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Giovanni Bello
Diseño y diagramación: J. V. C.
granelefanteimpresiones@gmail.com
P resenta c ió n
L
os primeros atisbos de este libro surgen hace varios
meses con la intención de fustigar la máquina edito-
rial después de la disolución pacífica de la editorial
Género Aburrido, cuyo equipo de trabajo quedó bifur-
cado entre dos países con algunos proyectos inconclusos en
el tintero y una cantidad innumerable de conspiraciones que
tal vez nunca llegarán a concretarse, sin desestimar sus ner-
vaduras en el presente libro y los otros aún por venir, desde
ambos lados de la frontera. El proyecto inicialmente tenía
que ver con una antología de la poesía actual en Bolivia, so-
bre la cual todos los involucrados y algunas personas cerca-
nas a cuyos oídos la conversación habría llegado empezamos
a maquinar. Las ideas más fuertes que motivaban la existen-
cia del libro tenían que ver primero con la última antología
de poesía boliviana contemporánea editada antes que ésta
(Cambio Climático, del año 2009) que teniendo varios años
ya, se encuentra desactualizada y también, la sensación de
estar en el lugar y el momento para mostrar algo que sen-
timos que está sucediendo y que merece ser registrado. A
partir de este momento empezaron las reuniones, mencio-
nando los primeros nombres de autores que aparecieron de
la punta de nuestras cabezas. Luego conversando sobre for-
matos y materialidades posibles, formas novedosas de dis-
tribución y todo lo que implica el entusiasmo que antecede a
la aparición simultánea tanto de las primeras controversias
y obstáculos que sería necesario resolver, como de la forma y
profundidad del lugar desde donde contestar a esas pregun-
tas y flanquear esos obstáculos.
Las preguntas fueron numerosas, tuvieron que ver por
ejemplo con la necesidad de establecer un rango de edad ce-
rrado para la antología (en cuyo caso hubiéramos tenido que
dejar fuera a algunos autores que si bien tienen más años que
el resto, considerábamos que su obra y su actuación misma
dentro de La Movida [1] tenía una relación fuerte con el grupo
de escritores inicialmente seleccionado para la antología, ade-
más de no haber sido parte de la antología pasada). Por otro
lado también hubo intrigas relacionadas con el peso físico de
los objetos que nos darían los autores cuando les pidamos un
pedazo de su obra para antologarla. Si sólo recibiríamos libros
7
con pequeñas marcas designando los poemas seleccionados
por el autor, o si también aceptaríamos pequeños grupos in-
éditos de hojas de papel bond engrapadas entre sí. La dificul-
tad aquí, aunque aparentemente vana, está relacionada con el
nivel de apertura de la antología; pudiendo desembocar tanto
en la petición de cierta clase de seriedad hacia los autores (alu-
diendo a la calidad de la misma), como en la posibilidad de
encontrar a algún autor totalmente nuevo cuya obra pudiera
dejar boquiabierta a La Movida.
Otras cuestiones consideradas fueron en relación con
el dinero necesario para elaborar la antología, lo cual fue
inmediatamente resuelto. El libro seguiría las premisas de
todo el resto de nuestro trabajo editorial: bajo costo, armado
semi-artesanal y un tiraje inicial pequeño que pueda pagar
sus propias reediciones sin poner ninguna clase de escudo
o logotipo que ensucie el diseño elaborado con cariño y es-
mero para el libro. Otro obstáculo fue el temor de no poder
acceder a un panorama suficientemente amplio del espectro
de autores en Bolivia como para elaborar una antología, al
menos lo bastante completa para valer la pena, y más aun; el
importantísimo cuestionamiento de cómo elegir.
¿Seríamos nosotros los jurados? ¿Haríamos aparecer
una rosca paralela a la rosca porque “así son todas las an-
tologías”? ¿Cuál es el lugar de nuestra editorial dentro de la
industria del libro boliviana, o al menos paceña? ¿Es posible
leer la obra de un cercano sin que una poderosa subjetividad
afecte en el juicio sobre su calidad? ¿Es posible leer cualquier
obra sin esta poderosa subjetividad? ¿Existe algo más que
subjetividad acaso? ¿Qué significa tener una editorial? ¿Qué
hacemos en este mundo?
En ese ambiente, en el que las intrigas eran amplias
y nos reclamaban un profundo espectro de toma de decisio-
nes sucedió un hecho crucial. La aparición de la antología de
poesía boliviana contemporánea “ULUPIKA” publicada por la
editorial “Libros del cardo” en Valparaíso, Chile y curada por
Juan Malebrán y Gladys Gonzáles. Con tal evento, la elabo-
ración de otra antología se volvía no sólo innecesaria sino
también excesiva; varios autores se repetirían y se anulaba
la necesidad de “actualización” del panorama poético joven/
8
actual/contemporáneo. La sensación ambiental de algo su-
cediendo en la escena poética boliviana no es aislada, y nues-
tra labor debería ser acentuarlo. Lograremos este cometido
hablando de sus alrededores, de las líneas que cruzan por
debajo y por encima de su existencia. Intentaremos resolver
las preguntas acerca de cómo seleccionar y qué seleccionar
intentando llevar el lugar de la poesía lejos de un narcisis-
mo casi solipsista al que tiende la ocupación, para arrastrarla
hacia un lugar más honesto; el que permita elevar la calidad
del trabajo más que alimentar egos o crear tensiones, el que
permita elegir con parámetros más cercanos al oficio mismo
que a una red de afinidades y fluidos.
Es así que proponemos trabajar el lado crítico de la
poesía actual, retomar el trabajo minucioso que caracteriza
una obra bien realizada y así, intentar generar una mirada
que permita superar las taras generacionales a las que es-
tamos acostumbrados. El ejercicio de la crítica siempre ha
sido delicado, en especial en un país lleno, atiborrado de sus-
ceptibilidades y una generación que se inscribe dentro de lo
inmediato y lo atractivo. Pero esto no debería más que dar-
nos impulsos para continuar con el proyecto, cuyo comienzo
como antología nos fue abriendo a muchas y más centrales
interrogantes sobre el quehacer poético en nuestro medio y
cómo se relaciona con la tradición, los movimientos para-
lelos de poesía hispana y en ultima instancia con el hacer
mismo de la literatura. Estos dos ensayos que componen el
libro [2], son en primera instancia una línea temporal nunca
exenta de intenciones [2] que refleje qué ha salido de dónde
y qué se ha comido a qué y en segunda un preguntarse qué
significan estos alumbramientos y fagocitaciones [3], quié-
nes son los actores y dónde esto ocurre, para continuar con
el cómo que nos circunda, que nos hace y que nos permite
hacer y ser.
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N O TA S
10
ENSAYOS
SOBRE
POESÍA
BOLIVIANA
CONTEMPORÁNEA
Giovanni Bello
H
ace un buen tiempo tenía la intención de escribir
un texto que debía llamarse “Los aburridos años
noventa”. En él quería dar cuenta de las diferen-
cias entre la poesía boliviana actual y la de esa
década. Como voy a exponer brevemente en este texto, creo
que el punto de quiebre que significó para la poesía bolivia-
na la aparición del internet marca un profundo contraste
entre la espontaneidad y entusiasmo de los años recientes,
frente al momento de relativo anquilosamiento creativo que
se dio en los noventa, según creo, debido a la institucionali-
zación del trabajo poético y sus procesos de difusión. Hechos
relacionados, entre otras cosas, al contexto político y econó-
mico del neoliberalismo, al que esa institucionalización le
era inherente [1].
Sé que lo que acabo de proponer puede sonar contro-
vertido. Mi intención no es tanto polemizar (es decir, este no
es el texto que quería escribir hace tiempo), sino que quiero
partir de esa constatación hipotética para detenerme en la
generación actual de escritores de poesía que surgió parti-
cularmente en La Paz y que se dio en dos fases paralelas al
establecimiento del internet como ámbito de creación y di-
fusión artística. Si la relación entre las literaturas nacionales
y las metrópolis (culturales, económicas, políticas, etc.) fue
un tema fundamental para pensar la producción literaria en
Latinoamérica, el ingreso del internet como ámbito de pro-
ducción, difusión y flujo de ideas, (estéticas, autores, corrien-
tes, etc.) marca un punto de ruptura evidente.
La sensación que me produce la creación literaria de
los noventas es ambigua [2]. Oscila entre lo sorprendente de
su productividad y al mismo tiempo su tendencia a la institu-
cionalización. Por un lado, solo para hacer un repaso corto, hay
que recordar que autores como Adolfo Cárdenas, Humberto
Quino, Jorge Campero o Julio Barriga, que pueden considerar-
se de la generación de los setenta-ochenta, iban alcanzando,
si cabe, cierta consagración solo a mediados de los noventa y
en los primeros años de los dos mil. Cárdenas publicó Chojcho
con audio de rock p’esaaado en 1992, Quino Crítica de la pa-
sión pura en 1993 (a la que siguió su obra completa, Summa
poética, el 2002), Campero ganó el Yolanda Bedregal con Musa
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en jeans descoloridos el 2001 y Barriga publicó su primer libro,
El fuego está cortado, apenas en 1992. Por otro lado, se esta-
blecieron importantes editoriales o en realidad colecciones
editoriales, entre las más importantes “Hombrecito/Mujerci-
ta sentado/a”, dirigida por Blanca Wiethüchter, que juntaron
los nombres de autores mayores y en proceso de consagración
con los de los nuevos escritores de ese decenio. En Hombre-
cito/Mujercita sentado/a se publicó por ejemplo la obra de
autores mayores como Fernando Rosso, Jaime Taborga y la
misma Wiethüchter, junto a Marcia Mogro, María Soledad
Quiroga, Vilma Tapia o Mónica Velásquez. Los primeros, al
igual que los antes mencionados, estaban produciendo desde
los setenta, mientras que las segundas pueden considerarse
de la generación de los noventa debido, particularmente, a las
fechas de publicación de sus primeros libros.
