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EL PLACER SEXUAL
El orgasmo en la mujer
y en el hombre
BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD
Dirigida por el Dr. Agripino Matesanz
Agripino Matesanz Nogales
EL PLACER SEXUAL
El orgasmo en la mujer y en el hombre
BIBLIOTECA NUEVA
grupo editorial
siglo veintiuno
siglo xxi editores, s. a. de c. v. siglo xxi editores, s. a.
CERRO DEL AGUA, 248, ROMERO DE TERREROS, GUATEMALA, 4824,
04310, MÉXICO, DF C 1425 BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
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tutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Es-
pañol de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS ................................................................ 15
PRÓLOGO ............................................................................. 17
INTRODUCCIÓN ..................................................................... 25
— 10 —
4.1.2. Origen del problema según el paciente ........ 144
4.1.3. Actitud del hombre ante la mujer y ante la re-
lación sexual ............................................... 145
4.1.4. La falta de erección como consecuencia de la
imposibilidad de eyacular ............................ 147
4.2. La ausencia de orgasmo en el hombre y en la mujer . 148
4.2.1. Muestras de nuestro estudio ........................ 150
4.2.1.1. Grupo de hombres ......................... 151
4.2.1.2. Grupo de mujeres .......................... 156
4.2.2. Pensamientos durante el coito ..................... 159
4.2.2.1. Lo que piensan las mujeres ............ 160
4.2.2.2. Lo que piensan los hombres ........... 161
4.2.3. Sentimientos durante el coito ...................... 162
4.2.3.1. Sentimientos de las mujeres ........... 162
4.2.3.2. Sentimientos de los hombres .......... 165
4.2.4. Subordinación femenina a los gustos, necesi-
dades y deseos del hombre ........................... 167
4.3. Causas que impiden la vivencia del orgasmo .......... 172
4.3.1. Origen del problema según el paciente ........ 174
4.3.1.1. ¿A qué cree la mujer que se debe su
problema? ...................................... 175
4.3.1.2. ¿A qué cree el hombre que se debe
su problema? ................................. 176
4.3.2. Lo que revelan los datos ............................... 176
4.3.2.1. La educación .................................. 178
4.3.2.2. Carencia afectiva ............................ 184
4.3.2.3. Actitud negativa de la madre .......... 185
4.3.2.4. El pretexto del comportamiento de la
pareja............................................... 187
4.3.2.5. Problemas en la relación de pareja ... 190
4.3.2.6. Otros problemas sexuales ............... 191
4.3.2.7. Coito doloroso ............................... 193
4.3.2.8. Miedos y temores ........................... 195
4.3.2.8.1. Los temores en el hombre. 196
4.3.2.8.2. Los temores en la mujer . 197
4.3.2.8.3. Temor al fracaso ............. 201
4.3.2.8.4. Temor al compromiso .... 202
4.3.2.8.5. Temor a la pérdida del con-
trol ................................. 203
— 11 —
5. LA BÚSQUEDA DEL PLACER ................................................. 207
— 12 —
A Gloria,
por los muchos años
de placer compartido.
Agradecimientos
— 15 —
sentación y el estilo con una sagacidad que superan en mu-
cho las expectativas que se pueden tener de un joven uni-
versitario.
El intercambio de e-mails con Manuel Domínguez Rodri-
go, profesor titular del Departamento de Prehistoria de la
Universidad Complutense de Madrid, y su libro El origen de
la atracción sexual humana me han servido de orientación y
apoyo en puntos clave del Capítulo 1. Mi agradecimiento se
extiende a su generosa disposición para escribir el prólogo
del libro.
Por último, mi agradecimiento a todas aquellas personas
que, al confiarme en la consulta sus secretos y su visión de la
vida sexual, más me han aportado; su testimonio íntimo y
sincero es lo que realmente da fuerza y autenticidad a las pá-
ginas de este libro.
— 16 —
PRÓLOGO
Los enfoques constructivistas del estudio de la sexuali-
dad humana, fundamentalmente de raigambre europea, pon-
deraban que nuestra sexualidad era un «constructo» social;
lo que juzgamos sexualmente atractivo es inducido a través
de la cultura en la que nacemos. Este enfoque «cultural» era
incapaz de explicar por qué determinados rasgos sexual-
mente estimulantes, como los genitales, los pechos y nalgas
femeninos y las anatomías fibrosas masculinas, parecían ex-
presarse de manera universal en todas las culturas del plane-
ta. Con la irrupción de la sociobiología en el estudio del
sexo, fundamentalmente cultivada en la biología y la psico-
logía evolutiva estadounidense, se planteó una visión radi-
calmente opuesta: nuestra sexualidad está determinada ge-
néticamente. Todo lo que consideramos sexualmente esti-
mulante tiene una trayectoria evolutiva que ha dejado su
impronta en los genes de nuestra especie.
Ambos enfoques conviven en la actualidad de manera
desigual y casi sin puentes de comunicación. El primero sir-
ve de apoyo a lo que conocemos como el «feminismo de la
igualdad» en el que se justifica que hombres y mujeres de-
ben ser socialmente iguales puesto que no existen más dife-
rencias biológicas entre ambos que las estrictamente vincu-
— 19 —
ladas a la reproducción. La sexualidad, como medio de rela-
ción reproductora entre ambos sexos, al ser transmitida cul-
turalmente, no puede usarse como elemento diferenciador.
El segundo enfoque, el sociobiológico, ha dado lugar al de-
nominado «feminismo de la diferencia», en el que se admite
que la biología de hombres y mujeres es diferente y, por lo tan-
to, que su rol en la sexualidad obedece a causas innatas dis-
tintas. La admisión de semejante diferencia se justifica den-
tro de un concepto de asociación solidaria entre hombres y
mujeres, en el que la diferencia surge de la cooperación y
complementariedad de ambos sexos, por lo tanto, no puede
emplearse como justificador de desigualdades sociales. La
expresión de estas dos visiones de la sexualidad tan radical-
mente opuestas encuentra acomodo en la manera en que se
filtran en la sociedad. Por ejemplo, un artículo sobre el efec-
to del síndrome premenstrual publicado en Cosmopolitan
será diferente para la versión americana que para la europea,
para recoger dichas sensibilidades opuestas. ¿Es la sexuali-
dad una manifestación conductual percibida de manera di-
ferente por hombres y mujeres o no? ¿Implican dichas dife-
rencias y semejanzas roles sexuales diferentes o idénticos
entre hombres y mujeres?
Es indudable que la espina dorsal de nuestra sexualidad
tiene un componente genético dictaminado por más de dos
millones de años de evolución del género humano. Los pri-
meros seres humanos parecen haber inventado una auténtica
revolución sexual que parece haber sido la responsable de la
atracción sexual humana moderna, creando lo que conoce-
mos como atracción epigámica (o por rasgos físicos externos;
por la forma del cuerpo) en contraste con la atracción quími-
ca-feromonal del resto de primates. Esta última justifica que la
mayor parte de la actividad sexual en los primates no huma-
nos se restrinja a los períodos de celo y que la forma corporal
de machos y hembras sea similar. La atracción epigámica hu-
mana explica por qué los cuerpos de hombres y mujeres tie-
nen formas diferentes y por qué nuestra sexualidad es perma-
nente y no está sujeta a ningún criterio de temporalidad.
— 20 —
Sin embargo, un hecho que escapa a la atención de mu-
chos sociobiólogos reduccionistas es que la atracción epigá-
mica en nuestra especie no es el resultado de la expresión ex-
clusiva de los genes, sino que está profundamente imbricada
con un desarrollo neurofisiológico que implica una dimen-
sión psicológica compleja. Nuestra apetencia sexual en un
momento dado no la dictaminan los genes, sino que fre-
cuentemente la guía un estado de ánimo. Los puentes entre
lo fisiológico y lo psicológico están tendidos. La sexualidad,
por consiguiente, tiene un origen genético que se combina
maravillosamente con una diversidad de expresiones cultu-
rales, moldeadas psicológicamente; muchas de ellas de igual
o mayor influencia que la fisiología en la manera en que
nuestra conducta sexual termina expresándose.
El libro que el doctor Matesanz nos presenta combina
con elegancia y precisión la sensibilidad de ambos enfoques,
insertando dentro de la trayectoria evolutiva de la sexualidad
humana su dimensión psicológica y otorgando a ésta la im-
portancia que otros enfoques reduccionistas no habían con-
siderado de manera adecuada. Este énfasis pone de relieve
un factor fundamental de nuestra sexualidad y único de
nuestra especie: el erotismo. Definido por el doctor Mate-
sanz como «una energía creadora», el erotismo es el factor
que más enriquece (y justifica) nuestra sexualidad. Es la me-
jor expresión de la misma. El erotismo está moldeado por la
vivencia consciente del placer sexual. La psique en este cam-
po se convierte en reina. Es la plasmación de la combinación
entre biología y cultura. A buen seguro que los pechos y nal-
gas femeninos son un símbolo de atracción sexual universal.
Sin embargo, sobre dicha base universal surgen «variaciones
sobre un mismo tema» (o sobre otros) como son la expre-
sión de determinados rasgos considerados como eróticos de
manera exclusiva por unas culturas y no por otras. Los dien-
tes negros en determinadas culturas melanésicas o los cue-
llos largos en ciertas etnias del sudeste asiático son un ejem-
plo de elementos eróticos inducidos de manera cultural.
Otros rasgos eróticos, actualmente de incierta procedencia
— 21 —
(neurofisiológica o estrictamente cultural o una combina-
ción de ambas), se expresan con mayor asiduidad en unas
culturas que en otras, por lo que puede hablarse de dimen-
siones psicológicas de dichos rasgos diferentes en función
del individuo. Por ejemplo, aunque el erotismo del pie feme-
nino es un fenómeno muy extendido (no documentado uni-
versalmente) en varias culturas del planeta, en ningún sitio
ha adquirido la dimensión que en la cultura china histórica.
Esto es sólo un botón de muestra para hablarnos de la com-
plejidad psicológica de nuestra sexualidad.
Este libro que el lector tiene entre manos se introduce en
dicha complejidad para hacerla inteligible al lego. Desde una
informada revisión evolutiva de nuestra trayectoria sexual,
se detalla la represión sexual introducida por las sociedades
patriarcales y se aterriza en las claves que regulan su expre-
sión en nuestra sociedad moderna. La expresión del orgasmo
en el hombre y la mujer se contextualiza en la problemática
creada por nuestra sociedad de consumo, que ha convertido
el sexo en un objeto capitalizable y consumible más. Por los
diversos problemas y frustraciones que la pérdida de libertad
sexual conlleva, y por la manera en que el erotismo inhibido
desvaloriza los logros de miles de años de evolución sexual
humana, el doctor Matesanz nos recuerda la necesidad de
volver a un disfrute epicúreo del sexo; siendo conscientes del
mismo y conocedores de sus fundamentos. La relación entre
eyaculación, placer y orgasmo es propiamente definida, y los
problemas causados por una sexualidad mal entendida o psi-
cológicamente modificada conducen a que en las sociedades
industrializadas, donde la sexualidad se ha desnaturalizado
más, las frustraciones sean una de las más comunes expre-
siones de nuestra sexualidad. El tratamiento de varios de es-
tos problemas, como el de la falta de orgasmo, la frigidez o la
eyaculación precoz, es posible. Este libro ofrece al lector una
magistral descripción de los fundamentos de los tratamien-
tos disponibles y, lo que es más importante, una guía de
cómo adquirir una dimensión más completa del sexo que ga-
rantice su goce pleno. Tomando esta obra como guía ilustra-
— 22 —
da en la búsqueda del placer, con una reivindicación del ero-
tismo y su sinónimo, la fantasía, el lector puede alcanzar a
entender la compleja dimensión de la sexualidad humana y,
de paso, aprender todavía más a disfrutar de la misma. En di-
cho proceso, el lector cobrará conciencia de la unicidad de
nuestra sexualidad. Este universo ha tardado más de
15.000.000.000 de años en producir una sexualidad cons-
ciente y tan placentera. Es nuestra responsabilidad en el ca-
rácter efímero de nuestra existencia no desaprovechar dicho
regalo.
MANUEL DOMÍNGUEZ-RODRIGO
Profesor titular del Departamento de Prehistoria
de la Universidad Complutense de Madrid
— 23 —
Introducción
Los humanos comen carne, y el ciervo
come hierba, los ciempiés devoran culebras y
los grajos y lechuzas comen ratones. De todos
ellos, ¿cuál es el que tiene mejor paladar?
CHUANG TSE
— 25 —
Sólo deseamos las cosas por el goce que nos producen. [...]
Todo el universo estalla de goce. El placer es la fuente de
todo lo que existe.»
La filosofía tradicional, presa del dualismo platónico, re-
chaza de plano esta concepción del placer. No obstante, el
placer es vida y no habrá impedimento alguno capaz de fre-
narlo. Es tal la trascendencia del placer sexual que en él ra-
dica el fundamento de dos estilos de vivir y de pensar: uno,
idealista refinado, como el de Platón, Descartes, Kant, Hei-
degger y los seguidores de éstos y otro liderado por los —con
frecuencia ignorados— Demócrito, Aristipo de Cirene, Dió-
genes de Sinope, Epicuro, Lucrecio y sus discípulos.
Dos mentalidades, dos estilos de vida totalmente diferen-
tes han conformado las sociedades occidentales desde la An-
tigüedad: por un lado, el idealismo platónico, el estoicismo y
el cristianismo, con su exaltación del mundo de las ideas, de
odio al mundo terrenal, su celebración del alma inmortal, su
desprecio de la vida, de lo sensible, de lo real, con su aver-
sión a las pulsiones y deseos carnales, su descrédito del cuer-
po, del placer y de los sentidos. Por otro lado —con una ac-
titud totalmente opuesta—, el hedonismo y el epicureísmo,
partidarios del placer como bien supremo, del halago de los
sentidos, de la vida pacífica y regalada, de los placeres de la
vida.
Tenemos ante nosotros una tradición milenaria de diver-
sas culturas en la que la sexualidad reproductiva ha entur-
biado el auténtico sentido del sexo divertido. Cada una de las
antiguas culturas ha interpretado la finalidad reproductiva
según el concepto de nación inculcado por su tradición. La
sexualidad tenía para los egipcios la finalidad de cumplir con
el sagrado deber de dar a los padres los honores de los muer-
tos para facilitar su paso a la otra vida. De ese deseo de in-
mortalidad dan testimonio la momificación y la construc-
ción de las pirámides. Los chinos buscaban en la relación se-
xual verse libres de las enfermedades, prolongar la vida y
alcanzar la inmortalidad. Los griegos engendraban y criaban
hijos con la ilusión de que fueran dignos herederos de sus
— 26 —
padres. Para los romanos los hijos tenían como principal co-
metido la defensa del Estado. El ideal cristiano propone a los
padres criar hijos para el cielo, menoscabando la vida en este
mundo.
Los hombres y las mujeres de nuestra cultura occidental,
del llamado mundo civilizado, estamos más orientados al
rendimiento que a la búsqueda del placer. Nos preocupa de-
masiado la consecución de objetivos, el éxito profesional o
material. Empleamos la mayor parte de nuestra energía en
conseguir un puesto de relevancia social, económica, inte-
lectual o académica, en adquirir propiedades que nos sobre-
vivirán y que, en muchas ocasiones, no lograremos conse-
guir. Estos objetivos, lamentablemente, están a veces incluso
por encima del perjuicio moral, la ruina económica o la pér-
dida de vidas de nuestros semejantes. Muchas veces están
también fuera de nuestro alcance. El gozo y disfrute del cuer-
po, por el contrario, está siempre en nuestras manos.
Si el humano se moviera únicamente por el principio del
placer, sin la ciega afición por la magnificencia, cambiarían
muchas cosas no sólo en su vida sino en la de sus semejan-
tes y en el mundo entero. Aparte de tener una vida más ple-
na, relajada y satisfactoria, haría más feliz, más grata y más
alegre la vida de las personas que quiere y con las que convi-
ve. La relación sexual sería más rica, satisfactoria y duradera.
Este libro trata del placer sexual como tema principal,
pero ¿de qué placer estamos hablando? ¿Qué es el placer
sexual?
Si al hablar del deseo sexual resulta difícil formular una
definición operativa, es decir, una cuantificación objetiva, no
es más fácil cuando nos referimos al placer sexual.
Se habla del placer de la vida, de la comida, de la bebida,
de viajar, de la lectura, de la música. Todo nos puede pro-
porcionar placer o displacer, dependiendo muchas veces de
nuestra propia actitud. La realidad nos brinda múltiples pla-
ceres que sólo esperan de nosotros una actitud receptiva.
Los sentidos son los órganos del placer sensorial y ello
nos hace pensar que si los incorporamos a nuestra vida eró-
— 27 —
tica nuestra vivencia del erotismo se verá ampliamente enri-
quecida. Si añadimos los recuerdos, la fantasía y la imagina-
ción como fuentes de placer erótico, las posibilidades de dis-
frutar se multiplican sin límite.
Aunque el placer sexual se considera a veces como un
lujo, algo a lo que podríamos renunciar en la vida, sin em-
bargo, no es un capricho del que pueda prescindir fácilmen-
te el hombre o la mujer sin que su armonía interior no sufra
algún quebranto. En lugar de un lujo superfluo, es una ne-
cesidad de todo ser humano. La sexualidad es la alegría por
excelencia, nos recuerda el Talmud.
El objetivo principal del presente libro es mejorar la
vida sexual de todo aquel que se lo proponga. Exponemos
en el capítulo primero la trayectoria evolutiva de los huma-
nos hasta llegar a disfrutar de una vivencia consciente de la
sexualidad, al ser los humanos —al parecer— los únicos
seres que han llegado a gozar del erotismo. Ofrecemos asi-
mismo una breve reflexión sobre las muchas posibilidades
del humano para disfrutar del sexo, debido precisamente a
su desnudez.
En el Capítulo 2 nos ocupamos de cómo el humano ha
superado siempre las barreras con las que los diferentes sis-
temas de represión han intentado frenar la libre vivencia del
erotismo a través de los siglos. Nos centramos en algunos de
los momentos históricos más relevantes y en las ideologías
que más se han opuesto a la libertad sexual.
El Capítulo 3 expone la naturaleza y vivencia de la eya-
culación masculina y del orgasmo en ambos sexos, como
suma expresión del placer sexual. Dejando de lado aspectos
teóricos y definiciones, nos ocupamos fundamentalmente
del modo en que el hombre y la mujer viven estas experien-
cias, presentando abundantes testimonios de ambos.
En el Capítulo 4 exponemos la actitud, los pensamientos
y los sentimientos de las personas que no tienen eyaculación
o no llegan al orgasmo. Analizamos también las principales
causas que impiden el disfrute de una relación sexual al
hombre y a la mujer con estos trastornos sexuales. También
— 28 —
aquí ofrecemos testimonios de personas para la aclaración de
la raíz de sus problemas. Después de más de treinta años de-
dicados al trato directo con personas que acuden a nuestra
consulta con el deseo de mejorar su vida sexual, disponemos
de gran información en este sentido que hacen la lectura más
atractiva y fundamentada.
Con el objeto de conseguir un mayor disfrute de la rela-
ción sexual, el último capítulo presenta las técnicas más
apropiadas en terapia sexual. Fundamentalmente se presen-
tan dos estrategias: la primera va dirigida a la eliminación de
los principales obstáculos que impiden la consecución de la
eyaculación o la vivencia del orgasmo pleno. Con la segunda
estrategia se intenta una mayor sensibilización del cuerpo
con objeto de conseguir la plena vivencia del orgasmo.
Deseamos que el lector llegue a confiar en la trascenden-
cia de una vida sexualmente gozosa, en la fuerza del erotis-
mo como la más potente energía de nuestra especie, conven-
cidos de que si llegamos a conseguirlo sería el inicio de una
convivencia más digna y respetuosa entre todos los habitan-
tes del planeta.
— 29 —
CAPÍTULO 1
El mono desnudo
Arrastraba el gusano su fina piel entre la ho-
jarasca, cuando, en ese mismo momento, vio sal-
tar cerca de él a una liebre y pensó: «¡quién pu-
diera correr como esa liebre y verse libre del fango
de la tierra donde mi cuerpo se desliza pesaro-
so!». En su carrera, la sobresaltada liebre vio cómo
una ardilla huía trepando por los árboles y pen-
só: «¡quién pudiera trepar por los árboles como
esa ardilla, no me alcanzaría el maldito lobo para
comerme!». Los ojos de la ardilla divisaron en lo
alto un pájaro volando entre las nubes y se dijo:
«¡quién tuviera alas para planear en las alturas
como ese pájaro y contemplar la inmensidad del
paisaje, sería maravilloso». El pájaro a su vez, al
volar sobre una playa nudista, recordó un pensa-
miento que había ocupado su mente muchas ve-
ces: «¡quién fuera uno de esos hombres o muje-
res de ahí abajo, con todo su cuerpo desnudo, li-
bre de plumas!... Pueden sentir en su piel el roce
del aire, la suavidad ante el contacto con el agua
del mar, el calor del sol o las caricias de la com-
pañera/o!».
— 31 —
1.1. CUERPO HUMANO DISEÑADO PARA EL EROTISMO
— 32 —
Pongamos un ejemplo de la vida diaria: durante el baño,
¿disfruta del chorro de agua caliente que corre por su cuerpo?
¿Percibe la consistencia de sus músculos? ¿Siente el olor o el
aroma del gel que utiliza? ¿Se recrea en la suavidad de su piel?
Podemos continuar con otros muchos ejemplos: Antes
de salir de casa por la mañana, ¿disfruta —aunque sea unos
segundos— al contemplar el rostro de su hijo/a durmiendo
en la cuna? Al darle un beso ¿siente su piel suave, su sonri-
sa, la placidez de su rostro, el olor y el calor de su cuerpo? Al
despedirse de su compañera/o para ir al trabajo ¿contempla
su rostro?, ¿lo mira a los ojos?, ¿disfruta del abrazo antes de
salir de casa? Al besarla/o ¿siente el calor de sus labios? Si
vive junto al mar o en el campo, ¿disfruta del paisaje y de las
múltiples maravillas que diariamente le ofrece la naturaleza:
sol, nubes, plantas, aves, olas del mar, aire, etc.?
Así podríamos seguir con todas y cada una de las situa-
ciones y experiencias del día, desde que sale de casa hasta
que vuelve por la noche. Piense en cuántos momentos, cuán-
tas oportunidades de sentir, gozar, disfrutar de personas, si-
tuaciones y cosas tiene a lo largo del día y cuán pocas llega a
percibir conscientemente.
El zoólogo inglés Desmond Morris bautiza al Homo sa-
piens sapiens, digamos al hombre moderno, con el elocuente
nombre de «mono desnudo», si bien tal expresión no se
ajusta a la realidad, pues la desnudez del hombre no corres-
ponde a su pasado como primate o mono, sino a un desarro-
llo particular del género humano. Sus antecesores pasaron
en el transcurso de varios millones de años por sucesivos es-
tadios o fases evolutivas hasta adquirir el desarrollo del hu-
mano actual. Durante miles de años nuestros ancestros pasa-
ron largos períodos de tiempo —siguiendo el símil de Mo-
rris— como mono del bosque, mono cazador, mono
terrícola, mono sedentario; posteriormente llegó el mono
guerrero, el mono navegante, el mono cultural y, ya en nues-
tros días, el mono espacial.
Aparte de los cambios morfológicos por los que fueron
pasando las diferentes especies de primates, de modo más vi-
— 33 —
sible desde la aparición de los homínidos hace unos cuatro mi-
llones de años, especialmente a partir de los Australopitecos,
se fueron despojando gradualmente del pelo que recubría el
cuerpo hasta adquirir el estado de desnudez casi total del
hombre moderno. En éste, según el profesor de biología evo-
lucionista de la universidad de Múnich, Josef H. Reichholf, la
desnudez es la característica que responde a la necesidad de
enfriar el cuerpo de un modo eficaz, así como la condición ne-
cesaria para nuestra capacidad de realizar esfuerzos físicos.
Desde la aparición en la tierra de los antropoides o del
orangután, gorila y chimpancé —las especies de primates
que continúan con vida, más cercanas al humano— y de los
primeros homínidos, el humano fue adquiriendo rasgos que
lo diferencian de los demás mamíferos. Con el paso de mi-
llones de años fue abandonando el pelaje hasta llegar al esta-
do en que se encuentra actualmente.
Es el único mamífero terrestre cuya piel no está cubierta
de pelo, si exceptuamos partes muy reducidas del cuerpo.
Esto nos indica que el campo sensorial, el placer erótico y se-
xual han sido potenciados en nuestra especie a un nivel muy
superior al de cualquier mamífero y al de los demás homíni-
dos. La desnudez de su piel ha sido una pieza clave en la apa-
rición del erotismo. Más aún, según el citado profesor Josef
H. Reichholf, desempeñó un papel preponderante en la com-
prensión de la aparición de la raza humana. La desaparición
de pelo proporciona un espacio totalmente abierto al contac-
to de los cuerpos, y con ello, mayores posibilidades al estí-
mulo sexual, a través del tacto y demás sentidos.
El humano no sólo tiene las manos más ágiles y sensibles
que otros primates, sino que ciertas partes de su cuerpo,
como los labios, la lengua, los lóbulos de las orejas, los pezo-
nes, los pechos y los órganos genitales, están abundante-
mente dotados de terminaciones nerviosas y han desarrolla-
do una sensibilidad muy alta al estímulo táctil, enriquecien-
do sin precedentes la capacidad erótica del ser humano.
Los humanos tenemos incluso partes del cuerpo, como
los lóbulos de las orejas, los labios, la nariz carnosa y protu-
— 34 —
berante —y sobre todo el clítoris en la mujer— que, según el
parecer de algunos científicos, como el profesor Manuel Do-
mínguez-Rodrigo, se han desarrollado exclusivamente para
la producción de zonas erógenas y la consecución del placer.
Debería ser motivo de profunda reflexión el hecho de
que, a pesar de las numerosas posibilidades como tiene el
humano de disfrutar de tantas y tan variadas sensaciones, no
haya sacado más ventajas en su interacción sexual, y no haya
superado el afán copulativo de sus parientes más cercanos,
como el chimpancé o el bonobo. Poco se ha esforzado el
hombre por enriquecer el campo de sus sensaciones y las de-
licias del erotismo, cuando en muchos casos en la relación
sexual no supera, por ejemplo, el ritmo del gallo que, como
es sabido, apenas emplea unos segundos en copular. No
estamos de acuerdo con los sociobiólogos para los que la ra-
pidez coital de hombre y mujer no es más que una de las con-
secuencias del proceso adaptativo del macho y de las venta-
jas biológicas que tal rapidez aporta.
Y aunque este proceso adaptativo pudiera explicar el
comportamiento de especies cuyo desarrollo no llegó —por
su escaso desarrollo cerebral— al nivel de inteligencia del
humano, han pasado casi dos millones de años desde que el
género Homo llegó a tal desarrollo y muchos miles de años
desde que el Homo sapiens sapiens, nuestra especie, consi-
guió el nivel intelectual y de socialización que le diferencia
de otras especies.
Sin duda se pueden alegar —a parte de los razonamientos
sociobiológicos— razones de índole muy diversa (atmosféri-
cas, medioambientales, cambios climáticos, etc.), para expli-
car las sucesivas transformaciones anatómicas de las diversas
especies; pero no sería razonable desechar como causa —al
menos secundaria o coadyuvante— la energía creadora del
erotismo, con su inmenso potencial; esa fuerza impulsora de
cualquier actividad humana para bien y para mal, que habría
facilitado y acelerado la transformación de nuestra especie.
Ante la creencia de algunos investigadores de que la se-
xualidad la inventó nuestra especie en el transcurso de su
— 35 —
evolución, el profesor Manuel Domínguez Rodrigo y otros
investigadores sugieren una nueva idea y argumentan que el
proceso fue precisamente el opuesto, es decir, que la revolu-
ción sexual de los primeros Homo fue la que los convirtió en
humanos. Semejante postura sostiene el conocido profesor
Jared Diamond, según el cual, «el sexo recreativo y la meno-
pausia fueron tan importantes para el desarrollo del fuego, el
lenguaje, el arte y la escritura como lo fueron la posición er-
guida y nuestros cerebros grandes».
Podríamos preguntarnos si nuestros ancestros se inclina-
ron siempre por el comportamiento de cópula compulsiva
que caracteriza la unión sexual de muchos hombres de nues-
tros días. Indudablemente en la primera «etapa» en la que se
fue alejando de sus hermanos hominoideos (gibones, oran-
gutanes, gorilas y chimpancés) el macho no se diferenciaría
mucho de éstos en su acercamiento sexual a la hembra. Pero
desde aquellos lejanos tiempos hasta la aparición de los pri-
meros homínidos pasaron unos siete millones de años, y
cuatro millones más hasta la aparición del hombre moderno
(Homo sapiens sapiens) (Cuadro 1.1). En este tiempo sin
duda ha cambiado el humano mucho más sus hábitos copu-
lativos en provecho de sí mismo y de su compañera/o. Nos
encontramos ante una ingente laguna de datos, en la que
cabe cualquier tipo de hipótesis para cualquier orientación
antropológica y filosófica.
Mi interés por conocer el momento en el que el huma-
no tomó conciencia de la función sexual, de la trascenden-
cia que un acto realizado rutinariamente —o impulsado
por exigencias hormonales— tenía como generador de
nuevos seres, me ha llevado a analizar el momento en el
que, sin duda mucho antes, el género Homo fue consciente
de su sexualidad, del placer que sentía al copular, antes o
después de haber vivido conscientemente el placer sexual
en soledad. Fue sin duda un paso importante en la evolu-
ción de nuestra especie y tal paso depende del desarrollo
del cerebro para que sean posibles determinados procesos
mentales.
— 36 —
CUADRO 1.1.—Evolución de los homínidos
— 37 —
hombre moderno. Desconocemos asimismo los complejos
procesos neurofisiológicos y mentales que se fueron suce-
diendo desde el momento en el que este avanzado Homo se
dirigió conscientemente a su compañera/o sabiendo el placer
que le esperaba.
Seguramente, como afirman los paleoantropólogos de los
cambios experimentados en las especies, no fue un salto
abrupto, sino un proceso lento, muy lento, de miles de años.
Pero ¿cuál fue su reacción, admiración o perplejidad al des-
cubrir, vivir conscientemente las delicias del sexo? ¿Quién
puede asegurar que no se alarmó y hasta quedó atemorizado
ante tal descubrimiento? ¿Vivió conscientemente una sensa-
ción semejante ya en solitario? ¿Cómo llegó a asimilar que
su mano o sus dedos al frotar sus órganos sexuales o el pene
en el interior de la vagina proporcionaran un placer tan sor-
prendente?
Se dan cambios fisiológicos, sensitivos y sensuales en el
cuerpo que despiertan la complicidad entre ambos sexos en
el simple acto de cohabitar. Si añadimos los cambios morfo-
lógicos, físicos, visibles e incomprensibles que percibió el va-
rón en su pene y la mujer en su vagina, aún más, si nos pa-
ramos a pensar en el momento en el que llegó a establecer
una relación entre el acto de cohabitar y el de generar un
nuevo ser... la perplejidad, el asombro y el desconcierto pu-
dieron ser mucho mayores. Sólo una mente emparentada
con el mundo de la magia y del misterio pudo sobrellevar tal
impacto.
Al estudiar la evolución humana, los arqueólogos y los
paleoantropólogos estudian los vestigios, fósiles, restos y de-
más objetos, como hachas, flechas, lanzas, etc., que pueden
datar de millones de años. Recogen huesos humanos, los mi-
den y colocan cuidadosamente para formar el esqueleto, mi-
den la cavidad craneal, tipo de dentición, fisuras o muescas
en huesos, restos de hogueras, tumbas, etc. De todo ello de-
ducen la época, habilidades, ocupación, alimentación, de-
sarrollo mental y social de los seres que habitaron el lugar de
los hallazgos.
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Cuando se trata, no obstante, de la capacidad sensorial,
los afectos y la vida sexual, nos encontramos sin vestigio ma-
terial alguno directo como prueba del nivel evolutivo. Nin-
gún rastro o huella exterior al propio cuerpo nos conduce a
un determinado momento en la evolución de los primates
que nos permita deducir la relación afectiva, emocional y se-
xual de nuestros antepasados lejanos. Así pues, la intuición
o la especulación de cada uno se encarga de desvelar el mun-
do sensorial de nuestros antepasados, los primeros homíni-
dos, si bien con la ayuda de testimonios que prueben el de-
sarrollo corporal a través de milenios. Difícilmente se puede
establecer una línea divisoria, un punto de inflexión en la
evolución que nos asegure cuándo nuestros antepasados sa-
lieron de la situación en que se encuentran los chimpancés
actuales y comenzaron a vivir una sexualidad consciente,
cuándo el erotismo, fuente de energía y de deliciosas sensacio-
nes, fue percibido como tal en el sexo solitario o en el coito.
Nuestros antepasados homínidos de hace cuatro millo-
nes de años, experimentaron durante miles de años sensa-
ciones placenteras al copular sin que pasara por su cerebro la
más mínima noción respecto a la excelencia del maravilloso
don que poseían. Vivieron el sexo con la inconsciencia y pla-
cidez que proporciona todo don de la naturaleza y con la ple-
nitud de quien lo disfruta en paz, calma y ausencia de ten-
siones internas o perturbaciones externas.
