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ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA DIMENSIÓN ÉTICA EN

LA FORMACIÓN Y EL EJERCICIO PROFESIONAL

María de los Angeles de la Rosa Reyes1

En la actualidad existe una gran preocupación por que las instituciones de

educación superior lleven a cabo procesos formativos que garanticen que sus

egresados sean capaces de desempeñarse con altos niveles de calidad. A pesar

de que es del dominio generalizado el reconocimiento de que el profesional debe

desarrollar competencias cognitivas, técnicas, sociales y éticas, esta última

dimensión escasamente ha sido contemplada tanto en los procesos de desarrollo

curricular como en los de evaluación. Se parte del hecho que no es posible hablar

de educación de calidad o de ejercicio profesional de calidad si no se incorpora al

análisis y la discusión la dimensión ética. El objetivo de esa exposición es ofrecer

algunos elementos para esta reflexión.

I. Importancia del desarrollo de una ética profesional


En el ejercicio cotidiano de cualquier profesión se enfrentan innumerables

situaciones ante las que hay que asumir una posición y tomar decisiones. Algunas

requieren de mayores conocimientos y habilidades que otras, pero los verdaderos

problemas están representados la mayoría de las veces por dilemas éticos, ya que

la forma en que se plantean los problemas y el tipo de soluciones de soluciones

para enfrentarlos nunca es neutra. Enfrentarlos con una buena formación en

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Profesora de Asignatura de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional
Autónoma de México.
competencias cognitivas y técnicas no es suficiente, pues se requiere la aplicación

de criterios éticos que no es posible improvisar ni desarrollar de manera individual.

Las competencias éticas “implican respetar el código de deontología, el cual

expresa principios elementales que pautan el ejercicio profesional y su

compromiso con la acción” (García, 2006; 106)

a. Qué es la profesión
Podemos entender a la profesión como un conjunto de relaciones más o

menos estables en forma y contenido entre hombres y mujeres con necesidades y

hombres y mujeres con los conocimientos, habilidades, actitudes y prácticas que

los ponen en capacidad de actuar ante ellas a través de procesos específicos de

formación, intervención, legalización y legitimación, procesos que están

soportados por un conjunto de organismos (públicos y privados). (Latapí, 1976).

Estas necesidades, de carácter social, son “un espacio que no se agota en los

simples requerimientos explícitos del mercado de trabajo, ni necesariamente en

las prioridades marcadas por las coyunturas políticas” (Pacheco, 1997, 25).

A su vez, toda profesión “tiene un conjunto de pautas –implícitas o

explícitas- que forman el código de comportamiento de los profesionistas; posee

también, una serie de valores que deben ser implementados por las personas y

las instituciones profesionales a fin de que alcancen la categoría de tales, y que

deben encontrarse presentes en los diversos ámbitos de actividad de los

profesionistas; estos valores irán acompañados de sus roles y status

correspondientes, en combinación con el conjunto de pautas.” (Villaseñor, 1978)

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b. Qué es la ética profesional
La institucionalización de las profesiones incluye la creación de un cuerpo

legal que regule sus distintas prácticas y actividades. Sin embargo, un

desempeño que se caracterice por su calidad no puede reducirse la observancia

de las normas legales, resulta imprescindible la referencia del ethos de la

profesión, es decir, aquellos valores, principios y virtudes desde los cuales se

busca responder a los principales problemas que constituyen el origen social de la

profesión y que sirven para autorregular la acción profesional.

El ejercicio de una profesión es una práctica social con carácter histórico.

Por lo tanto se ve sometida a un sin fin de tensiones, pues no se reduce a una

aplicación neutra de habilidades y conocimientos disciplinarios específicos, Los

sujetos participantes –directos e indirectos- en estos intercambios están situados

en determinadas posiciones en la estructura social, con su propia interpretación

del mundo, necesidades, intereses y circunstancias que delimitan sus

posibilidades de acción, lo que hace que la interacción social derivada del ejercicio

de una profesión esté signada por una diversidad de contradicciones, conflictos y

dilemas, muchos de ellos de carácter ético.

