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Adictos recién nacidos

Por Roberto Martínez (25-Ene-1997).-

Hace menos de un mes nació en la ciudad de Austin, Texas, un bebé adicto a la cocaína y
al alcohol. El pequeño sufrió durante seis días de diarrea, náusea, sudor excesivo y
calambres. Estos son los efectos comunes de aquellos que tras adquirir un vicio se ven
imposibilitados de consumir estas sustancias, ya sea porque pretenden romper con su
dependencia o porque se ven forzados a abstenerse.

La presencia de alcohol en grandes cantidades durante el periodo de gestación mermó el


desarrollo del recién nacido, ya que padece lo que se conoce como el síndrome fetal de
alcohol. Sin otra razón más que el egoísmo de su madre natural, este nuevo ser
comenzará su vida con desventaja, en un tiempo en el que se debate acaloradamente en
los países modernos la liberalización de las drogas blandas.

El abuso de las drogas, entendido como la autoadministración habitual de narcóticos,


sedantes, estimulantes, alucinógenos y sustancias similares hasta el punto que daña al
individuo o a la sociedad es un fenómeno cada vez más común, que se hace presente en
todos los estratos sociales y ambientes culturales.

Este vicio se extiende con especial velocidad en el segmento comprendido por


adolescentes y adultos jóvenes que no han tenido acceso a la madurez y, por lo mismo,
con facilidad caen en el engaño de pretender la superación de una necesidad espiritual
mediante el consumo de una sustancia que nos altera fisiológicamente, ya sea excitando
el sistema nervioso o apaciguando las funciones cerebrales.

Es lógico que no se puede saciar una sed espiritual con una droga ni con alguna
experiencia de relajación. Es como tratar de quitarnos el hambre rezando el Padre
Nuestro, o como pretender un mayor conocimiento de Dios con ejercicios de relajación
tipo yoga. Si quiero satisfacer una necesidad espiritual no hay otro camino que el de la
oración de corazón y el servicio a los demás (el cual es otra forma de oración).
Este auge en el consumo de drogas ha provocado una fuerte tensión política que abre los
debates en torno a las drogas blandas buscando su legalización. Se corre el peligro de caer
de manera demagógica en simplificaciones y generalizaciones que pasan por alto las
consecuencias profundamente humanas que surgirían.

Algunos, por ignorancia o estupidez, aseguran que liberando a las drogas se reducirían los
problemas sociales relacionados con el narcotráfico, como los crímenes y la corrupción.
Puede ser que los narcotraficantes dejen de matar policías y corromper políticos al
permitírseles expendios de droga, pero éste es el menor de los problemas.

La mayoría de las personas confunde lo legal con lo moral o bueno. Es obvio que las
drogas seguirán dañando al adicto independientemente de que su consumo sea un crimen
o no. Uno de los principales problemas es la confusión que se siembra en las conciencias
de los ciudadanos, porque la liberalización de los narcóticos va acompañada
implícitamente de una justificación para drogarse. Un joven, ante la disyuntiva de probar
la droga o abstenerse pensará que hay razones válidas para drogarse, puesto que el
consumo es legal.

Sabemos que la gente se droga por aburrimiento, rebelión, problemas emocionales,


depresión y para disminuir el estrés, la frustración y los sentimientos de fracaso.
Imagínate a una madre, dos o tres generaciones después de la liberación de la droga,
recomendando a su hijo adolescente que si no encuentra nada bueno que ver en la tele,
se "eche un pericazo".

Hay que considerar también el retroceso en el nivel de vida de la sociedad ante dicha
legislación. Muchos drogadictos deben recurrir al robo para comprar las drogas que
necesitan, y al aumentar la demanda tras la liberalización, se desarrollará la criminalidad
por encima de la capacidad que los gobiernos tienen de mantener la seguridad pública
con el porcentaje de presupuesto gubernamental que tradicionalmente se destina a esto.

Algunas enfermedades, como el SIDA, se transmiten entre drogadictos al compartirse


inyecciones. Una vez liberado el consumo, la demanda de servicios hospitalarios
especializados rebasará por mucho los recursos financieros disponibles para atender a
tanto enfermo en las instalaciones y con los medicamentos adecuados.

Y ¿qué me dicen de los accidentes de tráfico? ¿Acaso van a colocar retenes antidoping los
fines de semana en las calles? El acceso fácil a las drogas causará un aumento en las
colisiones viales, lo que puede causar más muertes que todos los homicidios provocados
por narcotraficantes.

Me preocupa la posible liberalización de las drogas blandas en los países desarrollados


porque hay muchos intelectuales en este país que, antes de proponer caminos originales
de progreso, se dedican a impulsar la adopción de modelos ajenos a nuestra cultura en
aras de un falso desarrollo. El Estado, antes de escuchar esas voces tiene el deber de
vigilar el bien común, mismo que se traduce en el bienestar de los ciudadanos, con
especial énfasis en los más desprotegidos, ya sea por su pobreza o ignorancia.

Está en juego el destino de las personas. Aquellas que se dejen engañar y busquen una
liberalización en las drogas verán disminuida su vida y desperdiciarán sus potencialidades,
y otros, como la madre drogadicta, pondrán un lastre en la vida de sus propios hijos. Las
circunstancias personales que llevan a la drogadicción no podrán corregirse si los
narcóticos se venden libremente en la tienda de la esquina.

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