¿Puede imaginarse el lector/a la vida de aquellos seres en
plena selva o en la sabana del África occidental, donde el
único enemigo era el depredador; el único ruido, el propor-
cionado por el movimiento de las ramas, la corriente de los
ríos o el gruñido, el canto, etc., de las diferentes especies ani-
males; la única preocupación, la búsqueda del sustento dia-
rio? Esta búsqueda se dirigió con los primeros homínidos
—los Ardipithecus ramidus— a plantas, raíces y frutos. Pa-
sarían al menos dos millones de años hasta que, con el Homo
habilis y su capacidad creativa, fuera la caza el sustento prin-
cipal. Nos imaginamos quizá al macho o a la hembra Austra-
lopiteco/a yendo a la improvisada «casa» cargado/a de ali-
— 39 —
mentos para todo el grupo familiar. Por aquellos tiempos no
se había llegado aún a la división sexual de tareas, por lo que
tanto machos como hembras se procuraban el alimento.
Durante millones de años nuestros antepasados vivieron
el sexo con la misma naturalidad con que comían un fruto
recién cortado de la planta. Para ellos el único reloj era el sol
y el mayor sobresalto, el provocado por un rayo, un trueno o
un depedrador, un fiero animal hambriento. ¿Qué podría in-
quietar la vida de aquellos seres que, sin saberlo y después de
millones de años, terminarían en el espacio y serían capaces
de alcanzar la luna? ¿Qué o quién podía condicionar el dis-
frute del sexo? Sin la plena conciencia del placer, pero tam-
bién sin prohibiciones, sin el sentido de lo bueno o lo malo
en el disfrute carnal, sin temores, sin celos, sin prisas, sin re-
sentimientos, sin el sentido de posesión ni la ansiedad de eje-
cución, sin la gran cantidad de temores que atormentan al
hombre y a la mujer actuales en el tema del sexo. En un
mundo así la hembra y el macho vivieron el sexo en total
igualdad; debió de ser una delicia nunca más vivida en el
transcurso de milenios.
En la evolución de la sexualidad el humano pasó por mu-
chas etapas desde sus antepasados los homínidos. Nos inte-
resa sobre todo mencionar cuatro de estas etapas o momen-
tos, según creemos, cruciales: el coito cara a cara, el placer
sexual consciente, el sexo reproductor y la conciencia del
hombre de su papel en la procreación.
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sin duda las sensaciones ante el contacto y calor del cuerpo,
ante la sensación de apretar y ser apretado/a con los brazos,
frente a la expresión de los ojos y los gestos de la cara que te-
nían ante sí. El coito cara a cara hizo patente en el rostro de
los amantes la expresión de satisfacción en el momento de
mayor placer —sintieran o no el orgasmo en ese período—.
Sin duda ambos sexos llegaron a percibir, aunque no «com-
prendiesen», que en ese momento les unía algo más que los
cuerpos, las sensaciones realmente singulares, un «placer»
diferente al experimentado cuando disfrutaban juntos de ob-
jetos exteriores como el alimento, el fuego o el agua. Las sen-
saciones vividas eran diferentes: estaban juntos, tocaban mu-
tuamente sus genitales, se unían de modo impulsivo para
terminar una experiencia quizá con los incipientes niveles de
concienciación con los que nuestro antepasado, el Homo, vi-
viría dos millones de años más tarde la experiencia sexual.
Aunque el sexo, ya en la etapa de vivencia plenamente
consciente, siempre ha tenido y tiene para los humanos con-
notaciones mágicas que escapan a la lógica y a cualquier
control, durante millones de años la actividad sexual fue una
actividad sin relación alguna con la capacidad procreadora y
sin cualquier trascendencia en la vida social, una actividad
no diferente a cualquier otra como rascarse, comer una fru-
ta, etc., al modo de los antropoides actuales. Los primeros
homínidos, hasta adoptar la postura erguida y practicar el
coito cara a cara, apenas mantenían contacto corporal fuera
de la unión de los cuerpos a la hora de disfrutar del sexo.
Probablemente, al copular cara a cara y experimentar el
calor del cuerpo ajeno y la suavidad de la piel mejoraron
los comportamientos sociales y de acercamiento entre los
individuos.
El coito cara a cara hizo sin duda más patente la necesi-
dad de proximidad, la natural inclinación al contacto, a pa-
sar largos ratos abrazados sin otro objeto que disfrutar del
calor del cuerpo, del contacto de la piel suave. Los conocidos
experimentos en los años 60 de Harlow de la Universidad de
Wisconsin en los EE UU nos dan pie a pensar en este cam-
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bio en la vida social, muestran la necesidad de contacto con-
fortable del mono, que prefiere pasa más tiempo junto a la
madre sustituta de peluche que junto a la madre sustituta de
alambre. Prefiere agarrarse a objetos suaves y peludos, per-
manecer en su regazo antes que entretenerse con otra activi-
dad alejado de la madre.
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del conocimiento y de la razón humana. Según este autor,
«la fabricación de útiles de trabajo o de armas fue el punto de
partida de los primeros razonamientos que humanizaron el
animal que éramos [...] Es evidente que el trabajo hizo de él
el ser humano, el animal racional que somos».
Todo ello nos hace pensar que, aun sin tener un cerebro
suficientemente desarrollado como para alcanzar la inteli-
gencia del humano actual, se dio sin duda un aumento de la
vida social, mayor trato en sus paseos al aire libre. Al no ver-
se encerrados en el bosque, aumentarían los momentos de
colaboración en tareas sociales así como el contacto acciden-
tal que terminaría en coito. El acercamiento de los cuerpos
en momentos de baja temperatura o al dormir aumentaría
las ocasiones de intimidad, vivencia del cuerpo e intercam-
bio de contactos previos a la vivencia sexual.
Debemos imaginarnos al hombre habilidoso en una con-
vivencia tranquila, sin grandes altercados en el seno de los
grupos. No existían guerras entre iguales y la fabricación de
armas estaba destinada sólo a la caza y la pesca. Vivió sin
duda miles de años de gran tranquilidad, con tiempo a su
disposición para el asueto en el que los juegos llevarían al
contacto corporal y a la relación íntima.
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cer sexual. Según Manuel Martín-Loeches, profesor de la
Universidad Complutense de Madrid, es altamente probable
que estos predecesores del Homo sapiens moderno tuvieran
conciencia del yo, el yo consciente que siente y actúa de
modo diferente a los demás. El humano comenzaría por lo
tanto también a tener conciencia del propio placer sexual.
Con este nuevo avance, autores como Georges Bataille
datan el momento en el que la actividad sexual dejó de ser
un acto instintivo en el humano para convertirse en erotis-
mo, es decir, una vivencia consciente, un placer que se po-
día provocar, experimentar y compartir a voluntad. Y este
sí que fue un cambio importante, un paso de gigante en la
evolución sexual de la especie humana. Un aumento im-
portante de volumen encefálico, capaz de la reflexión y
con plena conciencia de sí mismo, dio origen al primer
pensador del género Homo. El Homo erectus, muy diferen-
te a los homínidos anteriores, creaba herramientas muy
elaboradas para aquel entonces y se alimentaba de vegeta-
les y de la carne de los animales que cazaba. Con este
avance el sexo reproductor por instinto pasó a ser sexo por
pura diversión.
La relación personal, el acto sexual y tantas sensaciones
provocadas y vividas conscientemente, todo ello quedará
para siempre oculto a nuestro conocimiento, perdido para
siempre en la selva africana, al no llegar hasta nuestros días
testimonio oral ni de ningún otro tipo que lo desvele. No
obstante, el Homo erectus, nuestro antepasado salido de Áfri-
ca occidental hace casi dos millones de años, poseía la clave
para provocar sus uniones sexuales a voluntad por pura ape-
tencia, de acercarse a su compañero/a cuando quería, quizá
con una sonrisa en los labios, para unirse sin ningún otro
compromiso ni explicación. En una palabra, fue consciente
de que podía proporcionarse voluntariamente placer. En ex-
presión de Georges Bataille dio el paso «a la búsqueda calcu-
lada de arrebatos voluptuosos».
No obstante, aún quedaban muchas dudas sobre lo que
sucedía en su cuerpo, conjeturas en relación con el poder de
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sus genitales, el pene en erección, la procedencia y la finali-
dad del semen, de la sangre que fluye de la vagina, etc. Se-
guiría aún cerca de dos millones de años sin establecer rela-
ción alguna entre el acto que le proporcionaba tanto placer y
el origen de las nuevas criaturas que, por entonces, sólo per-
tenecían al mundo de la mujer. No debe extrañarnos tanta
incertidumbre, pues muchos de los procesos sexuales siguen
siendo un misterio para el hombre y la mujer de nuestros
días.
Con el sexo consciente el humano experimenta cambios
en su vida sexual: sexo a voluntad, aumento de su frecuencia
al ser consciente de que puede provocarlo cuando desee, téc-
nicas de cortejo diferentes, complicidad, celos, etc. Estos
cambios han perdurado generación tras generación durante
miles de años hasta nuestros días y han sido motivo de dis-
cusiones en las parejas.
La aparición del lenguaje, al menos en su estadio inicial,
el denominado protolenguaje o lenguaje primitivo, en esta
fase evolutiva del humano, confiere ya al Homo erectus (Mar-
tín-Loeches) la expresión más rica de sentimientos. La mani-
festación erótica del placer permite al ser humano primitivo
expresar oralmente sus sensaciones, sus sentimientos, sus
deseos, sus apetencias más íntimas y, asimismo, percibir se-
mejantes manifestaciones en su compañero/a.
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siológica que los seres humanos: contracciones fuertes y rá-
pidas de la musculatura genital y uterina, engrosamiento y
espasmos vaginales, contracciones rectales, tumefacciones
en los genitales de los machos, erección del clítoris en las
hembras, tensión de diversos músculos del cuerpo, aumento
del ritmo cardíaco, etc. Blackledge, en su libro Historia de la
vagina, habla del rostro orgásmico de algunas especies ani-
males durante su actividad sexual.
Estos comportamientos son semejantes en algunas espe-
cies de primates superiores; no obstante, no podemos decir
que la cópula de los primates no humanos vaya acompañada
de la sensación del orgasmo en cuanto explosión del placer
con una breve obnubilación de la conciencia, o estado alte-
rado de la conciencia, que acompaña a la experiencia huma-
na del orgasmo. El comportamiento de los primates no hu-
manos muestra a veces durante la cópula una actitud de apa-
rente indiferencia (siguen comiendo, miran a su alrededor,
se rascan la piel, juguetean con otros, etc.), lo que no se con-
juga con un arrebato sexual provocado por las sensaciones
orgásmicas que caracterizan la sexualidad humana.
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¿Cómo dejó la hembra humana de atraer al macho por
esa química hormonal? Parece ser que sustituyendo este sis-
tema de atracción por otro específico de las hembras de
nuestros días: el desarrollo de rasgos físicos como focos de
atracción del hombre; la llamada atracción epigámica o el
sexo epigámico.
El término científico de «sexo epigámico» se refiere a la
atracción física permanente propia del hombre moderno. So-
mos epigámicos, es decir, físicamente deseables para el sexo
opuesto. Nos atraemos incitados por los rasgos físicos del
otro sexo, lo cual supone una gran diferencia morfológica
entre el hombre y la mujer, diferencia impulsada —según los
paleoantropólogos— por la mujer, que la hace promotora de
una sexualidad permanente. A la «ovulación oculta» se une
la especial sensibilidad de ciertos órganos al estímulo táctil,
como los pezones, los pechos y otras zonas erógenas. «La de-
nominada “ovulación oculta” de nuestras hembras —opina
el profesor Manuel Domínguez-Rodrigo— provocó la apari-
ción de lo que se denomina “sexo infértil” o, lo que es igual,
sexo orientado al placer más que a la reproducción.»
Los primates no humanos no pueden vivir el orgasmo
como los humanos por no disponer de un desarrollo ence-
fálico capaz de enlazar la experiencia psicológica con el
proceso fisiológico. Las primeras evidencias de un cerebro
organizado como el nuestro se dan con los primeros Homo,
es decir, con la aparición del género Homo, hace aproxima-
damente 1.700.000 años, según se cree, con el Homo erectus.
En la actualidad, por falta de evidencia física de la anatomía
del Homo habilis, no se puede asegurar que dicho proceso
hubiera comenzado con éste. Según Manuel Domínguez-
Rodrigo: «Con las hembras de Homo erectus se puede pen-
sar que la sensualidad hizo aparición en la evolución hu-
mana.»
¿Quiere esto decir que los primates diferentes al humano
no sienten placer en el ejercicio de su sexualidad? Los cien-
tíficos mantienen que, ciertamente, sienten placer, pero se
trata de una sensación no comparable con la que experimen-
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ta el humano en el orgasmo. La vivencia orgásmica implica
una estrecha conexión entre el cuerpo y la mente; no es,
pues, un simple fenómeno genital, sino más bien un fenó-
meno psicológico más complejo.
Podemos entrar en confusión si no diferenciamos eyacu-
lación y orgasmo. En realidad son dos reacciones fisiológi-
cas, por lo que puede darse una sin la otra, como expondre-
mos más ampliamente en el Capítulo 3. La eyaculación no
lleva consigo necesariamente la sensación del orgasmo, ni si-
quiera en la especie humana, como nos muestran frecuentes
testimonios en la consulta sexológica. Los primates no hu-
manos eyaculan efectivamente y disfrutan en el acto copula-
torio, pero este goce no equivale al orgasmo tal y como lo
vive la especie humana.
El placer vivido durante el orgasmo está tan ligado a la
subjetividad de cada ser humano que no podemos transmi-
tirlo a otras personas. Sucede como con la mayor parte de las
sensaciones experimentadas por los diferentes sentidos. Sen-
timos calor, pero ¿cómo definimos el calor? Al intentarlo
caemos en paráfrasis o tautologías para explicar lo que lla-
mamos una sensación de calor. Lo mismo podemos decir de
las sensaciones percibidas por otros sentidos. Identificamos
el olor a jazmín, pero ¿podemos transmitirlo a alguien que
nunca ha percibido tal olor? Algo semejante sucede al inten-
tar describir el placer sexual. Toda definición en este ámbito
se limita a describir cualidades o accidentes referidos a cua-
lidades externas, modalidades o propiedades; pero nos que-
daremos siempre en los accidentes, sin poder avanzar mu-
cho más.
Las personas que no han reflexionado sobre este tema o
no están acostumbradas a hablar con su pareja u otra perso-
na sobre sus vivencias sexuales, identifican a veces placer se-
xual, eyaculación, orgasmo o erotismo. No obstante, como
hemos indicado en páginas anteriores, no son conceptos
idénticos ni excluyentes, aunque podamos admitir que el
placer sexual es un concepto mucho más extenso que la eya-
culación o el orgasmo; se refiere a una vivencia mucho más
— 48 —
amplia, comprende una realidad mucho más compleja y glo-
bal, como veremos más adelante.
Para comprender los múltiples matices y la riqueza de la
vivencia con la que el ser humano ha identificado el placer
sexual a lo largo de la historia, más que acudir a la literatura
de la cultura cristiana o a los sexólogos de los dos últimos si-
glos de las sociedades occidentales, necesitamos hacer un
largo recorrido a través de varios milenios, analizando el ori-
gen y las manifestaciones del placer humano comparado con
el de otros primates. Necesitamos asimismo adentrarnos en
el profundo sentido de la prostitución sagrada, en el arte y
secretos de las geishas en Japón; acudir a los libros de alcoba
de la antigua China y Japón, a la literatura hindú, árabe e in-
doamericana. Se precisa también un análisis ausente de pre-
juicios de los escritos de autores más cercanos en el tiempo a
nosotros, como Leopold von Sacher-Masoch o el Marqués de
Sade. Una lectura sincera y crítica de El Cantar de los Canta-
res desterraría la condena al deseo sexual, al placer sexual, y
la ligereza con la que la doctrina de la Iglesia ha tratado el
sexo.
En el último capítulo de este libro encontrará el lector/a
el modo de avanzar en la vivencia del propio cuerpo, ampliar el
campo de las sensaciones eróticas y aprovecharse mejor de
las posibilidades que nos ofrece la potencialidad sensorial del
«mono desnudo».
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el coito por puro placer y sin pareja fija, sin otra limitación
que la observada en la práctica sexual del chimpancé común
y del bonobo de nuestros días, este último de una actividad
sexual muy variada y frecuente. Tendrían que pasar muchos
miles de años más hasta que el varón fuera consciente de su
participación en la concepción de un nuevo ser, algunos hu-
manos no son aún conscientes de ello.
Durante miles de años la capacidad de crear nuevas vidas
sería un atributo exclusivo de la mujer; el hombre no tenía
nada que ver con este don maravilloso, propio sólo de seres
superiores, y ni se le pasaba por la mente que él pudiera in-
tervenir como parte necesaria en la reproducción de nuevos
seres.
William Robertson comenta que los habitantes de la tri-
bu euduna de Australia nunca habían relacionado sexuali-
dad y descendencia hasta la llegada del hombre blanco
(Mora, 2006). Conocemos tribus que no encuentran aún
una relación entre el acto sexual y el papel del hombre en la
procreación, y, si la encuentran, no se trata de una relación
directa entre el esperma masculino y el origen del nuevo ser.
El antropólogo polaco Bronislaw Malinowski comprobó
que aún en el siglo pasado los habitantes de las islas Tro-
briand en la costa de Nueva Guinea atribuían la aparición de
todo nuevo ser vivo en la comunidad a los esfuerzos combi-
nados del espíritu del mundo y del organismo femenino, sin
dejar sitio a ninguna suerte de paternidad física. Pensaban
que los espíritus llevan al niño durante la noche, lo deposi-
tan sobre la cabeza de la mujer; «la sangre de su cuerpo flu-
ye hacia la cabeza, y la corriente de esta sangre arrastra poco
a poco al niño hasta el vientre. La sangre contribuye a la for-
mación del cuerpo del niño y lo nutre, razón por lo cual ce-
san las reglas de la mujer cuando queda embarazada». Para
los trobriandeses la cópula era necesaria para el nacimiento
del niño, al ser necesaria la dilatación de la vagina por don-
de habría de salir el niño; éste era el único sentido que tenía
la acción del hombre en cuanto al nacimiento de un nuevo
ser en esta sociedad primitiva.
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La fertilidad siempre estuvo envuelta en un misterio para
el hombre primitivo que se manifestó en multitud de mitos.
En un principio estos mitos versaban más sobre la gravidez
de la mujer, sobre la procreación y el nacimiento de un nue-
vo ser, que sobre su relación con el acto de copular en sí. Mu-
chas estatuillas de mujeres grávidas de hace miles de años
son un claro testimonio de ello.
¿Cómo se explica que el humano tardara tanto en rela-
cionar el acto sexual y la participación del hombre en la pro-
creación? Alguna luz nos proporciona el comentario de José
Antonio Marina: «algo tan enigmático como la aparición de
un niño no podía proceder de un acto tan natural como el
coito».
La experiencia diaria no dejaba duda sobre la participa-
ción de la mujer. Era evidente para todos que la criatura sa-
lía del vientre de la mujer, pero ¿de dónde procedía el nuevo
ser? ¿Cómo llegaba al cuerpo femenino? ¿Qué tenía que ver
el hombre con tal fenómeno, con la llegada de una nueva
vida? Con el tiempo los antepasados nuestros observaron
que el vientre de las hembras de todos los mamíferos iba cre-
ciendo paulatinamente antes de parir. El proceso sería más o
menos lento, pero se repetía sin grandes variaciones, si bien
no dejaba de ser un gran enigma para todos, incluida la mu-
jer: había un gran misterio en todo ello. Nadie se explicaba
cómo había llegado allí la criatura. Sólo una fuerza natural
(el sol, un rayo, el viento) o un ser poderoso, mágico, desco-
nocido, podía ser el origen de tal maravilla.
Antes de ser consciente el hombre de la paternidad, ve a
la mujer con una capacidad superior, con poderes suprahu-
manos, con la capacidad de generar vida, reproducirse a sí
misma y a otros seres humanos, algo que él no posee. Quizá
radique en esta vivencia ese miedo ancestral del hombre a la
mujer y a su sexualidad, semejante al miedo a las fuerzas in-
controlables de la naturaleza.
Durante miles de años la participación del hombre en la
aparición del nuevo ser no pasó por la mente de nadie. En
realidad, la noción de paternidad no existió en gran parte de
— 51 —
la prehistoria. ¿Qué pudo influir en que se prolongara tal es-
tado de cosas? Varios hechos podían desviar de su mente la
idea de que la unión de ambos sexos sería la causa o el ori-
gen del nuevo ser. Por una parte, observaban a las aves que,
aunque copulaban con frecuencia, a las hembras no se les
hinchaba el vientre ni parían hijos. Por otra parte, tanto en
los humanos como en otros mamíferos, el número de cópu-
las, aunque fueran muy frecuentes, no se correspondía con el
número de embarazos ni de hijos. Había mujeres con gran
actividad sexual que nunca traían descendencia, pues supo-
nemos que la infertilidad de ciertas mujeres u hombres exis-
tía ya por aquellos tiempos. Finalmente, el largo intervalo de
tiempo entre la unión sexual, o la concepción, y el naci-
miento del nuevo ser dificultaba cualquier conexión directa
entre ambos; el cálculo resultaba difícil.
No obstante, después de muchos años de convivencia de
los humanos con plena conciencia y capacidad de raciocinio,
otras observaciones les fueron acercando a la solución del
enigma, a la importancia del acto sexual y a la necesidad de
la participación del varón en la concepción del niño. Por
ejemplo, la hembra que no tenía relaciones sexuales no que-
daba embarazada; además, cuando en el establo o en la casa
sólo había hembras o machos tampoco se daban embarazos.
Se precisaba la convivencia de ambos sexos para que se pro-
dujera la preñez. Poco a poco llegaron a la conclusión de
que, además de la hembra, se necesitaba la participación o la
presencia del macho e, incluso, la unión sexual entre ambos.
Cuando el hombre fue consciente del poder de sus geni-
tales al asignarles una causalidad creativa a través de la pro-
creación, se sintió semejante a la mujer, con el mismo poder
creativo y se erigió, a sí mismo, dios. A partir de ese momen-
to los dioses masculinos fueron sustituyendo a la diosa ma-
dre, el dios varón desterró a la diosa madre. Proliferaron las
figuras masculinas que sustituyen a las estatuillas de muje-
res. El varón dio a sus genitales un carácter sagrado y divino,
comenzó a venerarlos. Surgió el culto al falo del que nos han
dejado testimonio todas las culturas y que persiste en nues-
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tros días disfrazado de múltiples mitos sobre el miembro vi-
ril y la masculinidad.
Si nos preguntamos en qué época o período llegó el huma-
no a tal conclusión, no podemos determinarlo con exactitud ni
mucho menos. En el arte paleolítico no observamos represen-
tación alguna del acto sexual ni de la pareja procreadora.
Parece que la concepción de un dios masculino creador y
controlador —tal como es imaginado aún por la humanidad
actual— coincide en el tiempo con la conciencia masculina
de su participación en la procreación, y que ambos aconteci-
mientos se sitúan en la Edad del Bronce, hace unos cinco o
seis milenios.
De esta época datan las primeras figuras itifálicas de las
que tenemos conocimiento, si descartamos las representacio-
nes y pinturas del arte rupestre, como la del pozo de Lascaux
de hace unos 17.000 años, a las que se han dado interpreta-
ciones diferentes. Generalmente se relacionan a los numero-
sos monumentos, estatuas, figuras e imágenes itifálicas con
la fertilización vegetal y fecundación animal. Tales represen-
taciones del miembro masculino en erección y de grandes
proporciones se han hallado en los cinco continentes desde
hace varios milenios, como la estatua del dios egipcio Min
del período predinástico, localizada en su templo de Coptos
hacia el año 3.000 a.C., o el dios de terracota de la cultura
vinca en la Europa central, hacia la segunda mitad del quin-
to milenio a.C. Estas figuras se interpretan como dioses de la
vegetación o de la fecundidad, lo que implica esa capacidad
en el varón.
A falta de otras pruebas más directas que nos alumbren
sobre este hecho, la mitología, reflejo de una sabiduría trans-
cultural, aporta algún testimonio adicional.
Los mitos y leyendas muestran el pensar de sus autores
en el tema que nos ocupa. La mitología griega no nos aclara
mucho, ya que su origen sólo se remonta al siglo VIII a.C.,
época en la que Homero escribe los poemas épicos la Ilíada y
la Odisea, y Hesíodo la Teogonía, principales fuentes de la mi-
tología griega. El profesor Federico Lara Peinado nos transmi-
— 53 —
te un mito sumerio escrito hace unos 4.000 años que puede ser
de mayor ayuda en este particular. Enki, dios del agua, y Nin-
hursag, diosa de la tierra y de la fertilidad, conciben a su hija
Ninmu: «Enki vertió su semen en el seno de Ninhursag, ella re-
cibió el semen en su seno, el semen de Enki. [...] Habiendo he-
cho sus nueve meses, los meses de la “maternidad”, Ninhursag,
la madre del país, dio a luz a Ninmu.» No cabe duda de que, al
menos en esa época, el hombre era consciente de su papel en la
reproducción.
Hace unos cinco milenios, el dios egipcio Atum, en un
intento de ejercer esa capacidad de generar, según los Textos
de las Pirámides, «tomó su pene con la mano y eyaculó a tra-
vés del mismo para crear a sus hijos gemelos Shu y Tefnut».
Estos textos se remontan, según Joann Fletcher, al tercer mi-
lenio antes de nuestra era. Un varón solitario llegaría, me-
diante la masturbación, a la fecundidad.
Otro mito egipcio, un milenio posterior, describe cómo
el dios artesano Jnum modela, a partir de simple arcilla, al
hombre, al que, entre otros órganos vitales, provee de órga-
nos sexuales para que procreara.
Para Scilla Elworthy, la primera prueba de la toma de
conciencia del papel del hombre en la procreación aparece
en una piedra gris, esculpida hace unos 8.000 años y descu-
bierta en un templo neolítico dedicado a la diosa en Catal
Huyuk. Una parte de este relieve muestra los cuerpos de dos
amantes íntimamente abrazados; en la otra parte se ve a una
mujer con un bebé en brazos. En opinión de la historiadora,
el hecho supuso que los hombres comenzaran a tener un
destacado interés por su descendencia y se preguntaran qué
niños eran sus hijos y cuáles no.
¿Coincide el origen del patriarcado con la conciencia de
paternidad, como opinan varios autores? El patriarcado no
se inició de un día para otro, ni de un siglo para otro. Su for-
mación fue cuestión de milenios, entre el año 3.100 y 900
antes de nuestra era.
A partir del III milenio a.C. los dioses varones suplantan
a la diosa en un proceso que dura hasta el año 900 a.C. Los
— 54 —
dioses varones se van apropiando de las prerrogativas y atri-
buciones de la diosa; una de las principales y más caracterís-
ticas fue la capacidad de generar y crear.
En este período de tiempo se dieron cambios de gran tras-
cendencia sobre todo en la vida de la mujer: a) el reinado de la
Diosa Madre o la Gran Diosa, destronada por el dios masculi-
no, llega a su fin; b) se restringe la sexualidad de la mujer tal
como se vivía en la época matrilineal cuando se desconocía
aún la paternidad del varón; c) se impone la familia monóga-
ma y la herencia patrilineal, origen de la subordinación feme-
nina; d) la mujer pierde su función económica, así como su
autonomía y libertad sexual; e) el hombre asume papeles asig-
nados hasta entonces a la mujer: la administración de la casa,
e incluso se constituye en el dios creador.
Estos cambios económicos, sociopolíticos, en la vida fa-
miliar y sexual marcarán durante milenios a la mujer, que
aún en el siglo XXI sigue siendo objeto de polémica, desigual-
dad legal y maltrato físico.
REFLEXIÓN FINAL
— 55 —
No obstante, sobre el proceso sexual, que sin duda vivie-
ron nuestros antepasados durante millones de años, pocas
veces se pronuncian los científicos ni nos transmiten su pun-
to de vista por aventurado que sea.
Puede existir en esta actitud un anhelo de permanecer
fieles a los criterios de toda interpretación científica. Tam-
bién puede existir un cierto pudor no justificado que les fre-
na a expresarse sobre la vida sexual de nuestros ancestros,
sobre su interés en el sexo y en las manifestaciones afectivas,
sobre su realidad sexual.
Nos resulta un tanto sorprendente la interpretación que
suele darse a la gran cantidad de representaciones —figuras
humanas u objetos— fálicas, de estatuillas femeninas con
atractivos pechos, caderas pronunciadas o exhibición osten-
tosa de los genitales femeninos. Incluso escenas de claro in-
tercambio sexual entre ambos sexos o entre el humano y el
animal del Neolítico y anteriores, no se ven como una mani-
fiesta expresión de placer sexual, sino que son interpretadas
reiteradamente como simples ritos de fertilidad, exaltación a
la fecundidad o culto primitivo a la fertilidad, pero cuya au-
téntica fuerza reside —según nuestra humilde opinión— en
su evocación erótica.
Encontramos, asimismo, semejante interpretación mora-
lista de las danzas rituales, conscientes incluso como somos
de que el canto y el baile en nuestra sociedad tienen conno-
taciones altamente eróticas y sexuales.
Parece como si algo tan natural como el sexo, el erotis-
mo y la vida afectiva fuera ajeno a la humanidad o carecie-
ra de importancia para el hombre primitivo. Da la impre-
sión de que nuestros antepasados estaban sujetos a idénti-
cos tabúes e inhibiciones del humano de nuestros días,
que vivían como auténticos anacoretas, cuando, en reali-
dad, es posible que el humano no haya vivido una vida se-
xual más natural, libre y frecuente como hace millones de
años.
En este capítulo nos aventuramos a expresar ciertas con-
sideraciones que la comunidad científica no siempre com-
— 56 —
partiría. Es nuestro deseo desmitificar la imagen que nos
han transmitido de nuestros ancestros sobre su sexualidad y
su erotismo. Deseamos una imagen más cercana, más real y
más «humana» no sólo de los primeros representantes del
género Homo, sino también de otros antepasados anteriores
a éstos.
— 57 —
CAPÍTULO 2
Del placer prohibido y sancionado
al placer exaltado
Placer: «¿Existe un medio mejor de ayudar-
se mutuamente que compartiendo los cuerpos
que fueron creados para ser compartidos?»
MARQUÉS DE SADE
— 59 —
pone gastos; ni siquiera, pues, los alimentos son asequibles
para todos. Lo mismo podemos decir de poseer un coche de
lujo, disfrutar de unas vacaciones o hacer un viaje de placer
durante quince días en un crucero. El placer erótico, por el
contrario, está al alcance tanto del adinerado como del indi-
gente, del alto ejecutivo como del más humilde de los em-
pleados, de la mujer como del hombre, del inteligente como
del carente de altas dotes intelectuales.
La exaltación del erotismo ha distinguido al humano mo-
derno frente a las demás especies desde que fue vivencia
consciente, como hemos señalado en el capítulo anterior. La
excelencia del placer sexual desconoce los límites de la geo-
grafía o del tiempo. La complacencia en todo aquello que su-
pone deleite del cuerpo y del espíritu ha alimentado la ima-
ginación y la creatividad de los humanos. A ella se deben
grandes obras de arte en todos los géneros, tanto en la escul-
tura, en la arquitectura, en la pintura como en la literatura.
El disfrute humano ha estado presente en muchos artis-
tas que han exaltado la nobleza y dignidad del sexo por en-
cima de otros valores y otros bienes materiales. La función
creadora del placer sexual es altamente valorada en muchas
civilizaciones de la Antigüedad, siendo la unión sexual para
la escritora y psicoterapeuta pakistaní Shahrukh Husain, la
«expresión suprema de la creatividad humana».
Si bien todos los pueblos y culturas han exaltado el na-
tural y legítimo placer sexual, en ocasiones se ha considera-
do como un lujo, como algo innecesario o superfluo, cuando
no peligroso, perjudicial o innoble. Peor aún, quien ha dese-
ado satisfacer este disfrute a veces ha tenido que enfrentarse
a la censura y hasta a la condena de fuerzas represoras en to-
das las épocas de la historia. Como escribe la psicóloga Ste-
lla Resnick, «a lo largo de toda la historia de la cultura occi-
dental, la sociedad en general ha fomentado una visión del
mundo basada en el sufrimiento, y no en el placer». Hemos
llegado al extremo de que el rechazo del placer, particular-
mente del placer sexual, se considere un requisito básico de
la vida civilizada.
— 60 —
La exaltación del placer y su condena se han sucedido
periódicamente a lo largo de toda la historia: a toda época de
gran permisividad y de disfrute sexual entusiasta, o simple-
mente de júbilo y relajación de las costumbres, sucedió otra
de represión, prohibición y condena. Los emperadores, go-
bernantes, papas, monjes, filósofos o simples ciudadanos
fueron los autores principales de dicha represión y condena.