La ética profesional está constituida por aquel conjunto de principios y

reglas que permiten la valoración y clasificación de la diversidad de situaciones,

asuntos y conflictos que se enfrentan a lo largo del ejercicio profesional y que

permiten discernir sobre los modos de abordarlos y resolverlos, analizando lo que

está en juego en la toma de decisiones. De esta manera la ética profesional se

constituye en la fuerza moral en la cual se apoya cada una de las profesiones. El

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comportamiento derivado de ella debe caracterizarse por ser libre, consciente y

responsable de las consecuencias.

El ejercicio de cualquier profesión en cualquier ámbito de la vida social

pertenece a la esfera de lo público. Cortina (2002) señala que “las actividades

relacionadas con las éticas aplicadas tienen metas y efectos públicos y, por tanto,

necesitan legitimación pública”. En este criterio entran tanto la formación

universitaria en general como el ejercicio de las profesiones, independientemente

que tengan lugar en el sector público o en el privado, dado que, como ella misma

agrega: “el criterio para distinguir entre las actuaciones que no la requieren y las

que sí no es si la financiación es pública o privada, sino si las consecuencias de

esas actuaciones son públicas o privadas”. Así, la ética profesional alude al

profesionista en particular, pero también al gremio profesional, dado que es la

entidad que tiene la facultad de reflexionar, definir y reorientar su ethos

correspondiente y a las instituciones formadoras.

c. Principios y normas para una ética profesional


A continuación se expondrán algunos principios que diversos autores han

señalado como básicos para definir una ética profesional.

Se entiende por principios aquellos valores generales que subyacen a las

reglas morales y que ofrecen un amplio espacio para evaluar las diferentes

circunstancias y posibilidades de acción.

a) La dignidad. Este constituye el valor fundamental para el ejercicio de

cualquier profesión, pues se encuentra en la base de la relación entre el

profesionista y el beneficiario. Fullati (2004, 27) nos la define como “aquello que

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hace que a otro ser humano tengamos que tratarlo siempre como finalidad y jamás

como medio o instrumento para otra cosa”. En este sentido, la prestación del

servicio profesional debe tener como principal propósito la intervención que mejor

satisfaga las necesidades del beneficiario. Si bien la búsqueda de la recompensa

económica, social y de prestigio por parte del profesionista –como bienes

extrínsecos- es legítima, no debe ser el único objetivo, y para lo cual utilice a los

solicitantes de sus servicios como medios.

b) La solidaridad. En ella dirigimos nuestras acciones hacia los demás

como si fuera hacia nosotros mismos. La solidaridad no consiste en la

uniformización sino que presupone la diferencia. Al tratar a los otros como si

fueran yo, se parte del reconocimiento de que esos otros no son yo, que son

diferentes a mí, pero que comparten el sustrato de humanidad conmigo, y que por

lo tanto necesitamos y merecemos lo mismo. El ejercicio profesional pensado

desde la solidaridad implica la actuación como si el bien generado o el servicio

prestado fueran mí.

c) La beneficencia. Este principio alude al ethos de la profesión, en el

sentido de que tiene que ver con la consecución de los bienes específicos

esperados desde la práctica profesional correspondiente (Hirsch, 2008, 136). El

producto del bien producido o del servicio prestado a través de la profesión debe

prestar una contribución significativa al bienestar público, debe atender problemas

prioritarios. Ya se mencionó la legitimidad de la búsqueda de los bienes

extrínsecos. Sin embargo, desde este principio también debe hacerse el esfuerzo

de evitar que las intervenciones profesionales se dirijan únicamente al logro de los

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beneficios personales o de pequeños grupos.

d) La no maleficencia. Además de buscar el “bien hacer”, es

imprescindible que en el ejercicio profesional se haga énfasis en la obligación de

evitar inflingir daños a otros, hablando tanto de personas como de la naturaleza

(Hirsch, 137). En la actualidad no existe ninguna disciplina o profesión que esté

lejos del riesgo de causar daños materiales, ya sea de manera directa o indirecta.

