
y el bien, el odio y el amor, la riqueza y la miseria…
como si anduvieran montadas en un carrusel,
yendo y viniendo. Y nosotros de pie, esperando a

276 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


que retornen. Porque nada se va por completo. En
una u otra forma retorna… como el verano, como
las nubes. Y ahí, cada cual, tarde o temprano,
volverá a lo suyo.

La iluminación se va hacia total penumbras donde


se encuentran la Actriz y el Dramaturgo, al tanto
que se ilumina un espacio donde está de pie y sobre
un cubo, o un cilindro, Gilberto Pinto.

Gilberto: ¿Cómo que no vamos a estar metidos en la política


si el teatro es política? Cuando tú montas una obra
comercial, insulsa, estás haciendo política, te estás
poniendo de acuerdo con la idea de que este país
está bien y no hay más nada que hacer. El teatro
comercial sólo busca el dinero de los espectadores
y es producto de la contracultura, es totalmente
evasivo, no puede ser que en una obra el problema
sean las vaginas de las mujeres, hay problemas
superiores. Un arte escénico blandengue, que
no representa al hombre de su tiempo, que no
interpreta sus grandes desaf íos, tiene pocas
posibilidades de despertar la atención de su
colectividad. El teatro debe explorar, objetivar y
expresar las preocupaciones de esa colectividad. Y
sobre todo, tiene que ser un arte vigoroso, irritante.
Los dramaturgos tenemos que tener habilidad e
inteligencia para plantear cada uno de los problemas
que hay en nuestras comunidades. Y aquí reitero
que los problemas que nos atañen a ciudadanas y
ciudadanos son problemas que también le atañen
al gobierno y al mundo. Entonces se necesita la
dialéctica. La democracia necesita alguien que la

Colección Mirando al tendido 277


cuestione para que así puedan funcionar las cosas.
Y el teatro puede contribuir muchísimo cuando
lleva a escena esos problemas que acosan a la
sociedad en general o en particular. El verdadero
teatro es un transformador de transformadores.
Uno, como dramaturgo, escribe para aquel que
está interesado en hacer evolucionar el país, para
darle ideas, para recordarle los fracasos de la
política universal, para reconsiderar la historia, en
fin, para propiciar todas esas transformaciones que
necesita un Estado. El teatro me abrió los ojos y me
hizo ver una perspectiva que yo no había notado.
Si la sociedad estaba dividida en clases, el teatro
también estaba escindido en clases. Fue entonces
cuando pensé y me asumí desde la clase social a la
cual pertenecía: era un pobre más, por supuesto.
Ha sido mi juego y decidí desde el principio jugarlo
con limpieza y creo que lo he hecho hasta ahora a
partir de mi manera de ver al teatro. Haré teatro
donde sea, en los sindicatos, en los portones, en
las casas de vecindad, en cualquier parte. Al teatro
no lo van a matar. Yo seguiré escribiendo, haciendo
teatro, porque a los 80 años de edad qué más voy
a hacer. Me quedé hasta hoy y eso me ha formado
como ciudadano, como hombre de cultura, como
hombre civilizado. El teatro me sacó de la jungla.
Haré como mi personaje de El Hombre de la Rata:
«¿Saben lo que voy hacer? Me dedicaré a andar
delante de mí, siempre derecho, hasta conseguir
un lugar donde pueda vivir, trabajar y amar en paz.
Un lugar en donde los hombres se quieran y se
respeten, en donde el amor no traiga como lastre

278 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


la traición, en donde el trabajo sea digno y sirva
para algo. Si algún día lo encuentro les avisaré. Y si
no, ¡vendré a decirles que no existe y que debemos
luchar hombro con hombro para hacerlo…! Tal
vez entonces nos liberaremos de la angustia».
(Gilberto Pinto mira hacia un área en penumbras
y me pregunta) ¿Qué me dices tú, dramaturgo,
colega y amigo Rodolfo Santana?

Se va oscureciendo el área donde se encuentra


Gilberto Pinto, al unísono que se va iluminando un
área donde se encuentra Rodolfo Santana, al lado
de su propio retrato.

