Descubren el secreto genético que nos hizo humanos
Un grupo de investigadores del Mater Research Institute y de la Universidad de Queensland
(Australia) ha descubierto la existencia de un nuevo gen en el ADN de nuestros antepasados, el NOTCH2NL, que sería el causante de las grandes dimensiones de nuestro cerebro y de la estructura única de la corteza de los hemisferios cerebrales, según se desprende de dos artículos publicados de manera conjunta este jueves en la revista científica Cell. "Dos de los principales rasgos del ser humano son la ampliación de las dimensiones cerebrales y el lento crecimiento del sistema nervioso en el interior del útero materno", explica David Haussler, profesor de la Universidad de California y coautor de la investigación. "Ahora sabemos que los mecanismos moleculares del desarrollo y las características del Homo sapiens tienen lugar durante las primeras etapas del desarrollo cerebral", añade. Según los expertos, los genomas de los humanos y de los chimpancés coinciden en un 99%, aunque nuestros sistemas nerviosos se desarrollan de manera diferente y padecen distintos problemas durante la vejez. Esta es la razón por la que la comunidad científica no puede utilizar a los primates para llevar a cabo estudios sobre las diferentes enfermedades que afectan al ser humano ni sobre su capacidad de adquisición del lenguaje y de un intelecto desarrollado. Los científicos, que tenían por objetivo investigar la estructura de los diferentes genes en el primer cromosoma humano, creen que la razón principal por la que hombres y primates son diferentes desde el punto de vista genético radica, no tanto en la estructura de los genes, sino en la diferente actividad de distintas partes del cerebro. Un error genético El NOTCH2NL, como se denomina el nuevo gen descubierto, fue responsable del desarrollo de las neuronas así como de la formación de futuros tejidos cerebrales en el embrión de los humanos. Según la nueva investigación, los primates carecen de este rasgo, lo que podría explicar por qué el ser humano tiene un mayor desarrollo mental. Asimismo, todo parece indicar que este gen 'de más' apareció por error en el ADN de nuestros antepasados hace unos tres o cuatro millones de años como resultado de una serie de errores al copiar el primer cromosoma. "El NOTCH2NL permitió que nuestro cerebro aumentara su volumen", detallan los científicos. Más tarde, un segundo error en nuestro código genético generó un nuevo tramo en nuestro ADN —cambiando así de manera significativa el desarrollo del sistema nervioso humano— que fue copiado varias veces más durante la evolución de nuestros antepasados. Esto provocó que las células nerviosas empezaran a "madurar" más rápido y a dividirse menos. "Como sucede a menudo en la historia de la evolución, un pequeño cambio en el funcionamiento de las células madre conlleva una gran consecuencia", concluyen los investigadores. La difusa frontera entre las especies Parte de la comunidad científica cuestiona la extinción de los neandertales y afirma que estos siguen vivos en los ‘Homo sapiens’ Los científicos han vivido históricamente afanados por catalogar el mundo que nos rodea: las rocas y los minerales, las galaxias y las estrellas, las plantas, los animales o los fósiles. Y cuando nos referimos a la clasificación de la vida se genera un intenso debate a la hora de decidir si dos organismos pertenecen o han pertenecido a la misma especie. Un ejemplo clásico que suscita gran curiosidad es el de si nosotros, Homo sapiens, y los neandertales pertenecimos a la misma especie; ¿tenemos que hablar de Homo sapiens neanderthalensis o de Homo neanderthalensis?
Existen diversas definiciones de la palabra “especie” y ninguna parece
universalmente satisfactoria. En la paleoantropología se han utilizado tradicionalmente criterios morfológicos para definir las especies; los especialistas cuentan con un registro fósil incompleto y fragmentado con el que intentar reconstruir el pasado. Por todo esto, el debate sobre los orígenes del ser humano se ha visto envuelto siempre de un halo de controversia.
Al definir una especie, los genetistas lo tienen claro: si dos individuos
pueden generar descendencia fértil, pertenecen a la misma especie. La progenie entre perro y lobo o entre burro y caballo es viable pero estéril, y la mezcla de sus genes termina ahí; son especies diferentes. Conforme a esta definición, si no hay un aislamiento reproductivo prolongado, persiste el flujo genético que mantiene las poblaciones de la misma especie conectadas, impidiéndose la especiación [la formación de nuevas especies].