El humano ha luchado en todas las épocas y continentes, en-
tre el disfrute del sexo natural, libre, y la renuncia forzosa al
mismo, con la firmeza y tenacidad que otorga la energía del
erotismo.
Todo régimen político de orientación autoritaria y mora-
lizante ha limitado las libertades de los ciudadanos y, en es-
pecial, las relacionadas con el disfrute sexual. Los más pode-
rosos tienden a someter a sus vasallos mediante la prohibi-
ción del placer. ¿Temerán en su interior que, si bien con
soldados y armas pueden enfrentarse a cualquier enemigo vi-
sible, nada pueden hacer contra la invisible fuerza del erotis-
mo? Ya nos advertía Wilhelm Reich hace medio siglo que «la
represión sexual sirve para mantener más fácilmente a los se-
res humanos en un estado de sometimiento».
— 61 —
racterística de este sistema; se le privó —entre otras cosas—
del disfrute de la sexualidad, del placer o goce erótico y de la
libertad sexual.
En nuestra cultura occidental del siglo XXI, pasado más
de medio siglo desde el inicio de la liberación sexual y des-
pués de haber eliminado, al menos en parte, las grandes di-
ferencias de género de siglos pasados, resulta difícil imaginar
que durante más de veinte mil años la mujer era quien diri-
gía no sólo la vida familiar sino también la relación sexual, y
que gozaba de una libertad sexual como después no ha vuel-
to a conocer.
La auténtica vida sexual de la mujer en aquellos remotos
tiempos ha estado encubierta durante siglos hasta que en los
últimos decenios se ha impuesto una actitud crítica a las in-
terpretaciones conservadoras de algunos historiadores y
hombres de ciencia —varones casi en su totalidad— hasta
mediados del siglo pasado.
La investigación de diversas disciplinas —fundamen-
talmente la arqueología, el arte, la mitología y el estudio de
sociedades primitivas— nos indica que la mujer de aquellos
lejanos tiempos gozaba de una total libertad sexual: sexo in-
dependiente, sin vínculo a una pareja estable; sexo libre, es
decir, cuando surgía el impulso y se daba la oportunidad, sin
la imposición del varón; sexo por el puro placer, sin buscar
la procreación.
Todo esto, gracias a que los humanos del Paleolítico no
vinculaban aún la reproducción a la unión sexual. Desde el
momento en que el varón fue consciente de su poder de fe-
cundar, comenzaron a cambiar las cosas: el varón procuró
asegurarse su paternidad, pues ello suponía no tener que ali-
mentar a hijos de otros varones. Para asegurarse la fidelidad
de la esposa el varón puso en marcha una serie de medidas,
algunas de las cuales han perdurado hasta nuestros días: el
contrato matrimonial, la penalización del adulterio, la pros-
titución sagrada o comercial.
En las formas de matrimonio más antiguas, incluso cuan-
do se estableció la relación monógama, no había una resi-
— 62 —
dencia común; la esposa continuaba en la casa paterna y el
hombre residía en la misma casa como invitado ocasional o
permanente. En estas condiciones, la mujer gozaba de auto-
nomía y podía divorciarse sin dificultad.
Con la implantación del patriarcado, la institución del
matrimonio dejaba en manos del varón prácticamente el do-
minio absoluto sobre la esposa y se aseguraba la paternidad
de los hijos venideros; más restringida quedó en realidad la
libertad de la mujer y su disfrute sexual.
Durante los milenios que duró el matriarcado, la mujer
había vivido en un régimen de igualdad sexual con el hom-
bre: era sexualmente libre y con las mismas prerrogativas
que éste, incluso en los antiguos tiempos de la Gran Diosa, la
mujer gozaba de mayor autonomía, iniciativa sexual y liber-
tad de elección que el hombre.
Al establecerse el patriarcado (al final del Neolítico, unos
3.000 a.C.), el hombre no veía con buenos ojos que la mujer
gozara de las mismas libertades que él ni la falta de control
de los movimientos de ésta cuando él, por motivos de traba-
jo en la incipiente sociedad agrícola, no estuviera en casa,
que no era aún «su» casa ni siquiera la casa de ambos, sino
más bien la casa de los padres de la mujer.
De esta manera se introdujo el matrimonio de carácter
claramente patrilineal: la familia del novio pagaba un precio
por la novia que pasaba a vivir en la casa del esposo. En la
nueva situación la mujer pasó a depender totalmente del va-
rón en lo económico y en la toma de decisiones, incluido en
el divorcio, sobre el que la mujer no tendría derecho duran-
te milenios. Se llegó así al matrimonio por compra y por con-
trato escrito.
Las mujeres con el tiempo llegaron de este modo a for-
mar una parte importante de la economía de la familia: par-
ticipaban en la producción de bienes económicos, eran las
reproductoras y cuidadoras de los hijos y desarrollaban las
tareas domésticas. Incluso los servicios sexuales venían a for-
mar parte de un contrato comercial, y en las clases bajas el
matrimonio se transformaba en una esclavitud doméstica. El
— 63 —
Código de Hammurabi1 contiene un gran número de leyes
muy restrictivas para la mujer tanto en la regulación del ma-
trimonio como en la vida sexual.
En la sociedad patriarcal, la mujer sólo pasaba a ser
miembro de pleno derecho con el matrimonio. A partir de
ese momento la mujer será pura obediencia, elegida por el
varón y sin intervención de su voluntad, estará durante mi-
lenios sometida a la voluntad ajena. No sólo se disminuía su
capacidad de decidir en la familia, sino que se le privaba de
la libertad de elegir pareja sexual; perderá el derecho de bus-
car su placer sexual y quedará a la disposición permanente y
subordinación al placer sexual masculino.
Esta relación matrimonial tuvo vigor no sólo en la anti-
gua Mesopotamia, sino en todas las sociedades primitivas
con régimen patriarcal de los cinco continentes. Con mayor
o menor rigor y con variantes muy diversas persiste aún en
algunas sociedades actuales.
Otro sistema de control de la libertad sexual de la mujer
por parte del hombre ya en tiempos muy remotos, una vez
establecido el patriarcado, fue la prostitución sagrada y la co-
mercial tanto voluntaria como forzada por el varón. Desde
muy antiguo se conocen burdeles privados y estatales.
La prostitución sagrada era un rito —se la denomina
también prostitución ritual— por el que las niñas o adoles-
centes, al llegar a cierta edad, se dejaban desflorar «volunta-
riamente» por extranjeros en los templos, a cambio de una
moneda de plata. De voluntaria tenía poco esta práctica,
pues las jóvenes debían someterse por ley si querían después
optar al matrimonio.
Esta práctica fue ejercida por las sacerdotisas de los tem-
plos en honor a diosas como Inanna en Sumer, Ishtar en Ba-
bilonia, Cibeles en Frigia y otras diosas de Oriente, quienes
ostentaban la distinción de «diosas vírgenes» porque no per-
——————
1. Este código es un conjunto de leyes recibidas por Hammurabi, rey de
Babilonia, de su dios. Está datado entre los años 1792 y 1750 a.C., y se
considera el primer código conocido de la Historia.
— 64 —
tenecían a varón alguno. La prostitución ritual fue conocida
por todas las culturas de los cinco continentes. Según Frank
Donovan, «una inscripción en Lydia testifica que se prolongó
hasta el siglo II de la era cristiana». Shahrukh Husain relata
que restos de dicha práctica perduran en la India moderna.
La prostitución sagrada ha sido interpretada de forma
muy diversa por los autores. Para algunos constituía un acto
sagrado, un noble acto de entrega generosa en nombre de la
divinidad, como sacrificio o servicio a la Diosa Madre, como
una participación de lo sagrado. Si en algún sentido puede
considerarse como un acto generoso o servicio sagrado sería
a favor de los sacerdotes encargados de mantener el templo y
de cuyas limosnas vivían. Se considera un rito de iniciación,
pero ésta suele favorecer al iniciado, y a quien beneficiaba
era, sin duda, mayormente al varón que aliviaba sus deseos,
por más que se presente como un acto con la función gene-
ral propia de los sacrificios evocatorios o se desee resaltar el
contexto de sacralidad, dado que para el hombre era una téc-
nica para obtener un contacto experimental con la divinidad.
Para otros autores, el rito que nos ocupa tiene un sentido
diferente, tanto en la era prehistórica como posteriormente.
Durante milenios tuvo consecuencias vejatorias para la mu-
jer: el rito de la prostitución sagrada representaba —por muy
«en honor a la diosa» y bajo el beneplácito de los dioses que
se celebrara— una ocasión para el disfrute masculino, tanto
de los extranjeros que, como condición, debían depositar su
moneda, como de los sacerdotes dedicados al mantenimien-
to del templo y que pretendían sustituir, en tal servicio, a la
divinidad.
En realidad lo que, a nuestro entender, ponen de mani-
fiesto estos intérpretes es su ceguera ante lo que significaba
la estrategia del poder público, que sostenía la dominación
patriarcal.
Si bien en Sumer a las rameras sagradas se las designaba
«las puras e inmaculadas», lo que posteriormente ha podido
dar lugar a dudosas interpretaciones, existían dioses y diosas
cuyo culto comprendía la promiscuidad y la prostitución.
— 65 —
Como afirma Rufus C. Camphausen, en su Diccionario de la
sexualidad sagrada, frecuentemente resulta difícil fijar los lí-
mites entre la prostitución sagrada, la seglar —remunera-
da— y la nupcial. A mediados del II milenio a.C., no obstan-
te, la prostitución comercial era ya una práctica habitual y
aceptada por las hijas de las familias más necesitadas.
En los milenios que siguieron a la implantación del pa-
triarcado, la historia de la humanidad ha sido testigo de
cómo la fuerza del erotismo, que surge de modo natural en
la vida de las personas, se ha ido sistemáticamente acallan-
do en la mujer. Para asegurarse de la fidelidad de la esposa
y tenerla cercada en el estrecho ámbito de la alcoba, el va-
rón ha puesto en marcha una serie de medidas, algunas de
las cuales siguen vigentes en nuestros días: contrato matri-
monial, penalización del adulterio, restricciones religiosas
—muchas veces más severas para la mujer que para el va-
rón—, ablación del clítoris, costura de labios mayores, cin-
turón de castidad, aislamiento del mundo exterior median-
te el burka, etc.
— 66 —
Antes de la aparición de Confucio (hacia 551-479 a.C.)
hubo en China mayor libertad sexual que en épocas poste-
riores: la separación de sexos no se aplicaba tan estricta-
mente, la poligamia era una práctica habitual, las mujeres
casadas de la nobleza gozaban de mayor libertad que las
solteras, los jóvenes de ambos sexos disfrutaban de festejos
primaverales donde bailaban juntos y cantaban canciones a
menudo de franco carácter erótico. Durante estos festejos,
cada joven elegía y cortejaba a una muchacha y cohabitaba
con ella.
Confucio fue un hombre de mucha influencia en su
tiempo. Además de pensador y filósofo, fue un gran predica-
dor. Dedicó parte de su vida a asesorar a los príncipes, que
eran quienes realmente dirigían la nación. Su veneración por
las costumbres tradicionales le hizo pensar que el único re-
medio para su país era llevar a la gente los principios y pre-
ceptos de los sabios de la Antigüedad, convirtiéndose en un
restaurador de la moralidad antigua.
Sus enseñanzas fueron una fuerte crítica a la época en la
que vivió, combatió la vida fácil de sus contemporáneos,
exaltando virtudes como la bondad, la honradez, el decoro,
la decencia y la lealtad a su señor.
El conjunto de las enseñanzas de Confucio y de sus dis-
cípulos o seguidores es de orientación básicamente patriarcal
y ha sido la religión de la burocracia china. Los confucianos
abogaron por la completa separación de los sexos. Para ellos,
la mujer ideal era aquella que concentraba todos sus esfuer-
zos en las tareas del hogar; reprobaban su participación en
los asuntos fuera del mismo y, especialmente, en los asuntos
públicos, que consideraban como raíz de todo mal. Para
Confucio las mujeres eran «gente de rango inferior» y les
asignó una posición inferior a la del hombre
La influencia de este filósofo sobre las reformas adminis-
trativas y sociales, para que el emperador o príncipe pudiera
organizar el Estado con eficacia, le proporcionaron muchos
admiradores. Menos éxito tuvo su misión de predicador. Su
campaña moral, demasiado estricta, fue un fracaso en su
— 67 —
tiempo, en parte por la fuerza que fue adquiriendo otra co-
rriente de pensamiento llamado taoísmo.
El renacimiento del confucianismo o neoconfucianismo,
a partir de los siglos XI y XII, generó una interpretación
doctrinal aún más estricta: estimuló una forma de gobierno
estrictamente autoritaria, agudizó la censura y la represión
sexual, insistiendo en la inferioridad de la mujer y en la es-
tricta separación por sexos; prohibió toda manifestación
afectiva fuera de la intimidad del lecho conyugal. La censu-
ra se extendió al pensamiento, al arte y al control de ciertas
libertades.
También entre los siglos XIII y XVII el pueblo chino vivió
épocas de fuerte represión sexual; primero tras la ocupación
mongola, más tarde con el resurgir del neoconfucianismo y,
en la segunda parte del siglo XVII, con la conquista de China
por parte de los manchúes. La vida sexual quedó reducida a
la intimidad y se volvió a las más estrictas reglas confucianas.
El puritanismo chino volvió a aparecer como muestran los
tratados morales de la época, las «Tablas de méritos y demé-
ritos» y las listas de pecados sexuales en las que se puntúa la
gravedad de ciertos comportamientos. Se recomendó la des-
trucción de todos los libros de los antiguos filósofos no con-
fucianos, así como todos los textos budistas y taoístas; se
convirtió en tabú todo lo relacionado con el contacto entre
ambos sexos y con la segregación de las mujeres; se difundió
la costumbre de vendar los pies, llegando en el siglo XVII a la
mayor opresión vivida en China.
Las estrictas enseñanzas confucianas, si bien ejercieron
gran influencia en los asuntos de Estado, apenas se tuvieron
en cuenta en la vida cotidiana de la corte y de la gente co-
mún, que vivió una sexualidad libre al margen de dichas en-
señanzas. Comprobamos en China el triunfo del erotismo
ante cualquier presión exterior que intentase doblegarlo,
como muestran la difusión de la literatura erótica, de la por-
nográfica y de la prostitución, temas en los que, una vez más,
la mujer no gozó de tanta libertad y no tuvo tantas oportuni-
dades como el hombre.
— 68 —
2.2.1. Los Manuales de sexo
— 69 —
libremente la novela pornográfica y los álbumes de grabados
eróticos en color con desnudos en todas las posiciones, así
como parejas desnudas.
— 70 —
cia latifundista y de muchos comerciantes adinerados. En
esta región, de animada vida nocturna, se hicieron famosos
los «botes pintados», verdaderos «prostíbulos flotantes» de
lujo, donde las jóvenes prostitutas y cortesanas transcurrían
la mayor parte del tiempo.
Como en todos los países, a pesar de los preceptos con-
fucianos, existieron siempre prostíbulos en China, bien estos
«botes flotantes» en las vías fluviales del sur de China, lujo-
samente decorados para la clase acomodada, bien los prostí-
bulos menos elegantes para la clase baja en las afueras de las
ciudades.
Tanto la diversidad de material erótico y pornográfico
como la abundancia de prostíbulos muestra cómo, a pesar de
la censura confuciana o de los pueblos invasores —manchú
y mongol—, el erotismo estuvo siempre muy presente en la
vida del pueblo chino. La represión no logró acallar el inte-
rés de los chinos por el sexo a lo largo de su historia. Un in-
terés, por otra parte, sin el morbo que, con frecuencia, des-
pierta en nuestros días la oferta de sexo en revistas, videos o
internet. Las relaciones sexuales nunca se asociaban a la idea
de culpa moral o pecado.
— 71 —
do de la sensualidad, del culto al cuerpo y del sexo que al-
ternaron con las armas y los placeres culinarios. El romano
varón de la época imperial tenía ya muy pocas limitaciones
en el ejercicio de su sexualidad y supo sacar el máximo be-
neficio de todas las variantes del erotismo, como testifican
las obras de poetas, dramaturgos y filósofos, así como diver-
sos testimonios, entre ellos los graffiti o inscripciones de las
ciudades Pompeya y Herculano, sus frescos eróticos, monu-
mentos y objetos decorativos.
Con las riquezas acumuladas en los saqueos de los pue-
blos vencidos, vino el despilfarro en la época imperial. Ab-
sorbidos por los triunfos bélicos y por la prosperidad, los go-
bernantes romanos descuidaron su principal tarea para con
el pueblo: gobernar. Se relajaron las costumbres de los nue-
vos ricos y de las emancipadas matronas patricias. Encontra-
ron su pasatiempo en el circo, los baños, el mar y los balnea-
rios, cuando no había invitación de algún famoso a la pro-
miscuidad en los banquetes.
Si los festines y fiestas eran privilegio de los patricios —la
nobleza—, el pueblo sabía también disfrutar de placeres me-
nos onerosos, pero no menos gratificantes. La tarea de la ma-
trona romana se limitó durante siglos a cumplir como esposa
sumisa y madre abnegada, aceptando incluso la relación del
esposo con las esclavas, los esclavos, las prostitutas o el joven
imberbe. Debía no sólo ser honesta, sino parecerlo, hasta que
el colectivo femenino se declaró en huelga decidiendo no te-
ner más hijos hasta que los magistrados revocaran la Ley Op-
pia en el año 195 a.C. Esta ley limitaba la libertad de la mujer.
Entre otras cosas le prohibía desde el uso de ciertos vestidos
hasta alejarse en coche de la ciudad en que vivía.
La vida de los romanos honró el proverbio: «Baño, vino
y amor acaban con uno, pero son la verdadera vida.» Nadie
mejor que los habitantes de Etruria, los etruscos, que domi-
naron este arte y se hicieron famosos entre sus vecinos los
romanos por su moral relajada, entera libertad sexual de
hombres y mujeres, y entrega apasionada a los placeres del
cuerpo. Sus jóvenes esclavas atendían a los hombres desnu-
— 72 —
das, y las lujosas termas etruscas serían, según el poeta Mar-
cial, envidiadas por los sibaritas de la Roma imperial. Estos
baños superaban en variedad de servicios a los más atrevidos
salones de masaje de nuestras ciudades.
Llegó, pues, el libertinaje a los palacios romanos y co-
menzó la adoración a la diosa del amor, Venus, emulando la
devoción de los griegos hacia su diosa Afrodita, pero sin la
mesura de éstos. La veneración a múltiples dioses paganos se
tradujo en la exaltación del dios Baco, del disfrute de sus do-
nes —el buen comer y beber—, así como de otros dioses del
divertimento y de la molicie.
Antes de que el cristianismo emprendiera su lucha con-
tra la Roma pagana tras la conversión del emperador roma-
no, Constantino I el Grande (274-337), la capital del Impe-
rio asistió a una pugna interna entre algunos de sus empera-
dores (Calígula, Nerón, Caracalla y Heliogábalo) y el poder
senatorial, más asentado en la tradición.
Los historiadores cristianos han intentado atribuir la caí-
da del Imperio romano al desenfreno sexual de los paganos,
a la vida licenciosa de la sociedad romana y al libertinaje de
sus gobernantes. Una interpretación histórica más ajustada a
la realidad señala que dicha caída fue la consecuencia de la
corrupción y apatía política, de la ambición de poder y de las
pretensiones de los dirigentes de convertirse en únicos go-
bernantes de todo el territorio, lo que dio lugar a luchas in-
ternas durante muchos años.
Las guerras civiles y la desidia de los gobernantes provo-
caron una grave crisis moral, la juventud quedó sin referen-
tes que estimularan a la lucha, desmotivados para el cumpli-
miento de sus deberes ciudadanos, conceptos altamente va-
lorados por los romanos. El pueblo en general perdió el
orgullo del guerrero así como el estímulo por el dominio de
sí mismo. Se inclinó más bien a disfrutar de una ociosidad
desconocida para él hasta entonces, se entregó a la vida fácil,
a la comodidad y al disfrute diario, a los espectáculos y a los
placeres del cuerpo. «El que se enfada porque su mujer tiene
amantes, es que no sabe vivir», diría Ovidio.
— 73 —
2.3.2. La doctrina estoica
— 74 —
2.3.3. El cristianismo
— 75 —
No sólo se le negó el disfrute de los sentidos, sino que se
le inculcaron virtudes inhumanas y denigrantes para todo
ser inteligente: la abnegación, el desprecio, la búsqueda de la
humillación y el júbilo ante ésta, el dolor, la disciplina san-
grante, la mortificación del cuerpo, el desprecio de la carne.
El hombre no ha de tratar a su cuerpo como a un amigo, sino
como a un enemigo, incluso como algo despreciable. Éste y
otros credos inclinan a Nietzsche a decir en El Anticristo que
«el cristianismo ha sido hasta hoy la mayor desgracia de la
humanidad». Y añade el mismo autor: «Como si la humil-
dad, la castidad, la pobreza, en una palabra, la santidad no
hubiera hasta ahora hecho a la vida un mal infinitamente
mayor que cualquier vicio u otra cosa terrible...»
El cristianismo tuvo el mérito o, mejor, la habilidad de
ofrecer a las enseñanzas de los filósofos estoicos una amplia
audiencia, ya que las enseñanzas de éstos sólo llegaban a una
élite y el cristianismo supo llegar progresivamente a los más
humildes.
El cristianismo, una religión creacionista, puesto que
considera la relación heterosexual como una reproducción
del acto creador hasta el punto de no aceptar la unión sexual
sino con la finalidad de la fecundación, no asumió la idea de
la sacralidad del acto procreador que enriquece la vida, como
es el caso en otras religiones también creacionistas. Para és-
tas el universo surge a partir del acto creativo de un ser su-
perior, y en ellas la sacralización de la sexualidad eleva el
acto sexual a una categoría superior, cuasi divina; algunas de
ellas nos hablan de la «unión cósmica», del «misticismo cós-
mico», en el que el acto sexual entre hombre y mujer repre-
senta la unión del Sol y de la Tierra con sus respectivos sím-
bolos, masculinos y femeninos, que comprenden.
El cristianismo, por el contrario, ha empañado, con una
concepción negativa, todo lo relacionado con el placer de los
sentidos. Ha condenado la sexualidad; Julius Evola, en su li-
bro Metafísica del sexo, habla incluso de «un verdadero odio
teológico del sexo». Ha hecho del sexo una concesión para
aquellos que —en palabras de san Pablo— no tienen la fuer-
— 76 —
za de espíritu de mantenerse castos. Este punto de vista ha
sido adoptado por el cristianismo postevangélico hasta nues-
tros días, con leves modificaciones en el denominado aggior-
namento del Concilio Vaticano II (1962-1965). Lo más grave
es que ha identificado la vida sexual en general con el peca-
do. Las leves modificaciones de este Concilio en el tema se-
xual han sido desvirtuadas con los últimos papados.
La estricta moral cristiana en lo tocante al sexo fue, des-
de los primeros siglos, impulsada por los Padres de la Iglesia,
diseñadores de las normas que el pueblo debía seguir. Fun-
damentalmente san Pablo y san Agustín tuvieron en este
sentido influencia capital por ser los que más abiertamente
condenaron cualquier desorden del apetito sexual: todo lo
relacionado con el sexo y el placer está sujeto a cánones muy
rígidos. Posteriormente esta doctrina se ha ido matizando en
concilios, encíclicas y cartas pastorales. Dentro de esta moral
el hombre es un ser miserable, avergonzado de su cuerpo,
completamente esclavizado a una oligarquía de célibes con-
vertidos en inspectores de alcoba.
Hay anécdotas que elevan a lo ridículo el sentido negati-
vo de todo lo relacionado con el sexo para la Iglesia: «Según
el concilio de Macón (siglo VI), para evitar los contactos im-
puros, ningún cadáver masculino debía ser enterrado al lado
de un cadáver femenino antes de que se hubiera descom-
puesto.»
El papa Gregorio Magno proclamaría en el siglo VI que el
placer nunca está exento de pecado. Los Doctores de la Igle-
sia eran quienes decidían no sólo en lo tocante a las acciones
y las omisiones, sino incluso en la intencionalidad de éstas.
Santo Tomás nos dejó como consigna el dicho: «Incluso el
sexo en el matrimonio es siempre pecado».
La teología católica siempre defendió que el hombre es li-
bre; de lo contrario, anota el filósofo francés Michel Onfray,
¿cómo podría justificar el castigo? Así pues, para mantener a
sus fieles vigilantes y despiertos ante las embestidas del pla-
cer sexual inventaría las llamas del Infierno y el castigo eter-
no para quienes murieran sin haber saldado sus cuentas y, de
— 77 —
ese modo, redimido sus pecados, recordando que el sexo ha
sido clasificado como el mayor de los pecados.
Llama la atención, como comentan Francisco Vázquez
y Andrés Moreno en su libro Sexo y razón, que si en un
principio la Iglesia condenaba la masturbación masculina
por tratarse de un acto contra la naturaleza al desperdiciar
un líquido —el semen— creado por Dios y cuya finalidad es
la procreación, desde mediados del siglo XVI se condena esta
práctica en cuanto fuente de placer, el goce que genera la
práctica sexual e, incluso, el deleite en las cosas espirituales.
Es la condena del placer por el placer.
— 78 —
del puritanismo sexual, como vemos a diario en la consulta
sexológica.
La doctrina sexual católica ha quedado estancada en su
tradición de milenios, obstruyendo los intentos de renovación
que los teólogos más avanzados han osado iniciar. Una de tan-
tas pruebas la tenemos en la condena de la Iglesia Católica a
través se su máximo organismo para la defensa de la fe, la
Congregación para la Doctrina de la Fe, de los teólogos católi-
cos que disienten de estos dogmas. De los 12 condenados des-
de 1975, cinco lo son por contenidos que contradicen la doc-
trina sexual católica, sea por ideas sobre el celibato, el pecado
original, la Inmaculada Concepción de María, la anticoncep-
ción, el aborto, la homosexualidad, la masturbación o la fe-
cundación artificial (El País, martes 13 de marzo de 2007). La
última de las 12 condenas, y la primera hecha por el papa ac-
tual Benedicto XVI, fue al teólogo brasileño Jon Sobrino, uno
de los padres de la Teología de la Liberación.
El Dios judeocristiano desplazó —o intentó desplazar—
el culto al pene de los escenarios levantados en todos los
continentes donde el sexo era algo venerado, divertido y res-
petable para niños y adultos, hombres o mujeres, letrados o
analfabetos, ricos o pobres, religiosos o aconfesionales. En
ese escenario, expoliado de uno de los dones divinos más
apreciados —el disfrute de la vida y del sexo—, implantó la
cruz, el dolor, la penitencia y el pecado.
El catolicismo continúa con sus normas restrictivas para
la vida de alcoba. En las últimas décadas no hay año en el
que las autoridades eclesiásticas no expresen su desacuerdo
con prácticas sexuales totalmente legítimas y aceptadas in-
cluso por gran parte de los cristianos, en temas tales como:
aborto, homosexualidad, anticonceptivos, etc.
Quizá el error fundamental del cristianismo en este tema
haya sido identificar eros y sexualidad reproductiva. Por esta
idealización de la sexualidad ha combatido durante siglos y
sigue combatiendo.
Pero ni el cristianismo, ni la reforma de Lutero, de Calvi-
no y de tantos otros reformadores, ni el puritanismo del siglo
— 79 —
XIX han logrado acallar la voz del placer sexual. A pesar de
todas las amenazas y condenas, a pesar de ser sistemática-
mente combatida por una fuerza contraria, negativa, por la
misma muerte, la fuerza del erotismo ha surgido siempre de
modo natural en el interior de las personas, y seguirá sur-
giendo de las cenizas de cualquier intento de aniquilación
como el más admirable Ave Fénix que surge de sus propias
cenizas.
— 80 —
disfrute, cualquier respiro de los sentidos como se había
vivido en épocas anteriores. El absolutismo, el racionalis-
mo y el capitalismo han dibujado el escenario cultural y
sociopolítico durante los siglos XVII, XVIII y XIX, siendo los
protagonistas de los cambios en las sociedades occidenta-
les en estos siglos. Fueron los impulsores de una moral
estrecha, que dieron origen a las leyes más reaccionarias
en temas como el aborto, el control de la natalidad, los
derechos de grupos marginados (gays) o la sexualidad
dentro y fuera del matrimonio. La masturbación fue,
como veremos más adelante, la manifestación erótica más
fuertemente atacada y reprobada en los tres siglos men-
cionados.
MICHEL FOUCAULT
— 81 —
pecto a los delitos e injusticias cometidos por sus minis-
tros, gobernadores o jefes más cercanos, conocedores estos
de los abusos en los que con frecuencia incurren sus supe-
riores. El subordinado se ve obligado al silencio rabioso
ante la mordaza del poderoso. Nos encontramos ante un
sistema condenado ya en el siglo XIX por filósofos como
Condillac y Fournier por ser un «sistema que sólo reprime
las pasiones de los pequeños y nunca las de los grandes»,
afirmaba el último.
Cuando el poder encuentra a la Iglesia como aliada, la lu-
cha del ciudadano resulta inútil; a éste le queda como única
salida la resignación y la esperanza de mejores tiempos o del
más allá.
En la época galante, época del absolutismo principes-
co, la voluptuosidad se convirtió en un fin absoluto en sí
mismo. La actividad sensual pasó a ser un mero juego, un
coqueteo. La auténtica función de los senos, nos comenta
Eduard Fuchs, era hacer de ellos un preciado juguete en
manos del marido. Se esperaba de la maternidad que au-
mentase el atractivo erótico de los pechos, que no serán
ya, según este autor, manantiales de vida sino copas del
placer.
Hay una diferencia esencial con el Renacimiento; aun-
que el hombre aparece vestido como en éste, es un mero
atavío decorativo del cuerpo. El Renacimiento ponía a la
vista el pecho de la mujer desnudo, pero suelto, libre. En
el período absolutista aparece el pecho descubierto, con
ostentosa abertura en la parte delantera del vestido. Con el
corpiño y el corsé los pechos se ofrecían a todas las miradas
como los de una mujer excitada sexualmente; pecho disi-
mulado, encubierto, pero a la vez resaltado, ostentoso. La
ostentación, no obstante, es con frecuencia un inconfundi-
ble signo de inhibición patente en algunas damas de nues-
tros días. El cuerpo suelto, libre, sin vestimenta ajustada o
ceñida del Renacimiento respira autenticidad; el cuerpo
encorsetado, rígido y el peinado bien ajustado impiden el
respirar de los sentidos, la expansión del erotismo.
— 82 —
2.4.2. Racionalismo
La tradición racionalista tiende a negar
nuestra exigencia como seres sexuales y emo-
cionales.
VÍCTOR J. SEIDLER
— 83 —
¿de qué sirve afirmar que existe la mesa si no la percibo? Po-
demos preguntarnos con este filósofo: ¿de qué sirve afirmar
que existen tu cara, tus brazos, tu cuerpo si no los percibo?
2.4.3. Capitalismo
— 84 —
ción de pornografía subterránea en Inglaterra, afirma H.
Montgomery Hyde en su Historia de la pornografía, nunca
fue más floreciente que cuando la ley fue más rigurosamente
aplicada, en la segunda mitad del reinado de Victoria.
Si pensamos en la era victoriana, nos encontramos una
clase burguesa capitalista en la segunda mitad del siglo XIX;
una burguesía puritana que no sólo atenaza la libertad sexual
de los británicos, sino que salpica a la mayor parte de los paí-
ses europeos, y de la que no nos libramos hasta bien entrado
el siglo XX.
En una sociedad en la que mostrar las piernas es algo que
pertenece al repertorio de las prostitutas, según afirma
Eduard Fuchs, no existe forma de libertinaje ni vicio sexual
que no se hayan perpetrado en la época burguesa capitalista.
El suministro de «vírgenes garantizadas» se convierte en In-
glaterra en un auténtico comercio al por mayor. El rapto, so-
bre todo de mujeres casadas, está a la orden del día. El amor
libre, la prostitución velada, los baños al aire libre, las revis-
tas, los cabarés, etc., aparecen como fenómenos frecuentes
en esta época.
El capitalismo, al igual que cualquier otro sistema cuyo
principal objetivo es la rentabilidad económica, convierte al
hombre en un medio de producción, a semejanza de la ma-
quina y de otros útiles o herramientas de trabajo, orientados
únicamente al acopio de beneficios.
El capitalismo ha estado siempre escudado por los sec-
tores más conservadores, arcaicos e involucionistas de la
sociedad. Juntos han defendido sus normas morales y se
han enfrentado a cualquier principio, actitud o persona que
pudiera suponer un peligro a sus creencias y beneficios.
Ante la incapacidad de una defensa racional, su arma ha
sido la censura autoritaria, revestida de legalidad. Socieda-
des que se dicen tan libres como la de EE UU han desarro-
llado mecanismos en la administración y el poder judicial
que juegan el papel de una verdadera represión, ataque y
condena a quien consideran que altera la moral de sus ciu-
dadanos.