Rodolfo: Pienso, creo, y sostengo que el teatro es una realidad


probable. La posibilidad de representar lo cotidia-
no bajo otras perspectivas, en un marco donde el
tiempo funciona con musicalidad y los personajes
siempre poseen algo extraordinario que los hace
enfrentar lo terrible. El teatro se nutre de la expe-
riencia humana. La historia del hombre es el surco
de donde brotan las obras. El teatro contribuye al
desarrollo social en la medida que presenta —sin
temor a los riesgos— nuevas estaturas al proceso de
crecimiento de los pueblos. La teatralidad engloba
las distintas formas en que la realidad es macera-
da para exponerla, en una fábula, en términos no
solamente creíbles, sino hermosos. La gradación
del lenguaje, elementos de rítmica interna, sínte-
sis de las acciones, forman parte de la teatralidad.
Los jóvenes pueden encontrar en el teatro amplios
campos para diversificar su lenguaje y lograr capa-
cidad crítica. Tengo la fortuna de escribir, crear, sólo

Colección Mirando al tendido 279


en las formas y propósitos que me interesan y que,
siempre, intentan abordar historias que más allá de
su calidad y la necesaria diversión que ofrezcan, se
vinculen a conflictos sociales, políticos y humanos.
Asimismo, tengo la certeza que dentro de 25 años,
el hombre estará inmerso en el socialismo. Lo esta-
rá por convicción y necesidad, pues vivimos los úl-
timos años del derroche consumista. El hombre se
verá obligado a profundizar en las raíces socialistas,
su humanismo, si quiere encontrar respuestas a la
sobrevivencia. Soy un obricida, la realidad cambia…
mis personajes también. El país se transforma, mi
amor por él también. El conflicto humano se rein-
venta y yo lo imito. Para mí, vivir es hacer todo lo
posible por contribuir a un mundo mejor.

Se oscurece el área donde está Rodolfo Santana y


este sale entre la penumbra.

En penumbras se vuelve a escuchar la sirena.


Luego silencio. Se escuchan tres sonidos chirriantes
que salen de un altoparlante. Breve silencio y se
oye una voz que viene del exterior al través de un
altoparlante.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! A todas las


personas que aún pueden estar en los predios o
en el interior del recinto, se les alerta que en cinco
minutos vamos a implosionar todo el inmueble.
¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! ¡Abandonen
el recinto que en cinco minutos lo vamos a
implosionar!

280 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Se escucha la sirena. Se ilumina el proyector y se
puede leer: «a empresa perdona un momento de
locura» de Rodolfo Santana. Así permanece por unos
segundos hasta que se ilumina toda el área escénica.

En una silla metálica, gris, ya está sentado el Drama-


turgo, como el personaje Orlando Núñez, de la obra
La empresa perdona un momento de locura de Ro-
dolfo Santana. Viste una raída braga y un casco de
obrero. Queda con vista al público y de espaldas a la
Actriz. Esta, en el personaje de la psicóloga, se encuen-
tra exquisitamente vestida de blanco. Es rubia. Se en-
cuentra sentada tras un lujoso escritorio, donde hay
diferentes carpetas. A un lado y recostado al escrito-
rio: un inmenso muñeco de trapo, vestido de smoking
y que tiene colgado sobre el pecho un cartel que dice
«Señor González, presidente de la compañía».

Cesa la sirena.

El Dramaturgo, en su personaje de Orlando Núñez,


se le nota inquieto, muy nervioso. Una que otra
vez intenta mirar hacia atrás para saber qué está
haciendo la Actriz, pero su miedo puede más y no
termina de hacerlo. La Actriz, en su personaje de
la psicóloga, se da cuenta y le es completamente
indiferente y escribe en los expedientes.

Actriz: (Sin mirarlo. En el personaje de la Psicólogo) ¿Está


nervioso, señor Núñez?

Dramaturgo: (En su sitio. Casi salta de la silla. Sin atreverse


a mirarla. En el personaje de Orlando Núñez)
¿Nervioso?
Colección Mirando al tendido 281
Actriz: Sí. Usted está nervioso. (Se levanta y camina hacia
el centro) Venga por aquí.

Dramaturgo: ¿Adónde?

Actriz: Venga. Colóquese así. (Arquea su cuerpo y coloca


sus manos en las caderas, de frente al público)

Dramaturgo: (Sorprendido ante la iniciativa de la psicóloga. Ríe)


¿Y eso?

