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Laicidad y educación pública en Argentina

Convención Americana sobre Derechos Humanos

Artículo 12. Libertad de conciencia y de religión.


1°. Toda persona tiene derecho a la libertad de conciencia y de religión. Este derecho implica
la libertad de conservar su religión o sus creencias, o de cambiar de religión o de creencias,
así como la libertad de profesar y divulgar su religión o sus creencias, individual o
colectivamente, tanto en público como en privado.
2°. Nadie puede ser objeto de medidas restrictivas que puedan menoscabar la libertad de
conservar su religión o sus creencias o de cambiar de religión o de creencias.
3°. La libertad de manifestar la propia religión y las propias creencias está sujeta únicamente
a las limitaciones prescriptas por la ley y que sean necesarias para proteger la seguridad, el
orden, la salud o la moral públicas o los derechos o libertades de los demás.
4°. Los padres y en su caso los tutores, tienen derecho a que sus hijos o pupilos reciban la
educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.

Introducción
La definición de la relación entre Estado y religión es un tema importante en cualquier
constitución moderna a la hora de asegurar la libertad de conciencia y la igualdad en todas sus
dimensiones. Si bien en nuestra Constitución Nacional no encontramos una cláusula expresa
que hable a cerca de la educación pública laica, la misma se desprende de una interpretación
armónica de varios mandatos constitucionales como también de la letra de diversos
compromisos internacionales asumidos por nuestro país.

Nuestra Constitución reconoce el derecho a libertad y autonomía como una garantía


fundamental. Nadie puede ser violentado moralmente a través de la imposición de creencias y
dogmas ajenos a los propios. Se asegura el respeto al pensamiento de cada uno, el derecho a
profesar libremente su religión y, lo que no es menos importante, a no profesar ninguna.
También reconoce la igualdad ante la ley, con lo cual se veda al Estado la posibilidad de
privilegiar una confesión religiosa por sobre las demás.

En este trabajo me propongo sostener la importancia determinante de la educación pública


laica para garantizar de forma mediata e inmediata el respeto por los derechos reconocidos en
nuestra carta magna en una sociedad como la nuestra, caracterizada por la diversidad y
heterogeneidad. Las alternativas que algunos actores pretenden proponer, terminan de una u
otra manera derivando en situaciones de privilegio para algunos y segregación para otros. Las
experiencias lo demuestran y los argumentos vertidos son contundentes. Sin embargo la
realidad parece ir en el sentido contrario. ¿Por qué?

Concibo al derecho como el resultado de una lucha de intereses y al laicismo y al


librepensamiento como procesos, no siempre lineales sino multidireccionales, con avances y
retrocesos constantes en sus distintas dimensiones. Por ello creo imprescindible para dar
respuesta a estas preguntas, trazar una reseña de la evolución institucional y legislativa de la
laicidad en la educación pública argentina para poder ver claramente que detrás de cada paso
dado en uno u otro sentido subyace una tensión entre distintos actores sociales, distintos
modelos de educación y diferentes concepciones del rol del estado en la educación.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de laicidad?


Según el Diccionario de la Real Academia Española el laicismo es la “independencia del
individuo o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier
organización o confesión religiosa”. 

Galetto señala que el término laicidad hace referencia a un doble núcleo semántico. “ En
primer lugar denota oposición a las visiones religiosas del mundo, entendiendo por
religión el conjunto más o menos coherente de creencias y doctrinas, valores y preceptos,
cultos o ritos concernientes a la relación del ser humano con lo sagrado. Así, al interior de
este núcleo semántico “laico” significa en general “no religioso”. En una segunda acepción
el término “laico” aparece como opuesto a “confesional”, entendiendo éste último
término como la teoría y la práctica de la subordinación de las instituciones culturales,
jurídicas y políticas de una comunidad a los principios metafísicos y morales de una
religión determinada, los cuales son establecidos, custodiados e interpretados por sus
sacerdotes o clérigos. En este segundo sentido, “laico” se identifica con “no confesional” o
“no clerical””.

