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― ¿Qué quieres decir con jóvenes? ― replicó Cappy.

― Bueno, el único que podría aspirar a ese puesto es Andrews y no tiene la suficiente experiencia.
Diría que solo tiene unos treinta años.
― Unos treinta, ¿eh? Eso me recuerda que tú tenías veintiocho años cuando te pagué diez mil
anuales en metálico y que tu responsabilidad me costó un par de millones de dólares.
― Sí señor, pero es que Andrews no ha sido nunca puesto a prueba…
― Skinner ― interrumpió Capy con voz agresiva ―, no dejo de preguntarme por qué diablos todavía
no te he despedido. Dices que nunca hemos examinado a Andrews. ¿Y eso por qué? ¿Por qué
mantenemos en esta oficina material que no ha sido examinado? ¿Eh? Contesta a eso. ¡Vaya, vaya,
vaya! No me repliques. Si no has cumplido con tu deber, merecerías haber pasado un año de
vacaciones cuando la madera se vendía sola en 1919 y 1920 y deberías haber dejado que Andrews
ocupara tu sillón para comprobar de qué pasta estaba hecho.
― Es una suerte que no me hubiera marchado por un año ― protestó Skinner con respeto ―,
porque el mercado se desplomó, igual que ahora y si cree que no debemos apresurarnos a vender la
suficiente madera durante estos días para mantener a nuestros barcos ocupados…
― Skinner, ¿Qué edad tenía Matt Peasley cuando puse en sus manos la Blue Star Navigation con
todo lo que hay en ella? Mira por donde, no tenía cumplidos los veintiséis. Skinner, ¿has cambiado
tanto desde entonces que ya no recuerdas cómo os puse aprueba a ambos? ¿En qué momento te
convertiste en un aguafiestas, agarrando por el cuello a la industria con absurdas teorías de que la
espalda de un hombre debe doblarse como una herradura y sus cabellos deben blanquearse antes
de que pueda gozar de responsabilidades y de un salario de subsistencia? Este es un mundo de
hombres inteligentes, un mundo de hombres persistentes y no un mundo de hombres viejos. Skinner,
nunca lo olvides. Y las personas que se superan a sí mismas casi siempre suelen estar por debajo
de los treinta años. Matt ― concluyó, volviéndose hacia su yerno ―, ¿qué te parece Andrews para
ese puesto en Shanghai?
― Creo que servirá.
― ¿Por qué lo crees?
― Porque tiene que servir. Lleva con nosotros lo bastante como para haber adquirido los
conocimientos y la experiencia suficientes para ese puesto…
― ¿Ha adquirido el coraje necesario para hacer bien el trabajo, Matt? ― interrumpió Cappy. Eso es
más importante que esa maldita experiencia de la que Skinner y tú tanto habláis.
― No sé nada de su valor. Supongo que tiene fuerza e iniciativa. Sé que tiene una personalidad
agradable.
― Bien, antes de enviarlo allí debemos saber si posee fuerza e iniciativa.
― Entonces ― señaló Matt Peasley, levantándose ― necesito unos cuantos meses para encontrar
el sucesor de Henderson. A no ser que seas capaz de señalar al afortunado.
― Sí por supuesto ― admitió Skinner ―. Estoy seguro de que no está al alcance de mis limitadas
posibilidades descubrir la fuerza y la iniciativa de Andrews en tan poco tiempo. Él posee las
cualidades necesarias para hacer bien su trabajo, pero…

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― Pero ¿tendrá fuerza e iniciativa para tomar decisiones rápidas a diez mil kilómetros de distancia
de un consejo experto y para soportar las consecuencias de esa decisión? Eso es lo que quiero
saber, Skinner.
― Señor ― contestó Skinner educadamente ―, sugiero que usted mismo dirija la prueba.
― Acepto la propuesta, Skinner. ¡Por el santo profeta de pie rosado! El próximo hombre que
enviemos a la oficina de Shanghai debe ser un buscavidas. Tres directores corruptos son ya
demasiados.
