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De entrada digamos que no todo da igual. No es lo mismo ser solidario que no serlo. No es lo
mismo la fidelidad que la infidelidad. No es lo mismo la bondad que la falta de bondad.
Valor es aquello que hace buenas a las cosas, aquello por lo que las apreciamos, por lo que son
dignas de nuestra atención y deseo. El valor es todo bien encerrado en las cosas, descubierto con
mi inteligencia, deseado y querido por mi voluntad. Los valores dignifican y acompañan la
existencia de cualquier ser humano.
El hombre podrá apreciarlos, si es educado en ellos. Y educar en los valores es lo mismo que
educar moralmente, pues serán los valores los que enseñan al individuo a comportarse como
hombre, como persona. Pero se necesita educar en una recta jerarquía de valores.
El valor, por tanto, es la convicción razonada y firme de que algo es bueno o malo y de que nos
conviene más o menos.
Los valores reflejan la personalidad de los individuos y son la expresión del tono moral, cultural,
afectivo y social marcado por la familia, la escuela, las instituciones y la sociedad en que nos ha
tocado vivir.
¿Con qué descubrimos los valores y con qué los ponemos en práctica?
B) Con la voluntad libre: rompe su indiferencia frente a las cosas y decide lo que aquí y ahora vale
más para él y elige. Y al elegir, jerarquiza las cosas y se compromete con lo que elige. Al hacer
esto forma en sí ACTITUDES que pronto se convertirán en hábitos operativos. Si lo que ha elegido
es bueno y le perfecciona, entonces llega a la VIRTUD, que es la disposición permanente a
comprometerse como hombre, a hacerse más hombre (Virtud viene del latín Vir, viri: hombre).
Todos influimos en los valores, pero el que se educa es uno mismo: los valores los hace suyos el
sujeto. Cada individuo se forma a sí mismo, descubriendo los valores con su propia libertad
experiencial en la familia, en el colegio, en la calle, por la televisión y demás medios de
comunicación.
En la edición 1774 del 31 de octubre pasado, Proceso publicó el reportaje “Proyecto para curar la
homosexualidad”, donde se revela que en Guadalajara se llevó a cabo, del 12 al 14 de noviembre,
un taller religioso titulado “Camino a la castidad”, organizado por Courage Internacional y en el que
se ofrecieron terapias para supuestamente “curar” la homosexualidad. Incluso en el póster
promocional aparece el logotipo de la Secretaría General de Gobierno de Jalisco. El reportaje
documenta que de 2008 a la fecha esa organización ha recibido ayuda de la Secretaría de
Desarrollo Humano estatal por más de un millón 300 mil pesos.
Sin embargo, la edición 721 de El Semanario denuncia que “hubo personas que se inscribieron en
este taller que nada tenían que ver con el mismo, que iban a buscar elementos para atacar la
intención de la Iglesia de que seamos castos, como lo debe ser el esposo (siendo fiel a su
cónyuge), el consagrado (siendo célibe), el soltero y el homosexual. Todos podemos, aunque la
subcultura del sexo nos esté presentando la imposibilidad de lograrlo, ser castos”.
En el mismo editorial se argumenta que hay dos tipos de homosexualidad, una que proviene de
malos ejemplos y la cual “puede curarse”; la otra, que viene por instinto o constitución patológica,
por esa variedad no puede ser sanada. El escrito destaca así el tema: “Se hace una distinción, que
no parece infundada, entre los homosexuales cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa,
de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas
análogas, es transitoria o al menos no incurable y aquellos otros homosexuales que son
irremediablemente tales por una especie de instinto innato o de constitución patológica que se
tiene por incurable” Y agrega: “Indudablemente, esas personas homosexuales deben ser acogidas
con comprensión en la acción pastoral y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus
dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con
prudencia. Pero no puede emplearse ningún método pastoral que reconozca una justificación
moral”.
El editorial reitera que las relaciones homosexuales están calificadas en la Sagrada Escritura como
graves depravaciones. “Ahora bien, este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los
que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus
manifestaciones, pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y
que no pueden recibir aprobación en ningún caso”.
Luego, el editorial ofrece un subtítulo que dice textual: “Las frecuentes aberraciones”. Ahí se
aborda el tema del feminismo y la ideología de género. “Entre las principales desviaciones sobre
esta materia, que en fechas recientes se han llevado a extremos, podría considerarse el
feminismo. Como por desgracia nunca han faltado hombres que se dan el lujo de maltratar,
humillar o golpear a la mujer, esposa o no, en un afán de mostrar su supuesta superioridad y
autoridad. Ante tales manifestaciones opresivas fue como han resurgido con gran fuerza esas
corrientes feministas que se han extendido por casi todo el mundo, y quienes las encabezan
pretenden invertir el orden, crear el poder femenino y despojar al hombre de lo que se ha
adueñado; esto es, de sus tradicionales cotos de poder económico, social, político, cultural
etcétera, así como de sus actitudes machistas y dominantes”. Señala que a pesar de ello, el
extremo del feminismo no debe existir, pues existe un documento de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, publicado por Benedicto XVI cuando aún era cardenal, titulado “La colaboración
del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo”. Luego El Semanario hace una sugerencia:
“Recomiendo, entonces, a todos los fieles, leer y reflexionar sobre este capital documento La
colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, y a quienes tienen responsabilidad
en la sociedad, que profundizan en los errores de ese feminismo a ultranza o de esa ideología de
género, que pueden dañar profundamente la concepción fundamental de lo que es el ser humano,
varón y mujer, y destruir la estructura básica de la sociedad”.