Lo mismo ocurre por ejemplo con el único número
de la revista Siesta Nacional, producida por Jorge Campero
y Marcela Gutiérrez, gestores del café Ave Sol, en 1988. Esa
revista puede considerarse fácilmente una de las primeras
antologías, y una de las más abarcativas, de lo que se pro-
ducía en narrativa y poesía en la ciudad de La Paz a fines
de los ochenta y principios de los noventa. Comienza con
autores “consagrados”, incluso previos a la generación de
los setenta como Jaime Saenz o Jesús Urzagasti, y termina,
después de haber incluido a todos los mencionados (Rosso,
Cárdenas, Quino, Campero, Barriga, Wiethüchter, Taborga,
etc.) en los autores más jóvenes del momento, como Juan
Carlos Ramiro Quiroga [3] o Mónica Velásquez, quien, como
dijimos, también fue incluida en la colección Hombrecito/
Mujercita Sentado/a.
Con estos datos apunto al hecho de que muchos de
los autores de los noventa o fines de los ochenta, Cé Mendi-
zábal, Juan Cristóbal Mac Lean, Marcia Mogro, Vilma Tapia,
Juan Carlos Ramiro Quiroga o Mónica Velásquez se carac-
terizaron generacionalmente por una especie de acopla-
miento a la generación previa. Los autores de la generación
previa, al mismo tiempo, se abrieron al contacto con nuevos
poetas, que además no lo eran tanto, debido a que la mayo-
ría de ellos empezaron a publicar con más de treinta años
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y en revistas, editoriales y colecciones, digamos, ya “institu-
cionalizadas”. Podría mencionar solo como referencia, ade-
más de los datos ya señalados, ejemplos como las revistas
Sopocachi, de medio pliego, con tapa a color y que podía
incluir a autores como Julio de la Vega, Humberto Quino o
Marcia Mogro entre sus colaboradores, o Piedra Imán, que
hacía un ejercicio similar y que además era producida por
el mismo grupo de autores reunidos en torno a Hombreci-
to/Mujercita Sentado/a.
Como digo, esos tal vez pueden considerarse datos
sin mucho peso, porque esas revistas son solo unas cuantas
muestras de un nutrido número de publicaciones literarias
de la década [4]. Sin embargo, lo que quiero enfatizar es que
comparando esa característica generacional con la produc-
ción de los autores de los dos mil y particularmente los de los
años recientes, veo en estos últimos cierto rasgo compartido
de desarraigo respecto a las tradiciones locales previas y ma-
yor interés por la producción artística continental e interna-
cional. Entonces, lo que quiero hacer es esbozar un juego de
comparaciones que me permita vislumbrar la posibilidad de
nombrar a la generación de escritores de poesía nacional ac-
tual en sus dos etapas, una que iría aproximadamente desde
inicios de los años dos mil hasta los dos mil diez y una segun-
da que se encuentra en pleno desarrollo.
Hasta donde sé, no se ha hecho un análisis compara-
tivo exhaustivo de las antologías de poesía boliviana que dé
cuenta de cómo han ido funcionando los modelos creados por
los cánones que establecen. Al respecto considero que una
comparación superficial entre los autores incluidos en las an-
tologías que sustentan las bases de lo que podríamos llamar
“generación de los noventa” [5] y los incluidos en las antolo-
gías posteriores a esa generación nos puede ayudar a identi-
ficar algunos de los rasgos de ambos grupos. Creo que para el
caso de la generación de los noventa, como ya dije, el único
número de la revista Siesta Nacional sirve de buen preámbu-
lo. Otras antologías que pueden considerarse características
del periodo son la de Velásquez, Ordenar la danza, o incluso
la binacional Unidad variable, antologada por la argentina
Laura Martínez para la editorial cruceña La Hoguera el 2011 y
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que entrelaza autores bolivianos con sus pares argentinos. En
esas antologías encontramos nombres de esa generación que
se repiten, Cé Mendizábal, Marcia Mogro, Juan Cristóbal Mac
Lean, Vilma Tapia, Juan Carlos Ramiro Quiroga, Marcelo Ville-
na, Benjamín Chávez, Mónica Velásquez, varios de ellos, parte
de este continuum con las generaciones anteriores y, además,
algunos merecedores del premio nacional de poesía Yolanda
Bedregal (Chávez y Velázquez).
Por otro lado, creo que la antología que marca el pun-
to de inflexión es Cambio Climático, del 2009, que como bien
señala uno de sus antologadores, justamente Juan Carlos
Ramiro Quiroga, fue “la menos nacional publicada hasta el
[ese] presente” [6] . Según Quiroga, esa antología encarnaba
“lo internacional o global como el único pasaporte de ciuda-
danía en el mundo” [7] y, en ese sentido, considero que Cam-
bio Climático es una colección que decidió adecuadamente
establecerse como una antología de ruptura, que, a diferen-
cia por ejemplo de Ordenar la danza u otras antologías de
poesía nacional tradicionales, no incluyó a autores mayores
de 33 años. Como señala el mismo Quiroga, fue Rubén Vargas,
otro escritor activo en los noventa con las ya mencionadas
revistas El cielo de las serpientes (editada junto a Campero,
Edmundo Mercado y J. Carlos Ramiro Quiroga) y Piedra Imán,
quien aconsejó recortar la selección a ese marco de edad. Ese
hecho establece definitivamente la distancia de inicio entre
la generación de los noventa y la de los dos mil. Los otros dos
antologadores de Cambio Climático, Benjamín Chávez y Jes-
sica Freudenthal, son autores que también considero impor-
tantes para pensar este juego de comparaciones.
En el caso de Chávez se puede considerar que su obra
esta tensionada entre ambas generaciones. Incluido en las an-
tologías Ordenar la danza y Unidad variable, en ambos casos
como uno de los de menor edad, Velásquez dirá de él: “Entre
los poetas más jóvenes destaco a Benjamín Chávez (Premio
Nacional de Poesía [Yolanda Bedregal] 2006), quien se adueña
de una limpidez formal para revelar ciertas ‘sabidurías poéti-
cas’ tejidas al calor de la apuesta por la relación y la entrega
tanto a los demás como a la tarea de la escritura” [8]. En el caso
de Jessica Freudenthal, cuyo primer poemario, Hardware, fue
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mención de honor del mismo premio el 2004, nos encontra-
mos frente a probablemente la autora más paradigmática de
este cambio generacional. Incluida en la antología a su cargo,
Freudenthal marca un momento de ruptura con las tradicio-
nes poéticas nacionales respecto al arribo de la cultura del
internet y las corrientes poéticas continentales que hicieron
uso temprano de esa herramienta. Eduardo Mitre, en uno de
los pocos ensayos académicos dedicados a autores de poe-
sía boliviana de la generación actual señala el parentesco de
Freudenthal en Hardware con Hilda Mundy, justamente en su
ímpetu cosmopolita y la mezcla de referencias entre la cultu-
ra mediática y la letrada [9]. A eso se suma que Freudenthal,
como autora emergente, fue parte del catálogo más temprano
de la editorial cartonera Yerba Mala, reconocida por ser una de
las primeras editoriales de ese tipo en Latinoamérica. Es decir,
formó parte de un fenómeno intercontinental que tuvo como
base la comunicación posibilitada por el internet y el flujo de
ideas y de producción propiciada por el boom blogero de ese
momento. Como se sabe, las editoriales cartoneras en sus ini-
cios apostaron por invitar a autores afines a ellas y donar los
derechos de sus obras. Freudenthal además, estuvo involucra-
da en actividades de la editorial cartonera en su primera fase.
Si nos acercamos un poco a la obra de esta poeta ve-
mos por ejemplo en su poesía visual un afán vanguardis-
ta que sin embargo no es nuevo en nuestro país. El mismo
Mitre ya en la década de los setenta intentó el ejercicio de
la poesía visual en su Mirabilia y también sería justo decir
que la introducción de motivos de la cultura mediática en
la poesía ya se hizo desde los años treinta justamente con
Reynolds o Mundy, a los que siguieron algunos otros autores
durante el siglo XX. Lo que quiero decir es que si bien en su
momento se entendía a la poesía de Freudenthal, particular-
mente Hardware, como una ruptura con la tradición, no lo
fue tanto si tenemos en cuenta una mirada algo más pro-
funda de la historia literaria nacional. Pero justamente, un
rasgo de la poesía producida a partir del ingreso del internet
en Bolivia es su auto asunción de cierto desarraigo respecto
a la tradición literaria representada por la generación previa.
La ruptura, en todo caso, nunca fue violenta y la mayoría de
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los autores posteriores a la generación de los noventa negó
cierto parentesco con los autores de la tradición boliviana
inmediatamente anterior pero asumió otros. Esa elección de
filiaciones se puede ver por ejemplo en la participación de
Freudenthal en una de las presentaciones de la gira promo-
cional de Cuaderno de sombra del poeta tarijeño Julio Barri-
ga [10] o en la cita de Humberto Quino incluida en Hardware,
por mencionar dos datos.
Ahora bien, si observamos la poesía de Cé Mendi-
zábal, por ejemplo, o la de Juan Cristóbal Mac Lean, Vilma
Tapia o María Soledad Quiroga, por nombrar a algunos au-
tores de los noventa, y la comparamos con la poesía joven
aparecida en Cambio Climático, queda a la vista la diferen-
cia entre el cuidado extremo y la solemnidad de la conside-
ración de lo poético en los primeros frente a las intenciones
inmediatistas y la relativa crudeza de muchos de los segun-
dos. Quiroga dirá al respecto: “¿Qué lenguaje es este que
cada poeta joven parece hablar en chino, nipón, coba, argot,
quechuañol, o en matrix? Poesía de consumo inmediato y
el éxtasis compartido. Poesía del dedo gordo y para lectores
maniáticos del Facebook. Poesía clic que ha encontrado por
fin su patria en línea” [11].