Y sin más, Cappy puso sus ancianas piernas sobre la mesa y se deslizó en su silla giratoria hasta
apoyarse, sobre su columna vertebral. Inclinó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos.
― Está ideando la prueba para Andrews ― susurró Matt Peasley, mientras Skinner y él se dirigían
hacia la salida.

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CAPITULO II

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S in embargo, el propietario y presidente emérito de Ricks no estaba destinado a disfrutar de un
periodo de reflexión sin interrupciones. En diez minutos, su secretaria particular lo llamó por
teléfono.
― ¿Qué ocurre? ― gritó Cappy al receptor.
― Hay un joven en la oficina. Su nombre es William E. Peck y desea verlo personalmente.
― Cappy lanzó un suspiro.
― Vaya, así que desea verme personalmente. ¿Y quién es?
Cappy se recostó en su silla mientras esperaba a que la secretaria mascullara una respuesta.
― Dice que estuvo con nuestro más fiero competidor y quiere contarle cómo hace unos años
consiguió que su gente del Medio Oeste saliera corriendo.
Eso captó la atención de Cappy.
― Muy bien ― contestó ― Hágale pasar.
Casi inmediatamente, el conserje hizo pasar al señor Peck al despacho de Cappy. En el momento en
que abrió la puerta, el visitante saludó, se puso «firme» con un gesto natural y sencillo y se inclinó
respetuosamente, mientras la mirada serena de sus grandes ojos azules se posó sin pestañear en el
autócrata de la compañía Blue Star Navigation.
― Señor Ricks, me llamo William E. Peck. Le agradezco que aceptara mi solicitud de celebrar una
entrevista.
― ¡Bueno, ejem! ― Cappy le lanzó una mirada de desafío ―. Siéntese, señor Peck.
El señor Peck tomó asiento, pero mientras caminaba hacia la silla que se encontraba junto a la mesa
de Cappy, el anciano advirtió que el visitante padecía una ligera cojera y que su antebrazo izquierdo
había sido amputado casi hasta el codo. Para alguien tan observador como Cappy, la insignia de la
Legión Americana que lucía en la solapa del señor Peck lo explicaba todo.
― Bien, señor Peck ― le interrogó ―, ¿qué puedo hacer por usted?
― Vengo a solicitar un puesto de trabajo ― explicó el veterano con brevedad.
― ¡Por el santo profeta de pie rosado! ― exclamó Cappy ―. Habla como si esperara no ser
rechazado.
― Exactamente, señor. No tengo previsto que me rechace.
― ¿Por qué?
Los atractivos rasgos físicos del señor William E. Peck se tornaron en la sonrisa más fascinante que
Cappy Ricks había visto jamás.
― Soy un vendedor, señor Ricks contestó. Sé que esa afirmación es correcta porque he demostrado
durante cinco años que soy capaz de vender cualquier cosa que tenga un valor tangible. Sin

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embargo, siempre he visto que antes de proceder a vender bienes tuve que vender algo al fabricante
de esos bienes. A saber… ¡a mí mismo! Estoy a punto de venderle a mí mismo.
― Señor Peck ― dijo Cappy sonriendo ―, usted gana. Ya se ha vendido a mí. ¿Cuándo le
vendieron un puesto en las fuerzas armadas de los Estados Unidos de America?
― La misma mañana en la que entramos en la guerra, señor. El 7 de abril de 1917.
― Yo me alisté con los Caballeros de Colón 2 en Camp Kearny, pero cuando se negaron a dejarme
partir al extranjero con mi división se me rompió el corazón y me vine a bajo.
Ese pequeño eufemismo enardeció considerablemente el corazón del señor Peck.