Explica: “Cerca de la mitad de los ciudadanos de estas ciudades dice estar de acuerdo con la
motivación familiar para violar la ley; algunos científicos sociales denominan a esta disposición
‘familismo amoral’.
“La idea más común es preocuparse sólo por los más cercanos para desatender globalmente la
noción de comunidad, despreocupándonos por los derechos y la integridad de los desconocidos.
También hay una disposición alta a usar la violencia por cuestiones de honor y esto puede ser un
insumo sensible para riñas y conflictos entre ciudadanos”, explica el también filósofo y matemático,
ex rector general de la Universidad Nacional de Colombia.
–Usted plantea que muchos cambios en la percepción ciudadana se logran mediante el discurso, al
darle un nuevo enfoque al combate contra el crimen organizado. Ciudad Juárez y Tijuana han sido
muy castigadas recientemente por masacres en apariencia irracionales. Frente a esto, el silencio o
la incapacidad de las autoridades municipales ha sido una constante. ¿Qué haría usted si fuera
alcalde de estas ciudades? –se le pregunta.
–El discurso es central, sobre todo cuando se viven momentos de deterioro de la vida humana. Un
buen ejemplo fue cuando en Bogotá, durante la primera alcaldía, dijimos que la muerte de toda
persona era grave. No sólo debe dolernos la vida de los “buenos”.
“Una de las evidencias de que tenemos problemas graves es cuando observamos que cunden
argumentos como ‘los criminales se matan entre ellos’. En el primer Consejo de Seguridad, cuando
pregunté cuántas personas habían muerto en Bogotá el año pasado, una persona se levantó y dijo:
‘3 mil 600, alcalde’. Hice cara de preocupado y alguien dijo: ‘Tranquilo, que más de la mitad de las
muertes son de criminales matando a criminales’. Le respondí: ‘Las autoridades estamos para
proteger la vida de todo ciudadano’.
Recuerdo vivamente una amable discusión con un profesor de Estados Unidos, un hombre de
buena fe, pero al que sus convicciones ideológicas le hacían perder la objetividad. “Ustedes los
mexicanos- decía- Son mucho más solidarios que nosotros los norteamericanos. A nosotros el
neoliberalismo nos hace ser muy egoístas”. Mi respuesta fue: “No nos conoce Usted”. A
continuación le dije lo que a cualquier observador desapasionado le consta: El enorme trabajo que
nos cuesta a los mexicanos “hacer sociedad”, organizarnos, por ejemplo, para ayudar a los
sectores más desprotegidos. Si, somos solidarios en las emergencias, en las situaciones límite
siempre se puede contar con ayuda. Pero, ¡Qué trabajo nos cuesta construir sociedad y
sociedades! Simplemente pregunten a quienes dirigen obras sociales y filantrópicas si es fácil
encontrar personas que quieran dar su tiempo y sus bienes para ese tipo de obras. Y no es
diferente en otros campos. En lo cultural, en lo educativo, en lo cívico, en lo religioso, ¡qué trabajo
cuesta encontrar quien quiera comprometerse con una obra en la que no va a obtener algún
beneficio personal!
No me gusta hacer comparaciones, pero creo que de las cosas que les podemos aprender a los
ciudadanos de los Estados Unidos es la enorme cantidad de formas que encuentran para
organizarse en torno a toda clase de causas sociales. En ellos la asociación es casi una segunda
naturaleza. Y, por ello, ahí encuentra uno sociedades para casi cualquier cosa.
Las virtudes sociales (valores hechos hábito, como la confianza, el compromiso con los demás, el
responsabilizarse por la comunidad) son, dice Francis Fukuyama, en su libro Confianza, el factor
que mejor explica el desarrollo económico de un pueblo. Y, para demostrarlo, en su libro hace una
buena cantidad de comparaciones entre diferentes países, con condiciones similares e incluso
vecinos, o entre regiones, como por ejemplo el sur de Italia y el norte de ese país; así constata que
la diferencia es que en las zonas prósperas, hay un alto nivel de aprecio y confianza por las
organizaciones de la sociedad, mientras que en las zonas subdesarrolladas, las organizaciones de
la sociedad son vistas con desconfianza y solo se confía, si acaso, en la propia familia. ¿Le suena
conocido? ¿Será por eso…. Será por eso que no salimos adelante?
Si tuviéramos alguna duda, las pasadas elecciones federales bastarían como argumento. A casi el
60% del electorado, candidatos y partidos no les merecieron suficiente confianza para votar por
ellos. El proceso mismo fue visto con escepticismo. El cinismo con que se manejan los políticos
genera una respuesta igualmente cínica: Como no te creo, no cuentes con que me tome ni la más
mínima molestia para participar en tu juego. ¡Qué triste, aunque comprensible! ¡Si al menos una
parte de los cinco mil millones de pesos que costaron esas campañas se hubieran gastado en
educación cívica y en formación en los valores ciudadanos…!
¿Hacia dónde vamos en los valores sociales? ¿Hacia una sociedad casi autista, que no le importa
más que lo personal y lo económico? O, ¿acaso tendremos motivos para el optimismo? La
respuesta, como en otros campos, está en los valores sociales y el modo como los jerarquizamos.
Un campo importantísimo, básico diría yo, para nuestro futuro como país. Este será el tema de una
serie de artículos que, gracias a la gentil hospitalidad de El Observador, comentaré con Usted en
las próximas semanas.