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KEMPIS, TOMÁS DE

Es, como escritor, el representante típico del movimiento espiritual conocido con el
nombre de devotio moderna (v.), movimiento que Gerardo Groot (m. 1384, v.)
desencadena en los Países Bajos (el centro inicial es Deventer) y que recoge e
institucionaliza su discípulo Florencio Radewijns (m. 1400). Éste funda el
monasterio de Windesheim de canónigos regulares agustinianos, del cual brotarán
nuevas fundaciones. Y organiza los grupos de «devotos» viviendo en pequeñas
fraternidades, sin votos, dedicados a la oración, a la copia de manuscritos, en una
especie de colegios para jóvenes, bajo el nombre de «Hermanos de la Vida
Común».
Estas instituciones cultivan la vida espiritual con un estilo propio y un aliento de
novedad evidente. Su espiritualidad es antiespeculativa, afectiva, práctica,
individualista, de un gran realismo psicológico (sin exageraciones ni exaltaciones),
sentido de la medida, ascética, seria y prudente, cultivo de la oración personal,
pero muy metódicamente atendido. La metodización sería una de sus
preocupaciones más vivas. Una espiritualidad que deja abierto el camino a la
mística, en el sentido psicológico de la palabra, pero sin aventurarse por él y sin
disquisiciones doctrinales sobre el mismo. Escriben bastante, pero sin afanes de
novedad. Por eso abundan entre ellos las colecciones de textos (rapiaría,
collectaría). La doctrina y el estilo pasan con facilidad de unos a otros, formando
así una verdadera escuela. Su influencia fue muy grande en el s. xv, pero
desaparece a lo largo del xvi, absorbida gran. parte de su aportación por otras
corrientes (Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, etc.). Sobre todo en lo que se refiere
a la oración metódica tuvo gran alcance y secular duración. Su subjetivismo
individualista ayudó a renovar muchas vidas cristianas, pero al cerrarse en sus
límites y exagerarse degeneró hasta llegar al quietismo (v.). Era una consecuencia
de la cultura nominalista (v. NOMINALISMO) que contribuyó, más tarde, entre otros
factores, a la aparición del luteranismo.
T. de K. (Thomas Hamerken) n. en el pueblo de su apellido, cerca de Colonia,
ca. 1380. Discípulo en Deventer de F. Radewijns, bebe en su misma fuente la
espiritualidad de la devotio moderna. A los veinte años entra en el monasterio
windesheiniano de Agnetenberg (los escolares de las fraternidades de los
Hermanos de la Vida Común eran orientados muchas veces hacia los claustros de
esta congregación). Allí, en ese monasterio de Monte Santa Inés, pasa, fuera de
breves ausencias, toda su vida. Es copista, escribe sus propios libros, es maestro
de novicios, y allí muere en 1471.
Como escritor él resume y es el exponente más completo de la devotio
moderna. No es muy original, como ninguno de ellos, pero sí tiene una
personalidad definida, y con gran fuerza en su manera de presentar aquella
herencia compleja y rica. Escribe en abundancia. Obras históricas como el
Chronicon de su monasterio de Agnetenberg. El Dialogus novitiorum donde inserta
la Vita Gerardi (Groot). La Vita Domini Florentii (Radewijns). Las Vitae discipulorum
Florentii. Obras para la formación de los novicios, como, aparte de numerosos
pequeños tratados, el Libellus spiritualis exercitii, el Doctrinale juvenum, el de De
disciplina claustralium. También tienen ese mismo fin formativo muchos de los
Sermones, pronunciados o sólo escritos, que de él se conservan. De gran interés
son sus Orationes el meditationes de vita el passione Domini. Se trata de
meditaciones hechas con todo rigor metódico para el uso de los demás. Es un
género que se repetirá luego indefinidamente hasta nuestros mismos días. La
intimidad personal, afectiva y suave, de su alma se nos entrega principalmente en
sus Soliloquia, y en el tratado Tria tabernácula. Y nos queda el libro famosísimo De
imitatione Christi.
La imitación de Cristo. ¿Fue T. de K. su autor? Cuestión debatida. Pero
suficientemente dilucidada hoy por hoy. Los trabajos de J. Huijben y P. Debongnie
no dejan lugar a dudas razonables: es K. su autor. El códice bruxellensis 5.855-61,
firmado en 1441, autógrafo de Tomás, y que contiene trece opúsculos del mismo,
de los cuales los cuatro primeros son los de la Imitación (en este orden: libros 1,
11, IV, 111), no es un mero manuscrito del que firma, sino que él mismo es el autor
formal. Sabido es que se ha atribuido el libro a cantidad de nombres distintos: a
Groot (J. van Ginneken), a Gerson (con su nombre pasa a España en el s. xvi: «el
gersoncito»), a un tal Juan Gersen, benedictino del s. xiiI inexistente (todavía esta
tesis ha sido defendida recientemente por P. Bonardi y T. Lupo, L'Imitazione di
