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Una de las cosas que buscan las personas a la hora de tomar drogas es el placer,
entendiendo éste como aquellos efectos positivos que buscan y encuentran en ellas.
Desde este punto de vista, el tomar drogas no es muy diferente de otras actividades.
Para algunos, el consumo de drogas (o, incluso, la búsqueda de ese placer) puede ser
producto de una desviación o de una enfermedad subyacente, o fruto de carencias de
todo tipo. Para otros, ese mismo consumo puede entenderse como una “actividad de
riesgo” no muy diferente de otras actividades que también suponen un riesgo alto para
la persona (los denominados deportes de riesgo, el sexo, etc.). Y esto es así porque,
básicamente, junto a esos efectos que son valorados como positivos, el consumo de
drogas también expone a quien lo realiza a sufrir otros efectos que son considerados
como negativos. El que se experimenten unos, otros, o ambos, depende de muchos
factores pero, en última instancia, es la propia persona la que puede hacer mucho para
maximizar unos y reducir otros. Mientras que el término “oportunidad” se utiliza para
referirnos a la probabilidad que existe de experimentar los positivos, el de “riesgo” lo
utilizamos para señalar la posibilidad que existe de sufrir los negativos.
Para ser más exactos, el riesgo objetivo se refiere a la probabilidad que existe de
sufrir un determinado problema. Es algo difícil de cuantificar puesto que depende de
muchos factores; por tanto, a día de hoy, aún no tenemos suficientes datos como para
estimar cuál es el riesgo exacto de sufrir un problema determinado con las drogas. Sin
embargo, el riesgo está ahí y debe ser tenido en cuenta para tratar de reducirlo. Por
ejemplo, al comer algo antes de beber se reduce la posibilidad de que la entrada brusca
y masiva de alcohol provoque algún efecto desagradable. Evitar compartir el tubito para
esnifar cocaína o cualquier otra sustancia en polvo hace que la posibilidad de
contagiarse de alguna enfermedad infecciosa disminuya. Hidratarse y hacer pausas en el
baile reducen el riesgo de sufrir un golpe de calor. Estas son medidas de reducción del
riesgo porque reducen la probabilidad objetiva de sufrir ese daño concreto.
Junto a este riesgo real y objetivo que existe de tener problemas, también existe el
riesgo que la persona percibe tener. Ambos pueden coincidir pero, en ocasiones, pueden
no hacerlo. Así, la persona puede percibir que existe más riesgo del que hay en realidad
o lo contrario: pensar que se trata de algo menos arriesgado de lo que realmente es. Esta
es la percepción de riesgo.
Esta valoración del riesgo puede estar influida por dos cosas: la experiencia que tiene
la persona con la sustancia y la información que ha recibido sobre ella. Es indudable
que, con la experiencia, se adquiere un cierto conocimiento. Por ejemplo, rápidamente
se aprende que el exceso de alcohol produce resacas cuando se han sufrido unas cuantas
veces. Por otra parte, las campañas preventivas de tipo publicitario también aportan
información sobre la sustancia. Esta información será tenida en cuenta por la persona a
la hora de valorar cuáles son los riesgos a los que se expone al consumir. Para que esto
sea realmente efectivo esta información debería ser lo más exacta y objetiva posible, de
forma que la percepción de riesgo de la persona sea igual al riesgo real que existe.
Junto a estos dos tipos de riesgo, el objetivo y el percibido, aún podemos hablar de
un tercer tipo: el riesgo deseado o buscado. Cada persona, de manera individual, estará
dispuesta a aceptar un cierto nivel de riesgo. Las razones por las que esto es así aún no
están suficientemente claras, pero sí está claro que hay personas que están dispuestas a
aceptar una cantidad de riesgo mayor que el que aceptarían otras personas. Por ejemplo,
algunos pueden aceptar el riesgo de una caída haciendo escalada mientras que, para
otras, este sería precisamente el motivo para no practicar este deporte. Con el consumo
de drogas ocurriría algo parecido: mientras que unos no desean asumir este tipo de
riesgos, habrá otros que sí lo harán. Además, también puede ocurrir que una misma
persona esté dispuesta a asumir diferentes niveles de riesgo en momentos diferentes
bien fruto de una decisión puntual (“mañana no me puedo permitir una resaca”), un
cierto estado físico o mental (“hoy paso que estoy chungo”) o por la situación (“yo paso
de fumar en el trabajo”).
Finalmente, otro tipo de riesgo es el riesgo asumido. Junto a un cierto nivel de riesgo
que la persona puede buscar, también habrá un cierto nivel que ésta asumirá como algo
inevitable, y un nivel de riesgo que se asumirá involuntariamente por carecer de la
información suficiente. De nuevo, el disponer de adecuada información ayuda a una
eficiente gestión de estos riesgos.