Actriz: (Abandona su posición y va hacia Orlando


obligándolo prácticamente a adoptar la postura
indicada) A ver, las manos en la cintura. Doble las
rodillas. El cuerpo hacia atrás.

Dramaturgo: (Extrañadísimo) ¿Y esto para qué es, señorita?

Actriz: Es un ejercicio de bioenergética.

Dramaturgo: ¿Bio qué?

Actriz: Bioenergética. Le ayuda a eliminar la tensión.

Dramaturgo: Sí. Pero me están empezando a doler los riñones.

Actriz: Doble más las rodillas. El cuerpo más arqueado. Bien.


(Se coloca al fondo, de manera que el Dramaturgo no
pueda verla) Ahora cuénteme cómo es su casa.

Dramaturgo: (Permanece en la postura sugerida) Así lo que


parezco es un maromero.

Actriz: Nada de eso. Está perfecto. Vamos… su casa.

Dramaturgo: Señorita… ¡Pero si casi no puedo ni hablar!

282 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: Abandone la resistencia, señor Núñez. Encuéntrese
con lo más profundo de usted mismo y cuénteme.

Dramaturgo: (Resignado. Con dificultad) Usted sí que tiene


cosas, de verdad.

Actriz: Lo escucho, señor Núñez.

Dramaturgo: (Con dificultad) Bueno… yo vivo en un rancho.


¿Usted sabe qué es un rancho?

Actriz: No, cuénteme.

Dramaturgo: Me lo imaginé. Usted nunca ha vivido en un


rancho.

Actriz: Sígame contando, señor Núñez.

Dramaturgo: Yo vivo en un rancho, ¡pero tiene ya dos


habitaciones y de ladrillos! Esas habitaciones
las hice yo mismo, poco a poco. Compraba
algo de arena, el cemento, algunos ladrillos y las
iba levantando. Era un poco fastidioso, porque
mientras se construía no podíamos utilizar aquel
espacio y nos arrinconábamos mucho. Pero por
otro lado era bonito. Primero una pared, luego
otra, otra y otra. (Sintiéndose mal abandona la
postura y protesta) ¡Ah no! ¡Qué va, señorita, a mí
me duele mucho la espalda!

Dramaturgo se dirige a la silla y se sienta, cansado.

La actriz anota en la hoja clínica.

Luego de una pausa.

Colección Mirando al tendido 283


Actriz: ¿De dónde es usted?

Dramaturgo: (Orgulloso) De Pejugal.

Actriz: Eso es en el interior, ¿no?

Dramaturgo: Bien en el interior del país. En el fondo, diría yo.


Una vez escuché una leyenda sobre un pueblo
perdido en el que nadie entraba ni salía. El que
escribió eso era de Pejugal, seguro. (Rememorando.
Con cierta ensoñación) Mucho monte… Monte,
vacas, montañas. A veces pienso que los vientos
se dan vuelta allí para regresar al mundo… Pejugal,
mi pueblo…

Actriz: ¿Cómo llegó a la ciudad?

Dramaturgo: (Molesto) Me trajo la recluta. Un día llegó el ejército


y a planazos se llevó a todos los muchachos varones.
Así, sin preguntar nada. A los coñazos a defender
a la patria. Nadie se explicaba cómo llegaron.
Nos recogieron como ganado y nos metieron al
cuartel. Nos enseñaron a marchar, disparar fusiles,
limpiarles las botas a los tenientes y capitanes y…
bueno, a medio leer también. Cuando terminé
el servicio intenté regresar a Pejugal, pero no
encontré la ruta.

El Dramaturgo se le levanta, camina, disimulada-


mente hacia el escritorio, para saber qué escribe
la psicóloga. La Actriz anota en el expediente mé-
dico. Al darse cuenta que el Dramaturgo trata de
ver lo que anota, cierra de un golpe el expediente y

284 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


lo mira de manera fulminante. El Dramaturgo se
aparta, apenado. La psicóloga vuelve a abrir el ex-
pediente y sigue anotando.

Actriz: (Anotando. Indiferente) Dígame, señor Núñez…


¿Se la lleva bien con su mujer?

Dramaturgo: (Tenso. En guardia, pendiente) ¿Tengo que contarle


mis cosas…? ¿Mis cosas íntimas? Ese no es el
problema. ¿No cree?

