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El Increíble Ki
El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de
su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la
partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de
nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para
demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que
esperara un momento y desapareció.
El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro
cuya simple existencia no había podido verificar.
En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba
del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de
bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al
mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5
centímetros del bambú... que saltó en pedazos.
Sexto sentido
Tajima no kami paseabas por su jardín una hermosa tarde de primavera. Parecía
completamente absorto en la contemplación de los cerezos al sol. A algunos
pasos detrás de él, un joven servidor le seguía llevando su sable. Una idea
atravesó el espíritu del joven:
Bokuden, gran Maestro de sable, recibió un día la visita de un colega. Con el fin
de presentar a sus tres hijos a su amigo, y mostrar el nivel que habían
alcanzado siguiendo su enseñanza, Bokuden preparó una pequeña estratagema:
colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante de manera que cayera
sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación.
El Secreto de la Eficacia
Ito Ittosai se dirigió pues a un templo con el fin de descubrir el secreto del arte
del sable. Durante 7 días y 7 noches estuvo consagrado a la meditación.
Al alba del octavo día, exhausto y desalentado por no haber conseguido saber
algo más se resignó a volver a su casa, abandonando toda esperanza de
penetrar el famoso secreto.
Después de salir del templo tomó una carretera rodeada de árboles. Cuando
apenas había dado unos pasos, sintió de pronto una presencia amenazante
detrás de él y sin reflexionar se volvió al mismo tiempo que desenvainaba el
sable.
"El sable es el alma del Samurai", nos dice una de las más antiguas máximas del
Bushidô, la Vía del guerrero. Símbolo de virilidad, lealtad y coraje, el sable es el
arma favorita del Samurai. Pero el sable, en la tradición japonesa, es algo más
que un instrumento terrible, algo más que un símbolo filosófico. Es un arma
mágica. Arma que puede ser benéfica o maléfica, según la personalidad del
forjador y del propietario.
Masamune y Murasama eran dos hábiles armeros que vivieron al comienzo del
siglo XIV. Los dos fabricaban unos sables de gran calidad. Murasama, de
carácter violento, era un personaje taciturno e inquieto. Tenía la siniestra
reputación de fabricar hojas temibles que empujaban a sus propietarios a
entablar combates sangrientos o que, a veces, herían a los que las manipulaban.
Sus armas sedientas de sangre rápidamente tomaron famas de maléficas. Por el
contrario, Masamune era un forjador de una gran serenidad que practicaba el
ritual de la purificación para forjar sus hojas. Aún hoy día son consideradas
como las mejores del país.
Un hombre que quería averiguar la diferencia de calidad que existía entre ambas
formas de fabricación, introdujo un sable de Murasama en la corriente del agua.
Cada hoja que derivaba en la corriente y que tocaba la hoja fue cortada en dos.
A continuación introdujo un sable fabricado por Masamune. Las hojas evitaban el
sable. Ninguna de ellas fue cortada se deslizaban intactas bordeando el filo como
si éstas no quisiera hacerles daño.
No era idiota
Yagyu Tajima no Kami tenía un mono como mascota. Éste asistía a menudo a
los entrenamientos de los discípulos. Siendo por naturaleza extremadamente
imitador, este mono aprendió la manera de coger un sable y de utilizarlo. Se
había convertido en un experto, en su género.
El Ronin dejó de visitar al Maestro desde ese día. Habían pasado varios meses
cuando apareció de nuevo. Volvió a expresar su deseo de combatir con el mono.
El Maestro, adivinando que el Ronin se había entrenado intensamente, presintió
que el mono se negaría a combatir. Por lo tanto no aceptó la petición de su
visitante.
Matajuro Yagyu, hijo de un célebre Maestro del sable, fue renegado por su padre
quien creía que el trabajo de su hijo era demasiado mediocre para poder hacer
de él un Maestro. Matajuro, que a pesar de todo había decidido convertirse en
Maestro de sable, partió hacia el monte Futara para encontrar al célebre Maestro
Banzo. Pero Banzo confirmó el juicio de su padre:
- ¡Usted se burla de mí. Antes eran diez, ahora treinta. Créame, haré
todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor
tiempo posible!