Este autor también hace hincapié en la íntima relación que hay entre el laicismo, la
igualdad, la autonomía y el carácter deliberativo de la democracia, principios estos que
fundamentan la necesidad de un Estado laico.
F. Mallimaci por su parte, al definir lo que se entiende por laicidad destaca la importancia de
diferenciar los procesos sociales o culturales de los institucionales y normativos como también
la relevancia de analizar el proceso histórico de vinculación entre el estado, la sociedad política
y los grupos religiosos. En tal sentido es útil distinguir entre procesos de secularización y
laicidad: “si la secularización se presenta como un proceso cultural de tensión entre la religión
y la sociedad en el que se pone en juego una fluctuante conformación de lo público, la laicidad
remite las configuraciones normativas y los vínculos entre actores estatales y religiosos en
torno a la construcción de las denominadas libertades modernas, tales como la libertad de
conciencia y de expresión. En esta línea de sentido, Blancarte señala tres elementos centrales
de la laicidad: el respeto a la libertad de conciencia, la autonomía de lo político frente a lo
religioso y la garantía de igualdad y no discriminación”.

La laicidad implica el respeto al pensamiento de cada persona sin que su postura frente al
fenómeno religioso pueda constituirse en un factor que lo ponga en situación de desventaja.
Es una condición necesaria para coexistencia de la pluralidad característica de nuestras
sociedades modernas en un contexto de respeto y tolerancia. Su sentido básico –y aquí es
donde, creo, radica su importancia- es defender la libertad de conciencia.

Laicidad en la educación pública


¿La escuela pública argentina es laica?
En nuestro país la configuración actual del campo educativo es el resultado tanto de los
lineamientos normativos así como de la cultura política heredada a lo largo de una historia de
tensiones, disputas y reconocimientos entre el Estado y la Iglesia católica.

Las leyes nacionales en materia de educación –la Ley Federal de Educación de 1993 (Ley
24195) y la Ley de Educación Nacional de 2006 (Ley 26206)– no han derogado de forma
expresa la ley 1420. Sin embargo, la ley 24195 sí establece que todas las disposiciones que se
opusieran a esa norma debían considerarse derogadas. En este marco, el Digesto ha
considerado que la ley 1420 había sido derogada completamente. Sin embargo, se ha
sostenido que su artículo 8 en realidad permanece vigente ya que a diferencia de la ley 1420,
la 26208 no se pronuncia acerca de la posibilidad de impartir clases de religión en horario
escolar, con lo cual no puede decirse que el artículo en cuestión se oponga a la nueva ley.

Pero esta discusión ya ha quedado saldada, ya que la comisión de digesto jurídico ha


formalizado la derogación de la referida ley en forma completa.

La Ley Nacional de Educación vigente 26206, fue sancionada en 2006. Apuntaba a modificar las
políticas educativas neoliberales implementadas hasta ese momento. Sin embargo su
contenido normativiza y legitima cuestiones que fueron objeto de controversia en las décadas
pasadas. Esta ley retoma la distinción de la educación pública según tipos de gestión, el lugar
de la Iglesia como agente educativo con derecho a la emisión de títulos propios y el aporte
financiero del Estado a los salarios de los docentes de establecimientos privados.

Por otro lado es importante mencionar que básicamente, la 1.420 perdió, a partir de las
transferencias educativas de 1978 y 1991, su ámbito de aplicación. La misma ha pasado a
convertirse en lo que se suele llamar “ley muerta”: está vigente, pero sin jurisdicción.

La situación en las provincias es dispar. Cada una de ellas está facultada para dictar su propia
ley de educación, de modo que la presencia de la religión en la escuela pública depende de
cada estado provincial.

De las 24 jurisdicciones, 9 explicitan laicidad en su educación pública de gestión estatal, 4


sugieren laicidad en su normativa, 8 no hacen ninguna mención al respecto o presentan
ambigüedades que podrían prestarse a interpretar que se permite la religión, y 3 explicitan la
educación religiosa en sus escuelas.

A continuación se muestra un mapa que ilustra la situación en cada provincia.


Fuente: https://fuelapluma.com/2015/08/12/mapa-de-la-laicidad-educativa-en-argentina/

Una mirada histórica


En nuestro país el Estado ha reconocido hegemónicamente a la iglesia católica como su
principal interlocutor, y en lo jurídico sigue considerándola como la única persona jurídica
pública. El ámbito de la educación pública ha sido históricamente un campo de batalla
estratégico en la lucha por un Estado laico en el cual la Iglesia católica argentina construyó su
identidad como un actor social ineludible, expandiendo desde ese lugar preeminente en la
definición de lo educativo sus pretensiones de injerencia en otros aspectos políticos y
culturales del país.

