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La furia de Yemayá

Por: Rosa María de Lahaye Guerra


Publicado en: NosOtros
En este artículo: Cuba, Cultura, Religión, Vida cotidiana, Yemayá
17 diciembre 2009 | 30
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En Yoruba. Un acercamiento a
nuestras raíces, Heriberto Feraudy Espino refiere una historia, viva aún en la
Nigeria de nuestros días, sobre la diosa (o dios) del mar Olokun, cuyo culto se
halla asociado en Cuba al de Yemayá:
Un mito sobre Olokun relata que estando éste furioso con la humanidad por el
desprecio que la misma sentía hacia él intentó destruirla devorando la tierra. Ya
había conseguido acabar con buena parte de las personas cuando intervino
Obatalá, quien logró atar a Olokun con siete cadenas obligándolo a regresar a
su palacio y abandonar tan funesta idea.

Compárese esta referencia con un patakí recogido por Lydia Cabrera en Cuba
a mediados del siglo XX:

Se preparaban grandes fiestas en honor de los Orichas. Yemayá Ayabá estaba


en su afín (palacio) y no le llegaron noticias de que fuera a celebrarse ninguna
fiesta en su honor. Resentida con la humanidad que no le rendía el homenaje
que merecía su Majestad, resolvió castigarla sepultándola en el mar (...) La mar
se hinchó ennegrecida, infinita, y los hombres que vivían más lejos de las
costas vieron, aterrados, un horizonte de montañas de agua correr hacia ellos.
Imploraron a Obatalá para que intercediera con Olokun, y a tiempo, pues las
olas ensordecedoras de agua ya casi los alcanzaban. Obatalá se interpuso
entre Olokun y sus criaturas. Yemayá Olokun iba sobre una ola inmensa,
llevando en la mano un abanico, un abebé de plata. Obatalá levantó su opadé,
su cetro, y le ordenó que se detuviera. Yemayá respetó a Obatalá y éste la hizo
prometer que abandonaría su designio de aniquilar a la humanidad. Pero
cuando el mar está picado, cuando se alzan olas amenazadoras, porque
Yemayá está enojada, se piensa que si Olokun no estuviera encadenada se
tragaría la tierra.

Casi sobran las palabras. No es preciso salir del ámbito de estos dos relatos en
busca de términos dislocados en otros, para poner de manifiesto su identidad
estructural.

Desde un mismo punto en el tiempo y el espacio –principios o mediados del


siglo XIX en el país yoruba–, dos líneas independientes de transmisión oral de
la tradición, con posibilidades despreciables de interceptarse, han conservado
a lo largo de ciento cincuenta años y a través de la reconstrucción capital del
complejo cultural que las anima, no sólo la estructura básica del relato, sino
virtualmente las mismas secuencias narrativas con sustituciones de poca
monta: Olokun es ahora Yemayá Olokun o Yemayá Ayabá, y el resorte de la
acción no es ya la furia del oricha ante el desprecio humano, sino su
resentimiento con los hombres que no le rinden el debido respeto.

Lo demás son contingencias y puro colorido, que denotan la pluma del


recopilador. Pero no concluye aquí la vida de este patakí orgulloso como la
esfinge. La historia del mar colérico que desata su ira sobre la humanidad
irrespetuosa no está enterrada en el pasado: renace en el tiempo que corre
cada vez que los hombres se hacen merecedores de castigo.

Gran preocupación causó entre los santeros la llamada "tormenta del siglo" que
hostigó la isla de Cuba el 13 de marzo de 1993. Muchos no dudaron en vincular
el desastre con la furia de Yemayá.

Según Modesto, "el fenómeno reciente no fue cosa de Yemayá, sino de


Olokun. Yemayá y Olokun son dos santos distintos. Los dos son dueños del
mar, pero Yemayá vive en la superficie y Olokun en las profundidades. Eso
salió de lo profundo." Según Enma, la suciedad de la bahía habanera habría
sido la causa de la tragedia: "Si no se limpia la casa de Yemayá, ella bota lo
que sobra. Lo mismo hace Ochún. Se desbordan. Ante estos fenómenos hay
que pedirle piedad y misericordia a Yemayá para aquellos que no tienen la
culpa de que no se limpie el malecón."

Un tanto diferente es la explicación de María, quien, no obstante, sostiene con


firmeza la misma tesis: la tormenta tuvo su origen en el incumplimiento de los
deberes religiosos.

"Eso no se explica con ciencia –asegura. El problema es que no se le da de


comer a Yemayá Olokun como se debe. Hasta los años cuarenta y pico se
reunían nueve babalaos, los más viejos de todos, hacían una cesta de frutas,
además de los animales que come Olokun (pato, paloma, guinea, carnero) e
iban al mar. Allí daban de comer los animales a Olokun y después le daban la
fruta, para refrescar. Cuando ese santo levantaba la cabeza para recibir la
comida, el babalao al que miraba con sus ojos quedaba allí mismo, moría. Ya
nadie lo hace, nadie quiere sacrificarse. De ahí la furia de Yemayá, que nada
puede parar. Ese muro que están levantando frente al Hotel Riviera para
frenarla es una sonsera con Yemayá. Ella salta ese muro aunque lo levanten
hasta el cielo […] En mi casa ni nos enteramos de lo que pasó con el mar,
porque yo le doy de comer a mi techo como se debe, con un pescado bien
adobado que se pone allá arriba."

¿Intervendría Obatalá también en esta ocasión? ¿Impedirían su autoridad y sus


siete cadenas la devastación total de la isla? En todo caso, los elementos del
relato están a la vista y no resulta difícil hilvanarlos en una narración: "Cierta
vez, el mar estuvo a punto de tragarse la tierra…"

(Tomado de: Lahaye Guerra, Rosa María de y Rubén Zardoya


Loureda. Yemayá a través de sus mitos, Editorial de Ciencias Sociales, La
Habana, 1996)

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