Actriz: (Dejando de escribir) Escuche, señor Núñez. Yo no


soy una chismosa ni nada que se le parezca. No me
interesa su vida privada. Sólo quiero determinar
las causas que lo indujeron a hacer lo que hizo,
el por qué agarró un martillo y empezó a golpear
las máquinas de esta empresa y a gritar que había
que matar al dueño, al señor González. El por qué
vociferaba que el señor González era su enemigo
irreconciliable. La causa por la cual decía lleno de
rabia que un patrono y un obrero eran como gato y
ratón, agua y aceite. A nuestra Empresa le interesa
saber el porqué, alzando el martillo amenazante,
afirmaba que su patrón, el señor González y usted,
eran soldados y enemigos. Nuestra Empresa está
sumamente interesada en saber por qué aseguraba
que había llegado la hora de enfrentar al señor
González en lucha a muerte. Y mientras gritaba
todo eso, destrozaba a martillazos las máquinas y
también incitaba a los demás obreros a ir contra el
señor González.

Dramaturgo: Me volví loco. ¿Fue eso, no? Es lo que yo creo.

Colección Mirando al tendido 285


Actriz: ¿Loco? No lo sé. Pero digamos que a nuestra em-
presa le interesa saber por qué se volvió loco, como
dice usted. Uno no se vuelve loco así como así.

Dramaturgo: (Intenta argumentar) No, pero…

Actriz: Todo influye: el hogar, la edad, la salud, las


relaciones… Por eso, señor Núñez, le pido que
responda a mi pregunta. ¿Se la lleva bien con su
mujer?

El Dramaturgo camina por la escena tratando de


hilar su respuesta.

Dramaturgo: Pues sí me la llevo bien con ella. Llevamos veintidós


años de casados, yo y la María Antonia y nunca nos
hemos disgustado seriamente.

Actriz: ¿Pretende hacerme creer que en veintidós años


de matrimonio nunca ha tenido un disgusto grave
con su esposa?

Dramaturgo: (Piensa) Bueno, ahora que usted lo dice. Tuvimos


una agarrada grande. Pero eso fue hace ya muchos
años.

Actriz: ¿Cuál fue la causa?

Dramaturgo: (Pausa corta) Se negaba a acostarse conmigo. ¿Qué


le parece?

Actriz: ¿Por qué razón?

Dramaturgo: Siempre estaba enferma de algo. Que si le dolía


el hígado, las muelas, el pecho. Yo le preguntaba

286 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


qué era lo que tenía que hacer conmigo y… y… y
mi calentura. Usted me perdonará señorita, pero
se me… Bueno, se me paraba en todos lados. En
el autobús, en la fábrica. Y ella nada que quería
acostarse conmigo. (Imitando la voz de su esposa)
«Mira Orlando, yo no quiero acostarme contigo
para no tener más hijos, ¿Oíste?» (Ahora como
Orlando. Enseriándose) ¿Usted se imagina esa
vaina, señorita? Así que yo debía cortarme las
bolas. (Como si reclamara a María Antonia) ¡Mira
chica! ¿Tú lo que quieres es tener un buey en la
casa? ¡No joda…! (A la Actriz) Me quiso obligar
a usar esas… gomas. Esas gomitas… Mire, eso
es como una especie de… de globito, ¿sabe…?
alargado… Y hasta creo que no era de mi medida
porque me apretaba. Olía a caucho. Vienen en
unos paqueticos aceitosos.

Actriz: Los conozco.

Dramaturgo: (Ve a la psicóloga con malicia) ¿Usted? (Para sí)


Está bien… bueno, déjeme seguirle contando
cómo fue la cosa: me quité la tal gomita antes de
metérselo a la María Antonia sin que ella se diera
cuenta. (Ríe) Eso fue un…

Actriz: ¿Sí?

Dramaturgo: Me da pena con usted señorita… Me da pena


decirle que fue un polvo increíble.

Actriz: (Sonriendo. Tratando de ser complaciente) No se


preocupe. Yo lo escucho con mucha atención y no
me avergüenza. Es mi profesión.
Colección Mirando al tendido 287
Dramaturgo: (Inquisitivo) ¿Cuál, señorita?

Actriz: Escuchar…

Dramaturgo: Ah, menos mal, yo pensé que…

Actriz: ¿Cuál de sus hijos es el que usted más quiere?