Sin embargo, un día, cuando hacía las faenas de la casa, rumiando sus tristes
pensamientos, Banzo se deslizó detrás de él en silencio y le dio un terrible
bastonazo con el sable de madera (boken). Al día siguiente, cuando Matajuro
preparaba el arroz, el Maestro le atacó de nuevo de una manera completamente
inesperada. A partir de ese día, Matajuro tuvo que defenderse, día y noche,
contra los ataques por sorpresa de Banzo.
El ladrón de conocimiento
Yang Lu Chan nació al comienzo del siglo XIX en el seno de una familia de
campesinos. Desde joven no tenía más que una pasión: el Shuan-Shu, el arte
del puño. Desde su infancia, frecuentó asiduamente las escuelas de artes
marciales de su provincia y muy pronto alcanzó el rango de un experto de gran
reputación. Pero los estilos que había practicado hasta entonces no le
satisfacían. Sabía que desde la destrucción del monasterio de Shaolin, el arte del
puño había lentamente degenerado en un método de combate que daba
demasiada importancia a la técnica y a la fuerza muscular. A pesar de su
búsqueda por todos los rincones de su provincia, Ho Pei, no conseguía encontrar
un Maestro susceptible de enseñarle un arte más profundo que le condujera a la
Vía de la armonía.
Su desesperación llegó a su término cuando oyó hablar del Tai Chi Chuan, arte
que empezaba a ser popular en otra provincia, Honan.
Yang pensaba que después de un viaje tan largo tenía que estudiar con el mejor
Maestro. Hábilmente consiguió interesar en casa de la familia Chen como criado.
De esta manera, cada día se las arreglo para espiar secretamente el
entrenamiento familiar bajo la guía del patriarca. Cuidadosamente disimulado,
observaba atentamente los movimientos, bebía las palabras y los consejos del
Maestro. Después, durante la noche, cuando todo el mundo dormía, se
ejercitaba en hacer lo que había visto durante el día y pulía incansablemente los
encadenamientos de movimientos que había aprendido los días precedentes.
Su espionaje continuó durante varios meses sin despertar sospecha... hasta que
un día fue descubierto. Inmediatamente fue conducido delante del Maestro
Chen. Se esperaba lo peor. En efecto, el anciano parecía muy enfadado. El tono
de su voz dejaba ver una cierta irritación.
Yang permaneció aún varios años en la familia de Chen, integrándose cada vez
más profundamente en el Arte Supremo del Tai Chi. Después de haber recibido
la bendición de su anciano Maestro, Yang volvió a su provincia natal.
El señor Naoshige declaró un día a Shimomura Shoun, uno de sus más viejos
samurais:
- La fuerza y el vigor del joven Katsuchige son admirables para su edad. Cuando
lucha con sus compañeros vence incluso a los mayores que él.
Para Naoshige fue un placer organizar el encuentro que tuvo lugar esa misma
noche en el patio del castillo, en medio de un gran número de samurais. Estos
estaban impacientes por ver lo que le iba a suceder al viejo farsante de Shoun.
Los otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con
los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes.
Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose
correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces
ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
Jingaro, sin perder la calma, murmuró. "Tomen lo que desean y dejad mi familia
en paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos". Dos de los hombres se
acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se
encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en
forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro hirió
mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron
heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó: "Así
que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está demasiado
oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la claridad
necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista.
Prepárate a morir anciano."
Entonces, Jingaro, ese anciano guerrero que había perdido la vista desde hacía
más de 20 años, cerró sus ojos por última vez.
Cambio de mente
La figura vestida de negro trepó gradualmente por encima del muro que rodeaba
el jardín tranquilo y se dejó caer sin ruido al suelo. Apretó la espalda contra el
muro ensombrado y se quedó inmóvil mientras esperaba que sus ojos se
acostumbraran a la oscuridad. Miró al cielo y dio las gracias a los dioses por
haber mandado unas nubes negras para cubrir a la luna.