— 85 —
2.5. LA REPRESIÓN SEXUAL EN EL SIGLO XIX
— 86 —
to moral pierde fuerza en la sociedad posreformista, sensibi-
lizada por un pensamiento más comprometido con la salud
colectiva y con la higiene pública, hasta el punto de que cier-
tos libros sobre la masturbación encontraron mayor resisten-
cia en el colectivo médico que en la censura eclesiástica. La
masturbación se convierte, pues, en un problema no sólo de
disciplina e higiene privada, sino también en un asunto de
salud pública.
Punto de partida de este nuevo enfoque fue la publica-
ción de varias obras sobre la masturbación en las primeras
décadas del siglo XVIII, más en concreto desde la aparición
hacia 1712 de Onania, de John Marten. La censura sexual se
centró de modo tan pertinaz, impregnando a toda la socie-
dad, que silenció las voces de los opositores. A Onania si-
guieron otras obras tanto o más alarmistas, como el libro
Onanism del tristemente famoso médico suizo Samuel Au-
guste Tissot, una de cuyas primeras versiones al castellano
data del año 1807. Estas obras, en las que se advertía con
gran énfasis y alarmismo sobre los peligros físicos y psíqui-
cos de la masturbación, adquirieron numerosas ediciones en
varios países de Europa, por lo que se registró un aumento
del interés en torno al erotismo y sobre todo a los efectos ne-
fastos de la masturbación que en épocas anteriores. Comen-
zó así, en palabras de Francisco Vázquez y Andrés Moreno,
la «cruzada masturbatoria» que en España persistiría duran-
te gran parte del siglo XX.
— 87 —
ción manual». Aún en nuestros días algunos autores evitan
la palabra masturbación y prefieren hablar de «autoerotis-
mo», «sexo solitario» o «automanipulación».
Sobre todo a partir de la obra Onanism de Tissot, se insis-
te en las catastróficas consecuencias de la masturbación para
la salud, que da origen a un proceso patológico y adquiere
categoría de verdadera enfermedad física y mental o de com-
portamiento asocial.
Para su solución se inventan múltiples remedios: desde
curiosos artefactos para despertar al interesado en caso de te-
ner una erección durante el sueño, hasta camisas de fuerza,
duchas perineales, gimnasia, ejercicio físico, electroterapia e,
incluso, remedios químicos como nitrato de plata y bromu-
ro de alcanfor, sin olvidar la pedagogía del miedo con la que
se atormenta a los contumaces infractores. Para los autores
Francisco Vázquez y Andrés Moreno los manuales de higie-
ne de estos siglos retratan al masturbador como un ser de
rasgos físicos, psíquicos y mentales que más semeja al débil
mental —terminando en la demencia e incluso en la muer-
te— o al ser irracional que al humano.
Hoy sabemos que todos estos males, enfermedades y dis-
funciones sexuales atribuidos a la masturbación carecen de
cualquier fundamento científico; más bien pueden explicar-
se por la ignorancia sobre el tema de algunos médicos y es-
critores, así como por la insistencia con que los maestros es-
pirituales y predicadores intentaban disuadir de una práctica
reprobada por la doctrina católica.
— 88 —
Los médicos renacentistas estudiaban los órganos genita-
les de la mujer en cuanto correspondientes a los del hombre.
El historiador Thomas W. Laqueur habla del sexo único o
del unisexo, para significar la ausencia del sexo femenino en
la mente de los estudiosos de dicha época. Los anatomistas
representaban el cuerpo masculino y el femenino bajo un
único modelo, el masculino. La mujer era como un hombre
invertido: el útero era el escroto invertido, los ovarios eran
los testículos, la vulva era el prepucio y la vagina, el pene,
visión que perduró desde la Antigüedad clásica hasta el si-
glo XVI.
El modelo del sexo único, apoyado en el pensamiento
aristotélico, fue seguido por médicos del prestigio de Avice-
na (año 129-199), Galeno (980-1037) —para quien los ge-
nitales de la mujer son imperfectos por permanecer ocultos,
como los ojos del topo— o Vesalio (1514-1564), reconocido
anatomista y fisiólogo belga del Renacimiento que fue nom-
brado médico de la corte de Carlos I y de su hijo Felipe II.
Durante siglos el placer sexual o el orgasmo en la mujer
se consideró como algo necesario para la concepción del
nuevo ser. Por esta razón se permitían, pero no se aceptaban
como algo inherente a la sexualidad femenina. De este
modo, no sólo se perpetuaba el modelo antiguo de sexo úni-
co (como en el hombre eyaculación y placer van unidos, y
son necesarios para la concepción, así debía ser en la mujer),
sino que, al mismo tiempo, se mantenía el modelo de mujer
virtuosa, desapasionada, y se silenciaba el derecho de la mu-
jer al placer, a la relación sexual satisfactoria e independien-
te del acto reproductivo.
Lo más llamativo de esta visión totalmente sesgada de los
anatomistas en lo referente al sexo único o al orgasmo ligado
necesariamente a la concepción es que no correspondía a los
conocimientos médicos de la época, sino más bien a razones
culturales. Se hizo caso omiso de datos empíricos porque no
encajaban en el paradigma científico o metafísico de los au-
tores. Incluso a finales del siglo XVIII, los derechos de la mu-
jer al placer sexual no eran valorados y más bien fueron mi-
— 89 —
nimizados o enmascarados como consecuencia de una vi-
sión misógina o patriarcal. Nos puede parecer extremada-
mente insólito el que, como nos revela la investigación, con
anterioridad al siglo XX nadie se hubiera preguntado sobre el
placer de las mujeres durante la relación heterosexual.
Desde mediados del siglo XVIII los higienistas habían
combatido la masturbación o el vicio solitario; pero no se
perseguía lo mismo en el varón y en la mujer. Si la mastur-
bación era considerada en el hombre como derroche del
principio vital que provoca debilitamiento e incluso la muer-
te así como la degeneración de la especie, en la mujer cons-
tituía en los siglos XVIII y XIX nada menos que una enferme-
dad mental, una forma de locura designada con el nombre de
ninfomanía. Esta «patología» era más frecuente en lugares
en los que la mujer (teóricamente) no mantenía contacto al-
guno con los hombres, como instituciones de reclusión, in-
ternados, claustros religiosos o manicomios.
Se pensaba que el sexo solitario era una consecuencia de
la edad —fundamentalmente de la pubertad— o que se de-
bía a carencia de relaciones, como en el caso de viudas jóve-
nes o mujeres insatisfechas por su temperamento ardiente.
Ciertas circunstancias favorecían también estos comporta-
mientos, como los días previos a la menstruación, la ociosi-
dad, los estímulos artificiales de la imaginación en las gran-
des ciudades, el lecho mullido, etc. Se creía comúnmente
que toda mujer se encuentra por naturaleza predispuesta a
adquirir esta enfermedad mental, el onanismo.
Como remedios para combatir la masturbación feme-
nina, considerada un exceso sexual en la mujer, se apoya
el matrimonio de libre consentimiento frente al no desea-
do o impuesto por los padres, así como técnicas discipli-
narias y la pedagogía del miedo ante los castigos eternos.
A mediados del siglo XIX algunos médicos practicaban en
Occidente la clitoridectomía o extirpación del clítoris
para impedir la masturbación; si bien la mayoría de los
autores recomendaba el casamiento como remedio de esta
«enfermedad».
— 90 —
2.5.3. La psiquiatrización del placer «perverso»
— 91 —
Aparte del colectivo médico y religioso, otros agentes so-
ciales han conducido directa o indirectamente a una censura
de todo lo relacionado con el placer sexual: historiadores, in-
vestigadores, directores de museos, editores de libros, censo-
res de películas incluso para el público adulto. Esta censura
se extiende a obras de arte, decoración, estatuas, etc., por
parte de organismos oficiales nacionales e internacionales,
ministerios, ayuntamientos, parlamentos o aduanas.
El historiador Eslava Galán nos refiere en su libro Amor y
sexo en la antigua Grecia cómo investigadores alemanes del
siglo XIX, por no sacar a luz pública lo que podía ser un es-
cándalo para aquella sociedad, silenciaron los descubrimien-
tos; casi durante un siglo se silenció la bisexualidad de la so-
ciedad griega antigua. Durante años se consideró la relación
del hombre maduro con un muchacho, no como una carac-
terística de la sociedad griega, sino como una práctica del
pueblo dorio que conquistó las tierras griegas once siglos an-
tes de nuestra era. Esta costumbre amorosa pasaría de Creta
al resto de Grecia y, para los griegos, el amor entre hombres
siguió llamándose durante siglos «amor dorio».
Sin acudir a la historia de siglos pasados, encontramos
continuas limitaciones de la libertad sexual, abuso de poder
administrativo o legal con especial incidencia en la vida se-
xual de las personas, aplicación abusiva de principios mora-
les personales en la actividad laboral de profesionales.
¿Cómo se puede entender que a mediados del siglo XX una
figura tan considerada y reconocida en el campo científico
como era el filósofo y matemático británico Bertrand Russell,
futuro Premio Nobel de Literatura en el año 1950, nombra-
do profesor de Filosofía en la Universidad de Nueva York
en 1940 por la Junta de dicha Universidad, fuera destituido
de tal puesto en los años 40 por un juez, el ultraconservador
McGeehan, impulsado por sus prejuicios y con acusaciones
falsas, incluso calumnias e insultos personales? Como relata
con detalle Paul Edwards, en todo ello jugaron un papel im-
portante la prensa católica, así como altos cargos eclesiásti-
cos y políticos influyentes de un Estado democrático y de-
— 92 —
clarado laico como es el de EE UU. Según el juez neoyorqui-
no McGeehan que condenó a Bertrand Russell, éste «no es-
taba capacitado para enseñar en ninguna de las escuelas de
esta tierra». Por sus avanzadas ideas sobre sexualidad, lo
acusó de tener un carácter inmoral y ser partidario de la in-
moralidad sexual.
El gran psicoanalista Wilhelm Reich (1897-1957), consi-
derado uno de los pensadores más revolucionarios del si-
glo XX, llega en 1939 a EE UU acompañado de su tercera es-
posa y huyendo de la Alemania nazi. En EE UU es objeto de
constantes ataques por parte de la Asociación Médica Ameri-
cana y de la Asociación Psiquiátrica Americana por conside-
rarlo demasiado marxista. La metodología terapéutica de
Reich es considerada poco ortodoxa por la Administración
norteamericana, que llega a acusarle de fraude por vender el
acumulador de energía orgánica sin patente. En 1954 es pro-
cesado y se ordena la destrucción de todo el material del ins-
tituto que fundó. Por no obedecer la sentencia, es procesado
por segunda vez. Al negarse a comparecer, es condenado a
dos años de prisión. Los agentes de la FDA (Comisión de
Drogas y Alimentos) destruyen los archivos de su investiga-
ción y queman los libros del instituto. El 12 de marzo de
1957 ingresa en prisión, donde permanecerá hasta su muer-
te provocada por un paro cardíaco ocho meses más tarde.
Sería prolijo enumerar los ejemplos de ocultación de da-
tos, prohibición de ediciones, tachaduras en libros en las bi-
bliotecas públicas, controles de aduanas, obras retiradas en
los museos, etc., por su contenido. Se conoce, por ejemplo,
el hecho de que algunos museos han mantenido en sus sóta-
nos, ocultos a la mirada de los visitantes, vasijas griegas con
imágenes inequívocas de pederastia u otras obras con esce-
nas de contenido claramente sexual.
Hay otra censura más grave, la censura del silencio for-
zoso, ejercida sobre pensadores, filósofos, teólogos, científi-
cos e investigadores de diferentes ramas de la ciencia, a quie-
nes se les calla, ignora o destituye de sus cargos o cátedras.
La condena a aquellos que no comparten sus ideas o creen-
— 93 —
cias con la minoría represora, que se encubre bajo el poder,
viéndose obligados en ocasiones a huir al extranjero para
ejercer su profesión.
CONCLUSIÓN
— 94 —
CAPÍTULO 3
El orgasmo en el hombre y en la mujer
— 95 —
mayor parte de los manuales de sexología. Éstos describen
una y otra vez la anatomía y fisiología de los órganos genita-
les masculinos y femeninos con múltiples gráficos y detalles
en cada caso. Exponen los cambios que experimentan di-
chos órganos en las sucesivas fases de la respuesta sexual,
con una visión un tanto limitada de lo que es la sexualidad hu-
mana, visión que, como dice la psiquiatra Leonor Tiefer, «da a
entender que sólo pueden concebir la sexualidad quienes sa-
ben mucho acerca de tejidos y de órganos».
El modelo de Masters y Johnson parece tan lógico, tan
perfecto y aparentemente tan fundamentado empíricamente
que al lector ni siquiera le viene la duda sobre la base cientí-
fica de tal exposición. No se plantea tampoco otro modo de
concebir la respuesta sexual ni, por supuesto, en qué consis-
te una estimulación sexual «eficaz», criterio capital introdu-
cido por estos autores para determinar la naturaleza de cada
una de las fases del ciclo de la respuesta sexual humana. Más
aún, aunque la crítica a tal modelo apareció ya en la misma
década o poco después de su divulgación por autores que
presentaron serias objeciones al mismo (Brecher y Bracher,
1966; Robinson, 1976), la mayor parte de los manuales y
textos de sexología siguen reproduciendo fielmente el mode-
lo de cuatro fases, a veces acompañados de los mismos gráfi-
cos de los años 60.
Resulta al menos sospechoso que Masters, Jonson y Ko-
lodny en su extensa obra divulgativa de 1996, con más de
900 referencias bibliográficas, no hagan alusión ni una sola
vez a las diversas publicaciones de Tiefer y otras críticas y
críticos al ciclo de la respuesta sexual anteriores a esta fecha,
y, por otra parte, sigan presentando su modelo como el úni-
co válido. Rosemary Basson y otros autores han presentado
modelos más apropiados a la naturaleza de la respuesta se-
xual femenina, modelos más circulares que lineales de deseo,
excitación y orgasmo, ya que para la mujer no hay un ciclo
único de respuesta sexual.
El modelo de las cuatro fases de la respuesta sexual ha
servido también de base en la clasificación de trastornos se-
— 96 —
xuales en el hombre y en la mujer por el DSM (Manual Diag-
nóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, de la Asocia-
ción Psiquiátrica Americana). Este Manual en sus varias edi-
ciones, de no mencionar las disfunciones sexuales en 1952
pasó a introducirlas en la edición de 1968 como síntomas de
trastornos psicosomáticos, y en 1980 como subcategorías de
alteraciones psicosexuales, dando origen a una clasificación
que —a nuestro entender— la mayor parte de los profesio-
nales dedicados a la clínica daría por irrelevante.
Parece incuestionable una primera objeción a este mode-
lo: no existe un modelo universal e invariable de la respues-
ta sexual, válido para todas las personas ni tampoco para am-
bos sexos, aunque puede existir una gran similitud entre és-
tos. Las variaciones del esquema general se deben tanto a
circunstancias externas a la persona (incomodidad del lugar,
falta de intimidad, ruidos, temperatura, etc.), como a facto-
res internos (estado de ánimo, grado de confianza con la
compañera/o, receptividad sensorial, cansancio, problemas
psicológicos o sexuales, etc.).
La experiencia terapéutica confirma a diario que la res-
puesta sexual depende más de los impulsos cerebrales acti-
vadores de la reacción fisiológica —y, en consecuencia, de
factores psicológicos que condicionan tal reacción— que de
los genitales o del estímulo físico. Por ello, cualquier perso-
na debe entender que la excitación sexual es un fenómeno
emocional que implica a todo el cuerpo, no sólo a la erección
del pene ni a los cambios de la vagina y del clítoris.
El ciclo de la respuesta sexual en los términos en los que
lo plantean Masters y Johnson y el DSM como característico
o como norma de la sexualidad humana —que ha de consi-
derarse más un axioma que una conclusión con soporte em-
pírico— tiene como consecuencia considerar las desviacio-
nes de dicho ciclo como el rasgo esencial de la anormalidad,
de una anormalidad afincada en el funcionamiento fisiológi-
co parcial, no global, del conjunto del cuerpo. Quedan, ade-
más, fuera de consideración en dicho modelo otros datos
personales, como la actitud o valoración del individuo ante
— 97 —
el supuesto «trastorno», datos psicosociales, características
de la pareja, etc.
A parte de la nula consideración de la perspectiva de gé-
nero, el DSM mantiene esa obsesiva concentración en lo ge-
nital y en el coito heterosexual, según el modelo de sexo di-
rigido exclusivamente a la procreación. De este modo, priva
a la sexualidad de su contexto psicosocial y deja fuera de es-
cena una parte fundamental de la sexualidad humana feme-
nina y masculina. Como comenta Tiefer, en dicho modelo
«no hay nada acerca de emoción o de comunicación, de una
experiencia del conjunto del cuerpo, de riesgo y tabú, de
compromiso, atracción, conocimiento sexual, seguridad,
respeto, sentimientos acerca de los cuerpos, ciclos mamarios,
embarazo, anticoncepción o envejecimiento».
Esta autora nos ofrece una detallada crítica histórica,
científica, clínica y feminista al modelo del ciclo de la res-
puesta sexual humana de Masters y Johnson. La autora re-
clama menos atención a un intento de igualar la sexualidad
masculina y femenina, menos atención a la sexualidad geni-
tal y más atención a otros aspectos fundamentales de la se-
xualidad humana. En su obra Masters y otros (1996) subsa-
nan algunas de estas carencias, pero mantienen inalterado su
modelo de ciclo sexual de los años 60.
De acuerdo con otros sexólogos, en la presente exposi-
ción evitaremos una descripción de las mencionadas fases de
la respuesta sexual humana y ahorraremos al lector la pre-
sentación de gráficos o figuras de los cambios fisiológicos de
dichas fases, aspectos que el interesado podrá consultar en
múltiples tratados de sexualidad.
— 98 —
ción religiosa rígida o a un ambiente familiar puritano y repre-
sor. Digo «sobre todo los hombres», porque en las mujeres de
nuestra sociedad, al igual que en casi todas las sociedades oc-
cidentales bajo la influencia patriarcal, otros condicionantes
han bloqueado o silenciado la vivencia del placer sexual y les
han marcado en todo lo relacionado con la licitud del placer
y del orgasmo mucho más que a los hombres.
A pesar de ser el orgasmo una reacción natural de las más
placenteras para la mayor parte de los humanos, tenemos un
escaso conocimiento de cómo viven el orgasmo no sólo per-
sonas desconocidas, sino también aquellas con las que com-
partimos la vida y los momentos más íntimos.
Este desconocimiento se debe no sólo a los múltiples ta-
búes que dificultan el acceso a la intimidad del compañero o
compañera, sino también a que, como escriben Evans y Pa-
rra, «el orgasmo en sí es una experiencia no solamente inol-
vidable sino imposible de recordar en su exacta dimensión».
En cierto sentido, podemos comparar el estado mental de la
persona que vive el orgasmo con el de personas bajo los efec-
tos de la droga, en el sentido de que sus vivencias quedan
desdibujadas, sin poder calibrar justamente ni el conteni-
do ni la duración ni las emociones, fantasías del momento,
sensaciones, etc. Esta pérdida del juicio de la realidad suele
darse en trastornos como, por ejemplo, la esquizofrenia, y
obedece, según el psicólogo Wilhelm Reich, «a la falsa inter-
pretación del paciente de las sensaciones que surgen de su
propio cuerpo».
La percepción queda en estas situaciones distorsionada
ante la explosión de sensaciones que puede llegar a una bre-
ve obnubilación o pérdida momentánea de la conciencia.
Esto hace, según quienes han investigado el proceso del or-
gasmo, como el profesor Manuel Domínguez-Rodrigo que
— 99 —
to más se profundiza en el orgasmo, más ingente parece el
fracaso en averiguar qué es lo que realmente sucede.
— 100 —
con el orgasmo; esto no sucede siempre, pues el hombre
puede eyacular sin sentir el orgasmo o después de sentirlo
muy débilmente, y no sólo, como suele suceder, en hombres
con lesiones en la médula espinal que no experimentan la
sensación orgásmica (Komisaruk y otros). También se da el
hecho contrario, es decir, vivir un fuerte orgasmo sin eyacu-
lar. Todo ello tiene su explicación fisiológica ya que eyacula-
ción y orgasmo son provocados por vías reflejas diferentes,
es decir, por dos procesos fisiológicos diferentes.
El hecho de que, por lo general, el hombre siente a la vez
eyaculación y orgasmo, le lleva a interpretar el abundante
flujo vaginal y las contracciones vaginales de su compañera
durante la excitación sexual como prueba de que ha llegado
al orgasmo.
Otra falsa creencia frecuente en el hombre se refiere a la
relación de causa-efecto que establece entre excitación, erec-
ción, apetencia y eyaculación/orgasmo, como hemos expues-
to en otras publicaciones. Existe una gran confusión en su
mente al tratarse de comportamientos para los que, por ser
reacciones involuntarias, no localiza exactamente la parte
del cuerpo en que se producen, no llega a vivirlos conscien-
temente, o, incluso, los confunde con ciertas fantasías y cre-
encias falsas asentadas en su mente.
Al estudiar la respuesta sexual desde un punto de vista fi-
siológico, los sexólogos suelen distinguir las siguientes fases
o componentes en la respuesta sexual: (deseo), excitación,
meseta, orgasmo [eyaculación] y resolución, que otros pre-
fieren llamar «vuelta al reposo». Sólo en las últimas décadas
se ha incluido el deseo sexual como parte del proceso de la
respuesta sexual; no obstante, ésta puede darse, y muchas
veces se da, sin previa vivencia del deseo, al menos de modo
consciente, por ejemplo, durante el sueño o como conse-
cuencia de una estimulación inesperada.
Si bien se analiza a veces el placer sexual como parte del
orgasmo, aquél es mucho más que la vivencia del clímax; es
el elemento común a todas las fases de la respuesta sexual
enumeradas y, generalmente, está presente en todos y cada
— 101 —
uno de los momentos de la vivencia sexual. Hay personas
que, como consecuencia de algún trastorno sexual, pueden
realizar el coito o eyacular sin experimentar sensación algu-
na de placer, no obstante, el deseo o el orgasmo llevan siem-
pre implícita la sensación placentera.
Al reducir la vivencia sexual al orgasmo simplificamos
un tema tan complejo como es el del placer sexual que,
como vamos a ver, cada persona lo vive de modo muy dife-
rente. Cada persona valora y aprecia muy distintamente la
vivencia sexual, sea ésta mediante sensaciones puramente
táctiles o mediante el orgasmo. Esto resulta más patente
cuando observamos las carencias que en este campo arras-
tran muchos hombres y mujeres.
Sería extremadamente complicado analizar la intensidad
o la variedad de sensibilidad de una persona en relación a to-
dos los sentidos. No es nuestra intención ni creemos que sea
de capital importancia para nuestro propósito. Nos limitare-
mos, pues, al ámbito de las sensaciones eróticas táctiles y or-
gásmicas, ya de por sí un tema complejo.
Un análisis más completo de la experiencia sexual de-
bería incluir como elementos necesarios, tanto en la mujer
como en el hombre, además del orgasmo, la satisfacción fi-
nal, aunque no se hayan desarrollado medidas fisiológicas
de esta vivencia. Nos referimos a las sensaciones que
acompañan a la fase de vuelta al reposo: sensación de laxi-
tud, de placidez y de plenitud que se experimenta al ter-
minar toda relación no frustrada por alguna de las múlti-
ples circunstancias que pueden impedir finalizarla satis-
factoriamente.
Evidentemente hablamos aquí de sensaciones diferentes
a la vivencia genital o al orgasmo, que suele durar escasos se-
gundos; las sensaciones a las que nos referimos pueden du-
rar mucho más y extenderse a experiencias intensas termi-
nada la reacción fisiológica del orgasmo, como veremos en
los testimonios de hombres y mujeres que presentamos más
adelante. Por adelantar un ejemplo, recordamos las palabras
de una mujer de 27 años: «Después, queda una suave y dul-
— 102 —
ce sensación somnolienta, relajada, que recorre lentamente
todo el cuerpo como un velo, como la seda.»
Estamos muy lejos de poder determinar, definir y medir
la vivencia completa del orgasmo, y más aún de las múltiples
sensaciones que lo siguen y a las que nos referimos. Por ello
en este estudio, dedicado al placer sexual, nos limitaremos a
las vivencias que acompañan al orgasmo.
— 103 —
Eyaculación y orgasmo son provocados por vías reflejas
diferentes y se dan de forma independiente, aunque por lo
general ambos coinciden en el tiempo, y en la práctica no lo
diferencien la mayor parte de las personas. La eyaculación es
la expulsión fisiológica de fluido seminal, mientras que el
orgasmo es una percepción provocada vía refleja o por una
reacción refleja del sistema nervioso que responde a reaccio-
nes básicamente químicas; se habla también de clímax o
punto más alto del placer sexual.
En la práctica clínica las disfunciones más frecuentes de
la eyaculación en el hombre son: la eyaculación precoz, la
eyaculación retardada, la eyaculación retrógrada y la ausen-
cia de eyaculación. Las disfunciones más frecuentes relacio-
nadas directamente con el orgasmo son: ausencia de orgas-
mo (aun habiendo eyaculación), dificultad para conseguir el
orgasmo, orgasmo débilmente sentido y orgasmo relámpago.
De la imposibilidad de eyacular y de los trastornos del orgas-
mo hablaremos en el capítulo siguiente.
La fase del orgasmo suele darse cuando una estimulación
adecuada para cada individuo continúa durante cierto tiempo;
esta fase suele durar muy pocos segundos, mucho menos que
las fases anteriores. La estimulación puede ser física o mental
a través de fantasías, lecturas, imágenes, recuerdos, etc.
— 104 —
El segundo momento se caracteriza por contracciones de
la uretra y del pene que suelen tener como consecuencia la ex-
pulsión del semen o eyaculación, generalmente acompañada
de las sensaciones del orgasmo. El ritmo cardíaco, la presión
sanguínea y el ritmo respiratorio aumentan al máximo. La
eyaculación no siempre se produce, ya que el hombre puede
llegar a controlarla de tal forma que sienta las sensaciones del
orgasmo sin que sobrevenga la eyaculación, y no sólo por
aquellos hombres que practican el «sexo tántrico» cuyo obje-
tivo es preservar la energía sexual y mantener la erección.
— 105 —
mujer que en el hombre en cuanto a la fase de preparación
(juego erótico), tipo de estímulos demandados, etc.
— 106 —
puede alcanzar con la práctica de una técnica adecuada. Hay
métodos tántricos y otras técnicas que facilitan la vivencia
del orgasmo múltiple.
— 107 —
ya existentes; ello no ayudaría mucho a nuestro propósito,
pues las definiciones, en este caso, pertenecen al ámbito de la
experiencia personal, y las que nos ofrecen los manuales a
veces no superan el rango de simples descripciones de vi-
vencias de cada autor en concreto.
Consideramos, pues, de mayor interés para nuestro obje-
tivo acudir a la fuente de información más genuina y real que
conocemos para comprender la noción del orgasmo. A nues-
tro modo de entender, esto se consigue acudiendo a los tes-
timonios de hombres y mujeres sobre sus experiencias,
cómo viven ellos y ellas el orgasmo, así como las causas que
influyen en la ausencia o en la escasa vivencia del mismo,
como veremos en el capítulo siguiente.
— 108 —
mento de la eyaculación siento como un chorro de líqui-
do caliente a través del pené acompañado de sensaciones
imposibles de describir que se extienden por todo el cuer-
po a modo de leves sacudidas o descargas. El intenso pla-
cer de estos instantes no lo puedo describir. Después de
unos segundos queda el cuerpo en calma total, los brazos
y piernas más pesados, con una sensación de gran alivio y
relax de todo el cuerpo.
— 109 —
CUADRO 3.1.—La mujer vive el orgasmo como
• A veces en la espalda.
• Con tensión en la cabeza.
• Con un temblor en todo el cuerpo.
• Con sensaciones placenteras como un cosquilleo placentero
en el clítoris.
• Con un cosquilleo muy agradable entre las piernas.
• Con contracciones placenteras de subir y bajar la pelvis.
• Con latidos en los genitales.
• Con una sensibilidad especial en todo el cuerpo y con un hor-
migueo muy tenue concentrado en los genitales y en la zona
del vientre.
• El estómago se contrae, y cada vez es más húmeda y cálida la
sensación que noto en la vagina.
— 110 —
mente las oleadas de agradables corrientes «eléctricas» que
se van concentrando en toda la zona genital. Las oleadas se
convierten en ondas concéntricas de placer cuya intensidad
va aumentando. Se desvanece la percepción de la zona ge-
nital porque toda la intensidad «eléctrica» parece concen-
trarse en mi clítoris. Entonces se produce una fuerte sensa-
ción de placer tenso, contraído, nervioso, que me hace es-
tremecer, jadear, apremiante, parece que no lo vas a soportar
más... hasta que libera la tensión acumulada en forma de
una «violenta» explosión de placer, placer que se expande
en forma de haces de corriente que se irradian por todo mi
cuerpo y desearías que nunca terminaran... Después, queda
una suave y dulce sensación somnolienta, relajada, que re-
corre lentamente todo el cuerpo como un velo, como la
seda (37 años).
Cuando llega «el momento» gimo y me agarro fuerte-
mente a lo que puedo, normalmente la ropa de la cama.
Es algo fantástico porque siento como si en ese instante
mis genitales bombeasen una gran cantidad de sangre por
todo el cuerpo, y éste llegase lo mismo al cuero cabelludo
como al dedo meñique del pie (33 años).
Suelo excitarme leyendo revistas, viendo películas por-
no y con mi propia imaginación. Cuando empiezo a excitar-
me siento una tensión en la cabeza y si no me acaricio mis
genitales es como si me estallara: mientras mis genitales se
empiezan a calentar siento como si ellos solos se empezaran
a mover pidiéndome que los acaricie más y más; entonces
mi clítoris se pone duro, empiezo a tocármelo rítmicamente
y despacio con la respiración acompasada hasta que pierdo
el ritmo, mi cuerpo se contornea, me vibran las piernas no
puedo aguantar más y me llega el orgasmo (21 años).
Una vez que estoy bastante excitada al ser acariciada
con la mano o mediante rozamiento con el pene de mi
compañero, noto cada vez mayor placer en la zona del clí-
toris hasta que llega un momento en el que siento unas li-
geras contracciones en la zona del clítoris. Esta sensación
me dura aproximadamente 3 o 4 segundos, nunca sobre-
pasa los 5 o 6 segundos. Estas contracciones son como un
cosquilleo que me produce gran placer. Una vez termina-
das estas sensaciones que me producen exudación, rojez
— 111 —
en la piel, etc., me siento como decaída física y psíquica-
mente pues considero que la sensación de placer es corta.
Después de esto normalmente puedo volver a sentir la
misma situación anterior 2 ó 3 veces más (22 años).
Todo empieza tranquilo y de momento no siento gran
cosa. Cuando empiezo a excitarme a veces me gusta que me
toquen los pechos, que me muerdan el cuello, que me aprie-
ten los brazos y entonces la excitación va creciendo, siento
que me tiembla todo el cuerpo y cada vez deseo que llegue
cuanto antes el orgasmo, cuando llega me muerdo los la-
bios, aprieto las manos, es como un pinchazo muy agrada-
ble en todo el cuerpo y cuando acaba me sigo retorciendo
porque todavía sigo sintiendo placer (26 años).
— 112 —
A veces experimenta la mujer una especie de disgrega-
ción, desunión o desplazamiento de algunas partes del cuer-
po en el momento del orgasmo o poco después, como si al-
guna parte o miembro cobrara vida propia, sintiera y actuara
independientemente de otras partes o incluso del cuerpo en
su conjunto. Veamos algunos ejemplos:
— 113 —
3.9.1 El sexo único
— 114 —
3.9.2. El orgasmo femenino es necesario
para la concepción
— 115 —
bieran visto en ello una ventaja de su maternidad, pues
cuántas madres están cargadas de hijos y no han sentido en
su vida un orgasmo.
Al lector le puede resultar extraño, pero un paciente, al
preguntarle si su compañera llegaba al orgasmo, contestó:
«pues claro, si hemos tenido cinco hijos».
— 116 —
nina: el orgasmo clitorídeo y el orgasmo vaginal. Durante dé-
cadas se mantuvo esta falsa creencia, que ha preocupado a
muchas mujeres incapaces de diferenciar si su orgasmo era
de un tipo u otro y tener que resignarse o angustiarse ante la
idea de una inmadurez sexual.
La mujer que sólo conseguía orgasmo mediante la esti-
mulación directa del clítoris era considerada inmadura, una
mujer cuyo desarrollo no había superado la sexualidad in-
fantil, un signo de inmadurez o de grave inadaptación psico-
lógica. Tal creencia defendida por Freud y por muchos de
sus seguidores psicoanalistas duró varias décadas, en contra
del saber anatómico y fisiológico de su tiempo, según Tho-
mas Laqueur, profesor de la Universidad de California, Ber-
keley. Aunque actualmente apenas se menciona la distinción
de los dos tipos de orgasmo fuera de algunos círculos de psi-
coanalistas fieles a la doctrina del maestro, queda aún algún
vestigio en escritores poco documentados y en las mujeres
que en su día recibieron este mensaje sobre los diferentes ti-
pos de orgasmos femeninos y siguen temiendo la falta de de-
sarrollo de su personalidad.