Dramaturgo: (Tajante) A todos los quiero igual.

Actriz: Pero menciona mucho a… ¿Cómo se llama?


¿Antonio?

Dramaturgo: Ah… sí. Antonio. Toñito. Él fue el primero que


tuve con María Antonia. Me encariñé con él. Era
inteligentísimo, señorita.

Actriz: ¿Era?

Dramaturgo: Murió. Trabajaba como un demonio y entregaba


todo el dinero a la madre. Esas cosas que rara vez
pasan. Un hijo modelo. Estudiaba de noche y llegó
a segundo año de Economía en la universidad. ¿Se
imagina? ¡Estábamos orgullosos de Antonio!

Actriz: ¿Cómo murió?

Dramaturgo: ¡Mire, señorita, lo mató la policía! Pero no era


ningún delincuente. Era un gran muchacho.
Responsable y serio. Pueden atestiguarlo muchos
vecinos, si usted lo desea.

Actriz: ¿Existen opiniones contrarias a la suya?

Dramaturgo: (Visiblemente afectado) Opiniones contrarias.


¡Opiniones contrarias! (Subiendo el tono) ¡Los

288 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


malditos periódicos me lo sacaron retratado como
un ladrón! ¡Hijos de puta! No lo iba a conocer yo al
pobrecito. ¡Coño, murió por sus ideas!

Actriz: ¿Cuáles eran las ideas de Antonio?

Dramaturgo: (Defendiéndolo) Las de él. ¡Muy suyas! Y ahí


estaba: en la página roja, tendido en la calle, con
su cabeza destrozada y una pistola en la mano.
Asaltante de bancos. Mi Antonio asaltante de
bancos. ¡Malditos periódicos! Ni por un minuto
me lo creí. Menos la María Antonia que se volvió
como loca. No comió en cinco días. (Pausa corta.
Marcadamente adolorido) Lo velamos. Y algunos
vecinos nos veían con ironía. Se burlaban de mi
hijo. Modelo y ladrón, según ellos. Los eché de
la casa y nos quedamos la familia y el Antonio en
la urna. Muerto por sus ideas. Equivocadas, pero
ideas. ¡Locas, pero ideas!

Actriz: ¿Qué ideas señor Núñez?

Dramaturgo: (Muy alterado) ¡Políticas, señorita! ¡Ideas políticas!


¡Coño, usted sí pregunta! ¿No podemos terminar
esta joda? ¡Me está revolviendo las tripas!
(Encimándose sobre ella) ¡Parece un policía, con su
cara de mosquita muerta! ¡Muy bonitica y decente,
pero malandrosa y echadora de vaina! ¡No me joda
más!

Actriz: ¿Otro ataque, señor Núñez?

Dramaturgo: (Arrepintiéndose, por lo bajo) Señorita… señorita.

Colección Mirando al tendido 289


Actriz: (Represiva) No creo que la compañía esté dispuesta
a soportar otro de sus ataques. Queremos ayudarlo,
pero si insiste en ahogarse no podemos hacer nada.

Dramaturgo: (Vuelve a sentarse) Señorita… ¿Es que usted no


entiende? No, usted no entiende… ¿No se da cuenta
cómo mataron a Antoñito, como a un perro? Por
meterse en política… en política… Antonio se
metió en la política desde liceísta. Un día me
lo llevaron preso por estar en manifestaciones
en la embajada de los yanquis… Bueno… él era
anti yanqui… pero eso… eso no tiene nada de
particular, ¿no le parece? Yo, por ejemplo… soy
anti portugués.

Actriz: (Ríe) ¿Anti portugués? ¿Y por qué es anti portugués?

Dramaturgo: Los portugueses se han tomado todos los abastos,


bares, restaurantes, panaderías, y juegan con los
precios, además de quitarnos el trabajo a los que
somos de aquí. Si algún día llegaran a preparar una
manifestación contra la embajada de Portugal, yo
participaría. Aunque me llevaran preso.

Actriz: ¿Y por qué Antonio era anti yanqui?

Dramaturgo: Decía que los yanquis eran los dueños de medio


mundo, incluyendo este país. (Ríe y luego como
si estuviera conversando con Antonio) ¿Pero
tú eres loco muchacho? ¡Ay Antonio, no seas
bruto! ¿Cómo se te ocurre? Bueno, vamos a ver,
muéstrame un yanqui. ¡Enséñame un bar, una
panadería o una venta de perros calientes atendida
por un yanqui! ¡Una sola! ¡Anda, muéstramela!