“Está allí fuera, ¿verdad?” – dijo como si fuera pensando el voz alta.
“Es la hora que acordamos, “ –susurró. “Él ha sido bien pagado. Estoy
seguro que está allí ya.”
“¿No hay ninguna posibilidad que los guardias sepan que viene?, no le
deben parar antes de alcanzar esta habitación.”
“Me ha servido usted bien.” –dijo sin mirar hacia arriba. “Ahora dígame,
¿quién es este ninja que usted ha alquilado para matarme?”.
Tahishi alcanzó el primer guardia antes que pudiera dar la alarma. La gaza
de alambre fina se pasaba por encima de su cabeza y, tirando fuertemente
alrededor del cuello, atravesó fácilmente su carne y casi cegó la cabeza del
tronco. Una mirada de sorpresa se congeló en la cara del guerrero mientras el
ninja le bajó lenta y sigilosamente al suelo. La tranquilidad el hermoso jardín
apenas había sido perturbado.
El segundo guardia estaba más alerta. Estaba situado cerca del puente que
cruzaba el estanque, su cabeza moviéndose lentamente de un lado para otro a
la medida que escudriñaba el jardín, su mano derecha posaba encima de la
empuñadura de su espada larga. Era un hombre grande con hombros fuertes y
anchos. Será un oponente formidable, pensó Tahishi, uno que a lo mejor no
podría vencer en un combate libre. La astucia, no la fuerza, sería necesaria para
conquistar a este hombre.
Bañó sus heridas en el agua fresca del estanque y aplicó unas hierbas
curativas que llevaba consigo antes de vestirse. Ahora deseaba que su misión
hubiera terminado. Le hubiera gustado dejarlo ya, pero había hecho su
juramento y le habían pagado bien.
Entonces serán tres los que habrá que considerar: uno en la cama y uno a
cada lado de la entrada al jardín. El de la cama se quedará allí para llamarme la
atención cuando entre en la habitación. Entonces el ataque vendrá desde los dos
de la puerta. Tendré que eliminarles primero. Luego tendré que deshacerme del
de la cama antes que pueda ponerse de pie. El samurai que custodia al
Nakamura será el próximo y por último eliminaré al gran Señor.
Desde la gran bolsa de tela que colgaba de su hombro, Tahishi retiró diez
idagama, pelotas redondas con muchos puntos afilados, cada uno tratado con un
veneno mortal. Los colocó en un diseño en el suelo delante de la entrada.
“Busco un hombre llamado Hirata.” –La voz del samurai resonaba con
autoridad.
“Le ofrezco algo de té. O tal vez prefiere sake.” –dijo indicando hacía la
mesa en medio de la habitación.
“Estoy ansioso para volver a Mito con su regalo para mi Señor, Hideyoshi.”
–dijo el samurai mientras empujó el sombrero hacía atrás hasta que colgaba
encima de su espalda por la cuerda que lo había sujetado debajo de su barbilla.
Hirata le miraba a la cara con calma. Era una cara cruel y ruda; una nariz ancha
separaba a unos ojos profundos y malvados. La barbilla era cuadrada y firme, y
una sombra azul escasamente escondía unas mejillas destrozadas por la sífilis.
Este es un hombre que ha matado a muchos sin remordimiento, pensó Hirata. Y
con la más mínima provocación, mataría de nuevo.
“Me siento adulado que cree que tengo algo digno de ser un regalo para el
gran Hideyoshi.” –dijo Hirata humildemente. “Pero como puede ver, esta es una
casa simple. Tengo posesiones simples y mi arte es de mediocre calidad, más
apta para quemar que para un obsequio.”
“Le doy las gracias por su hospitalidad y los consejos valiosos que
me dio cuando nos encontramos la primera vez. Brindo por su salud y su
futuro,” – dijo el samurai, y apuró una segunda copa de sake.