Basándose en investigaciones recientes, Komisaruk y co-
laboradores piensan que la cualidad sensorial del orgasmo
difiere en función de la parte del sistema sexual que se esti-
mula. El orgasmo inducido por la estimulación vaginal afec-
taría a todo el cuerpo y el provocado por la estimulación del
clítoris se limitaría más a la región clitoriana. Es muy proba-
ble, según estos autores, que las diferencias en la cualidad
sensorial de estimular el clítoris, la vagina o el cérvix se de-
ban a los diferentes nervios que reciben la actividad sensorial
de cada una de estas regiones. Por otra parte, «varios estu-
dios presentan pruebas de que la estimulación directa de la
vagina o del cérvix en ausencia de una estimulación directa
del clítoris puede generar orgasmos en las mujeres». Por ello
concluyen que «los orgasmos femeninos están generados
por los órganos y sistemas neurales propios de las mujeres y
son mucho más que un simple subproducto o efecto secun-
dario del orgasmo masculino».
— 117 —
3.9.5. La mujer puede llegar siempre al orgasmo
en el coito
— 118 —
un orgasmo simultáneo, sin embargo, disfrutan plenamente
de su relación y viven una sexualidad rica y variada.
Como observan J. R. Heiman y J. LoPiccolo, vivir el orgas-
mo en momentos distintos, tiene también sus alicientes, como
poder apreciar el orgasmo ajeno, sentir cómo aumenta la exci-
tación, percibir las manifestaciones de placer del otro/a y sentir-
se cerca, física y emocionalmente, en el momento del orgasmo.
Hemos expresado en capítulos anteriores, y dada su im-
portancia lo repetiremos en los siguientes, que la sexualidad
compartida ofrece innumerables situaciones y momentos en
los que ambos pueden mejorarla atendiendo a los deseos pro-
pios y a los del compañero/a. La plenitud sexual es una labor
de cada día, del esfuerzo de ambas partes y de los pequeños
detalles, de entender que el orgasmo o vivencia del mismo es
responsabilidad de cada uno. Hasta hace poco tiempo se man-
tenía la idea errónea de que el hombre era quien le proporcio-
naba no sólo el placer a la mujer sino también el orgasmo. Ima-
ginemos por un momento la situación y nos daremos cuenta
de lo patético que puede llegar a ser tanto para el hombre como
para la mujer: la mujer resignada y pasiva «a la espera» de que
él la toque, estimule como «debe ser» y se produzca entonces
la explosión mágica. Él, por su parte, pendiente de dónde y
cómo tocar para producir el efecto esperado.
Aún hoy, con toda la información al alcance de cualquie-
ra, muchos hombres siguen pensando que para ser un buen
amante deben hacer gozar a su compañera. Si ésta no llega al
orgasmo se sienten responsables de ello. A su vez muchas
mujeres no asumen aún que el orgasmo es una respuesta se-
xual que depende de ellas y que comparten con su pareja.
— 119 —
palabras, con frecuencia enjuiciamos de diferente modo el
placer dentro o fuera del matrimonio, el derivado de una ca-
ricia heterosexual u homosexual, el sexo sádico, masoquista,
a través de un objeto, de un animal o de un cadáver.
Los manuales de sexología, sean de orientación médica
o psicológica, suelen informar ampliamente acerca de la
anatomía y fisiología de los órganos sexuales; describen,
como hemos comentado más arriba, los diferentes mo-
mentos o fases de la respuesta sexual femenina y masculi-
na con todo tipo de detalles, pero no suelen extenderse en
el tema del estímulo sexual o lo tratan únicamente en rela-
ción con el coito o con comportamientos dirigidos expre-
samente a la reproducción. Limitan el estímulo sexual a
los órganos genitales, el pene o la vagina; a lo más se in-
cluyen contactos, besos y caricias, casi siempre limitados a
la relación de coito.
En toda experiencia sexual concurren varios elementos,
fundamentalmente, el sujeto (con los procesos mentales y
emocionales que lo acompañan), el estímulo (en el que de-
beríamos incluir la situación social y sociológica) y la res-
puesta obtenida. Cuando se habla del estímulo, éste suele li-
mitarse a las circunstancias que lo acompañan, a la rectitud
del acto o su valoración moral: en la relación heterosexual si
el estímulo es una caricia, un beso, una penetración pene-va-
gina, dichos estímulos son aceptados como adecuados.
Otros comportamientos rompen los esquemas de una
norma establecida, no se sabe muy bien por quién, y sobre-
pasan la permisividad o son considerados como inadecua-
dos: caricia, sí, pero ¿dónde?, ¿con qué? Penetración, sí,
pero ¿cuándo?, ¿por dónde?, ¿a quién?, ¿en qué lugar?, ¿con
finalidad reproductora o por simple placer? Un beso, sí, pero
¿en qué parte del cuerpo?, ¿entre personas del mismo o de
diferente sexo? Un pellizco o un mordisquito cariñoso, sí,
pero ¿un golpe más fuerte, un latigazo, un arañazo sangran-
te, una patada? Aquí comienzan ya las divergencias: hay per-
sonas que aceptan y tienen por válido cualquier comporta-
miento o estímulo, otras personas establecen límites de per-
— 120 —
misividad, desechando ciertas prácticas por considerarlas
inaceptables, inmorales e, incluso, aberrantes o bestiales.
De este modo se establecen normas por las que un placer
es o no lícito. No obstante, para determinar la naturaleza del
placer sexual o de un estímulo creemos que se ha de pres-
cindir de conceptos como licitud, moralidad, buen o mal
gusto. Hay personas que aceptan cualquier comportamiento,
cualquier estímulo sexual físico en la relación con el compa-
ñero/a, pero rechazan abiertamente otros estímulos físicos o
mentales (ciertos recuerdos, fantasías, representaciones o pen-
samientos), sobre todo fuera de la relación comprometida,
por considerarlos contrarios a la fidelidad que se han prome-
tido; se puede llegar a ver en ello una ofensa o traición a la
otra parte.
Los filósofos, teólogos y sexólogos han intentado estable-
cer criterios para determinar qué comportamientos sexuales
son lícitos o ilícitos, normales o anormales, permitidos o
prohibidos, naturales o antinaturales. Algunos de estos inte-
lectuales condenan el masoquismo por considerarlo antina-
tural e inhumano, pero ¿podemos imaginar masoquismo
mayor y más inhumano que renunciar voluntariamente al
placer de los sentidos?
¿Qué criterio admitiremos para aceptar un estímulo o un
comportamiento sexual? Cuando tomamos como criterio la
normalidad en una sociedad tendremos como principal in-
conveniente los vaivenes a los que están sujetas las costum-
bres o normas en diferentes épocas o lugares. En el siglo XIX,
y buena parte del XX, ciertas actividades sexuales eran consi-
deradas perversiones y eran condenadas por no responder a la
norma del momento, por ejemplo, el sexo genital heterose-
xual; décadas después las mismas acciones dejaron de califi-
carse de perversiones. La homosexualidad en la Grecia clásica,
por ejemplo, era el comportamiento normal entre varones
de cierto rango social. Cuando la homosexualidad dejó de
ser un comportamiento aceptado por aquella sociedad, dejó
de ser un comportamiento normal a los ojos de los griegos,
ya no se consideró como normal.
— 121 —
El bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injus-
to, lo bello y lo feo, dependen de decisiones humanas, contrac-
tuales, relativas e históricas (Michel Onfray).
— 122 —
el masoquismo es el fundamento de la sexualidad, no una
aberración del individuo: lo que buscamos en el maso-
quismo es una especie de dolor arrobador, un desgarro,
una sensación física desbordante [...] El masoquismo ofi-
cialmente carece de popularidad; o mejor dicho, pocos de
nosotros estamos dispuestos a reconocer que nos gusta.
Para defenderlo hay que empezar señalando que no se tra-
ta de algo propio de unos cuantos sujetos pervertidos, sino
que a todos nos incumbe en distintos grados. Esto conlleva
además una crítica al concepto mismo de normalidad.
— 123 —
¿Hasta dónde llega la perversidad de la sociedad conven-
cional que, por una parte, critica y condena la liberación se-
xual o el sexo libre y, por otra, llena el mercado de utensilios,
pornografía, videos, películas porno, aparatos, drogas, perfu-
mes, vestimenta de cuero, saunas, locales de orgía? ¿Y hasta
dónde la misma sociedad promueve o mantiene dichos pro-
ductos no sólo al comercializarlos, sino también al permane-
cer ante la pantalla de televisión encendida?
Cuando dos personas consienten libremente en activida-
des sadomasoquistas, incluso actividades extremas, siempre
que no esté en peligro la vida de alguno o el daño a terceros,
¿qué hay en ello de perversión, inmoralidad o vejación?
— 124 —
plemente el placer como objetivo fundamental del sexo no
reproductivo».
Mario Perniola nos brinda otra visión del masoquismo, al
afirmar que el móvil del sadomasoquista es más el temor del
dolor que el placer del dolor. Para la doctora Anita Phillips, el
placer y el dolor son variantes del mismo tema, la sensibilidad:
En muchos escritos sobre el masoquismo se alude a
su naturaleza paradójica, a su unión de categorías aparen-
temente irreconciliables entre sí, como el placer y el do-
lor. Pero si ambas sensaciones se pueden fusionar, bien
podemos sospechar también que su oposición no es tan
obvia como se dice. Cabe, por ejemplo, que ambas sean
variantes del mismo tema, el de la sensibilidad. [...] La
sensación de excitación acuciante, sea cual sea, también
es dolorosa, produce fluidos que pueden acabar en lágri-
mas, exige un desahogo inmediato.
— 125 —
zaba con verdadero tesón los casos que estudiaba por si pro-
cedían de una familia con antecedentes hereditarios, es decir,
con enfermedad personal grave. De este modo pretendía deci-
dir la raíz patológica de los comportamientos estudiados por
él, calificándolos de enfermedades. Ciertamente hablamos de
una publicación de las últimas décadas del siglo XIX, Psicho-
pathia sexualis, pero esta obra sigue en las librerías del siglo XXI
con su título original en latín, aunque ciertamente ya no tiene
la desastrosa influencia que tuvo durante décadas.
Tanto el hombre como la mujer experimentamos a veces
sensaciones de placer mediante prácticas o comportamientos
aparentemente opuestos por naturaleza al estímulo genera-
dor de placer, como sucede en el masoquismo o el sadismo.
Los golpes, los azotes y otros actos más humillantes generan
normalmente dolor; ¿cómo puede una persona «normal»
disfrutar con tales prácticas? Éstas —piensan muchos— sólo
se conciben en personas anormales, enfermas o degeneradas.
Para algunos autores, como Anita Phillips, todos somos ma-
soquistas en algún momento y en algún grado. En cierto sen-
tido, el dolor y el placer van de la mano, sin llegar a extremos
como en el caso del místico/a que disfruta del cilicio, de la
penitencia, de las heridas, de las llagas. Pensemos, por ejem-
plo, en las personas que aceptan el sufrimiento o la humilla-
ción como virtudes; las prácticas de punciones, cisuras, pier-
cings; y ¿qué decir de quien está fuertemente enamorado de
alguien que no le presta atención alguna?
Vemos en la consulta personas psíquicamente sanas en
las que el placer, en circunstancias especiales, va ligado a una
vivencia en los límites de cierto masoquismo. Seguro que
más de un lector/a podría añadir deseos, fantasías o expe-
riencias semejantes, e incluso más singulares que los de los
siguientes casos.
Miguel Ángel, de 35 años, casado, tiene dificultad de ob-
tener orgasmo en coito desde su primera relación; tiene erec-
ción normal, pero sin sentir placer, sin que haya conexión
entre su mente y sus genitales. No consigue meter a la mujer
—la actual u otras— en sus fantasías que es lo que le provo-
— 126 —
ca el orgasmo. No obstante, goza y siente el orgasmo con fan-
tasías en las que su mujer está con otros hombres y se acues-
ta con ellos. Con fantasías como en una película, como si es-
tuviera viendo a otras personas interactuando (su pareja con
otra persona con una relación fuerte, bestial, mujeres con
pene o consoladores, travestís). En estas fantasías Miguel
Ángel se ve como un espectador más. Si es su pareja quien
está haciendo algo con otro (como que le esté engañando),
eso le excita. Una de las cosas que más le excitan es la idea
de que le engaña. Escenas con ese sentido y a base de esto
forman su fantasía. Una mujer con consolador o un travestí
le excita.
Pedro Luis, de 32 años, casado, antes vivía el orgasmo
en todo el cuerpo, desde hace unos años ha ido perdiendo
gradualmente esta sensibilidad en el momento del orgas-
mo. No obstante, piensa que con una mujer «más déspota»
gozaría más.
Arturo, de 32 años, soltero, no se excita en una relación
con caricias y besos. Sólo le excitan fantasías o películas de
mujeres luchando, peleando una encima de otra, o películas
en las que la mujer domina al hombre.
Otros pacientes sólo disfrutan y llegan al orgasmo cuan-
do la mujer lo domina, pensando que la mujer le está violan-
do y que ella, al mismo tiempo, está disfrutando.
Una mujer de 44 años siente la necesidad de que su pa-
reja le apriete fuertemente los pezones con los dedos o los
dientes para facilitar la llegada del orgasmo. El compañero se
sorprende ante la insistencia de que le apriete más y más
fuerte, hasta el extremo de temer hacerle sangrar.
Ciertamente, por muy extraños que parezcan estos gus-
tos no pueden compararse con los insólitos y procaces mo-
dos de excitarse de los cuatro libertinos (el financiero Dur-
cet, el presidente de Curvas, el duque Blangis y el obispo),
que nos relata la señora Duclos, o de los clientes del burdel
regentado por Madame Guérin o Madame Fournier, según
describe el Marqués de Sade en Las 120 jornadas de Sodoma.
Una vez más se cumple en este tema el dicho de que todo ex-
— 127 —
tremo pierde veracidad. El sociólogo canadiense Ricardo Hill
refiriéndose a estos personajes lo expresa de modo más ta-
jante cuando afirma que todos los grandes libertinos de Sade,
que viven para el placer, no son grandes sino porque han ani-
quilado en ellos toda capacidad de placer.
Ni lo que hayamos podido leer o escuchar sobre el placer
sexual ni las experiencias personales del mismo agotan la
gama indefinida de matices de una vivencia tan íntima y tan
versátil. Lo que para unos es normal, estético, delicioso o no-
ble, para otros puede parecer anormal, antiestético, desagra-
dable, abyecto o repugnante. Ningún ser humano puede de-
terminar los límites ni la naturaleza del placer sexual de los
demás. ¿Por qué hemos de calificar de anormales las sensa-
ciones experimentadas por una persona al ser pisoteada, es-
cupida, golpeada o humillada? ¿Podemos asegurar que no
puede resultar placentero o lícito el chupar un zapato, un
calcetín sucio o un pie sudado? Por no hablar de los objetos
y experiencias que alimentan la diversión y la indolencia de
los cuatro libertinos de Sade en Las 120 jornadas de Sodoma
Una vez más, ¿dónde está el límite de lo aceptable y lo no
aceptable? ¿Por qué razón, se pregunta Sache-Masoch, no
puede resultar delicioso en un banquete beber en los zapatos
de las mujeres?
CONCLUSIONES
— 128 —
En cuanto a la naturaleza del estímulo sexual, aún le
queda a nuestra sociedad un largo camino que recorrer has-
ta vivir el sexo libre de tabúes. En este recorrido puede ser-
nos de gran ayuda reflexionar sobre las palabras del contro-
vertido Marqués de Sade: «Cuando proscribimos todos los
actos sexuales que no tienen por finalidad procrear estamos
nosotros mismos violando la ley natural.»
— 129 —
CAPÍTULO 4
La eyaculación, el placer y el orgasmo
— 131 —
te muchos años, se ha designado tanto a la mujer poco entu-
siasta en la cama, con poca apetencia sexual, como a la que
nunca llega al orgasmo; en este último caso es más apropia-
do hablar de mujer con anorgasmia.
Nuestra sociedad comprende y justifica todas estas ca-
rencias sexuales en la mujer. En el hombre, por el contrario,
ve menos normal que no pueda eyacular o sentir el orgasmo.
Es una de las consecuencias de una secular tradición que no
acepta de buen grado las debilidades sexuales en el hombre
y, no obstante, incluso considera que forman parte de la na-
turaleza femenina.
Si nos acercamos a la realidad, encontramos no sólo mu-
jeres que no disfrutan del orgasmo, sino también hombres
que disfrutan muy poco de la experiencia sexual, otros, si
bien en menor número, no pueden eyacular o no consiguen
disfrutar del orgasmo en absoluto.
— 132 —
La imposibilidad de eyacular es, sin duda, una disfunción
eyaculatoria, pero el hombre evita en lo posible hablar, inclu-
so con sus amigos, de este problema más que de la eyaculación
precoz, pues con frecuencia asocia la imposibilidad de eyacu-
lar no sólo con una merma de virilidad sino incluso con una
deficiencia sexual física. Un paciente lo comparaba con una
tubería atascada; otro temía tener los testículos vacíos. Por el
contrario, la eyaculación precoz es para algunos un signo de
rebosante vigor, de una desbordante sexualidad que no llegan
a controlar, o la atribuyen a que sienten fuerte atracción por
las mujeres. Lo cierto es que ambas disfunciones suponen un
handicap en la relación sexual, por más que, quien no llega a
eyacular pueda dar tiempo a su pareja para disfrutar múltiples
orgasmos. Terminada la relación el hombre se encuentra frus-
trado al considerar que el acto queda incompleto y que tanto
él como su pareja desearían un final diferente.
Hemos estudiado 63 casos de hombres con imposibilidad
o dificultad de eyacular, de edad comprendida entre 19 y
60 años. Excluimos de nuestro análisis ocho varones mayores
de 60 años, ya que, según consta en nuestros datos, la imposi-
bilidad de eyacular a esta edad está más relacionada con la in-
capacidad eréctil que en personas más jóvenes. Es sabido tam-
bién que, aunque la capacidad eyaculatoria no termina defini-
tivamente con la edad, la disminución de la eyaculación y el
mayor esfuerzo para conseguirla forman parte de la sexuali-
dad normal de las personas de avanzada edad que, no obstan-
te, pueden gozar del sexo sin la necesidad de eyacular en cada
relación. Algunos hombres viven estos cambios en su sexuali-
dad inherentes a la edad como un grave trastorno y, al preocu-
parse en exceso del problema (ansiedad de ejecución), au-
mentan la dificultad de eyacular.
Según los datos socioculturales de los casos estudiados
(Tabla 4.1), dos de cada tres hombres (el 65,1 por 100) son
solteros y algo más de la mitad (52,4 por 100) tienen entre
veinte y treinta años. Casi la mitad (48,3 por 100) tienen di-
ficultad en relacionarse con mujeres y, en semejante propor-
ción (46,03 por 100), han tenido una educación sexual rígi-
— 133 —
TABLA 4.1.—Datos socioculturales de la muestra de hombres
con imposibilidad de eyacular (N = 63)
-20 3 4,8
21-30 33 52,4
31-40 16 27,0
41-50 4 6,3
51-60 5 9,5
Total 63 100,0
Soltero 41 65,1
Casado 19 30,1
Separado 3 4,8
Total 63 100,0
Rígida 29 46,03
No rígida 21 33,33
N.C. 13 20,64
Total 63 100,0
TABLA 4.1 (cont.)—Datos socioculturales de la muestra
de hombres con imposibilidad
de eyacular (N = 63)
Sentimiento
de culpabilidad Casos Porcentaje
en masturbación
SÍ 26 41,3
NO 19 30,2
N.C. 18 28,5
Total 63 100,0
Imposibilidad
Casos Porcentaje
de eyacular
Total 63 100,0
Dificultad
para relacionarse Casos Porcentaje
con mujeres
SÍ 30 47,6
NO 27 42,9
N.C. 6 9,5
Total 63 100,0
TABLA 4.1 (cont.)—Datos socioculturales de la muestra
de hombres con imposibilidad
de eyacular (N = 63)
SÍ 28 44,4
NO 34 54,4
N.C. 1 1,6
Total 63 100,0
SÍ 12 19,1
NO 38 60,3
N.C. 13 20,6
Total 63 100,0
— 136 —
pleto, por lo que hemos de analizar el historial de cada uno
antes de aventurarnos a emitir cualquier hipótesis. Dentro de
este análisis consideramos sumamente elocuentes las res-
puestas a preguntas como: ¿Qué piensa el hombre que nun-
ca ha conseguido eyacular al realizar el coito? ¿Qué teme?
¿Qué siente?
Al explicar a nuestros pacientes el reflejo de la eyacula-
ción, y comentar la imposibilidad o dificultad de eyacular
que tienen algunos hombres, los que padecen el síntoma
contrario, es decir, la eyaculación precoz, se lamentan de no
tener ellos esa imposibilidad de eyacular, sin caer en la cuen-
ta de que este problema puede atormentar tanto o más a
quienes lo padecen que el eyacular precozmente. La preocu-
pación por no poder eyacular afecta lógicamente más a los
hombres que ansían tener hijos y su pareja no consigue que-
dar embarazada. Los sentimientos, temores y desconcierto
con que se vive este problema muestran una vida interior a
veces muy precaria o inestable, una gran insatisfacción no
sólo sexual, sino también personal, o una relación de pareja
llena de obstáculos y desencuentros.
— 137 —
otros pensamientos, generalmente relacionados con la ansie-
dad de ejecución, condicionan el proceso sexual, por lo que
no es extraño que en experiencias posteriores se repita el
mismo problema. Vemos en el Cuadro 4.1 la variedad de
— 138 —
pensamientos que invaden la mente del hombre con imposi-
bilidad de eyacular.
La fuerza devastadora de tales pensamientos es tan pa-
tente que el mismo paciente siente sus negativas consecuen-
cias no sólo en relación con la erección, la eyaculación o la
apetencia sexual, sino también en otros temas relacionados
con la autoestima, la autovaloración, la relación con las mu-
jeres y la seguridad personal.
Los pensamientos del hombre suelen referirse a las con-
secuencias que se derivan del problema tanto para él como
para su compañera. La preocupación de que ésta pueda dis-
frutar genera también en el hombre un estado anímico poco
favorable para eyacular y para terminar el coito satisfactoria-
mente para ambos.
La reflexión más frecuente en estas situaciones es: «yo no
valgo para nada», «quizá tenga impotencia», «no voy a satis-
facer a mi pareja». Para algunos es, según sus mismas pala-
bras, una continua obsesión de la que no pueden librarse y
que les impide acercarse a cualquier mujer o iniciar una re-
lación de pareja. Se ven anormales, raros, inútiles para el
sexo, incapaces de ser queridos por ninguna mujer.
Éstos y otros procesos mentales sacuden sin cesar la men-
te del hombre con imposibilidad de eyacular. Bajo la influen-
cia de tales pensamientos persiste el problema, al ser éstos el
principal causante del malestar y de los sentimientos negati-
vos que impiden en adelante el reflejo eyaculatorio. De aquí
surge la segunda pregunta: ¿qué sienten estos hombres antes,
durante y en el momento de tener una relación sexual?
— 139 —
yor parte de los casos el hombre con este problema no dis-
fruta antes ni durante ni después del acto sexual, y al finali-
zar éste le invaden sentimientos que llegan a veces a la
desesperación. Con frecuencia termina su experiencia «con
mal estado de ánimo», «abatido», «hecho polvo», «desespe-
rado», «traumatizado» (Cuadro 4.2).
Aunque haya vivido con anterioridad experiencias se-
xuales muy frustrantes, antes de iniciar el coito de nuevo; el
— 140 —
hombre puede ir con cierta esperanza y expectación de que
la cosa irá bien y podrá eyacular; no obstante, estos senti-
mientos pronto se transforman en amarga decepción. Cuan-
do lleva ya un tiempo en el coito y comprueba que no logra
eyacular, la actitud expectante de un principio se convierte
en una sensación más fuerte de fracaso. Incluso aunque,
como comenta un paciente de 25 años, al principio sienta
cierto placer cuando su pareja le toca el pene con la mano,
después, durante la penetración, desaparece toda sensación
placentera. Otro, de 37 años comenta: «Sucede que me en-
cuentro bien, que me apetece tener relaciones con mi com-
pañera y, de repente, no siento nada.» La falta de eyaculación
conlleva en algunos hombres no sólo ausencia total de placer
erótico, hay quien no experimenta sensación placentera de
ningún tipo en el coito.
Puede darse, incluso con erección persistente, una total
carencia de placer durante los juegos previos al coito, durante
la penetración y durante todo el acto sexual, hasta el punto de
no sentir nada en absoluto con los movimientos mientras el
pene está dentro de la vagina. Un paciente de 32 años vivía
este momento «como si mi pene estuviera en el aire». Muchos
de estos hombres se consuelan pensando que por lo menos su
pareja lo habrá pasado estupendamente. Otros, como vimos
en el apartado anterior, no pueden arrojar de su mente el pen-
samiento de que, debido a su problema, no lograrán nunca sa-
tisfacer a su pareja, atribuyéndose la responsabilidad de que
ésta disfrute o no en el coito, como si fueran los principales
responsables de la satisfacción sexual de la mujer.
Esta actitud va acompañada a veces de fuertes sentimien-
tos de culpabilidad al no haber estado, piensan, a la altura
que de ellos se esperaba. En la relación homosexual, cuando
no es plenamente asumida, el hombre experimenta también
a veces imposibilidad de eyacular como consecuencia de un
fuerte sentimiento de culpa. Un cierto grado de culpabilidad
puede ser la causa también del problema en hombres que ex-
perimentan esta disfunción sólo en las relaciones fuera de su
compañera habitual.
— 141 —
La ausencia de eyaculación hace que el coito sea para
muchos hombres incluso menos satisfactorio que la mastur-
bación si en ésta logran eyacular. Y los hombres que sólo
eyaculan después de muchos esfuerzos y fatigas sienten, por
lo general, poca satisfacción o ninguna cuando al final lo
consiguen.
Hay pacientes que nunca han eyaculado en el coito ni en
la masturbación y sólo han disfrutado del orgasmo durante
el sueño a través de poluciones nocturnas. Un paciente de 38
años nos comenta que sólo eyacula por las noches, dormido,
ante el estímulo de sueños eróticos. Este paciente tuvo tanto
en casa como en el colegio una educación sexual rígida.
— 142 —
CUADRO 4.3.—Qué teme el hombre que no puede eyacular
— 143 —
cuando, sin estar muy convencidos o rechazar directamente
la idea de tener hijos, prescinden de cualquier método anti-
conceptivo para que la mujer —que sí desea tener hijos—
quede embarazada. Hay hombres que, en semejante situa-
ción, reaccionan con disfunción eréctil, otros se sorprenden
de que, de repente, no consigan eyacular.
No sabe 13 20,63
Psicológica 34 53,97
Física 8 12,70
Masturbación 3 4,76
Otras causas 5 7,94
Total 63 100,0
— 144 —
trés, nerviosismo o falta de concentración. La mayor parte de
estos pacientes no confía en una solución médica del proble-
ma. Cuando se les explica cómo ha de ser el proceso a seguir,
un alto porcentaje sigue el tratamiento psicológico indicado.
Ocho pacientes, es decir, el 12,70 por 100 atribuyen su
problema a algo físico u orgánico, sea un golpe o accidente,
el efecto de medicamentos que toman o alguna operación;
para uno de estos pacientes la causa está en que tiene poco
semen, para otro en que está seco.
La masturbación es también considerada por tres pacien-
tes (4,76 por 100) la causa de su mal, sea por la frecuencia
con la que la han practicado, sea porque al practicarla evita-
ron durante mucho tiempo obtener placer debido a prejui-
cios morales.
Dos hombres relacionan su problema con los genitales de
su pareja, uno porque teme que ésta tenga algo en la vagina
que le impide llegar al orgasmo, otro por pensar que en el
coito no se estimula tanto como en la masturbación.
Otros pacientes piensan que su imposibilidad de eyacular
se debe a problemas como: falta de deseo, desinterés por el
sexo, su complejo de pene pequeño o alguna otra causa.
— 145 —
CUADRO 4.5.—Actitud ante la mujer y ante una relación sexual
del hombre con imposibilidad de eyacular
— 146 —
4.1.4. La falta de erección como consecuencia
de la imposibilidad de eyacular
— 147 —
Los temores provocados por la disfunción eréctil son
también a veces la causa fundamental del bloqueo de la eya-
culación. En estos casos le invade al hombre el temor a no
conseguir erección, a no poder mantenerla (Cuadro 4.4) o a
la reacción de la mujer, sobre todo cuando se trata de la pri-
mera relación con ésta.
Otros hombres no llegan a eyacular sólo en relaciones ex-
tramatrimoniales o con una nueva compañera diferente a la
habitual, como suele ser el caso de hombres viudos, separa-
dos o divorciados al iniciar una nueva relación sexual. En
esta nueva situación, el acto sexual está cargado de tensión y
nerviosismo; el hombre desconoce el modo de reaccionar y
de actuar de la nueva compañera y se centra más en su reac-
ción, en el placer de ésta y en el deseo de que salga bien.
— 148 —
tienen poco que decir en esto; la fisiología de la mujer no
está diseñada de modo que le impida el disfrute y el placer
sexual intenso ni mucho menos. Las causas de la disfunción
orgásmica son, como veremos en el apartado 4.3, fundamen-
talmente culturales y, en parte, diferentes en ambos sexos.
Las manifestaciones del placer sexual están condiciona-
das en ambos sexos por elementos que nada tienen que ver
con la biología o la naturaleza; responden más bien a condi-
cionantes psicosociales y políticas que han marcado al ser
humano y lo han limitado, impidiendo la natural y libre ex-
presión de todo deleite sexual. Sin profundizar mucho en el
tema, vimos en el Capítulo 2 el papel que ha jugado la cen-
sura en las diferentes culturas y épocas.
La investigación sexológica de la anorgasmia se ha cen-
trado fundamentalmente en la mujer. Desde las publicacio-
nes de Masters y Jonson en los años 60, algunos autores (Ka-
plan, 1978; Kelly y otros, 1990; Labrador, 1994) hablan de
anorgasmia referida sólo a la mujer. Incluso alguno de estos
autores definen la anorgasmia como un trastorno únicamen-
te femenino. Kelly y otros, por ejemplo, afirman: «la anor-
gasmia es un trastorno en el que una mujer no consigue el
orgasmo en alguna o en todas las condiciones de la estimu-
lación sexual».
Otros estudios tratan la disfunción sexual orgásmica en
hombres únicamente en cuanto trastorno de la eyaculación
(eyaculación retardada, incapacidad de eyacular o eyacula-
ción retrógrada), ver Komisaruk y otros, 2008.
La mayor parte de las personas piensa que después de la
eyaculación el hombre siente de modo inmediato y necesa-
riamente las sensaciones eróticas que terminan en el orgas-
mo. Muchos hombres, al exponer su problema en la consul-
ta sexológica, llegan incluso a confundir ambos procesos y
hablan indistintamente de eyaculación u orgasmo. Estos
hombres confiesan no tener eyaculación cuando lo que real-
mente les sucede es que no sienten el orgasmo, aun cuando
eyaculan con normalidad. Otros se quejan de que no tienen
orgasmo, cuando en realidad se refieren a que no eyaculan.
— 149 —
Durante siglos se ha considerado la reproducción como
la única y fundamental finalidad de la unión sexual entre
hombre y mujer. Sin remontarnos a los tiempos en los que
los apóstoles iluminados indicaban a la mujer no gozar en el
acto sexual, el placer se ha considerado durante mucho
tiempo irrelevante para ésta, sobre todo desde que se descu-
brió que no era necesario el orgasmo femenino para la re-
producción. En este olvido del placer sexual en la mujer han
prevalecido otras consideraciones, como el resaltar el papel
primordial de la mujer en la familia y en la crianza de los hi-
jos. Como consecuencia de estas creencias y enseñanzas de
la jerarquía eclesiástica, la maternidad se ha considerado —y
se considera incluso en la actualidad por muchas personas—
como parte de un instinto, el instinto maternal y pierde im-
portancia el disfrute sexual de la mujer.
A la consulta sexológica acuden mujeres y hombres con
diversos trastornos del orgasmo, sea su ausencia total, sea su
vivencia pobre y limitada, sea el experimentarlo únicamente
en ocasiones muy específicas o sólo con determinados com-
pañeros/as.
Sabemos que la respuesta sexual no termina siempre
—ni tiene por qué terminar necesariamente— en un orgas-
mo. Por lo tanto, la considerada «respuesta sexual normal»,
según la hipótesis de las cuatro fases de la respuesta sexual,
no se sostiene ni debería mantenerse por más tiempo. El no
llegar al orgasmo en la relación sexual desconcierta a mu-
chos hombres bien por ignorancia, bien por considerarlo
como una deficiencia de su virilidad. La mujer ve más nor-
mal que el hombre la ausencia del orgasmo en sus relaciones
sexuales, pues sabe por experiencia que le es más difícil lle-
gar al orgasmo que a su pareja masculina.