― Si señor Ricks, ya conozco la historia ― replicó con sensibilidad ―. Estuve con la compañía
Portland Lumber, vendiendo madera en el Medio Oeste antes de la guerra ― explicó ―. La forma
más segura de sacar ventaja a tus competidores es conocerlos mejor de lo que se conocen ellos
mismos. Tengo la costumbre de averiguar qué es lo que más desean tus vendedores y tus
directores. Para mí eso se convirtió en un hábito tan fuerte que me resultaba difícil despojarme de él
después de haber firmado el contrato.
Cappy asintió con la cabeza.
― La semana pasada, el Tío Sam me dio el alta en el Hospital General Letterman, con una pensión
de diez mil dólares por media invalidez. Mi brazo fue una pérdida, pero enseguida aprendí a
arreglármelas sin él. Sin embargo, me costó más tiempo recuperar mi pierna rota y ahora es más
corta de lo normal. Y también padecí neumonía y gripe y después de eso los médicos encontraron
algunos indicios de tuberculosis. Estuve ingresado durante un año en el hospital estatal para
tuberculosos de Fort Bayarde, Nuevo México. Sin embargo, está certificado que lo que queda de mí
es de primera calidad. Estoy listo para volver al trabajo.
― ¿No siente la menor nostalgia o desánimo? ― aventuró Cappy.
― Bah, soy de los que olvidan rápido, señor Ricks, conservo la cabeza fría y la mano diestra. Puedo
pensar y escribir y si mi coche pincha una rueda puedo caminar más rápido y durante más tiempo de
lo normal. ¿Tiene un trabajo para mí, señor Ricks?
― No, no lo tengo, señor Peck. Estoy fuera del negocio, ya sabe a lo que me refiero. Me jubilé hace
diez años. Esta oficina no es mas que un cuartel general para dar consejos, replegar a las tropas y
vigilar la empresa que lleva mi nombre. El señor Skinner es el tipo al que debería ver.
― Y he visto al señor Skinner, señor ― contestó el antiguo soldado ―, pero no fue muy simpático.
Me informó de que no había negocios suficientes para mantener ocupados a la actual plantilla de
vendedores, sin hacer caso de mi experiencia, así que le dije que aceptaría cualquier cosa, de
taquígrafo para arriba. Soy campeón de mecanografía con una mano del Ejército de los Estados
Unidos. Puedo cubicar madera y ponerle precio. Puedo llevar los libros de contabilidad y contestar el
teléfono.
― No hubo suerte, ¿eh?
― No señor. Dijo que no había ningún puesto vacante, por mucho que quisiera ofrecerme uno.

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Caballeros de Colón (Knights of Columbus): Sociedad fraternal y benéfica católica fundada en New Haven, Conecticut, en 1882
para fomentar el intercambio social y cultural entre sus miembros, ayudar a sus integrantes y beneficiarios, proteger y fomentar el
catolicismo y promover un espíritu de fraternidad entre los ciudadanos de todas las razas y credos. (N. del T.)
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― Bien, entonces, hijo ― Cappy informó confidencialmente a su jovial visitante ―, le aconsejo que
vaya a ver a mi yerno, el capitán Matt Peasley. Él es el que, a fin de cuentas, parte el bacalao en
nuestro negocio.
― También me he entrevistado ya con el capitán Peasley. Fue muy amable. Me aseguró que sentía
que me debía un trabajo, pero el negocio va tan mal que no podía encontrar un hueco para mí. Me
afirmó que actualmente acoge a una docena de veteranos simplemente porque no se sintió capaz de
rechazarlos, a pesar de no tener trabajo suficiente para mantenerlos ocupados. Yo lo creí.
― Bien mi querido señor Peck. ¿Entonces por qué acude a mi?