Además de las antologías, otros elementos tópicos de
cada generación, que pueden ser comparados en este jue-
go son las formas de difusión de los textos. Al respecto algo
que es muy importante y que nuclea esta comparación es el
hecho de que, como decía antes, los autores de los noventa
publicaron en editoriales y en colecciones ya institucionali-
zadas y, además, publicaron después de haber trabajado sus
obras durante años, lo que se puede constatar en el hecho de
que Mendizábal publicó su primer poemario a los 38 años,
Mogro a los 32 o Tapia a los 32. Ese respeto por un “stablish-
ment” editorial y literario parece fundarse en la percepción
que cruza a varios de estos autores de que la poesía es un
ámbito en el que prima un tipo de respeto solemne por el
acto de escritura a costa de que esta pierda cierta esponta-
neidad. En contraposición a esa idea, tanto iniciativas como
las editoriales cartoneras como las contraferias del libro, por
dar dos ejemplos, mostraban a principios de los dos mil que
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la nueva generación, la mayoría escritores menores de 25, no
tenía la intención de esperar que ningún autor consagrado
ni editorial les abriera las puertas. En cambio, tenían la in-
tención de generar espacios confrontacionales, no diré ya
contra el canon, pero si contra las editoriales y los circuitos
literarios establecidos. Eso también se reflejó en el boom de
blogeros del periodo [12], que subían sus textos a la red sin la
necesidad de intermediarios, lo que desestimaba los criterios
que asumen que la escritura poética es un tipo de escritura
cercana al acto religioso y el escritor de poesía una especie
de sacerdote.
Las contraferias, organizadas por varios colectivos de
escritores, músicos y artistas plásticos a iniciativa de la tam-
bién poeta Vicky Ayllón (que en ese momento estaba a car-
go de la biblioteca de la fundación Simón I. Patiño), fueron
un espacio en el que los libros cartoneros, los fanzines y las
fotocopias eran algunos de los formatos a través de los que
se compartía la nueva literatura. Esa nueva literatura, ade-
más, se alimentaba cada vez con mayor interés no solo de la
producción literaria continental [13] sino de otras estéticas
extraliterarias como la música, el cine o el comic, lo que se
puede ver en algunos autores de Cambio Climático. De hecho,
el boom que se dio en ese momento respecto a la producción
literaria se dio también respecto a expresiones como el rock
y el comic locales. El comic vivió en ese momento su inicio
como género asentado y su climax en la ciudad de La Paz.
Parte de estos movimientos, que no solo se desencadenaron
en La Paz-El Alto, donde surgieron además de Yerba Mala edi-
toriales como Pirotecnia (dirigida por Ayllón) o Almatroste,
tuvieron contrapartes en Sucre con grupos como Editorial
Pasanaku, en Oruro, con la editorial cartonera Rostro Asado
y especialmente en Cochabamba, donde por ejemplo la edi-
torial Klamm produjo Antología súbita, importante para el
periodo, y que incluía a varios de los autores presentes en
Cambio Climático [14].
Inmediatamente después de este momento es don-
de se da una segunda fase de la nueva corriente, gatillada
por el acceso al internet. Como señalé en la introducción
que hice para la parte boliviana de la antología boliviano
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ecuatoriana Harawiq, de la cartonera quiteña Murcielagario,
creo que después de una primera fase de lo que podemos lla-
mar “poesía actual”, se dio una segunda caracterizada por el
repliegue. Esta poesía dejó de ser tan expresiva y entusiasta,
por lo menos en lo inmediato, pero profundizó su interés en
la cultura mediática y las ideas y estéticas emanadas de la
web. Esa división se dio de forma obvia, creo, como un pro-
ceso paralelo al fin del periodo neoliberal, con una primera
fase de entusiasmo respecto al surgimiento de un nuevo ho-
rizonte político, el momento más activo de los movimientos
sociales y finalmente una segunda fase correspondiente al
repliegue político, una vez instaurado el llamado “Proceso
de cambio” [15] . Sin embargo, esta evolución caracterizada
por la ruptura con cierta tradición que une a ambas fases,
como señalé, no es nueva en la historia literaria nacional.
Creo que justamente autores como Freudenthal se sintie-
ron atraídos por la poesía de los setenta (Quino, Barriga o
Campero), porque en ese periodo se dio un proceso similar
en el sentido de que los escritores jóvenes de esa década de-
nostaron la percepción religiosa que se tenía de la poesía,
produjeron y publicaron de forma independiente y al mis-
mo tiempo fueron influenciados por corrientes literarias y
políticas continentales como la contracultura y por estéticas
rupturistas como la del rock y la neovanguardia, relaciona-
das también con la cultura mediática.
Algunos de los autores incluidos en Cambio Climáti-
co, que actualmente están muy activos, pueden considerarse
también autores de transición a la segunda fase. Es intere-
sante que varios de ellos desarrollaron intereses extralitera-
rios, lo que muestra la dispersión que caracteriza al internet.
Por ejemplo, Vadik Barrón (cuyo iPoem fue publicado por
Yerba Mala Cartonera el 2008), construyó una carrera mu-
sical paralela a su escritura mientras que Alejandro Pereyra,
poeta sucrense cercano al grupo Pasanaku dirigió varios lar-
gometrajes, Pamela Romano, también se decantó por el cine
y tiene elaborados algunos experimentos de video poesía y
algunos autores como Freudenthal, Gareca u Osdmar Filipo-
vich (uno de los más jóvenes de Cambio Climático), también
incursionaron en la poesía visual. Jaliri se desempeña como
22
artista plástico y su producción de libros hechos con mate-
riales reciclados los acerca al objeto-arte.
Ahora bien, la poesía de estos autores, en la mayoría
de los casos ha tendido a cierta experimentación formal y
literaria: Pereyra con la sintaxis, la disposición formal del
verso y cierto tono narrativo, Romano con la extensión de
la versificación, Gareca y Barrón con el retruécano, etc. Es-
tos tipos de escritura que buscaban renovar literariamente
la poesía nacional además compartían en mayor o menor
medida cierto desinterés por aludir el tema socio-político
frontalmente. Las estrategias para la asimilación del mundo
de lo social se dieron básicamente por dos caminos: por un
lado, la parodia y el despliegue de la estrategia barroca en el
caso de los orureños Gareca, Barrón o Jaliri y por el otro, una
profundización de la experiencia íntima y la nominación
del universo individual, patente en Romano, Pereyra y espe-
cialmente Emma Villazón. Esta autora cruceña es, creo, un
referente importante para el momento actual de la poesía
boliviana y anticipó el peso que juega la imagen poética en
la poesía de algunos de los escritores más jóvenes.
Como he señalado en otro lugar [16], la segunda es-
trategia se ha reforzado con el paso del tiempo y ya se perci-
be totalmente patente en una de las antologías que inician
este nuevo ciclo de la “poesía actual”, f/22. En esa antología,
editada por Martadero en Cochabamba el 2011 esta profun-
dización de la subjetividad y el espacio individual se marca
como una característica esencial de esta segunda etapa. Este
repliegue al espacio íntimo, a diferencia de lo que ocurrió
con la primera fase, no da ya mucha cabida a la innovación
formal, aunque si a la temática. La poesía de este segundo
momento se ha vuelto más reflexiva y especialmente se ha
visto más marcada por la influencia del consumo de la pro-
ducción artística que existe en el internet. Eso se puede ver
en algunos autores presentes en f/22 como Roberto Oropeza,
Anahí Maya, especialmente en su producción posterior a la
antología o Milenka Torrico, quien además correlaciona el
consumo de la cultura masiva (particularmente en su libro
Preview) con ciertos rasgos de la imagen de lo femenino, lo
que la acerca particularmente a la obra de Freudenthal.
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Creo que la influencia de la producción divulgada por
internet, si bien no siempre se hace patente en referencias
directas, marca claramente la forma en que los autores más
jóvenes conciben el ejercicio poético. Esta nueva percepción,
me parece, tiene que ver con la forma como los productos
artísticos en el internet trascienden las fronteras de las di-
ferentes disciplinas artísticas (visuales, música, literatura,
cine), interrelacionándose a través de patrones estéticos
que les dan cierta imagen unificada. De ahí que es posible
identificar con cierta claridad la estética de la producción de
ciertos autores de esta nueva fase y su relación con los gui-
ños que hacen a otros productos artísticos. José Villanueva,
Anahí Maya o Iris Ticona, autores pertenecientes a este se-
gundo periodo, en ese sentido, son ejemplares: tómese cual-
quier verso de su poesía y podrá reconocerse el registro y la
imaginería que traspasa la mayor parte de lo que han hecho
hasta ahora. Y además eso explicaría el hecho de que en esta
fase se haya dejado un poco de lado la experimentación for-
mal con el texto y que se le dé muchísima más importancia a
la imagen poética, por ejemplo en Villanueva, Ticona, Maya,
Ágreda, Oropeza o Espinoza. Todo esto mostraría que la re-
lación de estos nuevos autores con el internet ha cambiado
respecto a la de la anterior fase. Se ha efectuado una profun-
dización de la influencia de la estética del internet que ya no
se manifiesta solamente en su uso como medio de comuni-
cación. En ese sentido, los blogs han dado paso al Facebook, y
por ejemplo la propuesta política de las primeras cartoneras
ha dado paso a proyectos editoriales más comprometidos
con las cualidades estéticas de las obras.
Se puede considerar que la dinámica de las nuevas
corrientes editoriales que conforman esta etapa comienzan
cuando Rocío Ágreda y Pablo Lavayén, de la editorial Klamm,
responsables de la Antología súbita del 2006, se mudan du-
rante la primera fase ya a La Paz y allí fundan la editorial
Género Aburrido, con estudiantes de la carrera de literatura
como Iris Ticona. Género Aburrido es una editorial importan-
te para pensar este segundo periodo dado que provino del
fenómeno de agitación cultural alrededor de las contraferias
y el nacimiento de editoriales independientes a mediados de
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la década pasada, pero publicó a autores como las mismas
Ágreda, Ticona o a Sergio Taboada, que no hicieron parte de
Cambio Climático. Estas autoras, junto a otros que pueden
considerarse miembros activos de esta segunda etapa fueron
incluidos en antologías recientes que dan pautas justamente
del surgimiento de este nuevo grupo. A los afanes de Géne-
ro Aburrido, que en los últimos años estuvo coordinada por
nuevos integrantes como José Villanueva o Rocío Bedregal, se
suma también la antigua Yerba Mala Cartonera. Después de
haber sido fundada en El Alto por Darío Luna, Crispín Portu-
gal y Roberto Cáceres, y de haber estado coordinada luego por
escritores paceños como Aldo Medinaceli (incluido en Cambio
Climático), pasó a Cochabamba donde es coordinada actual-
mente por algunos de los autores de f/22 como Lourdes Saa-
vedra, Roberto Oropeza y Pablo Cesar Espinoza. En esta nueva
etapa editorial, Yerba Mala también ha editado un buen nú-
mero de libros de poesía, entre ellos, Preview de Torrico, Invisi-
ble natural de Oropeza o Cantar, reír y olvidar de Espinoza, por
mencionar algunos.