“Hirata le da las gracias por su regalo de la vida. Para pagarle ahora le quitará
la carga de su hija indigna de sus cansados hombros. El siente que le
pareciera bien rechazar su hospitalidad durante su visita su casa. Sabe que
era un descuido de su parte y ha mandado su sake favorito para aliviarle y
calentarle.”
El comerciante se levantó y, cogiendo a Okane por la mano, anduvo
lentamente hacía la puerta. El samurai quedó sentado, paralizado, sin poder
pararle.
“Le advertí.” –dijo el comerciante mientras salía por la puerta.
“Hirata es un hombre tortuoso. Todos los ninjas somos hombres tortuosos”.
El secreto de la vía del sable
“Muy bien, -le dijo el Gran Maestro-, pues hoy tú entrarás.” Sígueme. Y
desde este momento, tú haces toda la marcha alrededor de la sala, pisando
cuidadosamente el borde del tatami pero sin traspasarle jamás...
“No, -le dijo el Maestro- hoy voy a continuar enseñándote. Ven conmigo...”
“Pues bien, pasa para el otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo, que
estaba lleno de terror.
No fue preciso más para que el joven perdiera el miedo y a su vez pasará
rápidamente al otro lado.
El moscardón y el maestro
El calor del verano era sofocante y el sudor corría por la frente del
samurai. En el engawa del dojo unas pequeñas campanillas furin pendían de la
entrada. Ni siquiera una ligera brisa les arrancaba el mas mínimo sonido.
En el silencio del lugar se oía como un trueno, por encima del lejano rumor
de las semi eternamente presentes en el verano, el zumbido de un moscardón
que vagaba de un lado a otro, posándose donde se le antojaba.
El samurai tomo nota del hecho, la hoja había pasado muy cerca pero si la
intención era lucirse cortando en el aire al moscardón, el maestro había fallado
en su intento.
Cuando al fin el maestro desapareció por una puerta situada al final de la
sala, los alumnos levantaron sus frentes del suelo y salieron en silencio,
preparándose para una sesión de entrenamiento.
Historia de Miau.
-Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por
ti mismo los miaus, mereces la muerte. No tienes otra solución que hacerte el
haraquiri. Aquí y ahora. -Y añadió-: Sin embargo, soy monje y tengo piedad de
ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza con mi sable para
abreviar tus sufrimientos.
Buscó un tercer gato, uno de color blanco y negro, lo enfrentó a la rata pero no
corrió mejor suerte que los dos anteriores.
Shoken consiguió un gato más, el cuarto; era negro, viejo y no estúpido, pero
no era tan fuerte como el gato de callejón o el gato color jengibre. Entró al
cuarto, la rata lo miró un poco y avanzó. El gato negro se sentó, imperturbable,
y se mantuvo completamente inmóvil. Un titubeo cruzó la mente de la rata. Se
acercó cautamente poco a poco; estaba sólo un poquito asustado.
Repentinamente el gato la agarró por el cuello, la mató y se la llevó arrastrando.
El amigo le dijo, "Lo que deberíamos hacer es citar a una reunión y preguntarle
directamente a los gatos. Tu eres un maestro de Kendo, tú haz las preguntas;
estoy bastante seguro de que todos entienden sobre artes marciales".
Así que hubo una reunión de gatos, era presidida por el gato negro que era el
más viejo de todos. El gato de callejón tomó la palabra y dijo, "Soy muy fuerte".
El gato negro respondió, "Tu actividad y energía son grandes, es cierto, pero la
rata estaba más allá de tu energía; eres más débil que la gran rata. Si estás
fijándote en tu ki, orgulloso de él, se transforma en algo así como grasa. Tu ki
es sólo una explosión transitoria, no puede durar y todo lo que queda es un gato
furioso. Tu ki puede compararse con el agua que fluye de una llave; pero el de la
rata es como un gran geyser. Esa es la razón por la cual la rata fue más fuerte.
Aunque tengas un ki muy fuerte, en realidad es débil pues confías demasiado en
ti mismo."
