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CUENTOS ZEN

El Increíble Ki

Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de


provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el.
Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos. Un joven
experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un
día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y


le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano,
visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la
eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de
su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la
partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de
nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para
demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que
esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo


dio al joven y le dijo:

- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este


grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo
mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había


hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los
miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la
mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al
visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de
hacer lo mismo. Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.

Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos


y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día
se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por
el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la
prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos
segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con
una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano.
Este le declaró un poco molesto:

- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el


Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro
cuya simple existencia no había podido verificar.
En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba
del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de
bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al
mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5
centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante


varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último pidió
humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le
rogó que lo aceptara como discípulo.

Sexto sentido

Tajima no kami paseabas por su jardín una hermosa tarde de primavera. Parecía
completamente absorto en la contemplación de los cerezos al sol. A algunos
pasos detrás de él, un joven servidor le seguía llevando su sable. Una idea
atravesó el espíritu del joven:

"A pesar de toda la habilidad de mi Maestro en el manejo del sable, en este


momento sería fácil atacarle por detrás, ahora que parece tan fascinado con las
flores del cerezo".

En ese preciso instante, Tajima no kami se volvió y comenzó a buscar algo


alrededor de sí, como si quisiera descubrir a alguien que se hubiera escondido.
Inquieto, se puso a escudriñar todos los rincones del jardín. Al no encontrar a
nadie, se retiró a su habitación muy preocupado. El servidor acabó por
preguntarle si se encontraba bien y si deseaba algo. Tajima respondió:

- Estoy profundamente turbado por un incidente extraño que no puedo


explicarme. Gracias a mi larga práctica de las artes marciales, puedo presentir
cualquier pensamiento agresivo contra mí. Justamente cuando estaba en el
jardín me ha sucedido esto. Pero aparte de tí no había nadie, ni siquiera un
perro. Estoy descontento conmigo mismo, ya que no puedo justificar mi
percepción.

El joven servidor, después de saber esto, se acercó al Maestro y le confesó la


idea que había tenido, cuando se encontraba detrás de él. Humildemente le pidió
perdón.

Tajima no kami se sintió aliviado y satisfecho, y volvió al jardín.

Bokuden y sus tres hijos

Bokuden, gran Maestro de sable, recibió un día la visita de un colega. Con el fin
de presentar a sus tres hijos a su amigo, y mostrar el nivel que habían
alcanzado siguiendo su enseñanza, Bokuden preparó una pequeña estratagema:
colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante de manera que cayera
sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación.

Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Bokuden llamó


a su hijo mayor. Cuando éste se encontró delante de la puerta, se detuvo en
seco. Después de haberla entreabierto cogió el vaso antes de entrar. Entró cerró
detrás de él, volvió a colocar el jarro sobre el borde de la puerta y saludó a los
Maestros.

- Este es mi hijo mayor - dijo Bokuden sonriendo -, ya ha alcanzado un buen


nivel y va camino de convertirse en Maestro.

A continuación llamó a su segundo hijo. Este deslizo la puerta y comenzó a


entrar. Esquivando por los pelos el jarro que estuvo a punto de caerle sobre el
cráneo, consiguió atraparlo al vuelo.

- Este es mi segundo hijo - explicó al invitado -, aún le queda un largo camino


que recorrer.

El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó pesadamente sobre el cuello,


pero antes de que tocara el suelo, desenvainó su sable y lo partió en dos.

- Y este - respondió el Maestro - es mi hijo menor. ES la vergüenza de la


familia, pero aún es joven.

El Secreto de la Eficacia

Ito Ittosai, incluso después de haberse convertido en un experto y en un


profesor famoso en el arte del sable, no estaba satisfecho de su nivel. A pesar
de sus esfuerzos, tenía conciencia de que desde hacia algún tiempo no
conseguía progresar. En efecto, los sutras cuentan que el Buda se sentó bajo
una higuera para meditar con la firme resolución de no moverse hasta que no
recibiera la comprensión última de la existencia del Universo. Determinado a
morir en ese mismo sitio antes que renunciar, el Buda realizó su voto: despertó
la Suprema Verdad.

Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte
del sable. Durante 7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación.

Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido saber
algo más se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza de
penetrar el famoso secreto.

Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando
apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante
detrás de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el
sable.

Entonces se dio cuenta que su gesto espontáneo acababa de salvarle la vida. Un


bandido yacía a sus pies con un sable en la mano.
Tal armero, tal arma

"El sable es el alma del Samurai", nos dice una de las más antiguas máximas del
Bushidô, la Vía del guerrero. Símbolo de virilidad, lealtad y coraje, el sable es el
arma favorita del Samurai. Pero el sable, en la tradición japonesa, es algo más
que un instrumento terrible, algo más que un símbolo filosófico. Es un arma
mágica. Arma que puede ser benéfica o maléfica, según la personalidad del
forjador y del propietario.

El sable es la prolongación de los que los manipulan, se impregna


misteriosamente de las vibraciones que emanan de sus seres.

Los antiguos japoneses, inspirados por la antigua religión Shinto, conciben la


fabricación del sable como un trabajo de alquimia en el que la armonía interior
del forjador es más importante que sus capacidades técnicas. Antes de forjar
una hoja, el maestro armero pasaba varios días meditando y después se
purificaba practicando abluciones de agua fría. Una vez vestido con hábitos
blancos ponía manos a la obra, en las mejores condiciones interiores para crear
un arma de calidad.

Masamune y Murasama eran dos hábiles armeros que vivieron al comienzo del
siglo XIV. Los dos fabricaban unos sables de gran calidad. Murasama, de
carácter violento, era un personaje taciturno e inquieto. Tenía la siniestra
reputación de fabricar hojas temibles que empujaban a sus propietarios a
entablar combates sangrientos o que, a veces, herían a los que las manipulaban.
Sus armas sedientas de sangre rápidamente tomaron famas de maléficas. Por el
contrario, Masamune era un forjador de una gran serenidad que practicaba el
ritual de la purificación para forjar sus hojas. Aún hoy día son consideradas
como las mejores del país.

Un hombre que quería averiguar la diferencia de calidad que existía entre ambas
formas de fabricación, introdujo un sable de Murasama en la corriente del agua.
Cada hoja que derivaba en la corriente y que tocaba la hoja fue cortada en dos.
A continuación introdujo un sable fabricado por Masamune. Las hojas evitaban el
sable. Ninguna de ellas fue cortada se deslizaban intactas bordeando el filo como
si éstas no quisiera hacerles daño.

El hombre dio entonces su veredicto: - La Murasama es terrible, la Masamune es


humana.

No era idiota

Yagyu Tajima no Kami tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a
los entrenamientos de los discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente
imitador, este mono aprendió la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se
había convertido en un experto, en su género.

Un día, un Ronin (Guerrero errante) expresó su deseo amistoso de confrontar su


habilidad en el manejo de la lanza con Tajima. El Maestro le sugirió que
combatiera primero con el mono. El visitante se sintió amargamente humillado.
Pero el encuentro tuvo lugar.

Armado con su lanza, el Ronin atacó rápidamente al mono que manejaba un


shinai (sable de bambú). El animal evitó ágilmente los golpes de la lanza.
Pasando al contraataque, el mono consiguió acercarse a su adversario y
golpearlo. El Ronin retrocedió y puso su arma en una guardia defensiva.
Aprovechando la ocasión, el mono saltó sobre el mango de la lanza y desarmó al
hombre. Cuando el Ronin volvió avergonzado a ver a Tajima éste le hizo la
siguiente observación:

- Desde el principio sabía que usted no era capaz de vencer al mono.

El Ronin dejó de visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses
cuando apareció de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono.
El Maestro, adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió
que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su
visitante.

Pero éste insistió y el Maestro acabó por ceder.

En el mismo instante en el que el mono se puso frente al hombre, arrojó su


sable y emprendió la huida gritando.

Tajima no Kami terminó por concluir:

- ¿No se lo dije? No lo iba a vencer...

Poco tiempo después, gracias a su recomendación, el Ronin entró al servicio de


uno de sus amigos.

Una enseñanza acelerada

Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre
quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer
de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en
Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro
Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:

- No reúnes las condiciones.

- ¿Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro? -


insistió el joven.

- El resto de tu vida - respondió Banzo.

- No puedo esperar tanto tiempo. Estoy dispuesto a soportarlo todo


para seguir su enseñanza. ¿Cuánto tiempo me llevará si trabajo
como servidor suyo en cuerpo y alma?
- ¡Oh, tal vez diez años!

- Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto


tendré que cuidar de él. ¿Cuántos años hay que contar si trabajo
más intensamente?

- ¡Oh, tal vez treinta años!

- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré
todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor
tiempo posible!