― Porque ― respondió el señor Peck sonriendo ― quiero que se ponga por encima de ellos y me dé
un trabajo. En lo que sea, siempre y cuando pueda hacerlo. Si es así, lo haré como nunca se había
visto antes y si no estoy a la altura de las circunstancias, presentaré mi renuncia para ahorrarle el
trago de tener que despedirme. Llevo cuatro años de desventaja y tengo que ponerme al día. Tengo
las mejores referencias…
― Ya veo que las tiene ― le cortó Cappy suavemente, mientras apretaba el pulsador. El señor
Skinner entró. Lanzó una ojeada a William E. Peck y luego desvió su mirada inquisitoria hacia Cappy
Ricks.
― Señor Peck, ¿me disculpa un momento? ― preguntó Cappy, mostrando a Peck el pasillo. Cuando
se cerró la puerta, Cappy dirigió su mirada directamente a su objetivo.
― Skinner ― susurró amablemente ―. He estado pensando en la posibilidad de enviar a Andrews a
la oficina de Shanghai y he llegado a la siguiente conclusión. Debemos aprovechar esta oportunidad.
Actualmente ésta oficina tiene vacante un puesto de mecanógrafo y debemos conseguir un director
para el puesto sin más demora. Te diré que vamos a hacer. Enviaremos a Andrews en el próximo
barco, pero informándole de que su puesto es temporal. Entonces, si no lo hace bien, podemos
hacer que vuelva a esta oficina, donde es un hombre muy valioso. Mientras tanto..¡ejem, ejeem!...
Mientras tanto, me complacería mucho, Skinner, que aceptaras contratar a ese joven en tu oficina y
le dieras la oportunidad de descubrir de qué pasta está hecho. Te lo pido como un favor personal,
Skinner, como un favor personal.
En lenguaje deportivo, diríamos que al señor Skinner le estaban haciendo la cuenta de los diez
segundos… y él lo sabía. Si algo había aprendido trabajando con Cappy Ricks era que las peticiones
del comandante siempre equivalían a una orden.
― Muy bien, señor ― replicó Skinner con desaliento ― Imagino que ya le habrá ofrecido el puesto.
¿Ya ha llegado a un acuerdo sobre el sueldo que va a percibir el señor Peck?
Cappy hizo un ademán de desprecio.
― Esos detalles los dejo completamente en tus manos, Skinner. No tengo la menor intención de
inmiscuirme en la administración interna de tu departamento.
Cappy se dirigió hacia la puerta e hizo pasar de nuevo al señor Peck.
― Naturalmente, el señor Peck percibirá lo que es justo y ni un centavo más.
Se volvió hacia el triunfante señor Peck, que comenzaba a comprender que había conseguido el
trabajo.

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― Ahora, escúcheme bien, joven. Si piensa que esto es un camino de rosas, borre inmediatamente
esa idea de la cabeza. Saldrá inmediatamente a batear y tendrá que golpear fuerte a la bola, con
diligencia y prontitud. La primera vez que cometa una falta, recibirá una advertencia. LA segunda vez
que lo haga, dejará de mecanografiar facturas durante una semana para que recapacite y la tercera
vez que cometa una falta, será expulsado… para siempre. ¿Me he expresado con claridad?
― Perfectamente, señor ― declaró felizmente el señor Peck ―. Lo único que pido es poder hacer mi
trabajo y estoy seguro de que me abriré paso y me convertiré en una de las adquisiciones más
valiosas del señor Skinner. Muchas gracias, señor Skinner, por permitir que me contrataran,
especialmente con los tiempos que corren. Aprecio mucho su gesto y procuraré por todos los medios
ser digno de su confianza.
― ¡Qué joven más sinvergüenza! ¡Sinvergüenza del demonio! ― murmuró Cappy para sus adentros
―. ¡Tiene sentido del humor! ¡Pobre viejo Skinner! Desde que el mercado cayó en picada está
completamente asustado y perdido. Si alguna vez le viniera a la cabeza algún pensamiento nuevo o
inconveniente, al instante caería fulminado por un rayo. Ahora está que echa chispas, porque es
incapaz de decir una palabra en su propia defensa, pero, o mucho me equivoco, o piensa hacerle la
vida imposible al señor Peck hasta el punto de que, a su lado, el infierno le va a parecer unas
vacaciones de verano. ¡Santo Cielo! ¡Qué vacía estaría mi vida si no pudiera meter un poco de
cizaña de vez en cuando!
