Vous êtes sur la page 1sur 6

SEGUNDA PARTE

EL SER HUMANO
EN SU DINAMISMO
85

CAPÍTULO CINCO

SER PERSONA: DATO, VOCACIÓN, TAREA

La perspectiva desde la cual se contempla al hombre en esta visión de la antropología


es considerándolo como un ser que vive una tensión de signos aparentemente opuestos, que
son más bien señal del dinamismo que impulsa al hombre a realizarse. Ya hemos visto una
forma de tensión, que es la que se da entre la dimensión corpórea y la dimensión espiritual.
Veremos a continuación otra tensión, la que se manifiesta en el hombre en cuanto partícipe
de una naturaleza o "esencia", y que, por otro lado, es también "proyecto", es decir, está
llamado a desarrollarse en libertad. Es cabalmente la misma esencia humana, su propia
estructura, la que lo pone en la situación de tener que darse una ulterior determinación, de
tener que optar en vista de su propia realización. Así, pues, el hombre no es un ser ya "hecho",
completo, sino que está llamado a configurarse, a desarrollarse, inmerso en un contexto social
e histórico, que forma parte de su dinamismo.

1. Personeidad y personalidad

El filósofo español Xavier Zubiri, ya citado, expresa esta idea recurriendo a los
términos personeidad y personalidad1. El término personeidad expresaría la esencia humana
constitutiva, la estructura que determina al ser humano a ser "hombre" y no otra cosa. Pero
justamente su propia esencia le pide una determinación ulterior, por ser el hombre inteligente
y libre, y eso es cabalmente la personalidad, entendida ésta no en sentido psicológico sino
metafísico: es la manera en que el hombre va modelando, configurando su propio ser, a través
de sus actos. El hombre es entonces, como dice el mismo Zubiri, "esencia abierta", puesto

1cfr. ZUBIRI X., El hombre y Dios, Alianza Editorial, Madrid 19884, pp. 49-51.
86

que la vida humana se constituye en "proyecto", en una constante búsqueda de la plena


realización. Así, en medio de las vicisitudes que el diario vivir le impone, la persona conserva
siempre su identidad, su estructura entitativa (nivel de la personeidad), pero está en devenir,
va construyendo y desarrollando su propio proyecto de vida en libertad (nivel de la
personalidad). Con una expresión muy significativa, Zubiri dice que el hombre se ve
obligado a no ser lo mismo (dinamismo de la personalidad), para seguir siendo el mismo
(identidad de su estructura o esencia).
Lo que impulsa al hombre a actuar es, pues, la búsqueda de su plena realización. Es
lo que la filosofía tradicionalmente ha conceptuado como ese estado de "felicidad", entendida
como el desarrollo pleno y armónico de las diversas dimensiones humanas. Ahora bien, eso
pone al hombre en estado de búsqueda, en la cual trata de dilucidar el camino que lo llevará
a su plenitud. Para el animal, su realización se da en la medida en que se deja llevar por sus
instintos, guiado por los estímulos que provienen del medio. El decurso de su vida está
inscrito prácticamente en su programa genético. El animal no tiene más que seguir la senda
que le marcan los estímulos, y no puede salir de ese carril. El hombre, en cambio, es un ser
“inconcluso”, está llamado a “hacerse”. Su misma naturaleza lo pone en la situación de tener
que optar y decidir el tipo de configuración que se quiere dar. Como dice Italo Gastaldi:

Una piedra, un árbol, son seres plenamente realizados dentro de las fronteras o límites de
su esencia: no pueden dar más de lo que dan, no pueden ser más perfectos de lo que son.
[…] El hombre no. Es el único ser que puede sentirse irrealizado, insatisfecho, frustrado. Y
por eso es, entre los seres creados, el único que tiene capacidad para superar las barreras de
sus limitaciones.2

El hombre, pues, le va dando una orientación a su vida, haciendo uso principalmente


de su inteligencia, que tiende a la verdad, y de la voluntad, cuyo objeto es el bien, los valores.
Pero además, no es una búsqueda en solitario, como si cada persona pudiera aislarse de su
contexto y buscar su propia realización desvinculada de los demás. Por el contrario, como
veremos, su propio contexto social e histórico le impulsa a desarrollarse y le brinda medios,
oportunidades, posibilidades para lograr su propio desarrollo.
No hay un único modo de ser persona, sino que, dentro de la esencia dada por la
personeidad, el dato, queda un amplio margen para ir construyendo la personalidad, para ir
dándose una configuración. En ese sentido, toda existencia humana es proyecto y tarea; es
un compromiso ineludible. Así, pues, realizarse como persona quiere decir buscar el modo
propio de ser humano, construirse según una originalidad que a cada uno corresponde dentro
de la diversidad que la pertenencia a la especie le permite. Esto tiene naturalmente
consecuencias de primera importancia en el plano moral: nadie puede deponer en los otros,
en la sociedad o en sus instituciones, la responsabilidad de construir su propio proyecto en
orden a su realización personal. Si bien es cierto la sociedad y la historia, por formar parte
inevitablemente de la configuración de la propia personalidad, modelan en cierta medida mi
persona, es también cierto que la libertad de que cada uno goza como individuo me impele a