- ¡Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años


conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan deprisa no
avanzará rápidamente - explicó Banzo.

- Muy bien - declaró Matajuro, comprendiendo por fin que le


reprochaba su impaciencia - acepto ser su servidor.

El Maestro le pidió a Matajuro que no hablara más de esgrima, ni que tocara un


sable, sino que lo sirviera, le preparara la comida, le arreglara su habitación, que
se ocupara del jardín, y todo esto sin decir una palabra sobre el sable. Ni
siquiera estaba autorizado a observar el entrenamiento de los demás alumnos.

Pasaron tres años. Matajuro trabajaba aún. A menudo pensaba en su triste


suerte, él, que aún no había tenido la posibilidad de estudiar el arte al que había
decidido consagrar su vida.

Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes
pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible
bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro
preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente
inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche,
contra los ataques por sorpresa de Banzo.

Debía estar en guardia a cada instante, siempre plenamente despierto, para no


probar el sable del Maestro. Aprendió tan rápidamente que su concentración, su
rapidez y una especie de sexto sentido, le permitieron muy pronto evitar los
ataques de Banzo, el Maestro le anunció que ya no tenía nada más que
enseñarle.

El ladrón de conocimiento

Yang Lu Chan nació al comienzo del siglo XIX en el seno de una familia de
campesinos. Desde joven no tenía más que una pasión: el Shuan-Shu, el arte
del puño. Desde su infancia, frecuentó asiduamente las escuelas de artes
marciales de su provincia y muy pronto alcanzó el rango de un experto de gran
reputación. Pero los estilos que había practicado hasta entonces no le
satisfacían. Sabía que desde la destrucción del monasterio de Shaolin, el arte del
puño había lentamente degenerado en un método de combate que daba
demasiada importancia a la técnica y a la fuerza muscular. A pesar de su
búsqueda por todos los rincones de su provincia, Ho Pei, no conseguía encontrar
un Maestro susceptible de enseñarle un arte más profundo que le condujera a la
Vía de la armonía.

Su desesperación llegó a su término cuando oyó hablar del Tai Chi Chuan, arte
que empezaba a ser popular en otra provincia, Honan.

Abandonando a sus padres y amigos, Yang emprendió un viaje a pie de más de


800 km. para dirigirse a la patria del arte que deseaba estudiar. Aprovechando
un momento de oportunidad entró en los círculos cerrados de practicantes de
Taichi. En el curso de sus conversaciones con ellos, un nombre volvía
continuamente a su mente: el del Maestro Chen Chang Hsiang. Este hombre
pasaba por tener el "Kung Fu" más perfecto de su época. Desgraciadamente
enseñaba exclusivamente a los miembros de su familia, en el más estricto
secreto.

Yang pensaba que después de un viaje tan largo tenía que estudiar con el mejor
Maestro. Hábilmente consiguió interesar en casa de la familia Chen como criado.
De esta manera, cada día se las arreglo para espiar secretamente el
entrenamiento familiar bajo la guía del patriarca. Cuidadosamente disimulado,
observaba atentamente los movimientos, bebía las palabras y los consejos del
Maestro. Después, durante la noche, cuando todo el mundo dormía, se
ejercitaba en hacer lo que había visto durante el día y pulía incansablemente los
encadenamientos de movimientos que había aprendido los días precedentes.

Su espionaje continuó durante varios meses sin despertar sospecha... hasta que
un día fue descubierto. Inmediatamente fue conducido delante del Maestro
Chen. Se esperaba lo peor. En efecto, el anciano parecía muy enfadado. El tono
de su voz dejaba ver una cierta irritación.

- Y bien, joven, parece que has abusado de nuestra confianza. Usted


se ha introducido aquí con el único objetivo de espiar nuestra
enseñanza, ¿no es verdad?.

- Efectivamente - confesó Yang.

- No se aún lo que vamos a hacer con Vd. Mientras tanto siento


curiosidad por ver que es lo que ha aprendido en tales condiciones.
¿Puede usted hacerme una demostración?.

Yang ejecutó un encadenamiento con tal concentración y fluidez que el anciano


Chen quedó profundamente impresionado al ver un reflejo tan fiel de su Arte.
Pero se cuidó bien de manifestar su emoción y durante un largo instante se
quedó en silencio. Después declaró:

- Sería estúpido dejarlo marchar con lo poco que conoce. Mancharía


la reputación de nuestra familia mostrando nuestro arte de una
manera tan incompleta. Mejor será que se quede aquí el tiempo
necesario para terminar el aprendizaje.

¡Pero esta vez bajo mi dirección!

Yang permaneció aún varios años en la familia de Chen, integrándose cada vez
más profundamente en el Arte Supremo del Tai Chi. Después de haber recibido
la bendición de su anciano Maestro, Yang volvió a su provincia natal.

En Pekin, donde decidió instalarse para enseñar su arte, no tardó en ser


conocido con el nombre del "insuperable". En efecto, a pesar de otros profesores
y campeones jóvenes le desafiaron a menudo, nunca fue vencido. Sus combates
contribuyeron a fortalecer la reputación del Tai Chi Chuan, sobre todo porque
conseguía neutralizar a sus adversarios sin herirlos jamás.

La apuesta del viejo guerrero

El señor Naoshige declaró un día a Shimomura Shoun, uno de sus más viejos
samurais:

- La fuerza y el vigor del joven Katsuchige son admirables para su edad. Cuando
lucha con sus compañeros vence incluso a los mayores que él.

- A pesar de que ya no soy joven estoy dispuesto a apostar que no


conseguirá vencerme - Afirmó el anciano Shoun.

Para Naoshige fue un placer organizar el encuentro que tuvo lugar esa misma
noche en el patio del castillo, en medio de un gran número de samurais. Estos
estaban impacientes por ver lo que le iba a suceder al viejo farsante de Shoun.

Desde el comienzo del encuentro, el joven y poderoso Katsushige se precipitó


sobre su frágil adversario agarrándolo firmemente, decidido a hacerlo picadillo.
Shoun estuvo a punto de caer varias veces al suelo y de rodar en el polvo. Sin
embargo, ante la sorpresa general, cada vez se restableció en el último
momento. El joven, exasperado, intentó dejarle caer de nuevo poniendo toda su
fuerza en el empeño, pero esta vez, Shoun aprovechó hábilmente su movimiento
y fue él quien desequilibró a Katsushige arrojándolo al suelo.

Después de ayudar a su adversario semi-inconsciente a levantarse, se acercó al


señor Naoshige y le dijo:

- sentirse orgulloso de su fuerza cuando aún no se domina la fogosidad es


como vanagloriarse públicamente de sus defectos.
Viejo Samurai

Jingaro sentado confortablemente delante de la chimenea se encontraba


rodeado por sus juveniles nietos. Había servido en el Ejército del Emperador por
largos 20 años recibiendo los más altos honores por sus meritorios servicios en
los campos de batalla. Comenzó como simple soldado hasta convertirse en sabio
y respetado consejero no sólo en asuntos militares sino de alta política.

Ahora, cargado de medallas y de años, pasaba las horas recordando su vida y


experiencias para sus traviesos nietos, los cuales se deleitaban al escuchar las
entretenidas historias, las cuales enriquecían su cultura y conocimientos, claro
está, a menudo interrumpían a su abuelo consultándole acerca de tantas
parábolas. Como el caso, cuando uno de sus nietos exclamó... ¡Abuelo, no puedo
comprender el sentido!
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber que
era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si
queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes
conocer lo que no se puede ver?

El anciano lo tomó afectuosamente, lo atrajo hacia sí y le acarició su cabeza


mientras le decía...
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.

Los niños soltaron la risa abriendo los ojos y exclamando:


-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos,
además podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.

Los jóvenes asintieron con la cabeza.


-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?

El silencio fue la respuesta. Sólo después de transcurrido un tiempo, la voz de


Hana se escuchó... "Yo creo que podría sentir que estás cerca de nosotros,
abuelo".
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!

Los otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con
los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes.
Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose
correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces
ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.

Habían transcurrido varios días de aquella conversación, cuando Jingaro,


sentado en su silla preferida reparaba una antigua arma; su pelo gris y cara
surcada de arrugas reflejaban los años de dura labor, y aunque pasaba los 60, el
viejo Samurai aún lucía el vigor y la energía de hombres mucho más jóvenes..
Los quietos pensamientos del anciano fueron de improviso interrumpidos por los
gritos de su nuera y los relinchos de numerosos caballos que se acercaban.

-¡¡¿Qué está sucediendo?, preguntó secamente el anciano... ¡Qué pasa... pero


qué es lo que ocurre?, inquiría una y otra vez. Luego, dirigiendo la vista al patio,
sólo vio oscuridad.

De pronto su nuera, gimiendo y llorando, entró al cuarto y llena de angustia


exclamó.
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han
venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado
prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo...
Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr
tratando de salvar sus vidas!

