liberalismo ante la adhesión casi absoluta de la población a las teorías de tinte progresista y keynesiano, por mas que dichas teorías no sólo adolecen de graves fisuras teóricas y morales sino que además se traducen indefectiblemente en los más categóricos de los fracasos cada vez que se las llevan a la práctica, un amigo liberal, inspirado en la mejor de las intenciones, me dice: -Mayo, qué podemos hacer?, somos cuatros gatos locos que nos aplaudimos entre nosotros, nuestras críticas hacia las medidas de gobierno son irrefutables, de igual modo que nadie puede rebatirnos ni media coma en las propuestas que damos para solucionar todos los problemas que aquejan el país, sin embargo ni en 10.000 años nos van a dar pelota, siempre gobernarán los peores y siempre se implementarán las medidas de gobierno equivocadas... Qué impotencia! Qué podemos hacer Mayo?! Decime algo por favor!!!
Antes que se ponga a llorar como si en
vez de un liberal fuera un mero psicobolche, le digo: -No te voy a responder yo, te voy a transcribir cuál fue la respuesta que dio Ayn Rand a la misma pregunta que me estás haciendo.
¿QUÉ PUEDE HACER UNO? *
Por Ayn Rand
"¿Qué puede hacer uno? Esta es una
pregunta que con frecuencia se hacen las personas a las que les preocupa el estado en que está el mundo actual y quisieran mejorarlo.
Por lo general, surge de tal modo que
indica la causa de su desesperanza: ¿qué puede hacer una persona?
Cuando estaba preparando este artículo,
recibí una carta de un lector que presentaba el problema (y el error) de una forma aún más elocuente: “¿Cómo puede un individuo difundir su filosofía en una escala lo suficientemente grande que produzca la inmensa cantidad de cambios que se necesitan en los diversos ámbitos de la vida de los norteamericanos para crear el tipo de país ideal que uno se imagina?”
Si formulamos la pregunta de esta
manera, la respuesta es simple: no se puede. Nadie puede cambiar un país solo. Por lo tanto, la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué la gente aborda el problema de esa manera?
Supongamos que usted fuera un médico
en medio de una epidemia. De ninguna manera podría decir: “¿Cómo puede un sólo médico atender a millones de pacientes y restablecer la salud de todo el país?” Sabría que, ya sea en forma particular o como parte de una campaña de salud organizada, usted tendría que tratar a la mayor cantidad de personas posible, de acuerdo con su capacidad y que no podría hacer nada más.
Es uno de los vestigios de filosofía
mística -especialmente, de la que separa el cuerpo de la mente- que las personas enfoquen los temas intelectuales de una forma diferente a la que utilizarían para abordar un problema de índole físico. No tratarían de detener una epidemia de la noche a la mañana, o de construir un rascacielos sin ayuda de nadie. No dudarían en reedificar su casa destruida por el hecho de que son incapaces de reconstruir la ciudad entera. Pero en el área de la conciencia del hombre, el área de las ideas, todavía tienden a estimar el conocimiento como irrelevante y esperan realizar, de alguna manera, milagros instantáneos, o bien se paralizan proyectando una meta imposible.
(El lector a quien cité estaba haciendo las
cosas bien, pero consideraba que requería una escala de acción más amplia. Muchos otros se limitan a formular la pregunta, pero no hacen nada).
Si a usted le interesa seriamente luchar
por un mundo mejor, empiece por identificar la naturaleza del problema. La batalla es ante todo intelectual (filosófica), no política. La política es la consecuencia final, la puesta en práctica de las ideas fundamentales (metafísicas, epistemológicas, éticas) que dominan la cultura de una nación dada. No se puede luchar o cambiar las consecuencias sin luchar y modificar las causas, ni se puede intentar algún desarrollo práctico sin saber lo que se quiere desarrollar.
En una batalla intelectual, no es preciso
convertir a todo el mundo. La historia fue hecha por las minorías, o, más precisamente, por movimientos intelectuales, los cuales son creados por minorías. ¿Quién pertenece a estas minorías? Alguien que es capaz y desea preocuparse activamente por los temas intelectuales. Aquí lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad (la calidad y la consistencia, de las ideas que uno apoya).
Un movimiento intelectual no comienza
con la acción organizada. ¿A quién se organizaría? Una batalla filosófica es una batalla por las mentes de los hombres, no un intento de reclutar prosélitos a ciegas. Las ideas solo pueden ser difundidas por los hombres que las comprendan. Un movimiento organizado debe estar precedido por una campaña educativa, la cual requiere maestros entrenados, auto- entrenados (auto-entrenados en el sentido de que un filósofo puede ofrecerles el material del conocimiento, pero es su propia mente la que tiene que absorberlo). Tal entrenamiento es el primer requisito para ser médico durante una epidemia ideológica y la precondición para cualquier intento de “cambiar el mundo”.