2
GASTALDI Italo, El hombre, un misterio, Instituto Superior Salesiano, Quito 1994, p. 170.
87

la autodeterminación. La sociedad y la historia son condicionantes, pueden ser también


inestimable ayuda para mi propia realización, pero en el fondo los proyectos que la sociedad
y la historia promueven en vista de la configuración de mi personalidad resultan ser
"posibilidades" que me están ofrecidas, entre las cuales he de decidir para ir construyendo mi
propio proyecto.
Recurriendo nuevamente a una feliz expresión de Zubiri, el hombre se va realizando
como persona en la triple dimensión de “agente, actor y autor” de su vida. En cuanto agente,
el hombre va actualizando sus potencias y facultades, desarrolla sus dotes, lo que la
naturaleza le ha concedido; pero no basta, porque actualizar potencias y facultades
corresponde también al animal. El ser humano es además actor, en cuanto representa un
papel, el rol que "le ha caído en suerte" en base a las circunstancias en que su propio entorno
social lo introduce; en efecto, a través de la educación, de las costumbres asimiladas de su
ambiente, la persona va respondiendo a lo que se espera de ella. Pero también el ser humano
es el autor que aprende a discernir y a tomar distancia de lo recibido y de lo que los demás
esperan de él, para constituirse en el protagonista principal de su propia maduración y
desarrollar así su propia vocación personal de un modo original; en cuanto autor, el hombre
es agente libre de su propio destino y se va labrando su propio proyecto de vida, desarrollando
sus dotes y aprovechando las circunstancias de su contexto social e histórico.

2. La vida humana como vocación y tarea

La persona es vocación en cuanto descubre su vida como un don, como algo dado,
que ella no se ha dado a sí misma. Percibe la existencia como una riqueza que debe
desarrollar. Hoy en día existe el gran riesgo de refugiarse en la masa, en lo que "todo el
mundo" piensa, dice, hace. La facilidad en las comunicaciones, la propaganda, las modas, los
productos en serie, todo ello nos puede hacer caer en una mentalidad de masa que nos
despersonaliza y nos conduce "donde va todo el mundo", sin haber reflexionado en el sentido
de nuestra vida. Dice a propósito el psicólogo y pensador francés Ignace Lepp:

Vivir auténticamente quiere decir para nosotros aceptación de la condición humana con su
llamado a la creación y a la superación. Por el contrario, es inauténtica toda existencia que
se contenta con lo que es, que se repliega sobre sí misma, que acepta ser una cosa entre las
cosas.3

Toda persona, pues, tiene el deber moral de plantearse seriamente el problema del
sentido de su existencia. De otra manera, estaría renunciando a vivir auténticamente como
ser humano. Incluso el creyente, para quien su fe ayuda a resolver las cuestiones
existenciales, está llamado a dar razón de sus creencias y a entrar en diálogo con la cultura.
Entre los griegos era muy fuerte el concepto del “destino”: toda la vida del hombre
estaba marcada por los dioses; su trayectoria quedaba predeterminada desde el nacimiento y

3
LEPP Ignace, La existencia auténtica, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1963, p. 10.
88

no había modo de escapar de ese designio, para bien o para mal. La vida humana estaba
inexorablemente sujeta a la fatalidad. Cabalmente las tragedias supieron expresar muy bien
y con gran calidad literaria esa mentalidad determinista que formaba parte de la cultura
griega. A nivel filosófico esa manera de concebir la vida tiene su reflejo sobre todo en el
estoicismo: toda la realidad está regida por el Logos, una mente universal y omnipresente que
lo gobierna y determina todo, de manera que también la vida humana cae bajo la esfera de la
necesidad y no hay manera de sustraerse al designio del Logos. Por eso, la actitud del sabio
es aceptar la voluntad del Logos y plegarse a ella; en eso consiste su libertad, ya que es inútil
lo contrario y sólo sería motivo de desasosiego e infelicidad. Así lo expresa el sabio estoico
Epicteto:

No olvides que eres un actor en una pieza en que el autor ha querido que intervengas. Si
quiere que sea larga, represéntala larga, si quiere que sea corta, represéntala corta. Si quiere
que desempeñes el papel de mendigo, hazlo lo mejor que puedas. E igualmente si quiere
que hagas el papel de un príncipe, de un plebeyo, de un cojo. A ti te corresponde representar
bien el personaje que se te ha dado; pero a otro corresponde elegírtelo.4

Naturalmente una concepción así tiende a fomentar en el ser humano una actitud de
pasividad. Los existencialistas modernos, en cambio, defienden propiamente lo contrario: el
hombre es pura libertad; la libertad es la dimensión que expresa su identidad por excelencia.
Existir es ser libre. Con ello se oponen radicalmente a todo determinismo. Pero dicha libertad,
paradójicamente, se vive como una fatalidad. Como dice Sartre, “estamos condenados a ser
libres”. En la obra teatral Las moscas, ambientada en la época de las tragedias griegas, Sartre
hace decir a Clitemnestra, quien predice a Electra el crimen que va a cometer: “Y tú te darás
cuenta de que habrás empeñado tu vida en un solo juego de dados, de una vez por todas, y
que no te quedará más que arrastrar tu crimen hasta tu muerte.”5 En otras palabras, la
libertad se nos convierte en un peso, en una carga, puesto que los actos que vamos
cumpliendo nos condicionan y orientan nuestra vida en una dirección de la que no podemos
sustraernos, ya que no podemos deshacer lo actuado, por más que nos arrepintamos. Una vez
elegido algo y realizada la acción, ésta queda puesta para siempre, no hay manera de
cambiarla.
Entre estos dos extremos representados por el fatalismo griego y el existencialismo
sartriano, el personalismo nos invita a emprender la tarea de la personalización ejerciendo la
libertad responsablemente. Ciertamente la existencia humana tiene un carácter dramático: la
vida es única, y tienen razón los existencialistas cuando subrayan el carácter irrevocable de
las decisiones humanas. En ese sentido es un llamado a tomar en serio las opciones que se
nos presentan y a discernir las decisiones antes de asumirlas. Pero no se puede renunciar a
construir la propia existencia, aun sabiendo que hay que hacerlo dentro de esa delgada línea

4
EPICTETO, Manual, citado en: VERNEAUX Roger, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder,
Barcelona 1988, p. 100.
5
SARTRE Jean-Paul, Huis clos. Les mouches, Gallimard, 1990, p. 142. (Traducción personal)
89

en que se mueve nuestra libertad, entre los múltiples condicionamientos de tipo físico,
histórico, social, cultural, etc. A pesar de los condicionamientos, más aún, dentro de dichos
condicionamientos es que se va realizando la libertad y que la persona va tomando sus
opciones. La persona ha de recurrir entonces a ese formidable poder creador de que es
depositaria para descubrir y realizar su vocación, para construirse una personalidad y darse
a sí misma su propia y original configuración en el universo. Como dice el ya citado Lepp:

Sólo hay existencia auténtica para la persona que vive conscientemente su vocación. El
descubrimiento de ésta reviste entonces extrema importancia en el drama existencial de
todo hombre. Cada uno sabe por experiencia que este descubrimiento está lejos de ser fácil,
justamente porque la vocación no es un destino fabricado previamente. En ningún momento
de mi existencia puedo decir que he realizado, o siquiera descubierto totalmente, mi
vocación. En todo el transcurso de mi peregrinación terrestre, a cada instante, no sólo
descubro sino que hago mi vocación, y haciéndola es como la descubro.”6

Hacerme persona es, entonces, una tarea, un compromiso. Ontológicamente soy


persona, en la línea de la personeidad, y lo soy desde el momento de la concepción; pero
existencialmente estoy llamado a hacerme persona, en la línea de la personalidad. En el
primer sentido, un ser humano nunca deja de ser persona; pero en el segundo sentido el ser
humano puede despersonalizarse o puede caer en un trato despersonalizante en relación con
los demás. Dicha realidad ambivalente muestra que la vida humana es un llamado a
emprender un proceso hacia la plena personalización, propia y de los demás. Como dice muy
atinadamente Fernando Savater, “la principal industria del hombre es inventarse y darse
forma a sí mismo.”7
En este proceso hacia la plena personalización entran en juego diversas dimensiones
del ser humano: la inteligencia, la voluntad, la intersubjetividad, la ética, la historicidad. Son
todas dimensiones que dan cuenta del carácter dinámico de la persona. Es lo que se irá viendo
a continuación.

6
LEPP Ignace, La existencia auténtica… p. 27s.
7
SAVATER Fernando, El valor de elegir, Ariel, Barcelona 20032, p. 26.

Vous aimerez peut-être aussi