Jingaro comprendió que la huida no era el camino correcto, reacciono como


había sido entrenado años atrás. Instintivamente tomó su arma que colgaba en
la pared. Luego se dirigió al exterior. Aún en ese momento crucial, para el
anciano fue un agrado tomar nuevamente su arma (Kama-Hoz), de cuyo
extremo pendía una cadena (Kusarigama). Jingaro escuchó los lamentos de la
familia de su hijo y la terrible risa de los bandidos. El cielo estaba oscuro y
caminó rápidamente al centro del patio. De inmediato voces a su alrededor
cesaron y todos dirigieron su atención hacia el anciano que erguido los observó
lentamente uno a uno.
-¡¡¡Viejo -exclamó en forma burlona uno de los bandidos-. ¿Qué crees tú que
puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera
puedes ver de noche... esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero
diestro, no por un anciano decrépito.

Jingaro, sin perder la calma, murmuró. "Tomen lo que desean y dejad mi familia
en paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos". Dos de los hombres se
acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se
encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en
forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro hirió
mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron
heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó: "Así
que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está demasiado
oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la claridad
necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista.
Prepárate a morir anciano."

Jingaro no replicó y se preparó para el siguiente ataque, escuchando


cuidadosamente los movimientos de sus enemigos. Rápidamente tres de ellos
tomaron posiciones rodeándole, él respondió haciendo girar su cadena; en pocos
segundos el extremo de la cadena se había convertido en un peligroso proyectil
que giraba a una velocidad increíble. Jingaro haciendo un movimiento con su
brazo hizo que la cadena alcanzara a su adversario más próximo, al cual
destrozó la cara, luego saltando al costado, el veterano combatiente enrolló la
cadena alrededor de la espada de uno de los bandidos y haciéndole perder el
equilibrio lo atrajo hacia él, matándole con la afilada hoja de su Kama. Antes que
pudiese retomar su Kusarigama, el tercer asesino asestó un terrible golpe con su
espada en la espalda del anciano Jingaro, sintiendo que el frío acero invadía su
cuerpo, recorrió a sus muchos años de Yoroikumi-Uchi y volviéndose
rápidamente con un poderoso movimiento envolvente, con sus piernas derribó a
su sorprendido adversario para después, con veloz movimiento de su corta
espada, terminar la técnica abriendo el cuello a su enemigo. Jingaro cubierto de
sangre y mortalmente herido, enfrentó al líder de los bandidos Monjiro, el cual
expresó: "Has llegado al final del camino, anciano guerrero". Luego montando su
caballo cargó contra el anciano, el cual lo esperaba con su ensangrentada
Kusarigama. Monjiro a medida que se acercaba blandía furiosamente su espada,
pero Jingaro presintiendo el ataque, saltaba en el último instante, evitando así
los terrible golpes; el caballo volví una y otra vez, pero el anciano, el cual
llegando casi al límite de sus fuerzas, dobló sus rodillas en el suelo esperando el
último y decisivo ataque.

Al verlo arrodillado el bandido se acercó y levantando su espada se aprontó a


descargar el último y mortal golpe. Jingaro decidido a salvar su familia y su
honor de Samurai, reuniendo sus últimas energías se levantó lentamente del
suelo mientras escuchaba el galope del caballo que se acercaba y en el momento
apropiado evitó el ataque de la espada del bandido; luego con su cadena alcanzó
el brazo del atacante derribándole del corcel y finalmente con un golpe con la
empuñadura de madera de su arma eliminó al último de sus enemigos.

Jingaro permaneció parado por breves instantes saboreando su más importante


triunfo en su larga y brillante carrera de guerrero. Su hijo, nuera y nietos que se
habían liberado de sus ataduras, lo alcanzaron en el preciso instante que se
desplomaba al suelo. Jingaro trató de ver el cielo pero solamente vio tinieblas;
los nietos lloraban desconsoladamente, pero el anciano sonriendo, expresó:
"Niños, por favor, recuerden lo que les he dicho, deben de tratar de ver más allá
de sus ojos, cierren los ojos y escuchen mi corazón".

Entonces, Jingaro, ese anciano guerrero que había perdido la vista desde hacía
más de 20 años, cerró sus ojos por última vez.

Cambio de mente

La figura vestida de negro trepó gradualmente por encima del muro que rodeaba
el jardín tranquilo y se dejó caer sin ruido al suelo. Apretó la espalda contra el
muro ensombrado y se quedó inmóvil mientras esperaba que sus ojos se
acostumbraran a la oscuridad. Miró al cielo y dio las gracias a los dioses por
haber mandado unas nubes negras para cubrir a la luna.

Mientras su ojos no pudiesen ayudarle, forzó a sus oídos para detectar


cualquier sonido de peligro y olfateo el aire para los olores humanos. Satisfecho
que los guardias no le habían visto ni oído, se desplazo cuidadosamente a lo
largo de la pared, sus sandalias forradas amortiguaron el sonido de sus pasos.
Se agarró con una mano a la espada corta, colgada de su espalda, para prevenir
que chocara contra las piedras salientes.

A la medida que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, pudo detectar


la silueta de la construcción de madera y tejas de barro que era el palacio del
señor de la guerra Nakamura. Había entrado al jardín en su punto más próximo
a la casa, pero todavía le faltaba una gran distancia para llegar al lecho del
señor Nakamura.

Acercarse a la casa no sería fácil. Aunque estaba escondido en la


oscuridad, él sabía que había un estanque grande, salpicado de islitas pequeñas,
que debía ser cruzado. El puente estrecho estaría guardado y sería un obstáculo
formidable. Y aunque habría árboles alrededor de la ruta que tomara que
pudieran seguirle para esconderse, estaría en campo abierto durante la mayor
parte de la distancia y podría ser visto si la luna saliera de las nubes.

Escucho los sonidos de los grillos y respiró profundamente el olor dulce de


los crisantemos en flor mientras sacaba el alambre delgado y largo del fajín
alrededor de su cintura. Mataría esta noche. Mataría más que una vez en este
escenario que parecía más apropiado para la contemplación de la vida y la
belleza. Se envolvió las extremidades del alambre alrededor de los guantes que
cubrían sus manos, se agachó muy bajo y empezó a moverse hacia el palacio.

El señor Nakamura deslizó el panel de la pared de su lecho y miró hacía el


jardín oscuro. Ël, también escucho a los grillos y respiró el mismo perfume
fuerte de los crisantemos, pero estaba demasiado absorbido con sus propios
pensamientos para ser afectado por el sonido y olor agradable.

Se vistió un kimono sencillo blanco que colgó sueltamente sobre su figura


macilenta. Su pelo, tan oscuro como la noche, estaba desatado y llegó pasado
sus hombros. Sus ojos eran fríos, sus labios delgados y crueles. Su cara era el
espejo de sus muchos años como un señor de la guerra. No se reflejaba allí
ningún signo de piedad ni compasión.

“Está allí fuera, ¿verdad?” – dijo como si fuera pensando el voz alta.

“Me está mirando en este mismo momento.”

Su samurai más confiado se acercó hacia su señor, manteniéndose cerca


de la pared para no ser visto por alguien desde el jardín.

“Es la hora que acordamos, “ –susurró. “Él ha sido bien pagado. Estoy
seguro que está allí ya.”

Nakamura cerró el panel y entró de nuevo en la habitación.

“¿No hay ninguna posibilidad que los guardias sepan que viene?, no le
deben parar antes de alcanzar esta habitación.”

“Solamente usted y yo sabemos del arreglo, “ – le aseguró el samurai.


“Los guardias fuera de su habitación han sido informados que usted había tenido
una visión de la muerte y que deben estar aún más alertas. Dentro de poco les
llamaré aquí dentro de su habitación y les ordenaré a quedarse conmigo a su
lado a lo largo de la noche. También ordenaré que uno de ellos ocupe su cama.
No dejaremos nada a la suerte. En lo referido a los guardias del jardín, no les
han dicho nada.”

Nakamura indicó su entendimiento con la cabeza mientras se sentaba


enfrente del taburete pequeño de vestir cerca de su cama.

“Me ha servido usted bien.” –dijo sin mirar hacia arriba. “Ahora dígame,
¿quién es este ninja que usted ha alquilado para matarme?”.

“Su nombre es Tahishi” –dijo el samurai. “Es de Iga y ha hecho muchas


hazañas notables. Era él quien penetró el Kogushu del Palacio Imperial y trajo
noticias de los planes del Regente Nobunaga por medio de escuchar inadvertido
la reunión que mantuvo con sus señores de la guerra.

“Ha matado muchas veces y ha servido a muchos señores de la guerra.