Como mencionaba en la introducción, la laicidad ha de entenderse como un proceso dinámico,


no siempre lineal, con sus avances y retrocesos en sus distintas dimensiones. En lo que atañe a
la educación pública este proceso ha tenido un devenir marcado por el fuerte peso de
influencia de la iglesia católica en la dirigencia política argentina. Los ejes de la disputa giraron
básicamente en torno a enseñanza obligatoria de la religión y el rol (principal o subsidiario) del
Estado en materia de educación.

Para comprenderlo analizaremos el devenir histórico de la relación entre la iglesia y los


gobiernos que se sucedieron a lo largo del tiempo en la Argentina moderna, siguiendo la
periodización y el criterio propuesto por Germán Torres en su trabajo “Iglesia católica,
educación y laicidad en la historia Argentina”.

El proceso de formación del Estado-nación (fines del siglo 19) argentina se dio en un contexto
marcado por las ideas del triunfo de la razón y el progreso indefinido acompañadas por un
proceso de secularización impulsado por un grupo de pensadores liberales. Frente a esta
realidad el catolicismo se propuso asumir un papel activo en la conformación de una identidad
y cultura nacional, como también constituirse en un interlocutor insoslayable para los
gobiernos nacionales.

Junto al matrimonio civil, la estatización de los cementerios y del registro de los ciudadanos
implementados por el presidente Julio Roca, el establecimiento de un sistema educativo
nacional implicó para la Iglesia la dislocación del lugar que pretendía ocupar en la sociedad.

Estas tensiones se vieron reflejadas en el evento que sentaría las bases del sistema educativo
argentino que perduraría a lo largo del siglo 20: el congreso pedagógico de 1882, antesala de la
ley 1420.

En este congreso, con la participación de actores provenientes de diversos sectores de la


sociedad, incluyendo por supuesto la representación de la iglesia, los temas discutidos
incluyeron la libertad de enseñanza, el lugar que le cabía al Estado en la educación de los niños
y la presencia de la religión en la educación pública. Estos temas por supuesto fueron
replicados en el congreso nacional al discutirse la sanción de la primera ley de educación en
1883. Si bien la obligatoriedad de la educación religiosa pudo ser resistida por los liberales
laicistas, la cuestión religiosa y el lugar de la Iglesia no dejaron de estar presentes en el texto
de la ley finalmente sancionada. La ley n. 1.420 fue reconocida como la normativa que
instituyó la educación obligatoria, gratuita y laica.
En su artículo 8º establecía que la enseñanza religiosa "sólo podrá ser dada en las escuelas
públicas por los ministros autorizados de los diferentes cultos, a los niños de su respectiva
comunión, y antes o después de las horas de clase". Si bien no menciona explícitamente el
carácter laico de la educación, la exclusión explícita de la religión del mínimo curricular
obligatorio significó un triunfo importante para el sector liberal que defendía la educación
laica.

Cabe señalar que esta ley sólo era de aplicación en la Capital Federal y territorios nacionales.
En las provincias la laicidad en la educación ha sido resistida de manera heterogénea,
incluyendo algunas de ellas a la educación religiosa dentro de los contenidos mínimos
obligatorios.

A partir de esta “derrota” la iglesia católica se concentró en la empresa de consolidar un


circuito educativo alternativo al estatal. Se crearon nuevos colegios católicos, centrados en la
formación de la clase dirigente, y se amplió la oferta educativa de algunas órdenes religiosas.
Se realizó una fuerte apuesta por el fortalecimiento del campo educativo católico desde
distintas perspectivas.

Para 1930, la Iglesia argentina ya había avanzado en su consolidación institucional mediante la


centralización y disciplinamiento del conjunto de actores eclesiales y laicos, además de la
expansión de su presencia en el territorio nacional.

La hegemonía de los principios liberales de la ley 1420 en la educación pública nacional tuvo
un quiebre a partir de la sucesión de golpes militares iniciados en 1930. Durante este período
la Iglesia continuó presionando a los distintos gobiernos por la inclusión obligatoria de la
educación religiosa en la educación pública, como forma de "reconquista" educativa "en
nombre de la catolicidad de la nación" y el primado de la Iglesia y luego de la familia en la
misión educativa, dejando para el Estado la función de garantía y tutela de dicha misión.

