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EL SER HUMANO
EN SU DINAMISMO
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CAPÍTULO CINCO
1. Personeidad y personalidad
El filósofo español Xavier Zubiri, ya citado, expresa esta idea recurriendo a los
términos personeidad y personalidad1. El término personeidad expresaría la esencia humana
constitutiva, la estructura que determina al ser humano a ser "hombre" y no otra cosa. Pero
justamente su propia esencia le pide una determinación ulterior, por ser el hombre inteligente
y libre, y eso es cabalmente la personalidad, entendida ésta no en sentido psicológico sino
metafísico: es la manera en que el hombre va modelando, configurando su propio ser, a través
de sus actos. El hombre es entonces, como dice el mismo Zubiri, "esencia abierta", puesto
1cfr. ZUBIRI X., El hombre y Dios, Alianza Editorial, Madrid 19884, pp. 49-51.
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Una piedra, un árbol, son seres plenamente realizados dentro de las fronteras o límites de
su esencia: no pueden dar más de lo que dan, no pueden ser más perfectos de lo que son.
[…] El hombre no. Es el único ser que puede sentirse irrealizado, insatisfecho, frustrado. Y
por eso es, entre los seres creados, el único que tiene capacidad para superar las barreras de
sus limitaciones.2
2
GASTALDI Italo, El hombre, un misterio, Instituto Superior Salesiano, Quito 1994, p. 170.
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La persona es vocación en cuanto descubre su vida como un don, como algo dado,
que ella no se ha dado a sí misma. Percibe la existencia como una riqueza que debe
desarrollar. Hoy en día existe el gran riesgo de refugiarse en la masa, en lo que "todo el
mundo" piensa, dice, hace. La facilidad en las comunicaciones, la propaganda, las modas, los
productos en serie, todo ello nos puede hacer caer en una mentalidad de masa que nos
despersonaliza y nos conduce "donde va todo el mundo", sin haber reflexionado en el sentido
de nuestra vida. Dice a propósito el psicólogo y pensador francés Ignace Lepp:
Vivir auténticamente quiere decir para nosotros aceptación de la condición humana con su
llamado a la creación y a la superación. Por el contrario, es inauténtica toda existencia que
se contenta con lo que es, que se repliega sobre sí misma, que acepta ser una cosa entre las
cosas.3
Toda persona, pues, tiene el deber moral de plantearse seriamente el problema del
sentido de su existencia. De otra manera, estaría renunciando a vivir auténticamente como
ser humano. Incluso el creyente, para quien su fe ayuda a resolver las cuestiones
existenciales, está llamado a dar razón de sus creencias y a entrar en diálogo con la cultura.
Entre los griegos era muy fuerte el concepto del “destino”: toda la vida del hombre
estaba marcada por los dioses; su trayectoria quedaba predeterminada desde el nacimiento y
3
LEPP Ignace, La existencia auténtica, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1963, p. 10.
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no había modo de escapar de ese designio, para bien o para mal. La vida humana estaba
inexorablemente sujeta a la fatalidad. Cabalmente las tragedias supieron expresar muy bien
y con gran calidad literaria esa mentalidad determinista que formaba parte de la cultura
griega. A nivel filosófico esa manera de concebir la vida tiene su reflejo sobre todo en el
estoicismo: toda la realidad está regida por el Logos, una mente universal y omnipresente que
lo gobierna y determina todo, de manera que también la vida humana cae bajo la esfera de la
necesidad y no hay manera de sustraerse al designio del Logos. Por eso, la actitud del sabio
es aceptar la voluntad del Logos y plegarse a ella; en eso consiste su libertad, ya que es inútil
lo contrario y sólo sería motivo de desasosiego e infelicidad. Así lo expresa el sabio estoico
Epicteto:
No olvides que eres un actor en una pieza en que el autor ha querido que intervengas. Si
quiere que sea larga, represéntala larga, si quiere que sea corta, represéntala corta. Si quiere
que desempeñes el papel de mendigo, hazlo lo mejor que puedas. E igualmente si quiere
que hagas el papel de un príncipe, de un plebeyo, de un cojo. A ti te corresponde representar
bien el personaje que se te ha dado; pero a otro corresponde elegírtelo.4
Naturalmente una concepción así tiende a fomentar en el ser humano una actitud de
pasividad. Los existencialistas modernos, en cambio, defienden propiamente lo contrario: el
hombre es pura libertad; la libertad es la dimensión que expresa su identidad por excelencia.
Existir es ser libre. Con ello se oponen radicalmente a todo determinismo. Pero dicha libertad,
paradójicamente, se vive como una fatalidad. Como dice Sartre, “estamos condenados a ser
libres”. En la obra teatral Las moscas, ambientada en la época de las tragedias griegas, Sartre
hace decir a Clitemnestra, quien predice a Electra el crimen que va a cometer: “Y tú te darás
cuenta de que habrás empeñado tu vida en un solo juego de dados, de una vez por todas, y
que no te quedará más que arrastrar tu crimen hasta tu muerte.”5 En otras palabras, la
libertad se nos convierte en un peso, en una carga, puesto que los actos que vamos
cumpliendo nos condicionan y orientan nuestra vida en una dirección de la que no podemos
sustraernos, ya que no podemos deshacer lo actuado, por más que nos arrepintamos. Una vez
elegido algo y realizada la acción, ésta queda puesta para siempre, no hay manera de
cambiarla.
Entre estos dos extremos representados por el fatalismo griego y el existencialismo
sartriano, el personalismo nos invita a emprender la tarea de la personalización ejerciendo la
libertad responsablemente. Ciertamente la existencia humana tiene un carácter dramático: la
vida es única, y tienen razón los existencialistas cuando subrayan el carácter irrevocable de
las decisiones humanas. En ese sentido es un llamado a tomar en serio las opciones que se
nos presentan y a discernir las decisiones antes de asumirlas. Pero no se puede renunciar a
construir la propia existencia, aun sabiendo que hay que hacerlo dentro de esa delgada línea
4
EPICTETO, Manual, citado en: VERNEAUX Roger, Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder,
Barcelona 1988, p. 100.
5
SARTRE Jean-Paul, Huis clos. Les mouches, Gallimard, 1990, p. 142. (Traducción personal)
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en que se mueve nuestra libertad, entre los múltiples condicionamientos de tipo físico,
histórico, social, cultural, etc. A pesar de los condicionamientos, más aún, dentro de dichos
condicionamientos es que se va realizando la libertad y que la persona va tomando sus
opciones. La persona ha de recurrir entonces a ese formidable poder creador de que es
depositaria para descubrir y realizar su vocación, para construirse una personalidad y darse
a sí misma su propia y original configuración en el universo. Como dice el ya citado Lepp:
Sólo hay existencia auténtica para la persona que vive conscientemente su vocación. El
descubrimiento de ésta reviste entonces extrema importancia en el drama existencial de
todo hombre. Cada uno sabe por experiencia que este descubrimiento está lejos de ser fácil,
justamente porque la vocación no es un destino fabricado previamente. En ningún momento
de mi existencia puedo decir que he realizado, o siquiera descubierto totalmente, mi
vocación. En todo el transcurso de mi peregrinación terrestre, a cada instante, no sólo
descubro sino que hago mi vocación, y haciéndola es como la descubro.”6
6
LEPP Ignace, La existencia auténtica… p. 27s.
7
SAVATER Fernando, El valor de elegir, Ariel, Barcelona 20032, p. 26.