290 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


¿Qué estás esperando? (Pausa corta) Jamás pudo
hacerlo. El enemigo invisible, le decía yo. Y le
jodía la paciencia al pobre Antonio. Me divertía
diciéndole que los portugueses eran yanquis
disfrazados de portugueses. Él se orinaba de la risa
y me insistía en que los yanquis dominaban a los
jefes de empresas.

Actriz: ¿Ah, sí?

Dramaturgo: Ajá. De empresas como ésta. ¡Qué bolas! (Ríe. De


pronto cambia. Poseído. Como si fuera a desanudar
algo misterioso) O sea, déjeme que le explique.
Antonio decía, que el jefe del señor González era
un yanqui, que no se veía pero que estaba ahí. Y de
esta manera, ellos, los yanquis, dominaban hasta al
presidente de la república, a los generales, obispos,
al cardenal. Bueno, a tutilimundi. Total, como si
fuera una película de misterio. (Ríe)

Actriz: ¿Qué opinaba usted de esas ideas?

Dramaturgo: No las entendía. Muchas de ellas me parecían


ateas y anticristianas y se lo dije. Algunas veces se
puso insolente cuando se refería a mí. Miento…
miento, discutíamos. Antonio nunca se me puso
insolente. (Pausa corta. Atribulado) Al día siguiente
del entierro, varios hombres tocaron la puerta del
rancho, en la madrugada. Me saludaron con mucho
respeto y me dijeron que eran amigos de Antonio.
Con lágrimas en los ojos me repetían una y otra
vez que Antonio era un héroe. Yo lloré. Y la María
Antonia gemía como un perrito, agarrada a la
puerta del rancho para no caerse, en la madrugada,
Colección Mirando al tendido 291
frente a unos rostros serios que también lloraban y
me decían que se había perdido un gran hombre.
(Pausa corta) Un gran hombre. (Alzando la voz,
como reclamando) Les dije de llamar a los vecinos
para que les repitieran lo mismo, pero se negaron.
(Bajando nuevamente el tono) Hubo muchos
abrazos, muchas despedidas. Y se marcharon luego,
llenos de pena. Al otro día, frente a mi rancho, y
en muchas paredes del barrio, aparecieron unos
letreros que decían: «Antonio Núñez, héroe de la
revolución, tu muerte será vengada».

Actriz: ¿Sufrió usted mucho cuando murió?

Dramaturgo: ¿Sufrí? Sufro, señorita. Me duele como el carajo…

La Actriz se levanta y toma el muñeco y se lo acerca


al Dramaturgo.

El Dramaturgo hace transición y comienza a


despojarse de la indumentaria de obrero. La Actriz,
extrañada, ahora habla como ella.

Actriz: ¿Qué pasó? ¿Por qué no sigues haciendo de


Orlando Núñez?

Dramaturgo: No puedo. Ya no puedo seguir, ya no puedo seguir


haciendo a Orlando Núñez.

Actriz: ¿Por qué? Ahora venía la parte donde Orlando


Núñez tiene que pegarle al muñeco.

El Dramaturgo se desploma en la silla, desolado.


La Actriz suelta el muñeco y va hacia él y se para
a su lado.
292 Baúles… del adiós / Néstor Caballero
Dramaturgo: No puedo continuar, discúlpame. No puedo seguir
haciendo de Orlando Núñez.

Actriz: Pero… ¿por qué? Lo estabas haciendo muy bien.

Dramaturgo: Es que Rodolfo, más que mi amigo, era mi hermano.

Actriz: Sí, lo sé, por eso con más razón debes hacerlo, para
homenajearlo y a sí…

Dramaturgo: No puedo, no puedo, no puedo. Entiéndeme.