— 150 —
nas de enfermas ni de anormales, porque no lo son; simple-
mente unas no han llegado nunca al orgasmo y otras no lo
viven con intensidad, les cuesta mucho o han dejado de sen-
tirlo. La Tabla 4.3 contiene los datos socioculturales de am-
bos grupos. Como hicimos al analizar los trastornos de la
eyaculación y por razones semejantes (§ 4.1), también omi-
timos en este análisis los sujetos de edad superior a 60 años.
— 151 —
TABLA 4.3.—Datos socioculturales de las muestras
con anorgasmia (202 mujeres y 40 hombres).
Comparación según sexo
19-20 4,7 —
21-30 50,0 37,5
31-40 32,7 37,5
41-50 9,3 12,5
51-60 3,3 12,5
Sentimiento de culpabilidad
Mujeres Hombres
en masturbación
SÍ 29,5 18,5
NO 36,9 48,5
No se masturbó 33,6 14,8
N.C. — 18,2
Total 40 100,0
— 153 —
otros casos, la nula o escasa vivencia del orgasmo tiene como
consecuencia diversos trastornos psicológicos o problemas
en la relación con la mujer.
Además de los datos y porcentajes referidos, un análi-
sis de cada caso nos ayudará a la comprensión del proble-
ma que nos ocupa. Los dos hombres con anorgasmia total
primaria, uno de treinta años y el otro de 35, no han expe-
rimentado en su vida el orgasmo ni en el coito ni en la
masturbación. El último, casado y con un hijo, al pregun-
tarle cómo vive la eyaculación, comenta: «siento que sale
y ya está; como escupir, como expulsar un fluido de tu
cuerpo, pero nada más».
De los 23 hombres con anorgasmia coital, 12 son solte-
ros, 9 casados y 2 separados. Algunos tienen el problema con
todas las mujeres, otros sólo con algunas. Estos hombres
suelen eyacular sin dificultad, y la falta de orgasmo va acom-
pañada en varios casos con pérdida de la sensibilidad en todo
el cuerpo o en el pene. Un hombre soltero de 38 años co-
menta que tiene insensibilidad en el pene desde que inició
relaciones de coito con una mujer, su actual pareja desde
hace seis meses. «Después de penetrar no lo siento, es como
si no sintiera el pene como parte de mi cuerpo. No siento
nada tampoco cuando mi pareja me estimula el pene con la
mano o con la boca.»
El Cuadro 4.7 contiene algunos testimonios de hom-
bres con falta de orgasmo en el coito. Esta modalidad de la
vivencia del orgasmo y de las sensaciones eróticas muestra
que no hay una anorgasmia «tipo» que nos pueda servir de
norma o modelo para todos los hombres, como parece de-
ducirse de las clásicas clasificaciones de las disfunciones
sexuales.
En el 25 por 100 de los pacientes con anorgasmia la vi-
vencia del orgasmo es débil, ha disminuido en los últimos
tiempos (meses o años) o sólo lo consigue con dificultad,
como muestran los testimonios del Cuadro 4.8.
De los nueve hombres cuya anorgasmia en el coito es
primaria, siete son solteros y dos casados. Los datos de los
— 154 —
CUADRO 4.7.—Testimonios de hombres con anorgasmia en el coito
— 155 —
CUADRO 4.7(cont.).—Testimonios de hombres con anorgasmia en el coito
— 156 —
CUADRO 4.8.—Testimonios de pacientes con una vivencia del orgasmo
débil o que ha disminuido en los últimos tiempos
— 157 —
TABLA 4.5.—Problema secundario en mujeres y en hombres
con problema de anorgasmia
Mujeres Hombres
— 158 —
tanto, una gran mayoría (88,7 por 100) presentan una anor-
gasmia primaria, es decir, la han padecido siempre.
De las 202 mujeres con anorgasmia sólo 17 no presentan
otro problema secundario, sexual o psicológico; es decir, que
el 91,6 por 100, además de anorgasmia tiene otro problema
sexual. Destaca por su frecuencia la inapetencia sexual que
acusa el 32,2 por 100; esta falta de deseo es primario en el
11,4 por 100, secundario en el 20,8 por 100. El 17 por 100
simula orgasmo en la relación de coito; el 14,4 por 100 ha te-
nido una educación rígida; el 11 por 100 padece dispareunia
(dolor en el coito) primaria; el 9,9 por 100 tiene un compa-
ñero con algún problema o disfunción sexual; el 7,4 por 100
ha padecido abuso sexual o ha tenido experiencias sexuales
negativas. Con menor frecuencia afirman tener problemas de
pareja, insensibilidad o dificultad de excitación, rechazo a la
sexualidad o a sus genitales y complejos corporales.
Si comparamos el problema secundario de hombres y
mujeres de nuestro estudio, observamos grandes diferencias
entre ambos sexos (Tabla 4.5). Mientras que las mujeres con
problema de anorgasmia tienen también inapetencia o falta
de deseo sexual con más frecuencia que los hombres, éstos
suelen padecer eyaculación precoz o disfunción eréctil. Es
también notable el hecho de que las mujeres con anorgasmia
simulan, a veces durante años, que llegan al orgasmo en la
relación sexual de coito. No es menos notable el hecho de
que muchas mujeres que jamás han disfrutado del orgasmo
hayan sido objeto de abuso sexual, hayan tenido experien-
cias negativas relacionadas con el sexo en la niñez, o vivieran
de modo traumático sus primeras experiencias de coito,
como veremos más adelante en el apartado 4.2.4.
— 159 —
no expresa en ese momento ninguno de los dos. Sería intere-
sante disponer de un escáner o de una resonancia magnética
que pudiera mostrarnos lo que sucede realmente en el cere-
bro humano en esos momentos. Nos llevaríamos muchas
sorpresas. A falta de dicha tecnología, acudiremos a los testi-
monios de personas que sufren algún trastorno en la viven-
cia del orgasmo, tema central de este libro.
— 160 —
llegar al orgasmo fuera algo que debe a su compañero y
para disfrute de éste. Una mujer de 34 años expone así su
actitud —ciertamente extrema y que muy pocas mujeres
compartirán en nuestros días— ante el sexo: «En mis rela-
ciones creo que lo mejor, lo más perfecto es lograr que el
marido tenga el orgasmo cuanto antes, porque me parece
que el acto sexual está hecho casi exclusivamente para que
el hombre disfrute.»
Éste fue el modo de pensar de muchas mujeres hace dos
o tres décadas, fruto de las enseñanzas de la Iglesia católica
imperantes en épocas pasadas. Por su importancia para la se-
xualidad femenina y, de modo especial, para la mujer con
anorgasmia, volveremos más adelante (§ 4.2.4) sobre esta ac-
titud de la mujer, es decir, su dependencia de la sexualidad
del hombre.
— 161 —
sobre todo durante el proceso de la respuesta sexual. Al eya-
cular y al tener erección siente una expansión del glande me-
nor a lo que debería sentir y nota como si no llegara a ser ple-
no, como si hubiera algo entrevelado. Se le pone un velo por
delante que le impide tener una sensación como tenía antes.
Es como si tuviera un resorte que no acaba de funcionar.
Es también característico de los hombres con algún pro-
blema en la erección o en la eyaculación disfrutar plena-
mente en la masturbación, pero no en el coito. En la mayor
parte de estos casos, el hombre se encuentra en un estado
emocional muy distinto por el nivel de ansiedad. En la mas-
turbación no se preocupa ni está pendiente de si tendrá o no
erección, de si se correrá rápidamente o no, de si podrá o no
eyacular. Su mente se dirige únicamente a las sensaciones
que está viviendo, por lo que el orgasmo surge de modo es-
pontáneo.
— 162 —
El sentimiento de vergüenza le viene entre otras cosas
por sentirse incapaz de llegar al orgasmo, porque no le gusta
su cuerpo o por acarrear diversos complejos. Esta insatisfac-
ción con el propio cuerpo le produce a veces también tensio-
nes que le impiden estar «totalmente libre» y dejarse llevar
por la situación.
El mal humor le viene a veces porque no se resigna a re-
nunciar a lo que otras mujeres o su propio compañero viven
con tanto entusiasmo y pasión, porque ve injusto que su com-
pañero disfrute tanto y ella termine la relación casi como la
empezó. Una mujer de 38 años se siente muy insatisfecha y
frustrada cada vez que hace el amor, es —dice— como si se
cortara, y termina siempre discutiendo con su compañero.
Otra se siente frustrada de no poder compartir el orgasmo.
También pueden sentir una gran desilusión y soledad. Una
mujer de 27 años, casada desde hace ocho, comenta:
— 163 —
seguir y ya desde entonces comencé a fingir. Ahora tene-
mos relaciones sexuales dos o tres veces por semana. Yo
lo paso fatal. No me agrada nada, ni puedo gozar. Incluso
las caricias me molestan porque van dirigidas al coito. A
veces he sentido ganas de tener relaciones pero cuando
comenzamos, como no siento nada, se me quitan las ga-
nas. Lo vivo con cierta ansiedad por el deseo de sentir
algo, me pongo nerviosa por esperar algo más.
— 164 —
dido toda una vida», se lamenta una mujer de 50 años, des-
pués de 27 años de matrimonio. Otra mujer soltera, de 27
años, apenas puede pronunciar una breve frase con lágrimas
en los ojos y manos temblorosas: «Muchas veces termino
llorando. Me encuentro muy mal.»
Algunas mujeres que lean estas líneas se sentirán identifica-
das con los sentimientos que acabamos de exponer. Me pregun-
to cómo se sentirán los hombres que las lean. ¿Se preguntarán
si su compañera se ha sentido alguna vez en una situación se-
mejante? Especialmente los hombres que, por su ignorancia,
inexperiencia, desinterés o poca consideración —por no hablar
de egoísmo—, han pasado sus años de convivencia ignorando
la suerte de su compañera en la cama, ¿llegará alguno a plante-
arse si su compañera, por su debilidad, inseguridad o temor a
perderlo, se ha visto obligada a fingir que siente placer y a si-
mular el orgasmo? O quizá por la obsesión de hacer gozar a su
compañera del modo y en el momento en el que él piensa que
debe hacerlo, ha contagiado esta obsesión a su pareja, según pa-
labras de una preocupada mujer de 27 años:
— 165 —
la responsabilidad que cada cual se atribuye a sí mismo en
la consecución del placer del otro en una relación hetero-
sexual.
Si bien hay hombres que no han sentido nunca el orgas-
mo ni en el coito ni en la masturbación, la mayor parte de los
que no sienten orgasmo en el coito, lo viven con toda nor-
malidad en la masturbación o disfrutan más en ésta. Cuando
se trata de personas con dificultad de mantener la erección o
con eyaculación precoz, estos problemas no son la única o
principal causa de la dificultad de vivir el orgasmo. En tales
casos juega un papel importante la preocupación por el pro-
blema, sea de erección o de eyaculación. Uno de estos hom-
bres comenta: «con el tiempo voy perdiendo la sensación del
orgasmo en el coito por el miedo a no cumplir». Este hom-
bre teme no cumplir con su compañera por la duda de si ten-
dría erección suficiente. Otro hombre, que con su mujer no
tiene problema en la vivencia del orgasmo, con una amiga de
muchos años no lo consigue por vivir la relación en tensión
y con mala conciencia al pensar que no cumple con sus obli-
gaciones para con la familia y tener que buscar tiempo para
estar con la amiga.
El hecho de no sentir placer alguno puede ser también la
causa principal de perder la erección. Un paciente que no tenía
problema de erección comentaba: «Después de penetrar no lo
siento, como si no sintiera el pene como parte de mi cuerpo. Al
no sentirlo, baja la erección o eyaculo rápidamente.»
El mayor o menor compromiso que siente el hombre en la
relación influye con frecuencia en la anorgasmia. Es más fre-
cuente que el hombre encuentre dificultades en la vivencia del
orgasmo en la relación comprometida, por desear que la mujer
también disfrute y se mantenga la relación. Con chicas, cuya
relación no le importa, disfruta sin dificultad. Como nos co-
mentaba un hombre de 22 años: «con otras chicas, con las que
no tengo que demostrar nada, me da igual y disfruto; pero con
mi novia es diferente».
Algo semejante sucede cuando el hombre intuye que no
va a ser posible el coito por diversas razones (por la situa-
— 166 —
ción, porque uno de los dos está cansado, porque la mujer
tiene la regla, etc.). En estos casos el hombre vive mejor la re-
lación y disfruta más que cuando espera que van a llegar al
coito.
Aunque es menos frecuente, encontramos también
hombres que sólo han sentido orgasmo fuerte en sueños.
Otros que se excitan más o que únicamente llegan al or-
gasmo cuando les estimulan los pezones, las orejas u otra
parte del cuerpo no genital, o que son más bien las fanta-
sías lo que les excita verdaderamente, más que los estímu-
los físicos.
Vemos cómo la vivencia del orgasmo depende, tanto en
el hombre como en la mujer, de factores muy difíciles de pre-
decir, de circunstancias muy diversas en cada persona, por lo
que cualquier generalización está expuesta a errores en la
evaluación y en el tratamiento de la anorgasmia.
— 167 —
CUADRO 4.9.—Testimonios de mujeres con anorgasmia que aceptan
la relación sexual por su compañero
más que por ellas mismas
— 169 —
ca había dicho a sus compañeros que no llegaba al orgasmo
«por temor a que la relación se deteriorara, pues él puede pen-
sar que si no siento es por él. Pienso que si el hombre cree que
llego al orgasmo, se siente más libre, se siente mejor».
La mujer sigue a veces la misma pauta de sumisión a los
deseos del hombre al tomar o no tomar la iniciativa en la
cama, al renunciar a sus deseos y preferencias sexuales, al si-
lenciar sus carencias afectivas, etc. Una mujer de 25 años co-
menta: «La iniciativa la toma siempre él, porque si la tomo
yo y no es el momento para él, no le gusta. Yo nunca me nie-
go; me da vergüenza por temor a que me rechace, a que no
le apetezca a él en ese momento.» Y otra mujer de 44 años:
«la iniciativa parte siempre de mi marido; yo no quiero mo-
lestarlo, no sé de qué animo está, yo lo respeto». Finalmen-
te, otra de 27 años: «En la relación estoy pendiente de si es-
toy húmeda o no, de cómo va a salir hoy, si le va a satisfacer
a él, etc.»
Algunas mujeres renuncian también a la preparación al
coito o a caricias y otras vivencias después del coito por esta
misma errónea creencia femenina de acatar las necesidades y
expectativas del hombre, incluso conscientes de que ello va
en contra de sus deseos. Ana, de 33 años nos comenta: «A mí
me gustaría que él diera más importancia a las caricias des-
pués del coito, como no resulta bien, tengo la sensación de
que no le satisfago, que no soy la mujer adecuada, que él se
siente mal, que no es lo que quiere y que yo no le sé dar lo
que él necesita.»
Muchas mujeres, en lugar de vivir el sexo como algo pro-
pio, algo que merecen, al hacer el amor tienen su mirada
puesta en su compañero, porque piensan que «él precisa más
mi placer que yo misma», y en la relación sexual pueden es-
tar tensas e impacientes, como comenta una mujer, «porque
pienso que no voy a llegar al límite que él espera».
Esa norma de condicionar su placer al del compañero es
como una imposición a la que se somete la mujer: me tengo
que correr cómo y cuando él quiere. Suena casi patético,
pero así lo viven algunas mujeres y es a veces el motivo por
— 170 —
el que fingen, simulando llegar el orgasmo. «Me excito hasta
un punto y luego finjo. He fingido muchas veces, también
con mi pareja actual, no quiero frustrarle, generarle más pro-
blemas», comenta una mujer soltera de 37 años. Y otra:
Violación 8
Intento de violación 8
Abuso sexual 25
Intento de abuso sexual 3
Exhibicionismo 4
Experiencias negativas en infancia/niñez 9
Total 57
— 171 —
dice en casa por temor a que la regañen, o después de ma-
yor puede experimentar sentimientos de culpabilidad in-
cluso en los primeros besos con un chico. Nos comenta El-
vira, de 34 años, que de niña —como no dormía bien— ha-
bía oído a sus padres hacer el amor por la noche: «me
sentía culpable al descubrir aquello y al oír decir a mi ma-
dre: “Qué está ahí Elvira, que no se entere [...] como que se
ocultaban de lo que hacían, era como que participaba yo de
una cosa mala”».
Al hablar de los miedos en el coito que experimenta la mu-
jer con anorgasmia (§ 4.3.2.8.2; Cuadro 4.11 y Cuadro 4.12)
veremos que también en estos miedos manifiesta la mujer esa
dependencia del hombre y de su placer, de tal modo que dichos
miedos están condicionando la actividad sexual y los estados
emocionales de la mujer en la relación sexual.
— 172 —
La falta de orgasmo en el acto sexual no siempre es algo
consciente; más bien es una reacción involuntaria derivada
de un reflejo que, lógicamente, no depende de la propia vo-
luntad, sino de diferentes bloqueos que actúan sobre el siste-
ma nervioso. Aunque el orgasmo no es propiamente un re-
flejo, incorpora componentes reflejos.
Dichos bloqueos pueden deberse a muy diversos fac-
tores por los que el hombre y la mujer se sienten incapa-
ces de llegar al orgasmo o de vivirlo con intensidad. In-
cluso la excesiva preocupación por obtenerlo tiene a veces
como consecuencia la total imposibilidad de conseguirlo.
La falta de interés en la relación, cuando se acepta hacer el
amor más por exigencias de la pareja que por deseo pro-
pio, puede tener asimismo consecuencias semejantes. En
algunas mujeres, el temor a dejarse llevar por las sensa-
ciones y a perder la conciencia en el momento del orgas-
mo constituye una barrera insalvable para vivirlo, o las
deja al borde del «gran salto», según expresión de una
mujer. Sea cual fuere la causa, la relación sexual sin llegar
a la vivencia del orgasmo supone cierta insatisfacción y
también una gran frustración tanto para el hombre como
para la mujer.
Aunque, como veremos más adelante (Tabla 4.8), el 4,7
por 100 de las mujeres y el 14,3 por 100 de los hombres con
trastornos en el orgasmo atribuyen su problema a algo físico
u orgánico, una persona físicamente sana, sin trastornos en
el aparato genital ni alteración del sistema nervioso, debería
vivir el orgasmo sin problema. ¿A qué se debe, pues, el que
un número considerable, más de mujeres que de hombres,
no haya experimentado nunca un orgasmo, tenga gran difi-
cultad en conseguirlo o incluso encuentre dificultades en
disfrutar de cualquier sensación erótica?
No hay una respuesta única ni evidente a esta pregunta y
el terapeuta deberá estudiar cada caso antes de sacar conclu-
siones precipitadas o erróneas. Cuando analizamos deteni-
damente la vida y el pasado de las personas que no disfrutan
plenamente del orgasmo, encontramos múltiples causas o
— 173 —
circunstancia que han podido influir en cada una. No hay,
pues, una causa única de este problema, sino múltiples y
muy diversas. Si bien se ha comprobado la influencia de
antipsicóticos y de algunos antidepresivos (Komisaruk y
otros) en las personas que hemos tratado, no hemos encon-
trado enfermedad orgánica a la que se pudiera atribuir direc-
tamente el origen de la falta de orgasmo.
Es cierto que los problemas físicos suelen ser un factor
agravante de diversos trastornos sexuales; pero incluso
cuando existe una causa orgánica, siempre intervienen facto-
res psicológicos de estrés o de tensión que interfieren en la
respuesta sexual, como acertadamente afirma el psiquiatra
francés François-Xavier Poudat.
A continuación exponemos los principales factores que
impiden o dificultan la vivencia del orgasmo en el hombre y
en la mujer. Nos apoyamos en datos clínicos de personas que
experimentan o han experimentado esta disfunción sexual.
No nos basamos, pues, en conjeturas o hipótesis partiendo
de una argumentación a priori o lógica, sino que partimos de
la realidad vivida por muchas personas, lo que sin duda otor-
ga a nuestro análisis una apreciable validez clínica de los da-
tos y conclusiones que presentamos.
— 174 —
4.3.1.1. «¿A qué cree la mujer que se debe su problema?»
— 175 —
cionar su actual imposibilidad de llegar al orgasmo con ex-
periencias vividas en su infancia. Lo grave del caso es que, a
pesar de ser conscientes del origen de su problema, algunas
de estas mujeres llegan a la edad de 40 años o más sin haber
buscado antes una solución.
Analizando los casos de 74 mujeres que afirman no saber
a qué se debe su problema, comprobamos, no sin extrañeza,
que el 24,3 por 100 de estas mujeres habían consultado ya
anteriormente su problema a un profesional, médico/a o psi-
cólogo/a. Estos datos nos revelan la escasa información que
en muchos casos reciben los pacientes cuando acuden a una
consulta.
— 176 —
ciente el tratamiento más adecuado, según una serie de cir-
cunstancias, después de analizar previa y cuidadosamente
cada caso, como veremos más adelante en el Capítulo 5. An-
tes de iniciar cualquier intervención, el profesional deberá
conocer el origen del problema, las carencias afectivas, se-
xuales y de cualquier otro tipo, así como los recursos psico-
lógicos de que dispone el paciente.
Como veremos en los párrafos siguientes, cada persona
que consulta un problema de anorgasmia ha pasado períodos
incluso de muchos años, de su infancia y/o pubertad con vi-
vencias o experiencias negativas que han perfilado su evolu-
ción y han marcado su personalidad, dejando secuelas no
sólo en su vida sexual sino, en ocasiones, en su vida afectiva,
emocional y hasta en sus habilidades sociales. El psicólogo/a
deberá conocer al detalle todas estas experiencias, todas las
circunstancias del pasado que pudieron afectar al buen desa-
rrollo emocional de la persona.
Muchas personas no son conscientes de la importan-
cia de un diagnóstico detallado antes de cualquier inter-
vención terapéutica seria y esperan una solución inmedia-
ta: un consejo, una orientación que les ayude a solucionar
su problema rápidamente. Alguno llegó a decir después
de una exposición somera de su problema sexual: «ya sé
que no es tan fácil, ni espero la pastilla milagrosa, pero
la medicina ha avanzado tanto que algo tiene que haber
para solucionar de momento mi problema y coger con-
fianza».
Los humanos tendemos con frecuencia a buscar tanto la
causa como la solución a nuestros problemas en el exterior,
fuera de nosotros. Como hemos visto en el apartado anterior,
donde exponemos los procesos mentales de muchas perso-
nas con problemas de anorgasmia, un número considerable
muestra gran desconocimiento de lo que les sucede y de la
solución.
A continuación exponemos las principales causas por las
que nuestros pacientes tienen imposibilidad de vivir el or-
gasmo o serias dificultades para conseguirlo.
— 177 —
4.3.2.1. «La educación»
— 178 —
funcionamiento de su pene. La mayor parte de los problemas
en la relación sexual los atribuye a su miembro, sea su esca-
sa erección, sean las características del mismo: tamaño, volu-
men, resistencia, etc. Descuida de este modo lo que para la
mujer, al menos inicialmente, suele ser más importante: la
comunicación, el acercamiento físico, caricias, contactos, be-
sos, en lugar de centrarse en la penetración. Alberto, de 26
años, se lamenta de que a Pilar, su mujer, le viene desgana al
empezar el coito o en el transcurso del mismo; lo vive como
rechazo y le desmoraliza. La versión de Pilar, que en dos
años de relaciones no ha llegado nunca al orgasmo ni en el
coito ni por estimulación manual, es que tienen poco juego
amoroso; «a Alberto le falta imaginación y fantasía; no sabe
manejar el cuerpo, no conoce los puntos eróticos; en la cama
está muy tenso, nervioso, no se atreve a hacer nada. Yo he in-
tentado hablar sobre el problema y él no dice nada, sólo que
no siente, que no puede eyacular».
Al principio de una consulta sexológica pocas mujeres
relacionan su problema de anorgasmia con la escasa infor-
mación recibida (Arancibia, 2002).
En nuestro estudio con 202 mujeres con anorgasmia
sólo 5 achacan su problema a la falta de formación. Se ex-
trañan incluso cuando se les pregunta sobre sus conoci-
mientos acerca de la sexualidad femenina o sobre sus ge-
nitales. Posteriormente, a lo largo de las entrevistas, cuando
sienten más confianza, confirmamos que muchas mujeres
desconocen no sólo el funcionamiento de los genitales
masculinos, sino también de los suyos propios, las partes
de éstos, dónde se encuentra el clítoris y su importancia
en la respuesta sexual femenina. Muchas han oído hablar
del punto G, pero desconocen su localización y mucho
más el modo de estimularlo.
La masturbación tiene gran importancia en el buen desa-
rrollo de la sexualidad en ambos sexos. La vivencia del or-
gasmo a través de esta práctica suele ser el primer paso para
el disfrute sexual en otras situaciones, sea por estimulación
manual del compañero o compañera, sea durante el coito.
— 179 —
La masturbación constituye, en este sentido, un buen
aprendizaje en la vida sexual. Pues bien, al preguntar a la
mujer sobre esta práctica, un porcentaje elevado de mujeres
afirma que nunca se ha masturbado y la razón más frecuen-
te alegada es: «no se me ha ocurrido», o «no sé cómo hacer-
lo». Los hombres lo tenemos más fácil y sólo un porcentaje
insignificante no ha practicado la masturbación en su ado-
lescencia y juventud.
Gran parte del desconocimiento, como de la no realiza-
ción de la práctica masturbatoria, se explica no sólo por la
falta de información sino por la prohibición directa y conde-
na explícita de la práctica y de cualquier contacto, incluso
ante molestias o picores, en los primeros años de la infancia
y niñez.
En una sociedad sin normas o leyes coercitivas en lo re-
ferente al sexo, guiada únicamente por la ley natural, sería
menos urgente o necesaria una sana orientación sexual que
en una sociedad como la nuestra, plagada de falsas creencias,
mensajes adversos, prejuicios en este tema. Esta falta de
orientación sexual por parte de los padres la muestran mu-
chas personas adultas de ambos sexos al comentar que «el
sexo era tabú» en casa, «del sexo no se hablaba», etc.
Si la falta de información en lo referente al sexo tiene los
efectos que acabamos de mencionar, consideramos más per-
niciosos aún y de peores consecuencias los múltiples mensa-
jes negativos, las normas rígidas impuestas, la coerción y
prohibiciones —so pena de graves castigos en la otra vida y
peligros para la salud física—, sea por los padres, sea por
ciertas instituciones educativas o el clero, siempre alerta para
el exacto cumplimiento de preceptos inventados por la Igle-
sia católica.
Una educación rígida por las enseñanzas religiosas reci-
bidas o por una disciplina austera y puritana, fundamental-
mente durante los años de la niñez y pubertad, suele generar
desconcierto, dudas y apreciaciones erróneas en relación con
la sexualidad de las personas adultas. Tal orientación o disci-
plina ahogan mentalmente al niño e impiden la evolución
— 180 —
natural de éste por los prejuicios e ideas negativas que gene-
ran en su mente, al vivir el sexo como algo sucio, malo, re-
pulsivo, incluso como algo que debe no sólo ignorar sino re-
chazar de su vida por considerarlo perjudicial para la salud
física y mental.
Esto afecta a ambos sexos, pero indudablemente las mu-
jeres han sido las más perjudicadas, porque la represión ha
sido más fuerte con ellas y porque han recibido mensajes
desde la familia, la Iglesia y la sociedad mucho más prohibi-
tivos que los hombres. Incluso se ha presentado la práctica y
el disfrute sexual como impropio de la mujer, más aún de la
mujer equilibrada y responsable de su misión en la familia,
para qué decir de la auténtica cristiana. Por este camino se
llega a tal retorcimiento mental que culmina en la negación
de todo placer.
Luisa tiene 27 años, nunca ha sentido el orgasmo y en
sus relaciones sexuales siempre ha fingido sentirlo. Hasta los
11 años vivió en una aldea, con sus padres, pero mantuvo
más contacto con la abuela, muy religiosa. Se le inculcó el sa-
crificio y la mortificación, que fuera muy humilde y pura.
Luisa comenta:
— 181 —
ver hablar en la calle con un chico aunque fuera vecino. No
le dejaba pintarse. La doble moral de este padre le permitía,
no obstante, ir con otras mujeres hasta alcanzar la edad de 70
años.
Los lugares de fuerte raigambre religiosa y los colegios de
monjas, a los que acudían muchas adolescentes en los años
80 y 90, prevenían en contra de cualquier contacto o rela-
ción con los chicos. Debían tener mucho cuidado, pues eran
muy malos y llevaban siempre al pecado. Las consignas que
escuchaban las adolescentes y jóvenes de aquellas décadas
eran:
— 182 —
inmoral, indigno de una mujer honrada y buena. En esta si-
tuación se comprenden las palabras de Inés de 32 años:
«siempre he dado de lado a la sexualidad. Para mí tener un
orgasmo era como una bajeza ante el hombre e intentaba re-
primirlo y ahora que deseo tenerlos no me salen y el fracaso
me produce inapetencia, desánimo y frustración».
En el hombre, del que se espera que ha de tomar la ini-
ciativa en cualquier relación con el otro sexo, la educación
que impide o pone dificultades en el trato con mujeres no fa-
vorece la espontaneidad de la comunicación. Con el tiempo
la inseguridad y la timidez se convierten en el principal obs-
táculo ante la mujer, por lo que iniciar una relación sexual le
resulta a veces imposible; puede tener amigas, muchas ami-
gas, pero sin relación íntima de ningún tipo.
El concepto mismo de sexualidad con la única finalidad
reproductora es defendido y enseñado en la actualidad por la
Iglesia católica, aunque la mayor parte de sus fieles no se
atengan en la práctica a las restricciones que se derivan de
esta doctrina; por ejemplo, en lo referente a las relaciones
prematrimoniales, los anticonceptivos, el aborto, la relación
adúltera, las relaciones sexuales entre personas del mismo
sexo, etc.
Algunas personas con trastornos en la eyaculación o en
el orgasmo han comenzado ya en la pubertad, o incluso an-
tes, a evitar la masturbación o a vivirla con sentimiento de
culpabilidad por considerarla no sólo inmoral, sino incluso
dañina para la salud. Y ha sido éste el inicio de todos sus pro-
blemas relacionados con el sexo cuando llegan a la edad
adulta.
Luis Felipe, de 37 años, recibió una estricta educación
moral y vivió como pecado todo lo relacionado con el sexo;
ahora no puede aceptar moralmente la relación sexual con
su esposa con preservativo u otros anticonceptivos, y ha vi-
vido la masturbación con fuerte sentimiento de culpabilidad.
Se casó hace catorce años a la edad de veintitrés con su actual
esposa, de la misma edad; ambos fueron vírgenes al matri-
monio. Tienen tres hijos y no siente orgasmo desde hace sie-
— 183 —
te años. Hace cinco años intentó durante dos años no sentir
en la relación sexual con su esposa para no llegar al orgasmo;
la razón era el no aceptar moralmente la relación sexual con
preservativo ni con ningún otro anticonceptivo. Antes, hace
siete años, intentó no tener eyaculación y si la tenía, no go-
zar. Desde entonces no tiene orgasmo, y ahora ya ni siquiera
cuando lo intenta. Luis Felipe comenta: «hasta hace un mes
había evitado eyacular fuera de la vagina y, si me sorprendía
la eyaculación, evitaba disfrutar por razones morales». Cree
que su problema se debe a haberse esforzado durante un
tiempo por no sentir placer.
— 184 —
la falta de cariño y de caricias por parte de sus padres du-
rante la infancia. Maria Teresa, de 39 años, achaca su pro-
blema a la falta de afectividad de su padre, del que dice que
es: «dictador, nada cariñoso, egoísta y poco humano. Como
marido, un dictador, avasallando continuamente a mi ma-
dre. Como padre también un dictador, siempre ponía casti-
gos y daba disgustos. Nunca me he entendido con él. No le
tenía confianza».
Otra mujer de 31 años echa en falta el cariño de su ma-
dre, de la que dice era autoritaria, dominante y no cariñosa
con ella de pequeña. Se refugiaba en su padre, pero murió
cuando ella tenía 10 años. Se lamenta de que la madre no le
enseñara cosas y fuera tan rígida con ella.
También hemos encontrado mujeres con anorgasmia que
relacionan su problema directamente no sólo con la falta de
cariño de la madre o del padre, sino incluso con la ausencia
de manifestación afectiva entre los padres.
— 185 —
de Francisco que confiesa tener una gran dificultad de vivir
el orgasmo desde la primera vez que tuvo una relación hete-
rosexual hace dos años. El 95 por 100 de las veces no lo con-
sigue en el coito, si bien en la masturbación disfruta plena-
mente y sin problema; obtiene la erección sin dificultad, pero
tampoco disfruta, no siente placer, «no hay —dice— cone-
xión entre mi mente y mis genitales».
