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Josep-Ignasi SARANYANA
1. CUESTIONES PRELIMINARES
que la "cuestión latinoamericanista" ha sido más bien una cuestión tardía, una pregunta
"romántica" en el sentido técnico del término, una Frage post-ilustrada, un argumento
moderno. No obstante, el asunto ha alcanzado tal relieve en las últimas décadas, que no puede
soslayarse, al menos como punto de partida.
Cabe, pues, como hipótesis de trabajo demandarse si hubo una teología genuinamente
latinoamericana durante los siglos coloniales. Y, en consecuencia, resulta ineludible, tanto si la
hubo como si no la hubo, señalar los principales trazos del devenir teológico del Nuevo Orbe,
porque la verificación o falsación del aserto sólo es posible desde el texto mismo y desde su
historia.
b) Periodización
He aquí la periodización que les propongo: primero la teología fundante, que abarca
desde los inicios hasta 15654; seguidamente la recepción de Trento hasta la eclosión de la
teología académica barroca americana hacia 1621; a continuación el reinado de la escolástica
barroca hasta la injustificable expulsión de la Compañía de Jesús, acaecida en 1767;
solapándose con la teología barroca los primeros atisbos de ilustración; y por último la
teología propiamente ilustrada, que se extiende durante la segunda mitad del XVIII, hasta los
primeros gritos de independencia. En consecuencia, cinco etapas, que paso a detallar.
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Las diócesis americanas dependieron de Sevilla hasta 1546. El 12 de febrero de 1546 fueron erigidas las
tres primeras provincias eclesiásticas americanas: Santo Domingo, México y Lima. Cfr. las bulas en Josef
METZLER (ed.), America Pontificia, Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano, I, pp. 520-523, 523-
526, 526-528.
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lenguas autóctonas, que era ágrafas todas ellas, aunque algunas se hallaban en el pasaje de los
ideogramas o glifos a la escritura silábica.
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Cfr. mi volumen Teología profética americana, Eunsa, Pamplona 1991.
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Cfr. las Constituções Primeiras do Arcebispado da Bahia, aprobadas en el Sínodo de Salvador Bahía, de
1707, por el arzobispo Sebastião Monteiro da Vide.
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De todo lo dicho se puede concluir que los temas teológicos fueron los que se discutían
en Europa, sobre todo en Salamanca y Alcalá, con coloraciones propias, salvo la cuestión de la
encomienda indígena, que en la metrópoli no se discutía desde las revueltas de los campesinos
del siglo XV. Como se sabe, las guerras civiles hispánicas de mediados del siglo XV se
mezclaron con fuertes reivindicaciones sociales. Los Reyes Católicos, en la Sentencia arbitral
de Guadalupe de 1486, liberaron a los hermandinos gallegos y a los remensas catalanes, que
eran verdaderos siervos de la gleba7, para obtener la colaboración en el sometimiento de la
nobleza latifundista. En Castilla las cosas corrieron más despacio. (No se olvide, porque es
importante, que fueron castellanos los principales colonizadores de América, que trasladaron
al Nuevo Mundo los usos castellanos de explotación de la tierra).
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Esclavo afecto a una heredad y que no se desligaba de ella al cambiar de dueño.
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Por contradecir a los jesuitas, que se apartaban de Aquino, los jansenistas europeos se
apuntaron al tomismo, de modo que ellos serían un importante apoyo —en este punto— para
los intereses de la reforma auspiciada por el papa Benedicto XIV desde 1740. Este debate pasó
de Europa a América, donde las trifulcas entre dominicos y jesuitas a propósito del tomismo
de los ignacianos fueron constantes. Un episodio largo y doloroso tuvo lugar en Bogotá,
enfrentando a los maestros de la Universidad de Santo Tomás con los catedráticos de la
Universidad Javeriana. El asunto terminó con la edición de una obra notable, por su tamaño y
erudición, preparada por el javeriano Juan Martínez de Ripalda (no confundir con su
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Prescindamos ahora de los nombres de entonces, si coinciden con los de ahora, si ha habido continuidad
o refundación posterior y si hubo pleitos entre ellas.
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homónimo y correligionario, que nunca viajó a América), titulada De usu et abusu doctrinae
Divi Thomae. Con ella, Ripalda quería probar que en la Javeriana se seguía puntualmente la
doctrina del Aquinate y lograr, de este modo, desencallar el proceso de aprobación definitiva
de la Universidad. Logró esto, pero probó justamente lo contrario, porque lo que él enseñaba
—interesante por muchos conceptos— no era Santo Tomás, sino la quintaesencia de la
escolástica barroca: una filosofía surgida del Bajo Medievo, sobre todo de Juan Duns Escoto,
y repensada a la luz de la inteligente síntesis de Francisco Suárez. El Ripalda javeriano, que
merece contarse entre los pensadores importantes del XVII, sostuvo también una sugerente
discusión sobre la naturaleza del conocimiento, en diálogo con los presupuestos de la
ilustración inglesa y alemana de la época.
A lo largo del siglo XVIII advertimos tres movimientos de reforma, que confluyeron
poco a poco: la reforma preconizada por la Congregación de Propaganda Fide, la reforma
propiciada por el papa Benedicto XIV y la reforma impulsada por Carlos III y sus ministros.
Las tres corrientes pretendían objetivos semejantes, pero con distintos medios y con
justificaciones poco claras en el último de los casos. Las tres reformas, además, adquirieron
una sorprendente vitalidad después de la injusta expulsión de la Compañía en 1767.