Hasta el propio Nobunaga le ha empleado.“

“Entonces ha elegido usted bien al hombre correcto,” –dijo Nakamura. “Es


bueno que Nobunaga le reconozca cuando enseñemos su cuerpo y los samurais
que ha matado en su intento de asesinato. Nobunaga nunca creería que tan
meritorio ninja era parte de un complot diseñado por mi. Tal evidencia le
convencerá al Regente que tengo peticiones justas contra el señor Nagamasa.
Creerá que Nagamasa mandó a Tahishi a matarme y no se interpondrá en mi
camino cuando busque la venganza. Dentro de poco controlaré las tierras y
riquezas de Nagamasa y estaré el segundo a Nobunaga en el poder. Y tal vez,
algún día, mi poder podría exceder al del Regente.

“Solamente siento tristeza,” –añadió Nakamura sarcásticamente, “porque


no podré premiar a este meritorio ninja por el gran servicio que me hace al
intentar asesinarme.”

Tahishi alcanzó el primer guardia antes que pudiera dar la alarma. La gaza
de alambre fina se pasaba por encima de su cabeza y, tirando fuertemente
alrededor del cuello, atravesó fácilmente su carne y casi cegó la cabeza del
tronco. Una mirada de sorpresa se congeló en la cara del guerrero mientras el
ninja le bajó lenta y sigilosamente al suelo. La tranquilidad el hermoso jardín
apenas había sido perturbado.

Tahishi retiró el alambre y lo puso alrededor de su cintura debajo de su obi


(fajín). No prestó ninguna atención al samurai joven y muerto, cuya sangre filtró
de la herida fina y empapó la tierra. Esta muerte ya era del pasado. Nunca más
debería ser considerado. Ahora él debía ocuparse solamente del próximo
obstáculo.

El segundo guardia estaba más alerta. Estaba situado cerca del puente que
cruzaba el estanque, su cabeza moviéndose lentamente de un lado para otro a
la medida que escudriñaba el jardín, su mano derecha posaba encima de la
empuñadura de su espada larga. Era un hombre grande con hombros fuertes y
anchos. Será un oponente formidable, pensó Tahishi, uno que a lo mejor no
podría vencer en un combate libre. La astucia, no la fuerza, sería necesaria para
conquistar a este hombre.

Escondiéndose detrás de los cipreses, Tahishi podía acercarse hasta unos


diez metros del guardia. El estanque prevenía que el ninja pudiera rodearle. Y no
podía acercarse de frente sin ser visto. Habrá que desviar su atención y luego
cruzar estos últimos diez metros antes de que pueda recuperarse el samurai.

Rápida y silenciosamente el ninja se desnudó. Eligió de su arsenal dos


shaken y una navaja afilada, que colocó en sus dientes. Se preparó contra el
árbol que le escondía, apuntó cuidadosamente y envió el primer shaken silbando
hasta el poste del puente, cerca de la cabeza del samurai. Asustado, el guardia
giró hacia la dirección del ruido, presentando así la parte trasera de su cabeza a
Tahishi.

Un instante después, el segundo shaken salió de la mano del ninja... y


logró su objetivo, el área blanda del cuello a la base del cráneo del samurai.

Tahishi empezó a correr al momento que la estrella puntiaguda estaba en


el aire. El ninja sabía que los shaken no mataban. El choque inicial pasará
rápidamente y el samurai podría recuperarse suficientemente para pedir socorro.
Debe ser detenido silenciosamente y de prisa. El grito no debe salir de su
garganta.

Tahishi se dirigió rápidamente a través del claro y saltó encima de la


espada samurai, una mano cercando su cabeza para tapar la boca, mientras la
otra mano llevo la navaja afilada al cuello. El cuerpo del samuirai se estremeció
violentamente a la medida que su vida surgió de la herida. Sus brazos se
sacudieron frenéticamente mientras intentó librase del ogro invisible de su
espalda, pero Tahishi aguantó con toda su energía, manteniendo tapada la boca
del samurai mientras su fuerza disminuía para que el único ruido que escapara
de su cuerpo fuera el gorgoteo grave y suave de la muerte.

Tahishi se cayó agotado al lado del cuerpo de su segunda víctima. Sintió


unas dolencias agudas en su pecho y hombros y se dio cuenta que también tenía
heridas. El shaken clavado en el cuello del samurai había hecho unos cortes
profundos en su cuerpo durante la lucha.

Bañó sus heridas en el agua fresca del estanque y aplicó unas hierbas
curativas que llevaba consigo antes de vestirse. Ahora deseaba que su misión
hubiera terminado. Le hubiera gustado dejarlo ya, pero había hecho su
juramento y le habían pagado bien.

Cruzando el puente, Tahishi atravesó la distancia hasta el palacio muy


velozmente y sin interferencias. El lecho de Nakamura era fácil de localizar. Le
había informado con exactitud el samurai le pagó pos sus servicios.
Se arrastró cerca de la delgado pared y se tumbó postrado durante mucho
rato, escuchando con sus oídos entrenados para los ruidos que emanaban de la
habitación. Cuando niño, había pasado muchos meses retirado en los bosques y
había desarrollado un sentido tan agudo de audiencia que podía escuchar con
facilidad el ruido de una hoja cayéndose o de un pequeño insecto gateando
sobre una hoja de hierva.

Mientras escuchaba, oyó la respiración rápida que alguien a la izquierda de


la entrada del jardín al lecho. Era demasiado acelerada para ser alguien que
dormía. De la derecha oyó el ruido del cambio de postura. Había más de una
persona en la habitación. Había otros ruidos, más tenues, desde otras partes del
lecho. Eran tres, cuatro, no, cinco personas en la habitación. Todas despiertas.
Todas alertas. Todas esperándoles. Era una trampa.

El número de oponentes nunca le había importado a Tahishi. Se había


enfrentado y vencido a mayores ventajas en sus comisiones en el pasado. Pero
había estado preparado en aquellas ocasiones. Esta situación nueva le cogió
totalmente por sorpresa. No había esperado la traición. Y ahora su mente corría
para encontrar la forma de completar su misión con éxito y vivir.

Estarán descalzos, se dijo a sí mismo, para moverse silenciosamente. Y si


hay alguien ocupando la cama en la habitación, no será Nakamura. No se
arriesgaría tanto, aún con cuatro hombres para protegerle. Por supuesto
Nakamura estaría allí para atestiguar mi muerte, pero buscará su refugio en el
rincón de la habitación más alejado de la entrada y la cama, y tendrá, muy
probablemente, su samurai más fiel a su lado para defenderle en el supuesto
que algo falle en su plan.

Entonces serán tres los que habrá que considerar: uno en la cama y uno a
cada lado de la entrada al jardín. El de la cama se quedará allí para llamarme la
atención cuando entre en la habitación. Entonces el ataque vendrá desde los dos
de la puerta. Tendré que eliminarles primero. Luego tendré que deshacerme del
de la cama antes que pueda ponerse de pie. El samurai que custodia al
Nakamura será el próximo y por último eliminaré al gran Señor.

Desde la gran bolsa de tela que colgaba de su hombro, Tahishi retiró diez
idagama, pelotas redondas con muchos puntos afilados, cada uno tratado con un
veneno mortal. Los colocó en un diseño en el suelo delante de la entrada.

Silenciosamente y cuidadosamente, se subió arriba, debajo de los aleros


del techo bajo que cubría el portal. De la chaqueta de su gi, sacó una cerbatana
de junco, corta y delgada, e insertó un dardo venenoso en un extremo.
Colocando la cerbatana en su boca y agarrándola con los dientes, luego sacó su
espada corta de la vaina atada sobre su espalda. Había una cosa más que hacer
antes de entrar en acción. Puso su navaja en la manga derecha para que cayera
en su mano al sacudir su muñeca.

Ahora estaba listo.


Enganchando sus piernas alrededor de una viga de cedro en los aleros,
bajaba hasta que colgaba con su cabeza hacía el suelo y que pudiera alcanzar el
panel de la entrada, 30 cm. por encima de ellos. Asiéndolo con fuerza, dejó
escapar entres sus dientes cerrados, un grito horripilante y arrancó la puerta
abierta.

Se levantó presurosamente mientras los dos samuráis que guardaban la


entrada, se precipitaron al jardín para encontrar al intruso. Lo único que
encontraron fueron las mortalmente envenenadas idagamas que cortaron sus
pies indefensos. Mientras gritaban en su agonía. Tahishi se basculaba hacia
abajo hasta la puerta abierta, colgándose como un mono por su rabo, sus
agudos ojos encontraron la cama y el sorprendido samurai dentro, apoyándose
en su codo. Agarró la cerbatana entres sus dientes, apuntó rápida pero
cuidadosamente y envió un dardo venenoso al ojo abierto del guerrero.