Mira… Es que… es que desde ese día… Es que,
desde ese día cuando Dios rozó con el dedo
el pecho de Rodolfo Santana deteniéndole el
corazón en plena calle donde cayó, estoy como
Orlando Núñez cuando la psicóloga le pregunta
si sufrió mucho cuando murió Antonio. Pues yo
te contestaría lo mismo. ¿Sufrí? Sufro, la partida
de Rodolfo, aún me duele como el carajo. (Llora.
Ella lleva la cabeza de él a su vientre y lo acobija
con sus brazos y manos, como una madre. Pausa.
Él se levanta lento. Camina hasta quedar de frente
en el escenario) Desde que Rodolfo Santana murió,
desde ese día, se enmudecieron mis aplausos. Sí,
desde ese momento, las palmas de mis manos no
encuentran el camino, sí, desde ese día, sobre las
palmas de mis manos, no sé qué hacer con mi
próximo aplauso. No hay madera que lo cubra, no
hay tierra encima de él, desde hacía mucho tiempo
ya se había ido a todos los escenarios del mundo.

La Actriz se acerca y lo besa en la frente.

Colección Mirando al tendido 293


Actriz: Jamás oí un agradecimiento tan cargado de amor,
que un dramaturgo dijese sobre otro dramaturgo.
Gracias.

Se acercan al retrato de Rodolfo Santana.

Actriz: De ti, Rodolfo, dijo el poeta Freddy Ñáñez,


que siempre estuviste resistiendo en la última
barricada donde, todavía hoy, se libran los más
fieros combates pues ahí reside, en el imaginario,
la cumbre y al mismo tiempo el abismo, del ser
social.

Dramaturgo: Y luego agregó: «Rodolfo Santana es un espíritu


ganado para los grandes acontecimientos».

Actriz: ¡Inmortal Rodolfo Santana y hoy estás tan


vivo como todas esas intensas, prodigiosas e
innumerables obras que escribiste!

Dramaturgo: ¡Grande maestro Rodolfo Santana!

Colocan el vestuario, y por último el muñeco, a los


lados de la foto gigante de Rodolfo Santana.

Se recuperan.

Se vuelve a escuchar la sirena. Luego silencio. Se


escuchan tres sonidos chirriantes que salen de un
altoparlante. Breve silencio y se oye una voz que
viene del exterior a través de un altoparlante.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! A todas las


personas que aún pueden estar en los predios o
en el interior del recinto, se les alerta que en un

294 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


minuto vamos a implosionar todo el inmueble.
¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! ¡Abandonen el
recinto que en un minuto lo vamos a implosionar!

Se escucha la sirena.

Cesa la sirena.

La Actriz y el Dramaturgo están de pie. Se miran.

Dramaturgo: Quiero decirte, antes que todo esto se derrumbe


sobre nuestras cabezas, que para mí ha sido un
honor haber actuado contigo estos cincuenta años
seguidos. En estos cincuenta años, a tu lado, ya
conseguí el cielo.

Actriz: Y yo te diré, que haber actuado contigo en estos


cincuenta años e interpretando lo más memorable
de nuestra dramaturgia venezolana, me devolvió al
Edén, y que a tu lado, no hay Paraíso Perdido.

Se abrazan.

Se toman de las manos. Se giran hacia el público.

Al unísono: Nuestra última reverencia, es para ustedes.

Al unísono hacen una reverencia al público.


Vuelven a erguirse y quedan tomados de la mano,
esperando la debacle. Están de pie, dignos, sin
miedo.

Se vuelve a escuchar la sirena.

Se deja de escuchar la sirena.

Colección Mirando al tendido 295


Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Atención! Diez segundos
y contando para implosionar. ¡Diez…! ¡Nueve…!
¡Ocho! ¡Siete!

De repente se comienza a oír una gran algarabía


de protestas.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Ustedes los manifestantes,


retírense del edificio! ¡Seis! ¡Cinco!

Aumenta la algarabía.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Esa multitud abandone


inmediatamente el edificio! ¡Cuatro! ¡Tres!

Se abre el gran baúl y desde ahí comienzan a entrar


decenas de jóvenes, hombres y mujeres, con vestuarios
de distintas obras, inclusive las que se representaron.
Todos dicen no y salvemos al teatro. El escenario de-
berá quedar cubierto por jóvenes actores y actrices
vistiendo sus atuendos de distintas obras.

Voz: ¡Atención! ¡Atención! ¡Suspendan la implosión!


¡Aborten la implosión! ¡Están entrando miles!

Dramaturgo, Actriz, jóvenes actores y actrices dan


vivas.

Voz: No canten victoria. Ahora nos vamos, pero en


algún momento volveremos.

Actriz: Y aquí estaremos nosotros, esperándolos.