Este concepto de especie no es sencillo de aplicar cuando hablamos del
estudio de los organismos fósiles y no parece que pueda ayudarnos a responder a las dudas sobre los neandertales. Una buena parte de la comunidad de paleoantropólogos apuntaba a que lo más factible era que constituyeran una rama extinta más de homínidos arcaicos, e intuía que, dadas las diferencias físicas, Homo sapiens y neandertales habitaron áreas solapadas, pero nunca se llegaron a cruzar. A esto se añade el misterio que rodea a su desaparición hace unos 50.000 años y que ha dado lugar a numerosas fantasías, novelas y especulaciones sin resolver que hablan de mezcla o de extinción. Las técnicas más punteras de análisis genético han irrumpido en la paleontología para arrojar luz al puzle de la evolución humana Afortunadamente, los eventos que ocurren a lo largo de la evolución dejan indicios en la secuencia de ADN que pueden ser rastreados para ayudarnos a desvelar las relaciones evolutivas entre organismos y acabar con algunas viejas controversias; sin ir más lejos, el análisis de ADN mitocondrial humano dio lugar a la formulación de la Teoría de la Eva Mitocondrial y despejó todas las dudas de que la cuna de la humanidad se encontraba en África.
Las técnicas más punteras de análisis genético han irrumpido en la
paleontología para quedarse y arrojar algo de luz al puzle de la evolución humana más reciente. La sorpresa fue mayúscula cuando en 2010 se publicaron en la prestigiosa revista Science los resultados de la primera secuenciación de ADN genómico procedente de fósiles neandertales: el trabajo dirigido por Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Leipzig, demostró que en torno a un 1%-3% del ADN de las poblaciones actuales procede de los neandertales. Y la sorpresa fue aún mayor cuando el pasado noviembre, también en Science, publicaron las conclusiones del análisis de ADN procedente de un conjunto fósil más reciente, que arroja un porcentaje del 10%-20%; un incremento del porcentaje en restos más modernos implicaría que los encuentros entre poblaciones se hicieron frecuentes. Esta sería la prueba definitiva de que hubo mezcla genética, reavivando la discusión de si los neandertales eran o no una especie diferente al Homo sapiens.
Cuando es preguntado, el mismo Svante Pääbo es bastante reacio a
pronunciarse a este respecto, y esto se debe al histórico conflicto a la hora de definir el concepto de “especie” en el campo de la paleontología. Sin embargo, encontrar genoma de neandertal en los humanos actuales es una prueba irrefutable de que no eran especies diferentes desde el punto de vista de la genética: hubo híbridos fértiles. Y un porcentaje del 10%-20% de aquellos neandertales en las poblaciones actuales no puede considerarse simplemente una contribución marginal ni accidental, sino la consecuencia natural del encuentro de grupos reducidos de neandertales con los amplios grupos humanos procedentes de África; la contribución genética de los neandertales se diluyó en las poblaciones, pero no desapareció.
De hecho, han encontrado que el ADN neandertal está ausente en el África
subsahariana, confirmando el relato clásico de que hubo diversos movimientos migratorios desde el continente africano; pero ahora además sabemos que, una vez mezcladas con los neandertales, estas poblaciones no regresaron a África, sino que se extendieron por el resto del planeta. A medida que dispongamos de más información genética, podremos desvelar con mayor precisión muchos detalles sobre nuestro origen.
Un interesante trabajo publicado en 2016 y dirigido por David Reich,
catedrático de la Escuela de Medicina de Harvard, sugiere la existencia de diversos episodios de mezcla genética con los neandertales, sustentando de nuevo la idea de que el aislamiento y la especiación no se llegaron a producir. Entonces, ¿se puede hablar de su extinción? Si mezcláramos todas las razas actuales de perros, en unas décadas los caracteres morfológicos más peculiares se irían homogeneizando y diluyendo. ¿Podríamos hablar entonces de la extinción de los dóberman o los caniches? La ciencia no puede sostener una afirmación tal. Mientras hay flujo genético, hay especie.
Al final todo se reduce a un debate conceptual entre lo que consideramos
“especie” y “extinción”; y quizá podríamos seguir dándole vueltas, sin esperanza de obtener demasiados consensos. Pero ahora sabemos que los neandertales siguen vivos en nosotros, es una obviedad a la luz de las nuevas y aplastantes evidencias genéticas. Pese a presentar algunas destacables diferencias morfológicas, los neandertales son antepasados nuestros, al igual que los grupos que migraron desde África y se encontraron con ellos. El linaje evolutivo de los humanos modernos, como el de otras tantas especies animales, debe entonces entenderse como una intrincada red de encuentros y no como una simple línea recta. Parece que hemos encontrado en el estudio del ADN fósil la clave que nos hacía falta para comprender un poco mejor el pasado.