e) La responsabilidad. Esta palabra surge del término spondeo, que

significa prometo solemnemente y posteriormente de res-pondeo, que quiere decir

salgo garante de la promesa (Fullati, 2004, 43). La profesión de alguna manera

implica una promesa de acción ante una necesidad social determinada, para lo

cual se ha desplegado todo un dispositivo de formación sancionado de manera

institucional. Por lo tanto, la responsabilidad profesional la podemos ubicar en tres

niveles: el de la institución formadora, el del gremio profesional y el personal del

profesional (Urzúa, 2003)

f) La justicia. Entenderemos aquí a la justicia como aquella idea

reguladora de conductas, ligada a la idea de igualdad. Fullati (2004, 65) afirma

que la justicia concreta, no existe, pero que dos seres humanos dotados de

racionalidad son capaces de ponerse de acuerdo sobre lo que sea justo y que en

ese sentido, existe la posibilidad de que los miembros de una sociedad propongan

para definir lo justo en la cooperación social puedan ser consideradas razonables.

Por supuesto que esto requiere de una relación horizontal entre los implicados.

En lo que se refiere a las profesiones, es necesario reflexionar sobre el entorno

social para dilucidar si una profesión está desempeñando la función social que la

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sociedad necesita de ella y, por lo tanto, si se está logrando el equilibrio entre los

beneficios intrínsecos y extrínsecos mencionados con anterioridad. Hirsch (2008)

plantea que para esto es necesario tomar como referente a tres tipos de sujetos:

los beneficiarios del servicio, el profesional con capacidad par ofrecerlo, pero que

al mismo tiempo requiere de determinados medios para poderlos ofrecer, y los

responsables públicos.

g) La eficacia y la eficiencia. En la literatura actual, estos son dos

términos que se encuentran asociados íntimamente con la calidad, cualquiera que

sea el campo al que se esté haciendo referencia. Sin embargo, en la gran

mayoría de los casos se aborda su sentido pragmático, desde el cual se usa a la

persona como medio para conseguir beneficios o utilidades. Desde el discurso

ético, es necesario entender la eficacia y eficiencia como el logro del ethos de la

profesión (Fullati, 2004), respetando a las personas como un fin en sí mismo en el

transcurso de la intervención profesional.

h) La autonomía. Hace referencia a la capacidad que tiene cada

persona de darse a sí misma sus propias normas, y actuar a partir de ellas. En

relación con la ética profesional, lo encontramos orientado de dos maneras:

 Centrado en el profesional, de manera que éste tenga “la capacidad

personal de tomar decisiones en el ejercicio de la profesión” (Hirsch, 2008, 137).

Esto significa que debe de estar libre de presiones y de interferencias, ya sea por

parte de individuos o de instituciones, al momento de tomar decisiones relevantes

en el ejercicio de su profesión y poder realizar su trabajo conforme a los otros

principios.

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 El beneficiario, a partir del principio de la dignidad, posee derechos que

deben ser respetados. “El profesional por su preparación, acreditación y

dedicación tiene un ascendente sobre sus clientes y usuarios. La desigualdad

entre ambas partes puede producir abusos” (Hirsch, 2008, 138). Debe dejar de

considerarse a los beneficiarios como sujetos pasivos, simplemente receptores y

considerar su derecho a la participación en el desarrollo de acuerdos y estrategias

para la intervención, en la medida en que el propio beneficiario pueda participar.

Esto obliga al profesionista a mantener informado al beneficiario, respetar sus

derechos y tomarlos en cuenta en la toma de decisiones que los afecten. Hirsch

profundiza en esto señalando que los requisitos para que se dé una decisión

autónoma son: querer, saber y poder. En relación al primero, no puede existir de

manera legítima ningún tipo de intervención si no hay una demanda explícita

sobre el servicio que el profesional ofrece. En cuanto al segundo, tiene derecho a

conocer la disponibilidad de otras opciones y las consecuencias de cada una de

ellas. El tercero implica que la intervención del profesional debe llevar al

empoderamiento del beneficiario sobre aquella problemática que lo ha llevado a

requerir los servicios profesionales. Los límites de este empoderamiento deben

estar en la problemática misma o en las circunstancias personales del beneficiario

y no en el ocultamiento de información o falta de competencia por parte del

profesional.