Dramaturgo: Defendiendo nuestro teatro, nuestra memoria,


nuestro sentir, nuestra historia.

296 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: No seremos baúles cerrados que muchos años
después, alguien desenterrará y se alarmará por
habernos dejado sepultar. No seremos baúles
cerrados, donde se arrincona el sentir de un país,
de todo un pueblo. Sino baúles abiertos donde
todos tomarán las obras de nuestros dramaturgos
y las montarán, y se sentirán orgullosos de los que
fuimos, de lo que somos y de lo que seremos.

Dramaturgo: Porque un teatro, es más que un edificio. Un teatro


es más que el teatro, porque él alberga las tres más
grandes instituciones de una civilización.

Actriz: Un teatro, es más que un teatro, porque una de


esas instituciones que alberga, es una iglesia. Sí,
una iglesia. Pero no cualquier iglesia. Es una iglesia
donde los espectadores, no importa cualquiera sea
su religión, entran y son uno solo, sin divisiones,
sin dogmas, y todos creen que lo que sucede en
el escenario es verdad. Una verdad que puede
hacerlos mejores al salir de ella y hacerlos sus
propios dioses, solidarios, humanistas, donde cada
uno de nosotros cabe para hacer del vivir, del hoy y
del mañana, el más esplendoroso instante sobre la
tierra, que nunca, jamás, sabrá de fronteras.

Dramaturgo: La segunda institución que alberga el teatro, es una


biblioteca porque cuando montamos la obra de un
dramaturgo, estamos conociendo el pasado, sus
costumbres, sus dolores, sus alegrías, sus vivires.
Cuando montamos la obra de algún dramaturgo,
podemos conocer de su fuente viva y desde los
griegos hasta nuestros días, qué pensaban, qué

Colección Mirando al tendido 297


sentían, cómo existían. Pero no es cualquier
biblioteca el teatro, es una biblioteca viviente,
colmada de sentimientos. Es una biblioteca que
vemos, oímos, que nos estremece. Es una biblioteca
escrita con la inteligencia del corazón.

Actriz: Y la tercera institución que alberga un teatro,


es una asamblea de ciudadanos libres. Sí, una
Asamblea, no nacional, sino mundial. Porque
aquí, y en cualquier parte del planeta donde existe
un teatro, sucederá el mismo milagro, pues los
espectadores, al salir de ver la obra, cualquier obra,
irá hablando de ella con otra persona y está podrá
estar de acuerdo o no con lo que ha visto. Y eso
hace del teatro algo más grandioso aún, porque lo
ha convertido, luego de la función, en una asamblea
de a pie, en un diálogo permanente entre iguales y
así, hablando, comentando la obra, llegarán a sus
casas, pensándola, comentándola, buscando un
consenso para ser habitantes más dignos de este
planeta tierra y de este instante que llamamos vivir.

Dramaturgo: Pero atención, nosotros los actores, los dramatur-


gos, todos los que hoy estamos aquí, no podemos
solos. Hace falta el participante más importante,
ustedes, sí, ustedes, el público, el soberano, que
son el sentido de nuestra existencia y hacia dón-
de va dirigida nuestra creación, nuestra entrega,
y todo nuestro amor. Con ustedes y para ustedes
estamos aquí. Y solamente su aplauso, nos hace
nacer de nuevo. Gracias.

298 Baúles… del adiós / Néstor Caballero


Actriz: ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo terminamos esto?

Dramaturgo: Como siempre. ¡Bailando!

Actriz: Así es. Bailemos, bailemos, porque afuera, sino


existiera el teatro, un mundo fiero, muerde. Todos
juntos, bailemos.

Se ilumina la pantalla y vemos la foto de Hugo


Blanco, y bajo este su nombre. Se escuchan los
acordes de «Moliendo café» en el arpa de Hugo
Blanco. Todos bailan, felices, mientras cae el telón.

Colección Mirando al tendido 299


Índice

Desiertos del paraíso ………………………………………… 7

Hay que comerse a Rita ………………………………… 71

El despiadado reguetón de Candy Chush …………143

Baúles… del adiós …………………………………………227


Este libro se terminó de imprimir
en los talleres litográficos del
Instituto Municipal de Publicaciones
durante el mes de mayo de 2016
Caracas-Venezuela

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