“Los enormes cambios que se necesitan
en cada aspecto de la vida estadounidense” no pueden realizarse en forma individual, poco a poco, o “al por menor”, por así decirlo; un ejército de cruzados no bastaría para llevarlos a cabo. Mas el factor que subyace y determina cada aspecto de la vida humana es la filosofía; enséñeles a los hombres la filosofía correcta y sus mentes harán el resto. La filosofía es “el mayorista” en los asuntos humanos.
El hombre no puede existir sin alguna
clase de filosofía, o sea, alguna visión general de la vida. La mayoría de las personas no son innovadores intelectuales, pero son receptivos a las ideas, pueden juzgarlas críticamente y escoger el curso correcto, cuando y si se les ofrece. Hay también una gran cantidad de hombres que son indiferentes a las ideas y a cualquier cosa que vaya más allá de lo concreto vinculado al momento inmediato; tales hombres aceptan de modo inconsciente cualquier cosa que sea propuesta por la cultura de su tiempo, y cambian ciegamente por cualquier corriente fortuita. No son más que un lastre social, ya se trate de jornaleros o de presidentes de compañías, y, por elección propia, irrelevantes para el destino del mundo.
Hoy, la mayoría de la gente está muy
consciente de nuestro vacío ideológico cultural, está ansiosa, confundida y busca a tientas las respuestas. ¿Es usted capaz de esclarecerla?
¿Puede contestar a sus preguntas? ¿Les
puede ofrecer un caso consistente? ¿Sabe cómo corregir sus errores? ¿Es inmune a la precipitación radiactiva del constante bombardeo que apunta a la destrucción de la razón, y puede proveer a otros de proyectiles antibalísticos? Una batalla política es meramente una escaramuza librada con mosquetes; una batalla filosófica es una guerra nuclear.
Si usted quiere influir sobre la tendencia
intelectual de un país, el primer paso es poner orden en sus ideas e integrarlas en un punto de vista consistente, en la medida de su conocimiento y su capacidad. Esto no significa memorizar y recitar eslóganes y principios, objetivistas o de otra tendencia: el conocimiento necesariamente incluye la habilidad para aplicar los principios abstractos a los problemas concretos, para reconocer los principios en temas específicos, para demostrarlos y defender un curso de acción coherente.
[...]
Lo que se requiere es honradez,
honestidad intelectual, que estriba en saber lo que uno sabe, en ampliar constantemente el propio conocimiento y nunca evadirse o dejar de corregir una contradicción. Esto significa: el desarrollo de una mente activa como un atributo permanente.
Si sus convicciones están bajo su control
consciente y ordenado, usted podrá comunicarlas a otros. Esto no quiere decir que deba pronunciar discursos filosóficos cuando es innecesario o inapropiado.
Usted necesita que la filosofía lo respalde
y le proporcione un punto de vista coherente cuando debe tratar o discutir temas específicos.
Si a usted le gustan las deducciones
(siempre que tenga en cuenta su significado completo), diría que, para la pregunta “¿Qué puede hacer uno?” la respuesta es: “HABLAR” (siempre que sepa lo que está diciendo).
Algunas sugerencias: no espere una
audiencia nacional. Hable en cualquier espacio que esté a su alcance, grande o pequeño. Hable con sus amigos, sus socios, las organizaciones profesionales a las que pertenece o en cualquier foro público que sea legítimo.
Nunca se sabe cuando las palabras que
uno dice llegan a la mente indicada en el momento preciso. No verá resultados inmediatos, pero es a partir de estas actividades que se desarrolla la opinión pública.
No deje pasar una oportunidad de
expresar su punto de vista sobre los temas importantes. Escriba cartas a los editores de los diarios y de las revistas o a los programas de radio y televisión y, sobre todo, a los congresistas (que dependen de sus electores). Si sus cartas son breves y razonables (en lugar de incoherentes y exaltadas), causarán más efecto del que usted se imagina.
Por doquier hay oportunidades para
hablar. Le sugiero el siguiente experimento: haga un “inventario” ideológico de una semana. Es decir, fíjese si las personas que formulan nociones políticas, sociales y morales incorrectas como si fueran verdades absolutas y evidentes cuentan con su aprobación silenciosa. Luego, ensaye objetar tales afirmaciones. No, no es necesario pronunciar largos discursos, que por lo general no son apropiados, sino tan solo decir: “no estoy de acuerdo” (y estar preparado a explicar por qué, si su interlocutor quiere saberlo). Esta es una de las mejores maneras de frenar la divulgación de comentarios malintencionados (si su interlocutor actúa de buena fe, su comentario lo enriquecerá; en caso contrario, se llamará un poco a sosiego). En especial, no se quede callado cuando sus propios valores e ideas estén siendo atacados.
