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Introducción
La definición de la relación entre Estado y religión es un tema importante en cualquier
constitución moderna a la hora de asegurar la libertad de conciencia y la igualdad en todas sus
dimensiones. Si bien en nuestra Constitución Nacional no encontramos una cláusula expresa
que hable a cerca de la educación pública laica, la misma se desprende de una interpretación
armónica de varios mandatos constitucionales como también de la letra de diversos
compromisos internacionales asumidos por nuestro país.
Galetto señala que el término laicidad hace referencia a un doble núcleo semántico. “ En
primer lugar denota oposición a las visiones religiosas del mundo, entendiendo por
religión el conjunto más o menos coherente de creencias y doctrinas, valores y preceptos,
cultos o ritos concernientes a la relación del ser humano con lo sagrado. Así, al interior de
este núcleo semántico “laico” significa en general “no religioso”. En una segunda acepción
el término “laico” aparece como opuesto a “confesional”, entendiendo éste último
término como la teoría y la práctica de la subordinación de las instituciones culturales,
jurídicas y políticas de una comunidad a los principios metafísicos y morales de una
religión determinada, los cuales son establecidos, custodiados e interpretados por sus
sacerdotes o clérigos. En este segundo sentido, “laico” se identifica con “no confesional” o
“no clerical””.
Este autor también hace hincapié en la íntima relación que hay entre el laicismo, la
igualdad, la autonomía y el carácter deliberativo de la democracia, principios estos que
fundamentan la necesidad de un Estado laico.
F. Mallimaci por su parte, al definir lo que se entiende por laicidad destaca la importancia de
diferenciar los procesos sociales o culturales de los institucionales y normativos como también
la relevancia de analizar el proceso histórico de vinculación entre el estado, la sociedad política
y los grupos religiosos. En tal sentido es útil distinguir entre procesos de secularización y
laicidad: “si la secularización se presenta como un proceso cultural de tensión entre la religión
y la sociedad en el que se pone en juego una fluctuante conformación de lo público, la laicidad
remite las configuraciones normativas y los vínculos entre actores estatales y religiosos en
torno a la construcción de las denominadas libertades modernas, tales como la libertad de
conciencia y de expresión. En esta línea de sentido, Blancarte señala tres elementos centrales
de la laicidad: el respeto a la libertad de conciencia, la autonomía de lo político frente a lo
religioso y la garantía de igualdad y no discriminación”.
La laicidad implica el respeto al pensamiento de cada persona sin que su postura frente al
fenómeno religioso pueda constituirse en un factor que lo ponga en situación de desventaja.
Es una condición necesaria para coexistencia de la pluralidad característica de nuestras
sociedades modernas en un contexto de respeto y tolerancia. Su sentido básico –y aquí es
donde, creo, radica su importancia- es defender la libertad de conciencia.
Las leyes nacionales en materia de educación –la Ley Federal de Educación de 1993 (Ley
24195) y la Ley de Educación Nacional de 2006 (Ley 26206)– no han derogado de forma
expresa la ley 1420. Sin embargo, la ley 24195 sí establece que todas las disposiciones que se
opusieran a esa norma debían considerarse derogadas. En este marco, el Digesto ha
considerado que la ley 1420 había sido derogada completamente. Sin embargo, se ha
sostenido que su artículo 8 en realidad permanece vigente ya que a diferencia de la ley 1420,
la 26208 no se pronuncia acerca de la posibilidad de impartir clases de religión en horario
escolar, con lo cual no puede decirse que el artículo en cuestión se oponga a la nueva ley.
La Ley Nacional de Educación vigente 26206, fue sancionada en 2006. Apuntaba a modificar las
políticas educativas neoliberales implementadas hasta ese momento. Sin embargo su
contenido normativiza y legitima cuestiones que fueron objeto de controversia en las décadas
pasadas. Esta ley retoma la distinción de la educación pública según tipos de gestión, el lugar
de la Iglesia como agente educativo con derecho a la emisión de títulos propios y el aporte
financiero del Estado a los salarios de los docentes de establecimientos privados.
Por otro lado es importante mencionar que básicamente, la 1.420 perdió, a partir de las
transferencias educativas de 1978 y 1991, su ámbito de aplicación. La misma ha pasado a
convertirse en lo que se suele llamar “ley muerta”: está vigente, pero sin jurisdicción.
La situación en las provincias es dispar. Cada una de ellas está facultada para dictar su propia
ley de educación, de modo que la presencia de la religión en la escuela pública depende de
cada estado provincial.