Adentrándose en la sala, con su espada en la mano izquierda, Tahishi rodó


a través del suelo, sacudiendo su muñeca para poder coger el punto de la hoja
de su navaja entre los dos primeros dedos y el pulgar de su mano derecha.

Sus ojos agudos pronto localizaron al señor Nakamura en el rincón más


alejado de la habitación, agachándose tras el samurai restante. El brazo derecho
de Tahishi cortó el aire y su navaja se enardezó de un lado a otro de la
habitación y se hundió en el pecho ancho del guardia.

Terminó la acción en segundos. Cuatro hombres muriéndose o ya muertos,


y Nakamura impotente y a su merced.

Tahishi cruzó la sala velozmente, su espada corta alzada para matar.


Nakamura se apretó al rincón, buscando un refugio que no existía, sus ojos
dilatados por el miedo.

“No puede matarme,” -chilló. “Usted está a mi servicio. Fui yo quien le


pagó. Le ordeno que baje su espada.”

Tahishi sonrió mientras indicó con la cabeza al samurai muerto tumbado a


los pies de Nakamura.

“Su sirviente me pagó bien, y, de acuerdo, estoy a su servicio. Acepto su


cambio demente y no le mataré, tal y como me ha ordenado, para que pueda,
de buena fe, retener sus honorarios por mis servicios.“

“Sin embargo.” –continuó Tahishi mientras bajó la espada encima de la


cabeza y defensa del señor de la guerra, “también el señor Nagamasa me ha
pagado bien, y sus ordenes son que usted debe morir.“
La advertencia

El samurai alto entró en el pequeño pueblo, al este de Kyoto, en la isla


de Honshu. Su Ayigasa, un sombrero de junco revestido de seda, que llevaba
caído tapando su frente, proyectaba una sombra sobre sus ojos y la mayor parte
de su cara. Su ropa de caza de color claro estaba muy contrastado con el lustre
de la vaina de laca negra de la espada que portaba en su costado izquierdo.

Se movía silenciosamente, cautelosamente, pero sus zancadas eran


seguras; su aspecto soberbio. Sus ojos viajaban levemente sobre las diminutas
cabañas que bordeaban la tranquila calle. Los aldeanos no se dejaban ver por
ninguna parte, aunque el sentía unos ojos siguiéndoles mientras pasaba por
delante de las casas. Se habían refugiado del sol, pero hubieran entrado dentro
aún en día nublado para evitar el contacto con este guerrero misterioso.

El samurai estaba satisfecho. No quería encontrar a nadie que pudiera


retrasar su búsqueda del artista Hirata . Las ordenes de su Señor, uno de los
más fiados Daimyo del Regente Hideyoshi, eran explicitas: debe encontrar
pronto a Hirata y convencerle, por cualquier medio que creyera conveniente, que
tenía que entregar a su hermosa hija, Okane, al palacio de Edo. Ella será un
gran regalo para el poderoso Hideyoshi y traerá mucho honor y favor a su
Señor. Le avisaron al samurai que no le permitirían el privilegio de una muerte
honorable si fallaba. En vez, lo desterrarían a Corea, donde se uniría al ejecito
de Hideyoshi en su intento inútil de conquistar aquella península misteriosa.
Serviría como el más humilde de los soldados y seguramente sufriría una muerte
ignominiosa.

No le preocupaba su destino al samurai, porque estaba seguro que no


fallaría. Los aldeanos tenían miedo y estaban desarmado. Hirata era un hombre
viejo. No tendrá ningún problema en cumplir su misión con éxito.

Sin embargo, le habían advertido que no debería tomar ligeramente a


Hirata. Era un ninja, un miembro del clan que había hostigado las fuerzas de
Hideyoshi mientras viajaban desde Edo a Kyoto antes de que fueran aplastados
por el gran poderío del Regente imperante. Se rumoreaba que él había causado
muchas muertes de modos horribles y taimados, y solamente le permitían vivir
porque Hideyoshi no estaba deseoso de continuar esta guerra derrochadora
contra estos campesinos aterradores en un momento cuando estaba tan
involucrado con otras campañas más importantes. Volvería a ellos más tarde,
cuando sus guerreros retornaran desde Corea, y les exterminaría. Mientras
tanto, había una paz.... una paz de odio y desconfianza.

Una sonrisa atravesó la cara del samurai mientras recordaba su encuentro


con un comerciante que conocía a Hirata. Sucedió en unas 50 millas de la aldea.
Ël había compartido una botella de sake con el comerciante gordo y jovial, que
se sentía relajado por la conversación, cortes y sin importancia, y suavizado por
al vino. Era en aquel momento que el samurai sacó el tema de Hirata. ¿Le
conocía el comerciante? ¿Sabía donde vivía? ¿Conocía sus costumbres? ¿Sabía
de los poderes que poseía?. El comerciante contestó si a todas las preguntas.
“No quiero saber porque busca usted a Hirata,” –dijo el comerciante.
“temo que el conocerlo será peligroso. Tan peligros como puede ser Hirata. No
se deja engañar por su edad y comportamiento quieto. Hirata es un hombre
tortuoso, como todos los ninjas son hombres tortuosos. A dominado el uso de
los venenos, por esto no debe usted aceptar nada de la comida o bebida que le
ofrezca. Y no deje que le toque a usted. Han dicho que esconde sus manos unas
agujas revestidas de veneno de una potencia mortal. Aunque es usted joven, y
fuerte, resultará ser un oponente digno, si le busca como oponente.

“Vive al final de la aldea, en una casa situada encima de un otero


flanqueado por un riachuelo pequeño. Vive con su hija, Okane, la flor más bella
que ha crecido en Honsh, que le sirve y la honra como si fuera un Señor
poderoso. Vive en paz ahora, trabajando en su arte desde el amanecer hasta el
anochecer. Pero no se equivoque por esta serenidad. Es peligroso. Es tortuoso. “

El samurai estaba satisfecho con la información que recibía del


comerciante borracho, y ahora, mientras se acercaba a la casitas pequeña
encima del otero, tenía confianza en que su misión le saldría bien.

El samurai tuvo que agachar la cabeza para ver a través de la puerta


abierta de la casa de Hirata. Debido al deslumbramiento cegador del sol del
mediodía, sus ojos tardaron unos momentos en acostumbrarse a la habitación
sombría. Estaba amueblada sencillamente... casi estéril. Unos pocos tatamis en
el suelo, un juego de té de diseño simple sobre una mesa baja en medio de la
sala, un hornillo y utensilios de cocinar en el rincón distante. Una lámpara
colgaba del techo, pero ofrecía poca iluminación. La mayoría de la pared opuesta
estaba abierta para revela r un pequeño jardín, bien cuidado, de rocas y árboles.
En el centro de la abertura, destacado contra la luz, una figura se sentaba con
las piernas cruzadas frente a una mesa baja. Estaba pintando, observo el
samurai, con pincel y tinta, y estaba tan absorbido en su trabajo que no se
percató, o no parecía percatarse, en la figura alta en el portal.

“Busco un hombre llamado Hirata.” –La voz del samurai resonaba con
autoridad.

Lentamente sew enderezaba la figura de la mesa y, sin volverse, contestó.

“Soy Hirata. ¿Cómo puedo servirle a usted?”.

El samurai entró en la habitación, echando sus hombros hacia atrás y


apareciendo aún más masivo que era en realidad. Se acerco a Hirata con pasos
firmes. Impresionaría al artista con su poder inmediatamente. Estaba seguro
que no habría problemas.

“Soy de Mito, y traigo una oferta que honrará a su casa “.

Hirata se levantó lentamente y se volvió. Era delgado y más alto que


parecía cuando estaba sentado. Se vistió una Hakama por encima de su sencillo
kimono blanco. Su pelo era abundante y largo, tocado de gris. Una pequeña
barba escasamente cubría su barbilla. Le asombraba al samurai que la cara del
artista no tenía arrugas, que sus ojos eran claros y llenos de vigor. Pero más le
impresionaba las manos de Hirata. No parecían encajar con su cuerpo eran
grandes y fuertes... las manos de un hombre de gran fuerza... de un guerrero.

“Ya me ha honrado por haber entrado en mi humilde casa.” -dijo Hirata


mientras se inclinaba ligeramente apretando sus manos entre si.

El samurai no devolvió la reverencia. Establecería de inmediato quien era


el superior, aunque significaba insultar a su anfitrión. Hirata no parecía notarlo o
simplemente ignoró la grosería.

“Le ofrezco algo de té. O tal vez prefiere sake.” –dijo indicando hacía la
mesa en medio de la habitación.

El samurai declinó. Se pone en marcha rápidamente, pensó.

