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El proceso creativo

por

Marcel Duchamp

Traducción: Alberto Montealegre B.

Consideremos dos factores importantes, los dos polos de toda creación de orden artístico: el
artista por un lado, y por el otro el espectador que, con el tiempo, se convertirá en la
posteridad.

Según todas las apariencias, el artista actúa como un ente mediumístico, que, del laberinto
más allá del tiempo y del espacio, busca su camino de salida a la claridad.

Si damos los atributos de un médium al artista, debemos, entonces, negarle la facultad de ser
plenamente consciente, en el plano estético, de qué es lo que está haciendo o por qué lo hace.
Todas sus decisiones en la ejecución artística de la obra se basan en el dominio de la pura
intuición, y no pueden ser traducidas en un auto-análisis, habladas o escritas, o incluso,
pensadas.

T. S. Eliot, en su ensayo sobre Tradición y talento individual, escribe: «Mientras más perfecto el
artista, más completamente separados en él estarán el hombre que sufre y la mente que crea;
más perfectamente digerirá y traducirá las pasiones que son sus materiales».

Millones de artistas crean; sólo unos pocos miles son discutidos o aceptados por el espectador,
y todavía muchos menos son consagrados en la posteridad.

En el último análisis, el artista puede gritar de todos los tejados que él es un genio; tendrá que
esperar el veredicto del espectador para que sus declaraciones tomen un valor social y para
que, finalmente, la posteridad le incluya entre los principales de la Historia del Arte.

Sé que este enunciado no contará con la aprobación de muchos artistas que rehusan este rol
mediumístico y que insisten en la validez de su plena conciencia en el acto creativo —sin
embargo la historia del arte consistentemente ha decidido sobre las virtudes de una obre de
arte a través de consideraciones completamente divorciadas de las racionalizadas
explicaciones del artista.

Si el artista, como ser humano, pleno de las mejores intenciones hacia sí mismo y hacia el
mundo completo, no juega ningún rol en la apreciación de su propia obra, ¿cómo puede uno
describir el fenómeno que impulsa al espectador a reaccionar críticamente sobre la obra de
arte? En otras palabras, ¿cómo se produce esta reacción?

Este fenómeno es comparable a una transferencia, del artista al espectador, en la forma de


una osmosis estética que tiene lugar por medio de la materia inerte: pigmento, piano o
mármol.

Pero, antes de ir más lejos, quisiera clarificar nuestro entendimiento de la palabra «arte» —
para estar seguros, sin intentar una definición.
Lo que tengo en mente es que el arte puede ser malo, bueno o indiferente, pero, cualquiera
sea el adjetivo que se use, debemos llamarlo arte, y el mal arte es aún arte, del mismo modo
que una mala emoción sigue siendo una emoción.

Por ello, cuando me refiera a «coeficiente de arte», deberá entenderse que me refiero no sólo
al gran arte, sino que estoy tratando de describir el mecanismo subjetivo que produce arte en
un estado bruto —à l’état brut— malo, bueno o indiferente.

En el acto creativo, el artista va de la intención a la realización, a través de una cadena de


reacciones totalmente subjetivas. Su lucha hacia la realización es una serie de esfuerzos,
penurias, satisfacciones, renuncias, decisiones, que tampoco son, y no deben serlo,
completamente auto-conscientes, por lo menos, en el plano estético.

El resultado de esta lucha es una diferencia entre la intención y su realización, una diferencia
de la que el artista no se da cuenta.

Consecuentemente, en la cadena de reacciones que acompañan el acto creativo, un eslabón


está faltante. Esta separación que representa la inhabilidad del artista para expresar
totalmente su intención; esta diferencia entre lo que se ha intentado realizar y lo
efectivamente realizado, es el «coeficiente de arte» personal contenido en la obra.

En otras palabras, el «coeficiente de arte» personal es como una relación aritmética entre lo
inexpresado pero intentado, y lo expresado no intencionalmente.

Para evitar un malentendido, debemos recordar que este «coeficiente de arte» es una
expresión personal de arte «à l’état brut», que sigue estando en estado bruto, y que debe ser
«refinado», como el azúcar pura de la melaza, por el espectador; el valor de este coeficiente
no porta el veredicto que está por sobre. El acto creativo toma otro aspecto cuando el
espectador experimenta el fenómeno de transmutación; por el cambio de materia inerte a
obra de arte, es una transubstanciación la que ha tomado lugar, y el rol del espectador será
determinar el peso de la obra en la escala estética.

En suma, el acto creativo no es desempañado por el artista solamente; el espectador lleva la


obra al contacto con el mundo exterior por medio del desciframiento y la interpretación de sus
cualidades internas y así agrega su contribución al acto creativo. Esto se hace aún más obvio
cuando la posteridad da su veredicto final y algunas veces rehabilita a artistas olvidados.

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