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2. El Espíritu de Dios.
El término Espíritu de Dios (o alguno sinónimo) ocurre constantemente en la
Biblia. El Espíritu de Dios es distinguible de Dios, y sin embargo, no es nada
aparte de Dios. El Espíritu de Dios es la realidad interior de su ser así como el
espíritu del hombre es la realidad interior del ser del hombre. El Espíritu
constituye el principio de entendimiento en Dios así como el espíritu del hombre
es el principio de entendimiento en el hombre (<460201>1 Corintios 2:10).
En general, el Espíritu de Dios, o el Espíritu de Jehová, representa la energía o
el poder de Dios trabajando hacia un fin determinado. En el Antiguo
Testamento el Espíritu de Dios obró de varias maneras en la naturaleza y
descendió sobre los hombres para producir varios resultados. El Espíritu de
Dios se movía sobre el caos de la creación (Gén 1:2). El aliento de Dios animó
al polvo de la tierra y el hombre llegó a ser un alma viviente (<010207>Génesis 2:7).
El Espíritu crea la vida animal (<19A430>Salmo 104:30). El Espíritu da fuerza física
(<071406>Jueces 14:6). El Espíritu da poder y habilidad militares (<071129>Jueces
11:29:33). Por medio de su Espíritu Dios es omnipresente (<19D907>Salmo 139:7).
En el Nuevo Testamento esta presencia divina llega a ser más claramente moral
en propósito e íntima en la naturaleza. Especialmente en Pablo y en Juan, el
énfasis se pone en la penetración divina por el Espíritu (<431417>Juan 14:17;
<490316>Efesios 3:16, 17). El pueblo de Dios es el templo de Dios (<460301>1 Corintios
3:16). Ellos son el lugar de la habitación divina entre los hombres. La iglesia es
la casa del Dios vivo (<540315>1 Timoteo 3:15). Es el cuerpo de Cristo
(<451204>Romanos 12:4; <461201>1 Corintios 12:12). Ella está animada y habitada por
su Espíritu.
2. Renovación espiritual.
El pecador no solamente no puede hacer nada para merecer su salvación, sino
que él de sí mismo tampoco puede recibirla; ni siquiera puede desearla. El
deseo de ser salvo y la capacidad para apropiarse la salvación, ambas cosas
deben ser creadas en el corazón del hombre por el Espíritu Santo. La creación
de la disposición y del poder en el corazón del pecador para aceptar a Cristo
es la obra del Espíritu Santo. El Espíritu regenera al pecador llevándolo al
arrepentimiento y a la fe en Cristo.
3. Seguridad.
El Espíritu Divino nos da también la seguridad de la salvación. El Espíritu Santo
es en nuestros corazones el Espíritu de adopción, por el cual clamamos “Abba,
Padre”. “El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de
Dios” (<450814>Romanos 8:14-17).
4. Consumación.
Pablo claramente enseña que el Espíritu de Dios que habita en nosotros es la
garantía de que él levantará nuestros cuerpos de entre los muertos. El Espíritu
Santo da seguridad, no solamente en el sentido de que el Espíritu da testimonio
de nuestra adopción delante de Dios, como el Espíritu de adopción por el cual
clamamos “Abba, Padre” (<450814>Romanos 8:14-17), sino que también por este
mismo Espíritu somos sellados para el día de la redención (<490430>Efesios 4:30).
Ese día de la redención es el día de la redención del cuerpo, el día de la
resurrección (<450823>Romanos 8:23). El mismo Espíritu que habita en nuestros
corazones como las primicias de la cosecha venidera de redención, hace que
gimamos dentro de nosotros mismos, esperando aquella gloriosa consumación.
Porque en esperanza somos salvos (<450824>Romanos 8:24).
Y así vemos que la salvación del hombre, de principio a fin, es atribuida al
Espíritu de Dios. Es el poder de Dios el que salva al hombre. Y debe notarse,
como ya se ha indicado, que todo lo que el Espíritu hace para salvarnos está en
relación con Cristo. Los hombres son convencidos de sus pecados, en relación
con Cristo. Al ser traídos, por el arrepentimiento y la fe, a una recta relación
con Cristo, son regenerados. Somos llevados a un estado consciente de que
somos hijos de Dios por la fe en Cristo. Al formar a Cristo en nosotros, nuestra
esperanza de gloria, es como el Espíritu Santo llega a ser la garantía de nuestra
redención final.
Esto lleva consigo el principio de que la verdad del evangelio es el medio que el
Espíritu usa en nuestra salvación.