Le llegó el turno de hablar al gato blanco y negro, quien también había sido
vencido. El no era muy fuerte, pero era inteligente. Tenía satori, había
terminado con waza y utilizaba todo su tiempo practicando zazen. Pero no era
mushotoku (eso es, sin metas ni deseos de victoria), y él también se vio forzado
a correr para sobrevivir.
"Mientras que yo, en un instante único, usé todas esas tres facultades
inconscientemente, natural y automáticamente, y de esa manera me fue posible
matar a la rata.
"Pero conozco un gato, en un pueblo no muy lejos de aquí, que es más fuerte
aún que yo. El es muy, muy viejo y sus bigotes son grises. Lo conocí una vez, y
ciertamente no hay nada que indique que es fuerte! Duerme todo el día. Nunca
come carne ni siquiera pescado, sólo genmai (sopa de arroz), aunque a veces
toma unas gotas de sake. Nunca ha atrapado una sola rata pues le tienen un
miedo mortal y se apartan de él como hojas al viento. Se mantienen tan
alejadas que nunca tiene la oportunidad de atrapar ni siquiera una. Un día entró
en una casa completamente infestada de ratas; bueno, todas las ratas
desaparecieron en ese mismo instante y se fueron a vivir en otras casas. Las
podía espantar en sus sueños. Ese gato barbagris es misterioso e impresionante.
Deben ser como él: más allá de las posturas, más allá de la respiración, más allá
de la conciencia."
Para Shoken, el maestro de kendo, esta fue una gran lección.
En zazen, ya estás más allá de posturas, más allá de la respiración, más allá de
la conciencia.
Los 3 hermanos
Como él presentía que su destino con el TAN TIEN se acercaba decidió que no
sería posible enseñar Kenjutsu por completo a sus tres hijos y esto lo puso muy
triste pues sin duda después de su partida ellos serían presa fácil de otros
guerreros de mayor nivel.
Días mas tarde convocó a los tres para dar sus bendiciones y para heredarles lo
que les correspondiese a cada uno y durante ese momento dijo :
" Se que ustedes seguirán mis pasos como guerreros y se que aún son muy
jóvenes e inmaduros en las artes del sable , no obstante que sus técnicas son
complementarias y que solo les enseñe a atacar y no a defender, les tengo una
herencia mas por darles .
Sepan que en estas flechas esta el secreto para que ustedes puedan ser
invencibles a pesar de que solo saben técnicas de ataque."
"Padre gracias por tu regalo y por entregarnos estas flechas , pero dime ¿Cómo
es que esta simple flecha me va hacer invencible?
El anciano le dijo:
"Si decides romper esta flecha con tus propias manos seguramente lo lograras
sin ningún tipo de problema pero si juntas las tres te será parcialmente
imposible romperlas, juntalas de una sola ves e intenta romperlas tan solo con
tus manos."
El chico comprobó que su padre tenía razón pues a pesar de que eran simples
flechas , estaban hechas de maderas duras y al juntar las tres no se podían
romper .
El anciano sonrío de nuevo al ver que ninguno de los tres pudo romper el grupo
de flechas y continúo diciendoles :
Desde entonces ninguno de los tres hermanos se atrevió a pelear solo y desde
ese momento juntos fueron invencibles.
Después de tan sesuda presentación, le explica que ha venido a verlo para que
le enseñe los secretos del conocimiento Zen.
Ante la expresión incrédula del guerrero el maestro enfatizó: " A menos que su
taza esté vacía, no podrá aprender nada"
"El cazador que persigue dos conejos", respondió el maestro, "no atrapa
ninguno".
Concentración
Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para
hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y
bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren
más?
-E...encantado, maestro - titubeó el joven, pero sintió que otra vez era
desvalorizado y sus necesidades postergadas.
Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con
algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo.
Cuánto hubiera deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro. Podría
entonces habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y
recibir entonces su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y
luego le dijo:
-Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que
58 monedas de oro por su anillo.
-Sí -replicó el joyero- Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de
70 monedas, pero no sé... si la venta es urgente...
-Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una
joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un
experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu
verdadero valor?