Corresponde a todos estos nuevos autores un corpus
de antologías tal vez más nutrido que el de un primer mo-
mento de la “poesía actual”. Es decir, al menos existen tres,
f/22, que solo incluye a autores cochabambinos (que fueron
parte de los talleres dictados por Juan Malebrán en Marta-
dero), Harawiq: Muestra de poesía boliviana-ecuatoriana del
que hice la selección para la parte boliviana y que fue edita-
da en Quito por Murcielagario Kartonera y la reciente Ulupi-
ca, editada por Malebrán y Gladys González para la editorial
chilena Libros del Cardo y que es la más completa de las tres.
También existe una antología en audio llamada Aquí la nie-
ve es química, editada por José Villanueva y la editorial Gran
Elefante [17]. Se trata de una selección de textos de autores
jóvenes, leídos por un lector automático TTS, que tiene como
rasgo común el sarcasmo y cierta inclinación a lo escatoló-
gico de los textos y el que los autores hayamos participado
con obras visuales que se incluyen en el cuadernillo del disco.
Villanueva, incluido tanto en Harawiq como en Ulupica, es,
como dije, parte de una segunda etapa de Género Aburrido,
pero a su vez creó la editorial Gran Elefante/Factótum, con la
25
que editó a algunos de los autores incluidos en Harawiq, Ulu-
pica o Aquí la nieve es química como el sucrense Jorge Samos
o Jaasiel Bueno.
Aquí quiero hacer un paréntesis para entrar al terre-
no del testimonio. Con José Villanueva, Jorge Samos y Jasiel
Bueno conformamos en el 2015 un grupo de escritura (lla-
mado, autoparódicamente, “Los chicos feos de la poesía”) y
organizamos, a iniciativa de Samos, el festival Paredón Poé-
tico, al que se invitó a autores como Quino, Barriga, Álvaro
Diez Astete, Carlos Gutiérrez o al chileno Héctor Hernández;
y también organizamos una exposición de poesía visual,
“Temporosos Amorales”, en la Fundación Solón Romero. Se-
ñalo esto por dos cosas, primero para marcar el hecho de que
los autores de este segundo periodo siguen asumiendo por
convicción ciertos parentescos, y además porque me parece
importante el hecho de que, como dije antes, este haber deja-
do de lado la experimentación formal literaria no hizo que se
dejara de lado la reflexión respecto a la esencia del ejercicio
literario. Si bien es cierto que la imagen poética cobró pro-
tagonismo en esta nueva poesía, la cuestión de la escritura
poética misma, por ejemplo el ritmo, muy importante en la
poesía de Samos, y la objetualidad del texto, son cuestiones
que también llaman la atención de este periodo.
Como señalan los antologadores de Ulupica, otro ras-
go compartido por estos autores es su participación común
en festivales: desde Santiago en paz, encuentro de poetas jó-
venes bolivianos y chilenos organizado por Ticona, así como
los Tea Party en Arica o Panza de Oro en Cochabamba e, in-
cluso, los ciclos de lectura peceños Delirium Tremens, organi-
zado por Javier Aruquipa o Letra Viva, por Barrón. Este hecho
muestra, una vez más, el interés de los escritores jóvenes de
poesía de crear lazos intercontinentales y, en este caso, de
sumarse a los ya establecidos en la región gracias al inter-
net y las redes sociales. A esto se suma que, al igual que en
una primera etapa, los escritores aún están comprometidos
con la producción de publicaciones de tiraje corto con el fin
de difundir sus trabajos. Si el fanzine y los policopiados se
convirtieron en los móviles poéticos favoritos del primer pe-
riodo, por ejemplo de los comics poéticos de Marco Tóxico y
26
Karen Gil o los textos de literatura fantástica de Zergio Ustarez
(incluido en Antología Súbita y publicado por Pirotecnia), en
este segundo momento autores como Villanueva resemanti-
zan el formato a través de híbridos como sus poemas-comic,
o, como también en mi caso, del collage y el juego con la ma-
terialidad del objeto. A su vez, también aparecen de tiempo
en tiempo revistas periódicas como Metamorphoseón, de los
miembros de Klamm, que tuvo dos números a mediados de
los dos mil o Heroína, dirigida también por Ágreda.
Finalmente, debo mencionar dos casos que de algu-
na forma parecen estar fuera de todos los procesos descritos,
pero que, dada su originalidad, importancia y belleza, deben
ser mencionados. Se trata de la obra de la artista plástica,
cantante y escritora potosina Elvira Espejo y la del paceño
Mauro Alwa. Ambos se involucraron con algunas de las edi-
toriales aquí mencionadas y también fueron incluidos en
Cambio Climático. Espejo publicó su primer libro de poesía,
Phaqar kirki (edición en quechua-castellano-aimara) con
Pirotecnia el 2006 y Alwa, su libro Arunak q’ipiri (edición
aimara-castellano) con Hombrecito Sentado el 2010. Am-
bos libros se caracterizan por sus poemas de versos cortos
y ambos trasuntan claramente sensibilidades andinas. Pero
mientras los poemas de Espejo tienen ecos de la cultura
agraria quechua, su relación con los animales, las plantas y
el tejido, Arunak q’ipiri de Alwa parece un descenso alucina-
do y grave al subsuelo. Sin embargo, si algo comparten am-
bos libros es la misma inquietud por la experiencia estética
del migrante andino en la ciudad. Es decir, más allá de su,
hasta cierto punto, exterioridad respecto a las corrientes li-
terarias descritas en este panorama, los poemarios de Espejo
y Alwa pueden ser considerados fundantes de una tradición
literaria urbana, y como tales solo nos es posible entrever la
poética que instauran.
Hasta aquí estos apuntes para una historia de la
poesía boliviana actual. Más allá del postulado fundamen-
tal de este texto que señala que el ingreso del internet al
repertorio de la escritura poética marcó una ruptura indu-
dable entre la poesía de los noventa y la de los dos mil en
Bolivia, quiero aclarar algunas cosas. Como es obvio, todo
27
discurso historiográfico instaura su propia necesidad, y por
lo tanto uno se podría preguntar, ¿cuál la necesidad de una
enumeración de datos y nombres como esta, elaborada uni-
lateralmente? Evidentemente los datos que he elegido re-
saltar tienen que ver con las limitaciones de lo que conozco,
pero especialmente con mi percepción de lo que considero
que es importante resaltar en esta historia. A ese respecto
puedo decir que, dado que decidí nuclear el texto sobre el
postulado ya referido y decidí centrarlo en la ciudad de La
Paz, me parece que los datos proporcionados se aproximan
bastante a un buen argumento. A todo eso se suma, ade-
más, que hay autores que razonablemente decidieron man-
tenerse al margen de todo el circo que siempre significa la
publicación y el relacionamiento con los círculos “letrados”
locales. Las disculpas con ellos quedan hechas.
28
N OTA S
29
cultura. Uno de sus objetos de estudio favoritos fueron los
medios de comunicación (en Bolivia un ejemplo de eso fue el
trabajo académico de Erick Torrico) y además fue el sustento
sobre el que se construyó una extensa red institucional coor-
dinada por las oenegés que suministraban la mayor parte de
los recursos destinados a la investigación y las artes.
30
[5] Cabe repetir que el rótulo de “generación de los noven-
ta” es muy debatible y tiene, para este artículo, solo una fi-
nalidad práctica. Es decir, frente al grupo nombrado en este
artículo se puede contrastar, como ya dijimos, a autores
como Ortiz u otros grupos de escritores que actuaron en esa
década y que se mantuvieron, en cierta medida, al margen
de los procesos acá descritos. Entre esos autores podemos
mencionar también a Marcos Sainz, Jorge Patiño o Alexis Ca-
macho. Agradezco a Nayra Corzón por las precisiones hechas
respecto a estos autores.
[7] Idem.
31
mencionar la corta reseña de Marcelo Villena de Lumbre de
ciervos de Emma Villazón, publicado en la revista La Maripo-
sa Mundial, número 21. De hecho, Emma, quien estaba cur-
sando estudios de doctorado en Chile antes de su temprano
fallecimiento, elaboró un diagnóstico de la poesía boliviana
en el cual alude a algunos de los autores de los dos mil men-
cionados en estos apuntes. Cp. VILLAZON, Emma (Agosto de
2015). “La poesía de ayer y hoy en Bolivia”. Procedente de ht-
tps://hayvidaenmarte.wordpress.com/2015/08/11/la-poesia-
de-ayer-y-hoy-en-bolivia/
32
y que por ende no se podría decir que la generación actual
este más o menos interesada en eso que las generaciones an-
teriores. Sin embargo, se puede constatar que la desconexión
de los escritores nacionales respecto a las corrientes poéticas
continentales es proverbial. Por ejemplo, si revisamos la anto-
logía de poesía neobarroca Medusario, una de las más impor-
tantes antologías de poesía latinoamericana de las últimas
décadas, nos encontramos con el hecho, ya casi asumido, de
que no hay representantes de Bolivia. Si bien los autores que
integran esa antología pertenecen a las generaciones de los
sesenta-ochenta, su proyecto poético no tuvo prácticamente
ninguna resonancia ni siquiera en los noventa en nuestro país
(con la excepción, tal vez, de Mendizábal). Eso es importante
porque los autores surgidos en los noventa en otros países
construyeron su proyecto poético en diálogo crítico con esas
y otras corrientes continentales, lo que obviamente no ocu-
rrió en Bolivia, aunque en lo personal algunos escritores na-
cionales desarrollaran relaciones amistosas con importantes
autores de países vecinos. En cambio, a partir de los dos mil,
como señalé, Bolivia se acopló rápidamente a proyectos como
las editoriales cartoneras y en el ámbito poético, por ejemplo,
varios autores nacionales como Freudenthal o Filipovich co-
menzaron a dialogar con la obra de autores de países vecinos
y viceversa. Este hecho explica que por ejemplo hace algunos
años Género Aburrido publicara plaquetas de importantes
autores jóvenes del continente como el mexicano Yaxkin Mel-
chy o el ecuatoriano Víctor Vimos.
