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Selección de cuentos de ajedrez - Club d’Escacs Sant Martí (Barcelona)

JAQUE MATE1

por Antonio Santo

In memoriam

El chico colocó el tablero de ajedrez como cada tarde y desplegó


las piezas una a una. Se sentó a esperar mientras acariciaba la
melena de madera, vieja y tosca, del caballo negro. El abuelo llegó
un rato después, con las gafas caladas y el cigarro encendido.
Ocupó su puesto con tranquilidad y se tomó su tiempo en mirar el
tablero, beber un trago de vino y aspirar algo más de humo blanco.
Al fin, estiró la mano para mover.

- Caballo de flanco de rey a tres alfil.


- Ya empezamos, abuelo...
- Así, igual algún día aprendes a defenderte de los caballos.
- Vale, vale. Pero yo también sé dar la vara como tú – afirmó
mientras sonreía y realizaba el mismo movimiento que su
contrincante.
- Vaya, me ha salido graciosete el niño. Te tengo dicho que
respetes las canas, zángano, que eres un zángano. Flanco de
dama, peón a cuatro alfil.
- Pero si tú no tienes canas, abuelo. Estás calvo.
- La madre que te parió...
- En la cocina está, con la abuela. Peón a tres caballo.
- ¿Qué peón? Tienes que señalar el flanco.
- El del caballo que he movido antes. Perdón, estaba despistado.
- Vale, vale, pero estate atento. ¿Cómo llevas el libro que te presté?
- Es buenísimo, abuelo. No había leído nada de César Vallejo y me
está gustando mucho. Moriré en un París con aguacero...
- ...un día del que tengo ya el recuerdo. Caballo a tres alfil.
- ¿Y tú no señalas el flanco?
- Aprende a mirar, chico. Sólo uno de los dos caballos puede
desplazarse a una columna de alfil. Mejor abreviar.
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Cuento extraído de Diverso variable.

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Selección de cuentos de ajedrez - Club d’Escacs Sant Martí (Barcelona)

- Ya, claro. Mejor abreviar... Cuando eres tú el que abrevia. A mí no


me dejas.
- Eso es porque yo lo hago por no hablar y tú por no pensar. No es
lo mismo.
- Lo que tú digas, pero a partir de ahora abrevio yo también. Alfil a
dos caballo.
- Peón a cuatro dama. No me digas que has movido tantas piezas
para enrocar...
- Efectivamente. Enroque corto.
- Ay, muchacho, muchacho; espero que tengas una buena
estrategia, porque la mía es excelente.

*****

- Caray, chico, mucho mejor. Te has recuperado de haber perdido la


dama. A ver si... Rey a uno alfil.
- Lo tenía pensado. Caballo a tres caballo, jaque.
- Ya empezamos. ¿Qué buscas, tablas por rey ahogado? Rey a uno
caballo.
- La verdad es que no. Torre a dos caballo.

El abuelo movió la pieza que su nieto le había indicado y quedó


observando el tablero varios minutos. Miró al chico a los ojos. Había
un brillo de triunfo disimulado tras sus pupilas: jaque mate. El
primero desde que le había enseñado a jugar. El viejo no dijo nada:
tumbó el rey y estrechó la mano del muchacho; aún sin hablar,
entró en la cocina y encendió un cigarro más.

*****

El muchacho colocó otra vez el tablero y dispuso las piezas. Se


sentó a leer mientras esperaba. Cuando el viejo cruzó la puerta y
llegó hasta el salón donde él estaba, le preguntó:

- ¿Qué, abuelo? ¿Jugamos?

Él no dijo nada. En silencio se dirigió a la mesa del ajedrez, y miró


las conocidas figuras durante un rato, mesándose la barba de
cuatro días. Alargó la mano derecha y tumbó el rey; su nieto no dijo
nada, pero había sorpresa en sus ojos. Él, con mirada indescifrable
y cara de esfinge, se fue a la cocina y encendió un cigarro.

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Allí pudo sonreír a gusto con ternura sin que el impertinente del niño
lo viera.

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