El joven señor Peck se había levantado de su asiento y se había puesto firme.
― ¿Cuándo empiezo a trabajar, señor? ― preguntó al señor Skinner.
― En cuanto esté preparado ― replicó Skinner mostrando una sonrisa glacial.
El señor Peck consultó su barato reloj de pulsera.
― Ahora son las doce ― pensó en voz alta ―. Voy a salir un momento, cojo algunas cosas y me
incorporo al trabajo a la una en punto. Así podría ganarme medio día de paga.
Miró a Cappy Ricks y citó:
― Piensa en ese día perdido cuyo sol en su ocaso descubre sorprendido que los
precios se han disparado y se han cumplido las tareas con sumo placer 3
Incapaz de mantener la compostura ante semejante frivolidad en horas de oficina, el señor Skinner
se retiró, envuelto en toda su dignidad subantártica. Cuando la puerta se cerró tras él, las cejas del
señor Peck se levantaron en un signo de aprensión.
― No he comenzado con buen pie, señor Ricks ― opinó.
― Sólo me pidió que le diera la oportunidad de empezar ― replicó Cappy ―. No le garanticé un
buen comienzo, sencillamente porque no puedo hacerlo. Sólo puedo aconsejar a Skinner y a Matt
Peasley, nada más. Siempre hay un punto en el que debo dar marcha atrás… esto... William.
― Llámeme Bill Peck, señor.

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Aquí William Peck recoge la cita anónima «Piensa en ese día perdido, cuyo sol en su ocaso descubre que tu mano no ha realizado
ninguna tarea digna» (Count that day lost whose low descending sun. Views from thy hand no worthty action done). Esta cita, que
habla de la necesidad de no malgastar el tiempo, Peck la modifica para expresar su deseo de aprovechar cuanto antes el día de trabajo.
(N. del T.)
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― Muy bien, Bill ― Cappy se incorporó hasta el borde de la silla y observó de forma impertinente a
Bill Peck por encima de sus gafas ―. No lo perderé de vista, jovencito ― dijo con voz aguda ―.
Reconozco abiertamente nuestra deuda con usted, pero el día que se le meta en la cabeza que esta
oficina es una atracción de feria… ― se detuvo con aire pensativo ―. Me pregunto cuánto le pagará
Skinner ― musitó ―. Es igual ― prosiguió ―, sea lo que sea, acéptelo y cuando llegue el momento
oportuno y haya demostrado que lo merece, intercederé por usted y haré que le aumenten el sueldo
basado en el tiempo que haya pasado en Portland Lumber.
― Muchas gracias, señor. Es usted muy amable. Que pase buen día, señor.
Y dicho eso, Bill Peck cogió su sombrero y salió cojeando de La Presencia. Apenas se había cerrado
la puerta tras él, el señor Skinner volvió a entrar en la guarida de Cappy Ricks. Abrió la boca para
decir algo, pero Cappy Ricks le hizo callar con un dedo inquisidor.
― No quiero oír ni media palabra, Skinner ― gorgojeó afablemente ―. Sé exactamente lo que me
vas a decir y debo admitir que tienes derecho a quejarte, pero… ¡ejem…ejem…! Ahora, Skinner,
escucha mis razones. ¿Cómo demonios pudiste despreciar a ese buscavidas vendedor de madera y
cómo tuviste agallas para rechazar a un veterano lisiado? Allí estaba él, con la mirada de un hombre
inquebrantable e imbatible. Pero tú, alma fría e insensible, lo miraste a los ojos y lo rechazaste como
un borracho rechaza una cerveza sin alcohol, simplemente porque no tienes ni a un solo buscavidas
en todos los Estados Unidos de América. Skinner, ¿cómo pudiste hacerlo?