33
la división entre estas dos fases. Por un lado, varios jóvenes,
involucrados de una u otra forma con el activismo cultural
urbano, participaron de la marcha indígena en defensa del
Territorio Indígena Protegido del TIPNIS y fueron reprimi-
dos junto a los indígenas de tierras bajas por el gobierno del
MAS; por el otro lado, se acusó a algunos de estar involucra-
dos en atentados violentos efectuados contra propiedades
de la banca privada por razones políticas en La Paz, por lo que
se encarceló a unos y se allanaron varias casas en búsqueda
de material subversivo. Estos hechos tuvieron como efecto
inmediato un “entibiamiento” político de la actividad cultu-
ral joven paceña.
34
ASUNTO DEL NOMBRE
¿POÉTICAS ACTUALES,
POÉTICAS JUVENILES O
POÉTICAS CONTEMPORÁNEAS?
37
joven’ que pudieran ellos estar encarnando, y en lo que nada
habría de afirmación? Parecen chapotear en un universo
de ideas confusas: lo lumpen, las alcantarillezco, la miseria
institucional, la nostalgia de vanguardia, lo callejero, el hi-
perrealismo sudaca, el inframundo, el descampado, la épica,
el desencanto, la neo-espiritualidad, lo outsider, la escritura
ante la adversidad…
¿No es indicio suficiente de que están ellos enfren-
tados ante un vacío? ¿Acaso, el de la figura de un delante?
Es una juventud que se siente legítimamente relegada y
frustrada. Los “desheredados del mundo”, como si aún hu-
biese mundo.
En un fragmento de la obra del poeta Juan Luis
Martínez (NOTA 5. “OBSERVACIONES SOBRE EL LENGUAJE
DE LOS PÁJAROS Véase: LA LITERATURA”), p. 126), se enun-
cia lo siguiente:
38
Las preguntas que me dan a pensar, en este ensayo, son:
INCIDENTE MOTIVADOR
39
“muestra poética” –como la definen sus autores−, que sin
embargo no puede evitar ser considerada una nueva anto-
logía que viene a dar cuenta (y de tal modo se ha esperado)
de cierta novedad, quizá no propiamente en las escrituras
mismas, pero sí en la inscripción de éstas en los espacios de
legitimación formal.
Al tomar (sea por convención o por despropósito) el
término “antología”, no se puede obviar la definición que
le subyace.
40
bajo una legitimidad jurídica todavía colonial, proyectada
por los intereses económicos del propio Imperio Español,
que los independistas –creyéndose americanos y rebeldes−
no habrían tenido la perspectiva suficiente de considerar, y
del que hoy, con un sentido de justicia renovado, podemos
cuestionar y de lo que también podemos renegar –como si
hubiese sido un paso en falso− en todos los posibles registros
de intención.
Se presume en los poetas compilados la pertenencia
a una indicación identitaria común (¿será resonante esta se-
ñal entre todos a quienes les atañe?), pero temo que, en esta
ocasión, sea tal vez más producida que encontrada (dado el
apenas sugerido señalamiento a ciertas instancias delibera-
das de promoción y conectividad, que habrían llevado a cabo
“un trabajo realizado durante los últimos años”, sobre todo
establecido con la zona andina-oceánica, que compete al
norte chilena, Perú, Ecuador y algo más; no, en cambio, hacia
el trópico ni hacia los llanos del antiguo virreinato compar-
tido con parte de la actual Argentina), lo que la deja en el
debido entredicho.
Si localía (por localidad) y arraigo son, en este minuto,
los dos principios discursivos que rigen sobre la definición
de, ya no digamos una nacionalidad, pero sí una parenta-
lidad entre sí, me pregunto: ¿cuáles antojadizos nichos co-
munes estaríamos suponiendo? ¿O suponemos, más bien, la
pertenencia a una cierta circulación, que se apropiaría del
sustrato territorial en la misma medida que lo pondría en
radical sospecha? En cualquier caso, me parece que lo entre-
dicho en las intenciones de esta antología es lo que posibilita
la apertura del diálogo, lo que manifiesta expresamente per-
mitir en las anotaciones de su “Epílogo” y constituye una de
sus inmensas virtudes.
Aquélla resultó el fruto de una elaboración ejecu-
tada por dos agentes culturales unidos por una peculiari-
dad: uno es un chileno residente en Cochabamba —gran
animador, gestor y a su vez divulgador, según entiendo—
y otra es una editora y connotada gestora cultural, tam-
bién chilena, residente en la ciudad de Valparaíso. No en
vano, ambos poetas.
41
Por su parte, resulta que yo mismo, también soy par-
te, digamos, de tal nacionalidad y, acaso, también poeta.
¿Qué hago escribiendo aquí respecto de una formación cul-
tural (las poéticas juveniles de Bolivia) respecto a la cual soy,
no diría un extraño, pero sí un participante oblicuo? Resido
en esta capital desde hace cinco años; sin embargo, a cada
momento me sumerjo en una mayor y más radical incom-
prensión de los códigos que, sin estar escritos, trasuntan y
gobiernan no sólo la relacionalidad sino también los valores
que hay detrás, como un fantasma, de la forma en que los
comportamientos se traducen en modos de concebir el mun-
do, sea esto en el aparataje de la participación ciudadana en
la dimensión pública, o sea en lo que socialmente se le pide
al trabajo autoral, crítico e intelectual.
Aunque también, son códigos que trasuntan el espec-
tro o umbral idiosincrático por el que finalmente las obras
(tangibles e intangibles) ingresan a la circulación y, allí, son
o no autorizadas, y luego son o no incorporadas a la com-
prensión de lo común. Algo que me atañe. Algo que atañe
a cualquier creador. Y algo que atañe al interés universal en
torno a la pregunta sobre la producción literaria y artística
en sí misma.
42
mos por tanto ir a un país para constatar en él lo que
enseñan los lugares comunes [sino para encontrar]
aquello que parasita al interior de una relación di-
recta entre el espectáculo de un lugar y uno mismo.
(Onfray 2016, los destacados son míos)
43
decisión de des-lugarizar mi supuesta orientación identi-
taria (como en el caso del exilio, sea voluntario o impuesto)
sino, por el contrario, por ya haber llegado y luego no haber
podido impedir resistir, en estos años, esta nueva envoltura
progresiva que producen las invisibles hebras entre sí y que
han elaborado una nueva piel para mis actos, así resitua-
dos. De este modo, he terminado por reconocer un enamo-
ramiento no deliberado, del que estoy intentando hacerme
cargo e intentando cuidar.
Aunque mantengo aquello que dice el referido autor:
“uno no puede separarse de su ser”, el que estaría condicio-
nado, y en cierto modo atrapado, por un lugar de nacimiento
(una tierra natal, un paisaje), una lengua materna (a veces,
un tono, un acento, una inflexión distinta) y unos “pliegues
primitivos de la infancia” (concepciones nativas y experien-
cias de confirmación o rompimiento respecto de ellas); por lo
que habré de estar condenado a cultivar este singular ena-
moramiento a partir de un descalce inevitable. En estos mo-
mentos, he llegado a sospechar que mi verdadera ‘patria’ es
la propia frontera (la conocida u otra cualquiera), que alguna
vez crucé y donde, tal vez, me quedé para siempre.
De lo recién apuntado, me queda por reconocer el
inevitable doble juego desde donde pienso y produzco: no
puedo abandonar una mirada crítica formada en mí bajo la
determinación de espacios y tiempos remotos, pero tampo-
co puedo abandonar el deseo imperativo de abrazarme con
aquello otro, que late en lo que, para mí, es su propia con-
tradicción y que me inspira, por tanto, admiración, ternura
y exasperación simultáneas. Tal vez, como la experiencia
misma de emparejamiento con el cuerpo y la subjetividad
del otro, en el trayecto de una vida, pero al cual se desco-
noce radicalmente. Y no podría ser tampoco de otro modo,
para que estar en su compañía resulte algo estremecedor y
para que (en la mejor acepción de esta expresión) ese algo
valga la pena.
Entonces, confirmo palabra por palabra lo que este
autor anota, respecto a que “uno no puede prescindir de su
temperamento, ni evitar su propio carácter”. Y es lo que hago
cotidianamente (no sin costos… se supondrá).
44
¿ANTOLOGAR LA ÉPOCA?
45
anterior, donde este grupo generacional aún no había sido
cabalmente considerado.
La anterior última antología de joven poesía nacional,
titulada Cambio Climático1 (nótese el desliz de asociación
con las variaciones de temperatura, que, si bien pueden ser
objetivas —y, por tanto, medibles por un observador cual-
quiera—, son prácticamente imperceptibles fuera de la cor-
poralidad que las padece), data del año 2009 (vale decir, ya
con una vejez de siete años). Todo ello indica esa intención
de descolocar la mirada preliminar, elaborada respecto de un
momento de otra diveersa actualidad, hoy pretendidamen-
te extinta. Respecto de antologías anteriores y de la posible
ruta genealógica (ideológica, quizá) de las mismas, entiendo
que Giovanni Bello (poeta y crítico, coetáneo de esta movida
y de esta escena) lo despliega en el ensayo adjunto.
Cabe entonces preguntar: ¿se tratará de leer esa ac-
tualidad característica al interior de los tiempos presentes,
su espíritu de época? ¿O de leer una sensibilidad y/o un ima-
ginario común que quizá las atraviesa? ¿Leer una renova-
ción poblacional o leer la renovación del anunciamiento que
ésta portaría? ¿O se tratará, más bien, de erigir en un relieve
posible de figurar, la emergencia que, apoyándose en dicho
fondo (el ruido actual), constituye las siempre peculiares in-
dicaciones de camino encarnadas en algunas de estas obras?
Al decir obras, uno considera que, por ser obras, dicen lo que
dicen, pero no desde de su actualidad, sino a pesar de ella?
Vale decir, ¿no será que ciertos poetas ponen en pala-
bra algo que estaría más allá de los tiempos en los que dicen
desear inscribirse? Respecto de los que aquí comentamos,
diría que actúan en el lenguaje pero poniéndose al costado
del mismo, vale decir, fuera de su mero carácter de utensilio
y fuera de la procura de un intercambio comunicativo, que el
sentido común exige.
