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Tengo un mueble destinado a las cosas que me recuerdan algo.

No todos esos
momentos fueron de placer o de risa, algunos son un ayuda memoria para mi frágil
temperamento. A muchos amé para después odiar y luego me resulten
absolutamente indiferentes. Miento.

Así que, si cruzás la puerta que divide el exterior del interior, de los límites, de eso
que llamo mi casa, te espera el tour de objetos que tienen significado. Cada cual
tiene cronometrado un tiempo de relato. Por ejemplo, la lapicera con espejos y
brillos turquesas lleva 4 minutos y 38 segundos. Al lado, una calavera mexicana que
traje de Barcelona, esa toma 10 minutos y siempre causa gracia. El frasco de vidrio
de laboratorio es “random”, los visitantes se dividen en me interesa o eso no es más
que un pedazo de vidrio viejo e incompleto.

No voy a negar que las reacciones despiertan juicios. Entonces, si a los visitantes se
les dificulta ver el valor, sé que son personas prácticas, grises e incapaces. En
cambio, si su reacción es sobreactuada interpreto que buscan un bastón. Una vez,
uno de ellos, se tapó la cara y empezó a llorar, me dio asco ver los mocos
traslucidos caer sobre su rostro enrojecido y el cuerpo gelatinoso desplomarse
sobre el sillón. Los curiosos preguntan, quieren saltarse el orden previsto. Otros, se
encandilan con el resplandor de las monedas. Esas llevan 6 minutos. Hay de otros
tiempos, de reflejos dorados y metal plateado, con dibujos desconocidos o rostros
de gesto adusto. La foto con mi padre gasta 3 minutos y la exclamación -Esa bebé
sos vos, qué linda!- Todos sabemos que los bebés no son lindos ni lindas, son a
penas si un ser humano incompleto, baboso, pequeño y dependiente. Pero lo digo y
no lo pienso. El tapón para caños de gas, 13 minutos y 40 segundos y un montón de
malas palabras a un duende gasista y estafador. La miniatura de la torre Eiffel
cuenta 5 minutos y dos amigos nuevos. Las dos púas, a penas si 10 segundos y un
secreto. Todo esto dicho velozmente, casi ahogando las palabras entre cada objeto.

Cuando nos vamos acercando al final quedan los objetos indefinidos, algunos son
tan cercanos en el tiempo que son vulnerables a la permanencia del paseo. Los
libros y revistas suelen ser breves, son palabras con las que me relaciono y no con
el soporte que las sostiene. El dado y los naipes llevan 20 segundos, a penas si
enuncio la fortuna de cada encuentro. Es de tiempo indefinido, la pareja de barro
decapitada con un borde de pegamento que reniega de dicho corte, suele estar
tumbada, sus bordes son incapaces de sostenerla y el esfuerzo por empalmarla no
hizo más que desbalancear su peso. El recipiente con caramelos es mitad y mitad,
por un lado toma 4 minutos sobre su procedencia, esa que lo supo contenedor de
una planta excéntrica y anaeróbica, por otro lleva 2 minutos acerca de la insistente
costumbre de mi madre en regalarme caramelos.

El mueble sostiene todo con su rojo luminoso, sus bordes rectos y escondites con
llave que se abren con un clavo. El clavo es de 3 minutos y a veces una caída. Las
patas están torcidas, mi amigo Flavio intentó explicarme que sólo necesita un par de
martillazos. Dudo si los martillazos son para enderezarle los apoyos al mueble o él.
Pero me niego, me gusta su inclinación hacia adelante, es jugar a tentar el
derrumbe. SI todo se cae y se mezcla, esos objetos, mis objetos, van a cuestionar el
espacio tiempo de mi memoria.

13/04

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