Impertérrito ante el dedo inquisidor de Cappy, el señor Skinner adoptó una actitud claramente
desafiante.
― En los negocios no caben los sentimientos ― respondió amargamente ―. El jueves pasado las
oficinas locales de la Legión Americana comenzaron su campaña de inserción laboral de sus lisiados
y sus desempleados y en tres días renovó doscientos nueve puestos de trabajo en las distintas
empresas que controla. Si no lo hubiéramos detenido, los habría contratado a todos. La pandilla que
usted embarcó hacia nuestra fresadora en Washington ya ha solicitado un nuevo puesto conocido
como el Puesto de Cappy Ricks No. 534. Hemos tenido que desprendernos de hombres
experimentados para hacer un hueco a más excombatientes y hemos llegado demasiado lejos ―
protestó Skinner ―. Le informo, señor, de que todos los negocios de Ricks han incorporado a todos
los veteranos posibles y en este momento esos negocios se han cubierto de gloria.
― Está bien, el señor Peck es el último veterano que te pido que acojas, Skinner ― prometió Cappy
con tono arrepentido.
― Para ser sincero, señor Ricks, el señor Peck no me cae nada bien. Me pidió trabajo y le di una
respuesta. Después acudió al capitán Matt y fue rechazado; entonces, sólo para demostrar su mal
gusto, pasó por encima de nosotros y lo indujo a que le diera un trabajo por la fuerza. Maldecirá el
día en el que se sintió inspirado a actuar así.
― ¡Skinner! ¡Skinner! ¡Mírame a los ojos! ¿Sabes por qué te pedí que aceptaras a Bill Peck?
― Sí lo sé. Porque es usted demasiado compasivo.
― ¡Qué zoquete más poco imaginativo eres! ¿Cómo iba a rechazar a un hombre irrechazable?
Bueno, te apuesto lo que quieras a que Bill Peck fue uno de los mejores soldados que jamás se haya
visto. Es un tipo que sabe fijar su objetivo. A ti te caló como tal, Skinner. Se negó a dejar que le
impidieras avanzar. Skinner, ese tal Peck ha tenido que enfrentarse a expertos. Sí señor… ¡a
expertos! ¿Qué clase de trabajo le vas a asignar?

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― El puesto de Andrews, por supuesto.
― Ah, claro, lo olvidaba. Una cosa, Skinner, ¿no tenemos ciento quince mil unidades de picea
blanca lista para vender?
El señor Skinner asintió y Cappy prosiguió con el entusiasmo ingenuo de quien acaba de hacer un
descubrimiento maravilloso, convencido de que va a revolucionar el mundo de la ciencia.
― Asígnale ese pestilente asunto y que la venda, Skinner y si de paso eres capaz de llenar un par
de docenas de cargueros de abeto rojo o de pino, o algún otro producto parecido, o algún suelo o
techo de alerce, o alguna partida de cicuta… de hecho, cualquier cosa que nadie quiera como
regalo… ya me entiendes, ¿verdad Skinner?
El señor Skinner mostró su sonrisa de pez espada.
― Y si fracasa… au revoir ¿eh?
― Sí, supongo que sí, aunque no quiero pensar en ello. Por otro lado, si lo consigue, ganará el
sueldo actual de Andrews. Debemos ser justos, Skinner. A pesar de nuestras faltas, debemos ser
justos.
Se levantó y dio unos golpecitos en el hombro enjuto del director general.
― Bueno, bueno, Skinner. Perdona si me he precipitado… ejem… un poco… ejem. ¡Skinner, si
pones un precio prohibitivo a esa picea blanca, por el santo profeta de pie rosado que te despediré!
Sé justo, sé justo. No juegues sucio. Recuerda que el señor Peck tiene la mitad de su antebrazo
izquierdo enterrado en Francia.

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