El afianzamiento del vínculo entre la iglesia y las fuerzas armadas consolidado en este período
dio lugar a una cierta legitimación de aquella en la intervención activa en la vida institucional y
política del país.

A fines de 1943 Gustavo Martínez Zubiría, ministro de Justicia e Instrucción Pública del general
Pedro Ramírez a través del decreto 18411, establece la obligatoriedad de la enseñanza de la
religión católica en todas las escuelas primarias y secundarias del país.

El gobierno de Perón no dudó en defender el decreto 18411/43. Aún más, se procedió a su


tratamiento parlamentario para convertirlo en ley nacional en abril de 1947. Su
implementación puso prontamente en evidencia la tensión latente entre el peronismo y la
Iglesia católica. Ambos actores se disputaba la hegemonía de la dirección tanto administrativa
como pedagógica de la educación religiosa en las escuelas públicas.

Otro hito importante de este período fue la sanción de la ley n. 13.047, de 1947, que creó el
Estatuto para el Personal Docente de los Establecimientos Privados de Enseñanza. Se
normativizó así el funcionamiento de esas instituciones y se equipararon los derechos y
obligaciones de los docentes privados a aquellos de los docentes bajo la órbita del Estado,
incluido el establecimiento del salario mínimo. La importancia de este reconocimiento reside
en que dejó sentada la responsabilidad del Estado en el financiamiento del sector educativo
privado.

Finalmente, en medio de los crecientes enfrentamientos políticos entre el peronismo y la


Iglesia, en 1954 se derogó la ley de enseñanza religiosa obligatoria y la iglesia retomó su
proyecto originario de un sistema educativo alternativo y autónomo.

A fines de 1955 Atilio Dell'Oro Maini, ministro de Educación del general Pedro Aramburu,
promulgó un decreto de organización de las universidades nacionales que en 1958 sería
convertido en ley por el presidente Frondizi. Su artículo 28 autorizaba la creación de
universidades privadas facultadas para la emisión de títulos profesionales habilitantes. Esta
cláusula fue duramente resistida por distintos sectores de la sociedad que se manifestaron
activamente contra las pretensiones de la Iglesia de catolizar a la sociedad utilizando el campo
educativo como principal ámbito de injerencia, revindicando un discurso educativo laicista que
había buscado dar sentido al sistema escolar público desde su formación.

A pesar de las enérgicas protestas, esta ley significó un gran triunfo para el proyecto de la
iglesia católica de consolidar su presencia en la oferta educativa del sector privado asumiendo
un peso muy importante en el sistema educativo, a la vez que desplazaba al Estado hacia un
rol subsidiario en la materia.

Este crecimiento del sector educativo privado se acompañó de una estructura normativa y
administrativa. Además del ya existente estatuto para los docentes privados promulgado por
Perón, en 1958 se creó dentro de la órbita del Ministerio de Educación la Superintendencia
Nacional de Educación Privada, cuyos primeros funcionarios fueron promovidos por la propia
Iglesia. Durante la presidencia de Arturo Illia se reglamentaron las proporciones de la
subvención estatal para el pago de los salarios docentes, que cubría desde el 40% hasta el
100% y quebraba con la discrecionalidad que había regido hasta el momento. También se
reglamentó la incorporación de los institutos privados a la enseñanza oficial, concretamente
las instituciones privadas de nivel secundario y superior.

El golpe militar de 1976 afianzó el vínculo entre las Fuerzas Armadas y los sectores más
conservadores del catolicismo. La influencia ejercida por la iglesia en este período era directa:
sugería al gobierno de manera vinculante los nombres de los funcionarios del Ministerio de
Educación, quienes provenían de la intelectualidad católica.

Dada la estructura marcadamente represiva de las fuerzas armadas el ámbito educativo fue
para la dictadura unos de los puntos de ataque principales contra la amenaza subversiva. El
disciplinamiento del sistema educativo devino así en silenciamiento de voces disidentes, el
secuestro y desaparición de estudiantes y docentes, cesantías forzadas, censura de libros, y
otras formas de autoritarismo en las prácticas cotidianas.