La historia de este paciente ha pasado por momentos que
pueden explicar todas estas carencias. Criado en una familia
con dos hermanos —él y su hermana dos años menor, solte-
ra—, la madre les dio siempre un mensaje negativo respecto
al matrimonio y a los hijos. Los padres se separaron cuando
Francisco tenía veinte años, después de comunicar el padre
que se había arruinado. Francisco tiene ahora 35 años, está
casado y aún no tiene hijos, si bien su pareja los desea ar-
dientemente. Expone su situación del modo siguiente:
— 186 —
cierto es que se ha establecido una barrera entre la mente de
Francisco y su cuerpo que le impide disfrutar del sexo con
su mujer, teniendo que acudir a la masturbación como única
fuente de placer. A falta de una relación sexual satisfactoria
con su mujer, se refugia en situaciones irreales, o al menos
ajenas a lo que es una relación heterosexual, para avivar sus
fantasías, hasta tal punto que el cine es el único medio en el
que se concentra totalmente. «Hay un componente en el
cine —comenta Francisco— que me hace reaccionar de
modo especial, lo vivo mucho: lloro, río, paso miedo; lo que
no vivo en la realidad.» No es extraño este modo de reaccio-
nar en una persona que, en la realidad, se bloquea sentimen-
talmente con todas las mujeres, no se entrega, por ejemplo,
ante un beso, ya que ha pasado su infancia junto a una ma-
dre fría: «A mi madre —añade— le cuesta dar un abrazo, un
beso.»
Con frecuencia es la compañera del paciente quien ad-
vierte al terapeuta la actitud de la madre o de la familia, que
limita la independencia de su pareja o intenta poner defectos
a todas las chicas con las que sale. El hombre, en muchos ca-
sos, no es consciente de tal influencia, piensa que la relación
con su pareja es normal o que carece de importancia la rela-
ción con su madre y, aunque acepta su continua preocupa-
ción por atender a su madre, le cuesta o le resulta imposible
poner fin a las demandas de ella.
— 187 —
Cierto es que sólo nosotros tenemos la llave de nuestras
emociones y de nuestras reacciones, pero con frecuencia
apuntamos a los demás para justificar nuestro mal genio,
nuestra agresividad o nuestra inapetencia sexual. En realidad
son nuestros complejos, nuestras carencias, nuestra baja
autoestima, nuestras inseguridades o torpezas los que nos
conducen al fracaso. Así confundimos los papeles y atribui-
mos a la fogosidad de la pareja, por ejemplo, el origen de
nuestra pasividad sexual o la falta de placer sexual, cuando,
en el fondo, pesan más de lo que creemos nuestros temores,
el bloqueo interno y la inseguridad. Un paciente atribuye su
total falta de placer en la relación sexual a la pasividad e inape-
tencia de su compañera, cuando, en realidad, el origen del pro-
blema está en su eyaculación precoz, que es la única causa de
que su pareja ni se entere cuando tienen relaciones sexuales.
Nos refugiamos a veces en una pantalla para ocultar la
verdadera causa de las propias carencias; pantalla que identi-
ficamos con actitudes, comportamientos o deseos de la pare-
ja, en realidad meros artificios de nuestra mente y de nues-
tras creencias. No es otra cosa «el respeto» a la mujer que
alegan algunos hombres para disfrazar u ocultar sus temores
sexuales y sus bloqueos ante un acercamiento sexual que
creen deberían iniciar ellos. Se trata de un respeto mal en-
tendido, debido a una concepción idealizada de la mujer.
Así, cuando el terapeuta pregunta al paciente cuáles son sus
experiencias sexuales, éste comenta a veces que ha salido
con varias chicas, pero que la relación no ha pasado de besos,
dado que él siempre ha respetado a las mujeres o porque no
ha querido hacerles daño psicológicamente.
En otras ocasiones, para justificar la falta de estimulación
manual a la mujer en una relación sexual cuando ésta no lle-
ga al orgasmo en el coito, el hombre alega que eso no le gus-
ta a su pareja, que lo rechaza, que sólo le gusta lo natural, es
decir, el coito. Cuando la mujer expresa su punto de vista,
vemos que el verdadero problema se encuentra más en la ig-
norancia o la reticencia a tales estimulaciones por parte del
hombre que en la oposición o rechazo de la mujer.
— 188 —
Algunas mujeres por temor a defraudar a su compañe-
ro, a que pueda sentirse frustrado por no conseguir que
ella disfrute o también por temor a mostrar sus propias ca-
rencias, llegan a simular sensaciones de placer, de excita-
ción u orgasmos durante años. Comienzan a veces como
un juego sin importancia para ellas y a medida que pasa el
tiempo les resulta cada vez más difícil revelar el problema
a su compañero.
En todos estos casos sólo cabe la solución de asumir el
problema como propio y tomar la decisión de resolverlo.
Mientras uno piense que la culpa o la responsabilidad es del
otro/a y que es el otro/a quien debe cambiar, nos hallamos
muy lejos de encontrar la solución.
En la mujer es más frecuente que la actitud de su compa-
ñero influya en la consecución del orgasmo. Por lo general,
al menos en nuestra cultura occidental y en nuestros días, la
mujer necesita más tiempo, atención y mutua colaboración
para conseguir el clímax final. Si la mujer nota en su compa-
ñero despreocupación, rapidez, exclusiva atención a los ge-
nitales, deseo de terminar pronto, difícilmente encontrará un
ambiente propicio para concentrarse en sus sensaciones,
algo fundamental para vivir con placer el acto sexual.
María Isabel, de 29 años, está casada desde hace 8 años,
tiene anorgasmia coital primaria. Cree que no llega al orgas-
mo porque tiene resentimiento, porque su marido la ha teni-
do abandonada, no le ha preguntado nada, no se ha preocu-
pado por si es feliz. Nunca se ha preocupado de ella, a veces
le hace daño, no es nada expresivo en lo sexual.
La tranquilidad, el estado de relajación y la concentra-
ción en las sensaciones son condiciones importantes para la
vivencia plena de la relación sexual. Cuando no se dan tales
requisitos resulta muy difícil conseguir la satisfacción plena
y terminar con el orgasmo. Ésta es la razón por la que mu-
chas mujeres no consiguen llegar al orgasmo en el coito
cuando su compañero, con frecuencia por ignorancia o por
tener eyaculación precoz, se precipita en la relación sexual,
no atiende a las necesidades de la mujer o lo hace de modo
— 189 —
rápido y mecánico. Una de estas mujeres describía en pocas
palabras el comportamiento de su compañero en el coito:
«Es muy rápido, comienza y no para hasta terminar.» Así
resulta imposible que la mujer termine con éxito la rela-
ción, menos aún cuando muchos eyaculadores precoces,
por temor a correrse pronto, invierten escasos minutos al
inicio, sin posibilidad de una adecuada preparación para la
mujer.
— 190 —
en muchos casos, su relación se ha ido deteriorando por cau-
sas muy diversas y cada cual presenta la situación actual de
modo diferente. Pedro Luis alega que últimamente les afecta
el estar más alejados en el sexo, él ha comenzado a estudiar
Derecho y Ana tiene que estar más con el niño. Él desearía
que Ana fuera más activa sexualmente, que le gustara el sexo
por el sexo, que el sexo fuera lo primero en la vida, no la casa
y el niño. Últimamente no le atrae tanto como antes por su
comportamiento sexual, pues las relaciones sexuales han de
ser sólo en la cama y por la noche, con la luz apagada, ade-
más echa en falta más variedad y flexibilidad en la relación.
La situación es para Ana muy diferente: además de estar em-
barazada, trabaja fuera de casa, se ocupa de labores domésti-
cas y del hijo. Le gustaría que Pedro Luis fuera más cariñoso
en general. Durante los cuatro o cinco primeros años vivió la
relación sexual, primero, con vaginismo, después, con dispa-
reunia. La comunicación entre ambos es buena según él, no
obstante, cuando se enfadan por algo relacionado con el
sexo y han discutido, se distancian y no tienen relaciones
durante uno o dos meses. Pedro Luis cree que con mujeres
que actuaran de otro modo le iría mejor y desearía tener re-
laciones con ellas, pero su timidez se lo impide. No obstan-
te, no piensa cambiar de pareja, cree que su esposa es la me-
jor para él.
— 191 —
TABLA 4.9.—Principales problemas sexuales de las personas
con anorgasmia
— 192 —
do no están presionados por lo que se denomina «la ansie-
dad de rendimiento» o la excesiva exigencia de éxito. Com-
probamos esto cuando no es posible la realización de coito o
la persona no prevé tal situación, así como en relaciones fue-
ra de la pareja habitual, en las que el compañero/a no le im-
porta como pareja ni le une afecto alguno. En este último
caso, un paciente nos comentaba: «Con otras chicas, como
me da igual y no les tengo que demostrar nada, no he tenido
problema en llegar al orgasmo; pero con mi novia es diferen-
te.» Por esta misma razón muchos hombres no tienen el pro-
blema que comentamos en las relaciones con profesionales o
prostitutas, al no importarles la reacción de éstas.
Se añade a esto que tanto la mujer como el hombre con
anorgasmia, ante el temor al fracaso, están más preocupados
de que goce su pareja que del propio placer; sobre todo cuan-
do existe complicidad y buen entendimiento entre ambos.
— 193 —
ción sexual, por lo que se deberá buscar una causa no mé-
dica del problema.
El bloqueo del orgasmo, cuando una persona siente un
dolor intenso mientras hace el amor, se considera una reac-
ción totalmente normal y comprensible. Sin llegar a tal ex-
tremo, un leve dolor al eyacular, una sensación dolorosa de
ardor, el malestar físico en la relación de coito o en los juegos
preparativos, así como picazones, escozores o irritaciones,
aumentan la tensión y el nerviosismo. A veces incluso los
miedos impiden la atención debida al cuerpo y a sus sensa-
ciones, y sin esa concentración difícilmente pueden percibir-
se las sensaciones eróticas. Con frecuencia se dan en la inte-
racción sexual sensaciones placenteras, pero la persona no
llega a percibirlas debido a la alteración emocional y a un es-
tado mental desfavorable.
El dolor en el clítoris que experimentan algunas mujeres
durante la estimulación es un caso aparte; puede deberse a
múltiples causas. Cuando se observa en el clítoris una llaga
o una inflamación reciente, dicho dolor puede deberse a una
inflamación vaginal o a una afección genital. Si lleva mucho
tiempo irritado el clítoris, la causa del dolor pueden ser ad-
herencias o acumulaciones granulosas. También se pueden
dar hongos y otras infecciones vaginales. En todos estos ca-
sos la mujer deberá consultar a su ginecólogo/a.
Ahora bien, si el dolor o molestia se produce después de
una estimulación prolongada, puede deberse a falta de lubri-
cación o a la aspereza de las manos del compañero. En estos
casos la solución puede ser la utilización de aceite, saliva o
una crema para facilitar la estimulación e impedir que se
roce la débil piel que recubre el clítoris. Cuando la mujer
siente una sensación intensa antes del orgasmo, tal reacción
suele desaparecer una vez alcanzado el orgasmo.
Estos dolores o molestias no deben confundirse con la
excesiva sensibilidad del clítoris después del clímax, de for-
ma que no soporte la estimulación. En este caso, la mujer o
su compañero debe suspender tal estimulación directa y
aplicar caricias y contactos sobre toda la vulva.
— 194 —
En la mujer se observan a veces otros factores como
origen de molestias o de dolor: la insuficiente estimulación
por parte de la pareja o de ella misma o la anticipación del
dolor cuando inicia la relación con la idea de que la pene-
tración causará daño. También puede deberse a experien-
cias dolorosas anteriores que refuerzan la reacción doloro-
sa en ocasiones sucesivas, al estrés, a la ansiedad que redu-
cen la lubricación o a la insistente demanda de relaciones
por parte del compañero cuando no le apetece a la mujer o
no está preparada. En estas situaciones se genera, como re-
acción fisiológica natural de defensa, una tensión como auto-
protección.
A muchos pacientes de ambos sexos les cuesta creer que
las molestias, erupciones o dolores durante el acto sexual no
tengan ningún componente físico. La mejor prueba que pode-
mos ofrecerles es que, después de un tratamiento psicológico
—a veces incluso después de pocas sesiones—, desaparecen
todos estos síntomas dolorosos, si bien, para que desaparezca
todo vestigio de dolor y para llegar a disfrutar plenamente del
acto sexual, generalmente, se precisa un tratamiento más
completo, como detallamos en el capítulo siguiente.
— 195 —
Encontramos alguna o varias de estas reacciones y sen-
timientos en la mayor parte de nuestros pacientes, por lo
que el psicólogo/a ha de analizar con esmero y precisión los
temores de cada persona que acude a la consulta. Con fre-
cuencia el tema surge en los primeros minutos de charla.
En otras ocasiones es preciso un estudio más detallado y
profundo.
La mayor parte de los estudios sexológicos advierte que
el sentimiento más frecuente, tanto en el hombre como en
la mujer con una disfunción sexual, es el miedo y la angus-
tia que les acompaña por muy diversas razones. Este senti-
miento puede manifestarse no sólo en la cama, sino tam-
bién en otros momentos de la vida, sea en el ambiente fa-
miliar, profesional, laboral, social, etc. En tal situación la
falta de disfrute no es muchas veces lo más importante para
la persona. Lo que más le agobia e inquieta es el estado psi-
cológico de inseguridad, confusión y apatía en que se en-
cuentra debido a los múltiples temores a que se enfrenta
ante una relación sexual. Las mujeres se ven afectadas por
razones diferentes a las de los hombres, como veremos a
continuación.
— 196 —
CUADRO 4.10.—Los 12 elementos con puntuación media más alta
en un cuestionario de 20 ítems (Apéndice A)
sobre los miedos en el coito en hombres con anorgasmia
— 197 —
Después de aplicar la prueba de 20 elementos menciona-
da más arriba a 150 mujeres con anorgasmia, entre los 12
elementos con puntuación más alta figuran 7 que relacionan
sus temores con la pareja (Cuadro 4.11). Entre estos ele-
mentos vemos que dichas mujeres, a pesar de ser ellas quie-
nes sufren la disfunción indicada, en una relación sexual te-
men «no hacer gozar a mi pareja», «no excitar sexualmente
a mi pareja», «el rechazo de mi pareja», «no gustar física-
mente a mi pareja» o «los reproches de mi pareja». Vemos en
estas expresiones una vez más la subordinación de la mujer
a la sexualidad masculina, como vimos en el Apartado 4.2.4.
Esta misma tendencia se observa en los miedos en el coito
que experimenta la mujer con anorgasmia recogidos en las
entrevistas (Cuadro 4.12). Esta actitud de la mujer constitu-
ye uno de los mayores obstáculos para vivir libremente su se-
xualidad.
Hay dos cuestiones que preocupan fundamentalmente a
la mujer con anorgasmia al hacer el amor. Ambas generan
muchos temores en el coito y constituyen el principal obstácu-
— 198 —
CUADRO 4.12.—Temores más frecuentes en el coito de la mujer
con anorgasmia
— 199 —
gación personal, una exigencia que ella se impone, generada
por los roles de género, más que el deseo del mutuo placer y,
sin comparación, más que la satisfacción propia.
Cuando la mujer no consigue el orgasmo, el hombre lo
vive como un fracaso de su virilidad, de su habilidad en la
cama. Cuando es el hombre el que no lo consigue, la mujer
lo vive con el pesar y el temor de no haber cumplido con su
papel, con el papel asignado a la buena esposa o compañera,
enfocado a la plena satisfacción del hombre. De ahí que, en
muchos casos, el hombre viva la anorgasmia de la mujer
como fracaso propio y la mujer más con remordimiento o cul-
pabilidad de no cumplir con su obligación o deber.
Miedo al embarazo
— 200 —
4.3.2.8.3. Temor al fracaso
— 201 —
erótica, ser inferior a otras mujeres que considera más hábi-
les en la cama (Cuadro 4.11). En una relación sexual teme
no saber qué debería hacer, no actuar con normalidad. Fra-
casar significa también perder al hombre, que éste la aban-
done por su inexperiencia y falta de pericia. Como vemos, la
mayor preocupación de la mujer en el coito va dirigida a sa-
tisfacer las necesidades sexuales del hombre, más que a dis-
frutar ella. Como el hombre, la mujer siente también gran te-
mor a fracasar en la cama, pero para ella el fracaso está más
en no saber satisfacer a su compañero. En el hombre pesa
más su propia incapacidad, el no ser suficiente hombre en la
cama. Hemos analizado con más detalle en el § 4.2.4 esta ac-
titud de la mujer que confirma en muchos aspectos la psico-
logía y sexualidad femenina en nuestros días.
— 202 —
que demasiado en la relación y resulte más difícil terminar
con ésta, y motiva a algunos hombres a evitar cualquier tra-
to con mujeres e, incluso, a su rechazo.
El temor al compromiso, que supone una relación esta-
ble o la venida de hijos no deseados, es, en ocasiones, la prin-
cipal causa de la ausencia de orgasmo.
Félix es uno de estos casos; tiene 35 años y se casó hace
dos. No ha llegado nunca al orgasmo en el coito, si bien hace
veinte años que comenzó a tener relaciones de coito. En la
masturbación no tiene tal problema de orgasmo, por el con-
trario, le resulta muy placentera. Ahora incluso no nota la sen-
sación de placer que tenía antes en la erección. Tiene erección
pero sin sentir placer, sin que haya conexión —dice— entre
su mente y sus genitales. Desde su primera relación tenía cla-
ro que no deseaba tener hijos. Su mujer, por el contrario, sí
los desea. El tema de los hijos no ha ocasionado discusiones
entre ellos, pero está clara la diferencia de posturas de am-
bos. Últimamente Félix dice que le gustaría tener hijos, pero
porque su mujer quiere tenerlos. Es consciente de que su
problema se debe a un bloqueo que tiene en la mente: ac-
tualmente el coito va dirigido o forzado a tener hijos, como
obligación, más que por placer.
— 203 —
con demasiada frecuencia si llegaba a sentir orgasmos, y po-
dría parecer demasiado lasciva y enojar o incomodar a su
pareja.
Otra mujer manifiesta el temor a depender demasiado
del sexo y de su pareja si consigue vivir intensamente la se-
xualidad con orgasmo, temor a fusionarse en él, volverse to-
talmente dependiente de él.
CONCLUSIONES
— 204 —
En el grupo de hombres que estudiamos encontramos
cuatro modalidades fundamentales de anorgasmia: anorgas-
mia coital, orgasmo disminuido o débil, orgasmo difícil y
anorgasmia total (tanto en el coito como en la masturbación).
En el grupo de mujeres (en el que no incluimos aquellas
que sólo manifiestan dificultad de conseguir el orgasmo) en-
contramos las siguientes modalidades: anorgasmia total
(tanto en coito como en cualquier otro tipo de estimulación
propia o ajena) primaria, anorgasmia total secundaria, anor-
gasmia en coito primaria, anorgasmia en coito secundaria.
Aparte de estas modalidades, la anorgasmia tiene en am-
bos sexos características propias, lo que demuestra que no
hay una anorgasmia «tipo», un cuadro clínico puro, que nos
pueda servir de norma o modelo para todos los hombres o
mujeres, como parece deducirse de las clásicas clasificacio-
nes de las disfunciones sexuales.
La anorgasmia no es un síntoma libre de influencias
psicosociales. Como constatamos en muchos casos, es el re-
sultado de la educación, del estado de angustia o ansiedad,
temores e inseguridad, derivados a su vez, en algunos casos,
de otras disfunciones sexuales, como la disfunción eréctil,
trastornos de la eyaculación, inapetencia, etc. En otros casos,
la nula o escasa vivencia del orgasmo tiene como consecuen-
cia diversos trastornos psicológicos o problemas en la rela-
ción con la mujer.
— 205 —
CAPÍTULO 5
La búsqueda del placer
— 207 —
vo a la imposibilidad de aducir causa orgánica alguna de es-
tos trastornos, concluye que el problema puede deberse a
algo psicológico, pero incluso entonces la solución más fre-
cuente es la pastilla, los calmantes u otros productos farma-
cológicos. En ocasiones se libra del paciente derivándolo al
psiquiatra, con lo que el paciente muchas veces continúa so-
metido al mismo modelo de tratamiento médico.
La experiencia diaria con pacientes nos confirma que, en
la mayoría de los casos, una pastilla o cualquier otro medica-
mento no puede ser la solución real y definitiva a los proble-
mas sexuales. Tampoco nos podemos conformar con una te-
rapia dirigida a la simple eliminación de los síntomas, como
diversos autores ya han señalado desde hace décadas (LoPic-
colo y LoPiccolo, 1978; Hawton, 1985; Tiefer, 1996).
Las personas que nunca han experimentado un orgasmo
suelen estar convencidas de que nunca lo conseguirán o, una
vez vivido su primer orgasmo, les viene la duda de si ha sido
pura casualidad y si su problema está realmente solucionado.
Para su tranquilidad recuerde lo que sucede a quien desea
aprender a nadar: cuando consigue flotar en el agua y avan-
zar los primeros metros ha conseguido algo que no se le ol-
vida, y la próxima vez que se lance al agua fácilmente flotará
e irá perfeccionando su técnica de nadar. Podemos aplicar
esta comparación a quien aprende a andar en bici o se pro-
pone sentir el orgasmo: una vez conseguido podrá aplicar
esa capacidad adquirida en el futuro, a no ser que sobre-
venga algún acontecimiento especial que bloquee dicho
proceso.
En el tratamiento que presentamos a continuación ofre-
cemos dos tipos de estrategias: la primera tiene por objeto
eliminar o remover los obstáculos que impiden la eyacula-
ción en el hombre o la vivencia del orgasmo en ambos sexos.
La segunda va dirigida más directamente a fomentar y facili-
tar los procesos de la eyaculación y/o del orgasmo.
Aplicamos cada una de las técnicas que exponemos se-
gún las características, la gravedad y las necesidades de cada
caso. En esta tarea tenemos también en consideración la re-
— 208 —
ceptividad de cada persona, según las experiencias negativas
vividas, la predisposición del/la paciente y demás datos reco-
gidos en las primeras visitas. El orden en que presentamos
estas técnicas, a lo largo del presente capítulo, no es necesa-
riamente el que seguimos en la práctica, ya que cada caso tie-
ne su orden y ritmo propios.
— 209 —
CUADRO 5.1.—Sugerencias para la eficacia del tratamiento
— 210 —
cuándo está dispuesta y cuándo no a tener una relación se-
xual. En una palabra, se sentirá más libre y más capaz de dis-
frutar plenamente.
— 211 —
todo la vivencia de la distensión lenta y sin esfuerzo. Puede
llevarle varias semanas de práctica diaria.
El segundo ejercicio se refiere a la contracción del pene o
de la vagina y después a su distensión lenta. Suelo presentar
el siguiente ejemplo para mejor comprender de qué se trata:
Imagínese que se encuentra en el campo y en ese momento
siente necesidad de orinar. Mientras está orinando advierte
que se acerca un grupo de personas: en tal situación lo que
solemos hacer es interrumpir la micción, es decir, dejar de
orinar, lo que, en la práctica, equivale a tensionar los múscu-
los del pene o de la vagina. Cuando el supuesto grupo de
personas se ha alejado, podemos continuar orinando, para lo
cual relajamos los músculos tensados anteriormente.
Como comprobará, se tarda más en describir este ejerci-
cio que en realizarlo, una vez comprende de qué se trata.
Las primeras veces que intente realizar este ejercicio pue-
de resultarle difícil sobre todo la distensión lenta de los mús-
culos del pene o de la vagina. En estos casos haga lo siguien-
te: cada vez que vaya a orinar, una vez iniciada la micción, la
suspende durante dos o tres segundos, contrayendo los mús-
culos correspondientes; después repite la misma práctica
cuatro o cinco veces. Este ejercicio le ayudará en pocos días
a controlar la distensión de los músculos del pene o de la va-
gina.
Los dos últimos ejercicios —contracción del esfínter del
ano y de los músculos del pene o vagina— son de capital im-
portancia para la solución de los problemas que tratamos
aquí. Deberá realizarlos del siguiente modo:
— 212 —
neo y en los órganos genitales, algo fundamental para el
buen funcionamiento sexual, y, más en concreto, de la eya-
culación y de la vivencia del orgasmo.
En segundo lugar, aprenderá a percibir más intensamen-
te las sensaciones internas que se dan en el proceso de exci-
tación. En consecuencia, aprenderá a vivir y diferenciar las
señales previas a la eyaculación y al orgasmo.
Por último, mientras fijamos la atención en las sensacio-
nes del pene o de la vagina evitamos que aparezcan en nues-
tra mente pensamientos negativos, uno de los mayores obs-
táculos para el proceso de excitación sexual, y de lo que nos
ocuparemos en el apartado siguiente.
Vemos, pues, en estos ejercicios el comienzo de lo que
será el objetivo principal de los ejercicios y técnicas del apar-
tado 5.2, es decir, la sensibilización del cuerpo y el aprendi-
zaje de vivencias eróticas dirigidas a facilitar los procesos de
eyaculación y/o del orgasmo.
— 213 —
Epicteto que plasma con bastante precisión el principio en
que se basa esta terapia: «No son los hechos los que nos per-
turban, sino lo que pensamos acerca de los hechos.»
Las perturbaciones o trastornos emocionales, como an-
siedad, temor, celos, incapacidad sexual, temores sexuales,
sentimiento de culpabilidad, de angustia, etc., tienen su ori-
gen, según la teoría cognitiva, en ideas, creencias o pensa-
mientos distorsionados que insistentemente acuden a la
mente de las personas. Aunque estos pensamientos le pue-
den parecer a usted válidos, aprenderá en el transcurso del
tratamiento que, además de ser irreales o simplemente erró-
neos, son la única causa de casi todo su malestar y sufri-
miento. En consecuencia, para reducir o eliminar tales esta-
dos emocionales así como las consecuencias negativas de és-
tos, primero ha de identificar las ideas o pensamientos
negativos y después cambiarlos por otros racionales, lógicos,
como veremos a continuación.
De este modo, postula la teoría cognitiva, al ir modifi-
cando los pensamientos irracionales, causantes de los tras-
tornos emocionales, van desapareciendo sus consecuencias,
es decir, las sensaciones negativas, y usted dejará de sentirse
inhibida/o, culpable, angustiada/o, sexualmente incapaz, an-
siosa/o, temerosa/o, desgraciada/o, poco atractiva/o, etc.
Resulta imposible presentar aquí esta terapia en toda su
amplitud, pero trataremos de exponer brevemente las direc-
trices de la misma, aplicadas a los temas que nos ocupan. En
el fondo se trata de que usted aprenda a convertir sus pensa-
mientos distorsionados, sus creencias negativas o irraciona-
les en objetivos racionales. De este modo irán disminuyendo
gradualmente las emociones negativas que sentía al princi-
pio y que eran el principal obstáculo para vivir la sexualidad
en toda su plenitud.
Siguiendo en gran medida la exposición que presentan
Greenberger y Padesky de la terapia cognitiva, damos a con-
tinuación algunas indicaciones generales del proceso, apli-
cándolo en nuestro caso a las disfunciones sexuales que tra-
tamos aquí:
— 214 —
1. En primer lugar deberá analizar y clasificar las emo-
ciones negativas que padece con más frecuencia y que le
afectan más, por ejemplo: «temor o angustia a no llegar al or-
gasmo en el coito», «ansiedad cuando se acerca la hora de ir
a la cama», «nerviosismo cuando mi compañero/a me toca o
cuando me estimula los genitales», «culpabilidad al no reac-
cionar como desea o espera mi compañero/a».
2. Cuando sienta una de esas emociones negativas, debe
analizar qué pensamiento o pensamientos vienen a su mente
en ese mismo momento y escribirlo inmediatamente en un pa-
pel. No deberá hacerlo antes de que se haya dado la situación,
pues se expone a registrar lo que su imaginación o fantasía le
dicta sobre pensamientos que pudo tener en otras ocasiones.
Tampoco deberá dejarlo para más tarde pues, en este caso, en
lugar del pensamiento exacto, es posible que se le olvide o re-
gistre recuerdos más o menos precisos de otras ocasiones.
Para facilitar esta tarea puede hacerse preguntas como:
«¿Qué estaba pasando por mi cabeza justo antes de empezar
a sentirme de esta forma?» Los pensamientos que afloran con
frecuencia en estas situaciones suelen ser: «no voy a satisfacer
a mi pareja», «no voy a llegar al orgasmo», «yo no valgo», «si
no voy a conseguirlo es mejor no comenzar», etc.
Los pensamientos automáticos —así se llama también a
los pensamientos negativos e irracionales— que están más
conectados a nuestras emociones se llaman pensamientos
«de alta tensión». Éstos son los pensamientos que llevan la
carga emocional, por lo tanto, son los que deberá identificar,
examinar y modificar para sentirse mejor.
3. Los pensamientos que ha anotado no responden a la
realidad, son interpretaciones suyas, creencias, pensamien-
tos injustificados, irracionales, de los que se origina precisa-
mente el desconcierto en que se encuentra, el estado emo-
cional de malestar. Comprobará esto si se para a analizarlos
haciéndose preguntas como: «¿en qué baso yo esta afirma-
ción?», «¿qué apoya este pensamiento?», «¿qué certeza ten-
go de que sea así?». Una vez que haya constatado y analiza-
do la irracionalidad de estos pensamientos, y se haya con-
— 215 —
vencido de su falta de solidez, verá casi automáticamente re-
ducido su estado de ansiedad, angustia o nerviosismo en un
porcentaje apreciable. ¡Ya ha dado un paso hacia delante!
4. Deberá anotar los pensamientos irracionales sistemá-
ticamente cada vez que tenga algún sufrimiento, cada vez
que sienta ansiedad o cualquier otra emoción negativa. Pero
no termina ahí su labor, sino que al pensamiento que ha ana-
lizado ha de confrontar otro pensamiento esta vez racional,
que venga a anular el pensamiento irracional y a desbancar-
lo de su mente. Se sentirá mejor. Para mayor claridad de lo
expuesto, el Cuadro 5.2 ofrece una serie de pensamientos
irracionales frecuentes en personas con problemas que trata-
mos aquí, así como los correspondientes pensamientos ra-
cionales.
5. Le será de gran ayuda llevar un control de sus pensa-
mientos negativos para sustituirlos después por otros positi-
vos, utilizando para ello el registro de pensamientos, llama-
do también «registro de tres columnas» (Cuadro 5.3). Las
tres columnas del registro de pensamientos distinguen situa-
ciones, sentimientos y pensamientos que usted tiene en esa
situación.
En la primera columna anotará con precisión la situación
y las circunstancias en que se produjo, es decir, lugar, oca-
sión, hora, con qué persona, etc. Deberá, por lo tanto, preci-
sar el lugar y tiempo exacto; no vale escribir, por ejemplo,
«ayer en la calle».
En la segunda columna expondrá la emoción o emociones
experimentadas en cada situación, que podrá describir con
una sola palabra. Cada emoción que tenga en esa situación
que está registrando debería listarla y estimarla en una esca-
la de 0 a 100. Si describe sus emociones en una frase entera,
lo que escriba será más un pensamiento que una emoción. Si
es así, escriba la sentencia en la columna de «pensamientos»
e intente encontrar una sola palabra que describa su emo-
ción en la segunda columna.
En la tercera columna o columna de pensamientos auto-
máticos deberá identificar lo que pase por su cabeza en la si-
— 216 —
CUADRO 5.2.—Pensamientos distorsionados más frecuentes en la mujer
y en el hombre antes o durante el acto sexual que interfieren
en el problema de eyaculación o del orgasmo
con sus correspondientes pensamientos racionales
Miércoles, 22:45
— 218 —
alta tensión. Las evidencias en contra de sus creencias no son
completamente verdad y pueden ser difíciles de descubrir
cuando usted experimenta un intenso estado de ánimo. Sin
embargo, buscar la evidencia a favor y en contra de sus con-
clusiones es el secreto para reducir la intensidad del estado
de ánimo de malestar.
En el fondo se trata, pues, de registrar los pensamientos
automáticos con la evidencia/s que apoya/n el pensamiento
de alta tensión y la evidencia/s que no lo apoya/n, como pue-
de ver en el ejemplo del Cuadro 5.4, que responde al ejem-
plo presentado en el Cuadro 5.3.
— 219 —
En el Cuadro 5.5 verá algunas preguntas que le serán úti-
les para encontrar la evidencia que contradice sus pensamien-
tos de alta tensión. Le ayudará a realizar esta tarea rodear con
un círculo el pensamiento de alta tensión (columna 3) que
quiera poner a prueba. En las columnas 4 y 5 del registro de
pensamientos, escriba la información que apoya y que con-
tradice, respectivamente, al pensamiento de alta tensión que
ha marcado con el círculo.
Intente hacer una lista en la columna 4 sólo de las evi-
dencias basadas en los hechos que apoyan el pensamiento de
— 220 —
alta tensión, sin hacer interpretaciones del hecho o de la lec-
tura del pensamiento. Por ejemplo: «Pedro me miraba fija-
mente» es un ejemplo de una evidencia basada en los he-
chos. La afirmación: «Pedro me miraba fijamente y pensaba
que estoy loca» no estaría basada en los hechos, a no ser que
Pedro le hubiera dicho en voz alta: «Pienso que tú estás
loca.» Si Pedro la había mirado fijamente sin decir nada, su
observación de que usted sabía lo que él estaba pensando es
una lectura del pensamiento.
Una vez haya completado la columna 4, hágase las pre-
guntas del cuadro anterior (Cuadro 5.5) para buscar las evi-
dencias que no apoyan su pensamiento de alta tensión. Es-
criba cada indicio de las evidencias que descubra en la co-
lumna 5. Completar las dos columnas de las evidencias del
registro de pensamientos le permitirá evaluar sus pensa-
mientos de alta tensión a la luz de diferentes perspectivas.