“Estoy ansioso para volver a Mito con su regalo para mi Señor, Hideyoshi.”
–dijo el samurai mientras empujó el sombrero hacía atrás hasta que colgaba
encima de su espalda por la cuerda que lo había sujetado debajo de su barbilla.
Hirata le miraba a la cara con calma. Era una cara cruel y ruda; una nariz ancha
separaba a unos ojos profundos y malvados. La barbilla era cuadrada y firme, y
una sombra azul escasamente escondía unas mejillas destrozadas por la sífilis.
Este es un hombre que ha matado a muchos sin remordimiento, pensó Hirata. Y
con la más mínima provocación, mataría de nuevo.

“Me siento adulado que cree que tengo algo digno de ser un regalo para el
gran Hideyoshi.” –dijo Hirata humildemente. “Pero como puede ver, esta es una
casa simple. Tengo posesiones simples y mi arte es de mediocre calidad, más
apta para quemar que para un obsequio.”

El samurai miró a Hirata fríamente. Es un hombre sagaz. No se como se ha


enterado, pero sabe porque estoy. Aquí ahora veremos si es tan valiente como
sagaz.

El samurai sacó su espada y la colocó contra la mejilla del artista. Con la


presión más tenue, hizo un corte pequeño. Hirata se quedó inmóvil y silencioso
mientras la sangre escurría por su barbilla y goteaba encima de su kimono
blanco.

“No quiero su arte cruda ni sus posesiones simples.” -gruñía el samurai.


“El regalo por el que he venido es su hija. ¡Traédmela enseguida!.

Hirata miró fijamente, sin emoción aparente, al samurai, pero a la medida


que éste elevo la espada, golpeaba sus manos dos veces, y una chica joven
entró desde el jardín. Era la muchacha más hermosa que había visto nunca el
samurai, una figura pequeña y delicada, escasamente de 13 años, con una piel
que era casi transparente, unas facciones perfectas, un tipo apuesto. De verás
ella era un premio digno para cualquier rey. Su Señor estaría contento y le
recompensaría generosamente.
“Actúa con sabiduría, no con honor ni con valentía.” –dijo el samurai con
desprecio. “Le pago por su obsequio con su vida. Ven, Okane, la llevo a una vida
muchísimo mejor. Una vida de servicio para nuestro Señor Hideyoshi.”

Con su espada todavía desvainada, el samurai cogió la mano de la


asustada Okane, la llevó hasta la puerta. Ella no ofreció ninguna resistencia ni
miraba a su padre, que no se había movido ni profería ninguna palabra. En la
puerta, el samurai volvió hacía Hirata.

“Ahora sería un buen momento para que usted disfrute de algo de su té y


sake.” Enfundó su espada y anduvo triunfalmente a lo largo de la calle de la
aldea con Okane corriendo par ir a su paso.

La taberna estaba casi desierta cuando entraron el samurai con Okane.


Inspeccionaba la sala grande desde la puerta, una precaución que se había
convertido en costumbre en todas sus misiones. Estaba agotado por la constante
vigilancia que tuvo que mantener desde su salida de la casa de Hirata y quería
nada más que una buena comida, algo para beber y un poco de reposo. Estaba
contento de ver al comerciante que había encontrado en su visita anterior
consumiendo un manjar de arroz y pescado cocido en el distante rincón. Sus
ojos se encontraron y el comerciante sonrió e indico que el samurai se uniera a
él.

El samurai se sentó fatigosamente encima del delgado tatami que estaba


extendido delante de la mesa y trago con ganas la copa de sake que le ofreció
en comerciante. Okane se sentaba resentidamente a su lado, sus ojos mirando
hacia abajo e hinchados con lágrimas sin derramar.

“Le doy las gracias por su hospitalidad y los consejos valiosos que
me dio cuando nos encontramos la primera vez. Brindo por su salud y su
futuro,” – dijo el samurai, y apuró una segunda copa de sake.

Ahora que estaba sentado sintió el cansancio recorrer su cuerpo. Se sentía


mareado, como si hubiera bebido demasiado. Pero entonces sus brazos parecían
de plomo, sus piernas palpitaban y un dolor punzante corría a través de su
pecho. El comerciante sonreía y estaba hablando, pero tuvo que concentrarse
mucho para oír lo que decía.

“Hirata le da las gracias por su regalo de la vida. Para pagarle ahora le quitará
la carga de su hija indigna de sus cansados hombros. El siente que le
pareciera bien rechazar su hospitalidad durante su visita su casa. Sabe que
era un descuido de su parte y ha mandado su sake favorito para aliviarle y
calentarle.”
El comerciante se levantó y, cogiendo a Okane por la mano, anduvo
lentamente hacía la puerta. El samurai quedó sentado, paralizado, sin poder
pararle.
“Le advertí.” –dijo el comerciante mientras salía por la puerta.
“Hirata es un hombre tortuoso. Todos los ninjas somos hombres tortuosos”.
El secreto de la vía del sable

Un joven fue un día a acercarse a un Maestro de Kenjutsu para ser un


alumno. El maestro aceptó y dijo: “A partir de hoy, tú irás cada día a cortar
troncos en el bosque y a buscar el agua en el río.” Esto fue lo que el joven hizo.
Después de tres años, se dirigió al Maestro y le dijo: “Yo he venido para
aprender la esgrima y hasta ahora ni siquiera pasé la puerta del Dojo...”.

“Muy bien, -le dijo el Gran Maestro-, pues hoy tú entrarás.” Sígueme. Y
desde este momento, tú haces toda la marcha alrededor de la sala, pisando
cuidadosamente el borde del tatami pero sin traspasarle jamás...

El discípulo practicó el ejercicio durante un año, al fin del cual él se


encolerizó hasta tal punto que se dirigió al Maestro y grito: “Me voy, no he
aprendido nada del arte que vine a aprender, me voy...”

“No, -le dijo el Maestro- hoy voy a continuar enseñándote. Ven conmigo...”

El Maestro llevó al joven frente a una montaña, seguidamente al borde de


un precipicio enorme. Un tronco de árbol estaba haciendo de puente sobre el
vacío...

“Pues bien, pasa para el otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo, que
estaba lleno de terror.

Mirando al abismo, lleno de miedo y de vértigo, el joven estaba paralizado.


En ese momento llega un ciego, que tanteando con su caña, sin rechistar, se
mete sobre el frágil pasaje y pasa tranquilamente.

No fue preciso más para que el joven perdiera el miedo y a su vez pasará
rápidamente al otro lado.

Su maestro le grita: “Tú dominaste el secreto de la esgrima: abandonar el


ego, no temer a la muerte, ser indiferente a las circunstancias adversas.
Cortando troncos, desarrollaste la musculatura, marchando con atención al
borde del tatami perfeccionaste tu equilibrio, y mira, hoy tú comprendiste el
secreto de la “Vía”, creo que serás entre todos el más fuerte...

El moscardón y el maestro

El calor del verano era sofocante y el sudor corría por la frente del
samurai. En el engawa del dojo unas pequeñas campanillas furin pendían de la
entrada. Ni siquiera una ligera brisa les arrancaba el mas mínimo sonido.

El hombre descalzó sus zoris y subió al entarimado de madera de la


entrada, saludo con una reverencia al primogénito del maestro de kenjutsu a
cuya lección del día pretendía asistir.
La fama de este maestro era conocida en varias provincias aunque se decía
que la edad y la enfermedad estaban minando lentamente la salud del anciano.
Pronto su hijo heredaría la escuela y enseñaría en su lugar.

El samurai, afiliado a un clan y experto también en el manejo de la katana


y en las técnicas de combate de su propio ryu, tenia permiso expreso de su
señor para recorrer el país como lo hacían otros muchos samurais y ronin en
estos tiempos de relativa paz después que los Tokugawa asumieran la dirección
del país.

Los alumnos se sentaban en seiza, alineados a lo largo de la pared, en


actitud concentrada y respetuosa, esperando la entrada del maestro. El samurai
fue conducido por el primogénito hasta el lugar de honor y ambos tomaron
asiento, plegando con cuidado sus hakamas. Casi enseguida sus semblantes se
volvieron inexpresivos, mirando al frente y entrando en un estado de meditación
y recogimiento.

En el silencio del lugar se oía como un trueno, por encima del lejano rumor
de las semi eternamente presentes en el verano, el zumbido de un moscardón
que vagaba de un lado a otro, posándose donde se le antojaba.

Un instante después el anciano maestro hizo su entrada deslizando muy


suavemente sus pies sobre la pulida madera. Después de los saludos rituales, su
figura erguida en el centro de la sala era la imagen perfecta del guerrero a punto
de comenzar un combate, ese estado de calma, de vacío, de presencia en el
instante y a la vez distancia y desapego, característico de los practicantes
formados en la Vía.

El maestro desenvaino su katana y en un solo movimiento, continuo, sin


interrupciones ni cambios de ritmo perceptibles, trazo dos tajos perfectos en el
aire que habrían sido suficientes para terminar con la vida de un enemigo
imaginario. La kata continuo.