Todos estos principios dan lugar a una serie de reglas éticas. Las reglas

son más específicas en su contenido que los primeros y más restringidas en su

alcance, y ofrecen orientaciones particulares para circunstancias concretas.

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Hirsch nos ofrece 4 reglas básicas de la ética profesional:

 Veracidad. Entendiéndola como el acuerdo implícito en que la

comunicación se basará en la verdad, tanto en la calidad de la información, como

en su transmisión de manera accesible.

 Privacidad. Acceso limitado a terceras personas, en cuestiones físicas y

de información y a la libertad de decisión.

 Confidencialidad. Es el derecho que tiene cada persona de controlar la

información referente a sí misma, cuando la comunica bajo la promesa –implícita

o explícita- de que será mantenida en secreto. En ocasiones existirán

excepciones. La única justificación ética posible es que se beneficie de algún

modo al usuario, proteger a terceros o respetar la orden de alguna autoridad

administrativa o judicial. Ante esto, existe el derecho de las personas a que se les

comunique sobre las excepciones que pueden generarse a este respecto.

 Fidelidad. El profesional hace promesas justas y cumple con sus

acuerdos a aquellos a quienes presta el servicio.

II. Implicaciones de la actividad docente en la formación ética


La exposición anterior nos involucra a los docentes de dos maneras: en

primer lugar, todas las profesiones se caracterizan por tener una diversidad de

tipos de prácticas que las identifican y diferencian de las demás. Sin embargo, la

docencia es la única práctica común a todas. En ese sentido, en nuestro trabajo

cotidiano como docentes estamos ejerciendo nuestra profesión, por lo cual nos

vemos obligados a actuar desde los principios éticos antes descritos.

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.En segundo lugar, debemos considerar a la práctica docente como un

elemento medular en la formación de valores de los alumnos, dado que el aula es

un espacio importante en el que van desarrollando su moralidad. Hay

investigaciones (Fierro, 2006) que demuestran que los valores de los docentes

permean todas sus declaraciones y acciones: la relevancia otorgada a ciertos

contenidos, el tratamiento de los mismos, las formas de evaluación, el trato a los

alumnos, inclusive la convivencia informal. Cualquier tipo de norma es portadora

de valores, por lo tanto, desde las mismas normas que el docente incluye o

excluye para trabajar en el aula, las formas en que las trabaja (consensuadas o

impuestas) dan cuenta de los valores que orientan su práctica profesional y que

pone en juego en su enseñanza.

Para analizar en qué medida los docentes abordamos la transmisión de

valores debemos preguntarnos: ¿Cuáles son las problemáticas fundamentales que

están en el origen de la profesión? ¿qué bienes y servicios produce y de qué

manera buscan atender esas problemáticas fundamentales? ¿quiénes son los

beneficiarios directos e indirectos y cómo resultan beneficiados? ¿cuáles son las

normas que rigen la convivencia cotidiana en la escuela y cuáles las que rigen mi

actividad áulica? ¿a través de qué medios exijo su cumplimiento? ¿ofrezco un

trato digno, respetuoso y equitativo a los alumnos?

En cuanto al abordaje de contenidos, es necesario presentarlos de manera

problematizadora, como dilemas éticos, para generar discusiones y reflexiones

sobre los principios y reglas puestos en juego. Una forma de transmitir valores es

decir explícitamente a los alumnos cuáles son las pautas de conducta deseables

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en ellos como profesionales, pero también lo es nuestro comportamiento cotidiano

frente a ellos. Tenemos que analizar con ellos los principios y referentes éticos en

los que nos basamos para actuar.

La universidad no debe reducirse a la función profesionalizante, derivada de

la capacitación técnica y la adquisición de conocimientos sobre el ámbito

específico de intervención, también tiene el deber de configurar intencionalmente

los valores de sus estudiantes, pues debe contemplarse la formación para un

ejercicio responsable.

REFERENCIAS
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