46
Un poema es, ante todo, una disfuncionalidad que
produce. Entonces, en dicha actuación, ¿puede concebirse
(y registrarse) que ellos estarían introduciendo tiempo en el
tiempo, o sólo estarían confirmando su tiempo social inme-
diato, repitiendo la fugacidad que a éste (como algo objetivo,
vale decir, concertadamente naturalizado) se le atribuye?
47
Es una convención local llamar a un libro bajo el término de
poemario, en lugar de obra de poesía, lo que a mí, en parti-
cular, me resulta bastante decidor. Este vocabulario implí-
citamente no entiende ni concibe otra cosa, en ello, que una
colección recopilatoria (una reunión circunstancial o incluso
forzada) de poemas, con el objetivo de su más eficiente pu-
blicación, y no necesariamente una concepción de obra que
sostuviese un desarrollo de largo aliento, o una secuencia o
constelación coherente de momentos escriturales (pudiendo
ser éstos poemas, también), bajo una idea de proyecto sos-
tenido. Por su parte, no deja de llamar mi atención (y, en al-
gunos casos, mi alarma) el hecho de que se suele usar como
firma de autor el “nombre completo” de la persona civil que
lo respalda, y se configura por tanto por sus dos apellidos,
indicios de las raíces paterna y materna del caso; como si la
autorización familiar (y comunitaria) fuese una condición
de la productividad misma.
En términos contextuales, la producción editorial es
pequeña, el público interesado en hacer producir esa lectura
(bajo los términos indicados por Barthes)3 es una verdadera
interrogante y la recepción de parte de los auditores, en los
casos de lectura presencial, no parece verse especialmente
perturbada, en el mejor sentido del término (vale decir, en
términos de lo deseado).
JUVENTUD.
APREMIO ANTE LA RÁPIDA OBSOLESCENCIA
48
vivir bajo una intensidad anhelada, un cierto paroxismo, que
la vida ordinaria mantuviera a raya y que el aparataje cul-
tural (especialmente urbano y especialmente institucional)
neutralizara casi con un cierto cinismo? De ser así, lo poético
sería directamente equivalente a dicha urgencia. Consistiría
en la imperiosa conquista de una concepción donde la reali-
dad no sería aquello que pasivamente está allí delante (algo
objetual y des-animado), sino, por el contrario, un ser vivo (y
turbulento) que nos urge, y así, por su intermediación, poder
alcanzar los bordes mismos de la experiencia domesticada.
Sin embargo, aquella urgencia cobraría un carácter
necesariamente contestatario y anti-sistémico, pues, tal
vez —como escuché decir una de esas noches de lectura—,
al supuesto ser del poeta le estaría permitido prácticamen-
te todo. Tamaña afirmación equivale a decir que no tiene
obligación con nada (ni con códigos, ni con convenciones, ni
con conductas razonables, ni con trabajo de reflexividad, ni
con discreción alguna), puesto que, dada aquella condición
privilegiada, él estaría intrínsecamente fuera del alcance de
nuestras demandas sociales y por encima de toda sujeción.
Incluso, por su envés, tendría más bien en sí la obligación de
impugnarlo todo, en nombre suyo y de los demás, debido a
su graciosa posición en el mundo…
Este particular ser de gracia estaría definido, a la vez,
por un carácter irónico, propio de la contemporaneidad (el
que hoy, señalaríamos con el término norteamericano de lo
funny, vale decir, malentendiendo toda la fuerza y gravedad
del concepto de ironía). Pero, también, tal ser de gracia esta-
ría legítimamente sustentado por el carácter de lo gratuito
(lo que, con mucho mayor fuerza, sería imperativo pensarlo
en una sociedad que niega toda posibilidad de profesiona-
lizar las tareas creadoras; o sea, de negar las condiciones de
poder vivir del realizarlas).
De la asimilación entre la gracia, lo funny y estas ex-
cepcionalidades, ni vale la pena pronunciarse. Pero no es me-
nor el hecho de que, en muchos casos, algunos sintomática-
mente lo erigen como licencia para eximirse respecto a los
imperativos del trabajo y, conjuntamente, de modo contradic-
torio, reclaman para sí el reconocimiento de unos presuntos
49
méritos que deberían ser compensados… (por el trabajo de
otros, se entenderá). Méritos que, en verdad, nunca han poseí-
do en los límites de su propia persona, pues ninguno puede
decir honestamente que su producción (el hallazgo y la con-
quista de su obra) haya sido una total consecuencia concate-
nada de sus meritorios esfuerzos.
Otra de las características peculiares de la cultura bo-
liviana es la patente falta de teorización4, ausente en gran
parte de la producción de las artes y las humanidades. Por
supuesto, en lo que a la producción de poesía compete, esto
constituye un terrible sino para la consideración de la lite-
ratura, y de los conceptos de escritura y de textualidad, así
como de tradiciones críticas que liguen de un modo coheren-
te la tradición con la innovación (si es que cupiera aquí esta
indeseable dicotomía de términos).
La poesía, de un modo particular, no ha sido un pro-
blema real del cual preguntarse y menos ocuparse, fuera de
las valiosas tramas que el ejercicio crítico (muchas veces ma-
gistral, tanto ayer como hoy) desliza al ocuparse de obras y
autores nacionales determinados. De ello resulta que haya
una noción colectivamente incuestionada respecto de qué
sea efectivamente el trabajo de un poeta. A éste se le consi-
dera libre de toda reflexividad y de toda exigencia —exigen-
cia de poesía, y no exigencia de poeta—, siendo que por exi-
gencias no habría de entender nada venido necesariamente
desde el exterior (pues no es de orden moral), sino brotando
desde el interior de su propio proceso creador (siendo, por
tanto, de orden ético). 5
La pregunta ahora es: ¿cuántos de estos mismos poe-
tas colaboran a transformar esta situación, que no permite
50
a sus obras respirar en un espacio de comprensión lectora
apropiado, y cuántos de los mismos, por su parte, son cóm-
plices, por actitud o por discurso, de la reproducción e incluso
confirmación de aquella asfixia de la obra en su propia sepul-
tura (por más que sea una sepultura editorial distinguida)?
Pudiera parecer algo menor, pero a la hora en que, en-
tre un determinado público; o unos determinados agentes
editoriales, críticos y académicos; o entre los mismos crea-
dores, se celebra o se impugna precisamente lo que la obra
habría dicho o habría querido decir, habría allí el asomo de
algo grave. Por esta vía de lectura, celebrada socialmente, se
le pide, por tanto, al carácter de obra constituirse en una dis-
cursividad que pudiese ser aprovechada (¿se comprende el
problema?) por la permanente industria de contenidos retó-
ricos que el vivir público requiere —y para lo cual daría exac-
tamente lo mismo que lo encontrado allí hubiese provenido
de una voluntad de relato, de discurso, de epistolaridad o de
crónica—, aunque lo real es que el obrar poético sólo puede
surgir de un velar muy propio de una singularidad en cri-
sis de vaciamiento (la de “un yo sin mí”, o la de “una subje-
tividad sin sujeto” blanchotianos), cuando esta singularidad
es desbordada por la incierta materialidad de la obra, que
es algo ciertamente inadministrable (tanto para sí mismo
como para el grupo).
¿Son aquéllas, entonces, poéticas de escritura, o son
vidas que por la escritura reclaman una poética?
¿ÉTICA ANDINA?
51
permanencia, que es, por definición, un diferimiento soste-
nido y sin fin.
Lo diferido por la propia escritura sería, precisamen-
te, dicho encuentro presencial inmediato entre las concien-
cias y, por ende, conduciría a su tergiversación, pues incurre
en una falta ontológica: desplazar los contenidos de la con-
ciencia hacia una posibilidad (y cierta necesidad) de ser in-
tersectada e intersectarse con otras conciencias físicamente
distantes y/o no-contemporáneas.
Se condena así a la escritura por principios fundamen-
tales (¿o por fundamentalismo?), como si le faltara lo esencial
(mejor, como si entrara en falta con respecto de lo esencial),
que sería la palabra hablada por los labios del otro. De este
modo, la lectura a viva voz (tómese en cuenta ese anhelo ma-
nifiesto ya en el movimiento Dadá, en el posterior happening
y en otras inquietudes equivalentes resurgentes en las artes
contemporáneas) equivaldría a expurgar una falta que no de-
bió haberse cometido y casi de hacer volver a la vida (recitar)
lo que estuvo indebidamente cuasi-muerto (escrito).
¿No recuerdan, ustedes, haber escuchado este juicio
anteriormente? ¿No les remite a la prédica de Platón y la
infamante historia, descrita en el Fedro, del diálogo entre el
dios Theuth y el rey Thamus, acontecida en una mítica esce-
na del viejo Egipto, donde se condena (y quedó condenada al
menos por un par de largos milenios y medio), para nosotros,
a la escritura misma? ¿No es volver, una vez más, a la idea de
que la letra es mancha, sombra, copia, simulacro, ilusión y
engaño? ¿No es la restitución del anhelo de que el espíritu (y
la conciencia y el pensamiento) sólo habitan pasajeramente
en este mundo, pero cuya verdadera patria (o morada) esta-
ría fuera de los límites de su contingencia, donde sí habría
comunicación verdadera, por no requerir de mediación algu-
na? Evangelio puro.
¿Cómo es que, sin embargo, sin ningún problema
dejamos exento de ello al cine, como si no fuera también
una mediación del lenguaje? ¿No será que todos deseamos
ocultamente dejarnos seducir por la alucinación de que éste
comporta el reconocimiento de la apariencia de las cosas,
la identificación con la apariencia de los entes (su parecido,
52
cuyo reconocimiento place), y la aceptación reconfortante de
la apariencia del mundo del que somos parte? Tema aparte.
¿Estamos seguros de que es algo aparte?
LEALTAD CON-GENERACIONAL
53
generaciones que están en condición de ingreso, pues de tal
modo es que siempre han acometido (y todos lo hemos he-
cho) su propio acceso a la participación en la elaboración de
la significatividad común, que es construida en la disputa
entre muchos actores al interior de un campo diferenciado
de relaciones en conflictividad.6 La cultura misma (lo sa-
bemos desde Huizinga)7 se basa en la competencia, la que,
aunque que se le comprende usualmente sólo bajo las pre-
misas simplificadoras de la satanizada lucha económica, es
una condición de posibilidad para la misma, en tanto el ope-
rar de unos es el estímulo activador del operar de otros. Por
ejemplo, en el obrar artístico, lo significativo ha de levantarse
necesariamente sobre lo no-significativo (dejándolo en cier-
to modo atrás, velado) para poder cobrar su plena (aunque
nunca autónoma) significatividad; aunque, desde otro punto
de vista, nada (ningún comportamiento, ni conducta ni ac-
ción) pueda ser insignificante, ni desde el lugar propio y en-
carnado de cada uno de los sujetos, ni desde el lugar compar-
tido en donde cobra sentido una señal significante, porque
allí (entre las paredes de la suma de todos nuestros oídos) la
primera resuena.