El proceso de formación del Estado-nación (fines del siglo 19) argentina se dio en un contexto
marcado por las ideas del triunfo de la razón y el progreso indefinido acompañadas por un
proceso de secularización impulsado por un grupo de pensadores liberales. Frente a esta
realidad el catolicismo se propuso asumir un papel activo en la conformación de una identidad
y cultura nacional, como también constituirse en un interlocutor insoslayable para los
gobiernos nacionales.
Junto al matrimonio civil, la estatización de los cementerios y del registro de los ciudadanos
implementados por el presidente Julio Roca, el establecimiento de un sistema educativo
nacional implicó para la Iglesia la dislocación del lugar que pretendía ocupar en la sociedad.
Estas tensiones se vieron reflejadas en el evento que sentaría las bases del sistema educativo
argentino que perduraría a lo largo del siglo 20: el congreso pedagógico de 1882, antesala de la
ley 1420.
Cabe señalar que esta ley sólo era de aplicación en la Capital Federal y territorios nacionales.
En las provincias la laicidad en la educación ha sido resistida de manera heterogénea,
incluyendo algunas de ellas a la educación religiosa dentro de los contenidos mínimos
obligatorios.
La hegemonía de los principios liberales de la ley 1420 en la educación pública nacional tuvo
un quiebre a partir de la sucesión de golpes militares iniciados en 1930. Durante este período
la Iglesia continuó presionando a los distintos gobiernos por la inclusión obligatoria de la
educación religiosa en la educación pública, como forma de "reconquista" educativa "en
nombre de la catolicidad de la nación" y el primado de la Iglesia y luego de la familia en la
misión educativa, dejando para el Estado la función de garantía y tutela de dicha misión.
El afianzamiento del vínculo entre la iglesia y las fuerzas armadas consolidado en este período
dio lugar a una cierta legitimación de aquella en la intervención activa en la vida institucional y
política del país.
A fines de 1943 Gustavo Martínez Zubiría, ministro de Justicia e Instrucción Pública del general
Pedro Ramírez a través del decreto 18411, establece la obligatoriedad de la enseñanza de la
religión católica en todas las escuelas primarias y secundarias del país.
Otro hito importante de este período fue la sanción de la ley n. 13.047, de 1947, que creó el
Estatuto para el Personal Docente de los Establecimientos Privados de Enseñanza. Se
normativizó así el funcionamiento de esas instituciones y se equipararon los derechos y
obligaciones de los docentes privados a aquellos de los docentes bajo la órbita del Estado,
incluido el establecimiento del salario mínimo. La importancia de este reconocimiento reside
en que dejó sentada la responsabilidad del Estado en el financiamiento del sector educativo
privado.
A fines de 1955 Atilio Dell'Oro Maini, ministro de Educación del general Pedro Aramburu,
promulgó un decreto de organización de las universidades nacionales que en 1958 sería
convertido en ley por el presidente Frondizi. Su artículo 28 autorizaba la creación de
universidades privadas facultadas para la emisión de títulos profesionales habilitantes. Esta
cláusula fue duramente resistida por distintos sectores de la sociedad que se manifestaron
activamente contra las pretensiones de la Iglesia de catolizar a la sociedad utilizando el campo
educativo como principal ámbito de injerencia, revindicando un discurso educativo laicista que
había buscado dar sentido al sistema escolar público desde su formación.
A pesar de las enérgicas protestas, esta ley significó un gran triunfo para el proyecto de la
iglesia católica de consolidar su presencia en la oferta educativa del sector privado asumiendo
un peso muy importante en el sistema educativo, a la vez que desplazaba al Estado hacia un
rol subsidiario en la materia.
Este crecimiento del sector educativo privado se acompañó de una estructura normativa y
administrativa. Además del ya existente estatuto para los docentes privados promulgado por
Perón, en 1958 se creó dentro de la órbita del Ministerio de Educación la Superintendencia
Nacional de Educación Privada, cuyos primeros funcionarios fueron promovidos por la propia
Iglesia. Durante la presidencia de Arturo Illia se reglamentaron las proporciones de la
subvención estatal para el pago de los salarios docentes, que cubría desde el 40% hasta el
100% y quebraba con la discrecionalidad que había regido hasta el momento. También se
reglamentó la incorporación de los institutos privados a la enseñanza oficial, concretamente
las instituciones privadas de nivel secundario y superior.
El golpe militar de 1976 afianzó el vínculo entre las Fuerzas Armadas y los sectores más
conservadores del catolicismo. La influencia ejercida por la iglesia en este período era directa:
sugería al gobierno de manera vinculante los nombres de los funcionarios del Ministerio de
Educación, quienes provenían de la intelectualidad católica.