El silbido producido por la hoja de la espada, similar al de un junco agitado


en el aire, pero infinitamente mortal en su sencillez. El tenue deslizar de los pies.
el ruido seco de las ropas. Eran los únicos sonidos que se escuchaban. Pero no,
también estaba el del dichoso moscardón que había tomado obcecado interés en
el maestro y estaba posándose en una de sus manos, justo en uno de los
momentos de mayor tensión interior...

El maestro, impasible, continuo la kata, aparentemente ajeno a la tozudez


del insecto. Pero al finalizar uno de los giros, cambio el movimiento y lanzo un
tajo hacia la pequeña figura negra que escapo milagrosamente.

El samurai tomo nota del hecho, la hoja había pasado muy cerca pero si la
intención era lucirse cortando en el aire al moscardón, el maestro había fallado
en su intento.
Cuando al fin el maestro desapareció por una puerta situada al final de la
sala, los alumnos levantaron sus frentes del suelo y salieron en silencio,
preparándose para una sesión de entrenamiento.

El samurai se acerco al hijo del maestro y comento en voz baja:

- Es una lastima que el maestro se haga anciano y pierda el pulso que le


ha hecho legendario en todo Japón.

- ¿Por que lo dices? - contesto el primogénito.

- Porque al lanzar ese tajo al moscardón no ha conseguido alcanzarle,


quizás por milímetros, pero se le ha escapado.

El otro hombre sonrió.

- Cierto, ha escapado vivo. Pero no te equivoques... ya no podrá tener


descendencia....

Historia de Miau.

Un samurai, feroz guerrero, pescaba apacilemente a la orilla de un río. Pescó


un pez y se disponía a cocinarlo cuando el gato, oculto bajo una mata, dio un
salto y le robó su presa. Al darse cuenta, el samurai se enfureció, sacó su sable
y de un golpe partió el gato en dos. Este guerrero era un budista ferviente y el
remordimiento de haber matado a un ser vivo no le dejaba luego vivir en paz.

Al entrar en casa, el susurro del viento en los árboles murmuraba miau.

Las personas con la que se cruzaba parecían decirle miau.

La mirada de los niños reflejaba maullidos.

Cuando se acercaba, sus amigos maullaban sin cesar.

Todos los lugares y las circunstancias proferían miaus lacinantes.

De noche no soñaba más que miaus.

De día, cada sonido, pensamiento o acto de su vida se transformaba en miau.

El mismo se había convertido en un maullido...

Su estado no hacía más que empeorar. La obsesión le perseguía, le torturaba


sin tregua ni descanso. No pudiendo acabar con los maullidos, fue al temploa
pedir consejo a un viejo maestro Zen.

-Por favor, te lo suplico, ayúdame, libérame.


El Maestro le respondió:

-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por
ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el
haraquiri. Aquí y ahora. -Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de
ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para
abreviar tus sufrimientos.

El samurai accedió y, a pesar de su miedo a la muerte, se preparó para la


ceremonia. Cuando todo estuvo dispuesto, se sentó sobre sus rodillas, tomó su
puñal con ambas manos y lo orientó hacia el vientre. Detrás de él, de pie, el
Maestro blandía su sable.

-Ha llegado el momento -le dijo-, empieza.

Lentamente, el samurai apoyó la punta del cuchillo sobre su abdomen.


Entonces, el maestro le preguntó:

-¿Oyes ahora los maullidos?

-Oh, no, ¡Ahora no!

-Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.

En realidad, todos somos muy parecidos a ese samurai. Ansiosos y


atormentados, miedosos y quejicas, la menor cosa nos espanta. Los problemas
que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al
miau de la historia.

Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?

La reunión de Artes Marciales de los Gatos

Hace 200 años, en Japón, antes de la Restauración Meiji, existió un maestro de


Kendo llamado Shoken, su hogar estaba invadido por una inmensa rata. Esta es
una historia inusual de gatos y ratas.

Cada noche la rata grande llegaba a la casa de Shoken y lo mantenía despierto.


Tenía que dormir durante el día. Consultó a un amigo que se dedicaba a criar
gatos, algo así como un entrenador de gatos. Shoken le dijo, "Préstame tu mejor
gato".

El entrenador le prestó un gato de callejón, extremadamente rápido y un muy


ávido cazador de ratas, con garras firmes y músculos de gran fuerza. Pero
cuando se enfrentó cara a cara con la rata en la habitación, la rata no cedió
terreno y el gato tuvo que darse la vuelta y correr. Había algo decididamente
especial con aquella rata.
Shoken consiguió entonces un segundo gato, uno de color jengibre, con un ki
increíble y una personalidad agresiva. Este segundo gato no cedió terreno, de
esta manera el gato y la rata lucharon; pero la rata lo superó y el gato tuvo que
realizar una presurosa retirada.

Buscó un tercer gato, uno de color blanco y negro, lo enfrentó a la rata pero no
corrió mejor suerte que los dos anteriores.

Shoken consiguió un gato más, el cuarto; era negro, viejo y no estúpido, pero
no era tan fuerte como el gato de callejón o el gato color jengibre. Entró al
cuarto, la rata lo miró un poco y avanzó. El gato negro se sentó, imperturbable,
y se mantuvo completamente inmóvil. Un titubeo cruzó la mente de la rata. Se
acercó cautamente poco a poco; estaba sólo un poquito asustado.
Repentinamente el gato la agarró por el cuello, la mató y se la llevó arrastrando.

Posteriormente Shoken fue a ver a su amigo entrenador de gatos y le dijo,


"Cuantas veces he perseguido a esa rata con mi espada de madera, pero en vez
de golpearla me rasguñaba; como pudo tu gato negro deshacerse de ella?"

El amigo le dijo, "Lo que deberíamos hacer es citar a una reunión y preguntarle
directamente a los gatos. Tu eres un maestro de Kendo, tú haz las preguntas;
estoy bastante seguro de que todos entienden sobre artes marciales".

Así que hubo una reunión de gatos, era presidida por el gato negro que era el
más viejo de todos. El gato de callejón tomó la palabra y dijo, "Soy muy fuerte".

El gato negro preguntó, "Entonces por qué no la venciste?"

El gato de callejón respondió, "Créanme, soy muy fuerte; sé cientos de


diferentes técnicas para atrapar ratas. Mis garras son fuertes y mis músculos me
dan un largo alcance. Pero esa rata no era una rata común y corriente".

El gato negro dijo entonces, "Entonces tu fuerza y tus técnicas no se


compararon con las de aquella rata. Tendrás mucho músculo y muchas waza,
pero la habilidad sola no fue suficiente. De ninguna manera!"

El gato jengibre habló: "Soy enormemente fuerte, estoy constantemente


ejercitando mi ki y mi respiración a través de zazen. Me alimento de vegetales y
sopa de arroz, por ello tengo tanta energía. Pero me fue imposible vencer a la
rata. Por qué?

El gato negro respondió, "Tu actividad y energía son grandes, es cierto, pero la
rata estaba más allá de tu energía; eres más débil que la gran rata. Si estás
fijándote en tu ki, orgulloso de él, se transforma en algo así como grasa. Tu ki
es sólo una explosión transitoria, no puede durar y todo lo que queda es un gato
furioso. Tu ki puede compararse con el agua que fluye de una llave; pero el de la
rata es como un gran geyser. Esa es la razón por la cual la rata fue más fuerte.
Aunque tengas un ki muy fuerte, en realidad es débil pues confías demasiado en
ti mismo."
Le llegó el turno de hablar al gato blanco y negro, quien también había sido
vencido. El no era muy fuerte, pero era inteligente. Tenía satori, había
terminado con waza y utilizaba todo su tiempo practicando zazen. Pero no era
mushotoku (eso es, sin metas ni deseos de victoria), y él también se vio forzado
a correr para sobrevivir.

El gato negro le dijo, "Eres extremadamente inteligente y fuerte también. Pero


no pudiste vencer a la rata pues tenías un objetivo, de tal manera la intuición de
la rata fue más efectiva que la tuya. En el instante que entraste a la habitación
entendió tu actitud y estado mental y fue por eso que no pudiste vencerla. Te
fue imposible armonizar tu fuerza, tu técnica y tu conciencia activa; se quedaron
separadas en vez de unirse en una.

"Mientras que yo, en un instante único, usé todas esas tres facultades
inconscientemente, natural y automáticamente, y de esa manera me fue posible
matar a la rata.