54
obras de Wiethüchter)8 o, en cierto modo, de comprome-
terse en y con la temporalidad compartida que ha permi-
tido tal reunión.
No sólo la escena, sino la cultura en su conjunto, es
un edificio que construimos entre todos, en el vacío y sin
plan maestro. Crece en medio de la disputa por las distintas
indicaciones que precisan un ‘desde dónde’ y un ‘hacia dón-
de’ éste debería crecer. Nadie sabe con qué colinda. El único
consenso es saber que debe seguir construyéndose, ya que
en él habremos de habitar y tendremos que caber. En dicho
proceso, todos somos necesarios. Todas las actuaciones, pro-
puestas y producciones.
Nadie, por sus obras, es deshonesto por naturale-
za; nadie hace lo incorrecto respecto de sus propias reglas;
nadie está en falta respecto de lo que cree. Pero ello no
suprime la necesidad de establecer una retícula para la
lectura y comprensión de lo que se asoma entre las dis-
tintas voces y las distintas señales, queden unos visibili-
zados y otros difuminados en el rumor epocal de fondo.
Eso implica enrostrarles, muchas veces aflictivamente,
una exigencia (“la exigencia de la obra”, la llama Blanchot,
anteriormente referido), para la asunción de la verdadera
tarea de la poesía, más allá de un lugar de egreso de cierta
presión interna y demasiado personal para constituir un
deslizamiento del sentido con validez suficiente para la
constitución de lo común.
LA ESPECIFICIDAD DE MI ENTRADA
8 Wiethütcher (1975)
55
momento vital de plenitud, pero efímero, antes de la caída,
antes de la decadencia. Mas, ¿cuándo comienza y cuando aca-
ba ésta? ¿No vemos allí la construcción histórica que es?9 Es
imperioso reparar que, en otros momentos históricos anterio-
res (y quizá actualmente en otros contextos culturales para-
lelos al nuestro), se pasaba abruptamente de la pubertad al
trabajo, la reproducción y la asunción de responsabilidades
correspondientes a estos roles, tanto a nivel familiar como co-
munitario, cosa que tal vez ahora nos podría parecer indesea-
ble (por considerarse castradores de un desarrollo personal y
profesional), o incluso repugnante (en el caso de la atribución
de sexualidad, bajo las nuevas declaratorias pro-feministas,
por ejemplo). Ese paso implicaba, eso sí, una determinada
marcación, que lo hiciera efectivo y lo hiciera visible.
¿No estará definida y determinada la juventud, en-
tonces, por la carencia que nuestra actual configuración cul-
tural padece de eso que antes se llamaba ritos de pasaje? Si
hoy éstos faltan, ¿no será porque no hay ningún lugar hacia
el cual efectivamente pasar, ningún lugar en que se nos es-
pere para la debida realización de un mundo?
¿O es que entendemos automáticamente la equi-
valencia entre juventud y los conceptos de ímpetu, vigor,
alerta, impaciencia, inconformidad, reactividad y cuestio-
namiento general, versus el propio debilitamiento y decre-
pitud de éstos en la posterior madurez? Al decir madurez,
¿lo hacemos igual que como lo podríamos decir de un fru-
to? No es raro que haya ciertas empresas históricas (o cier-
tos emprendimientos culturales) que sólo podemos imagi-
nar que fueron realizables bajo cierto condicionamiento de
juventud, aunque no sea ello algo estrictamente cierto o
algo consustancial.
Valga indicar ciertos datos olvidados. Baudelaire
publicó su obra más connotada y más polémica, la que se-
ría censurada por “ultraje a la moral pública”, a los 36 años;
aunque, según él mismo, su ‘obra mayor’ (en prosa) vendría
56
a continuación de dichos sucesos legales y constituyen sus
anotaciones más decisivas. Rimbaud, que comenzó su ‘salva-
je carrera literaria’ a los 16, la abandonó a los 19 años, mar-
chándose luego a Indonesia, Chipre, Yemen y finalmente
Etiopía, desde donde tuvo que dejar su vida de mercader y
volver enfermo a su país natal, para morir en casa a los 37
años. Mallarmé publicó su obra más gravitante —la fundan-
te de la noción contemporánea de texto— a los 54 años. La
“movida” parisina real de aquellos tiempos, sin embargo, la
que giraba alrededor del llamado “Parnaso Contemporáneo”
(de la que ninguno de los mencionados participó), hoy está
casi íntegramente olvidada por intrascendente. ¿Qué hubie-
sen dicho los poetas parnasianos respecto de su propia esce-
na y cómo la habrían defendido?
57
claro” de la conciencia, y que le permite expandirse en fun-
ción del deseo espaciador que la constituye. Si hubiese sido
lo primero, sería preciso indicarse cada uno a sí mismo, e in-
dicarle a los demás, lo que las cosas deberían ser, y no son; y
esto equivaldría a la necesidad de corregirlas. Pero, como se
trata de lo segundo, lo posible de indicar no sería más que
lo que las cosas pueden llegar a ser, y son invitadas a serlo.
Este paso hacia fuera del deber y en pos del poder (y del sen-
tido erótico de la realidad), para mí, significa, por todos los
medios, desbaratar los hilos que llevan a mitificar (o a “com-
prarse”, como suele decirse) la confrontación, como lugar de
construcción de la propia identidad.
58
flexibilidad, manifiesta en términos eventuales, que permite
a un sujeto jugar con el establecimiento de su lugar y de su
papel en el mundo. Esto último representa la posibilidad de
ingreso de la oportunidad, siempre imprevisible, en el curso
ordinario de la vida, confundida entre los cotidianos episo-
dios que trastornan, apenas perceptiblemente, el ordena-
miento de lo real.
Veo con espanto que gran parte del discurso —en este
caso, de lo poético y en torno a lo poético—, juvenilmente
posicionado, se apoya y descansa en los gestos acusatorios
que exhibe respecto de una pesada y represiva carga való-
rica, emanada de la cultura en su conjunto y representativa
de las decrepitud del mundo. Y no es que ello no sea cierto.
Pero pareciera ingenuamente imputar que dicha carga való-
rica sería el resultado residual de una suerte de concertación,
hipócrita y acomodaticia, entre una multitud de adultos que
habrían renunciado (o abjurado) de sus propios principios
anteriormente sostenidos.
Pesada carga, que sienten emanar de las entrañas
de esa tupida maraña de discursos, instituciones, roles, po-
siciones de autoridad, órdenes, sanciones y vigilancia que,
siguiendo esa misma lógica, sería tejida intencionalmente
en favor de una domesticación de lo salvaje, a lo que la ju-
ventud cree que tendría un acceso “natural”. Por supuesto,
aquel tejido sería un tejido intrínsecamente malevo, pues
sería responsable del cegamiento y domesticación de la hi-
potética mirada verdadera, y responsable, a su vez, de todas
las consecuencias ilegítimas del sistema, a saber: los abusos,
la opresión, la represión y la distorsión, ya sea de las partes o
del todo de la realidad. ¿Será sostenible este subtexto presen-
te en muchos de estos textos?
Sin embargo, fabular con dicha concertación no
pasa de ser, también, un mito fundacional inevitable para
el discurso juvenil. Lo único patente, por ahora, es que la
propia producción poética que se dice apasionada por el
margen y la fluidez, está totalmente traspasada, e incluso
estructurada, por este mismo tufo, que tiñe de elocuencia
a la atmósfera de sus pretendidamente equívocos enun-
ciados. Al verlos en sí mismos, éstos constituyen una red
59
de juicios e indicaciones tan morales como moralizantes.
Con ellos, establecen una suerte de legalidad severa (¿aca-
so ya no antes escrita reiteradamente?) con que se descri-
be, se examina y se mide exhaustivamente el panorama
del mundo, en busca de su falta de sentido o de su contra-
sentido, o tal vez de su despropósito. Jamás dudan de la
idealidad que los fundamenta, ni menos del consiguiente
carácter impositivo con que, literalmente, buscan morder
en derredor.
No se trata, pues, propiamente de una a-moral, sino
en rigor de una para-moral (y muy moral), que exuda un ex-
ceso de candoroso humanismo, vale decir, de exigirle a quien
le escuche la corrección de las cosas, puesto que ésta debería
ocurrir, ya que dichas cosas (en su debida posición) giran al-
rededor nuestro y girarían sólo por nosotros...
60
CONTRA LA VETUSTEZ
61
Valga aclarar que ninguna de estas cargas se ejerce de
un modo absoluto, ni existe individualmente ni constituye
por sí sola un lugar tipificable en su posible encarnación. La
lectura de ambas (y entre ambas) se vuelve, por tanto, infi-
nitamente más compleja. De muestra un botón: a pesar de
la indicación del sentido común, el conservadurismo no es
sinónimo de vida burguesa, ni menos de una entidad lla-
mada burguesía —si por cultura burguesa entendemos una
represión y una renuncia a la gratificación, de acuerdo a la
definición de Bell (1973).
¿No será, bajo esa luz, posible (y necesario) re-leer lo
juvenil mismo, en las distintas formas en que esto se pro-
nuncia, en los enunciados emitidos y en las relaciones pro-
puestas por el ideario juvenil? Muchas sorpresas podría de-
parar este ejercicio.
“ESCRIBIR, DESVARIAR,
TRANSGREDIR, PERFORMAR”10
62
auténtico impasse? Entendido así, se comprende el infinito
deseo de impugnar o denigrar la composición del mundo allí
acusado. Pues, al parecer, tal impasse no tendría otro hori-
zonte de resolución que encarnar y repetir mañana aquello
a lo que se acusa hoy (como si se adivinase ya el autocumpli-
miento de una profecía indeseada).