Dada la estructura marcadamente represiva de las fuerzas armadas el ámbito educativo fue
para la dictadura unos de los puntos de ataque principales contra la amenaza subversiva. El
disciplinamiento del sistema educativo devino así en silenciamiento de voces disidentes, el
secuestro y desaparición de estudiantes y docentes, cesantías forzadas, censura de libros, y
otras formas de autoritarismo en las prácticas cotidianas.
Los lineamientos en materia educativa tuvieron como ejes la subsidiariedad del estado, el
elitismo, y la defensa de la tradición católica, la familia y la moral cristiana. No se incluyó a la
enseñanza religiosa dentro de los contenidos mínimos curriculares, sino que el avance fue
mayor: se adoptó una perspectiva católica que atravesó la definición de los lineamientos
curriculares, lo que se hizo palpable en materias como Estudios Sociales en el nivel primario, y
en Historia y Formación Moral y Cívica en el nivel secundario.
También se favoreció el avance de la educación privada a través de la desarticulación y
descentralización del sistema educativo nacional. En efecto, el primer ministro de Educación
de la dictadura, Ricardo Bruera, dispuso el traspaso de las escuelas nacionales a las provincias
para reducir el gasto educativo del Estado nacional.
Sin dejar de defender la educación religiosa en las escuelas, uno de los puntos de interés para
la Iglesia católica fue principalmente la equiparación de lo privado con lo público - en tanto
común y no como sinónimo de estatal.
En 1993, varias de las pretensiones de la iglesia volcadas en el CPN se ven realizadas con la
sanción de la Ley Federal de Educación nº 24195 que incluye dentro de la educación pública a
los establecimientos de gestión privada junto a los de gestión estatal, además de reconocer
explícitamente el rol educador de la Iglesia.
En este período el vínculo entre el estado y la iglesia vuelve a ser particularmente notorio. Se
vuelve un actor de consulta permanente al momento de tomar decisiones gubernamentales.
Su influencia en la política educativa es evidente.
El caso más destacable en este periodo fue la definición de los denominados Contenidos
Básicos Comunes según los términos de la reforma educativa. Distintos obispos intervinieron
directamente solicitando al entonces Ministro de Educación la inclusión de elementos
axiológicos y conceptuales propios de la doctrina católica, tales como las referencias a Dios, la
trascendencia espiritual como dimensión constitutiva de lo humano, la primacía de la familia y
el rol protagónico del catolicismo en la historia universal.
Sin ánimos de ser repetitiva, creo que hoy continuamos viendo el carácter dinámico y
multidireccional del laicismo en Argentina. Luego de un período de grandes conquistas como
las mencionadas anteriormente hoy se encuentra en debate en el Congreso una ley de
“libertad religiosa” que incluye disposiciones manifiestamente violatorias de la igualdad ante la
ley poniendo a quienes profesan una religión en una situación privilegiada respecto a los
demás.
Más allá del aspecto normativo, la clase política vuelve a mostrarse permeable a la influencia
de las religiones y parece no comprender la importancia de la separación entre iglesia y
Estado.
Así, el hecho de que niños y niñas no católicos sean instruidos en el catolicismo durante el
horario escolar implica una presión indebida en su libertad de elección, máxime considerando
que ello acontece en un ambiente tan permeable a las influencias como la escuela primaria y
en el contexto de una sociedad con una religión fuertemente predominante.
Más allá de que creo hay una tendencia al retroceso en materia de laicidad, considero también
que el hecho de que se estén dando estos debates es una buena oportunidad para poner de
manifiesto los intereses subyacentes en esta discusión y afirmar la postura que pretendo
sostener aquí: la injerencia de las religiones en las decisiones estatales y especialmente en la
educación violenta nuestros derechos fundamentales, fomenta el adoctrinamiento y coarta
nuestra libertad de conciencia.
Es muy interesante el aporte del Informe de la UNESCO, sobre el sentido de la educación para
el siglo XXI, (“La educación encierra un tesoro”) en cuanto plantea tres nuevos desafíos de los
sistemas educativos, además del tradicional de “aprender a conocer”: aprender por sí mismos
a ser y vivir con dignidad como personas, aprender a convivir como ciudadanos críticos del
mismo y aprender las competencias profesionales básicas que permitan la inclusión laboral y
social.
Estos desafíos son impensables mientras tenga lugar el adoctrinamiento y la imposición de
dogmas. Sólo una educación laica puede crear las condiciones para promover en los alumnos
la libertad de pensamiento.
FUENTES
F. Mallimaci, El mito de la república laica