Los planes de estudios de para las Facultades de Teología y los seminarios, elaborados
en esos años, tienen unas características comunes, que conviene resaltar: primacía de la
teología positiva, con un protagonismo notable del De locis theologicis de Melchor Cano;
mayor atención a los estudios escriturísticos, a la historia de la Iglesia (tanto antigua como
posterior), a la historia de los concilios y a la instrucción litúrgica; prohibición de los autores
jesuitas (no sólo dogmáticos sino también moralistas); recomendación de los teólogos italianos
Juan Lorenzo Berti, agustino, y Daniel Concina, dominico, integrantes del "tiers parti
catholique", es decir, los de la vía media, contrapunto al frente antijansenista celante y radical;
insistencia en la vuelta de San Agustín, leído desde una perspectiva rigorista, pero no
tuciorista, y, sobre todo, en la recuperación de Tomás de Aquino, recibido a través del filtro de
la baja escolástica y de la Escuela de Salamanca. Se aconseja, además, el estudio de canonistas
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Una pragmática de Carlos III de 1776 (ley IX de la Novísima Recopilación) prohibió a los súbditos
menores de veinticinco años contraer matrimonio sin consentimiento de los padres, en caso de notable
desigualdad social de los contrayentes. Esta ley no se aplicó a América hasta 1778, pero revela el
intervensionismo carolino en un ámbito hasta entonces sólo regulado por la Iglesia. Parece que el rey
deseaba proteger los estamentos establecidos, evitando cruces indeseados por los progenitores y que los
obispos ilustrados respiraban en la misma dirección.
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moderadamente regalistas. Estas propuestas fueron, sin embargo, poco operativas, por la
rápida decadencia de la teología americana en los años posteriores a la expulsión de los
jesuitas. Con todo, conviene citar aquí algunos nombres: José Pérez Calama (en México y
Ecuador), Francisco Eugenio Espejo (en Ecuador), Pablo Antonio José de Olavide (en Perú y
España), y Toribio Rodríguez de Mendoza y Mariano Rivero (en el Perú).
Una vertiente interesante de la teología americana del siglo XVIII, quizá poco
conocida, fue la polémica que los expulsos jesuitas hispanoamericanos mantuvieron en Italia
con el tardojansenismo, tanto italiano como centroeuropeo. Escribieron, especialmente, contra
las disposiciones del Sínodo de Pistoya, de 1786, sobre el cumplimiento del precepto
dominical y la disciplina penitencial, la potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, el culto
a las imágenes, las devociones populares, las relaciones entre la gracia y la libertad, etc. Entre
tales expulsos merecen destacarse, por la calidad de sus obras, el mexicano Manuel Mariano
de Iturriaga y el chileno Diego José Fuenzalida. Otros expulsos no destacaron tanto por su
actitud polemista, sino por sus escritos más creativos, como el mexicano Andrés de Guevara,
el ecuatoriano Juan Bautista Aguirre, el mexicano Pedro José Márquez o el español, aunque
recriado en el Río de la Plata, Domingo Muriel, buen etnógrafo y jurista. El mexicano
Francisco José Alegre publicó póstumamente una impresionante dogmática.
7. CONCLUSIONES
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Esta tesis un tanto extrema, de origen escotista, ha sido posteriormente matizada por la disciplina
canónica, señalando que en peligro extremo de muerte prevalece el bien sobrenatural del niño sobre la patria
potestad de los padres.
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discutía entonces sobre la capacidad de los indígenas para ser evangelizados (una cuestión
pastoral y, si se quiere, incluso dogmática); en ningún caso sobre la condición humana de los
indígenas americanos, que nadie dudaba, puesto que los españoles se juntaban con las indias y
procreaban de ellas con toda naturalidad… La famosa expresión de Montesinos: "¿Acaso no
son hombres?", debe leerse en un contexto retórico. Era más bien una apelación a la caridad y
a la misericordia, que una aclaración antropológica.
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El privilegio petrino se aplicaba a los casos de poligamia (normalmente poliginia), en caso de bautismo
del polígamo.
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8. Desde tiempos de Sixto V (1587) la Santa Sede había determinado que los
decretos de los concilios provinciales debían ser aprobados por la Sede Apostólica. La
polémica sobre la convocatoria, presidencia y aprobación final de los concilios provinciales
americanos pasó por distintas etapas. Las dificultades fueron extremas en tiempos de Felipe
III, de modo que casi se abandonó por completo esa vía de reforma. En tiempos de Carlos III
se recuperó la vía conciliar. La convocatoria concilios se consideró, apelando a la tradición
visigoda hispánica, como una de las regalías de la corona. Finalmente, y a pesar de las
presiones de las autoridades virreinales, triunfó el buen sentido. La communio ecclesiastica,
nunca perdida, pero sí discutida se impuso por completo. La romanidad ha sido una de las
características del hacer teológico latinoamericano.
10. En polémica con el jansenismo, en la segunda mitad del siglo XVII y sobre
todo en el siglo XVIII asistimos a un importante desarrollo de las devociones populares
(procesiones, celebración de los santos, novenas) y de la veneración de las imágenes. La
piedad popular constituye uno de los timbres de gloria de la teología latinoamericana.
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¿Qué concluir después de tantos datos y afirmaciones, si es que algo debe concluirse?
Nihil novum sub sole, al menos nada radicalmente nuevo durante estos tres primeros siglos,
pero muchos pequeños progresos que llevan la impronta latinoamericana. Esta es la grandeza
de la ciencia teológica y, al mismo tiempo, su servidumbre: la teología no procede a saltos; no
hace grandes descubrimientos de la noche a la mañana; va despacio, con calma, sacando de su
tesoro, que es el depósito de la Revelación, cosas nuevas y añejas, como el escriba docto y
bueno del evangelio de San Mateo (Mt. 13,52).
Josep-Ignasi Saranyana
Universidad de Navarra
Instituto de Historia de la Iglesia
E-31080 Pamplona
saranyana@unav.es