Cuanto más practique la búsqueda de las evidencias a fa-
vor y en contra de los pensamientos de alta tensión, más rá-
pidamente desarrollará el tipo de pensamiento flexible que
está unido a sentirse mejor. Por ello, como indicamos al ha-
blar del registro de las tres columnas, para llegar a evitar to-
dos sus pensamientos de alta tensión necesitará rellenar mu-
chos de los registros en busca de la falta de evidencia.
Para superar las emociones negativas le será muy útil ela-
borar una serie de «frases de autoayuda», es decir, frases que
refuerzan los aspectos positivos, su capacidad de superarse y
los recursos de los que dispone. Deberá repetir con frecuen-
cia estas frases de las que a continuación ponemos algunos
ejemplos para los temas que tratamos en este capítulo:
— 221 —
— Si a veces eyaculo en sueños, llegaré a eyacular vo-
luntariamente.
— Cada vez siento más mi cuerpo, con el tiempo llegaré
a sentir plenamente el orgasmo.
— Cuando aprenda a vivir intensamente las sensaciones
lo conseguiré.
— 222 —
CUADRO 5.6.—Registro de pensamientos alternativos o equilibrados
— 225 —
los correspondientes pensamientos racionales tal como el
paciente debería aprender a formular.
Todos estos pensamientos distorsionados reflejan actitu-
des de las personas acerca de sí mismas y de su compañero/a,
de su conciencia de culpa, de la impotencia ante su proble-
ma y pueden corregirse mediante la aplicación de las múlti-
ples técnicas de la terapia cognitiva.
Cuando se reducen dichos pensamientos de alta tensión,
la persona comienza a percibir la situación de manera más
realista. Su actitud ante dicha situación cambia así como los
estados emocionales que la atormentan. En definitiva conse-
guirá desactivar los bloqueos que inhibían su respuesta se-
xual y dar vía libre a nuevas experiencias y vivencias sexua-
les como son la eyaculación y el orgasmo.
5.1.3. Información
— 226 —
buenas intenciones, pero poco conocimiento del tema. In-
cluso ciertos debates en televisión más que informar y orien-
tar acertadamente lo que hacen es confundir más a los teles-
pectadores. Algo semejante podemos decir de algunos libros
que, bajo títulos prometedores y sugestivos, se limitan a ofre-
cer imágenes sobre posturas, máximas de Perogrullo o con-
sejos de escasa utilidad.
Como en todas las disciplinas y ramas del saber también
existen en sexología buenos libros escritos por autores espe-
cializados. Déjese aconsejar por alguien entendido en la ma-
teria o acuda a un profesional reconocido.
— 227 —
5.1.4.1. «La regresión inducida»
— 228 —
zo y desgarro interior para lo que no todas las personas están
preparadas o no llegan a soportar. Con esta técnica se consi-
gue la liberación de fuerzas que actúan como resistencia in-
terior, como obstáculo al despliegue interior de ocultas ener-
gías que al emerger a la conciencia y ser liberadas, permiten
a la persona la auténtica vivencia de sensaciones eróticas que
conducen a la eyaculación o al orgasmo.
— 229 —
o masajes. Por el contrario, tales comportamientos son acon-
sejables siempre que ambos lo deseen, no incumplan la nor-
ma mencionada y se despreocupen de la eyaculación o del
orgasmo.
El hombre suele concebir cualquier relación íntima con
una mujer como un reto personal, como una situación en la
que no debe fallar. Asume la responsabilidad de que todo sal-
ga bien, de hacer gozar a su compañera, para lo que conside-
ra necesaria una reacción genital seguida de penetración,
eyaculación y orgasmo por parte de ambos. Por todo ello, no
le resulta fácil al hombre la recomendación de abstenerse del
coito hasta que el terapeuta se lo indique, y tiende a minimi-
zar su importancia o sencillamente a ignorarla.
Si incumple dicha norma, le resultará imposible aplicar
la mente a las sensaciones eróticas de las distintas partes del
cuerpo, vivir intensamente cada contacto, gesto, caricia o
sensación. Todo esto es mucho más importante que los es-
fuerzos físicos y mentales por conseguir la eyaculación o el
orgasmo.
Si bien la mujer puede sentir semejante urgencia por lle-
gar al orgasmo, recibe generalmente la prohibición del coito
muchas veces incluso con alivio, ya que la penetración no
suele ser tan apremiante para ella como para el hombre y está
más abierta a otro tipo de estimulaciones.
Esta práctica tiene como principal objetivo evitar que el
paciente siga teniendo experiencias negativas que le condu-
cen a la sensación de fracaso, debido a las expectativas, ante
cada encuentro, de conseguir la erección y terminar con la
penetración. La presentación de esta norma puede ser una
buena oportunidad para reafirmar en el hombre lo tantas ve-
ces repetido: que la sexualidad es algo más que la actividad
genital, no debe limitarse al coito, a la habitación o a la cama,
sino que se han de extender a cualquier actividad erótica y
en cualquier parte y momento en que nos encontremos con
el compañero/a.
El tiempo que ha de durar la prohibición que comenta-
mos depende de cada caso en particular y de factores como:
— 230 —
la pérdida de tensiones, la sensibilidad de ambos, la mayor
percepción de las sensaciones eróticas, etc.
La prohibición de no realizar el coito al principio del
tratamiento es, para algunas parejas, un excelente apren-
dizaje y una buena oportunidad —como queda dicho—
para vivir en adelante una sexualidad no limitada a los ge-
nitales o al coito. Ayuda también a conocer mejor los de-
seos, ritmo sexual y otras reacciones del compañero o
compañera. Sin duda alguna proporciona la oportunidad
a ambos de mejorar la comunicación, de expresarse con
mayor libertad, entusiasmo y espontaneidad en la relación
sexual.
— 231 —
desde niña con sus genitales que el hombre. Esto influye ne-
gativamente en el desarrollo no sólo de sensaciones placen-
teras sino incluso de su vida sexual de adulta (Arancibia,
2002). En consecuencia, una de las primeras y más impor-
tantes tareas de la mujer con problemas de anorgasmia, vagi-
nismo o falta de deseo es precisamente la visualización, ex-
ploración y conocimiento de sus genitales.
— 232 —
5.1.5.1. «Autoexploración: unos minutos
de intimidad femenina»
La mujer puede aplicar la autoexploración mediante el
tacto, tanto para el reconocimiento de su zona genital como
para la sensibilización del cuerpo en general, como veremos
más adelante.
Para el mejor conocimiento de sus genitales la mujer ha
de visualizar, contemplar y diferenciar las distintas partes de
éstos, ayudándose de un espejo. Elija un lugar y momento
adecuados en los que nada ni nadie pueda perturbar su inti-
midad. Comience relajando su cuerpo durante unos minutos
centrando su atención en la zona genital, alejando de su
mente cualquier otro pensamiento. Adopte la postura más
cómoda para acercar el espejo a sus genitales y contemple la
vulva en su conjunto. A continuación separe los labios ma-
yores con sus dedos para ver y tocar los labios menores, el
clítoris y el interior de la cavidad vaginal.
Piense que todo es natural y alégrese de conocer mejor su
cuerpo. Sin prisa alguna contemple detenidamente cada una
de las partes, ayudándose del tacto, para diferenciar mejor la
textura de las mismas. Olvídese del reloj y trate de aceptar
como parte de su cuerpo y de su persona lo que está obser-
vando, incorpórelo al esquema general de su cuerpo. No se
preocupe si en algún momento se siente incómoda o rara,
pues es totalmente normal experimentar estos sentimientos
la primera vez que se observa de este modo.
— 233 —
uno de estos obstáculos que, sin duda, pueden afectar seria-
mente a la solución de las disfunciones tratadas en este libro.
Tan sólo comentaremos brevemente la importancia de
comunicar a la pareja la información adecuada sobre lo que
más le excita, modo de estimulación, tipo de caricias, prácti-
cas más excitantes, etc. En la pareja ninguno debería sentir
vergüenza al hablar de sexo o al expresar sus deseos, prefe-
rencias o sensaciones.
— 234 —
yes del aprendizaje, al contacto diario, al sentir el cuerpo
propio y el ajeno. Cada persona adquiere o no en su desarro-
llo este don, según las circunstancias o el entorno en el que
transcurrieron sus primeros años. Es fundamental la presen-
cia o ausencia de una relación afectiva entre las personas con
las que pasó los primeros años de su vida.
A continuación presentamos una serie de ejercicios y técni-
cas que le ayudarán a avanzar en el conocimiento sensorial de
su cuerpo, en una mayor apertura al mundo de las sensaciones
eróticas. Ninguna de estas técnicas, tomadas individualmente,
le llevará necesariamente a solucionar todos sus problemas.
Deberá tener esto bien en cuenta para que no le invada la frus-
tración si comprueba que realiza regularmente los ejercicios y
de momento no consigue el propósito deseado. No obstante, si
los practica diariamente, llegará sin duda a sentir lo que desea.
— 235 —
tiempo que estimen oportuno y no resulte excesivo para nin-
guno de los dos. Este ejercicio no tiene aquí ninguna conno-
tación sexual específica, aunque para la mayor parte de las
personas las caricias y el contacto físico son el principal im-
pulsor de sensaciones eróticas. Pero hemos de pensar más en
una complacencia sin límites donde participan no sólo los
sentidos corporales, sino también el mundo de las fantasías,
los sueños, la contemplación, la risa, el llanto. Para profun-
dizar en el arte de la autosensibilización recomendamos el li-
bro Psicoerotismo femenino y masculino de Fina Sanz.
La técnica de la sensibilización le ayudará a vencer la an-
siedad cuando está con su pareja y tiene la mente dirigida a la
respuesta sexual inmediata más que a la vivencia de las sensa-
ciones. Para ello deberá aplicarse a las sensaciones no genitales
y aumentar la vivencia erótica del cuerpo en su conjunto, avan-
zando de las zonas periféricas del cuerpo —no genitales— a las
de mayor expresión sexual física genital.
Si bien la teoría está clara, los medios audiovisuales son
en este particular de gran ayuda. El/la terapeuta sexual suele
disponer de este material, filmaciones, etc., para facilitar la
comprensión del mensaje que se intenta transmitir, a la vez
que sirven en ocasiones para vencer en muchas personas in-
hibiciones y tabúes que han arrastrado durante toda la vida.
Con la repetición de este ejercicio, usted irá cambiando
de actitud en la relación sexual al orientarla a zonas erógenas
no genitales. Ello lleva consigo un modo distinto de actuar
en casa cuando está con su pareja: ampliará el campo de vi-
vencias en relación con los cinco sentidos y comenzará a
apreciar sensaciones que nunca había percibido antes.
— 236 —
estar fuera del alcance de su vista, no puede quedarse ahí si
desea culminar con plenitud la vivencia del orgasmo. Ambos
deberán completar y ampliar este conocimiento con la expe-
rimentación del contacto de cada una de las partes de sus ge-
nitales y de las sensaciones placenteras ante dicho contacto.
Para ello, a continuación han de fomentar nuevas sensa-
ciones, descubrir zonas erógenas y vivir más intensamente
cada centímetro de la superficie de su cuerpo. No olvide que,
como recordamos en páginas anteriores, todo su cuerpo es
una zona erógena en potencia, y está en sus manos descubrir
y enriquecer dicho potencial.
Si mediante la visualización y exploración de sus genita-
les logró tener un conocimiento más preciso de los mismos,
ahora se trata de diferenciar e incrementar la vivencia de las
sensaciones corpóreas y, más en concreto, de sus genitales,
algo imposible de conseguir con la simple vista y la explora-
ción corporal. Aquí el sentido del tacto ha de ser su aliado
preferido mientras representa mentalmente sus genitales.
Además del tacto podrá incorporar otros sentidos, así como
su imaginación y fantasías.
En una posición cómoda acariciará con la yema de dedos
y estimulará con la mano sus genitales; intentará descubrir
cualquier sensación placentera por pequeña que ésta sea. El
tiempo carece de importancia en estos momentos y muy pro-
bablemente deberá repetir este ejercicio una y otra vez has-
ta que las sensaciones sean más intensas, llegue o no a la
eyaculación y/o al orgasmo.
— 237 —
el tamaño de su pene. Quizá sea usted una de estas personas,
en tal caso le propongo un ejercicio para conseguir mayor
aceptación de su cuerpo a través del contacto y acercamien-
to al mismo hasta llegar a hacer de éste su mejor amigo.
Busque un momento en el que sin prisa pueda entregar-
se a vivir las sensaciones de su cuerpo dentro y fuera del
agua. Coloque el gel o una crema hidratante a mano, cerca
de la bañera y, si puede, ponga música relajante. Llene la ba-
ñera de agua a una temperatura ideal, según su gusto. Una
vez preparada la bañera, vaya introduciendo lentamente, pri-
mero un pie, luego otro, descienda lentamente hasta cubrir
su cuerpo hasta el cuello. Centre su atención en todo mo-
mento en las sensaciones que va percibiendo a medida que el
agua caliente cubre cada parte de su cuerpo.
A algunos hombres les cuesta iniciar este ejercicio por-
que lo encuentran algo femenino, pero no lo es, y los resul-
tados suelen ser muy positivos también para él. Manténgase
fuera de sus genitales por el momento y explore otros pun-
tos eróticos de su cuerpo: pezones, pecho, estómago, piernas
y brazos. Todas estas partes pueden ser sensibles a las cari-
cias y a otros estímulos sexuales. Después de mantener el
cuerpo dentro del agua durante algún tiempo, saque lenta-
mente la mano percibiendo las sensaciones ante la tempera-
tura exterior. Haga lo mismo con la otra mano y el brazo, con
los pies y las piernas; todo muy lentamente.
A continuación acaricie suavemente bajo el agua todo su
cuerpo con los ojos cerrados para mayor concentración: bra-
zos, pecho, abdomen, muslos y piernas. Viva en todo mo-
mento las sensaciones: la suavidad de la piel, la firmeza de
los músculos del pecho, brazos y piernas; el contacto de su
rostro, su pelo y su cuello. Explore también las sensaciones
al acariciar la parte interior de los muslos y al estimular sus
genitales; si es hombre, el escroto, los testículos y el pene;
si es mujer, el vello pubiano, los labios mayores, menores y
el clítoris.
Hágase un automasaje en todo el cuerpo con el gel o la
crema. Intente relajar cada parte de su cuerpo y del mismo
— 238 —
en su conjunto. Dedique tiempo a sí mismo, sin preocupar-
se de otra cosa que de percibir las sensaciones que experi-
menta en el agua: calor, suspensión, diferencia de tempera-
tura en diferentes parte del cuerpo, corrientes de agua, sen-
sación de frío al sacar del agua parcialmente alguna parte del
cuerpo, sensaciones al tocarse o acariciarse, etc.
Al final salga lentamente del agua. Vivirá en su cuerpo sen-
saciones que quizá no había sentido nunca anteriormente.
— 239 —
las indicaciones que presentamos en este capítulo, podrán
conseguir tal grado de excitación que, posteriormente, no
necesiten el vibrador, aunque lógicamente siempre pueden
acudir a este instrumento como otro modo de estimulación.
Existen multitud de modelos de vibradores. Vibradores
con accesorios especiales para aplicarlo al glande, al clítoris
u otras partes del cuerpo. Cada cual hará bien en elegir aquel
que más le agrade. Se recomienda comenzar con uno senci-
llo, sin muchas funciones, no muy pesado y que funcione a
pilas mejor que eléctrico. En cualquier caso nunca debería
utilizarlo cerca del agua para evitar incidentes desagradables.
Una vez elegido el modelo, no tiene en sus manos un
aparato mágico que obra milagros. Deberá saber utilizarlo,
en el momento propicio, preparando previamente el ambien-
te externo, con mente sosegada y sin precipitarse ni tener el
reloj delante esperando ansiosamente que produzca el clí-
max tan deseado.
Ante todo, pues, sin prisa, en una postura cómoda y con
el vibrador en la mano comenzará pasándolo suavemente
por los brazos, las manos, el cuello, la cara. Vaya descen-
diendo por los pechos, el estómago, el vello pubiano y los ge-
nitales. Aquí lo aplica a cada una de las partes externas aten-
ta/o a las diferentes sensaciones en cada parte (labios mayo-
res, menores, testículos, pene). A continuación el hombre lo
acercará al glande, la mujer al clítoris con especial cuidado
de evitar sensaciones excesivamente intensas ante las vibra-
ciones. Vaya controlando la presión, los movimientos y la
posición del aparato.
Mantenga ante todo la serenidad, sin buscar la excitación
ni estar pendiente del orgasmo; su único propósito ha de ser
mantenerse relajada/o y vivir las sensaciones. Las primeras
sesiones deberán durar unos quince minutos; posteriormen-
te puede alargarlas hasta media hora o más. Evite no obstan-
te sensaciones de desagrado o de hastío.
Lo normal es que pasen varias semanas sin que consiga
su propósito, no obstante continúe con las sesiones y anote
en un folio los adelantos por insignificantes que le parezcan.
— 240 —
Cada nueva sensación es un progreso, es parte del camino a
recorrer; ello le debe animar y reafirmar en su convicción
de que conseguirá lo que se propone: eyacular y/o vivir el
orgasmo.
Una vez conseguido su propósito mediante la utilización
del vibrador y de vivirlo varias veces, le resultará ya más fá-
cil alcanzarlo mediante la autoestimulación, otras formas de
estimulación y, posteriormente, en el coito, si así lo desea.
Normalmente éste es el orden en que se desarrolla el proce-
so antes de obtener la eyaculación o el orgasmo en el coito.
No olvide que además de la utilización del vibrador, pue-
den ayudarle la incorporación gradual de la estimulación
manual simultánea, el acudir a fantasías, imágenes, lecturas
eróticas, visualización de situaciones o de personas conoci-
das excitantes, etc.
— 241 —
rentes, por ejemplo, a las de calor, frío o presión que puede
experimentar también en sus genitales, según tenga la mano
caliente, fría o ejerza una fuerte presión con la misma. En un
principio, por lo tanto, en toda excitación sexual se pueden
experimentar leves sensaciones erótico-placenteras.
Si continúa la estimulación, las sensaciones agradables
del principio se van haciendo cada vez más intensas, hasta
que llega un momento —generalmente pasados unos minu-
tos— en el que la eyaculación o el orgasmo son inminentes
(sensaciones preeyaculatorias). Si continúa la estimulación
después de sentir estas sensaciones preeyaculatorias no se
puede impedir el proceso de la eyaculación o del orgasmo.
Ésta sería la segunda parte de la excitación sexual a la que nos
referíamos anteriormente.
Finalmente, la tercera fase se da generalmente al eyacular
o al sentir el orgasmo. Decimos «generalmente al eyacular»
porque tanto el hombre como la mujer pueden experimentar
el orgasmo sin eyacular.
No debe considerar las tres fases a modo de escalones
bien diferenciados, sino más bien como una curva ascenden-
te en la que las diferentes sensaciones se van sucediendo len-
ta y progresivamente, sobre todo al principio sin una dife-
renciación clara.
Algunas personas confunden este ejercicio con la prácti-
ca de la masturbación, por lo que en nuestras indicaciones
evitamos esta palabra en todo momento para no generar
confusiones. Por otra parte es conveniente advertir que, aun-
que no se trata de una simple masturbación, al hacer este
ejercicio deberán ayudarse mediante la estimulación manual.
Precisamos este detalle, porque algún paciente, al comentar
la práctica de este ejercicio en casa, dice que no lo ha podido
realizar porque sólo con la imaginación, sin ayuda de una es-
timulación física, no consigue excitarse o terminar el ejercicio.
Recordemos que la masturbación no sólo no es perjudi-
cial, sino que es buena y saludable. No causa daños físicos,
psicológicos o sexuales. Por el contrario proporciona alivio a
la tensión sexual y es un magnífico método para el conoci-
— 242 —
miento de la propia sexualidad y para compartirla cuando se
tiene un compañero o compañera.
Quien ha vivido primero en la intimidad de la masturba-
ción las sensaciones que acompañan a la erección, la eyacu-
lación y el orgasmo posee ya el conocimiento de los procesos
de la respuesta sexual; está más preparado/a para provocar
dichas sensaciones y vivirlas con naturalidad en una relación
con otra persona, sin la sorpresa, sobresalto o turbación por
el desconocimiento de tal experiencia al principio.
La vivencia de las fases de la excitación sexual ayuda a
quien lo practica —a parte de ser más consciente de las sen-
saciones y facilitar la eyaculación o el orgasmo— a controlar
y rechazar pensamientos obsesivos o molestos que tantas ve-
ces enturbian la mente de las personas en estas situaciones y
son uno de los mayores obstáculos para disfrutar plenamen-
te del sexo.
El ejercicio que acabamos de presentar deberá realizar-
lo sola/o, es decir, mediante la autoestimulación. Si inten-
ta vivirlo en una relación de coito o mediante la estimula-
ción de otra persona, no podrá centrarse plenamente en
las sensaciones de su cuerpo y, en consecuencia, tampoco
podrá vivirlas con tanta intensidad, dado que normalmen-
te en tales situaciones se suele estar pendiente también de
la pareja.
Como indicamos al principio, es conveniente practicar
este ejercicio estando totalmente tranquila/o, relajada/o y sin
presión alguna de tiempo. Si intenta terminar rápidamente
pensando sólo en conseguir el orgasmo, no se dará tiempo
para observar el proceso descrito. Hágalo, pues, después de
los ejercicios de relajación y si es posible cómodamente tum-
bada/o en la cama, ya que si lo hace de un modo apresurado
y de pie en el cuarto de baño, la postura, la tensión muscular
o la rapidez le impedirán vivirlo adecuadamente.
Tenga en cuenta también que no es necesario llegar siem-
pre a la última fase del ejercicio, es decir, la fase de la eyacu-
lación o del orgasmo, si para ello tiene que esforzarse. Lo que
sí es imprescindible es que lo realice al menos una o dos ve-
— 243 —
ces por semana y siga practicándolo una vez conseguida la
eyaculación y/o el orgasmo, según el caso.
Intente realizarlo incluso diariamente a ser posible. No
obstante, si algún día le resulta difícil o tarda en conseguir la
erección o no avanza en la excitación, en la consecución de
la eyaculación o del orgasmo, es preferible no seguir, no es-
forzarse, dejándolo para otra ocasión.
Las personas que se han masturbado sin problema creen
que se trata de un ejercicio fácil, pero no lo es para todos; al-
gunos han de practicarlo muchas veces hasta que consiguen
realizarlo bien.
Sin grandes esfuerzos y con la repetición del ejercicio ad-
vertirá un mayor conocimiento de los procesos de la res-
puesta sexual, disfrutará mucho más, diferenciará mejor las
diferentes fases de la misma y conseguirá mayor control de la
eyaculación y/o de la vivencia del orgasmo.
Para conseguir la eyaculación o el orgasmo durante el
coito, el hombre ha de centrarse durante este acto en las sen-
saciones del pene: al contacto con los labios mayores, duran-
te la penetración; y, después de penetrar, en las paredes de
vagina, el calor, la suavidad, flujo, los movimientos del pene,
etc. La mujer se centrará en las sensaciones ante el contacto
del pene, y durante la penetración en los movimientos, en el
roce del pene en el clítoris y en las paredes de la vagina, de
manera que viva la sensación de «vagina ocupada» (Aranci-
bia, 2002).
— 244 —
na se haga más consciente de dichas sensaciones, vaya reco-
nociendo la variedad de las mismas y, de este modo, las re-
fuerce cada vez que lo lleva a cabo.
Las personas con dificultad de eyacular o de llegar al or-
gasmo, o que sienten éste débilmente, aprecian mediante el
presente ejercicio que, en realidad, sienten más de lo que
pensaban. Por otra parte, aprenden a vivir las sensaciones
más conscientemente y con mayor intensidad. Viven asimis-
mo con más naturalidad el contacto con su cuerpo y con sus
genitales. De este modo van descubriendo más su cuerpo, lo
aceptan mejor y se identifican más con el mismo.
Le animo, pues, a coger papel y boli, y describir con todo
detalle las sensaciones que vive en el orgasmo cuando tiene
una relación sexual o se masturba. No se trata de «describir»
lo que es un orgasmo, las reacciones fisiológicas, sino más
bien las sensaciones, el proceso que le lleva al mismo. Para
ayudarle a reconocer tales sensaciones, pregúntese: ¿Qué su-
cede con mi respiración? ¿Los latidos de mi corazón son más
rápidos? ¿La temperatura del cuerpo aumenta? ¿Qué sensa-
ciones eróticas experimento durante el orgasmo? ¿Cómo lo
vivo?
— 245 —
de la respuesta sexual, las causas más comunes de la falta de
eyaculación o de orgasmo, la masturbación masculina y fe-
menina, el modo de sensibilizar zonas no genitales de la pa-
reja, las posturas en el coito, etc.
La proyección de diapositivas tiene en algunos casos la
ventaja de que podemos elaborar un programa específico
que se adapte mejor al problema y a la persona que lo tiene,
con sus características personales, modos de reaccionar, difi-
cultades, etc.
Pongamos un ejemplo del modo de utilizar este material.
Estando el paciente relajado y cómodamente echado en un
sillón, le presentamos una serie de diapositivas de parejas en
situaciones muy variadas. Estas diapositivas representan di-
versos comportamientos eróticos, desde el inicio de un con-
tacto no genital hasta la realización del coito en varias postu-
ras. Él o ella contempla tranquilo/a y sin prisas cada una de
las diapositivas y centra su atención en las sensaciones que la
persona de la imagen proyectada puede sentir en ese mo-
mento, evitando cualquier otro pensamiento. Se le indica
que se fije en los detalles: contactos, caricias, sonidos, besos,
expresiones, etc., todo aquello que represente o pueda suge-
rir la vivencia de sensaciones.
Después de proyectar cada diapositiva un minuto, se invita
al sujeto a que cierre los ojos y represente las sensaciones que
puede percibir en dicha situación. Por ejemplo, la primera dia-
positiva presenta a una pareja en bañador, ambos tumbados en
la playa, mirándose al rostro y sin otro contacto que la proxi-
midad de los cuerpos y un brazo del hombre sobre la espalda
de la compañera. Retirada la diapositiva, se le sugiere que, con
los ojos cerrados, se imagine lo más vivamente posible, que se
encuentra en una situación semejante y que represente todas
las sensaciones no sexuales que puede percibir en tal situación:
el contacto con la arena, la brisa del mar, el ruido de las olas, el
calor de la arena y de los rayos del sol, el contacto del cuerpo y
del brazo del compañero, el canto de las gaviotas, etc.
La aplicación de esta técnica es múltiple para los objeti-
vos que nos proponemos aquí: ampliar el ámbito de las sen-
— 246 —
saciones al mundo de lo sexual. Se facilita la concentración
en el cuerpo y en las sensaciones, al centrarse totalmente en
la situación. Los sentidos de la vista, el oído, el tacto quedan
cautivos por las sensaciones del momento, sin permitir que
los temores perturben las vivencias que se están teniendo,
desligando de estas vivencias todo comportamiento dirigido
a la penetración u otro comportamiento genital. Mientras
ocupa la mente en la situación de cada diapositiva y en la vi-
vencia de las sensaciones de cada momento evita pensa-
mientos negativos que suelen ocupar su mente en situacio-
nes semejantes.
Esta sencilla técnica tiene sus ventajas sobre la proyec-
ción de vídeo o de películas: se puede controlar la duración
de la proyección, después de la proyección de cada diaposi-
tiva la persona dispone de tiempo para elaborar la situación,
imaginarse en el mismo momento las sensaciones, analizar
los pensamientos, etc. Todo esto resulta más difícil durante
la proyección de un filme o vídeo.
En sesiones posteriores, aconsejamos la repetición de es-
tas proyecciones de parejas, junto con observaciones del te-
rapeuta acerca de la actitud de éstas y de la variedad de sen-
saciones que pueden estar viviendo en el momento, sin que
medie estimulación genital por parte de ninguno, con objeto
de que el/la paciente vaya representando y viviendo las sen-
saciones. Por lo general, éste/ésta comienza a sentirse mejor,
más relajado/a, sin las molestias del primer día, y comienza a
vivir con su pareja en casa sensaciones que no había experi-
mentado antes.
Con vistas a obtener material para la terapia cognitiva,
rogamos también al paciente que indique los pensamientos
que le vienen en cada una de las situaciones presentadas en
las diapositivas. Si son positivos, podrá mantenerlos y se los
reforzamos. En caso de ser negativos, deberá sustituirlos por
positivos.
También puede practicar esta técnica en casa. A falta de
películas o de videos apropiados, usted puede proporcionar-
se imágenes de revistas o libros, procurando siempre selec-
— 247 —
cionar lo que realmente le pueda ser útil. Si las utiliza según
las indicaciones que acabamos de exponer, le serán de gran
utilidad.
No nos detenemos en la aplicación de vídeos o películas,
por ser estas técnicas más conocidas y utilizadas en terapia.
Sólo a modo de ejemplo recordamos las palabras de un pa-
ciente (de 58 años, casado hace 33 años) después de la pro-
yección de un video sobre la sensibilización corporal, es decir,
la presentación de sensaciones corporales mediante caricias
prescindiendo de la zona genital: «Es un aspecto nuevo de la
sexualidad que nunca he tenido; nunca se me ha pasado por la
imaginación tener estas sensaciones sin llegar luego al coito.»
JEFFREY WEEKS
— 248 —
eróticas, utilización de fantasías homosexuales o lésbicas; vi-
vencia de aventuras en lugares extraños o prohibidos; escenas
de seducir o de ser seducido/a; intercambio de parejas; hacer el
amor en un lugar público, al aire libre, en un ambiente grotes-
co, con un actor o actriz de televisión o de cine atractivo/a; ver-
se forzado/a a participar en una relación, en un trío, etc.
Hay fantasías que versan sobre actos de algún modo
prohibidos, extravagantes o inconfesables, otras que alber-
gan sentimientos reprimidos. Las fantasías son un modo de
reafirmar nuestra independencia, y cuanto más rígida y ruti-
naria sea la relación sexual que mantenemos, generalmente
más necesarias son estas fantasías.
Hay fantasías cuyo objetivo es la satisfacción que no se en-
cuentra en la realidad; otras facilitan la vivencia de un placer
más intenso que la misma realidad. Un hombre de 39 años sen-
tía el mayor placer al pensar que una mujer lo absorbía o do-
minaba con artes marciales. Pensaba que sentía placer al sentir-
se dominado y absorbido por la mujer. Este paciente ha inten-
tado sentir más placer diciendo a su pareja que le «apriete y
roce con las piernas». En realidad, para este hombre, el estí-
mulo verdadero son las fantasías originadas con tales pensa-
mientos, pues cuando experimenta los comportamientos que
desea, no siente el placer que siente cuando los piensa.
Si usted teme acudir a fantasías en su relación sexual por
pensar que, en adelante, va a depender totalmente de ellas y
no podrá reaccionar sexualmente más que acudiendo a éstas,
es vano su temor, pues una cosa no descarta la otra. Las fan-
tasías casi siempre acentúan la excitación sexual y ayudan en
casos de rutina. Georgina Burgos enumera en el libro Mente
y deseo en la mujer siete importantes cualidades de las fanta-
sías: 1. en la fantasía usted es libre; 2. todo ocurre como us-
ted quiere; 3. combaten la rutina; 4. liberan tensiones de
todo tipo; 5. puede explorar horizontes desconocidos en un
entorno seguro; 6. le conceden vivir lo que jamás realizará; y
7. sintonizan su frecuencia sexual con la de su pareja.
Algunas personas se sienten culpables de tener fantasías
con personas diferentes a su pareja o con una persona prohi-
— 249 —
bida, el padre, el hijo, el marido de una amiga u otra mujer,
fantasías de la infancia, de la adolescencia o de un novio o no-
via anterior. Piense que aquello que resulta excitante en la fan-
tasía no indica, de ninguna manera, que lo sea en la vida real.
Por otra parte, las fantasías no son delito alguno, fantasear con
algo no es lo mismo que hacerlo. Las fantasías son seguras
porque son privadas y permanecen sólo en nuestra mente.
Las fantasías sexuales, por extravagantes que parezcan,
no indican anormalidad o perversión. Una mujer de 25 años
comentaba:
— 250 —
APÉNDICE A
Inventario para hombres
sobre temores experimentados
en el momento de realizar el coito
— 251 —
Inventario para hombres sobre temores experimentados en el momento
de realizar el coito (continuación)
Al rechazo de mi pareja
A no hacerlo bien
A fracasar sexualmente
A hacer el ridículo
Al coito en sí
A no tener eyaculación
A no poder penetrar
APÉNDICE B
Inventario para mujeres
sobre temores experimentados
en el momento de realizar el coito
A quedar embarazada
— 253 —
Inventario para mujeres sobre temores experimentados en el momento
de realizar el coito (continuación)
Al rechazo de mi pareja
A fracasar sexualmente
A hacer el ridículo
A no excitar sexualmente a
mi pareja
Al coito en sí
A no gustar físicamente a
mi pareja
Otros temores
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BIBLIOTECA DE LA SEXUALIDAD
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