No haga proselitismo indiscriminado, es
decir, no imponga discusiones o debates con personas que no están interesadas o no están dispuestas a intercambiar opiniones. Su trabajo no es salvar todas las almas.
Si hace las cosas que están dentro de sus
posibilidades, no se sentirá culpable por no haber hecho [...]. [Pero] sobre todo, no se una a los grupos o movimientos ideológicos equivocados sólo por el hecho de “hacer algo”. Con “ideológicos”, me refiero aquí a los grupos o movimientos que proclaman objetivos políticos vagos, generales, indefinidos (y generalmente contradictorios) como por ejemplo el Partido Conservador, que subordina la razón a la fe y sustituye el capitalismo con la teocracia, o el de los hippies “libertarios”, que subordinan la razón a los caprichos y sustituyen el capitalismo con la anarquía.
Unirse a dichos grupos implica echar por
tierra el valor de nuestra filosofía y trocar nuestros principios fundamentales por una acción política superficial destinada a fracasar. Significa que uno contribuye a la derrota de sus propias ideas y a la victoria de sus enemigos. (Sobre las razones, véase “La anatomía del compromiso” en mi libro “Capitalismo: El ideal desconocido”.
Los únicos grupos a los que uno se puede
integrar de manera adecuada en la actualidad son los comités “ad hoc”. Es decir, grupos organizados para lograr un objetivo único, específico, claro y definido sobre el cual personas de ideas diversas se pueden poner de acuerdo. En esos casos, nadie puede intentar atribuir sus ideas a todos los miembros, ni utilizar al grupo para con un objetivo ideológico oculto (y esto es algo que hay que cuidar muy, muy bien).
Estoy omitiendo la contribución más
importante que se puede realizar a un movimiento intelectual: la escritura. Y la omito porque esta discusión está dirigida a personas de todas las profesiones. Los libros, ensayos y artículos constituyen el combustible permanente de un movimiento. No obstante, es más que inútil intentar convertirse en escritor tan solo por “la causa”. Escribir, al igual que cualquier otro trabajo, es una profesión y debe ser considerada como tal.
Sería un error de su parte pensar que un
movimiento intelectual requiere una tarea especial o un sacrificio personal. Requiere algo mucho más difícil: la convicción profunda de que las ideas son importantes para usted y para su vida. Si usted logra integrar esa convicción en todos los aspectos de su vida, encontrará muchas oportunidades de iluminar a otros.
El lector cuya carta cité nos indica la
forma correcta de proceder: “Como profesor de astronomía, durante muchos años, me dediqué activamente a demostrarles a mis estudiantes el poder de la razón y el absolutismo de la realidad. También me esforcé en mostrarles sus trabajos a mis colegas discutiendo posteriormente su lectura, cada que resultaba posible y me empeñé en utilizar la razón en cada una de mis situaciones personales”.
Estas son las cosas que se deben hacer,
tan a menudo como sea posible y en la mayor cantidad de ámbitos que sea posible.
Sin embargo, la pregunta de ese lector
implica la búsqueda de una solución más rápida a modo de movimiento organizado. No hay soluciones rápidas.
Es demasiado tarde para un movimiento
de personas que sostenga una mezcla convencional de nociones filosóficas contradictorias y es demasiado temprano para un movimiento de personas que desarrollen una filosofía de la razón. Sin embargo, nunca es demasiado tarde o demasiado temprano para propagar las ideas correctas, excepto en el caso de que haya una dictadura.
Si alguna vez se instaurara una dictadura
en este país, sería por culpa de los que guardaron silencio. Todavía poseemos la suficiente libertad como para hablar. ¿Tenemos tiempo? Nadie lo puede decir. Pero está de nuestro lado, porque poseemos un arma indestructible y un aliado invencible (si es que aprendemos a utilizarlos): la razón y la realidad."
*Año 1972, Ayn Rand
Extraído del libro “Filosofía ¿Quién la necesita?” de Ayn Rand
ideólogos del colectivismo se retiran cuando se encuentran con un adversario intelectual confiado. Su caso se basa en apelar a la confusión humana, a la ignoriancia, a la falta de honradez, a la cobardía, a la desesperación. Ponte del lado que ellos no se atreven a abordar; apela a la inteligencia humana." Ayn Rand.