Los lineamientos en materia educativa tuvieron como ejes la subsidiariedad del estado, el
elitismo, y la defensa de la tradición católica, la familia y la moral cristiana. No se incluyó a la
enseñanza religiosa dentro de los contenidos mínimos curriculares, sino que el avance fue
mayor: se adoptó una perspectiva católica que atravesó la definición de los lineamientos
curriculares, lo que se hizo palpable en materias como Estudios Sociales en el nivel primario, y
en Historia y Formación Moral y Cívica en el nivel secundario.
También se favoreció el avance de la educación privada a través de la desarticulación y
descentralización del sistema educativo nacional. En efecto, el primer ministro de Educación
de la dictadura, Ricardo Bruera, dispuso el traspaso de las escuelas nacionales a las provincias
para reducir el gasto educativo del Estado nacional.

Pese al manifiesto favorecimiento a la posición sostenida por la institución católica en cuanto a


su rol como referente en materia de educación (subsidiariedad estatal, función de garantía y
tutela), la relación entre iglesia y estado en este período también tuvo tensiones en su interior
ya que las escuelas privadas no estuvieron exentas de la persecución y la represión. De hecho
en el marco del Operativo Claridad impulsado por el ministro Bruera en 1976 se inició la
persecución de docentes y estudiantes así como la intervención de muchos colegios. Entre
ellos, hubo algunos establecimientos privados católicos.

Tras el retorno de la democracia (1983) se convoca al congreso pedagógico nacional mediante


la ley 23114 de septiembre de 1984, que se extiende entre abril de 1986 y marzo de 1988. El
CPN invitó a participar a la comunidad educativa, gremios, partidos políticos y organizaciones
sociales, en la búsqueda de generar consensos para proyectar un nuevo sistema educativo
nacional.

En ese marco la iglesia realizo un llamado a la participación activa de sus miembros en la


defensa de la enseñanza libre y la autonomía de sus instituciones educativas.

Sin dejar de defender la educación religiosa en las escuelas, uno de los puntos de interés para
la Iglesia católica fue principalmente la equiparación de lo privado con lo público - en tanto
común y no como sinónimo de estatal.

A partir de 1990, con el gobierno de Carlos Menem se encara un proyecto de reforma a


educativo que se alimenta de los debates y conclusiones del CPN.

En 1993, varias de las pretensiones de la iglesia volcadas en el CPN se ven realizadas con la
sanción de la Ley Federal de Educación nº 24195 que incluye dentro de la educación pública a
los establecimientos de gestión privada junto a los de gestión estatal, además de reconocer
explícitamente el rol educador de la Iglesia. 

En este período el vínculo entre el estado y la iglesia vuelve a ser particularmente notorio. Se
vuelve un actor de consulta permanente al momento de tomar decisiones gubernamentales.
Su influencia en la política educativa es evidente.

El caso más destacable en este periodo fue la definición de los denominados Contenidos
Básicos Comunes según los términos de la reforma educativa. Distintos obispos intervinieron
directamente solicitando al entonces Ministro de Educación la inclusión de elementos
axiológicos y conceptuales propios de la doctrina católica, tales como las referencias a Dios, la
trascendencia espiritual como dimensión constitutiva de lo humano, la primacía de la familia y
el rol protagónico del catolicismo en la historia universal.

Conclusión: estado actual del laicismo en la escuela pública


Una vez que hemos observado el panorama desde una perspectiva histórica podemos notar
que el mapa de laicidad institucional y normativa que tenemos hoy en cuanto a la educación
pública traduce o cristaliza un largo proceso de conquistas y derrotas que continuamente se
está reescribiendo, producto de una tensión entre distintos sentidos con que se concibe la
educación pública.

En la adopción de uno u otro modo se juegan no solo cuestiones de hegemonía de unos u


otros actores, sino la real posibilidad de elegir sobre nuestros destinos, de pensar libremente,
de poder tomar decisiones libres de condicionamientos que nos fueran impuestos de manera
violenta.

Actualmente, ya desde hace un tiempo, asistimos a un progresivo desplazamiento de la Iglesia


católica en la definición de políticas nacionales, muchas veces opuestas a sus doctrinas - tales
como las leyes de divorcio, salud sexual y reproductiva, educación sexual obligatoria,
matrimonio igualitario, identidad de género, muerte digna, fertilización asistida, además de las
discusiones sobre la despenalización del aborto. Sin embargo la educación parece ser un
ámbito privilegiado de resistencia e intervención dentro del espacio público, como queda de
manifiesto en el mapa de laicidad ilustrado más arriba.