63
Esto pasó y seguirá pasando infinitamente. El punto es, ¿se
trata de la historia de unos pretendidos compañeros que han
traicionado a la autenticidad de este personaje, al acomodar-
se?, ¿o es la historia de quien ha creído en algo, hasta volver-
lo un absoluto, y se los ha exigido a sus con-generacionales
como una investidura fundamental o una ley, más allá de los
rangos de tolerancia que implica la diversa construcción de
caminos en la vida?
DOLOROSA PERDURABILIDAD
EN UN MUNDO DESASTROSO
64
en juego —que supone la posicionalidad de los demás, que
son potencialmente también jugadores en este juego mayor.
ÁNIMOS DE INFORMALISMO,
CONTRACULTURA Y PARRICIDIO
AUTOGESTIÓN Y CONCEPTOS
DE CRÍTICA POLÍTICO CULTURAL
65
¿NO HAY ANTECESIÓN VÁLIDA?
66
toda posible orientación para un sentido de responsabilidad
con lo venidero.
Sin embargo, parece que se tratará, cada vez, de tomar
la referencia que sirva de antecedente para sustentar las ac-
titudes propuestas; sea del grupo Beat, o del movimiento
Punk, o del Grunge, o del Indie, poco importa. Hoy por hoy, de
un modo transversal y transfronterizo, quien se erige como
la figura icónica que aúna la diversidad y complejidad de
sentimientos es la figura de Charles Bukowski (1920). Uno de
sus ensayos se titula, no en vano, “En defensa de cierta clase
de vida…”, y en éste comienza indicando perspicazmente “el
simulacro” que implica la ejemplaridad de quienes juegan
el papel de “modelos”. Él, por ciertos deslices irónicos, se ha
vuelto con el transcurrir del tiempo uno de estos modelos de
vida ejemplar.
67
ya en ninguno, por ejemplo, de los situacionistas, o de Fou-
cault o de Guattari; sí, en otro, de Hadot y Epicteto; o de Dió-
genes El Perro, en un tercero; lo mismo vale. Aunque lo único
que distingue tales preferencias genealógicas es el mayor o
menor trabajo que cada uno de esos nombres supone en la
definición de un sí mismo y en la conquista de la autonomía
propia, pues ninguno de ambos procesos exenta, en modo al-
guno, a los sujetos de un trabajo personal, y del que ninguna
agenda colectiva puede relevarlo.
AL MARGEN DE QUÉ
68
Esta suerte de paquete discursivo que atraviesa y en-
vuelve a mucha de la escritura contemporánea estaría jalada
internamente por la intención de poner en conflicto a: “las
cosas grandes”, “el gran docente y sabelotodo”, la escuela, la
editorial, la clase social, la moral burguesa, la predicación del
cura, el discurso docto, la publicidad mercantil, el sistema
clasificatorio, etc. Se trata de una escritura rabiosa. Pero dice
ser de resistencia, que es otra cosa.
“Digo basta” −escribe uno, y al final agrega: “no
pido nada” (!). El enojo y el encono se vuelven un emble-
ma… Rabia y rencor operan como los móviles fundaciona-
les de un auténtico programa de destrucción y abolición,
compuesto por los dispositivos (siempre angustiosos, lo
sabemos, aunque siempre lo supusimos, después de los
escritos de la mexicana L. Hutcheon) del chiste y la bur-
la, en medio del clamor aflictivo, serpenteados por míni-
mos apuntes biográficos y una visión caleidoscópica (que
quisiera ser brutal) de lo banal. Se trata de un verdadero
ejercicio del recurso retórico (un chantaje emocional en la
construcción lógica), definido y descrito en el medioevo
como “captatius benevolentia”.
JUEGO Y VIDA
“Cambiar una cosa por otra es nuestra manera de
existir” —escribe Inti Villasante.
69
la conciencia y la asunción de un acto en torno, por ejemplo,
a las “palabras-desvíos” (de César Moro).
Desvío, deriva, distorsión, ruido, perturbación, giro, in-
versión, carnaval, máscara, mundo al revés (en estas tierras,
desde Guamán Poma de Ayala, en 1615). ¿Otra cosa es quien
finge y embauca? ¿Son el irónico, el pícaro, el irreverente y el
insolente, de igual modo, auténticos jugadores?
70
SER JOVEN ES SENTIR ENOJO
71
parte inestimable de la reorientación perpetua de la cultu-
ra humana y que la acompaña desde siempre (contrariando
a quienes defienden el buen tono o el tono afinado de una
pretendida paz social). Es, por el contrario, porque quisiera
destacar que algunas de estas poéticas sí logran asomarse y
cumplir con esta invocación a la peligrosidad consustancial
a la poesía. Y, si estuviera en mis manos, la alentaría (aunque
procuraría, de mi parte, estar siempre cerca, acompañando,
de quien la acomete).
Mi pregunta última es: ¿quién, entre ellos, despier-
ta esa anhelada “extranjeridad del lenguaje” (señalada
por Barthes, Foucault, Kristeva y otros), más allá de las pi-
ruetas que buscan despistar el encuentro, y a la vez, de dar
con el encuentro de lo real? Al menos yo, lo mínimo que
pido de la poesía es que proponga una salida al lugar co-
mún que es el lenguaje con que nos tenemos de ordinario
en el intercambio y a su carácter de azumagado encierro
en una reducida gama de tópicos y en su intolerable in-
genuidad, de falsas promesas (que nosotros mismos in-
cumplimos) y de cierto grado de des-potenciación subje-
tiva. Tal salida habría de aparecerse como una grieta, una
apertura, aún impensada, para lo desconocido dentro de lo
conocido, que efectivamente nos abra el juego —en medio
de todos los juegos.
PONERSE EN JUEGO
72
LO CÉLERE Y LA DEMORA
73
se cuentan sus obras mínimas, artefactos de poesía, sólo
aparentemente de poca significatividad o de una significa-
tividad aparentemente reducible al orden lúdico; pero, por
otro, se cuenta otro modo de trabajo, una obra de largo alien-
to (que aún no ha llegado a término, si es que alguna vez eso
sucediera), que le ha consumido hasta ahora al menos un par
de décadas de vigilia constante y fatiga y fervor, todo junto. Y
ninguno de estos registros es renunciable, ni niega o relativi-
za al otro. Me parece que allí habría algo de lo que aprender
respecto a la premura y a la figura que cobran por sí mismas
las tareas.
CUÁL MI TAREA
74
una necesaria inventividad en curso, una forma de deriva y
una vectorización para posibles fugas, por lo cual nunca sa-
bría, al inicio de un escrito como éste, si llegaré a coincidir
conmigo mismo al concluirlo. Puede que perdure el sujeto
que yo era anteriormente, o se pierda en su transcurso, aso-
mándose jubilosamente otro…
Digo: he tenido delante de mí, a lo largo de la es-
critura de este ensayo, la producción de los poetas Jessi-
ca Freudenthal (77), Mikio Obuchi (77), Felman Ruiz (89),
Catherine Mattos (92), Inti Villasante (94), Rocío Bedregal
(91), Paola Senseve (87), Jhonny Méndez (87), Montserrat
Fernández (84), Jhonny Méndez (87), Claudia Daza (77),
Óscar Soria (?), Giovanni Bello (88), Tristán Blanco (?), Ada
Zapata (76), Juan Pablo Vargas (?), Omar Alarcón (86), An-
drés Mariño (96), Alejandra Barbery (73), Christian Vera
(77), Rery Maldonado (76), Leonardo Nicodemo (82), Trilce
Chávez (94), Claudia Pardo (85), Rodny Montoya (81), Pa-
mela Romano (84), Alex Aillón (69), Camilo Barriga (91),
Albanella Chávez (85), Elvira Espejo (81), Rodolfo Ortiz (69),
Joan Villanueva (91), Ignacio Navarro (94), Adriana Lanza
(78), Odsmar Filipovich (86), Emma Villazón (83, † 2015),
Claudia Peña (70), Daniel Romero (94), Geraldine O’Brien
(?)… entre muchos otros, varios que no he leído o que no
he querido tener en esta consideración. Además, de la de
Rocío Ágreda (81), Edgar Solís (82), Lucía Rothe (94), Iris
Kiya Ticona (90), José Villanueva (92), Milenka Torrico (87)
y Anahí “Maya” Garvizú (92), que forman parte de los ‘an-
tologados’ en la muestra Ulupica.
Y al conjunto de ellos (en el afecto que les tengo y a
muchos mi admiración) les debo mis reflexiones, elaboradas
de cara a sus escrituras y, en ocasiones, con cuya conversa-
ción pude enhebrar una mirada panorámica acerca del hacer
poético en estas paradojales latitudes. Sin embargo, a tales
escrituras aún les subyace la siguiente pregunta:
¿Quiénes desearían ser considerados poetas jóvenes y
actuales, y quiénes, por el contrario, preferirían ser conside-
rados poetas contemporáneos, sea editados o inéditos, cuyo
trabajo se encuentra en pleno desarrollo? Este estar en desa-
rrollo significa, esencialmente, estar dirigido hacia ese ori-
75
gen que palpita dentro del propio trabajo creador, y no fuera.
Por principio, éste posee la característica de aparecer donde
menos se lo espera (incluso donde menos se le anticipa) y
bajo el modo menos previsto, y que —al modo del kairós—
no respeta necesariamente la línea secuencial (tradiciones
incluidas) de la cronología literaria, ni representa, por tanto,
desarrollo de esta misma en sentido alguno.
De mi parte, les agradezco haberme hecho este encar-
go a José y Lucía, concebido varios meses atrás.
76
B I B L I O G R AFÍA (E SO IN E L UDIB L E PAR A
EL TR A B A JO D E O T RO S VE N ID E ROS )
77
Onfray, Michel (2016).
Teoría del viaje. Poética de la geografía [2007]. Buenos
Aires: Taurus.
Platón (1969).
Obras completas. Madrid: Aguilar.
REVISTA TIQQUN,
Organ de lidision au sein du Parti Imaginaire, Comité Invisi-
ble, N° 2, 2008. “Nunca se es demasiado viejo para desertar”.
tiqqunim.blogspot.com/p/comite-invisible.html
78
Se terminó de imprimir
en talleres gráficos
GRAN ELEFANTE
en octubre
de 2017