Cristo e il suo autore, Turín 1964), etc.
La argumentación de Huijben y de Debongnie, tanto textual como comparativa,
es muy fuerte. Los testimonios de los contemporáneos son casi unánimes en dar la
paternidad del libro a Tomás. Lo que ocurre es que se trata de un libro de la
devotio moderna. Y un libro cumbre que viene a ser como el precipitado de todo
aquel movimiento, que ya era de suyo ecléctico, muy uniforme, muy sencillo por
sistema a la vez que poderoso, fácil al anonimato en sus manifestaciones. El
espíritu ágil y penetrante de K. ha recogido lo mejor de aquella espiritualidad y lo
ha vertido en una obrita que es la obra de todos los que forman esa corriente. Ése
es su mérito y su limitación a la vez. Así el libro primero es más bien un montón de
ideas y de frases, que si no están siempre literalmente transcritas, sí lo están en
cuanto al sentido. Allí hay mucho de Groot y de otros. También en el libro cuarto
ocurre esto en parte. Y menos en el segundo y tercero, que son obra más personal
de K. A pesar, pues, de cuantos antecedentes se le quieran encontrar, el todo es
obra suya, una obra magnífica, una obra maestra de la espiritualidad cristiana en
general.
Su difusión ha sido inmensa. Se conservan más de 600 manuscritos, tuvo
hasta 55 ediciones incunables. (En España la primera ed. es la catalana de
Barcelona, 1482; la primera castellana, de Zaragoza, 1490.) ¿Cómo se explica esa
aceptación tan grande? En primer lugar por su contenido. No olvidemos que tiene
mucho de rapiarium, con abundancia de temas por consiguiente, muchos de ellos
sugeridos por la S. E., a la que se cita con frecuencia. El mismo enunciado de los
cuatro libros ya dice mucho de su riqueza: Libro I: Admonitiones ad spiritualem
vitam utiles (temas ascéticos fundamentales, verdades eternas, práctica de
virtudes...); libro II: Adm. interna trahentes; libro III: De interna consolatione, en el
cual prevalecen los temas de desprecio del mundo, de la paz y dulzura de la vida
interior, de la oración, del amor a Jesucristo y a su cruz... El libro IV versa sobre la
Eucaristía.
También se explica su gran aceptación porque su contenido está ofrecido
mediante sentencias breves y luminosas, en un estilo suave, insinuante, ungido...
El mismo desorden del temario de los capítulos era un estímulo más para leer y
releer. (El título mismo general es de una vaguedad enorme.) El hecho es que el
Kempis (como se le llama vulgarmente) ha sido leído y ha hecho un bien espiritual
incalculable.
La obrita tiene también sus límites, como toda obra humana, aun dentro del
campo de su determinada pretensión. Hoy se ha atacado duramente al Kempis por
eso. Desde luego, el autor es un monje que escribe para monjes. El que, a pesar
de eso, la obra haya sido gustada tanto por los que no lo eran, dice mucho de su
valía. Hay también en ella un fuerte sabor pesimista ante el hombre, ante la
naturaleza humana. Una ascética de la huida y del desprecio. Tiene influencia
agustiniana. Recoge el cansancio del final de la Edad Media. Es palpable un influjo
estoico, muy acusado, junto al de las fuentes cristianas, sobre todo evangélicas.
Desestima, hasta rayar casi en el desprecio, a la razón humana, al estudio, a la
especulación. No olvidemos el nominalismo imperante y que Kempis es un autor de
la «devotio moderna» ciento por ciento. De ahí que el librito haya sido denominado
muy frecuentemente, por su cara negativa, el Contemptus mundi. Todo esto es
verdad, pero sólo es el acento lo que puede achacársele en contra. En el fondo
hay mucha riqueza. Y el exceso negativo queda compensado por su devoción, por
su piedad íntima y sincera, por su amor jugoso a la Eucaristía, a la Escritura, en
una palabra, a Jesucristo. En resumen, hay allí un fondo de valores humanos
universales y eternos, que lo mismo sirven para monjes que para seglares, para los
del s. xv y los del s. xx. Así, prácticamente, lo entendió el pueblo cristiano -y
muchos no cristianos- hasta nuestros días.

V. t.: DEVOTIO MODERNA.

BIBL.: Ediciones de las obras de T. de K.: Opera omnia, ed. M. J. POHL, 7 vol.,
Friburgo Br. 1910-22; Le Manuscrit autographe de Thomas á Kempis et «L'imitation
de Iésus-Christ». Examen archéologique et édition diplomatique du Bruxellensis
5.855-6I, ed. L. M. J. DELAissÉ, 2 vol., Bruselas 1956.-Estudios: J. Hu1jBEN-P.
DEBONGNIE, L'auteur'ou les auteurs de l7mitation, Lovaina 1957; P. BONARDI-T.
Luyo, L'Imitazione di Cristo e il suo autore, 2 vol., Turín 1964; P. DEBONGNIE,
Devotion moderne, en Dict, de Spiritualité III, París 1957, 727-747.
B. JIMÉNEZ DUQUE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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