Sin ánimos de ser repetitiva, creo que hoy continuamos viendo el carácter dinámico y
multidireccional del laicismo en Argentina. Luego de un período de grandes conquistas como
las mencionadas anteriormente hoy se encuentra en debate en el Congreso una ley de
“libertad religiosa” que incluye disposiciones manifiestamente violatorias de la igualdad ante la
ley poniendo a quienes profesan una religión en una situación privilegiada respecto a los
demás.

Más allá del aspecto normativo, la clase política vuelve a mostrarse permeable a la influencia
de las religiones y parece no comprender la importancia de la separación entre iglesia y
Estado.

Por otro lado la CSJN debe expedirse en breve sobre la constitucionalidad o


inconstitucionalidad de la ley de educación de la provincia de Tucumán nº 7546, en un caso
que me parece realmente ilustrador del pensamiento actual de los actores institucionales en
los distintos niveles. Las cuestiones que se debaten en el caso ya han sido objeto de discusión
desde hace años. Sin embargo la Corte provincial, para avalar la educación religiosa en horario
escolar utiliza argumentos claramente obsoletos y superados y soslaya la situación de lesión a
los derechos constitucionales a la libertad de religión y de culto, a la igualdad, a la educación
sin discriminación y a la intimidad de los niños y sus padres como si los desconociera.

Es interesante el dictamen que al respecto elabora el procurador de la Corte, donde recuerda


que el derecho a la libertad de religión y conciencia es un derecho particularmente consagrado
en relación a los niños en el artículo 14 de la Convención sobre los Derechos del Niño. La CSJN
ya ha manifestado que este derecho abarca la libertad de tener o no creencias de la propia
elección sin sufrir injerencias ajenas, el derecho a no ser discriminado por las creencias
religiosas y la libertad de ser educado de acuerdo con las propias convicciones.

Así, el hecho de que niños y niñas no católicos sean instruidos en el catolicismo durante el
horario escolar implica una presión indebida en su libertad de elección, máxime considerando
que ello acontece en un ambiente tan permeable a las influencias como la escuela primaria y
en el contexto de una sociedad con una religión fuertemente predominante.
Más allá de que creo hay una tendencia al retroceso en materia de laicidad, considero también
que el hecho de que se estén dando estos debates es una buena oportunidad para poner de
manifiesto los intereses subyacentes en esta discusión y afirmar la postura que pretendo
sostener aquí: la injerencia de las religiones en las decisiones estatales y especialmente en la
educación violenta nuestros derechos fundamentales, fomenta el adoctrinamiento y coarta
nuestra libertad de conciencia.

La diversidad, pluralidad y heterogeneidad actuales que mencionaba anteriormente también


se manifiestan en el ámbito educativo. En la sociedad actual no existe un único proyecto de
vida, de familia ni valores considerados como los únicos válidos. Esto conlleva distintos
planteamientos sobre el sentido de la educación y el modelo de persona y de ciudadanía que
se quiere trabajar desde la escuela.

Es muy interesante el aporte del Informe de la UNESCO, sobre el sentido de la educación para
el siglo XXI, (“La educación encierra un tesoro”) en cuanto plantea tres nuevos desafíos de los
sistemas educativos, además del tradicional de “aprender a conocer”: aprender por sí mismos
a ser y vivir con dignidad como personas, aprender a convivir como ciudadanos críticos del
mismo y aprender las competencias profesionales básicas que permitan la inclusión laboral y
social.
Estos desafíos son impensables mientras tenga lugar el adoctrinamiento y la imposición de
dogmas. Sólo una educación laica puede crear las condiciones para promover en los alumnos
la libertad de pensamiento.

FUENTES
F. Mallimaci, El mito de la república laica

Germán Torres, Iglesia católica, educación y laicidad en la historia argentina


http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2236-34592014000300010

Manuel Becerra, Mapa de la laicidad educativa en Argentina


https://fuelapluma.com/2015/08/12/mapa-de-la-laicidad-educativa-en-argentina/

Galleto, laicidad, neo-confesionalismo y estado de derecho: algunos desafios actuales

Pedro U. Nájera, El objetivo de una educación laica

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