"Pero conozco un gato, en un pueblo no muy lejos de aquí, que es más fuerte
aún que yo. El es muy, muy viejo y sus bigotes son grises. Lo conocí una vez, y
ciertamente no hay nada que indique que es fuerte! Duerme todo el día. Nunca
come carne ni siquiera pescado, sólo genmai (sopa de arroz), aunque a veces
toma unas gotas de sake. Nunca ha atrapado una sola rata pues le tienen un
miedo mortal y se apartan de él como hojas al viento. Se mantienen tan
alejadas que nunca tiene la oportunidad de atrapar ni siquiera una. Un día entró
en una casa completamente infestada de ratas; bueno, todas las ratas
desaparecieron en ese mismo instante y se fueron a vivir en otras casas. Las
podía espantar en sus sueños. Ese gato barbagris es misterioso e impresionante.
Deben ser como él: más allá de las posturas, más allá de la respiración, más allá
de la conciencia."
Para Shoken, el maestro de kendo, esta fue una gran lección.
En zazen, ya estás más allá de posturas, más allá de la respiración, más allá de
la conciencia.
Los 3 hermanos

Un viejo guerrero Samurai , que en su juventud logró sobrevivir a los embates


de diversas guerras entre señoríos, presintió que sus días en este plano de vida
se terminarían , y decidió dar lo poco que tenía a sus tres únicos hijos , los
cuales también eran samurais , pero de un nivel de pelea muy básico.

Como él presentía que su destino con el TAN TIEN se acercaba decidió que no
sería posible enseñar Kenjutsu por completo a sus tres hijos y esto lo puso muy
triste pues sin duda después de su partida ellos serían presa fácil de otros
guerreros de mayor nivel.

Mientras se preparaba espiritualmente en meditación para su partida , le llegó


una visión y una forma de dar el último legado a sus jóvenes hijos.

Mientras hacia un recuento de las posesiones en armas que tenía y al observar


las flechas que había forjado años antes como regalo para sus hijos, (las flechas
tienen una simbología muy particular para los Japonese pues denotan el vehículo
con que se trasladan los deseos y las metas, y su objetivo es no regresar del
lugar donde salieron) así comparó los deseos que dejaría como último legado
para sus tres hijos.

Días mas tarde convocó a los tres para dar sus bendiciones y para heredarles lo
que les correspondiese a cada uno y durante ese momento dijo :
" Se que ustedes seguirán mis pasos como guerreros y se que aún son muy
jóvenes e inmaduros en las artes del sable , no obstante que sus técnicas son
complementarias y que solo les enseñe a atacar y no a defender, les tengo una
herencia mas por darles .

Sepan que en estas flechas esta el secreto para que ustedes puedan ser
invencibles a pesar de que solo saben técnicas de ataque."

Los tres muchachos se quedaron sorprendidos , se miraban entre si , pues no


sabían como tres flechas habrían de hacerlos invencibles. El anciano se sonrió y
les entregó una flecha a cada uno de ellos . los chicos las miraron y quedaron
mas confusos pues las flechas no parecían tener alguna cualidad superior y uno
de ellos dijo:

"Padre gracias por tu regalo y por entregarnos estas flechas , pero dime ¿Cómo
es que esta simple flecha me va hacer invencible?

El anciano le dijo:

"Si decides romper esta flecha con tus propias manos seguramente lo lograras
sin ningún tipo de problema pero si juntas las tres te será parcialmente
imposible romperlas, juntalas de una sola ves e intenta romperlas tan solo con
tus manos."

El chico comprobó que su padre tenía razón pues a pesar de que eran simples
flechas , estaban hechas de maderas duras y al juntar las tres no se podían
romper .

El anciano sonrío de nuevo al ver que ninguno de los tres pudo romper el grupo
de flechas y continúo diciendoles :

"Así como el estilo de estas tres flechas es el de solamente atacar su objetivo ,


el de ustedes es igual, pero pongan atención pues esta es la herencia más
importante que les dejaré. Las flechas son indestructibles si se juntan pero si se
deja una sola cualquiera podrá romperla , estas flechas representan a sus
cualidades y a sus personalidades de combate , de igual manera , para que
ustedes sean invencibles , siempre deberán pelear juntos y atacando de una
manera definitiva y sin titubear , pues el día que decidan pelear solos será el
último: rota una de las flechas las otras son mas fáciles de romper. Esta es la
manera de que los tres sean invencibles a pesar de que solo saben ataques y no
defensas."

Desde entonces ninguno de los tres hermanos se atrevió a pelear solo y desde
ese momento juntos fueron invencibles.

* Este precepto filosofico comprende la necesidad de estar unido para no ser


derrotado.

* "Unidos nos mantendremos a salvo, separados sucumbiremos ".


La taza vacía

Según una vieja leyenda, un famoso guerrero, va de visita a la casa de un


maestro Zen. Al llegar se presenta a éste, contándole de todos los títulos y
aprendizajes que ha obtenido en años de sacrificados y largos estudios.

Después de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para que
le enseñe los secretos del conocimiento Zen.

Por toda respuesta el maestro se limita a invitarlo a sentarse y ofrecerle una


taza de té.

Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro


vierte té en la taza del guerrero, y continúa vertiendo té aún después de que la
taza está llena.
Consternado, el guerrero le advierte al maestro que la taza ya está llena, y que
el té se escurre por la mesa.

El maestro le responde con tranquilidad "Exactamente señor. Usted ya viene con


la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?

Ante la expresión incrédula del guerrero el maestro enfatizó: " A menos que su
taza esté vacía, no podrá aprender nada"

En las manos del destino

Un gran general, llamado Nobunaga, había tomado la decisión de


atacar al enemigo, a pesar de que sus tropas fueran ampliamente inferiores en
número. Él estaba seguro que vencerían, pero sus hombres no lo creían mucho.
En el camino, Nobunaga se detuvo delante de un santuario Shinto. Declaró a sus
guerreros:

-Voy a recogerme y a pedir la ayuda de los kamis. Después lanzaré una


moneda. Si sale cara venceremos, si sale cruz perderemos. Estamos en las
manos del destino.

Después de haberse recogido unos instantes, Nobunaga salió del templo y


arrojó una moneda. Salió cara. La moral de las tropas se inflamó de golpe. Los
guerreros, firmemente convencidos de salir victoriosos combatieron con una
intrepidez tan extraordinaria que ganaron la batalla rápidamente.

Después de la victoria, el ayuda de campo del general le dijo:

-Nadie puede cambiar el destino. Esta victoria inesperada es una nueva


prueba.

-¿Quién sabe? -respondió el general, al mismo tiempo que le enseñaba


una moneda... trucada, que tenía cara en ambos lados.

Persiguiendo dos conejos

Un estudiante de artes marciales se aproximó al Maestro con una pregunta.


"Quisiera mejorar mi conocimiento de las artes marciales. Además de aprender
contigo quisiera aprender con otro maestro para aprender otro estilo. ¿Qué
piensas de esta idea?"

"El cazador que persigue dos conejos", respondió el maestro, "no atrapa
ninguno".
Concentración

Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y jactancioso


campeón retó a un maestro Zen que era reconocido por su destreza como
arquero. El joven demostró una notable técnica cuando le dió al ojo de un lejano
toro en el primer intento, y luego partió esa flecha con el segundo tiro. "Ahí
está", le dijo el viejo, "¡a ver si puedes igualar eso!". Inmutable, el maestro no
desenfundo su arco, pero invitó al joven arquero a que lo siguiera hacia la
montaña. Curioso sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo
alto de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo atravesado por un
frágil y tembloroso tronco. Parado con calma en el medio del inestable y
ciertamente peligroso puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol,
desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo. "Ahora es tu turno", dijo
mientras se paraba graciosamente en tierra firme. Contemplando con terror el
abismo aparentemente sin fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y
menos a hacer el tiro. "Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el maestro,
"pero tienes poca habilidad con la mente que te hace errar el tiro".

El valor de las cosas

Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para
hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y
bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren
más?

El maestro, sin mirarlo, le dijo:

-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi


propio problema. Quizás después...- y haciendo una pausa agregó: - Si quisieras
ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal
vez te pueda ayudar.

-E...encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez era
desvalorizado y sus necesidades postergadas.

-Bien - asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de


la mano izquierda y dándoselo al muchacho, agregó- toma el caballo que está
allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo
que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible,
pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete ya y regresa con esa
moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió.

Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con
algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.

Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban


vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de
explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de
un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un
cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una
moneda de oro, y rechazó la oferta.

Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más


de cien personas- y abatido por su fracaso, monto su caballo y regresó.

Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría
entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y
recibir entonces su consejo y ayuda.

Entró en la habitación.

-Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás


pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda
engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.

-Que importante lo que dijiste, joven amigo -contestó sonriente el maestro-.


Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al
joyero. ¿Quién mejor que él, para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y
pregúntale cuanto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca, no se lo
vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar.

El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y
luego le dijo:

-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que
58 monedas de oro por su anillo.

-58 monedas??!-exclamó el joven.

-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de
70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...

El Joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una
joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un
experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu
verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano


izquierda.

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